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ÉPICA ENNIO: ANNALIUM LIBRO I: FRAGMENTO 45 Hondamente preocupados y ambicionando el reino se entregan a los auspicios y augurios al mismo tiempo En el monte, Remo se da a los auspicios y espera un ave, prometedora de buen augurio; por su parte, el bello Rómulo, observando el vuelo elevado de las aves, trata de averiguar en lo alto del Aventino. Estaba en juego si la ciudad se llamaría Roma o Rémora. A todos les preocupaba quién de los dos sería el rey. Permanecen expectantes como cuando el cónsul se apresta a dar la señal y todos aguardan con ansiedad junto al punto en que el carro sale del recinto pintado; del mismo modo el pueblo esperaba con el temor en su pecho sobre a cuál de los dos se le concedería la victoria sobre el gran reino. Entretanto el resplandeciente sol se escondió en la oscuridad de la noche y luego, lanzada por sus rayos, apareció brillante la luz, al mismo tiempo que allá lejos desde lo alto del cielo se precipita con gran rapidez por el lado izquierdo un bellísimo pájaro; en el momento en que el sol se dispone a salir, co- mienzan a caer del cielo por tres veces cuatro pájaros sagrados que vienen a caer precipitándose en lugares favorables. De aquí Rómulo deduce que con este augurio se le ha concedido a él en propiedad el fundamento estable del reino. VIRGILIO: LA ENEIDA Comienzo de La Eneida Canto las hazañas y al héroe que, huyendo por imposición del destino, fue el primero en llegar desde las costas de Troya a Italia y a las riberas de Lavinio. Lanzado durante mucho tiempo por tierras y mar por la violencia de los dioses del Olimpo a causa de la cólera siempre viva de la cruel Juno, fue víctima también de numerosos sufrimientos en la guerra, hasta poder llegar a fundar una ciudad e introducir sus dioses en el Lacio. De allí nacieron la raza latina, los padres de Alba y los muros de la altiva Roma. Musa, recuérdame las causas: por qué ofensa a su divinidad, o por qué motivo de dolor, la reina de los dioses empujó a un héroe que se distinguía por su piedad a sufrir tantas desventuras y a afrontar tantos sufrimientos. ¿De tan profundo rencor están poseídos los espíritus de los dioses celestes? Virgilio,Eneida,I,1-11 Enojo de Juno Apenas habían perdido de vista la tierra siciliana y alegres dirigían sus velas a alta mar y cortaban con el bronce de sus naves la salada espuma, cuando Juno, que guardaba en lo hondo de su pecho la eterna herida, se dijo a sí misma: "¿Es que yo, vencida, he de desistir de mi intento sin lograr apartar de Italia al rey de los Teucros? ¡Sin duda me lo impiden los hados! ¿Y pudo Palas quemar la armada griega y sumergir a los argivos en el ponto para vengar la injuria y locura de uno solo de ellos, Áyax, el hijo de Oileo? Ella en persona, lanzando desde las nubes el fuego impetuoso de Júpiter, dispersó sus naves y turbó con ayuda de los vientos la superficie del mar. Y al culpable, cuyo pecho atravesado despedía llamas, le arrebató en medio de un torbellino y le dejó clavado en aguda roca. En cambio yo, que soy la reina de los dioses, hermana y a un mismo tiempo esposa de Júpiter, estoy haciendo la guerra a un solo pueblo durante tantos años. ¿Quién va a adorar, después de esto, la divinidad de

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ÉPICA ENNIO: ANNALIUM

LIBRO I: FRAGMENTO 45

Hondamente preocupados y ambicionando el reino se entregan a los auspicios y augurios al mismo tiempo En el monte, Remo se da a los auspicios y espera un ave, prometedora de buen augurio; por su parte, el bello Rómulo, observando el vuelo elevado de las aves, trata de averiguar en lo alto del Aventino. Estaba en juego si la ciudad se llamaría Roma o Rémora. A todos les preocupaba quién de los dos sería el rey. Permanecen expectantes como cuando el cónsul se apresta a dar la señal y todos aguardan con ansiedad junto al punto en que el carro sale del recinto pintado; del mismo modo el pueblo esperaba con el temor en su pecho sobre a cuál de los dos se le concedería la victoria sobre el gran reino. Entretanto el resplandeciente sol se escondió en la oscuridad de la noche y luego, lanzada por sus rayos, apareció brillante la luz, al mismo tiempo que allá lejos desde lo alto del cielo se precipita con gran rapidez por el lado izquierdo un bellísimo pájaro; en el momento en que el sol se dispone a salir, co-mienzan a caer del cielo por tres veces cuatro pájaros sagrados que vienen a caer precipitándose en lugares favorables. De aquí Rómulo deduce que con este augurio se le ha concedido a él en propiedad el fundamento estable del reino.

VIRGILIO: LA ENEIDA Comienzo de La Eneida Canto las hazañas y al héroe que, huyendo por imposición del destino, fue el primero en llegar desde las costas de Troya a Italia y a las riberas de Lavinio. Lanzado durante mucho tiempo por tierras y mar por la violencia de los dioses del Olimpo a causa de la cólera siempre viva de la cruel Juno, fue víctima también de numerosos sufrimientos en la guerra, hasta poder llegar a fundar una ciudad e introducir sus dioses en el Lacio. De allí nacieron la raza latina, los padres de Alba y los muros de la altiva Roma. Musa, recuérdame las causas: por qué ofensa a su divinidad, o por qué motivo de dolor, la reina de los dioses empujó a un héroe que se distinguía por su piedad a sufrir tantas desventuras y a afrontar tantos sufrimientos. ¿De tan profundo rencor están poseídos los espíritus de los dioses celestes?

Virgilio,Eneida,I,1-11 Enojo de Juno Apenas habían perdido de vista la tierra siciliana y alegres dirigían sus velas a alta mar y cortaban con el bronce de sus naves la salada espuma, cuando Juno, que guardaba en lo hondo de su pecho la eterna herida, se dijo a sí misma: "¿Es que yo, vencida, he de desistir de mi intento sin lograr apartar de Italia al rey de los Teucros? ¡Sin duda me lo impiden los hados! ¿Y pudo Palas quemar la armada griega y sumergir a los argivos en el ponto para vengar la injuria y locura de uno solo de ellos, Áyax, el hijo de Oileo? Ella en persona, lanzando desde las nubes el fuego impetuoso de Júpiter, dispersó sus naves y turbó con ayuda de los vientos la superficie del mar. Y al culpable, cuyo pecho atravesado despedía llamas, le arrebató en medio de un torbellino y le dejó clavado en aguda roca. En cambio yo, que soy la reina de los dioses, hermana y a un mismo tiempo esposa de Júpiter, estoy haciendo la guerra a un solo pueblo durante tantos años. ¿Quién va a adorar, después de esto, la divinidad de

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Juno, o pondrá suplicante una ofrenda sobre sus altares?" Virgilio,Eneida,I,34-49

Habla Júpiter: origen del pueblo romano "No temas, Citerea; los destinos de los tuyos se mantienen inmutables; verás la ciudad y las murallas prometidas de Lavinio, y elevarás hasta los astros del cielo al magnánimo Eneas; no he cambiado de opinión. Él (te lo revelaré, pues, ya que esta preocupación te atormenta, y, proyectándolos desde muy lejos, te descubriré los secretos de los destinos), llevará a cabo en Italia una gran guerra, domeñará a pueblos feroces, e impondrá a los hombres leyes y murallas, hasta que tres veranos consecutivos le hayan visto reinar en el Lacio y hayan pasado otros tantos inviernos después de su victoria sobre los Rútulos. El pequeño Ascanio, al que ahora dan el sobrenombre de Iulo (era Ilo mientras el reino de Troya subsistió) se mantendrá en el poder hasta que los meses siguiendo su curso, hayan completado los círculos que corresponden a treinta años, trasladará su reino desde la sede de Lavinio, y fortificará Alba Longa con poderosas murallas. A partir de este momento, la raza de Héctor reinará en esta ciudad durante trescientos años completos, hasta que una reina sacerdotisa fecundada por Marte, Ilia, traiga a la vida dos gemelos. Rómulo, ufano de llevar la rojiza piel de una loba, su nodriza, se hará cargo del reino, levantará las murallas de Marte y llamará a los romanos con su nombre. A estos yo no les pongo límite de espacio ni de tiempo: les he dado un imperio sin fin. Y es más, la violenta Juno, que ahora por temor atormenta cielo, tierra y mar, dirigirá sus designios a mejor fin y colaborará conmigo para favorecer a los romanos, señores de las tierras, pueblo que viste la toga. Esta es mi voluntad. En el curso de los lustros, vendrá un tiempo en que la casa de Asáraco someterá a esclavitud a Ptía y dominará sobre los argivos vencidos. Nacerá un César troyano de noble estirpe, cuyo imperio se extenderá hasta el océano y su gloria hasta las estrellas, Julio, nombre que heredará del gran Iulo. Con el tiempo tú, sin ningún temor, le recibirás en el cielo cargado con los despojos del Oriente. También él será invocado con suplicas. Después, abandonando las guerras, las generaciones feroces se humanizarán; la sagrada Fe y Vesta, y Remo con su hermano Quirino dictarán leyes; las funestas puertas del templo de la Guerra se clausurarán con sólidas cerraduras de hierro; el impío furor sentado dentro sobre las armas criminales y con las manos atadas a la espalda por cien nudos de bronce bramará con violencia con su boca ensangrentada".

Virgilio,Eneida,I,257-296 Un caballo de madera gigantesco Unos miran con asombro el funesto presente ofrecido a la virgen Minerva y contemplan con admiración la mole del caballo; Timetes el primero nos anima a introducirlo dentro de los muros y a colocarlo en la ciudadela, bien por mala fe, bien porque así lo. exigían así ya los destinos de Troya. Pero Capys y aquellos cuyo espíritu poseía un juicio más prudente mandan que se arroje al mar aquel artificioso regalo de los Dánaos que les inspiraba sospechas, o, poniéndole fuego debajo, quemarlo, o bien taladrar los huecos escondrijos de su vientre y examinarlos. La multitud, vacilante, se divide en opiniones contrarias.

