Enseñar o ensañar

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Se mencionan técnicas de enseñanza. Se critican métodos de enseñanza. Se hace un recuento de la experiencia de un profesor convertido en alumno. Un ensayo critico a ratos humorístico.

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?¿ENSEÑAR o ENSAÑAR

Experiencias de un profesor convertido en alumnoPor.

H.C. Moreno

Mi observación de la Medicina y la Biología, durante más del 75% de mis días, de los

cuales 20 años fueron dedicados a la docencia de pregrado y postgrado en la escuela

de Medicina, sin duda me han expuesto a un cúmulo de experiencias de aula, tanto

como alumno como en calidad de Profesor. Como alumno, mi experiencia es aún

mayor y extremadamente variable, pues he sido capaz de observar las variaciones de

los métodos de enseñanza.

En la escuela primaria, puedo aún recordar vívidamente el ardor del palmetazo en mis

manos, por la simple transgresión de hablar en clases, escuchadas sentado en las

bancas sin espaldar y sin apoya brazos, del Colegio “Simón Bolívar” y el aforismo

cavernícola de “la letra con sangre entra”, que el maestro, cuyo nombre aún recuerdo

pero no digo por ética y por conocer el Artículo 60 de la Constitución, utilizaba.

En aquellas escuelas se utilizaban sutiles métodos de tortura, hoy en día considerados

por el Tribunal Penal Internacional como crímenes de lesa humanidad, de los cuales

me escapé debido a mi proverbial buen comportamiento, el cual mi buena madre, cual

generala en jefe vigilaba diariamente, adelantándose, previniendo, previendo,

cualquier posible transgresión mía o de mis cinco hermanos. Su meta y la de mi padre,

era la obtener de esta media docena de hermanos, media docena de mujeres y

hombres profesionales. De no haber sido por aquel accidente perinatal, hipoxémico,

dañino para el cerebro por la falta de oxígeno, que sufriera una de mis hermanas, a

pesar de estar en las manos del mejor partero que he conocido (una opinión sesgada,

pues se trató de mi tío Joaquín, mas tarde mi profesor tutor de cirugía), lo hubieran

logrado. Pero un average o promedio de bateo de 0.833 es excelente para cualquier

grande liga. Y desde mi punto de vista, hasta hoy no he conocido mejor pareja de

padres; también una opinión excesivamente sesgada por el amor filial.

Conocí las tres pruebas, - escrita, oral y práctica – requisito indispensable y necesario

para poder entrar al bachillerato, aquel día lluvioso y oscuro de julio en el Instituto

Venezuela de Barquisimeto.

Quizá en la primaria no era fácil distinguir si un profesor era bueno o no. En segundo

grado, siempre el niño se enamora de alguna maestra y yo no fui la excepción. Es el

principio de la resolución del complejo de Edipo, el cual yo no pude cultivar con

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demasiado ahínco, ya que por primogénito fui destetado rápidamente, habiendo de

dirigir mis intereses visuales y orales hacia otras madres sustitutas, las cuales mi

mente infantil aún distinguían de mi madre biológica. Pero esta es otra historia a

mencionarse en eventual oportunidad.

El bachillerato, ya comenzaba a ser un laboratorio de observación de la actividad

docente de mis profesores. Cada materia tenía un profesor distinto, pero la

observación estaba lejos de ser crítica. Se suponía, se presumía de amblé, tal como

una presunción iuris et de iure, que los profesores eran todos buenos y si uno no

aprendía, era porque no estudiaba. Y si no aprendías, solo existían dos explicaciones:

eras vago o eras bruto. Nunca se podía considerar que el profesor no sabía explicar o

era incapaz de motivar en el estudio a determinados alumnos. Ahora sé que la

variabilidad genética existe y es la regla, no la excepción. Y así como algunos alumnos

podían pensar en números, otros como yo, solo podemos pensar en imágenes. Por

eso con la biología y la historia, la geografía y las letras, la fotografía y la educación

artística, se facilitaba la comprensión; y al lado de excelentes notas en estas materias,

reprobaba matemáticas, física y química, por el simbolismo abstracto que ellas

encierran y la incapacidad del profesor, no del todo exclusiva de ellos, sino del sitio

donde fueran formados, aquellos Institutos Pedagógicos, probablemente ignorantes de

los trabajos de Piaget, para introducirse, involucrarse y descubrir las mentes inválidas,

- o mejor dicho, para andar con los tiempos actuales respetuosos de la dignidad

humana y aupado por las NNUU – discapacitadas; discapacitadas para el

pensamiento abstracto, y descubrir la forma de introducir en ellas el conocimiento, al

cual, por contrato, están obligados a cumplir.

Jaime Escalante, un maestro boliviano emigrado a los Estados Unidos, ahora retirado

a su país natal, tenía bien claro su deber como docente. Enseñar Cálculo a alumnos

quienes apenas intentaban entender Álgebra, fue la historia más resaltante de su vida

y una que me hace abrir los ojos ante el hecho de que la variabilidad y la capacidad

docente, no es más que otro rasgo hereditario, no sé si mendeliano, aunque luce

mejor como multifactorial, pero definitivamente con gran influencia genética. Es

inmodesto de mi parte adelantar opinión sobre mis capacidades docentes antes de

exponerme al juicio de mis alumnos, razón por la cual no podría nunca formar parte de

ese Tribunal de Juicio y por tanto me inhibo de entrada. Pero en mi familia ha habido

grandes docentes y uno de mis tíos maternos, Alejandro Fuenmayor, es el epónimo de

varias escuelas normales de mi ciudad natal, lo digo con mucho orgullo y sin falsa

modestia. Y otro de mis tíos, José Joaquín Moreno Valbuena, terminó sus días como

Profesor de Cirugía de mi Escuela de Medicina, solo solicitó la jubilación al final de su

vida, ya vencido por el Parkinson; final al cual llegó impedido por la enfermedad pero

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constantemente visitado por sus alumnos, todos ya médicos avezados, cuyo respeto y

admiración se ganara.

Pero, ¿Qué ocurre cuando el individuo, - hablando en términos genéricos e incluyendo

el sexo femenino en la designación, como siempre había sido…, - que ocurre, si la

intención docente se ve contaminada con rasgos anormales de la personalidad? ¿Qué

ocurre, cuando un guardia de prisiones, encaramado en su poder, apropiadamente

armado con su rolo y su pistola y su supuesta autoridad y su fe pública dentro del

ámbito de la prisión, deja eclosionar rasgos psicopáticos de su personalidad?

