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PATRONATO DEL ALCÁZAR DE SEGOVIA ENTRE LOS CIELOS Y LA TIERRA: GALILEO, FILÓSOFO DE LA NATURALEZA Y TEÓRICO DE LA ARTILLERÍA POR JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON PRESENTACIÓN DE JOSÉ ANTONIO RUIZ HERNANDO SEGOVIA MM VIII

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PATRONATO DEL ALCZAR DE SEGOVIA

ENTRE LOS CIELOS Y LA TIERRA: GALILEO, FILSOFO

DE LA NATURALEZA Y TERICO DE LA ARTILLERA

POR

JOS MANUEL SNCHEZ RON

PRESENTACIN

DE

JOS ANTONIO RUIZ HERNANDO

SEGOVIA MM VIII

PATRONATO DEL ALCZAR DE SEGOVIA

ENTRE LOS CIELOS Y LA TIERRA: GALILEO, FILSOFO

DE LA NATURALEZA Y TERICO DE LA ARTILLERA

POR

JOS MANUEL SNCHEZ RON

PRESENTACIN

DE

JOS ANTONIO Rurz HERNANDO

SEGOVIA MM VIII

Textos correspondientes a la celebracin del XXIV da del Alczar en la Sala de Reyes, el da 22 de junio de 2007.

Cubierta: Galileo, segn una lmina en Opere di Galileo Galilei, Nobile Fio-rentino, tomo 1 (Florencia 1718).

ISBN: 84-920458-8-4 Depsito legal: M-20687-2008

Grficas AGUIRRE CAMPANO, S. L. - Daganzo, 15 - 28002 MADRID

ENTRE LOS CIELOS Y LA TIERRA: GALILEO, FILSOFO DE LA NATURALEZA

Y TERICO DE LA ARTILLERA

PRESENTACIN

DE

JOS ANTONIO Rurz HERNANDO

Conferencia del XXIV Da del Alczar

Excelentsimas e Ilustrsimas Autoridades, Patronos, expatronos, Seoras y seores:

Jos Manuel Snchez Ron, doctor en Ciencias Fsicas por la Universidad de Londres y catedrtico de Historia de la Ciencia en la Universidad Autnoma de Madrid, es autor de una treintena de libros, adems de compilador y editor de otros tantos; es tambin director de colecciones de ensayo y divulgacin cientfica y cola-borador asiduo de la prensa diaria.

Toda su obra es un reflejo, o mejor quiz, una consecuencia de la fusin del campo de las letras con el de las ciencias, desgraciadamente tan alejados unos de otros hoy da.

Desde sus artculos cientficos en revistas especializadas de Europa y Amrica y sus libros ms "duros", El o~gen y desarrollo de la relatividad, por ejemplo, hasta sus obras de historia de la ciencia ms ambiciosas: Historia de la fsica cuntica o Cincel, martillo y piedra, un libro fundamental para el conocimiento de la ciencia en Espaa, cuyo ttulo se inspira en un poema de Machado.

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Tambin ha redactado excelentes biografas, como la dedica-da a Marie Curie o al cientfico espaol Miguel A. Cataln.

En el ao 2003 ingres como acadmico de nmero de la Real Academia Espaola de la Lengua, en su discurso al que l titul Elogio del Mestizaje: historia, lenguaje y ciencia, donde puso de manifiesto, de modo brillante y emotivo, su vocacin y compro-miso con la ciencia, la cultura y la sociedad que le ha tocado vivir.

As pues, el Dr. Snchez Ron no ha dejado de trabajar en promocionar la cultura cientfica en la sociedad, como l mismo ha escrito:

"La vida material e intelectual de los humanos no sera lo mismo sin lo que la ciencia les ha dado y les da. Seramos ms ignorantes, ms indefensos, seramos, en definitiva, ms pobres en todos los sentidos."

Estoy seguro de que con su charla de hoy nos har a todos menos ignorantes y ms ricos. Le cedo la palabra al Sr. Snchez Ron.

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ENTRE LOS CIELOS Y LA TIERRA: GALILEO, FILSOFO DE LA NATURALEZA

Y TERICO DE LA ARTILLERA

POR

Jos MANUEL SNCHEZ RoN

Excmo. Sr. General Presidente del Patronato del Alczar de Segovia,

Excelentsimos e Ilustrsimos Seores, Queridos Patronos, Seoras y Seores:

No lo recuerdo bien del todo, pero estoy casi seguro de que la primera ciudad que visit - aparte, claro est, del Madrid que me vio nacer- fue Segovia. Y mi siempre mala memoria atesora como uno de esos bienes innegociables al olvido, las muchas veces que de nio visit esta ciudad con mi familia. De eso hace ya, como ustedes pueden suponer, muchos aos. Que visit y que admir. Para m no hay mejores lugares en el mundo que Segovia y El Escorial. Espero que crean lo que estoy diciendo y no lo supongan un halago fruto de la oca-sin.

Y dentro de Segovia, este Alczar, a cuyas torres tantas veces he subido, maravillndome siempre ante el extraordinario espec-tculo de la meseta castellana que se contempla desde ellas. Me gusta especialmente en el verano, con la llanura brillante como el metal al rojo vivo. Nunca imagin, ni cuando era un nio, ni lue-go cuando mi esposa y yo 'trajimos a nuestras hijas, que un da tomara la palabra, ante una audiencia tan distinguida y en un da tan sealado, en mi querido Alczar segoviano. Me siento conmovido por el honor que me han hecho con su invitacin y

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slo espero que mientras viva nunca me lleguen las nubes del olvido para poder as recordar que un da estuve y habl aqu. Muchas gracias1

Mi conferencia trata de un hombre cuyo nombre todava cele-bramos cuando han pasado 365 aos de su muerte: el pisano Galileo Galilei (1564-1642). No fue l quien nos ense que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revs -semejante honor recay sobre Nicols Coprnico (1473-1543) y su inmortal libro de 1543, De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes)- , pero si la hiptesis copernica-na lleg a implantarse en nuestras mentes y a enquistarse en la ciencia fue sobre todo gracias a Galileo (aunque no debamos olvi-dar a Kepler) . Tampoco lleg el de Pisa, en sus estudios sobre el movimiento de los cuerpos, a las alturas, inalcanzables para cual-quier otro mortal, en las que se instal Isaac Newton (1642-1727), "el Grande entre los Grandes", pero con algunas de sus investiga-ciones - como la ley de la cada de los cuerpos, cada vertical y libre o a lo largo de planos inclinados, o el isocronismo en la oscilacin de los pndulos- prepar el camino para ese clmax que son las tres leyes de Newton, que ste present en su monumen-tal Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios mate-mticos de la filosofa natural) de 1687. Y no slo nos dej Galileo resultados como estos, sino que nos leg algo ms valioso an: un mtodo cientfico moderno, en el que la experimentacin y la teorizacin se conjugan en una forma ta:q delicada y sutil como profunda. Fue mucho ms lejos en la manera cmo estu-di la naturaleza de los que le haban precedido. sta, la natu-

1 Quiero agradecer tambin la ayuda que para la eleccin de muchas de las ilustraciones incluidas en la versin impresa de esta conferencia he recibido del comandante Pedro A. Nieto, Teniente Alcaide del Patronato del Alczar de Segovia. Y al profesor Jos Antonio Ruiz la generosa presentacin que hizo de mi persona como preludio a mi intervencin.

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raleza, parece transparente, pero no slo nos oculta muchos de sus secretos sino que deja a nuestra imaginacin e inteli-gencia la fundamental tarea -el objetivo ms precioso de la cien-cia- de codificar en leyes generales lo que observamos. Galileo no logr, como acabo de decir, formular las leyes newtonianas del movimiento, ni siquiera las ms humildes, aunque esencia-les tres leyes de Kepler (las que nos dicen que los planetas se mueven, y cmo lo hacen, a lo largo de elipses, en uno de cuyos focos se encuentra el Sol), pero se dio cuenta mejor que otros del valor de la cuantificacin, de disear experimentos que nos guen hacia las leyes generales, al medir e interpretar esas medi-das. Es cierto que Johannes Kepler (1571-1630) lleg a leyes matematizadas, que podran entenderse fruto de semejante filo-sofa, pero no fue as: l, el hijo de una mujer que lleg a ser juz-gada acusada de prcticas de brujera, viva en un complejo mun-do mental lleno de ideas como msicas y armonas celestiales, que, sorprendentemente y con la ayuda, eso s, de las observacio-nes realizadas por Tycho Brahe (1546-1601), le llevaron a sus tres leyes.

Cuantificar es una palabra que nicamente toma sentido en un contexto matemtico. Y Galileo defendi como nadie el valor de las matemticas en el estudio de la naturaleza. Recuerden aquellas palabras que escribi en uno de sus libros, Il Saggiatore (El ensayador; 1623 )2: "La filosofa est escrita en ese grandsimo libro que continuamente est abierto ante nuestros ojos (es decir, en el universo), pero no se puede entender si primero no se aprende a comprender 'su lengua y a conocer los caracteres en que est escrito. Est escrito en lengua matemtica y los caracte-res son tringulos, crculos y otras figuras geomtricas, sin cuya

2 Utilizo la traduccin de Vctor Navarro, ed., en Galileo (Pennsula, Barcelona 1991), pg. 87.

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ayuda es humanamente imposible entender nada; sin stas es como girar vanamente por un oscuro laberinto".

Pero ya es hora de presentar a mi protagonista.

Los comienzos de la carrera de Galileo

Galileo Galilei naci en Pisa el 15 de febrero de 1564, uno de los siete hijos (tres varones y cuatro hembras) de Giulia di Cosme Ammannati (1538-1620) y de Vincenzo Galilei (1520-1591), que gozaba de buena reputacin como msico y que hoy recordamos especialmente por sus trabajos sobre teora musical (como el Dialogo della musica antica et della moderna [1581], en el que expe-rimentaba con los tonos de las notas producidas por cuerdas de diferentes longitudes). En 1581 ingres en la universidad de su ciu-dad ntal, matriculndose en la Facultad de Humanidades (la dej en 1585 sin haber llegado a graduarse). Fue por entonces (1586-1587) cuando descubri varios teoremas sobre el centro de grave-dad de los slidos y cuando comenz a estudiar el movimiento de un pndulo, que le conducira aos ms tarde al descubrimiento del isocronismo de las oscilaciones pendulares; esto es, que el tiem-po de batida de un pndulo nicamente depende de su longitud, no de la amplitud de la oscilacin. En efecto, en una carta al mar-qus Guidobaldo dal Monte, un amigo de su familia, fechada el 29 de noviembre de 1602 enunciaba el isocronismo, que en el Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copemicano (1632), obra a la que volver despus con ms detalle, aparece referido en el siguiente intercambio entre Salviati y Sagredo3:

3 Galileo Galilei, Dilogo sobre los dos mximos sistemas del mundo ptolemai-co y copernicano, traduccin y edicin de Antonio Beltrn (Alianza Editorial, Madrid 1995), pg. 201. La carta a Guidobaldo da! Monte se reproduce en el volu-men X de Le Opere di Galileo Galilei, edicin de A. Favaro (Giunti Barbera, Florencia 1890-1909), 20 tomos, pgs. 97-100. Con cierta frecuencia se dice que Galileo descubri el isocronismo ya en 1583 , esto es, cuando tena 20 aos. El ori-gen de esta falsa creencia se encuentra en la biografa de Galileo que escribi el

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Retrato de Galileo. leo pintado en 1636 por el artista flamenco Justus Sustermans (1597-1681). Galera de los Uffizi, Florencia.

