Escritos del beato Manuel Domingo y Sol I - Predicación ... · día 14), San Rufo, (Patrocinio de...
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Escritos del beato
Manuel Domingo y Sol
I - Predicación
Volumen 3.º: Fervorines
ROMA
2005
Notas previas a la nueva
transcripción
Al comienzo de cada uno de los documentos que
contiene este volumen se indica:
– la sección,
– el n.º del volumen,
– el n.º del documento,
– las páginas que comprende cada uno de ellos.
La utilización de esos cuatro elementos en las
citas facilitará al máximo la búsqueda y consulta
posterior.
(Ejemplo = Escritos: 12, vol. 3, doc. 22, pág.
61).
** Siglas utilizadas:
– el salto de página, concordando con los
originales, se señala con .
– entre «[ ]» se indica el texto incorporado,
que no está en el original.
Roma, 25 de enero de 1995
Advertencia a la
transcripción primera
Van incluidos en este tercer tomo de Autógrafos
ciento noventa y seis fervorines divididos en tres
partes, o sea, los dirigidos a Seminaristas, los
dirigidos a Religiosas y los que o lo fueron a
personas seglares o cuando menos por no llevar ni
directa ni indirectamente indicada la clase de
oyentes a quienes se predicaron ha parecido,
reunirlos en esta parte con el nombre de Fervorines
varios.
La estructura de todos ellos lo mismo que la de
los incluidos en el tomo anterior como dirigidos a
Operarios es siempre semejante, aun cuando varíen
los elementos de la composición. Lo mismo en los
apuntes suficientemente explanados que en las
líneas en que la prisa le hizo abreviar, se
advierten siempre tres partes: una idea, una
aplicación a la Eucaristía y una consecuencia
práctica. La idea la suele traer la festividad del
día, de un texto o de una circunstancia. La
aplicación eucarística viene seguida por modo tan
natural que, en boca de D. Manuel, la Eucaristía es
el verdadero Sol de la vida en cuyo centro
convergen como radios todas las cosas. Las
consecuencias son siempre peticiones y encargos de
las almas. Pide por sus colegios, por sus amigos,
por las necesidades generales no contentándose con
mostrar el Tesoro sino solicitando participación en
él como nos enseñó Jesucristo a hacer en la oración
del Padre Nuestro.
Respecto al modo de agrupar estos trabajos, los
pertenecientes a seminaristas llevan el orden de
fundación de nuestras casas; los de religiosas el
de los conventos o congregaciones donde se
predicaron, y los demás distribuidos con relación a
los pueblos por donde iba esparciendo la semilla de
la divina palabra.
Mes de Marzo de 1926
PRIMERA PARTE:
FERVORINES A SEMINARISTAS
TORTOSA
Escritos I, vol. 3, doc.
1, pág. 1
1882. San José
Isaí
Elección de S. José. Los Angeles. Los reyes, los
poetas.
¡Qué fuerza no debía tener!
¡Dichosos nosotros de tener a San José!
Mil eternidades no serían bastantes
Su humildad, pureza, etc.
El continúa su patrocinio, nos guarda a Jesús,
lo quiere para nosotros, y Dios quiere que le
alberguen a Jesús, y no busca los grandes, sino los
pequeños.
Hoy, sobre todo, no siguen ya los grandes la
carrera eclesiástica.
Ya que somos los privilegiados de San José, ya
que Jesús nos quiere a nosotros, el Padre Eterno y
San José nos lo confían.
Propongamos a Jesús: Guardarle, como San José,
de los vientos. Celar por su vida y sus intereses.
¡Ay, si lo descuidamos! Consolarle.
Y así siempre, hoy sobre todo, día de gracias.
¡Ay de los que no las aprovechen! Quizás
Pidámosle:
1.º Por el Pontificado.
2.º España. Unión de los católicos verdaderos
3.º El Colegio. Hace 11 años, 8 en el viejo. No
estamos satisfechos. Tanta necesidad. En qué época
venís al Sacerdocio Cuán apocados están. Los
Institutos padecen. Que se aumente pues.
4.º Familias. Difuntos. ¡Ay! Un día rogarán
otros por mí.
5.º Gracias para vosotros: 1.º Pureza; 2.º
recibir bien a Jesús.
Escritos I, vol. 3, doc.
2, págs. 1–4
Mis amados en el Señor: Trasladaos con el
pensamiento a aquella tierna escena que nos ofrece
el interior de la casa de Nazaret, en la vida
mortal de Jesús. Allí en aquella pobre estancia, y
en los momentos de descanso, ved allí a un
personaje afortunado, que teniendo en sus brazos al
Niño Jesús, lo reclina en su regazo, lo aprieta
sobre su pecho, percibe los latidos de aquel tierno
y divino corazón, e imprime en sus mejillas ósculo
purísimo de amor.
¡Oh dicha! ¡Oh grandeza! ¡Oh felicidad! Grande
nos parece Moisés.
Pero ¿qué es todo esto ante la grandeza de este
hermoso cuadro?: ¿Tener en los brazos el Verbo
Divino del Padre, en quien y por quien han sido
hechas todas las cosas; al Príncipe de la Paz, al
Deseado de los collados eternos; a aquel por quien
suspiraron los Patriarcas; a quien desearon ver los
Patriarcas; aquel en quien [desean] mirarse los
ángeles; esposo de las almas; imán de los corazones
y redentor del mundo? ¡Cuán bien empleadas podía
dar San José las humillaciones de su pobreza, el
trabajo de sus manos, los quebrantos y temores de
toda su existencia!
¡Oh, qué buen descanso a las fatigas del día y a
los temores de la noche! Dichosa criatura la que el
Señor escogió para tanta felicidad!
Ahora bien: ¡Oh, amados hijos de San José! Si a
nosotros nos hubiese sido dado penetrar en aquella
solitaria estancia! Si hubiésemos podido poner el
pie, silenciosos, en aquel recinto, y puestos a los
pies de San José presenciar aquella escena, y mudos
de gozo y de admiración, contemplar el rostro de
Jesús, y la modestia de San José; ¡oh, cómo
hubiéramos exclamado mejor que Pedro en el Tabor:
Cuán bueno es estar aquí!
Y si entonces José con caritativa longanimidad,
y para hacernos participantes de su dicha, nos
hubiese alargado a Jesús y puéstole en nuestros
brazos, y [así poderle] besar aquellas manos que
fabricaron los cielos, e imprimir un ósculo en
aquellas mejillas, que son el encanto de los
cielos, y que lo apretáramos en nuestro regazo,
¡oh! ¡qué dicha para nosotros! ¡Oh! ¡hubiera sido
un acontecimiento que nos hubiera llenado de
satisfacción en la vida!
¡Quién hubiese podido estar allí entonces! Pero,
¿qué es lo que digo, amados míos?
Si aquello fue un preludio, una figura [?] de
nuestra futura realidad. Si precisamente José no le
guardó, ni cuidó sino para nosotros. Si su misión
sobre la tierra no fue sino guardar, para provecho
de los fieles, aquella hostia pura e inmaculada que
debía ser inmolada en el altar de la Cruz, para
continuar después inmolada místicamente sobre
nuestros altares.
Sí, ese mismo Jesús que San José tuvo en sus
brazos, [es] el mismo que está aquí real, vivo y
verdadero. Sí, José, como aquel otro de Egipto,
guardó ese trigo de los escogidos, y vino que
engendra vírgenes; y lo guardó con las ansias y
fatigas de su corazón, para podérnoslo proporcionar
como alimento de nuestras almas.
Sí, es el mismo Jesús el que va a venir a
nosotros.
¡Oh! más afortunados aUn que José, que sólo le
tuvo externamente entre sus brazos; él va a venir a
los brazos de vuestra alma, y depositarse en
vuestro propio corazón, y como José podréis
percibir sus latidos.
Bendito sea el Señor, amados míos, que así ha
querido proporcionarnos este consuelo, que lo demos
a S. José.
Porque, en el orden actual de la Providencia,
sin José no tendríamos a Jesús.
Ahora bien, pues, ¿qué debéis hacer en estos
momentos precisos? ¡Ah! lo que hubiéramos hecho si
hubiésemos podido penetrar en la estancia y
habitación de Nazaret.
Una fe viva, creyendo que es el mismo que San
José tuvo en sus brazos, porque si bien allí
aparece visible su humanidad, con todo San José
tuvo que ejercitar su fe, para ver en él al
Un temor saludable y respetuoso como hubiéramos
tenido allí al pensar que era el Redentor del
mundo, y el juzgador un día de vivos y muertos.
Un amor tierno y generoso y compasivo, como le
hubiéramos tenido al verle en aquella pobreza,
olvidado del mundo que no le conocía y perseguido
de Herodes.
Haced cuenta, pues, que San José os le entrega
en vuestros brazos; pedidle los sentimientos de
humildad, de ternura, de agradecimiento, de amor
que él le tenía.
Y al tenerle ya en vuestros brazos, pedidle: 1.º
que os haga dignos de albergarle en vuestro seno; y
ya que habéis de ser un día como San José,
portadores de Jesús y guardadores de su cuerpo para
bien de las almas, que os vaya disponiendo para ser
dispensadores dignos de estos misterios de Dios.
Pedidle a José que así como cobijó bajo su manto
a Jesús y le guardó de las persecuciones de
Herodes, así guarde a la Iglesia, ya que ha sido
constituido su Patrón universal.
Que bendiga, en fin, nuestra Obra; que nos
conceda poder colocar bajo el manto de San José a
muchos de vuestros hermanos.
Y para merecerlo.
Escritos I, vol. 3, doc.
3, págs. 1–5
Fiesta de la Reserva. Colegio 86
Mis hijos en el Señor: Trasladaos con el
pensamiento a aquel pasaje de la historia sagrada
cuando Jacob obligado a penetrar a la Mesopotamia,
en medio del desierto solo y abandonado, arrimando
el báculo que llevaba, se puso a dormir sobre la
tierra poniendo la cabeza sobre una piedra, y
apenas había cerrado los ojos del cuerpo, Dios abre
los de su alma, y le mostró su reino y vio una
escala.
Yo soy tu Dios; yo te daré esta tierra... y seré
tu protector... te multiplicaré como las estrellas
del cielo... y te guardaré a donde quiera que
fueres. Y al despertar Jacob...
¡Oh! ésta es la casa de Dios... y la puerta del
cielo, y yo no lo sabía. Y postrado exclamó: Si cum
salute et pace... [(Gn 28, 21)], y levantó allí la
piedra como señal cuando volviera.
Hace seis años, (y precisamente en este mismo
día 14), San Rufo, (Patrocinio de la Virgen) y poco
más de una de la bendición de la capilla que fue el
12 de Octubre del 79, hoy digo, en este desierto,
en este lugar árido y solitario, en esta montaña
solitaria, el Señor quiso fijar la misteriosa
escalera de su amor sacramentado por medio de la
cual subieran y bajaran los ángeles; subieran para
ofrecer nuestras oraciones, y bajaran trayendo las
bendiciones del cielo, y complacido exclamó: Yo soy
el Dios vuestro, y daré esta tierra a vosotros y a
vuestros descendientes... y os multiplicaré como
las estrellas del cielo, y seré vuestro protector
donde quiera que fuereis.
Y como Jacob: Esta es la puerta del cielo. Y
pobres como Jacob, le dijimos: Señor, si cum salute
et pace [(Gn 28, 21)], nos permitiereis terminar
nuestra Obra, nos guiares en nuestra empresa, ¡oh!,
Señor, sobre esta piedra derramaremos el aceite de
la gratitud, este altar será la memoria de nuestras
promesas, y todos los años te ofreceremos el
tributo de nuestro reconocimiento.
Y el Señor escuchó nuestros ruegos, y ha
convertido esta capilla en casa de Dios y puerta
del cielo. Y aquí se han multiplicado los hijos de
su corazón como las estrellas del cielo. Somos de
ayer, podemos decir con San Cipriano a los fieles
de su tiempo, somos de ayer y lo llenamos todo. El
nombre de los hijos de San José llena todas las
Diócesis y es la esperanza de ella. Y ésta ha sido
la puerta del cielo para muchas almas. Y muchas han
renacido a la gracia, y muchas oraciones han sido
escuchadas, y muchos pecados han sido perdonados, y
muchas vocaciones han brotado para las milicias de
Cristo; y ha sido casa de Dios visitada ya por
muchos Obispos; y ha sido puerta del cielo donde se
ha establecido la grandiosa obra de la Vela
nocturna, destinada, como si Dios quisiera fijarla
aquí para propagarla por medio de vosotros.
Y al calor de este altar ha nacido la Obra de
vuestros Padres reparadores, destinada a
multiplicar los Apóstoles en todo el mundo.
Y de aquí brotarán también un día vocaciones de
algunos de vosotros para esta Obra de la salud de
las gentes y se ha extendido a otras Diócesis.
¡Oh! Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)], en
cambio de haber escogido este lugar para escalera
de su apoyo?
He aquí el objeto de esta fiesta y Comunión.
Acción de gracias y gratitud.
Y hoy todos vuestros latidos deben ser dirigidos
a dar gracias a Jesús, y en la procesión, miradas
de fe.
Y por medio de vuestra Madre Inmaculada y San
José que acepte este tributo y sea principio de
otras gracias que deseamos.
¡Oh! una sola cosa me contrista en medio de la
alegría de esta fiesta. ¡Ay!, hemos levantado este
trono para amar y reparar en él y lo dije; y ¡oh!
¡quién sabe si alguno le ha profanado a través de
estos años! ¡ay! si alguno se habrá arrimado mal
dispuesto: era preferible la muerte; o tal vez con
irreverencias ha desviado las bendiciones. ¡Oh!
Jesús mío, no queremos [ser] responsables,
castigadlos.
Que no sea así en adelante. Y, al contrario,
esta fiesta principio de gracias.
Decidle a Jesús que acepte esta fiesta, y sobre
todo esta Comunión, como tributo amorosísimo de
gratitud.
Estemos muy devotos, y le haremos ...
Que se la repitamos todos los años.
En cambio de esta fiesta y de esta Comunión, que
el año que viene la–repitamos con más gracias de
todos, con aumento de vocaciones aquí y en todas
partes.
Que las multiplique en nuestros futuros
colegios.
Pedídselo en particular por vuestros hermanos de
Valencia, que no tienen Reserva.
Pedidle por el aumento de nuestra Obra.
Y para que participen de la alegría de esta
fiesta, no olvidéis a los Superiores difuntos, y a
los colegiales que han muerto, que ellos os lo
recompensarán.
Escritos I, vol. 3, doc.
4, págs. 1–4
San José. Comunión. 19 Marzo 87
Vir fidelis multum laudabitur [(Prov 28, 20)],
Leíamos.
Guardián de su amo y señor.
¿A quién se dirigían estas palabras? Sin duda
que al proferirlas el escritor sagrado, el Espíritu
Santo, y por ello la Iglesia lo aplica.
Fiel. 1.º Por las inspiraciones de la gracia.
2.º Por la fidelidad en cumplir el encargo.
1.º ¿Quién podrá comprender la cadena de éstas
para llegar al grado necesario?
2.º ¿Y quién podrá explicar la fidelidad en el
cumplimiento de custodio de su Señor? Si yo pudiera
en este momento, como guardó a Jesús y a María
Las ansias de su alma; los afectos de sus
fervores; los dolores y quebrantos de su corazón.
–––––––––––––––––––
Por esto multum laudabitur.
Por esto la gloria de San José se crece a medida
de su fidelidad, y a medida que avanzan los siglos
crece su gloria y sus alabanzas; y un concierto
armonioso se levanta por todas partes en este día;
y en todas las catedrales y colegios, miles de
oraciones suben al trono de Dios.
Verdaderamente fiel.
Pero, ¡ah! que nosotros somos llamados también a
ser custodios de nuestro divino Cristo Jesús; y él
se ha confiado a nuestro cuidado, y encerrado en la
hostia consagrada nos ha hecho a nosotros
guardadores suyos.
Y se ha puesto aquí, en esta casa, para que sean
sus vigilantes.
Y quiere venir a vuestro pecho y a vuestro
corazón, para que, encerrado allí le guardéis del
frío de los corazones, y seáis custodios suyos para
que no le lleguen las saetas de las injurias que se
le hacen, y que tan frecuentes quieren caer sobre
él.
Custodes Domini sui.
¿Qué más? San José os le entrega para que un día
os preparéis a ser custodios especiales.
El ha desaparecido de la tierra, y este pan
divino que él cuidó necesitaba manos que a través
de los siglos le comunicarán a otros corazones. Y
él quiere un día depositarlo en vuestras manos, y
que lo llevéis en los brazos por los campos y
montañas como él lo llevaba en su viaje a Egipto.
Sí, él os ha cobijado en este recinto para que
os forméis en guardadores de su Señor.
¡Oh! ¡Desgraciados si como él no fuereis
custodios fieles, y no correspondieseis a la
elección que de vosotros hace el Señor por medio de
San José!
Si no aprovecháis todas las gracias para llegar
al estado de santidad que se requiere para ser
varones fieles.
Si no tuviereis la pureza y virtudes necesarias.
¡Me espanto al pensar vuestra desgracia!
Si hoy no fueseis custodios de Jesús en vuestro
pecho y un día serlo para los demás.
Hoy, pues, que celebramos la festividad de este
varón fiel, de vuestro Patrono; hoy que de un modo
particular os le entrega para custodio; prometedle
fidelidad no sólo a la vocación, sino que no
desperdiciaréis ni una gracia ni un [?] de apartar
de los peligros; [?] de esta correspondencia a la
gracia.
Este ha de ser el fruto principal.
Si lo hacéis así [?] y un día de gloria en
vuestro sacerdocio; y lo daréis a las almas y
seréis los guardadores de Jesús; y tendréis el
aprecio de las almas, que vendrán a vosotros para
que les deis a Jesús.
Si así lo hacéis, bien podéis pedirle, hoy sobre
todo: 1.º El cumplimiento de vuestros propósitos.
2.º La Iglesia, España. El colegio. Valencia os lo
pedía. Otra fundación. Los bienhechores. Otra
persona que se nos ha recomendado.
Escritos I, vol. 3, doc.
5, págs. 1–4
13 Noviembre 87. Colegio.
Aniversario de la Reserva
Ergone putandum est [(1 Re 8, 27)].
El
¿Y es posible que Dios quiera tomar posesión y
habitar en este lugar? Si los cielos de los cielos
no tienen bastante capacidad para su gloria, ¿cómo
quiere encerrarse en esta casa? Así exclamaba,
amados míos, el magnánimo Salomón, cuando después
de haber prodigado inmensas riquezas, portentos y
preciosidades en levantar aquel templo famoso en
toda la tierra, quiso el Señor manifestar su agrado
cubriéndolo de niebla misteriosa, y postrado en
tierra ante aquella gloria de Dios, derramaba su
corazón en aroma de gratitud y de entusiasmo. Y
quiso que todos los años y por ocho días se
recordara y mataran miles de víctimas.
Mejor que Salomón debíamos exclamar este día, en
que conmemoramos la venida de Jesús a esta pequeña
casa para permanecer perpetuamente en ella.
Y ¿es posible, y es una verdad, que el Verbo
divino del Padre haya querido venir a habitar a
esta modesta capilla? Aquel que los cielos no
pueden abarcar, aquel Verbo divino, Rey de reyes y
Señor de los que mandan, aquel que tiene las
estrellas del cielo por corona y por ministros
millones de inteligencias que ante él cubren el
rostro con sus alas, aquel juzgador un día de vivos
y muertos, y ante el cual caerán de rodillas todas
las generaciones?
Y que viene a este lugar, no tomando posesión
por medio de una niebla que no era él mismo, sino
que viene él mismo en persona, si bien cubierto tan
sólo con los velos sacramentales, pero real, vivo y
verdadero, y que viene no de paso, sino a estarse y
a morar aquí no sólo de día, sino durante toda la
noche, solitario y encerrado en ese pequeño y frío
tabernáculo, y no entre los esplendorosos mármoles,
y oro y plata y ricas joyas del de Salomón, sino en
esta sencilla casa y en esa pobre habitación de
este sagrario.
¡Oh! Si Salomón en aquellos días de su santidad,
en aquel día de alegría de su corazón, hubiese
podido entrever esos días de la gracia que nosotros
presenciamos, esta verdad de la presencia real de
Cristo en la tierra; si hubiese podido [asistir] a
uno de estos actos que nosotros practicamos; no,
no: no le hubiera bastado derramar extático su
corazón a la gratitud sino que hubiera sucumbido al
peso del temor, de la gratitud, de la alegría.
Ahora bien: Hace hoy 8 años que Jesús quiso
escoger esta montaña solitaria, para formar en ella
un plantel de hijos de su amor, colegiales de S.
José; y levantó este edificio, y los llamó para que
vinieran y se congregaran aquí para que fuesen
reparadores de su corazón, y aquí se dedicaran al
estudio y a la oración para un día ser apóstoles de
su gracia. Y no contento con esto, algún tiempo
después de levantada la capilla, quiso fijar
permanentemente su habitación sacramental, para
estar aquí a su lado, para presidir sus actos
durante el día y velar su sueño por la noche; para
ser su compañero, su Padre, su sostén.
Ahora bien: ¿Tenemos los sentimientos de
Salomón? Ergone putandum est [(1 Re 8, 27)],
podíamos decir como Salomón: y todo esto es
posible; y todo es verdad.
¿Agradecemos esta fineza, este amor? ¿Le
tratamos como merece? ¿Nos humillamos hasta el
polvo de la tierra? Ya que no podemos ofrecerle
víctimas, ¿le ofrecemos los sacrificios de nuestro
corazón?
¿Le tratamos siquiera con fe y respeto?
¿Pensamos al menos que está aquí?
¡Ah! El día que lo pusimos por vez primera, le
dije a Jesús: Señor, si alguno ha de venir aquí a
profanar vuestra casa, si alguno viniera a
recibiros sacrílegamente, Señor, castígalo. Yo no
quiero tener la culpa.
Hoy que repetimos este acto, le digo lo mismo a
Jesús: Señor, si alguno comete irreverencias aquí,
castigadle. Si alguno, ¡oh! se acercara a la
Comunión sin disposición, enviadle la muerte
repentinamente, como a Oza cuando tocó el arca.
Señor, si no fuera que estáis Vos aquí, sacadlos
del colegio.
Y ya que el Señor nos ha hecho la gracia; a
pesar de nuestras indignidades, de repetir este
acto, que sea esta Comunión y esta fiesta siquiera
para repararle.
Postrados ante Jesús, pedidle:
1.º El perdón de las irreverencias.
2.º Que os dé fe.
3.º Prometedle que le trataréis mejor y haréis
visitas. Y cuando le tengáis en
Y en la procesión:
1.º Acción de gracias porque está aquí durmiendo
con vosotros en un dormitorio al lado del vuestro.
2.º Que acepte en reparación
3.º Que derrame gracias sobre la carne; que
aparte el mal espíritu.
Que sostenga las vocaciones.
Que multiplique los colegios.
Que bendiga la Obra.
Que bendiga a los difuntos.
Escritos I, vol. 32, doc.
6, págs. 1–2
San Rufo y San Felipe.
Instalación de la Reserva.
22 Abril 88
Ergone putandum est... [(1 Re 8, 27)].
Y es posible que Dios quiera tomar posesión de
este lugar.
Plática de 13 de Noviembre 87.
Ahora bien: el Señor nos ha concedido esta
capilla... En ella celebraréis el sacrificio
divino; pero ¡ay!, que al entrar aquí no estaba su
corazón sacramentado permanente. Vide Plática de
instalación de la Reserva de San José.
Y León XIII que lo ha concedido.
Meditemos, pues, las finezas de Jesús. Vide
sermón de la Eucaristía en
Dios no pudo, no supo, no tuvo más que dar.
¿Para qué? Para llenarnos de sus gracias. Yo
confío, hermanos míos, que la venida de Jesús
traerá bendiciones temporales, espirituales; está
como en trono de amor.
Yo os [?] que es el Palacio... Vide Instalación.
¿Qué debéis hacer? Amor y reparación. A– mor,
reverencia, gratitud.
Escritos I, vol. 32, doc.
7, págs. 1–4
Colegio de San José.
Inauguración de la Reserva.
14 Noviembre 1888
Mis hijos en el Señor: El misterioso personaje
de los Cánticos, cuando en noche fría y tenebrosa
golpeaba a las puertas del objeto amado para
encontrar en él su albergue, lo exponía con la pena
de su corazón, porque el rocío de la noche caía
sobre su cabeza y no tenía donde pasarla, ni lugar
donde encontrar asilo ¡Cuán amargo debía serle,
pues, el sueno, o más bien el sopor de la que,
llena de una indisculpable pereza, quería hacerse
sorda a las voces que se le dirigían.
Pero hay otro corazón más propio que el del
Esposo de los Cánticos, que no era sino su figura,
y mejor que él ha podido dirigir sus lastimosas
súplicas a los objetos de su cariño.
El Rey de las almas, el Eclesiastés eterno, el
divino Mendigo, según la expresión de S. Alfonso de
Ligorio, no se da vergüenza de golpear a las
puertas de los corazones, a fin de merecer un
albergue (protestando que sólo en él quiere tener
su descanso y sus delicias).
Al crear Dios al hombre le hizo rey de toda la
naturaleza, pontífice del universo, y no quiere
otra recompensa que habitar con él como en su
propia casa.
Pero ¡ah!, que desde el primer pecado, él ha
estado pidiendo al hombre esta deseada habitación,
y el hombre apenas se la quiere ofrecer.
Por espacio de más de tres mil años, después de
la primera caída, ni un templo llegó a tener donde
guarecerse en medio de la tierra, mientras millares
de ellos se levantaban a la superstición y a
Cuando al realizar su pacto exterior en el
desierto con el pueblo que se había escogido, no le
pide sino un rinconcito para estar a su lado,
diciéndole por medio del Profeta: ¿No me
construirás una tienda al lado de vuestras tiendas,
donde pueda morar yo?
Vino la plenitud de los tiempos, y para lograr
mejor este albergue del hombre, se viste de su
propio traje, pero ¡ah!, que al hacer su primera
entrada en el mundo, como nos dice San Juan, ya no
quiso conocerle ni recibirle y tiene que sufrir el
relente de la noche en un desabrigado portal
Y durante los días de su vida pública daba al
viento estas palabras.
Y no desengañado aun por tantos desvíos, como
para vengarse y penetrar mejor hasta en lo interior
del corazón del hombre, objeto de sus deseos y de
su descanso, discurre disfrazándose con las
especies y apariencias de pan, dejándose
sacramentado permanentemente hasta la consumación
de los siglos, y con lamentos misteriosos golpea
los corazones, pero ¡ah! [?] aparte de alguna
pequeña porción, la humanidad en general no le
recibe, y los corazones indolentes, adormecidos
(como la tibia esposa de los Cantares) no le
escuchan y le desvían, y su pobre corazón ha de
continuar en medio de la frialdad de la noche de
los siglos cayendo sobre él el rocío de la
indiferencia.
Y no pudiendo soportar más este cora– zón, se lo
arranca del pecho, espinado y lanceado, y lo
presenta a la humanidad por medio de un alma
distinguida para desahogarlo, y le dice: He aquí el
corazón que tanto ha amado a los hombres, y que en
cambio no recibe más que ingratitudes.
Y éste es el día, hermanos míos, en que
celebramos la memoria de este acontecimiento y de
este clamor de Jesús.
Y éste es el día escogido para este acto de
reparación.
Y aquel Jesús que dio este grito de cariño, pero
de cariño resentido, es el que en el siglo XIX
continúa en medio de la noche fría de la
indiferencia de los mortales, y de tantos corazones
redimidos con su sangre, que no quieren albergarle;
y es el mismo que está aquí presente y que os
repite como a la B. Margarita: He aquí, ¡oh!
asociados míos; he aquí el corazón que tanto ha
amado a los hombres, y que en cambio no recibe más
que ingratitudes; reparadme vosotros al menos,
albergándome en vuestro corazón.
Amor, pues, y reparación. He aquí, hijos míos,
lo que debéis ofrecer a Jesús en este momento, en
que vais a hacer este acto de protesta a Jesús.
Al recibirle, pues, como corona y terminación de
los ejercicios de este mes, ofrecedle el abrigo de
vuestro pecho, en compensación de vuestras
infidelidades pasadas, y de las de tantos que no
piensan en él; protestadle constantemente
fidelidad, consoladle de las tristezas que pasó por
nosotros y [de las] amarguras místicas de su
corazón; y si así lo hacéis, él se quedará
satisfecho, y el clamor que dio un día su corazón
quedará en parte satisfecho.
Y os concederá cuanto él tiene prometido a los
que se acercan a él con espíritu de reparación y
con el afecto de devoción a su sacratísimo corazón.
Nos consolará en nuestras penas, bendecirá
nuestros pasos, nos guiará durante nuestra [vida] y
nos recostará en su corazón en nuestra muerte.
Y mediante actos de amor y de reparación nos
concederá las gracias que le pidamos para los
demás, para los justos, para los pecadores, para
los agonizantes, para vuestras familias.
Pedidle, pues, todas estas gracias y el fomento
del conocimiento y amor a su corazón, para que
aumente el número de sus adoradores.
Y para que podamos conseguir estas gracias, y
para que el albergue [que] demos en nuestros pechos
le sea grato, que lo purifique con su palabra
diciendo postrados la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
8, págs. 1–3
San José. Fiesta de San José. 19 Marzo 1889
La santa Iglesia hace resonar a nuestros oídos
una palabra hermosa que pone en boca del Santo de
esta casa:
Posuit quasi patrem Regis, et
Nolite timere. Propter vestram salutem misit
ante vos in Aegiptum (El texto dice: Nolite
pavere... pro salute enim vestra misit me Deus ante
vos in Aegiptum) [(Gn 45, 5)].
Venite [ad me]... Comedatis omnia bona Aegipti
[(Gn 45, 18)].
Así dice S. José según las palabras del
Breviario, tomadas del personaje, que un día fue su
figura.
El Señor me ha confiado y me ha hecho, guardador
y ángel custodio de su Hijo, alimentador de su
cuerpo y de su vida, príncipe de todas sus
posesiones, del tesoro de la Virgen María, de la
vida de Jesús, de los tesoros de gracia. En su
regazo crecía la sabiduría de Jesús, sobre sus
rodillas iban a desprenderse los rayos de gracia.
---------------------------
¿Quién podrá comprender esta grandeza?
¿Quién contar esta dignidad?
Nolite timere. Propter vestram... [(Gn 45, 5)].
Por vosotros me puse en el Egipto de este mundo
tantos siglos antes.
En el actual orden de la Providencia, sin José
no hubiéramos tenido a Jesús. Dios hubiera podido
crear sin María y sin José, pero establecido este
orden, a él lo debemos.
Y a él debemos el habérnoslo guardado para la
Redención, para el sufrimiento, para la Cruz, y
para allí darnos torrentes de gracia.
Para derramar estas gracias nos dio a Jesús
antes.
Para que disfrutáramos como él nos las comunica
con abundancia.
Venid y os daré estos bienes, del Egipto, y las
grandes inspiraciones.
Pero, sobre todo, os daré medullam terrae [(Gn
45, 18)], el meollo de la tierra, a este mismo
Jesús, en la hostia consagrada... Meollo sabroso,
este pan sabroso, que yo he guardado en los
graneros de la vida.
Este es el convite que la Iglesia nos ofrece por
conducto de San José.
Ya pues, que, por la bondad de Dios, es a
nosotros, hijos especiales de San José a quienes se
dirigen
Agradezcamos esta Providencia que el Señor nos
ha dado en José
Acudamos a buscar estos dones que por nosotros
ha adquirido
Sobre todo saboreemos en nuestra alma y en
nuestro corazón este meollo de su cuerpo
sacramentado, esta medulla de su corazón.
Y para ello pidámosle los sentimientos de fe,
amor, temor
El corazón de José estuvo agobiado
Ofrecimiento a servirle [?] del [?] de la fe,
del amor y de la fe, que si así los hacemos, como
él [?] sus gracias.
Pidámosle
Escritos I, vol. 3.º, doc.
9, págs. 1–6
S. José. P. Comunión 1889
Reserva. 10 Noviembre
Mane nobiscum, Domine [(Lc 24, 13–35)]
Mis amadísimos colegiales, hijos en el Corazón
de Jesús sacramentado: En este día de tantos
recuerdos dulces, en este momento, el principal de
esta fiesta, que es la sagrada Comunión, como
tributo de acción de gracias, ¿qué pensamiento os
sugeriré yo, para prepararos a la gratitud, a la
devoción?
Recuerdo en este momento aquel pasaje tiernísimo
e interesante de S.... cuando en los días de la
resurrección, atemorizados los discípulos por la
muerte de Cristo y los acontecimientos de aquellos
días, que les tenían preocupados, dos de estos
discípulos, distinguidos, se dirigían hacia el
castillo de Emaús; uniéndo[se]les Jesucristo en el
camino, sin darse a conocer, les dirigió aquellas
palabras: Qui sunt hi sermones? ¿Qué son estos
discursos que os hacéis, y por qué estáis tristes?
Tu solus peregrinus in Jerusalem? ¿Tú solo eres
peregrino en Jerusalén, y no sabes lo que pasa?
¿Qué? De Jesús que...
¡Oh! stulti et tardi corde! ¿Acaso no convenía
que Cristo padeciese, para entrar así en su Reino?
Y empezando desde Moisés, les explicó las
Escrituras. Absortos con las explicaciones llegaron
sin sentirlo hasta Emaús, y Jesús manifestó que
pasaba adelante. Mas atraídos por la presencia de
aquel personaje desconocido, no pudieron menos de
decirle: Mane nobiscum, Domine. Quédate con
nosotros, Señor, quoniam advesperascit; porque, ya
lo ves, se va haciendo tarde; et inclinata est
[jam] dies: y el día está a la caída; et coegerunt
cum y le obligaron, dice el texto, con instancias y
vivos ruegos, a que se quedase; y al invitarle a la
cena, en el modo de partir el pan, cognoverunt eum,
le reconocieron; y al levantar sus ojos,
asombrados, Jesús se desvaneció de ellos; y
entonces, agitados por encontrados sentimientos de
alegría y tristeza, no pudieron menos de exclamar:
Nonne cor nostrum erat ardens? Necios de nosotros,
pues ¿acaso nuestro corazón no pudimos observar
[que] se iba inflamando al escuchar sus palabras? Y
abandonando aquella morada, se volvieron a
Jerusalén, a contar a los demás lo que les había
acontecido, y la gracia que habían recibido.
¡A cuántas reflexiones no se presta este hermoso
pasaje, relativas a la solemnidad presente!
Afortunados discípulos aquellos, que entre
tantos otros, merecieron obtener ser correspondidos
por la visita e invitación de Jesús; aunque ¡ay!
mil veces más afortunados nosotros, que no sólo
hemos recibido la visita pasajera de Jesús, sino
que ha querido quedarse permanente.
Hubo un día en que invitamos a Jesús, al
bendecir la casa, capilla de San Rufo; el Señor
quiso acceder a nuestra invitación, y pudimos
ofrecer allí el santo sacrificio de la Misa; mas no
estaba permanentemente, y cuatro años estuvimos sin
tener[le] allí en nuestra compañía y levantamos
esta casa y esta modesta capilla, Emaús, y después
de un año, en el día del Patrocinio de su Madre, le
hicimos la invitación de los discípulos, porque
sentíamos el vacío en esta casa.
Mane nobiscum, Domine: Quédate con nosotros y en
nuestra compañía; y Jesús accedió a nuestra humilde
demanda, y vino a aposentarse entre nosotros.
Y más afortunados que el común de los
cristianos, quiso quedarse atado aquí, con las
cadenas del Sacramento.
Y hace 9 años que le repetimos esa deuda
amorosa, y aquí nos ha permitido continuar junto a
él, sin temor y sin quebranto. Y desde aquí, y
efecto de su compañía, ha ido bendiciendo esta
casa, posesión suya.
Y desde aquí, desde [esta] prisión voluntaria
nos ha hecho compañía y ha guiado nuestros pasos, y
ha velado por nosotros, y ha bendecido vuestras
almas, corazones y vuestros cuerpos.
Y desde aquí, mediante su estancia beneficiosa,
ha repartido la semilla de su gracia, y la ha
enviado a otras Diócesis, y se han levantado nuevas
tiendas, donde morar con los hijos de José; y su
compañía y su estancia nos ha llenado de todos los
bienes.
Bendito sea el Señor, que así quiso contestar a
la amorosa invitación que le hicimos.
Ahora bien, pues, amados míos: Hoy de nuevo y
como tributo de gratitud debéis repetirle de un
modo especial: Mane. Quédate con nosotros y [no]
nos abandone tu compañía de esta santa casa; y
alejad todos los males de ella.
Y cada [uno] debe decirse esto especial para sus
necesidades.
Tú, ¡oh, joven!, combatido por las tentaciones y
combates interiores de tus pasiones, dile al Señor:
Mane nobiscum; permanece conmigo, Jesús mío; sino
me perderé.
Quédate conmigo, Jesús, y no me abandones en los
pasos inciertos e inseguros de mi vocación.
Quédate conmigo, quoniam advesperascit, porque
las tinieblas de la duda, de la tibieza van a
rodearme.
Quédate conmigo, Jesús mío, con tu gracia
sacramental, porque advesperascit, voy caminando
hacia la muerte, y sin ti no podemos [pasar] las
tinieblas de este paso. Inflamad vuestro corazón
como [el de] los apóstoles.
Y no sólo esto, sino que, ya que nos rodean
tantas tinieblas de errores, de peligros y de
escándalos, representadle a Jesús esas tinieblas
que nos rodean; representadle esos trabajos del
espíritu de las tinieblas, que en el seno de las
logias está acechando para destruir la fe de las
almas; representadle los peligros que amargan a la
Iglesia y al Sacerdocio, las tempestades que agitan
al mundo que si las consideráis y ponderáis, le
diríais, como a los Apóstoles en la tempestad del
lago de Genesaret: Salva nos, perimus [(Mt 8, 25)]
Quédate con nosotros.
Si con fe y humildad, y temor y confianza y
agradecimiento le decís a Jesús esta palabra, Jesús
que no quiere más que nuestro bien se complacerá en
nuestra petición, continuará gustoso entre
nosotros, nos consolará en nuestras penas,
escuchará nuestras súplicas, y su estancia aquí
será canal de bendiciones para vosotros, conducto
de bendiciones para los benefactores; su estancia
será una fuente de aguas vivas para los nuestros
corazones, para la convalecencia [de los]
pecadores, para la propulsión de nuestra Obra de la
máxima gloria de Dios, en otras Diócesis; Jesús
desde aquí disipará las contradicciones que
experimentamos en algunas de las Diócesis, donde
está plantada la bandera de San José, y humillará a
sus enemigos.
Y de un modo particular poned hoy ante Jesús
sacramentado todas estas necesidades y la
consecución de estas gracias, para que sea día de
bendiciones para vosotros y los demás.
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
10, págs. 1–2
1890. San José
Al fijarme en la humilde, pero hermosa figura
del Santo, objeto hoy de las aclamaciones del
mundo... me ocurre el momento solemne, en que la
Trinidad, y ordenando la cadena de la redención
¡Oh! grande eres, piensa San Antonino.
Que santidad
Pues este mismo Jesús, es el que está aquí
presente, y es el pan diario que nos guarda de modo
que sin José no tendríamos a Jesús.
Y al acercarnos a él, como si viniese de sus
manos
Porque durante su vida nos lo hubiera dejado
¡qué felicidad!
Pero ¡ay! que al pensar en las disposiciones de
San José el corazón se conturba.
El castísimo, y tanto, que no dudó el Espíritu
Santo confiarle la Virgen,
El humildísimo, y tanto, que al pensar, quería
abandonarla.
El sufrido, en su corazón, el olvido de Jesús.
Las injurias, los tormentos que había de padecer en
el templo.
Con todo, medullam terrae [(Gn 45, 18)]
Pues si queréis recibirle y contestarle
Prometedle mortificaros.
Abrazarle tiernamente.
Consoladle de los que no le consuelan.
Sufrid durante el tiempo que tenéis a Jesús por
tantos que no le aman
Ya que sois hijos de San José posesionaros de
los sentimientos del Padre. Y si lo hacéis
alcanzaréis cuanto pidáis.
Pedidle [por el] Papa, ya que nos lo ha dado por
Patrón universal, y además particular
Pedidle por España, ya que es la única nación a
la cual se ha concedido el tener esta fiesta.
Pedidle por los colegios levantados a su nombre;
y que los cultive, los planteles, y los
multiplique.
Que plante pronto alguno de estos planteles en
lejanas tierras, y que honren su nombre.
Que el año que viene podamos contar otro en
lejana región.
Y él escuche vuestras oraciones.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
11, págs. 1–4
Preparado para la fiesta de la Reserva
del 1891, en el Colegio. (No se predicó)
Predicado conmemoraciones. San José 1893
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12–19)]
Mis hermanos e hijos en el Señor: El real
Profeta, aquel corazón que parecía rebosaba siempre
de gratitud, en uno de sus arranques de
agradecimiento, prorrumpía en estas palabras
entusiastas: Quid retribuam Domino pro omnibus quae
retribuit mihi? ¿Qué le daré, qué le devolveré al
Señor por todas las cosas que me ha dado?
Calicem salutaris accipiam et nomen Domini
invocabo. Recibiré el cáliz de salud e invocaré el
nombre
Vota mea Domino reddam coram omni populo ejus.
¡Oh! Domine, quia ego servus tuus.
Dirupisti vincula mea; has roto las cadenas de
mis sufrimientos, por ello sacrificaré una hostia
de alabanza, e invocaré el nombre del Señor.
Sí, vota mea Domino reddam. Sí y cumpliré mis...
repetía en presencia de todo su pueblo, en los
atrios del Señor, en medio de ti, Jerusalén.
Y ¿qué sacrificios y votos eran estos que
deseaba cumplir? ¡Ah! los dones de las víctimas, de
corderos indicados por la Ley como agradables a
Dios, y los cánticos de alabanza en su Templo, con
la magnificencia del culto ante el arca de la
alianza, en los atrios de la casa del Señor. Mas su
corazón no estaba satisfecho. ¡Oh, si él hubiese
podido ofrecerle otros dones! ¡Oh, si él hubiese
tenido a su disposición la hostia de alabanza que
nosotros poseemos! ¡si hubiese podido presentar la
víctima que el Padre eterno, en sus inmensas
bondades, ha querido ofrecernos! ¡con qué explosión
de sentimientos de gratitud no se hubiese
desahogado aquel pecho enardecido!
Pues por esto, y mejor que el Profeta, podemos
entonar hoy este cántico de gratitud.
Quid retribuam Domino? ¿Qué le daremos al Señor
pro omnibus quae retribuit nobis? Hace... años, el
12 de octubre bendición, el 14 de Noviembre de 1879
fiesta del Patrocinio de la Virgen, en aquel día,
[en] que alguno de vosotros todavía no existía y
algunos erais muy jovencitos, aquí en esta capilla,
estando todavía este colegio a la mitad de su
edificación, se dignó Jesús fijar su morada
sacramental en este sitio, habiendo precedido el
día anterior una protesta de los colegiales de
entonces, de honrar con sus actos de amor y
reparación a tan distinguido Huésped, y se le
ofreció el propósito, como señal de gratitud, de
recordar a los venideros, por medio de una fiesta
anual, las bondades de nuestro Dios, que venía a
habitar entre nosotros. El Sr. Rector del Seminario
cantó la Misa tomando parte en esta fiesta, y os
pude dirigir la palabra en aquella mañana, de tanto
gozo para todos. Y allí se le pidió a Jesús, en
cambio de aquellos obsequios, que se dignase
bendecir la obra del colegio y terminarla, que
fuera centro de reparación de la Diócesis, que
fuese un cenáculo de donde salieran apóstoles para
toda la Diócesis, entonces más necesitada que ahora
todavía de personal.