La misma respuesta para ambas preguntas: aparece el maltrato. Si bien en el primer

caso en forma muy sutil, en ocasiones a veces perceptible, en otras muy evidente,

como la que hace el profesor quien en la primera clase hace saber a sus alumnos el

nivel de autoridad que implementará, la inamovilidad de los exámenes, la imposibilidad

de recuperarlos si faltare, el castigo con puntos negativos ante llegadas tardes,

intervenciones inapropiadas, así por él calificadas, imposibilidad de entrar al salón una

vez iniciada la clase y prohibición de salir excepto en casos fortuitos o de fuerza

mayor, no importa estado de gravidez, - cuando la frecuencia miccional aumenta – y

no importa enfermedad intercurrente. Solamente puede ser perdonado un ictus

epiléptico.

Y la del profesor que se vanagloria del nivel de miedo que imprime en sus alumnos,

confundiendo este sentimiento con respeto ganado: “Cayeron carpetas y carteras,

cuando aparecí en el umbral de la puerta del salón de clases”, le escuché una vez

decir a alguno, quien por cierto es uno de los más preocupados por la docencia,

aunque no exento de deficiencias. El uso del método Socrático de enseñanza, debe

ser advertido previamente a sus alumnos, para que no confundan la experiencia

docente con un interrogatorio policial agresivo y violento, transgresor de las reglas del

procedimiento penal.

Hay una forma sencilla de descubrir el mal profesor, tomando como punto de partida a

Jaime Escalante: su proporción de aplazados es la mayor de todas. “No estudian” es

el veredicto del mal profesor. Este profesor no ve más allá de lo que el mismo piensa.

El es incapaz de dudar de su propia eficiencia. Se ampara en la libertad de cátedra.

“Una vida sin análisis propio y ajeno…, no merece ser vivida” sentenció Sócrates,

maestro de Filósofos de la antigua Grecia.

Para Jaime Escalante, su meta era tener el mayor número posible de alumnos que

aprobaran el Examen de Suficiencia de la Escuela Secundaria, denominado

Advancement Placement (A.P.) Y gracias a Dios que es Boliviano, sino no me

escaparía del apelativo de “pitiyanqui”. En 1982, captó la atención nacional en Estados

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Unidos, cuando el número de estudiantes enrolados y aprobados en la prueba A.P. se

incrementó a un 90%: en aquel año, 33 estudiantes fueron sometidos a examen y 30

lo aprobaron. El mismo año Jaime comenzó a dar clases en el East Los Angeles

College. Para 1987 el programa escaló al punto en que 73 estudiantes aprobaron la

prueba A.P. en Cálculo en la modalidad AB y otros 12 estudiantes aprobaron la

modalidad más exigente, - BC -, de la prueba. Este fue el pico del programa de

Cálculo. Luego, Escalante, como siempre ocurre con las almas prominentes, se tuvo

que enfrentar a la envidia y el programa comenzó a perecer.

Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y

datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones,

una discusión sobre lo que se aprende y lo que debe obligatoriamente recordarse, por

la importancia que tiene para la práctica profesional. Hay profesores que implementan

una perorata sin tregua, regañona, gruñona, muchas veces no relacionada al tema

discutido, sin intervalos para permitir una pregunta espontánea del alumno. Otros solo

dan información y dato tras dato sin retroalimentación posible por parte de la

audiencia. Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo que

no todos son capaces de hacer, pero si el profesor obliga por su método, pues habrá

que “caletrearselo” todo; y de esto, con suficiente tiempo, todo el mundo es capaz,

pero solo para olvidarlo rápidamente.

Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no, es un arte sutil. Solo el buen

profesor lo sabe. Solo el buen profesor es capaz de enseñar el arte de la selección del

saber. El mal profesor explora la memoria anterógrada, la memoria reciente y

seguramente ignora por completo los trabajos de Hermann Ebbinghaus el descubridor

de la “curva del olvido”. El mal profesor no explora el conocimiento ni enseña cómo

usarlo. El mal profesor monta en cólera si los alumnos se olvidan de una tarea

encomendada – “Esto es una falta de respeto, no doy más clases, me voy”, dijo hace

poco uno de mis profesores de la Escuela de Derecho, largándose del salón y dejando

a todo el mundo estuporoso con su comportamiento de niño malcriado. Pero no se da

por enterado que el olvido de la mayoría de la clase, a la tarea impuesta, es su culpa,

por haber sido él mismo, escasamente motivador al trabajo encomendado. Estos

profesores no escuchan las advertencias de sus discípulos: “Profesor, me encuentro

algo perdido en cuanto a lo que usted quiere que logremos en este curso”. Da una

pequeña explicación, no reiterativa y ya. La gente sigue perdida. El olvido de la tarea

no es pues una falta de respeto, sino una manifestación diáfana de que todos siguen

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perdidos. Su soberbia le impide actuar como un buen guía y maestro, repasando los

conocimientos adquiridos o retándolos a recordarlo.

Esa es la genialidad de “El Carrao”, el Profesor José Hernández, - todos sus alumnos

estarán de acuerdo conmigo,- como Profesor de Derecho Procesal Civil. Su

capacidad de síntesis y su capacidad de apuntar al conocimiento más importante y

necesario de conocer para la práctica general del Derecho. “Ya en el ejercicio y en el

post grado aprenderán los detalles”, pareciera pensar. Quien suscribe, como su

alumno, después de la paciente espera para que se presentara, podía indicar en mis

apuntes donde enfatizaba y poder colocar la palabra “OJO”, en letras rojas, porque

seguro era una pregunta de examen, lo cual muchas veces, muchísimas veces

indicaba también en clases. Un profesor respetuoso de sus alumnos, de quienes se

ganara el respeto sin exigirlo, a quienes invita a participar en clases llenas de humor y

manteniéndolos atentos, sin necesidad de tener que estar mandando a callar a nadie.

Siempre con un comentario humorístico y una forma de enfatizar el conocimiento

importante, lo que hacía imposible olvidar la premisa enseñada: “Una se publica y otra

se coloca”, repetía hasta la saciedad para no olvidáramos determinada forma de citar.

