En blanco y negro: Capítulo 6

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Capítulo 6 El juicio de Ariadne - ¿Cómo puedes estar leyendo un libro? La pregunta de Tania rompió su concentración, lo que la desestabilizó un poco. Dejó de leer para mirar a su amiga que se paseaba de un lado a otro del pasillo, frente a ella que estaba sentada en uno de los bancos que había en aquella especie de recibidor donde se encontraba el salón de actos. Tania llevaba ropa de calle (falda marrón combinada con un jersey malva y unas medias claras) y el pelo recogido en una trenza mal hecha que le caía por un lado. Ariadne, sería contraproducente tirarle el libro a la cabeza. Por un lado, quedarías de loca psicópata frente al Consejo y eso es algo que hay que evitar. Por otro, Tania es tu amiga y sólo está preocupada por ti, así que relax, take it easy, que diría Mika. Pero me quedaría tan a gusto... - Intento mantenerme ocupada en algo que no sea estrangular al primero que vea - acabó diciendo, mientras cerraba el libro y lo colocaba sobre sus rodillas. - ¡Estoy de los nervios! - reconoció ella. - Pues debes estar calmada para poder ayudar a Ariadne. Jero estaba sentado a su lado, esforzándose por parecer sereno, aunque llevaba unos diez minutos interpretando el baile de san vito con tanta intensidad que parecían estar sentados en el epicentro de un terremoto y no en un simple banco. Aquella misma mañana sus dos amigos habían hecho las paces. Ariadne estaba sentada en una de las mesas del comedor, al lado de Tania, que estaba repasando para el examen. Entonces Jero entró en la sala, fue hasta ella y, sin que se dijeran nada, se fundieron en un abrazo; después, el muchacho comenzó a pedir perdón y a decir que era idiota y se había puesto nervioso porque temía perder la beca, pero Tania le había detenido diciendo que no ocurría nada. Estaba rememorando la escena, cuando Deker hizo acto de presencia. Perezosamente, se dejó caer en el banco que estaba frente al de ellos, estirando sus largas piernas todo lo posible y cruzándolas a la altura de los tobillos. Se puso a leer, como si nada fuera con él, aunque para Ariadne no pasó desapercibido el hecho de que sus dedos tamborileaban sobre la tapa. Está nervioso... ¿Deker Sterling nervioso? Estoy jodida. Quizás debería salir corriendo y convertirme en la versión femenina de Frank Abagnale Jr.

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El día ha llegado. El Consejo de los ladrones se ha reunido para juzgar a Ariadne por haber arrebatado una vida, saltándose así la primera regla del clan. ¿Logrará lo imposible y ser exonerada o la expulsarán como ya le ocurrió a Álvaro?

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Capítulo 6

El juicio de Ariadne

- ¿Cómo puedes estar leyendo un libro?

La pregunta de Tania rompió su concentración, lo que la desestabilizó un poco. Dejó de

leer para mirar a su amiga que se paseaba de un lado a otro del pasillo, frente a ella que estaba

sentada en uno de los bancos que había en aquella especie de recibidor donde se encontraba el

salón de actos. Tania llevaba ropa de calle (falda marrón combinada con un jersey malva y unas

medias claras) y el pelo recogido en una trenza mal hecha que le caía por un lado.

Ariadne, sería contraproducente tirarle el libro a la cabeza.

Por un lado, quedarías de loca psicópata frente al Consejo y eso es algo que hay que

evitar. Por otro, Tania es tu amiga y sólo está preocupada por ti, así que relax, take it easy, que

diría Mika.

Pero me quedaría tan a gusto...

- Intento mantenerme ocupada en algo que no sea estrangular al primero que vea - acabó

diciendo, mientras cerraba el libro y lo colocaba sobre sus rodillas.

- ¡Estoy de los nervios! - reconoció ella.

- Pues debes estar calmada para poder ayudar a Ariadne.

Jero estaba sentado a su lado, esforzándose por parecer sereno, aunque llevaba unos diez

minutos interpretando el baile de san vito con tanta intensidad que parecían estar sentados en el

epicentro de un terremoto y no en un simple banco.

Aquella misma mañana sus dos amigos habían hecho las paces. Ariadne estaba sentada en

una de las mesas del comedor, al lado de Tania, que estaba repasando para el examen. Entonces

Jero entró en la sala, fue hasta ella y, sin que se dijeran nada, se fundieron en un abrazo; después,

el muchacho comenzó a pedir perdón y a decir que era idiota y se había puesto nervioso porque

temía perder la beca, pero Tania le había detenido diciendo que no ocurría nada.

