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ELUCUBRAR COMO DIOS MANDA NO ES PECADO

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CAPÍTULOS

1 Los coches y yo no somos amigos ……………………… 5 2 Menda y el chorizo………………………………………… 9 3 Cigarra ……………………………………………………. 13 4 Turrón y polvorones……………………………………… 15 5 La ensaladilla rusa no es “mon amour”………………… 17 6 Para leer con pinzas …………………………………….. 19

7 Llantina sí, llantina no …………………………………… 21 8 Milagros milagrosos ……………………………………… 25 9 El PC y yo no nos entendemos ………………………… 27 10 Por qué cae gordo todo lo técnico ……………………. 35 11 Suicidio ecológico ……………………………………….. 41 12 Los recuerdos son los recuerdos ……………………… 43 13 ¡Qué miedito, tolón, tolón!............................................ 45 14 Teléfono “la nuit / le jour”……………………………….. 51 15 Lo que me toca oir por no ser sorda ………………….. 53

16 Los indígenas me dejan turulata ……………………… 55 17 Ayyy, me están volviendo tarumba …………………… 69 18 Érase una vez …………………………………………… 73

19 El arte de freir el pescado ……………………………… 75 20 Reminiscencias pánfilas: churros y patatas fritas ….. 81 21 El chu-cu-chu del tren ………..………………………. 85

22 ¡Marchando dos de zapatos! ……….......................... 103 23 ¡Como está el servicio!… …………………………. 107 24 Durmiendo como un adoquín ………………………… 115 25 Mi restaurante favorito ………………………………… 119 26 Insomnio de película ………………………………….. 123

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1 - LOS COCHES Y YO NO SOMOS AMIGOS

A mí eso de sacar el carnet de conducir no me importaba un

pimiento rebozado y frito, pero parecía ser mi enésimo defecto. Por tal motivo, aprovechando el período que estuve en mi

pueblo, decidí afrontar la proeza. Al segundo día de ir a la academia ya empecé a cabrearme

seriamente, leyendo el contenido de los test. Las preguntas me parecían super prolijas y redactadas en un lenguaje que me resul-taba prácticamente incomprensible.

Y eso que servidora tenía fresquitos en el cerebrito los textos de derecho.

La mayoría de las compañeras “de curso” eran pescantinas, o sea vendedoras de pescado, que necesitaban el carnet para llevar los diversos productos, pescados probablemente por sus maridos, desde la Lonja a su puesto en el Mercado de Abastos: 7 km. en total, y probablemente sin superar jamás la velocidad récord de 30 Km/h.

Y las preguntas trataban de velocidades de vértigo… Mientras yo me leía toda la pregunta, tratando de descifrar a

duras penas el misterioso contenido, mis compañeras leían cada palabra con gran fatiga moviendo los labios…

Jamás conseguían responder ni a la mitad de las preguntas, porque se agotaba el tiempo.

Aquello me parecía un abuso enorme, dado que algunas de estas pobres criaturas seguían gastando dineritos en la academia.

Las clases de conducir eran igualmente diabólicas. Yo no quería ir rápido, no quería adelantar a nadie, aunque

fuera un camión maloliente... Y era total y absolutamente incapaz de aparcar. Por puritísima suerte, cuando llegó el momento del examen,

tuve al examinador sumamente entretenido con mi charla de recorridos por Europa.

Cada vez que me pedía que hiciera algo… y me equivocaba, claro, mi comentario era: “Ay, ay, ay. Es que charlando con usted me despisto”.

Creo que me aprobó con tal de no verme más delante de sus narices como aspirante al uso del volante.

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Me parece recordar que conduje un coche 8 veces en toda mi vida y siempre por carreteras normalitas.

Cuando agarraba el volante, mi deseo más ferviente era no toparme con ningún camión dado que, en tal caso, me tocaba hacer el recorrido envuelta en la negra nube del tubo de escape.

Mi sistema de aparcar era siempre el mismo: me bajaba, movía la manita al primero que pasaba y le pedía que me lo aparcara.

Pasado el primer momento de estupor, nadie se negó nunca a hacerlo.

Luego dejé la Patria, o sea que el problema no volvió a plantearse.

Lo tonto es que seguí renovando el carnet durante años y años (más que nada lo usaba como documento de identidad), pero al final también me harté de la farsa y lo archivé cuidadosamente en el cajón de los documentos inútiles.

********** Y ahora voy a la venganza del coche. Es la víspera de mi regreso a Italia. En plan despedida, una amiga y yo quedamos con unos

amigos en ir a tomar algo en un merendero de las afueras. Allá nos vamos muy chulas en su 2 caballos verde. De repente, en una cuesta, en medio de campitos bordeados

de zarzas, donde rumian sin parar rizadas ovejitas de un color dudoso, el cochito se para en seco.

Incógnita mayúscula, dado que la aguja de la gasolina indica que está bien alimentado.

Nos bajamos las dos, claro. Mientras ella controla la parte delantera y yo voy por detrás

para ver si hay manchas en el suelo, no sea el caso de que pierda aceite…

… Y ahí el cabrito verdoso me la juega. Se pone en marcha y me arrastra hasta plantarme en las

polvorientas zarzas, con mi cuerpo serrano debajo del vehículo y la rueda delantera a 10 centímetros de mi cara.

Es todo super rapidísimo. Ni siquiera siento el topetazo, sólo una fuerza bestial que me

arrastra pegando sacudidas, mientras me oigo gritar NO, NO, NO, NO porque……

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NO QUIERO MORIR AQUÍ, NO QUIERO MORIR EN ESTA CIUDAD

******** Bueno, sé que alguien llegó para levantar el coche y yo

preguntaba ¿”cómo estoy”? porque tenía miedo de estar hecha papilla y me espantaba mirar.

Cuando alguien comentó “no se ve sangre” me puse más contenta que unas Pascuas…

Me bajé la falda que se me había enrollado en la cintura y vi que desde los pies hasta el ombligo mi anatomía mostraba el dibujo en polvo de los neumáticos del coche.

¡Menos mal que el motor estaba delante, porque de no ser así el cochito me espachurraba como una cacoza de vaca!

Seguidamente me levanté y nos fuimos de parranda. (Si es que merece tal denominación un momento sublime

cuando, mientras picábamos cositas ricas, los que me rodeaban se dedicaban diligentemente y derrochando entusiasmo a extraer-me la colección de espinas sucísimas incrustadas en la espalda).

********** Pero esta micro aventura tiene un extraño colofón. A mi regreso al hogar familiar comunico lo que ha sucedido,

expresando mi intención de ir a la Casa de Socorro a que me pongan la antitetánica.

Dada la animalandia que transcurría el día retozando entre los arbustos polvorientos y espinosos, me parecía una precaución indispensable.

Para mi gran sorpresa la familia se opone, porque los cuidados prestados aparecen siempre en el periódico local y eso pone en el candelero el nombre de la familia.

******** (Pasmadita me quedé, porque con unos apellidos como los

míos, el resultado equivale a ignotos xyz). ********

O sea que me fui a una farmacia sita en el centro-centro, en una placita donde hay una original fuente que consiste en chorritos de agua que salen del suelo a diversas distancias, en diversos momentos y a diversas alturas, con esculturas de niños y niñas que beben primorosamente.

¡Me rechifla! ¡Nunca vi nada más encantador!

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Bueno, a lo que iba, me compré la antitetánica de marras y me la clavé como una jabata.

Moraleja: vale más una hija difunta por tétanos que una asistida en la Casa de Socorro.

******** Tengo la sospecha de que me morí en ese momento

(por enésima vez), pero a mi regreso a Italia me organicé un funeral por todo lo alto.

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2 - MENDA, EL CHORIZO Y LA MORTADELA

Lo mío con el chorizo es cosa mala. Mi sobrino me trajo un paquete de chorizos de freír al volver

de las vacaciones. Lo metí en la nevera y allí lo dejé, porque servidora tenía una

etapa de inapetencia aguda. Esta se manifestaba en anhelar sopitas (sin elementos verdes

dentro = cubito de Knorr + pan rallado + chorrito de aceite super-extra-virgen) y filetes de pollo a la parrilla, sin nada.

Para consumir el filetillo del día tardaba una eternidad, cortándolo en trocitos mínimos y venga masticar.

O sea que eso de sentarme a la mesa, aunque me la decorara con primor, mantelito chuli, servilletas de colores tontos, plato de color alegre, etc. era como asistir a una especie de obra de teatro pero de esas a las cuales uno va porque le regalan la entrada.

Pues bien, llevo una semana con una reacción anómala a la palabra “comer”.

Un buen día me percaté del paquete de chorizos. Salí disparada a comprarme una hogaza de pan de esas que

cuecen dos veces al día los chinitos de enfrente, Agarré un chorizo, me lo planté en la mini-sartén y cuando

estaba torradito lo metí entre dos trozos de pan fresquito –y todavía caliente- añadiendo también el juguito grasiento….

… Como para no creérselo: mi boquita de piñón cuando picoteaba la pechuga de pollo se convirtió en las fauces de un cocodrilo.

Le pegué al tal bocadillo unas dentelladas de película de horror.

Me lo papé en un segundo, como en trance. E incluso me lamí la muñeca, porque se me había escurrido la

salsita con la violencia del mordisco. Lo dicho, lo mío con el chorizo es cosa mala.

******** Pero también, hasta no hace mucho, la mortadela me rechiflaba de un modo que me atrevo a definir como “insano” en sentido amplio.

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Ya cuando era pequeña me encantaba poder metérmela en el bocadillo de la merienda. (En este momento confieso que me daría con un canto en los dientes por haberme portado como una esnob ante el chorizo y el jamón de mi casa, productos proporcionados a cuenta del pellejo de los comilones cerditos criados en la finca familiar). Este prologuito me sirve para justificar el que al llegar a Italia, en la primavera del lejano 1975, se me pusieran los ojos como platos al ver las dimensiones de la mortadela autóctona. Como mínimo 30 cm. de diámetro, salpicados a veces con pistachos, algo que no conocía, y en otros casos moteados con los tradicionales puntitos blancos de rica grasita. Durante los 15 días que duró el recorrido –creo que la única vez que lo hice en coche- cuanto se acercaba la hora de comer o de cenar, yo trataba de encontrar una tienda de ultramarinos para comprarme la mortadela de mis sueños, y luego una panadería para conseguir el pan donde meterla.

Mientras tanto, mis dos acompañantes se buscaban un restaurante apetecible.

(La verdad es que en Italia –por lo menos en esa época-, no era posible sufrir desilusiones cuando uno se sentaba en una “trattoria”).

******** Ayyyyy

¡Mi pecado de gula tuvo su castigo! Al volver a Milán, me encontré completamente recubierta de pies a cabeza con ronchas rojísimas.

¡Me había pillado una urticaria del caray con tanto darle a mi amada mortadelona!

******** Sospecho que esta pasión mía tiene un carácter casi familiar. Quiero decir que no soy la única que suspira por tal producto. Recientemente vino a verme una sobrina mía.

Al comunicarme su visita, ofreciéndose a traerme algo que me apeteciera, inmediatamente mencioné “una bolsita con lonchas de salchichón y otra lomo”, mis pasiones en ámbito charcutero hispánico.

(El chorizo ni lo mencioné, porque suelen enviármelo mis hermanos en paquetitos chulos, que conservo en el congelador).

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Cuando me ofrecí a corresponder debidamente, salió a relucir la divina mortadela.

El problema es que la estupenda grandona no se vende envasada; sólo la cortan al momento.

Pero se da el triste caso de que, últimamente, para viajar en avión, si el producto no está envasado en vacío… lo incautan.

Resumiendo: me fui al supermercado cercano y me puse a hablar con la chica que estaba al frente del departamento de charcutería.

Cuando le conté mi proyecto y que necesitaba que la mortadela estuviera envasada en vacío, me respondió que para eso tenía que hablar con el director, que en ese momento estaba ausente.

Al notar que se quedó un poco perpleja ante mi aire de evidente desilusión, le comenté que quería mandarla a España, porque la mortadela de marras (la triste española) le encantaba a mis hermanos, etc. y quería aprovechar que alguien le podía llevar a uno de ellos la maravilla italiana, etc. etc.

Como en ese momento no había ningún otro cliente en la cola, pude explayarme con gran lujo de detalles.

Total, que no me quedó más remedio que ir a la sección de productos ya envasados para poner en mi cesta algunos paquetes con lonchas y otros con trozos de 10 cm. de altura, una especie de triangulones equivalentes a la cuarta parte del diámetro del rosado producto.

Pasé de nuevo por el mostrador donde estaba la chica de antes, que seguía sin clientes, para enseñarle los productos y preguntarle si, en su opinión, valían la pena.

Aprobó mi selección y luego, para mi gran sorpresa se me quedó mirando fijo, fijo.

Y yo pensé: “le debo parecer una viejita semi-demente”. De repente me dijo: “mire, la entiendo, porque trabajo en este

departamento, pero el producto que más me gusta es el jamón ibérico, que se vende únicamente en cajas”.

…Y, levantando el índice, me indica tales cajas en el estante encima de su cabeza.

Luego alza la mano, señalándome que debo esperar, y seguidamente se pone a cortar rodajotas de mortadela, que mete en una máquina para dármelas luego debidamente empaquetadas

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en vacío. Al día siguiente la sabrosa mortadela llegó a Madrid, donde fue adecuadamente degustada.

******** ¡¡Pasan unas cosas!!

Como suele decirse…. ¡¡Hablando se entiende la gente!!

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3 - CIGARRA

Me harté de ser hormiga. A mis tantos años y pico me lo estoy pasando bomba en plan

cigarra. Eso sí, sin cantar, porque no es para tanto. Y sobre todo porque la guitarra no está bien acordada y no

me anima. ********

Lo que son las cosas. Anduve cantando por ahí canciones de María Dolores Pradera

y Atahualpa Yupanqui -también en público, con un descaro mayúsculo-, pero nunca aprendí a afinar la tierna guitarra que me regalaron en su día y que todavía hoy reina en un rincón de mi casa.

******** Ayer, domingo, después de traducir trozos y trozos de textos

demenciales, me metí en la cama con el lector de DVD encima de la barriga (protegiendo con una almohada el costurón violáceo que me dejó como recuerdo la maxi operación quirúrgica, faltaría más) y me solacé con pelis de comedias inglesas, que me chiflan (y que compro ansiosamente en Amazon).

Y hoy estoy haciendo lo mismo. Claro que:

… llueve a manta, … ya entregué la última traducción, … estoy bastante al día con el papeleo administrativo, … nada, que sigo en plan vago…

¡¡¡ Ya era hora!!!. Además se me ha fulminado la instalación grande con los

lectores de VHS y DVD, o sea que no tengo ningún motivo para quedarme sentada ante mi mesa de trabajo.

Es la primera vez en mi vida que estoy en plan haragana al 100% y me parece una experiencia de rechupete.

******** Llevo día y medio de cigarra y no sé si esto me va a crear

dependencia, pero la novedad me encanta. Eso sí, me he plantado dos rulos en el cogote, por eso de que

no se me aplaste totalmente la cabellera cuando la apoyo en las 6

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almohadas que me mantienen en la posición adecuada (o sea sentada).

Lo de las almohadas no se debe a que tenga ínfulas de princesa exótica.

Nada de eso. Es que, como no sé dónde meter las que necesito cuando

aparecen invitados por estos lares (no se sabe cuándo ni se sabe cuántos), he optado por comprarme un montón de estos adminículos, más un montonazo de fundas de todos los colores y así en la vida normal me organizo una cama que resulta de lo más teatral, con tanto colorinche.

Me resulta un verdadero quitapenas.

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4 - TURRÓN Y POLVORONES

Bueno, pues será porque estoy haciendo un trabajo de un

aburrimiento mortal, pero de repente, a las seis de la tarde, menda, que odia el dulce y casi vomita con el olor del chocolate, se encontró pensando obsesivamente en un helado, cosa que no pruebo desde hace años.

Total, como no quería salir a comprarme nada, al final me encontré dando dentelladas a restos de turrón que guardo en la nevera para la sobremesa de los invitados: turrón de yema, turrón blando y turrón duro.

Todavía no me puedo creer que hice una cosa así y que no corrí a lavarme los dientes con mentol, como suelo hacer cuando pruebo algo dulce hecho por las manitas de hada de alguna invitada.

******** ¡Sólo me falta convertirme en una vieja chocha

de esas que babean pensando en los bombones, caramba, carambita, carambola!

******** Creo que es mi obligación de nativa patriótica contar que, durante numerosíssssssimos años, solía ir a Madrid en el período de la Inmaculada, porque también aquí coincidía con las fiestas del patrón de Milán. Uno de mis objetivos era comprar los productos navideños que solían rematar las comilonas que organizaba, y que suscitaban un entusiasmo que servidora no conseguía compartir. Pero los gustos son los gustos. Recuerdo que mis alumnos me habían regalado una bolsa de viaje super firmada de un material super ligero. Con aire despreocupado me subía al avión con 17 kilitos de productos patrios.

Las tortas imperiales, que entonces se vendían dentro de una lata redonda, viajaban por su cuenta en la maleta.

Yo me encargaba del traslado del turrón blando, del de yema y de los polvorones.

En las cuchipandas navideñas, nunca supe si lo que más excitaba a los presentes era romper cachitos de la torta imperial o

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cortar dados de los otros turrones… aparte de apretar concienzu-damente los polvorones empapelados antes de abrirlos por una esquinita y chupetearse el contenido (salpicándose de vez en cuando el elegante traje oscuro con el polvito azucarado de los antedichos polvorones).

******** Lo que sigue es chungo

En diciembre del año pasado (tras casi 40 años de repartir profusamente el producto) mandé este correillo a una fábrica de polvorones: “Estoy muy preocupada. Durante toda mi infancia, en cuanto se acercaban las Navidades, al llegar las cestas llenas de turrones y polvorones que enviaban los pacientes de mi padre médico, a los niños nos contaban que estos productos navideños se fabricaban en Alicante, una región que en primavera se volvía toda blanca y perfumada debido a los almendros en flor. Dado que vivo en el extranjero, hace años que le pido a mis hermanos –por turno- que me envíen kilitos de polvorones para regalar a amigos y benefactores, a los cuales explico que están hechos con almendras de Alicante, según aprendí de pequeña. Y les propino un latazo feroz con mis recuerditos románticos de un paisaje cubierto de flores de almendro y con un olor embriagador que perfuma toda la región.

Mi auditorio suele escucharme respetuosamente. Esta semana alguien me ha hecho notar que, en la indicación del contenido no se mencionan las almendras ni Alicante. ¿Qué es lo que está equivocado? Respuesta a vuelta de correo: “La geografía. Los almendros y los turrones son de Alicante. Nuestra producción tradicional es de Sevilla.

******** ¡MÁS VALE TARDE QUE NUNCA!

******** Desde que conté esta “batallita”, mis comensales revuelven

todo para leer lo referente al contenido. Luego no se privan de nada. Tanto si tienen almendra como si no, se ponen morados.

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5 - LA ENSALADILLA RUSA, NO ES “MON AMOUR”

¡Menudo tostón prepararla! Es cierto que en casa éramos un montonazo (padre + madre

+ tío materno + 7 chavales + 2 muchachas que vivían en casa (cocinera y doncella, respectivamente) + la costurera de vez en cuando).

Pero el procedimiento para hacerla (y en el que, muy a mi pe-sar me tocaba participar) era de locos:

-desgranar los guisantes -rascar las zanahorias y cortarlas en cuadraditos -repetir la acción con las patatas después de pelarlas -lo mismo se diga de los pimientos morrones (no recuerdo otros ingredientes, pero sí que el bonito se

compraba en Ultramarinos Beledo) -estar atenta a los diversos tiempos de cocción -más el latazo de hacer a mano la mayonesa, claro, porque no existía la Minipimer. Y un día me rebelé. Un 4 de agosto, onomástica de mi padre, cuando venía a

comer la familia paterna, decidí que había llegado el momento de mostrar mi creatividad:

-arroz en lugar de patatas -zanahoria rallada cruda -pimientos morrones cortados en cuadraditos -remolacha cocida en el agua utilizada luego para hervir el arroz, que tomó un estupendo color tirando a violáceo -el habitual bonito de Beledo -guisantes y verduras varias muy cortaditas -salsa vinagreta en vez de mayonesa.

******** Presentación teatral donde las hay: Rodajas de limón: la pulpa decora los bordes, colocada

encima de una especie de lazadas de ensalada; en la parte de arriba, dentro de los redondeles amarillos de la monda del limón, los guisantes están agrupados formando un dibujito.

El resto está salpicado de flores creadas con tiritas de pimiento con una aceituna clavada en el centro.

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Y para que no falte un toque alegre, todo está espolvoreado con huevo cocido rallado.

******** ¿Me equivoco o contado así el platazo resulta apetitoso? Y lo era de verdad. Pena que en cuanto aparecí en la mesa con mi “escultura” se

armó la de Dios es Cristo. Pese a ello, entre disculpa y disculpa de mi progenitora, los

asistentes no dejaron ni un átomo. Incluso hoy día, cuando repito el lance, a los comensales se

les hace la boquita agua sólo con verla. ********

Mi orgullo de “adornadora” de platos sufrió un duro golpe el otro día.

Una amiga mía cumplía los fatídicos 50 y había decidido hacer una fiesta. Mi regalo consistía en llevar todo lo de comer, (el moderno “catering”, para entendernos) donde no faltaban las tortillas de patatas, por supuesto.

Entre otras cosas, había preparado una especie de brazo de gitano hecho con el relleno de una empanada estilizada: carne picada, jamón, chorizo, pimientos, aceitunas….

¡La intemerata! Cuando llegué, estaba en casa un chiquito de Sri Lanka que

es quien le limpia la casa y que, de vez en cuando, le cocina algo sabrosón.

Le pedí que cortara en porciones el pastel de carne, porque así los comensales podían servirse con más facilidad.

Al volver a la cocina no podía dar crédito a mis ojos. Había puesto las rodajas en dos platos redondos enormes. Y

estaba todo adornado con flores hechas con rábanos y flecos de puerros cortados como si fueran hilillos.

¡Una pasada! A su lado, las decoraciones de las que me enorgullezco

resultaban de mero aprendiz.

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6 - PARA LEER CON PINZAS

El día que compré mi casa, en el lejano 1988, lo primero que hice fue redactar el testamento, dado que vivía aquí sin familia, y debía un montón de dinero a los amigos que me ayudaron a hacer realidad eso de contar con un techo permanente. Naturalmente también nombré un apoderado, por si se presentaba alguna contingencia que me impidiera efectuar las normales operaciones prácticas.

Se da el caso de que, con mis diversificados y complicados trabajos, los cobros de las diversas actividades podían resultar harto complicados. Y alguien tenía que encargarse de recuperar mis dineritos. Recientemente tuve que recurrir al notario, de nuevo.

Cuando me operaron de una cosa seria descubrí que, si por cualquier motivo me encontraba en una condición de no estar completamente “despierta” en todos los sentidos, ni el albacea testamentario ni el apoderado podían hacer nada.

La única vía oficial es que un juez nombre un tutor. Y el tal tutor, en mi caso, puede ser cualquier alma cándida que pasa por la puerta porque, pese a mi devoción por los jueces de Milán, sé muy bien que no es oro todo lo que reluce.

Conozco casos que ponen la carne de gallina en cinemascope.

Total, que allá me voy a encargar el enésimo documento notarial (carísimo, a propósito).

Y cuando ya está todo firmado, sellado… y pagado, me entero de que es válido sólo si mi cerebrito está funcionando a toda marcha, porque en caso de que me ponga totalmente tontorrona, aunque sólo sea lo clásico de un proceso post operatorio temporal que me deje atolondrada, o si pego un resbalón y me doy un golpe –cosa que suele ocurrir en las mejores familias- es el juez el que decide.

¡¡Vaya carallada tridimensional!! O sea que añadiré una plegaria al documento con eso de:

“Señor juez, porfa, porfa, deje que el nombrado se ocupe de mis cositas. Me conoce desde hace años y sabe lo que opino de todo. Y nunca tirará mis cosas a la basura… ni a mí claro”.

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(Como la esperanza es lo último que se pierde, espero que me toque un juez SI en vez de un juez NO).

El hecho de firmar ante notario también resultó complicado. ¡Qué país más raro! ¡Sigue asombrándome año tras año!

******** Si en vez de un país se tratara de un señor, ese continuo

asombro sería el ingrediente fetén para una duradera relación amorosa.

******** Reina el caos más absoluto en todo, pero en algunas cosas se

ponen bravos de caray. Pasé años peleándome para que me dejaran poner en el

carnet de identidad italiano la firma que tengo registrada en todos los documentos y en el banco, firma que –como la de gran parte de los españoles- es ilegible, pero eso sí, inconfundible.

Pues no había manera. Ni siquiera “Maria” podía constar como “Mª”.

O sea que mi nombre daba la vuelta a la foto, y no había rubrica, claro (a la cual dedique largo tiempo en mis años mozos, para que resultara como se debe). El resultado era que dicho documento no me servía para nada cuando tenía que hacer cheques o utilizar la tarjeta de crédito. Me tocaba llevar siempre fotocopia del pasaporte, donde los datos eran idénticos, pero lo único diverso era la firma. Cuando empezaron a llegar avalanchas de extranjeros, por fin me dejaron poner mi firma real, pero esto después de años. Pero en el notario me toca firmar siempre dos veces: primero todo el nombre sin saltar ni la preposición ni el artículo, y debajo hago constar que la firma registrada a nivel administrativo y documental es otra.

…Y firmo otra vez, pero en este caso con rúbrica y todo. ¡Menudo latazo!

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7 - LLANTINA SÍ, LLANTINA NO

Creo que toda mi vida lamenté mi incapacidad para deleitarme

con una rica y abundante llorera. Las pocas veces en que me dediqué a tal actividad, esa

denominada “llorar a lágrima viva”, en mi caso se traducía en lanzar alaridos no sollozos, con dos ojos que se me ponían como tomates -y puede que me costara también algún cachito de dioptría- e incluso se me hinchaba la nariz y las mejillas, a las que luego me tocaba aplicar capas y capas de crema para paliar el devastador efecto de los salados lagrimones...

…UN VERDADERO HORROR HORROROSO… Pero todo este sarao se debía a que, en realidad, las lágrimas

eran un sucedáneo de mi espíritu asesino que no podía desahogar. Porque “llantina” significaba: le/la mato, quiero ver sangre,

grrrrrrrrrrrrrr. ********

Mi tristeza/emoción solía plasmarse solamente en algo que me humedecía las mejillas.