Virgilio,Eneida,II,31-39 Muerte de los hijos de Laocoonte Laocoonte, designado por sorteo sacerdote de Neptuno, se encontraba sacrificando ante los altares en los que se celebran solemnes sacrificios un toro de gran tamaño. He aquí que desde Ténedos, a través de la tranquila superficie del mar, (me horrorizo al narrarlo) dos serpientes se tienden con inmensos anillos sobre el piélago y a un tiempo se dirigen a la orilla. Sus pechos erguidos en medio del oleaje y sus crestas sanguíneas sobresalen por encima de las olas, el resto de su cuerpo por detrás recorre el mar y enroscándose arquea sus inmensos

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lomos. En las aguas espumeantes se produce un chapoteo. Y ya habían alcanzado la ribera y con sus ojos ardientes inyectados de sangre y fuego lamían con sus lenguas vibrantes sus silbantes bocas. Ante aquella visión huimos exangües. Ellas, siguiendo una trayectoria fija, se dirigen a Laocoonte; y primero ambas serpientes rodeando los pequeños cuerpos de sus dos hijos se enroscan y devoran con su mordisco sus míseros miembros; a continuación se apoderan del propio Laocoonte, que acude precipitadamente en ayuda de aquellos con las flechas en la mano, y le sujetan describiendo enormes roscas; después de rodear dos veces su cuerpo por la mitad y de enroscar por dos veces en torno a su cuello sus espaldas cubiertas de escamas, sus cabezas y sus enhiestas cervices sobresalen por encima. Él intenta desgarrar con las manos sus nudos; sus cintas sagradas están impregnadas de baba y negro veneno; al mismo tiempo alza hasta los cielos unos gritos horribles semejantes a los mugidos que lanza un toro cuando herido huye del altar y sacude con su cuello el hacha que no ha sido certera. Las dos serpientes deslizándose huyen hacia el templo situado en lo alto, tratan de llegar a la ciudadela de la cruel Tritonia y se refugian bajo los pies de la diosa y bajo el orbe de su escudo.

Virgilio,Eneida,II,201-227 Dido se enamora de Eneas Pero la reina, acongojada ya por un grave desasosiego, alimenta en sus venas la herida y se consume con un fuego secreto. El extraordinario valor del héroe y la gloria extraordinaria de aquella raza acuden constantemente a su mente; su rostro y sus palabras se mantienen clavados en su corazón y la inquietud no permite un plácido reposo a sus miembros.

Virgilio,Eneida,IV,1-5 Dido confiesa a Ana su amor por Eneas "Ana, hermana mía, ¡qué sueños me atemorizan sumiéndome en la incertidumbre! ¡Qué huésped singular éste que ha venido a nuestra casa! ¡Qué nobleza muestra su semblante! ¡Qué espíritu valiente y qué arrojo! Creo ciertamente, y no es una ilusión vana, que es de la raza de los dioses. El temor denuncia a los espíritus viles. ¡Ay! ¡Por qué destinos ha sido puesto a prueba él! ¡De qué guerras afrontadas hasta el fin nos hablaba! Si no tuviese en mi ánimo el propósito firme e inconmovible de no aceptar unirme a nadie con vínculo matrimonial una vez que el primer amor con su muerte me dejó desengañada; si no estuviese hastiada ya del tálamo y de las antorchas nupciales, ésta es quizá la única culpa a la que hubiera podido sucumbir. Ana, te lo confesaré, pues desde la muerte de mi desgraciado esposo Siqueo, desde que los Penates fueron manchados por la sangre del asesinato realizado por mi hermano, éste es el único que ha impresionado mis sentidos y ha conmovido mi espíritu hasta hacerlo vacilar. Reconozco los vestigios de la vieja llama. Pero antes prefiera que las profundidades de la tierra se abran bajo mis pies o que el Padre omnipotente me precipite con su rayo en la región de las sombras, las pálidas sombras del Erebo y la noche profunda, antes de violarte, Pudor, o de romper tus sagrados lazos. El primero que me unió a él se llevó mi amor; que él lo tenga consigo y lo conserve en el sepulcro."

Virgilio,Eneida,IV,9-29

Himeneo entre ambos Entretanto, el cielo empieza a turbarse con gran murmullo, sigue a continuación una nube cargada de granizo y por todas partes los compañeros tirios y la juventud troyana y el dardanio nieto de Venus se dirigieron asustados a los refugios dispersos por la campiña. Dido y el jefe troyano llegan a la misma cueva. La tierra, la primera, y Juno, protectora de los matrimonios, dan la señal; brillaron los fuegos y el cielo cómplice de aquellas nupcias y en la cima de la montaña ulularon las ninfas. Aquel día fue para Dido el primero de su muerte y la

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primera causa de sus desgracias. Pues no la preocupan las apariencias ni el buen nombre, ni piensa ya en un amor furtivo: le llama matrimonio, con este nombre encubre su falta.

Virgilio,Eneida,IV,160-172

Dido se queja a Eneas Pero la reina (¿quién puede burlar a una mujer enamorada?) presiente el engaño y se da cuenta, la primera, de los acontecimientos que se están preparando, temiendo por todo aquello que aún está en calma. La misma fama impía le comunica en medio de su delirio que están armando las naves y preparan la partida... Finalmente, tomando la iniciativa interpela a Eneas con estas palabras: "¿Esperas todavía, traidor, poder disimular tan gran delito y salir de mi tierra sin que yo lo sepa? ¿No te detiene mi amor ni la diestra que ya hace tiempo te entregué, ni la muerte cruel con la que Dido va a perecer?... ¿Es de mí de quien huyes? Yo te suplico por estas lágrimas y por esta diestra tuya (puesto que ya no he dejado para mi desgraciada ninguna otra cosa), por nuestra unión, por nuestro himeneo comenzado, si te he hecho algún bien o algo mío te ha resultado dulce, que te compadezcas de mi palacio que se derrumba y, si todavía hay algún lugar para las súplicas, que abandones, te lo ruego, ese pensamiento."

Virgilio,Eneida,IV,296-319 Dido decide suicidarse Entonces la infeliz Dido, espantada por su destino, invoca a la muerte; siente hastío de contemplar la bóveda del cielo. Y para con mayor razón llevar a cabo su intento y abandonar la luz, ve, al depositar sus ofrendas sobre los altares cargados de incienso (prodigio horrible de relatar) que el agua sagrada toma un color negro y que el vino derramado se convierte en siniestra sangre. No refiere esta visión a nadie, ni siquiera a su propia hermana.

Virgilio,Eneida,IV,450-456

Marcha de Eneas y suicidio de Dido La reina, en cuanto ve alborear el día desde lo alto de su palacio y que las naves avanzaban con las velas al unísono y que la ribera y el puerto habían sido abandonados por los remeros, golpeando con sus manos tres y cuatro veces su hermoso pecho y mesándose sus rubios cabellos, dice: "Por Júpiter, ¿él se marchará?, ¿y se habrá burlado el extranjero de mi reino? ... Si es preciso que este hombre maldito toque puerto y llegue a tierra y si así lo requieren los destinos fijados por Júpiter y este final es inmutable, que sea atormentado al menos en la guerra por las armas de un pueblo audaz y arrojado de sus fronteras, y que arrancado del abrazo de Iulo tenga que implorar auxilio y vea los funerales indignos de los suyos; y que, después de haberse entregado sometiéndose a las leyes de una paz inicua, no disfrute del reino ni de la luz ansiada, sino que caiga antes de tiempo y quede sin sepultura en medio de la arena. Esto os pido, éste es el grito supremo que derramo junto con mi sangre. Vosotros, tirios, cebad vuestros odios en su estirpe y en toda la raza que de ella ha de nacer y ofreced este presente a mis cenizas. Que no se establezca entre nuestros pueblos ninguna amistad, ni ningún pacto. Nace de mis huesos tú, un vengador, cualquiera que seas y persigue con el fuego y con la espada a los colonos dardanios, ahora, después, y en cualquier ocasión en que te encuentres con fuerzas. Deseo que vuestras playas sean hostiles a sus playas, vuestras olas enemigas de sus olas, vuestras armas de sus armas; que luchen nuestros pueblos mismos y sus descendientes." ... Dido, temerosa y enfurecida por sus terribles proyectos, dando vueltas a sus brillantes ojos inyectados de sangre, con sus mejillas temblorosas sembradas de lívidas manchas, y con la palidez de la muerte ya próxima, se precipitó en el interior del palacio, subió fuera de sí los altos escalones y desenvainó la espada del Dardanio, regalo que no había sido ofrecido para estos usos... Dijo, y apoyando sus labios en el lecho exclama: "Moriré sin

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venganza, pero muramos. Así, así me es grato descender al reino de las sombras. Que el cruel Dardanio desde alta mar grabe en sus ojos este fuego y se lleve los presagios de mi muerte". Había dicho, y mientras se hacía tales reflexiones sus esclavas la ven desplomarse bajo el hierro, ven la espada espumeante de sangre y sus manos manchadas. Un clamor asciende hasta lo alto de los atrios; la Fama corre como una bacante a través de la impresionada ciudad... Dido, intentando levantar sus pesados ojos, de nuevo se desvaneció, y bajo su pecho la abierta herida produjo un sonido agudo. Por tres veces se levantó irguiéndose y apoyándose sobre el codo, tres veces volvió a caer revolcándose sobre el lecho y buscó con ojos errantes la luz en el alto cielo, y gimió habiéndola encontrado. Entonces Juno omnipotente compadeciéndose de su prolongado sufrimiento y de tan difícil agonía envió desde el Olimpo a Iris para que cortase aquella vida que se debatía y deshiciese las ataduras de sus miembros.

Virgilio,Eneida,IV,586-695

Sacrificio y juegos dedicados a Anquises "Nobles dardánidas, raza de la ilustre sangre de los dioses, recorridos ya los meses de su órbita, se cumple un año desde que sepultamos en tierra los restos y los huesos de mi divino padre y le consagramos fúnebres altares... Venid, pues, y ofrezcámosle todos un digno homenaje... Convocaré primero para los troyanos unas regatas con las rápidas naves, después los que tienen facultades para la carrera a pie, y los que confían en sus fuerzas, o son capaces de lograr la mejor marca con la jabalina o con las ligeras saetas, o se atreven a entablar combates con el duro cesto, que se presenten todos y aspiren a la recompensa de una merecida victoria.

Virgilio,Eneida,V,45-70 Desarrollo de la carrera pedestre Una vez que hubo dicho esto, ocupan sus puestos y, escuchada súbitamente la señal, abandonan la barrera y recorren ávidamente el espacio, desplegándose como una nube: todos mantienen sus ojos fijos en la línea de llegada. Se destaca el primero y se distingue a lo lejos por delante de todos los corredores a Niso, más ligero que los vientos y que las alas del rayo; próximo a él, pero próximo a gran distancia, sigue Salio; y después, dejado un espacio, viene el tercero Euríalo; a Euríalo le sigue Elimo; he aquí que a continuación a la zaga de éste vuela y le pisa ya casi los talones Diores echándose sobre su hombro; y si hubiese faltado mayor recorrido, deslizándose le hubiese adelantado y hubiese dejado indecisa la victoria. Y ya casi se aproximaban fatigados al final del trayecto y a la misma meta de llegada cuando Niso resbala infeliz en un pequeño charco de sangre que, derramada cuando por casualidad se habían sacrificado unos novillos, había humedecido el suelo y la verde hierba. Entonces el joven triunfante ya como vencedor no pudo afirmar en el suelo sus titubeantes pasos, sino que cayó hacia adelante en medio del inmundo fango y de la sangre sagrada. No se olvidó sin embargo de Euríalo, no se olvidó de sus amores; pues alzándose sobre el lado resbaladizo se puso delante de Salio y éste cayó rodando sobre la espesa arena; se adelanta rápidamente Euríalo y por un favor de su amigo se pone victorioso a la cabeza y vuela en medio de los aplausos y de una entusiasta ovación.