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SALV. Decidme: de dos pndulos que cuelgan desde distancias desiguales, el que est atado a una cuerda ms larga no hace menos oscilaciones?

SAGR. S, en el caso de que se muevan iguales distancias desde la perpendicular.

SALV. Ese alejarse ms o menos no importa nada, porque el mis-mo pndulo siempre hace sus oscilaciones en tiempos iguales, sean las largusimas o brevsimas, es decir tanto si el pndulo se aleja much-simo como poqusimo de la perpendicular.

La capacidad que mostr como investigador sirvw para que fuese designado, cuando slo tena 25 aos, catedrtico de Matemticas en su alma mater, la Universidad de Pisa, donde entre sus obligaciones figur la de ensear la astronoma ptole-maica; la teora -cuya mxima expresin se halla en el gran libro de Claudio Ptolomeo (c. 100-175), conocido por el ttulo de la tra-duccin rabe, Almagesto, "El ms grande"- segn la cual el Sol y los planetas se mueven en torno a .la Tierra4

El primero de sus trabajos que se conserva, escrito en italia-no, La bilancetta (La balancita), data de 1586 (se public, pstu-mamente, en 1644)5. En l se inspiraba en Arqumedes; en con-creto en el mtodo que ste invent para resolver el problema de si la corona que encarg el rey Hern contena realmente la mis-ma cantidad de oro puro que el monarca haba proporcionado al

matemtico Vincenzo Viviani (1622-1703), que con 16 aos se convirti en su ayu-dnte. Segn Viviani, el balanceo regular de una lmpara en la catedral de Pisa llam la atencin del joven Galileo, y "realizando experimentos muy precisos, comprendi que las oscilaciones eran iguales. Inmediatamente, decidi adaptar este descubrimiento al problema de la medicin del pulso, como se exiga en la medicina". Vincenzo Viviani, Racconto istorico della vita di Galileo Galilei (1717), reproducida en Le Opere di Galileo Galilei, vol. XIX, pg. 603.

4 Entre 1585, cuando abandon sus estudios en Pisa, y 1589 Galile vivi sobre todo en Florencia, dando clases particulares de matemticas.

5 Incluida en Le Opere di Galileo Galilei, op. cit., vol. I, pg. 220 y ss., y en Opere di Galileo Galilei, Nobile Fiorentino. Primario Filosofo, e Matematico del Serenissimo Gran Duca di Toscana (Florencia 1718), pg. 624 y ss. Un ejemplar de esta obra se conserva en la biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia.

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,:):!: ~1l;;~~' '.l O P E R E ~ ~.;~~:~:. -..-DI GALILEO\::~?~:

G A L I L E I z:;, NOBILE F lOR E N TINO

Primario Filofofo, e Mattematico DEL SERENlSSIMO

GRAN DUCA D I T O S C A N A. ~-----.. --------<

:~!"~ FIRENZE. MDCCXVI l~,.

Ejemplar de la Biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia.

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BILANCETTA 7J El SIGNO HE

GALILEO GALILEI N ella quale , ad imitaz,ione d' Archimede nel Pro-

blema deUa Corona, s' infegna a trovare la pro-porzione del mifio di due meta.Ui infieme,

e la fabbrica deU' ifre{fQ firumento.

""""""""~"~'.., ICCOME e af~ai nto a chi di legt;ere gli aRti~hi fcrit wPo.ll'~~ tori cura ft prende, av~r Arch1mede ritrovam il furr.o

deU' Orefic.e nella c~rona di Ierone, cosi parmi nn O!!il i~n~to il mod, che si grande uomo ufar dovefse in ral ntrovamenro ; attefche il credere, che proocedefse col metter tal corona dentro l'acqua, avendovi prima pofto altr' e tanto di oro putillimo , e d'argento feparaci, e

. ched'aHe d.jlferenze del far pi u, o meno crefcere, otra-~.~~~~~~ ' bocear l'acqua, venife in cognizione della rnHHone del-l'oro coll'argenro, di che taJ corotJa em cornpofta; par cofa [ per cosi d1r.la} mol to grofia, e lontana daU'efquifi~ezza, e tanto piu parerii a queUi., che le fottiliffime invenzoni di si divino nomo tralle memore di lui averann0 let t~, ~ nt~fe . dalle. quali pur troppo .chiaramente .fi c;rn~rende, quanto, t;ut-U gll al tri mgegnJ a quelto d1 A'rchtmedc fi.ano mfenon. Ben credero 10, che fpargendoi la fama dell':wer Archimede ri~rovato tal furto col mezzo dell'acqua, fofse poi cJ.a ql;lalcl1e fcl'itte~e di quei tempi lafc.iatamemoria di tal farro, e-che i\ meddtino:peraggiungere.qual' cofa a que! poco, che pet fam:.aveva intefo, dicefs~:, Archimede-efserfi f

artesano. Galileo pensaba, y se enorgulleca de ello, que la balan-za hidrosttica que l invent era la misma que haba desarrolla-do Arqumedes. "Quienes leen sus trabajos", escribi en su tratado, "comprenden bien cun inferiores son todas las mentes compara-das con la de Arqumedes, y qu pequea esperanza queda de descubrir alguna vez cosas similares a las que l descubri"6

Identific bien Galileo la fuente de la que beber. Arqumedes (c. 287-212 a. C.), en efecto, fue, en ms de un sentido, el ms moderno de los antiguos helenos. Al menos en lo que se refiere a utilizar las matemticas, enriquecidas por la observacin, en el estudio de los fenmenos fsicos. Euclides de Alejandra (e. 365-275 a. C.) nos dej el modelo en el que se inspirara la matem-tica venidera, la de todos los tiempos futuros -axiomas que se combinan mediante las leyes de la lgica para deducir proposi-ciones y teoremas-, pero era la suya una pureza no contaminada por el juicio final de lo que realmente sucede en la naturaleza, que va ms all del mero razonamiento matemtico. Como Arqumedes, Galileo, aun siendo un maestro consumado en las artes matemticas, construy su carrera -y su grandeza- como cientfico bajo la premisa de que la naturaleza transita por otros caminos, aunque sus leyes se escriban en trminos matemticos. Y su admiracin por Arqumedes lleg al extremo de que en De Motu, un tratado sobre el movimiento que compuso hacia 1590, escribi que el verdadero a quien volverse era el "divino" Arqumedes, "cuyo nombre nunca puedo mencionar sin un senti-miento de veneracin" 7 No debemos, de todas maneras, exagerar nuestra propia veneracin por Galileo, y pensar que desde el pri-mer momento fue el suyo un mtodo cientfico que podemos con-siderar como propio, plenamente moderno. Como seal uno de los grandes estudiosos galileanos, William Shea8: "parece claro

6 Opere di Galileo Galilei, Nobile Fiorentino, op. cit., pg. 624. 7 Galileo, De Motu, en Le Opere di Galileo Galilei, vol. I, op. cit., pgs. 300,

307. En De Motu, por cierto, ya combata las teoras aristotlicas del movimiento. S William R. Shea, La revolucin intelectual de Galileo (Ariel, Barcelona 1983 ),

pg. 25.

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que el rol de la experiencia y el experimento como factor regula-dor estaba prcticamente ausente en los escritos iniciales de Galileo. Consideraba que el enfoque matemtico era ms fruct-fero y slo gradualmente, durante el perodo paduano, empez a comprender la importancia de crear experimentos sistemticos".

El periodo paduano en cuestin se inici en 1592, cuando con la ayuda de Guidobaldo dal Monte Galileo dej su ctedra de Pisa por una equivalente (esto es, de nuevo de Matemticas) en Padua, en la Repblica de Venecia, ctedra vacante desde la muerte en 1588 de Giuseppe Moletti. Permaneci all 18 aos. No puedo, naturalmente, explicar todo lo que hizo entonces, pero s es oportuno mencionar algu-nas de sus ocupaciones, antes de detenerme en la ms importante.

En Padua ense materias como Geometra y Astronoma. Dio clases particulares de Cosmografa, ptica, Aritmtica y tambin sobre problemas prcticos de la guerra; acerca, por ejemplo, de campamentos, fortificaciones y sitios. Perfeccion, adems, en 1597 un comps geomtrico que result muy til para ingenieros mec-nicos y militares y que comenz a vender, a buen precio por cierto.

LE OPERAZIONI

DEL COMPASSO G E O M E T R 1 C O,

E MILITARE

DI GALILEO GALILEI 'Dedicato al Serenif!imo

D. COSIMO MEDICI PRINCIPE DI TOSCANA.

Le operazioni del compasso geometrico e militare de Galileo; en Opere di Galileo Galilei, Nobile Fiorentino, tomo 1 (1718) (Biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia).

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Copemicano y observador de los cielos

Sabemos que por entonces, 1597, ya estaba convencido de que el sistema copernicano era el correcto y no el viejo modelo pto-lemaico. En este sentido, el 4 de agosto de aquel ao escriba en una carta a Kepler, tras haber recibido un libro de ste, Misterium cosmographicum (1596)9: "desde hace muchos aos me he con-vertido a la doctrina de Coprnico, gracias a la cual he descu-bierto las causas de un gran nmero de efectos naturales que sin duda no pueden explicarse por la hiptesis comn. He escrito sobre esta materia muchas consideraciones, razonamientos y refutaciones que hasta el momento no he osado publicar, atemo-rizado por la suerte del mismo Coprnico, que, si bien se ha ase-gurado una fama inmortal entre algunos, entre otros infinitos, sin embargo (tan grande es el nmero de necios), ha sido objeto de risa y desprecio. Ciertamente yo me atrevera a sacar a la luz mis reflexiones si existieran muchos hombres como t, pero como no es as, desisto de tal empresa".

Volver a hablar de nuevo de Kepler ms adelante, pero lo que est claro es que cuando escribi estas lneas Galileo era un hom-bre precavido, temeroso. Y es que el valor no es siempre un fru-to que brote con rapidez. Necesita cultivarse, ir madurando poco a poco, especialmente cuando se tiene delante algn tipo de poder que, ensimismado en s mismo, no toma en consideracin las razones de "los otros".

A comienzos del verano de 1609, Galileo supo mientras se hallaba en Venecia que en Holanda se haba construido un ante-ojo con el que se vean ms cerca los objetos alejados 10 Slo con

9 Reproducida en Galileo, V. Navarro, ed., op. cit., pgs. 308c309. 10 He aqu cmo describi l mismo este hecho en su libro Sidereus nuncius

(Tommaso Baglioni, Venecia 1610), al que me referir enseguida: "Cerca de diez meses hace ya que lleg a nuestros odos la noticia de que cierto belga [el flamenco Hans Lipperhey] haba fabricado un anteojo mediante el que los objetos visibles

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tal informacin le bast para, nada ms regresar a Padua, cons-truir l mismo uno de esos instrumentos. Manipulando lentes pronto encontr una combinacin -un cristal cncavo y uno con-vexo- que aumentaban el tamao de los objetos. El primer teles-copio que construy tena 3 aumentos, pero enseguida fabric otro de 8, que regal en agosto al gobierno veneciano.