Pero tengo que decir que sigo siendo víctima de esta “humedad”:

a) si oigo música clásica b) si me pongo un disco de Adamo c) o de Battisti d) o de María Dolores Pradera e) o de Serrat f) o si me veo atravesando la plaza del Obradoiro g) o si recuerdo mi fantástica vida en mi amada Inglaterra…. Como de masoquista tengo poco, y siento un respeto muuuuy

grande por mis vetustas mejillas, trato de no oír la música que me convierte en una plañidera en automático, y evito pegar saltos hacia atrás con la imaginación.

******** No hace mucho tiempo le solté una llorada a una ánima santa

que me llamó por teléfono en un momento mío NO. El pobre se quedó traspuesto… …pero yo también, porque me pilló desprevenida eso de em-

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pezar a sollozar como un becerro a la buena de Dios… y sin ningún motivo claro.

Sospecho que eso de la memoria me trae por la calle de la amargura.

Me voy a arruinar con tanta inversión en pañuelos, en previsión de que acaezca el momento M…….. (de Momento, no de Mierda).

Menos mal que hace años que compro los “moqueros” de usa y tira, que tanto abundan en el mercado.

Lleno el contenedor de la basura, pero por lo menos me ahorro eso de lavar y planchar los pobres adminículos del pasado.

******** Recuerdo que en mi época universitaria lavaba cada día esos

leves cuadraditos de batista. Luego, aún mojados, los pegaba a las baldosas del cuarto de baño y así, cuando se secaban, quedaban perfectamente planchados.

“O tempora, o mores”, como diría Cicerón. En este caso tampoco resulta apropiado copiar a Jorge

Manrique en eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”… … aunque últimamente es una de las frases que me resuena

en la cabezota, con todo lo que me toca ver cada día del Señor. *******

La pasada Navidad me tocó afrontar un trabajo tan asquerosamente asqueroso, que mi ansia asesina se plasmó en pasar cada jornada dedicada a mi actividad como traductora echando espuma por la boca. Al final caí en la cuenta de que podía afrontar mi ira de un modo sencillo y eficaz: hacer una pausa cuando notaba que empezaba a cabrearme…

…poner una canción de los cantantes “prohibidos”… …soltar alguna lagrimita liberatoria… …etc. etc. etc.

… Y luego volver a darle al teclado… Por extraño que parezca, terminé el tremendo trabajo incluso antes del plazo previsto… Naturalmente dejé en paz a mis benditos cantantes.

******** Pues bien, días atrás me tocó ser protagonista de otra

circunstancia muuuuy incómoda.

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Ignoro por qué razón, desde hace unos meses me toca afrontar los “caprichos” de mi pié derecho: o se agarra una talonitis demencial –que dura 3 días y después desaparece- o luego el “drama” se desplaza al borde derecho de dicho pié –lo que se traduce siempre en 3 días sin poder andar.

Y, cuando tengo que poner dicho pié en el suelo, por necesidades impelentes, claro, el dolor es de esos que perfora el cerebro. Confieso que a mí esas cosas que van y vienen no me preocupan excesivamente. O no me preocupaban. Porque la semana pasada, uno de los episodios dolorosos coincidió con el momento en que tenía que recoger unas recetas de mi médico de cabecera. Caí en la cuenta de que, aún pillando el habitual taxi, y siempre y cuando éste esperara pacientemente mi regreso, me tocaba andar un montón cuesta arriba y cuesta abajo, porque su consulta está en una especie de urbanización en medio de un jardinazo construido encima de un montículo (espero por el bien de los propietarios que dicho relieve no consista en basurita municipal). De repente se me ocurrió una idea inteligente y bajé a la portería con un sobre en la mano que contenía el permiso para retirar las recetas más el dinero previsto para el taxi. Estaba allí el hijo del portero, que desempeña un montón de funciones para la comunidad de vecinos.

Empecé a contarle mi problema, pidiéndole el favor de ir a recoger lo que necesitaba, o en taxi o en su coche…. … Y de repente mis ojitos se convirtieron en una especie de fuente sin grifo.

Mi voz seguía normal, pero había toda esa agua que incluso me mojaba la pechera de la camisa. El pobre chaval se agarraba a la mesa, aterrorizado, insistiendo que cualquier cosa necesitara estaba a mi disposición, dado que incluso lo había visto nacer. Un mini-drama ridículo. Media hora más tarde empecé a recibir llamadas de los miembros de su familia, preocupadísimos por mi llantina.

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Me tocó tranquilizarlos comentando que yo era la sorprendida número uno. Insistí en que era la primera vez en mi vida que me sentía físicamente incapaz de hacer algo y probablemente, aunque la causa no era grave, esa mini impotencia me había desencadenado la tremenda crisis lacrimógena que nos había sorprendido a todos.

******** Desde entonces, cada vez que atravieso el patio, me susurran a turno “acuérdese de que estamos aquí, ¿eh?”

********

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8 - MILAGROS MILAGROSOS Me gasté una fortuna –y persisto en seguir haciéndolo- comprando CDs con pelis, sobre todo antiguas y, a poder ser, inglesas. He notado una cosa que me deja patidifusa: los protagonistas caminan airosos llevando siempre en la mano una maletita pequerrechísima que mueven con gran desenvoltura, incluso las señoras ya entraditas en años… Las de mi quinta, para entendernos…

Pero, sorprendentemente, después pasan días y días cambiando conjuntitos apropiados a cada hora de la jornada y luciendo incluso traje largo por la noche, cuando llega el momento de la cena.

Y los protagonistas masculinos hacen lo mismo. La maletita no cambia, pero de repente aparecen vestidos con el smoking propio de la cena, que incluye una camisa perfectamente almidonada.

O desayunan llevando puestos conjuntos de tweed para pasear por el campo.

Y como van y vienen en tren no hay trampa ni cartón, dado que no existe un misterioso maletero. Yo heredé una maletita así mil años atrás, pero la utilicé para meter documentos, porque en cuanto metía dos bragas, un camisón, las zapatillas y el neceser (sin rulos, claro), ya no cabía nada más. O sea que parecía que una estaba obligada a quedarse con lo puesto durante todo el período que duraba la estancia. Por eso evité utilizarla para dicho menester.

Es bien cierto que, actualmente, en mi elegante maletita de cuero de color natural ni siquiera tendría cabida todo el papeleo administrativo correspondiente a la contabilidad de un año.

Y de eso de meter un traje de noche con los correspondientes arreos, ¡ni hablar!

Ni aunque lo enrosque como un trapo estrujado. ********

Me encantaría contactar al director de escena para hacerle un comentario, pero hay un problemilla: o me convierto en espíritu puro y lo busco en el Mas Allá, o la empresa resulta imposible.

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Tampoco hay que ponerse así, si uno lo piensa bien. ********

Pero lo que más grima me da es que, en todas las películas que sigo viendo, en cuanto los personajes de cualquier raza y sexo que toque llegan al dormitorio, lo primero que hacen es plantar la maletita encima de la cama, normalmente recubierta con una colcha impecable, casi siempre blanca.

¡Qué asco asquerosísimo!

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9 - EL PC Y YO NO NOS ENTENDEMOS

Cuando debuté como traductora, me servía de una máquina

de escribir de las que había en ese momento, las que llevaban una especie de manivela para cambiar el renglón.

Las filas de teclas estaban a diversas alturas, y se necesitaba tener bastante fuerza en los dedos para pisarlas de modo uniforme, porque de no ser así te salían letras negras o grises mezcladas y el efecto era horripilante. Era un soberbio latazo estar ansiosa, controlando si se podía poner una palabra más o no, para que todo quedara bien alineado. Y tampoco podía uno distraerse al separar las sílabas con guiones, por eso de que podía haber diptongos. Cuando se cometía un error, algo bastante frecuente, la cosa tenía su intríngulis.

Afortunadamente aparecieron unos papelitos impregnados de una sustancia blanca: se ponían encima de la letra equivocada y se tecleaba de nuevo. Luego alguien inventó un líquido blanco, que daba mejor resultado porque se podían anular palabras o frases enteras. Seguidamente le tocó el turno a la máquina eléctrica, con la cual los deditos estaban más reposados, por lo menos.

******** Dado que siempre digo pestes de los ordenatas, parecerá

algo raro lo que comento a continuación. Incluso una reacia retrógrada como yo vio el cielo abierto con

la llegada de la nueva técnica, cuando era el momento de poner manos a la obra.

Y por motivos muy concretos: …adiós a la separación silábica …adiós a papelitos o líquidos para enmendar errores …adiós a estar como un águila contando los renglones que

debían ir en cada página …adiós al papel carbón para hacer copias, que era un

verdadero lío… Casi casi me entran ganas de darle un beso de tornillo al

ordenata, pese a los malos tiros que me jugó siempre… …e incluso me tomo un traguito en honor de sus inventores…

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No obstante esta tierna y afectuosa introducción tengo numerosos motivos para odiarlos.

-I- En alguna parte guardo la lista de todos los PC que se fueron

alojando en mi modesto apartamento. Me empeñé en tratarles como si de las joyas de la corona se tratara, pero reconozco que me tomaron siempre por el pito del sereno.

¡Con menudas jugarretas me tocó apechugar! A falta de pan, buenas son tortas, dicen. Y aunque eso de

conservar recuerdos amorosos no es de mi estilo, sí guardo en cambio una carpeta con las nefandeces que me fueron propinando los sucesivos hijos de PC.

La primera, que por poco me infarta, se la debo a uno de mis ordenatas iniciales.

Me tocaba traducir la última parte de un libro de arte. Todavía no había correo electrónico, o sea que un mensajero me dejó el texto en la portería, con una comunicación adjunta que advertía que pasarían a recoger la traducción y el correspondiente diskette a las 9 de la mañana siguiente.

Puse manos a la obra con entusiasmo y a las 11 de la noche terminé el trabajo.

Estaba tan hecha polvo que decidí cenar algo y descansar cerebro, ojos y dedotes antes de echarle una última ojeada por si se me había escapado algún error (tampoco existía entonces el superfragilisticoespiralidoso corrector automático).

A medianoche pongo dedos a la obra; abro el documento… y no hay más que puntos… cruces… y...

Lo busco por todas partes y… nada. Tampoco está en el diskette, porque lo salvo allí sólo después

de la revisión. El soponcio es de órdago. Pero no hay tiempo para que me ponga en plan plañidera. Conservo el texto fresco fresquísimo en mi cabeza, o sea que

a las 0,15 empiezo a repetir todo lo ya hecho. Termino a las 8,15. Tengo justo el tiempo de imprimir la traducción y de salvarla

en el diskette (controlando que esté allí y que se lea) cuando suena el timbre de la puerta y ahí está el mensajero (normalmente peruano), que se lleva todo.

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Creo que me fui a la cama a dormir, pero no podría jurarlo. ********

-II- Judiada tremebunda del PC nº 7. Me llegó un trabajo diabólico con un formato desconocido. A

las 5 de la mañana –cuando terminé de hacerlo- el ordenata se bloqueó.

Por poco me da un soponcio. A las 9, en cuanto abrieron la oficina, hablé con el cliente,

quien ignoraba como solucionarlo. Su consejo fue apagarlo… y las 136 páginas desaparecieron. O sea que ellos tuvieron que transcribir todo el texto en Word y, a medida que me mandaban los párrafos, yo los iba traduciendo de nuevo.

Terminamos a las 5 de la tarde. En total 24 horas sentada, rígida, estresada, nerviosa y angustiada.

Como esto coincidió con mi regreso a casa después de una operación muy seria, puedo considerarlo como un verdadero bautismo de fuego.

¡Porque ese tejemaneje es lo último que necesita una convaleciente!

******** -III-

El PC me traumatiza. Y lo mío no tiene nombre. Me dicen que tengo un cáncer y no me inmuto. El cabrón del ordenata me hace una jugarreta y me infarto. Es que me doy pena, viendo lo tonta del culo que me pongo

cuando algo tiene relación con el PC. El que les tenga tirria a los ordenatas está justificado por el

hecho de que conmigo esos instrumentos demuestran tener muy pero que muy requetemala leche.

Es que una no vive para disgustos. Esta mañana, cuando quise poner en marcha al señorito, el

muy asqueroso me pedía una contraseña cuya existencia ignoraba. Después de probar todo lo que forma parte de mi escaso

bagaje cultural, a las 9 de la mañana localicé a un alma buena que me dijo que funcionaba con lo único no previsto por menda: un simple OK.

Por poco me da una pataleta.

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Para una “literata/creativa” como servidora, el adaptarse a las novedades tecnológicas no es un chollo.

Y lo que más me fastidia es caer en la cuenta de que un buen lenguaje elegante no le importa un huevete a nadie.

La supremacía indiscutible corresponde al dominio de la técnica.

Es una constatación que me deja hecha cisco. ¡Qué asquitoooooooo!

******** -IV-

Nacimiento de mi enésimo PC. Estoy hasta las mismísimas narices de estos instrumentos. Con los sobresaltos que me causan me he ganado medallas

en forma de mejillas caídas y rugosas. ¡Un solemne coñazo! Tras años y años sigo volviéndome tarumba sin saber cómo

funciona o por dónde me va a atacar. ¿Una aventura a olvidar? Como iba a estar fuera durante un cierto tiempo, consideré

oportuno comprarme una llave que apareció en el mercado y que, al parecer, me permitía disponer de internet constantemente.

¡En buen lío me metí, sin saberlo! Mientras a todo el mundo le funciona como la seda, al

segundo día caí en la cuenta de que la tal llave se había tragado la memoria del ordenata, que aparecía marcada en un preocupante color rojo.

Ni siquiera el técnico al que tuve que acudir despavorida entendía el por qué de tal extraño caso.

Lo dicho, que les caigo gorda a los elementos informáticos. ********

-V- Últimas desgracias:

a) Al antepenúltimo PC lo maté rociándolo con Vetril para limpiar las teclas blancas, que con la contaminación del aire se habían vuelto negras.

Como además era una suciedad grasienta, le solté un buen chafarís de líquido y fui rascando una tecla tras otra con un cepillo de dientes. Lo típico de una perfecta amita de casa.

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Mi virtud no fue premiada: se oxidó por completo. b) El sucesivo, una joyita española que me alegró la vida los

tres años siguientes, y que custodiaba celosamente montones de mis cositas personales, de repente pegó un chispazo mientras lo miraba… y se fue al carajo.

c) Al penúltimo, que me trajeron de España, tardé un poco en meterle el diente… o los deditos, para ser más exactos, porque, como también el programa era nuevo, me armaba un lío.

d) El último de la serie de vez en cuando se pone menopáusico. Significa que de repente se cierra. Ya me he acostumbrado a salvar el texto cada 3 renglones.

Y a esto añado el acelerar las entregas de los trabajos, por miedo a que se me ponga tonto y me deje en la estacada.

e) El único que compré en Italia, un pequerrechín previsto para ayudarme cuando ando itinerante, padece de espasmos crónicos. Quiero decir que de vez en cuando me pone frenética porque me toca traducir una página seis veces, porque no se salva. Y si lo apago, el texto desaparece.

******** Ya comenté repetidamente que soy super retontorrona en lo

tocante a informática. Incluso me pongo muy rara cuando se trata de usar el mando

del lector de DVD, al que llevo 12 años manoseando. ¡Pobre víctima! Le pegué lunarcitos de colores en los botones para saber cuál

era el de encender – apagar – parar – adelante - atrás... etc. Pero ante cualquier cosa que tenga que hacer caigo en la

cuenta de que me pongo tiesa y concentrada cual sopa Knorr y le clavo las gafas muuuuuuy asustada….

******** En cierta ocasión aparte de la mole de trabajo de traducción

que me caía cada semana encima de la chepa, tenía en suspenso la revisión de este “Patchwork”, y en el PC del momento estaban encerrados también todos los anexos referentes a mis cuadros y a otros etcéteras.

Pues bien, pasó lo que no tenía que pasar.

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El marido de una amiga mía empezó su campaña política para un cargo municipal, y decidí echar una ojeada a las vicisitudes cotidianas.

Pena penita pena que, en cuanto me conecté con el xxxPP correspondiente, la pantalla entró en convulsiones y se quedó negra-negra-negra.

Y servidora todavía más negra-negra-negra. Menos mal que se recuperó (ignoro si del todo) con la ayuda

del “médico chino” de la tienda de enfrente. Sospecho que ha quedado un poco lisiado, pero consigo

sobrevivir en su compañía (más o menos). Porque me vuelve tarumba con tanta incertidumbre de

comportamiento. ********

Lo que pasa estos días no es que sea más tranquilizador. Si trato de eliminar los mensajes super antiguos que constan

en la chapita “cancelados”, en cuanto aprieto “supr” el HP (hijoputa) los salva todos de nuevo.

Con algunos de los “condenados a la desaparición” voy por la versión “h”, que significa metros y metros de mensajes… que ni me atrevo a tratar de suprimir, por si las moscas.

******** Mañana me lo llevo a la playa, porque encontré un mago que

últimamente pone en su sitio a estos díscolos. ********

Claro que, por desgracia, cada vez que algún técnico “escarba” en el cerebrito de la criatura –vulgo “tarjeta”- luego su angustiada propietaria –servidora- no entiende nada de las preguntas que le hace el aparatejo de marras.

Ni encuentro las chapitas de “reiniciar”, “apagar”, etc. Actualmente, cuando busco un documento, la pantalla se llena

hasta rebosar de cuadraditos de colores que no me importan un bledo… y cuyo significado no identifico…

En general no tengo ni la menor idea de qué van. ¡Cómo para morirse, digamos, aunque sea una

optimista incorregible! ********

Para no hablar del problema de eliminar los mensajes del correo (en este PC más de 6.000 tanto en entrada como salida).

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Intentando ser lógica, trato de empezar por los más viejos. Pero si, de repente, me encuentro con algún mensaje de

alguien que ya no está en este mundo… me quedo bloqueada de inmediato.

Cada fin de semana trato de eliminar algo (lo que no me interesa, como la publicidad, lo borro de inmediato). Pero reconozco que después de abrir 50 mensajes tratando de saber si hay que salvarlos o tirarlos a la basura, me da la impresión de que tengo las manitas convertidas en garras de gavilán atontado… y me rajo, por así decirlo.

******** Para colmo de los colmos, la inesperada “invasión” de

Windows 10 me dio la puntilla. Digo inesperada con toda razón, porque ni loca quería

cambiar sistema. A duras penas había conseguido entender de qué iba

Windows 8…. Un día aciago, mientras hablaba por teléfono, me llegó la

habitual comunicación de oferta. Al tratar de responder “NO”, pinché por error una especie de

jaulita, que nunca había visto antes… y ¡peor para mí! No conseguí detener la entrada fulminante del maldito

programa, que desde entonces me tiene acojonada y cabreada al mismo tiempo.

Y al parecer no hay vuelta atrás. Tardé un montón en saber cómo entrar en la parte que me

interesaba. Una de las cosas que me crean un malestar descomunal es

que si hago una pausa para responder al teléfono, ir a hacer pis o darle una vuelta a la cebolla para que no se queme, cuando vuelvo todo está apagado.

E internet está desconectado. Cuando muevo el ratón, la pantalla se recubre con una foto,

cada vez distinta, de sitios remotos o de objetos que no me interesan y me toca que responder a la pregunta de si me gusta o no lo que veo.

¡Un martirio! Aunque nunca fui una derrochona despilfarradora, estoy

pensando en hacerlo trizas a martillazos.

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Pero antes espero tener la suerte de encontrar un santo que me salve todo todito todo lo que encierra la superlativa memoria de este HP (hijoputa).

******** RESUMIENDO: HAY QUE TOCARSE LAS NARICES (DIGO

YO, QUE COMO HEMBRITA CAREZCO DE LOS ATRIBUTOS PROPIOS DE LA PROVERBIAL FRASECITA).

NO ME QUISE CASAR NI CONCEDÍ DERECHOS DE LLAVE Y HABITACIÓN A NINGUNO DE LOS ADANES QUE LE LARGARON LA MANZANA A ESTA EVA.

Y AHORA ME ENCUENTRO A LA MERCED DE UNA MALETITA RECTANGULAR QUE ME ESTÁ JODIENDO LA VIDA.

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10 - POR QUÉ ME CAE GORDO TODO LO TÉCNICO

Durante años atesoré amorosamente agendas telefónicas donde se amontonaban direcciones y teléfonos de la gente que fui conociendo a lo largo de mi existencia, de año en año y de país en país. Estas agendas formaron parte del contenido perpetuo de la maletita trashumante que arrastré por esos mundos de Dios. Un día, los compañeros de trabajo, por Navidades, decidieron regalarme el primer chirimbolo electrónico que se puso a la venta, algo de importación, creo, comprado en una de esas tiendas de decomiso. ¡Vi el cielo abierto! Como la idea me chifló, cual abejita laboriosa me puse a trasladar el contenido de los numerosos listines. Creo que dediqué la mayor parte de las vacaciones navideñas a iniciar tan super-aburrida actividad.

Y también aprovechaba la ocasión, para ir tirando a la basura todas las “viejerías”. Recuerdo más que nada que fue un latazo bestial.

Sobre todo teniendo en cuenta eso de que eso de los números no es lo mío y me tocaba prestar muuucha atención para no equivocarme.

Lo hacía a cachitos, claro, porque me aburría mortalmente. Tardé un montonazo de tiempo, pero allá por el mes de junio

empecé a tomar nota de teléfonos y direcciones directamente en la tablita mágica. ¡Mecachis!

¡Lo que son las cosas! En el otoño de 1988, sin avisarme previamente, la dichosa “tablita” se suicidó. Me la controló todo quisque que trabajaba en el sector, pero no hubo manera de recuperar la memoria. O sea que me quedé sin los contactos de Santiago de Compostela, de Madrid, de Francia, de Alemania, de Inglaterra o de todas las personas de muchos países conocidas en Spoleto cuando exponía mis “Tramas”.

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¡Poco faltó para que perdiera la chaveta con la rabieta que me pillé!

******** ¡Creo que nunca me recuperé del luto de tal pérdida!

******** Muchas de esas personas siguen viviendo como sombras en

alguna parte de mi cabeza. Las veo claramente, recuerdo su nombre… pero no los

apellidos, o sea que nunca pude ni podré restablecer el contacto. Y como además cambié de casa con mucha frecuencia,

tampoco me pueden localizar a mí. Probablemente para ellas también yo me convertí en una

sombra con pelo largo, raya en medio y gafas. ¡Me entra un cabreo mayúsculo, si lo pienso!

******** Claro que mi antipatía por los aparatitos se debe a mi absoluta incapacidad para comprender sus entresijos. Para muestra un botoncito. Carezco de televisión, pero sí soy la encantada poseedora de lectores de DVD, portátiles o no. Pues bien, pese a mi laaaaaarga militancia como espectadora de pelis compradas en Amazon, cuando se trata de manejar un mando, sea cual sea, incluso después de tanto tiempo que lo uso, me quedo mirando las teclas como si fuera la primera vez que me caen delante, preguntándome cuál es la que tengo que apretar. Además, como cada peli en DVD tiene las propias instrucciones en lo tocante a “ver película”, “idioma”, selección episodio”, etc., me vuelvo mica para entender lo que tengo que hacer…

¡Y me pongo de un nerviosorum mayúsculo! ********

Por tal motivo debo ser una de las pocas personas en este mundo cruel que vive sin móvil, sin i-Pod, sin i-Pad… o lo que sea y que se obstina en servirse de un teléfono normal.

Mi única concesión novedosa es que uso el teléfono con teclas, y no el otro con el disco que da vueltas, y que metí en un armario.

Uno de estos días lo pongo de nuevo en su sitio.

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A lo mejor todavía funciona, después de una eternidad, porque lo arrinconé en 1988, y ya era obsoleto entonces.

Je, je, je… ********

No es que mi problema tecnológico termine aquí. ¡Qué va! No hay más que verme cuando tengo que comprar cualquier

tipo de electrodoméstico. Mi declaración: “Busco algo con pocos botones” suscita enor-

me consternación. Aunque la más consternada soy yo, viendo que cualquier

aparato tiene rueditas con montones de indicaciones incompren-sibles. Da igual que sea una plancha, un secador del pelo, un microondas, una aspiradora o una lavadora.

Y el folleto de instrucciones lo entiende sólo un ingeniero industrial.

******** Cuando mi penúltima lavadora hizo “chaf” un día cualquiera,

tardé un año en reemplazarla, debido a que en cualquier sitio que entrara, en cuando lanzaba una ojeada a una especie de tablero de mandos, mi reacción inmediata era salir disparada.

O sea que durante un cierto período traté de lavar sábanas y demás en casa, utilizando mi diminuta bañera.

******** La pura verdad es que en ese momento tenía ante mis ojos lo

que viví de pequeña, cuando íbamos al pueblo de mi madre, creo que en septiembre.

Al lado de casa había un enorme pilón, rodeado de piedras inclinadas y con hendiduras longitudinales, que servían para restregar lo que se lavaba.

Las chicas del pueblo iban allí a lavar todo, y así aprove-chaban para cotillear como locas.

Yo, cuando podía, me escapaba para ver el procedimiento, que me chiflaba.

Echaban toda la ropa en el pilón, para que estuviera en remojo.

Luego cogían una sábana, la apoyaban en la piedra, la frotaban con un jabón durísimo,

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la restregaban, luego le atizaban unos golpes bestiales, sacudiéndola contra

la piedra, seguidamente la enjuagaban y, al final, la retorcían con saña para quitar la mayor cantidad de agua

posible. Traté de hacer lo mismo en mi bañera, pero nanay.

******** Tras mi fracaso respecto a servirme del lavado de mis

recuerdos, durante más de un año me limité a meter la ropa en una maleta e irme a una lavandería cercana, de esas que funcio-nan con monedas, en la cual nunca solía haber nadie.

Claro que, ¡menos mal! el primer día llegó otro “lavandero” que me explicó cómo funcionaba la lavadora y también la secadora, porque yo, con mis monedas en la mano y sin saber qué hacer con ellas, estaba más perdida que Pulgarcito.

Luego me limitaba a leer un libro, cómodamente sentada, mientras los aparatos –gigantescos- cumplían con su deber.

******** Un día, por pura casualidad, entré en la enésima tienda de

electrodomésticos. A mi habitual petición de “algo con pocos botones” la

encargada me guiñó un ojo diciendo “mi hermana es igual que usted”.

(¡Menos mal que no dijo que le recordaba a su abuela!) Resultó que era catalana, para más inri. Total, que me compré la dichosa lavadora. De todos los botones que adornan el aparato -y siguiendo el

consejo de mi compatriota- me limito a usar dos y así no me agobio nadita.

¡¡¡Ese sí que puede definirse un encuentro positivo gallego-catalán!!!

******** Claro que lo más gordo gordísimo se refiere a como se porta

conmigo el correo electrónico, o cómo diablos se llame. Por los habituales motivos del pancito cotidiano tachín-tachán

(a los que suma la ineludible obligación de pagar sabrosones impuestos con los cuales los políticos de turno podrán pagar conjuntos de La Perla a la señorita servicial de turno) me ha tocado

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tener que servirme de instrumentos con los que no congenio en lo más mínimo.