Y luego preguntaba: “Uno qué?..., SE COLOCA respondía el coro. “Y otro qué?”…SE

PUBLICA.

Mientras que otro profesor, si los alumnos respondían al unísono, se burlaba diciendo

que la clase no era un novenario, donde se debía responder el rezo. Que él esperaba

la respuesta de uno solo. Pero al minuto siguiente esperaba la respuesta en coro. Ja!

Indefinición de método.

Especial mención tiene el profesor, cuya única fuente de contacto con la realidad de la

vida es el tiempo que pasa en el salón de clases, teniendo a su disposición, real saber

y entender y mandar y regañar, un grupo de necesitados estudiantes, los cuales deben

aprobar determinada materia para completar el pensum de estudios y poder

graduarse. Pero eso lo logran teniendo que aguantar al que prolonga hasta el

sufrimiento el tiempo de sus clases, “porque para eso es que me pagan”; pero que

nutre con insoportables y en cada clase reiterados comentarios sobre su propio

sufrimiento y pobreza de origen, sobre su origen humilde y sobre el color de su piel,

como si fuera acaso el único que en ese salón de clases por cuyas venas corre sangre

de africano y de aborigen, mezclada con sangre gitana y catalana o gallega, y hasta

nórdica, reduciendo a unos 15 minutos el tiempo efectivo de lo que tiene que enseñar.

La puerta se cierra inmediatamente detrás de él y nadie más puede entrar o salir. Las

necesidades fisiológicas que alguien pueda argumentar como excusa para descansar

brevemente de él o porque realmente las sufra, son duramente criticadas. Y si alguien

osa entrar cuando el afectado por un cólico intestinal sale, interrumpe la clase para

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sacarlo como un niñito de escuela, argumentando falta de respecto. No toma en

cuenta que muchos estudiantes del curso nocturno, están allí a costa de sacrificios,

restar tiempo a su familia o luego de haber viajado desde lugares lejanos, a veces con

dificultades para llegar bien por el simple tráfico o por inconvenientes mayores.

Es inconcebible ese profesor, que despeja la línea delantera de pupitres para sentar

allí a cualquiera que se atreva a comentar algo con su vecino de clases , porque ha

sido interrumpido, sin darse cuenta que quien interrumpe la clase es él mismo. Sin

darse cuenta que tiene alumnos, todos adultos y algunos “adultos mayores”. No puede

permitir en absoluto que durante el tiempo de clases, unos torturadores 150 minutos,

siempre terminados con el pase de lista cuartelaría, también interminablemente

alargado, porque es ya el momento de dejar de ser el centro de atracción de la clase,

nadie…, absolutamente nadie…, le quite la vista de encima por un segundo. Pero que

tampoco puede intervenir, emitir opinión o siquiera hacer alguna observación, a menos

que sea directamente invocado, so pena de un regaño digno de Jaimito en la escuela

primaria. No importa si se trata de una señora embarazada o de un señor canoso. Este

comienza cada clase con una perorata crítica hacia el gobierno local, nacional o global

o que se gasta media hora exigiendo un respeto que no se gana. El es el mismo que

pretende minimizar las ganancias profesionales de cualquiera de sus alumnos, porque

en frente de él no son más que alumnos, alumnos nada más, sin darse cuenta que al

hacerlo también menosprecia la condición de alumno. Alumno, mi querido señor, es

ese que convencido por las enseñanzas de su maestro, las internaliza y las propaga,

como verdades ciertas, comprobadas en la experiencia y en la experimentación.

Pero aún menos que alumnos, porque ni como alumnos pueden funcionar; no tienen

derecho a opinar o a disentir y si intentan hablar, son interrumpidos, porque “no

podemos perder más tiempo, es mucho lo que falta por dar”. Y lo que da, lo que

imparte como docente, lo hace en la forma más “cantinflérica” imaginable, siempre

apoyado con un libro en las manos, el cual es un tesoro para él, del cual nosotros,

pobres seres humanos “que-solo-nos-gastamos-los-cobres-en-nimiedades”, jamás

participaremos. Exige una cultura de la cual carece y lo cual es especialmente notable

en su oratoria ininteligible. Pero además, se disgusta si un recién graduado lo llama

colega. Ignora que la palabra colega, como la define el diccionario de la Real

Academia española, además de significar amistad y compañerismo, se refiere a una

persona que tiene la misma profesión o actividad que otra, sin distingo de jerarquía. Mi

profesor tutor en la Universidad de Pensilvania, siendo yo veinteañero todavía, me

exigía que lo llamara “Guillermito”, como todos sus amigos lo llamaban, y eso no me

daba pié a faltarle el respeto bien ganado que le profesaba. Este tipo de actitud no

demuestra otra cosa que una sensación interna muy profunda y lamentable,

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seguramente subconsciente, de ser inadecuado. ¿Cómo puede entonces ser un buen

profesor? ¿Y cómo cuestionarse a sí mismo, si no tiene idea de sus debilidades como

docente y se cree infalible? Actúa igual que la malvada madrastra de Blanca Nieves,

quien solo escuchaba la voz del espejo.

¿Cómo puede un alumno memorizar toda una Ley de Minas e Hidrocarburos, si el

profesor no hace énfasis en los artículos más importantes y necesarios para su

práctica profesional general? Esta es la forma de enseñar del Profesor Eduardo

Coello, sin pretensiones de hacer un experto en cada alumno; sin pretender realizar

pruebas de inteligencia, para conocer la indemnidad del cuerpo calloso de cada uno

de ellos para ver sus hemisferios estaban conectados y así comprobar su capacidad

de asociación de ideas. Realizando preguntas directas, bien estructuradas, carentes

de ambigüedad y para las cuales las respuestas habrían de tener las mismas

cualidades. Sus cursos son perseguidos y tempranamente llenos cada año.

“Los que se quedan en la posibilidad de hacer solo clases presenciales, no son más

que tiranosaurios en vías de extinción”. Fue el comentario ponderativo de las virtudes

de la educación a distancia de aquella profesora de belleza excepcional, pero de

habilidad docente mínima. Es que algunos profesores parecen creer que mientras

mayor es la cantidad de letras y palabras que han de leerse, mayor y mejor será el

conocimiento. Pero si con lo que se cuenta es con un material de estudio totalmente

desorganizado, ¿Cómo se pretende extraer habilidades de profesional de un alumno

que solo recibe una asesoría grupal antes de cada examen? “Bueno, yo estoy

disponible a tales horas en mi cubículo” Ah! Si! ¿Y los otros compromisos académicos,

muchos de los cuales coinciden con las tales horas?

