En Fundación Proa · 2016-05-20 · mente al ajedrez, hélas!, sólo queda una ... en el arte del...
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MARCEL DUCHAMPEn Fundación Proa
Aunque algunas de las obras deMarcel Duchamp fueron prefiguradasdurante su estadía porteña en 1918,recién ahora, noventa años mástarde, llegan por primera vez aBuenos Aires. Engranajes de unamaquinaria que redefinió la matrizestética del siglo pasado y todavíasigue en funcionamiento.Por Graciela Speranza
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Como si en el limbo de la Web de pronto se
corporeizara un fantasma, recibí una ima-
gen por correo electrónico en octubre de
2006. La foto es de mediados de los sesenta,
pero muy poco de lo que se ve queda en pie.
El edificio de dos plantas que está en el cen-
tro del cuadro ya no existe, como tampoco
existen los taxis Siam Di Tella que circulan
por la calle ni los “guardapolvos” que se
anuncian en el cartel. Desapareció en una de
las tantas demoliciones modernizadoras del
centro y no hay más registro de su existencia
que esta foto. Desde entonces, la esquina
alberga una plaza seca y una sala de arte
desangelada que probablemente ya tampo-
co existan, reemplazadas por otras en la
remodelación en marcha del Complejo Cul-
tural San Martín. Pero fue ahí, precisamente,
en Sarmiento 1507, donde Marcel Duchamp,
el artista que revolucionó el arte del siglo
veinte, instaló el estudio en el que trabajó
durante sus nueve meses de estadía en Bue-
nos Aires, entre septiembre de 1918 y julio de
1919. Del lugar en el que concibió el Pequeño
vidrio, avanzó en las notas para su obra más
hermética, el Gran vidrio, y jugó obsesiva-
mente al ajedrez, hélas!, sólo queda una
nada gaseosa, un vano, un vacío literal. Da
pena como toda falta, pero no sorprende
demasiado que sea así. Bien mirado, el vacío
de Sarmiento 1507 no es más que una de las
tantas formas de vacío que Duchamp dejó
en el arte del siglo para que surtieran efecto
residual, una empresa largamente medita-
da que sin embargo conserva la frescura, la
elegancia y la gracia del puro azar. Unos
años antes, en 1913, había respondido una
pregunta sencilla –“¿Se pueden hacer obras
de arte que no sean obras de arte?”– mon-
tando una rueda de bicicleta en un banquito
de cocina, Rueda de bicicleta, una cámara de
aire en torno a un agujero radiado entroni-
zada como pieza de arte, puro dispositivo
para producir preguntas, ideas estéticas
inmateriales.
Un año más tarde, reincidiendo en los obje-
tos en falta, había convertido en arte un
curioso engendro industrial para escurrir
botellas comprado en un bazar de París, Bot-
tle Rack, que no sólo multiplica la falta de las
botellas en las clavijas desnudas, sino tam-
bién el vacío de la botella –aire rodeado de
vidrio– que en cada brazo expectante brilla
por su ausencia. Poco después sumaría a la
lista de sus obras de arte sin arte una pala de
nieve de título ambicioso (In Advance of the
Broken Arm), un peine de título tautológico
(Peine), y un perchero de pared (Trébuchet).
No contento con esas intervenciones sutiles
pero radicales en la ontología convencional
de la obra de arte, en 1917 escandalizaría al
jurado de la Asociación de Artistas Indepen-
dientes de Nueva York presentando un min-
gitorio industrial firmado por R. Mutt bajo el
título de Fuente, que a la implosión de la
obra sumaba embestidas letales contra los
polos restantes del hecho artístico: el autor,
el espectador, y las instituciones del arte. Era
sólo el comienzo de una revolución estética
de alcances imponderables: la invención del
ready-made, el arte de lo ya hecho.
