En la historia de Bolivia encontramos la más inhumana explotación y humillación desde los inicios...

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En la historia de Bolivia encontramos la más inhumana explotación y humillación desde los inicios de la construcción del Estado-Nación capitalista que, como no podía ser de otra manera, se basó en la esclavización del trabajo indígena, hasta la más digna rebelión del pueblo desposeído con sus periódicas insurrecciones. Hay quienes dicen que Bolivia es el país que más violencia en la lucha de clases tiene en su haber.

El objetivo de esta presentación es dar cuenta de tres períodos históricos de la lucha de clases boliviana que han constituido sus hitos más importantes: la revolución de 1952, el período de la Asamblea Popular comprendido entre 1969 y 1971 y el ascenso minero de 1985; también apuntamos algunas observaciones críticas sobre los principales partidos trotskistas que, en mayor o menor medida, han jugado un rol importante en las diferentes situaciones analizadas. Muchos de las fuentes aquí citadas pueden consultarse en este mismo Boletín.

 

Saltarán a la vista del lector analogías con las realidades y problemáticas de otros países latinoamericanos. José

Carlos Mariátegui, refiriéndose al problema indígena en Perú decía: “La cuestión indígena arranca de nuestra

economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de

administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o

adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los gamonales (...) El problema agrario se presenta, ante todo, como el

problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú. Esta liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen

democrático burgués formalmente establecido por la revolución de la independencia. Pero en el Perú no hemos tenido

en cien años de república, una verdadera clase capitalista. La antigua clase feudal camuflada o disfrazada de

burguesía republicana, ha conservado sus posiciones” (José Carlos Mariátegui, “Siete ensayos de interpretación...”,

citado por Liborio Justo en “Bolivia: la revolución derrotada”, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971, pág. 101).

Efectivamente, el problema de la opresión de los pueblos indígenas y el problema de los latifundios es uno de los no

resueltos por la república burguesa en Bolivia.

La principal explotación económica, basada en la minería y, principalmente a partir de 1910 en la extracción de

estaño, se convirtió de posibilidad de crecimiento, en obstáculo absoluto y en causante de miseria, muerte y horror.

En 1913 tres potentados: Patiño, Aramayo y Hochschild, controlaban la producción estannífera boliviana. Simón

Patiño era considerado el “rey del estaño” y llegó a poseer una de las fortunas mayores del mundo. De la mano de

estos magnates penetró más y más en la economía boliviana el imperialismo (a través de los ferrocarriles ingleses

primero, y el imperialismo yanqui luego, de la mano de los empréstitos). Mientras tanto, los obreros de las minas 

vivían en la miseria, trabajaban como esclavos, contraían enfermedades características de su trabajo y tenían un

promedio de esperanza de vida de 30 años.

Años de terrible desigualdad y polarización entre los dueños del país con sus funcionarios a sueldo y el pueblo pobre,

abonaron el camino de la toma de conciencia y la insurrección.

El período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial dio lugar al surgimiento de distintos gobiernos con rasgos

nacionalistas como Toro, Busch y Villarroel (en consonancia con el resto del continente, Cárdenas en México, Perón

en Argentina, Vargas en Brasil) que, ante la ofensiva colonizadora norteamericana realizaban algunas concesiones al

movimiento obrero para, por un lado, quitarle independencia y potencial revolucionario (la estatización de los

sindicatos era el medio privilegiado para esto) y, a la vez, ubicarse en mejores condiciones para negociar con el

capital extranjero.

“El proletariado boliviano es joven por dos razones. Aparece prácticamente en el siglo XX y el promedio de vida del

trabajador boliviano no pasa de los 30 años. La juventud de nuestro proletariado no debe confundirse con su

pretendida insipiencia, tesis tan cara a stalinistas y movimientistas... La juventud de nuestro proletariado le da ciertas

ventajas para asimilar la última palabra de la doctrina revolucionaria. Son notables nuestros trabajadores no

solamente por su admirable combatividad, que arranca de la agudeza de las contradicciones de clase, sino porque

hasta hace poco han permanecido prácticamente vírgenes en el aspecto político y porque carecen de tradiciones

reformistas, anarquistas y stalinistas. Cuando las masas bolivianas se lanzan a luchar políticamente, el stalinismo ya

se había tipificado en la palestra mundial como una definida corriente contrarrevolucionaria y en el país hizo

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experiencia de unidad con la rosca (la forma en que se denominaba al régimen político de la oligarquía minera,

NdeR) y de ahogar en sangre movimientos proletarios. En estas condiciones es explicable que la clase obrera

boliviana, especialmente el sector minero, se hubiese colocado a la vanguardia de la lucha revolucionaria en América

Latina” (Guillermo Lora, “Sindicatos y revolución”, citado por Liborio Justo en “Bolivia: la revolución derrotada”,

Juárez Editor, Buenos Aires, 1971, pág. 106).