“Las peores transgresiones a los derechos humanos, las cometen algunos profesores

de la Escuela con sus alumnos” – me comentó alguna vez un compañero de estudios.

Donde se debe enseñar el Derecho, la equidad, la evitación del daño al vecino y dar a

cada quien los suyo, es donde menos se hace. Y se salen con la suya. Y transmiten a

esas mentes juveniles en formación una forma de actuar nefasta. Con razón tantos

chistes de abogados desalmados. Afortunadamente, no es una generalidad. Y no es

cierto que no haya abogados en el Cielo. Eso se puede vislumbrar.

“Los alumnos de educación a distancia no pueden ser distintos de los de clases

presenciales”. Comenta una profesora encargada de un grupo de alumnos inscritos en

un programa de educación a distancia en el cual tuve el infortunio de inscribirme, o la

fortuna, si lo tomo como una experiencia importante para mi papel de profesor y como

motivación que llenó el vaso para escribir este ensayo. “Los alumnos de educación a

distancia no pueden ser distintos de los de clases presenciales” – repitió. ¿Ah? No

podía dar crédito a mis oídos. ¿Cómo que no son distintos? ¿Ah? ¿Qué? ¿Cómo? En

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ese momento mi mente me dijo: “Ella está totalmente equivocada, pero es soberbia y

tozuda”. Me acordé de una frase de Confucio: “Solo los muy sabios y los muy necios,

son incomprensibles”. Y los muy necios generalmente son soberbios y tozudos, es

decir, obstinados, testarudos, altaneros, altivos, arrogantes, engreídos, estirados y

envanecidos. Una profesora que tenga el 100 % de alumnos aplazados, - leyeron bien,

el 100%, todos y cada uno, incluyéndome - no los tiene por ser muy sabia, sino por ser

muy necia. Y eso fue confirmado cuando negó la posibilidad de reconsiderar su forma

de examinar y la oportunidad de facilitar un examen adicional al grupo de alumnos a

su cargo. ¿Qué habrá de hacer un ingeniero al cual se le caen todos los puentes que

construye? ¿Qué habrá de hacer un cirujano cuyos pacientes mueren en sus manos o

poco después de intervenidos? ¿Qué habrá de hacer un profesor incapaz de enseñar

pero si muy capaz de ensañarse? Pues debe hacer lo mismo que un comediante que

no hace reír a nadie o un torturador que no hace llorar a ninguna persona. CAMBIAR

DE PROFESIÓN. Y dejarle el trabajo a alguien que sepa hacerlo.

Una breve consulta a la biblioteca de la “web”, de la Internet, arroja 1.400.000 páginas a mi

interrogante en el cuadro de diálogo: “Técnicas de Educación a Distancia”. O sea, lógicamente,

habrán de ser distintas las formas de educar a distancia que en el salón de clases, desde que la

gente se preocupa por publicar esas técnicas en la web. Y esta profesora, de un curso de

Educación a Distancia en esta universidad con más de 100 años de fundada y con por lo menos

dos cursos de ese tipo a su cargo ¿No lo sabe? ¿Es que la libertad de cátedra impide

inmiscuirse en los resultados de la capacidad docente de un profesor? ¿O es que los profesores

de ese departamento no se reúnen para discutir formas de implementar su rendimiento? ¿O

es que cada quién jala pa´ su montón de paja, como aquel cuento del par de burros?

Afortunadamente, para mí, mi experiencia tomando y ayudando a implementar cursos de

educación a distancia, me ha permitido sopesar varios profesores. Si no fuera porque me había

propuesto terminar mis obligaciones académicas con la Escuela de Derecho este mismo año,

yo hubiera muy temprano en el año, desechado esta profesora y le hubiera solicitado me

dejara S.I., (sin información) para tomar eventualmente el curso con otro profesor de la misma

materia. Pero con ésta decidí quedarme hasta el último round, por razones personales y de

necesidad de terminar la carrera de Derecho en este mismo año del Señor. ¿Cómo es posible

que en otro curso similarmente complicado tal cual como el de ella, mi rendimiento haya sido

de A+ y en el de ella hasta la fecha de este escrito, la única esperanza será obtener un D- sino

una F? Debo atribuirle las razones de este fallo, a esa observación por ella realizada: “Los

alumnos de EUS no pueden ser diferentes de los de cursos presenciales” demostrativas de su

incapacidad como educadora, por muy erudita que fuera en el conocimiento de su materia.

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Y es que si a un profesor le resulta imposible enseñar a otro profesor, su alumno, a mí,

un Profesor Titular Emérito, un Médico experimentado en tomar exámenes por tantos

años que ya da pena contarlos, – incluyendo el TOFL y el ECFMG – un investigador

reconocido por el PPI y un alumno con promedio B+ en la carrera de Derecho con por

lo menos un 30 % de materias aprobadas con sobresaliente. ¿Cuánta dificultad tendrá

para enseñar a sus alumnos más jóvenes e inexpertos? Cuando me informó la nota

del último examen, le comenté: “Ah! Será que tengo Alzheimer y ya no soy capaz de

aprender”. ¿Nunca se pregunta qué hacer para que sea exitosa su enseñanza? No. La

soberbia y la tozudez solo le permiten decir que no estudian. Que no estudiamos. No

cuestiona en absoluto sus métodos y no se preocupa por tener entre sus alumnos a

personas que han sido exitosas en sus carreras previas y son destacadas a través de

sus logros, a las cuales ella es incapaz de transmitir sus conocimientos. Es como una

mutación genética de las denominadas “codón de terminación”, la cual no duplica el

ADN, sino que lo termina antes de que sea funcional; así no es capaz de transmitir sus

conocimientos y sus alumnos serán inertes, por lo menos en la materia por ella

dictada. No compara las notas que otorga con las que ellos obtienen en los otros

cursos que toman dentro de la misma universidad o dentro de la misma escuela; o si lo

hace solo atina a decir: “Es que esos profesores regalan las notas”. En fin no le

preocupa que ella sea incapaz de trasmitir conocimientos reconociendo en si misma

esa incapacidad. El mal – dijo Confucio – no está en la falta, sino en no tratar de

enmendarla porque solamente los caracteres más elevados y más abyectos no

cambian. Y además – completó el filósofo chino - la erudición que consiste en la

memorización de hechos, no califica a nadie para ser maestro. Tener muchos libros y

conocerse de memoria los códigos y las leyes, no califica a quien intenta impartir

conocimientos como profesor. Un profesor, apreciados colegas, condiscípulos y

alumnos, amigos y conocidos o desconocidos a quienes me dirijo en este escrito, es

una persona que enseña una determinada ciencia o arte. Deben poseer habilidades

pedagógicas para ser agentes efectivos del proceso de aprendizaje. El profesor, por

tanto, parte de la base de que es la enseñanza su dedicación y profesión fundamental

y que sus habilidades consisten en enseñar la materia de estudio de la mejor manera

posible para el alumno. Para el alumno. No para alimentar su ego. “No me pasó

nadie”, he escuchado decir, con orgullo de carcelero, a algunos.