Virgilio,Eneida,V,315-338

Anquises se aparece y ordena la partida Animado por tales palabras de su anciano amigo, se encuentra entonces con el corazón repartido entre toda clase de preocupaciones. Y la noche negra arrastrada por su carro de dos caballos recorría ya la bóveda celeste: entonces le pareció que de súbito la imagen de su padre Anquises bajando del cielo le decía estas palabras: "Hijo, más querido para mí que la

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vida antes, cuando yo tenía una vida, hijo, puesto a prueba por los hados de Ilio, vengo aquí por orden de Júpiter, que apartó el fuego de las naves y por fin desde lo alto del cielo se ha compadecido de ti. Obedece los consejos que ahora te da el anciano Nautes, pues son los mejores; llévate a Italia un grupo de escogidos jóvenes, los corazones más valientes. En el Lacio has de vencer en guerra a un pueblo duro y de costumbres salvajes. Acércate sin embargo antes a las mansiones infernales de Plutón y a través de las profundidades del Averno procura encontrarte conmigo, hijo. Pues no se han apoderado de mí el impío Tártaro, ni las tristes sombras, sino que habito las agradables mansiones de los piadosos y el Elíseo. La casta Sibila te conducirá a este lugar cuando le hayas ofrecido abundante sangre de negras víctimas. Entonces conocerás toda tu descendencia y qué murallas te están destinadas. Y ya adiós.

Virgilio,Eneida,V,719-738

La Sibila indica cómo bajar a los Infiernos "Nacido de la sangre de los dioses, troyano hijo de Anquises, el descenso al Averno es fácil: la puerta al negro Plutón permanece abierta día y noche; pero volver atrás y salir de nuevo a las brisas terrestres, eso es lo difícil, esa es una dura prueba... Escucha que es lo primero que debes hacer. En un árbol frondoso se oculta un ramo cuyas hojas y flexible tallo son de oro, que dicen está consagrado a la Juno infernal; todo un bosque le protege y lo encierra las sombras de un oscuro valle. Pero no se permite descender a nadie a las profundidades de la tierra sin haber arrancado del árbol la rama de dorada cabellera. La hermosa Prosérpina ha decidido que se le lleve como presente... Además yace sin vida el cuerpo de un amigo tuyo (ay, tú no lo sabes) y contamina con su cadáver toda la flota mientras tú consultas los oráculos y te detienes en mi umbral. Deposita antes a éste en la morada que le corresponde y enciérralo en un sepulcro. Sacrifícale negras ovejas; que éstas sean tus primeras ofrendas. Y así por fin verás los bosques del Estige y los reinos intransitables para los vivientes".

Virgilio,Eneida,VI,125-155

Encuentro con Dido en los infiernos Entre éstas la cartaginesa Dido con la herida aún reciente erraba en medio de un gran bosque. Tan pronto como el héroe troyano estuvo junto a ella y la reconoció en la oscuridad de las sombras, como el que en los comienzos del mes ve o cree haber visto surgir la luna entre las nubes, estalló en llanto y le habló con dulce voz de enamorado: ... Con estas palabras trataba Eneas de calmar su alma enfurecida que le lanzaba torvas miradas y de provocar sus lágrimas. Ella con la cabeza vuelta mantenía sus ojos clavados en el suelo y su rostro no se conmovía con ese intento de conversación más que si fuese duro sílex o un bloque de mármol de Marpeso. por fin comenzó a andar precipitadamente y huyó hostil al interior de un bosque sombrío donde su primer esposo Siqueo comparte sus cuidados y corresponde a su amor.

Virgilio,Eneida,VI,450-474

Anquises habla de Roma y de los romanos "Ea, ahora te explicaré qué gloria ha de seguir en el futuro a la descendencia de Dárdano, qué descendientes de la raza Ítala te aguardan, y las almas ilustres que tomarán nuestro nombre y te mostraré tus propios destinos. Aquel que, ves, se apoya en una jabalina sin hierro, ocupa por designación de la suerte los lugares próximos a la luz y saldrá el primero a las brisas etéreas mezclándose con sangre ítala. Es Silvio, nombre Albano, descendencia postrera que te dará tardíamente, cuando seas anciano, en una floresta tu esposa Lavinia, rey y padre de reyes, a partir del cual nuestra estirpe dominará en Alba Longa. Cerca de él está Procas, gloria de la raza troyana, y Capis y Numitor y el que con su nombre te recordará, Silvio Eneas, igualmente ilustre por su piedad y por sus armas, si es que alguna vez llega a ocupar

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el reinado de Alba... Vuelve ahora hacia aquí tus ojos, ira a este pueblo, tus romanos. Aquí está César y toda la descendencia de Iulo que irá bajo la gran bóveda del cielo. Aquí, aquí está el héroe que muchas veces has oído que se te prometía, César Augusto, descendiente de un dios, el cual establecerá de nuevo en los campos del Lacio, sobre en los que otro tiempo reinó Saturno, la edad de oro y extenderá su imperio más allá de los Garamantes y los Indos, donde la tierra se extiende fuera de la influencia de las constelaciones y de los caminos del año y del sol, donde Atlante, el que sostiene el cielo, hace girar sobre sus hombros la bóveda celeste salpicada de brillantes estrellas.

Virgilio,Eneida,VI,756-797

Encuentro con Marcelo Entonces el venerable Anquises, derramando lágrimas, le respondió: "Hijo, no intentes conocer el inmenso dolor de los tuyos; a éste los destinos solamente lo mostrarán a las tierras y no permitirán que viva más. La raza romana, dioses del Olimpo, os hubiese parecido excesivamente poderosa si hubiésemos podido conservar este don. ¡Cuán grandes gemidos de los varones hará llegar el famoso campo de Marte a la gran ciudad de Marte!, o, ¡qué funerales contemplarás, Tiberino, cuando fluyas por delante de su reciente tumba! Ningún joven de la raza ilíaca llevará más lejos las esperanzas de sus antepasados latinos; ni la tierra de Roma se vanagloriará nunca tanto por haber alimentado a nadie. ¡Ay, piedad, ay, antiguo honor, ay, diestra invencible en la guerra! Nadie hubiese salido impunemente al encuentro de sus armas, ya avánzase contra el enemigo a pie, ya hiriese con sus talones los ijares de su espumeante caballo. ¡Ay, desgraciado niño! ¡Si de algún modo pudieses romper tu destino! Tú serás Marcelo.

Virgilio,Eneida,VI,867-883

Lavinia, prometida a Turno Por voluntad de los dioses, Latino no tuvo ningún hijo varón; el que nació le fue arrebatado en la primera juventud. Una única hija, ya madura para el matrimonio, y de edad plenamente casadera, era la heredera de su casa y de tan vastos dominios. Muchos del gran Lacio y de la Ausonia toda la pretendían; la pretende Turno, el más hermoso de todos, poderoso por sus abuelos y antepasados, al que la esposa del rey con extraordinario afán mostraba prisa en tomar por yerno; pero sucesos extraños provocados por los dioses se oponían con presagios amenazadores de distinta suerte.

Virgilio,Eneida,VII,50-58

Iulo da la señal: están en la tierra prometida "Ay, hemos comido también las mesas", dijo Iulo riendo, y no añadió más. Estas palabras tan pronto como fueron escuchadas pusieron fin a las preocupaciones y el padre las recogió ávidamente de labios del hijo y atónito ante la manifestación de la divinidad las guardó en su interior. Enseguida dijo: "Salve, tierra a mí destinada por los hados, salve también vosotros, fieles Penates de Troya: aquí está nuestra morada, ésta es nuestra patria. Pues mi padre Anquises, (ahora recuerdo) me reveló así los misterios de los hados: "Cuando después de llegar a una playa desconocida, hijo, una vez que hayáis agotado los manjares, el hambre te obligue a consumir las mesas, acuérdate entonces de esperar en tu fatiga una morada y de establecer allí con tu mano los cimientos de una ciudad y de fortificarla con un muro."

Virgilio,Eneida,VII,116-127

Lavinia, prometida de Eneas Por fin, mostrando alegría dijo: "¡Que los dioses secunden nuestras empresas y sus propios presagios! Se te dará, troyano, lo que deseas; no desprecio tus presentes. Mientras Latino sea

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rey, no os faltará la fecundidad de un rico campo ni la opulencia de Troya. Que Eneas mismo, si tan gran deseo tiene de conocernos y si tiene prisa por unirse en hospitalidad y por ser llamado nuestro aliado, venga y no tema nuestros rostros amigos. Una parte de la paz será para mí el estrechar la mano de vuestro jefe. Vosotros ahora por vuestra parte, llevad al rey mi mensaje. Tengo una hija, a la que los oráculos obtenidos del santuario de mi padre y numerosos presagios recibidos del cielo no me permiten unir a un esposo de nuestro pueblo; me vaticinan que de costas extranjeras vendrá un yerno (este destino está reservado al Lacio) que con su sangre levantará nuestro nombre hasta las estrellas. Yo creo que él es el que señalan los hados y, si mi mente me augura la verdad, lo deseo".

Virgilio,Eneida,VII,259-273 Ira de Turno: comienza la enemistad y la guerra Un gran temor interrumpió su sueño y el sudor brotando de todo su cuerpo bañó sus huesos y sus miembros. Fuera de sí pide a gritos las armas y busca armas en su lecho y en toda la mansión: se desencadena en él el deseo de la espada y el criminal frenesí de la guerra, y además la cólera... Comunica, pues, a los jefes de su ejército que por haber sido traicionada la paz es preciso marchar contra el rey Latino y ordena que se preparen las armas, que Italia sea defendida y expulsar de las fronteras al enemigo; dice que él se basta para enfrentarse a ambos, a los Teucros y a los Latinos.