No s si Galileo pens inmediatamente en apuntar con su nuevo instrumento al cielo11 Lo que es un hecho es que el 24 de agosto (1609), escriba desde Padua a Leonardo Donato, Dux de Venecia, lo siguiente 12:

Serensimo Prncipe,

Galileo Galilei, humildsimo siervo de V. S., velando asiduamente y de todo corazn para poder no solamente satisfacer el cargo que tie-ne de la enseanza de Matemticas en la Universidad de Padua, sino

muy alejados del ojo del observador se discernan claramente como si se hallasen prximos. Sobre dicho efecto, en verdad admirable, contbanse algunas experien-cias a las que algunos daban fe, mientras que otros las negaban. Este extremo me fue confirmado pocos das despus en una carta de un noble galo, Jacobo Badovere, de Pars, lo que constituy el motivo que me indujo a aplicarme por entero a la bsqueda de las razones, no menos que a la elaboracin de los medios por los que pudiera alcanzar la invencin de un instrumento semejante, lo que con-segu poco despus basndome en la doctrina de las refracciones"; Galileo Galilei, El mensajero y la gaceta sideral, edicin de Carlos Sols (Alianza Editorial, Madrid 2007), pg. 38. Aunque la opinin de los especialistas vara bastante, parece que tampoco fue Lipperhey el inventor del telescopio; antes, en 1590, se haba cons-truido uno en Italia. Tambin se adjudica su invencin, en 1608, al fabricante de lentes holands Sacharas Jansen (el 2 de octubre de 1608, la cuestin de patentar el telescopio fue debatida en el Parlamento de Holanda). Badovere (1570-1610?) haba sido discpulo de Galileo en Padua en 1598, obteniendo despus un puesto diplomtico en Francia.

ll No fue, sin embargo, el primero en hacerlo. La primera observacin docu-mentada fue la que realiz en julio de 1609 el ingls Thomas Harriot, que utiliz un telescopio de seis aumentos para observar la Luna. Pero no public los resul-tados de sus observaciones.

12 Le Opere di Galileo Galilei, op. cit., vol. 10, pgs. 250-251. Reproducida en Galileo, El mensajero y la gaceta sideral, op. cit ., pgs. 257-258, y en V. Navarro, ed., Galileo, op. cit., pgs. 309-310.

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tambin aportar un extraordinario beneficio a V. S. con algn inven-to til y sealado, comparece en este momento ante vos con un nue-vo artificio consistente en un anteojo extrado de las ms recnditas especulaciones de perspectiva, el cual pone .los objetos visibles tan prximos al ojo, presentndolos tan grandes y claros, que lo que se encuentra a una distancia de, por ejemplo, nueve millas, se nos mues-tra como si distase tan slo una milla, lo que puede resultar de ines-timable provecho para todo negocio y empresa martima, al poder descubrir en el mar embarcaciones y velas del enemigo a mayor dis-tancia de la usual, de modo que podremos descubrirlo a l dos horas o ms antes de que l nos descubra a nosotros, y distinguiendo ade-ms el nmero y caractersticas de sus bajeles podremos estimar sus fuerzas aprestndonos a su persecucin, al combate o a la huida. De igual manera se puede descubrir en tierra, desde alguna elevacin, aunque sea distante, los alojamientos y refugios del enemigo en el interior de las plazas, o incluso se puede a campo abierto ver y dis-tinguir en sus detalles todos sus movimientos y preparativos con grandsima ventaja nuestra. Posee adems muchas otras utilidades claramente obvias para cualquier persona juiciosa. Y por tanto, juz-gndolo digno de ser aceptado por V. S. y estimndolo utilsimo, ha determinado presentroslo, dejando a vuestro arbitrio juzgar acerca de este invento, para que ordenis y dispongis, segn parezca oportuno a vuestra prudencia, que sean o no fabricados .

Est claro: Galilei necesitaba ganar ms dinero y vio en el telescopio un magnfico medio para atraer la atencin de aquellos de los que en ltima instancia dependa, los gobernantes vene-cianos. Pero era un cientfico de pura cepa y pronto hizo lo que a nosotros, cuatro siglos despus, nos parece obvio, pero que no lo era tanto entonces: dirigir su telescopio, perfeccionado ya has-ta llegar a los 30 aumentos, hacia el cielo. Y lo que vio all cam-bi para siempre nuestra manera de contemplar y entender el universo.

En noviembre de 1609, observ la Luna y encontr en su superficie la misma desigual geografa que exista en la Tierra. Vio manchas, que interpret, correctamente, como producidas por las sombras de "las crestas de las montaas y los abismos de

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los valles", como escribi en el libro que se apresur a escribir, Sidereus nuncius (El mensajero sideral; 1610)13 . El mundo supra-lunar no se distingua del terrestre, al contrario de lo que se sos-tena en el sistema aristotlico-ptolernaico, una conclusin esta que sus posteriores observaciones, en enero de 1610, de Jpiter confirmaron: en las proximidades de este planeta detect cuatro satlites -"planetas medceos", los bautiz, buscando favores de los Medici-, que ofrecan una versin en miniatura del univer-so copernicano. Los satlites orbitaban en torno a Jpiter, mien-tras que el sistema aristtelico-ptolernico slo admita revolu-ciones alrededor de una esttica Tierra. Tambin vio manchas en la superficie del Sol y que la Va Lctea no era "otra cosa que un conglomerado de innumerables estrellas reunidas en mon-tn"14. El universo, en definitiva, adquira una nueva dimen-sin: era mucho ms variado y poblado, tambin ms compli-cado, menos ordenado, de lo que hasta entonces se haba su-puesto.

Aquella,s observaciones dieron a Galileo una extraordinaria notoriedad en el pequeo mundo de los astrnomos y filsofos de la naturaleza de su tiempo. En 1611 viaj a Roma, alojndose (entre el 29 de marzo y el 4 de junio) en la Trinita dei Monti, husped de Francesco Nicolini, embajador del Gran Duque de Toscana ante el Papa. Durante su estancia romana realiz demos-traciones con su telescopio a los jesuitas del Colegio Romano, que confirmaron sus descubrimientos, y tambin al papa Pablo V, del que recibi elogios. Fue, asimismo, nombrado miembro de la Accademia dei Lincei (Academia de los Linces), una institucin que tuvo sus orgenes en un pacto firmado el 17 de agosto de 1603 por cuatro jvenes: el prncipe Federico Casi, marqus de Monticelli y heredero de los ducados de Acquasparta, Sant'Agenese y San Paolo, que lideraba el grupo con slo 18 aos,

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13 Galileo, El mensajero y la gaceta sideral, op. cit., pg. 57. 14 Ibd., pg. 66.

el conde Anastasia De Filliis de Terni, pariente de la familia Cesi, Francesco Stellu-ti, un noble de Fabriano, y el mdico holands Jan Heck de Deventer15

Manchas en el Sol

Como seal, durante sus observaciones Galileo advirti la existencia de manchas en el Sol. Naturalmente, observaciones de este tipo no se pueden realizar directamente. Lo qu~ se hizo al principio fue colocar una lente neutra de color azul o verde sobre el objetivo del telescopio o cubrir la lente con holln, pero un antiguo discpulo suyo, Benedetto Castelli (1578-1643), encontr un mtodo mejor: dirigir la imagen del Sol hacia una pantalla colocada detrs del telescopio. De esta manera, Galileo pudo observar las manchas sobre la superficie solar.

Present pblicamente sus observaciones en 1613 en un libro titulado Istoria e dimostrazioni intorno alle macchie solari (Histo-ria y demostraciones sobre las manchas solares). La Accademia dei Lincei (esto es, Cesi) corri con todos los gastos de la edicin. Agradecido, y sin duda orgulloso de su pertenencia a la agrupa-cin, su autor firmaba como "Galileo Galilei, Linceo".

En realidad, esta obra estaba compuesta por tres cartas que Galileo escribi a Mark We~ser (1558-1614), un cientfico aficiona-do, rico y amigo de los jesuitas, al que no le bast con la publica-

15 Eligieron el lince como emblema porque segn los antiguos se trataba de un animal con una vista tan aguda que poda "penetrar en el interior de las cosas", una caracterizacin obviamente relacionada con sus propios propsitos: "conocer las causas y el funcionamiento de la Naturaleza". La Accademia se reu-na en el palacio Cesi, en la Via della Naschera d'Oro de Roma, pero tras la elec-cin de Galileo se organiz en tres sedes: una en Roma, presidida por Cesi (prin-ceps Lynceorum), otra en Florencia, dirigida por Galileo, y la ltima en Npoles, encabezada por Giambattista Delia Porta. Aunque la Academia dei Lincei conti-na existiendo, su sede ya no es la misma.

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cin de Sidereus nuncius para convencerse de las tesis de Galileo; slo despus de que el matemtico ms destacado del Colegio Romano, Christopher Clavius (1538-1612), le asegurase que las ideas de Galileo eran de fiar, se mostr de acuerdo. En la segunda de sus cartas a Welser, Galileo explicab a qu haba visto 16 :

le confirmo resueltamente que las manchas oscuras que por medio del telescopio se descubren en el disco solar no estn de ningn modo lejanas de la superficie de ste, sino que son contiguas a l, o estn separadas por un intervalo tan pequeo, que resulta totalmente imper-ceptible. Adems, no son estrellas u otros cuerpos consistentes de lar-ga duracin, sino que continuament e se producen unas y otras se disuelven, siendo o bien de breve dur acin, cual es de uno, dos o tres das, o ms larga, de 10, 15 y, segn mi parecer, de 30, 40 o ms ... En su mayora son de forma muy irregular, forma que va cambiando con-tinuamente, alguna con rpida y muy variada mutacin y otras con variacin menor y ms lenta. Tambin varan en oscuridad, mostrndo-se ora condensadas ora dilatadas y ra rificadas. Adems de mudarse en figuras muy diversas, frecuentemente se ve a alguna de ellas dividirse en tres o cuatro y frecuentemente a muchas unirse en una, y esto no tanto cerca de la periferia del disco solar, cuanto alrededor del centro.

Con estas observaciones y descubrimientos, que tambin reali-zaron otros por entonces (como el ya citado Thomas Harriot en Inglaterra, Johann Goldsmid en Holanda y el jesuita alemn Christopher Scheiner, que pensaba que las manchas eran peque-os satlites como los que Galileo haba observado en torno a Jpiter) y aunque existen registros ms antiguos que muestran que las manchas solares haban sido identificadas con anteriori-dad, comenz realmente lo que sera una larga historia: la de ave-riguar qu eran las manchas solares (es obvio que Galileo no saba responder a esta pregunta). De hecho, aunque larga, esa histo-ria, ese problema, se mantuvo en estado de, podramos decir, hibernacin, durante mucho tiempo, siendo recuperado durante la

16 Galileo Galilei, Cartas sobre las manchas solares, extractos reproducidos en V. Navarro, ed., Galileo, op. cit., pgs. 58-59.