De su paso por Buenos Aires –como de esos
objetos originales transformados en arte con
un simple enunciado, “Esto es arte”– tampo-
co es mucho lo que ha quedado. A no ser por
unas fotos de fecha imprecisable, unas pocas
obras y unas cartas escritas desde el estudio
de Sarmiento o desde su otro domicilio de
Alsina 1743 aún en pie, la estadía porteña
parece haber eludido la fijeza del registro y
esconder la motivación real de un nuevo exi-
lio en un país desconocido y remoto. En 1918,
el fantasma de la guerra que lo había lleva-
do de París a Nueva York parece haberlo
empujado a un destino todavía más exótico
para seguir trabajando lejos y en paz. “Qui-
zás cultivaba el ‘espíritu del expatriado’”,
explicaría mucho más tarde, “que era en par-
te una posibilidad de ‘salir’ en el sentido más
tradicional de la palabra: apartarme de mi
nacimiento, mi infancia, mis hábitos, mi
fabricación totalmente francesa. El hecho de
ser transplantado a algo completamente
nuevo desde el punto de vista del entorno,
ofrece una posibilidad de florecer de otro
modo.” Como la Escultura de viaje que trae
en el equipaje, susceptible de ser recreada en
cualquier parte mediante unas tiras de
gomas que se fijan con clavos a la pared has-
ta formar una telaraña de colores, Duchamp
viaja y se desarraiga para reinventarse en
otro contexto y otro espacio físico. La escul-
tura portátil, montada en Nueva York y lue-
go en el estudio porteño, condensa bien su
voluntad de cultivar un arte y una identidad
flexibles, lábiles, irrespetuosos de los límites,
las formas fijas, los cánones establecidos y
los imperativos de la nacionalidad.
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MARCEL DUCHAMP
50. los inrockuptibles
DelayLa historia de la fotografía del estudio de Marcel Duchamp en Buenos Aires.La foto de la esquina de Sarmiento y Paraná me llegó, duchampianamente, con cierto retardo virtual. Leone Son-nino, el fotógrafo porteño que la tomó para un relevamiento del arquitecto Mario Roberto Álvarez, la envió porcorreo electrónico a la editorial Anagrama en Barcelona para que me la reenviaran a Buenos Aires. El estudio redi-vivo de Duchamp, como se ve, atravesó el Atlántico para ir de un lado a otro de la ciudad, pero hay cierta justiciapoética en el periplo dilatado y casi absurdo. Duchamp confió en la reproducción que introduce un pequeñoretardo entre el original y la copia, y reactiva la mirada del espectador. También en la obra que desafía todas lasexpectativas del público y por lo tanto apuesta a la recepción futura. Con alguno de sus trucos infalibles y ciertodelay, a noventa años de su primera visita, sus copias que no son copia han vuelto a la ciudad. / G. S.
Graciela Speranza es autora, entre otros libros, de Fuera de campo. Literatura y arte argentinos después de Duchamp
(Anagrama), publicado en 2006.
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Toda su ironía es un ataque decidido a la puravisualidad de la pintura, los valores
convencionales del juicio estético y la marcapersonal del autor.
Nómade vocacional, Duchamp se instaló
desde sus comienzos en un espacio estraté-
gico entre dos ciudades y dos continentes,
entre distintos medios y lenguajes, entre el
arte y el antiarte, el original y la copia, la
imagen y la palabra, enmascarándose con
cambios de nombres, roles y géneros, des-
doblamientos y juegos de palabras. Su
lugar privilegiado fue siempre el entre dos.
Buenos Aires, de hecho, parece haber
triangulado su vaivén entre los grandes
centros de las vanguardias, en un lugar
igualmente distante de París y Nueva York
(“Lo importante es que es muy lejos”, escri-
be en una carta de agosto de 1918), con un
intervalo enigmático entre dos piezas
capitales de su obra, su última pintura
sobre tela completada poco antes de
embarcarse a la Argentina, Tu’m, que des-
de la contracción usual de Tu m’emmerdes
del título (“Me aburres”) alude a su rela-
ción con la pintura, y una de sus piezas
más célebres fechada poco después, la rec-
tificación de una reproducción de la Mona
Lisa, L.H.O.O.Q., un juego fonético de ini-
ciales que se lee como una grosería del
argot francés, Tiene el culo caliente. Toda
su ironía dadá es un ataque decidido a la
pura visualidad de la pintura (el arte reti-
niano), los valores convencionales del jui-
cio estético (la belleza, el apego ritual a la
tradición) y la marca personal del autor,
como únicos atributos con los cuales defi-
nir el arte. Ya ha abandonado definitiva-
mente la pintura cuando llega a Buenos
Aires, y en el paréntesis sudamericano,
deslumbrado por los juegos ópticos y la
belleza de la escritura abstracta del aje-
drez, piensa la próxima movida.