El tal correo electrónico es uno de ellos. Han pasado un porrón de años desde la primera vez que caí

en la cuenta de que utilizar ese servicio era cuestión de vida o muerte, a nivel laboral, claro.

Alguna alma santa me organizó la famosa dirección, eligiendo algo breve, brevísimo, como nombre, y un servidor, en boga entonces, que me permitiera continuar peleando como una tigrona en el mercado del trabajo.

******* Porque eso de la entrega de las traducciones en diskette,

traído y llevado por suramericanos, que galopaban en motos y zigzagueaban en medio del tráfico, había desaparecido en un abrir y cerrar de párpados.

******** Estoy hablando de MUUUUCHO TIEMPO ATRÁS. Pero, ¡¡ayyyyy!!, como todas las rosas tienen sus espinitas, no

pasó mucho tiempo antes de que me tocara cabrearme, gritando a pleno pulmón eso de “mi gozo en un pozo”.

Un día aciago, y en un momento clave, de repente no había modo de que me funcionara el correo.

Me salieron 250 canas de golpe. Casualmente me llama una colega intérprete, que necesita

asesoramiento en cuestiones jurídicas un poco técnicas. Cuando le comento, en plan quejica:”No me funciona el

correo, no sé qué pasa” me responde: “No importa, te abro otra dirección. Y te mando por fax las indicaciones”.

(En aquel entonces también estaba obligada a tener un fax) Media hora más tarde me llega una nueva dirección,

acompañada de una serie de indicaciones, la mayoría de ellas números.

¡Un verdadero galimatías! Jamás la utilicé.

******** Tengo un archivo bastante gordecho llamado “Web” donde

constan todas las direcciones que me fueron abiertas por una serie –diría bastante nutrida- de amables benefactoras/benefactores.

Sólo de “gmail” tengo seis.

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Jamás utilicé ese manojo de direcciones. ********

También tengo archivadas páginas y páginas que detallan paso a paso cómo utilizarlas o cómo servirse de cualquier mando del PC.

Las indicaciones las escribí yo, con mi lapicero, en mi habitual lenguaje técnicamente analfabeto…

… e incluso añadí dibujitos de los diversos mandos… … pero no entiendo ni pizca del resultado. Sigo teniendo problemas con mi vetusta dirección inicial

porque, cuando mando algo, suele ir a parar a “scpam”/basura. Pero ya avisé a todos de que pasa esto. Y si no, llamo por teléfono y suelto mi alarido:”¡¡Búscame en

spam!!” Creo que mi sistema funciona,

pero… de no ser así,

¡¡tampoco me voy a enterar!! ********

O me entero por purita casualidad. De vez en cuando me llega la comunicación de que alguien ha

abierto un correo mío enviado tres, seis, nueve, etc. meses antes. Jua, jua, jua, como diría Mortadelo (o Filemón).

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11 - SUICIDIO ECOLÓGICO

El sábado pasado se me activó el “chip” de las tareas domésticas, algo inusual en mí.

La causa había que achacarla a una situación muy concreta. Cuando me toca tener que decidir algo, tanto que se refiera al

trabajo como a lo que sea, no consigo ponerme en plan meditativo y limitarme a quedarme sentada tranquilamente, con los codos apoyados en la mesa y un dedito en la frente, con aire meditabundo, como solía verse en los tebeos.

La experiencia me ha forzado a constatar que me conviene esperar la idea luminosa dedicándome, cual amita de casa de manual, a poner en orden perfecto -o imperfecto- los armarios que guardan objetos del hogar, los que contienen los trapitos de vestir repartidos según que sean para el verano o para el invierno (y asimismo clasificados por colores), los cajones con pañuelos, bufandas y chales, los dedicados a adornos de diverso tipo, los estantes con zapatos divididos por colores, etc.

Claro que estas actividades encierran una faceta negativa: cuando se empieza a hacer algo es forzoso llegar al final, o se monta un desastre de aúpa.

El sábado de marras, antes de dedicarme a las tareas antedichas, se me ocurrió echar una ojeada al contenido de los cajones, repisas y armarios de la cocina.

Entre otras cosas, cuya existencia había quedado rezaga en el rincón de la memoria, me encontré tres estupendas latas de mejillones que habían caducado en el siglo pasado, más exactamente en el lejano 1997.

Las miré, las remiré… y volví a dejarlas donde estaban. Sólo que ahora soy consciente de su existencia y la vista se

me dispara en su dirección en cuanto abro la puerta de la mini-cocina.

No me decido a tirarlas a la basura. Siempre me chiflaron los mejillones en escabeche, y basta la

vista del dibujo, con los animalitos nadando en la salsita roja para que se me haga la boca agua.

Se me ha ocurrido una idea genialísima. Las guardaré con sumo cuidado, y el día en que decida decir adiós a este mundo

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cruel, me las comeré sopeteando incluso, y luego me sentaré en el wáter a la espera de que el botulismo haga efecto.

Por mucho que las miro y las remiro, las latitas parecen normales y no denotan ningún tipo de hinchazón, que al parecer es prueba fehaciente de que se han vuelto venenosas.

¿Me tocará conservarlas per in secula seculorum? ¡¡Ya se verá!!

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12 - LOS RECUERDOS SON LOS RECUERDOS

Como le pasa a otras muchas personas, tengo una extraña memoria visual de hierro puro.

Quiero decir que cualquier cosa que puede tener visos de reminiscencia, para mí es algo presente, carente de ubicación temporal.

Pero lo de hoy me ha dejado anonadada. Llevo años comprando almejas congeladas, que utilizo para añadir a platos de diverso tipo. A mí me parecían micros-cópicamente enanas, pero tampoco perdía el tiempo en elucubraciones. De vez en cuando, en un supermercado especializado en congelados, encontraba el paquetón de 5 kg. con producto procedente de Chile, y esas sí que eran gorditas. Y estaban super sabrosonas, además. Claro que esa cantidad me la permitía solamente cuando estaba preparando un ágape ya previsto y organizado, porque no tengo sitio en mi mini-congelador para tanta bicharrada.

******** Pero hoy fue el día D, como decían los americanos antes del desembarco en Dunkerque. De repente recordé el nombre de los animalitos congelados pequerrichines: eran berberechos, no almejas. Y como Google aclara todas las dudas, allí me fui a controlar. Claro que lo que no me esperaba era encontrar “o berberechiño”. Abrí el enlace, y me encontré con dos tipos que, armados de guitarra, cantaban eso de: “Dentro de una marisqueira Choraba un berberechiño Porque era tan grande a vieira E ele era tan pequeniño…” (sabe Dios como se escribe)

******** ¡Pues vaya reacción demencial, la mía! Se me empezaron a caer a chorro unos lagrimones tremendos, en plan chafarís, un horror.

¡Menos mal que nadie presenciaba un tal dislate emotivo! Y no había forma de parar el aguacero.

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Veía ante mis ojos la ría de Vigo con un montón de mujeres vestidas de negro metidas en el fango, las mariscadoras.

¡¡¡Ay, ay, ay!!! Se me quedaron los pies helados y como mojados. Y yo me

pregunto: a) ¿Fue por eso de la solidaridad con las mariscadoras? b) ¿o fue porque me vi como un pobre berberechiño? c) ¿o fue porque –sin ser plenamente consciente de ello-

aspiraba a ser una vieira y me quedé en berberecho? ¡¡¡¡CONCLUSIÓN DIFICILILLA!!!!

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13 - ¡QUE MIEDITO, TOLÓN, TOLÓN!....

Toda mi vida traté de no dejarme acoquinar por el miedo, en ningunísima ocasión.

Y creo recordar que alguien me dijo que el miedo se huele. O sea que en cualquier circunstancia, trataba de alejar de

inmediato la sensación de pánico “para que no se oliera”. ********

-a- Cuando emigré a Milán, en el lejano 1975, me quedé frita

viendo que a las 7.30, cuando cerraban las tiendas, el centro se volvía un desierto oscurito porque, naturalmente, también bajaban el cierre metálico de los bares.

Como resultado, esperar el tranvía era toda una aventura. En ese momento mi última clase de español terminaba a las

10.30 de la noche. Y con tal de no estar sola en la semi oscuridad de la plaza –al lado del Duomo- esperando el tranvía, prefería irme a casa a pie.

Sin duda esto suponía recorrer más de 3 km. en la mayor de las soledades, pisoteando aceras amplias que costeaban (enmarcaban/bordeaban?) casas de lo más señoriales, eso sí.

Una noche me crucé con 3 chavales, que no tendrían más de 16 años. De repente uno de ellos se volvió y me pegó un azote en el trasero que me dejó tambaleando.

Pero ni rechisté… y seguí andando tan pitita, como si nada… Y sin volverme a mirar, naturalmente, pero controlando con el rabillo del ojo si me venían detrás… aunque a ver que iba yo a hacer en ese caso…

******** -b-

En la cuarta casa donde estuve, esa donde vivía el gato sádico, que me hacía unas putadas bestiales (lo conté en la pag. 29 de “Mi vida fue un Patchwork”) el acceso era sorprendente.

Enorme portón de madera con una puertita a la izquierda donde hay que agacharse para pasar, sistema tradicional típico de Milán.

Zaguán inmenso.

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Escalera de piedra a la derecha que da a un jardín, en el cual se abren dos puertas.

La primera es la que me corresponde. Se suben 20 peldaños y allí está la puerta del apartamento. La escalera continúa otros 10 peldaños, y luego se interrumpe

con una pared de cemento. La puerta del jardín y la de casa nunca se cierran. Y ambas hacen un ruido comatoso al moverlas, porque

arrastran por el suelo. Cada vez que lo oía se me encogía el corazón y lo primero

que pensaba era “sabe Dios quien entra”. Lo segundo, mientras me daba la vuelta en la cama (donde el

gato maldito había hecho pis en mi saco de dormir, y me acechaba con las uñas afiladas para rascarme la almohada) era: “qué más da; me tengo que levantar a las 6”…

******** -c-

Un día me llaman unas amigas de mi pueblo, arquitectas. Me dicen que están en Venecia, pasando unas cortas vacaciones.

Propongo irme a verlas al día siguiente, cogiendo el tren de las 7 de la mañana y regresando ese mismo día por la noche.

El plan les parece perfecto. Nos encontramos en la estación y transcurrimos el día en plan

cháchara kilométrica. Decidimos sacar el máximo jugo al día, lo que para mí supone

pillar el tren de medianoche, que llega al alba a Milán. Cuando aparecemos en la estación, mi tren está todo

apagado. Al final entro en uno de los compartimentos y me pongo

cómoda. Quiero decir que me tumbo, tapada con mi abrigo de piel de no sé qué animal (canjeado en una tienda de segunda mano de las que estaban de moda entonces por alguna chorrada hecha por mí).

Como de costumbre el bolso me sirve de almohada y me dejo puestas las gafas. Con la cara casi tapada por el pelo, soy el bulto más anónimo de la historia de los bultos.

Dejo la puerta abierta, esperando que llegue el revisor o bien otros viajeros.

Pasa el tiempo…

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Pasa el tiempo… Pasa más tiempo, y doy cabezadas mecida por el chu-cu-chu

del tren. No sé en qué momento me doy cuenta de que alguien ha

entrado. Abro un ojo y por entre las guedejas veo que es un chico joven, que se ha sentado enfrente.

Pasa más tiempo. De repente oigo un ruidito raro. O es más bien una percepción

dado el jaleo que arma el tren. Lanzo otra ojeadilla entre los pelos… siempre sin moverme… … y se me ponen de punta los rizos permanentados… El tipeto acaba de bajarse la cremallera de los ceñidos

vaqueros, está rebuscando en su interior, por fin encuentra el pito y le empieza a dar unos meneos y unos tirones descomunales.

No sé qué hacer. Afortunadamente el tren pega un frenazo de esos con un ruido

metálico escalofriante. Aprovecho tal coyuntura para fingir que me despierto.

Y salgo del compartimento moviendo la cabeza con aire de loca despertada de malos modos.

Veo que hay gente en el pasillo, y me quedo más tranquila. O sea que me vuelvo a tumbar como si nada. A las 5 de la mañana aparece el revisor, que se queda

pasmado de que yo lleve tantas horas en el tren… y de que no me haya pasado nada.

En plan confidencial me susurra que él ni se deja ver, porque hay riesgo de que le roben o de que le peguen una paliza.

******** -d-

¿Y todas las veces que cogí una litera en el tren de la noche, para ir a París, a Bruselas, a Luxemburgo, etc.?

Dejaba un poco de dinero en el bolso, pero el pasaporte y las divisas las llevaba en los bolsillos de unas camisas masculinas (las de mujeres no llevan bolsillos encima de las tetas), que eran las que utilizaba en mis desplazamientos.

Todavía las conservo, debidamente forradas con papel de seda, para que no se me arruguen.

Ya sé que jamás podré hacer otro viaje de los que solían ser los míos habituales, a la espera en Dios, si Dios quiere, etc.…

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… pero la esperanza es lo último en morir… … y mis camisas están siempre listas. Pero también tenía una colección de camisetas, en cuyo

interior había plantado bolsillos primorosamente cerrados con unos imperdibles gigantescos y super tranquilizadores.

(Eran las camisetas que utilicé siempre cuando era una viajera errabunda por países de esos desaconsejados)

Muchas amigas mías me contaron que a ellas las habían drogado porque por la mañana se encontraron sin nada. Y eso que ellas viajaban menos en tren que yo.

Pero es cierto que en una ocasión yendo a Paris, el tren se paró en una estación. La puerta del compartimento estaba abierta, y oí que alguien desde el andén intentaba convencer al revisor de que abriera la puerta del vagón diciéndole “te conocemos y la próxima vez te esperamos”

******** -e-

Estoy volviendo de Basilea o de Zurich, no recuerdo. Estoy sola en el departamento, pero oigo que, en el de al lado, los pasajeros charlan alegremente.

(Se ve que los tiempos han cambiado y los trenes han dejado de hacer chuf, chuf, chuf). Creo que entramos en un túnel, porque de repente todo de vuelve negro. Pero no entiendo por qué no se encienden las luces o por lo menos la lucecita azul de situación que suelo ver en los trenes de toda Europa de los que siempre fui asidua usuaria. En el departamento contiguo la conversación prosigue sin cambiar de tono, cosa que me sorprende porque, como mínimo, alguien tenía que haber demostrado sorpresa. Nada, todo parece normal. Y pienso:”Si nadie está en la oscuridad, sólo yo, es que algo me ha pasado. Me he quedado ciega. Bueno, tengo aquí al lado el bolso con los documentos. Basta tenerlo agarrado. Y luego me toca esperar a que venga el revisor para decirle lo que me pasa y ya se verá (mejor dicho, verán los otros, no yo)”. Caigo en la cuenta de que en medio de tanta negritud y con el rítmico cataplún-cataplún-cataplún del tren, no sé si tengo los ojos abiertos o cerrados.

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Levanto las gafas y, palpando con calmita, constato que están abiertos, aunque no me sirva de mucho. Trato de sentarme relajada, porque me espera la intemerata. Cuando muevo las posaderas hacia atrás, automáticamente me inclino hacia adelante, tratando de mantenerme agarrada a los apoyabrazos, porque siento vértigo, en medio de toda esa horrible negritud que me rodea. … y al fondo veo un ligero resplandor verdoso.

Muevo los pies para ver mejor y también esa especie de media luna se desplaza.

Caigo en la cuenta de que tiene que ver con mis zapatos, cuya puntera es fosforescente y verdosa. Una ideona de Salvador Bachiller, que todavía hoy conservo tiernamente. De repente el tren se detiene y, al poco rato, se pone de nuevo en movimiento, me parece que marcha atrás… … e inesperadamente vuelvo a ver la luz… Mi vagón es el penúltimo.

El tren se para de nuevo. De las profundidades del túnel empieza a aparecer una fila de

personas que buscan la luz o que quieren apearse para fumarse un pitillo, claro.

Por suerte las puertas se abren, o sea que el descampado se llena de personas que se miran unas a otras desconcertadas.

Yo me quedo sentada en mi departamento, y me pongo a leer un libro para celebrar eso de que no estoy ciega.

¿Verdad que soy una suertuda de caray? ********

En numerosas ocasiones, mientras deambulaba por Europa, me tocó dormir en estaciones, en aeropuertos o en sitios un po-quitín escalofriantes, aparte de mis habituales trenes o autobuses.

Nunca sentí miedo en tales ocasiones, creo. Claro que a lo mejor no quería reconocerlo. Pero también tuve la suerte de poder encontrar refugio en

sitios chulos. Por ejemplo, un día descubrí que, frente a la estación de Porta

Garibaldi, existía un magnífico salón que era la terminal de Alitalia. Que, además, estaba siempre abierta. Y no sólo disponía de comodísimos sofás, sino también de

magníficos aseos.

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Este descubrimiento me proporcionó un montón de satisfac-ción durante un cierto período.

Este magnífico salón servía de refugio para los vuelos transoceánicos.

Por lo que me contaron, en aquel período los vuelos salían de Linate.

El aeropuerto de Malpensa se utilizaba para los charter o bien otros con destino allende los mares.

Y se cerraba por la noche. Quien tenía que coger luego un vuelo europeo, se acomodaba

en el saloncito de marras, esperando la hora de salir para el nuevo destino.

******** Nunca podré olvidar que las personas que me habían dado

alojamiento en diversas ocasiones, tuvieron el detallazo de ponerme a mi disposición una copia de las llaves de su casa “para casos de emergencia”.

Estas llaves son actualmente el cuerpo y el alma de mi composición en metal “Las llaves de mis reinos, sin plagiar a Cronin”.

Ya no recuerdo de qué casas son, pero me encanta verlas todas juntitas, relucientes y juguetonas.

Digo “juguetonas” porque de vez en cuando sacudo el cuadro para verlas en movimiento.

******** No hablo ni hablaré jamás de esos MOMENTOS que

-incluso una optimista como servidora- podría definir MALOS MALOS.

No vale la pena perder el tiempo recordándolos.

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14 - TELÉFONO “LA NUIT/ LE JOUR”

Cuando Telecom comunicó que los usuarios que lo deseaban podían pedir que su teléfono no constara en el listín telefónico, llamé inmediatamente para acogerme a tal propuesta. Por el no-poco-simple motivo de que estaba harta de recibir llamadas guarras. En general llegaban cuando estaba en mi primer sueño.

Con todas las horas que dedicaba a trabajar en mis múltiples actividades, cuando -¡por fin!- llegaba el momento de apoyar en la almohada mi cabezota debidamente rematada con los consabidos rulos, servidora entraba en una especie de coma.

Si, por casualidad, el teléfono empezaba a sonar, mi primera idea era que se trataba de alguien de España, donde los horarios suelen ser más prolongados.

Pero no siempre era así. ¡¡Y a mis santas orejitas les tocaba oír unas cosas!!... Estos son los dos ejemplos que recuerdo de ese tipo de

conversaciones non-plus-ultra que, por desgracia y en detrimento de mi bien merecido sueño, fueron super numerosas.

******** Suena el teléfono. Sacudo los rulos y agarro el auricular: - (adormilada) Diga, ¿quién es? - Vengo, vengo, vengo (expresión italiana de la máxima juerga, esa de correrse como una catarata, para más detalle, filtrada al español y sumada a un brusco despertar) - Perdone ¿quién es usted? - Vengooo - Pero ¿adónde va? - Ahhhhhhhhhhhhhhhhh - Oiga, ¿qué le pasa? - Ahhhhhhhhhhhhhhhhh

******** Suena el teléfono… etc.: - (adormilada) Diga, ¿quién es? - ¡Agggggggg! - Oiga que le pasa. ¿Se siente mal?

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- ¡Agggggggg! - Oiga ¿tengo que llamar a alguien? - ¡Agggggggg!

******** A todo esto, servidora no reaccionaba. Estaba segura de que me llamaba un infeliz moribundo. Pues lo más jodido de todo es que, pese a haber quitado mi teléfono del listín, se ve que los maníacos telefónicos se pasaron mi número por eso de que daba mucha satisfacción. Lo mismo se diga de todos los vendedores italianos, encuestadores y otras quisquillas, que siguen dándome la lata.

Sólo que ahora espabilé, o sea que me volví más lista. Según los casos me limito a ser la limpiadora ignorante o la

abuelita demente a la cual sus nietos le han prohibido responder a nada, dado que no sabe de qué va el asunto.

Y mi imaginación se desborda ante ciertas preguntas: -¿Ha visto la publicidad X en TV? - Hijita, me habría encantado, pero no tengo la TV desde que

estoy cieguita. ********

-Somos de Telecom. La contactamos por si le interesa incluir nuevas cláusulas en su contrato.

- Perdone pero los señores no están en casa - ¿Cuándo puedo encontrarles? - No lo sé seguro, pero estarán fuera por lo menos un mes. Yo

cuido la casa en su ausencia. (Esta última frase la incluyo siempre, por consejo de mis

amigos super prudentes, en caso de que los que llaman sean aspirantes a ladrones)

******** Siempre Telecom, pero la respuesta alternativa es: -Lo siento mucho, pero de todos los contratos se encarga mi

nieto que es abogado y me tiene prohibido que responda a consultas telefónicas

******** A la vejez viruelas, digo yo.

Realmente nunca es tarde para aprender.

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15 - LO QUE ME TOCA OIR POR NO SER SORDA Las pasadas Navidades recibí la llamada de una amiga, ex

alumna, como casi todas ellas. Tras el usual intercambio de noticias, novedades y otras

zarandajas quisquillosas, de repente noto una pausa silenciosa en el teléfono.

Lo primero que pienso es que se ha cortado, pero de repente oigo nuevamente su voz, que ha adquirido un tono dramático, que al parecer resulta adecuado para soltarme un jugoso monólogo:

“Mira querida, hay cosas que no me caben en la cabeza. Te conozco desde hace muuuuuchos años. Eras guapa … llena de encanto … te metías a la gente en el bolsillo en cuanto abrías el pico … estuvieras donde estuvieras nunca pasabas desapercibida … se notaba tu presencia siempre … y le caías super bien a todo el mundo … todos queríamos ser amigos tuyos… viviste en tantos países distintos…

¡¡¡POR ESO NO PUEDO ENTENDER COMO NADIE HA QUERIDO CASARSE CONTIGO!!!

******** Abro la boca tratando de meter baza, pero no hay tu tía. Me

repite el monólogo tres veces, con alguna variante que otra. Yo sigo abriendo y cerrando la boca cual sardina caída de la

pecera. Al final se despide, deseándome afectuosamente eso de

Felices Navidades etc. etc. …Y yo cuelgo, sintiéndome completamente aturullada…

******** Pero no es la única ocasión que me regala el destino para

apechugar con comentarios que me parecen apabullantes. No hace mucho le mandé a un amigo las indicaciones para ver

mi blog. Fue el primer fotógrafo que se ocupó de mis obras, allá en los lejanos años 80.

Esta fue su respuesta, mediante correo electrónico: Hola xxx: Desde que te conocí sabía que eras una artista,

pero nunca había visto una colección de prendas, las calcetadas por ti, con una belleza todavía tan actual y válida.

No comprendo cómo no has conseguido tener éxito como

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diseñadora, dada tu capacidad manual y tu fantasía; a Missoni te lo habrías comido en dos bocados.

Se me ocurre una pregunta: ¿nunca trataste de presentarte tú misma al público, con una colección propia? ¿Era por falta de dinero? No se me ocurren otras explicaciones.

Lo siento muchísimo. Un abrazo //G. (Sospecho que me está llamando “fracasada”).

******** Respuesta mía de inmediato: Querido G: Nunca me importó un rábano el llamado “éxito”

medido con los cánones ajenos. Lo que quería es lo que obtuve: la satisfacción de ganarme el pancito haciendo LO QUE ME SALÍA DE LAS NARICES.

En mi opinión todo me ha salido redondo. Como diseñadora era la “chichi” de las redactoras de las

revistas que publicaban mis prendas; como traductora me llamaron clientes muy importantes; como intérprete me quisieron como compañera de cabina las “top” de la profesión; cuando di clases de español, mis alumnos se convirtieron en mis mejores amigos.

Etc. etc. etc… Presentar colecciones y producir prendas nunca fue uno de

mis proyectos, como dicen los modernos. Incluso cuando tenía mis exitosas exposiciones en Spoleto me

negué siempre a vender nada a los señorones del lugar. Me limitaba a decir que exposición = exponer = ver.

Estas chorradas mías se escuchaban en la TV local o se leían en los periódicos de Roma.

Repito: HICE SÓLO LO QUE QUERÍA HACER Y QUE ME DIVERTÍA. LOS ASPIRANTES A “SOCIO FINANCIERO” SE HARTARON DE TRATAR DE CONVENCERME PARA QUE ME CONVIRTIERA EN “FABRICANTE.

******** A los cinco minutos de mandarlo me llega su tierna respuesta: Respeto mucho tu punto de vista, expresión de tu elevado,

orgullo, dignidad e independencia. Pero sigo pensando que con tu capacidad habrías tenido que apuntar a ser millonaria a los 40 años.

¿¿¿¿¿¿¿¿????????

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16 - LOS INDÍGENAS ME DEJAN TURULATA

¡Qué le voy a hacer! Nada más llegar a Milán los indígenas me crearon problemas. No a nivel de “tête à tête”, “cara a cara”, “cuerpo a cuerpo”,

etc, etc. Nooo, a nivel de mensajes publicitarios… En general sentían verdadera pasión por los spots en los

cuales personajes que en el registro civil constaban como de género masculino se vestían de señora para promocionar lo que fuera, de lavadoras a planchas.

Siempre señoras horteras, claro, con bigudíes en la cabeza y calzadas con chancletas.

Creo que ni en la remota Sicilia se vestían ya así, dado que suelen seguir los dictámenes de las revistas de cotilleos y copian los modelos de las chow-girls.

******** En las películas italianas que vi en mi juventud, con actores y

directores increíbles que no necesitan presentación, el famoso latin lover italiano desempeñaba un rol fundamental, babeando ante protagonistas nórdicas de tetas monumentales y bikini diminuto, a las cuales en su patria nadie les llenaba la oreja de susurros incandescentes.

(Si pienso que ahora se ven unas tangas desconcertantes en cualquier playa…)

El actor solía ser Alberto Sordi que, mira tú qué casualidad, vivió siempre con su mamá y su hermana.

(A lo mejor me engañaron). ********

En mi dilatada vida de oyente de quejas múltiples me ha tocado prestar oídos a confesiones increíbles, que han hecho papilla mi juvenil recuerdo peliculero.

Según mis interlocutoras, al parecer de palabra unos tigres en celo; en realidad pulpito cocido.