Y el Señor ha escuchado aquellas oraciones, y ha
pagado con creces nuestros obsequios y nuestros
votos.
Y aquí, en esta modesta capilla, ha querido
Jesús que viniese a tributarle sus tiernos
homenajes de reparación la cohorte distinguida de
los velantes nocturnos, centro y origen de todas
las Velas que por la misericordia de Dios se van
propagando en la Diócesis, y aun en otras Diócesis
de España, por mano de los operarios.
Y aquí han venido los llamados por Dios, y
señalados con el dedo de la vocación, para formar
con ellos el plantel de los futuros cuidadores de
las almas en los necesitados campos de esta
Diócesis.
Y de aquí han salido, ungidas sus manos y sus
almas con el aceite de la ordenación, casi todos
los actuales jóvenes cultivadores de esta viña.
Y aquí
Y aquí brotó la idea de la obra
Y... se... que repasando las fronteras de la
Diócesis ha ido a cobijar bajo las alas de San
José...
Y aquí ha brotado la idea de plantar la bandera
de los Colegios de Vocaciones en la capital del
orbe católico, para que, formados en unidad de
doctrina y... y la peregrinación...
Quid retribuam Domino?
Nada podemos ofrecerle, y si quisiéramos pagarle
algún tributo de nosotros humillados, no tendríamos
que ofrecerle más que la confusión de nuestra
propia humildad. Pero el Señor ha venido en nuestro
socorro, y ha presentado en nuestras manos una
hostia de alabanzas, hostia de gloria infinita a
los ojos del mismo Padre celestial, hostia con la
cual pagamos cuanto podemos deber, hostia que no
puede [?] hostia con la cual podemos decir que
pagamos a Dios tanto como podemos deberle.
Esta hostia ya
Escritos I, vol. 3.º, doc.
12, págs. 1–7
Colegio de San José. 19 Marzo 1892
¡Cuán gratas y sabrosas son las palabras que la
Iglesia hace resonar a nuestros oídos en el oficio
de hoy, aplicadas al Santo Patrono de esta casa!
Constituit Dominus quasi patrem Regis, et
principem omnis possesionis. Nolite timere, propter
vos [(Gn 45, 5–18)].
Venite ad me et dabo omnia bona Aegipti.
Sí, nos dice San José según las palabras del
Breviario, tomadas del personaje que un día fue su
figura.
Fecit me quasi patrem Regis.
Magnífica expresión: No padre del Rey de los
[reyes] Cristo Jesús, porque su paternidad
verdadera la tiene el Padre celestial que está en
los cielos, pero quasi, como si fuese padre, porque
ha sido constituido ángel de este Rey humanado,
custodio de su cuerpo y guardador de su vida. Quasi
patrem Regis, como padre nutricio, para alimentar
su vida temporal y proveerle de sustento, para
sostenerle en las debilidades de su infancia, para
cobijarle en su regazo, para sostenerle en sus
rodillas con sus brazos, para hacer, en fin, los
oficios de padre verdadero del Rey de las
naciones..Quasi patrem Regis.
Et principem omnis possesionis suae. Y príncipe
de toda su posesión. Toda la posesión de Dios es
Jesús, es María; la posesión de Dios son los
tesoros de la gracia del Espíritu Santo, de los
méritos de Cristo.
Y de todos estos tesoros inefables e
innumerables le ha hecho Dios principem, príncipe
de toda esta posesión, de todas estas riquezas.
Aunque príncipe de tanta grandeza, nolite
timere. Porque precisamente por vosotros y por
vuestra salud, me ha escogido el Señor desde la
eternidad y me ha puesto [en] el Egipto de este
mundo hace tantos siglos.
¡Oh! Si pudiera extenderme en estas
consideraciones.
La predestinación de San José en el orden de la
Providencia.
Venite ad me et dabo omnia bona Aegipti. Venid a
mí y os daré todos los bienes de Egipto. Egipto era
el país, tipo en aquel tiempo de[l] Faraón, de las
riquezas, de ciencia y del poder, de la fecundidad
del suelo, de la abundancia.
Y este príncipe de la posesión de Dios, de los
tesoros de la gracia y aun de la naturaleza, nos
dice: Venid. Venite ad me. Porque como dice Sta.
Teresa: Parece que Dios ha hecho a cada santo
distribuidor de ciertas gracias especiales, pero a
San José le ha hecho Patrón especial para todas.
Porque José en el cielo continúa ejerciendo el
oficio que ejerció sobre la tierra, quasi patrem
Regis; porque Dios le ha dado, según la expresión
de San Bernardino, una de las dos llaves del
Paraíso.
Porque San José, por inspiración del Espíritu
Santo, ha sido constituido Patrono de la Iglesia
universal, para que a él acudan todos, y en todas
las ocasiones y necesidades, y para alcanzar toda
clase de bienes temporales y espirituales.
Pero, ¡ay!, añade una expresión mis– teriosa: Et
comedetis medullam terrae, la médula, el meollo de
la tierra.
El meollo es lo más íntimo, más escondido y más
sabroso.
¿Qué podía significar en boca de José de Egipto
esta expresión sino que les daría lo más pingüe del
trigo, fruto especial que produjera aquella tierra
abundantísima? Y, sobre todo, el trigo mas pingüe
[?] de aquel país, y [?] de aquella necesidad.
Y quiso el Espíritu Santo expresar, puesto que
aquél no era más que figura, sino que el José del
día [de] la gracia nos proporcionaría lo más
pingüe, el reino de este Cristo Jesús, y el trigo
exquisito del sacramento de su amor.
Este es el trigo guardado por los cuidados de
José en los escondidos graneros de Nazaret, durante
los años de su vida oculta.
Su corazón sacratísimo es el meollo verdadero de
la tierra, el trigo formado en el seno de la
Virgen, fecundado por el Espíritu Santo y guardado
por San José.
Venite, et comeditis medullam terrae.
Esta es la invitación que os hace San José en
este momento: Venite ad me omnes, para estudiar mis
virtudes, mi humildad, mi pureza, mi amor a Jesús;
venid a mí, y pedidme que os obtenga gracias de
sentimientos de fe y de respeto, de dolor, de
propósitos verdaderos y con estos sentimientos
comedetis, y pondréis en vuestra boca este meollo
de la tierra, Cristo Jesús.
Acercaos, pues; y haced cuenta que recibís a
Jesús de manos de San José; ponedle en brazos de
vuestro corazón; saboread este fruto bendito de su
corazón sacramentado.
Y saboreadle con fuertes afectos con vuestros
actos de amor, con vuestros propósitos de no
ofenderle jamás, de ser fieles a sus inspiraciones,
de aspirar a la santidad continuamente de
Pedidle las gracias que necesitéis y deseéis.
Pedidle por la santa Iglesia, para que Jesús la
defienda de tantos enemigos. Pedidle por el Sumo
Pontífice, para que el Señor le consuele en las
tribulaciones que le causan los enemigos de la
Religión. Pedidle por vuestras familias.
Pedidle por la prosperidad [de los] colegios.
Y, como gracia especialísima, pedidle a Jesús
por la intercesión de San José, esa gracia tanto
tiempo pedida, y todavía no conseguida, esa empresa
por tantas contradiciones combatida, esto es, por
la fundación del colegio josefino de Roma.
Quién sabe si la Comunión vuestra de este día es
lo único que falta para obtenerla del Señor.
Quién sabe si el Señor aguarda a que hoy se lo
pidáis con fervor y con fe, y con propósitos
verdaderos de amarle y de ser fieles para
conseguirla, puesto que sería una gloria de esta
casa.
¡Oh! Y la desmereceremos con nuestro poco
fervor.
Ofreced ser fieles a Jesús y pedidle esta
gracia, y prometedle que si lo conseguimos un día,
repetiremos una Comunión especial de gracias.
Para merecer, pues, conseguir todas estas
gracias, disponed vuestro corazón con humildad, con
arrepentimiento, con amor; y humillados ante él,
antes de recibirle, decid: Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
13, págs. 1–6
Colegio de Tortosa.
Patrocinio de San José.
15 de Abril 1894
Mis amados colegiales, hijos de San José: La
mística esposa de los Cantares, fatigada por el
cansancio y deseosa de cobijarse y librarse de los
ardores del mediodía, pudo exclamar al fin con
entusiasmo: Sub umbra illius [quem] desideraveram
sedi, et fructus ejus dulcis gutturi meo [(Cant 2,
3)].
Bajo la sombra de aquel a quien mi alma ansiaba
me senté, y su fruto es dulce, dulce a mí paladar.
¿Qué es lo que pasaba por la mente del escritor
inspirado al pronunciar estas palabras? ¿A quién
dibujaba, qué figura quería expresar con esta
poética descripción?
No nos atreveríamos a una interpretación de este
pasaje si la santa Iglesia no nos la señalara como
propia; pues en el oficio de este día lo pone en
nuestra boca y en boca de las almas y de la Iglesia
misma, dirigiéndose a San José. Sub umbra illius...
Como si dijera a las almas todas y a la Iglesia
misma para que lo repitiese: Sub umbra illius.
San José fue la sombra benéfica bajo la cual
cobijó el Padre eterno a Jesús. Así como en el
momento de la Encarnación, el Espíritu Santo fue la
sombra que puso bajo de sí a María para la
formación del alma y cuerpo de Cristo, así el Padre
eligió a José como árbol bajo cuya sombra debla
descansar Jesús; y en este concepto, al ver a José
cobijando y guardando en los brazos a Jesús, y
poseyéndole, y que esta posesión es la posesión de
la vida, de la dicha, de la felicidad que es Jesús,
no es extraño que las almas todas, que la misma
santa Iglesia con efusión dulce se dirija hacia
José, y exclame al verle así: sub illius; ésta es
la sombra que deseo y en la cual quiero descansar.
No es extraño que en medio de las fatigas y
necesidades que nos rodean y trabajos de la vida,
de los ardores de las pasiones, la Iglesia nos
señale el Patrocinio de San José, como el lugar de
descanso y remedio de todas ellas, y que por esto
puedan exclamar las almas como la fatigada esposa:
Sub illius.
Y si todas las almas, si todos los fieles pueden
decir esto en su afecto y devoción a San José, con
mayor razón podemos repetirlo nosotros.
Hace años, que al querer iniciar la Obra de
vocaciones eclesiásticas, rodeados de dificultades,
fatigados por la penuria y las contradicciones,
buscábamos una sombra que la guareciera y pusiera a
salvo la Obra de nuestras manos. Y una alma grande,
un protector insigne nos señaló con la mano y nos
prescribió, casi con mandato, la figura de San
José.
Y bajo su sombra se puso esta casa matriz, y
bajo su manto hemos colocado los otros colegios, y
en los pliegues de él se han escondido los hijos de
la vocación, y bajo su sombra y protección pusimos
el único colegio y casa española de estudios en
Roma, y nuestra esperanza no ha sido defraudada; de
modo que, mejor que las otras almas, nosotros
podemos exclamar al pensar en su patrocinio: Sub
illius.
Pero añado: su fruto es dulce a mi paladar. ¡Oh,
a qué delicadísimos pensamientos se presta esta
palabra de los Cantares, que no puedo explanar en
este momento!
Bajo la sombra, bajo este árbol puedo saborear
su fruto.
¿Qué es este fruto sino el fruto dulce del
vientre de María y santidad de las gentes,
pendiente de los brazos de San José? ¿Qué es este
fruto sino Jesús sustentado y guarda[do] y cuidado
y madurado para nosotros bajo la sombra y ternura
de San José? ¿Qué es este fruto sino Jesús,
guardado por la mano virginal de San José y del
cual le somos deudores? Por esto al considerar la
serie de reflexiones que se desprenden de esta idea
verdadera no es extraño que un santo Padre haya
dicho que si tenemos a Jesús, lo debemos a José en
el actual orden de la Providencia.
No es extraño, pues, tampoco que en la visión
que tuvo el autor de los Cánticos, al adivinar a
Jesús y verle en lontananza en los brazos de José,
exclamara con gozo: Et fructus ejus dulcis gutturi
meo.
Y si sólo al contemplarle de lejos y en figura
les causaba tanta fruición, ¿qué gozo, qué fruición
no debe causarnos a nosotros que penetramos la
realidad?
Tener aquí presente, real, vivo y verdadero a
Jesús, pan de vida,,guardado por la previsión de
José en los graneros de la Iglesia y del
Tabernáculo, ¡mejor [que] aquel trigo guardado por
el antiguo José en los graneros de Egipto!
¡Poder saborear en nuestra boca y en nuestro
corazón a Jesús sacramentado!
¡Oh! ¡Qué dicha poderle comer bajo el manto de
San José!
Ya pues, amados míos, que de un modo especial
hemos sido colocados bajo el manto de San José,
también tenemos el deber de saborear de un modo
especial el fruto bendito germinado bajo su sombra.
Y ya que hay tantos que no saben apreciar las
dulzuras de este fruto y a los cuales causa náusea
como el maná del desierto, saboreadle vosotros que
sois destinados a ser reparadores de su corazón.
Saboreadle con sentimientos de fe viva, de
humildad profunda, de protestas de fidelidad de no
ofenderle jamás, de sentimientos tiernísimos de
dolor y contrición de haberle ofendido, de promesas
y ardientes deseos de trabajar un día por su gloria
hasta morir, si es preciso, de gratitud profunda
por todos los beneficios que nos dispensa.
Pedidle estos sentimientos por medio de San
José.
Que si lo saboreáis con estos sentimientos, os
lo aseguro, será dulce para vuestro paladar.
Y al saborearle, pedidle que fructifique en
vosotros en frutos de santificación, de piedad, de
temor, de amor.
Pedidle que sea fructuoso a todas las almas para
que como nosotros puedan saborearle.
Pedidle por todas nuestras intenciones y
necesidades de esta casa y los colegios, para que
con gozo podamos repetir estas solemnidades.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
14, págs. 1–3
Colegio Tortosa.
19 de Marzo 1895
Mis colegiales de San José e hijos muy amados en
el Corazón de Jesús sacramentado. ¿Qué idea os
sugeriré yo en este momento, para preparar vuestro
corazón?
Trasladaos con el pensamiento a aquella tierna
escena (vide plática de 1889)
Bendito sea el momento en que se nos dio a San
José por Patrono de esta casa, y de todas nuestras
casas, y se levantó el místico Nazaret de esta
santa capilla, para cobijar bajo el manto de San
José a Jesús sacramentado, y poder estar vosotros
en su compañía, y repetirse permanentemente la
escena de Nazaret, y recibir aquí las bendiciones y
caricias de Jesús constantemente, y llenar vuestro
corazón de bendiciones, y quitaros de los peligros,
y prepararlo para el Sacerdocio mediante la
mortificación y el ejercicio de las virtudes.
Ahora bien, ¿qué debéis hacer? Vide plática.
El año 1892, lo recuerdo muy bien, en este mismo
día, estábamos sufriendo el abandono amargo, no
sólo de los poderes de la tierra, sino de otros que
nos habían ofrecido el edificio de Condotti, en
Roma, lo cual parecía venir a tronchar nuestras
esperanzas y no obstante, os pedía yo en aquel día
que pidieseis a Jesús, por la intercesión de San
José, aquella gracia, tanto tiempo pedida y todavía
no conseguida, y aquella empresa, por tantas
contradiciones combatida, de la fundación del
colegio Josefino en Roma.
¿Quién sabe, os decía, si la Comunión vuestra de
este día es lo único que falta para obtenerla del
Señor? ¿Quién sabe si el Señor aguarda a que hoy se
lo pidáis con fervor, y con fe, y con propósitos
verdaderos de amarle y de ser fieles para
cumplirlos, puesto que será una gloria vuestra y de
esta casa.
Y pocos días después, a pesar de aquellos
abandonos, a últimos de Marzo, nos dirigíamos allá,
entre el temor y la esperanza, con unos pocos, y el
Señor bendijo vuestras oraciones, y escuchó
nuestros gemidos, y hoy después de tres años, y
mediante una cadena de maravillas pueden saludaros
desde allí hermanos vuestros afluidos de todas las
Diócesis de España, unidos con vosotros por el lazo
de fraternidad, y colocados como vosotros bajo el
manto de San José, y tenéis allí casa propia y
ostentosa, donación magnífica del Sumo Pontífice, y
en estos momentos están obsequiando a San José, y
recibiendo la Comunión de manos del Cardenal Di
Pietro, Ex–Nuncio de España, en aquella magnífica
capilla, en aquel riquísimo altar que guarda el
cuerpo del Papa San Aniceto. El Señor escuche
vuestras oraciones por la intercesión de San José.
Pues bien, así como en aquel año y en este día
de San José os pedía oraciones especiales para este
objeto, una gracia especial quiero que arranquéis
del Corazón de Jesús, con vuestro fervor, con
vuestras promesas y vuestras súplicas. Que él
bendiga y multiplique la obra de nuestras manos, y
el año que viene podamos tener plantada ya la
bandera en otra Diócesis y en otro país y otro
reino necesitado y cobijar bajo ella numerosos
hijos de San José. ¡Oh, quién sabe si Jesús espera
tan sólo las oraciones vuestras para concedernos lo
que deseamos!
Pedid finalmente por todos los bienhechores
vivos y difuntos y en particular por los dos
últimos Prelados de esta Diócesis que nos han
dejado memoria de su afecto en sus últimas
voluntades, de los dos Superiores vuestros
difuntos, para que de este modo sea colmado este
día de San José y...
Para merecer estas gracias, humillados, decidle:
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
15, págs. 1–6
Fiesta de San José. Tortosa. 19 de Marzo de 1896.
Mis amados colegiales de San José: al querer
escoger una idea para ofrecerla a vuestra
consideración en el acto de esta Comunión que vais
a recibir en obsequio de vuestro excelso Patrono,
ninguna más propia que aquella con que nos
representa la Iglesia en... capítulo de este día:
Vir justus multum laudabitur; et qui custos est
Domini sui, glorificabitur [(Pro 28, 20; 27, 18)]«
El varón justo mucho será alabado y el que es
guardián de su Señor, será glorificado.
Prescindo de hablar de su fidelidad; porque
¿quién es capaz de comprender la cadena de las
gracias a las cuales tuvo que corresponder para
llegar al grado de santidad que requería su misión
especialísima? ¿cómo explicar la fidelidad en el
cumplimiento de custodio de su Señor?
Por esto multum laudabitur. Por esto la gloria
de San José crece en proporción de su fidelidad, y
a medida que avanzan los siglos, crece su gloria y
sus alabanzas, y un concierto de voces armonioso se
levanta por todas partes en este día, y en todos
los ám– bitos del mundo suena el eco de su nombre y
se alaba con entusiasmo.
Pero prescindiendo de esta fidelidad y
fijándonos en la idea de custodio de su Señor, ¿a
quién podían dirigirse estas palabras?
Porque, ¿quién es guardián de otro? El guardián
implica cierta superioridad respecto del custodio o
guardado. El [que] guarda a otro supone cierto
poder, o al menos cierta vigilancia o poder para
ahuyentar los peligros. Tener, pues, esa
superioridad o al menos ese poder y vigilancia y
cuidado respecto del que es señor suyo, y por
consiguiente superior, ¿a quién podía competir más
que a San José? ¡Ah! sin duda que el escritor
sagrado al pronunciar estas palabras tenía presente
ante su inspirada imaginación a este augusto
personaje, porque sólo a él puede pertenecerle, y
por esto la Iglesia se lo aplica.
Yo me lo represento, amados míos, en aquel
momento solemne, en que la beatísima Trinidad,
rodeada de todos los coros de los ángeles, le
manifestó llegada la hora de la redención, y
humillación del Verbo Eterno, les había indicado ya
la que había de ser madre suya, al menos a gran
número de ellos, según la venerable Agreda, y ahora
iba [a] indicarles el que debía ser custodio del
uno y de la otra, y paréceme ver a los santos
Angeles conmovidos ante aquella revelación, y
deseosos en medio de su humildad, de poder ser
comisionados para aquel cargo.
Y [me] parece ver a los Serafines que, como
haciendo vibrar más fuertes las cuerdas de sus
encendidos afectos, solicitan este honroso cargo.
Y los Querubines le ofrecen los tesoros de
ciencia que el mismo Señor había depositado en su
espíritu para emplearlos en facilitar los pasos de
Jesús sobre la tierra,
Y los Principados y las Potestades presentaban
su poder, contra las maquinaciones del enemigo.
Y los Arcángeles y Angeles ofrecen sus homenajes
como nuncios fieles y experimentados.
Pero, ¡ah!, quaesivit Dominus vir juxta cor suum
[(1 Sam 13, 14)]. El Señor tiene buscado un varón,
un hombre según su corazón, y al verlo señalado por
el dedo del Eterno, ¡cuánto no sería su asombro y
su admiración y su reverencia por aquel ser
privilegiado, que así merecía este sublime encargo.
Y ¿cómo lo cumplió? ¿Quién es capaz, repito, de
comprender cómo cumplió esta misión? Las ansias de
aquella alma en las persecuciones contra Jesús; los
afectos de su ternura para proveer a su bienestar
en los días de la calma y en la peregrinación a
Egipto; los dolores y quebrantos de su corazón lo
mismo en la calma que en la tempestad.
Y le guardó para que fuese hostia de
propiciación por el mundo y aliento de las almas, y
fruto de los escogidos.
Verdadero custodio de su Señor, digno de ser
glorificado. Qui custos est Domini sui [(Pro 27,
18)].
Pero San José no debía estar siempre sobre la
tierra, y Jesús debía continuar, sin embargo, en su
estancia sacramental hasta la consumación de los
siglos. ¿Quién sería, pues, sustituto de San José,
para ser custodio de Jesús en su vida sacramental?
¡Oh, amados míos! ;qué pensamiento! Así como el
Padre Eterno señaló a San José para custodio de
Jesús durante las necesidades y peligros de su vida
mortal, así también ha buscado guardadores y
custodios y vigilantes en las humillaciones de su
vida eucarística; y éstos son los sacerdotes; por
ellos y sólo por ellos se conserva la vida de
Jesús, y sin ellos no le poseeríamos.
¡Oh, qué pensamiento! Y vosotros sois designados
para esta misión, para ser en cierto modo
continuadores de la obra de San José; y San José
que nos conservó este pan de vida, os lo entrega
hoy para que un día seáis sus custodios.
¡Oh, si no fuésemos fieles, santos!
Hoy lo deposita en vuestra lengua y en vuestro
corazón, y un día lo depositará en vuestras manos,
para que en vuestros brazos lo llevéis por los
pueblos, campos y montañas, como él lo llevaba en
su viaje a Egipto, y lo comuniquéis a los otros.
Y él os ha cobijado en este recinto para que os
forméis para ser un día guardadores solícitos de
Jesús.
¡Oh, desgraciados de vosotros si no fuerais como
él, los custodios fieles! ¡oh, si no
correspondierais a la elección que el Señor quiso
hacer de vosotros!
Si no fuerais aprovechando durante vuestra
carrera las gracias que son necesarias para llegar
al estado de santidad que se requiere para ser
varones fieles, amados míos, espanta el pensar
vuestra desgracia, si hoy fieles guardadores de
Jesús al recibirle en vuestro pecho y un día al
entregarse él a vuestros brazos serlo en favor de
los demás.
Hoy pues, amados míos, que celebramos la
festividad de este vuestro Patrono, al recibir a
Jesús en vuestro pecho prometedle que seréis fieles
a las inspiraciones de la gracia, que seréis
consoladores de su corazón en medio de tantos
enemigos suyos que le persiguen y aun le profanan y
que un día seréis solícitos guardadores de su santo
tabernáculo y que conduciréis a sus pies a las
almas todas que podáis para que le amen y le
consuelen.
Si se lo prometéis, él os llenará de consuelos y
os glorificará un día en vuestro sacer– docio y
tendréis el aprecio de las almas que vendrán a
vosotros para que les deis a Jesús, porque seréis
sus guardadores, porque qui custos est Domini sui
glorificabitur [(Pro 27, 18)].
Si así lo prometéis a Jesús, bien podéis pedirle
gracias por la intercesión de San José en este día.
1.º Pedidle cumplimiento de vuestros
propósitos de fidelidad y sin parar hasta ser
santos.
2.º Pedidle por la Iglesia, ya que ha sido
constituido su protector universal.
3.º Pedidle por vuestra España, hoy agobiada
de tantas necesidades y desgracias, y amenazada de
peligros y nuevas guerras. Pedidle a San José por
esos pobrecitos jóvenes españoles expuestos a morir
y que mueren allá lejos de nosotros y sin los
consuelos de la religión y el alivio de sus
queridos, algunos de ellos hermanos vuestros unidos
por el lazo de San José.
4.º Pedidle por los insignes bienhechores de
la Obra, en particular por lo[s] de Roma para que
puedan lograrnos la solidez de aquella empresa. No
olvidéis obtener la gracia, que os recomendé en el
día de la Purísima, de la aprobación y bendición de
nuestra universal Hermandad por parte de la Santa
Sede, a fin de que sean más copiosos los frutos de
nuestro campo.
5.º Pedid, en fin, que el año que viene podamos
repetir esta festividad con paz completa para
España y reunidos aquí podamos ofrecer a San José
este triduo de nuestro amor.
Para conseguir estas gracias y disponer vuestro
corazón con sentimientos de fe, amor y santo temor
diciendo: Confiteor
Escritos I, vol. 3.º, doc.
16, págs. 1–5
Colegio de Tortosa.
14 Noviembre 1897
Mis amados en el Corazón de Jesús sacramentado:
¿Qué idea os sugeriré yo para preparar vuestro
corazón a la Comunión en la presente fiesta.
Trasladaos con el pensamiento a aquel hermoso
[pasaje] del libro de los Jueces, cuando Josué
habiendo hecho pasar el Jordán a pie enjuto
mediante la presencia del arca de la alianza, que
hizo detener la corriente del río, hizo extraer 12
grandes piedras del fondo del río, para levantar
con ellas un altar que fuera testimonio perenne de
aquel milagro, para que cuando los hijos en la
sucesión de los tiempos, que es lo que significaba
aquel [altar], les refiriesen las maravillas que el
Señor [habla] obrado sobre aquel pueblo, y
bendijeran al Señor.
Y levantado el altar, Josué reunió a los
ancianos y a todo el pueblo, y les dijo: Esto dice,
¡oh! Israel, tu Dios y tu Señor: Acuérdate que yo
soy el que saqué a vuestro padre Abrahán de la
Mesopotamia para que no sirviese a dioses extraños;
yo soy el que os hice pasar el mar Rojo para que no
os anegarais en sus aguas. ¿Te acuerdas, oh,
Israel? Yo soy el que os alimenté en el desierto y
os he introducido en esta tierra, y os he dado esos
olivares que no plantasteis, y esas casas que no
edificasteis. Bendice, pues, al Señor en este día y
sírvele de todo corazón; pero si no te parece bien
servir, [ya] que te ha hecho tantos beneficios, hoy
se os da a conocer. Eligite... y aquel pueblo
emocionado, conmovido, prorrumpió en un grito de
exclamación: Sí; a Dios sólo queremos servir y a él
sólo amar. Testigo es Dios.
Ahora bien, amados míos: Hace 17 años y
precisamente en este día 14, teníamos esta capilla,
bendecida y levantada hacía un año por el malogrado
Provisor de entonces, D. Gerardo Campos, e
inaugurada por el [hasta] hace poco malogrado
Rector del Seminario, Sr. Vilaret. Los alumnos
todos del colegio en atenta exposición que aún se
conserva, con los nombres de todos los firmantes,
pidieron la permanencia de Jesús sacramentado en su
compañía, y recordando el beneficio que Dios nos
había hecho de poder levantar esta casa, y para que
fuese monumento perenne a los venideros, se
resolvió instituir esta fiesta como tributo de
nuestra gratitud. Y en la Comunión de este día se
le hizo arrancar a todo firmante protesta, de que
sabrían corresponder a la gracia de Jesús, de poner
su vivienda junto a ellos, y de que no profanarían
este lugar con irreverencia alguna; que vendrían a
ofrecerle gozosos las primicias del día con actos
de amor y de reparación, y a consolarle de los
agravios de las criaturas, y a consagrarle aun los
afectos de su corazón al entregarse al descanso de
la noche... Esta protesta hicieron.
Y aquel voto de gratitud, y aquellas sinceras
protestas de aquel día han arrebatado gracias
imponderables del Corazón de Jesús; y aquellos
alumnos que votaron, están trabajando la mayor
parte de ellos en la viña del Señor, y muchos de
ellos en campos muy vastos de Institutos religiosos
y en lejanos países. Y la semilla de San José que
colocamos bajo el Patrocinio de la Virgen se ha
desarrollado y multiplicado y fecundado en otras
Diócesis y otras tierras, y de la misma semilla ha
germinado el árbol frondoso trasplantado junto al
Tíber, y puesto al cuidado y bajo la mirada amorosa
del Santo Pontífice. Y la Providencia de Jesús
parece querer señalar a la Obra otros campos para
el bien de la juventud levítica, abriéndonos tal
vez las puertas de los seminarios, que hemos
penetrado con la admisión del seminario de Astorga
y
Y nos permite repetir 17 años esta fiesta a
pesar de los peligros que nos rodean
¿Qué hemos de hacer, pues? Hacer lo que hicieron
un día los primeros colegiales.
Que sea esta Comunión y esta fiesta un tributo
anual de acción de gracias a Jesús por haberse
querido hacer nuestro hermano, nuestro compañero,
viviendo a nuestro lado y en nuestra compañía, y
por los beneficios todos que nos ha concedido.
Ofrezcámosle al Padre Eterno. Y en segundo lugar,
repetirle nuestras protestas: de honrarle con
nuestro respeto en esta capilla; de no acercarnos
aquí a su presencia manchados con pecado alguno que
pueda ofender su vista y atraernos sus maldiciones
en lugar de bendiciones; con ofrecimientos de ir
preparando nuestro corazón para un día extender su
amor sacramentado dándole a conocer a las almas y
constituirlas reparadoras de su soledad y de sus
sufrimientos místicos.
––––––––––––––––––
Si así lo hacéis, si estas protestas le hacéis,
si ofrecéis al Padre Eterno a Jesús por las manos
de la Virgen y de San José será un aniversario de
[?] bendiciones, y bien podéis pedidle gracias.
Pedidle pues, en primer lugar, por nuestra pobre
España, agobiada de calamidades, que está
desangrándose por la malicia de la iniquidad
masónica, que en odio de su fe, promueve esas
guerras fatales para empobrecerla y arruinarla.
Pedidle por nuestros colegios, en particular por el
de Roma, sujeto todavía a muchos contratiempos, y
que celebra también esta fiesta. El año anterior en
este día lo celebraba allí yo con gozo de mi
corazón y les pedía un recuerdo para vosotros.
Pedidle a Jesús que nos permita continuar esta
Obra.
Pedidle por todos los benefactores de esta casa,
que pasaron ya a la eternidad, y por los colegios y
superiores difuntos, en particular por el reciente
difunto superior, hijo de esta casa.
Pedidle que el año que viene podamos repetir
esta solemnidad con alegría de nuestro corazón,
libres de todos los contratiempos y trastornos que
tal vez nos amenazan.
Últimamente, pedidle a Jesús por la mediación de
Maria, de San José y del Ángel de España, la gracia
que os recomendé el día de San José, la aprobación
solemne de nuestra Obra por la Santa Sede, y que
hace tiempo estamos aguardando y que yo espero será
fruto de vuestras oraciones en este [día].
Para merecerlo, con fe, humildad y devoción,
decid: Confiteor
Escritos I, vol. 3.º, doc.
17, págs. 1–2
Mis amados en el Señor: Qué noche fría aquélla.
Ábreme.
Había caído el hombre; el hombre se lanzó. Abría
las puertas de su corazón a todas las criaturas.
Todo era Dios, menos Dios. En vista de esta
apostasía se formó un pueblo que le conociese y
amase; le llena de sus dones. Obra prodigios; y
¿qué le pide? una tienda. Mas aquel pueblo
inconstante... y el mundo continuaba envuelto en
las tinieblas de la infidelidad. El Verbo Divino no
lo podía soportar, y determina acercarse al
hombre... y he aquí que se queda disfrazado y
convertido... Aperi mihi, soror mea [(Cant 5, 2)].
¡Oh! ¿Cómo resistir esa invitación?
Ya que no pudimos abrazarle en Belén Dios crea
el cielo para el hombre
El hombre bueno creado para la felicidad
Mas desde el momento en que, ingrato, le
Dios le arrojó de su presencia.
¡Oh, qué noche tan fría!
Pero dejó la esperanza
Yo veo a Adán
Yo veo a los Patriarcas,
A los Profetas.
¿Qué pasaría en el corazón de aquellos varones?
Pero amaneció aquel día.
Y estos... gloria a Dios. El viene
¡Oh, si hubiéramos podido allí estar junto a
Jesús, en los esplendores de aquella noche. Le
hubiéramos recompensado
Mas ¿qué digo? El mismo está aquí
Sea en acción de gracias.
Pedidle gracia para el 97,
¡Que [?] perspectiva!
España. Guerras.
Pedidle por Roma, Barcelona, Valencia.
El Profeta decía: Quid retribuam Domino? [(Sal
115, 12)].
El me ha sacado de un pastorcito a un jefe de
Israel
Me ha librado de mis enemigos.
Hostiam laudis [(Sal 115, l7)].
¡Oh, mejor que David! Nos ha redimido, nos ha
permitido llegar al 97. ¡Cuántos han desaparecido!
¿Quién es capaz de contar: alimentos, gracias,
ingratitudes
Una cierta santa... podemos pagar cuanto
debemos. Sí, sea, pues, en acción de gracias y
pidan
Pedidle: que seréis buenos, que le repararéis.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
18, págs. 1–4
Tortosa. Renovación.
13 Noviembre 1898
Alégrate Jerusalén; salta de gozo, hija de Sión,
porque he aquí que vendré y pondré mi habitación en
medio de ti, dice el Señor.
Alegraos con Jerusalén todos los que la amáis y
lloráis sobre ella, porque el Señor declinará sobre
ella toda la gloria de las gentes y lo que antes
era árido se convertirá en estanque de frescas
aguas, y él hará brotar en medio de la soledad
Así exclamaba, amados míos, el profeta Isaías,
cuando en medio de los quebrantos y las desdichas
de su pueblo, el Señor le hacía entrever en
lontananza las bendiciones y glorias de la futura
herencia de su pueblo, y henchido su pecho de
entusiasmo continuaba: en aquel día, en el día de
la gracia, sacaréis aguas de las fuentes del
Salvador, cuando el Señor vendrá a poner su
habitación en medio de ti.
¡Oh, quién sabe, quién sabe si en la mente del
Profeta se representaba alguna de las escenas y de
los cultos que hoy celebramos en esta casa!
¡Quién sabe si veía las bendiciones del Señor
desde el día que vino a poner su habitación en
medio de ella!
Porque ya lo sabéis: Hace 18 años esto era un
campo olvidado, inculto y desierto; y levantóse
este edificio en medio de fatigas y quebrantos, y
dedicamos esta capilla a la Virgen Santísima y a S.
José y el Señor quiso poner su asiento y habitación
en medio de ella; y le ofrecimos a Jesús un
homenaje de gratitud anual; y al impulso de sus
bendiciones esta capilla se convirtió en centro de
adoración nocturna; y lo que antes, cuando... ha
venido a ser lugar de delicias para Jesús, y ha
brotado aquí y se ha desarrollado el plantel de
vocaciones de los llamados para el santuario; y lo
que antes era sitio silencioso y abandonado, se ha
cambiado... en... de cánticos sagrados y de
constantes reparaciones.
¡Oh! como el Profeta podemos exclamar: la roca
que se
Pero aún mas, amados míos; aquel pequeño grano
de mostaza que aquel día depositamos en el Corazón
de Jesús, y pusimos bajo el Patrocinio de la Virgen
y de San José fue convirtiéndose en árbol, y a la
sombra viene a cobijarse la juventud estudiosa que
ha de formar la generación sacerdotal que el mundo
hoy necesita, y que ha de ser mejor que la antigua,
porque ha de luchar las batallas del Señor contra
las huestes, tal vez, del Anticristo.
Y este árbol, gracias al amor de Jesús
sacramentado y a vuestras oraciones, desde esta
región ha extendido sus ramas mas allá de nuestra
Diócesis, y aun de los límites de nuestra Patria; y
el nombre de la obra de vocaciones de San José
suena grato a los oídos de la Nunciatura, y los
Prelados nos bendicen y nos abren confiados las
puertas de sus seminarios, y desde las pampas de
América y del Brasil miles de almas necesitadas
esperan de algunos de vosotros tal vez el remedio
de vuestros cuidados.
Y como si esto no fuera bastante, el mismo
Pontífice mira complacido el plantel de sus
Josefinos que ha brotado a sus pies, y ha querido
bendecir y ha aprobado con su palabra infalible ese
modesto, pero nuevo árbol de la Iglesia.
Bien podemos, pues, repetir con el Profeta:
sacaréis agua con abundancia de las fuentes del
Salvador, porque el Señor vendrá a poner su
habitación en medio de ti.
Ahora, pues, quid retri– buam Domino? [(Sal 115,
12–19)]
El real Profeta al dar una mirada retrospectiva
a las misericordias de que había sido objeto por
parte de Dios, se las pone delante una a una y
confuso exclamaba: Quid retribuam Domino? Calicem.
Recibiré el cáliz que quiera enviarme e invocaré su
nombre. Dirupisti vincula mea. Has roto todas mis
cadenas y te sacrificaré hostias de alabanza. Vota
mea Domino reddam in conspectu, y cumpliré mis
promesas y repetiré mis votos en presencia de todo
su pueblo, en medio de ti, Jerusalén.
¡Oh! Y aquellos sacrificios y votos ¿eran estos
que deseaba ofrecerle el Profeta? ¡Ah! los dones de
víctimas de corderos indicados por la Ley, y los
cánticos y alabanzas en aquel templo, ante el arca
de la alianza.
¡Oh, si él hubiese podido ofrecerle otros
dones! ¡Oh, si hubiese podido ofrecerle la hostia
sacratísima de alabanza que nosotros poseemos, el
cordero y [?] en víctima que el Padre eterno en sus
bondades ha querido que ofreciéramos!
Pues mejor y con más razón que el Profeta
debemos, al recordar sus bendiciones en esta
Comunión, decirle en primer lugar: Calicem
salutaris accipiam et sacrificabo hostiam laudis.
Recibiré el cáliz saludable de salud, y le ofreceré
esta hostia de alabanza.
Que sea esta Comunión y esta fiesta un tributo
de amor y de acción de gracias por haberse querido
quedar aquí en nuestra compañía y en nuestra propia
casa, como dulce compañero inseparable y por los
beneficios que desde aquí nos ha concedido.
Y repetidle, en segundo lugar: Vota mea Domino
reddam. Repetidle vuestras protestas, de honrarle
con vuestro respeto en esta capilla. Renovarle
vuestras promesas de no acercaros a su presencia
manchados con pecado alguno que pueda ofender su
vista y atraer sus maldiciones en lugar de
bendiciones. Repetidle vuestros deseos de repararle
y consolarle por tantos que no le conocen ni le
aman; ofrecimiento de ir preparando vuestro corazón
en el estudio y la piedad, para un día extender su
amor sacramentado, dándole a conocer a otras almas.
Vota mea Domino reddam. Delante de todo el pueblo
de Tortosa... hemos de dar a conocer que queremos
cumplir nuestros propósitos.
Si así lo hacéis, si estas protestas depositáis
en [su] corazón y las ofrecéis al Padre Eterno por
manos de María, será cada año esta fiesta prenda y
fuente de futuras bendiciones para esta casa, para
vosotros y para la Obra.
Pedidle, pues, en primer lugar, por nuestra
pobre España. El año anterior y el día de San José
os recomendaba oraciones para ella. Dios no ha
querido aparentemente escuchar nuestras oraciones
por los pecados sociales [?] y políticos, que la
han convertido en solitaria a la que era la señora
de las gentes. Pedidle por la intercesión de los
santos españoles, que conviertan las actuales
humillaciones para gloria de Dios y de nuestra
verdadera restauración.
Pedidle por todos los bienhechores de esta casa
vivos y difuntos.
Pedidle por el Sumo Pontífice. Dos años
consecutivos os recomendaba una gracia, que al fin
se obtuvo en audiencia del 18 de julio: la
aprobación apostólica de nuestra Obra; pedidle,
pues, a Jesús por el Sumo Pontífice de quien
esperamos otras nuevas y próximas bendiciones.
Pedidle a Jesús por los Operarios y sacerdotes
que pronto van a cruzar el Atlántico, para plantar
la bandera josefina más allá de estos mares, y el
año que viene, colmados sus deseos de gloria de
Dios puedan preparar el camino a otros apóstoles
españoles, y sea este día el año que viene un nuevo
tributo de acción de gracias.
Pedidle que nos haga dignos de extender su amor
sacramentado por medio de una obra especial de
reparación,
Pedidle por los benefactores, para que sea día
de bendición y de gracias. Para ello
Escritos I, vol. 3.º, doc.
19, págs. 1–2
1898. San José
Mis amados colegiales en el Corazón de Jesús
sacramentado: Al querer escoger una idea para
presentarla a vuestra devoción, para prepararos a
la sagrada Comunión en este día de nuestro excelso
Patrón no ha podido apartarse mi imaginación de la
escena que la Iglesia nos ofrece en el Evangelio de
ayer, sobre la Samaritana.
Trasladaos con el pensamiento a aquel paraje que
nos describe San Lucas
Da mihi bibere. Extraño, que siendo tú de
Jerusalén... ¡Oh! Si scires donum Dei [(Lc 4,
7.10)]. Véase plática Samaritana.
Y esta escena se repite constantemente, para
nosotros de un modo especial, pues ha querido
formarse este pozo, esta fuente de aguas vivas
aquí, en nuestra propia casa, y bajo el cuidado de
San José, para que bajo su amparo día y noche
podáis saborear esta fuente de aguas vivas de día y
de noche.
¡Feliz el día en que Jesús quiso venir a esta
casa!
Pero ¡ah! que él añade: Da mihi aquam.
Y este día de San José será día de bendición y
de gracias, porque es el día de mi Superior, y el
año que viene podamos repetirle este tributo de
amor.
Miles de súplicas se están elevando al cielo.
Venid [con] las vuestras, que hoy es día de
gracias, porque es el día del Superior de la
comunidad.
Pedidle por nuestra España, como os impelía en
la última Comunión general.
Pedidle por todos los colegios, unidos a las
intenciones que en este instante
Pedidle que pronto podamos plantar la bandera de
San José a la otra parte de los mares, y el año que
viene podamos darle gracias por este beneficio.
Una gracia os recuerdo: el éxito de la
apelación, que estamos anhelando... que miles a su
protección la confiamos ¡Quién sabe si el Santo
espera esta Comunión de nuestros colegiales!
Que por nuestra tibieza no la hagamos
Escritos I, vol. 3.º, doc.
20, págs. 1–6
Sub umbra illius quem desideraveram sedi,
et fructus ejus dulcis gutturi meo, [(Cant 2,
3)].