Pena, pena, pena, mucha pena habría de sentir, si alguna vez hubiera pronunciado

esas palabras. Afortunadamente, nunca sucedió durante mi trayectoria como Profesor

de aula. Porque nunca se deja de ser profesor, así no de uno más clases.

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Apenas llegado de mi post grado en el exterior, apliqué y obtuve mi ingreso a la

Universidad como Profesor Contratado, hace suficientes años, gracias a las

recomendaciones de mis maestros de Harvard, Michigan y Pensilvania y a la

necesidad que de mis conocimientos tenía la Escuela de Medicina. No había yo

tomado curso alguno de pedagogía. No recibí tampoco la más mínima instrucción por

parte de las autoridades o superiores de mi departamento. La necesidad era la de

cubrir un faltante de “gente que diera las clases”. Así pues ahora puedo distinguir que

no es lo mismo ser Profesor, que “gente que da las clases” que “el que va a dar la

materia”, porque es erudito en la misma.

Luego de media hora de mi primera clase, creyéndome que “me la estaba comiendo”,

una alumna – eran estudiantes del 5to año de Medicina - me interrumpe y me dice:

“Profesor…, usted tiene ahí media hora hablando y hablando sobre esto, aquello y lo

otro…, y yo no le entendido absolutamente nada. Ni una papa”. – como es la

expresión coloquial de mi ciudad, cuando uno quiere significar, nada o menos que

nada, probablemente derivada esa expresión, del nimio valor de ese tubérculo en el

siglo pasado. Me quedé de una pieza. No sé si expresé la consabida sonrisita de bobo

que todos usamos cuando se nos sorprende en una travesura. Pero no dije con la voz

engolada y el ceño fruncido, arrastrando las palabras: “No es mi problema que no

estén al día con los conocimientos necesarios para cursar el 5to Año de Medicina. Yo

no me voy a devolver. Deben estudiar. No es mi culpa que sus profesores anteriores

no los hayan enseñado”, como si le escuché decir a uno “que da la materia” en la

Escuela de Derecho. Soberbio y tozudo también. Muy famoso y orgulloso de sus

logros como profesional, buenos y de alto nivel algunos, pero muy creído de sí mismo,

un “top dog” que “se la estaba comiendo” y jamás permitía una observación que lo

centrara en la realidad de las deficiencias que muchos alumnos traen al 5to Año de

Derecho, debido a la variabilidad en la calidad de las enseñanzas recibidas.

Humildemente me dirigí al resto de los alumnos y les pregunté si ellos estaban en la

misma situación. La respuesta fue un “SI” general. Ahora si me sonreí ampliamente y

“me devolví”. Comencé por la A y fui explorando hasta saber, hasta enterarme, que

ellos no podían conocer más allá de la H. Entonces comencé por la H. ¿Es esto

intuitivo? ¿Es genético? ¿Es inteligente? Probablemente las tres cosas, pero además,

es educativo. Mi “generala” madre, quizá previniendo que un comportamiento distinto

de mi parte, no haría sino traerla a ella constantemente a la palestra, por los

recordatorios de su presencia en mi vida que a mis espaldas o de frente, harían mis

agraviados, me instruyó siempre que ante el conflicto, el plan no es polemizar ni

imponerse. El plan es resolver. Y en este caso el plan era enseñar. Como es mi

intención ahora con este escrito, motivo por el cual cuando menciono el

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comportamiento de alguno de mis profesores, nombro el pecado, pero no el pecador.

Y si alguno cree reconocerse en mis observaciones, tengan por seguro que no es pura

coincidencia, pero que a partir de escuchar mis críticas podrían mejorar…, si cambian.

Mis exámenes siempre fueron exigentes. En mi departamento fui yo quien implementó

el “Banco de Preguntas”. Se comenzaban a usar las computadoras y se podían

mantener en ellas muchas preguntas tipo para cada tema, ajenas, por estar insertas

en la “Apple II plus” de mi oficina, al escrutinio de los estudiantes, con sus variantes.

Los primeros parciales siempre eran más exigentes. O les parecían a ellos más

difíciles. Pero en mi curso nunca faltaba un 20, un A+. Un sobresaliente. Porque no se

trataba de “rasparlos a todos”, sino de enseñarles la importancia de la Genética en la

Medicina. Así que si la nota más alta del curso era de 15 puntos, corregía entonces

utilizando la curva de Gauss y desplazaba la nota máxima al 20 haciendo que la

mediana se proyectara desde el 7 hasta el 10 a veces más allá, dependiendo del

sesgo de la curva. Este artilugio estadístico, me permitía medir mis exigencias como

examinador y cotejarlas con mis deficiencias como profesor. Era pues un sistema de

experiencia-aprendizaje tanto para mí como para mis alumnos, los cuales alguna vez

me distinguieron nombrándome Padrino de Promoción. En un curso inolvidable, tuve la

fortuna de enseñar a varios de los hijos de mis maestros, uno de ellos el actual

Decano de Medicina, el Dr. Sergio Osorio Morales, - a quien le auguro una carrera

universitaria importante- , cumpliendo así una parte del juramento Hipocrático.