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T~ J :~

ISTORIA l)IMOS~TRAZIONI

lNTORNO ALLE l\1ACCHIE SOLAR! E LORO ACCJOBNTl

C0?4l'RESE IN TRE LETTERE SCR.ITTE ALI.' ILLVSTR.ISSI MO SION01t

A1ARCO VELSERI LINCEO D V V M V l RO O' A V G V STA

CON$J:Gl.,IBKO DI SVA MAASl'A C,GSAUA

DAL SlGNOR

Gl\LH-JE() (;ALiLEI LH'~CEO ;,\~obiJ Fmtr.lina, Fil

Frontispicio representando a Galileo incluido en Galileo Galilei, lstoria e dimos-trazioni intorno alle macchie solari (Roma 1613). Se utiliz posteriormente ~n Il saggiatore (1623) (Biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia) .

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Ilustracin incluida en Disegni delle macchie del sale de Galileo; en Opere di Galileo Galilei, Nobile Fiorentino, tomo Il (1718) (Biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia).

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segunda mitad del siglo XIX, cuando las manchas del Sol fueron asociadas a las tormentas magnticas que se producen en la Tierra17

El Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copernicano

A pesar de la excelente acogida que inicialmente tuvieron las observaciones e interpretaciones tericas de Galileo, no tardaron en surgir reacciones en contra. En 1614, el dominico Tommas.so Caccini le atac desde el plpito de la iglesia de Santa Mara Novella, y a comienzos del ao siguiente otro dominico, Niccolo Lorini, le denunci a la Congregacin del Santo Oficio. Sin embargo, algunos de sus amigos romanos se esforzaron por ayu-darle. Uno de ellos, Giovanni Ciampoli, se entrevist el 27 de febrero de 1615 con el cardenal Maffeo Barberini (1568-1644). Al da siguiente, Ciampoli informaba a Galileo18:

El Seor Cardenal Barberini que, como bien sabe por experien-cia, siempre ha admirado su vala, me deca ayer por la tarde que, res-pecto a esas opiniones, sera ms seguro no ir ms all de los argu-mentos usados por Ptolomeo y Coprnico y, en definitiva, no traspasar los lmites de la fsica o la matemtica, porque los telogos pretenden que declarar el sentido de la Escritura les corresponde a ellos; y cuan-do se aportan novedades, aunque se trate de ingenios admirables, no hay quien carezca de pasiones en su corazn y nadie toma las cosas tal como se dicen: uno ampla, otro cambia, y lo que ha salido de la boca de un autor sufre tantas transformaciones al divulgarse que el propio autor ya no reconoce aquello como suyo. Y yo s lo que digo: porque su opinin [de Galileo] sobre los fenmenos de la luz y de las sombras de la parte pura y de las manchas, establece alguna seme-

17 La historia de este episodio cientfico se narra en Stuart Clark, The Sun Kings (Princeton University Press, Princeton 2007).

18 Citado en William R. Shea y Mariano Artigas, Galileo en Roma. Crnica de 500 das (Ediciones Encuentro, Madrid 2003), pg. 78.

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janza entre el globo terrestre y el de la Luna; entonces, uno aade y dice que usted dice que hay hombres que habitan la Luna; otro empie-za a discutir cmo pueden haber descendido de Adn o haber salido del arca de No, con muchas otras extravagancias que usted nunca so. De modo que afirmar frecuentemente que uno se somete a la autoridad de los que tienen jurisdiccin sobre la inteligencia de los hombres en la interpretacin de las Escrituras es muy necesario para quitar la ocasin a la malignidad de otros. Quizs parecer a Vuestra Seora que voy demasiado lejos dndomelas de sabio; perdneme, por favor y reciba el infinito afecto que es lo que me hace hablar as.

Vemos que Galileo iba teniendo problemas. Para intentar evi-tarlos, viaj a Roma, a donde lleg el 10 de diciembre de 1615. Sin embargo, no consigui evitar que fuese amonestado y adver-tido. El jueves 25 de febrero de 1616 el Papa orden al cardenal Bellarmino que llamar a Galileo, con el resultado, segn un documento depositado en los archivos del Santo Oficio, de que 19 : "El da 26, el Ilustrsimo Seor Cardenal Bellarmino amonest a Galileo acerca del error de la opinin mencionada, etc., y a con-tinuacin el Padre Comisario le impuso el precepto como se dice arriba, etc." El precepto en cuestin era que se abstuviera de ensear, defender o incluso discutir el copernicanismo. El 3 de marzo, en una reunin del Santo Oficio, en la que estaban pre-sentes el Papa y siete cardenales, Bellarmino inform que Galileo haba aceptado abandonar la opinin de que el Sol est quieto y la Tierra en movimiento. Poco despus, el 5 de marzo, la Congregacin del ndice emiti, con el asentimiento del Papa, un decreto por el que se condenada y prohiba, "hasta que se corri-jan", cinco libros, el de Coprnico entre ellos. Adems, se esta-bleca que se prohibiesen "todos los dems libros que ensean lo

. " mismo .

Que Galileo no crea en lo que manifest es seguro. Pero se comport como se le exiga ... hasta que, tres lustros despus, ere-

19 Ibd., pg. 95.

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y que la situacin poltico-religiosa (el acceso al Pontificado en 1623, como Urbano VIII, del cardenal Barberini, que haba sido uno de sus defensores) le favoreca y poda expresarse ms libre-mente20. El producto de aquel, a la postre malentendido, o error de juicio, fue . un libro inmortal que vio la luz en Florencia en 1632: el Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copemicano (Dilogo sobre los dos mximos sistemas del mun-do, ptolemaico y copemicano), una obra maestra de la literatura cientfica, escrita en lengua verncula, el italiano, en una poca en el que el latn era el idioma utilizado en este tipo de textos. Los tres personajes creados por Galileo para protagonizar ese di-logo, Salviati, Sagredo y Simplicio, copernicano el primero (en realidad el alter ego de Galileo), neutral el segundo y aristotlico el ltimo, han pasado .a formar parte de la cultra universal, de la misma manera que lo han hecho otros personajes de ficcin, como pueden ser, salvando todas las diferencias que se quiera, don Quijote y Sancho Panza, o Romeo y Julieta21 .

El Dilogo es una obra maravillosa. Un prodigio de imagina-cin, claridad, habilidad narrativa y profundidad cientfica. Es uno de los pilares, de las piedras fundacionales, del mtodo cien-tfico moderno. En l no estn resueltos todos los problemas que planteaba la nueva forma, copernicana, de entender la naturale-za, pero se sentaban las bases para hacerlo. As, es la ciencia: se

20 Una muestra de que Galileo pens, efectivamente, que la llegada de Barberini al Pontificado le favoreca, es que reaccion con rapidez dedicndole en el ltimo momento el libro que estaba a punto de salir de imprenta: Il saggiatore nel quale con bilancia esquisita e giusta si ponderano le cose contenute nella libra astronomica e filosofica di Lotario Sarsi (Giacomo Mascardi, Roma 1623). Galileo escribi esta obra para responder al ataque que le haba hecho el matemtico jesuita del Colegio Romano Orazio Grassi (cuyas ideas sobre los cometas haba .criticado previamente el de Pisa) en un libro que haba publicado en 1619 bajo el pseudnimo de Lotario Sarsi.

21 Para sus personajes, Galileo se inspir en dos discpulos y grandes amigos suyos, Filippo Salviati (1583-1614) y Giovan Francesco Sagrego (1571-1620), y en un famoso comentarista de Aristteles del siglo VI, Simplicio, cuyo nombre, por supuesto, puede entenderse como "simple".

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DIALOGO D I

GALILEO GALILEI LINCEO MATEMATICO SOPRAORDINARIO

DELLO S.TVDIO DI PISA.

E Filafofo, e M 4tematic() primario del SERENISSlMO

GR ... DVCA DITOSCANA. Doue ne i congreffi di quattrogiornateft difcorre

foprai due

MASSIMI SISTEMI DEL MONDO TOLEMAICO, E COPERNICANO;

'Pr1ponmdo intkterminatamente le ragzoni Filofofiche, e N aturali tanto per i'vna, quanto per l'altra parte.

CON PRI VlLEGI.

IN FIORENZA, Per Gio:Batifia Landini MDCXXXII.

CON LJCENZA DE' SVPE'RJORJ,

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Lmina que abre el Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copernicano (1632) de Galileo, en la que aparecen (de izquierda a derecha) Aristteles, Ptolomeo y Coprnico.

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~-~ D I A L O G ;; l. .. ,- ~} ,. ;, - .,.;, . :_~.,

D I ' ~--" ~"~ ti/ \V"~ "'~:~'- ,~:;;. GA.LILEO GALILEI IJNCECJ~;~/ MATEMATICO SUPREMO

DELLO SIVDIO Dl PADOVA, E PISA,

lE Filofofo, e Matematico primario del Screniffimo Gran Duca di Tofcana.

Dove ne i congretri di quattro giornate fi difcorre fopra i d11e maffimi Sill:emi del Mondo T oLEM.l.Ico, e CoP.E.RNICANO ~

Proponcndo inckt.:rm;;,a:

avanza, como en la famosa frase, a hombros de gigantes, o como dijo, en uno de sus raros momentos de modestia, Isaac Newton, "encontrando de vez en cuando un guijarro ms liso y una con-cha ms bella que las normales, mientras que el gran ocano de la verdad permanece sin descubrir ante nosotros". Si hay una obra de Galileo que permita denominarlo "filsofo de la natura-leza", es sta.

Galileo y la artillera

Entre los problemas que planteaba que la Tierra estuviese en movimiento se encontraba el de entender cmo era posible que si se dejaba caer un objeto - una piedra, por ejemplo- desde, diga-mos, una torre, ste aterrizaba en la vertical cuando durante el tiempo de su cada la Tierra - y con ella la torre- se haba des-plazado una cierta distancia. Tal era uno de los argumentos que favorecan los aristotlicos en contra de Coprnico. En la Segunda Jornada del Dilogo, Galileo resolva el problema argu-mentando (en boca de Salviati) lo siguiente 22:

El error de Aristteles, de Ptolomeo, de Tycho, vuestro [Simpli-cio] y de todos los dems, radica en esa fija e inveterada impresin de que la Tierra est en reposo, de la que no os podis o sabis despojar ni siquiera cuando queris filosofar acerca de lo que se seguira, en el supuesto de que la Tierra se moviese. As tambin ... al no considerar que mientras la piedra est sobre la torre, respecto al moverse o no, hace lo que hace el globo terrestre, porque habis fijado en vuestra mente que la Tierra est quieta, en todo momento pensis en la cada de la piedra como si partiese del reposo, por lo que es preciso afir-mar: si la Tierra est en reposo, la piedra parte del reposo y descien-de perpendicularmente. Pero si la Tierra se mueve, la piedra se mue-ve otro tanto con igual velocidad y no parte del reposo, sino del mismo movimiento que la Tierra, con el cual mezcla el sobreaadido hacia abajo y compone uno transversal.