Estaba rememorando la escena, cuando Deker hizo acto de presencia. Perezosamente, se

dejó caer en el banco que estaba frente al de ellos, estirando sus largas piernas todo lo posible y

cruzándolas a la altura de los tobillos. Se puso a leer, como si nada fuera con él, aunque para

Ariadne no pasó desapercibido el hecho de que sus dedos tamborileaban sobre la tapa.

Está nervioso... ¿Deker Sterling nervioso? Estoy jodida.

Quizás debería salir corriendo y convertirme en la versión femenina de Frank Abagnale Jr.

Tania se dejó caer al otro lado de Jero y no parecía muy contenta con la presencia del

recién llegado. Sin embargo, Jero se limitó a saludarle con una discreta sonrisa. Habían hecho las

paces de una vez.

Al menos algo sale bien.

El siguiente en entrar en el recibidor fue Álvaro, que iba impecablemente vestido con un

elegante traje a medida de color gris, combinado con una camisa azul claro y una corbata con

nudo Windsor de una tonalidad más oscura. El azul resaltaba su cabello dorado que, como

siempre, estaba perfecto, como si acabara de salir de la peluquería.

Se colocó frente a ella, enarcando una ceja nada más verla y Ariadne sabía a qué se debía

su reacción. Tanto Gerardo como él habían insistido en que se mostrara como una princesa de

manual: sobria, elegante, modosita, delicada, inocente...

No había cumplido con nada. Llevaba unos pantalones negros de pitillo, una camiseta de

tirantes blanca y, sobre ésta, una de amplias mangas cortas cuyo escote le caía desde un hombro

hasta el codo del otro brazo; para rematar, la ajustaba con su cinturón de cuero con tachuelas y se

había puesto las botas negras sin tacón, además de maquillarse los ojos con sombra oscura.

- ¿No podías haberte puesto algo como lo que lleva Tania?

- Y, de paso, podría haberme hecho tirabuzones, ponerme un lazo y hacer la continuación

de La princesita.

- ¡Ey! - protestó Tania.- Ni que fuera una cursi, jo...

- ¡Jolín! - exclamaron a coro Jero y ella, antes de estallar en risas.

- Sois más tontos, jolín...

Jero y ella volvieron a reírse, recostándose en el otro mutuamente, mientras Tania cerraba

un poco los ojos, levemente ofendida.

Sin embargo, la distensión se rompió cuando aparecieron dos personas más. Por un lado,

Rubén llegó corriendo, provocando que Tania diera un respingo y que Jero, de pronto, debiera de

encontrar la puerta del fondo de lo más interesante; por otro, después de él, la puerta del salón de

actos se abrió y un hombre al que no conocía se asomó.

Debía andar por los treinta, quizás todavía no había llegado, ya que tenía aspecto juvenil

que escondía muy bien detrás de unas gafas de montura cuadrada. Era de estatura media, delgado,

como poquita cosa. Su pelo era de color negro azabache, de hecho la luz de las lámparas le

arrancaba destellos azulados, y lo llevaba peinado con raya a un lado. Llevaba un traje negro, con

los pantalones tan bien planchados que hasta se veía la raya, la camisa blanca impoluta y la

corbata sujeta con un clip dorado.

Tenía el aspecto de un buen chico.

También estaba segura de que era inglés.

- Buenas tardes - dijo con amabilidad.- Me llamo Kenneth Murray - todos le miraron,

aunque El inglesito no se inmutó.- He venido a custodiar a la princesa, que es...

- ¡Ella! - exclamó Ariadne señalando a Tania.

- ¡No! - protestó su amiga.

El pobre inglesito hizo una mueca de confusión, mientras que Álvaro le fulminaba con la

mirada y juntaba las cejas en una expresión que denotaba “eso no es en lo que habíamos quedado,

jovencita, pórtese bien”. Vaya, había que ver lo elocuente que podía ser Álvaro. Ariadne estaba

replanteándose muy seriamente el recomendarle el mundo de la actuación, cuando le escuchó

toser secamente.

Vaaaaale. Captado. No tenemos sentido del humor.

Por eso, alzó una mano, poniéndose en pie.

- Yo soy Ariadne - le dedicó una sonrisa encantadora, además de tenderle una mano.- Lo

de antes era una broma. Estoy un poco nerviosa - El inglesito asintió quedamente, antes de

estrecharle la mano con desdén; durante todo el rato estuvo mirándola reprobatoriamente.