Virgilio,Eneida,VII,458-470

Venus pide a Vulcano que le haga armas para su hijo La noche corre y abraza la tierra con sus sombrías alas. Su madre Venus, asustada no en vano en su ánimo por las amenazas de los laurentes y conmovida ,por tan terrible guerra, habla a Vulcano y se insinúa así en el dorado lecho de su esposo y con sus palabras le inspira un divino amor: ... Había dicho la diosa, y al verlo vacilante, echando sus níveos brazos en torno a su cuello lo acarició con suave abrazo. De súbito él recibe la acostumbrada llama y un calor conocido penetra en sus entrañas y corre por sus huesos quebrantados.

Virgilio,Eneida,VIII,369-390 Venus entrega las armas hechas por Vulcano a Eneas y él las contempla, sobre todo el escudo finamente labrado Él, satisfecho por los regalos de la diosa y por tan gran honor, no pudo dejar de contemplarlos y pasea sus miradas por cada una de las armas y observándolas con admiración, hacía girar en torno a sus manos y sus brazos el terrible casco con penacho que despedía amenazadoras llamas, la espada portadora del hado, la rígida coraza de bronce, roja como la sangre, enorme, como cuando una grisácea nube se enciende con los rayos del sol y resplandece a lo lejos; las flexibles grebas de electro y oro dos veces fundido, la jabalina, y los indescriptibles relieves del escudo. Allí, el señor del fuego, conocedor de las profecías de los adivinos y sabedor del provenir, había cincelado las hazañas ítalas y los triunfos de los romanos; allí todo el linaje de la futura estirpe de Ascanio, y sus guerras en el orden en que se había llevado a cabo; había cincelado también, tendida en la verde gruta de Marte, a la loba recién parida y, jugando en torno a ella, a los dos niños gemelos, pendientes de sus ubres, y lamiendo impávidos a su madre, y a ésta con su redondo cuello inclinado acariciando ora al uno ora al otro, y moldeando sus cuerpos con su lengua. Y no lejos de allí había añadido a Roma y a las sabinas arrebatadas de la gradería contra todo derecho de gentes durante la celebración de los grandes juegos circenses, y la nueva guerra que repentinamente había surgido entre las huestes de Rómulo y el anciano Tacio y los austeros ciudadanos de Cures. A continuación los reyes mismos, abandonada de

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mutuo acuerdo la lucha, permanecían de pie armados y con las páteras en la mano ante el altar de Júpiter y después de sacrificar una cerda concertaban un tratado. Cerca, rápidas cuádrigas lanzadas en diversas direcciones despedazaban a Mecio (¡Que no le mantuvieses fiel a tu palabra, Albano!), y Tulo se llevaba las vísceras del embustero varón a través del bosque y las zarzas bañadas por su sangre se humedecían. También Porsena daba orden a los romanos de recibir a Tarquinio expulsado por ellos de su reino y acosaba a la ciudad con temible asedio; los de Eneas corrían a las armas en favor de la libertad. Podías ver a aquel con actitud indignada y amenazadora porque Cocles se había atrevido a arrancar el puente y Clelia después de haber roto las cadenas, atravesaba a nado el río. En lo alto del escudo estaba Manlio, guardián de la fortaleza de Tarpeya, en pie delante del templo y ocupaba la cima del Capitolio, y el palacio real de Rómulo, aún reciente, mostraba su techumbre de paja. Y ahí un ganso de plata, revoloteando por los dorados pórticos, anunciaba con su canto que los galos se acercaban a las puertas. Los galos se aproximaban deslizándose entre los matorrales y, protegidos por las tinieblas y el favor de la oscura noche, intentaban apoderarse de la ciudad: sus cabellos son dorados y dorados sus vestidos, sus listados capotes resplandecen, sus cuellos blancos como la leche están rodeados de oro y protegiendo sus cuerpos con largos escudos cada uno de ellos blande en su mano dos dardos alpinos. Aquí había modelado las danzas de los salios y a los desnudos lupercos, los casquetes de lana y los escudos caídos del cielo; las castas matronas conducían los objetos sagrados en ágiles carrozas a través de la ciudad. Lejos de aquí también añade las mansiones del Tártaro, entradas profundas de Plutón, y los castigos de los delitos, y a ti, Catilina, suspendido de una amenazadora roca, mostrando horror ante los rostros de las Furias, y a los piadosos, alejados. y a Catón, dictándoles leyes. En el centro se perdía de vista la imagen dorada del ancho mar, pero las aguas azuladas se cubrían con la espuma de blancas olas y en torno a ellas, blancos delfines de plata, describiendo un círculo, barrían las aguas con sus colas y hendían la superficie. En medio de éstos se podían ver broncíneas naves, el combate de Accio, y se veía que, dispuesto Marte, toda la Leúcate hervía y que el oleaje despedía un brillo de oro. de un lado, empujando al combate a los ítalos, en pie en lo alto de la popa, estaba César Augusto con los senadores y el pueblo, y los Penates y las grandes divinidades; sus sienes vomitan alegres dos llamas y sobre su cabeza se distingue el astro de su padre. En otro lugar, Agripa, desde arriba, conduce, secundado por los vientos y los dioses, un ejército; en sus sienes resplandece una corona naval adornada con espolones, insigne distinción de la guerra. Del otro, Antonio con sus fuerzas bárbaras y con variadas armas regresando vencedor de los pueblos de la Aurora y del rojizo litoral, trae consigo Egipto y las fuerzas de Oriente y a la alejada Bactra, y le sigue (oh, vergüenza) su egipcia esposa. Todos corrían a una y toda la superficie del mar agitada por los remos que los remos atraían hacia sí y por los espolones de tres dientes se llenaba de espuma. Se dirigen a alta mar, se podría pensar que las Cícladas desprendidas atravesaban a nado el oleaje y que altos montes chocaban con otros montes: con tan enorme masa atacan los hombres desde las popas sembradas de torres. estopa inflamada es lanzada por las manos, las armas hacen volar el hierro, y los campos de Neptuno se enrojecen con una mortandad nueva. en el centro la reina convoca a sus ejércitos con el sistro patrio y no ve todavía a su espalda las dos serpientes. Las monstruosas divinidades del Nilo y el ladrador Anubis, empuñaban las armas contra Neptuno y Venus y contra Minerva. En medio del combate, Marte, cincelado en hierro, se enfurece y descienden del cielo las funestas Furias y la alegre Discordia con su manto rasgado y en pos de ella Belona con ensangrentado látigo. Al verlas Apolo de Accio, tiende su arco desde lo alto: ante este terror todo Egipto y los Indos, toda la Arabia y todos los Sabeos volvían la espalda. Se veía a la misma reina, después de invocar a los vientos, desplegando las velas y aflojando ya, ya casi, las cuerdas. El dios dueño del fuego la había representado pálida por la muerte que le iba a sobrevenir, llevada por las olas y por el Yápige en medio de la matanza y enfrente al Nilo de

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gigantesco curso entristecido abriendo los pliegues de su toga y con todo su vestido desplegado llamando a su azulado regazo y a sus oscuras ondas a los vencidos. César transportado en triple triunfo en torno a los muros romanos consagraba a los dioses ítalos trescientos enormes templos, ofrenda inmortal, en toda la ciudad. Los caminos trepidaban de alegría, de juegos y de aplausos; en todos los templos hay un coro de madres, en todos los altares; ante los altares los novillos sacrificados cubren la tierra. Él mismo, sentado en el níveo umbral del resplandeciente Febo, reconoce los presentes de los pueblos y los cuelga de las soberbias puertas; los países vencidos avanzan formando una larga fila tan distintos por el aspecto de sus vestidos y por sus armas como por sus lenguas. Aquí había modelado Múlciber la raza de los Nómadas y a los africanos disceñidos, en otra parte a los Léleges y a los Carios y a los Gelonos armados con flechas; avanzaban el Eúfrates con sus olas ya más apaciguadas y los Morinos que ocupaban lo último del mundo y el bicorne Rin y los indomables Dahes y el Araxes indignado con su puente. Tales acontecimientos contempla Eneas sobre la superficie del escudo de Vulcano, regalo de su madre, e ignorante de los acontecimientos se alegra con aquella representación, levantando sobre su hombro la gloria y los destinos de sus descendientes.

Virgilio,Eneida,VIII,617-731

Asamblea de dioses Entretanto, se abren las puertas del omnipotente Olimpo, y el padre de los dioses y rey de los hombres convoca una asamblea en su sideral mansión, desde cuya altura contempla todas las tierras, el campamento de los Dardánidas y los pueblos latinos. Se sientan los dioses en el palacio abierto de par en par y él mismo comienza a hablar: "Poderosos habitantes del cielo, ¿por qué habéis cambiado de idea y combatís con ánimos tan encarnizados? Yo había prohibido que Italia entrase en guerra con los Teucros...". Esto dijo Júpiter con pocas palabras; pero la dorada Venus le respondió más largamente: "Oh, padre, eterno poder que gobierna a los hombres y el mundo (pues ¿qué otra cosa hay que podamos ya implorar?), ¿ves cómo nos escarnecen los Rútulos y cómo Turno a lomos de sus extraordinarios caballos se pasea por entre ellos y corre ensoberbecido por el favor de Marte?... Si los troyanos se han dirigido a Italia sin tu aprobación y contra tu voluntad, que expíen su pecado y no les proporciones ninguna ayuda; pero si lo hicieron siguiendo tantos vaticinios como les enviaban los dioses Superiores y los Manes, ¿por qué ahora alguien puede trastocar tus órdenes o establecer nuevos destinos?...". Entonces la regia Juno movida por un gran furor dijo: "¿Por qué me obligas a romper mi profundo silencio y a divulgar con mis palabras el dolor que he tratado de ocultar? ¿Quién de los dioses o de los hombres obligó a Eneas a emprender la guerra o a enfrentarse como enemigo al rey Latino?... Tú puedes sustraer a Eneas de entre las manos de los griegos y ofrecer en lugar del héroe una niebla y vacíos vientos, y puedes convertir las naves en otras tantas ninfas: ¿es un crimen que frente a esto nosotros proporcionemos alguna ayuda a los Rútulos?...". Con estas palabras hablaba Juno y todos los habitantes del cielo murmuraban manifestando sentimientos diversos,... Entonces el Padre omnipotente, soberano dueño de las cosas, toma la palabra (mientras él habla la elevada mansión de los dioses permanece silenciosa y, en el fondo, la tierra se estremece, el alto éter guarda silencio, los céfiros se aplacaron y el mar abate sus olas plácidamente): "Recoged y grabad, pues, en vuestros ánimos lo que voy a decir. Puesto que no es posible que los Ausonios se unan mediante un pacto con los Teucros y vuestra discordia no tiene fin, yo no manifestaré ninguna preferencia con respecto a la suerte que sobrevenga hoy a cada uno de los dos pueblos o a la esperanza que cada uno de ellos abrigue, sea troyano o rútulo, ya se vea sitiado el campamento porque así lo quieren los

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destinos de los ítalos, o por un mal error de Troya, o debido a funestos avisos. Y no excluyo a los Rútulos: que cada uno sufra la suerte y los sufrimientos que se hayan procurado; el rey Júpiter será el mismo pata todos. Los destinos encontrarán su camino". Lo afirmó por las aguas de su hermano del Estige y por el ardiente río de pez y negro torbellino, y con el movimiento de su cabeza se estremeció todo el Olimpo. Estas fueron sus últimas palabras. Entonces Júpiter se levanta de su dorado trono y los celícolas rodeándole le acompañan hasta el umbral.