Pero volviendo a la actualidad: una pequeña investigación sobre las técnicas de

enseñanza a distancia, realizada mientras me preparo para el examen final en busca

de un piche 10 me informa:

“La efectividad de cualquier proceso de educación a distancia descansa firmemente

en los hombros de los maestros. En un salón de clases tradicional, las

responsabilidades del maestro incluyen además de determinar el contenido específico

del curso, entender y atender las necesidades particulares de los estudiantes. En la

educación a distancia los maestros deben además:

• Desarrollar una comprensión y conocimiento de las características y necesidades de

sus estudiantes a distancia con muy poco o ningún contacto personal.

• Adaptar los estilos de enseñanza, tomando en consideración las necesidades y

expectativas de una audiencia múltiple y diversa.

• Conocer la forma de operar de la tecnología educativa mientras conserva su

atención en su papel de educador.

• Funcionar efectivamente como facilitador y como proveedor de contenidos.”

Y si yo, que no soy el profesor de esta materia, ni tengo experiencia extensa como

educador a distancia, puedo dedicarme a ello en medio de la presión del próximo

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examen, y aprender sobre la responsabilidad del profesor en estos menesteres y no

tengo la más remota idea de cuál es la información más importante a recordar, ¿Cómo

es posible que ella no lo haga? ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Cómo, en el nombre

de la divinidad, puede ser eso posible?

No me queda otro remedio que diagnosticar su falta de interés en transmitir

conocimientos o su falta de deseos de enseñar y si mas bien su deseo de ensañarse

sobre sus alumnos, quizá en respuesta a sentimientos propios, conocidos o

subconscientes, de ser inadecuada ante la vida. Eso es rayano en la negligencia, lo

cual es una transgresión a las normas civiles: “El que con intención, o por negligencia

o por imprudencia, ha causado un daño a otro, está obligado a repararlo.” – Artículo

1.185 del Código Civil de Venezuela.

Es que acaso, ¿no es dañino que se la haga perder a alguien, el tiempo valioso

invertido en un intento de obtener educación, por la impericia, negligencia,

imprudencia, mala intención o violencia de un profesor, obligado por contrato a

enseñar?

En una conversación imaginaria con este tipo de profesor, le digo: “Mire mi dedo: está

moviéndose de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Está diciendo: No, no

sirve usted para enseñar, profesor. Inhíbase pues. O en su defecto, aprenda a

transmitir sus conocimientos y realice una labor vital, importante, importantísima, cual

es la de sembrar. Es una forma de reproducción. Es una forma de tener hijos. Es una

forma de ganarse el cielo. Sócrates todavía vive. Confucio por lo consiguiente. Jaime

Escalante jamás será olvidado. Imitémoslos. Es una forma de morir con una sonrisa en

los labios y con la mente llena de recuerdos por los pensamientos agradecidos de

nuestros alumnos, allí presentes en el recuerdo, se hayan manifestado ellos dando las

gracias o no. De lo contrario, conocerá usted el infierno mucho antes de pasar en él el

resto de la eternidad, una vez que muera. Un infierno salido de sus propios

pensamientos y de las miradas despectivas o huidizas de sus ex – alumnos, quienes

solo la recordarán como “la bicha o el bicho que me quebró” o “el bicho o la bicha que

me puso 10”. Usted lo va a percibir y se justificará: “Malos estudiantes”, cuando debe

preguntarse “¿Que tan mal profesor seré?, cuando ningún alumno me demuestra

aprecio y una vez terminado el curso, ya nadie me procura o saluda con deferencia.”

O quizá sea objeto en un futuro no muy lejano del atrevimiento de un estudiante de

Derecho, o mejor todo un gran grupo de ellos, que lo demande civilmente, por daños y

perjuicios pecuniarios y morales, lucro cesante y daño emergente, por haberle hecho

perder un precioso tiempo, por haberle retrasado su grado; y que una vez probado

esto, las autoridades universitarias no tengan más remedio que prescindir de sus

“servicios”.

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Al comentar estas angustias con una amiga, ya salida de las aulas de la Escuela de

Derecho, me reclamó: ¿Por qué no la inscribiste con otro profesor? Por razones de

logística le dije. Y es que un alumno del curso nocturno, con sus obligaciones de

trabajo y estudio, de atender familia y proyectos, debe, por un lado, arreglar su horario

en la forma más conveniente y por otro lado, no tiene tiempo para saber de qué tipo de

profesor debe huir. Ese es un deber de los directivos de la Escuela, el de vigilar que

sus profesores sean idóneos. El deber de los alumnos es simplemente estudiar. Pero

que ese estudio sea fructífero. No una estúpida pérdida de tiempo, como la que se

sufre cuando uno recurre a un mecánico inexperto o a un albañil incapaz, los cuales si

podría uno demandar por negligencia o impericia. La obligación del profesor es in tuito

personae. Sólo él es responsable del éxito de su tarea y por tanto debe preocuparse si

el promedio de aplazados es mayor del 20 %, cifra que habré de cotejar con otras

experiencias distintas a la mía.

“Voy a hacer un examen oral y llamaré sin orden de lista. Todos deben estar a las

puertas del salón a la hora indicada” - dijo para el primer examen esta profesora de

Derecho Civil. A esta la califiqué con 02. Por irrespetuosa de sus alumnos. Por

terrorista y por torturadora. ¿Cómo que a llamar sin orden de lista? ¿No es acaso

suficiente estrés esperar a ser llamado por orden de lista? Es un irrespeto a los

alumnos. Es una tortura, es daño moral, es propio de una arpía, es totalmente nefasto.

¿Cómo no se da cuenta? ¿Cómo no se entera del daño impartido? ¿Cómo, en el

nombre de Cristo, puede después de esto dormir tranquila?

Solo los psicópatas y los sociópatas son completamente ignorantes del daño que

imparten. Y yo venía de vivir 5 años con una sociópata. ¿Cómo no reconocerla? Hasta

última hora estuve luchando conmigo mismo para abandonar la materia, pero me

quedé porque dudé si no serían exageraciones mías el parecido que le encontraba

con mi ex – nefasta esposa. Ignoré mi entrenamiento en Genética: “el genotipo se

descubre por el fenotipo”. Ignoré mis conocimientos sobre la evolución y el aforismo de

Virchow “omni cellula e cellula”, es decir, toda célula proviene de otra igual. Y si uno

ve dos células parecidas, probablemente se comportarán igual. Una célula renal jamás

podrá dar insulina, como la pancreática. Esta abogada “que da las clases”, no puede

ser distinta en su comportamiento de aquella otra que conociera hasta hace poco, ya

suficientemente descrita en algún escrito previo.