Pues nada. Encantada, simpático.

Y, eh, como me ha causado tanto alborozo el conocerle, quizás podría quitarle esa escoba

del cu...

- No es necesario que se custodie a la señorita Navarro - intervino Álvaro, colocándose a

su lado y sonriéndole con todo su encanto de modelo. Aprovechó para cogerla de los hombros,

casi como si supiera que estaba a punto de explotar y mostrarle su personalidad en todo su

esplendor. Ariadne estaba impresionada, si la iba a conocer y todo.- Le recuerdo que se ha

presentado voluntariamente al juicio.

- Y usted es....

El inglesito, al parecer inmune a la arrebatadora sonrisa del arrebatador Álvaro Torres,

entrecerró un poco los ojos, mientras se colocaba bien las gafas con la yema del dedo.

- Álvaro Torres.

- Ah, el asesino - hizo una mueca como de asco.

En aquellos momentos Ariadne quiso abofetearle con todas sus fuerzas. Ey, la única que

tenía derecho a meterse con él era ella y ya casi ni lo hacía. No obstante, se controló y siguió

mostrando su expresión afable.

Debería empezar a preparar mi discurso para cuando me den el Oscar...

- De todas maneras - prosiguió El inglesito, clavando la mirada en ella.- El Consejo ya

está preparado, así que...- le tendió un brazo con elegancia, era justo como hacían en las series y

películas ambientadas en los años cincuenta.- Si es tan amable de acompañarme, princesa.

Ariadne asintió con un gesto, antes de enlazar su brazo con el de él, mientras le dedicaba

una sonrisa que, acompañada de la mirada que le echó, resultaba de lo más sugerente. Kenneth

Murray, también conocido como El inglesito, se sonrojó hasta las puntas de las orejas y estuvo a

punto de echar humo por ellas.

Al menos puedo violentarle con mis encantos femeninos...

Chachi.

Entró en el salón de actos y, sin quererlo, se aferró con más fuerza de la que debía al

brazo del inglesito. Vaya, Kenneth Murray tenía los brazos que parecían patas de pollo, ¡qué finos

eran! Agitó la cabeza, recuperando la compostura.

Los diez miembros del consejo estaban sentados encima del escenario en elegantes sillas

de madera tapizadas en terciopelo escarlata, que parecían sacadas directamente de un castillo del

medievo. Aquello le recordaba el juicio de Álvaro Torres, el que había visto en los recuerdos de su

tío sentada en los bancos de los asistentes junto a Deker.

Pero no estaba un recuerdo, era la realidad.

Pero no iba a estar sentada entre los asistentes, iba a estar en el centro.

Pero no era el juicio de Álvaro, era el suyo.

Al mirar por encima del hombro, mientras El inglesito la conducía hacia el escenario, vio

que los demás habían entrado justo detrás de ellos. Entre todos sus amigos, una persona destacaba

al ser el más alto, aunque no sólo por eso.

Al menos, algo sí que se iba a repetir: Deker iba a estar a su lado, aunque fuera más

figurada que literalmente.

Tal y como lo había preparado con Gerardo esa misma mañana, se quedó de pie junto a

la silla donde debería sentarse y enlazó las manos a la altura de su regazo. Habían sido ellos dos

los que habían acordado que se vistiera con normalidad (no querían que el Consejo sintiera que

ella estaba perpetrando una pantomima), pero que actuara de forma serena, un poco comedida y

simpática para que se creyeran la estafa.

El inglesito la soltó y tomó su lugar en aquel semicírculo que la miraba con seriedad. Su

imaginación se disparó y no pudo evitar imaginarse a todas esas personas, que vestían túnicas,

crecer como gigantes, mientras la señalaban acusadoramente con el dedo. Para rematar tamaña

fantasía, los gigantes acusadores gritaban que era una asesina y las llamas del infierno la rodeaban.

Estupendo, ahora me asusto a mí misma.

Una de las cinco mujeres se puso en pie majestuosamente. Era alta, tenía el pelo corto y

blanco y era tan inmensa que parecía que se había comido el chicle de Willy Wonka y había

alcanzado el estado de arándano.

Ariadne, inconscientemente, se llevó la mano a la garganta.

Madre de Dios... ¿Me va a juzgar Úrsula de La sirenita?

¿Me cantará Pobres almas en desgracia y querrá mi voz?

Mmm... ¿La exoneración a cambio de mi voz? Nah, no lo aceptaría, explotaría sin poder

soltar tonterías y meterme con la gente y gritarle a la televisión... ¿Pero cómo he acabado

pensando esto?