Virgilio,Eneida,X,1-117

Combate final: Turno es vencido y muerto Mientras él vacila, Eneas blande el dardo fatal, buscando con sus ojos un lugar favorable, y lo lanza desde lejos con toda la fuerza de su cuerpo: Nunca vibran así las piedras lanzadas por una máquina de guerra, ni saltan los rayos con tan fuerte crepitar. La jabalina vuela, como un negro torbellino, llevando una terrible muerte y abre los bordes de la coraza y los bordes del escudo de siete láminas. Silbando le atraviesa el centro del muslo. Turno, golpeado, doblando la rodilla, cae a tierra, enorme... Él , en tierra, tendiendo suplicante los ojos y su diestra implorante, dice: Ciertamente lo he merecido, y no suplico... Venciste y los Ausonios me han visto tender las manos vencido; Lavinia es tu esposa; no lleves más lejos tu odio". Eneas. haciendo girar sus ojos, se mantiene erguido, duro bajo sus armas, y contiene su diestra; y ya, ya vacilaba cada vez más, y las palabras del joven habían comenzado a doblegarle, cuando sobre los hombros de Turno aparecen el tahalí y el brillante cinturón de conocidos clavos de Palante, a quien Turno había derribado vencido por una herida y cuyas insignias enemigas llevaba sobre los hombros. Eneas, cuando clavó los ojos en aquel monumento de su cruel dolor y en los despojos, encendido por la furia y terrible de cólera, dice: "¿Vas a escapar de mí tú, recubierto con los despojos de los míos? Palante, Palante te inmola con esta herida y toma venganza en tu sombra criminal". Y diciendo esto, clava ardiente su espada en el pecho de su enemigo. Los miembros de Turno se relajan con el frío de la muerte, y su alma indignada huye con un gemido al reino de las sombras.

Virgilio,Eneida,XII,919-952

OVIDIO: LAS METAMORFOSIS LIBRO III

Acteón (vs.131-252) En medio de tantas prosperidades fue un nieto tuyo, Cadmo, tu primer motivo de dolor, y unos cuernos postizos añadidos a su frente, y también vosotros, perros que os saciasteis de la sangre de vuestro dueño. Y sin embargo, si bien se mira, se encontrará en él una falta de la Fortuna y no un crimen; pues ¿qué crimen podía haber en un error? Había una montaña teñida en sangre de fieras de muchas clases; y ya el día encontrándose en su mitad había reducido las sombras de los objetos, y el sol distaba por igual de ambos extremos de su carrera, cuando el joven hiantio se dirige con estas amistosas palabras a sus camaradas de fatigas, que recorrían las apartadas breñas: "Las redes y el hierro, compañeros, están empapadas en sangre de fieras, y el día ha sido bastante afortunado; cuando la venidera Aurora, transportada por sus ruedas azafranadas, nos traiga la luz, volveremos a emprender la tarea a que nos consagramos; ahora Febo dista igual de ambas tierras y con sus ardores resquebraja los campos. Haced alto en vuestra tarea de este momento y retirad las nudosas cuerdas. Los hombres ejecutan sus órdenes e interrumpen sus trabajos. Había un valle cuajado de pinos y de puntiagudos cipreses…, consagrado a Diana, la de corto

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vestido, y en cuyo más apartado rincón hay una gruta, rodeada de selva y en la que nada es obra del arte; la naturaleza con sus propias habilidades había imitado al arte; y así, con piedra pómez viva y con ligeras tobas había trazado un arco natural. A la derecha murmura un manantial de delgada y límpida corriente y rodeado, en su amplia salida, de orillas herbosas. Aquí solía la diosa de las selvas, cuando estaba fatigada de la caza, bañar en el cristalino líquido sus miembros virginales. Cuando llegó, entregó a una de sus ninfas, que cuidaba de sus armas, la jabalina, la aljaba y el arco destensado; otra recogió en los brazos el vestido que la diosa se ha quitado; otras dos le desatan el calzado; y, mas diestra que aquellas, la Isménide Crócale reúne en un moño los cabellos que caían sueltos por el cuello de la diosa, bien que ella misma los llevaba flotantes... Y mientras allí se baña la Titania en sus aguas acostumbradas, he aquí que el nieto de Cadmo, después de suspender sus trabajos, y errando a la ventura por un bosque que no conoce, llega a aquella espesura; pues los hados lo llevaban. Tan pronto como penetró en la gruta que destilaba la humedad del manantial, las ninfas, al ver a un hombre, desnudas como estaban, se golpearon los pechos, llenaron de repentinos alaridos todo el bosque, y rodeando entre ellas a Diana la ocultaron con sus cuerpos; pero la diosa es más alta que ellas y les saca a todas la cabeza. El color que suelen tener las nubes cuando las hiere el sol de frente, o la aurora arrebolada, es el que tenía Diana al sentirse vista sin ropa. Aunque a su alrededor se apiñaba la multitud de sus compañeras, todavía se apartó ella a un lado, volvió atrás la cabeza, y, como hubiera querido tener a mano sus flechas, echó mano a lo que tenía, al agua, regó con ella el rostro del hombre, y derramando sobre sus cabellos el líquido vengador, pronunció además estas palabras que anunciaban la inminente catástrofe: "Ahora te está permitido contar que me has visto desnuda, sí es que puedes contarlo". Y sin más amenazas, le pone en la cabeza que chorreaba unos cuernos de longevo ciervo, le prolonga el cuello, hace terminar en punta por arriba sus orejas, cambia en pies sus manos, en largas patas sus brazos, y cubre su cuerpo de una piel moteada. Añade también un carácter miedoso; huye el héroe hijo de Autónoe, y en su misma carrera se asombra de verse tan veloz. Y cuando vio en el agua su cara y sus cuernos, "¡Desgraciado de mí!" iba a decir, pero ninguna palabra salió; dio un gemido, y ése fue su lenguaje; unas lágrimas corrieron por un rostro que no era el suyo, y sólo su primitiva inteligencia le quedó. ¿Qué podría hacer? ¿Volver a casa, a la mansión real, o esconderse en las selvas? La vergüenza le impide esto, el temor aquello. Mientras vacila, lo han visto los perros... Enseguida se precipitan otros con más presteza que la rápida brisa... Toda la jauría le persigue, ansiosa de botín, por rocas y peñascos, por riscos inaccesibles, por donde el camino es difícil. por donde no existe camino. Huye él a través de parajes por los cuales muchas veces había él perseguido, ¡ay! huye de sus propios servidores. Anhelaba gritar: "Yo soy Acteón, reconoced a vuestro dueño". Pero las palabras no acuden a su deseo; atruenan el aire los ladridos... Mientras ellos sujetan a su dueño, se congregan los demás de la tropa y juntan sus dientes en aquel cuerpo. No hay ya espacio que herir; gime él, y su voz, aunque no es de hombre, no podría tampoco emitiría un ciervo, y colma de lúgubres lamentos las alturas que le son tan conocidas; y con las rodillas contra el suelo, en actitud suplicante y como si algo pidiera, mueve a un lado y otro el rostro, como si alargara sus brazos. Pero sus compañeros, que nada saben, azuzan con sus habituales gritos al arrebatado tropel, buscan con los ojos a Acteón, y a porfía gritan "Acteón", como si estuviera ausente, al oír su nombre vuelve él la cabeza , y se lamentan de su ausencia y de que por desidia no asista al espectáculo de la presa que se les ha presentado. El bien quisiera estar ausente, pero está presente; y quisiera ver, pero no notar además las salvajes hazañas de sus propios perros. Por todas partes le acosan, y con los hocicos hundidos en su cuerpo despedazan a su dueño bajo la apariencia de un engañoso ciervo. Y dicen que no se sació la cólera de Diana, la de la aljaba, hasta que acabó aquella vida víctima de heridas innumerables.

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LIBRO IV Píramo y Tisbe (vs.53-166) Píramo y Tisbe, el uno el más bello de los jóvenes, la otra sobresaliente entre las muchachas que tenía el Oriente, ocupaban dos casas contiguas, allí donde se dice que Semiramis ciñó de muros de tierra cocida su elevada ciudad. La vecindad les hizo conocerse y dar los primeros pasos; con el tiempo creció el amor; ellos habrían querido celebrar la legítima unión de la antorcha nupcial, pero se opusieron los padres; mas, y a eso no podían oponerse, por igual ardían ambos con cautivos corazones. Ningún confidente hay entre ellos, por señas, por gestos se hablan, y cuanto más ocultan el fuego, más se enardece el fuego oculto. La pared medianera de ambas casas estaba hendida por una delgada grieta que se había producido antaño, durante su construcción. El defecto, que nadie había observado a lo largo de los siglos, ¿qué no notará el amor?, vosotros, amantes, fuisteis los primeros en verlo, y lo hicisteis camino de vuestra voz; y así solían pasar seguras a su través, y en tenue cuchicheo, vuestras ternezas. Muchas veces, cuando de una parte estaba Tisbe y de la otra Píramo, y habían ellos percibido mutuamente la respiración de sus bocas, decían: "Pared envidiosa, ¿por qué te alzas como obstáculo entre dos amantes? ¿Qué te costaba permitirnos unir por entero nuestros cuerpos, o, si eso es demasiado, ofrecer al menos una abertura para nuestros besos? Pero no somos ingratos; confesamos que te debemos el que se haya dado a nuestras palabras paso hasta los oídos amigos." Y después de hablar así en vano y separados como estaban, al llegar la noche se dijeron adiós, y dio cada uno a su parte besos que no llegaron al otro lado. La aurora siguiente había ahuyentado las nocturnas luminarias, y el sol había secado con sus rayos las hierbas cubiertas de escarcha; se reunieron en el lugar de costumbre. Y entonces, después de muchos lamentos murmurados en voz baja, acuerdan hacer en el silencio de la noche la tentativa de engañar a sus guardianes y salir de sus puertas, y, una vez que estén fuera de sus hogares, abandonar también los edificios de la ciudad; y, para evitar el riesgo de extraviarse en su marcha por los anchos campos, reunirse junto al sepulcro de Nino y ocultarse a la sombra del árbol. Un árbol había allí, cuajado de frutos blancos como la nieve, un erguido moral, situado en las proximidades de un frío manantial. Este plan adoptan; y la luz del día, que les pareció tardar en alejarse, se arroja a las aguas, y de las mismas aguas sale la noche. Hábilmente en medio de las tinieblas hace Tisbe girar la puerta en su quicio, sale, engaña a los suyos, con la cara tapada llega a la tumba, y se sienta bajo el árbol convenido; el amor la hacía atrevida. He aquí que llega una leona con el hocico espumeante embadurnado de sangre de unos bueyes que acaba de matar, y con la intención de apagar su sed en las aguas de la vecina fuente. La babilonia Tisbe la vio de lejos, a los rayos de la luna. y con pasos asustados huyó a una oscura cueva; y al huir, cayó de su espalda un velo que dejó abandonado. Una vez que la feroz leona hubo aplacado con abundante agua su sed, al volver al bosque se encontró el tenue velo sin su dueña, y con su boca ensangrentada lo desgarró. Píramo salió más tarde, vio en el espeso polvo huellas seguras de una fiera, y palideció su semblante entero; pero cuando encontró también la prenda teñida en sangre, dijo: "Una sola noche acabará con los enamorados; de los dos, ella era la más digna de una larga vida, mientras que mi alma es culpable; yo he sido quien te he perdido, infortunada, yo que te he mandado venir de noche a un lugar terrorífico, y no he venido aquí el primero. Despedazad mi cuerpo y devorada a fieros mordiscos estas vísceras criminales, oh leones todos que habitáis bajo esta roca. Pero es de cobardes desear la muerte". Coge del suelo el velo de Tisbe, lo lleva consigo a la sombra del árbol de la cita, y después de dar lágrimas y besos a la conocida prenda, dice: "Recibe ahora también la bebida de mi sangre". Y hundió en sus ijares el hierro que llevaba al cinto, y sin tardanza se lo arrancó, moribundo ya, de la ardiente