Bueno, quizá mi incendiado hipocampo, deteriorado por 5 años de acoso moral no me

permitió pensar claramente y me sometí a la tortura de ese primer examen. Llegué a la

hora, pero ella empezó antes de la hora y ya me había nombrado. La historia es más

larga, pero he de resumirla diciendo que su comportamiento displicente con los

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alumnos y conmigo, me sacaron de quicio y por tanto abandoné el salón durante el

examen, antes de que ella me autorizara y no regresé jamás a su clase.

El siguiente año aprobé la misma materia con otra profesora con nota sobresaliente.

En mi carrera de Medicina, en el primer año, los exámenes eran orales y se llamaba

por orden de lista. El jefe de la Cátedra de Fisiología, - otro ignorante de los trabajos

de Hermann Ebbinghaus, - y su colegiado tribunal de asociados, otros dos profesores,

me mantuvieron tres días esperando mi turno. Suspendían el examen a horas

imprevistas y lo recomenzaban a deshoras. Hey! Debían atender sus pacientes

privados y la hora del examen dependían de la hora en la cual ellos se desocuparan.

¡Qué deslinde tan inadecuado! Una noche el mismo se prolongó más allá de la media

noche. La tensión era exagerada y uno debía estar allí presente porque bien podían

examinar a tres alumnos como a diez. No se sabía ni se podía calcular cuando era la

cita con el satánico profesor, el cual para colmo de males, llegó una noche vistiendo

un paletó rojo, rojito, coloradito. Solo le faltaba la cola de flecha. Yo tampoco conocía

entonces la “curva del olvido”. Pero mucho de lo estudiado, y recontra - estudiado

mientras esperaba, se olvidó; mas aun por el estrés al cual estaba sometido. Mi amigo

Alex Barboza, hoy exitoso cardiólogo, con quien estudiamos en mi grupo habitual de

estudio, obtuvo un 20 en ese examen. Pero en fue el segundo. Yo, por mi apellido fui

quizá en número 50 y obtuve un 10. Es la nota más baja en mis estudios de Medicina,

la cual culminé como miembro del grupo percentil 90. Este Jefe de Cátedra,

probablemente estará examinando ahora en algún lugar de la Universidad de la Quinta

Paila.

“No se haga aprender de memoria sino lo que haya sido rectamente comprendido por la inteligencia. Y no se exija a la memoria más que lo que estemos ciertos que sabe el niño.” Averiguando sobre cuán antiguas son las técnicas pedagógicas, me encuentro con esta máxima de Juan Amos Comenio (1592-1670), quien sufriera en carne propia los métodos de enseñanza memorística de aquella época. ¿De aquella época? Para los malos profesores, las cosas han cambiado poco en cuatro siglos.

La memoria es como la máquina del tiempo. La historia es más eficiente puesto que puede viajar más allá en el pasado. Pero el hombre inteligente (en el sentido genérico, incluye el sexo femenino) – ahora y por ahora, en la Venezuela Bolivariana hay que explicarlo siempre – puede vislumbrar el futuro.

Era mi tercer grado de primaria, cuando debíamos aprender de memoria la historia de Venezuela y recitar “al caletre” lo que el libro de los hermanos marianos decía. Demás está decir que solo he aprendido algo de la historia de Venezuela, desde Bolívar a nuestros días, mucho después de la primaria, gracias a mi tendencia a leer hasta los pisos de granito. Y gracias también a haber estado vivo mientras la más reciente parte de ella, - de la historia,- ocurriera. Porque de la historia de la “resistencia indígena” –

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que estupidez -, solo he tenido una pequeña información a través de la novela de Francisco Herrera Luque, “Los Amos del Valle”. Y digo “que estupidez”, porque es precisamente por la suerte o la desgracia de haber sido invadidos por la peor ralea de españoles de aquella época y por el carácter afable de la mayoría de los aborígenes, - exceptuados los destacados Guaicaipuro, Tamanaco y Paramaconi, hoy símbolos de uno de los mas consumidos buenos rones venezolanos, responsables ellos mismos de una gran cantidad de muertes consecuencias de las borracheras perrerosas que en algunas personas incitan – que Venezuela exhibe hoy una variabilidad de gentes y colores, los cuales en hombres y en mujeres no hacen más que destacar habilidad y belleza. Los premios ganados en certámenes internacionales de belleza femenina y masculina, son el mejor aval de lo que digo. Venezuela tiene hoy el “vigor híbrido”, que los agricultores buscan en sus productos. La tierra ha sido generosa y el carácter de sus gentes ha permitido que este crisol de razas produjera una, aún mejor. Desafortunadamente, ese mismo carácter y la riqueza de su subsuelo, también ha traído la ambición de poder y la imposibilidad de contar con una secuencia democrática ininterrumpida. Y es por eso que muchas mentes privilegiadas emigran a otras tierras, para no regresar.

Y es que a pesar de los malos profesores, tema central de este escrito, existe también excelencia en la docencia. Probablemente…,¡NO! Seguramente – corrijo - superando ésta a aquella.

En 1970, el New England Journal of Medicine, el Periódico de Medicina de Nueva Inglaterra, publicado en Boston desde el siglo XIX, - acotación que hago para señalar el prestigio de la revista -, destacó los médicos venezolanos dentro del grupo de los mejores resultados entre los que tomaban el examen de suficiencia para médicos extranjeros en los Estados Unidos. El E.C.F.M.G (Educational Council for Foreign Medical Graduates), el cual solo podía aprobarse con el 75% de respuestas correctas. Si sacabas menos de 15 de nuestros puntos, estabas “raspado”. SI. Yo lo aprobé, recién graduado, aunque después del segundo intento, pero en el primero acerté con el 74% de respuestas correctas.

Ahora no son los venezolanos los mejores médicos sino los cubanos, si bien éste no es un diagnóstico, aserción, afirmación o aseveración derivada del escrutinio adecuadamente realizado, sino de una decisión ejecutiva e inconsulta y por tanto no verosímil. El debate sobre la superioridad de unos y otros, sumamente críptico por cuanto ninguno ha realizado reválida, favorece a los venezolanos, cuando descubrimos las “barrabasadas” que aquellos cometen: Cualquier sombra en la momografía o en la radiografía simple de cráneo, practicada con equipos de última generación en los centros de diagnóstico que he llegado a conocer, es un tumor. Los medicamentos se combinan sin un real conocimiento de la farmacología, las interacciones y los mecanismos de acción. Afortunadamente, el cuerpo humano es resistente y las muertes derivadas o no se cuentan o son escasas. Pero no hay control alguno.