Mis amados colegiales de San José, hijos en el
dulcísimo Corazón de Jesús: ¿Qué idea os sugeriré
yo para preparar vuestro corazón a la sagrada
Comunión en este día de nuestro Santo Patrono?
¡Qué aspecto más árido presentaba la tierra
desde el día en que el Señor, ofendido por el
primer pecado, se vio precisado a maldecirla! Sólo
abrojos y espinas debía producir el hombre. Spinas
et tríbulos germinabit tibi [(Gn 3, 18)]. Tanta era
la aridez que el Amador de los Cánticos no tenía
donde guarecerse en medio de los ardores del
mediodía.
Mas he aquí que vino el momento, en la sucesión
de los tiempos quiso el Señor ir revelando a los
escogidos un árbol frondoso que debía aparecer en
los días de la gracia, y al contemplarlo en
lontananza, en su inspirada imaginación, el místico
Esposo de los Cánticos exclama, como si ya lo
poseyera: Sub umbra illius...
¿A quién se dirigen estas palabras? ¿Quién es
ese árbol frondoso que así alegraba el corazón de
aquella enamorada? ¿Quién es ese árbol que debía
hermosear y embellecer la tierra en el jardín de la
iglesia? Arbol que mejor que el cinamomo ascendió,
difundiendo el suave olor para la salud de las
gentes; que como aquél del Apocalipsis debía dar
frutos mensuales; que mejor que la palma de Cadés
cobijaría en su sombra a las almas fatigadas; que
mejor que el plátano colocado junto a la corriente
de las aguas de la gracia, produjera los frutos más
[?] ¿Quién? La misma Iglesia no repara en
señalárnoslo, pues en el mismo oficio votivo de San
José, no duda en aplicarle este texto, que no ha
aplicado a ningún Santo: Sub umbra illius...
¡Oh! no es extraño, pues, que el acento de esta
palabra de la Iglesia, un grito de entusiasmo
resuene por todas partes, y un concierto armonioso
de voces se levante por todos los ámbitos del mundo
católico, y lo mismo bajo las bóvedas ingentes del
Vaticano y en las suntuosas catedrales de Europa,
como en las humildes capillas católicas levantadas
por la mano del misionero en los desiertos del
Africa o bajo los árboles de América, resuene el Te
celebrant agmina coelitum, te resonent christiadum
choru.
Y las almas piadosas al despertar de esta
mañana, y al poner los pies en tierra, saludan con
su imaginación y acuden presurosas a ofrecer su
tributo al Santo por los beneficios recibidos y por
los que esperan obtener, y pronuncian su nombre
como símbolo de bendición, porque es para ellos el
descanso del fatigado alivio del enfermo, escudo de
fortaleza para el moribundo.
Y para todos ha sido constituido Patrono y árbol
benéfico en medio del mundo, y arranca himnos de
gratitud su memoria, de un modo especial debe
producir la gratitud de nosotros, que hemos sido
colocados permanentemente bajo la sombra de este
árbol benéfico.
¡Oh, bendita sea la hora en que mediante la
palabra y la inspiración de una persona autorizada
se nos señaló a San José, ese árbol para cobijar
bajo su protección esta casa y esta Obra.
Porque desde aquel día, ¡oh! sí, a su sombra han
brotado miles de vocaciones, y las ramas de este
árbol se han extendido más allá de los límites de
nuestra Patria, y bajo su sombra se han reunido de
todas partes jóvenes que no se conocían, allá junto
al Tíber para entonar un himno que les era
ignorado, y allí cantan también; y a más tienen
aquí recuerdos; para ti todos nuestros latidos,
para ti nuestro amor filial; y este himno se canta
en lengua extranjera por corazones juveniles, que
[no] se avergüenzan de llamarse josefinos, y que se
convierten en pregoneros de San José y de su Obra.
Bendito, repito, sea el Señor, que así ha
querido bendecirnos colocándonos, bajo el manto del
Santo Patriarca. ¿Cómo no ofrecerle un tributo de
gratitud más que todas las otras almas?
Mas añade otra expresión el texto sagrado, que
es la idea más propia para este [acto]: Et fructus
ejus dulcis gutturi meo [(Cant 2, 3)]. ¿Cuál es
[el] fruto que produce este árbol que tan dulce se
le presentaba a la esposa mística, y pende de este
árbol?
¡Oh! Trasladaos con el pensamiento a Nazaret, y
haced cuenta que a las primeras horas de una mañana
de marzo, y cuando aquel pueblecito está entregado
al descanso, se nos permite penetrar en la modesta
casa de San José, y que silenciosamente hubiéramos
podido penetrar en la [?] habitación, y acercarnos
a los pies de San José que absorto en dulce
contemplación y en transportes de amor tiene
recostado en su pecho al Niño Jesús, y quietecitos
allí, hubiéramos podido contemplarle con respeto;
¡oh, qué dicha la nuestra en aquella ocasión!
Si el Santo al ver nuestra timidez, nos le
hubiese ofrecido para tenerle en nuestros brazos y
echarle sobre nuestro pecho, ¡oh! ¿cómo explicar
tanta felicidad? Aquel día lo hubiéramos conservado
indeleble en nuestra memoria, en nuestro corazón,
como el más feliz de nuestra vida.
Pues, amados míos: Aquel que pendiente de los
brazos de San José es el que está aquí real, vivo y
verdadero; éste es [el] fruto bendito pendiente del
místico árbol, anunciado en los Cánticos.
Y notad, amados míos, que San José no tuvo otra
misión sino conservarlo, no para sí, sino para
nosotros, y con la amargura de ser colocado después
de él [en] el árbol de la cruz, para que fuese
muerto, sazonado alimento, mediante su gracia,
fruto único de salud para las almas. Fruto bendito,
que mejor que San José no sólo le tenemos en
nuestros brazos sino en nuestra propia lengua y
podemos saborearlo en nuestro corazón. Fruto único
que puede sanar el corazón del hombre hambriento,
de dicha y de felicidad. Fruto que ha instituido de
modo que a San José debemos el árbol de la vida.
Bendito sea el Señor, amados míos, que nos
permite percibir hoy este fruto a la sombra del
Santo Patriarca.
¡Oh! ¿cómo no recibir con gratitud este fruto
[en] los brazos de nuestra alma, en esta Comunión?
¿Cómo no pedir al Santo que nos dé aquellos
sentimientos de ternura, de amor, de compasión?
¡Oh, qué desgracia si al dárnoslo San José,
viese en nosotros menos dignas disposiciones! O si
se convirtiera en veneno, ¡cómo se resistiría al
presentárnoslo!
¡Oh! que no sea así, amados míos. Pedidle la
gracia de recibirle con fervor. Prometedle que un
día propagaréis su culto y cobijaréis a las almas
bajo su manto protector. El os ha elegido para que
un día seáis continuadores de su obra sobre la
tierra, porque así como él le guardó para nosotros,
así un día debéis ser vosotros los guardadores de
Jesús y en vuestras manos se depositará para que lo
entreguéis a las almas fieles. Pedidle, pues, que
vaya preparando vuestro corazón para la pureza, con
el fervor, con el celo, para que seáis dignos
dispensadores de los misterios de Dios.
Uníos a las súplicas [que] hoy, en el día de la
alegría de su corazón, se elevan a su trono en
demanda de socorro para todas las necesidades.
Pedidle por nuestra España, afligida, que ponga
término [a las] guerras crueles, producidas por las
sectas para humillar a este noble pueblo católico.
Pedid por aquellos pobrecitos que allá en lejanas
tierras, separados de sus familias, y que expuestos
a morir sin poder recibir a Jesús sacramentado en
los hospitales, por la índole de aquellas
enfermedades. Algunos son miembros de esta casa, y
que hoy, ¡oh! no lo dudo, recuerdan el colegio y os
saludarán con efusión y santa envidia.
Una gracia especial quiero obtengáis de San
José. En el día de ayer debía ser presentada
oficialmente, por el ponente consultor de la
Congregación de Obispos y Regulares, el juicio y
parecer respecto de nuestra [Obra] para sujetarlo a
la resolución de dicha Congregación, y en caso
favorable ser puesta a la sanción infalible de la
Santa Sede. Pedidle al Santo Patriarca que nos sea
favorable este juicio y esta aprobación y podamos
un día, no lejano, entonarle un himno de gratitud y
acción de gracias en todos los colegios de San
José.
Pedidle, en fin, por todos los otros colegios y
por cada una de nuestras necesidades.
Para merecerlo, preparad vuestro corazón con
sentimientos de fe, de humildad, diciendo
Escritos I, vol. 3.º, doc.
21, págs. 1-6
1900. 11 de Noviembre
Reserva. Tortosa
Mis amados colegiales: Otra vez el Señor nos
concede reunirnos aquí en este humilde recinto y en
esta santa capilla de tantos recuerdos, para
saludar la aurora de este día memorable.
Otra vez el Señor, en sus inagotables bondades
nos permite saborear, en el silencio de esta
mañana, el fruto de vida bajo el árbol benéfico del
Patrocinio de la Virgen.
Hace 28 años que allá en una modesta estancia de
la casa–palacio de San Rufo levantábamos el primer
altar para satisfacer la devoción y formar el
espíritu de los primeros jóvenes, residuos la mayor
parte de escapados de la tempestad del 68, que
dispersó el Seminario, y que vinieron a cobijarse
bajo el manto de San José, en la naciente obra de
las vocaciones eclesiásticas.
Mas la modestia de aquel local, no nos permitió
pensar en constituir allá a Jesús sacramentado de
un modo permanente, y por lo tanto no pudieron
aquellos primeros [colegiales] anteriores vuestros
disfrutar de la compañía constante de Jesús.
Alentados luego por el Sr. Villamitjana, nos
lanzamos a la empresa de levantar esta casa y esta
capilla, que fue bendecida el 12 de 1879, pero
estando un año entero sin la estancia sacramental
de Jesús, hasta que los colegiales de aquella
época, consagrados hoy la mayor parte en el
servicio de las parroquias, o en Institutos
religiosos, o en cátedras o en prebendas
eclesiásticas, nos elevaron una ferviente
exposición, que se conserva archivada, en la que
pedían se estableciera la Reserva, y protestando
ofrecer homenajes de amor y reparación a Jesús en
su tabernáculo. Y se obtuvo la facultad de Roma, y
hace 20 años en la segunda domínica de Noviembre,
fiesta del Patrocinio de María, fue paseado Jesús
públicamente por primera vez, por esa calle, que
poco antes era una montaña solitaria, con gozo
universal para todos los corazones.
Y desde entonces y durante estos años, ¡cuántos
acontecimientos! ¡Cuántos recuerdos!
¡Cuántos cánticos alegres han resonado en este
recinto! ¡Qué cadena de actos tan variados, de
ejercicios, de sufragios, de acciones, de gracias
según los varios acontecimientos! ¡Cuántos dolores
y gozos! ¡Cuántas bendiciones! Y a nosotros se nos
es consentido repetir esta festividad y conmemorar
aquella primera fecha origen y aun fuente de
tantísimas bendiciones.
¿Cómo no continuar, pues, la tradición de
nuestros antecesores, ofreciendo un tributo de
acción de gracias, por la venida de Jesús a esta
casa, y renovar nuestras protestas de fidelidad a
su amor sacramentado?
Ahora, pues, amados míos: Ya que la Comunión es
el primero y el mejor tributo que le vais a ofrecer
¿qué idea os podré sugerir yo para preparar vuestro
corazón, y animar vuestra confianza?
Y al querer discurrir una idea, no ha podido
apartarse mi imaginación [de] la que se desprende
del relato que nos hace el evangelista San Mateo en
esta domínica 23, y que con más extensión nos
describe San Lucas.
Trasladaos, sino con el pensamiento, a este
hermoso pasaje de hoy, cuando aquella mujer de
Etiopía que hacía doce años sufría una molesta
enfermedad, en la cual había agotado en médicos
toda su sustancia sin remedio alguno, oyó decir las
maravillas que allí en la Palestina obraba el que
se llamaba el Mesías, y no pudiendo visitarle en su
casa, ni siquiera verle dentro de la ciudad, porque
le estaba prohibido por la Ley a aquellos
extranjeros, acechaba el momento en que pasase por
algún camino, y encontrada la ocasión en que Jesús
iba caminando rodeado de una multitud de gente que
le seguía, en la imposibilidad de poderle hablar,
dice dentro de sí: ¡oh! si yo pudiese tocarle no
más que sea el borde de su vestido, creo quedaría
sana; y forcejeando entre aquella masa de gente
pudo tocar con las manos el extremo de su vestido,
y se sintió sanada.
Y el divino Salvador que penetraba en el
interior de aquella pobre alma, y que quería dar a
conocer su grande fe, exclamó con fuerza: ¿quién me
ha tocado? Y negándolo todos, San Pedro con su
viveza natural le dijo: Maestro, las turbas te
comprimen y aprietan, y preguntáis ¿quién me ha
tocado? Sí, alguno me ha tocado, pues una virtud he
sentido ha salido de mí. Y al ver la mujer que no
se le había ocultado su acción, se acercó temblando
y echándose a los pies de Jesús, explicó
públicamente cómo y por qué le había tocado, y cómo
había quedado curada.
Y Jesús le dijo: Bien, muy bien, hija mía, ve en
paz y tu fe te ha salvado.
¡Afortunada mujer, que pudo tocar el vestido del
Salvador! ¡Dichosa alma que mereció el cariñoso
parabién de Jesús por su fe!
Pero ya lo sabéis, amados míos, aquel mismo
Salvador es el mismo que ha querido mostrarse a
nosotros en el camino de la vida para que podamos
acudir a él, sin aquel esfuerzo, y se muestra no de
paso y de corrida, sino en su propia casa; digo
mal, en nuestra propia casa, para que siempre y a
todas horas del día y de la noche podamos
acercarnos a él y tocar no ya el vestido de su
humanidad, envuelto en las especies del Sacramento,
sino depositar su humanidad y divinidad dentro de
nuestro pecho y de nuestro corazón.
Y la misma virtud de entonces sale de él
constantemente para los que se acercan con fe,
reverencia y temor. Y esta virtud y esta gracia ha
afluido desde este tabernáculo desde que en él
quiso aposentarse, sobre nuestros corazones a los
cuales llamó con la voz y aquí hizo que se
desarrollara el germen de la vocación y que aquí
encontraron la fuerza en sus luchas y quebrantos.
Y con esta virtud ha curado la dolencia de
muchas almas enfermas o heridas por la tristeza del
pecado.
Y a impulso de esta virtud desprendida desde
esta su estancia sacramental, han salido para sus
ministerios muchos jóvenes celosos por la gloria de
Dios, esparcidos por la Diócesis.
Y esta virtud que brota aquí de su corazón
sacramentado ha hecho florecer las ramas de nuestro
árbol plantado junto a la corriente de las aguas,
extendiéndolas mas allá de nuestra Patria y mas
allá de los mares.
¡Oh! dichoso el día en que el Señor quiso
colocar aquí su vivienda sacramental, y dichosos
los que tenemos la fortuna de habitar junto a él.
Beati qui habitant in domo tua [(Sal 83, 5)].
Pues esta misma virtud que se desprende de su
corazón, se desprenderá y afluirá a vosotros
cuantas veces en vuestras visitas diarias acudáis a
este lugar para saludarle y hacerle compañía.
Y si cuando la tribulación del combate y los
halagos del mundo quieran arrebataros al abismo del
pecado, y el enemigo de vuestras almas os rodee
para devoraros, no olvidéis que aquí está la virtud
y la fortaleza, si como aquella mujer de la Etiopía
sabéis acudir con fe y con devoción.
¡Qué desgracia sería si por nuestra negligencia
y frialdad, desviáramos de nosotros esa virtud de
Jesús! ¡Cuántos de aquella turba que seguían a
Jesús le apretaban por la curiosidad de verle, y
con todo no salía para ellos la virtud que
precisaba aquella mujer!
¡Qué sensible sería, pues, que por nuestra falta
de reverencia y poca fe, o por nuestras
disposiciones indignas, hiciéramos ineficaces y se
volvieran contra nosotros las gracias de Jesús!
Que no sea así, amados míos, y al ofrecerle hoy
este tributo de gratitud, protestadle que
escucharéis las voces de sus inspiraciones con que
hablará a vuestras almas, que le vendréis a visitar
y saludar con fe, con reverencia y con amor, y
hacedle compañía en desagravio de los que apenas
piensan en él; que un día daréis a conocer a las
almas sus amores y sus bondades, y las convertiréis
a todas en reparadoras de su corazón.
Si estos sentimientos le ofrecéis, él agradecerá
este tributo que le ofrecéis en este día, y os
concederá cuanto le pidáis.
Pedidle, pues, cuanto esté en vuestro pecho, que
acepte este tributo de gratitud que hoy le ofrecéis
y sea prenda de otras bendiciones que esperamos.
Pedidle por la santa Iglesia y por el Sumo
Pontífice, tan amante de nuestra Obra; pedidle por
nuestra pobre España y la libre de los lazos del
protestantismo.
Una súplica por los colegiales difuntos que no
han podido hoy asociarse a nuestros cánticos, por
[los] colegios de Roma, Burgos y otros colegios que
en este momento unidos a vosotros en espíritu están
celebrando iguales cultos.
Una súplica también por nuestros viajeros
mejicanos, que ayer debían zarpar de Cádiz para
Veracruz.
Una súplica especial, especialísima, que me
atrevo a esperar de vosotros, y sea para la
realización de un proyecto de reparación constante
al Corazón de Jesús sacramentado, del cual si se
realiza, tendréis que ser vosotros los principales
fomentadores y sostenedores ¡Quién sabe si Jesús
sólo espera esta Comunión vuestra, bien hecha, para
concederla!
Para merecerla, pues: Confiteor Deo.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
22, págs. 1-2
Tortosa. Reserva. 1901
Mis amados en el Señor: ¿Qué idea podía
sugeriros yo para preparar vuestro corazón a la
sagrada Comunión, sobre todo en este día en que le
dedicamos estos cultos como tributo de gratitud, y
en esta fiesta de tantos recuerdos?
Traslados con el pensamiento a aquel momento
solemne, cuando en la tarde de la víspera de la
Pascua envió Jesús a dos de sus discípulos: id, y
encontraréis.
Y cuando al llegar la noche, se sentó a la mesa,
exclamó: Desiderio desideravi hoc Pascha, antes de
mi pasión! [(Lc 22, 15)].
Como si dijera: todo lo voy a dar por bien
empleado por poder celebrar esta última Pascua.
Pero, Señor, hubiéramos podido decirle, ¿por qué
estas ansias? ¿No sabéis que os espera el cáliz
amarguísimo de vuestra Pasión? Una cosa os encargo
¿Qué debla pasar por el corazón de Jesús en
aquellos momentos?
¡Oh, si en aquellos momentos hubiéramos podido
presenciar aquella escena, y ver la actitud del
Salvador, aquellos ojos que son el encanto de los
ángeles, y oír el timbre de aquella voz que
arrebataba los corazones!
Y si en medio de nuestro éxtasis, el Señor nos
hubiera llamado y hubiera dicho: Mira, voy a morir,
resucitaré al tercer día, y subiré a los cielos
para ser vuestro abogado; ¿qué recuerdo quieres que
te deje? ¡Oh! quien le hubiera dicho: Señor, que os
acordéis de mí; tal vez algún retrato; y él hubiera
podido contestar: ya te dejaré el retrato de mi
cruz. Si él, al ver nuestra perplejidad, nos
hubiera dicho
Escritos I, vol. 3.º, doc.
23, págs. 1-4
1901. Reserva. 10 Noviembre
Mis amados en el Señor: ¿Qué idea podré
sugeriros yo para preparar vuestro corazón a la
sagrada Comunión, sobre todo en este día en que le
dedicáis estos cultos, como tributo de gratitud, y
en esta fiesta de tantos recuerdos?
Trasladaos con el pensamiento a aquel acto tan
sabido y nunca bastantemente meditado, de la última
cena, (véase plática a los alumnos de las
escuelas... )
¿Qué le diréis al Señor, y qué le daréis?
¿Qué le diréis? Pues si allí, en aquella noche y
en aquella hora, antes de morir... ; y por lo tanto
debemos decirle lo que [le] hubiéramos dicho
entonces. Le hubiéramos dicho que nunca nos
olvidaríamos de él; que cumpliríamos sus
mandamientos y aun sus consejos; y que no le
ofenderíamos jamás; que nos apartaríamos de todos
los peligros; que seguiríamos en todo sus divinas
inspiraciones. ¡Oh, cuántas cosas le hubiéramos
dicho y prometido! Pues lo mismo que entonces le
hubiéramos dicho, debemos decirle ahora, y sobre
[todo] en esta Comunión.
¿Y qué le daremos? ¡Oh! ¿qué podemos darle? El
fervoroso David cuando desde la altura de la
meditación, iba repasando los beneficios que había
recibido de la mano de Dios, su corazón se
dilataba, y henchido de gratitud y de entusiasmo no
podía contenerse, y daba un grito, como si quisiera
que todo el mundo le oyese, y exclamaba: Venite,
omnes qui timetis Deum, et narrabo quanta fecit
Deus amimae meae [(Sal 65, l6)].
¿Qué beneficios son éstos, santo Profeta? ¡Ah!
que me sacó de entre las ovejas de mi padre; y de
pastor me ha hecho jefe de Israel; me ha libertado
de mis enemigos; ha enterrado mis pecados, y me ha
llenado de todos los bienes.
¡Oh, santo Profeta! Justo es que des gracias a
Dios por esos beneficios recibidos de sus manos
misericordiosas. Pero mejor que él podemos decir, y
diremos hoy en estos cultos y con estos cánticos a
las almas que acudirán hoy a asociarse a vuestra
fiesta: Venite et videte quanta fecit Deus. Venid y
ved, cuánto ha hecho Dios por nosotros y por esta
casa. El ha convertido este lugar en la casa de
Dios y en la puerta del cielo, desde el día en que
quiso tomar posesión sacramental de esta casa.
Y desde entonces aquí se han multiplicado los
hijos de su corazón, como las estrellas del cielo;
y el nombre de los hijos de San José llenan los
ámbitos de las Diócesis. Y aquí han brotado
gérmenes de vida para la salud de otras gentes, y
ha extendido sus ramas el árbol fecundo, a donde
acude [a] anidar la juventud estudiosa que ha de
formar la generación sacerdotal que el mundo hoy
necesita... para librarse, y para ser un día
reparadores de su corazón en las batallas contra
las huestes del anticristo que nos amenaza.
Dichoso, pues, el día en que el Señor quiso
colocar su estancia sacramental, y dichosos los que
tenemos la fortuna de habitar junto a él.
Mejor, pues, que David [podemos] prorrumpir con
cánticos de gratitud, de reconocimiento y de amor,
y convidar a todas las almas a que le den gracias
por nosotros. He aquí lo que podemos darle de un
modo especial en este día.
Si estos sentimientos de fidelidad, de amor, de
gratitud le ofrecéis, él aceptará estos tributos, y
os concederá cuanto le pidáis.
Al recibirle, pues, ahora en vuestro pecho,
renovadle las promesas de no acercaros a él con
mancha alguna en vuestro corazón, que pueda ofender
sus miradas.
Ofrecedle propósitos de ir formando vuestra
mente y vuestro corazón en el estudio y en la
piedad para que un día podáis extender el reinado
de su amor sacramentado, dándole a conocer a las
almas.
Protestad que vendréis aquí a hacerle compañía y
seguir sus divinas inspiraciones siendo fieles a
vuestra vocación.
Pedidle por el Sumo Pontífice, tan amante de
nosotros, y por nuestra España, para que Jesús la
libre de los lazos del protestantismo y de las
embestidas de la impiedad.
Pedid por los colegios de Roma, Burgos y otros
que, unidos en este mismo momento en espíritu,
están celebrando semejantes cultos. Una súplica
también por nuestros viajeros mejicanos, que hoy
tal vez estarán haciendo escala en Nueva York.
Pedid por los colegiales y superiores difuntos,
que han dejado ya de asociarse a vuestros cánticos,
en particular por D. Vicente Vidal, fallecido en
este mismo día, y por el difunto nuestro, el
llorado D. José García.
El año pasado ponía a vuestras oraciones, de
este día, el proyecto de Reparación y exposición
continua, diaria, a Jesús sacramentado, que se ha
iniciado ya, y del cual habéis de ser un día sus
fomentadores y sostenedores en los campos que la
Providencia os señale. Que el año que viene podamos
en este día verla realizada y ultimada, y podamos
ofrecer a los pies de Jesús una corte constante de
almas piadosas, reparadoras de su corazón.
Para obtener de Jesús estas gracias y puestos
bajo el manto del Patrocinio de la Virgen,
ofreciéndole sentimientos de fe, humildad y
contricción.
Confesión.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
24, págs. 1-4
Tortosa. Reserva
9 Noviembre 1902
Mis amados colegiales de San José, e hijos en su
dulcísimo corazón: Trasladaos con el pensamiento a
aquel hermoso pasaje del libro de los Jueces cuando
el pueblo de Israel había acabado de pasar a pie
enjuto el río Jordán, y con ello terminaba su
fatigosa y larga peregrinación en el desierto; y
significaba aquello la toma de posesión de aquella
tierra tanto tiempo prometida y deseada que (el
mismo pobrecito Moisés no pudo ver); y aprovechando
Josué, su caudillo, el asombro que les había
causado el milagro de la suspensión de las aguas, y
la alegría de que rebosaban al tomar posesión de
aquella tierra, hizo sacar 12 grandes piedras del
álveo del río antes de que éste continuara su
curso, y levantó con ellas un altar para memoria de
aquel hecho, para que cuando sus hijos en la
sucesión de los tiempos preguntaran qué significaba
aquel monumento, les contaran las misericordias de
Dios, y la historia de aquel hecho, principio de su
descanso y de su bienestar.
Y cuando había repartido a cada tribu y a cada
familia la porción que le tocó de aquella tierra,
reunió a los ancianos de Israel y a todo su pueblo,
y les dijo: Esto dice tu Dios, oh Israel. Yo soy el
que saqué a tu padre Abrahán de la tierra de
Mesopotamia, para que no sirviera a dioses
extraños. Yo soy el que os sacó a vosotros y a
vuestros padres de la esclavitud del Egipto, y os
hice pasar el mar Rojo sin anegaros en sus ondas.
¿Te acuerdas, oh Israel? Yo soy el que os ha hecho
pasar el río Jordán, y os he dado esas viñas y esos
olivares que no plantasteis, y esas casas que no
edificasteis. Ahora, pues, amad al Señor y servidle
de corazón puro y sincero; pero si no os parece
bien [servir] al Señor, hoy es el día en que se os
da a escoger: Eligite hodie... cui potissimun
servire debeatis, o a los dioses de los amorreos
que están alrededor vuestro, o al Dios que os sacó
de Egipto [(Jos 24, l5)].
Y conmovidos ante el recuerdo de tantos
beneficios, y ante la humillante propuesta de
Josué, exclamaron entre sollozos:
Ahora bien, hace 21 años [Dios] quiso escoger
esta montaña, entonces solitaria, y se levantó esta
casa y este [altar] para formar en ella un plantel
de hijos de su amor, de colegiales de San José, que
fuera su porción escogida, y aquí se dedicaran al
estudio y a la oración, para ser un día apóstoles
de su gracia en favor de las almas.
Y no contento con esto, quiso fijar en ella su
estancia sacramental, y se pidió y obtuvo la gracia
a Roma, y se nos concedió, y hace 22 años (cuando
la mayor parte de vosotros no habíais nacido) se
ostentó públicamente por primera vez a Jesús
sacramentado a la mirada de los fieles; y como
tributo de reconocimiento se estableció esta fiesta
que recordará a los venideros la cadena de
misericordias del Señor sobre esta casa.
Y en aquel día alrededor de Jesús se hizo
solemne protesta por parte de todos de
reverenciarle y de servirle y de hacerle compañía.
Y en aquel día le dije al Señor: ¡Señor, si alguno
debiera venir aquí a profanar vuestra casa,
arrojadlo (como a aquellos vendedores en el
templo)! Si alguno debiera venir a recibir con mala
disposición, enviadle a la muerte antes
repentinamente (como Oza). Si alguno viniese no
siendo llamado por Vos, sacadle del Colegio. Y
protestas de fidelidad y de amor se repitieron ante
Jesús sacramentado, en medio del gozo de aquella
fiesta.
Ya que el Señor en sus inagotables bondades, nos
hace la gracia de repetir esta fiesta de tantos
recuerdos, sea esta Comunión y los actos de este
día, un tributo de acción de gracias y motivo de
nuevas protestas de amor y reparación.
Sean los himnos y cánticos de este día un himno
de reconocimiento por los beneficios recibidos y en
particular por querer habitar en vuestra propia
casa, en nuestra compañía, tener su vivienda y
descanso al lado de nuestros dormitorios y estar
cobijados bajo las alas de su amor sacramentado y
de sus miradas protectoras.
Protestadle al tenerle dentro de vuestros
pechos, eterno servicio y amor; que seguiréis
siempre sus divinas inspiraciones; que le
visitaréis con devoción y adoraréis con reverencia
y humildad; que le enviaréis miradas de fe en medio
de vuestras ocupaciones, y que para él será el
primero de vuestros afectos al levantarse, y el
último de vuestros pensamientos al entregaros al
descanso.
Si estos sentimientos y propósitos le ofrecéis,
él os escuchará y concederá cuanto le pidáis.
Pedidle, pues:
1.º- Que acepte esta Comunión en acción de
gracias por el beneficio de la vocación y por todos
los beneficios que os ha hecho a vosotros, a esta
casa y a nuestra Obra.
2.º- Pedidle que sostenga los pasos de vuestra
juventud y vuestra carrera en medio de tantos
peligros y contratiempos que la amenazan.
3.º- Pedidle que os prepare para ser apóstoles
de su amor sacramentado, dándole a conocer y
extendiendo un día el reinado de su gracia en las
almas.
4.º- Pedidle por los colegiales y profesores
difuntos de esta Diócesis, y de los demás colegios;
algunos de los cuales están celebrando en estos
momentos igual solemnidad, y que en espíritu os
están saludando.
5.º- Pedid por los cinco viajeros mejicanos que
a estas horas deberán estar llegando a la vista de
Nueva York, para que tengan feliz arribo a los
campos de su celo, y puedan plantar la bandera
josefina en varias partes de aquellos países
necesitados.
6.º- Y como gracia y fruto especialísimo de esta
Comunión y de esta fiesta, que el año que viene
podamos repetirla con más tranquilidad en nuestra
España y teniendo ya iniciado el culto [a] Jesús
sacramentado en la capilla que se está terminando,
y sea ella el principio de nuevo movimiento de amor
y reparación en las parroquias todas de nuestra
España.
Para esto... Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
25, págs. 1-4
Mis hijos en el Señor: Solemne es entre las
horas del año la que la Iglesia nos está recordando
en este momento.
La hora de la institución de la sagrada
Eucaristía.
Esta sola palabra, esta sola enunciación lo dice
todo, y el alma lo percibe sin otra explicación y
sin otro esfuerzo.
In qua nocte tradebatur [(1 Cor 11, 23)], nos
dice la Iglesia por el apóstol San Pablo en la
epístola de este día, en la noche en que era
entregado tomando el pan, y dando gracias, dijo:
Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Hacedlo siempre
que lo hiciereis acordándoos de mí. Tres
circunstancias en tres palabras dignas de toda
nuestra atención.
In qua nocte tradebatur. En aquellas horas en
que estaba siendo entregado. Cuando los eternos
enemigos de su doctrina, de sus bondades estaban
confabulándose para perderle; en aquellas horas de
olvido en que los habitantes todos de Jerusalén
habían dejado de entonar ya aquellos gritos de
alegría y alabanza con que habían celebrado su
entrada en Jerusalén; en aquellas horas en [que]
los mismos que habían recibido beneficios de Jesús,
estaban entregándose al descanso sin acordarse del
paradero de Jesús. No, no, en aquellos momentos en
que aquel pueblo carnal, al verse alimentado en el
desierto quiso aclamarle como rey; no en el día de
los vítores de la muchedumbre; no cuando aquella
mujer del Evangelio a nombre de los demás pregonaba
felices los pechos que le habían alimentado, sino
in qua nocte tradebatur, en los mismos momentos en
que debía sufrir las ignominias, en los instantes
en que iba a ponerse ante él, el cáliz de todas las
amarguras.
¿Cuál debía ser el amor del corazón de Cristo
Jesús al dejarnos este don y esta dádiva, cuando el
Padre Eterno le puso como a prueba señalándole
precisamente esta época, para manifestar a los
hombres el deseo de unirse a ellos? ¡Oh, cuán bien
dice San Juan que habiendo amado a los suyos, etc.
Y tomando el pan dijo: Tomad y comed; éste es mi
cuerpo; ésta es mi sangre. No un recuerdo pasajero
de su amor, no una memoria material de su
estimación, sino su cuerpo y su sangre
preciosísima. Hasta entonces nos habían dado su
cuerpo para el sacrificio, sus palabras para
nuestra instrucción y para nuestra fe, su compañía
para nuestro consuelo, sus sudores; en esta hora
nos dio su propio corazón, y no sólo para que lo
poseyéramos, sino para que nos sirviera de
alimento, para comunicarse a nosotros, para vivir
continuamente con nosotros.
Pero, hecho que los historiadores refieren como
rasgo de amor sublime palidece ante las invenciones
del amor de Cristo Jesús, que en éste se nos
entregó para comida permanente
Hoc facite in meam commemorationem [(1 Cor 11,
24)].
Haced esto, siempre que lo hiciereis en memoria
de mí.
No nos pide el Señor grandes sacrificios. No nos
pide en recompensa, que como él lo va a hacer por
nosotros, entreguemos nuestra vida al sacrificio, a
la muerte; sólo nos pide memoria de este amor, y de
este beneficio, en recuerdo de sus sufrimientos, de
sus soledades.
Estas tres circunstancias pues, hijas mías, son
las que el Señor pretende de un modo particular en
este día memorable y en este momento solemne.
En este día y en estos tiempos en que, como
entonces, tantos viven olvidados de él; en este día
en que por lo mismo que es tan sagrado los impíos y
librepensadores tratan de profanarlo públicamente
en varias partes, en la celebración de estos
misterios en los cuales tantas almas redimidas
apenas si se dignan fijar; en este día en que se
repiten aun en las mismas visitas que se le hacen a
su tabernáculo los [?] de la prisión; en este día,
digo, quiere Jesús que pensemos en su amor y así
esta Comunión que de un modo especial está
dedicada a la memoria de su primer banquete
eucarístico, quisiera que agradezcamos esta fineza
y al tenerle como alimento y abrazarle en nuestro
corazón y en este día y en este acto de un modo
especial quisiera que recordemos sus sufrimientos,
sus dolores y sus amores.
Y ya que a través de los siglos quiere Jesús
continuar en la Iglesia la celebración de este acto
solemne de su vida, y ya también que como los
discípulos hemos sido llamados a este cenáculo
santo, con preferencia como entonces a tantas otras
almas, respondamos a esta gracia de Jesús,
recordemos su amor, agradezcamos su beneficio,
reparémosle del olvido de los demás y sea esta
Comunión prenda de nuestra mayor santificación.
Para merecerlo... Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
26, págs. 1-4
Mis amados en el Señor: En el Evangelio de esta
domínica nos describe San... aquel tierno pasaje en
que dirigiéndose nuestro divino y amable Redentor,
Jesús, dirigiéndose a la ciudad de Naín
¡Oh, amados míos: dichoso encuentro de aquella
madre, dichoso encuentro de aquel hijo convertido
en cadáver. Encontrar a Jesús en el mismo camino
del sepulcro!
Pues, amados míos: Aquel mismo Jesús que tiene
todo poder sobre la vida de nuestra alma y de
nuestro cuerpo, aquel en quien la vida, esta vida
que es la vida de los hombres, esta vida por
excelencia que anima a las almas y las hace crecer
hasta la eternidad, está real, vivo y verdadero en
la sagrada Eucaristía.
Y está aquí para venir a las almas que están
lejos de su Dios que es la vida, tal vez muertas
por la tibieza y el pecado y la insensibilidad.
Y está aquí para tocarlas con su mano divina y
hacerlas vivir esa vida de amor que hace todos sus
pensamientos, movimientos y acciones dignas de él,
porque escrito está que la única vida verdadera es
como el Dios verdadero y al que le ha enviado que
es Jesucristo.
Este Jesucristo, pues, es el que está aquí
llorando de compasión por el estado de vuestra alma
como lloró en aquel día y en aquel acto, y te dice:
¡Oh, alma joven que me has costado tan cara, que
has vivido tal vez sumida en la muerte del pecado,
y con peligro de tu condenación eterna, vuelve a la
vida: Tibi dico, surge [(Mc 5, 41)]. A ti te lo
digo, ¡levántate del sueño de la tibieza,
indiferencia y de la insensibilidad, de la pereza!
Y excitando vuestra fe, como si fuerais un
muerto en su féretro, abriendo los ojos para
contemplar el rostro lleno de gracia y majestad de
vuestro Libertador y abrazados a sus pies debéis,
en primer lugar, darle gracias y decirle: ¡Oh,
Jesús: dichosos los muertos que os encuentran!
¡Bienaventurados los muertos hacia los cuales os
dignáis dirigir vuestros pasos, porque sois la
resurrección y la vida! Puesto que queréis venir a
mi corazón, no moriré, sino que viviré y cantaré
vuestras misericordias.
En segundo lugar, ya que éramos muertos y nos ha
dado la vida de que habla San Pablo: Mortui
estis... [(Col 3, 3)]«
Debéis estar muertos y vuestra vida escondida
con Cristo en Dios.
Debéis decirlo que estaréis muertos a todas las
cosas de la tierra que puedan ser ofensa y que con
esta muerte vuestra vida sepultada con Cristo os
tendrá dispuestos al sacrificio y al cumplimiento
de su divina voluntad y así os hará idóneos y a
propósito para procurar su gloria y el bien de las
otras almas.
Y últimamente resucitados a su vida eucarística.
¡Oh, sí, debéis interesaros por todos los menos
afortunados que vosotros! están y continúan en el
horror de la tumba sin conocimiento de Jesucristo,
sin la vida de la fe, y en las tinieblas de la
muerte pidiéndole que los resucite y los haga más
buenos y santos que vosotros.
Si estos sentimientos le ofrecéis, tibi dico,
surge [(Mt 5, 4l)], levántate pues, te dice Jesús,
y ven a mis brazos y con la vida del alma te daré
la vida de la eternidad.
Para merecer de su corazón... y este gusto de
Jesús, humillados: Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
27, págs. 1-3
Mis hijos en el Señor: Ya sabéis qué festividad
y qué hecho presenta la santa Iglesia a nuestra
consideración en este [día], el hecho de su entrada
triunfal como rey, al dirigirse por última vez a
Jerusalén, excitando, para recibirle, los ánimos de
las almas sencillas que creían en él.
Según dice San Mateo, llamó a sus discípulos y
les mandó tomasen el asno y la pollina, diciéndole
al dueño que el Señor los necesitaba, y cuando
montado en esa humilde cabalgadura se dirigió a
Jerusalén, al verla desde lejos y dirigiéndose a
sus discípulos, recordándoles las palabras del
Profeta que hablaba de él, [dijo]: Ite
¡Oh, quién es capaz de penetrar qué es lo que
pasaría en su corazón; los efectos de su alma al
dirigirse a aquella ciudad, en la [que] iba a
entregarse a los tormentos por amor del hombre, y a
dejarles el testamento de su presencia sacramental
hasta el fin de los siglos!
San Juan nos dice que los Apóstoles no lo
entendieron, pues que el Señor las pronunciaba para
nuestra instrucción, a fin de que los [que] creen
las entiendan, y por lo tanto al presentarnos este
pasaje, y recordarnos estas palabras la Iglesia en
este día, y principalmente en éste, podemos decir
que nos las dirige a nosotros y quiere que
depositemos a sus pies los acentos que ellas nos
inspiran y que repite desde la montaña del
Sacramento; nos está repitiendo: Ecce... Rey [?] He
aquí el Rey [(Mt 21, 5)].
El Rey... inmortal de los siglos
Tuyo. porque le perteneces por la creación y
conservación; tuyo porque de él es cuanto tienes en
tus sentidos y potencias; tuyo, por la redención,
porque te ha comprado con sus sudores, sus fatigas
y su sangre; tuyo, porque [a] su llamamiento le has
constituido por rey absoluto de tu corazón, de tu
alma, de tu cuerpo y le protestaste un día completa
felicidad.
Y este rey tuyo, no espera, no, que vayas a
ofrecerle tu vasallaje, sino que veniet [(Mt 21,
5)], viene él mismo a visitarte, y para poderlo
realizar salta montes de dificultades, y tiene que
obrar 14 milagros según Santo Tomás, para lograr su
venida y aposentarse dentro de un corazón. No es
[?] como la Esposa.
Tibi - ¡Oh! a ti creyente, a... a ti que eres
como la flor de la... a nosotros sumidos en la
iniquidad
¿Cómo recibiremos a ese Rey al unirse [?] sobre
nuestra alma?
¡Ah!
Escritos I, vol. 3.º, doc.
28, págs. 1-2
Dos fechas conmemoramos: la. La inauguración de
la imagen de la Purísima, pues para este día se
había fijado, y puede decirse que es el día
oficial, y quiero que se recuerde todos los años en
esta fecha.
Y el Patrocinio de San José.
Respecto de la 1.ª, bajo el manto de María
quiero colocaros. Ella ha de ser vuestro sostén,
vuestra guía, vuestro consuelo. Esta imagen ha de
ser la reparadora constante de vuestras
infidelidades.
Haced cuenta que la habéis puesto en vuestro
altar, para que sea como la estrella, porque
estrella del mar del mundo es María.
Y por lo tanto, hijos míos, os diré como San
Bernardo desde este día: Si te agobian las
tribulaciones, ven aquí, mira a María; y si las
olas de la amargura, de la desconfianza, de la
cobardía te agitan, vendrás aquí, mirarás a María,
y yo te lo aseguro, porque nos lo aseguran los
santos Padres y la Iglesia, ella te aquietará tus
temores. Si el orgullo, la soberbia, la lujuria te
amenazasen hundirte en el abismo de la culpa y del
infierno acudirás aquí y mirarás a María, y te
recordará su poder, su pureza, su humildad, y
hallarás aliento y contrición y perdón.
Desde hoy, pues, sea la Virgen Purísima vuestra
directora, vuestra Madre, vuestro todo.
Yo dejo a ella el cuidado de este colegio, y
[con] ella, mediante su imagen que hemos bendecido,
estoy más tranquilo que con todos los cuidados y
esfuerzos que nuestros superiores puedan poner para
vuestras almas.
Y lo celebramos en el día del Patrocinio de San
José.
Y al hablaros del Patrocinio de San José en este
momento de la Comunión no puedo alargarme; sólo
quiero que os fijéis en el carácter de la misión de
San José en este mundo.
¿Cuál fue? El de cuidar
A los Apóstoles el de pregonar, etc.
Y ya lo sabéis: San José tiene una grandeza
sobre los Apóstoles
Cuidar del alimento, de sostenerle, vida oculta.
Pues en medio de vosotros está
Quiere que le acariciéis en medio del olvido del
mundo.
Pedidle, pues, estos sentimientos: 1.º Amor, Fe,
Sentimiento.
Y San José os lo entregará gustoso.