- Normalmente, de esto se encarga el rey, pero dadas las extraordinarias circunstancias en

que nos encontramos, hemos decidido que yo ejerza de maestra de ceremonias al ser el miembro

de más edad del Consejo - explicó Úrsula, como decidió llamarla Ariadne a falta de un nombre.-

Podría decirnos su nombre como ladrona.

- Zorro plateado.

- Su nombre completo.

¡Hija de la gran...! ¡No, no quiero!

Tomó aire y se concentró en no mirar a nadie en particular, mientras recitaba de carrerilla

su nombre completo, algo que no había hecho nunca. Más que nada porque prefería olvidar que

tenía más nombres que un Borbón.

- Ariadne Isobel Catalina María de las Mercedes Navarro Vardalos.

A pesar de que intentó no mirar a sus amigos, no pudo evitar fijarse en ellos y descubrir

que estaban atónitos. Estupendo, ahora la tendrían bien cogida y cuando se hastiara ante la

estupidez de sus amigos, éstos sacarían a colación su dichoso nombrecito de princesa. Para que

luego hubiera gente que deseara a todo trance ser de la nobleza...

- ¿Está dispuesta a enfrentarse a La espada?

- Lo que deseéis.

- ¿Cuál será el veredicto de La espada?

- Culpable. Arrebaté una vida.

Otra mujer se puso en pie. Llevaba el pelo recogido en un moño, su expresión era neutra,

pero Ariadne supo identificar empatía, incluso compasión, en su mirada. Aquello le resultó raro.

Se suponía que ningún miembro del Consejo conocía su historia, pero esa mujer parecía

comprenderla... Sabía lo que había pasado y estaba de su lado.

Desapareció un momento por una de las puertas que llevaban a las bambalinas y volvió a

aparecer portando un estuche rectangular de cuero marrón; estaba muy desgastado. Dos de los

hombres se levantaron para sostenerlo, mientras la mujer comenzaba a soltar las múltiples correas

que lo mantenían cerrado.

Ariadne tuvo que cerrar los ojos un momento. De aquel estuche emanaba tal energía que

la había embriagado hasta el punto de experimentar algo parecido a cuando se pasaba tomando

chupitos. Estuvo a punto de marearse, pero pudo quedarse donde estaba y de pie. Aquel Objeto

poseía un poder inmenso, no era tanto como el de las Damas, pero era mucho más invasivo.

Podía notar su vibración, entenderle, notar sus ganas de luchar...

Por eso supo que se trataba de La espada de la verdad.

La espada, como solían llamarla los ladrones, había pertenecido a uno de los siete

caballeros del temple que habían fundado los ladrones. Sus descendientes fueron una de las

familias que apoyaron la idea de que debían cuidar y preservar los Objetos, no emplearlos para su

beneficio como quería otra facción de los templarios que, tras la desarticulación de la orden y la

muerte del último Gran Maestre, acabaron dando su origen al clan de los asesinos.

Tal y como su nombre indicaba, se trataba de una espada, aunque no se parecía en nada a

lo que cualquiera se imaginaría. Cualquiera esperaría algo de oro, majestuoso, lleno de joyas, muy

hortera, pero no. Era únicamente una espada mellada y algo oxidada con la empuñadura

desgastada y algo corroída por el paso de los años.

A ella le había pasado. La primera vez que había pasado el examen de La espada, se llevó

una decepción tremenda. Sólo la superó cuando su tío le puso Indiana Jones y la última cruzada y

adivinó cuál era el Santo grial por lo que acababa de vivir.

- Mi nombre es María Luisa Tassone y soy La dama de la espada - la mujer del moño se

colocó frente a ella, tendiéndole el filo que reposaba sobre las palmas de sus manos.- ¿Preparada

para pasar el examen de La espada de la verdad?

- Preparada.

Tras asentir, Ariadne la acarició un momento, antes de cogerla con ambas manos. La

sostuvo a la altura de su pecho, por lo que el filo parecía partirle el rostro entre dos.

Durante un momento no ocurrió nada.

Al siguiente, la hoja comenzó a brillar. Acabó por ponerse roja, incandescente, como si

acabara de forjarla. Se sobresaltó un momento, por lo que la alejó de su rostro un poco, pues vale

que fuera una asesina, pero tampoco quería ser una asesina con la cara deforme.

- La espada ha hablado - dijo Tassone.- Ha habido asesinato.