22 Galilleo Galilei, Dilogo sobre los dos sistemas mximos del mundo ptole-maico y copernicano, op. cit., pg. 149.

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Y no slo pona como ejemplo piedras, tambin balas de can23: "Debemos seguir hablando del can elevado perpendi-cularmente sobre el horizonte, es decir el disparo hacia nuestro cenit y finalmente del retorno de la bala por la misma lnea sobre la misma pieza de artillera, a pesar de que en la larga demora que ha estado separada de la pieza, la Tierra haya llevado a esta ltima muchas millas hacia levante, y parece por tanto que la bala debera caer alejada de la pieza el mismo espacio hacia occi-dente, lo que no sucede ... La solucin es la misma que la del caso de la piedra que cae de la torre, y toda la falacia y la equivoca-cin consiste en suponer en todo momento como verdadero lo que est en cuestin. Porque el adversario [los aristotlicos] no deja de dar por sentado en todo momento que la bala parte del reposo, al ser lanzada fuera de la pieza, y no puede suceder que parta del estado de reposo si no se supone el reposo del globo terrestre, que es precisamente el problema que se est plantean-do. Replico, por tanto, que los que consideran mvil a la Tierra responden que el can y la bala que est dentro participan del mismo movimiento que tiene la Tierra. Ms an, que junto con ella tienen tal movimiento por naturaleza y, por ello, la bala no parte en absoluto del reposo, sino unida con su movimiento en torno al centro, que no es ni eliminado ni estorbado por la pro-yeccin hacia arriba. De este modo, siguiendo el movim.iento uni-versal de la Tierra hacia oriente, se mantiene continuamente sobre la pieza, tanto al elevarse como en su entorno. Y veris que, en una nave, sucede lo mismo haciendo la experiencia de lanzar una bala hacia arriba en perpendicular con una ballesta, que regresa al mismo lugar, tanto si la nave se mueve como si est quieta".

En otras palabras: aun no disponiendo de una mecnica ela-borada, como la que proporcionara ms de medio siglo despus Newton, Galileo introduca la nocin de sistema dinmico y esbo-

23 Ibd., pgs. 151-152.

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zaba la nocin de movimiento inercial. Viendo el nmero de pgi-nas del Dilogo en el que se trata del movimiento de los proyec-tiles lanzados por caones, queda tambin claro la importancia que la artillera tena para las consideraciones de Galileo. Ahora bien, lo que no aparece en esta obra es la figura geomtrica de las trayectorias que siguen tales proyectiles, una cuestin, como es bien sabido, de-gran importancia prctica adems de terica, aunque s se refera Galileo a un elemento bsico para resolver tal cuestin: el de que el movimiento es compuesto. A esta cuestin volvera con ms detenimiento y claridad en su otro gran libro: Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno a due nuove scienze attenenti alZa mecanica &- i movimienti locali (Discursos y demos-traciones matemticas sobre dos nuevas ciencias relativas a la mecnica y movimientos locales), publicado en 1638 en Leiden, en la histrica editorial Elzevier.

Los Discursos sobre dos nuevas ciencias es la gran obra cient-fica de Galilei. Mientras que el Dilogo sobre los dos mximos sis-temas del mundo, ptolemaico y copernicano es, en cierto sentido, el producto explosivo de una circunstancia inesperada, una serie de observaciones propiciadas por la invencin del telescopio, el nuevo Dilogo de 1638 es el fruto maduro de toda una vida de estudios sobre el movimiento. En unos pocos meses de observaciones astro-nmicas Galileo comprob que las tesis ptolemaicas no se soste-nan. Para determinar, por ejemplo, cunto tarda en caer un cuerpo bajo la influencia de la gravedad necesit de mucho ms tiempo. Y tambin mirar no haca el cielo, sino hacia la tierra; dedicarse a actividades ms, podramos decir, materiales y cotidianas.

La Jornada primera de los Discursos es ilustrativa en este sen-tido. Comienza con la siguiente manifestacin de uno de los interlocutores (los mismos que en el Dilogo), Salviati24 : "Pienso

24 Galileo Galilei, Discursos y demostraciones matemticas sobre dos nuevas ciencias (1638). He utilizado la traduccin al espaol incluida en A hombros de gigantes, Stephen Hawking, ed. (Crtica, Barcelona 2003), pg. 357.

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que la frecuente actividad en vuestro famoso arsenal, Seores venecianos, ofrece un gran campo para filosofar a los intelectos que especulan, especialmente en aquella parte que se denomina mecnica, en donde se construyen continuamente todo tipo de instrumentos y de mquinas por medio de un gran nmero de artesanos, algunos de los cuales han de ser muy entendidos y con un talento muy agudizado debido tanto a las observaciones que sus predecesores hayan hecho como a lo que van a descubrir ellos mismos sin interrupcin". A lo cual Sagredo aada: "V. S. no se engaa en absoluto: y por lo que a m se refiere, siendo como soy curioso por naturaleza, visito frecuentemente, para recreacin ma, este lugar, fijndome en lo que hacen aquellos que nosotros, a causa de cierta preeminencia que ostentan sobre el resto de los artesanos, llamamos principales. Hablar con ellos me ha ayudado muchas veces a investigar la causa de efectos no solamente mara-villosos, sino ocultos tambin y apenas crebles".

Coherente con tales declaraciones, a lo largo de las pginas de los Discursos sobre dos nuevas ciencias aparecen todo tipo de arti-lugios y fenmenos mecnicos: pesos que cuelgan de otros, cuer-das enrolladas sobre cilindros, palancas, vigas, resistencias, tor-siones, movimientos de cada a lo largo de planos inclinados y tambin proyectiles. De hecho, Galileo dedic la "Jornada cuarta" a "El movimiento de los proyectiles". Pero antes de explicar cu-les fueron las aportaciones de Galileo en este campo, permtanme detenerme un instante en la historia de las armas de fuego, de la artillera, una historia muy antigua.

Orgenes de la artillera

La historia de los orgenes de la Artillera constituye un apar-tado habitual en muchas de las obras antiguas que tratan de ella. Como ejemplo particularmente ilustrado en el Apndice final reproduzco lo que escribi al respecto Vicente de los Ros (1736-1779), teniente de la Compaa de Caballeros Cadetes del Real

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Cuerpo de Artillera, profesor de Artillera en el Colegio de Segovia, adems de experto cervantista, en su libro Discurso sobre los ilustres autores inventores de Artillera, que han florecido en Espaa, desde los Reyes Catholicos hasta el presente (1767)25 En la actualidad, se acepta comnmente que los chinos fabricaron pl-vora con salitre, azufre y carbn vegetal desde, al menos, el siglo IX, y que dispusieron de armas de fuego desde el XI. No sabemos si la introduccin de stas en Europa fue importando su conoci-miento desde Asia o si se descubrieron de forma independiente, pero el hecho es que la plvora se conoca en ciudades flamencas e italianas desde las primeras dcadas del siglo XIV y antes de mediados de aquella centuria se haban fabricado los primeros caones. Parece que los utilizaron los ingleses en 1346, en Crcy, durante la Guerra de los Cien Aos (1337-1453), y con seguridad en Calais en 1347 (De los Ros, en la obra que acabo de citar -ver Apndice- da otras referencias). Sin embargo, la eficacia militar de aquellos primeros caones fue muy pequea, especialmente cuando se compara con los arcos. Hubo que esperar un siglo, a su uso por parte del ejrcito francs de Carlos VII en batallas como las de Formigny (1450) y Castillon (1453), para que comen-zasen a demostrar todo su poder26

Es teniendo en cuenta el incontrovertible y razonable hecho de la importancia de la artillera para los ejrcitos que debemos plantearnos el inters que surgi por comprender las trayectorias de los proyectiles lanzados desde caones, con el fin de mejorar su eficacia y ser capaces de llegar ms lejos y de mejorar su pre-

25 Adems de teniente de la Compaa de Caballeros del Real Cuerpo de Artillera, Vicente Gutirrez de los Ros, como en realidad se llamaba, fue miem-bro de la Real Academia Espaola (silln B), de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. La Real Academia Espaola le encarg supervisar parte de la edicin de El Quijote que public en 1780.

26 Sobre estas cuestiones, vase Antonio Campillo, La fuerza de la razn. Guerra, Estado y ciencia en los tratados militares del Renacimiento, de Maquiavelo a Galileo (Secretariado de Publicaciones, Universidad de Murcia, 1986).

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cisiOn, cuestiones stas en las que tambin intervena, evidente-mente, la carga de plvora del can. Considerando el papel, pre-sencia y frecuencia de las guerras en aquella poca, y de que stas se ven condicionadas por el armamento de que se dispone, es razonable pensar que el inters por la artillera no fuese aislado, que no naciese nicamente en la mente de algn individuo, que, por una razn u otra, se viese inclinado a pensar sobre esas cues-tiones. De hecho, parece que esto es lo que sucedi. Y es que los rayos nunca vienen solos. Son producto de las tormentas, resul-tado stas a su vez de la tensin que se almacena en nubes, en acumulaciones de vapor de agua procedente de la superficie terrestre y martima.

Galileo y la trayectoria parablica de los proyectiles

De manera anloga, tampoco Galileo fue un rayo solitario en su estudio del movimiento de los proyectiles, aunque sea uno de los ms, si no el que ms, conocido. Otros se empearon en pare-cida tarea. En 1579, por ejemplo, en un libro publicado en Londres y titulado An Arithmeticall Warlike Militare Treatise, named Stratioticos, el ingls Thomas Digges (c. 1545-1595) pro-puso como posibles trayectorias, dependiendo del ngulo de incli-nacin del can, las tres secciones cnicas: parbola, hiprbola y elipse (con la circunferencia como un caso especial). Hay que tener en cuenta que el nmero de curvas matemticas conocidas entonces era muy limitado: adems de la lnea recta, bsicamen-te las secciones cnicas que acabo de mencionar27

27 Como bien seala Alberto Elena en su introduccin a la edicin de unos escritos de Coprnico, Digges y Galileo, "an hoy Thomas Digges sigue siendo casi un desconocido, apreciacin que - salvo honrosas excepciones- podra muy bien hacerse extensiva a toda la astronoma isabelina". Alberto Elena, "Introduccin", en Nicols Coprnico, Thomas Digges, Galileo Galilei. Opsculos sobre el movi-miento de la Tierra (Alianza Editorial, Madrid 1983), pg. 13.

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Siguiendo la estela de Digges, Thomas Harriot (c. 1560-1621) - con quien ya nos encontramos brevemente antes- lleg a resul-tados muy semejantes a los obtenidos por Galileo, que fueron desconocidos incluso para sus contemporneos (si hemos sabido de ellos es gracias a los manuscritos que dej).

El problema al que se enfrentaron Galileo y Harriot fue el de determinar la trayectoria del proyectil lanzado por un can dependiendo del ngulo de proyeccin. Segn la fsica aristotli-ca, basada en movimientos naturales y violentos, podan darse, bsicamente, dos situaciones: que la bala se moviese en lnea rec-ta ascendente hasta que cesase el movimiento violento, momento en el que cual caera en picado, verticalmente, siguiendo su movi-miento natural, o que al movimiento rectilneo inicial le siguiese uno mixto, curvo, que enlazara con el vertical final.

Diagrama pregalileano de la trayectoria de un proyectil. Muestra la trayecto-ria de un proyectil tal y como la supona Tartaglia: una lnea recta inclinada que surge del can, un pequeo arco circular y luego una lnea recta diri-gida perpendicularmente hacia el suelo. Incluida en Sebastin Mnster, Rudimenta mathematica (Basilea 1551).