Una nueva aparente contradicción se abría en el cuadro de Bolivia, uno de los países más atrasados del continente: el

partido que surgía con más fuerza entre el proletariado, el primero de los partidos nuevos en constituirse, fue el

políticamente más avanzado: el del trotskismo.  El Partido Obrero Revolucionario (POR) se fundó en el exilio, en

Córdoba, Argentina, a fines de 1934. Recién en 1938 se realiza la Segunda Conferencia del POR, ya en La Paz,

retornados sus fundadores al país. Pero en esta época el POR era un grupo de propaganda que, además, atravesó

diversas crisis internas (primero la separación de Tristán Marof, uno de sus fundadores, luego la muerte de

Gainsborg, su dirigente).

Hacia 1940 el stalinismo a través del Congreso de Izquierdas, impulsa la fundación del Partido de la Izquierda

Revolucionaria (PIR), que desde el mismo momento de su fundación comenzó a alinearse con los intereses del

Kremlin teniendo en cuenta sólo sus necesidades tácticas en la guerra. Cuando se fundó estaba en vigor el pacto

Hitler-Stalin y entonces el PIR atacaba al gobierno de Peñaranda que aparecía embarcado en la tradicional línea de la

“rosca”, al lado del imperialismo yanqui. Pero rápidamente el PIR iba a cambiar el rumbo por la nueva alianza de

Stalin con el imperialismo “democrático”. El stalinismo se orientó hacia la cooperación directa con la “rosca” y el

imperialismo para “defender la democracia”. Fue remarcada la teoría de que cualquier acción de masas significaba un

apoyo directo al régimen fascista de Alemania.

Esto fue lo que permitió que el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), fundado en 1942, se convirtiese

más adelante en un partido de masas ya que tuvo un tinte “nacionalista” que se agrandaba frente a la desvergonzada

alianza del PIR con el gobierno “rosquero” y el imperialismo yanqui.

Bajo el pretexto de las necesidades bélicas para derrotar al nazismo, el imperialismo yanqui intensificó las exigencias

para con Bolivia. Pasó a la carga exigiendo indemnizaciones para la Standard Oil por trabajos realizados y presionó

para intensificar la explotación minera. “Esto provocó, finalmente, una situación de violencia particular que

desembocó en una de las bárbaras y periódicas masacres del proletariado de las minas, la de Catavi, el 13 de

diciembre de 1942. ‘La guerra había resultado un brillante negocio para la oligarquía minera que en los tres años

transcurridos había logrado una utilidad superior a los 800 millones de bolivianos. En cambio, para los obreros, había

resultado un verdadero desastre, ya que los sueldos se habían congelado, mientras los precios de la pulpería sufrían

periódicas alzas’. ‘Los obreros mineros, para quienes el problema de la guerra (y la defensa de Moscú) era mucho

menos importante que su propio problema de vivir, se declararon en huelga, pidiendo aumento de salarios’. Y, como

respuesta, fueron ametrallados” (Liborio Justo, “Bolivia: la revolución derrotada”, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971,

pág. 134).

En estos hechos se basaba la prédica demagógica del MNR que iba logrando influencia y atrayendo la adhesión

popular. En diciembre de 1943 organizó un golpe de Estado que puso a Villarroel en el gobierno y a hombres del

MNR en el gabinete, entre los que se encontraba Victor Paz Estenssoro. “Villarroel-Paz Estenssoro –escribe G. Lora-

llegaron al poder en un momento en que el descontento de las masas estaba minando al gobierno reaccionario de

Peñaranda. Las acciones de la lucha de clases, cuyo punto culminante había sido alcanzado en diciembre de 1942 en

Catavi, no habían sido completamente eliminadas por la masacre, pero se encontraban en declinación. En esa época el

MNR no tenía control ni sobre el proletariado ni sobre el campesinado, ni sobre la mayoría de la pequeña burguesía.

Era conocido sólo como un grupo de periodistas que, bajo la influencia de la Embajada alemana y pagados por ella,

había llevado una intensa campaña contra el imperialismo yanqui. Buscaba controlar al movimiento obrero a través

del gobierno” (Fourth International, New York, Mayo-Junio, 1952, citado por Liborio Justo en “Bolivia: la

revolución derrotada”, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971, pág. 138).