De la ciudad detesta el provincianismo, el
machismo, el rastacuerismo de la alta bur-
guesía que trae todo de Europa, pero le gus-
ta el aire parisino de las calles, la manteca
(“increíble”, insiste en las cartas), y sobre
todo la soledad, que lo deja concentrarse en
las tres obras curiosas que prepa-
ra en el estudio de Sarmiento:
Estereoscopía manual y el
Pequeño Vidrio, experimentos
ópticos que investigan la rela-
ción entre visión, razón, materia-
lidad y deseo, y el ready-made
Infeliz –el único ready-made
concebido a distancia–, una obra
todavía más extraña, regalo de bodas para
una de sus hermanas, a la que instruye por
carta para que cuelgue un libro de geometría
de una cuerda en el balcón del departamen-
to parisino de modo tal que el viento pudie-
ra “elegir sus problemas, pasar las páginas e
incluso arrancarlas”. No es mucho para nue-
ve meses de trabajo, y sin embargo, es el
comienzo de una historia alternativa del
arte moderno que la máquina de mirar
duchampiana pone en marcha, por algún
motivo, en Buenos Aires. Desde Para ser
mirado (desde el otro lado del vidrio) con un
ojo, de cerca, durante casi una hora –Peque-
ño Vidrio–, pasando por los crípticos paneles
de La novia desnudada por sus solteros,
incluso –Gran Vidrio–, en los que la vista
puede posarse pero también pasar del otro
los inrockuptibles. 51
Desnudo bajando unaescalera (1912)
“La versión definitiva de Des-nudo bajando una escalera,
pintada en enero de 1912,marcó la convergencia de
diversos intereses, como elcine (todavía en desarrollo) y
la separación de posicionesestáticas de las cronofotogra-
fías de Étienne Jules Mareyen Francia y de Eakins y Muy-
bridge en los Estados Uni-dos”, escribía Marcel
Duchamp. Un año más tardesería sensación en Nueva
York con esta “imagen estáti-ca en movimiento”.
Rrose Sélavy (1920)En los años veinte, Duchamp se inventó un alter ego femenino de extrañasresonancias judías, Rrose Sélavy, que además era uno de esos juegos de palabrasa los que era tan aficionado: “Eros es la vida”. Fue Man Ray quien fotografió aDuchamp travestido, maquillado y arreglado. Polivalente, Rrose era el cruce deuna mujer de la alta sociedad que frecuentaba los casinos de Monte Carlo, unadirectora de vanguardia (Anemic cinéma, de 1926) y artífice de la Caja verde.
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lado, hasta llegar a Dados –su obra póstuma
que convierte al espectador en obligado
voyeur de una mujer que con las piernas
abiertas ilumina su desnudez detrás de un
portón–, el arte se convierte en otra cosa,
puro pensamiento encarnado, formas que
retardan la mirada para hacer ver y hacer
pensar. Porque aunque ni sus vecinos de Sar-
miento ni los de Alsina pudieran sospechar-
lo, y aunque la dimensión de la empresa solo
empezaría a percibirse con claridad en los
sesenta, Duchamp ya había trastocado la
definición de arte, imprimiéndole un efecto
propio, centrado en las posibilidades de
renovación abiertas por la reproducción, el
giro conceptual y el fin de los medios especí-
ficos hacia un “arte en general”. “Duchamp
inventó el fuego”, dijo alguna vez el mini-
malista Donald Judd, “en la medida en que
encontró el primer objeto encontrado del
arte.” La llama del ready-made, es cierto,
alumbraría gran parte de las revoluciones
estéticas que vendrían después, desde el pop
art y el minimalismo al arte conceptual, el
arte de instalación y la crítica institucional.
La lente que cambió la visión del arte del
siglo, en cualquier caso, se afinó en Buenos
Aires y nos dejó más preguntas que res-
puestas para que el arte ya no sólo sea obje-
to de contemplación sino motivo de refle-
xión. Porque ¿qué habrá visto Duchamp al
otro lado del vidrio instalado en el balcón
del estudio porteño? “Buenos Aires no exis-
te”, escribió en noviembre de 1918, un
comentario enigmático que podría explicar
el destino gaseoso de la esquina de Sar-
miento y Paraná, pero también la indife-
rencia, la ironía y el nihilismo activo del
artista radical, que trabaja “solo como en
un naufragio”, al margen de todos los
ismos, en un lugar distante y neutral.