Y ya que es su Patrocinio, pedidle que alcance
de Jesús: 1.º Santa Iglesia. 2.º Pontífice. 3.º Que
destruya la masonería.
Pedidle una gracia especial: El año pasado, este
día... y San José nos lo retarda
Pedidle por el aumento del colegio.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
29, págs. 1-6
Quaesivit Domimus vir juxta cor suum [(1 Re 13,
14)].
Trasladémonos en este momento solemne, con el
pensamiento y el corazón, allí a la estancia de
aquella humilde casa de Nazaret.
Entrad por la puerta de aquella silenciosa
morada, y allí, en el fondo de ella, oculto a las
miradas del mundo veréis a esta hora primera de la
mañana, en la soledad y en el retiro, al varón
venerable preordenado ante los siglos, para
custodio del Rey inmortal de las almas, teniendo a
este Niño todavía dulcemente recostado en su
regazo.
¿Quién es? ¿Qué hace? ¿Qué pasa por su interior
en esta pacífica mansión?
¿Quién es? Ya lo sabéis, es José; es el objeto
de los cultos de este día después de 19 siglos. Es
el varón buscado por Dios, según su corazón. (Pues
aunque estas palabras fueron dirigidas literalmente
a otro personaje, que debía representar su
autoridad en el reino de Israel, y abuelo de José,
en sentido místico y acomodaticio es apropiado por
muchos autores a San José).
¿Varón según el corazón de Dios? Sí, porque fue
acogido por Dios para padre de Cristo Jesús.
Porque, como dice un piadoso escritor, el corazón
de Dios Padre es el Espíritu Santo. A la manera que
el Hijo de la Trinidad beatísima se llama Verbo o
lengua del Padre; porque cuando el Padre habla ad
extra, lo hace por su Hijo, como por modo de
lengua, así el Espíritu Santo es el corazón del
Padre Eterno, porque cuando ama el Padre, lo ama
por el Espíritu Santo como por su propio corazón.
José, pues, es en la tierra como el corazón del
Padre; porque así [como] es la tercera persona en
la Trinidad del cielo, así en la Trinidad [de la
tierra], Jesús, María y José, éste tiene el tercer
lugar; porque como el Espíritu Santo tuvo por
esposa a la Virgen sin perder ésta su virginidad,
así José fue el esposo de María sin lesionar esta
misma virginidad. Así, en fin, como el Espíritu
Santo, como corazón que es, es la fuente y
manantial de todos los espíritus vitales, con los
cuales era vivificado el cuerpo de Cristo, así José
es el principio de la vida que se difunde por las
arterias de este cuerpo, mediante el alimento que
le proporciona. Varón, pues, según el corazón de
Dios en la tierra y respecto de la Sagrada Familia.
¿Qué hace ahí, pues? ¿Qué siente este corazón?
¡Ah, si penetráramos dentro de él! ¡Si allí, en
aquella modesta postura, en aquella humilde y dulce
mirada en que contempla a su hijo, en [la] tierna
actitud con que inclina su cabeza, cuando le ve,
pudiéramos leer lo que pasa en su corazón! Tal vez
veríamos deslizarse dulcemente de sus ojos una
lágrima ardiente.
Lágrimas no sólo de amor y de ternura, sino de
compasión, de celo santo, de reparación.
Al besar aquellas manos tiernas y aquellas
divinas mejillas sabe que aquellas manos han de ser
un día traspasadas con fieros y duros clavos;
aquellas mejillas del deseado de los collados
eternos han de sufrir afrentosa bofetada. Allí
contempla [al] que es la vida del mundo, y no
obstante, vive olvidado de todos; él que merece las
adoraciones de todas las criaturas.
Tanto como resonaban en aquel entonces los
hechos de los grandes capitanes [?] de Roma...
Y Jesús verse olvidado y el corazón de José
pedir, y allí en vista de este olvido y de este
desvío, le hace actos de amor y de reparación, y le
compadece y le vuelve a besar otra vez sus
mejillas.
Y no obstante allí, en aquellos sentimientos que
parece no pensar más que en Jesús, ay, piensa en
nosotros y hace actos de celo.
Y él alimenta con cuidado a Jesús, que ha de ser
el pan del mundo; y le guarda, aunque sepa las
ignominias que le aguardan, y (de allí le ofreciera
aunque sea para la cruz) le ofrece al Padre Eterno
desde sus brazos, con tal [que] vivan las almas y
se salven los pecadores.
¡Oh! ¿quién es capaz de pensar y enumerar las
alternativas de estos sentimientos de su corazón?
No, no, hijos míos; no sólo fueron los dolores y
gozos que meditamos los principales de S. José.
Ahora bien, amados colegiales: El Señor os ha
llamado a este Nazaret; a esta vida de retiro, a
esta vida de reglamento, aquí a la soledad de los
estudios; y os ha llamado con preferencia a otros,
y os llama para que seáis hombres según su corazón,
y habéis de ser el corazón de Dios respecto de
Jesucristo.
Y por esto os ha colocado en la casa en donde él
vive, día y noche, y os permite que viváis y comáis
con él y ante él como José; y no sólo habitar en su
casa, sino tener a Jesús en vuestros brazos.
Y todo esto para que le tratéis como José,
porque como [a] él, para esto os ha elegido; porque
para que un día en vuestros brazos le
¿Y es esto una verdad?
Y si es una verdad, ¿cumplís este encargo?
Jesús es olvidado, como entonces, de tantos; ¿os
acordáis de él, y le reparáis, y le [?] [?] Jesús
es ultrajado con bofetadas de blasfemias; ¿besáis a
Jesús llenos de compasión y con ternura para
desagraviarle, o más bien os unís a éstos con
vuestros pecados?
Besar sus llagas, ¿le hacéis actos de amor y
reparación?
¡Oh! Si no lo hacéis, Jesús rechazará y escogerá
otros que sean como su corazón, como rechazó a Saúl
y escogió a David, abuelo de José.
Hoy, pues, que celebramos la fiesta del santo
Patriarca en este momento en que Jesús quiere
depositarse en los brazos de vuestra alma, de
vuestro corazón para que le apretéis como José.
¡Oh! pensad en esta elección y apropiaros los
sentimientos del nuestro Santo Patriarca.
Decídle a Jesús, que aquí como en otro Nazaret,
en compañía de Jesús y de María, obraréis vuestra
santificación.
Que aquí le tributaréis, con S. José,
sentimientos de compasión y le visitaréis con fe y
con cariño.
Que aquí, hoy, desplegaréis vuestro celo con
oraciones para el bien de las almas y un día
comunicaréis a Jesús a los corazones
Que aquí convertiréis esta casa en un Nazaret de
consuelo para él.
Y ya que hasta aquí habéis descuidado en los
sentimientos del Santo Patriarca, no los olvidéis
en adelante.
Y si así lo hacéis ¡Ah! San José rogará por
vosotros, y le contentaréis, y continuaremos la
misión de él, de consolador y reparadores de Jesús.
Este es el obsequio que decía; lo demás es
accidental.
Acercaos, pues, y pensad que San José os da a
Jesús y después de recibirle hacedle estos
propósitos, y pedidle:
1.º- Por la España.
2.º- Por la Iglesia.
Pedid por vuestros hermanos de Valencia.
Pedid por las intenciones que yo pondré sobre el
Corazón
de Jesús, en bien de la Obra.
Y para merecerlo, mejor, decid: Confiteor
Escritos I, vol. 3.º, doc.
30, págs. 1-7
Sub umbra illius... [(Cant 2, 3)].
En los días de la felicidad primera, el Señor
había plantado en el paraíso terrenal la habitación
del hombre; había plantado un árbol, árbol de la
vida, árbol prodigioso, cuyo fruto debla dar al
hombre la inmortalidad. Mediante la comida del
fruto de aquel árbol, el hombre no podía morir, y,
sirviendo a Dios, en tiempo oportuno habría sido
trasladado al cielo sin pasar por los horrores de
la muerte.
Mas apenas nuestros primeros padres olvidan las
gracias de Dios, al arrojar éste del paraíso, en su
justa indignación, borró los medios que debían dar
al hombre la dicha y la felicidad.
Desde entonces el mundo, en el orden moral,
quedó hecho un árido desierto. El hombre no pudo ya
guarecerse y cobijar bajo la sombra de aquel árbol,
donde cobijarse y comer el fruto de la dicha y de
la felicidad.
Faltó al hombre aquel alimento y como
En la plenitud de los tiempos, compadecido el
Señor de la pobre humanidad, quiso plantar otro
árbol de vida, para la salud de las gentes.
Un árbol que hermoseara y embelleciera la
tierra, el jardín de su Iglesia, que él quería
regar con su sangre.
Un árbol que, mejor que el cinamono, anunciado
en los Cantares, difundiese el [?] olor para la
salud de las almas.
Que, mejor que la palma de Cadés, cobijara en su
sombra a las almas fatigadas. Que, mejor que el
plátano colocado junto a la corriente de las
gracias, produjera aquellos frutos envidiados en
las plazas.
Un árbol, en fin, bajo cuya sombra el mismo
Amador de las almas se reclinara complacido.
Este árbol señalado con tantos nombres, y que
debía sustituir mejor al antiguo del paraíso, es
María. Planta divina, que el Espíritu Santo no se
cansa de expresar de todas maneras, la complacencia
que les causaba su perspectiva.
Y por ello, no la presenta en su desarrollo como
flor brotada del tallo de Jesús. Y para expresarnos
su blancura y hermosura, nos lo descubre cual cena
brotada entre las espinas de un erial seco.
Y para mostrarnos su suavidad nos la quiere
representar como rosa de Jericó, cuyo aroma
arrebatare de amor a las almas.
Y ¿cómo no expresarlo con tantos nombres [?]
cuando debía ser más saludable que el antiguo del
paraíso?
Y ¿cómo no, si había de ser el asilo de la
humanidad afligida; la medianera de los corazones
dolientes; el remedio de todos los males; el
conjunto de todas las aflicciones?
Y ¿cómo no, si bajo su misma sombra debía
cobijarse el Verbo Divino y descansar en las ramas
benditas de sus brazos amorosos y ser hasta la
Providencia misma del mundo, durante su
peregrinación sobre la tierra?
¡Bendito sea el Señor, que as¡ ha querido
proveerse para si y para proveer para nosotros en
el campo de la Iglesia ese árbol purísimo de eterna
primavera!
Mas el mismo Amador eterno al decirnos que se
había sentado a descansar bajo la [?] sombra de
aquella que tanto había amado, añade: et fructus
dulcis gutturi meo, y su fruto dulce a mi paladar.
¡Oh! ¡Qué ideas me ocurren, hijos míos, en estos
momentos, y propias para el acto que vais a
realizar, y que yo me complacería en exponeros si
me lo permitiese el espacio, que sólo puede
dedicarse a una preparación a la Comunión!
Su fruto, dice, dulce; dulce a mi paladar, dulce
a mi corazón.
¿Cuál es ese fruto? ¡Ah! La Iglesia nos lo dice
entusiasmada, y nos lo hace repetir todos los días,
y muchas veces al día, al mandarnos saludar a su
árbol de vida, Maria: Bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús, nos hace pronunciar la Iglesia,
para que agradezcamos lo que debemos a María.
Como si nos dijera: María es la que nos ha
producido ese fruto de salud. A ella debemos el
haber obtenido ese fruto único para nuestras almas.
Ella es no sólo el Arca que nos ha conservado ese
maná divino, sino el medio de comunicarlo a
nuestras almas.
Ella es la que ha cuidado y desarrollado ese
trigo de los escogidos, alimento de los corazones.
¡Ah! El hombre había nacido para la felicidad, para
la dicha, para el amor. Mas, desde que en hora
fatal quiso probar el bocado de la fruta prohibida,
de su corazón desapareció la dicha, y el hombre
heredero de felicidad y no pudiendo encontrarla
corrió buscándola por las criaturas y con el goce
de los sentidos y de las cosas pasajeras. Pero ¡ah!
como el alimento que buscaba para su corazón era
más
flojo, en vez de saciarle, no hizo sino
aumentarle el hambre, como no le encuentran los que
le buscan fuera del verdadero fruto. El mismo
Salomón
No ha habido ni uno que se haya hallado
satisfecho.
Mas, mediante ese fruto, el alma vuelve a
recobrar la felicidad perdida. Y desde que tenemos
a Jesús, fruto del corazón de María, las almas han
podido exclamar: Basta Señor, todo lo tengo. Y como
Teresa de Jesús: Quid mihi est in caelo? et a te
quid volui super terram? [(Sal 72, 25)]. Y las
almas inundadas con el sabor y la gracia de este
fruto han exclamado: Basta Señor. Vuestro amor y
vuestra gracia, que esto me basta. Este fruto
brotado de la Virgen María está, hijos míos, aquí
sacramentado. Es el mismo que trajo la Virgen
Santísima al mundo. Es el mismo que nos dio la
Providencia por la providencia de Maria. Este
bocado divino es el que la Virgen Santísima va a
daros como por sus propias manos. ¿Qué debéis
hacer, pues, para que os sea saludable este convite
divino? En primer lugar, bendecid, hijos míos, a la
Virgen Santísima, y darle gracias por haberos
alcanzado y merecido y producido este fruto
precioso del Corazón de Jesús. Y pedidle que os dé
las disposiciones necesarias para recibirle debida-
mente.
Que os dé la fe viva con que ella recibió como
siembra, como rocío del cielo en su corazón este
fruto de bendición.
Aquella ternura con que le recibió en su regazo.
Aquel respeto y humildad, aquella humildad y
aquella delicadeza con que le apretaba en sus
brazos. Aquellos deseos, en fin, tan convincentes
para que produzca este alimento en nuestro corazón
los efectos apetecidos.
Porque si así lo hacéis, este manjar divino os
fortificará para seguir el camino de vuestra
juventud sin cansancio. El producirá frutos de
consuelo en vuestras almas contra las delicias del
mundo. Y unidos a él os dará la felicidad deseada,
y no envidiaréis para nada las cosas de la vida.
Y ya que vais a recibirle en esta fiesta de
vuestra divina Madre, pedidle gracias para
vosotros.
Pedidle para la Santa Iglesia, a fin de que el
Señor bendiga al Pontífice y al Sacerdocio y que
continúe este fruto sobre nuestros altares. Pedidle
por vuestras familias para que disfruten como
vosotros de la dicha del fruto divino de la
Eucaristía.
Pedidle por esta comunidad para que pueda
continuar este jardín de reparación, para su Amor
sacramentado.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
31, págs. 1-2
¡Qué espectáculo,
Pero es realmente el Corazón de Jesús este
fruto.
A través de los siglos. Nos dice: Si scires
donum Dei [Jn 4, 10)].
Si a esos pobrecitos de la India
Si a esos pecadores
Nosotros que hemos llegado a comprenderle ¡ay,
si no supiésemos agradecerlo!
La Cananea
¿Cómo lo agradeceremos?
Con fe. Si no produce en nosotros es porque el
hábito de recibirle ya no nos hace penetrar en la
verdad de este don. El maná llegó a fastidiar a los
hijos de Israel.
Con sabor, con gusto y disposición y apetito,
por medio de los afectos de humildad, etc. etc.
Si así lo hiciéramos, también diríamos en medio
de los halagos de la carne, soy feliz, Melius est
dies una in atriis tuis super millia. Quid mihi est
in coelo? [(Sal 83, 11; 72, 25)].
Y hoy que rezamos de San José, pensemos que a él
debemos la conservación de este fruto; él lo ha
criado y guardado para nosotros. En el orden de la
Providencia, sin José no tendríamos a Jesús.
Démosle gracias, y que nos inspire a todos los
afectos a Jesús para saborearle, y un día le
guardemos para darle a conocer y a saborear a
otros.
Gracias, Jesús, porque nos habéis dado este
fruto divino. A Vos acudiremos en el hambre de
nuestro corazón, en la sed de nuestras pasiones, en
las tristezas, pesares de la vida, y este fruto
será el confortativo, el consuelo.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
32, págs. 1-4
Mis amados en el Señor: Recordando aquel
Leche
Moisés no pudo
Y el pueblo levantó aquel altar
Ahora bien: Hubo [tiempo] en que con fatigas
deseábamos para los colegiales.
Y quisieron la capilla
E instituyeron una fiesta, para que cuando
vinieran los futuros colegiales, y preguntaran, les
dijeran y les contaran las misericordias de Dios, y
el día que se levantó este altar, símbolo de
nuestra gratitud.
Y vosotros os sentís animados de este deseo, y
todos los años venís a recordar este acontecimiento
y enseñar al mundo.
Pero ¡ay! que este tributo, esta fiesta no sea
sólo exterior. Si a los hijos de Israel les mandó
esto, fue [porque] lo deseaba de su corazón.
Que no sea, pues, sólo exterior esta fiesta,
sino acompañada de la gratitud.
Gratitud: 1.º Por vuestra vocación.
Gratitud por quedarse Jesús entre vosotros.
Gratitud porque nos permite repetir estos
acontecimientos, a pesar del estado del mundo.
Gratitud por las bendiciones de la obra.
Mas ¡ay!, que esta gratitud sea fundada sobre
las piedras vivas de la humildad, castidad,
abnegación y sacrificio.
Mas nada serviría aun esta gratitud, si no fuera
ofrecida por medio de la víctima y dones como el
antiguo.
Y el mismo Jesús se ofrece para pagar por él al
Padre Eterno. El sacrificio es lo más agradable. El
es lo que más le agrada.
¡Qué sensible sería si esta Comunión de
gratitud, de acción de gracias, fuera acompañada de
malas disposiciones!
Si los homenajes que le tributaseis algunos los
acompañaseis con el pecado
¡Oh, qué horrible vista ofrecería a Dios! En
lugar de acción de gracias
Si en la procesión, ¡oh! como en lugar de
bendiciones atraería los castigos de Dios, en esta
fiesta
Jesús que no lo permita, y que no haya ninguno
que estorbe este cántico de hoy.
Que ofrezcáis arrepentimiento,
Que los indignos colegiales los separe Dios de
esta casa.
Que si así lo hacéis, Jesús lo aceptará, y
lloverán bendiciones.
Pedid:
1.º- Roma. María
2.º- Valencia y Murcia.
3.º- Propagación.
4.º- Colegiales difuntos.
5.º- Benefactores.
6.º- Santidad en esta [casa].
7.º- Que volvamos a repetirla.
Y para merecerlo.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
33, págs. 1-6
Que allá en una modesta estancia del palacio de
San Rufo levantamos el primer altar, para
satisfacer las [?] primeras necesidades del
espíritu, los primeros jóvenes [?] de la tempestad
del 68, cobijados bajo el manto de San José, que
dispuso el Altísimo darles ayuda en la naciente
Obra de las vocaciones eclesiásticas.
Mas la modestia de aquel lugar no nos permitía
pensar en constituirle a Jesús Sacramentado de un
modo permanente; y por lo tanto no podían aquellos
nuestros primeros alumnos disfrutar de la compañía
viviente de Jesús Sacramentado.
Alentados por el Sr. Vilamitjana nos lanzamos a
la empresa de levantar esta casa y esta capilla,
que fue bendecida e inaugurada en los días 11 y 12
de Octubre del 77 o 79, pero estando un año entero
sin la estancia sacramental de Jesús, hasta que los
jóvenes colegiales de aquella época, hoy la mayor
parte consagrados al servicio de las parroquias, o
en Institutos religiosos, o en [?] nos elevaron una
ferviente exposición, que se conserva archivada, en
la que pedían se estableciera la Reserva,
protestando ofrecer homenajes de amor y reparación
a Jesús en su tabernáculo; y se obtuvo la facultad
de Roma, y el siguiente domingo (era segundo) de
Noviembre, fiesta del Patrocinio de María fue
paseado públicamente Jesús por esta calle, que poco
antes era una montaña solitaria.
Desde entonces, durante esos años: ¡Y cuantos
acontecimientos en este lugar! ¡Cuántos recuerdos!
¡Cuántos alegres cánticos han resonado en este
recinto!
Mas también, ¡cuántos cánticos lúgubres al
recordar tantas faltas de colegiales y de hermanos
queridos arrancados por la muerte a nuestro cariño
durante esos años! ¡Qué cadena de actos tan
variados, de ejercicios espirituales, puedo
testificar: de dolores y de gozos! ¡Cuántos han
desaparecido de la tierra!
Y a nosotros... ¡A cuántos ha tronchado la
vocación el vendaval de la disipación y del mundo!
¡Cuántas bendiciones!
Y a nosotros nos ha concedido repetir esta
festividad, conmemorar esta fiesta y aquel
aniversario.
¿Cómo no repetirle también, pues, el tributo de
acción de gracias?
Que veo seguís la tradición de nuestros primeros
hermanos dedicando este día un tributo de acción de
gracias y a una nueva protesta de amor a Jesús
Sacramentado.
Ahora, pues amadísimos míos: ¿Qué idea os podré
sugerir yo para preparar vuestro corazón al acto de
esta Comunión que vais a practicar y a animar
vuestra fe y confianza divina.
¡Ah! Sin separarme de la historia que nos ofrece
el Evangelio de esta domínica 23, puedo sugeriros
[unas] ideas conmovedoras de fe, de gratitud y de
amor a Jesús Sacramentado.
Trasladaos con el pensamiento a aquel hermoso
pasaje que nos refiere San Lucas y cuenta San
Mateo, cuando una mujer de Etiopía, que hacía doce
años sufría una molesta enfermedad, en [la] cual
había agotado, en médicos, toda su substancia, sin
encontrar remedio a ella; cuando habiendo oído, en
su lejano país, las maravillas que obraba el
llamado Cristo en toda la Palestina, se trasladó
allí, y no pudiendo verle ni en la ciudad ni en su
casa, porque les estaba prohibido por ley a los
extranjeros, acechó el momento en que, esperaba,
pudiese pasar por algún camino; y he aquí que Jesús
caminando por las afueras de... rodeado de una
turba grande del pueblo que le seguía, y no
pudiendo acercarse a hablarle, decía entre sí: si
lograse tocar no más que sea el borde de su
vestido, quedaría sana. Y he aquí [que] forcejeando
y escurriéndose poco a poco entre aquella masa de
gente, pudo tocar con la mano el extremo de su
vestido y se sintió curada.
Y el divino Salvador que penetraba lo que pasaba
en el interior de aquella pobre alma, y queriendo
dar a conocer su grande fe, exclama fuertemente:
Quis me tetigit? [(Lc 8, 45)]; y [?] todos, Pedro
con su viveza natural le dijo: Maestro, todas las
turbas te comprimen y aprietan, y preguntas: ¿quién
te ha tocado? Si, alguien me ha tocado, pues una
virtud ha salido de mí. Viendo la mujer que no se
le había ocultado se acercó temblando, y cayendo a
sus pies explicó cómo le había tocado y cómo hubo
quedado curada, y Jesús [le dijo]: Vete en paz,
hija mía; tu fe te ha salvado.
¡Feliz mujer, alma aquella, que pudo tocar el
vestido del Salvador! ¡Feliz aquella que mereció el
cariñoso parabién de Jesús, por su fe!
Ahora bien, amados míos: Aquel mismo Salvador ha
querido mostrarse a nosotros en el camino de la
vida, para que acudamos y nos acerquemos a él, y no
de paso, con esfuerzo y fatiga como aquella mujer,
como entonces esta mujer, sino en su propia casa;
digo mal, en nuestra propia casa, para que siempre
y a todas horas podamos acercarnos a él, y tocar no
sólo el vestido de su humanidad, envuelta en las
especies sacramentales, sino depositarla dentro de
nuestro mismo pecho y de nuestro corazón.
Y la misma virtud de entonces sale de él,
contento, para los que se le acerquen con fe, y con
reverencia y temor.
Y esta virtud y gracia ha influido desde este
tabernáculo, desde que él quiso aposentarse sobre
nuestros corazones, para los cuales ha brotado y
desarrollado aquí el germen de su vocación; y han
encontrado aquí la fuerza en luchas y quebrantos, y
la curación de sus males y de sus tristezas.
Y a impulso de la virtud que despide por su
mano, desde esta vivienda sacramental, han salido
para sus ministerios muchos jóvenes celosos de la
gloria de Dios, esparcidos en sus Diócesis.
Y esta virtud que brota de su corazón ha hecho
florecer la rama de este árbol, plantado junto a la
corriente de las aguas de la Eucaristía. Y ha
rebasado a otras Diócesis y más allá de los límites
de nuestra Patria, y mas allá de los mares.
¡Y ha llamado a tantos corazones!
¡Oh! ¡Dichoso el día en que el Señor quiso
colocar aquí su vivienda, presencia sacramental! ¡Y
dichosos los que tienen la fortuna de habitar junto
a él. Beati qui habitant in domo tua, Domine! [(Sal
83, 5)].
Pues esta misma virtud, que se desprende de su
corazón sacramentado, afluye a vosotros cuantas
veces en vuestras visitas diarias acudís a este
lugar para saludarle y hacerle compañía.
Y cuando las tentaciones os combatan, y los
halagos quieran arrastraros al abismo del pecado, y
cuando el enemigo de las almas, como león rugiente,
os rodee para devoraros, y cuando las tristezas y
las tribulaciones, tan comunes en el camino de la
vida, os fatiguen, no olvidéis que aquí está la
virtud y la fortaleza, y exclamad con la fe de
aquella mujer: Si tetigero [(Mt 9, 2l)].
Si con la fe de aquella mujer etíope os acercáis
a este tabernáculo, saldrá la virtud y la
fortaleza, y reinará la paz en vuestros corazones.
Y cuando un día, en vuestros futuros
ministerios, los peligros os rodeen y el cansancio
os fatigue y las contradicciones os sobrevengan
Al bendecir, pues, al Señor, al ofrecerle este
común tributo de gratitud, por su condescendencia
en habitar aquí entre nosotros
Una idea me ha ofrecido el Evangelio de esta
domínica 23.
Al pensar en una idea, no he podido apartar mi
imaginación de la que se desprende, nos ofrece, el
Evangelio de este día.
¡Qué desgracia sería si por nuestra negligencia
y frialdad desviásemos de nosotros la virtud de
Jesús! ¡Cuántos le oprimían en aquel entonces, y no
salió de Jesús para ellos la virtud que se desbordó
en aquella mujer!
¡Qué sensible sería, pues, que por nuestra
infidelidad
Escritos I, vol. 3.º, doc.
34, págs. 1-3
Mis amados colegiales en Jesús sacramentado.
¡Otra vez nos permite el Señor ofrecerle este
tributo de gratitud en esta capilla! ¡Otro curso
nos ha permitido empezar! ¡Otro año de vida nos ha
concedido!
¡Oh, un año más, un curso más! ¿Qué es un año
más? ¿y por qué? ¡Ah! Sólo por la infinita
misericordia de su corazón.
¡Cuántos han desaparecido de la tierra en este
año! ¡no han vuelto a visitar esta capilla porque
la muerte nos los ha arrebatado! ¡A cuántos ha
tronchado en su vocación el vendaval de la
disipación!
¡Cuántos después del temor han sido borrados del
libro de la predestinación sacerdotal!
Y a nosotros nos ha concedido reunirnos y
cobijarnos bajo su corazón y entonar el himno de
gracias.
¡Oh, bendito sea Jesús! Bendita sea su Madre
Inmaculada; gracias sean dadas a San José.
Quid retribuam Domino? ¿Qué le daremos al Señor
por este beneficio? [(Sal 115, 12)].
El profeta David en el salmo Crediti,
respondiendo al Señor, se preguntaba a sí mismo:
Quid retribuam Domino? ¿Qué le daré al Señor?
Calicem salutaris accipiam. Recibiré el cáliz de
salud y ofreceré una hostia de alabanza, y cumpliré
mis votos delante de todo el pueblo en medio de ti,
Jerusalén [(Sal 115, 12-13)].
¡Oh, quién pudiera explicar el entusiasmo de que
estaba poseído aquel corazón! ¡Oh, él no tenía cosa
mejor para ofrecerle que una hostia de alabanza! si
hubiera tenido como nosotros esta hostia de
alabanza y acción de gracias, esta hostia
eucarística que significa acción de gracias, con la
cual podemos pagar todo lo que debemos, más de lo
que debemos porque vale tanto como Dios; pues ya
que el Señor nos ha proporcionado el poder
reunirnos en este día en que el Señor nos ha
librado de la calamidad pasada, y nos concede el
obsequiarle.
Ofrecedle al Padre Eterno esta hostia de
alabanza, y cumplid vuestra promesa, hoy en
persona, de Tortosa y de todos los que asistían;
cumplid las promesas que le hicisteis el día que
vinisteis por vez primera y que Jesús vino; y que
sea hostia de alabanza y que el Padre Eterno la
acepte y ofrecédsela por medio de María Inmaculada
y de San José, y decidles que la presenten al Padre
Eterno.
1.º- Por gracias pasadas.
2.º- Por gracias de santificación, pidiéndole,
que ya que os permite estar aquí, que le honréis y
visitéis y no estéis distraídos.
Y que sea en gracia del R. Pontífice y de
España.
Y por los pecadores, para que le conozcan y
amen. Pero sobre todo pedidle que el año que viene
podáis reuniros todos con gratitud y sosiego, y con
aumento de buenas virtudes
No olvidéis a los de Valencia.
Hay difuntos vuestros.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
35, págs. 1-2
Mis hijos en Jesús: Una palabra hermosa hace
resonar la Iglesia en este día, como dirigida a
nosotros por el Santo Patrono, cuya fiesta hoy
celebramos.
Fecit me Dominus quasi patrem Regis [(Gn 45,
8)]. Pone en boca de San José: Me hace el Señor
como el padre del Rey, y Señor de toda su casa.
Nolite timere. No temáis, porque precisamente por
vuestra salud me ha enviado Dios delante de
vosotros; venid y os daré todos los bienes de
Egipto, y comeréis la médula de la tierra [(Gn 45,
5)].
Palabras dulcísimas, que la Iglesia pone en el
Breviario aplicadas a San José, y sacadas de su
antigua figura, el Provisor de Egipto.
El Señor me ha hecho como padre del Rey, Cristo
Jesús, vi[ce]gerente suyo, tutor de su humanidad
santísima, alimentador de su cuerpo, Señor de toda
su casa y de todos sus tesoros, de lo que más ama
su corazón, de su esposa inmaculada, de su misma
Persona.
¡Oh! ¿quién podrá explicar tanta grandeza?
¿Quién discurrir tanta gloria?
¿Quién producir tanta magnificencia de poder?
Pues todo este poder se me ha dado para bien
vuestro: Pro salute vestra. Por vuestra salud me
envió el Señor siglos antes en el Egipto de esta
vida [(Gn 45, S)].
Y cierto que en el orden de la Providencia, sin
José no hubiéramos tenido a Jesús, y la abundancia
de sus bienes, y él es quien sostuvo con su trabajo
su vida, y le salvó de sus enemigos, y en su regazo
creció Jesús, y sobre sus rodillas se desarrollaron
las gracias que nos dice el Evangelista, y él le
preservó de las asechanzas.
El es el que nos guardó en los graneros de su
providencia horreum.
VALENCIA
Escritos I, vol. 3.º, doc.
36, págs. 1-4
Valencia 1.º
1889
Mis hijos en el Corazón de Jesús: Trasladaos con
el pensamiento a aquel pasaje, siempre memorable,
cuando nuestro divino y amante Redentor, Cristo
Jesús, sentado allí, junto al pozo de Jacob,
fatigado del camino, aguardaba allí a aquella
predestinada objeto de su excursión.
Y allí estaba como rumiando en su mente tantos
países, tantas naciones, tantas almas sumidas en
las sombras del pecado... y cuando, después de
haber convertido aquella alma, llegaron los
Apóstoles, y era tal [la] fruición, que descuidando
la comida, exclama: Mirad, mirad, cuántos campos,
cuántas mieses están dispuestas para la siega, y
vosotros debéis segar lo que vosotros no
sembrasteis.
Y luego insistiendo en la idea que tanto agitaba
su corazón, cuando él estaba recorriendo los
castillos de la Galilea, y no podía por sí solo
recorrerlos todos, exclama: Messis quidem multa.
Rogate [(Mt 9, 37)].
¡Oh amados míos! si hubiésemos estado allí
entonces, si hubiésemos podido percibir el timbre
dulce y triste de aquella voz, el acento de aquella
voz afligida, le hubiéramos dicho: Señor, ecce ego,
mitte me [(Is 6, 8)].
Y yo recorreré esos campos, y segaré esas mieses
aptas que yo no he plantado, y dedicaré mis fatigas
de este cuerpo, y rogaré continuamente al Señor de
la mies para que envíe Operarios.
¡Oh, qué satisfecho hubiera quedado nuestro
corazón!
Pues este mismo Jesús está aquí real, vivo y
verdadero, y desde el pozo de aguas vivas de su
Sacramento, está mirando:
Tantos países.
Tantas naciones idólatras.
Tantas naciones cristianas, sumidas en la
indiferencia.
Tantas diócesis abandonadas.
Tantas parroquias descuidadas.
Tantas almas en peligro, en estas mismas por el
descuido de sus pastores.
Y su corazón se aflige, y exclama:
Messis quidem multa. Rogate [(Mt 9, 37)].
¿Desoiremos este gemido?
¡Ah! Ecce ego, mitte me [(Is 6, 8)].
Prometámosle que iremos a remediar estas
necesidades.
A recoger esa mies de almas distinguidas, que
estaban a punto de agostarse y que nosotros no
hemos plantado.
Que iremos a santificar la Diócesis y las
parroquias.
Que fomentaremos personalmente siempre y todos
los días de nuestra vida sus intereses.
Prometámosle que allí y cuando podamos llegar
nosotros, rogaremos Dominum messis y con nuestros
ruegos, sacrificios y oraciones, formaremos
planteles, enviaremos operarios a esos países
sentados en las tinieblas de la muerte y
fomentaremos las vocaciones religiosas y
apostólicas, para que vayan a esos países de la
herejía y de la infidelidad.
Que sacrifiquemos, en fin, nuestra salud, vida e
intereses, para llenar estos deseos de su afligido
corazón.
Y el Señor nos conservará su gracia, ya que por
ella hemos sido llamados a contestar a este grito
angustioso de su corazón.
Para cumplir estos deseos y estos propósitos,
consolar al Corazón de Jesús, vamos a proferir
nuestra consagración.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
37, págs. 1-4
Colegio de San José. Valencia 27 Mayo 1894
Trasladaos con el pensamiento a aquel hermoso
pasaje del Evangelio, cuando el divino Salvador,
fatigado del camino, se paró sentándose a descansar
junto al pozo de Jacob, en medio de la soledad del
campo, del calor del mediodía. Y ¿para qué? Para
aguardar allí a aquella alma disipada de Samaría, y
darle a conocer la dicha que venía a traerle.
Y cuando al llegar allí aquella oveja, que
forcejeaba con sus contestaciones, para escapar de
las manos del buen Pastor, y cuando he aquí [que]
le dirigió el Salvador esta palabra que excitaría
su curiosidad: ¡Oh! si scires donum!, et quis est
[(Jn 4, l0)].
¡Oh, si hubiésemos podido presenciar aquella
escena! ¡Si hubiésemos podido ver la dulce y tierna
actitud del Salvador! ¡Aquella mirada tiernísima,
aquellas mejillas sonrosadas por el cansancio del
camino y el ardor de su corazón, aquel timbre de
voz que arrastraba las turbas en aquel momento,
impulsado por el cariño y el temor de un desvío.
¡Oh, quién poder presenciar aquella escena!
Y hubiéramos escuchado los misterios que allí le
estaba revelando. ¡Oh, si supieses el don de Dios y
quién te pide de beber, con qué ahínco me pedirías
a mí el agua! Porque, mira mujer, el agua que yo
daré, será fuente que manará hasta la vida eterna,
y los que bebieren de ella no tendrán otra clase de
sed;... y pondré en su interior; y en verdad, en
verdad te digo, que está cerca la hora en que todos
los que adoran a Dios, le adoren en espíritu y en
verdad.
Y cuando asombrada aquella alma de tantos
anuncios, no sabía qué responder, y deseaba saber
más, le dijo: Sabemos que el Cristo vendrá pronto y
él nos enseñará todas estas cosas.
Ego sum, qui loquor tecum [(Jn 4, 26)]. Este
Cristo soy yo. ¡Dichoso y memorable el día en que
se pronunciaron estas palabras al mundo!
Ahora bien, esta escena de aquel día memorable
se renueva entre nosotros, y de un modo particular
en este día, que dedicamos a la memoria del corazón
tiernísimo del Salvador.
El Salvador ha querido quedarse perpetuamente
junto al pozo de Jacob, en la sagrada Eucaristía,
en medio de la soledad en que el mundo le deja, y
allí nos está aguardando de día y de noche, para
que escuchemos su voz y vosotros podáis entonarle
cánticos, en estos cultos. Pero el mundo no le
conocía, ni agradecía.
Pero junto a este pozo nos dirige de un modo
especial esta voz: Si scires donum Dei! [(Jn 4,
10)] ¡Si supieses el don de Dios, que está
reservado en mi corazón sacramentado! El deseo que
tengo de reparación.
¡Oh, si supieses, penetran[do] hasta mi
interior, medir la profundidad de mis afectos, las
ternuras que se encierran en el fondo de este
corazón!
¡Si supieses, oh alma, las riquezas que tengo
preparadas, para los que sepan entrar en el
interior de este Tabernáculo, los dones que quiero
comunicar!
¡Los consuelos que ambiciono!
¡Feliz y memorable día el que el Señor nos
reveló estos sentimientos! ¡[el] que nos descubrió
esas riquezas escondidas!
¡Ah! Al contemplar de lejos este descubrimiento
el profeta Isaías, exclamaba entusiasmado:
Haurietis aquas de fontibus salvatoris [(Is 12,
3)]. En aquel día, sacaréis aguas, pero de los
manantiales mismos del Salvador, et dicetis: -et
dices- Confesad al Señor, e invocad su nombre, y
anunciad a los pueblos sus invenciones de amor.
Exulta et lauda, habitatio Sion, quia [magnus]
in medio tu¡ Sanctus Israel [(Is 12, 6)]. Alégrate
y alaba, habitación santa de Sión, porque el santo
de Israel está en medio de ti.
Ya, pues, que, más afortunados que la
Samaritana, hemos podido escuchar esta voz, que nos
pide esta agua nuestra, para darnos en cambio la
fuente que salta hasta la vida eterna. Ofrezcámosle
el agua de nuestra devoción, de nuestras lágrimas,
de nuestro arrepentimiento, de nuestra gratitud, de
nuestro reconocimiento, el agua de nuestra
compasión a los ultrajes que se le hacen, de
nuestros sentimientos de reparación.
Penetremos hasta el fondo de este corazón,
ahondemos en la consideración de su amor y de sus
sufrimientos.
Y él en cambio nos dará y depositará en nuestro
corazón fuente divina de fe y de esperanza, fuente
inagotable de paciencia, mansedumbre y conformidad;
fuente también de consuelos sensibles que, si nos
convienen, nos harán disgustar de toda otra agua
del mundo y del amor de nosotros mismos.
Aprovechemos estas aguas. Recibámoslas con fe.
Creamos en las promesas del Salvador, y las
promesas que nos tiene hechas a los que acuden a
esta fuente de su corazón, y sea éste, de tantos
recuerdos para vosotros y para mí, día de
abundancia y de gracias.
Y pidamos la abundancia de estas gracias para
las almas secas por el pecado y por la falta de
devoción; pidámosla para las almas justas, para que
correspondan a la santidad que Dios exige; pidamos
aguas de misericordia para las almas de nuestro
difuntos, y en particular para las que vivieron en
esta casa, y para una muy amada, fallecida en este
día; y de este modo serán copiosos y abundantes los
frutos de estas festividades.
Para merecerlos
Escritos I, vol. 3.º, doc.
38, págs. 1-3
Valencia. Colegio de San José.
1 Junio 1894. Corazón de Jesús
Hoy es el día en que celebramos este
acontecimiento de este rasgo de amor. Hoy es el día
que quiso manifestarnos las riquezas encerradas en
la devoción a su corazón.
El mismo que dijo esto es el que está aquí y os
dice:
¡Bendito sea el Señor que nos permite repetir
estas solemnidades y percibir los frutos de sus
promesas!
Y es, pues, amados míos, que vais a recibir el
corazón de Jesús sacramentado, y precisamente en
este día de su fiesta, y en esta Comunión, que es
la de la terminación del curso.
1.º- Prometedle que corresponderéis a las quejas
de su amor. Que le consolaréis, amándole y
desagraviándole.
2.º- Ofrecedle el propósito firme de santificar
este mes haciendo los ejercicios uniéndoles la
coronilla de desagravios a su corazón.
3.º- Prometedle que durante estas vacaciones le
guardaréis fidelidad, apartándoos de todas las
ocasiones, imponiéndoos una distribución rigurosa
de tiempo, dedicándoos a lecturas y obras de celo,
dando ejemplo a todos con vuestra piedad, y
volveréis aquí, a su tabernáculo, sin haberle
ofendido.
4.º- Prometedle que un día consagraréis vuestra
vida, vuestra salud, vuestros intereses y vuestras
fuerzas en ganarle almas, en convertir los
pecadores, en darle gloria.
Si se lo prometéis hoy, ¡oh! os lo aseguro:
1.º- El derramará sobre vosotros las gracias
prometidas, y os dará fuerzas en las tentaciones,
alegría en vuestros trabajos.
2.º- El fortificará vuestra vocación, para que
seáis fieles a ella y seáis ejemplo a los demás.
3.º- El escuchará vuestras súplicas y las
gracias que le pidáis. Pedidle, pues, y no os
quedéis cortos.
Pedidle por la Santa Iglesia, que está sufriendo
tan rudos embates del enemigo. Pedid por el anciano
Pontífice, para que pueda ver días de gloria para
la Iglesia. Pedidle por la fe de España, por la
conservación de fe en las almas. ¡Quién sabe,
amados míos, si estamos en los tiempos precursores
del Anticristo; si esas legiones anarquistas son ya
las avanzadas del ejército de Satanás, en los
últimos tiempos en que hasta los justos peligrarán!
Fe que nos alcance hasta el martirio.
Pedid por la singular empresa de nuestro colegio
de Roma, plantel de sacerdotes distinguidos para
toda España, y que unidos luego por el lazo de una
santa fraternidad sepan promover los intereses del
Corazón de Jesús no [sólo] por toda ella, [sino] en
todas las Diócesis.
Pedid hoy por la consecución de otro local
delicioso, que sirva para vosotros, y que sirva un
día para pasar parte de vuestras vacaciones.
Pedid que podamos reunirnos el curso próximo,
sin revoluciones y quebrantos, para continuar aquí
la Obra de vuestra santificación.
Todo os lo concederá el Señor, puesto que ha
prometido conceder todo lo que le pidamos por su
amantísimo corazón.
Para conseguirlo, acercaos con fe, con amor, con
confianza, con devoción y humillados en su
presencia, digámosle contritos la confesión
general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
39, págs. 1-4
Valencia. 12 Mayo de 1895
Sub umbra illius... [(Cant 2, 3)].
¿A quién se dirigen estas palabras? ¿Qué es lo
que presentaba la mente del escritor sagrado, al
dirigir esta frase de satisfactorio descanso?
¡Ah! El las pronuncia para ponerlas en nuestra
boca en los días de la gracia.
