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Perspectivas de la educación en el marco de la globalización
Nombre del autor del texto
La sociedad del S.XXI está marcada por los signos y tendencias de la
globalización, entendida ésta como un proceso acelerado de
intercambios comerciales y financieros (Comeliau, 1995) que se
establecen entre las distintas regiones del mundo. Las leyes del
mercado son las que determinan, en primera instancia, las políticas
para el desarrollo en todos los países y, en esa vía, se priorizan acciones
que tienden a reproducir este modelo económico neoliberal,
ajustándose a las normas o reglas del juego que se dictan en los
organismos financieros internacionales (FMI, BM, OMC), para
responder a las exigencias del mercado internacional. En este contexto,
dichas exigencias ahondan las desigualdades entre los países
industrializados y los países en vías de desarrollo, como el nuestro; por
lo que se plantea como imperativo contrarrestar los efectos negativos
de este proceso a partir de la reflexión sobre las mejores formas de
equilibrar las políticas para el desarrollo con la satisfacción de las
necesidades esenciales de la población, de tal manera que le permitan a
esas grandes mayorías elevar sus niveles de vida. Y el papel que le
corresponde jugar a la educación, está en el centro del debate.
De acuerdo con autores como McGinn (1995) y Licha (1996), la
situación anteriormente descrita obliga a reflexionar sobre las
siguientes cuestiones: ¿Qué tipo de educación se requiere para hacer
frente al proceso de globalización en este siglo XXI? ¿Cuáles son las
competencias que la escuela debe desarrollar en las jóvenes
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generaciones? ¿De qué manera puede responder el campo educativo a
las demandas de un modelo económico que propicie el desarrollo?
Para responder a estas interrogantes hemos creído pertinente, en
primer lugar, presentar algunas características generales de lo que se
entiende por globalización; después abordaremos las necesidades del
mercado laboral y su relación con los cambios curriculares que se
requieren para “satisfacer” el tipo de formación específica que la
estructura productiva actual demanda; finalmente plantearemos
algunas consideraciones sobre la viabilidad de estas propuestas en
países en vías de desarrollo y el contexto en que se presenta la
necesidad de un enfoque humanista que debe permear el discurso
educativo. Creemos que son algunas cuestiones claves que nos pueden
arrojar luz sobre el tipo de relaciones que se pueden establecer entre
ciencia, educación y sociedad y que limitan las opciones para el
desarrollo en un país o, gracias al enfoque con que se articulen,
permiten avanzar, hacer frente a la globalización, vinculando la política
económica a la política social. Claro que ése es el reto.
Giddens (2000: 28) menciona que la sociedad actual se
caracteriza porque “el mundo actual (...) parece estar cada vez más
fuera de control (...) es un mundo desbocado”, un mundo dirigido por la
economía norteamericana que trastorna nuestros modos de vivir, nos
globaliza y nos sumerge en una complejidad cultural al exponernos a un
bombardeo continuo y permanente de imágenes e información a lo
largo del planeta. Se trata, siguiendo a este mismo autor, de una
“nueva economía electrónica global” donde en un momento se pueden
hacer operaciones millonarias de capital oprimiendo el botón de un
ratón, pero que no se reduce a la esfera económica, sino es un
fenómeno que influye en las profundidades de nuestra vida personal.
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Así pues, la globalización comporta múltiples dimensiones y se
puede decir que se basa en la intensificación acelerada de intercambios
de mercancías, servicios, capitales y tecnologías en un marco de
privatizaciones, desregulación económica y pérdida de soberanía de los
estados nacionales. Es un modelo de desarrollo caracterizado por la
homogeneización de hábitos de consumo, formas de producir, modos de
vida, valores y referentes culturales. Si bien este modelo de desarrollo
se basa en el progreso tecnológico, los costos de dicho “progreso”
recaen en la mayoría de la población de los países en vías de desarrollo,
generando en ellos mayores desigualdades sociales, contaminación
desmedida, desastre ecológico, procesos de exclusión social y una
continua pauperización. Estos son los costos que el pretendido
desarrollo impone a nuestros pueblos.
En los países en vías de desarrollo, la restricción del presupuesto
en el sector educativo y la falta o escasez de proyectos que sean claros,
consistentes y de largo alcance impiden la generación de mano de obra
calificada para hacer frente a los retos del mercado laboral; es decir,
las ocupaciones exigen o demandan un alto grado de especialización
acorde con los requerimientos de las nuevas tecnologías de información
y comunicación. Esto implica replantear los paradigmas educativos.
En este tenor, los organismos internacionales en materia de
educación (como la UNESCO) plantean que las metas a lograr tienen
que ver, en esencia, con ofrecer una educación integral, en la cual no
sólo se enseñen contenidos, sino también destrezas y valores que le
permitan al individuo ser estudiante, persona y ciudadano. Dicha
formación integral deberá darse en torno a fines específicos; como lo
intelectual que fomenta el pensamiento lógico, crítico y creativo
necesarios para el desarrollo de conocimientos; lo humano, necesario
para el desarrollo de actitudes y valores democráticos en el individuo;
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lo social para fortalecer los valores y actitudes que le permiten
relacionarse y poder convivir con los demás; lo profesional orientado a
generar conocimientos, habilidades y valores que se encaminan al saber
hacer de la profesión, que incluye una ética en el ejercicio de la
disciplina. Todo ello para favorecerlo en su integración al mundo
laboral.