Si por más empeño que se ponga en darle
cuerpo real, la figura de Duchamp se escurre
en Buenos Aires, hay una foto anterior, un
autorretrato tomado un año antes de embar-
carse a Sudamérica, Fotografía de Marcel
Duchamp tomada con un espejo articulado,
en la que la imagen del artista se multiplica
ocultándose. Duchamp se toma a sí mismo la
foto de espaldas, enfrentado a un espejo abi-
sagrado que lo refleja y lo quintuplica. Per-
fecta metáfora visual de su idea de la identi-
dad artística, el autorretrato ilustra bien la
voluntad de apartarse del arte como expre-
sión de un yo único, para buscar un yo
refractado, facetado, plural –un “pequeño
juego entre ‘yo’ y ‘mí’”, dijo alguna vez–, uto-
pía cinética y erótica que permite ser otros
incluso de otro sexo (fue R. Mutt y muy pron-
to será Rrose Sélavy), sin independizarse ni
someterse a las identidades colectivas, sino
más bien multiplicándolas. Todas las claves
de su arte futuro, si se quiere, se anticipan en
la foto: la reproducción, los múltiples y el
aura conceptual de objetos que reúnen
Rueda de bicicleta (1913)Un día en su atelier,
Duchamp fijó la rueda de una
bicicleta en un taburete de
cocina. “Era una fantasía (...)
Me gustaba mirarla como me
gusta mirar el movimiento
del fuego en la chimenea.”
Este objeto anodino de uso
doméstico inauguró una
larga serie de ready-mades.
“La única idea realmente
importante que vale la pena
recordar de mi obra.”
MARCEL DUCHAMP
La novia desnudada por sus
solteros, incluso (Gran Vidrio)
(1911-1923)
Esta superposición de dos
placas de vidrio
laboriosamente concebida
desde 1911 hasta 1923 (“¡Qué
trabajo!”, escribió en 1922. “¡Ya
es suficiente!”, en 1923) tal vez
sea la gran obra de Duchamp
junto con Dados, sus
testamentos póstumos. Un
mecanismo óptico lejos de la
pintura al aceite y más fácil de
limpiar. Es una “pintura de
precisión”, y al mismo tiempo,
un “cuadro divertido”.
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La llama del ready-made alumbraría granparte de las revoluciones estéticas que vendríandespués, desde el pop art y el minimalismo alarte conceptual y el de instalación.
52. los inrockuptibles
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visión y pensamiento. La copia que no es
copia, de hecho, es el adn del arte del ready-
made, un lugar de encuentro entre el autor y
el espectador (“un rendezvous”, dice
Duchamp), en el que la mera presentación y
la nominación reemplazan a la representa-
ción y el sentido. El arte no se crea de la nada,
y por lo tanto no hay creador, en sentido
estricto, ni obra original. Duchamp mismo
coloreó reproducciones de sus pinturas,
replicó casi toda su obra en miniaturas y las
guardó en la Boîte-en-valise, un museo por-
tátil con sesenta y nueve reproducciones,
verdadera autocolección nómade que se
independiza de los originales y las institucio-
nes del arte y viaja por el mundo. Y más: en
1964 replicó catorce de sus ready-mades en
ediciones limitadas (son esas réplicas las que
veremos en Buenos Aires), versiones escultó-
ricas de los originales extraviados que desde
entonces han multiplicado miles de veces el
valor irrisorio del objeto industrial original,
hasta alcanzar –ironía de ironías– cifras
millonarias en el mercado del arte. No es el
único destino paradójico de los ready-mades.
Elegidos expresamente según una “reacción
de total indiferencia visual”, la pala, el urina-
rio, el escurridor de botellas –por algún moti-
vo más pequeños que lo que las reproduccio-
nes dejan imaginar– se han vuelto inexplica-
blemente bellos con el tiempo. Rueda de
bicicleta, por ejemplo, estática en su banqui-
to pero abierta al movimiento inútil de la
rueda como un molino de viento, es de una
belleza austera innegable. Poco antes de su
muerte, Duchamp explicó ese avatar impre-
visto para un objeto elegido en base a “una
ausencia total de buen o mal gusto” con una
nueva ironía: “Nadie es perfecto”.