- Bien - asintió la maestra de ceremonias, Úrsula para ella.- Usted misma confesó su

crimen y se ofreció a ser juzgada. Por tanto, señorita Navarro, tiene derecho a explicarse. Por

favor, si es tan amable, siéntese y cuente todo lo sucedido, a poder ser con todo lujo de detalles.

Ariadne tomó aire antes de comenzar a relatar lo ocurrió meses atrás.

A su historia le siguieron las de sus compañeros. Todos contaron su propia visión de los

hechos: Álvaro fue conciso, dejando muy claro que ella no tenía otra opción; Tania se emocionó y

se le quebró la voz en varias ocasiones; Jero la dejó como una superheroína de cómic, por lo que

Ariadne le sonrió agradecida; Rubén fue muy convincente y supo darle la intensidad que sólo los

grandes oradores daban a los cuentos que contaban.

El último en hablar fue Deker.

Como a los demás, lo hicieron subirse al escenario y tomar asiento a su lado. En cuanto

lo hizo, Ariadne le miró. Él no le devolvió el gesto, pero ella sabía que le estaba costando una

barbaridad, que sólo lo hacía para ayudarla, para que no creyeran que cambiaba la historia sólo

para favorecerla porque le caía bien.

Además, habían estado mirándose el resto de la sesión.

- ¿Su nombre es? - preguntó Úrsula.

- Deker Sterling.

- ¿Puede contarnos su relación con la acusada? ¿Cómo es? ¿Desde cuándo se conocen?

- Nos conocimos cuando comenzó el curso - explicó con frialdad.- ¿Y cómo es nuestra

relación? Creo que complicada es la mejor de las palabras para describirla. Quizás intensa también

se le puede aplicar. Unos días nos peleamos, otros nos hacemos confesiones y muchos ni siquiera

hablamos. He visto a Ariadne reír, protestar, poner los ojos en blanco... Llorar. Sin embargo,

Ariadne Navarro sigue siendo un misterio para mí.

- ¿Clasificaría su relación de íntima, cercana quizás?

Deker curvó las comisuras de la boca en aquella mueca sarcástica tan suya.

- No soy de los que intiman con nadie. Prefiero las relaciones más... Banales. No son ni

tan comprometedoras, ni tan hirientes.

- ¿Se considera amigo de la acusada?

- No.

Le resultó muy extraño que aquella negación tan rotunda en vez de ofenderla o herirla,

provocara que se estremeciera. Se aferró al dobladillo de la camiseta larga, mirando de soslayo el

rostro de Deker que seguía frío, tranquilo; aquello la reconfortó por algún motivo.

- ¿Podría contarnos lo que sucedió?

- Tras que los hermanos James se hicieran con todas las personas con las que ya habéis

hablado, Ariadne y yo logramos huir en una alfombra mágica. En vez de ponernos a cantar Un

mundo ideal e irnos a ver fuegos artificiales a China, decidimos que nuestra mejor opción era

recuperar las Damas que quedaban. Logramos robar una de ellas, que pertenecía a la colección

personal de la fallecida Lady Rowanne.

>>Colbert James nos encontró y nos atacó, así que acabamos huyendo de nuevo y nos

refugiamos en mi casa donde pudimos descansar un poco. Nuestro plan inicial era seguir

buscando las Damas que quedaban para poder encontrar una manera de liberar a los demás, pero

Colbert James no nos dio oportunidad. Desgraciadamente, no estábamos solos en mi casa, mi

hermana pequeña, una niña de diez años, todavía estaba con nosotros y la cogió como rehén.

- ¡Qué listo, dice la edad de la niña y me deja como un monstruo!

El fantasma de Colbert apareció a su lado para fulminar con la mirada a Deker. Ariadne

palideció, aunque no movió ni un solo músculo facial.

No era el momento para que estuviera ahí.

No podía permitirse el lujo de desmoronarse sólo por su presencia, así que cerró los ojos.

Cuando abra los ojos, Colbert no estará.

Cuando abra los ojos, Colbert no estará.

Sin embargo, a pesar de que sentía la presencia iracunda de Colbert a su lado, acabó por

verse hipnotizada por la voz de Deker, que relató el resto de la historia con el mismo tono sincero

y envolvente. Por eso, cuando abrió los ojos fue como si Colbert no estuviera ahí, aunque seguía

en el mismo sitio de antes.

Tras que acabara, fue a levantarse, pero la maestra de ceremonias hizo un ademán para

que permaneciera donde estaba. Todos habían tenido que responder a alguna pregunta, pero

Deker pareció contrariado, aunque obedeció.