Porque, ¿quién es ese árbol frondoso bajo cuya
fresca sombra quiere descansar? Es aquel árbol
puesto junto a la corriente de los siglos, como nos
dice San Juan, cuyo fruto debía ser para sanidad de
las gentes. Es aquel árbol, bajo cuya sombra
benéfica nos guarecemos en medio de los rayos de la
justa indignación de Dios, bajo el cual nos
cobijamos en las fatigas y ardores de nuestras
pasiones.
Árbol benéfico que nos inunda de consuelo en
medio de los desengaños de la vida.
Es María, en fin, que como dice Santo Tomás de
Villanueva en el Oficio de este día: Sí ¡bendito
sea el Señor, que nos ha permitido cobijar bajo la
sombra, bajo el manto de protección de esta Madre
bondadosa!
Y de un modo especial podemos repetir en este
día de su fiesta el grito del Amador de los
Cánticos: Sub umbra íllius.
Pero añade además del sosiego, de la
tranquilidad, de la confianza que inspira la sombra
de este árbol: Et fructus ejus dulcis gutturi
¿Quién es este fruto dulce, bendito y agradable?
¡Ah, la Iglesia nos lo dice y nos lo canta.
Bendito es el fruto de tu vientre! ¡Oh María! Fruto
brotado de este árbol colocado junto a la corriente
de todas las gracias.
Fruto sazonado en los brazos de María, y
madurado con las fatigas y trabajos de su corazón.
Y si siempre es Jesús el fruto bendito del árbol
al saborearlo en nuestras almas, lo es de un modo
especial al poderlo percibir real, vivo y verdadero
en nuestra propia garganta y en nuestro corazón, de
modo que mejor que el Esposo de los Cánticos,
podéis decir en este momento, y en este día de
vuestra Patrona, y en este mes de mayo: Sub umbra
illius.
El Señor me ha colocado bajo de María, y con
ella y por ella puedo percibir el fruto de vida de
su corazón sacramentado, puesto que a ella sólo lo
debemos, puesto que sin María no tendríamos a
Jesús.
Al acercarnos, pues, a recibir este fruto divino
en vuestra boca, en vuestra garganta y en vuestro
corazón, llenaos de santos anhelos de gratitud,
para que podáis decir como el esposo aquel: No
tengo otro deseo ni otra dicha, ni quiero otro
placer y otra felicidad en la vida, que vivir bajo
el manto de María, y poder recibir a Jesús
sacramentado, y sea mi alimento en los días de mi
vida y mi consuelo en la hora de la muerte.
Si con estos deseos, con esta fe, con esta
gratitud, con la ternura de hijos de María, os
acercáis a recibir este fruto, ella os hará
percibir los frutos del consuelo, de alegría santa,
de alientos para seguir el camino de la virtud, y
del vencimiento de las pasiones.
Y guardados bajo su manto nada temáis en medio
de los ardores de vuestras pasiones.
Y ya que hoy
Extienda las ramas de su protección sobre esta
ciudad, y esta Diócesis, y sobre todas las almas.
Que la extienda sobre esta casa pusillum gregem
[(Lc 12, 32)].
Que la extienda sobre la Obra. Os pedía que
oraseis, con más eficacia os lo pido, para que el
pobre pueblo dormido, despierte.
Una gracia
Que el año que viene
Escritos I, vol. 3.º, doc.
40, págs. 1-4
Valencia. 1 Enero 1896
Un árbol de vida había sido plantado en el
mundo, cuyo
Un fruto de vida
Más ¡ay!, desde el momento
Desde aquel momento una noche de tinieblas rodeó
el entendimiento del hombre, el frío de la tristeza
invadió su corazón, un hambre de felicidad le
devoraba.
Con el deseo de saciar esta hambre, de llenar
este vacío, el hombre pidió prestados a sus
sentidos y a las criaturas la felicidad que había
perdido. Mas ¡ay!, como el alimento que buscaba
Mas en medio de aquella larga noche de
desgracia... Adán recuérdale
Una palabra que resonó allá en el espacio: los
acentos de aquella pena repercutieron en su
corazón.
Y aquel día amaneció, y al rayar el alba de un
día feliz, se oyeron cánticos de gozo, de paz a los
hombres de buena voluntad.
Y nosotros hemos llegado a este acontecimiento,
[a estos] días venturosos; y durante esta octava
resuena por el mundo católico ese cántico de
entusiasmo: Christus. Y desde las más suntuosas
catedrales hasta las iglesias de paja levantadas en
medio de los desiertos del Asia y del Africa,
resuena... y todas las almas al despertar de estos
días...
¡Bendito sea el Señor, que nos permite repetir
Y que no pueden disfrutar solemnes
Y este acontecimiento se verificó en Belén.
Belén significa casa de pan; y nació allí para
manifestar que él era el fruto de vida, el alimento
del alma, el que venía a saciar el hambre de la
dicha del hombre.
En medio del campo, para que todos
¡Afortunadas almas aquellas, que pudieron
disfrutar personalmente de aquel espectáculo! ¡Oh,
si nosotros hubiésemos estado allí, entonces! ¡Oh,
si hubiésemos estado en aquella casa de pan!
¡Cuánta no hubiese sido nuestra alegría!
Mas ¿qué digo? Este divino Salvador ha querido
colocarse en otro Belén, más presente, en otra casa
de pan.
En el Belén de la Eucaristía, y en medio de la
frialdad de tantos corazones, y accesible a todos.
Más afortunados que aquellos, podéis decir:
Christus natus est nobis.
Y aquí está el mismo Jesús, que la Virgen tuvo
en sus brazos, que San José abrigaba; aquel a quien
los ángeles ensalzaban y bendecían a Dios.
¿Qué le daremos a Jesús?
Los mismos sentimientos
¿Cómo emprenderemos? ¿Qué hacer? de haberse
querido quedar en esta casa de pan y darnos este
pan, de saciar a nuestros vientres y alimentar
1.º Gratitud. Hoy, acción de gracias. Hoy 1.º de
año,
2.º Pedidle gracias para vosotros; sea él
alimento del alma; que os conforte. Viático de
vuestra muerte. Pedid, pues, este año por la
Iglesia; España, para que la libre de tantos males,
salve y abrevie la tribulación de esa guerra
entablada por malos hijos, que destroza su juventud
más preciosa.
Que bendiga la Obra de nuestras manos
A los que han muerto, sobre todo al [?] cuya
memoria nos ha de [?] vía en esta casa
Vosotros conmigo hoy
Escritos I, vol. 3.º, doc.
41, págs. 1-4
Fervorín.
Valencia. 17 Mayo 1896
Un hecho histórico memorable nos recuerda la
Iglesia en esta santa octava: La Ascensión del
Señor.
¡Qué escena tan tierna nos presenta este
acontecimiento! Era el último día de la estancia
del divino Salvador sobre la tierra. Se había
aparecido por última vez a los Apóstoles reunidos.
Come con ellos, les reprende la incredulidad de
alguno y les cita para el monte de Betania. Y allí
acuden por diferentes caminos sus no sólo apóstoles
sino los discípulos y las santas mujeres, hasta
120, y se les aparece Jesús a la hora de Nona; los
reúne en rededor suyo, les dirige las palabras de
consuelo, fija su mirada en cada uno de ellos, [y]
les anuncia que va a prepararles el lugar.
¿Qué pasaría en el corazón de aquellas almas
privilegiadas? ¡Qué sentimientos de amor, de
gratitud, de ternura, pero al mismo tiempo de santa
tristeza! ¡Oh, cómo le dirían en su corazón lo que
le decía, al recordar este misterio, el melodioso
Fray Luis de León: Y dejas Pastor Santo... !
¡Oh, como S.... Qué parte tengo, Señor!
Y en medio de aquellos tiernísimos sentimientos
de tristeza, el Señor les dijo: Porque os he dicho
que marcho, ¿la tristeza se ha apoderado de vuestro
corazón? No temáis; non relinquam vos orphanos:
Vado et venio ad vos [(Jn 14, 18)].
Pronto descenderá el Espíritu Santo, y seréis
consagrados por virtud de lo alto, y he aquí que
estaré con vosotros hasta la consumación de los
siglos. ¿Cómo, Señor? Por medio de mi presencia
sacramental.
¡Bendito sea el Señor, amados míos, que así ha
querido proveer a nuestras necesidades, y a
nuestras tristezas, y a nuestros deseos! ¿Qué sería
de nosotros, sin Jesús sobre la tierra?
Y aquí el mismo Jesús que, corporalmente,
visiblemente desde la montaña del Olivete, se
trasladó aquel día en cuerpo y alma a los cielos,
está aquí espiritual y sacramentalmente en el
montaña de la sagrada Euraristía.
Y tan afortunados como los discípulos podemos
percibir su divina mirada y más afortunados que
ellos, en aquel monte, abrazarnos a su pecho y a su
corazón, y comunicarnos con él y recibir su
bendición.
Ahora bien, pues, ¿qué diremos a Jesús en esta
Comunión, en que recordamos el misterio de su
Ascensión? Lo mismo que le hubiéramos dicho allí en
el monte Olivete.
¿Qué le hubiésemos dicho allí? ¿Qué le
hubiésemos dicho a Jesús, cuando con su mirada
divina nos hubiese preguntado qué queríamos?
¡Oh, amados míos! ¡Qué promesas de amor le
hubiésemos ofrecido! Allí le hubiésemos prometido
ser fieles en el cumplimiento de su voluntad; nos
hubiéramos ofrecido a trabajar por la gloria, a
seguir sus divinas inspiraciones, le hubiéramos
hecho protestas de apartarnos de todos los
peligros, de serle agradecidos al beneficio de la
redención, de darle a conocer a las almas, de
aborrecimiento del mundo, de sus halagos, de
mortificar constantemente nuestras pasiones.
Le hubiésemos pedido que no nos olvidase ante su
eterno Padre, que nos diese las gracias para vencer
los enemigos del alma; le hubiésemos pedido una
bendición copiosa, que fuese prenda de nuestra
santificación y de nuestra salvación.
Pues, amados míos, lo mismo que hubieseis pedido
entonces, debéis pedirle al abrazaros a Jesús estos
días en la Comunión, [hacedle] estas protestas, y
esa bendición que dio a los Apóstoles y que les
preparó para recibirlos [?] del Espíritu Santo.
Si así lo hacéis, su bendición será copiosa.
Pedidle, pues, para vosotros, vuestras familias;
pedidle para esta casa, a fin de que podamos tener
en ella tantas comodidades como faltan.
Pedidle por la España, por el Sumo Pontífice.
Pedidle de un modo particular por Portugal, para
que el Señor multiplique nuestros esfuerzos.
Estas vacaciones
Pedidle por todos los colegios y se[minarios]
una bendición abundante
Escritos I, vol. 3.º, doc.
42, págs. 1-4
Colegio de Valencia. 12 Enero 1897
¡Qué noche tan fría debla ser aquella en que el
Amador de los Cánticos golpeaba las puertas del
objeto amado, cuando le decía: Aperi, soror mea
[(Cant 5, 2)], por[que] el relente de la noche cae
sobre mi cabeza! ¡Cuán lamentable el sopor de
aquella [alma] que era el objeto de su amor!
Mas hay otro Amador, del cual aquél era figura,
el Verbo eterno, el divino Eclesiástico [que] está
dirigiendo estas mismas palabras a la humanidad.
Dios había creado el cielo para el hombre, para
la criatura racional; para sí había criado el
corazón del hombre, y por ello le llenó de sus
gracias, y descansaba en él como en su propio
templo.
Mas ¿qué sucedió? Que el hombre le cerró las
puertas de su corazón, y el Verbo divino se
encontró sin la habitación que anhelaba.
Y los hijos de Adán y las generaciones sucesivas
abrieron su corazón a todos los incentivos de todos
los objetos que percibían sus sentidos, y se
ensordecieron y prestaron además de tal modo...
Bossuet
A pesar de ello, este Amante divino quiso
escogerse un pueblo, le sacó de Egipto, les dio su
Ley, y ensalzó
Y aquel pueblo [?] de los justos Profetas
siempre, a pesar [que] debía extender el amor de
Dios
Por ello al llegar la plenitud de los tiempos,
quiso venir revestido de nuestra piel y de nuestra
carne para lograr mejor acogida. Y ya lo sabéis. El
Apóstol. In propia veni [(Jn 1, 11)], y tuvo que ir
a nacer en un desmantelado portal.
¡Oh, si hubiésemos estado allí entonces! ¡Oh, si
hubiésemos podido acercarnos a los pastores, al
escuchar aquel cántico: Gloria... ya que los demás
no le recibieron.
Mas ¿qué digo? Aquel mismo Jesús que allí en
Belén buscó el abrigo de las criaturas, no ofendido
todavía con tanto desvío, como para vengarse de
tantos años que había estado separado del corazón
del hombre, determina antes de partir de este
[mundo] disfrazarse bajo las especies de pan, para
entrar en lo más íntimo del hombre, convirtiéndose
en su propia substancia, y quedarse presente para
que no sólo los del tiempo de su venida, sino las
almas de todos los siglos
Y ¿qué sucede? Las mismas circunstancias que le
acompañaron en su vida, le acompañan ahora.
Los unos, como Herodes, rabiosos le persiguen en
su Iglesia; otros, como los habitantes de
Jerusalén, duermen indiferentes; otros, como
animales, no penetran ni elevan su vista; sólo
alguna alma fuerte, como los pastores y los reyes
¿Qué hemos de hacer, amados míos? A vosotros,
jóvenes levitas, destinados un día a ejercer el
oficio de la santísima Virgen; a vosotros os llama
este divino Eclesiástico y os dice: Aperi, soror
mea; ábreme, alma, porque ya lo ves, el relente de
la noche, la frialdad de tantos corazones, que no
quieren recibirme, me tienen lleno de frío [(Cant
5, 2)].
¿Qué hemos de hacer? Pues hacerle las protestas
que le hubiéramos hecho en Belén. Allí ¡oh!
hubiéramos ofecido nuestros servicios, le
hubiéramos [prometido] hacer[le] compañía,
seguir[le] adonde él quisiera, le hubiéramos
prometido fidelidad, le hubiéramos pedido a la
Virgen nos lo consintiese en nuestros brazos,
trabajar para darle a conocer, hubiéramos pedido
gracias
¡Pues estos mismos sentimientos! Y habéis de
prometerle fidelidad, y sobre todo [que] este año
no le arrojaréis de vuestro corazón con pecado
alguno. Que un día le daréis a conocer y le haréis
amar, que le seguiréis sus divinas inspiraciones;
que le consolaréis de tantos que no le aman. Que
seréis agradecidos.
¡Oh! si así lo hacemos, bien podemos pedirle
gracias.
Hoy es día especial para peticiones de amor, de
gracias y [?]
Hemos empezado un nuevo [año] ¡Cuántos han
pasado a la eternidad tal vez mal dispuestos! y
nosotros hubiéramos podido morir y
¿Quién es capaz de pensar la cadena de
beneficios de Dios?
Y vamos a empezar el [1819], ¡oh! rodeados de un
horizonte negrísimo. ¡Cuántos peligros nos
aguardan! ¡Cuántas calamidades nos amenazan!
¡Oh! pedidle por todas las necesidades: 1.º Por
la España, por los pobrecitos de Cuba; pedidle por
la conversión de los pecadores.
Pedidle por esta casa, para que podamos en ella
todo nuestro pensamiento; pedidle por la extensión
de la Obra, y que si es voluntad [que] pase a la
otra parte de los mares, para levantar allí tiendas
a San José, donde otros hermanos vuestros se formen
para las batallas del Señor. Que volváis a repetir
esta fiesta en lo sucesivo.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
43, pág. 1
Valencia. 1 de Enero 1898
Mis amados colegiales e hijos amados en el
Corazón de Jesús.
¿Qué os diré para preparar vuestro corazón en
este día tan especial?
Estamos saludando la aurora del año [18]98. ¡Oh,
cuántos han pasado a la eternidad en el anterior,
sin llegar a ver la luz de este día, de toda edad,
de todo sexo, superiores vuestros, colegiales y
compañeros vuestros!
Y nosotros lo empezamos, y la primera gracia que
recibimos es el acto que venís a realizar, el poder
escuchar en este día aquellas palabras de! profeta
Isaías, que nos repite la Iglesia en esta octava:
Parvulus natus [(Is 9, 6)].
Rex pacificus
Y poder nosotros participar de la dicha de este
rey propio.
Porque ¿quién es el que vamos a recibir?
Pedidle: por esta Diócesis, que es la primera de
España.
Pedidle por la prosperidad de esta casa y que
podamos albergar a Jesús en local más espacioso,
que hace tanto tiempo deseamos.
Pedidle gracia para aprovechar este año. Ofreced
a Jesús no sólo no ofenderle, sacrificando vuestras
pasiones, sino consolándole de tantos que no le
aman.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
44, págs. 1-4
Valencia. 14 Mayo de 1899
Desamparados
Mis amados: ya que tengo la indecible
satisfacción de encontrarme entre vosotros el día
de la Patrona de esta ciudad, y de regreso de la
visita a nuestras casas, ¿cómo no dirigiros una
palabra en la Comunión de este día?
Y ¿qué os diré? Estamos en la infraoctava de la
Ascensión, y ¿cómo prescindir de la idea dominante
en toda alma piadosa en estos días?
La partida de Jesús, su desaparición de la
tierra, la horfandad en que nos deja. ¿Qué sería de
nosotros sin Jesús?
¿Qué le obligó a Jesús a dejarnos? ¡oh!, dos
amores...
¿Qué hará, pues, Jesús? Non relinquam vos
orphanos. Vado et venio. Ecce ego vobiscum sum [(Jn
14, 18)].
¿Cómo, Señor? ¡Oh! no sólo con una gracia y una
inspiración desde el cielo, sino quedándose
aherrojado, oculto y envuelto en los velos
eucarísticos.
¡Bendito sea el momento en que su amor le obligó
a discurrir, si es lícita la expresión, el modo de
remediar nuestra orfandad!
Y aquí en la Eucaristía nos repite con toda
verdad: Ecce vobiscum sum.
Palabra consoladora, que no debemos olvidar en
todos los momentos de la vida.
Y por lo tanto, amados míos, cuando las
tentaciones os persigan...
Cuando...
¿Qué debemos hacer? Pues, amados míos, decidle
lo que le hubiéramos dicho antes de su partida
física y suprema de la tierra.
Si hubiéramos tenido la dicha
Le hubiéramos pedido
Pedidle, pues, que quite los pasos difíciles de
vuestra juventud y de vuestra vocación.
Pedidle la gracia de volver aquí, sin haberos
apartado de su compañía, y al contrario, de haber
sido emuladores de su corazón con vuestro ejemplo,
en estas próximas vacaciones.
Pedidle gracias para nuestra pobre España. El
año pasado os pedía que rogarais por el remedio
Jesús no quiere escucharnos, al parecer, y nos
ha humillado ante el mundo; y tal vez nos aguardan
todavía días malos. Que se digne consolarnos por la
intercesión de su Madre Inmaculada, poniéndole ante
su vista que es todavía la nación y la ciudad de
María; que escuche esos cánticos que todavía
resuenan por nuestras calles como los del reino de
su amor.
Pedidle por todos los colegios y por los nuevos
campos que se nos van abriendo; para que el árbol,
esta Obra, extienda sus ramas, y puedan cobijarse a
su sombra todas las almas selladas con el sello de
la vocación.
El año pasado os pedía una gracia especial: La
del establecimiento de una tienda josefina allá, a
la otra parte de los mares; el Señor escuchó
vuestras oraciones. Pues otra gracia os recuerdo en
este mes: De reparación a Jesús sacramentado, para
que podamos elevar un tributo de gracias.
Y últimamente, que podamos continuar lo que
tantos años deseamos: Levantar a Jesús un lugar más
digno para su estancia sacramental.
Que en el próximo anuncio de la entrada en esta
casa, podamos entonarle un tributo de gratitud, por
haberse así cuidado.
ofrezcámosle.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
45, págs. 1-4
Valencia.
25 de Enero, 1900
Mis amados en el Señor e hijos en su dulcísimo
corazón:
Ya que me he encontrado, sin pensarlo, en feliz
coincidencia de la terminación de vuestros
Ejercicios Espirituales, ¿cómo no detener mi
regreso a fin de tener la satisfacción de
presenciar vuestra renovación de propósitos, que
venís a sellar en vuestro corazón con la sagrada
Comunión?
¿Y qué podré deciros yo, para preparar vuestra
alma al sello de estos propósitos?
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje del
libro 4! de los Reyes, cuando el pobrecito Ellas,
que casi había quedado solo entre los profetas, por
no querer adorar a Baal, perseguido por la impía
Jezabel, se vio precisado a escapar e internarse en
el desierto, y no creyéndose allí seguro, determinó
trasladarse al monte de Dios, Horeb.
Pero ¡ay! que el cansancio le fatiga; el peligro
de los enemigos, que sabe le buscan, le llena de
temor; y he aquí, que no pudiendo más, y para
descansar un poco, se echa sobre la tierra,
quedando allí semidormido, lleno su corazón de
tristeza. Cuando he aquí, que una mano cariñosa le
toca y le dice: Comede et ambula [(1 Re 19, 5)];
Ellas levántate y come, porque te queda mucho que
andar; y despertando, vio allí un pan subcinericio,
y apenas lo hubo comido, se encontró vigorizado de
tal mente, que pudo con aquel alimento caminar 40
días y 40 noches, sin cansancio hasta llegar al
monte de Dios, Horeb. Allí descansó sin temor.
Mis amados colegiales: Durante estos días de
Ejercicios, al meditar las verdades eternas os
habéis resuelto de nuevo al servicio de Dios,
habéis protestado no doblar jamás vuestra rodilla a
Baal, al mundo, a sus pompas y vanidades; combatir
vuestras pasiones; y como Ellas a los falsos dioses
y profetas, aunque para ello tuviera que [?] el
trasladaros a la soledad y aislamiento de todo. Y
no sólo esto, sino que os habéis ofrecido al
seguimiento de Jesús, y a celar un día, con vuestro
ministerio, la gloria de Dios, como aquel profeta
de fuego la celó durante todos los días de su vida.
Pero ¡ay! amados míos, que el camino es largo;
los enemigos de vuestra alma no os dejarán en paz,
y el mundo, el demonio y la carne os perseguirán de
continuo, y pondrán las ocasiones y asechanzas a
vuestros pies; y el cansancio tal vez se apodere de
vosotros, y la fatiga os haga desmayar, y el temor
en las dificultades os acobarde, y os haga caer en
el sopor de la tibieza, y en peligro de caer en
poder de vuestros enemigos.
¿Quién podrá dirigir vuestros pasos en los
caminos inciertos de vuestra juventud y de vuestra
carrera sacerdotal?
¡Ah! No temáis: Surge et comede, os diré yo,
como el ángel a Elías. He aquí este pan, del cual
aquél era figura, que mejor que aquél podrá ser el
sometimiento de vuestras almas, y con el cual
podréis llegar hasta la montaña de Horeb, de
vuestra futura santificación sacerdotal.
Y cuando las pasiones os combatan y las
tentaciones os persigan y los halagos del mundo
quieran atraeros, surge et comede; acercaos a Jesús
sacramentado, y él os dará esfuerzo en la lucha, y
alegría en el combate, y por su amor sabréis
sobreponeros a todos los atractivos.
Y cuando las dificultades se aumenten y las
tristezas del alma y las contradiciones de la vida
os quieran adormecer en el servicio de vuestro
Dios, acudid a la sagrada Comunión, y ella renovará
las alas de vuestro espíritu en el seguimiento de
Jesús.
Y al acercaros a esta especial Comunión de
término de Ejercicios, prometedle a Jesús que él
será vuestro refugio y vuestro único consuelo. (Yo
sé que mis pasiones son vivas).
Decidle que a pesar de vuestras infidelidades
tan continuas, y de vuestras debilidades tan
frecuentes, y de vuestras distracciones tan
lamentables, que él será siempre el centro de
vuestra voluntad y de vuestro amor.
Decidle y prometedle
Decidle que un día... que repararéis
Y que en medio del frío olvido, en que el mundo
le tiene
Trahe me [(Cant 1, 3)].
Y al tenerle dentro de vuestro pecho, decidle
Si estos sentimientos, propósitos, le ofrecéis,
Jesús vendrá con agrado a vuestras almas, y será
vuestro viático en el camino de la vida.
Pedidle pues:
1.º Que el año que viene podáis llegar a este
día sin pecado.
2.º Pedid por tantas almas inocentes, que estos
días están expuestas.
3.º Por aquellas otras disipadas, que van tras
el torbellino de la vida.
4.º Una súplica hoy por vuestro Papa, al cual
tan reconocidos debemos estar porque nuestra Obra y
nuestro Colegio formado de individuos de todas las
Diócesis, se... y con él a todos... juventudes de
todos vosotros.
5.º Pedidle que pronto podamos darle mejor
albergue en la nueva capilla, a fin de que puedan
ser más multiplicados vuestros cultos de
reparación.
6.º Para que allá, en la capital de México, en
donde ha querido entregarnos una Iglesia, para que
se dé el culto de reparación por aquella pobre
república, podamos atraer muchas almas a los pies
de Jesucristo.
Para conseguirlo.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
46, págs. 1-6
Valencia.
Inauguración oficial de la Reserva.
2 de Febrero 1901
Mis amados colegiales e hijos en el Corazón de
Jesús sacramentado: ¿Qué os diré en este día
memorable y de tantos recuerdos para preparar
vuestro corazón a ofrecer a Dios ese tributo de
acción de gracias por medio de la santa Comunión?
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje del
Génesis cuando Jacob obligado a partir a la
Mesopotamia, solo y abandonado en medio del
desierto, y fatigado por el cansancio, en la
primera de sus jornadas, arrimado al báculo que
llevaba, se puso a dormir sobre la tierra, poniendo
su cabeza sobre una piedra.
Y apenas había cerrado los ojos del cuerpo, Dios
abrió los de su alma, y le mostró su reino, y vio
una escala por la cual subían y bajaban los ángeles
y a Dios apoyado en el extremo de ella, y que le
decía: Yo soy tu Dios... yo te daré esta tierra, y
seré tu protector, y te multiplicaré como las
estrellas del cielo, y te guiaré a donde quiera que
fueres.
Y al despertar Jacob exclamó: ¡Oh! ésta es la
casa de Dios y la puerta del cielo; y tomando la
piedra que le había servido de cabecera, derramó
aceite sobre ella, y postrado en tierra dijo con
efusión: Si el Señor estuviese conmigo en el camino
que ando, y me diese vestido con que vestirme y pan
con que alimentarme, y me fuera bien en mi viaje, y
cum salute et pace pudiese volver a la casa de mis
padres, esta piedra será la señal y sobre ella
invocaré el nombre del Señor y ofreceré hostias
pacíficas, en señal de gratitud y de alabanza [(Gn
28, 21)].
Ahora bien, amados míos. Hará pronto 17 años que
vinimos a esta tierra [?] juntamente con el
inolvidable D. Vicente Vidal, recorríamos estos
alrededores, casi todo campos todavía, para poner
en ellos la bandera de San José. Mas pronto
comprendimos los peligros que nos rodeaban, los
obstáculos de que nos vimos asediados por los
recelos de los que más debieron habernos animado; y
nos vimos agitados por las inverosímiles
contradicciones por parte de los poderes del siglo,
y nos vimos precisados a exclamar ante Jesús
sacramentado: ¡Oh! Señor, si cum salute et pace nos
dejáis realizar la empresa de vuestra gloria que
proyectamos para el bien de la juventud
eclesiástica de esta Diócesis; si estuvierais con
nosotros, os ofrecemos un tributo de gratitud
instituyendo una fiesta anual que perpetúe el
recuerdo de vuestras bendiciones.
Y allí, cerca de una modesta estancia del huerto
de las fresas levantamos el primer altar para
satisfacer la devoción y formar el espíritu de los
primeros jóvenes que vinieron a cobijarse bajo el
manto de San José, en la naciente Obra de las
vocaciones eclesiásticas. Mas la modestia de aquel
local no permitieron pensar en constituir allí a
Jesús sacramentado de un modo permanente, y por lo
tanto, no pudieron aquellos primeros antecesores
vuestros, disfrutar de la compañía constante de
Jesús.
Mas, alentados luego por las almas piadosas, nos
lanzamos a la empresa de levantar este edificio, y
movidos por las súplicas de los colegiales de
entonces, hoy ya esparcidos muchos de ellos por las
parroquias de la Diócesis y en Institutos
religiosos, los cuales nos protestaron ofrecer
homenaje constante de reparación y amor a Jesús
sacramentado, si se lograba la Reserva, resolvimos
invitar a Jesús que se dignara albergarse en
nuestra compañía en una estancia, siquiera fuese
provisional y la mejor de nuestra casa. Y hace 15
años, en la fiesta de la Purificación de María, fue
paseado Jesús sacramentado, por primera vez
públicamente por esta calle interior y por este
patio, que poco antes era un huerto solitario, con
gozo universal de todos corazones.
Y desde entonces, amados míos, y durante estos
años, ¡cuántos acontecimientos! ¡Cuántos recuerdos!
¡Cuántos cánticos alegres han sonado en este
recinto! ¡Qué cadena de actos tan variados, de
ejercicios, de sufragios, de acción de gracias,
según los varios acontecimientos! ¡Cuántos dolores
y gozos! ¡Cuántas bendiciones!
Y a nosotros nos es concedido repetir esta
festividad y conmemorar aquella primera fecha,
origen y aun fuente de tantísimas bendiciones.
Porque ya lo sabéis, amados míos, desde este
lugar de descanso de Jesús, ha brotado el plantel
de vocaciones de los llamados para [el] santuario,
y se han curado sus dolencias muchas almas enfermas
o heridas por el pecado, y que encontraron aquí la
fuerza en sus luchas y quebrantos. Aquí se ha
desarrollado aquel grano de mostaza que depositamos
a los pies de Jesús sacramentado y pusimos bajo el
manto de la Virgen y de San José, convirtiéndose en
árbol adonde ha venido a cobijarse la más selecta
juventud estudiosa que ha de formar la generación
sacerdotal que el mundo hoy necesita, y que ha de
ser mejor que la antigua, porque ha de luchar las
batallas del Señor contra las huestes del
Anticristo.
Y la virtud que ha brotado y brota aquí de su
corazón sacramentado ha hecho formar las ramas de
este árbol, y han salido para sus ministerios
muchos jóvenes celosos por la gloria de Dios,
esparcidos por la Diócesis y fuera de ella. Y el
nombre del Colegio de vocaciones [de] San José
llena todos los ámbitos de esta región y es
simpático a todos los corazones. Somos de ayer y
llenamos todos los ámbitos de la Diócesis, y se han
visto disipadas todas las nubes de contradicciones
que creyeron inundarnos. Y aquí hemos visto
verificarse sus [?] dichoso, pues, el día en que el
Señor quiso colocar aquí su estancia sacramental, y
dichosos los que tenemos la fortuna de habitar
junto a él. Beati qui habitant in domo tua, Domine!
Pero esto no bastaba. La pobreza de su
habitación no nos satisfacía, y hasta hacía
[sufrir] los sentimientos de nuestra piedad, y hace
años elevábamos nuestras oraciones y suspirábamos
por darle una estancia menos indigna de él; y
gracias a la piedad de esta distinguida 0S*> región
valenciana, hemos podido ofrecerle esta rica
capilla; y hoy es el día en que hacemos la
inauguración oficial de este nuevo albergue de
Jesús, y desde el cual le sacaremos triunfal
públicamente a las almas por este patio con igual
gozo de nuestro corazón que lo hicimos la vez
primera.
¡Oh, bendito sea el Señor que así ha querido
bendecirnos y escuchar nuestras oraciones!
¿Qué le daremos, pues, al Señor en cambio de
tantos beneficios?
El real Profeta al dar una mirada retrospectiva
a las misericordias de que había sido objeto por
parte de Dios, se las pone delante una a una, y
confuso exclamaba: Quid retribuam Domino... Calicem
salutaris accipiam et sacrificabo hostiam laudis ¿Y
qué sacrificios podrá ofrecerle? ¡Ah! los dones de
víctimas de corderos indicados por la Ley, y los
cánticos de alabanzas ante el arca de la alianza.
¡Oh, si hubiese podido ofrecerle estos dones, si
hubiese podido presentarle la víctima que el Padre
Eterno ha querido poner en nuestras manos! ¡Oh, si
hubiese podido presentarle la hostia eucarística,
de alabanza que nosotros poseemos! ¿Qué le daremos,
pues, al Señor? ¡Oh! si, sea esta Comunión y esta
fiesta un tributo de amor y de acción de gracias
por haberse querido quedar en nuestra compañía, y
en nuestra propia casa, y por los beneficios que
desde aquí nos ha comunicado. Y en segundo lugar,
vota mea Domino reddam. Repitámosle nuestras
protestas de homenaje con nuestro respecto en esta
capilla. Renovémosle nuestras promesas de no
acercarnos a él con mancha alguna en nuestro
corazón, que pueda ofender sus miradas [(Sal 115,
12-18)].
Renovadle vuestros deseos de repararle, y de
consolarle por tantos que no le conocen ni quieren
amarle.
Ofrecedle propósitos de ir formando vuestra
mente y corazón al estudio y en la piedad, para un
día extender el reinado de su amor sacramentado,
dándole a conocer a las almas.
Protestad que vendréis aquí a hacerle compañía y
hablarle con reverencia y saludarle con fe, y que
escucharéis su voz y seguiréis sus divinas
inspiraciones y seréis fieles a vuestra vocación.
¡Oh! si estos sentimientos, y estos votos, y
propósitos le ofrecéis, él aceptará este tributo de
acción de gracias que le dedicamos en esta fiesta,
y será prenda de otras gracias que esperamos para
esta casa y esta Obra.
Pedidle, pues, a Jesús cuando esté en vuestro
pecho que acepte este tributo de gratitud y sea
prenda de otras bendiciones que le pedimos.
Pedidle por nuestra pobre España.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
47, págs. 1-4
1901
Mane nobiscum [(Lc 24, 13-29)]
Al tener la satisfacción de poder asociarme a
esta vuestra fiesta de gratitud al Señor, que se ha
dignado aceptar vuestros ofrecimientos y vuestra
consagración a él, ¿qué idea podré sugeriros yo,
para que selléis con ella vuestro propósito, al
recibirle en la sagrada Comunión.
Trasladaos...
Pues aquel mismo Jesús, que se dignó visitar a
los discípulos, ha querido constituirse en ese
Emaús de la Eucaristía, quedándose en nuestros
tabernáculos, y aceptar las invitaciones de
nuestros obsequios y servicios, y quedarse con
nosotros, y no de paso sino de un modo permanente;
y no solamente ha querido aceptar el albergue de
nuestra habitación, sino que ha querido venir a
aposentarse dentro de nuestro pecho. ¡Oh! Sí, más
afortunados que aquellos discípulos queridos
podemos no [sólo] escuchar su voz, [sino] abrazarle
y apretarle en nuestro pecho, y hablarle
confiadamente, y regalarnos con él.
¿Qué le daremos al Señor, en cambio de este
beneficio? ¿Con qué palabras podremos agradecerle?
¿Qué podremos ofrecerle? Pues... él se contenta y
no desea más que le sigamos la palabra que le
dijeron los discípulos, y que la Iglesia hace
repetir con efusión todos los días de este santo
tiempo Pascual: Mane.
Quédate, Señor, con nosotros: esto debéis
decirle en este día, al celebrar vuestros festejos,
al pasearle por esa casa, y sobre todo, en estos
momentos.
Quédate, Señor, con nosotros, y no nos abandones
jamás, porque sin ti nada queremos. Quédate, Señor,
en esta casa, que ya te prometemos que para ti será
el primero de nuestros pensamientos al despertar y
el último de nuestros afectos al entregarnos al
descanso, y vendremos a ofrecerte las primicias de
nuestro corazón todos los días, y en las
ocupaciones
Mane nobiscum. Y cuando las pasiones me agiten,
y los halagos del mundo me atraigan, no te apartes
de mi compañía, que yo dirigiré hacia ti mi mirada,
que sin ti estaré perdido.
Y cuando el cansancio me fatigue, y mis
debilidades me acobarden, y la desconfianza me
perturbe, no te apartes de mí, porque a ti quiero
acudir.
Y cuando sobre[venga] la tribulación y las
contradicciones del alma, Mane, que yo te prometo
seguir siempre tus divinas inspiraciones, y
apartarme de todo lo que pueda separarme de Vos, y
ofreceros cuantos sacrificios me pidáis.
Mane nobiscum, quoniam advesperascit. Quédate
conmigo, Jesús mío, porque, ya lo ves, van pasando
los años de mi carrera, y tendré que consagrarme a
las ocupaciones de mis ministerios, y pasarán los
años de mi existencia, y vendrá la noche de mi
muerte, y contigo podré atravesar confiado las
puertas de la eternidad.
¡Oh! Si esta palabra le decís de verdad en
vuestro corazón, y con fervor, él acogerá vuestros
afectos, y os concederá cuanto le pidáis.
Pedidle, pues, que guíe los pasos inciertos de
vuestra juventud, en medio de los peligros que os
rodean; que os comunique las gracias necesarias
para lograr vuestra santificación sacerdotal, a fin
de que un día podáis dar a conocer a las almas las
bondades de su corazón, y extender el reinado de su
amor en todas ellas.
Pedidle que bendiga esta casa, y pueda ser
constantemente un cenáculo, en donde se forme el
plantel de futuros apóstoles, dispuestos al
sacrificio, para el bien de la Diócesis, y que
puedan hacer frente a las hordas del infierno, que
se aprestan para combatir nuestra fe, y arrebatarla
de las almas.
Que bendiga esta ciudad de María, para que sea
siempre una columna inconmovible, contra la cual se
estrellen los esfuerzos de las sectas.
Pedidle que podáis repetir este homenaje el año
próximo, sin haber habido ninguno entre vosotros,
que se haya apartado de su gracia y podáis
aportarle aquí nuevos triunfos de vuestro corazón,
para arrebatarle también nuevas bendiciones.
Para merecer estas gracias.
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
48, págs. 1-4
Valencia.
Colegio de San José
Mis hijos en el Señor: ¿Qué idea os sugeriré
para preparar en este momento vuestro corazón para
la sagrada Comunión?
Trasladaos con el pensamiento, o mejor, actuaos
en el hermosísimo pasaje que acabamos de leer en el
Evangelio y que vosotros sin duda habréis meditado,
cuando en la tarde misma de la Pascua, se salían de
Jerusalén, como azorados aquellos dos discípulos,
para dirigirse a la posesión o castillo de Emaús
[(Lc 24, 13-35)]; y ved el divino Salvador, que,
siguiéndoles por aquel camino, les alcanza y les
pregunta: Qui sunt... estas pláticas tan animadas,
y que parece os ponen tristes, os preocupan: Tu
solus peregrinus, y no sabes lo que está pasando?
Quae? ¿Qué cosas? De Jesús Nazareno... poderoso en
obras y palabras... al cual los... y nosotros
creíamos que vendría a... que vendría a... si bien
es verdad que las mujeres nos han aterrorizado
diciéndonos que una visión
¡Oh necios y tardos de corazón! ¿Acaso no
convenía que el Cristo pasara estas cosas, para así
entrar en su reino? Y
Al llegar a Emaús fingió como que pasaba
adelante; pero atraídos ya por las palabras de
aquel varón desconocido, que así iba ensanchando su
corazón e iluminaba sus almas, sentían que les
dejase, y le dijeron: Mane nobiscum, Domine. Señor,
quédate con nosotros, porque ya lo ves... et
inclinata est jam dies... coegerunt eum, y le
obligaron a quedarse.
Y cuando, al sentarse a la cena, levantaron sus
ojos asombrados para contemplarle, pues lo habían
reconocido en el modo de partir el pan, evanuit ab
oculis ejus, se desvaneció de sus ojos, y
levantándose exclamaron: ¡torpes de nosotros! pues
¿acaso nuestro corazón no se sentía enardecido
mientras nos explicaba las Escrituras? Y se
marcharon sin demora, otra vez a Jerusalén, para
contar a los otros lo que les había pasado, y cómo
le conocieron al fraccionar el pan.
¡Afortunados discípulos, que fueron los primeros
en recibir la visita de Jesús! ¡Y de albergarse en
aquella casa, y estar a su lado en aquella mesa!
¡Qué santa envidia debía producir en los demás
aquella interesante relación, y aquel hecho de
tanto consuelo en aquellos corazones, que
fluctuaban entre la duda y la esperanza!
Pero ¡ah! hijos míos: ¿Qué tiene que ver aquella
dicha con la que nosotros poseemos? El Señor ha
querido, disfrazándose exteriormente, unirse a
nosotros en el camino de la vida, para hablar
constantemente a nuestras almas, para inflamar
nuestro corazón, para alimentar nuestra esperanza,
y acallar nuestros temores; y ha querido
constituirse en este castillo, en este Emaús de la
Eucaristía y aceptar la invitación de estar en
nuestra casa y en nuestra propia habitación, y
tenernos aquí junto a su lado, en su propia casa, y
junto a su pecho, y no sólo por un momento, como a
aquellos discípulos, de cuyos ojos se desvaneció,
sino de un modo permanente, y no sólo de día en
medio de nuestras tareas, sino aun de noche en
medio de nuestro descanso, atado aquí siempre con
las dulces cadenas de su predilección por nosotros.
¿Qué otra cosa podemos decirle, al acercarnos a
él? Y ¿qué otra cosa puede desear de nosotros,
sino: Mane nobiscum Domine? No te muevas de aquí,
quédate siempre con nosotros, oh, Jesús mío: Mane
nobiscum. Quédate con nosotros, quédate conmigo,
porque ya lo ves, se hace tarde y pasan los días y
las pasiones me mortifican, y mis tropiezos me
fatigan, y pueden venir las noches oscuras del
alma, y sin ti no podría dar un paso en los
inciertos caminos de mi santificación y de mis
deberes.
Mane nobiscum. Quédate conmigo, para que cuando
las tentaciones me persigan y los halagos del mundo
quieran atraerme, pueda escuchar tu voz amorosa.
Quédate conmigo y a pesar de mis infidelidades
tan continuas y de mis flaquezas tan frecuentes, y
de mis distracciones tan lamentables, no me dejes,
porque sólo en tí puedo tener apoyo.
Mane nobiscum; para que cuando los temores me
asalten, y las dudas me agiten, y las desconfianzas
me abatan, puedas ser tú mi refugio.
Mane, porque inclinata est jam dies, porque va
declinando el día de mi existencia, y vendrá la
noche de mi muerte, y en tu compañía no temeré
pasar sus sombras y sus angustias.
Mane nobiscum. No te canses, Señor, de estar en
esta casa y habitar entre nosotros, que ya te
prometemos ofrecerte amorosa compañía y aquí
vendremos a depositarte nuestros afectos y a
repararte los olvidos de tantas almas que no os
aman y os desconocen; y con nuestra enseñanza y
sacrificio contaremos a otras almas vuestros
amores, como aquellos discípulos, y os daremos a
conocer, para que también ellas os amen. No nos
dejes, Señor, que te prometemos que durante
nuestras tareas te enviaremos miradas cariñosas, y
que siempre será para ti el primer afecto, al
despertar la mañana y el último al entregarme al
descanso.
No nos dejes, Señor; porque ¿qué será de
nosotros sin ti sobre la tierra?
Si estos sentimientos ofrecéis al Corazón de
Jesús, él dará por bien empleada su estancia entre
vosotros.
Para merecer que el Señor nos bendiga, poseídos
de fe, de humildad, gratitud y confusión.