Eso en caso de que no se trate de calamar, lo que es puro choteo con tanto preludio a lo Tarzán.

Eso es lo que siguen contándome. ********

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Por lo que actualmente se ve en la tele o en la playa, practican la depilación integral y se decoran lo más posible con tatuajes que dejarían tuertos a los varones de las tribus africanas.

Y añaden la cabeza repasada con la maquinilla y abrillantada con sabe-Dios-que-producto.

Los talluditos, claro, porque ahora los jovenzuelos pasan de melenudos a mohicanos de la noche a la mañana.

El jueves lucen una cola de caballo o melenaza impresionante, y el viernes aparecen prácticamente calvos con el cráneo dividido en dos por una crin tipo caballo que forma una cresta descomunal…

… o adornan lo que sea con mechones de colores… ¡Purito dislate!

******** Los “peladitos” voluntarios que tienen un trabajo serio, se

visten de negro en su vida laboral, con camisa super blanca lavada con Dixan y cuello grande.

Los que en similares circunstancias optan por capilaridad en el cráneo, la lucen alborotada y tratada con gel voluminizador.

Como soy muy observadora –y muy cotilla- he constatado que, quienes trabajan en agencias inmobiliarias, en invierno suelen lucir unas gabardinas oscuras que les llegan a la rodilla, sumamente ajustadas y con cinturón.

Una especie de uniforme, claro. Como en las tiendas no las veo nunca, se ve que se las

entregan en cuanto firman el contrato de colaboración. ********

Volviendo a los guapazos-tios buenos, etc. conozco un montón de ellos que eran clientes de la agencia sita en la casa al lado de la mía, la más importante en el momento de suministrar -¿carnita?- a la tele.

******** No hace mucho tiempo su propietario fue juzgado junto con el

ex jefe del gobierno por corrupción de menores y proxenetismo y dio con sus huesos y sus michelines en la cárcel.

******** Por motivos profesionales, como traductora o como intérprete

-actividades que me obligan al secreto-secretísimo- incluso estuve al corriente de la barbaridad de euritos que ganaban los machitos

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(y puede que sigan ganando) por bailar en bragas en una discoteca, tomar parte en las tertulias televisivas donde hablan de sus amores con la “tanguista” de turno –DE TANGA, NO DE TANGO-, etc… etc… etc…

¡¡¡¡Ayyyyyy!!!! O sea que servidora está cada vez más desmoralizada a nivel

visual. De tocar ni se habla, claro, que afortunadamente ya no tengo

edad para esas tonterías. Estos depilados me dan una gigantesca grima grimosa,

incluso como mera espectadora. Espectadora SÍ, ciega NO. Mis ojitos son miopes, PERO VIRULENTOS.

******** Otro punto doloroso que es imposible ignorar, estriba en el

agudo mamaitismo crónico que aqueja a los nativos. Me dejó siempre alelada constatar que cuando una pareja se

separaba, él se marchaba a casa de su mamá –aunque fuera ya bastante/muy mayorcito- y prefiriera quedarse a dormir en un jergón ubicado en la cocina con tal de estar amparado por la progenitora.

******** En idénticas circunstancias, ninguna de las hembritas que

conocí se planteó el regresar al hogar paterno/materno. ********

A fin de cuentas reconozco que tenía muchísima razón aquel pelma del cónsul de México.

Cuando llegué a Milán, en abril del remoto 1975, y buscaba trabajo, claro, mandé mi curriculum a todos los consulados de países hispanos y al departamento extranjero de los bancos más importantes.

El cónsul de marras me fijó de inmediato una cita, a la cual asistí vestidita como una reina y con el corazoncito que hacía toc-toc-toc, cargadito de esperanza.

Emoción a tirar a la basura, porque lo que el buen hombre quería era ponerme sobre aviso diciéndome, muy paternalmente, que los italianos sólo quieren a su madre, y no conviene casarse con ellos.

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Me quedé alelada. Todavía hoy cuando lo pienso se me ponen las canas de punta.

******** Casi, casi, me lanzo y comento algunas de las ¿tribulaciones? que salpicaron mi vida con los indígenas que se me pusieron tiernitos. No cuento cochinadas, ¿eh?, que quede claro-como-el-agua-clarita.

******** Cuando llegué a mi último domicilio, descubrí que en mi

escalera vivía la primer violín de la orquesta más importante de la ciudad, para colmo argentina, y, enfrente, otro miembro de la orquesta. Para más inri, por puritísima casualidad, una amiguísima ex alumna me invitó a cenar, y el otro invitado era el primer violón de dicha orquesta. Que, para colmo, vivía cerca de mi casa. ¿Resultado? Todos vienen a cenar repetidamente en mi casa después del concierto dominical. Más aún. Una de las violinistas, super guapa, empieza a venir el domingo por la tarde a mi casa, justo cuando ponen una película antigua en inglés. Yo no sé si entiende nada, pero se apunta a tumbarse a mi vera y a estar calladita hasta el final. Aunque no hago preguntas, me comunica que está casada pero tiene un ligue con otro violinista, padre de dos niñas ya grandecitas.

(¡Lo que son las cosas! Incluso me tocó conocer a las dos retoñas, unas antipáticas de premio óscar. De todas las chavalas que conocí en estos años, fueron las únicas que no apreciaron la tortilla de patatas). Viene a mi casa para matar la espera, dado que, terminado el concierto tiene una cita con él. Por mi parte empecé una especie de ligue ligerito con el violón, siempre en sordina y sin que nadie tuviera la menor idea, porque a reservona no me gana nadie.

Se acerca la Semana Santa. Y yo quiero ir a Praga. Sola.

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Porque no estoy acostumbrada a viajar emparejada con amiguetes.

Con amigos sí, con amigas sí, con parientes etc. sí. Cuando lo comento se le ponen los ojos de avestruz y me

dice que siempre quiso visitar Praga… y me pregunta si puede venir conmigo.

Como soy una blandengue, al día siguiente reservo otra plaza en el avión y otra habitación en el hotel.

Una semana antes de marcharnos, me dice que su mamá nunca estuvo en Praga y que le encantaría verla.

Y que a él le gustaría mucho complacerla. Debo tener unos reflejos de fiera corrupia, porque sin vacilar ni

un segundo, abrí el cuaderno donde escribo todo, arranqué la página con los datos de las reservas en la agencia de viajes y –con la sonrisa más azucarada del universo mundo (siempre copiando a Manolito el gafotas)- le dije: “Me parece super importante, faltaría más. Basta que cambies el nombre de las reservas y ya está. Yo ya iré en otra ocasión”.

Agarré mi bolso… … le sonreí afectuosamente… … y me largué ¿con viento fresco?... Eran las 2 de la mañana. Como vivía en un 4º piso sin ascensor, mientras bajaba la

escalera oía sus susurros –dado la hora no podía gritar- diciendo eso de “espera, espera”.

Me volví a casa a pie, sorteando -las pobrecitas y jovencísimas putas eslavas, -sus “padrinos”, -sus asquerosos clientes… Eso sí, canturreando “a raíz do toxo verde”, que la bordo,

sobre todo cuando estoy cabreadísima. Me negué a verle para siempre jamás.

******** (Tenía dos divorcios a sus espaldas. ¿Sería su mami el

motivo? Dos meses más tarde, a la chita callando, me lo pasé pipa

recorriendo Praga sin tener ningún peso al lado). ********

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Como la tengo tomada con los mamaíticos, hay otra historieta digna de Corín Tellado. Durante los tres años en que pasé tres semanas en Spoleto, exponiendo mis obras en concomitancia con el “Festival dei due mondi” todos los “artistas” nos hicimos uña y carne.

Y en la “mezcla” estaban incluidos los anticuarios que se encontraban allí únicamente durante dicho período.

Quiero decir que no se pegaba ojo, porque había fiestas por doquier.

Tuve la enorme suerte de caerles tan estupendamente bien a todos, que era la invitada de honor, incluso en las “celebraciones” majestuosas de los ricachos locales. En las cenotas del artista local más famoso (que me había adoptado porque le encantaban mis cosas) a los postres me tocaba pagar la prenda, consistente en agarrar la guitarra y cantar con voz desgarrada “Las barandillas del puente”, imitando a Maria Dolores Pradera o bien “Porque no engraso los ejes” de Atahualpa Yupanqui.

De hecho, en los periódicos de Roma que hablaban del Festival, me indicaban como “la cantante española que expone en Spoleto”.

(Conservo todos los recortes) Esto es el prólogo. Uno de los lugares de encuentro “in” era el espacio alquilado por un anticuario de Roma, donde los trasnochadores recalábamos confianzudos. Pues bien, al tercer año, la esposa del anticuario –médico- me presenta a su mejor amigo, que acaba de pedir el divorcio y está hecho un asquito. El “divorciando” tiene dos hijas y, como es habitual en mi prolongada vida de portadora de orejas, se me pega como una lapa para contarme su triste situación. Ocupa un puesto super importante en una empresaza paraestatal.

Se casó joven, etc. etc. la solfa habitual. El pobre despistado, nunca cayó en la cuenta de que su

señora poseía una naturaleza ligeramente alegrota (cosa que todos sus amigos sabían).

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No abrió los ojos hasta el día en que, durante una fiesta, su señora se pegó como un sello a un amigo suyo, materialmente de pies a cabeza.

Y la esposa del “sobre”, por llamarlo de algún modo, seguidamente montó un carajal por todo lo alto.

Al parecer, hacía tiempo que los cónyuges respectivos se “amontonaban”, por decirlo en plan fino, sin que él se hubiera percatado de nada. Bueno, reconozco que las ovejas extraviadas me impresionan, hasta un cierto punto.

Pero tengo mis límites. Al final de mi tercer período como “artista” en Spoleto el anticuario aparece en mi casa de vez en cuando, a mediodía, con un gigantesco ramo de flores, diciendo que tiene una cita por la tarde.

Como empiezo a trabajar a las 2, tenemos justo el tiempo de comer algo cerca de mi oficina.

Por su parte el divorciando me llama todas las noches contándome sus cuitas.

Me da una tabarra infinita. Y además es un cenizo de la talla XXXXXXXL. El nobel del mal de ojo, tanto para entendernos. Para ejemplo dos botoncitos: -Aun sabiendo que estoy siempre muy liada, decide venir a

verme, pero el vuelo que encuentra llega a medianoche. Le digo que da igual.

Se da el caso de que una amiga ha organizado un sarao y tiene la mesa “desordenada” porque le falta una chica para eso de que se alternen perfectamente varón-hembra-varón-hembra…

******** (Reconozco que en repetidas ocasiones me tocó desempeñar

el papelito de peón. Y, lo que son las cositas o cosazas de la vida: el varoncito de

turno que me correspondía acompañar solía ser alguien prácticamente muertito y tamaño postal.

¡Lo mío siempre fue una cruz!). ********

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Allá me voy a dicha cena, tras avisar a mi amiga de que tengo que marcharme a las 11.30 porque a medianoche me llega un invitado.

A dicha hora llamo un taxi y me marcho para casa… donde me encuentro a dicho invitado sentado en el escalón de mármol delante del portal.

Había decidido darme una sorpresa y cogió otro vuelo (imagino que con la santa intención de tener más tiempo para informarme de sus desdichas).

Se pasó no-sé-cuántas-horas hecho un trapo sentado allí. ¡Menuda metedura de pataza!

******** Este otro lance no es para menos. Se acerca el verano y quiero irme a pasar el finde largo en un

sitio próximo a Perusa, del que me han dicho maravillas. Se apunta. Reservo mi tren y un hotel encaramado en una colina, con

piscina y un panorama de película. El viernes a las 6 de la mañana me llama para decirme que,

en plan sorpresita, me invita a ir a la isla de Ponza. O sea que tengo que ir en avión a Roma, él me espera en el aeropuerto y luego cogeremos el ferry para ir a la isla.

Su idea era que, si me gustaba, podía dejar de ir a Ischia, donde servidora pasaba medio mes de agosto todos los años, porque me encantaba, y dedicar ese período a Ponza.

Bueno, allá me voy. ¡Lástima que cuando llegamos al puerto, el ferry se ha ido

media hora antes y no hay otro! ¡Al emérito directivo de gran empresa no se le había ocurrido

enterarse de los horarios! Empezamos a recorrer la costa buscando alojamiento. Hasta

las cinco de la tarde pasé el tiempo sentada en el coche mientras él se desplazaba de una oficina de turismo a otra, haciendo la correspondiente cola y recibiendo un NO HAY PLAZAS como respuesta.

Al final dimos con nuestros sudados huesos en un lugar de esos de pesadilla, especializado en bodas y comuniones cutres, en medio de la nada absoluta.

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La única ventana de la habitación da a una terraza, donde las afanadas camareras cuelgan los manteles mojados hasta las 12 de la noche…

.. y empezarán a recogerlos a las 6 de la mañana para preparar todo para el festín del mediodía…

Esto se traduce en calor de infierno… y ventana sellada. A las 6 de la mañana, una trompeta empieza a tocar eso de

“quinto levanta sale de la manta”: ¡¡el edificio de enfrente es un cuartel!! Me ahorro eso de relatar cómo siguió, porque fue todo una

pesadilla hasta que me subí al avión de vuelta… tras incontables horas sentada en el coche por culpa de los atascos…

Pues bien, esta alma cándida, cuando le digo que me marcho a mi pueblo de vacaciones me suplica repetidamente que le permita acompañarme.

La idea me horroriza, porque eso de mezclar españoles e italianos me resulta muy cansado. Pero el hermano que me aloja me da su aprobación al “pegote”.

No tenía que haberme preocupado: al último momento me comunicó que su mamá se quedaba solita (como en los pasados 12 años cuando él estaba casado y pasaba sus vacaciones con su esposa e hijas, y la veía sólo en Navidad) y a él le daba corte irse lejos.

Mi suspiro de alivio por poco genera un ciclón que tumbaría incluso el vetusto roble del jardín.

******** (Sé de superbuenísima tinta que seguidamente dejó a mamita

para saltarle a la chepa a las prostis brasileñas. Dado que era un poco lentito, espero que no fueran

“brasileños” travestís, que abuuuuuuundan mucho tanto en Milán como en Roma

No quiero ser remala, pero si hay esta enorme oferta, significa que –de acuerdo con las leyes del mercado- la demanda es también ENORME).

En mi zona viven un montón de estos/estas ofertantes, y suelo apreciar el aumento del tetamen y del culamen.

Algunos “elementos” son de una belleza asombrosa. Las “víctimas” de dichos “elementos” con los peluqueros

chinos, que han pasado a ocupar la mayoría de las tienditas de mi

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calle. Me comentan que son muy impertinentes, y protestan siempre del resultado de sus melenazas).

******** Pero no acaban ahí las “mamaitadas” solemnes. En casa de una amiga conozco al clásico divorciado. Guapo

de quitar el hipo, que se empeña en encontrarme super. Una no se puede quejar de eso. Pero el tipo, que es médico, a nivel personal es una especie

de esparadrapo: tiene que estar siempre pegado. Todo lo que hago le fascina. Cuando en mi casa ve la pared llena de clavos con collares

colgados, empieza a regalarme algunos, desconociendo que los míos tienen historia, MI HISTORIA, dado que muchos los hice yo.

Creo que le da un poco de repelús eso de que siempre haya gente que viene a cenar a casa al último momento.

Y para todos él es uno con el tenedor en la mano, como los demás.

Pero hay un problema: cuando digo que voy al cine, se apunta sin más ni más… y me estropea la peli. Porque me la cuenta. Me sacude el brazo diciendo:”¿Has oído lo que ha dicho?” – “Es una mentira, antes dijo lo contrario” – “Está contando una trola”…

Total, no consigo seguir la historia. Al salir del cine se empeña en ir a ver escaparates, cosa que

jamás hice y me aburre a muerte. Pero se ve que sus ex compañeras eran unas devotas de la moda, porque sabe más que yo de todo.

Una vez me invita a cenar en su casa y me quedo aparvada viendo que tiene abierta la tabla de planchar, y descubro que es un mago del oficio.

Plancha sus camisas de un modo primoroso. Me deja un poco perpleja el que me diga que los muebles del

salón, dos largas estructuras negras, en el pasado eran una, pero que su madre le había dicho que si la cortaba a la mitad podía utilizarla mejor.

????? ********

Ahora que lo pienso, creo que nunca estuvo casado, porque me contaba cosas sólo de novias, novias, novias.

********

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En un momento dado caigo en la cuenta de que tengo que ir a recoger los cuadros que dejé en casa de una amiga, terminada la temporada de Spoleto.

Descubro que también su familia vive en esa ciudad, que es la suya, y se empeña en llevarme y traerme.

Allá vamos. Seis horas de autopista. Cuando me deja en casa de mi amiga, resulta que todos se

conocen desde siempre. ¡Una pesadilla! Me encuentro rodeada de la familia del “planchador”, que

prácticamente se da codazos cómplices con la familia de mi amiga.

Cargamos todo en el coche y volvemos a Milán, acompañados del hermano mayor que –en plan superconfidencial- me confiesa que va a ver a su amante.

******** Igual ya conté otro “caso”. Arquitecto, super amigo de super amigos. Es como una maldición: alguien trae a alguien a una de mis

numerosas cenotas bestiales y a alguien se le ponen los ojos que echan chiribitas

Suscito una curiosidad mayor que el Espasa. En este caso el arquitecto en cuestión me invita a cenar en su

casa, para corresponder a mi condumio. Prepara un arroz a la milanesa como se debe (es un rollo la

preparación). Mesa puesta con primor. Me siento, me llena la copa de vino blanco, me sirvo una

cucharada de arroz… y de reojo, a mi izquierda, veo algo que no entiendo: un gato está metiendo su patita en mi arroz.

Creo que los ojos se me catapultan por encima de las gafas mientras trato desesperadamente de combatir la náusea.

El amo de casa me sonríe dulcemente y me dice: “Se ve que le gustas”. No sé lo que comí, con el animalejo dispuesto a compartir todo conmigo. Lo que sí recuerdo es que cuando nos sentamos en el diván super-firmado, el felino se plantó detrás de mí y me pasaba su maldita cola por el cuello todo el tiempo.

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Su dueño estaba emocionadísimo porque nunca se había encariñado con nadie tan pronto. El toque sublime fue cuando me confió que la criatura solía dormir en su cama. Decir que salí disparada da justamente la idea. El dueño del gato tardó mucho en caer en la cuenta de la situación.

Durante meses siguió llamándome con diversas ofertas. Para ser arquitecto y creativo, le faltaba algún “chip”. Era de esos que compraban unas cosas extrañas llamadas “multipropiedad”. Quiero decir que era propietario de un apartamento durante 15 días previamente establecidos.

En el caso concreto, se compró 15 días EN FEBRERO en ----, superfamoso en verano, pero donde en esa época ni siquiera las gaviotas van a hacer sus necesidades.

Pena, penita, pena que, antes de que todo estuviera terminado, un buen día el constructor desapareció. Y los atónitos mini-propietarios descubrieron que ni la luz, ni el agua ni el gas estaban conectados con la red general.

Y como eran un número enorme de estafados, que habían pagado pero no se sabía cómo estaban registrados… Dado que era un experto reincidente, se compró otros 15 días de propiedad EN ABRIL en algún sitio de playa después de Florencia, lugar carente de cualquier estructura. Era imprescindible coger el coche para comprar un cacho de pan o una manzana porque, fuera de la época turística, era como estar en el desierto de Gobi, pero con fresquito.

******** Antes de “colgar el auricular” como quien dice, quiero contar una cosa tonta retonta... pero maja… Años atrás, cuando vivía en la casa nº XX, invitado por no sé quien, asistió a una de mis cenas demenciales una especie de dios espigadito, rubio, ojos azules impresionantes...

Yo me daba cuenta de que no me quitaba los ojos de encima, pero estaba tan acostumbrada a suscitar curiosidad que ni me inmuté. Mi apartamento de aquel momento contaba con la ayuda imperdible de la mini-portera: 1,50 de estatura, dos metros de ojos verdes, madre de un pequeñajo y una chiquitilla que se paseaban

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por mi casa tranquilamente, como Perico por la suya (cerrar la puerta no era una de mis costumbres, y me costó algún susto que otro ). Mi programa de trabajo en ese período era intenso: de 9-12 diseñadora de moda, visitando las editoriales de las revistas que publicaban mis chafulladas; de 14 a 17.50 empleada en una empresa española; de 18 a 21 profesora de español. Luego, los fines de semana, mi “restaurante” amistoso estaba abierto y funcionabaaaaaa .

Mientras me despachaba en eso de cocina que te cocina, preparaba mis propuestas de diseño. Un buen día me encuentro a la mini-porterita emocionadísima, porque alguien ha venido a traer un ramo de flores para mí, sin dejar el nombre.

Esto se repite varios días. Ella cada vez más emocionada. Yo ni tengo tiempo para estas cosas. Un sábado por la mañana me entra en casa la porterita-ojazos

hecha un manojo de nervios diciendo “es él, es él”. Suena el portero automático y, dado que estoy en la planta

baja, me limito a abrir todas las puertas. Reconozco al rubio estupendísimo. Escena ridícula con servidora, la portera y sus hijos que le

recibimos mientras sube los 20 escalones que llevan a la entrada. La castellana y su séquito, claro. Es como para partirse de risa. Cosa que hacemos el

guapísimo y yo en cuanto entramos en casa y cerramos la puerta. Allí puede ver que sus flores ocupan toda la mesa del

comedor. Ahora viene lo bueno. Naturalmente, separado con dos hijas. Ese sábado le tocan a él, y se acaba de estrenar la peli “Cría

cuervos” de Saura. Sus niñas no quieren perdérsela, y él les ha dicho que tiene

una amiga española que los acompaña a verla. Al parecer, las chavalas están super encantadas de esta

novedad (en aquel período no abundaban los españoles por estos lares).

¿Qué puedo hacer, aparte de decir que sí?

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Me encuentro delante del cine con papi y las dos pichirritas, de 6 y 8 años, que se me pegan como chicle.

Esto significa que estoy sentada en medio de las dos, que se me ponen de ganchete y que de vez en cuando me espachurran la tripa y todo, cuando se conmueven.

Hay un momento de la peli en que la niña abre la nevera y ve alas de pájaro, si no recuerdo mal.

Casi se me sientan encima. Yo ni miraba al papi, de lo agobiada que me sentía. Sólo que luego invité a la familia a venir a comer tortilla de

patatas en mi casa. Aquello fue un delirio. El Adonis y su prole pelaron las patatas y luego trataron de

seguir mis instrucciones para cortarlas como se debe (de la cebolla me encargué yo, claro).

Era casi grimoso ver como las nenas seguían la fritura de las patatas, pegadas a mis faldas.

Su papi, mientras, en medio de este berenjenal, estaba cómodamente arrellanado en un falso diván, ojeando el montonazo de revistas que publicaban mis prendas (y que naturalmente indicó a las chavalillas). Estas dos, una vez sentadas a la mesa, se portaron como verdaderos cocodrilos.

A su papi y a mí nos dejaros unos míseros cachitos. Habían decidido por su cuenta que papi y yo podíamos representar el futuro.

Aunque soy muy amable, y pese a estar agobiada con tanto abrazo, conseguí aclarar con el guapísimo que na de na, para que se lo comunicara. Lo bueno/divertido/absurdo de esto, es que hice montones de viajes AMISTOSOS con Adonis.

Él jamás me contó sus problemas íntimos (novedad novedosa) y servidora tampoco ventiló los suyos.

Yo le comentaba mis líos en los diversos trabajos y, como ni él ni yo entendíamos nada, santas paces.

(Como ya antes de que se pusiera de moda la “privacy” yo era una maniática de la privacidad, nadie sabía nada de mi vida-vida.

Era la alegrota que organizaba comilonas para todo quisque y que nunca exhibía un noviete).

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17 - ¡¡¡AYYYY, ME ESTÁN VOLVIENDO TARUMBA!!!

Ayer a las 9 de la mañana me llega una traducción urgente. En total 5 páginas; es un texto publicitario tremendamente pobretón que hago en un periquete. A las 2 de la tarde me llama el compañero que me pasó el trabajo para preguntarme si estoy dispuesta a prestar mi asistencia hasta las 20 (fuera del horario considerado normal, de 9 a 18, que incluye la hora prevista para tomarse un tentempié –o una comilona como Dios manda, depende). Claro que digo que sí.

******** En este momento cualquier espacio libre lo utilizo para

plasmar en palabritas o palabrotas las elucubraciones de mi cerebrito vagante.

******** Pues bien, ese amplio período de tiempo estuvo dedicado

abundantemente a tareas TAN COMPLICADAS como: - poner en mayúscula la palabra Cliente, Agente, etc.; - poner en mayúscula la palabra Normas; - cambiar un adjetivo por otro hermanito gemelo (que a lo

mejor en otros idiomas no cambia); - modificar el texto transformando un punto y aparte por un

punto y seguido; - etc. etc. etc.

******** Con harto dolor de mi sufrido corazoncito, me toca constatar

que empiezo a desconocer el mundo en que me muevo, nado o coleteo con entusiasmo… DESDE HACE ALGO ASÍ COMO LA FRIOLERA DE CUARENTÍSIMOS AÑOS.

Durante el prolongado período de tiempo en que gran parte de mi actividad como traductora se centraba en textos de arte, me limitaba a entregar el texto y ahí terminaba todo.

Seguidamente, en algún momento, algunos editores me enviaban una copia del libro, con mi nombre pulcramente indicado como traductora de la obra.

Sólo en contadas ocasiones, al final finalísimo, justo antes de que lo enviaran a la imprenta, me tocó ir a la editorial (entre ellas la

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super elegante y estilosa de Franco Maria Ricci o la repleta de abejitas laboriosas de Electa, para citar dos ejemplos) cuando se requería dar un ajuste definitivo a la estructura del texto, en casos tipo el en que las imágenes ocupaban un espacio no previsto previamente.

Pero estoy hablando de 300 páginas, no de 5. ********

Lo que realmente me cabrea es constatar cómo ha degenerado mi mundo laboral en lo tocante a la esfera de la traducción.

En la actualidad, por ejemplo, puedo encontrarme con que empresas de renombre me mandan textos donde, en un párrafo de SEIS/OCHO renglones, tras una serie de comas, comas, comas, BRILLA POR SU AUSENCIA EL VERBO PRINCIPAL.

Claro que, en un caso, cuando hablé con la responsable del Departamento de Comunicación, la respuesta fue: “el texto lleva la sigla de seis directivos, aparte de la del presidente. Porfa, porfa, haz tú lo que convenga”.

******** El Gordo de mi personal lotería se lo lleva un cliente cuya

agencia de publicidad me manda casi diariamente dos, tres, cuatro renglones, máximo cinco.

El redactor de sus eslóganes debe padecer un extraño tic que le nubla el concepto de la puntuación, porque utiliza los dos puntos o el signo de exclamación cada cuatro o cinco palabras, a voleo como quien dice.