- ¿Por qué la siguió? - preguntó El inglesito.

- ¿Perdón?

- Señor Sterling, usted ha explicado que la acusada, Ariadne Navarro, se entregó a

Colbert James voluntariamente para salvar a su hermana - explicó Kenneth Murray con suavidad.-

También nos ha contado que no son precisamente amigos. Así que no entiendo qué le llevó a

seguirla, cuando usted podría haberse quedado a salvo.

- No entiendo a qué viene la pregunta - Deker frunció el ceño.

- Puede que me equivoque, pero no le creo la clase de persona que arriesgaría su vida por

alguien que no es importante para usted - dijo El inglesito sin dejar de mirarle a los ojos, a pesar

de que la mirada de Deker no era precisamente amistosa.- Usted es alguien pragmático, práctico,

no le veo sacrificándose por salvar el mundo. Por eso, creo que su relación con la acusada es... De

carácter diferente al que ha explicado y que, por eso, puede estar alterando los hechos para

ayudarla. Por eso, me gustaría saber por qué la siguió.

- Ariadne se prestó voluntariamente a vivir su peor pesadilla, su futuro más angustioso,

sólo por salvar a mi hermana - repuso Deker con frialdad.- Atada a un psicópata de por vida, sin

voluntad o posibilidad de decidir o de meramente vivir... Estaremos todos de acuerdo en que es

algo horrible, una tortura. Por eso, creí que lo menos que podía hacer era intentar devolverle el

favor liberándola - entonces fulminó a Kenneth Murray con la mirada.- Soy una persona práctica,

sí, pero no soy ningún desalmado. Quizás usted y los suyos deberían mirarse en un espejo y

juzgarse a sí mismos porque esto sí que es una barbaridad y una injusticia.

Aquellas palabras hicieron que El inglesito se pusiera de un tono verdoso.

- Deker...- dijo ella para calmarle.

Pero el interpelado o no la escuchó o, simplemente, decidió que estaba harto de aquel

juego de apariencias y juicios. Se puso en pie, mirando a cada miembro del Consejo como si le

provocaran un asco infinito. Bueno, quizás así era.

- Vosotros y vuestras estúpidas reglas y vuestra falsa moral ha provocado todo esto. Si no

hubierais excluido a Colbert, sino hubierais educado a Ariadne para ser vuestra princesa, sino

fuerais tan jodidamente estrictos e hipócritas... Todo eso provocó que ocurriera lo que ocurrió y

ahora no podéis pretender que Ariadne es una criminal o una persona indigna...

- Nosotros no...- protestó Úrsula.

- Todos vosotros estáis aquí, realizando una pantomima de juicio sólo para sentiros bien,

para demostrar lo honorables que sois los ladrones. Pero, en realidad, la vais a usar de cabeza de

turco. Ella hizo el trabajo sucio, solucionó todo y ahora lo va a pagar siendo expulsada para que

el honor de vuestro estúpido clan quede limpio.

Deker tomó aire, antes de rematar:

- Iros todos a tomar por culo.

Ante la estupefacción de prácticamente todo el mundo, Deker se bajó del escenario para

abandonar el salón de actos, dando un terrible portazo.

Aún resonaba el estruendo por los muros, cuando Úrsula se aclaró la garganta con una

tos seca para que todos recuperaran la compostura. Entonces, con timidez, Kenneth Murray

pronunció una pregunta que iba únicamente dirigida a ella:

- ¿Por qué hiciste lo que hiciste?

La pregunta fue como un puñetazo en el estómago, aunque no permitió que nadie lo

notara. Sin embargo, acababa de volver a ser consciente de que Colbert estaba ahí. De hecho, se

había puesto en cuclillas frente a ella y Ariadne no podía ver otra cosa.

- Porque no tenía otra opción - respondió, aunque sólo se lo decía a Colbert.

- ¿No podrías haberlo dejado inconsciente? ¿Atarlo quizás? - inquirió alguien.

Colbert se acercó a ella, le miraba con intensidad, alzando su mano lentamente hasta su

rostro para intentar acariciarle las mejillas. Sus dedos de fantasma eran intangibles, pero, aún así,

Ariadne pudo sentirlos de algún modo, algo cálido, algo triste. Cerró los ojos.

- ¿Por qué me mataste, Ariadne?