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Grabado tomado de Walter Ruff, Der mathematischen und mechanischen Knst (Nuremberg 1547) en el que se ve a dos artilleros: el de la derecha utili-za una escuadra de Tartaglia con plomada para medir el ngulo de elevacin, y el de la izquierda mide el alcance (que determina el ngulo de eleva-cin que hay que utilizar). Tartaglia pensaba que el rango mximo de ele-vacin deba ser de 45.

Ya Niccolo Tartaglia (c. 1501-1557) -que contribuy a las artes militares perfeccionando (que no inventando) la escuadra para medir la inclinacin que haba que dar a los caones- pensaba que la trayectoria inclua esos tres tipos de movimientos, como se puede comprobar en el grabado del libro de Sebastin Mnster, Rudimenta mathematica (Rudimentos de matemticas; Basilea 1551), que reproducimos aqu 28

28 Es oportuno citar lo que Vicente de los Ros dice sobre Tartaglia en su ya citado libro, Discurso sobre los ilustres autores inventores de Artilleria, que han

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Cuarenta aos ms tarde, encontramos otro ejemplo (aunque con el aadido del movimiento mixt o an) de que no se haba abandonado por completo la teora aristotlica del movimiento, en el libro del artillero espaol e ingeniero de Felipe II en el ejr-cito de Lombarda y Piamonte, Luis Collado, Pltica manual de artillera, impreso en Miln en 1592 (sin embargo, haba sido publicado antes, 1586, en italiano, en Venecia), del que reprodu-cimos aqu su portada y una de las lminas que contiene29

florecido en Espaa, desde los Reyes Catholicos hasta el presente (Joachin !barra, Madrid 1767), pgs. 23-24: "aunque Nicols Tartaglia se jact de ser el descubri-dor de este instrumento [la escuadra], estaba y en uso aos antes, y se halla expresa mencion de l en los Comentarios, que Daniel Santbech hizo la Obra de Triangulos del Regio Montano, cuyo Maestro Jorge Purbach fue el primero que di una ida de este instrumento en su Cuadrado geomtrico./En el siglo diez y seis creci la aplicacin las Matematicas, y se hizo al mismo tiempo mayor uso de los Morteros, que en las guerras de Italia al principio de dicho siglo se em-plearon en arrojar Piedras, y Balas rojas en las Plazas./ Por entonces Nicols Tartaglia, natural de Brescia, en la Republica de Venecia, Gran Matematico, y uno de los ilustradores del Arte Analtica, abri el camino para perfeccionar el uso de la Artillera. El fu el primero, que inquiri de qu naturaleza es la Curva, que describen los cuerpos proyectos, y cules son sus propiedades, aplicandolas des-pues al movimiento de las Balas arrojadas por el Caon, y Mortero. Arregl la Escuadra, dividiendola en doce partes iguales para medir las elevaciones; y cono-ci, que el tiro, por un punto sexto equivalente al semirecto, era el del mayor alcance. Estos descubrimientos produjeron grandes ventajas la Tormentaria, mez-cladas con muchos errores, como regularment e acontece. Y aunque su Autor, en la Nueva Ciencia impresa el ao de 1538, promete dr el orden con que los alcan-ces aumentan, disminuyen proporcion de las elevaciones, suprimi despues esta teora, bajo el pretexto de que podia ser nociva al genero humano, como not el seor de Blondel". He conservado la escritura, acentuacin y puntuacin origi-nales.

29 Recurriendo de nuevo al Discurso sobre los ilustres autores inventores de Artillera, que han florecido en Espaa, desde los Reyes Catholicos hasta el presente de Vicente de los Ros (pgs. 33-35): "Tod os los puntos mas esenciales de Artillera, acerca de la fundicion de las Piezas, sus dimensiones, sus refuerzos, y calibres, su carga, su punteria, su transporte, el modo mas aproposito para ter-ciadas, y ponerles granos, la mejor construccin de sus montages, la formacion mas cmoda de los juegos de armas, la fabrica mas ventajosa de la polvora, la composicion mas util de los fuegos artificiales: estos puntos, y otros varios muy conducentes la Profesion de Artillera, estn tratados por Luis Collado con un

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EN LA QVAL SE TRACTA DE LA EXCELENCIA DE EL ARTE

MILITAR, Y ORIGEN DE ELLA,

Y DE LAS MAQy!NAS CON QyE LOS ANTIGVOS COMENtur.l de Lebrixa, Ingeniero del Real Exercito deLombardia,y Piemon__. ___ _

C~ l;cmci" ,/ muy R.!amndo P. lnq~'(idor (jentrl del Ejl"d' J, ,u d.,, y del R,;umnd'f Seor u!rb1fo, y /Uujlrif. S m do.

; r ' '

EN MILAN u n -=p-0 -r P::-a-:-b-:-l.o--::G:-o-t-ar--;d:-o~Po~io, !la~pador de la Real Camara, dao 15 9 2.

Ejemplar de la Biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia.

47

Platica Manual de Artillera. fin fund>mento alguno,ni experiencia,quier.nque Cabidos los pailos que vna pie 2liro :0. mtro puntlo, fefepan.l_os que u rara por qualqu1era otro,inuetigandv hs diffcre~ciasd~rJ: por las reglas de guanJmo,Joqual Jamas haran verdadero.

C.tpituloV /l. que lratii'TJ/1 di{c-ur(o que el Aullor haZcontr11 elpartfcerdtw t~ullor ltalumo, El'!""' m una ho6ra fu ya, trata de las rleuacoms

dtlos t~ros hechos por los p!mtos del~ Efquadra.

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Ni Harriot ni Galileo siguieron este semi-aristotlico camino. Ambos pensaron en trayectorias producto de la combinacin de dos movimientos, debidos a la atraccin de la gravedad (la cada libre, un movimiento uniformemente acelerado) y al rectilneo (movimiento uniforme) del proyectil a su salida del can. El resultado era una trayectoria parablica. El que no dispusiesen an de una mecnica desarrollada (recordemos una vez ms que la mecnica de Newton no estuvo disponible hasta 1687) se hace evidente en la forma en que ambos llegaron a sus conclusiones,

tiento, y exactitud superiores lo que se podia esperar de su siglo. Descubre, y enmienda las suposiciones, errores, descuidos de los clebres tericos Tartaglia, Rusceli, y Cataneo, con la regularidad, y moderacion que debian usar todos los Autores meramente prcticos, quienes la presuncion, y el desprecio de lo que ignoran, suele hacer seguir el rumbo opuesto./ Nuestro Autor sobresali en la par-te prctica de Artillera, en la cual, una aplicacion continua, y muchos aos de experiencia, lo hicieron consumado: y esta prctica, ayudada de un discernimien-to racional, y de una reflexion madura, y circunspecta, suele veces equivaler, y aun exceder, la terica mas delicada, cuando sta no pasa de especulacion. Asi sucedi Luis Collado: por la fuerza de sus observaciones conoci, que los alcan-ces sobre el semirecto eran menores que los equidistantes bajo de l, lo que com-prob despues por la experiencia de un Falconete, apuntado segun los diferentes puntos de la Escuadra. No ser facil persuadirse, que este descubrimiento, hecho por un hombre, que no tenia otra regla que la prctica, y la experiencia, fuese cierto; y mas oponiendose directamente la sublime teora de los proyectos del famoso Galileo, de Torriceli, y de los dems, que creen ser una parabola la Curva de proyeccin". Sobre quin era Collado, dice de los Ros (pgs. 53-54): "Fu Luis Collado natural de Lebrija, y se puede conjeturar que era de abanzada edad cuan-do public su Prctica [sic] Manual; pero esto no se ha averiguado positivamen-te, como tampoco el ao de su fallecimiento. Lo unico que se sabe por el contexto de su Obra es, que en el ao de 1564 era y Ingeniero consumado. Por este tiem-po se principiaban las Fortificaciones de Taranta, dirigidas por el Baron de Martorano, Comendador de Malta. Collado, examinado con atencion el sitio don-de se abrian los cimientos, encontr, que el peasco era sumamente dbil, y mina-ble, por tener debajo mas de cuarenta palmos de greda; y haviendolo hecho pre-sente, se abandon la obra por orden de Felipe Segundo, gastando en henchir los cimientos doce mil ducados: pruebas evidentes de la exactitud, prctica, y talen-tos de Collado; igualmente del dispendio que causan los Soberanos los Ingenieros, que no saben enlazar la Fisica con la Matematica, y la experiencia con la terica."

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pero esa es otra historia en la que no puedo detenerme ahora. S quiero, no obstante, recordar que fue en la "Jornada Cuarta" de los Discursos sobre dos nuevas ciencias donde Galileo present sus resultados relativos al movimiento parablico. He aqu cmo comenzaba esta Jornada30:

En las pginas anteriores hemos estudiado tanto las propiedades que se dan en el movimiento uniforme como las que tienen lugar en el movimiento uniformemente acelerado a lo largo de planos de cual-quier inclinacin. En lo que ahora comienzo a tratar, intentar pre-sentar y establecer, apoyndome en demostraciones rigurosas, algunos fenmenos interesantes y dignos de conocerse y que son propios de un mvil cuando se mueve con un movimiento compuesto de otros dos, es decir, un movimiento uniforme y otro naturalmente acelerado: tal parece ser, precisamente::, eso que llamamos movimiento de los pro-yectiles.

Y a continuacin, a lo largo del resto de las pginas del libro, venan demostraciones de teoremas y proposiciones como: "Un proyectil que se desliza con un movimiento compuesto por un movimiento horizontal y uniforme y por un movimiento descen-dente, naturalmente acelerado, describe, con dicho movimiento, una lnea semiparablica" (Teorema I. Proposicin I).

Por supuesto, Galileo saba que el aire, el medio en el que se mueven los proyectiles, dificulta su movimiento, y as explicaba, por medio de SalviatP1: "Por lo que se refiere a las perturbacio-nes procedentes de la resistencia del medio, es sta una dificultad ms considerable y difcil, dada su multiplicidad de variedades, de someterla a reglas fijas y a una descripcin rigurosa ... En el caso de los proyectiles que usamos nosotros, que estn hechos de materiales pesados y de figura redonda, o incluso con materiales

30 Galileo Galilei, Discursos y demostraciones matemticas sobre dos nuevas ciencias (1638), op. cit., pg. 518.

31 Ibd. , pgs. 523-534.

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menos pesados con forma cilndrica, como son las flechas, lanza-. dos con ondas o arcos, la desviacin que tenga su movimiento del curso exacto de la parbola ser insignificante". Tambin saba de los efectos que poda producir en principio la plvora32 : el "impul-so tan enorme que se da en tiros de este gnero puede causar alguna deformidad en la lnea que describe el proyectil, haciendo que el principio de la parbola sea menos inclinado y curvo que el final; de cualquier forma, y en lo que arae a nuestro autor, tie-ne esto poca importancia en lo tocante a las operaciones prcti-cas, entre las cuales una de las principales es la preparacin de tablas para los disparos llamados de elevacin, tablas que con-tengan las distancias de las cadas de las balas disparadas segn todas las distintas elevaciones; y puesto que tales disparos se hacen con morteros no muy cargados, al no ser en stos supra-natural el impulso, los tiros siguen las trayectorias que se les prescriben con bastante exactitud". Dos de tales tablas, por cier-to, eran incluidas por Galileo en su libro, que de esta forma vea aumentado su valor para todos aquellos interesados en la artillera.