¿Resultado? No hay manera de leer el texto ni en voz alta ni en voz baja…

ni encontrarle un sentido lógico a la frase. ********

Con tanta tecnología brujuleando por doquier y al alcance de la mano (o de los dedos, para ser más exactos), sospecho que un montón de figuras profesionales intermedias han ido a parar tristemente a la basura.

No sólo en el mundo editorial del arte (el que solía frecuentar), sino también en el ámbito de los periódicos tradicionales.

Sólo así se pueden justificar los errores garrafales, incluso en diarios importantes, donde hasta bailotean los renglones.

Se ve que los periodistas envían sus textos mediante correo

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electrónico desde su morada y, cuando llegan a la redacción, alguien con el ordenata los comprime para que quepan en el espacio previsto, y ¡allá penas!.

******** ¡Menos mal que estoy en el ocaso de mi SUPER

SATISFACTORIA vida profesional como traductora! En la época que me tocó vivir ejerciendo esta profesión (entre

otras), los clientes eran estupendamente exigentes. Pero eso sí, cuando te aceptaban, te concedían un cetro de

reinita. Lo de ahora no tiene nombre. Me ponen hidrófoba tanto los que, cuando llaman, dicen “me

basta una traducción asi-así” como los que empiezan con eso de “necesito una traducción bien hecha”.

Como mi teléfono lo encuentran en el anuario de una asociación de la cual fui miembro directivo, o bien a través de compañeras de trabajo, este tipo de llamadas encienden en mí un deseo de asesinato sangriento.

******** No hace mucho, un día en que realmente estaba cabreada por

asuntillos propios, recibo una petición del tipo “traducción buena, bien hecha”.

El aspirante a cliente está recomendado por una compañera, o sea que no puedo mandarlo al carajo. Me limito a decirle: ”Al primer cliente que me pida que le haga una traducción asquerosa le regalo uno de mis cuadros, además de hacerle el trabajo GRATIS Y BIEN”.

Le hice la traducción, claro, porque no se deja en mal lugar a una compañera, pero a partir de ese momento estuve siempre muyyyy ocupada y no volví a trabajar para él.

(Por extraño que parezca, este cliente rechazado lleva años mandándome en Navidad una tarjeta de felicitación super elegante)

******** Como he caído en la cuenta de que últimamente ando siempre

con la baba en la boca, cual perro rabioso, decidí informarme de cuáles podrían ser las consecuencias si un día daba rienda suelta a mis instintos más crueles.

Resulta que –siendo como soy viejita- puedo convertirme tranquilamente en criminala y asesina porque ya no me va a tocar

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ir a la cárcel. Pero dado que, como buena oriunda de mi región natal, soy desconfiada por naturaleza, voy a profundizar en el tema.

Igual me lo pienso, de todos modos. La noche en que me toque un insomnio feroz, lo combatiré

redactando una lista de posibles seres odiados a defuncionar sin ser castigada por ello.

Y también estudiaré la manera. Espero que me sirvan de inspiración las novelas de Agatha

Christie, Simenon, Ruth Rendel, Linda Barnes, Sue Grafton, Elizabeth George, Patrizia Cornwell, Alicia Gimenez-Bartlett, Sara Paretsky, John Grisham, P.D.James, A.A. Fair, Rex Stout, Patrizia Wentworth, Marta Grimes, Andreu Martin, Juan Madrid, Faye Kellerman, Lorenzo Silva, Mary Higgins Clark, David Baldacci, Kathy Reichs, Karen Kijewski, Erle Stanley Gadner… y otros.

Me sirvieron de distracción durante toda mi vida, sobre todo las escritas en inglés.

Y ahora reposan tranquilas y ordenadas, ocupando la pared de la derecha a la entrada de mi casa.

Yupiiiiiiiiiiiiii.

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18 - ÉRASE UNA VEZ…

… un extraño país que decidió elegir como rey a un enanito malvado que adoraba un único Dios: el dinero. Era el vástago de una estirpe de chupones sublimes y había mamado eso de que “todo se puede comprar” y “todos tienen un precio”. En su curriculum constaba una dilatada experiencia como juglar, seguida de una intensa actividad –desempeñada a través de sus esclavitos de lujo- destinada a conseguir favores de los poderosos a cambio de sustanciosas prebendas. El clamoroso punto de partida exitoso consistió en edificar bloques de lujo en zona considerada agrícola.

Los amiguetes creían en él, claro, pero no pensaban que los iba de dejar en la estacada sin el menor escrúpulo.

Cuando el número uno cayó en desgracia y tuvo que escapar, el enanito corrupto y super malo vio el cielo abierto y decidió aprovecharse al máximo de la caída de los compinches. Fiel seguidor de Francisco de Quevedo en lo tocante a eso de que “Poderoso caballero es Don Dinero” (esto que digo es una mentira podrida: no sabe quién es Quevedo y, para colmo, ignora el uso del subjuntivo y se expresa como un cateto) empezó a dispensar dádivas a tutiplén.

Eso a los varones. A las hembras se las cepillaba (decía él, que es muy fino).

******** Durante los años de su primer reinado, cogí la costumbre de recortar sus frases más memorables, publicadas en los periódicos, y pegarlas con cel-lo en las baldosas de mi baño. Llegué a tapizar los 5 m. de la pared. Como resultado, los invitados que iban a lavarse las manos tardaban una eternidad en salir, porque se ponían a leer como locos, je, je, je. El día en que su reinado terminó, unos niñitos, hijos de amigos, que solían llamarme por teléfono para venir a pasar el fin de semana en mi casa y aprovechaban para aprender a hacer la tortilla de patatas, volvieron a llamarme, pero esta vez ofreciéndome su ayuda para quitar todos los recortes de la pared.

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Claro que dije que sí. Pasamos la tarde de un sábado eliminando unos cuantos años de historia demente.

Mientras el chaval arrancaba los papelotes, su hermana, con un cuchillo, rascaba los restos de goma.

Y servidora, armada de estropajo, fregaba las baldosas hasta dejarlas super relucientes.

******** Fatiga desperdiciada. Pocos meses más tarde, el reyezuelo se las apañó para volver a ocupar el trono. Inmediatamente recibí la llamada de los chavales: “Mary, ¿vuelves a hacer la colección?” ¡Ni loca!

Me limité a no comprar los periódicos. Muchos de ellos de su propiedad

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19 - EL ARTE DE FREIR EL PESCADO

Su madre tenía como “proyecto” convertirla en una perfecta amita de casa, de esas descritas en los manuales del siglo pasado, probablemente salidas de la pluma de miembros de la Sección Femenina de la Falange (las seguidoras de Pilar Primo de Rivera y Saenz de Heredia, para entendernos).

******** Es una idea tonta la mía, pero me pregunto, ¿en qué impreso entraban las 34 letras (incluidos espacios) de ese enorme apellido, excluido el nombre, que afortunadamente, no tiene el consabido “María del”?

A lo mejor entonces no había que hacer papeleo para todo, pero todavía sigue habiendo apellidos kilométricos.

En mi caso, pese a mis apellidos pequeñitos, me ha tocado incluso recortar mi nombre, porque en Italia no entra todo en los ordenatas de las cosas oficiales.

Y luego tengo que aguantar el que me monten unos carajales pérfidos, porque el resultado de tanto recorte no coincide con la “definición” de mi NIF.

Como ya estoy acostumbrada a tanto lío, afronto las antedichas vicisitudes con enorme entereza, je, je, je.

******** Prosigo con mi historia “pescadófila”.

Cuando era pequerrecha, la subían a un taburete, delante de la cocina, aquellas de carbón llamadas “económicas”, la ponían frente a una sartén, en la hornilla de delante, y su mamá le daba instrucciones mientras la cocinera y la niñera asistían a la ”lección”. Dicha lección consistía en agarrar una faneca, rebozarla en harina, esperar a que el aceite estuviera caliente y luego depositarla cuidadosamente en la sartén, tratando de que no la salpicaran gotitas de aceite super caliente. La segunda parte de la lección requería más concentración. Según su mamá, había que esperar a que el ojo de la faneca pasara de transparente a blanca antes de darle la vuelta. La pequeñita, “embalada” en un mandil gigantesco, esperaba ansiosamente subida al taburete, con un tenedor en cada mano

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(igualito igualito a lo que hacen los banderilleros en la corrida, cuando se aprestan a afrontar la embestida del toro). Cuando la voz materna le indicaba que era el momento de darle la vuelta, colocaba un tenedor a cada lado de la faneca y, más muerta que viva, la volvía del otro lado, lo que causaba un aterrador chif-chuf-chaf con salpicaduras de aceite calentito calentito.

******** Tan esmerado aprendizaje dio como resultado el que, durante

toda su vida, se limitara a comer su adorado pescado frito en el restaurante.

******** Ahora va lo bueno. El día en que cumplió setenta y pico años, decidió que merecía la pena celebrar dicha fecha llevando a cabo algo absolutamente tontorrón, novedoso y digno de mención. Las revistas del corazón –o las chat de la tele- indican que, en tales casos, uno llama a un “sex-boy”, se compra una joya o un trapito firmado por alguien “in” o toma decisiones de tal tenor. Ella, en cambio, a las 10 de la mañana se fue a un supermercado cercano, donde siempre tienen pescado fresco, y se compró dos lubinas estilizadas, más una botella de su vino blanco preferido. Les cortó la cabeza, la cola y las aletas para hacer un caldito a utilizar luego haciendo arroz con mariscos.

Super contenta, metió diligentemente en la nevera dentro de un tarrito el “pescadoso” líquido a utilizar en el futuro. Hasta aquí todo normal. Llegó el momento de freír las dos baby lubinas. Aceite caliente, lubinitas rebozadas en harina primorosamente colocadas en la sartén… … suena el teléfono… … alguien la felicita por su cumpleaños… … un mínimo de conversación… Cuando vuelve a la cocina, se encuentra con una nube de humo bestial que sale por la ventana que podría suscitar la alarma de los vecinos (de estar en casa, claro). Le da la vuelta a los pescaditos, abre la ventana de par en par y se apresta a ver el resultado.

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Había puesto tal cantidad de harina al rebozarlas, que actuó como aislante y, si bien la piel parecía una escultura negra –asquerosa-, bastaba eliminarla para que cada bocado fuera una delicia.

O sea que, en contra de lo previsto, el resultado final era ¡perfecto y sabrosón! Tardó dos días en comerlas, porque es una inapetente crónica. Además, como ya no estaba acostumbrada a las espinas, tanto buscarlas y escupirlas le restó un 50% a su sabrosísimo y placentero gusto.

******** Pero hay quien no aprende nunca.

No hace mucho volvió el viernes al mercado a comprar pescado.

Hay un puesto donde están habituados a su compra. Generalmente apunta a langostinos, que prepara a la plancha, o bien a calamarcitos chiquitines que, fritos, son una exquisitez crujiente.

También suelen tentarla con pulpo. Y como cada vez la informan de los minutos de cocción

apropiados, puede prepararse una opípara “caldeirada”. ********

Era muuuuucho mejor la saboreada en la feria de los jueves, en La Herradura de Santiago.

Vamos, ni comparación. A veces cedía a la tentación de hacer novillos a la hora de

Derecho Internacional, para ir de ganchete con su compa Doris al tenderete de siempre… y ennoblecer la fuga académica deleitándose con la degustación de dicho animalito.

Recién sacado de los enormes contenedores/bidones donde se cocinaba, lo cortaban en rodajas encima de los platos de madera, lo regaban con un chorrito de aceite y lo rociaban con pimentón y sal gorda.

Entre una actividad y otra, la encargada de prestar tal servicio se secaba las manos frotándolas en el mandil.

(Estoy viendo esta escena mientras lo cuento. Para colmo, como es mediodía, se me llena la boca de agüita recordando el plato en vías de preparación.

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¡Y eso pese a que padezco de inapetencia crónica!). En tales ocasiones también tuvo la oportunidad de ver como

se cerraban los contratos de venta de vacas, terneras y otros animalejos:

-dos tipos, a veces un poquito encorvados, vestidos con -chaqueta oscura, -pantalones arrugados, -boinas caladas y con paraguas negros colgados por el mango al cuello de la

chaqueta… -se estrechan las manos. Todavía tiene ante sus ojos tales extremidades que parecen

hechas de pura encina desgastada. ¡¡Excelentísimo ejemplo del Derecho Foral de otrora, donde se aplicaba –creo recordar- el “derecho de

palmada”!! ********

Compró los langostinos, pero luego vio un salmón y no pudo resistir a la tentación de comprar un toro de considerables proporciones.

Su propósito era comerlo cocido y aliñado con un chorrito de aceite umbro muy denso, que le mandan siempre, en latas de 5 litros, amigos suyos que lo producen dedicándole sumo cuidado.

******** Cuando tiene períodos problemáticos y no consigue comer, lo único que puede meterse entre pecho y espalda son cachitos de pan fresco y crujientito, bien empapados en el aceite de marras. Pero dejó de considerarse rara cuando la semana pasada vinieron a pasar el fin de semana en su casa una sobrina y su compañero.

Cada mañana desayunaban papándose cada uno algo así como un metro de pan calentito debidamente rociado del divino aceite.

Y puede que también espolvoreado con azúcar, pero no podría jurarlo, porque en lugar de presenciar el ágape, aprovechaba la oportunidad para utilizar su turno en el cuarto de baño.

********

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Cuando se plantó el trozo de salmón en el plato y empezó a quitarle la piel cuidadosamente, cayó en la cuenta de que estaba cocido sólo en apariencia. O sea, que estaba más bien crudejo. Lo metió de nuevo en el agua, todavía caliente, y le propinó otro hervor, llena de santa esperanza. La pobre optimista, cuando quiso quitarlo del agua con la espumadera, se encontró con una especie de árbol de espinas, mientras el rosado cuerpecito del salmón se desmigajaba en el agua de cocción. Como resultado, en vez del plato previsto le tocó darse por satisfecha con una sopa de pescado rosada, a la cual había añadido restitos de patata cocida y almejas encebolladas. Que conste que era super sabrosona.

Se la papó bien contenta, pero sintiendo un persistente silbido en las orejas que le recordaba que era una fracasada total.

Porque la purita verdad es que, por mucho que condimentara las ollitas con abundante buena voluntad, inevitablemente no daba pié con bola cuando se trataba de cocinar un plato tradicional, por mucho que se esforzara.

******** Me apuesto el dedo meñique del pié derecho a que vuelve

a comer pescado SÓLO en el restaurante. ********

Claro que todavía no le había tocado el lance de conocer directamente a un señorito atún en carne y hueso…

… quiero decir en piel y espinas… Su larguísima vida estuvo acompañada a nivel gastronómico de latitas que encerraban este pescadito bien conservado, con o sin aceite, con o sin tomate añadido. Muchas, muchísimas, y de todos los tamaños. Un viernes cualquiera, en el mercado, en su puesto preferido de productos piscícolas, le llamó la atención un pescado relucientísimo, que parecía artificial, hecho de lata, caramba, con una nariz en forma de aguja y un adorno cerca de la cola tipo bolitas. La verdad es que, cuando lo colocó en el fregadero, le dio un poco de dentera, porque le recordaba un juguete.

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Lo peor fue que, al cortarlo en rodajas, se encontró con que la “carne” era de un color rojo muuuy oscuro. Tremendo. El cocinarlo no mejoró la apariencia.

Perdió su asqueroso color inicial, pero las rodajas presentaban un tono grisáceo que daba mucha grima. No pudo meterle el diente.

******** Y, en lo tocante a dicha especie, volvió a dedicar su

atención a las tradicionales latitas.

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20 - REMINISCENCIAS PÁNFILAS: CHURROS Y PATATAS FRITAS

De pequeña solía esperar con ansia las fiestas patronales, las de la Peregrina, el segundo domingo de agosto.

La razón de mi gran entusiasmo era la llegada de las casetas donde se freían churros y patatas fritas en unos cubos aterradores de aceite (posiblemente viejo reviejo) que desprendían nubes de humo infernales.

En mis recuerdos de entonces, los churros eran unos palitos que un experto cortaba a toda velocidad a unos 12 cm. a medida que la masita ondulada iba saliendo del aparatito, para terminar cayendo en el enorme calderón de aceite hirviendo.

Cuando muuuuchos años más tarde me fui a vivir a Madrid, descubrí que en todos los barrios había tienditas llamadas “Fábrica de churros y patatas fritas”.

Claro que metí las narices en ellas de inmediato. Pero aquí los churros tenían forma de lazo, igualito igualito al

distintivo de la Asociación de la Lucha contra el Cáncer. Y con gran sorpresa, aunque por razones de vivienda me

tocara cambiar de barrio cada año, los domingos por la mañana, en cualquier esquina te topabas con un tenderete donde vendían los lacitos churreros.

Decías cuántos querías, los enhebraban en un junco, que cerraban primorosamente con un nudo, y te ibas para casa llevándote el “collar” colgado de un dedo.

Eso sí, había que prestar suma atención a no acercarlo a la chaqueta, gabardina, abrigo o lo que fuera, para no dejar la prenda pringada de aceite y azúcar.

Reconozco que mi pasión por tal producto sobrevivió a tantos años de ausencia.

******** Por lo que leí en los periódicos en su día, al presentarse el

horrible problema del aceite de colza, en una semana mis amadas tienditas, tanto que lo usaran como si no, tuvieron que cerrar las puertas, aquejadas de pura quiebra feroz.

********

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Cada vez que vuelvo a Madrid, paso el día deambulando de una cafetería a otra, tomando churritos calientes con cafecito caliente –por la mañana- y el resto del día con una copita de vino blanco.

Confieso que algunos días no comí nada más, pero disfruté como una demente.

Suelo empezar siempre por mi bar preferido, “Rubí”, situado en la Glorieta de Cuatro Caminos –que todavía existe y que incluso contó con la presencia de mi padre como parroquiano durante su período de estudiante mientras se especializaba-, donde el camarero de mis recuerdos solía soltar un enérgico alarido ”MARCHANDO UNA DE CHURROS”.

Y servidora esperaba relajada la delicia que le iba a llegar, calentita y crujiente.

Después de muuuuuchos-años-y-pico todavía resuena en mis oídos esta mágica frase.

Y me cabrea un montón el no saber cuándo podré tener la oportunidad de saborear de nuevo esa maravilla.

******** Mientras escribo, aparte de que se me llena la boca de juguito,

me doy cuenta de que estoy dando hipotéticos mordiscos a los crujientes churritos de mis recuerdos.

¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! *******

Al llegar a Italia en el lejano 1975, una amiga vino a verme y me trajo como regalo un aparatito para hacer los churritos en cuestión.

Después de pruebas y pruebas, y pese a que soy de las que difícilmente se rinden, volví a meter el aparatejo en su caja y lo guardé no sé dónde.

Pero los experimentos me costaron muuucho aceite para freír (de la harina y demás no hablo, dado que su precio es bajo)

******** Reconozco que las patatas fritas con forma de simil-hostias

nunca me despertaron mucha emoción, A mí suelen gustarme las gorditas, un poco rectangulares,

normalmente caseras, o que ahora se encuentran en las llamadas “gastronomías”.

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Te las dan en un cucurucho o en un contenedor de esos plasticosos o metalizados, y te preguntan si quieres ponerle encima mayonesa o vinagre, al estilo americano.

El otro día se ve que tenía un momento tonto porque, en recuerdo de mis recuerdos, me entró un ansia kilométrica por saborear nuevamente las “chip” retorcidas y crujientes.

Así que me puse a recorrer tiendas, supermercados y etcéte-ras, buscando bolsitas de distintas marcas.

Acabé comprándome 12 paquetes. No porque tuviera un ataque comilón. Es que pensé que resultaba cómodo tener algo así en casa,

para acompañar aperitivos repentinos, Luego me dediqué a escribir el nombre de cada producto en

mi cuaderno (uno de esos con rayitas, y espiral en la que se mete el lápiz rematado con una gomita en el trasero) así como el lugar de procedencia de dicho paquete.

Resultado: ningún producto era italiano. Y ni siquiera europeo. La mayoría venía de China, seguida de Corea, Tailandia,

Taiwan y Filipinas. Las fabricadas en este último lugar ni las toqué, porque tienen

la manía de poner azúcar a todo. No estoy bromeando. Enfrente de mi casa hay un supermercado especializado en

productos de todo el mundo frescos, congelados o en conserva. Como soy una fisgona compulsiva, no puedo evitar meter en

la cesta de la compra cosas que desconozco, con la santa intención de probarlas y satisfacer mi curiosidad congénita.

Por desgracia, como resultado, no sé cuántas cosas procedentes de Filipinas tiré a la basura.

Sobre todo latas de conserva: sardinas con tomate, atún, verduras…

Todo extrañamente azucarado. Últimamente incluso importan litros de salsa de tomate

envasados en cartón donde consta en letras gigantescas “CON AZÚCAR”.

¡¡¡Vivir para ver, como quien dice… … pero no para comer, claro…!!!

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Por extraño que parezca, nunca se me ocurrió prestar ni la más mínima atención a las cortezas.

Pero siempre hay un momento para todo, claro. Esta semana, a los paquetes de patatas fritas se han unido

otros de cortezas, siempre fabricados en extraños lugares. Todos reposan tranquilos en un cajón, esperando el momento

apropiado para su degustación. Repito eso de “vivir para ver… etcétera, etcétera, etcétera…

********

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21 - EL CHU-CU-CHU DEL TREN

Reconozco que siento una pasión –diría demencial- por el ferrocarril. Será porque mi primer aire de libertad-libertad-libertad lo res-piré en un vagón de tercera clase cuando, terminado Preu exitosamente, decidí que no me matriculaba en la Universidad si antes no conseguía el diploma de profesora de francés en la Escuela de Idiomas de Madrid. Total que –hace mil años- a principios de octubre, y cargada con agua y bocadillos de tortilla de patatas (¡qué tiempos aquellos, llevo siglos recurriendo sólo a las manzanas verdes!) me subí a aquel tren primitivo, que hacía chuf-chuf-chuf soltando penachos de humo negro-negrísimo que entraba a chorros por las ventanillas desvencijadas. Como resultado, ese “aire de libertad” tenía un desenlace oscurito en el pañuelo, que entonces era de pura batista bordada con mi nombre, dado que todavía no se había producido el super-maravilloso nacimiento de mis amados Kleenex.

(¡Qué Dios bendiga a su inventor!). Y cuando era el momento de frenar, el maderoso tren soltaba un cricricracrrrrrrrrrrr que daba dentera. Lo más estupendófilo de todo era que solía coincidir con otros conocidos de mi pueblo.

Reconozco que me quedé un poquito sorprendida cuando, a algunas chicas, se les desprendía la lagrimita por eso de abandonar el hogar.

A mí, en cambio, se me escapaban tales rayos de alegría de los ojos que amenazaban con “combustionar” mis gafas. Creo recordar que en algún momento incluso me fui al baño a soltar un ”uauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu” tarzanesco y liberatorio fuera de la ventana.

Disimulando como es debido, por supuesto, para no resultar discordante.

******** Pasa el tiempo… Empiezo la carrera de Derecho y, al terminar el tercer curso me voy a Paris, para trabajar unos meses como “au pair”.

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De nuevo me paso días en el tren, atravesando el país hasta Madrid, para luego proseguir hasta París. No hay nada digno de nota (o no lo recuerdo).

Y lo mismo se diga de la vuelta. Cero absoluto en mi memoria.

******** En el verano del cuarto curso decido irme a Darmstadt, cerca de Frankfurt, en Alemania, para pasar el verano trabajando como obrera en la Merck. ´

Quería aprovechar el hecho de que en Alemania los estudiantes suelen trabajar durante las vacaciones,

Y el Estado no sólo les reconoce el derecho a hacerlo sino que también lo fomenta… y al final les devuelve incluso todos los dineritos retenidos en concepto de impuestos. Lo sé de buena tinta, dado que tuve la suerte suertísima de ser protagonista de ello.

******** Tengo que hacer una premisa. Menda llevaba cierto tiempo asistiendo a las clases de alemán

que daba el Lector de dicho idioma. Un tipo chulísimo llamado Walter, que pasaba la mitad de su vida en el café Avenida.

Creo recordar que vestía siempre un traje negro –o muuuuy oscuro- y lucía una cabellera de un rubio extraño que sacudía armoniosamente.

A mí me caía muy bien, porque rompía la monotonía con su actitud, cuya traducción al lenguaje normal era: “no me importáis un bledo”.

Era también periodista, y tenía un cargo como corresponsal de un periódico alemán.

Nunca supe qué carajo hacía en Santiago, pero en aquel entonces servidora no era la curiosona desmadrada en que me he ido convirtiendo con el transcurso del tiempo.

Eso sí, puedo asegurar que era negado para eso de la enseñanza de su idioma.

Conservo un diploma elegantísimo de aquella experiencia, cuyo valor equivale a menos cero.

Este prologuito para explicar por qué quise pasar un verano en el país de las salchichas/würstel/etc.

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Probablemente quería constatar si se me había quedado algún conocimiento almacenado en alguna parte del cerebrito.

******** En este caso el viaje resulta más complicaducho.

Tengo que ir a Barcelona y coger allíun autobús que me llevará a destino. De este desplazamiento se encargará la empresa Europabus, dedicada al traslado de emigrantes.

Descubro que el personal se compone de dos chóferes que se alternan, más una intérprete alemana vestida de azafata.

¡Una chulada! El viaje me lo organiza el SEU (Sindicato Español Universitario), que supongo ya ni existe. De mi pueblo hasta Barcelona me toca coger el llamado “Shangai expres”, que atraviesa toda la península a paso de tortuga con artritis. Me marcho el 29 de junio, fiesta de S. Pedro y S. Pablo. Como sé que me esperan 24 horas de tren, más las otras debidas a los tradicionales retrasos, estoy bien equipada.

Dada la duración del viaje, nada de bocadillos o de cosas que puedan requerir visitas al “WC” tercermundista.

Mejor llenar la alforja de manzanitas verdes, agüita y, sobre todo, pastillas de menta sin azúcar (a lo mejor eran las Valda que acarreo siempre en mi bolso desde hace muuuuuuuuchos años).

También me llevo una horrenda mantita de cuadros rojos-amarillos-negros con la cual me arropo (y me tapo las piernas, claro, porque en aquel entonces las hembritas no usaban pantalones).

En cuanto me subo al tren me tiendo encima de los “maderosos” asientos de la tercera clase, con la maleta en la rejilla y mi bolso como almohada… y así aguanto hasta el final.

De vez en cuando se abre la puerta del compartimento. A veces es el revisor, que me vigila como un halcón (¡qué Dios bendiga a todos ellos!).

En la mayoría de los casos es gente que se traslada de un pueblo a otro.