- No podía hacer otra cosa - admitió y su voz comenzó a tambalearse, como si estuviera a

punto de quebrarse en cualquier momento.- No lo entiendes... Yo... Le quería. Le amaba. Bueno,

a la persona que creía que era. Pero todo era un espejismo. No existía esa persona, sólo era un

disfraz, una burda mentira... Y entonces descubrí la verdad: sus delirios, sus planes, su maldad, los

actos tan abominables que había cometido... Y, aún así, seguía amándole. Le quería tanto que

dolía, que dolía como nada. No podía respirar, no podía pensar, sólo podía quererle y odiarme y

sufrir...

>>Únicamente algo me mantuvo lo suficientemente cuerda: la idea de que Colbert

estaba haciendo el mal, de que iba a matar a personas inocentes, personas que eran importantes

para mí. Debía acabar con todo, ¿no lo entendéis? Con aquel maldito sentimiento, con aquella

persona que no tenía salvación, con la locura... Supongo que, al final, en lo único que pensé era en

que debía de salvar de alguna manera a la persona a la que amaba, aunque me costara todo.

- ¿Salvarme? - preguntó, incrédulo, el fantasma.

- ¿Qué otras opciones había? ¿Intentar reducirlo para encerrarlo en un psiquiátrico? No,

eso no podía permitirlo. Colbert no lo habría soportado, habría sido peor que la muerte. Además,

existía la posibilidad de que se escapara y acabara arriesgándolo todo...- Ariadne suspiró, sin dejar

de concentrarse en el espíritu.- No sé, supongo que simplemente quería terminar con todo.

Sus miradas se fundieron en una.

Había tanta tristeza en los ojos de Colbert, que Ariadne sabía que era porque la suya

propia se había reflejado en ellos. Sin embargo, el fantasma se esfumó de repente, llevándose con

él la pena y sumiéndola en aquel gélido erial donde no había nada, tan solo frío.

Después de tamaña disertación, donde había puesto el poco corazón que le quedaba, el

Consejo quiso reflexionar, así que les pidió amablemente a todos que salieran al recibidor de

nuevo. Encontraron a Deker tumbado en un banco cuan largo era, mirando al techo con un

cigarrillo humeante en los labios.

Álvaro, nada más verlo, abrió la boca como para protestar, pero debió de pensárselo

mejor, pues acabó sentándose en el banco de enfrente, mientras enterraba su rubia cabeza entre las

manos. Tania decidió acomodarse a su lado, recostándose en el hombre, mientras Rubén se

apartaba un poco, paseándose de un lado a otro sin prestar atención a nadie en particular.

Todo estaba muy tenso y silencioso hasta que, de pronto, Jero lo rompió exclamando con

sinceridad y emoción a partes iguales:

- ¡Qué razón tienes, coño! ¡Son todos una panda de hipocondríacos!

- Hipócritas - le corrigieron todos automáticamente.

- ¡Eso! ¡Me da igual! ¡No tienen derecho a hacer esto! - prosiguió Jero, mientras se movía

de un banco a otro, haciendo aspavientos.- ¿Qué pretendían que hicieras? ¿Dejar que ese loco

psicópata nos matara a todos? Claro, como ellos no iban a ser sacrificados ni nada... Bah.

Deker tuvo que levantar las piernas con rapidez porque Jero se dejó caer a su lado, tan

ofuscado como durante su discurso. Después, las colocó sobre las de su amigo y Jero ni siquiera

protestó, aunque de vez en cuando agitaba la mano para ahuyentar el humo del cigarro.

- Señor Sterling - dijo, entonces, Gerardo.

Su rostro era muy serio y Ariadne temió que regañara a Deker y que éste explotara de

nuevo, organizándose una buena. Sin embargo, Gerardo acabó suspirando:

- Páseme uno, anda.

Gerardo no le había dado ni un par de largas caladas al cigarrillo cuando la puerta del

salón de actos volvió a abrirse, llevándose la respiración de todos. Kenneth Murray asomó con

timidez la cabeza, parecía muy serio.

- Ya tenemos un veredicto. Si es tan amable de pasar, señorita Navarro...- Álvaro se puso

en pie de un salto, acudiendo raudo a su lado, para estrecharle un hombro con ademán protector.

El inglesito pareció algo azorado, aunque logró decir.- Usted ya ha testificado...

- Soy lo más parecido a un padre que tiene y no voy a dejarla sola.

- Pero ya no es uno de nosotros, señor Torres - rebatió con dureza, aunque enseguida su

rostro volvió a suavizarse.- Será mejor que la señorita Navarro entre sola - volvió a tenderle un

brazo como si acabara de salir de Amar en tiempos revueltos.- Si es tan amable.