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J.M. Álvarez Méndez ha escrito recientemente un libro cuyo título es: “Evaluar para

conocer, examinar para excluir” (Ediciones Morata SL, 2001, Madrid, ISBN

84-7112-462-9). Está lleno de adecuados planteamientos para mejorar la calidad

docente. En la facultad de Derecho, específicamente en la Escuela de Derecho, donde

me he formado como abogado, cuarenta años después de ser Médico, los exámenes

se denominas “Evaluativos”, pero si los profesores no son capaces de conocer a los

alumnos a través de ellos, solo sirven para excluir a los incapaces de responderlos sin

que ello pueda determinar si realmente son capaces de ser abogados. Y lo más grave,

sin que nadie pueda opinar sobre la habilidad del instructor, del profesor, para

preguntar…, y luego para corregir.

Una profesora de educación a distancia elabora un examen donde indica que

determinado objetivo se evaluará sobre 15 preguntas, con respuesta verdadera o falsa

y en caso de falsedad explicar lo correcto, siendo 12 correctas suficientes para

aprobar. Pues bien, cual no es mi sorpresa, cuando una de las respuestas falsas, la

más complicada, tiene un valor de 3 puntos, con lo cual la ventaja supuestamente

otorgada en el planteamiento se invalida, con el agravante que en caso de respuesta

equivocada, la posibilidad de aprobar se minimiza. ¿Es o no esto dolo, violencia, mala

intención? Y luego asegura que ella siempre hace las cosas muy bien.

Una personalidad extraña, para decir lo menos.

Antonio Machado alguna vez señaló que cuando un hombre inteligente,

medianamente reflexivo, se mira por dentro, comprende cuán difícil es que nadie que

lo mire por fuera pueda juzgarlo con mediano acierto y que es imposible que uno

pueda decir nada positivo de otro al juzgarlo, puesto que las palabras se han

inventado para juzgarnos unos a otros. Con todo el respeto y consideración que me

merece el celebérrimo poeta español, autor de “Caminante son tus huellas”, estimo

que las palabras tienes otras funciones y destinos.

Si no, jamás podríamos ser padres y mucho menos maestros.

La estrategia de utilizar a los propios alumnos como maestros, se usa con frecuencia y

con éxito en la Escuela de Derecho. He conocido por lo menos tres profesores que

implementaron tal estrategia, lo cual no solo promueve el compañerismo, sino que

permite que estudiantes destacados enseñen su metodología de estudio y enfoque a

los otros más bisoños. Aún a costas del riesgo de hacer que la nota disminuya para el

más estudioso, me parece un sistema adecuado. El problema acá es que algunos

estudiantes simplemente se apoyan en el grupo y no aprenden lo suficiente,

especialmente por la perentoriedad de la fecha de entrega, que obliga al más

cumplidor, generalmente el más obsesivo en cuanto a sus logros, a trabajar por todos.

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Pero es que el alumno también es responsable para documentarse sobre técnicas de

aprendizaje.

http://www.monografias.com/trabajos14/decisiones-aprendizaje/decisiones-

aprendizaje.shtml

Ejemplo de una pregunta de EUS de la materia Fundamentos de Economía y Finanzas

Públicas, la cual busca estimular el recuerdo y la importancia del mismo:

• Un ejemplo de transferencia es _____________________

• Un subsidio consiste en __________________________

Un alumno que haya revisado el material de estudios, objetivado, completo, indicativo

de los supuestos de aprendizaje, inmediatamente recordará que un subsidio es una

transferencia y por ende la definición de subsidio, no necesariamente “caletreada”,

sino entendida, será establecida: “un subsidio es una forma de transferencia, realizada

por el gobernante a determinada institución o individuo, con la finalidad de

implementar, mejorar o hacer más accesible su productividad o sus productos, en

beneficio del receptor final”.

Para un adulto es más fácil tomar un examen, por cuanto la sumatoria de experiencias

y lecturas, quizá pueda facilitar el entendimiento de determinado material. Pero el

joven tiene la ventaja de una memoria más prístina, pura, original, de estreno. El joven

es capaz de recordar hasta la página par o impar y el sitio de la misma donde se

encuentra la información. Su hipocampo, libre de estrés y de decepciones, conserva

su población celular intacta y por ello es capaz de almacenar información y recordar

más eficientemente. Hasta la información observada en letra menuda en los pies de

página. El adulto, algo deficiente en ese aspecto, pero con una buena estrategia,

estará más presto a inventar mnemotecnias: FoDEC, le recordará a Fedex, la

compañía de correo internacional privada, pero también los pasos para la preparación

y uso del presupuesto: Formulación, Distribución, Ejecución y Control, una pregunta

segura de examen, por cuanto en el buen material de estudio adecuadamente

realizado por un grupo de profesores expertos en educación a distancia, estaba

resaltado en negrillas.

Es importante estudiar, pero más importante es tener un buen material de estudios.

Algunos profesores proveen un material excesivamente desorganizado,

excesivamente extenso o excesivamente monótono o llenos de información superflua,

el cual más que ayudar, confunde. Algunos profesores preguntan nimiedades o hacen

preguntas rebuscadas o ambiguas o cuya respuesta tiene poca importancia fáctica,

por cuanto la información puede encontrarse en la doctrina, la jurisprudencia o las

leyes. En lugar de preguntar si la articulación probatoria se abre de forma automática o

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a petición de parte, debería preguntar cuales son las fases del proceso, en cuales

casos se sobresee la causa, o cual es la jurisdicción donde se debe introducir la

demanda.

Pero el estudiante debe prepararse aún para este tipo de profesores. La guía para

esta preparación puede encontrarse en Estudio: Guías y Estrategias , sobre lo cual no

ampliaré, por ser esta guía suficientemente explicativa.

Quedo con una sensación de haberme quedado corto en la exposición de soluciones,

pero es necesario terminar. A esos profesores que pudieran sentirse aludidos, mi

agradecimiento, por reiterarme con su conducta, cómo no debo ser. Y si alguna

claridad puedo haber traído a sus métodos, que sea para bien de sus alumnos de este

año.