Lo que sí recuerdo es que, al llegar a Medina del Campo (que debía ser una encrucijada del caray) reina un silencio paradisíaco, porque el tren está inmóvil.

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Claro que de vez en cuando se oye un tejemaneje bestial, debido a los vagones trasladados de la Ceca a la Meca (esto me lo comentaba el revisor del momento).

Pese al estado medio-catatónico en que suelo encontrarme debido a la calura (la meseta castellana era un horno y el trencito no tenía aire acondicionado… y casi ni siquiera aire, claro, sobre todo en la tercera clase), no por ello soy también sorda rematada.

Así que me entretengo estupendamente oyendo los comentarios de los pasajeros que suben y bajan a cada una de las infinitas paradas del trencito.

******** Amablemente, ninguno se sentó encima de mi figura yacente

recubierta con la manta cuadriculada. Creo que lo único visible era mi cola de caballo que medio me

tapaba las gafas. Me servía de cortina, y así podía echar una ojeada de vez en cuando a lo que me rodeaba.

Cuando alguien sugería que a lo mejor estaba en coma o cadavercita (todavía no habían aparecido las drogas, sea que no podía tratarse de un caso de drogota en crisis), me limitaba a moverme un poquito.

Incluso creo recordar que en algún caso me incorporé y saludé con la manita a los otros ocupantes del departamento, con aire de completa tonta de remate, antes de volver a mi sano letargo.

******** Pese al tradicional retraso, llego a Barcelona a una hora que

me permite subirme al Europabus. Como siempre, me llevo manzanas verdes como alimentación

para los dos próximos días. Mi frugalidad contrasta con las bolsazas llenas de víveres de

mis compañeros de viaje. En el primer momento me sorprende ver que la azafata coloca

a lo largo del pasillo cubos de plástico. No tardo en caer en la cuenta del por qué de tal medida. En cuanto el autobús se pone en marcha, los viajeros

empiezan a comer sin prisas pero sin pausas. A los cubos van a parar los papeles que envuelven los

bocadillos, o las mondas de fruta, o las cáscaras de huevo cocido, o… lo que sea.

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Al entrar en Francia, de vez en cuando se hacen paradas en algo que no he visto antes: gasolineras con cafetería, mini-market y zona de aseos.

El primer problema es que, para entrar en el WC hay me meter una moneda en la ranura de una cajita que acciona el pestillo.

En el banco nunca dan monedas, sólo billetes. Así que voy a la cafetería a buscar cambio, previa compra de un paquete de cualquier chuminada.

Menos mal que convenzo a mis compañeras de viaje para que sostengan la puerta al salir, de modo que otra pueda entrar antes de que se bloquee la dichosa puerta.

¡Soy una estratega de verdad! Esa noche se hace etapa en Montélimar, en un hotel al lado

de la habitual gasolinera, donde hombres y mujeres duermen separados en habitaciones con 8 camas.

Al día siguiente vuelvo a asistir a la apertura de todo tipo de latas de conserva, porque comen sin parar.

A un cierto momento, veo que se me acerca un señor que tiene en una mano una lata de melocotones, y en la otra enarbola una faca impresionante.

Sonriendo amablemente mete dicha faca en la lata y pincha decidido un melocotón, que me alarga… y que no me atrevo a rechazar, claro, dado el modo en que se me ofrece.

******** Transcurrido mi período laboral como obrera –muy bien

pagada, en mi opinión- el viaje de regreso se repite, con la novedad estupenda de que mi compañera de autobús es una pintora de Barcelona, que me invita a pasar unos días en casa de sus padres.

Se convierten en mi familia catalana. Cuando al siguiente año vuelvo a Alemania, esta vez a Berlin,

hago una parada en su casa, tanto a la ida como a la vuelta. ********

Mi viaje a Berlín implica pasar una noche en Frankfurt, meta final del desplazamiento de mis compañeros de autobús.

Me depositan no-sé-dónde, en un hotel no-sé-dónde. Me suben a no sé qué piso y me dejan en una acogedora

habitación que tiene tres camas apetecibles, una preciosa cómoda antigua y un montón de plantas.

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Llevo varios días viajando. No sé dónde estoy. Mi alemán es miserable, o sea que no me atrevo a salir de la

habitación, e ignoro si alguien más dormirá en las otras camas. Además… Ayyyyyyyyyyyyyyyy… Nadie me ha dicho dónde hay un baño… No tengo necesidades importantes, con mi sistema de

dedicarme al semi-ayuno durante los desplazamientos. Pero no se puede evitar eso tan vulgar de hacer pis. Abro la puerta de la habitación, pero nada indica donde hay un

WC disponible. Como no soy una que se amilana, tomo una decisión drástica.

Miro los grandes tiestos con plantas y elijo una que tiene hojas suaves. Las otras muestran unas ramas cuajadas de espinas que dan muuuucho miedo.

O sea que participo en su riego como puedo. ********

Es una de las pocas ocasiones en que envidio al género masculino. Mejor dicho, solamente lo envidio en ocasiones similares.

Todavía recuerdo con horror mi experiencia durante mi primera estancia en Madrid, allá en el remoto 1960.

La residencia de monjas donde me alojaba estaba situada en un chalet al lado de la Ciudad Universitaria de entonces. Casi todos los otros chalets estaban dedicados a la misma actividad.

Por eso, en el tiempo libre, los habitantes de las residencias solíamos ir a los tenderetes de Reina Victoria o paseábamos por la Ciudad Universitaria.

En aquella época acababan de hacer la repoblación forestal, lo que quiere decir que el panorama infinito de arena amarillenta estaba salpicado –eso sí, a distancia medida con metro- de plantitas con una altura de 50 cm. que luego se convirtieron el árboles frondosos.

¡Carajo! Pero cuando yo necesitaba cierto cobijo durante mis paseos,

las plantitas enanas no me lo podían brindar. Los mozos soltaban una frase misteriosa “voy a llamar por

teléfono”, desaparecían y al poco rato reaparecían tan contentos.

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Claro que como yo siempre doy la nota –quedando fatal- comenté en cierto momento con los demás del grupo:”¡pero si no hay ninguna cabina de teléfono….!”

En medio del embarazo general, otra chica se llevó un dedo a los labios, indicándome que me callara, y con el dedo gordo me hizo señas para que fuera a hablar con ella.

Y me aclaró el misterio, por supuesto. ********

A Berlín llegué en autobús. El viaje fue muy raro. En medio de aquel desierto que representaba la zona rusa, de

vez en cuando aparecía una patrulla que paraba el autobús, nos bajaba a todos los pasajeros, analizaban nuestros documentos, revisaban el departamento de equipajes y luego pasaban por debajo del autobús unos espejotes pegados a un bastón, para controlar que no hubiera ningún cristiano agazapado allí debajo.

Para el regreso y los otros viajes que hice me limité a usar el tren.

Pero no recuerdo nada especial. El constante control de los documentos no era distinto del que

solía tener que aguantar en mi país. Me tocó pasar seis añitos yendo y viniendo de mi pueblo a

Madrid, siempre controlada por los grises que pedían documentos y permiso de viaje firmado por mi padre.

******** Señoras y caballeros, ¡¡hay que joderse!! ¡¡Trabajaba como abogado en Madrid, y mi padre cada trimestre, al terminar las vacaciones, tenía que ir a la Policía a firmar el papelito autorizándome a viajar, porque no tenía 25 años!! Ha pasado medio siglo, y este recuerdo es de los poquísimos que, impepinablemente, me obliga a tomar una pildorita anti-vómito.

******** Los desplazamientos trimestrales de ida y vuelta a Madrid tenían su coña.

Mis compañeros del compartimento de tercera clase en el tren de la noche ni nos veíamos ni nos hablábamos normalmente. Sólo nos llamábamos por teléfono antes de las vacaciones de Navidad,

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Semana Santa y verano, para ponernos de acuerdo y así viajar juntos. Claro que luego, ya en el tren, empezaban a aparecer otros conocidos que se apuntaban a lo que fuera.

A veces en los asientos de madera estábamos de cháchara doce elementos, apretados como sardinas, porque todavía no se había puesto de moda ser un palillo.

******** No guardo ningún recuerdo especial de mis super numerosos viajes en tren recorriendo España, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Suiza e Italia. Siempre podía/puede haber retrasos. Siempre podía/puede averiarse la locomotora. Siempre podía/puede pasar cualquier cosa… y soy testigo de ello. Por eso, vaya adonde vaya, SIEMPRE sigo viajando llevando en el bolso una manzana verde y mis super amadas pastillas Valda.

******** Hace muuuucho tiempo, y durante algunos años, solía pasar el Fin de Año en París, que resultaba de lo más alegrote, con los Campos Eliseos rebosantes de gente animadísima.

Sin contar los argelinos que aprovechaban la coyuntura para besuquear a todas las hembritas que se les ponían a tiro. Esa costumbre de cuatro ósculos facilitaba todo… y era una pesadilla… En una ocasión, dando vueltas por el barrio de Saint Michel, topé con una tiendita que tenía unas cosas muy monas.

Mientras curioseaba todo, caí en la cuenta de que la propietaria no me quitaba el ojo de encima. Hasta que no aguantó más y me preguntó donde había comprado lo que llevaba puesto. A mi respuesta de que eran cosas hechas a mano por mí, se puso a toquetearme todo sin el menor reparo. El jersey le gustaba, pero ella no vendía prendas de punto.

Lo que le chiflaba era mi falda. Le tuve que explicar el procedimiento de confección. Dos rectángulos de tela cosidos a punto de cruz en los lados. En la parte de arriba, pliegues retenidos por un borde bordado con diversas rayas de cadeneta en diversos colores. Entre una raya y otra queda espacio para meter un cortón rematado con bolitas de

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cristal de colores. Tirando del cordón se ajusta la falta a la dimensión de la cintura de la portadora. Pero lo más demencial es que dicha falda mostraba una lluvia de hojas (hechas con diversos materiales de muestrarios) rematadas con festón de colores y adornadas con alguna perlita que otra. Contado así suena delirante, pero la sacrosanta verdad es que el “producto” resultaba sorprendente. Resultado: me gano una cliente. A partir de ese momento, a mis otras actividades se suma la de costurera. Lo tengo fácil. Para hacer las faldas, compro retales en un sitio que conozco (y que todavía sigo utilizando). Así son todas distintas. Para los adornos, tengo cajas con viejos muestrarios de tejidos de decoración que me traje de Londres. Cuando termino un montón de estas creaciones singulares, llamo por teléfono a la tiendita, le digo cuantas llevo y anuncio mi llegada para el sábado a primera hora de la tarde. El viernes por la noche me instalo en una litera. El sábado a las 7.30 de la mañana llego a París, justo a tiempo para ponerme morada de croissants en la cafetería de la estación de Lyon. Luego empiezo a andar, atravesando París, con mi bolsona en la espalda. A las 2 de la tarde llego a r. Racine 2, cuando abre la tienda. Entrego todo, me meto el montón de francos en el bolsillo que me he cosido en la parte interior de la camisa, y que aseguro con un imperdible descomunal… y regreso a la estación haciendo un recorrido distinto del de la ida. A las 22.30 me vuelvo a subir a una litera y al alba del domingo estoy de nuevo en Milán.

******** (Lamento no recordar cuantas veces hice esto. Es que, como todavía no había PC, y en Navidad me dedicaba a tirar a la basura la agenda del año terminado… me tengo que apañar con el recuerdo visual de lo vivido).

******** Siguiendo en tema de moda, en el centro de Milán había visto una tienda que vendía unas lanas de película. Así que me armé de valor y llamé por teléfono presentándome como diseñadora…

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Y allí me fui con mi maleta llena de cositas. Fue verlas y comprarlas… Y encargarme más… De ahí el paso siguiente fue oír las llamadas telefónicas de los

fabricantes de hilados que me pedían que hiciera prendas para presentar sus últimos productos en las ferias del sector.

Y aquí entran en juego los trenes, de nuevo. Solía coger el de las 7 de la mañana para ir a Florencia o a

Módena. Pasaba el tiempo calcetando, claro, tanto a la ida como a la vuelta.

Al llegar a destino, el fabricante de turno primero me ofrecía una comilona magnífica (el tren, con retraso o en punto, solía llegar a la hora apropiada para sentarse a la mesa). Luego íbamos a la fábrica para ver mis productos o los suyos, y al final me depositaba en el tren de vuelta.

Pasé unos cuantos años afrontando este ir-y-venir acunada con el chu-cu-chu del tren.

******** Un día, hace muuuuuchos años, “aterrizo” (literalmente) en

Perú. Mi intención es ver si me conviene aceptar una extraña oferta de trabajo que estriba en mis reconocidas dotes de diseñadora de prendas de punto. Antes de entrevistarme con las personas que me quieren contratar (y porque ya tuve el escarmiento de dejar Londres ingenuamente para ir a trabajar con el cacique de mi pueblo, antes de verme obligada a escaparme a Italia), considero oportuno recorrer el país de arriba abajo, para afrontar a los “ofertantes” de dicho trabajo con conocimiento de causa. Algunos trayectos los hago en autobús.

Tengo la suerte de que ninguno se rompa, si bien vamos encontrando una serie de autobuses escacharrados.

Al borde de la carretera, acurrucadas en la tierra, hay una tropa de “cholitas” que visten estupendas faldonas bordadas y abullonadas, con la cabeza rematada con estupendos sombreros hongo que dejan ver las estupendas trenzotas que les adornan la espalda.

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Pero al llegar a Puno constato que el tren es el único medio para ir a Cuzco. Cuando voy a la estación, y a lo mejor porque es un fin de semana, la cola da miedo.

Por primera –y última- vez en mi vida, recurro al soborno. Esto se traduce en que me acerco al segundo de la fila, le doy

unos pesos y le pido que me compre los billetes del tren (no viajo sola).

Funciona de maravilla este sistema… que jamás volví a utilizar, claro, pero que me salvó de una situación complicada.

Lo primero que noto al subir al tren es que la puerta del WC está abierta, y que se ve muy bien que está atiborrado de paquetes, lo que significa que no se puede usar para las finalidades previstas.

Lo segundo, aparte de los asientos de madera, es que las ventanillas no se pueden abrir.

Los estrechos bancos prevén que se sienten tres personas en cada lado. Constato que debajo de ellos se amontonan rechonchas bolsas de plástico.

Lo mismo se diga del estante previsto para poner el equipaje. Cualquier otro rincón teóricamente libre está ocupado con los

bártulos de los numerosos turistas y –cosa sorprendente- ¡colchones enrollados y atados con cordeles!

Enfrente de mí está sentada una cholita que lleva en la espalda su bebé dentro de un atado.

En el pasillo, apretujados y de pié, se amontona un número increíble de personas, hombres, mujeres y niños, sin contar los nenitos atados en la espalda de la madre.

Y ahora viene lo ¿bueno? de la situación. Cada vez que hay una parada del tren, la “columna” cambia,

con gente que sube y baja, sin que por eso dicha columna pierda su espesor.

Pero eso no es todo. En la segunda o tercera parada, que debe coincidir con el

mediodía, noto algo raro. Por encima de las cabezas de la “columna” avanza una

enorme bandeja redonda. Me quedo aparvada mirando. De repente la “columna” se empieza a separar un poquito.

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Hay algo peloso que se abre paso entre dos de las estatuas que componen la “columna”.

No me pierdo ni ripio. Un instante después caigo en la cuenta de que la cosa pelosa

es la cabellera de una cholita que con dificultad se abre paso entre la muralla compacta.

Colea espasmódicamente y al final sale toda, incluida una enorme pollera, o sea una falda enorme… y alguien le pasa la bandeja redonda rebosante de cosas fritas que recuerdan las empanadilla.

Bien. Reconozco que cuando asistí a este espectáculo, lo primero

que pensé es que asistir a un parto debía ser algo parecido. Pero como no soy comadrona…. me quedo con la duda.

******** Esto no es nada, comparado con lo que me espera. La cholita sentada frente a mí, compra algo marrón, estrecho y

largo, que a lo mejor es carne seca. Lo mordisquea (ignoro si lo traga) y, de repente, pone el brazo en la espalda y saca del atado un beibito diminuto en cueros vivos, cuya cabeza apoya amorosamente en su hombro.

Trato de no clavar la mirada, pero es difícil no hacerlo. A continuación la mamita le mete en la boca aquella cosa

mordisqueada… Yo ni tengo ánimos para sentir nauseas, pero mientras mis

gafas siguen pegadas a la escena, veo que del culito desnudo del baby empieza a fluir una cosa marrón medio líquida-medio sólida, que inunda primero las manos de su mami y luego su falda… amenazando también a servidora que está enfrente.

Corro un tupido velo sobre el resto… ********

Empieza a caer la noche. Estamos casi a 5000 m. de altura, yendo de una montaña a

otra mediante unos puentecitos que parecen de pura lata y que atraviesan unos barrancos aterradores (para no verlos, he optado por sentarme en el lado del pasillo, no en el de la ventana). Con la noche llega el frío.

Pero frío de verdad.

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Sólo tengo cosas de verano, que me pongo una encima de otra. Y a esto añado cachitos de tapices incas que fui comprando mientras deambulaba por el país.

Pero hete aquí que, de repente, una indianita agarra un colchón, lo planta en el pasillo, se tumba en él y se queda roque.

Al cabo de dos minutos, me incrusto a su lado. Está muy calentita y creo que me quedo dormida, aunque me siento muy entorpecida.

En cuanto se hizo de día, al sacar espejito y peine para arreglarme las guedejas, constaté con cierto estupor que tenía los labios azules.

******** No puedo evitar notar que los extranjeros –jovenzuelos de

ambos sexos en su mayoría- fuman como chimeneas… en un tren maderoso con las ventanillas clavadas.

Las cholitas miran todo esto con los ojazos abiertos de par en par y repitiendo como en una salmodia vetusta:

“Ayyyyyyyy mamita, que no fumen, que no fumen, que no fumen”.

Me sorprende un poco el que sean tan contrarias a la fumata, cuando es archisabido que en el país le dan todos a la coca como descosidos.

******** Esto lo aprendí leyendo los libros de Ciro Alegría que me

compré en cuanto llegué a Lima. Sólo dándole a la “yerbita” se soporta el hambre y el frío del

altiplano o de la montañota inhóspita, donde para decir “hola” a un vecino toca andar dos días.

Mi fuente es meramente literaria, claro, pero después de hacer un viaje demencial para ir a Chavin de Huantar y ver la Estela Raimondi, pasando incluso por un enorme lago alpino helado, TIENEN TODA MI COMPRENSIÓN.

De quedarme más tiempo allí, no me cabe la menor duda de que incluso yo aprendería a fumar y me dedicaría a la coca doméstica.

******** Volviendo a las lamentaciones de las cholitas, en cuanto

apareció el sol y me levanté del colchón compartido, empecé a charlar con las que estaban al lado.

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Como teóricamente hablábamos la misma lengua no fue difícil entablar una mini conversación.

Pero al enésimo lamento de “ayyyy, que no fumen” no pude evitar preguntarles por qué lo repetían todo el tiempo.

¡Ojalá no lo hubiera hecho! Al parecer todas las indígenas del tren se dedicaban al

contrabando de alcohol desde Bolivia. Bajaban la montaña hasta llegar al lago Titicaca, luego se subían al tren, cargadas CON BOLSAS DE PLÁSTICO LLENAS DE ALCOHOL, que ponían en todos los huecos existentes….

… Y TEMBLABAN COMO HOJAS MOVIDAS POR EL VIENTO CUANDO VEÍAN QUE SE TIRABAN LAS COLILLAS AL SUELO, AL LADITO DE LAS BOLSAS REPLETAS DE MATERIAL SUPER INFLAMABLE….

Reconozco que los últimos 100/200 km. se me hicieron eternos, viendo precipicios a la derecha y a la izquierda y pensando en el baño sin agua y en las ventanas claveteadas.

Al llegar a Cuzco, tuve que ponerme a respirar profundamente una y otra vez para no caer en la tentación de dar besazos al suelo, por mugriento que estuviera.

Fue mi último viaje en tren por Perú. Recurrí al avión para regresar a Lima.

Y NI LOCA ACEPTÉ ELTRABAJO OFRECIDO ********

No es que viajar en tren por India sea más chulo. Eso sí, la organización ferroviaria es de otro nivel, dado que el

proyecto es inglés, claro. Quiero decir que no hay ningún zafarrancho en los vagones.

******** Es una pena que entonces todavía no hubiera leído el libro de

Anita Nair, “Ladies coupé”, que hablaba de los vagones destinados a mujeres.

Me habría chiflado pasar algún tiempo en uno de esos espacios, charlando con esas divinas señoras envueltas en magníficos saris multicolores, perfectamente combinados con mini corpiños.

******** Volviendo a lo de los viajes en tren, reconozco que todo

estaba muy organizado y ordenado.

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Durante un cierto trayecto, en el compartimento nos acompañan dos tipos vestidos de blanco, un poco peladitos y con esas perillas que recuerdan las de los retratos de El Insigne Greco.

Luego resulta que son padre e hijo. Y que este último es misionero.

UAUUUUUUUUUUUU Son expertos en estos desplazamientos, o sea que saben que

cuando uno se sube al tren, le comunica al encargado/servidor del vagón lo que quiere comer.

Y en una estación determinada les espera el menú elegido, calentito y sabrosón.

¡Vivir para comer! como quien dice. Muy apropiado, en vez de: ¡¡Comer para vivir!! ¡¡¡O viajar para comer!!! ¡¡¡¡O comer para viajar!!!! Mejor paro, porque me estoy poniendo borde, y tampoco

tengo ningún motivo para hacerlo. Quién sabe si los recuerdos son realmente “too much for my

body”, como diría hermanuchi número seis. ********

Después de tantos años sigo en Italia y sigo utilizando el tren para mis desplazamientos, que ahora son más limitados.

Se da el caso que, desde hace cuatro años, suelo pasar el período veraniego en un hotelito en Liguria.

Pero durante veintitantos años pasé allí numerosos períodos, tanto meros findes como Semana Santa (de esto hablaré ampliamente más adelante).

Esto supone un viaje en tren que dura dos horas y media, y que es fuente de regocijo para servidora.

Después de tanto tiempo haciendo este recorrido, reconozco que el trayecto me aburre, pero me las arreglo aplicando mis estrategias y haciendo mis tonterías.

Por “tonterías” quiero decir que, si al principio calcetaba, ahora me limito a bordar centímetros de mis cuadros, sin perderme ni ripio de lo que pasa a mi alrededor.

Generalmente aprovecho para hacer la parte aburrida de tales cuadros, tipo metros de rayas grises, o negras, o blancas, labor que nunca afrontaría en situación normal.

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Pero cuando el trabajo está terminado, nadie diría que el inicio supone un tal tostón.

En dos ocasiones me tocó el mismo revisor. La primera vez me comentó: “Señora, que cosa aburrida hace

usted”. La segunda vez reconoció de inmediato el segundo

“aburrimiento”, pero yo llevaba en el bolso una foto del primero. Al verla, movió la cabeza en plan aprobador diciendo:

“¡Caramba!, ¡quién lo hubiera dicho!”. ********

Claro que también mola el detalle del taquillero de Sestri Levante, que harto de verme cada 8/10 días haciendo la cola me dice: “Oiga señora, ¿por qué no se hace la tarjeta “senior? Compra el billete en internet con un descuento del 50%. Y si lo reserva con antelación, el descuento puede ser incluso mayor”.

Y me da un papel donde ha apuntado todo, incluidos los días en los cuales el descuento es más beneficioso (y que todavía conservo al lado de dicha tarjeta “senior”)

¡Lo que son las cosas! Al año siguiente, no sé por qué motivo, vuelvo a la taquilla y me encuentro al mismo señor.

Yo me quedo pasmada porque me reconoce, pero lo mismo le pasa a él cuando le enseño el cachito de papel que me dio el año anterior.

******** Últimamente pasan unas cosas que dejarían boquiabierto

incluso a uno con la mandíbula fracturada: - los WC están cerrados con llave, y el revisor no se ve por

ninguna parte; - es julio, la calefacción está encendida, las ventanas no se

pueden abrir, y el revisor brilla por su ausencia; - en una ocasión en que voy al WC, el tren hace una curva

y, mientras trato de lavarme las manos, el espejo de repente se despega de la pared y casi me rompe la cara… casi me rompe las gafas… y otros “casi”.

Estoy hablando de trenes de esos super cotizados. El precio de mi billete para desplazarme 200 km. aprox. equivale al que solía pagar para ir a Madrid en vuelo de línea (reservándolo con la debida antelación, naturaca.

********

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En mis incontables desplazamientos por Italia, el hecho de que solía calcetar o bordar me servía para entablar conversación.

Porque incluso si estaba en primera clase y los compañeros de viaje eran directivos, tardaban poco en pegar la hebra para informarse de lo que estaba haciendo.

Empiezo a pensar que esos tiempos podrían considerarse entre los del año del catapum, claro

Desde hace un par de años constato que nadie dice una palabra ni levanta la vista del i-pad, i-pod, i-put que aprietan en una mano mientras mueven espasmódicamente el dedo gordo de arriba/abajo, de derecha/izquierda.

En mi último viaje de este verano, frente a mí estuvo sentada una treintañera que, pese a que el tren tenía un retraso de una hora, durante las tres y pico que estuvimos frente a frente no la vi levantar los ojos del maldito rectangulito, por mucho que la gente subiera, bajara, desplazara maletas, esquivara el carrito de bebidas u otras zarandajas por el estilo.

Casi me arrepiento de no haberle preguntado su nombre, porque me parecía una candidata al Guiness de algo.

******** Un montonazo de años atrás me tocó constatar una cosa

bastante sorprendente: en esta península está prevista la posibilidad de desplazarse en tren a toda velocidad… pero siempre en vertical: de norte a sur y viceversa.

Si uno trata de utilizar tal sistema en horizontal o –peor aún- de modo transversal… ¡que Dios le pille confesado!

Claro que yo ignoraba este dato cuando, muuuuuuucho tiempo atrás, volviendo de Ischia, en el Mediterráneo, decidí ir a ver a una amiga en Pesaro, en el Adriático, antes de volver a mi nido milanés.

Pasé todo el día viajando, cambiando de trencito en trencito en diminutas estaciones cuyo nombre –a veces larguísimo- jamás recordaré.

Pero, eso sí, mantuve estupendas conversaciones con algunos jefes de estación que me daban cháchara, haciéndome compañía mientras esperaba el próximo chu-cu-chu

A lo mejor me veían tan despistada que temían que me quedara a vivir en el banco al lado de la diminuta vía.

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No lo recuerdo bien, pero a lo mejor igual me dieron algo de comer y todo, dada mi inveterada costumbre de no meter nada en la alforja.

Algunos de los vagones que me tocaron eran tiernitos tiernitos, con sus asientos de madera, claro, que son los que me chiflan y en los que me siento más a mi gusto… pero con unas estupendas cortinitas de estupendo brocado.