Confiteor Deo.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
49, págs. 1-3
Valencia
Mis hijos en el Señor: Ayer nos refería la
Iglesia, para ponerlo a nuestra consideración,
aquel pasaje de San Juan, cuando después de la
Resurrección se presentó Jesús, cerradas las
puertas, en el Cenáculo, en donde estaban reunidos
los discípulos, y les dijo: Pax vobis, nolite
timere. Así como me envió mi Padre, os envío a
vosotros... y se alegraron los discípulos al ver al
Señor. Mas no estaba entre ellos Tomás, y al
contarle los discípulos la sorprendente visita,
dijo: nisi videro in manibus ejus fixuram clavorum,
etc., si no viese en sus pies y manos la figura de
los clavos, y no pusiese mi mano en el agujero del
costado, non credam; y he aquí que ocho días
después estando reunidos en el mismo lugar, se
aparece de nuevo Jesús, y les dice: la paz sea con
vosotros, y dirigiéndose inmediatamente a Tomás, le
dice... y asombrado y humillado el discípulo,
exclama: Dominus meus et Deus meus. ¡Ah! porque has
visto has creído, bienaventurados los que sin ver
creyeron [(Jn 20, 21.25.28)].
Dichosos discípulos que así merecieron la visita
del Salvador en aquellos días de ansiedades, de
temores y de dudas y dichoso Tomás que a pesar de
su infidelidad logró tocar con su dedo el corazón
mismo de su divino Maestro.
Pero ¿qué? ¿No somos nosotros más afortunados
que aquel discípulo y en medio de nuestras
continuas infidelidades? A pesar de tenerle
cerradas tan fuertemente las puertas de nuestra
alma con nuestras frecuentes y lamentables
distracciones, con la disipación de nuestros
sentidos, con la viveza de nuestras pasiones, con
la actividad de nuestras mismas ocupaciones, se
hace ver y sentir con sus inspiraciones, nos toca
con el dedo permitiendo las tentaciones,
haciéndonos ver nuestras propias debilidades, nos
recomienda la [?] de ellas, y nos recuerda que sin
él no haríamos sino perdernos.
Y se presenta y se hace sentir por medio del
espectáculo lo de la naturaleza de las criaturas
todas y con sus continuos beneficios, y nos
despierta con sus temores del sopor en el cual tan
lastimosamente solemos caer.
Y no contento con esto ha querido venir a este
cenáculo del santo tabernáculo, no por un momento y
de corrida, sino permanentemente y desde aquí nos
ofrecemos y repite la paz y nos alienta para que no
temamos, y se acerca a nosotros hasta entrar en
nuestra boca y apretarlo en nuestro pecho y besar
su mismo corazón y besar sus llagas, y no por un
momento y de pasada, sino constantemente durante
los días de nuestra existencia. ¿Qué tiene que ver
la benignidad que tuvo con el Apóstol con la que
tiene con nosotros?
Y esto lo hace con un alma, que sólo a
intervalos procura salir de ella misma; que corre
hacia él cuando un buen movimiento la anima, pero
que vuelve luego a sus satisfacciones y deseos y
placeres, y detiene su marcha, y que se vuelve
atrás cuando la pasión la posee o los ejemplos la
arrastran.
¡Oh! si al menos al considerar esta dignación,
si al menos en estos actos de la sagrada Comunión,
confusos y agradecidos, supiésemos exclamar con la
efusión con que él lo dijo: Dominus meus et Deus
meus ¡Oh, mi Señor y mi Dios!
¡Oh! si supiésemos decirle con San Agustín:
Quomodo me amas, amor meus, Deus meus? ¿Cómo podéis
amarme?
Y al contestarnos el Señor como al Santo: te amo
porque mis manos te han creado, te han formado y
eres hijo de mi adopción. Si el artista ama su
obra, producción inanimada, si la contempla con
efusión, y sin recompensa de amor hacia quien la ha
hecho, ¿no amaré tu alma, obra de mis divinos
consejos, aliento de mi corazón, criatura
inteligente, capaz de conocer y de amar a su
creador, de abrazarle y darle gracias?
Si al contestar, digo, Jesús, pudiéramos
decirle, supiéramos decirle como expresión de
nuestro reconocimiento: Deus meus. Ya que esto es
verdad, os quiero dar esta alegría, la de amaros no
sólo como Creador, sino como Padre.
Ya que me dais la paz, yo la buscaré en Vos; no
la paz que el mundo desea, y con la cual yo he
soñado aun en vuestro servicio: en la ausencia de
todo dolor del cuerpo, de todas las tinieblas del
espíritu, de toda agonía de corazón, de todo
divertimiento, de todo mal extendido alrededor
nuestro; sino en la resignación al sufrimiento, en
no buscar más que en Vos alivio de todas las
pruebas.
Y esta paz la tendré.
Yo en ella esperaré.
Y no seré infiel como Tomás, pues habéis dicho
que son bienaventurados los que no os vieron en la
tierra y creyeron.
¿Dónde está el mérito de la confianza? Y cuando
todos los peligros,... acudo
A Vos acudiré y no buscaré otra paz; no la del
mundo que consiste
Si estos sentimientos de fe, de confianza, de
santa y humilde gratitud le ofrecemos será regalada
para él esta visita y provechosa para nosotros.
Pedidle por tantas almas, que a pesar de no
confiar en él
Pedidle por el mundo revuelto; paz para esta
ciudad.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
50, págs. 1-2
Valencia
Trasladaos con el pensamiento a Jesús de Nazaret
Allí estaba mirando asomado como el mapa mundi.
Y allí entre otros lugares veía este terreno de
Alboraya, y se fijaba en él y le distinguía con su
elección para descansar su amor sacramentado y
estaba llamando y señalando las almas que él quería
que aquí le adorasen y os señalaba a vosotros, para
[que] hoy, en este día, vinieseis a adorarle y se
alegraba.
¡Oh!, bendito sea Jesús.
El Profeta Isaías
¡Desgraciado del que no corresponde a los
designios de Jesús! ¡Desgraciados de los que lo
olvidan!
Ay, si en lugar de reparar a Jesús en este lugar
lo ofendieran.
Ay, si en lugar de adorarle... o pensamientos.
¡Jesús mío! Si hay alguno que convierta este
lugar en lugar de ofensas toma el látigo.
Oh no, Jesús mío: no sea así... y aquí vendrán
estos jóvenes y demás almas.
Aquí vendrán todos los días:
1.º A ofreceros con devoción el santo sacrificio
2.º Por la mañana a ofreceros
3.º Y aun de noche, como la esposa de los
Cantares.
4.º Y los primeros viernes
5.º Y celebrarán las comuniones
6.º Y triduos como éste
7.º Y [?]
... en cambio os pido:
1.º Bendecid esta casa. Ahuyentad el espíritu
malo
2.º Multiplicad los reparadores
3.º Otra cosa os pido: ya veis que os tenemos un
lugar modesto.... el mejor de nuestra casa....
pero, ¡ay! Señor ensanchad estas paredes y haced
que os podamos levantar más suntuoso lugar.
4.º Otra gracia, haced que al volver a visitar
esta casa se extienda a otra Diócesis la obra de
los Colegios de San José.
5.º A todos la
MURCIA
Escritos I, vol. 3.º, doc.
51, págs. 1-4
Murcia.
30 Enero 1897
Dos sentimientos agitan mi corazón al visitar
esta casa, en este momento, de grato consuelo uno,
de honda pena el otro.
Mi viaje inesperado a esta tierra no estaba
previsto en las líneas de mi itinerario; no era la
hora de venir a disfrutar un par de días de hermoso
suelo, y de vuestra compañía, y de examinar la
marcha de esta casa, y recibir vuestros saludos
afectuosos que soléis tributarme.
Pero un anuncio fatal me obligó a venir
precipitadamente.
Un amado hijo de nuestra Obra, un distinguido
operario, deseaba verme para que recibiera su
último suspiro. Y el Señor concedió a él y a mí
esta gracia y allí, en aquel solitario santuario,
acaba de perder la vida el que era nuestra gloria y
nuestra esperanza.
Otro consuelo fue haber podido colocar su cuerpo
bajo el manto de la Virgen de la Luz, para que sea
su amparo.
Que la luz eterna haya brillado para aquella
alma, que acaba de cerrar sus ojos a la luz de esta
vida miserable.
Que la memoria de este superior vuestro no se
borre de vuestros corazones.
Que aquel santuario os recuerde constantemente
que allí están encerradas las cenizas de vuestros
padres y de vuestros bienhechores.
Pero en medio de la pena que me ha causado este
acontecimiento, me es grato poderos saludar una vez
[más]; y ver cómo Jesús bendice esta casa
privilegiada de nuestra Obra; y que va en aumento
el número de los hijos de San José; y que su mano
protectora va ensanchando los ámbitos de este
recinto para que un día podáis encontrar aquí todas
las comodidades compatibles con la índole de
nuestros colegios, y podáis ¡ros de aquí
santificando, para ser un día dignos del ministerio
santo.
Sea, pues, esta Comunión un tributo de acción de
gracias a Dios por sus beneficios, y al mismo
tiempo un tributo de amor y en sufragio del alma
del que fue nuestro compañero, cumpliendo con ello
una de las prescripciones de nuestro Reglamento.
¿Qué os diré, pues, ahora, para preparar vuestro
corazón a la sagrada Comunión?
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje del
libro de los Reyes, cuando el pobrecito profeta
Elías, perseguido por la impía Jezabel, se vio
precisado a escapar hacia el desierto, y dirigirse
desde allí al monte de Dios; pero ¡ay! que el
camino le fatiga, la memoria de los enemigos que le
rodean le abate, y desfallecido se vio precisado a
posarse sobre la tierra, oprimido por la tristeza;
cuando he aquí que el ángel del Señor le toca y le
dice: Surge et comede [(1 Re 19. 5)]; levántate y
come; pero poseído de la misma tristeza, volvió a
caer en un profundo sopor; y he aquí que el ángel
le repite por vez segunda: Surge et ambula, y
levantando la cabeza vio cerca de sí un pan... y
alimentado con él caminó sin cansancio 40 días y 40
noches, hasta llegar al monte de Dios, Horeb, donde
pudo descansar.
Mis amados jóvenes, que estáis en la primavera
de vuestra vida, que habéis emprendido la carrera
sacerdotal, que estáis obligados a seguir los
caminos de vuestra santificación, para que un día
podáis llegar al monte santo del Sacerdocio, ¡oh,
cuántos enemigos os aguardan! ¡cuántas fatigas de
espíritu os esperan!
El enemigo de las almas, el mundo y la carne os
están acechando; ¡cuántas tentaciones! ¡cuántos
peligros! ¡cuántos objetos os herirán en los ojos!
¡Oh, quién podrá caminar en medio de tantas
persecuciones!
Mas he aquí que el Señor ha puesto en medio del
desierto de la vida un pan, del cual aquél no era
más que una figura.
Y el Angel de vuestra guarda os dice: Surge et
ambula.
Y tú, amado colegial, cuando las tentaciones te
combatan: Comede.
Cuando las pasiones agiten tu corazón, surge.
Cuando las compañías y las ocasiones te instiguen
al mal, (¡Ah! No, no olvides, tristeza,
enfermedades) ¡Oh, qué desgracia sería!
¡Ah! Serás inexcusable en el día del juicio
final; que el Señor te ha puesto aquí la fortaleza.
Desgraciado del que se aparte de este pan de la
comida real en el... Bendito sea el Señor, pues
Y así permíteme que te diga en este momento:
surge et ambula.
Levántate ¡oh!, con sentimientos vivísimos de
fe, creyendo que este pan es él mismo.
Con afectos de gratitud por este beneficio.
Levántate con propósitos de ser santos -
apóstoles-, con efectos de amor, porque con ellos
bien puedes saborear este pan. Y él será el viático
y confortativo de la vida y del paso a la
eternidad.
Y al saborear, al estar abrazados con Jesús
pedidle:
1.º Que sea vuestro confortativo en la vida y
nuestro viático, os guíe en los pasos de la vida.
2.º Pedidle que un día podáis darle a conocer a
las almas que Jesús os confíe.
3.º Pedid por nuestra España.
Pedid por aquellos pobrecitos de Cuba, entre
ellos colegiales de San José, que mueren allí
abandonados en el campo de batalla, y sin recibir
este consuelo, por la índole de aquellas
enfermedades.
4.º Pedid por los Colegios de San José, y para
que esta Obra traspase los mares, y podamos plantar
la bandera de San José.
5.º Pedid por los difuntos, en particular por
aquel por el cual ofrecemos la Comunión.
Para que sea abundante
Panem comede
ORIHUELA
Escritos I, vol. 3.º, doc.
52, págs. 1-4
Orihuela.
2 de Febrero de 1897
Mis amados colegiales e hijos en el Corazón de
Jesús sacramentado: Alégrate, Jerusalén; salta de
gozo hija de Sión, porque he aquí que vengo y
habitaré en medio de ti. Alegraos con Jerusalén
todos los que la amáis y lloráis sobre ella, porque
el Señor declinará sobre ella toda la gloria de las
gentes, y lo que antes era árido se convertirá en
estanques, y brotará el lirio en la misma soledad.
Así exclamaba, amados míos, el profeta Isaías al
preveer en lontananza las glorias de su pueblo y
henchido su pecho de entusiasmo continuaba: en
aquel día, en el día de la gracia, sacaréis agua
con abundancia de las fuentes del Salvador, cuando
el Señor viniera [a poner] su habitación en medio
de ti.
Oh! amados míos; ¡quién sabe si en la mente del
Profeta se representaba alguna de las escenas y de
los actos que hoy celebramos en esta casa! Hace
unos años, hace ocho que visité este lugar; este
edificio contiguo era casi un montón de ruinas,
causadas por el vendaval de antigua y fiera
revolución, y esta capilla se encontraba desierta,
y sin embargo el Señor quería poner su asiento en
medio de ella; y le ofrecimos un homenaje de
gratitud anual; y al impulso de sus bendiciones,
esta capilla se ha convertido en centro de la
Adoración nocturna, y ha brotado aquí el plantel de
vocaciones de los llamados para el santuario, y lo
que era árido y abandonado, se ha convertido en
lugar de dulzuras para Jesús, y este lugar se ha
convertido en lugar de constante reparación.
Y hoy celebramos el recuerdo de la primera
visita de Jesús a esta casa, y con ella una memoria
de sus maravillas sobre ella.
Quid retribuam Domino? ¿Qué le daremos al Señor
en cambio de tantas bondades? [(Sal 115, l2)].
El real Profeta al considerar las bondades de
Dios sobre su alma, exclamaba: ¿Qué le daré al
Señor por todo lo que me ha dado? Calicem salutaris
accipiam et nomen Domini invocabo. Recibiré el
cáliz de salud, invocaré el nombre del Señor y le
ofreceré mis votos y mis promesas, en presencia de
todo el pueblo, en los atrios de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén [(Sal 115, 13)].
¿Y qué dones podía ofrecerle? La ofrenda de los
corderos, y las alabanzas de su boca.
¡Oh, si hubiese tenido la víctima que nosotros
tenemos! ¡Si hubiese podido disponer de este cáliz
de salud que viene a quitar los pecados del mundo!
¡Del corazón adorable del Salvador!
Mejor, pues, que el Profeta podemos decir: en
este día de acción de gracias: Vota mea Domino
reddam... [(Sal 115, l4)]. He aquí Señor, que
cumplimos las promesas que os hicimos: ofreceros
esta fiesta eucarística anualmente.
Tal es, amados míos, el objeto de esta Comunión
especial. La de darle gracias por sus beneficios
sobre esta casa, y con ella podemos pagar a Dios
cuanto le debemos, porque la ofrenda que le
ofrecemos es de valor infinito, y ofrenda que no
puede recusar.
Y celebráis esta fiesta en un día memorable, de
la presentación al Templo, en aquel en que fue
ofrecido públicamente por primera vez esta víctima;
y por manos de la más santa de las almas y la más
pura de las vírgenes. ¡Oh, si hubiésemos podido
estar allí entonces! ¡Si hubiésemos podido ser como
el anciano Simeón! ¡Oh, si la Virgen Santísima nos
lo hubiera depositado en nuestro brazos, como al
anciano Simeón! Que fue tal el trasporte: Ahora ya
puedes encontrar la muerte.
Pues, amados míos, el mismo Jesús que la Virgen
tuvo allí en sus brazos, es el que está aquí real,
vivo y verdadero; y mejor que Simeón, no sólo en
los brazos, sino en los brazos de nuestra alma, de
este corazón, hasta hacerse alimento nuestro.
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)].
¡Oh! amados míos, que la Virgen nos dé una parte
de los sentimientos que la animaban, para que Jesús
venga con agrado a nuestros brazos, como estuvo en
los de Simeón. Sentimientos de abnegación,
entregando para el sacrificio lo que más amaba, a
su propio Hijo. Sentimientos de gratitud por haber
sido ella constituida para altar de aquella
víctima. Sentimientos de amor a los hombres, por
los cuales le ofrecía.
Ofrecedle estos afectos, y Jesús quedará
complacido. Ofrecedle, hoy y para siempre, vuestro
corazón, vuestras pasiones, todo cuanto pueda
halagaros en la vida.
Sentimientos de gratitud por ser llamados para
ser un día vuestros brazos altares de Jesús, para
comunicarlos a las almas por medio de vuestros
ministerios. Propósitos de sacrificar hasta vuestra
vida, si es preciso, trabajando por el bien y
salvación de las almas.
Si estos sentimientos le ofrecéis a Jesús, el
Señor aceptará el tributo de acción de qracias,
prenda de otras que os concederá.
Al tener, pues, en vuestros brazos, pedidle:
- Que os conforte en los caminos inciertos de
vuestra juventud y de vuestra vocación, y que
- Que bendiga esta casa y que el año que viene
podamos repetir esta solemnidad sin habernos
separado de Jesús por el pecado.
- Pedidle por España y por los Josefinos.
Una súplica especial. Mi viaje a este hermoso
país. No era la hora de visitaros, y de... pero un
anuncio fatal de un amigo querido,... un bienhechor
me suplica
ROMA
Escritos I, vol. 3.º, doc.
53, págs. 1-2
Se predicó en Roma,
el 13 de Noviembre de 1892.
En el altar de San Luis a los colegiales.
Mis amados: Otra vez el Señor nos permite reunir
aquí para ofrecer las primicias, oraciones,
nuestros votos y nuestra acción de gracias sobre el
sepulcro del Santo de nuestro corazón.
Otra vez en sus inagotables bondades, el Corazón
de Jesús, nos permite reunir alrededor de este
santo sepulcro, para reiterarle la consagración de
nuestro Colegio de S. José.
Otra vez después de tantas contradicciones y de
tantas fatigas podemos reunirnos aquí para darle
gracias por medio de esta Comunión y en este día
memorable del Patrocinio de la Virgen obtener
bendiciones.
El real Profeta recordaba las bendiciones sobre
su alma, henchido su pecho de gratitud, prorrumpía
en aquellas palabras memorables que la Iglesia
entona en los cánticos de alegría: Quid retribuam
[(Sal 115, l2)].
El Señor es el que el año anterior nos condujo
por [primera] vez a esta Jerusalén de Roma para
plantar este grano de mostaza de nuestra Obra.
Es el que hace un año nos permitió reunirnos
aquí ante el sepulcro de San Luis, 500 españoles,
en su mayor parte jóvenes para protestar de su fe
públicamente, para renovar su propósito de
fidelidad a la Santa Sede y su afecto a S. Luis.
Hace algunos años que por vez primera, en este
día del Patrocinio de la Virgen, vino a tomar
posesión Jesús sacramentado de nuestro primer
colegio, fuente y principio de muchísimas otras
gracias.
Y nos permite reunir en mayor número como
presagio de desarrollo mayor.
Y aquí, en esta Jerusalén, más llena de gloria
que la antigua, de la cual podemos decir que fue su
figura, aquí en esta ciudad de tantos monumentos
sagrados, de tantos recuerdos santos, aquí en este
lugar vivificado por el ambiente de las virtudes de
San Luis, de San [Juan] Berchmans, de San
Estanislao, aquí sobre sus santas cenizas, ¡oh!
cuántas almas, cuántos jóvenes envidian nuestra
suerte.
Presentadle estos propósitos por el Santo de
nuestro corazón que no dudo él os mirará complacido
y con él vuestros corazones, y vuestros
sufrimientos y vuestros estudios y vuestros
trabajos, ofrecedle el sacrificio de vuestras
pasiones, en obsequio suyo.
Pedidle al Padre por el Corazón de Jesús:
1.º Que bendiga vuestros pasos en los días de
vuestra juventud.
Pedidle que bendiga vuestros esfuerzos; que
llene en vosotros sus designios de amor para mayor
gloria suya. Pedidle nos preserve de todos los
males; que haga prosperar nuestros trabajos.
Y no olvidéis en este momento a vuestra familia.
Enviadles un saludo por medio de Jesús
sacramentado, para que os la conserve y podáis
volver a verles.
Pedidle, en fin, que el año que viene cum salute
et pace [(Gn 28, 21)], podamos repetirle este
homenaje de amor a su corazón y devoción a San
Luis.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
54, págs. 1-4
Noviembre 1892.
Roma. Capilla San Francisco la Ripa
Mis amados en el Señor, e hijos en su divino
corazón: ¿Qué os diré en este momento para preparar
vuestro corazón a esta santa Comunión que como
tributo de acción de gracias vamos a ofrecer?
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje del
Génesis, cuando Jacob, agitado por tantas
tribulaciones, se vio precisado a abandonar el
regazo y la compañía de su madre, para encontrar
refugio en la Mesopotamia, en casa de su tío Labán.
Cuando he aquí que rendido del cansancio se
acostó en tierra tomando una piedra por cabecera, y
apenas había cerrado los ojos del cuerpo, Dios le
abría los ojos del alma y vio aquella misteriosa
escala que apoyada en la tierra llegaba hasta el
cielo y las hileras de ángeles que subían y bajaban
por ella, y despertando exclamó: Verdaderamente es
santo este lugar, y yo no lo sabía; y ungiendo
aquella piedra, y poniéndola como señal, exclama:
Si cum salute et pace revertar et propitius fuerit,
te sacrificaré en este lugar [(Gn 28, 20-21)].
Este pasaje me ha ocurrido, amados míos, al
recordar que hace cerca de dos años, agitado mi
corazón y mi pensamiento, con el proyectó de un
plantel de vocaciones de San José en Roma,
combatido por mil entorpecimientos y dificultades,
visité esta santa estancia y besé esta piedra que
sirvió de cabecera al copatrón de nuestra Obra, el
P. San Francisco, me ocurrió decir: Señor, si cum
salute et pace volviere con nuestros colegiales a
visitar este lugar, te ofreceremos juntos un
sacrificio de alabanza y gratitud.
Y el Señor nos ha concedido esta gracia, y es un
hecho, y estamos reunidos aquí, y hemos venido cum
salute et pace y he podido ofrecer esta sacrificio
del Corazón de Jesús al Eterno Padre, y vosotros se
lo vais a ofrecer en la sagrada Comunión.
Sea, pues, en acción de gracias y
Pero permitidme que os recuerde que en aquella
visión de Jacob, los ángeles subían y bajaban por
aquella escalera en cumplimiento de la voluntad de
Dios que estaba como apoyado en el extremo.
Pedidle al Señor que sea símbolo de nuestra
Obra, que
-----------------------------
Y después de decirle al Señor que lo ofrecéis en
acción de gracias, anunciadle todavía como Jacob:
Señor, si cum salute et pace, sin con paz y salud
me permitís continuar aquí, y si estuviereis
conmigo en el camino que he emprendido de mis
estudios, cuantas veces viniéremos a visitar este
lugar, y en las otras Comuniones que recibiera, os
ofreceré sacrificio de alabanzas.
Más aún: Permitidme... Que sea nuestra Obra como
aquella escalera; que vengan muchos aquí, muchos
como ángeles, y vuelvan después como apóstoles,
para trabajar por la gloria de Dios en nuestra
España, y sean la honra de la misma, y cumplan de
este modo los deseos del Sumo Pontífice, que tanto
lo desea. Que el Señor pueda apoyarse en los que
aquí vengan a estudiar, para hacerlos instrumentos
de sus amorosos designios en las almas.
Así, últimamente, como Jacob saludaba
enternecido al acostarse para descansar a su madre
Rebeca cuya compañía había tenido que dejar,
vosotros también, que habéis hecho el sacrificio de
dejar vuestras familias, mejor que Jacob, podéis
enviarles un saludo a través y por conducto de
Jesús sacramentado, pidiendo para ellos todas las
gracias y bendiciones.
Y pedidle todo esto por la mediación del P. San
Francisco, que desde el cielo donde tanto poder
tiene os está contemplando con gozo este homenaje
que le ofrecéis, y que tanto poder tiene sobre el
Corazón de Jesús.
Pedidle que os consiga en esta Comunión su
espíritu de humildad y de celo y de deseo de la
salvación de las almas, puesto que la Beata
Margarita María le vio en su éxtasis aun gritando
por la conversión de los pecadores.
Con estos sentimientos acercaos a recibir a
Jesús, diciéndole
Escritos I, vol. 3.º, doc.
55, págs. 1-8
11 Noviembre de 1894.
Roma. Capilla de San Aniceto. Inauguración
Mis amados en el Señor e hijos míos en el
Corazón de Jesús sacramentado: Al quereros sugerir
una idea en este momento y a esta hora tranquila,
en esta primera y singular solemnidad que
celebramos en esta casa y en esta capilla recogida
y santa, y que sirva para disponer vuestro
corazón... ¿Qué idea escogeré? Dos conceptos han
brotado en mi mente, como chispas, al poner el pie
en tierra esta mañana, que han ocupado y casi diría
agitado mi imaginación, y puedo decir que han
servido [de] leña en mi hora de oración, y han
embargado mi ánimo, y me están produciendo en este
momento vivísimas emociones, que quisiera
transmitiros a vuestro espíritu.
El uno ha dilatado mi corazón por la gratitud.
El otro me impone cierto temor.
Una idea me está evocando recuerdos de lo
pasado, que al compararlos con este presente, hace
brotar en mi corazón raudales de gratitud. Y ¿cómo
no? Eran los primeros días de Noviembre del año 90.
Un mes hacía que me encontraba en Roma con nuestro
muy santo y malogrado Operario, el joven Don
Vicente Vidal, recorriendo los centros civiles
españoles y los eclesiásticos de esta ciudad,
agitados nuestros corazones por el temor y la
esperanza, en busca de la adquisición de un local
(Condotti), que nos habían ofrecido, para instalar
en él el plantel de futuros levitas españoles,
objeto de nuestro amor, de nuestro celo y de
nuestras ansias.
Y en dichos días, primeros de Noviembre, parecía
que el infierno se había conjurado para lacerar
nuestro corazón y matar nuestras esperanzas.
Inspiramos recelo a ciertos políticos, sectarios
tal vez, de Roma, y no faltaron suposiciones
malévolas, y aun desvíos y abandonos... y nuestra
presencia pacífica y el objeto de nuestra misión,
que no ocultábamos a nadie, levantó ambiciones
inverosímiles de parte de poderosas instituciones,
que se apresuraron a abalanzarse para obtener lo
que a nosotros se... a influencias y cabildeos...
nos había ofrecido, y no faltaron cabildeos e
influencias que llegaron a alarmar al centro del
Ministerio de Estado de España, la realización de
nuestro pensamiento.
Y aquellas oleadas de agitación... y acabaron
con un abandono completo de los poderes de la
tierra, y surgió como... una sonrisa del infierno,
que creyó haber logrado la eterna paralización de
la Obra.
A pesar de ello, seguimos nuestro camino.
Y ver hoy... en los primeros días de Noviembre
del 94
Cobijado aquel pensamiento por la Santa Sede, y
sellado con su eficaz bendición; vernos instalados
en esta nueva casa por la misma mano paternal del
Pontífice, honrados ante España y ante nuestros
amigos con este nombre de distinción; veros a
vosotros aquí como flores distinguidas de las
diferentes Diócesis de nuestra Patria; realizar hoy
la instalación por vez primera de Jesús
sacramentado en esta santa capilla, como señal de
pacífica y permanente posesión del Colegio Español,
después de tanto... ¡oh!... cómo es posible que mi
corazón no se dilate hasta prorrumpir como el
Profeta: Secundum multitudinem dolorum...
consolationes tuae laetificaverunt animam meam
[(Sal 93, 19)].
Este sentimiento de gratitud es el que deseo y
suplico ofrezcáis a Jesús en este día, vosotros que
habéis sido los primeros en formar parte y ser
miembros de esta colonia española; vosotros que
habéis sido las primeras flores escogidas de las
diferentes Diócesis de España, para rodear este
nuevo tabernáculo, y ser luego los apóstoles de su
amor en vuestros futuros destinos.
¡Oh! sí, sea esta Comunión un tributo de
gratitud; ofrecedle al Eterno Padre por las manos
de la Virgen Santísima, cuyo Patrocinio celebramos,
y del Patriarca San José y del Santo Ángel, que sea
en pago y correspondencia de todas sus bendiciones
sobre esta Obra, que es vuestra obra.
Mas en medio de la gratitud que me inspira este
acto y esta fiesta, un pequeño temor viene a
nublarme.
Jesús apenas recibía adoraciones en esta capilla
solitaria; nunca había estado aquí sacramentado de
un modo permanente, y hoy viene a fijar su
residencia sacramental sobre el cuerpo del insigne
Mártir San Aniceto, y os escoge a vosotros como
cortesanos únicos alrededor de este trono de amor,
que sus bondades quiere levantar aquí. ¡Ah! quién
sabe si el mismo Santo Mártir, en vista de la
soledad que le rodeaba, ha obtenido por su
intercesión vuestra compañía en este lugar, y Jesús
ha querido añadir la de posar sobre él su Cuerpo
sacramentado.
Vuestro vecino. Irradia sus gracias.
¡Oh, si no correspondiéramos a estos designios,
a este beneficio de Jesús! ¡Oh, si en lugar de las
adoraciones y actos de amor y reparación que él
espera, le diéra- mos motivos de sentimiento por
nuestra irreverencia!
¡Oh, si en lugar de las flores de devoción, que
él desea, le ofreciéramos alguna espina de pecado o
infidelidad que amargara su corazón!
¡Oh, si en lugar de apóstoles y reparadores que
él confía, encontrara algún Judas que con la mancha
del pecado en su alma, profanara su presencia
sacramental!
No; no quiero ser responsable, y protesto en
este día.
Santo Pontífice Mártir, que reposas en este
sepulcro, no quiero ser responsable. Si un día
pudiera venir aquí algún Judas, que con la mancha
del pecado en su alma, pudiera profanar con beso
traidor la persona de Jesús, ¡oh! levantaos de esta
tumba, y arrojadle de este lugar santo. Mas aún: Si
de los que Jesús predestina para ser moradores de
esta casa, hubiera alguno que [no] tuviera que ser
luego verdadero apóstol del amor de Jesús
sacramentado en las almas, desviadle su camino. Si
con irreverencias o faltas de devoción, pudiera
alguno desviar las gracias que Jesús quiere enviar
sobre esta casa, castigadle amorosamente.
¡Oh! amados míos, éste es el único temor que
podía amargarme la alegría de esta fiesta; y por
esto además de la acción de gracias sea esta
Comunión como una protesta de que corresponderéis a
la gracia de la estancia entre vosotros de Jesús
sacramentado. Sea desde hoy y para siempre el
centro donde converjan vuestros afectos, vuestros
actos, vuestras mi radas.(-
Y cuando al despertar por la mañana,
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Jesús sacramentado no sólo ha querido venir a ser
nuestro vecino, según la feliz expresión de Fray
Luis de León, sino que quiere fijar su tienda junto
a nuestras tiendas, y en nuestra propia habitación,
y ser nuestro compañero, y presidir nuestros actos,
y ser él mismo el ángel que vele nuestro sueño, y
que preceda nuestros pasos; nuestro compañero, en
fin, para irradiar constantemente a nuestro
alrededor la influencia de su amor y de su gracia.
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os levantéis para dedicaros a vuestras tareas, sea
para él el primer afecto de vuestro corazón, y
apresuraos a ofrecerle aquí las primicias del día.
Y cuando os entreguéis al descanso después de las
fatigas del día, sea para él el último de vuestros
pensamientos. Y si alguna vez el insomnio, o...
enviadle una mirada de ternura en aquellas horas
solitarias, que él os la devolverá bañada con el
rocío de amorosas consolaciones.
Y si las vísperas de los primeros viernes de
mes, se permite a alguno de vosotros el ratito de
compañía a Jesús en la hora santa, fuente de tantas
bendiciones, ¡oh! consolad a Jesús, en aquella hora
silenciosa en que está tan olvidado; sea en fin
vuestra vida el lema del Apóstol: Mihi vivere,
Christus est [(Flp 1, 21)]. El vivir para mí es
Cristo sacramentado.
Y de este modo, Jesús dará por bien empleado...
y se complacerá en vosotros.
Gratitud, pues, y propósitos de fidelidad y de
reverencia, con los dos afectos que debla ofrecer a
Jesús en esta especial y oficial Comunión, si
podemos decirlo así, y estos afectos debéis
transmitir a los que vayan acudiendo a esta casa a
celebrar el aniversario de este día, cuya
inauguración tendréis la dicha de recordar y la
satisfacción de repetir. Pasarán unos años y oiréis
la fiesta que aquí se tiene y recordaréis con
fruición que fuisteis los primeros que asistieron a
la toma de posesión de Jesús de este lugar.
Gratitud, pues, y propósitos de honrar a Jesús,
y sea esta fiesta un memorial perenne, un tributo
de acción de gracias a Jesús.
Cuando el día de todos los Santos de dicho año
90, agobiado bajo el peso de las contradicciones,
celebraba la Misa en Condotti, ofrecí al Señor, en
nombre de los futuros colegiales, dedicarle, si cum
salute et pace [(Gn 28, 21)], llegábamos a ver
realizados [nuestros deseos] un día de acción de
gracias a su amor sacramentado.
Sea, pues, este día un memorial perenne de
tributo de acción de gracias a Jesús. Y al
recordaros el aniversario de este día todos los
años, debéis transmitir a los que vengan a esta
casa, estos mismos sentimientos y estas
misericordias de Dios. ¡Ah! sí: No lo dudo, pasarán
unos años; estaréis quizás vosotros en vuestros
respectivos destinos, y leeréis cómo continúa esta
fiesta en esta casa, y recordaréis con fruición que
vosotros fuisteis los primeros que tuvisteis la
satisfacción de asistir a la primera toma de
posesión de Jesús de este lugar.
Gratitud, pues, repito, y propósitos de amor y
reverencia a Jesús.
Y ya que es el día que Jesús quiere venir a
albergarse con vosotros, es por ello día de
bendiciones y de gracias especiales que debéis
aprovechar.
Que Jesús envíe, en primer lugar, una bendición
a vuestras familias. Habéis dejado vuestra Patria y
vuestro hogar por la gloria de Dios y mejor
provecho de vuestra carrera, para los designios de
Dios. Una distancia grande os separa de vuestros
padres, hermanos y amigos. Tal vez en estos mismos
momentos estáis ocupando sus pensamientos. ¡Oh,
cuán dulce es poderles enviar un saludo y un abrazo
por medio de Jesús sacramentado para que los
bendiga!
Una bendición de Jesús para nuestro Papa León
XIII, que con tal cordialísimo afecto nos ha dado
su propia casa, para que el Señor le inunde de
consuelos en medio de las amarguras que le rodean,
y haga feliz su ancianidad.
Una bendición de Jesús para esta casa y para
esta Obra; que aleje de ella al enemigo malo y nos
dé fuerza para soportar las pruebas y
contradiciones, que todavía aguardan a esta Obra de
su máxima gloria.
Una bendición especialísima debéis pedir a Jesús
para todos los colegiales de San José, hermanos
vuestros, que en estos momentos están unidos a
vosotros en espíritu, pues saben realizáis esta
fiesta. Los 400 alumnos de Tortosa celebrarán hoy
el aniversario de esta festividad, y en esta hora
están celebrando la Comunión, y luego pasearán a
Jesús bajo arcos de triunfo, por la montaña del
colegio. Una bendición para todos ellos, y sea
Jesús sacramentado el lazo de amor fraternal que os
una a todos bajo el manto de San José, para ser
luego apóstoles de su amor en todas las Diócesis y
parroquias de España.
Una bendición, en fin, para todos los
protectores de la Obra, vivos y difuntos; y sea
éste, día de gracia, de [?] y de bendiciones para
todos.
Para merecer estas gracias, para que Jesús venga
con agrado a vuestras almas, para que le sea grata
vuestra gratitud y para que él selle los propósitos
que le hemos ofrecido de amarle, repararle y
reverenciarle, purifiquemos nuestro corazón
diciéndole con todo el afecto de nuestra alma la
confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
56, págs. 1-4
Roma. 10 Noviembre de 1895
Mis amados colegiales de San José e hijos
amadísimos en el Corazón de Jesús: Dos sentimientos
bien opuestos, por cierto, embargan mi ánimo en
este momento: de justa satisfacción el uno, de
amargo recuerdo el otro.
Por una parte, me llena de satisfacción el poder
repetir y presenciar personalmente esta solemnidad,
primer aniversario de aquel día gozosísimo en que
el Señor quiso venir a posesionarse
sacramentalmente de esta casa en esta santa
capilla. Pero ¡ah! que al proporcionarme esta
alegría ha querido mezclarla con la mirra amarga de
una inesperada tribulación: la pérdida reciente de
un amigo querido, de un padre cariñoso, de un varón
necesario para nuestra Obra: del Emmo. Cardenal de
Sevilla, que había compartido con nosotros los
sinsabores de la fundación del Colegio en Roma, al
cual tenía consagrado sus afectos, su corazón y sus
desvelos. Erais ya vosotros su gozo, y el Señor ha
querido que fuerais ya su corona. Que su memoria no
se apague en esta casa (cuyo retrato colocaremos en
la capilla) y sea esta fiesta un monumento que la
conserve.
Pero olvidemos por un momento esta contrariedad
que el Señor nos depara, para fijarnos en los
sentimientos que naturalmente brotan, de gratitud y
de confianza para con nuestro buen Dios, de la
celebración de esta fiesta.
Hace un año que por vez primera, tal vez desde
que existe esta capilla, quiso aposentarse Jesús
permanentemente en ella. Hace un año que le
depositamos aquí con nuestras manos, confiándoos a
vosotros su custodia.
Y aquel acto significaba que Jesús, como
condoliéndose de la soledad que reinaba en esta
capilla, en donde reposa el cuerpo de su Santo
Pontífice Aniceto, quería convertirla en lugar de
oración y de reparación y de gracias, y que os
escogía a vosotros como otros Samueles, que
velaseis día y noche alrededor de su santuario. Y
aquella fiesta solemne era como la señal de la
bendición de Dios sobre nuestra empresa, combatida
por las más inverosímiles contradicciones del mundo
y de las potestades de la tierra.
Era la realización de los deseos del Sumo
Pontífice tantas veces significados de que
renaciera para España el movimiento científico
adormecido por tanto tiempo.
Aquel acto y aquella fiesta era como el sello de
bendición para los jóvenes levitas españoles que
vendrían aquí a beber las aguas de doctrina y de
piedad a la sombra del Vaticano.
Y me pareció entrever tras de aquel
acontecimiento nuevas bendiciones de Dios. Y estas
bendiciones se han realizado. Y el Colegio se ha
sostenido y va desarrollándose y además nuestra
obra se ha abierto paso, traspasando otras
fronteras.
Y el Señor nos permite celebrar con igual gozo y
con más esperanza el aniversario de aquella fiesta.
Quid retribuam Domino? ¿Qué le daremos al Señor,
amados míos, en cambio de tantos beneficios? [(Sal
115, 12)].
¡Oh! y mejor que Jacob
Tal es, amados míos, el carácter de esta fiesta
y el carácter de esta Comunión especial.
Ofrecedle, pues, ofrecedle al Padre Eterno el
Corazón de Jesús, por las manos de María, cuyo
Patrocinio celebramos con toda la efusión de
gratitud por los beneficios recibidos, y en
particular por la gracia de consentirnos habitar en
su propia casa, o más bien de habitar él en la
nuestra.
¡Oh! si así lo hacemos con estos sentimientos de
gratitud, ellos harán brotar del Corazón de Jesús
sacramentado nuevas gracias para vosotros y para
esta casa y para vuestras familias.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
57, págs. 1-3
Roma. 1896
Mis amados colegiales, hijos amadísimos en el
Corazón de Jesús sacramentado: Otra vez el Señor
nos permite celebrar la principal y más alegre
fiesta de esta casa. Otra vez en sus continuadas
bondades me concede el consuelo de poder asociarme
personalmente a vuestro homenaje de reconocimiento,
y saludar con el gozo de la aurora de este día en
este nuestro amadísimo Colegio de Altemps, centro
de los afectos más vivos de todos nuestros
Operarios.
Porque ya sabéis lo que significa la fiesta de
este día.
Hace dos años que Jesús quiso venir a tomar
posesión y quedarse permanentemente sacramentado en
ésta, por mucho tiempo casi abandonada morada suya.
Y ofrecimos desde el fondo de nuestro corazón, y
a nombre vuestro, de la mayor parte de los que
estáis todavía aquí, y de todos los que debían
venir, perpetuar esa misericordiosa toma de
posesión.
Queríamos conservar una memoria especial de
vuestra gratitud para con Jesús sacramentado, y
escogimos el día dedicado al Patrocinio de la
Virgen, para que fuese más bien 'aceptado y
acompañado nuestro ofrecimiento.
Como los hijos de Israel, después de su larga y
penosa peregrinación por el desierto, pusieron los
pies en el Jordán, que suspendiendo sus olas les
franqueó el paso, Josué mandó se sacaran doce
grandes piedras de la madre del río, para con ellas
levantar un altar en Gálgala, para que fuese
monumento y recuerdo de la gracia que Dios les
había hecho de introducirles en la fértil y tan
deseada tierra de promisión, para que cuando sus
hijos les preguntasen qué significaba aquel
monumento, les contestasen y recordaran las
misericordias de Dios en favor de sus padres,
después de tan prolongadas guerras.
¡Oh! amados míos. Mejor y con más razón que los
hijos de Israel, podemos recordar aquella
solemnidad y celebrar esta fiesta. Porque aquel
acontecimiento significaba nuestra pacífica y
tranquila toma de posesión de esta tierra y de esta
empresa tan ansiada de nuestro corazón, después de
prolongadas contradicciones.
Y aquella venida de Jesús era como el sello de
las futuras bendiciones y de sus designios de amor
sobre los jóvenes levitas españoles, que acudirían
aquí a beber las aguas de doctrina, a la sombra del
Vaticano, y formarse en la piedad alrededor de su
santuario.
Y la continuación de esta fiesta en medio del
desarrollo de esta obra entre dolores y gozos, es
prenda de las futuras bendiciones de Jesús sobre
vosotros y sobre nuestra Obra.
¿Cómo no bendecir, amados míos, a Jesús en este
día?
Tal es el objeto de esta festividad: un humilde,
pero ferviente, tributo de gratitud al Señor en
este día.
¿Qué os diré, pues, yo para preparar vuestro
corazón para la sagrada Comunión, que es el
principal y más grato tributo a Jesús?
Escritos I, vol. 3.º, doc.