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Pero la demagogia del MNR había sembrado enormes ilusiones y las masas pronto comenzaron a desilusionarse

debido a la tibieza de las medidas y a que los grandes problemas de la tierra, la economía, la relación con el

imperialismo, etc., seguían irresueltos. “La agitación continuó agudizándose desde enero de 1946. Y fue entonces que

en un inesperado vuelco, los trabajadores de las minas, ya sin hallar en el gobierno todo el eco que anhelaban,

comenzaron a poner atención en el Partido Obrero Revolucionario (POR) que hasta entonces prácticamente había

existido al margen de los acontecimientos, constituyendo una minoría intelectual alejada de la masa”. (Liborio Justo,

“Bolivia: la revolución derrotada”, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971, pág. 141). En el Tercer Congreso Minero en

Catavi, el proletariado, aunque en lo político seguía aún bajo el control oficial, se condujo en base a la inspiración del

POR y se pronunció por la escala móvil de horas de trabajo y de salario, la supresión de las pulperías, la ocupación y

nacionalización de las minas, etc. El 21 de julio de 1946, motorizada por el PIR y por las disputas abiertas en el

propio gobierno del MNR, se produjo una movilización popular que alcanzó niveles de violencia sin precedentes. El

presidente Villarroel y numerosos colaboradores fueron asesinados y colgados de los faroles de la Plaza Murillo, de

La Paz. “¿Fue realmente popular el movimiento del 21 de julio de 1946? No hay duda que lo fue. Aunque iniciado

por la pequeña burguesía... logró abarcar masas cada vez mayores, hasta alcanzar al proletariado urbano, influenciado

por el stalinismo. Sobre esa base se organizaron los ‘comités tripartitos’, de predominio pequeño burgués. Fue la

intensidad de la propaganda adversa a Villarroel y la incapacidad de éste de satisfacer realmente las exigencias de la

masa popular, fuera de algunos paliativos y muchas promesas, lo que lanzó en su contra a aquellos que, finalmente,

llegaban a la conclusión de que se veían defraudados. Y culminaron intensos días de combates callejeros con una

terminante victoria” (Liborio Justo, “Bolivia: la revolución derrotada”, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971, pág. 148).

Pero las masas fueron expropiadas del poder por el PIR stalinista y los partidos oligárquicos, inaugurándose el

llamado “sexenio rosquero”. El PIR, que presentaba al gobierno de la oligarquía y el imperialismo como

“antifascista”, tenía ministerios en el mismo y buscaba lograr el control del movimiento obrero. Los mineros

rápidamente encabezaron la oposición al gobierno, radicalizando sus posiciones políticas. Con el antecedente de las

resoluciones votadas en el anterior Congreso de la Federación Sindical de los Trabajadores Mineros de Bolivia

(FSTMB) realizado en Catavi a principios de 1946, los representantes de los mineros de Bolivia se reunieron en

noviembre de 1946 en Pulacayo, donde aprobaron por unanimidad las tesis presentadas por el POR. Es conocido que

Patiño, el “rey del estaño”, hizo publicar en grandes desplegados en los principales diarios del país las “Tesis de

Pulacayo”, con el fin de urgir al gobierno a actuar duramente contra los mineros que habían adoptado “un programa

claramente comunista”. No se equivocaba en señalar a las Tesis como un síntoma claro de la radicalización política

que se expresaba entre los mineros, el sector más concentrado y económicamente decisivo del proletariado del país.

Sin embargo, es importante señalar que las Tesis de Pulacayo subestimaban las reivindicaciones que podían llevar a

consolidar la alianza obrera y campesina, fundamentalmente las tareas democráticas, entre las cuales la reforma

agraria es fundamental. Tampoco planteaban la necesidad de luchar por organismos de democracia directa que

pudieran materializar el programa de acción contenido en ellas. Señalamos estas limitaciones no para subestimar la

profunda radicalización política que dio origen a semejante documento revolucionario, sino porque ambas cuestiones

(un programa democrático revolucionario y una estrategia sovietista) cruzaron la lucha de clases boliviana a lo largo

del siglo XX adquiriendo enorme importancia y también revelaron límites políticos dentro de los partidos trotskistas.

Luego de la caída de Villarroel y el ascenso al poder de la “rosca”, se abre un período de durísima lucha de clases. El

MNR, expresión del nacionalismo burgués nativo, que había integrado el gobierno de Villarroel, radicalizó su

discurso para buscar capitalizar la oposición obrera al gobierno rosquero. En 1951, Paz Estenssoro, candidato del

MNR, ganó las elecciones presidenciales ampliamente, pero mediante el “mamertazo”, un “autogolpe”, fueron

anuladas las elecciones y los militares instauraron un régimen dictatorial muy represivo, que sin embargo no lograría

asentarse.