Me habría encantado arrancarlas y llevármelas. Podía hacerlo, porque solía estar más sola que la una.

Pero a una la educaron bien las monjas… O a lo mejor eso de haber estudiado Derecho me limita…

¡¡Quién sabe!!

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22 - ¡MARCHANDO DOS DE ZAPATOS!

El pasado octubre decidí hacer un inventario de los zapatos invernales para ver si todavía me entraban o si tenía que mandarlos a la parroquia (los casi nuevos, claro, porque los que no son dignos de ser utilizados van de inmediato a la santa basurita). Constaté que, pese al problema que me aquejaba en el pié derecho en ese momento, todos me iban perfectamente.

Así que los coloqué en la repisa correspondiente, primosa-mente envueltos en su bolsita y clasificados por colores. Me tocó topé con la sorprendente sorpresa de encontrarme un par de botines violeta con tacón de cuña de goma.

Sin estrenar. De un material elástico rarito pero muuuuuy resultón. Recordé que los había comprado en Londres un montonazo

de años atrás, para combinarlos con un bolso carísimo de piel con escamas (no sé si de lagarto o de qué otro animal) del mismísimo color violeta.

Sólo que, como casi siempre llevaba ese bolso acompañado de zapatos elegantes, me había olvidado por completo de los antedichos botines.

Los pobres permanecieron durante no sé cuánto tiempo metidos dentro de una bolsa azul oscuro y arrinconados en el fondo del armario.

******** Un domingo una super amiga me invitó a comer en su casa.

Su marido –diseñador de moda, manager de una empresa de prestigio e ilustre cocinero en su tiempo libre- siempre se deleita preparando, en mi honor, una hilera infinita de platos suculentos (aunque sepa muy bien que con dos bocados ya me quedo llena). Cuando llegué a la casa, como de costumbre, me fui al baño a lavarme las manos, porque soy incapaz de sentarme a la mesa sin haberlo hecho. (Se ve que la educación familiar de otrora dejó huellas muy profuuuuuundas). Al salir vi que mi amiga, enarbolando un artilugio parecido a esos que sirven para recoger miguitas en la mesa, recorría cuida-dosamente el pasillo, tanto la alfombra como el parqué.

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Al parecer menda, al entrar, había dejado un rastro impresionante de cositas negras. Como al bajar del taxi tuve que recorrer un tramo de acera embarrado, se lo dije y luego me pareció oportuno tratar de limpiarme los pies encima de ese papel que se usa en la cocina… que se me quedó pegado a la suela. Dado que me lo arranqué con la mano, tuve que volver al baño a lavarme nuevamente dicha manita. Sólo que la gigantesca hija de mi amiga (apenas le llego al hombro, y no soy exactamente de tamaño reducido) me avisa de que sigo sembrando cositas negras. Me siento en una banqueta, levanto el pié y me doy cuenta de que el tacón de goma se está desintegrando.

Con la ayuda de la chavalona me libro de los dichosos botines… constatando que la suela está hecha añicos…

… Y mis pies están recubiertos por una sustancia negrísima. Parece que llevo calcetines de caucho.

Naturalmente pierdo de golpe el diploma de “invitada chuli”. Porque hay que ser paciente con una que, nada más llegar a tu casa, sale disparada para poner los pies a remojo en el bidé y luego trata de eliminar un material sólido rascándolo como puede. Y dicho bidé va llenándose lentamente de innumerables escamitas negras horrorosas. Me prestan unas zapatillas, como es de rigor, porque tener una invitada descalza es bastante embarazoso. Por fin puedo dedicarme a disfrutar de las maravillas que me esperan en la mesa.

******** Claro que, en cuanto caí en la cuenta del desaguisado, me entró un tal ataque de hilaridad que por poco tienen que llamar a la Cruz Roja. Reconozco que, cuando me pasa algo demencial, mi primera reacción es ponerme a reír como una loca.

Y no puedo parar. Para colmo, la risa convulsa me suscita unos ataques de tos horrendos, de esos con flemas, que:

1º dan asco, 2º parece que me ahogo, lo que suscita una cierta intran- quilidad entre los asistentes al evento.

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Lo que me acojonaba profundamente era pensar que, si en lugar de estar comiendo en casa de amigos me encontrara en un restaurante, me tocaba volver a casa descalza y con los pies color negro chapapote.

******** Esa noche, en mi habitual insomnio que suele empezar a las 2 de la mañana, reviví otro caso “zapatoso” que había olvidado por completo. En esta ocasión me encontraba en Madrid, era verano, y mis piececitos calzaban los primeros (y últimos) mocasines blancos de mi vida. Como era un viaje corto, no había metido zapatos de reserva en el “talego”. Es mi último día. Ignoro lo que hice, pero en un cierto momento estoy deambulando por la Gran Vía.

No recuerdo si venía de Cibeles o de la Plaza de España, pero sí tengo grabado en el cerebro el momento en que noto una cosa rara en el pie izquierdo.

Miro y veo que toda la suela se ha despegado. Para andar no me queda más remedio que imitar a los

palmípedos en las pelis de dibujos animados, esos que levantan la pata medio metro para dar un paso.

Creo recordar que eran avestruces, pero mis conocimientos “animalísticos” son harto limitados.

Mis únicos contactos “personales” con el género animal fueron con el tremendo gato Fritz o el tierno perrito Tonnerre (pags. 28 y 148 respectivamente de “Mi vida fue un patchwork”).

Está claro que las vacas, cerdos, gallos y gallinas de mi infancia no tienen ninguna relevancia en este contexto.

La alternativa –¡¡inaceptable!!- sería andar plantando en el suelo mi pie desnudito.

¡Qué aaaaaasco! ********

Es archisabido que en Madrid tienen la inveterada costumbre de soltar unos esgarros impresionantes. Jamás oí -en ningún sitio donde he vivido-, ese ruido espeluznante que es preludio de un asqueroso escupitajo amarillento.

********

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Después de deambular palmípedamente no-sé-cuánto tiempo, seguida de las miradas estupefactas de los otros transeúntes, a los cuales de vez en cuando les muestro el desastre para suscitar un poquito de solidaridad, encuentro una zapatería que vende calzado español de mi marca favorita, pero un cartelito avisa de que abre a las 15.30.

Algo tengo que hacer para entretener la espera. Me compro un “Jueves” en el kiosco cercano y miro a mi

alrededor, buscando un sitio donde tomarme un piscolabis o algo por el estilo.

Con mi optimismo proverbial, espero poder saborear mi plato preferido: pechuga villaroy, esa envuelta en bechamel densa y luego empanada.

******** (Una delicia que deleitó mi paladar durante mis períodos ma-

drileños, cuando los restaurantes de Argüelles la tenían siempre en el menú económico –que suponía dos platos acompañados de guarnición más postre, por el módico precio de 30 pts.).

******** Me desplazo deambulando como un avestruz agonizante,

pero ningún menú de los restaurantes de la zona menciona el plato de mis recuerdos.

No me queda más remedio que optar por otra cosa que me chifla y que sale bordada en esas cadenas que abundan en la Gran Vía: un emparedado de la casa, algo enorme, de tres pisos, lleno de todo tipo de cosas, que siempre sirven acompañado de ensalada y patatas fritas.

******** (Como mi sistema metabólico ha cambiado, en este momento

me muero de rabia porque jamás podría volver a meterme todo eso entre pecho y espalda)

******** Por fin llega la hora en que abren la tienda. Me compro unas sandalias estupendas, de la marca española

de pro, que sigo utilizando orgullosamente (y disfrutando de lo cómodas de son) desde hace….

… tropecientos veranitos…

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23 - ¡CÓMO ESTÁ EL SERVICIO! Hace años vi una película con este título protagonizada por Gracita Morales, algo así como el patito feo del cine, rubita, con pelo corto, escuchimizada, y poseedora de una voz de pito que daba la risa. (Acabo de caer en la cuenta de que, con ocasión de mi último viaje a Madrid, encontré en Preciados una copia de dicha peli).

******** En mi octavo traslado, por primera vez me encontré ocupando un apartamento yo solita. La inquilina que me precedió era una alumna mía, hija de un embajador, que me traspasó asimismo la señora de la limpieza. Era la primera vez que me encontraba en una situación de este tipo. Hasta ese momento de la limpieza y demás menesteres siempre me había encargado yo (con escaso resultado, ayyy). Y dada mi absoluta carencia de conocimiento respecto a cómo organizar el trabajo de otra persona, me limité a darle las llaves y a decirle que hiciera lo que le pareciera oportuno. Mis tres actividades simultáneas (diseñadora de prendas de punto por la mañana, empleada en una empresa española por la tarde y profesora de español por la noche) impedían el que nos cruzáramos. Era tan amable que al poco tiempo cambió el horario de otra señora para llegar a mi casa a mediodía, de modo que me “pescaba” al volver de mis recorridos de la mañana, en el momento en que menda comía… o cocinaba para la cena, si tocaba. Lo que le apetecía sobre todo era hablar conmigo. Nada más llegar se apoyaba en el escobón y empezaba a contarme sus cosas, las de su marido o las de sus dos hijos.

Incluso cuando tuve que dejar el apartamento y me marché a vivir al otro lado de la ciudad, de vez en cuando venía por la noche para ponerme al corriente de sus cuitas.

******** En el apartamento nº 9 empezó a ayudarme otra señora TREMENDA, que me “prestó” una amiga. El adjetivo “tremendófilo” lo merece con pleno derecho. No lo quería reconocer, pero era analfabeta. Tenía cuatro hijos

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y, según me comentó, una de las chicas era una enana y estaba en un centro. (Yo no entendí eso del “centro”, pero preferí no profundizar) Pues bien: limpiando casas compró un apartamento graaande para la familia y le montó una peluquería a una hija. Como de costumbre, casi nunca nos cruzábamos. Sólo una vez me agarré una gripe bestial y así pude ver con mis gafotas que era una especie de bulldozer de la limpieza. ¡Sólo con verla me quedé cansadísima para siempre! Cuando compró su apartamento, en el que hasta ese momento había sido inquilina, me comentó que se vendían muchos más. Me sugirió que me apuntara a hacer lo mismo, porque no eran muy caros, dado que el enorme edificio pertenecía a una familia que había decidido deshacerse de todo. En ese momento no me apetecía ni la zona en que se encontraba ni la idea de convertirme en propietaria.

******** ¡Lo que son las cosas! No mucho tiempo después compré mi actual vivienda en esa misma casa… pagando muuuuchos más dineritos

******** Desde que me trasladé al apartamento nº 11, como ella se negó a seguir ayudándome, de la limpieza semanal de mi casa se encargan los miembros masculinos de una familia de Sri Lanka que, hasta la fecha, se han ido pasando el encargo de unos a otros. Durante años ni los vi dado que, cuando llegaba el de turno, yo seguía estando siempre fuera de casa, trabajando en algún sitio.

Sólo desde que me dedico a las traducciones, y por lo tanto mi actividad laboral se desarrolla en mi hogarcito, he tenido la oportunidad de conocer al del momento. Se da el caso de que el actual es una joyita, porque no sólo limpia con esmero sino que plancha divinamente y –lo que me resuelve muchos inconvenientes- es un mago resolviendo pegas en los aparatos eléctricos y electrónicos. Claro que el año que le toca irse a su país a resolver los problemas de su familia tengo que estar ojo avizor con el pariente que lo sustituye. Me los presenta como hermanos, primos, sobrinos, etc.

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pero resulta imposible controlar la veracidad de los lazos fami-liares… lo que, a fin de cuentas, ni me incumbe ni me importa… Las pasadas navidades, cuando se fue a su país, me dejó de guardia a un hermano, al que no le dije lo que tenía que hacer, porque solían pasarse las consignas de unos a otros.

Sabía que su hermano (que va a casa de una amiga mía) no planchaba, pero eso no me creaba ningún problema.

******** Tengo que comentar que suelo poner una esponja de color

distinto al lado de cada punto que hay que limpiar, tanto que sea en la cocina (azul para los vasos, rosa para tarteras y sartenes) como en el cuarto de baño (amarilla para el WC, verde para bañera, lavabo y bidé).

Para tal menester, me equipé en Ikea de unos contenedores monísimos que coloqué al lado del punto apropiado por eso de facilitar el no meter el patuco.

******** Pues bien, un día caí en la cuenta de que –no sé cómo- la esponja amarilla del WC reposaba en el fregadero al lado de la azul de los vasos.

Me entró una nausea tremendófila, aunque esperaba no haber utilizado nada (sólo yo lavo platos y demás).

Durante los dos meses que duró la sustitución, estuve super atenta a qué esponja utilizaba.

Por si acaso, cada martes, en cuanto se marchaba, tiraba a la basura la destinada a platos y vasos.

¡Menos mal que cuestan poco! ********

Ahora viene lo que me ha dejado boquiabierta. La admirable criatura a la cual llamo joyita, desde hace

algunos años llega a mi casa armado de tres móviles de ultimísima generación.

No puedo evitar notarlos porque uno lo lleva en el bolsillo, con el auricular perennemente colocado en la oreja, mientras los otros dos se recargan en los enchufes destinados a tal fin. Haga lo que haga no deja de hablar. Como yo suelo estar trabajando, percibo sólo un bla-bla-bla muy bajito, y no puedo saber qué lengua utiliza.

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No hace mucho, mientras sacudía vigorosamente los numerosos cojines que se amontonan en los divanes, empezó a hablar en alto y de modo enérgico en un idioma super desconocido, que imaginé era el de su país. Cuando terminó la conversación, me pareció oportuno preguntarle si había algún problema. Su respuesta me dejó patidifusa:

- “Nada importante pero estoy muy enfadado con el maestro de mi sobrino, en Sri Lanka. Resulta que le obligó a cortarse el pelo, pero lo dejaron hecho un desastre, y mi sobrino se puso furioso. Así que llamé al maestro para comentarle que mi sobrino estaba muy descontento del corte de pelo que le habían hecho y para decirle que en el futuro no debía tomar medidas de ese tipo sin consultarlo conmigo”.

La verdad es que en ese momento, si me pinchan no me sale ni una gotita de sangre.

Desde entonces, como se pasa cada tarde del martes hablando, al final me considero autorizada a tomarme la libertad de informarme de qué va el asunto.

Las respuestas son de lo más variadas: - Le recuerda a su madre que tiene que tomarse la píldora en

ese momento; - Le echa la bronca a su sobrino porque no ha ido ese día a

regar la huerta; - Habla con el médico de su madre para recordarle que hay

unas píldoras que no le sientan bien; - …. Etc. etc. etc. Lo de la semana pasada me pareció sublime. Como ya comenté, por mucho que hable y hable, raramente

alza la voz. Sus conversaciones suelen limitarse a un murmullo incomprensible.

Como suelo estar trabajando –y tengo siempre puesto un DVD con una peli española- raramente presto atención a los sonidos que emite.

Ayer me estaba contando algunas de sus batallitas laborales cuando suena uno de sus teléfonos. Se excusa conmigo, responde a la llamada y empieza a soltar unos ruidos que sin duda demuestran sorpresa y alarma.

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Cuando cuelga (bueno, no “cuelga”, “cierra”) dada mi expresión de desconcierto, me comunica que han entrado dos extraños en casa de su madre.

A mi comentario de por qué quien le ha llamado no avisa a la policía me responde:

- Me avisó a mí. Soy yo quien tiene que llamar a la policía. Y así fue. Sin dejar de pasar la aspiradora, usar la fregona o quitar el

polvo (no había nada que planchar), se dedicó a seguir al teléfono todo lo que pasaba en su pueblo, con los policías que iban a su casa, pescaban a los invasores y rescataban a su madre.

Afortunadamente ella al parecer no se había enterado de nada. A regañadientes su hijo me comentó que está un poco alelada.

Cuando le pregunto cómo es posible que siga viviendo completamente sola en esas condiciones, o sea por qué no buscan a alguien que viva con ella, con tantos parientes cómo tienen, en el primer momento se hace el “longuis”. Pero luego me contó que su mamá es bastante retorcida. Hasta el punto de que, cuando él está allí y organiza comidas y cenas con diversos familiares, ella se niega a sentarse a la mesa con ellos.

******** Es cierto que los hombres de la familia poco a poco han

llegado a Milán, pero las mujeres suelen quedarse allí. O por lo menos eso creo. Ellos tienen como meta mandar dinero para construirse una

casona (*). Pero me parece demencial que, desde Milán, se ocupe él,

como hermano, cuñado y tío, de la escuela, de la huerta y de la policía y no los que viven en Sri Lanka.

******** Cuando llega la hora de marcharse, me comunica que esa

noche tiene que hablar de nuevo con la policía, a la que mandará dinero de modo que le tengan al corriente de las últimas novedades.

¡Mi perplejidad aumenta! ********

(*) La verdad es que no es posible saber dónde termina la realidad y empieza la fantasía. No hace mucho quiso ponerme al

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tanto de las casas que habían hecho sus hermanos, primos y demás, o sea los que han trabajado en mi casa.

Y en uno de los móviles empieza a mostrarme una serie de fotos de chalets, con jardines de película y piscina impecable, diciéndome el nombre del pariente que la ha construido.

Me juego las dioptrías que me quedan que las fotos las ha cogido de una revista de Miami.

En un pueblo abandonado, una casa abandonada, un jardín abandonado, etc. no pueden conservarse así.

Incluso la piscina parece pintada con rotulador azul. Todos sabemos lo que pasa si uno no mete las manitas en el

terreno constantemente. Prevalece la selva, sobre todo en lugares remotos y ubicados en selva-selva.

******** Pues bien, de vez en cuando -si le tiro de la lengua, claro-, me cuenta experiencias laborales suyas que me dejan turulata.

- Una señora suele pedirle que limpie los cristales ”porque llega gente a cenar”. Dado que es de noche, no me imagino cómo puede nadie ver los cristales de la ventana, puesto que están tapados por las normales cortinas.

- Otra amante de la limpieza, le hizo quitar las puertas, levantándolas, claro, para limpiar las alcayatas, sobre todo la parte de dentro.

Algunas otras cosas me parecen tan demenciales, que me faltan los “güevitos” para comentarlas.

Confieso que jamás me imaginé que podrían existir perver-siones referentes a la limpieza… o a cómo explotar a quien nos da echa una mano en trabajos que no podemos o no queremos hacer.

Y estas almitas miserables son las que esperan ir al Paraíso, dado que no son Testigos de Jehová.

Je,je,je ********

En ciertos casos, me presta una valiosa ayuda, aliviando ciertas situaciones que no sé cómo resolver.

Un ejemplo entre otros. Encima de los muebles de mi cocina reposaban desde hacía

años y años, una serie de bultos bien tapaditos en plástico negro.

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El otro día le pedí que me los bajara para ver lo que había dentro y me quedé congeladita de la sorpresa.

Lo primero, un wok gigantesco que nunca pude usar porque no tengo ninguna hornilla adecuada, dado que mi cocina es microscópica.

Luego varios elementos metálicos, como siempre enormes, destinados a meter en el horno para cocinar lo que sea… pero que no entran en el mío.

Cuando le comento a mi ”ayudante” cuál es la realidad, y que no sé a quién darlos, veo que agarra de teléfono y se pone a sacar fotos de todo.

Como debo tener toda la pinta de alucinar, me explica que está mandando la foto a su madre y parientes varios, en Sri Lanka.

Cinco minutos después llega la respuesta: oferta aceptada. Ese anochecer, debidamente colocados en dos bolsazas

azules de Ikea, todos esos regalos intactos (y los de aluminio relucientes por falta de uso) abandonaron mi hogar para siempre jamás.

¡¡¡Me encanta el hueco que dejaron en mi cocina!!! ********

Pero todavía me faltaba por oir algo super original. La penúltima de la serie me dejó realmente desconcertada.

En una casa, donde trabaja para dos familias diversas, acaban de ofrecerle el puesto de portero.

El horario es de 8-13, pero dos días por semana tiene que poner en la acera la basura a las 7 de la mañana. Le ponen a su disposición un mini alojamiento (que le tocará pagar, claro, mediante una deducción de su sueldo). Me lo cuenta pidiéndome consejo.

Yo tomo nota de todo para consultar el caso con mi portero. Cuando a la semana siguiente le comunico cuáles son las nor-mas habituales vigentes en este tipo de relación laboral, me pone al corriente de algunas cosas un poco raras. El alojamiento que le ofrecen es algo así como un garaje, don-de en un rincón hay un wáter, un lavabo y una ducha.

Pero no hay gas, ni calefacción, ni cocina, ni fregadero ni nada de nada.

Y se supone que la cama estará pegada al horno.

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Aparte de ofrecerle mi ayuda para hablar con el administrador o con las otras personas para las que trabaja, también me brindo para recoger entre mis amigos los muebles que pueda necesitar.

Pero claro que la decisión es suya. Me permito incluso advertirle de que, si está al alcance de la

voz de estos inquilinos, que han demostrado que no respetan nada, puede olvidarse de eso llamado “momento libre”.

No ha vuelto a tratar el tema. Ignoro si quiere convertirse en cavernícola... ... eso sí, con tres móviles y vestido siempre al último grito…

******** Un día cualquiera, mientras estaba en mi casa, recibió dos lla-madas de teléfono.

La primera era de una inquilina que le comunicaba que tenía problemas con la luz. En la segunda, otra inquilina le comentaba que, mientras esta-ba en la escalera, le había picado un mosquito en un brazo.

¡Ambas me parecieron genialmente bestiales! ********

Las últimas ultimísimas de la serie me resultan muuuuuy sorprendentes.

Me parece increíble pero hay dos señoras (y una de ellas la conozco desde que nació) que le piden que limpie los rincones usando los bastoncillos de algodón previstos para las orejas.

Por rincones entienden también las rendijas en las baldosas del suelo y la parte inferior del rodapié.

Sorprendente, ¿verdad?

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24 - DURMIENDO COMO UN ADOQUÍN

Creo que en mis otros libros comenté que, entre viajar de aquí para allá y luego instalarme en un país u otro, eso de comer y dormir fueron siempre meros “optionals” como dirían los modernos.

La purita realidad es que dormir/reposar, o como se quiera llamar, es algo a lo que, servidora ha dedicado el menor tiempo posible.

Cuando vivía en mi penúltima morada, el período dedicado al llamado reposo (en aquel entonces equivalía a caer en una especie de coma) iba desde la hora en que se marchaban los invitados (llevándose los sacos de la basura más las botellas vacías para depositar todo en los contenedores cercanos) hasta las 7 de la mañana, cuando el despertador cumplía su deber soltando un RINNNNGGGG tremebundo.

******** Durante años y años, y apartamento tras apartamento, de vez

en cuando había amigos que necesitaban un sitio donde dormir. Los que ya se encontraban en Milán se limitaban a llamarme

por teléfono y nos organizábamos. Para los que vivían en Roma o en Terni, había dado las llaves

de mi casa a alguno de ellos, que luego las pasaba al viajero de turno.

Claro que el viajero me avisaba de su posible llegada. La alternativa era dormir en el diván, donde dejaba sábanas,

almohada y mantas, o utilizar la parte vacía de mi camota. ********

Todavía hoy me parto de risa pensando en las cosas que pasaron.

Nada sexy, lo siento. Todo se plasmaba en idioteces sublimes.

Pero es que se trataba de AMIGOSSSSSSSSSS. ********

Primer recuerdito “comatoso” tonto Va a llegar de Umbria un amigo arquitecto, el que montó mis

exposiciones en Spoleto. Ya sé que tiene las llaves de mi apartamento, o sea que me

voy a dormir toda pitita.

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Cuando me despierta el santo despertador veo que no hay nadie al otro lado de mi cama; voy a la sala y tampoco hay nadie.

Me tomo mi cafecito, Me ducho y etc. Me visto y etc. Me doy unos cuantos toques en las mejillas y en los ojos y etc. Cuando abro la puerta de casa por poco me infarto, viendo a

mi amigo hecho un nudo y encerrado entre las dos puertas, como si estuviera dentro de un armario.

******** Para que se entienda este lance tengo que explicar algo de

tipo práctico. Los últimos apartamentos en los que viví, según la

arquitectura típica milanesa, cuentan con una puerta de madera, la que da al rellano, más otra encristalada que da acceso al apartamento.

Era costumbre abrir la de madera por la mañana y cerrarla sólo a la hora de la cena.

Todavía hoy sigue siendo así en muchas viviendas. ********

Esto para explicar por qué mi amigo pasó la noche como una maleta.

Al parecer, cuando llegó a mi casa a las 2 de la mañana, abrió la puerta de madera, pero cuando trató de abrir la de cristal, la encontró cerrada con llave…

(No tengo ni la más mínima idea de cómo pudo pasar, dado que no acostumbraba –ni acostumbro- a hacerlo).

Dada la hora, se limitó a rascar el cristal, porque no quería tocar el timbre.

Sabía que, de hacerlo, alarmaría a mi vecino, un ex carabinero que se portaba como una especie de espía soviético.

Y que, además, era un pelma de caray. Cuando cayó en la cuenta de que, obviamente, yo no oía na-

da de nada, cerró la puerta de madera, metió en el espacio que quedaba entre ambas puertas el felpudo que solía reposar en el descansillo, se puso encima los jerseys que tenía y pasó la noche encajado allí como una sardina en lata.

Pero como era joven, deportivo y gozaba de perfecta salud, no le pasó nada.

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Y no perdió ni un centímetro de su absoluta guapura. ********

Segundo, tercero, cuarto, etc. adoquincito retonto Cuando algunos de mis amigos-invitados optaban por ocupar

un trozo de mi cama, estos fueron algunos de los comentarios que recuerdo y que fui recogiendo en el transcurso de los años:

- No podía dormir en tu cama. Me fui al diván porque estaba preocupado. Ni te movías ni se oía tu respiración. Llego un momento en que me puse tan nervioso que preferí irme al diván, aunque me quedara corto.

- No conseguía conciliar el sueño. Aparte del tremendo silencio, porque creía que no respirabas, cuando decidías moverte para cambiar de posición, te dabas la vuelta sobre ti misma. Era como ver un rodillo en movimiento. Volvías siempre a la misma posición.

- Pasaba la noche insomne, porque eras una especie de figura yacente plantada a mi lado. ¡Una pesadilla! Jamás te vi panza arriba. Sólo encogida de un lado, mirando a la puerta.

- Caí en la cuenta de que, aunque cambiaras apartamento y ubicación de la cama, siempre estabas acurrucada mirando a la puerta. Y ni se oía tu respiración. Cuando sonaba el despertador reaccionabas como una muñeca con resorte. Salías disparada, envuelta en tus extraños camisones y con un extraño rulo en la cabeza. Ni siquiera te ponías las gafas.