Leve, evanescente, irónico, a veces invisible,
el legado de Duchamp, a casi un siglo de la
Rueda de bicicleta, fructifica con una efica-
cia que asusta. Resistida por los guardianes
de la pureza estética, abrazada como un
talismán por los cultores de un arte más irre-
ductible y plural, su estela se recrea infinita-
mente en el arte contemporáneo. Basta
mirar alrededor. Del pintor alemán Gerard
Richter al fotógrafo japonés Hiroshi Sugimo-
to o los conceptuales rusos Komar y Mela-
mid, del norteamericano Jeff Koons al britá-
nico Damien Hirst, del mexicano Gabriel
Orozco al suizo Thomas Hirschhorn, de
Alberto Greco a Jorge Macchi o Diego Bian-
chi entre los nuestros, del arte de instalación
a la estética relacional y la posproducción,
del sampling de los DJs a los dispositivos
conceptuales de mucha narrativa actual, la
obra de Duchamp sigue activando el pensa-
miento artístico y crítico, como un poderoso
transformador que ha expandido los límites
de los medios y los lenguajes, ha celebrado la
conjunción estética de visualidad, palabra y
pensamiento, y ha complicado las categorí-
as del juicio y el valor estético. Porque ¿con
qué criterios juzgar un arte que no es arte,
que reniega de la belleza y de la marca per-
sonal del autor? En esa tarea se debate el arte
de hoy. No se dirá que el propio Duchamp no
lo previó. “Algún día, en un futuro próximo”,
auguró alentando la esperanza de un arte
verdaderamente democrático, interactivo y
plural, “toda la galaxia de objetos se conver-
tirán en ready-mades”. ______________________________________
MARCEL DUCHAMP: UNA OBRAQUE NO ES UNA OBRA “DE ARTE”. ______________________________________
Desde el sábado 22 en Fundación Proa, Av. Pedro
de Mendoza 1929.
>> www.proa.org
Caja en la maleta (1936/1941) “Todo lo importante que he hecho podría entrar en una pequeña valija”, dijo alguna vez Duchamp.
Entre 1936 y 1941 construyó su museo personal: las miniaturas de sus obras más significativas, sesenta
y nueve reproducciones entre las cuales hay tres réplicas en miniatura de ready-mades y un pequeño
Gran vidrio de celuloide. Un museo portátil, una minirretrospectiva que abre nuevos horizontes ante
la idea de exposición.
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MARCEL DUCHAMP
54. los inrockuptibles
GALAXIADUCHAMPA partir de los años sesenta, el legado de Marcel Duchamp permeó loscompartimentos de todas las disciplinasartísticas disolviéndolos y replanteandosus presupuestos. Hablar de influenciasdirectas –a esta altura– es un tantoingenuo. Un mapa al azar a través deltiempo y el espacio.
GGAABBRRIIEELL OORROOZZCCOO – Siempre hay una dirección (1994)Así como releyó a Andy Warhol apartir de la imagen de la cervezaSol en Mural del sol (00), en estaobra el mexicano ya habíainsinuado un gesto similar al deRueda de bicicleta del francés.
DDAAMMIIEENN HHIIRRSSTT – Imposibilidad física de la muerteen la mente de alguien vivo (1991)Gran estratega mediático –osimplemente un genio delmarketing–, con la venta de estaobra en 2004 por diez millonesde dólares el inglés se convirtióen uno de los artistas vivosmejor cotizados.
JJEEFFFF KKOOOONNSS – Rabbit (1986)Cultor de la“monumentalidad kitsch”,antes de dedicarse al artetrabajó como corredor debolsa en Wall Street, y aprincipios de los noventa secasó con la estrella pornoitaliana Cicciolina.
HHIIRROOSSHHII SSUUGGIIMMOOTTOO – Cines (1978)Serie de fotografías en formatomedio en las que el japonés retrataviejas salas norteamericanasvacías, exponiendo el negativo a lolargo de la duración completa de lapelícula.
AALLBBEERRTTOO GGRREECCOO – Vivo-Dito (1962)Breve e intensa como su vida, enla obra de uno de los primerosconceptualistas argentinossobresalen sus acciones de “artevivo” o “Vivo-Dito”: firmarpersonas u objetos paraconvertirlos en obras de arte.
VVIITTAALLYY KKOOMMAARR // AALLEEXXAANNDDEERRMMEELLAAMMIIDD – Naked Revolution (1998)La dupla de artistas rusos consede en Nueva York montó unaópera en la cual GeorgeWashington, Vladimir Lenin yDuchamp discuten los alcancesde las revoluciones llevadas acabo por cada uno de ellos.
CCÉÉSSAARR AAIIRRAA – Los misterios de Rosario (1994)Además de haber adoptado elready-made como tema ydispositivo narrativo a lo largo desu profusa bibliografía, eldesenlace de esta novela delescritor de Pringles es una cita alGran Vidrio.