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herida, quedando tendido en tierra boca arriba; la sangre salta a gran altura, no de otro modo que cuando en un tubo de plomo deteriorado se abre una hendidura, que por el estrecho agujero que suba lanza chorros de agua y rasga el aire con su persecución. Los frutos del árbol toman, por las cruentas salpicaduras, un tinte oscuro, y la raíz, humedecida en sangre, matiza de color de púrpura las moras que cuelgan. He aquí que, sin estar libre de miedo todavía, pero para no hacer defección a su amante, vuelve ella, busca al joven con los ojos y con el alma, y arde en deseos de contarle el enorme peligro de que se ha librado; y si bien reconoce el lugar y la forma del árbol que ha visto, con todo la hace dudar el color del fruto; quédase perpleja sobre si será el mismo árbol. Mientras vacila, ve que unos miembros temblorosos palpitan sobre el suelo ensangrentado; retrocedió, y con el semblante más pálido que el boj sufrió un estremecimiento semejante al del mar que susurra cuando una leve brisa roza su superficie. Mas una vez que, poco después, reconoció a su amor, se maltrata con sonoros golpes los brazos que no lo merecían, se arranca los cabellos, y abrazando el cuerpo amado inundó de lágrimas sus heridas y mezcló su llanto con la sangre; y estampando sus besos en el rostro helado gritó: "Píramo, ¿qué desventura me ha dejado sin ti? Píramo, respóndeme; es tu adorada Tisbe quien te llama; escúchame y yergue tu cabeza abatida". Al nombre de Tisbe levantó Píramo los ojos, sobre los que gravitaba ya la muerte, y después de verla a ella los volvió a cerrar. Cuando ella reconoció su prenda, y vio el marfil desprovisto de su espada, exclamó: "¡Tu propia mano te ha dado muerte y tu propio amor, infortunado! Para esto sólo tengo yo también una mano fuerte, y tengo también amor que me dará fuerzas para herirme, Iré tras de ti que ya has perecido, y de tu muerte se dirá que he sido yo trágica causa y compañera; y tú, a quien sólo la muerte ¡ay! podía arrancarme, ni aun la muerte podrá arrancarte de mí. Una cosa sin embargo os han de pedir las súplicas de los dos, oh infelicísimos padres mío y suyo, que a aquellos a quienes unió un fiel amor y la última hora, no les rehuséis ser sepultados en la misma tumba. Y tú, árbol que con tus ramas das sombra ahora al pobre cuerpo de uno sólo, pero pronto la darás a los de los dos, conserva las señales de nuestra ruina, y ten siempre frutos negros y propios para el luto, en memoria de nuestra doble sangre". Dijo, y colocando la punta de la espada bien por debajo de su pecho, se dejó caer sobre el hierro que aun estaba tibio de la otra sangre. Sus súplicas conmovieron a los dioses, conmovieron a los padres; pues el color del fruto, una vez que está bien maduro, es negruzco, y lo que resta de sus piras descansa en una única urna".

LIBRO VI Aracne (vs.1-145) La Tritonia había escuchado gustosamente estos relatos y… dirige su atención al destino de la meonia Aracne, de la que había oído que no se consideraba inferior a ella en los primores del arte de la lana No era Aracne ilustre por la posición ni prosapia de su familia, pero sí por su arte. Su padre, el colofonio Idmon, teñía la esponjosa lana con púrpura de la Focea; su madre había muerto, pero también ella había sido una mujer del pueblo y semejante a su marido. Aracne, sin embargo, se había ganado con su esfuerzo un nombre célebre en las ciudades lidias, aunque, nacida en una casa humilde, en la humilde Hipepas vivía. Para contemplar sus admirables trabajos muchas veces abandonaron las Ninfas los viñedos de su Timolo, abandonaron sus aguas las Ninfas del Pactolo y no sólo los vestidos ya hechos, sino que también era agradable ver cómo los hacia (tanta elegancia tenía su trabajo), lo mismo si con la lana aun en bruto formaba los primeros ovillos, que si entre los dedos oprimía el ma-terial y suavizaba las vedijas, semejantes a neblinas, haciéndolas ir y venir en largos recorridos, y lo mismo si con el ligero pulgar hacía dar vueltas al torneado huso, que si dibujaba con la aguja; bien se veía que Palas la había enseñado. Y sin embargo ella lo niega, y, disgustándole maestra tan excelsa, dice: "Que compita conmigo. Si me vence no me

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opondré a nada". Palas toma la figura de una vieja, se pone en las sienes falsas canas y sostiene además con un bastón sus miembros inseguros. A continuación empezó a hablar así: "No es despreciable todo lo que trae la edad avanzada; con los muchos años viene la experiencia. No desdeñes mi consejo. Aspira tú a una gloria que entre los mortales sea la máxima en el trabajo de la lana; pero declárate inferior a la diosa y con palabras suplicantes pide perdón, temeraria, por tus pretensiones. Si tú se lo pides, ella te otorgará su perdón". Aracne la mira ferozmente, abandona las hebras empezadas, y conteniendo apenas las manos y manifestando en su semblante su cólera, contesta a la enmascarada Palas con estas frases: "Privada de inteligencia vienes y agotada por larga vejez; mucho daña, en electo, vivir demasiado. Que oiga esas palabras tu nuera, si la tienes, o, si no la tienes, tu hija. Suficiente consejo tengo yo en mí misma, y no creas que has logrado nada con tus advertencias: mi actitud sigue siendo la misma. ¿Por qué no viene ella en persona? ¿Por qué rehusa esta competición?." Entonces dijo la diosa: "Ya ha venido", y apartó la figura de vieja y mostró a Palas. Adoran su divinidad las Ninfas y las mujeres migdónides: la joven Aracne es la única que no se asusta. Pero aun así enrojeció y un repentino rubor marcó a la fuerza su rostro y desapareció de nuevo, como suele el cielo ponerse de color púrpura cuando la Aurora comienza a moverse, y tras breve rato palidecer con la salida del sol. Ella persiste en su decisión y con ambición de una necia victoria se precipita a su perdición. Pues no rehusa la hija de Júpiter ni le hace más advertencias ni aplaza ya la competición. E inmediatamente colocan ambas en sitios distintos los dos telares y los tensan con fina urdimbre. La trama está sujeta al rodillo transversal, el peine separa unos de otros los hilos de la urdimbre, puntiagudas lanzaderas van haciendo pasar por medio la trama, que, desenvuelta por los dedos e introducida por entre los hilos de la urdimbre, es apisonada por los entallados dientes del peine contra el que golpea. Las dos se dan prisa, y con los vestidos recogidos junto al pecho mueven con destreza los brazos, y su ardor no les deja darse cuenta de la fatiga. Allí se tejen tanto la púrpura que ha conocido el caldero tirio, como los delicados matices que son apenas distintos, a la manera como suele el arco, que surge cuando la lluvia atraviesa los rayos del sol, teñir con su inmensa curvatura un largo trecho de cielo; en el cual arco, aunque brillan mil colores diversos, la transición misma, sin embargo, escapa a la mirada inquisitiva; hasta ese punto es lo mismo lo que toca, y sin embargo los extremos están bien diferenciados. Allí también se incrusta en los hilos flexibles oro y se desarrolla en el tejido una antigua historia. Palas borda en la ciudadela cecropia el peñasco de Marte y la vieja disputa sobre el nombre del país. Doce divinidades, con Júpiter en el centro, están sentadas con augusta majestad en altos sitiales; el aspecto de cada uno de los dioses lo señala entre los demás; la imagen de Júpiter es la propia del soberano. Palas hace que esté en pie el dios del piélago y que golpee las duras rocas con su largo tridente, y hace que de la herida de la roca, de su entraña brote un mar, prenda con la que se propone ganarse la ciudad. A sí misma se da un escudo, se da una lanza de aguda punta, se da un casco en la cabeza, se protege el pecho con la égida, y representa cómo la tierra, golpeada por la punta de su lanza, hace surgir una criatura vegetal, un olivo que blanquea, provisto de sus frutos, y cómo los dioses se admiran; una Victoria es el remate de la obra… La Meónide dibuja a Europa engañada por la apariencia de toro: se hubiera creído que era un verdadero toro, un mar verdadero. Europa parecía dirigir su mirada a la tierra que había dejado

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y llamar a sus compañeras y temer el contacto del agua que saltaba junto a ella y encoger los pies asustados. También hizo que Asterie estuviera sujeta por un águila que luchaba, hizo que Leda estuviera acostada bajo las alas de un cisne; añadió cómo… siendo de oro engañó a Dánae, siendo fuego a la Asópide, a Mnemósine como pastor… A todos éstos les asignó su propia figura, así como la figura de cada región… No podría Palas, no podría la Envidia poner reparos a aquella obra; a la varonil doncella rubia le dolió aquel éxito, y rompió aquellas ropas bordadas que eran cargos contra los dioses; y, conforme tenía en la mano una lanzadera procedente del monte de Citoro, golpeó tres o cuatro veces en la frente a la Idmonia Aracne. No lo resistió la infeliz y tuvo el coraje de atarse la garganta con un lazo. Colgaba ya cuando Palas, compadecida, la sostuvo, y le dijo así: "Vive, sí, pero cuelga, malvada; y que el mismo tipo de penalidad, para que no estés libre de angustia por el futuro, esté sentenciado para tu linaje incluso hasta tus remotos descendientes". Tras estas palabras se apartó y la regó con los jugos de una hierba de Hécate e inmediatamente sus cabellos, tocados por la droga siniestra, se consumieron, y al mismo tiempo la nariz y los ojos; la cabeza se le torna diminuta, y también es pequeña Aracne en el conjunto de su cuerpo; en el costado tiene incrustados, en lugar de piernas, unos dedos finísimos; lo demás lo ocupa el vientre, del que, a pesar de todo, hace ella brotar el hilo, y como araña trabaja sus antiguas telas.