Contemplando todo lo que Salviati explicaba, el siempre moderado y equilibrado Sagredo no poda sino manifestar, trans-mitiendo as, claro est, el propio entusiasmo de su creador, Galileo33 :

La fuerza de las demostraciones que fluyen necesariamente, como ocurre slo en las matemticas, me llena de asombro y satis-faccin . Yo ya saba, por las explicaciones recibidas de los artilleros, que entre todos los disparos de trayectoria curva que se hacen en arti-ller a o con morteros, el de mximo alcance, es decir, aquel que man-da a mayor distancia la bala, es el que se obtiene cuando la elevacin tiene cuarenta y cinco grados o, como ellos dicen, del sexto punto de la escuadra. A pesar de todo esto, entender por qu ocurre as supera infinitamente la informacin recabada de otros u obtenida por la acu-mulacin de repetidas experiencias.

32 Ibd., pgs. 526-527. 33 Ibd., pg. 540.

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LECCION DE ARTILLERIA

PARA EL USO DE LA CLASSE

POR EL P. THOMAS CERDA,

de la Compaia de J es'l.Js,

DN. FELIX CONDE DE SP ARAV ARA, &c. &c.

CoMANDANTE, E INSPECTOR GENERAL

del Real Cuerpo de Artillera.

BARCELONA, ANO MDCCLXIV. - ---------Por FRANCisco SURI~, ImprelTor de la Real Academia

de Buenas Letras de dicha Ciudad.

Ejemplar de la Biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia.

Lmina incluida en Leccin de artillera de Thomas Cerda (Barcelona 1764) (Biblioteca de la Academia de Artillera de Segovia).

A lo que Salviati aada: "Lo que V. S. dice es muy cierto. El conocimiento de un solo efecto, obtenido a travs del descubri-miento de su causa, nos abre las puertas de la comprensin y atestigua la existencia de otros efectos sin necesidad de recurrir a la experiencia, como ocurre, precisamente, en el caso que esta-mos tratando".

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La ciencia, nos estaban diciendo ambos, es nica y maravi-llosa precisamente por la fuerza de sus explicaciones, que, una vez conocidas sus leyes bsicas, se extienden a todos los casos imaginables.

Trayectorias parablicas de proyectiles (sin tomar en cuenta el efecto de la friccin debida a la resistencia del aire). Incluidas en un libro de Petrus van Musschenbroek, Cours de physique exprimentale et mathmatique (traducido por Sigaud de la Font, Pars 1769; el original en latn, Introductio ad philo-sophiam naturalem, fue publicado posteriormente, editado por J. Lulofs, Leiden 1762), vol. l. La figura de arriba muestra una serie de trayectorias parablicas producidas por lanzamientos horizontales a distintas velocidades. La de abajo, trayectorias de lanzamientos con diferentes inclinaciones.

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Ciencia versus fuerzas armadas

Aparte de recordar la dimensin de Galileo como terico de la artillera, quiero aprovechar la ocasin para reflexionar breve-mente sobre lo que este caso nos dice acerca de las relaciones entre la ciencia y las fuerzas armadas (o, si lo prefieren, ejrci-tos) . En realidad, esta cuestin forma parte de un tema al que he dedicado no poco tiempo y esfuerzos, el de la relacin entre cien-cia y poder; los, especialmente, poderes poltico, militar, indus-trial y econmico34

Se encuentra muy extendida todava la idea de que la din-mica de la investigacin cientfica, del crecimiento de la ciencia, responde a una estructura muy simple: los esfuerzos que los cien-tficos realizan, como un fin en s mismo, por explicar el "fun-cionamiento" de la naturaleza (ciencia "pura" o "bsica"). Otra cosa es cmo ese conocimiento, esa ciencia, se aplica ("ciencia aplicada"), produciendo poder, poltico, militar, industrial y eco-nmico. Primero la ciencia, despus la tecnologa. Pero semejan-te ecuacin es demasiado simple, irrealmente unidireccional, aun-que, por supuesto, se cumpla en ocasiones (incluso en muchas ocasiones). El avance cientfico ("bsico") necesita de estmulos del mundo de "lo aplicado", ya sea ste en el mbito industrial o militar (tambin en otros, como por ejemplo en el de la salud pblica). El caso de la artillera es una buena y temprana mues-tra de ello. Los esfuerzos por explicar las trayectorias que siguen los proyectiles lanzados desde caones, fusiles o, simplemente, arcos, ayudaron al desarrollo de la mecnica, una de las ramas ms bsicas de la fsica.

El siglo XX fue especialmente rico en ejemplos de la conexin entre ciencia y fuerzas armadas. Ah estn, sin ir ms lejos, los

34 Vase en este sentido, Jos Manuel Snchez Ron, El poder de la ciencia (Crtica, Barcelona 2007).

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casos de los descubrimientos del mser y el lser: fue mientras se esforzaba, pagado a tiempo parcial por las Fuerzas Armadas esta-dounidenses, por desarrollar radares en el rango de las microon-das, cuando el fsico acadmico (era catedrtico en la Universidad de Columbia, en Nueva York) Charles Townes lleg en la dcada de 1950 a la idea del mser, que conducira, al extrapolarla al ran-go de la luz, al lser, artilugios que permitieron avanzar notable-mente en apartados muy diversos de la ciencia bsica, desde la radioastronoma a la estructura de la materia. Particularmente evidente es, asimismo, lo mucho que la fsica de altas energas recibi del Departamento de Defensa norteamericano, y tambin, claro est, la fsica nuclear, menos interesante que la de altas energas desde el punto de vista bsico. Y podra referirme tam-bin a la fsica de fluidos y a la de la materia condensada, al desarrollo de los ordenadores o a la matemtica. No es posible, en definitiva, entender las direcciones que tom la ciencia de la segunda mitad del siglo XX, las disciplinas que se desarrollaron ms, sin tener en cuenta la relacin de cientficos y universidades con las Fuerzas Armadas. Sin duda podra haber sido de otro modo, en otro mundo, un mundo que yo mismo deseara, pero de lo que no hay duda es que la relacin entre ciencia y militares fue beneficiosa para algunas ramas de la ciencia. Y yo, como histo-riador, tengo que dar testimonio de ello.

Galileo, hroe y mrtir

Hasta ahora, seoras y seores, les he estado hablando de ciencia, del fsico pisano que tanto hizo por el avance de la cien-cia. Pero es imposible hablar de Galileo Galilei sin referirse al jui-cio al que fue sometido por la Inquisicin romana y en el que fue condenado. Y es que si el nombre de Galileo constituye un hito, un mojn inquebrantable en la larga y compleja ruta que es la historia, es, duele decirlo, sobre todo por esto, porque en l se encarnaron, dolorosamente, algunos de los valores ms aprecia-

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dos por la humanidad: la defensa de la libertad de opinin y el valor de la razn; ms concretamente, del razonamiento cientfi-co, uno de los bienes ms valiosos de la especie humana.

Se trata, por supuesto, de los problemas que Galileo tuvo con la Iglesia romana, las condenas que sta dict en su contra, pri-mero en 1616 (ya me he referido a ella) y luego, mucho ms fir-me, en 1633, despus de que publicase el Dilogo. Que la Tierra se moviese planteaba a muchos graves problemas teolgicos. En la Biblia, recordemos, se poda leer: "Sol, detente sobre Gaban y t, Luna, sobre el valle de Ayaln!". Y cmo podra detenerse el Sol si no se mova?

Galileo conoca estos problemas. Y respondi ante ellos. Especialmente interesante es lo que escribi en una carta que dirigi en 1615 a la Gran Duquesa Cristina35 : "La autoridad de las Sagradas Letras", manifest all, "fue establecida para persuadir principalmente a los hombres de aquellos artculos y proposicio-nes que, sobrepasando toda capacidad de comprensin humana, no podan hacerse crebles por otra ciencia o por otros medios que por la boca del mismo Espritu Santo. Adems de que, asi-mismo, en aquellas proposiciones que no son de Pide, la autori-dad de las Sagradas Escrituras debe anteponerse a la autoridad de todas las escrituras humanas, escritas no con mtodo demos-trativo, sino como pura narracin o con razones probables. Esto es cosa que afirmo debe considerarse tan conveniente y necesa-ria, cuanto la divina sabidura supera todo juicio y conjetura humana. Pero no creo que sea necesario creer que el mismo Dios que nos ha dotado de sentidos, de entendimiento y de intelecto, haya querido, posponiendo el uso de stos, darnos con otros medios las noticias que podamos conseguir con aquellos, de modo que, incluso en las conclusiones naturales que se hacen manifiestas a los ojos y al intelecto por experiencias sensibles o

35 Citada en Galileo, Vctor Navarro, ed., op. cit., pgs. 299-300.

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por demostraciones naturales, debamos negar el sentido y la razn. Y esto especialmente en aquellas ciencias de las que apa-rece en las Sagradas Escrituras slo una mnima parte y de manera contradictoria ... De modo que no slo los autores de las Sagradas Escrituras no pretendieron ensearnos la constitucin y el movimiento de los cielos y de las estrellas, y sus formas, mag-nitudes y distancias, sino que se abstuvieron de ello intenciona-damente, aunque todas cosas les resultaban conocidsimas".

No voy a decir que Galileo fuese un perfecto catlico (su vida privada no es pobre en ejemplos de comportamientos que entra-ban en conflicto con ciertos preceptos establecidos), pero pienso que s crea, sinceramente, en el Dios de su Iglesia.

Galileo supuso que sus razonamientos, junto a las observa-ciones y demostraciones cientficas que haba llevado a cabo (ade-ms de sus conexiones con personajes destacados de los mundos de la poltica y la religin) seran suficientes para convencer a los dems, a todos, de la verdad de aquello que defenda, el sistema copernicano, y que la religin catlica no peligraba con ello. Se equivoc. Muchos antes y despus de l se han equivocado en este mismo punto: creer irresistible la fuerza de la razn. Aquel error le convirti en el hroe que pocos cientficos han llegado a ser. Y es que los hroes necesitan de situaciones como las que vivi - y propici- Galileo. Sin ellas es ms que probable que otros que bien pudieran llegar a ser considerados como mitos nunca lleguen a serlo, que sus ejemplos sean ignorados y su. recuerdo se desvanezca, con el transcurrir del tiempo, en el ms oscuro bal del olvido36

36 En este punto me viene a la memoria el caso de Johannes Kepler, con su insobornable decencia religiosa a lo largo de toda su vida. Fue un seguidor de Lutero que no desdeaba algunas de las enseanzas de Calvino, ni odiaba a los catlicos, un hombre profundamente religioso que termin no siendo aceptado ni siquiera por los suyos (le fue negada la Comun in), y slo tolerado por los nobles y emperadores catlicos que se afanaban por desarrollar la Contrarreforma en sus

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Es cierto que finalmente, amenazado en el juicio al que le someti la Inquisicin romana, Galileo, el hombre que luch en nombre de todos, los de su tiempo y los de los tiempos futuros, por la libertad de pensamiento, termin abjurando de aquello que como cientfico crea. Quiero recordar hoy aquellas tristes pala-bras suyas:

Yo, Galileo Galilei, hijo del fallecido Vincenzo Galilei de Floren-

cia, de setenta aos de edad, juzgado personalmente por este tribunal, y arrodillado ante Vosotros, Eminentsimos y Reverendsimos Seores Cardenales, Inquisidores Generales de la Repblica Cristiana contra

las depravaciones herticas, teniendo ante mis ojos los Santsimos Evangelios y poniendo sobre ellos mi propia mano, juro que siempre

he credo, creo ahora y que, con la ayuda de Dios, creer en el futu-

ro todo lo que la Santa Iglesia Catlica y Apostlica mantiene, predi-ca y ensea.