El 9 de abril de 1952, la policía y un sector del ejército, en acuerdo con el MNR, intentaron un contragolpe, que

fracasó. La política del MNR era evitar la entrada de las masas en la escena, mediante golpes y contragolpes

palaciegos. Pero el fracaso del intento del MNR produjo el efecto contrario y las masas irrumpieron, armándose y

enfrentándose duramente a las fuerzas represivas. Los mineros ocuparon Oruro apoderándose de los regimientos y

liquidando al ejército. Luego marcharon hacia La Paz. Allí siete regimientos militares -la base del ejército boliviano-

fueron finalmente derrotados y las armas tomadas por los trabajadores. Han sido tres días de insurrección que han

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conmovido al mundo. Las fuerzas rendidas desfilaron por la ciudad custodiadas por las milicias revolucionarias de

obreros. Más de 1500 hombres, mujeres y niños perdieron la vida en aras de la victoria de abril.

Las masas triunfantes, sin embargo, entregaron el gobierno al MNR: Paz Estenssoro vuelve del exilio y es consagrado

presidente. En un discurso desde el balcón presidencial dijo: “Por mucha seguridad que tenía en el heroico pueblo de

Bolivia, nunca mis sueños más audaces me permitieron pensar en esta terminante derrota de la Rosca (...). Quienes

tenemos el gobierno por decisión del pueblo boliviano estamos en un compromiso, el más grande de nuestras vidas, y

debemos responder a esa confianza que el pueblo ha puesto en nosotros...” (Néstor Taboada Terán, “Bolivia: la

revolución desfigurada”, Historia del Movimiento Obrero N° 79, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires,

1991, pág. 655).

Durante los primeros meses luego del triunfo revolucionario, coexistieron dos poderes en Bolivia. Por un lado el de

los capitalistas que intentaban ganar tiempo para recomponer su Estado con el MNR y los ministros “obreros”

(Lechín y otros) a la cabeza. Por otro lado, el poder revolucionario expresado por las milicias obreras y campesinas

que eran las únicas fuerzas armadas en el país y agrupaban entre 50 y 100 mil hombres y la Central Obrera Boliviana

(COB), fundada recientemente, que dirigía al movimiento revolucionario. Desgraciadamente, la política de la

dirección de la COB se constituyó, desde el primer momento, en la clave que posibilitó la recomposición del régimen

burgués. Tres meses después de la revolución el nuevo gobierno plantearía el decreto de reorganización del ejército.

La situación se resolvió favorablemente a la burguesía. El embate de las masas fue contenido y el régimen burgués

relativamente estabilizado.

La revolución boliviana de 1952 fue producto, entonces, de diferentes condiciones. Desde el punto de vista

internacional, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, América Latina atravesaba un período signado por el

despliegue del imperialismo norteamericano, que buscaba completar su dominio sobre todo el continente, y por un

amplio ascenso obrero y popular. El “Bogotazo” de 1948 en Colombia, las huelgas y movilizaciones en Chile de

1948 a 1950, el proceso de organización y movilización obrera en Argentina (finalmente canalizado por el

peronismo), son ejemplos de esto. Desde el punto de vista nacional, el viejo régimen de “la Rosca” que había sido

reemplazado por un tibio “nacionalismo”, no pudo contener la creciente conmoción social y la enorme tensión que

alcanzó la lucha de clases que pasó por una  sucesión de gobiernos populistas y reaccionarios, golpes de estado,

huelgas obreras semi-insurreccionales, etc., mostrando la desilusión de las masas con la demagogia no cumplida del

régimen. Al mismo tiempo, la elevada conciencia de sectores del proletariado, fundamentalmente los mineros, que se

había expresado ya en las Tesis de Pulacayo, provocaba una presión permanente sobre las promesas y hechos de los

sucesivos gobiernos y alzamientos radicalizados por doquier.

La izquierda boliviana, desgraciadamente también el trotskismo, en vez de aprovechar la crisis revolucionaria y la

existencia del poder dual para luchar por un gobierno obrero-campesino, apuntaló al nuevo gobierno de Paz

Estenssoro. “El Partido Comunista dice: ‘Si a Bolivia le cupo la honra de ser la primera en rebelarse contra el yugo

español, le ha tocado ahora colocarse también a la cabeza de los pueblos de América, enarbolando la bandera de la

independencia económica y social...’ Y el POR también dice su palabra: ‘La revolución para vencer tiene,

necesariamente, que sobrepasar los marcos de la democracia burguesa (...). Lejos de lanzar la consigna de

derrocamiento del régimen Paz Estenssoro, lo apuntalamos para que resista la embestida de la Rosca, llamamos al

proletariado internacional a defender incondicionalmente la revolución boliviana y su gobierno transitorio...’”