LIBRO VIII Filemón y Baucis (vs,611-724) Inmenso es el poder del cielo y no tiene fin, y todo lo que los dioses quieren se realiza, y para que no dudes, en las lomas de Frigia hay una encina contigua a un tilo y rodeada de una pequeña cerca: yo mismo he visto el lugar; pues Piteo me envió a los campos de Pélope en los que en otro tiempo reinó su padre. No lejos de aquel lugar hay un marjal, tierra habitable otrora, pero ahora convertida en aguas frecuentadas por los… Allí se presentó Júpiter en figura mortal, y, acompañando a su padre, el Atlantiada portador del caduceo, que se había quitado las alas. A mil casas se dirigieron en busca de alojamiento para descansar; mil casas les fueron atrancadas con cerrojos; una en cambio los recibió, pequeña en verdad, cubierta de paja y de cañas del pantano, pero en ella la piadosa anciana Baucis y Filemón, de la misma edad, habían estado juntos en los años de la juventud, y en aquella cabaña envejecieron, e hicieron llevadera su pobreza confesándola y soportándola de buen grado; y sería inútil buscar allí señores o criados; la casa entera está constituida por dos, y son los mismos los que obedecen y los que mandan. Y así, cuando los celestes alcanzaron aquel humilde hogar, y pasaron, inclinando la cabeza, por la exigua puerta, el viejo les invitó a dar descanso a sus miembros preparándoles asiento; sobre éste extendió Baucis, solícita, una tosca funda, y apartando en el fogón la ceniza tibia, atiza el fuego de la víspera, lo alimenta con hojas y corteza seca, y con su soplo de anciana lo acrecienta hasta producir llamas, y bajando del tejado teas muy astilladas y ramitas secas, las desmenuzó y acercó a un pequeño caldero, y descabezó, despojándolo de las hojas, un repollo que su esposo había traído del bien regado huerto; él, con una horquilla de dos puntas, alcanzó en vilo un lomo ahumado de cerdo colgado de una viga ennegrecida, y corta un trocito de su curada y añeja carne, y una vez cortado lo cuece en el agua hirviente. Mientras tanto entretienen con su charla las horas que faltan y les impiden darse cuenta de la espera. Había allí una artesa de madera de haya, colgada de un clavo por su sólida asa: es llenada de agua tibia y recibe los miembros de los viajeros para tonificarlos; en el centro de la choza hay un colchón de blanda juncia sobre un lecho de armadura y patas de sauce . Lo cubren de ropas que no solían extender más que en días de fiesta, pero incluso esta ropa era mísera y vieja, no impropia de un lecho de sauce. Recostáronse los dioses. La anciana, temblorosa y con la ropa recogida, coloca la mesa, pero

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de las tres patas de la mesa una cojeaba: un tiesto la equilibró, y una vez que, calzado, eliminó la inclinación, unas matas de verde menta limpiaron la mesa ya nivelada. Es servido allí el fruto bicolor de la casta Minerva, y cerezas de cornejo del otoño cubiertas de líquidas heces de vino, y escarola y rábano y queso fresco y huevos ligeramente pasados por un rescoldo no muy fuerte, todo ello en cacharros de barro. Y después ponen un barreño cincelado en plata de la misma clase, y copas hechas de haya, embadurnadas de rubia cera por su parte cóncava; poco hubo que esperar hasta que el fuego del hogar les mandó la comida bien caliente, y se trajo un vino de no mucha antigüedad, el cual fue a continuación retirado por breve tiempo para ceder su lugar al segundo plato consistió éste en nueces, higos mezclados con arrugados dátiles, ciruelas, fragantes manzanas en anchos cestos, y uvas recogidas de un viñedo ya de color púrpura; en el centro hay un panal resplandeciente; a todo ello se añadían rostros amables y una buena voluntad que no era inútil ni pobre. Entretanto ven que el cratero del que tantas veces se había sacado licor se está volviendo a llenar por sí mismo, y que el vino sube de nivel por propia iniciativa Tanto Baucis como el medroso Filemón quedan espantados, atónitos ante lo inaudito del suceso, y con las manos levantadas pronuncian plegarias y piden perdón por la insignificancia de la colación y del servicio. Tenían un solo ganso, que era el guardián de la humildísima granja; se dispusieron sus dueños a sacrificárselo a los dioses que eran sus huéspedes; el animal, veloz por sus alas, cansa y burla durante largo tiempo a los ancianos, lentos por su edad, y al fin pareció que se refugiaba junto a los dioses mismos: los celestes prohibieron que se le matara. "Somos dioses, y esta comarca impía va a pagar el castigo que merece", dijeron; "a vosotros se os concederá quedar a salvo de esta catástrofe; abandonad al punto vuestra morada, seguid nuestros pasos y venid con nosotros a lo alto de la montaña". Obedecen ambos y, precedidos por los dioses, ayudan con sus bastones a sus miembros, y, despaciosos por sus ancianos años, se esfuerzan en avanzar por la interminable cuesta. Distaban de la cima tanto como puede alcanzar de una vez una flecha disparada: volvieron la mirada y advirtieron que todo había quedado sumergido bajo una laguna a excepción de su casa, que era lo único que estaba a salvo; y mientras se maravillan de aquello y lloran la destrucción de sus vecinos, aquella vieja choza, pequeña hasta para sus dos dueños, se convierte en un templo: el lugar de soportes ahorquillados vinieron a ocuparlo columnas, la cubierta de paja empieza a amarillear, y resulta un techo de oro, unas puertas esculpidas y un suelo recubierto de mármol. Entonces el Saturnio con plácido semblante pronunció estas palabras: "Decid, justo anciano y mujer digna de su justo esposo, qué es lo que deseáis". Filemón habló brevemente con Baucis, y a continuación manifestó a los celestes la unánime decisión de ambos: "Pedimos ser vuestros sacerdotes y guardar vuestro santuario, y, puesto que hemos pasado juntos y en paz nuestros años, que una misma hora nos lleve a los dos, que no vea yo nunca la tumba de mi esposa y que tampoco tenga ella que enterrarme a mí". La petición es atendida y realizada: fueron ellos la custodia del templo mientras se les dio vida; y ya exhaustos por los años de la ancianidad, encontrándose un día delante de la sagrada escalinata, hablando de sucesos que la ocasión les evocaba, vio Baucis que a Filemón le salían hojas y el viejo Filemón vio que le salían a Baucis. Y cuando la copa arbórea iba creciendo e invadiendo ya los dos rostros, se dirigían la palabra mutuamente mientras aún po-dían, y al mismo tiempo dijeron los dos "adiós, consorte" y al mismo tiempo la vegetal corteza cubrió e hizo desaparecer sus bocas. Todavía los nativos de Bitinia enseñan allí dos troncos vecinos que salen de un doble tocón.

LIBRO X Orfeo y Eurídice (vs.1-77) De allí se aleja el Himeneo, cubierto por azafranado manto, atravesando el cielo inmenso, y

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se dirige a la región de los Cícones, y en vano lo llama la voz de Orfeo. Presente estuvo, si, pero ni llevó allí palabras rituales ni rostro gozoso ni favorable presagio... El resultado fue aún más grave que el augurio: pues la recién casada, durante un paseo en el que iba acompañada por un tropel de Náyades, sucumbió de la mordedura de una serpiente en un tobillo. La lloró mucho el artista rodopeo en los aires de arriba, tras de lo cual, para no dejar de probar también con las sombras, se atrevió a descender a la Estige por la puerta del Ténaro, y, atravesando multitudes ingrávidas y espectros que habían recibido sepultura, se presentó ante Perséfone y ante el soberano que gobierna el repulsivo reino de las sombras, y pulsando las cuerdas en acompañamiento a su canto dijo así: "Oh divinidades del mundo situado bajo tierra, al que venimos a caer cuantos somos engendrados mortales, si es lícito y vosotros permitís que yo diga la verdad omitiendo los rodeos propios de una boca mentirosa, no he descendido aquí para ver el oscuro Tártaro, ni para encadenar las tres gargantas, provistas de culebras en vez de vello, del monstruo Meduseo; el motivo de mi viaje es mi esposa, en la que una víbora, al ser pisada, introdujo su veneno, y le arrebató sus años en crecímiento. Yo quise ser capaz de soportarlo, y no negaré que lo he intentado; el Amor ha vencido. Es un dios bien conocido en las regiones de arriba; yo no sé sí también lo es aquí, pero sospecho que sí lo es también, y si la fama del antiguo rapto no ha mentido, también a vosotros os unió el Amor. Por estos lugares llenos de espanto, por este inmenso Caos y por el silencio del vasto territorio yo os lo pido: volved a tejer el prematuro destino de Eurídice. Todos los seres os somos debidos, y tras breve demora, más tarde o más temprano, marchamos velozmente al mismo sitio. Aquí nos encaminamos todos, ésta es la última morada, y vosotros poseéis los más dilatados territorios habitados por la raza humana. También Eurídice será de vuestra propiedad cuando en sazón haya cumplido los años que le corresponden; os pido su disfrute como un obsequio; y si los hados niegan esta concesión para mi esposa, yo tengo tomada mi firme resolución de no volver: gozad con la muerte de los dos". Mientras él hablaba así y hacía vibrar las cuerdas acompañando a sus palabras, lo lloraban las almas sin sangre; Tántalo no trató de alcanzar el agua que se le escapaba, quedó paralizada la rueda de Ixión, las aves no hicieron presa en el hígado, y tú, Sísifo, te sentaste en tu peña. Entonces se dice que por primera vez las mejillas de las Euménides, subyugadas por el canto, se humedecieron de lágrimas, y ni la regia consorte ni el que gobierna los abismos fueron capaces de decir que no al suplicante, y llaman a Eurídice. Se encontraba ella entre las sombras recién llegadas, y avanzó con paso lento por la herida. El rodopio Orfeo la recibió, al mismo tiempo que la condición de no volver atrás los ojos hasta que hubiera salido de los valles de Averno; en otro caso quedaría anulada la gracia. Emprenden la marcha a través de parajes de silenciosa quietud y siguiendo una senda empinada, abrupta, oscura, preñada de negras tinieblas, y llegaron cerca del límite de la tierra de arriba. Allí, por temor a que ella desfalleciese, y ansioso de verla, volvió el enamorado los ojos, y en el acto ella cayó de nuevo al abismo. Y extendiendo ella los brazos y esforzándose por ser abrazada y por abrazar, no agarra la desventurada otra cosa que el aire que se le escapa, y al morir ya por segunda vez no profirió queja alguna de su esposo (¿pues de qué se iba a quejar sino de que la había amado?), y diciéndole un último adiós, que apenas pudieron percibir los oídos de Orfeo, descendió de nuevo al lugar de donde partiera. Con la doble muerte de su esposa quedó Orfeo no menos aturdido que el que vio asustado los tres cuellos del perro, de los cuales el central llevaba las cadenas… Suplicó Orfeo, y en vano quiso volver a pasar; el barquero lo rechazó, y aun así durante siete días permaneció él sentado en la orilla, desaliñado y ayuno del don de Ceres; la angustia y la pena de su alma y las lágrimas fueron su alimento.