La función de las instituciones educativas es, pues, la de
formadoras de profesionistas, con posibilidades de generar y aplicar
conocimientos que atiendan a las necesidades de su entorno y al mismo
tiempo favorezca el desarrollo social con equidad. Es decir, al tomar
esta función, las instituciones educativas deben redefinir su papel en el
sentido de que tendrán que tomar en cuenta las condiciones actuales en
las cuales se desenvuelven, respecto a problemas ambientales,
diversidad cultural, exigencias del mercado laboral, aumento de la
pobreza, etc.
Bajo estas circunstancias, el estudiante deberá desarrollar nuevas
formas de aprendizaje basadas en la educación integrada; es decir, con
una visión inter y transdisciplinaria, lo cual le permitirá abordar la
problemática de su disciplina en su centro o en su entorno. En suma,
debe reunir una serie de habilidades para el aprendizaje permanente, el
desarrollo autónomo, el trabajo en equipo, la comunicación con los
otros, la creatividad, la innovación en el conocimiento y en el desarrollo
de la tecnología. Sólo de esta manera podrá ser competitivo en este
mundo globalizado.
La globalización plantea a los países en vías de desarrollo el
desafío de definir un proyecto político que les permita enfrentar los
retos que implica un proceso de mundialización que tiende cada vez
más a acabar con las fronteras económicas, conectar al mundo por
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medio de los sistemas informáticos; así como desaparecer los viejos
esquemas de control político. Es imperativo, por tanto, retomar el
control y dominio de la expansión de este sistema global, “desbocado”,
y le corresponde al campo educativo, como señala Comeliau (1995),
promover el pensamiento crítico y reflexivo para identificar las
características e implicaciones de la globalización y encontrar las vías
para superar como únicos criterios de decisión la rentabilidad y la
competitividad, a través del impulso del debate ciudadano. Ello
permitirá fomentar el rechazo a las tendencias homogeneizantes y la
aceptación y respeto hacia la diversidad cultural y la búsqueda de
políticas que tiendan a la protección de los sectores más desfavorecidos
de la sociedad.
Este enfoque del desarrollo sólo será posible a través de la
articulación del ámbito de lo social y lo económico. Es necesario
reconocer que no hay posibilidades de desarrollo social si no se
mantiene una visión prospectiva, de larga duración, en donde la
preocupación central se fije en las generaciones futuras. Y esto implica
cuidar los recursos naturales, poner al servicio de la sociedad el
progreso de la ciencia y la tecnología, recuperar el sentido de lo
humano.
En este contexto, se propone la necesidad de una ética global
(Pérez de Cuéllar, 1995: 48) basada en valores compartidos por la
humanidad cuyo principio sea “aliviar el sufrimiento donde sea posible”
y la recuperación del ethos académico (Licha, 1996: 163), donde “las
normas y valores que gobiernan la actividad científica son el
comunitarismo y el desinterés”. Los principios fundamentales de este
enfoque humanista se basan en la defensa de los derechos humanos,
en el fortalecimiento de prácticas democráticas para la solución de
conflictos a partir del diálogo y la construcción de consensos y el
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respeto al disenso, la protección a las minorías, la equidad inter e
intrageneracional en donde las generaciones presentes se hagan
responsables del mundo que heredarán a las generaciones futuras sin
menoscabo de la atención a las actuales generaciones; y para la
construcción y apropiación de este discurso se requiere de un nuevo
paradigma educativo que oriente socialmente la actividad científica
hacia la satisfacción de las necesidades básicas de la población, hacia el
desarrollo económico y social.
A manera de conclusión, diremos que una concepción de
desarrollo que implique crecimiento económico y mejoramiento de las
condiciones de vida implica modificaciones del funcionamiento de los
procesos productivos, de las políticas de formación de las actuales
generaciones y, sobretodo, demanda la “elaboración de instrumentos
conceptuales y políticos” (Comeliau, 1995: 29) que permitan la síntesis
entre lo económico y lo social, que posibiliten este nuevo enfoque del
desarrollo. Ciertamente, no sólo se trata de buena voluntad. El papel de
los grupos gobernantes y de la sociedad civil es determinante en este
proceso.
Referencias:
Comeliau, Ch. (1995). Los retos de la globalización. En Dossier. Perspectivas. Los retos de la globalización (pp. 27-30). México: ILCE.
Giddens, A. (2000). Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid: Taurus.
McGinn, N. F. (1995). El impacto de la globalización en los sistemas educativos nacionales. En Dossier. Perspectivas. Los retos de la globalización. (35-41). México: ILCE.
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Licha, I. (1996). La erosión del ethos académico. En La investigación y las universidades latinoamericanas del siglo XXI: los desafíos de la globalización. (pp. 161-181). Argentina: UDUAL.
Pérez de Cuéllar, J. (1995). Nuestra diversidad creativa. En Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (pp. 41-63). NY: UNESCO.
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