58, págs. 1-2
Roma. 1907
Mis muy amados en el Señor: Ya que he podido
celebrar esta Misa como un acto de despido, ¿cómo
no decir una palabra y recordaros una idea, para
preparar vuestro corazón a esta sagrada Comunión,
en vista que la Iglesia nos recuerda en el
Evangelio de este día, sobre todo estando en la
octava del Corpus, y también ha empezado el mes
consagrado a la memoria de su sacratísimo corazón?
Trasladaos con el pensamiento. etc. San Lucas.
Como si viese en ello el término de sus
trabajos, el premio de sus fatigas todas por este
acto que el Padre me permite realizar. Verificado
esto, vengan ya los padecimientos, no me importan.
¿Por qué, Señor, por qué las ansias por la
celebración de este acto que tan humillante ha de
ser para vuestra dignidad?
¡Ah! Jesús que había venido vencedor y vencido
Esta octava celebramos la memoria de este
acontecimiento, pues como dice Santo Tomás en las
lecciones del Oficio de anteayer, la Iglesia ha
querido celebrarla y recordarlo en esta octava,
pues aunque el Jueves Santo tuvo lugar, está
ocupado principalmente en la memoria de su Pasión,
y por ello ha establecido esta fiesta, para que
agradezcamos el beneficio.
Y como se ha correspondido por parte de la
humanidad
Y he aquí que ante esta indicación surge otro
día
Pues este grito os repite a todos vosotros en
particular en esta octava y en este mes. Al menos
reparadme vosotros. Dichosos nosotros que queremos
escuchar esta voz.
¿Qué le diremos, pues, a Jesús, al venir a
nuestro corazón? Pues protestadle que no nos
olvidaremos jamás de él y le haremos compañía.
Que le recibiremos con fe y con fervor, que le
daremos a conocer a las almas, que seguiremos en
todo sus divinas inspiraciones, y le diremos como
apóstoles: tecum nunc et in mortem.
Si estos sentimientos le ofrecéis, Jesús se dará
por satisfecho en esta su estancia sacramental.
Otra gracia me atrevo a suplicaros: Que bendiga
el propósito de nuestra obra, de levantarle un
nuevo templo o iglesia de reparación en el mayor
número posible de Diócesis de España, no
precisamente para nuestro servicio personal, sino
para atraer y reunir personal a su culto.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
59, págs. 1-3
Mis amados colegiales de San José e hijos en el
Corazón de Jesús:
Al querer dirigiros una palabra en esta Comunión
que vais a ofrecer en acción de gracias por la
nueva estancia sacramental de Jesús en esta casa, y
por la bondadosa y paternal promesa del Padre
Santo, de otra casa mejor, ¿qué os diré que pueda
preparar vuestro corazón para entregarlo y rendirlo
enteramente y lleno de gratitud a su amor y a su
servicio, y escogerlo para Rey de vuestras almas?
Trasladaos con el pensamiento
¿Qué le daremos al Señor, pues, en cambio de
esta dignación de querer venir a posesionarse de
nuestras almas? ¿Cómo responderemos a este
tiernísimo llamamiento? ¡Ah! Haciendo lo que hizo
en aquel pueblo sencillo en aquel día, pues según
continúa el Evangelista, al saber la llegada de
Jesús, salieron a recibirle con palmas en las manos
y ponían sus capas en la tierra, y clamaban:
Bendito, bendito sea, etc.
Pues bien, arrojad a los pies de Jesús, y para
siempre, vuestros sentidos, vuestros afectos,
vuestras pasiones, para que Jesús las pise y las
santifique con su planta divina.
Ofrecedle el fruto de vuestros estudios.
Ofrecedle vuestro corazón para que reine en él
de un modo absoluto.
No basta aún: Ofrecedle y hacedle dueño de
vuestra vida, y si el sacrificio de ella es
necesario para su gloria en bien de las almas, en
vuestro futuro ministerio sacerdotal, ofreceos a
santificarla por medio de vuestro celo y vuestra
abnegación, hasta ofrecerle la palma del trabajo y
del martirio si él lo exigiera.
Y entonad cánticos de alabanzas y de acción de
gracias por todos los beneficios recibidos, por
haberos elegido con el dedo de su elección para
venir a Roma, por las gracias que ha concedido al
Colegio.
Y cuando le tengáis en vuestro pecho y dueño de
vuestras almas, pensad que, como dice Santa Teresa,
en la Comunión está Jesús como en su trono,
dispuesto a conceder cuantas gracias se le pidan.
Pedidle, pues, en primer lugar, por nuestro
protector León XIII, que ha declarado solemnemente
querer colocar bajo su tutela...
Pedid a Jesús que rompa las cadenas con que la
secta masónica quiere ir aherrojándole para
impedirle, si pudiera, su libertad de acción en el
gobierno de la Iglesia Universal.
Pedid por España, nuestra querida patria, campo
un día de vuestras fatigas, para convertirla otra
vez en Patrimonio de María Inmaculada.
Pedid por vuestras familias. Una gran distancia
os separa de ellas; pero ¡ah!, ¡bendita vuestra fe!
que a través de esta Hostia sacrosanta nos ponemos
en comunicación con ellas, y abrazados al Corazón
de Jesús, les enviamos por su conducto, y con más
velocidad e intensidad que por el telégrafo
nuestros saludos, nuestros afectos, nuestras
oraciones y nuestros abrazos.
Pedid por nuestros compatricios y por los
colegios de San José, hoy vuestros hermanos.
Pedid, en fin, por la prosperidad del colegio,
material y espiritual y el traslado pronto de
nuestra casa, legada por el Vicario de Jesús, para
que pueda éste llenar los designios del Corazón de
Jesús, y sea nuestra casa un plantel de futuros
apóstoles de su amor y sobre [todo] bien en España.
Para merecer todas estas gracias disponed
vuestro corazón con sentimientos de fe, humildad,
amor y sobre
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
60, págs. 1-4
Roma
Mis amados colegiales e hijos en el Corazón de
Jesús sacramentado: Apenas llegado de nuevo a
visitaros en esta querida casa josefina, me veo
obligado, si bien gratuitamente, al acto de
terminación de vuestros Ejercicios anuales. Y ¿qué
idea os dirigiré yo para preparar vuestro corazón a
la sagrada Comunión?
Trasladaos con el pensamiento a aquel hermoso
pasaje del Libro l! de los Jueces, cuando Josué,
después de pasado el Jordán y puesto a las tribus
en posesión de sus ciudades y campos, reunió a los
ancianos y jefes y príncipes y a todo el pueblo, y
les habló así: He aquí lo que dice vuestro Dios y
Señor: Yo soy el que sacó a vuestro padre Abrahán
de la Mesopotamia para que no sirviera a dioses
extraños. Yo soy el que a vosotros mismos os saqué
de la esclavitud de Egipto en que gemíais, y os
hice pasar el mar Rojo sin que os anegarais en sus
aguas. ¿Te acuerdas, johi Israel? Y os alimenté en
el desierto por 40 años, y os he introducido en
estas tierras que no plantasteis, y en esas
ciudades que no edificasteis, y en esos olivares
que no cultivasteis. Y si esto os parece poco
añadiré algo más.
Ahora, pues, bendice a Dios ¡oh, Israel! y
sírvele de corazón perfecto, y quitad allá, para
siempre, a los dioses de los amorreos y fereceos
que están en medio de vosotros, y servidle sólo al
Señor.
Pero mirad, si no os parece bien servir al
Señor: Eligite hodie cui... [(Jos 24, l5)]; hoy es
el día de escoger a quien debáis perpetuamente
servir: o a los dioses de la Mesopotamia a quien
sirvieron vuestros padres, o a los de amorreos que
están en medio de vosotros. Eligite hodie.
Y aquel pueblo, aquellos ancianos, y aquellos
conmovidos ante el recuerdo de aquellos beneficios,
y como avergonzados ante aquella propuesta,
exclamaron: absit a nobis; no, no queremos servir
más que a nuestro Dios, porque él es el verdadero
Señor [(Jos 24, 16)].
No toméis a mal, amados míos, que yo tome en mi
boca estas palabras de Jesús. Ya sé que vuestra
elección está hecha, y que vuestros propósitos son
de un servicio de perpetua santificación; pero el
Señor quiere recordaros de una manera especial, en
este día, los beneficios que ha derramado sobre
vosotros. Durante estos días de Ejercicios habéis
ponderado los beneficios de la creación, de la
conservación, y sobre todo de la redención, al
abismaros en la contemplación de las humillaciones
de su vida privada, en las fatigas de su vida
pública y en las amarguras de su Pasión, y quiere
que en este día recordéis la elección que quiere
hacer de vosotros para ministros de su santuario,
depositarios de las gracias del Espíritu Santo, en
favor de las almas todas, tutores de su humanidad
santísima.
Y quiere recordéis las gracias con que os
prepara para ello y la elección que ha hecho de
vosotros trayéndoos a Roma, mientras ha dejado a
tantos otros de mejores condiciones, para que aquí,
a la sombra del Vaticano, y bajo la mirada paternal
del Pontífice podáis dedicaros a vuestros estudios,
y ser luego apóstoles en vuestras respectivas
Diócesis; y si esto no os parece bastante, él os
añadirá y os habrá añadido en estos días otros
muchos beneficios.
Y por esto hoy al venir a vuestro corazón,
quiere arranquéis de vuestro corazón una nueva
protesta de vuestra fidelidad, y de constancia en
sus servicios; y viene a deciros que hoy es el día
de vuestra elección, para que si no os encontráis
con ánimo para seguir el camino de la abnegación y
del amor, es época de retroceder. Y quiere
apostrofaros santamente para excitaros a más
fidelidad, a deseos de mayor santificación y a que
seguiréis en todo las divinas inspiraciones que os
tiene preparadas, y continuará haciendo en esta
casa santa; y a que le digáis entre sollozos de
gratitud, que un día seréis propagadores de su
palabra en bien de las almas; y que repararéis los
muros de Sión con vuestras fatigas y vuestros
ejemplos, y seréis reparadores de los ultrajes a su
corazón; que seréis, en fin, fieles servidores de
su santa causa.
Si estos sentimientos le ofrecéis, el Señor se
complacerá en vuestros propósitos, y multiplicará
sus gracias sobre vuestras almas, y guiará los
pasos de vuestra juventud durante los días de
vuestra carrera, y los sellará con el sello de su
amor.
Y si estos sentimientos le ofrecéis, bien podéis
pedirle cuanto queráis y necesitéis.
Pedidle, pues, al renovar los propósitos de los
Ejercicios, la constancia en su cumplimiento;
pedidle, amados míos, por nuestra pobre y
necesitada España, para que el Señor levante de
ella la mano de su justicia, y no olvide que es el
patrimonio de María.
Pedidle por vuestras familias; sobre todo los
que acabáis de dejarlas por vez primera, y que en
estos días tienen fijos en vosotros sus
pensamientos y sus afectos, y que están orando por
vosotros; ¡oh, cuán dulce es poderles enviar un
saludo cariñoso por medio de Jesús sacramentado.
Pedidle gracias para esta casa y para este curso
que vais a comenzar, para que sea copioso en
bendiciones, y que al repetir otro año vuestros
Ejercicios podáis ofrecerle los frutos de vuestros
propósitos y de vuestro ofrecimiento.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
61, págs. 1-2
Roma.
10 Noviembre 1895
de depositaros aquí con nuestras manos y
confiaros la custodia.
¡Oh! hace un año que por primera vez, tal vez,
desde que existe esta capilla, quiso aposentarse
Jesús permanentemente en ella.
Y aquel acto significativo quería deciros que
Jesús olvidado de la soledad que reinaba en ella,
en donde reposa el cuerpo de su santo Pontífice
Aniceto, quería convertirla en lugar de oración, y
os escogía a vosotros para que fueseis otros
Samueles que velasen día y noche alrededor de su
santuario.
Y aquella fiesta era como el sello de la
elección de Dios a esta empresa combatida por las
más inverosímiles contradicciones del mundo y del
infierno y de las potestades de la tierra.
Y aquel acto haría enmudecer a los enemigos
solapados o encubiertos de esta Obra de su gloria.
Y aquello significaba una bendición para España,
que renacía al movimiento científico eclesiástico,
adormecido por tanto tiempo.
Era la consecución de los deseos del Sumo
Pontífice, significados tantas veces
Era el triunfo de nuestras luchas prolongadas.
El principio de una era de bendiciones para los
jóvenes levitas de España, que acudirían aquí bajo
la sombra del Vaticano, a beber las aguas de
doctrina y de piedad, y ser la se
Y lo vi como prenda de bendiciones.
Y las ha enviado: Portugal
Y nos permite... Y es presagio de nuevas
bendiciones.
¿Cómo no darle gracias?
Tal es el carácter de la fiesta de hoy y de la
Comunión que vais a celebrar.
Mas, quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)].
Recuerdo en este momento aquel hermoso pasaje
del Génesis cuando Jacob, perseguido por Esaú y
errante, se dirigía a la Mesopotamia, y fatigado en
aquel largo camino, toma una piedra, se la pone por
almohada y apenas había cerrado los ojos del cuerpo
Díos le abre los ojos del alma, y vio aquella
escala por la cual subían y bajaban los ángeles, y
en el extremo al Rey del cielo apoyado en aquella
escala y como descansando en aquella escala, y al
despertar de aquella visión, exclama:
Verdaderamente éste es el lugar santo, y yo no lo
sabía. Y tomando aquella piedra por señal, y
ungiéndola con aceite, exclamó: ¡Oh! si cum salute
et pace vuelvo de mi viaje, os ofreceré dones sobre
este altar, sobre esta piedra [(Gn 28, 2l)].
Y mi
Escritos I, vol. 3.º, doc.
62, págs. 1-4
Roma
Y he aquí que mientras iban caminando Jesús se
les unió, sin que le conocieran, y les dijo: Qui
sunt sermones isti? [(Lc 24, 17)] ¿Qué es esta
conversación tan animada que lleváis? ¡Parece que
estáis tristes! ¿Tú solo eres forastero en
Jerusalén que no sabes las cosas ocurridas? ¿Qué
cosas? De Jesús Nazareno, varón poderoso en obras y
palabras, a quien nuestros pontífices y sacerdotes
condenaron a muerte. Nosotros esperábamos que había
que restituir el reino de Israel. Es verdad que las
mujeres nos han azorado, diciendo que habían
[visto] visiones de ángeles, que les dijeron que
vive.
¡Oh! stulti et tardi corde [(Lc 24, 25)] ¿Acaso
no convenía que Cristo padeciera y así entrase en
su gloria? Y empezando desde Moisés les abrió las
escrituras.
Entretanto, con esta conversación llegaron a
Emaús y Jesús simula que pasaba más adelante. Mas
ellos atraídos y gozosos con la conversación de
aquel personaje desconocido, le dijeron: Mane
nobiscum, Domine [(Lc 24, 29)]. Señor, quédate con
nosotros esta noche, porque ya lo ves:
advesperascit, se hace tarde, y inclinata est jam
dies, y declina el día; y le obligaron a quedarse.
Y haciendo lugar, se sentaron a la mesa para cenar,
al ver el modo cómo partía el pan, levantaron ambos
los ojos asombrados para reconocerle, y evanuit
[(Lc 24, 31)], y se desvaneció ante sus [ojos]; y
levantándose de la mesa, exclamaron: torpes de
nosotros; pues qué, ¿acaso nuestro corazón no se
sentía inflamado cuando nos hablaba y explicaba las
Escrituras?
Y sin detenerse se volvieron enseguida [a
]Jerusalén, para contar a los Apóstoles y
discípulos lo que les había sucedido, y cómo le
habían conocido en la fracción del pan.
¡Afortunados discípulos que tuvieron la dicha de
ser los primeros en albergar a Jesús!
Pues más afortunados que ellos somos nosotros.
Aquel mismo Jesús que se apareció a los
discípulos ha querido constituirse, aunque velado
con las especies sacramentales, en el Emaús de la
Eucaristía, y no por un día ni por una noche, sino
todos los días y hasta la consumación de los
siglos.
¿Cómo hemos de agradecerle esta dignación y qué
hemos de decirle?
Pues él se contentará con que le digamos lo
mismo que le dijeron aquellos discípulos: Mane
nobiscum, Domine. Quédate, Señor, con nosotros [(Lc
24, 29)].
Quédate siempre en esta casa, que te prometemos
hacerte buena compañía; para ti será el primero de
nuestros pensamientos al levantarnos, y el último
de nuestros afectos al entregarnos al descanso.
Quédate siempre en nuestra compañía, porque ¿qué
sería de nosotros sin tu compañía sacramental sobre
la tierra?
Mane nobiscum [(Lc 24, 29)]. Quédate conmigo,
Jesús mío, y no me dejes en el camino de la vida, y
porque son inciertos los pasos de mi juventud,
porque mis enemigos me acechan, y mis pasiones son
vivas, y mi imaginación inquieta.
Quédate conmigo porque advesperascit [(Lc 24,
29)], vendrán días de tribulación y de tristeza, y
las noches oscuras del alma, y sin ti me perdería.
Et inclinata est [jam] dies [(Lc 24, 29)]. Y voy
avanzando en mi edad, y vendrán las enfermedades y
la muerte, y abrazado contigo, pasaré tranquilo la
misma puerta de la eternidad.
Si estos sentimientos le ofrecéis, él aceptará,
y nos enviará constantemente el Espíritu Santo que
nos tiene prometido, y cuya fiesta especial hoy
celebramos, y con él las gracias que le pidamos, y
que debéis pedir para vosotros, para vuestras
familias, y para vuestros difuntos, entre los
cuales me atrevo a recomendaros a Don B. Sanz y
Forés, Don Vicente Vidal y Don José García, que
tanto trabajaron por esta casa y nuestra Obra.
Para merecer estas gracias, humillados y
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
63, págs. 1-2
Roma
El divino Mendigo
¡Qué noche tan fría y tan prolongada fue la que,
de suspiros y ansias, siguió a la primera culpa!
¡Qué amarga era para los corazones que conservaban
la memoria de la caída y la esperanza de la
reparación por el futuro libertador, la dilación de
esta venida! A apresurar esta venida, que tenían
grabada en su corazón, se dirigían todas sus
oraciones, y éstas eran todas sus aspiraciones:
poder presenciar el día en que amanecería ese
Redentor prometido.
Yo veo al anciano Jacob
Al profeta de Balac
Yo veo al
Yo veo a David
Aquellos pobres ancianos decían a sus hijos:
¡felices vosotros!
Luego, cuando más adelanta el Señor, a medida
que se acercaba, iba revelando las condiciones de
ese Rey de las gentes... se les presentaba más.
Isaías
N
Nos amaneció el tan... Llegó el día preordenado
en los decretos eternos; et dum medium silentium
tenerent omnia et nox in medio eter num peregeret
omnipotens sermo tuus a regalibus venit, et nox in
suo cursu medíum ¡ter perageret, omnipotens sermo
tuus, Domine, a regalibus sedibus venit [(Sab 18,
14-15)].
Vino el tan deseado de los collados eternos,
Príncipe de la paz, a pesar que lleva sobre su
brazo el nombre del Rey de reyes y Señor de los que
mandan.
Y los ángeles presurosos van anunciándolo, et
annuntio vobis gaudium magnum [(Lc 2, 10)], y el
gloria in excelsis [(Lc 2, 14)] resuena por todo el
mundo, y paz a los hombres de buena voluntad.
Y nosotros podemos celebrar este acontecimiento,
por el cual tanto suspiraron los antiguos
patriarcas y profetas.
Y aquí, en este pequeño Belén, en esta santa
capilla podemos adorar a este Rey de nuestras
almas, y apretarle en nuestro pecho cual María, y
aun depositarle dentro de nuestro corazón. ¡Oh, si
lo hubiesen visto en éxtasis aquellos antiguos
padres, qué envidia les hubiéramos causado!
Y ¿cómo agradecerlo debidamente?
Y le recibimos al despuntar la aurora de un
nuevo año, o como quieren otros de un nuevo siglo.
¡Cuántos miles y millones no han podido llegar a
saludar este día.
Aprovechémosle, pues, para agradecer a Dios, en
primer lugar el beneficio de su venida a la tierra,
para hacerse nuestro compañero, y venir hoy a
nuestros brazos, y de habernos dejado llegar al
último año de este siglo, y en medio de los afectos
de nuestra gratitud, ofrezcámosle propósitos de
aprovechar los anos que queden de nuestra
existencia. El último año del siglo que viene ya no
existiremos; pocos nos habían
Escritos I, vol. 3.º, doc.
64, pág. 1
Plan de tema para Roma
Qui sunt isti?
Fervorín. Roma.
Mis hijos en el Corazón de Jesús.
Fuge et comede.
Alégrate, Jerusalén; salta de gozo, Sión.
Qui sunt isti?
Si scires donum Dei! [(Lc 4, 10)]. Ellos, no más
de paso, aquella vez
BURGOS
Escritos I, vol. 3.º, doc.
65, págs. 1-3
Burgos. 1896
Mis amados colegiales e hijos en el Corazón de
Jesús sacramentado: ¿Qué idea os sugeriré yo para
preparar vuestro corazón en esta Comunión, última
en este curso, y en esta solemnidad?
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje de
la última Cena. Era la tarde, víspera de la Pascua.
Jesús envió a dos...
Y cuando al caer de la tarde
Al sentarse a la mesa exclama: Desiderio [(Lc
22, 15)]. Como si dijera: Este es el momento que
deseaba, después
¿Por qué Señor? ¿No recordáis que son los
momentos en que vuestros enemigos están tramando...
? ¿No sabéis que estáis en víspera de vuestras
humillaciones?
¡Oh! Tomad y comed. Este
¿Qué pasaba en el Corazón de Jesús? Dos
sentimientos contrarios.
La muerte le iba a separar de esta tierra que él
amaba, y la ansiaba. La Eucaristía le devuelve
¡Oh, bondad de Jesús!
Suponte, amado colegial, que hubieses estado
allí, en aquellos momentos últimos de Jesús, y como
Juan objeto de su predilección, y te hubiera dicho:
Mira, voy a partir; ¿qué recuerdo quieres que te
deje? Mientras [dure] vuestra ausencia hasta el
cielo
¿Quieres que venga de vez en cuando a hablarte a
tus oídos, durante la noche, para llamarte tras una
celosía, puesto que no puedes venir?
¿Quieres que alguien venga a tu corazón?
¡Oh Señor!
¿Quieres que venga a habitar en tu casa?
¡Oh!
Pues esto que nunca hubieras podido imaginar, lo
realiza Jesús; y en aquella noche comprometió su
palabra de residir con nosotros hasta la
consumación de los siglos.
Y aquel mismo Jesús está aquí real, vivo y
verdadero; y no sólo de día, sino de noche, y viene
a nuestro corazón.
Y hoy es el día en que celebramos este
acontecimiento, según la mente del mismo Jesús, que
reveló a Santa...
Y un concierto armonioso de voces se levanta por
todo el mundo, y desde las grandes catedrales hasta
las más insignificantes aldeas de la India y de la
China, se entona: el Lauda, Sion, Salvatorem [(Sal
147, 12)].
Ahora bien: ¿Qué le hubieses dicho a Jesús?
¡Oh! Al ofrecerte quedarse contigo
Le hubieses prometido no pensar más que en él,
trabajar por su gloria, ser fiel a sus
inspiraciones,
Pues hoy, amados míos,
Decidle que os apartaréis de los peligros.
Que os santificaréis.
Que
Afectos.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
66, págs. 1-4
Burgos. 1897
Mis amados colegiales ¿Qué idea os sugeriré yo,
para preparar vuestro corazón en esta Comunión, con
la cual vais a cerrar este curso? ¿Qué os diré para
que esta Comunión sea una entrega completa de
vosotros a Jesús? ¿y que selle vuestros propósitos?
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje de
San Mateo.
El Señor dijo estas palabras a los Apóstoles, y
los Evangelistas nos las han transmitido. Y desde
la altura del Sacramento parece decirme: Sacerdote
mío, dilo, dilo a los hijos de Sión.
Alma joven, amadísimo colegial,
Ecce Rex tuus [(Mt 21, 5)].
¿Has penetrado bien en la eficacia de estas
palabras que Jesús te dirige? He aquí el Rey... A
impulso de cuyo corazón se mueven todos los
corazones.
Tuus, te dice. Tuyo, porque te ha criado; tuyo,
porque te ha redimido y comprado con su sangre;
tuyo, porque juraste un día militar bajo sus
banderas; tuyo, porque te ha dado cuanto tienes, y
entre sus dones está el de tu vocación, el de la
venida a esta casa; tuyo, porque aun despuéss de
haberte redimido, te ha librado de la esclavitud
del pecado y del infierno mismo.
Dice que venit; que viene él. Porque aunque tú
seas el que debes acercarte, es él que viene;
habiendo bajado del cielo, y saltando montes de
dificultades para venir a tu corazón. La mística
esposa de los Cánticos buscaba desolada el objeto
de su amor en medio de los ardores del mediodía y
de las escarchas de la noche, y no le podía
encontrar. ¡Ah! No, no estaba sacramentado todavía,
y por esto no pudo hallarle; mas ahora él es el que
viene a buscarnos, hasta lograr penetrar en el
corazón humano.
Et venit tibi. ¡Oh! A ti, a ti principalmente, a
ti a quien ha escogido entre millares, y te ha
llamado con el silbido interior de la vocación; a
ti a quien, dejando a tantos otros, destina para
que un día seas el descanso de su amor, fatigado
por el desvío de las criaturas.
A tu corazón, que quiere que sea exclusivamente
para él, cerrándole a todos los amores profanos.
A ti viene principalmente, para constituirse si
eres fiel reparador de su amor y pregonero de su
gloria.
Y no temas, no; porque viene mansuetus; lleno de
paz y de mansedumbre; ya lo ves, oculto tras los
velos eucarísticos, para que te puedas acercar a
él. El brillo de su gloria lo guarda para cuando la
pupila de tu alma pueda soportar su vista, y pueda
penetrar dentro.
He aquí, pues, el Rey
¿Qué le daremos a este Rey? Mirad, cuando Jesús
dirigió estas palabras, en el día en que en aquel
pueblo, salen todos los jovencitos, por instinto
santo, con palmas en las manos, y entonando
cánticos, y depositando sus vestidos a los pies del
Señor
Pues, amados míos, depositad en este día a los
pies de Jesús vuestros afectos, vuestras pasiones,
vuestros sentidos, vuestras potencias. Pedidle que
las pise con su planta divina. Prometedle
Una palabra consoladora ha estado poniendo en
nuestra boca la Iglesia en todo este tiempo desde
la Resurrección.
Como temerosa de que Jesús desaparecerá, nos
hacía decir en todas las domínicas: Mane nobiscum
[(Lc 24, 29)].
Esta expresión la toma la Iglesia
Escritos I, vol. 3.º, doc.
67, pág. 1
Burgos. 1899.
Colegio de San José
Fiesta del Patrocinio de San José
Sub umbra illius [(Cant 2, 3)].
¿Qué os dire? Estamos en la fiesta del Patriarca
y no puedo menos de proponeros una idea propia de
esta fiesta.
Mirad: Hace dos años, en el día de la Ascensión
os encargaba pidieseis a Jesús, en el momento de
subirse al cielo, una bendición para que pronto
pudieseis colocarle en lugar más majestuoso y
digno, y prometimos dedicarle un tributo de amor y
gratitud. Y el Señor escuchó vuestras oraciones, y
Jesús escogió este lugar, que no era más que un
campo desierto, para fijar en él su habitación y os
ha escogido a vosotros para que le hicieseis
compañía.
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)].
Amor, gratitud; y al despertar de la mañana sea
para él la primera obra del día, y sea para él
Y durante el día y en vuestras ocupaciones no
dejéis de enviarle miradas de afecto y de
compasión, y cuando las tribulaciones os persigan,
y las penas os fatiguen, y
Sea el refugio
Prometedle que seréis reparadores de su amo
Si estos sentimientos le ofrecéis, ¡oh!
LISBOA
Escritos I, vol. 3.º doc.
68, págs. 1-3
Mis amados en el Señor e hijos en el Corazón de
Jesús sacramentado:
¿Qué os diría yo en este día memorable de la
fiesta del Sagrado Corazón para preparar el vuestro
a recibirle? Trasladaos con el pensamiento a aquel
hermoso pasaje de S. Mateo, cuando nuestro divino y
amable Redentor, Cristo Jesús, dirigiéndose por
última vez a su ingrata, aunque querida Jerusalén,
al divisarla de lejos desde una colina, recordó a
sus Apóstoles las palabras del Profeta, que se
referían a él: Ite et dicite filiae Sion. Id y
decidlo a la hija de Jerusalén: Ecce Rex tuus venit
tibi mansuetus [(Mt 21, 5)]. He aquí al Rey tuyo,
que viene a ti lleno de mansedumbre. El Señor dijo
estas palabras a los Apóstoles no para que fueran a
decirlo a Jerusalén, sino para que se conservaran y
se transmitieran a los siglos. Y aquel mismo Jesús
que pronunció estas palabras es el que está aquí,
real, vivo y verdadero, y desde esta colina del
Sacramento me está diciendo: Sacerdote mío, dilo a
la hija de Jesús. Alma cristiana, colegial mío.
Ecce Rex tuus
¿Has meditado bien estas palabras? Rey se dice,
pero aquel Rey que tiene ejércitos de ángeles por
ministros, y las estrellas del cielo por corona;
aquel por el cual han sido hechas todas las cosas;
aquel Rey, ante el cual un día caerán postradas
todas las generaciones. Rex tuus: Este Rey se dice
tuyo; tuyo porque te ha sacado de la nada; tuyo
porque te compró con su sangre; tuyo porque tú
mismo te has prometido ser suyo, para que sea Rey
de tu corazón.
Veniet dice: Viene él mismo, porque aunque
nosotros somos los que hemos de acercarnos, es
porque está atado con los lazos de las especies
sacramentales, pero en realidad él es el que viene
en alas de su amor, saltando montes de dificultades
para venir a nosotros.
Et venit tibi. Y viene principalmente a ti; a ti
a quien ha llamado con la voz de la vocación, para
que seas todo suyo; a ti a quien ha escogido entre
tantos otros, que no le conocen, para que le
conozcas y le ames; a ti, quien desea que le
repares y consueles de tantos que no le aman y le
ofenden.
Et venit mansuetus. Y no temas acercarte, porque
viene lleno de paz y de mansedumbre, oculta su
mirada bajo los velos eucarísticos, para evitar tu
timidez; el brillo de su gloria lo guarda para
cuando puedas soportar en el cielo el peso de su
grandeza; ahora viene oculto, lleno de paz y de
mansedumbre. Ecce.
¿Qué le darás, pues, a este Jesús que quiere
venir hoy como
Rey de tu corazón?
Mirad: cuando el Señor pronunció estas palabras
fue el día que hizo su entrada en Jerusalén; y
aquel pueblo, movido por la gracia salió a
recibirle con palmas en las manos, entonando
cánticos y poniendo las capas bajo los pies de
Jesús.
Pues bien: Hoy debéis entonar cánticos de
alabanza a Jesús, y debéis prometerle palmas de
propósitos, de virtudes, de amor, de gratitud, de
fidelidad. Debéis escogerle como Rey de vuestro
corazón, y para siempre, y cuando le tengáis en
vuestro corazón pensad que está como Rey dispuesto,
como dice Sta. Teresa de Jesús, a concederos cuanto
le pidáis.
Y debéis poner a los pies de Jesús vuestros
sentidos, vuestras pasiones, vuestros afectos, para
que Jesús los pise con su planta divina. Pedidle,
pues, que os guarde de todo pecado en estas
vacaciones. Que volváis aquí sin haberos apartado
de él.
Pedidle por vuestras familias. Pedidle por todos
los colegios de vocaciones. Pedid por todos los
bienhechores.
TOLEDO
Escritos I, vol. 3.º, doc.
69, pág. 1-2
Toledo
Ya que habéis acudido, ¿qué os diré yo para
preparar vuestro corazón a esta Comunión, a la que
os he invitado, y que tiene por objeto un tributo
cariñoso de acción de gracias al Señor, a mi paso
por esta casa?
Muchas ideas podría sugeriros, pero al querer
escoger un tema no he querido desprenderme de mi
encargo, y repetiros, aquel hermoso que la Iglesia
hace resonar en nuestros oídos:
--------------------------------
que al despediros de esta casa en las próximas
vacaciones, podáis volver sin haber ofendido a
Jesús en todas ellas, y al contrario, habiendo sido
reparadores de su corazón en vuestras Parroquias.
Pedidle por la intercesión de la Virgen, hoy y
en todo este mes de Mayo, bendiciones para esta
casa, para que prospere y se desarrolle, y puedan
venir a cobijarse bajo el manto de S. José y de la
Virgen, todos los predestinados para el Santuario.
Pedidle por nuestra Obra, para que el árbol de
S. José pueda extender sus ramas sobre tantos
campos necesitados, sobre todo en aquellos
indígenas de América que apenas tienen sacerdotes
que les administren los Sacramentos.
Pedidle por todos los demás colegiales unidos a
vosotros con los vínculos de santa fraternidad, y
que entonan los mismos cánticos que vosotros, para
que formando junto con ellos un apostolado
sacerdotal de celo, puedan multiplicar la gloria de
Dios.
Para merecer estas gracias
INDETERMINADOS
Escritos I, vol. 3.º, doc.
70, pág. 1
1901
Acaba de tener lugar aquella pesca famosa; y era
precisamente en aquellos días de después de la
Resurrección, y les había anunciado antes que los
haría pescadores de hombres. Era una de sus últimas
aspiraciones, y debla subirse al cielo y dejar aquí
su Iglesia, que con su sangre se había conquistado.
Y nos repite este encargo, y que hagamos la
misma súplica
Escritos I, vol. 3.º, doc.
71, pág. 1
¿Quieres que venga todas las noches a hablar a
tu oído tras una celosía y te haga oír mi voz? ¡Oh!
Señor, ¿cómo merecer yo esta gracia? Y si él
hubiera añadido: ¿queréis que me forme una
habitación? ¡Oh! hubiéramos exclamado, ¿cómo a mí
esa dignación?
Pues aquello que no nos hubiera ocurrido, es una
realidad; y Jesús quiere quedarse con nosotros
hasta la consumación de los siglos, y no sólo en
una región de Judea, sino en toda la redondez de la
tierra; y no sólo para una generación, sino
mientras todas ellas pasan por el camino de la
vida, y tras las celosías del sacramento.
Y para que no tengamos que ir a buscarle, ha
querido depositarse en nuestra misma casa, y vecino
nuestro.
¡Feliz el día en que quiso establecer aquf su
domicilio! ¿Qué le daremos al Señor? Ya que no otra
cosa, podemos darle gracias.
--------------------------
Josué tomó 12 piedras, y levantó el altar
Escritos I, vol. 3.º, doc.
72, págs. 1-2
Mis amados colegiales, hijos en el Corazón de
Jesús: Ya que me encuentro entre vosotros este día
y en esta festividad especial, ¿qué idea os
sugeriré yo para que preparéis vuestro corazón para
la sagrada Comunión?
Trasladaos con el pensamiento a la pequeña casa
de Nazaret y que a las primeras horas de una
mañanita de Mayo, se nos hubiese permitido entrar
en aquella silenciosa morada y podido penetrar con
silencio en aquella solitaria habitación, y
acercarnos a los pies de San José que allí absorto
en dulcísima contemplación, teniendo al Niño Jesús
en los brazos. ¡Oh, qué dicha fuera la nuestra el
poder estar allí! Y si entonces en medio de aquel
silencio, y viendo San José nuestra timidez, nos
hubiese ofrecido reclinar a Jesús en nuestros
brazos y besar cariñosamente aquellas mejillas que
son el encanto de los ángeles; ¡oh, este privilegio
y esta dicha hubiesen sido un acontecimiento que
hubiera embargado nuestro ánimo todos los días de
nuestra existencia.
Pues, amados míos, el mismo Jesús que estaba
allí recostado en el regazo de San José, es el que
según la fe está aquí, real, vivo y verdadero, y
como entonces lo debemos a la bondad y providencia
de San José.
Y sino, mirad, como la Iglesia aplica a San José
las palabras que el antiguo José de Egipto dirigió
a sus hermanos: Nolite timere propter vestram
salutem... duxit me Dominus in Aegiptum. Venite, et
dabo vobis bona Aegipti, et comedetis medullam
terrae [(Gn 45, 18)].
Pues esto que decía el antiguo José, lo aplica
la Iglesia a San José como dirigidas a los fieles
todos. Venite, et dabo omnia bona Aegipti; todos
los bienes están encerrados en María y en Jesús, y
con ellos todos los dones de la gracia, y todos
ellos nos los obtiene José con su protección.
Pero añade, et dabo vobis medullam terrae. ¿Qué
quería explicar con esto el antiguo José? ¿Qué es
el meollo de la tierra? Como quiera que la
necesidad que les apremiaba era la falta de pan,
que el principal alimento y el fruto principal de
la tierra, quería significar que les daría el mejor
pan, lo más exquisito de este alimento.
¿Por qué, pues, aplica la Iglesia a San José
estas palabras? ¿Cuál es el meollo de la tierra y
este exquisito pan? ¡Ah! sí. El fue como José el
guardador de ese trigo, brotado del corazón de
María (que engendra vírgenes), cuidado con tanta
solicitud para ser molido después con tantos
trabajos y dolores, y ofrecido en el árbol de la
Cruz para ser luego alimento de nuestras almas.
De modo que a [José] en el orden de la
Providencia
¡Bendito sea el Señor, hermanos míos!
Como Rey, y hoy que celebráis el Patrocinio de
S. José, ¡oh! sí, él os concederá gracias
abundantes puesto que la Iglesia pone en boca de
San José en este día las palabras que dirigió José
el antiguo.
Pedidle, pues, constantemente y como necesidades
generales al Pontífice Supremo, tan amante nuestro,
para que el [?] rómpenle las cadenas con que la
impiedad le tiene intervenido en el gobierno de la
Iglesia universal. Pedid por nuestra España, que en
el culto a San José le ha establecido esta fiesta
exclusivamente especial, para que conserve la
unidad.
Pedid por esta Diócesis y por este colegio para
que bajo las alas de este Santo Patriarca aparte
todo pecado y toda mancha de cuerpo que pueda
desviaros, podáis prepararos y ser un día apóstoles
del amor de Jesús en las almas, y extender el culto
de su amor sacramentado.
Pedid por vuestros hermanos, los colegiales de
S. José esparcidos en tantas Diócesis, que en estos
momentos están como vosotros elevando sus oraciones
al cielo por medio de San José.
De un modo especial, ¡oh! sí, una gracia
especial os encargo, y es que pidáis que podamos
plantar la bandera de S. José en otro reino y en
otro país prometido, para que allí puedan crecer
apóstoles y puedan fecundizar a tantas almas
abandonadas.
Pedid por el desarrollo de esta casa y podamos
otro día
Escritos I, vol. 3.º, doc.
73, pág. 1
Mis amados en el Señor: al concederme el Señor
tener la indecible satisfacción de saludaros otra
vez, dándoos la sagrada Comunión, ¿qué idea os
sugeriré que prepare vuestro corazón, para uniros a
Jesús?
Pero diré: Da mihi aquam [(Jn 4, 15)]
Reparación
Pedid por España, por la guerra, calamidades
Pedid por la gracia del otro año
Pedid que se multipliquen los colegios
Escritos I, vol. 3.º, doc.
74, págs. 1-2
Cuando Elías fastidiado, oprimido, afligido... a
Horeb. Mira a los... y desfallecidos. A Horeb
Surge et comede [(1 Re 19, 5)]: Un pan
subcinericio Amados de mi alma Enemigos nos cercan
En vista de que rodeados de peligros... queréis
hacia el monte Horeb, a la vocación, a la virtud.
Pero, ¡ay! enemigos fatales
Vuestras pasiones
Vuestros sentidos
Los malos ejemplos
Lecturas
Estudio
¿Qué digo? Qui pie volunt vivere ? [(2 Tim 3,
12)]. Ceniza de las espinas bajo las...
------------------------
¡Ah! no temáis. Aquí está el [?]
¿Qué tiene que ver el maná?
Un grito resuena hoy. Una plegaria. Era un día
memorable y allá en Lepanto, se libraba la suerte
de Europa.
Una plegaria continuada se hacía por las calles
de Roma, con silencio.
---------------------------
Una batalla se está librando: La masonería peor que
la morisma.
Una plegaria universal se levanta a indicación
del Sumo Pontífice.
---------------------------
2.º San José. A esta pelea
---------------------------
3.º El término
---------------------------
Señor, si con salud y paz...
---------------------------
Si cum salute et pace revertar... [(Gn 28, 21)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
75, pág. 1
Alégrate, Jerusalén
No era más que una montaña árida
Y aquel grano de mostaza...
Y sonó a los oídos del Sumo Pontífice
Y como si no fuera bastante...
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)]
¡Oh!
¿Qué podría ofrecérsele?
Nosotros, ¿qué poseemos?
Y recordar que lo podemos ofrecer por manos de
María
¡Oh! que ella lo bendiga
Pedidle por esta España. El año anterior Dios
nos ha escuchado aparentemente nuestras oraciones
[?]
Escritos I, vol. 3.º, doc.
76, pags. 1-2
El divino Mendigo.
¡Qué fría noche!
El Deseado de los collados eternos
¿Qué deseo era el de los Patriarcas
Al saludar el nuevo...
Afortunados pastores y magnates
El Papa nos llama
Aquí, como en otro Belén, los ángeles nos dicen:
Annuntio vobis gaudium; y el »Gloria in excelsis"
resuenan en esta capilla; et pax hominibus [(Lc 2,
10.14)].
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Nota: Lo que sigue se copia por estar en este
autógrafo, aun cuando pertenece a otro sitio.
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Brindis: No sé, ni tengo hábito
Pero obligado por el perfume de tantas flores,
de parte del carísimo... y de estos hijos, ¿qué
diré?
Si fuera poeta dedicaría mi [?] al que
Purpurado, cuyas prendas se han hecho notorias en
Bruselas, en [?] en Madrid, se ha hecho acreedor al
cayado. ¿Qué le desearé? Que el Señor nos le [?]
que la tierra que ésta fue buena, [no] nos le
arrebate.
Si fuera pintor...
Y para que no queden [?] estos superiores, les
diré: porque [?] gloriam tuam [?] patrem patrum.
Han de verlos apóstoles en el momento de
regresar al clero español.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
77, págs. 1-4
Contristado amargamente por estas apostasías de
su pueblo que doblaba sus rodillas a Baal, después
de haber celado con su espíritu ardiente la gloria
de Dios contra los falsos profetas, perseguido por
la impía Jezabel, se vio obligado a escapar al
desierto, caminando todo él. Mas ¡ay! que la
memoria de sus enemigos y de tantas calamidades ve
que le rodean, le acongoja, y no pudiendo
soportarlo pide a Dios se digne sacarle de este...
el camino y no pudiendo soportar
Amados colegiales, que habéis entrado ya en los
años de vuestra adolescencia, y que os dedicáis a
vuestras tareas escolares, y debéis emprender los
caminos difíciles de vuestra santificación, para
llegar luego a las altas cumbres del cumplimiento
de vuestros deberes sacerdotales. ¡Oh, cuántos
tropiezos encontraréis todavía en los ásperos
caminos de la vida!
¡Y cuántos enemigos acechan vuestros pasos!
¡Cuántos peligros os rodearán!
¡Cuantos [?] os esperan! ¡Cuántos peligros os
aguardan!