(Néstor Taboada Terán, “Bolivia: la revolución desfigurada”, Historia del Movimiento Obrero N° 79, Centro Editor

de América Latina, Buenos Aires, 1991, pág. 655). Liborio Justo basa sus críticas al POR en: “no haber advertido en

su momento, el establecimiento de la dualidad de poderes, hecho capital que tuvo lugar después del 9 de abril de

1952, en Bolivia; de no haber sostenido, en consecuencia, la necesidad de la toma del poder por el proletariado, en

lugar de ello, el nombramiento de ministros ‘obreros’ y la defensa del gobierno del MNR, que estaba tratando de

definir aquella dualidad a su favor, a la vez que liquidando la revolución; de haber olvidado completamente, en tal

circunstancia, las Tesis de Pulacayo, de la que había sido autor, fundamentando, en cambio, su estrategia de un nuevo

levantamiento que alegaba debía tener lugar cuando el pueblo se ‘educara’ y hubiera hecho, además, su experiencia

negativa con el MNR...”Liborio Justo, “Bolivia: la revolución derrotada”, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971, pág.

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289). La situación política había provocado fuertes presiones en uno de los partidos trotskistas más grandes de

Latinoamérica y la crisis estalló. Muchos militantes del POR ingresaron al MNR bajo la política del “entrismo” y

actuaron junto al hombre fuerte del régimen, Juan Lechín Oquendo, dirigente de la COB. Pero la política del POR

estaba, a su vez, influenciada por la desviación de la IV Internacional en manos de Michel Pablo. El Tercer Congreso

de la IV Internacional, realizado en París en 1951 (al que asistió Lora), confirmaba la política de entrismo al

stalinismo y de presión hacia los movimientos nacionalistas burgueses. “Por otra parte, en caso de movilización de

masas bajo el impulso de la influencia preponderante del MNR, nuestra sección debe sostener con todas sus fuerzas al

movimiento, no abstenerse sino al contrario intervenir enérgicamente en vista de llevarla lo más lejos posible,

comprendiendo esto hasta la toma del poder por el MNR, sobre la base del programa progresivo del frente único

antiimperialista (...) Si contradictoriamente, en el curso de estas movilizaciones de masas, nuestra sección

comprobase que disputa con el MNR la influencia sobre las masas revolucionarias, ella levantará la consigna de

gobierno obrero y campesino común a los dos partidos, siempre sobre la base del mismo programa, gobierno apoyado

en los comités obreros y campesino y los elementos revolucionarios de la pequeño burguesía” ("Tareas específicas y

generales del movimiento proletario marxista revolucionario en América Latina", en Quatrième Internationale, agosto

de 1951). 

¿Cuál fue la política del POR luego de la revolución de abril del ‘52? La resolución de su IX Conferencia, realizada a

la vuelta de Lora de Europa pocos meses después del comienzo de la revolución, decía:

“El informe político nacional resume la posición del POR en relación al gobierno como sigue:

1- Apoyo al gobierno ante los ataques del imperialismo y la Rosca

2- Apoyo a todas las medidas progresivas que lleve adelante, indicando siempre su perspectiva y sus límites.

3- En la lucha entre las alas del MNR, el POR apoya a la izquierda... El POR apoyará el ala izquierda del partido, en

todas sus actividades que tiendan a destruir las estructuras sobre las que se basa la explotación feudal burguesa e

imperialista, y en cada intento de profundizar la revolución y llevar adelante el programa obrero, como el control

completo del gobierno, remplazando así al ala derecha” (Novena conferencia del POR, en Lucha Obrera 11 de

noviembre de 1952).

La política del POR frente al gobierno del MNR fue muy similar a la que plantearon Stalin, Kamenev y Zinoviev

frente al gobierno provisional surgido en Rusia en febrero de 1917 antes de la llegada de Lenin, que la criticó como

completamente oportunista y enfrentó rearticulando la política bolchevique detrás de la perspectiva de “todo el poder

a los soviets”. Tanto Lora como los dirigentes del POR que después formarían sus tendencias rivales, compartían en

mayor o menor grado la estrategia de presionar al ala izquierda del MNR (el lechinismo) a que fuera más allá de sus

intenciones, y por ello se negaron a plantear durante los meses decisivos después abril de 1952 y durante 1953 la

política de “todo el poder a la COB”.