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LUCANO: LAS FARSALIAS LIBRO I

[1-7] Cantamos las más que civiles guerras que ensangrentaron los campos de Emathia, la justicia convertida en crimen, el ataque que con diestra vencedora mano lanzó un pueblo po-deroso contra sus propias entrañas, encontrados ejércitos de la misma sangre, el combate de todas las fuerzas del mundo enfrentadas por una común maldad luego de rota la alianza del mando, el choque enconado de enseñas contra enseñas, águilas compañeras luchando cara a cara, y pilos amenazando a pilos. [183-204] Cuando llegó con su ejército a la ribera del pequeño Rubicón, apareciósele al general la visión gigantesca de la patria en peligro; mostrábase claramente visible en medio de la oscuridad nocturna, con el semblante tristísimo y dejando caer sus blancos cabellos en torno a la frente coronada de torres. Erguida en pie con los brazos desnudos y la cabellera revuelta, le dirigió estas palabras entremezcladas con sollozos: «¿A dónde pretendéis llegar? ¿A dónde lleváis mis enseñas, soldados? Si venís legítimamente como ciudadanos, hasta aquí es donde os está permitido llegar». Entonces un escalofrío sacudió los miembros del jefe, erizáronsele los cabellos, y un torpor que paralizó su marcha, le hizo detener el paso en la misma margen del río. Luego, al punto dijo: «Oh dios del trueno, que contemplas las murallas de la gran Roma desde lo alto de la roca Tarpeya, penates frigios de la familia Julia, secretos misterios del rapto de Quirino, Júpiter Latiar que moras en las alturas de Alba, sagrados fuegos de Vesta, y tú, Roma, comparable con la más alta de las divinidades, secundad mis proyectos; yo no te persigo con las armas de las Furias; aquí me tienes vencedor por tierra y por mar, a mí, César, siempre soldado tuyo, incluso ahora, con tal que me sea posible. Caiga, caiga la culpa en aquel que me convierta en tu enemigo.» Después, sin demorar más la guerra, hizo cruzar apresuradamente las enseñas a través de las crecidas aguas del río. [605-635] Mientras ellos recorren la extensa ciudad en largos circuitos, Arruns recoge los fuegos dispersos del rayo, los oculta bajo tierra musitando lúgubres palabras, y purifica aquellos lugares; luego aproximó a las aras la cerviz de un toro elegido para el sacrificio. Había ya comenzado a derramar el vino y a esparcir harina sagrada con la hoja de su cuchillo inclinado, pero la víctima se resistía por largo tiempo a un sacrificio desagradable, entonces los sacrificadores, en traje ritual, sujetaron sus cuernos salvajes, y, haciéndole doblar la rodilla, ofreció su cuello vencido. Mas no saltó la sangre como de costumbre, sino que de la extensa herida, en vez de una sangre roja, manó una negra podre. Palideció Arruns asombrado de este sacrificio funesto e inquirió de las entrañas arrancadas la cólera de los dioses. Ya el solo color de las mismas alarmó al arúspice, pues las vísceras pálidas, moteadas de manchas negras y bañadas de sangre coagulada, ofrecían un aspecto cárdeno con salpicaduras sanguinolentas. Observó el hígado empapado de pus y vio las venas amenazadoras en su parte hostil. La fibra del pulmón jadeante quedaba oculta y una pequeña membrana separaba las partes vitales. El corazón estaba inerte; las vísceras, a través de grietas abiertas, dejaban escapar sangraza y los intestinos mostraban sus repliegues transparentes. Pero he aquí que Arruns observa un prodigio indecible que jamás se presentó en las entrañas: sobre la protuberancia del hígado ha crecido la masa de otra protuberancia; una parte pende enfermiza y lánguida; otra parte lustrosa y fresca agita las venas con latido apresurado. Cuando de estos prodigios ha deducido el presagio de grandes males exclama: «Con dificultad puedo yo, ¡oh dioses supremos! revelar a los pueblos lo que vosotros maquináis; pues de este sacrificio a ti ofrecido, Júpiter, no he obtenido buenos presagios,

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antes bien, los dioses infernales se han manifestado en las entrañas del toro inmolado. Indecibles desastres tememos, pero la realidad sobrepasará aún nuestros temores. ¡Ojalá los dioses tornen favorables mis apreciaciones!

LIBRO II [198-209] La muerte violenta de tantos jóvenes a un mismo tiempo acaeció muchas veces por el hambre, por el furor de las olas, por un súbito derrumbamiento, por una pestilencia de la tierra o del aire o por un desastre en la guerra, pero jamás aconteció por castigo. Entre los es-cuadrones de hombres amontonados y las exangües catervas abocadas a la muerte apenas podían los vencedores mover los brazos; las víctimas caen a tierra sin que se haya apenas consumado su muerte y se desploman tambaleándoseles la nuca, pero el enorme hacinamiento los ahoga y los cadáveres terminan de rematar la matanza: los pesados y descabezados troncos aplastan a los cuerpos vivos. Impávido desde su elevado asiento contempla Sila indiferente tan enorme crimen; y no mostró pesadumbre por haber ordenado la matanza de tantos miles de infortunados.

LIBRO VI [507-569] Estos ritos criminales, estos encantamientos de una gente maldita, habíalos condenado la cruel Ericto como excesivamente piadosos y había aplicado su arte impura a nuevos ritos. Es para ella un sacrilegio, sin duda alguna, doblar su fúnebre cabeza bajo el techo de una ciudad o de unos lares; habita en tumbas abandonadas y ocupa los túmulos después de expulsar de ellos a las sombras, grata a los dioses del Erebo. Escuchar las asambleas de las almas silentes, conocer las moradas estigias y los arcanos del subterráneo reino de Dite no se lo impiden ni los dioses del cielo ni su vida mortal. Una horrible delgadez se extiende por el rostro de la sacrílega; su cara terrible, desconocida del cielo sereno, está marcada con la palidez estigia y sombreada por los cabellos en desorden; si un nimbo o pardos nubarrones ocultan los astros, entonces la maga tesálica sale de los sepulcros abandonados y capta los fulgores nocturnos. Por donde pasa deja abrasadas las simientes de una fecunda mies y con su aliento infecta las auras que no eran mortíferas. No ruega a los dioses del cielo, ni llama en su auxilio con fórmulas suplicantes a una divinidad, ni conoce las fibras propiciatorias; goza colocando sobre los altares antorchas funerarias y el incienso que arrebató a las hogueras sepulcrales. Ya a la primera voz de su plegaria los dioses le conceden todo lo ilícito y temen escuchar el segundo conjuro. Almas vivas y que todavía gobernaban a sus miembros, ella las encerró en la tumba y la muerte se acercó contra su voluntad a unos hados que le debían años; trastornando la ceremonia fúnebre hizo levantarse de sus tumbas a los muertos y los cadáveres abandonaron su lecho. Sustrae de en medio de las piras las cenizas humeantes y los huesos ardientes de jóvenes e incluso la misma antorcha que sostenían los padres; recoge los residuos del lecho sepulcral que vuelan en el negro humo, los vestidos que caen en cenizas y las brasas que conservan el olor de los miembros. Pero cuando los cuerpos son guardados en sepulcros de piedra donde se embebe el líquido interior y se endurecen, vaciada la médula putrescente, entonces se encrudelece ávidamente sobre todos los miembros, hunde las manos en sus ojos, goza sacándoles las heladas pupilas y roe las pálidas excrecencias de la mano desecada. Rompe con sus dientes el lazo y los nudos que dan la muerte, despedaza los cuerpos de los que han sido colgados, roe las cruces, arranca las vísceras batidas por los aguaceros y las médulas calcinadas por el sol que las penetra. Arranca el acero clavado en las manos, el oscuro pus que destila de los miembros putrefactos y la ponzoña cuajada; y si un nervio resiste a sus dientes se queda colgada de él.

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Si en la tierra desnuda yace cualquier cadáver, se coloca a su lado antes que las fieras y los pájaros y no quiere despedazar sus miembros con el hierro o con sus manos, sino que espera a que los lobos lo muerdan para arrebatarles la carne de su garganta reseca. Sus manos no se abstienen de dar muerte si tiene necesidad de sangre viva que brote por vez primera de un cuello abierto, ni evita dar muerte si los sacrificios exigen una sangre viva, y si los convites fúnebres reclaman vísceras palpitantes; así por la herida del vientre, no por donde la naturaleza reclamaba, extrae el fruto materno para colocarlo sobre ardientes altares; y cuantas veces son precisas sombras crueles y fuertes, ella misma se procura los manes: toda muerte humana entra en sus cálculos. Ella arranca de un cuerpo joven el vello de sus mejillas, ella, con su mano izquierda, corta la cabellera del efebo moribundo. Frecuentemente también en los funerales de un pariente la malvada tesalia se echó sobre sus miembros queridos y dán-dole un beso le truncó la cabeza, le abrió la boca oprimiéndole con sus dientes y, mordiéndole la lengua pegada a su seca garganta, lanza un murmullo sobre los labios helados y manda a las sombras estigias algún sacrílego arcano.