Pero como yo, tras haber sido amonestado por este Santo Oficio a abandonar completamente la falsa opinin de que el Sol es el cen-

territorios, en los que l tuvo que trabajar. No estamos seguros de que Galileo pronunciase la clebre frase "Eppur si muove", "Y sin embargo se mueve" (la Tierra, claro), s, no obstante, de que cuando a finales de 1627, prximo su final (falleci en 1630), el emperador Fernando ofreci a Kepler -otros le haban hecho semejante ofrecimiento varias veces en el pasado- la posibilidad de permanecer en Praga, manteniendo su puesto de Astrnomo Imperial si se haca catlico, con-fesin que, insisto, no le resultaba repugnante, Kepler se neg. A un amigo, el jesuita Albert Curtius, le escribi entonces: "por no aceptar lo que no reconozco ni como apostlico ni como catlico, estoy dispuesto a renunciar no solo a las retribuciones que ahora se me ofrecen y que su Majestad Imperial ha autorizado tan magnnima y generosamente, sino tambin a las tierras austriacas, a todo el imperio y a algo que me pesa mucho ms que todo eso, a la mismsima astrono-ma". Como escribi su mejor bigrafo, Max Caspar: "El hombre que por su fe haba asumido otrora en Graz el destierro, haba padecido la expulsin de su Iglesia y haba enterrado la esperanza de trabajar en su tierra natal, no poda dar otra respuesta. Se mantuvo fiel a s mismo y, en una poca en que miles de per-sonas cambiaron de confesin siguiendo el deseo o el dictado de sus prncipes para obtener ventajas terrenales, Kepler dio ejemplo de una gran conviccin que, en su honesta y rigurosa lucha por conocer la verdad religiosa, pone la libertad de conciencia por encima de todos los bienes que el mundo pueda ofrecer" . Max Caspar, Kepler (Acento, Madrid 2003), pgs. 430-431.

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tro inmvil del universo y que la Tierra no es el centro del universo y se mueve, y a no sostener, defender o ensear de ninguna manera, ni oralmente ni por escrito, la mencionada falsa doctrina; y tras haberme sido notificado que dicha doctrina es opuesta a las Sagradas Escrituras, escrib y di a imprenta un libro en que trato de dicha doc-trina ya condenada, y presento argumentos de mucha eficacia en su favor, sin llegar a ninguna conclusin: he sido hallado vehemente-mente culpable de hereja, es decir, de haber mantenido y credo que el Sol es el centro inmvil del universo y que la Tierra no est en el centro del universo y se mueve.

Sin embargo, deseando eliminar de las mentes de vuestras Eminencias y de todos los fieles cristianos esta vehemente sospecha razonablemente concebida contra m, abjuro con corazn sincero y piedad no fingida, condeno y detesto los dichos errores y herejas, y generalmente todos y cada uno de los errores y sectas contrarios a la Santa Iglesia Catlica. Y juro que en el futuro nunca ms defender con palabras o por escrito cosa alguna que pueda acarrearme sospe-chas semejantes; y si conozco algn hereje, o sospechoso de hereja, lo denunciar a este Santo Oficio, o al Inquisidor y Ordinario del lugar donde me encuentre.

Es doloroso contemplar, aunque sea separado por la distancia de casi cuatro siglos, la humillacin de una persona. Leyendo esta humillante declaracin de uno de los cientficos ms grandes que ha dado a lo largo de la historia nuestra especie, los hamo sapiens, a veces me dan ganas de llorar. Dicen que tras su retrac-tacin, Galileo manifest: "Eppur si muove". No lo creo. Bastante asustado deba estar. Pero aun suponiendo que fuese as y recor-dando que fue mucho mejor tratado que otros (se le permiti ins-talarse en una villa que posea en Arcetri y desde all consigui, viejo y ciego, finalizar, y hacer llegar a Holanda, su gran Discursos sobre dos nuevas ciencias), triste consuelo sera. Lo ni-co cierto es que fue humillado, la verdad cientfica escarnecida y confinado hasta su muerte.

Por cierto, Galileo firm su declaracin en Roma, en el Convento de Santa Mara Sopra Minerva, el 22 de junio de 1633.

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Hoy se cumplen pues, exactamente, 374 aos. Ni un da ms ni un da menos. Si siempre es bueno y oportuno recordar a aquel esplndido cientfico, hoy est doblemente justificado. Record-maslo, pues. Recordemos su ejemplo cvico, su compromiso moral con la verdad (aunque ste fuese finalmente doblegado y pisoteado por la fuerza bruta), sus contribuciones a la ciencia y el esfuerzo que emple para transmitirlas a los dems en sus maravillosos y difanos dilogos. Y enorgullezcmonos con l. Fue uno de los nuestros, uno de nuestra especie. Si l pudo, noso-tros acaso tambin. Y si no, nuestros hijos. Eduqumoslos a ellos en el amor a la verdad, empresa para la cual ningn instrumen-to es mejor que la ciencia. En el amor a la verdad, pero tambin, claro est, en el respeto por los dems y en la compasin. Slo as construirn un futuro mejor. La ciencia sin compasin es inhumana, pero la compasin sin la ciencia es ciega.

Muchas gracias por su paciencia.

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APNDICE

Los orgenes de la Artillera segn Vicente de los Ros en Discurso sobre los ilustres autores inventores

de Artillera que han florecido en Espaa, desde los Reyes Catholicos hasta el presente (Madrid, 1767)37

"Los Historiadores varan mucho sobre la invencin de la Artillera. Hay diversas Relaciones de Viageros, que aseguran ser antiqusimo entre los Chinos el uso de estas Mquinas. El Arabe Schehab Aldino, que floreci antes de mediar el siglo trece, hace y mencion en su Obra Geogrfica de la Artillera entre los Arabes. Don Pedro, Obispo de Len, en la Historia del Rey Don Alonso el Sexto refiere, segun afirma Fernando de Herrera, que entrado el siglo doce, los Moros Africanos usaron de Artillera contra los de Espaa en una Batalla Naval. Dicese tambien, que el Rey de Inglaterra Duarte Tercero se sirvi de Bombardas con-tra los Franceses en el siglo trece; pero la comun opinion es, que no se conoci en Europa hasta el ao de 1366. Por este tiempo tenian los Venecianos sitiada Claudia Fosa, que havian usurpa-do los Genoveses: unos Alemanes llegaron entonces al Campo Veneciano, y les presentaron dos pequeas Piezas de Fierro, algu-na Polvora, y Balas de plomo, con cuyo auxilio se hicieron due-

37 Pginas 17-21. Al igual que en otras citas que he realizado de esta obra, he mantenido la escritura, puntuacin y acentuacin que aparecen en el texto original.

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os de la Plaza. A esta Epoca refieren el primer uso de la Artillera Luis Collado, Diego Ufano, los seores de San Remy, y le Blond, con la mayor parte de los Escritores de la Facultad.

Sin embargo, la Artillera es mas antigua en Europa, y fu introducida en Espaa por los Arabes antes de mediar el siglo catorce, segun se puede colegir de nuestras Historias. Abu Abdalla en su Cronica de Espaa, cuya noticia debemos la diligencia del Erudito Don Miguel Casiri, refiere que en el ao de 1312, el Rey de Granada Abalualid llev consigo al sitio de Baza una gruesa Mquina, que cargada con mixtura de azufre, y dndola fuego, despeda con estrepito globos contra el Alcazar de la Ciudad: lo que parece confirma Pedro Megia en la Historia del Rey Don Alfonso el Onceno.

Geronymo Zurita en los Anales del Rey Don Alonso Cuarto de Aragon cuenta el terror ocasionado en aquel Reyno por la noticia del sitio de Alicante, que intentaba el Rey de Granada en el ao de 1331. Entre otras Mquina, dice que llevaba este Soberando una nueva invencion de combate, y eran pelotas de fierro, que se lanzaban con fuego, y ponian grande espanto.

Juan Nez de Villaizan, Cronista del Rey Don Alonso el Onceno, refiere, que en el Cerco de Algecira por este Rey el ao de 1343, los Moros de la Ciudad lanzaban muchos truenos con-tra la hueste, en que lanzaban pellas de hierro grandes, tamaas como manzanas muy grandes: y l anzabanlas tan lejos de la Ciudad, que pasaban allende de la hueste algunas de ellas, algu-nas dellas ferian en la hueste. Y en otra parte dice: Que de la Barrera de la Ciudad lanzaban muchas Saetas de ballestas de tor-no, de trueno, otros lanzaban muchas pellas de fierro con los truenos; lo que repite en varios captulos de su Cronica, en que cuenta por menor los sucesos de aquel famoso sitio. El P. Juan de Mariana asegura lo mismo que Villaizan con menos rodeos, y mejor estilo: Los Moros, dice, tiraban desde la Ciudad muchas Balas de fierro con tiros de Polvora, las cuales con grande estam-

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pido, y no poco dao, llegaban al campo de los sitiadores. Estos testimonios prueban haver introducido los Arabes el uso de la Artillera en Espaa, antes que se conociese en las dems partes de Europa, y manifiestan asimismo la ignorancia de los Autores facultativos, que siguieron la opinion vulgar, admitiendola sucesi-vamente sin examen, ni crtica.

La misma variedad, incertidumbre se encuentra en estos Autores acerca la invencion de la polvora, que naturalmente debi anteceder la de la Artillera. Los que atribuyen el primer uso de esta Mquina los Chinos, les conceden tambien el descubri-miento de la polvora. El vulgar de nuestros Escritores conviene en que este fenmeno se debe Bertoldo Schwartz, Religioso Francisco, oriundo de Fribourgo, que lo descubri por casualidad en el siglo catorce, trabajando en varias operaciones chymicas, que para otro fin estaba dedicado. Pero no admite duda, que el clebre Ingles Rogero Bacon, tambien Religioso Francisco, que floreci mediado el siglo trece, conoci la polvora, cuya compo-sicion, y efectos refiere clara, y distintamente en su famosa Obra titulada Opus majus.

Algunos Autores creen, que la polvora es mas antigua, y que lo que Rogero Bacon refiere de ella lo tom de un Griego ante-rior, llamado Marco, Autor de una Obra intitulada de Compo-sitione ignium. En efecto, en ninguna parte se puede hallar, dice el seor de Mantuda, una descripcion mas circunstanciada de la polvora, que en la Obra del citado Griego: en ella se encuentra sealada, con la misma exactitud que en nuestras recetas, la dosis de cada uno de los ingredientes de que se compone la polvora, con la cual fabricaban entonces Voladores, y Petardos; cuya des-cripcion se encuentra tambien en la expresada Obra, con una cla-ridad que no deja duda.

La noticia de esta Obra, de su Autor, y del que la posea en manuscrito, la anunci al pblico el seor de Plot en el nuevo

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OORTADA MMVIIIlibro MMVIIIPgina en blanco