Con un angustioso nudo en el estómago, Ariadne entró en el salón de actos. No obstante,

antes de que la puerta pudiera cerrarse, escuchó algo que, por algún motivo que no alcanzaba a

comprender, la relajó al momento:

- Deker...- dijo Jero con tono infantil.

- ¿Qué? - preguntó el interpelado con notable impaciencia.

- ¿Qué es un hipocondríaco?

En cuanto salió por la puerta, Ariadne se encontró con los rostros ansiosos de los demás,

tan pálidos y aterrados. Todos se habían puesto en pie de un salto y todos se habían acercado al

momento. Bueno, no todos, Deker simplemente se había incorporado un poco y la miraba desde

la distancia, sentado en el banco, sin dejar de fumar con aparente calma.

- ¿Y? ¡¿Qué leches ha pasado ahí dentro?! - preguntó Jero, histérico.

- ¿Qué te han declarado? - rogó Tania.

Ariadne les miró a todos un momento, apenas podía articular palabra hasta que, al fin,

logró controlarse lo suficiente para decir:

- Inocente. Sigo siendo una ladrona y princesa y todas esas cosas.

El estallido fue general, todos gritaron alegremente, mientras se le tiraban encima para

abrazarla, por lo que Ariadne sintió como si estuviera en medio de dos muros que se acercaban,

pero no le importó. Agradecía la dicha, sobre todo porque se alegraban por ella. Eso sí, le hubiera

gustado haber podido sentir lo mismo, pero cada vez le era más difícil sentirse viva.

Entre todas aquellas cabezas amigas, su mirada encontró sin esfuerzo la de Deker. El

joven se había puesto en pie, pero seguía manteniendo las distancias, como si estuvieran separados

por un abismo insalvable. Con el cigarro entre los labios, que estaban curvados en su peculiar

sonrisa, alzó el dedo pulgar y le guiñó un ojo, al mismo tiempo que chasqueaba la lengua.

Y, sin más, se marchó.

Deseó gritarle que no se fuera, que se quedara, pero ninguna palabra acudió en su ayuda,

su garganta ni siquiera hizo el esfuerzo de hablar.

Curiosamente, anhelaba un abrazo suyo.

- Y tras protagonizar mi propio episodio de The good wife, creo que nos merecemos una

juerga de las buenas - estaba diciendo Ariadne, antes de que Gerardo la cogiera del brazo para

llevarla a un lado.- ¿Ocurre algo?

La mirada de Gerardo era huidiza, casi parecía culpable y eso no le gustó nada, no podía

significar nada bueno.

- Tienes que acompañarme un momento.

- ¿Pero por qué?

Gerardo hizo un gesto para que se callara, antes de conducirla hasta su despacho. Le

indicó que tomara asiento, por lo que Ariadne le miró desconfiada, mientras le decía que prefería

quedarse de pie. El hombre se encogió de hombros, antes de ocupar su silla y comenzar a pasarse

una mano por la cara.

- ¿Has notado algo raro en el juicio?

Para ella lo raro era que el fantasma de Colbert la siguiera, pero, claro, ni Gerardo ni

nadie lo sabía, así que estaba claro que se refería a otra cosa. No tuvo que esforzarse demasiado

para saber exactamente a qué lo hacía entonces: la señora de la espada la había mirado con

complicidad y no había sido la única. Recordó, entonces, que Gerardo era la mano derecha de

Felipe, por lo que, seguramente, también sería una especie de consiglieri, vamos, de consejero un

tanto mafioso que actuaba a espaldas de todos.

- ¿Qué has hecho?

- Mover hilos, chantajes, amenazas, pactos... Política - se encogió de hombros.- Por suerte

tenías bastantes apoyos sin que tuviera que hacer nada, pero...- volvió a pasarse la mano por el

rostro.- Hay que pagar un precio por lo que acaba de suceder.

Ariadne cerró los ojos un momento, temiendo lo que iba a suceder.

- ¿Cuál?

Le hizo una seña para que aguardara y Ariadne quiso lanzarle a la cabeza la silla que tenía

frente así. Le gustaban las películas de suspense, pero no el suspense en lo que respectaba a su

vida. Se volvió para ver como Gerardo abría una puerta, dejando pasar a la señora del nombre

rimbombante (La guardiana de la espada) y al miembro más joven del Consejo, El inglesito.

- Ariadne, te presento a tu prometido, Kenneth Murray.