******** Pues ahora que soy viejita, ni puedo compartir habitación en los viajes. Roncar no ronco (¡por lo menos eso!) pero respiro como un fuelle electrónico.

Incluso yo misma, en los momentos de insomnio, me pego sustos de muerte creyendo que hay un intruso en mi habitación que respira como una locomotora.

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Pero la ”locomotora” es menda. En mi caso, eso tan socorrido de

“a la vejez viruelas” se transforma en

“a la vejez soplidos”

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25 - MI RESTAURANTE FAVORITO

Corría el año 1975 cuando aparqué mis maletas en Milán. Una amiga, conocida mil años atrás en Berlín, en un curso de

verano del Goethe Institut, me había pedido que la sustituyera en su escuela como profesora de español.

Ella, muy a su pesar, se veía obligada a desplazarse a Alemania por trabajo, justo durante el último trimestre del curso.

Necesitaba que alguien la reemplazara para terminar el programa, hacer los exámenes y cumplir todas las demás obligaciones “profesoriles”.

Para simplificar las cosas, me brindaba la hospitalidad de su familia, que vivía en una magnífica casa cerquita del Teatro Nacional, en una zona señorial.

Un tranvía podía llevarme directamente al Centro donde tenía que dar clases.

O sea que resultaba todo chupado. ********

Mi ignorancia en lo tocante a la ciudad era monumental. Mi conocimiento estribaba en la existencia de la Scala y,

naturalmente del Duomo, dado que aparecía en todos los libros de historia del arte.

******** Tengo que hacer un inciso para comentar algo tonto. Pero si no lo hago exploto. Cuando al estudiar arte veía las fotos del Duomo me parecía

una especie de pisapapeles, Lo mismo pensé el primer día que llegué a Milán. Pero un sábado de verano, con una bolsa llena de lanas

colgada del hombro, decidí subir a ver las terrazas. Estaba sola. Ese día buscaba un lugar para calcetar, y por eso llevaba

conmigo agua y manzanas verdes. Después de dar una vuelta y quedarme aparvada, a medida

de subía las escaleras, con la vista de las tres hileras de agujas primorosamente cinceladas y repletas de esculturitas, me senté debajo del pináculo de la Madonnina.

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Tras sacar agujas y lana, pasé el día calcetando, inteligentemente protegida por cremas bronceadoras.

El lunes fui a clase luciendo un bronceado tipo Bahamas… pero sólo delante … y con mitad del brazo y mitad de las manos marcadas por una parte blaaaaaanca.

Les expliqué a mis alumnos el origen de dicha anomalía. ¡Les encantó!

******** Ahora vuelvo a ceñirme al tema inicial, el referente al

restaurante. Un día –una noche, para ser exactos- los amigos a los que mi

amiga me ha encomendado me comunican que está previsto ir a cenar por ahí.

Subimos al coche y casi atravesamos la ciudad para llegar a un sitio para mí super desconocido.

La primera cosa que noto, a la derecha, después de la puerta, es un enorme jarrón de color ámbar.

Me parece un gigantesco florero y mide más que yo (que no soy exactamente un retaco).

A la izquierda, detrás del mostrador, en una parrilla de considerables dimensiones, chirrían trozos de carne, creo. El comedor se compone de una serie de estrechas mesas rectangulares de madera oscura, flanqueadas de bancos y sillas del mismo material.

Alguien encarga la cena. Recuerdo que un señor con un bigote estilo escobón nos trae una fuente rebosante de cosas –siempre carne de todo tipo.

Mi atención se centra en salchichas enroscadas que dan cinco vueltas... Doy un mordisco a un trozo ... ¡¡¡y es el máximo de la más sabrosa de las exquisiteces!!! Lo que suscita mi curiosidad es algo llamado “pinzimonio”. Una amable señora coloca delante de cada comensal un cuenquito, indicando que se debe echar dentro aceite, vinagre, pimienta y sal, según los gustos. Seguidamente nos trae una ensaladera honda repleta de varios vegetales crudos.

Reconozco únicamente las zanahorias y los tomates.

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Al lado sobresalen bastoncitos blancos y triangulones de otro tipo, siempre blancos, rematados con algo verde.

También abundan una bolitas rojas por fuera y blancas por dentro, ligeramente picantes. Dado que en ese momento mi italiano se encuentra a nivel de puro parvulito, me abstengo de hacer preguntas. Pero, eso sí, me dedico a comer todo todito todo, ¡¡contenta como unas Pasquas!!

******** (Luego supe que los bastoncitos blancos eran apio, los

triangulones hinojo y las bolitas rábanos, productos que nunca había visto ni catado hasta ese momento).

******** Pasan los años, y de vez en cuando caigo allí, sin tener ni la más mínima idea de dónde se encuentra realmente ese lugar mágico. Cambio casa 12 veces. En 1988 compro un apartamento y me traslado allí en enero de 1989. Un día, volviendo a casa en metro, en vez de salir como de costumbre a la acera donde está mi casa, elijo la que se encuentra en la parte opuesta… y me encuentro delante de la gigantesca ánfora de cerámica color miel de mis recuerdos. Desde aquel momento, si mis amigos no comentan de modo insistente que esperan comer mi tortilla de patatas, aprovecho la oportunidad para deleitar mi paladar con cordero y salchicha a la brasa. En particular, en caso de que se trate de una persona sola, sobre todo perteneciente al género masculino, y visto que los “señores hombres” suelen querer ponerme al corriente de sus ”asuntillos”, sobre todo románticos, me resulta muuuuy conveniente, satisfactorio, oportuno, etc., plantarme delante de un “pinzimonio” crujiente…

… y escuchar, escuchar, escuchar acunada por la sinfonía de mis crunch, cruch, crunch.

******** Hace un buen montón de años, inesperadamente, me tocó pasar un fin de semana de esos que se pueden definir como super extraños.

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Un sábado me llama un amigo, diciendo que quiere charlar conmigo. Imaginando que me propinará el habitual lamento borincano, propongo ir a comer al restaurante de enfrente.

Pido la salchicha de siempre, más el pinzimonio y una botella del vino blanco siciliano habitual de la casa. Yo mastico, mastico y mastico, escuchando con la máxima atención. Pedimos incluso una segunda botella... Él habla... Yo escucho... A un cierto momento, dado que todos los clientes ya se han ido hace un rato, el señor con bigote de escobón empieza a poner las sillas encima de las mesas, preparándose para barrer todo... Naturalmente nos vamos. Al llegar delante de mi portal doy las gracias, saludo y me las piro.

******** Un par de horas más tarde, otra alma atormentada me llama

para charlar conmigo. Propongo ir a cenar al restaurante cercano (siempre el mismo), aunque me da repelús eso de presentarme dos veces en el mismo día con dos caballeros diferentes. El señor de los bigotes y la señora de siempre nos reciben sin que en su cara nada dé a entender que me han reconocido… o que me conocen, simplemente.

El menú se repite, vino inclusive. ********

Y lo mismo pasa el domingo a mediodía con un tercero... ********

Y el domingo por la noche con un cuarto... ********

Aquel fin de semana pasado en mi restaurante favorito, convertida en una rumiante toda oídos, creo que es uno de

los recuerdos más jocosos e inolvidables de mi vida.

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26 - INSOMNIO DE PELÍCULA

Se suele decir eso de que “el insomnio es mala cosa”. Pero reconozco que para mí, algunas veces, es una fuente

inagotable de imágenes, de esas merecedoras de un premio. Encima de la mesilla de noche (que en realidad es un

reclinatorio hecho en 1800 que alguien me dejó en depósito) tengo siempre un cuadernito con espiral (en la que meto el sempiterno lápiz con culito de goma para borrar), no sea que, de repente, me atraviese el cerebrito un fragmento del pasado que no quiero perderme ni en broma.

******** Por ejemplo ayer de repente se me ocurrieron dos títulos para

dos historias que me divertían mucho. Mientras me daba la vuelta para agarrar el cuaderno, decidí

que era el momento adecuado para pegar un salto al cuarto de baño.

Y cuando volví, títulos e historias se habían esfumado de mi memoria.

Mucho me temo que esté avanzando eso de la impepinable senilidad.

******** Los llamados recuerdos suelen plasmarse en algo tipo película

de cine mudo. Veo todo con detalle, incluso a veces: -la corbata que alguien llevaba puesta, -si el nudo era grande o chico, -el corte de pelo, -el color de los calcetines, -… y otras nimiedades por el estilo. Por extraño que parezca, cuando las reminiscencias nocturnas

se apoderan de mi cerebrito no suelo oír las voces de ninguno de los “personajes”.

Pero si el recuerdo se me presenta cuando estoy despierta (por ejemplo cuando escribo mis tonterías) oigo todo como si fuera ayer.

Por eso me encanta llamar –de tarde en tarde- a alguien de mi pasado casi siempre remoto.

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Tanto que sean viejos compañeros de aventuras como los “compas” de la Universidad, me parto de risa (por los bajines, sin que se den cuenta al otro lado de la línea) porque al reconocer la voz de mi interlocutor/interlocutora del momento, automáticamente veo y reveo la peli del pasado con todo detalle.

******** ¡¡CLARO QUE ASÍ NUNCA ME ABURRO!!

******** La verdad es que mis “pelis” mudas suelen ser positivas. Esto siempre me hizo pensar en que era raro no recordar

nada negativo de mi dilatada vida. ¡Lo que son las cosas! ¡La vida es un buñuelo, como quien dice! Durante toda mi dilatada permanencia en esta tierra, si por

casualidad salía a relucir en una conversación el tema del insomnio, inmediatamente hacía su aparición el vocablo “pesadilla”.

Y servidora realmente no sabía dónde ubicar dicho concepto. Quiero decir que desconocía el alcance específico de dicho

vocablo. ********

Una noche, a las 2 de la madrugada, me di cuenta de que se me habían puesto los ojos como platos.

No me apetecía nada nadita ni seguir leyendo ni ponerme un DVD peliculero.

Extrañamente, de modo inesperado, y sin caer en la cuenta de ello, empecé a recordar el primer período insomne de mi pasado, creo que sumamente justificado.

A principios de julio de no-sé-qué-año (en septiembre cumpliría 10 años, pero eso de hacer cálculos numéricos no es lo mío), un domingo cualquiera, acabábamos de comer y estábamos esperando el postre.

Un cuenco con fresas en vino esperaba su turno encima del aparador cuando caímos en la cuenta –de modo brutal- de que la buhardilla enorme encima de nuestra vivienda estaba completamente envuelta en llamas.

Como resultado me tocó dar con mis huesos en el Colegio de las monjas, donde estuve desde parvulitos hasta los 16 años, cuando terminé Preu.

********

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Recuerdo que después de este segundo incendio, dos de mis hermanos se fueron con mi abuela y mis tíos.

Recuerdo también que les habían comprado pantalones blancos y una especie de jersey con un bordadito majísimo.

No tengo ni la menor idea del destino veraniego de los otros otros 3, dado que el último de la colección, nacido en noviembre, obviamente se quedó con su mamá.

Hay cosas que no se olvidan. En este caso nos quedamos con lo puesto. Pero soy incapaz

de recordar con qué me vestí ese verano. ********

El enorme dormitorio del cole, estaba repleto de camitas separadas por cortinas, a cuyo pie había una jofaina con la correspondiente jarra de agua, única concesión para las abluciones diarias.

Y, como era el período de las vacaciones veraniegas, estaba más sola que la una.

¿Cómo pasaba toda la jornada, sola-solita-sola, después de ir a misa por la mañana, asistir a la bendición y al rosario por la tarde… y demás actividades de tipo religioso?

No tengo ni la menor idea, pero seguro seguro seguro mataba el tiempo tocando el piano.

También ignoro cuanto tiempo pasé allí. Pero sí recuerdo que no podía dormir, en medio de tan negra

y gigantesca soledad. El insomnio para mí significaba estar aburrida, dando vueltas

en la camita, pero de “pesadillas” nada de nada. ********

No sé en qué momento me trasportan a una casa en las afueras de la ciudad, donde amigas mías del cole pasan el verano con sus tres tías.

Tanto su madre como sus tías son amigas de mi progenitora. Y ahí descubro algo raro. Pese a que estoy contenta y hacemos cosas durante todo el

día, los miércoles y los sábados paso la noche en blanco. (¡¡¡Todavía lo recuerdo después de + de 60 años!!!) Duermo en la habitación de mis amigas, las dos mayores. Son un montón de hermanos, como nosotros, pero están bien

repartidos entre chicos y chicas, al contrario de mi caso.

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Ellas ocupan una camota estupenda y yo una camita a sus pies.

Cuando llegan los días fatídicos, paso la noche en blanco… y además tengo miedo porque no hay luz.

Lo único que puedo hacer es acurrucarme a los pies de mis amigas y esperar el nuevo día… aguantando las patadas que me daban porque se ve que, cuando se movían, notaban un cuerpo extraño y trataban de eliminarlo.

******** Copiando lo que suele decir Manolito el Gafotas, el estupendo

personaje creado por Elvira Lindo ¡¡Jamás conté ni a mis amigas –ni a nadie en el universo mundo- lo que me había pasado!!

******** Claro que últimamente mi insomnio ha tomado un cariz un

poco raro… y que casi casi suscita mi perplejidad. No hace mucho mi película mental me llevó a pasar la noche

en la cocina de la casa quemada, recordando cuando aprendía a hacer el caldo gallego utilizando una mini-tarterita de esas que eran marrón por fuera, y tratando de freír algo en una sartencita diminuta.

Por pura casualidad al día siguiente, mientras iba a comprar “El País”, en el escaparate de una tienda, y en medio a un montón desordenado de objetos de diverso tipo, noté una sartén diminuta que parecía idéntica a la que veía siempre durante mi insomnio, la de mis recuerdos de infancia cuando, plantada delante de los fogones de la cocina de carbón, aprendía a ser una “amita de casa como se debe”.

Antes de darme cuenta ya había entrado a comprarla. 13 euros me costó el “juguete”, incluido un descuento jugoso. Lo bueno -o lo malo- es que me divierte un montón usarla

para freirme un huevo, que queda perfectamente redondo, aunque, eso sí, sin las puntillas marroncitas y crujientes de mis recuerdos.

(Se ve que me porto como una avara en el momento de echar el aceite en la sartencita).

******** Últimamente soy muy prolífica en lo tocante a sueños

peliculeros raritos.

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Creo que esta semana he batido el récord. El lunes me tocó levantarme a las 4 de la mañana. ¿Por qué? Por el simple motivo de que a las 2 me desperté negra

renegra de pánico porque, a cámara lenta, veía que la repisa donde están apoyados dos PC portátiles al parecer no estaba bien fijada.

En un momento dado empezaba a inclinarse lentamente, hasta terminar por desplomarse al suelo.

Como resultado se hacía fosfatina el valioso contenido de las maletitas

La cuarta vez que “veía” la catástrofe decidí que me convenía tranquilizarme.

Así que me levanté y fui a controlar la realidad. Con gran alivio por mi parte constaté que la tal “repisa

bailoteante” de mi sueño forma parte de un mueble tremendamente resistente.

La mensula que está debajo, colocada encima del radiador sí que bailotea, pero sólo apoyo en ella carpetas plásticas que no pesan y mi agenda telefónica.

¡Menos mal! ********

El martes le tocó el turno a otra “peliculita” tontísima. En este caso estaba participando en una cena de personajes

importantes, en un restaurante super elegante del centro en el que estuve numerosas veces, siempre por trabajo.

Mi papel era el de intérprete (igualito a lo que ocurrió en el pasado).

De repente me veo sentada a la mesa, llevando puesto mi vestido negro más elegante y un collar que siempre atrae la atención de todo quisque.

Con mi gran sorpresa, empiezo a comer el “risotto” con tres dedos de la mano derecha, como si estuviera en Nepal.

Me doy cuenta de que todos me miran, pero no me inmuto. La tercera vez que me papo el arroz en medio del silencio

horrorizado de los presentes, la “peli” se interrumpe y vuelve a empezar.

(Claro que recurro a un DVD para eliminar el problema).

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A la mañana siguiente, al ver un contenedor con restos de paella, de repente repetí el gesto de mi sueño, aunque en Nepal jamás lo hice.

Seguidamente tiré el arroz al wáter y creo que tardaré mucho en utilizar ese producto.

Me limitaré a utilizar patatas, alubias y demás cositas. ********

El miércoles mi peliculita utilizó como guión un recuerdo de mi remotísima infancia. Y dicho recuerdo estaba super abarrotado de detalles. El plató es mi dormitorio en la casa paterna. Estoy leyendo, a la luz de un aplique en forma de candelabro de cerámica blanca con flores de colores. La colcha es de lino blanco, adornada con un ramo de flores de tela rosa cosidas a zigzag. Todos duermen. De repente, suavecito suavecito, se abre la puerta de la habi-tación y entra hermanuchi nº 6 llevando puesto un pijama de rayas heredado.

Las perneras del pantalón terminan en la pantorrilla y las mangas de la chaqueta apenas cubren más allá de los codos. Se mete a los pies de la cama y seguimos leyendo sin decirnos ni media palabra. En algún sitio está también hermanuchi n º 7. De repente se oyen pasos en el pasillo.

Inmediatamente apago la luz girando la bombilla en forma de vela y me tapo bien con el embozo de la sábana.

Al mismo tiempo el ocupante o los ocupantes de la parte de los pies se deslizan un poco tapándose completamente con la colcha.

Cuando la puerta se abre, reina una tranquila, silenciosa y perfecta oscuridad.

En cuanto la progenitora se vuelve a la cama, enciendo de nuevo la luz y los lectores empedernidos volvemos a nuestros respectivos libros.

Este recuerdito tierno se repitió tantas veces, siempre a cámara lenta, que a las 5 de la mañana estaba hecha polvo, con tanto apagar y encender el aplique.

********

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El jueves caí en los brazos de Morfeo mientras oía una peli con el auricular azul metido en la oreja izquierda.

******** El viernes tuve que hacer un trabajo aburridísimo, de esos que

te dejan perpleja en lo tocante al uso de los vocablos. Como es mi costumbre, cuando tengo dudas pongo la palabra

en azul hasta que decido cual es la más conveniente. Pues bien, me pasé la noche repasando el texto sin parar.

******** El sábado batí el récord. Vi de repente dos ponchos estupendos que me había

comprado en el mercado al precio “excepcional” de 2 euros. El primero era de color fucsia con grandes cuadros negros. El segundo, reversible, con dibujos de cachemir verde/azul y

marrón. Pues esa noche, sin darme cuenta, transformé ambos en

sendos chaquetones ¡¡super, super!! Al primero, el de los cuadros, uní en la espalda dos líneas

negras formando un pliegue. Y como las mangas quedaban cortas, con los retales laterales, más el trozo que corté del fondo, añadí volantes plisados, que así no se notaba que no coincidían las rayas.

Incluso estuve ponderando atentamente si los dos ojales de los botones tenían que ser horizontales o bien verticales.

Al final me decidí por la última opción. Al segundo poncho, el reversible, en una cara tapé las

costuras laterales y los añadidos de las mangas utilizando el rollo de cinta de algodón que me regaló mi vecino trapero, y que se entonaba de modo perfecto con el tejido del nuevo chaquetón.

Incluso le puse bolsillos a cada una de las versiones. Pues bien. En cuanto me levanté a la mañana siguiente, puse manos a la

obra y, siguiendo las instrucciones de mi sueño, en un par de días me “fabriqué” dos prendas super-estupendas.

Ambas absolutamente D.O.C. y meticulosamente cosidas a mano con puntaditas de hada.

Espero no soñar nunca más estas obras de construcción, que reconozco son bastante agobiantes.

En cuanto llegue el otoño luciré ambas exquisiteces.

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******** Estas son sólo las “aventuras insómnicas” de la pasada

semana. ¡Sabe Dios cuántas otras pichilindradas me tocará afrontar!

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APÉNDICE

(Lista de dichos,

refranes y majaderías de mi cosecha

que salpican el texto)

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A cuenta del pellejo A falta de pan buenas son tortas A la buena de Dios A la chita callando A la espera en Dios A la vejez viruelas A mi vera A voleo Acaecer Aciago Acojonada y cabreada Acoquinar Adminículo Afrontar con entereza Afrontar la proeza Alelada Allá penas Alma cándida Andarse por las ramas Andar con la baba en laboca A paso de tortuga con artritis Apabullante Apañarse Apampanado Aparatejo de marras Aparvada Apechugar Aprestarse Archisabido Armar jaleo Armarse la de Dios es Cristo Asco asquerosísimo Asquerosamente asqueroso Aturullada Baba en la boca Babear Berenjenal Beso de tornillo Blandengue

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Boquiabierta Brillar por su ausencia Brujulear por doquier Caer en la cuenta de algo Caer encima de la chepa Caer en los brazos de Morfeo Caer gordo Canjear Carallada tridimensional Caramba, carambita, carambola Catapultar Cateto Cepillárselas Cháchara kilométrica Chafarís Chafullada Chiflar Chollo Chula Chuminada Chungo Chupetear Chupón Claro como el agua clarita Cocina que te cocina Colmo de los colmos Colorinche Comatoso Combustionar Como Perico por su casa Como de si de las joyas de la corona se tratara Concienzudo Condumio Contenta como unas Pascuas Correr un tupido velo Correrse como una catarata Cual perro rabioso Cuchipanda Curiosona desmadrada

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Cutre Dádivas Dar cabezadas Dar calambres de horror Dar cháchara Dar corte Dar dentera Dar grima Dar la lata Dar la puntilla Dar la tabarra Dar los últimos coletazos Dar un hervor Dar repelús Dar rienda suelta Darse con un canto en los dientes De golpe y porrazo De la misa la mitad De marras De par en par De rechupete Defuncionar Deambular Dejar atolondrada Dejar en la estacada Dejar turulata De la Ceca a la Meca Derrochona Derrochar entusiasmo Desbordar júbilo Desempeñar un papel Deseo ferviente Despilfarradora Dislate emotivo Drogota Echar chiribitas Echar la bronca Echar una ojeada El mundo es un moquero

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En detrimento de En plan quejica En recuerdo de mis recuerdos En un abrir y cerrar de párpados Encariñarse Entrar ansia kilométrica Entrar en juego Error garrafal Escacharrado Escalofriante Escuchimizada Eso de vivir para oir es una verdad sacrosanta Espabilar Espachurrada como una cacoza de vaca Espolvorear Estar al corriente Estar en plan haragana Estar en plena gloria Estar en voga Estar hecha papilla Estar hecha polvo Estar más sola que la una Estar ojo avizor Estupendófilo Explayarse Fetén Fiera corrupia Fisgona Friolera Fumar como descosidos Fumata Funcionar a toda marcha Galimatías Ganchete Gordecho Gozar de perfecta salud Grima grimosa Gritar a pleno pulmón Guarro

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Guapura Guedejas Hablando se entiende la gente Hacer novillos Hacer fosfatina Hacer papilla Hacer trizas a martillazos Hacerse el longuis Hacerse la boca agua Hartarse de la farsa Hecha cisco Horror horroroso Ignoto Impepinablemente Importar un bledo Importar un pimiento rebozado y frito Importar un rábano frito In aeternum Incógnita mayúscula Incordio Insano Insomnio feroz Intemerata Interceder Irse al carajo Irse al tacho Irse de parranda Judiada Jugosa Lagrimones Largarse con viento fresco Latazo feroz Lidiar con historias Lleno a rebosar Llorar a lágrima viva Llover a manta Lo más jodido Luculiano Lujo de detalles

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Machacada Majaretada Mala cosa Más vale tarde que nunca Matar dos pájaros con un guijarro Memoria visual de hierro puro Mentira podrida Menudo latazo Menudo tostón Metedura de pataza Meter el patuco Meter la pata Mi gozo en un pozo Moco de pavo (ser) Molar Montar un desastre de aupa Montar un carajal Moquero Motear Na de na Negritud Nerviosorum mayúsculo Nimiedad No dar crédito a sus ojos No dar para más No dar pie con bola No haber ni trampa ni cartón No importar un güevito No importar un huevo frito con tomate No pegar ojo No perderse ripio No ser moco de pavo No ser oro todo lo que reluce Non plus ultra Novedad novedosa Ojo avizor Ojos como platos Opíparo Optimista incorregible

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Órdago Oriunda Otrora Pagar la prenda Papar Para más inri Para siempre jamás Partirse de risa Parvulito Pasar la noche en blanco Pasarlo pipa Pataleta Patidifusa Patito feo Pegar como una lapa Pegar la hebra Pegar un soponcio Pegar sacudidas Pegarse como un chicle, esparadrapo, sello Pegote Pelma de caray Pena penita pena Pequerrechín Per in secula seculorum Percatarse Perder la chaveta Picar cositas ricas Pillar desprevenida Pirárselas Pitita Pizca (ni) Plañidero Plantearse un problema Poner carne de gallina en cinemascope Poner en el candelero Poner pies en polvorosa Ponerse borde Ponerse bravo Ponerse las canas de punta

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Ponerse morado Ponerse tontorrona Por doquier Por estos lares Por los bajines Por si las moscas Porfa, porfa Porrón de años Por puritísima suerte Portadora de orejas Prebenda Primoroso Prueba fehaciente Pulcramente Que Dios nos pille confesados Quedar pasmada Quedarse frita Quedarse prendada Quedarse roque Quedarse turulata Quisque Quisquillas Quitapenas Rabillo del ojo Rajarse Recalar Rechiflar Rechistar Reinar el caos Reírse como una loca Repantingado Repelús Resultar aire frito Resultón Retaco Retontorrona Retozar Ricacho Rizos permanentados

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Ruido comatoso Rumiar sin parar Saber de buena tinta Sacrosanto Salmodia vetusta Saltar a la chepa Santas paces Ser la intemerata Ser pelma Ser un tostón Ser una pasada Si Dios quiere Sibilino Silencio paradisíaco Sin prisas pero sin pausas Socorrido Solazarse Solemne coñazo Solfa Sollozar como un becerro Soponcio Sorda rematada Sordina Sorprendente sorpresa Superfragilisticoespiralidoso Tabarra Tantos años y pico Tejemeneje Tenderete Tener más razón que un santo Tener pinta de Tener requetemala leche Tener tirria Tener visos de Tentempié Tener su coña Tirar de la lengua Todo todito todo Tomar por el pito del sereno

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Tomar un cariz Tonto de remate Tontorrón Topetazo Toque sublime Toquetear Toro de pescado Tostón Traer por la calle de la Amargura Trasnochador Tremebundo Tremendófilo Turulata Tutiplén Uña y carne Uso, consumo y disfrute Valer la pena Vástago Ver el cielo abierto Vetusto Vieja chocha Vigilar como un halcón Visos de reminiscencia (tener) Volverse majara, Volverse mica Volverse tarumba Voz de pito en mi honor Zafarrancho Zarandaja Zarandaja quisquillosa Zigzaguear

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