Tal vez, tal vez para alguno el tedio de la vida
asome a su corazón, producido por el cansancio y la
turbación de vuestros propios ministerios.
¡Oh! ¿Quién podrá sosteneros?
¡Oh! Bendito sea el Señor, amados míos, que ha
querido proveernos de un alimento mejor que el de
Elías, cocido no al rescoldo, sino con el fuego de
indecibles sufrimientos y de los más amorosos
afectos, y amasado con las aguas de la gracia del
Espíritu Santo en el purísimo corazón de María.
Ese pan vivo y verdadero que el Señor ha
depositado en medio de la mesa de la Iglesia, para
el bien de las almas, de este alimento en fin de su
corazón sacramentado, único que puede llenar
nuestro corazón
Surge et comede [(1 Re 19, 5)], te dice y te
dirá a tus oídos.
Y cuando las tentaciones te combatan, y los
halagos del mundo quieran arrastrarte al abismo del
pecado y de la separación de tu Dios, y el enemigo
de tu alma
Surge, pues, et comede, te diré con el ángel, y
saborea ese alimento, y paga con sentimientos de
gratitud a Jesús el beneficio inmenso de habértele
preparado, quedándose entre nosotros y fijado su
estancia para tenerle más fácilmente a nuestra
mano.
Surge, levántate con puros afectos de amor, de
fe, de amor, y prometedle repararle hoy de tantos
olvidos, de tantas blasfemias, de tantos
sacrilegios.
Y el Señor aceptará estos ofrecimientos.
Y al ofrecerlo esta mañana al Eterno Padre por
manos de María inmaculada y de San José
Y pedidle por vosotros y vuestras familias. ¡Ah,
es tan dulce abrazar en países extraños a los seres
queridos en el seno de Jesús!
Pedidle por la Iglesia, por las [?] todas
necesitadas y por todos los necesitados.
¡Oh! Y cómo olvidar en esta ocasión
Pedidle por el sostén de esta casa, y aleje de
ella toda acechanza del enemigo con que pueda
perturbarla
Sea también esta Comunión un tributo de amor y
de recuerdo cariñoso para con aquellos compañeros
que hoy no pueden unirse a los cánticos de éste,
pero que desde el cielo ¡oh!, no lo dudo, están
contemplando, que como flores escogidas ha querido
Jesús arrebatar en su seno.
¡Oh! no; no pueden unirse a la alegría de esta
fiesta. Pero no lo dudo, desde el cielo están
presenciando el brillo de esta fiesta, y se asocian
a vuestros sentimientos y se interesan por
vosotros.
Sea, pues, para ellos el principal recuerdo de
esta
No olvidar las necesidades que os indiqué,
alguna de las cuales no han
Escritos I, vol. 3.º, doc.
78, pág. 1
Prometedle, 1.º Que le cuidaréis y haréis
compañía todos los días en este albergue del
Sacramento.
2.º Que le calentaréis de la frialdad de las
criaturas. Que le haréis la corte.
Y si lo hacéis así él os concederá cuanto le
pidáis.
Pedidle, 1.º Saber honrarle, pidiéndoselo al
Hijo en este día del Patrón
2.º Confirmación en la vocación
3.º Que un día propaguéis su culto
4.º Para que aleje todo pecado
5.º Por el aumento de vocaciones
6.º Que unáis vuestro corazón con el suyo
Vivo [autem, jam non] ego [(Gal 2, 20)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
79, págs. 1-2
¡Oh! Si este día a las primeras horas de la
mañana, hubiéramos podido penetrar en aquella
sencilla y silenciosa morada y nos hubiera sido
dado entrar en aquella solitaria habitación, y
acercarnos a los pies de San José, que absorto en
dulcísima contemplación y en transportes de amor
tenía recostado en su pecho al Niño Jesús, y
quietecitos allí hubiésemos podido contemplarle con
respeto, ¡oh, qué dicha la nuestra! y si en vista
de nuestra timidez, el mismo santo Patriarca nos le
hubiese ofrecido para venerarle, adorarle y ponerle
en nuestros brazos, ¡oh, qué dicha la nuestra sobre
la tierra!
Pues, amados míos, S. José no le tenía para sí,
él debla dejar de tener aquella dicha, no tuvo otra
misión especial sobre la tierra que conservarnos
para nosotros aquel Jesús, para, no por un día sino
siempre, conservar en sus purísimas manos aquel
trigo de los escogidos, para que molido luego con
los dolores de las amarguras y de los tormentos de
la cruz, pudiese ser no sólo
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para que pudiéramos disfrutarlo para siempre, él ha
guardado este grano de trigo de los escogidos, para
que molido con las amarguras, sufrimientos y con
los tormentos de la Cruz, pudiera servir de hostia
ante el Padre Eterno, para que pudiéramos no sólo
merecerle y besarle, sino para ser nuestro
alimento.
Y, por lo tanto, mejor que entonces podemos
decir en cierto modo que debemos a San José el
tener entre nosotros esta hostia de propiciación y
acción de gracias.
Mejor que entonces podemos decir que San José
nos lo ofrece a nuestra disposición, mejor que
entonces, y con él todas las gracias que nos han
venido de las manos de Jesús.
El Profeta
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)].
Nada podemos ofrecer más que un puro
Hoy, pues, que el Señor nos permite repetir la
fiesta de nuestro Patrono, por el cual nos han
venido todos los bienes, ofrezcámosle
Pidámosle al Santo
Recuerdo que el año pasado
SEGUNDA PARTE:
FERVORINES A RELIGIOSAS
TORTOSA (STA. CLARA)
Escritos I, vol. 3.º, doc.
80, págs. 1-4
Santa Clara, 1878
Onda, fiesta Dolores, 1899
Mis hijas en el Señor: Habían llegado los
últimos momentos de Jesús sobre la tierra; y si no
lo supiéramos, los últimos cantos de este cisne
divino nos lo indicarían bastantemente sus
ardientes palabras de amor, nunca bien ponderadas,
lo declaran lo bastante. Id, id, les decía, esta
misma mañana a los Apóstoles, como henchido de
entusiasmo, id a la ciudad y encontraréis un hombre
que lleva una cántara, seguidle, y decid al dueño
de la casa: El Maestro dice: quiero celebrar la
Pascua con mis discípulos, y él os enseñará un
grande estrado preparado. ¡Cuánta era la emoción de
aquel pecho!
Y cuando al reunirse allí, a la caída de la
tarde, no puede detener el anhelo de su pecho, y
exclama: Desiderio... [(Lc 22, 15)] ¡Oh, con qué
prolongado deseo he deseado celebrar esta Pascua
con vosotros, antes de mi pasión! Como si en
aquella cena estuviese ya el término de sus
trabajos, y el premio de sus fatigas. Como si el
objeto total de su vida se hubiese reconcentrado en
aquel acto. Como si dijera: todo por este acto que
el Padre me da permiso para celebrar; nada para mi
corazón, nada me hubiera satisfecho si no hubiese
conseguido esta gracia. Realizado esto vengan los
padecimientos, no me importan.
Y ¿por qué, Señor? Y ¿por qué las ansias de la
celebración de este acto que tan humillante, al fin
y al cabo, ha de ser para tu dignidad? ¡Ah! Jesús,
que no había venido sino para estar con el hombre,
que no vivía ni respiraba sino por su felicidad,
cuyas delicias eran estar con él, y servirle de
consuelo, y estar en su compañía, iba a lograr
completamente su deseo.
Hasta entonces, de los 33 años que acababa de
cumplir, 30 habla tenido que pasarlos en el
silencio de la soledad y del retiro. Los tres de su
vida pública tuvieron que estar limitados a los
campos de Galilea. No todos podían estar siempre a
su lado y en su compañía. Casi ninguno estaba
recostado en su pecho. Pero desde este momento,
¡ay! lo que va a hacer con sus discípulos, lo que
hace con Juan, lo podrá hacer con todas las almas
queridas, y no por un día sino por todos los días,
y todos los momentos estarán al lado de sus
escogidos; y no sólo a los habitantes de Jerusalén
y de Judea y de Samaría, sino a todas las almas
esparcidas por el mundo, y que abrirán los ojos a
la luz de sus amores; y todos los años repetirán
estos recuerdos, y su corazón se solazará en ellos.
Bendito sea Jesús que así olvidaba en aquellos
momentos las angustias que le aguardaban,
entretenido su pensamiento con esta agradable idea.
Al recordaros yo este acto, estos sentimientos
de Jesús en aquel día memorable, y cuando las
angustias iban a devorarle, cuando el infierno
estaba agitando los corazones malvados [para]
perderle
Bendito sea Jesús, puedo repetir también, que
está animado de los mismos sentimientos de
entusiasmo al repetiros la memoria de aquel
acontecimiento, a pesar de nuestras tibiezas e
ingratitudes, y en medio de los combates del
averno, de las iniquidades de los pecadores, del
olvido de sus redimidos.
Bendito sea Jesús que nos ha escogido a nosotros
para descansar en nuestro regazo y realizar sus
deseos de unirse con el hombre.
¿Qué hemos de hacer, pues? ¿Cómo responder a los
acentos de su corazón?
Hoc facite in meam commemorationem quotiescumque
[(Lc 22, 19; 1 Cor 11, 25)]. Una cosa sola nos
pide, que nos acordáramos de este deseo y de este
amor, cuantas veces recordáramos este acto de su
benevolencia. Que llenemos estos deseos de unirnos
con él, y sobre todo en estos días en que
recordamos este beneficio. Que no nos separemos de
su compañía con el pensamiento y el corazón, ya que
él está siempre con nosotros.
Aunque débiles como los discípulos, hagámosle
las protestas que ellos le hacían en aquellos
primeros momentos de fervor, después de recibir su
cuerpo. In mortem tecum ibimus [(Lc 22, 31)].
Contigo vivir, Señor, contigo iremos hasta la
muerte. Contigo siempre hasta la cruz, y ya que él
ha querido escogernos para compañeros suyos
especiales en la memoria de estos padecimientos,
como eligió en aquellos días para su consuelo, a
Juan y a la Magdalena, correspondamos a esta
elección y a este llamamiento, y no nos separemos
de su compañía.
He aquí lo que el Señor desea en cambio de esta
entrega que hace de sí mismo.
Al recordar, pues, estos sentimientos de Jesús,
el amor de que ha [?] lo mal correspondido que ha
estado en ese amor, pidámosle que nos haga
agradecidos, que nos convierta en reparadores de
este cariño, ya que tanto nos permite repetir estas
solemnidades.
Preparémosle en nuestro pecho un estadio grande,
grande por los sentimientos de nuestra fe, de
nuestra humildad, de nuestra gratitud, de nuestro
amor, y vea él realizados sus deseos.
Y para que nada pueda oponerse a la celebración
de esta Pascua de Jesús con nuestra alma, que la
purifique diciendo: Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
81, págs. 1-4
Votos de Santa Clara, 1882
Isaías 51, 10
Todo el capítulo 27 del Deuteronomio contiene
una relación tan particular y patética, que, al
recordar la festividad que hoy celebráis, no parece
sino que el Espíritu Santo, que inspiró aquellas
palabras, tenía fija su mirada en el acto que vais
a practicar.
Moisés estaba próximo a morir, y reunidos a los
ancianos y a los levitas les decía, para así lo
hicieran presente a su pueblo: Mira, oh Israel: Yo
voy a morir y no puedo entrar en la tierra de
promisión.
Vosotros sois los destinados para ello. Y cuando
hubieseis pasado el Jordán, que os separa de esa
tierra, levantaréis piedras en el monte Hebal y las
alisaréis con cal; y edificaréis allí un altar a
nuestro Dios y Señor, de las piedras que el hierro
no tocará y de peñas toscas y sin labrar; y
ofreceréis sobre este altar holocaustos y hostias
pacíficas, y comeréis allí, y te alegrará allí
delante de tu Dios y Señor, en esa tierra que mana
leche y miel.
Y al escuchar estas palabras de Moisés, los
sacerdotes de Leví dijeron a todo el pueblo:
Atiende y oye, oh Israel: Hoy has sido hecho
pueblo de tu Dios y Señor.
Oirás su voz y cumplirás sus mandatos y sus
justicias que El te manda hoy.
O poniendo separadas seis tribus a cada parte
del monte donde se encontraban hizo pronunciar
bendiciones y anatemas.
Bendito, decían los levitas con voz excelsa, si
escucharais la voz del Dios tuyo y guardarais sus
preceptos y sus justicias; bendito sea ¡oh!
igualmente en el campo y en la ciudad; y benditos
sean tus graneros y tus sobras; y abrirá el Señor
un bellísimo tesoro, el cielo; y que caiga la
lluvia sobre la tierra en sus tiempos; y
bendeciréis todas las obras de tus manos. Y el
pueblo respondía a las voces de los Levitas: Amén.
Mas si por el contrarío, continuaban los Levitas
excelsa voce, con grande voz: Si no guardares los
preceptos que el Señor te da hoy, anatema y
maldición caiga sobre él, y anatema contra ellos. Y
anatema y maldición contra el que no permaneciese
en las palabras de la Ley, ni las cumpliese; y
respondía el pueblo: Amén. Sea anatema contra
ellos.
Y al verificar el altar Josué
Ahora bien, hijos míos. El Señor es el que os ha
conducido por el desierto del mundo y os ha hecho
pasar el Jordán, y os ha introducido en la tierra
de promisión de la vida religiosa, que mana leche y
miel; y un día, aquí, en este mismo lugar, como en
el monte Hebal, se os propuso el bien y el mal, y
fuisteis hechos en aquel día pueblo de Dios, y se
os invocaron sobre vosotras las bendiciones y
anatemas, y a las cuales os asociasteis, para
confirmarlo en vuestro corazón, y respondisteis
espontáneamente: Amén. Sea así, si no guardases los
preceptos que el Señor me impone hoy.
Y para memorial insigne de aquellas promesas, la
santa religión quiere que todos los años las
recordéis.
Y quiere que las renovéis sobre este altar, y
sobre piedra misteriosa, Cristo Jesús, para que
ella os sirva de testimonio de vuestra Comunión y
no podáis negar ni olvidar las promesas que un día
le hicisteis.
Y al hacerlo, hermanas mías, al renovar vuestras
promesas sobre esta piedra de Jesús Sacramentado,
al invocar las bendiciones sobre vosotras que el
Señor os tiene ofrecidas en presencia de María
Inmaculada, y fijando vuestra mirada en el padre
San Francisco y madre Santa Clara, que os señalan
con el dedo las leyes y los principios que un día
os impusieron y que aceptasteis voluntariamente,
ved si estáis resueltas, como los hijos de Israel,
a cumplirlas con todo el afecto de vuestro corazón,
y el aliento de vuestra alma, y si en alguno
desfallecieseis, o en alguna hubieseis faltado,
protestad con toda la energía de vuestra alma, de
vuestra fidelidad en adelante, no sea que os sirva
de anatema el recuerdo de esta solemnidad.
Si al contrario, os encontráis decididas a
continuar en el cumplimiento de los ofrecimientos
que hicisteis a Jesús, que caigan las bendiciones
prometidas sobre vosotras, y seáis bendecidas en la
soledad y en la compañía.
Y caigan
Y caigan
Suplicad a Jesús que os acepte estas promesas,
las selle con su gracia, y sea vuestro confortativo
para cumplirlas; y la renovación de estos votos sea
el aliento en el camino de la perfección, y os
traigan las bendiciones para vosotros y los demás;
sea esta renovación la alegría de vuestra vida y
consuelo en la hora de vuestra muerte.
Y a fin de sellar vuestros votos, vuestras
promesas, vuestros deseos, con la fecunda gracia de
Jesús sacramentado, pedídselo desde lo íntimo de
vuestro corazón, humilladas en su presencia.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
82, págs. 1-4
(Boullerie)
Para Jueves Santo.
Santa Clara, 1883
El Dios de Israel
Sabemos que la nación judía
Nada hay más duro, seguramente, que la piedra y
la roca, y nada más suave que el aceite y la miel;
¿cómo la piedra producirá la miel, y cómo de la
roca manará el aceite?
¡Ah! la festividad de hoy nos descubre este
misterio. Nada hay más duro que la pasión, y nada
más dulce que la Eucaristía, que no es sino la
memoria de esta pasión.
------------------------------
La pasión es dura para Jesucristo y para nosotros,
y la Eucaristía es dulce para su corazón y para el
nuestro.
A la amargura de los sufrimientos del Salvador
se une el pensamiento de que la muerte le va a
separar de la tierra, de esta tierra que tanto ha
amado. La ha amado, porque allí ha resonado su
palabra; la ha amado porque comprende la necesidad
que el hombre tiene de su presencia; porque la ha
rescatado con su sangre: [?] separet. Pero a esta
separación dolorosa, era preciso un consuelo, y
éste se lo ofrece la Eucaristía. Antes que la
muerte separe a Jesús de la tierra, la Eucaristía
ha renovado y multiplicado su vida sobre nuestros
altares.
Y sobre el altar pasa su vida como la pasaba en
Betania, en Cafarnaún, en Jerusalén, y su corazón
queda satisfecho.
------------------------------
Y esto mismo que amargó el corazón de su pasión, y
lo que le endulzó en la Eucaristía, se repite a
través de los siglos.
El está renovando su Pasión. El odio y la
ingratitud de los hombres le rodean como en la
noche de sus sufrimientos; la misma insensibilidad
de entonces domina a la mayor parte de las almas.
¿Qué sería, pues, de Jesús si no fuera el
pensamiento de la Eucaristía que le consuela?
Al lado del traidor Judas, ¡cuántos amados
discípulos descansarán su cabeza, con placer, sobre
el seno del Maestro!
Jesucristo ha formado en el Cenáculo una turba
santa, que no teniendo otro padre que el altar, no
tendrá tampoco otro amor, otro pensamiento, ni otra
vida más que el Dios del altar.
¡Oh, cuántas nubes de incienso suben hoy hasta
los cielos! ¡Cuántos armoniosos cánticos que
envidian los ángeles! ¡Cuántas lágrimas derramadas!
¡Cuántas alegrías! ¡Cuántas santas vigilias pasadas
al pie de su trono!
¡Ah! todo esto es para Jesús miel dulcísima, que
recoge de la piedra durísima de su pasión.
--------------------------
Pero no sólo para Jesús es la pasión la que le
produce la miel de la Eucaristía, sino que también
la produce para nosotros.
¡Oh, cuán dulce es la pasión para nosotros! Ella
nos recuerda los sufrimientos del Hijo de Dios, las
espinas, los azotes, los desamparos del alma
sacratísima del Esposo de nuestras almas, del Rey
de nuestros corazones.
Ella nos dice los crímenes que hemos cometido,
puesto que él no ha sufrido sino para expiarlos.
Ella nos revela la justicia de todo un Dios que
no perdonó a su propio Hijo.
¡Oh! ¿quién podrá soportarlo?
Pero ¡ah! al pensar que ella nos ha producido la
miel suavísima de su corazón sacramentado, ella nos
dice que es una prenda de amor, de paz, de gloria
sempiterna, un signo de reconciliación, la hostia
pacífica que hace descender sobre nosotros las
bendiciones y las gracias.
Bendito sea el Señor que ha hecho su cruz tan
dulce y su pasión tan amable, uniéndolas
estrechamente a la sagrada Eucaristía.
--------------------------
Ya, pues, que hemos sido asociados a la dicha de
los discípulos, y agregados a la tribu santa
escogida por Jesús para -que- saborear esta miel,
ya que hemos sido llamados a ser reparadores de
Cristo Jesús, sea para nosotros dulce la pasión
compadeciendo a Jesús, afligiéndonos por sus penas,
quebrantando nuestro corazón por el
arrepentimiento. Pero al mismo tiempo saboreemos
esta miel de la Eucaristía, que nos brota de la
pasión.
Sentémonos estos días a la sombra de la Cruz,
como la mística esposa a la sombra del árbol, para
probar el fruto dulce a nuestro paladar.
Y en este momento memorable [?] este fruto
divino, probémosle con el sentimiento y el amor de
nuestro corazón.
Y pidámosle lo dé a conocer a tantas almas que
no le conocen ni saben disfrutar las delicias de
esta miel de su corazón.
Y a fin de que sean más eficaces nuestras
disposiciones, digámosle:
Escritos I, vol. 3.º, doc.
83, págs. 1-3
Renovación de votos. Santa Clara, 1884
Uno de los cuidados que tuvo la Providencia para
conservar entre el pueblo de Israel la memoria de
sus beneficios y de los acontecimientos y promesas
de aquel pueblo, fue el ponerles fechas,
monumentos, fiestas que fueran el recuerdo vivo de
aquellos beneficios y de aquellas promesas.
Vemos ya que Abrahán al llegar a la tierra de
Canaán y señalarle el Señor que era el lugar de sus
promesas, levantó enseguida un altar que sirviera
de memoria a su posterioridad, la cual conservaba
la tradición muy viva en aquel lugar y de aquel
hecho.
Omito la promesa de Jacob de bendecir al Dios de
sus esperanzas sobre el altar que juró darle las
primicias y los diezmos de cuanto tuviese, si con
salud y paz volvía a su tierra natal.
Cuando el paso del Jordán... para que cuando sus
hijos preguntasen qué era aquello.
Y no sólo con monumentos quiso perpetuar la
memoria de sus beneficios, sino que estableció
festividades. Estos días recordamos la Pascua, que
para ellos fue el recuerdo de su libertad de
Egipto, cuando rotas las cadenas
Y estableció Pentecostés, que fue el recuerdo de
la promulgación de la ley en el Sinaí, cuando entre
el estampido del trueno les impuso sus preceptos,
que juraron observar perpetuamente.
Pues bien: La Iglesia ha continuado esta
práctica para recordar a los cristianos los
beneficios del Señor sobre nosotros.
Uno de estos beneficios del Señor y que
representa otros del pueblo de Israel, es el de la
libertad que el Señor os ha concedido sacándoos de
la esclavitud del Egipto, rompiendo las cadenas de
vuestras prisiones, y alistándoos a militar en la
bandera del serafín de Asís.
¡Ah! ¡Quién sabe si en este día en que el
seráfico Patriarca se consagró, mereció por aquella
consagración el beneficio de la vocación para
vosotras! ¡Ah, sin duda que a través de los siglos
y en aquellos éxtasis amorosos le señalaría el
Señor que escogería en todas las edades para seguir
sus pisadas, y se complacería en esas flores que el
Señor quiso guardase para los tabernáculos sagrados
que él anhelaba en su corazón!
Y por esto vosotras al considerar este
beneficio, al agradecer esta gracia, queréis en
este día memorable, como prenda de vuestra
gratitud, renovar vuestra consagración.
Pero ¡ah! que al hacerlo, vaya acompañada de los
sentimientos de aquel corazón; que vaya revestida
del espíritu interior de verdadera humildad, de
abnegación profunda, de obediencia completa, de
sacrificio absoluto de vuestros cuerpos y
corazones, de vuestro presente y de vuestro
porvenir. Como Jesucristo, él os repite: Qui vult
venire post me [(Mt 16, 24)], el que quiera venir
en pos de mí, que vaya acompañada de propósitos
eficaces de agradecer este beneficio del Señor.
Que sea cada año una rejuvenación de vuestro
espíritu como el águila del Profeta. Sólo así y
aspirando nuevos alientos podréis seguir las
pisadas de aquel que os admitió al seno de su
religión, con estas precisas condiciones.
Y para que estos ofrecimientos y estas promesas
y estos propósitos sean eficaces, pedidle al
Corazón de Jesús que los selle con su gracia divina
y os selle como selló a San Francisco con las
señales de la redención, como canta la Iglesia. Y
este sello de Jesús, cuyo amor es fuerte como la
muerte, os hará caminar con constancia por los
deberes de vuestra continua santificación, y el
Santo santificará desde el cielo vuestra elección.
Y para merecer esta gracia, humillados en su
presencia, haced la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
84, págs. 1-6
Votos. 16 de Abril 1889
Santa Clara.
Mis hermanas en el Señor: Hace unos años en este
mismo sitio, con la alegría de vuestro corazón,
coronada vuestra cabeza con una corona de flores,
significación mística de divina realeza, ofrecíais
a Jesús, en este sitio, como David en los atrios de
Jerusalén, vuestros votos in conspectu omnis populi
ejus, in atriis domus Domini, in medio tui,
Jerusalem [(Sal 115, l8-l9)].
Objeto de las complacencias de Dios en aquel día
erais, cada una de vosotras, aquella esposa e hija
del Rey amada por el Profeta que había inclinado
sus oídos al amado de las almas y olvidado vuestro
pueblo y la casa paterna y, por lo tanto, objeto de
las complacencias del Dios.
En aquel día con el entusiasmo del cántico
amoroso, os vanagloriabais ante el mundo, que él
había puesto signum et velum, un signo y un velo
sobre vuestro rostro, para no admitir otro amador
alguno, ut nullum praeter eum amatorem admittam.
Entonces envanecidas con el servicio de Cristo,
ostentabais con orgullo, servilem habere personam,
la humilde personalidad de vuestro hábito.
(Y la medalla de María Inmaculada se colgaba de
vuestro cuello, como sello de especial
predilección).
Y os recordaba en aquel día los beneficios sobre
vuestras almas, la abundancia de la tierra en la
cual ibais a poner vuestro asiento permanente, como
habíais salido del mar Rojo.
Mas, antes de admitiros a exhalar vuestras
entusiastas promesas, se os imponen condiciones, y
sobre el altar del sacrificio se os pidió la
renuncia de todo cuanto hay sobre la tierra y que
fascina a los mortales con el culto de las cosas
perecederas y se os sujetaba con el lazo de una
cordial obediencia vuestro corazón y vuestro
entendimiento.
Y se os pedía el sacrificio de vuestro corazón
en el fuego de una continua mortificación.
Y atadas con estas ataduras, se os exigía como
almas reales verdaderas seguidoras de Jesús, que
tomarais vuestro corazón, que os negarais
continuamente y le siguierais por el camino de una
constante perfección.
Y con todo y a pesar de esto, ávidas de merecer
para siempre el dictado amoroso y distinguido de
vírgenes seguidoras del Cordero no dudasteis
repetir vuestros votos y sellarlos con el sello de
sempiternas promesas.
Mas ¡ay! que aquellos días debían pasar y
pasaron y la vuestra distinguida religión que os
admitió en su seno, conoce vuestras debilidades y
sabe que la costumbre rutinaria engendra el hábito,
que el olvido es una de las miserias del corazón,
que el cansancio es patrimonio de nuestras almas
cautivas en este cuerpo de barro, y hasta el
desconocimiento y la inquietud anidan en los
corazones más agradecidos.
Y por esto y con bellísimo pensamiento propone
esta fecha memorable de la consagración del P. San
Francisco, para que se os recuerden los beneficios
y con ellos los deberes y obligaciones.
Cuando Moisés conducía entre portentos y señales
a aquel pueblo escogido, al cual alimentaba con el
maná del cielo, olvidaba tan fácilmente los
beneficios de su Dios, temeroso de los peligros del
viaje, les hacía parar y extender sus tiendas, y
reunía a los ancianos y magnates del pueblo y les
recordaba la cadena de misericordias del Dios y les
señalaba con el dedo las montañas que allá a lo
lejos se divisaban y que era la única barrera que
les separaba de su amada tierra de promisión; y
entonces aquel pueblo deseoso de llegar cuanto
antes a aquella tierra de sus deseos levantaba otra
vez sus tiendas y emprendía, olvidando su
cansancio, el camino del desierto.
Una cosa parecida practica con vosotras vuestro
Instituto. Y ha escogido esta fecha memorable para
que como una especie de parada y de alto, os
recuerde la fecha de vuestro ofrecimiento y se os
renueve la historia de las misericordias del Señor
y se os evoque el recuerdo de sus beneficios y las
emociones de que estabais poseídas en el día de
vuestra consagración, y ¡oh! ¡no debéis olvidarlas!
y las ventajas de vuestra ... y lo hubierais sido y
lo que fueseis hoy y a medida que pasan vuestros
años sin esta gracia imponderable
Y para acabar de alentaros, la Iglesia os señala
las montañas no lejanas de la muerte, tras la cual
está el cumplimiento de las promesas de Dios.
Todo esto para que agradezcáis [?] también, como
los hijos de Israel, vuestro [?] a la renovación de
vuestras promesas y como el águila remontéis
vuestro espíritu en los afectos verdaderos de
vuestra santificación.
Para que solidéis vuestros propósitos y los
selléis con el sello de una constancia
inquebrantable para que como entonces os abracéis a
la cruz de Cristo, y os ofrezcáis a su seguimiento
y sea de nuevo santificación y renovación que
alegre el Corazón de Jesús y al Angel de vuestra
guarda y a vuestros Santos Patronos.
Así, pues, como entonces ante Jesús Sacramentado
le ofrecisteis vuestros votos, repitiéndolos ante
él y que los selle luego con el sello de su corazón
sacramentado.
Y pedidle que haga eficaces vuestros propósitos
ardientes, vuestros afectos constantes, vuestros
propósitos y cumpliréis con los fines que la
Iglesia y vuestra religión se han propuesto.
Que purifique antes el Señor nu[estro] corazón,
mientras se lo pedís humilladas en su presencia,
decidle
Confiteor
Escritos I, vol. 3.º, doc.
85, págs. 1-4
Votos. 1890
Santa Clara
Mis hermanas en el Señor: Otra vez os permite el
Señor repetir esta grata solemnidad de tanto afecto
para vosotras, y otra vez me obligáis a que os
anuncie este recuerdo para mayor devoción de
vuestra alma en el día de estos santos recuerdos.
¿Qué os diré, pues, que excite vuestra gratitud?
Trasladaos con el pensamiento a aquel sabido
pasaje de Jacob, cuando huyendo de su hermano Esaú
se dirigió, por consejo de su madre, a la
Mesopotamia y fatigado, etc.
(Vide plática de vestición de Logam)
¡Oh! si él me restituyese a este lugar santo, le
ofrecería aquí mis dones, y mis ofrendas y mis
primicias; y puso allí una piedra como señal y un
día levantó allí un altar agradecido. Según el P.
Lapuente en su libro del Estado Religioso, es
figura del alma religiosa.
Porque un día vosotras, deseosas de obedecer la
voz de Dios resolvisteis huir de la ira de Esaú que
es el mundo, hermano según la naturaleza, pero
cruel enemigo por la culpa que trataba de
arrebataros la vida de la gracia y el mayorazgo del
cielo; y por escapar de sus manos, quisisteis, como
Jacob, dejar la casa de vuestros padres, y las
comodidades del siglo gustando de querer vivir
pobres con Cristo crucificado.
Y para hacerlo con más suavidad, él os descubrió
las riquezas de su reino y las excelencias de la
vida religiosa, figurada por aquella misteriosa
escala. Porque no es otra, según el mismo
expositor, la vida religiosa, sino una escala para
subir al cielo, firme, segura y hermosa, la cual
por una parte toca la tierra, porque debe estar
fundada en el conocimiento propio y en el desprecio
de sí mismo y de las cosas criadas, y por otra
parte toca el cielo donde está Dios, como apoyado
porque llega o debe llegar el alma hasta el amor
perfecto que la junta con su Criador y los
escalones de ella son la pobreza, la castidad y
obediencia y demás ejercicios religiosos. Y el
Señor os dijo también, como a Jacob: Yo soy tu
Dios, tu protector y te daré esa tierra que estás
soñando. Y atraídas vosotras por esta visión que el
Señor quiso presentaros a vuestra imaginación
piadosa, exclamasteis como Jacob: Verdaderamente
éste es mi ideal; si el Señor me lo concediese,
levantaré, con gratitud, un altar para ofrecer al
Señor todas las primicias de mi corazón, todas las
ofrendas de mis potencias, todos los dones de mi
espíritu y de mi cuerpo.
Y aquí, y sobre este altar, pudisteis un día
realizar vuestras promesas.
Mas ese altar de Jacob era de piedra y estable y
allí estuvo por monumento como testimonio de su
perpetua gratitud.
Y el Señor os ha dejado una piedra que es su
corazón sacramentado y os lo ha dejado
permanentemente para que sobre ella sean renovados
perpetuamente vuestros ofrecimientos, porque de
piedra debe ser también este altar de vuestra
gratitud y de vuestra consagración para que sean
renovadas perpetuamente vuestras promesas.
Y por esto, para que no se olviden los
beneficios de Dios, al daros esa tierra prometida
(como dio a Jacob) vuestra religión con buen
acuerdo, ha querido perpetuar la memoria de este
primer sacrificio con el aniversario anual de esta
fiesta en que hizo su sacrificio el P. San
Francisco para que los hagáis con los sentimientos
mismos de él y os sirvan de guía y norma.
Porque ¡ay! Al cotejar
Mas si siempre deben renovarse, con buen acuerdo
vuestra religión os lo propone para que lo hagáis
de un modo especial el día del P. San Francisco,
para que lo hagáis con los mismos acentos
afectuosos que él.
O para que al compararos con él en este
ofrecimiento os humille y os anime.
Os humille al comparar aquella pobreza [?] amor
y penitencia.
Y os renueve con su ejemplo a seguir sus [?] y a
renovar con él aquellos vuestros propósitos de
mayor pobreza, penitencia, humildad.
Ya que, pues, os concede el tiempo de repetirlo,
repetidlo sobre esta piedra, [?] [?] los selláis
con el sello del sacramento, y sean fuertes como la
muerte y Rasta la muerte, y pedidle que os
Perpetuos son los lazos de la religión
Escritos I, vol. 3.º, doc.
86, pág. 1
Santa Clara y Purísima
1890
Mane nobíscum, Domine [(Lc 24, 29)].
¡A cuantas reflexiones no se presta!
Los sufrimientos de Jesús; todo es
desconsolación
La tierra no se conmueve.
Todo va a desaparecer
---------------------------------
Tristes nos tenían las consideraciones de estos
días. El Deseado de las naciones, el Rey de las
esperanzas, el Esposo de nuestras almas y nuestra
única esperanza, va a desaparecer de la tierra; y
la tierra no se conmueve; y los enemigos de las
almas doblan sus esfuerzos para acabar con el
Justo.
Y la tierra se llenará de luto y
Se repiten las escenas todas del día del
Calvario.
Y la Iglesia es perseguida, y el ánimo
desfallece.
-------------------------------
Y en estas circunstancias, el Señor más amoroso que
con los discípulos de Emaús
Y con todo se ve precisado a repetir: ¡Oh!
Stulti, a tantas almas [(Lc 24, 25)].
Ya que vosotras, que no tenga que deciros:
Stulti corde.
Mane.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
87, págs. 1-4
Tortosa. Convento de Santa Clara:
Media noche del último día de 1900
y primera de 1901.
Mis hermanos en el Señor: ¿Cómo no deciros unas
palabras en esos momentos solemnes, al saludar la
aurora del nuevo siglo, que tantos de los nuestros
no llegaron a ver? ¿Cómo no preparar vuestro
corazón a la sagrada Comunión, y en esta hora,
favor no concedido a las almas de otros siglos y de
los años anteriores?
Y ¿qué os diré? El profeta Isaías, extático en
una de aquellas estupendas visiones con que el
Señor le favorecía, exclamó como fuera de sí: Opus
tuum, Domine, in medio annorum vivifica illud [(Hab
3, 2)]. Esta es tu obra, Señor, tu obra; vivifícala
en medio de los años. ¿Qué es lo que debía pasar en
la mente del Profeta, cuando así exclamaba? ¡Oh,
sin duda, esta obra preferente y propia, obra de su
amor y de su [?] suya, era la Iglesia, y le pedía
la vivificase en medio de los años, en medio de los
siglos.
¡Oh, feliz idea la del Papa León XIII, al hacer
un llamamiento al mundo entero para que se celebre
la terminación del siglo XIX, y se prepare el siglo
XX, con el acto solemne de consagración al
Redentor, y convidar a las almas piadosas a la
sagrada Comunión!
¡Oh! ¡Qué ideas despierta esta doble fecha: La
terminación de un siglo, y el principio de otro año
y de otro siglo! La primera fecha nos dice que ha
caído el siglo al abismo de lo pasado, y los que en
él murieron, cayeron en las manos de Dios vivo con
sus obras; en manos de aquel Dios justo en sus
juicios, que exigió mucho del que mucho recibió,
que sí. hace recompensa al vaso de agua ofrecida
por amor, pero que pide cuenta hasta de una palabra
inútil. Y no todos los que conocimos y que habían
saludado el principio de este último, han pasado a
la eternidad, y algunos ¡con qué disposiciones! Y
que nosotros pasaremos también para caer en las
manos de Dios vivo, para darle cuenta de esos años
de gracia que nos ha concedido.
Esta fiesta nos dice que el tiempo nos va
arrastrando, pues no es sino una sucesión de
instantes, móviles para nosotros, inmóviles para
Dios.
Que la vida del hombre no es sino una
imperceptible partícula de la eternidad.
Que no somos más que un átomo en el espacio, un
punto en la extensión, un momento de duración.
Que los qué celebrarán el último día de este
siglo
Pero ¡ah! la otra fecha, el saludo de un año
más, de un siglo nuevo, nos dice que la
misericordia del Señor quiere continuar sobre
nosotros; nos despierta la idea de que tenemos un
Redentor que nos aguarda con los brazos abiertos;
es una prueba de que quiere disponernos a nuevas
gracias, que tiene designios de amor todavía sobre
nosotros, puesto que nos ha conservado la
existencia que a otros no concede, de menos edad
que nosotros.
Esta fecha nos permite darle gracias por todos
los beneficios que nos ha otorgado durante tantos
días y tantos años; nos permite consagrarnos de
nuevo y con más esfuerzo y fervor nuestra alma,
nuestra vida, nuestro
Por esto, inspirado el Romano Pontífice reúne a
todas las almas alrededor de Jesús sacramentado,
para que entonen un cántico de acción de gracias, y
para que se consagren a este Redentor, único Rey
inmortal de todos los siglos. De aquí que lo mismo
en las suntuosas catedrales de Europa, como en las
humildes y en los bosques de la América y Oceanía,
en estos mismos momentos millones de corazones
elevan ese cántico de acción de gracias a Dios, que
nos ha permitido saludar al nuevo siglo, y que le
aclaman como a su Redentor, y que se consagran a su
servicio.
¡Bendito sea el Señor que nos ha permitido
Ya, pues, que nos es dado a nosotros unirnos a
ese concierto de voces que aclaman a Cristo,
Redentor del linaje humano, ¿qué le daremos a Jesús
al tomar posesión de nuestro corazón?
¡Oh! En este momento parece acudir a mi memoria
aquel pasaje de Isaías
¡Quién sabe si veía el acto que este momento el
mundo está practicando, en medio de los años, en
medio de un siglo a otro!
Esta es tu obra, pues, Señor; este
acontecimiento es gracia tuya, vivifícalo.
Vivifica, pues, en primer lugar, la obra en
nosotros, santificándonos, haciéndonos la gracia de
aprovechar el tiempo que nos queráis conceder,
correspondiendo a los designios que tengáis sobre
nuestras almas.
Vivifica a esta Iglesia: Opus tuum [(Hab 3, 2)]
que es tu obra predilecta. Que florezcan en ella
las virtudes cristianas, que se propague por todo
el mundo, y se extiendan las bendiciones de tu
gracia en todos los confines que no os conocen.
Vivifica esos Institutos religiosos, que van
brotando a medida que las necesidades de los
tiempos y para bien de la humanidad.
Vivifica nuestra España, que está herida de una
anemia de indiferencia, a pesar de los castigos que
habéis hecho caer sobre ella; vivifícala, Señor,
para que os dé días de consuelo, como cuando era el
brazo de la Iglesia; haced que este siglo sea un
siglo de reacción gloriosa temporal y
espiritualmente.
Vivifica, Señor, los trabajos de tantos
misioneros que allá en lejanas regiones están
pregonando la gloria de tu nombre.
Vivifica esta ciudad pecadora, y haz que bajo el
manto de la Virgen de la Cinta, pueda ser una
ciudad y centro reparador de vuestro adorable
corazón sacramentado.
Vivifica, Señor, y haz que llegue la gracia de
este acontecimiento a todos los difuntos del pasado
siglo, en especial a los que fueron objeto de
nuestro cariño, y a los cuales debemos amor y
gratitud; que sea
¡Oh!, amados míos, si con fe y con humildad
estas súplicas le hacemos, si nuestra consagración
completa a Dios es sincera y fervorosa, el Señor
escuchará las plegarias que le hacemos, y será
prenda de aquella consagración eterna, que nos
aguarda en el éxtasis continuo de la eternidad.
Porque nadie, amados míos: Ninguno de vosotros
volverá a celebrar este acontecimiento y esta
fecha.
Y los que la celebrarán el último día de este
siglo, no nos habrán conocido, ni siquiera
conservarán nuestros nombres; no tendremos sobre la
tierra ningún corazón que haya latido, ni lata por
nosotros; pero si somos fieles a nuestros
propósitos, si con nuestro trabajo, nuestras
oraciones y nuestros sacrificios hemos logrado
preparar gracias para este siglo, y para la Iglesia
y para las almas, contemplaremos, recordaremos con
gozo desde las playas de la felicidad [?]
contemplaremos a los que nos sucedan agitados en el
mar de este mundo, y oraremos por ellos.
Para merecer estas gracias:
Escritos I, vol. 3.º, doc.
88, págs. 1-3
El enamorado Esposo de los Cánticos, para
manifestar el deseo de unión con su amado, dirigía
estas misteriosas palabras: Pone [me] ut
sigillum... [(Cant 8, 6)].
¿A quién se dirigían estas palabras? Aunque
podemos decir que se dirigen a todas las almas, sin
embargo podemos creer y aplicarlas al alma
enamorada del P. San Francisco en cuyo corazón y en
cuyos brazos quería le tuviese sellado y que tuvo
una muerte
Feliz él, que mereció recibir en su carne el
sello del Rey de los reyes, del Príncipe de la paz,
del verdadero Eclesiastés, del Deseado de los
collados eternos.
Sed adducentur [regi] virgines post eam [(Sal
44, l5)].
Y si a él se le dirigían estas palabras por el
Amado, vosotras que habéis seguido sus banderas,
que lleváis la misma divisa, que habéis sido
conducidas en pos de él, os dirige estas mismas
palabras y, sobre todo, desde este sacramento os
dice: Pone me, alma religiosa, mirad que mí amor es
fuerte hasta hacerme morir.
No respondéis a esta voz, te lo he dado
No quiero tus bienes
Ponme a tu libertad, como sello, colme tu
corazón
Y desgraciada el alma que no escuche esta voz.
La misma esposa
Jesús dirige estas voces a las almas y las deja
en el relente de la noche.
Abrígales y séllale, poniendo el sello en tus
palabras, a tus intenciones.
A tus deseos para que todo vaya santificado por
él.
Y pídelo a San Francisco.
Cuán grande es el amor de Dios para con el
hombre. Cuán inmenso su deseo de unión para con él.
¿Qué tiene en sí el alma humana que sabe arrebatar
el corazón de Dios, hasta decirle, como Santa
Magdalena de Pazzis, que es loco de amor?
Había creado Dios al hombre: Como si Dios
quisiera conservar todavía cierta dignidad y no
rebajarse del todo, le trata como un superior, le
pone leyes, preceptos. Habita, en fin, encima de
él, pero junto a él. El hombre es ingrato, y esta
ingratitud en lugar de hacerle apartar el amor
hacia el hombre parece que le inclina más hacia él;
cuatro mil años gasta en ir tras de los hombres
para atraerlos hacia sí; y el hombre continúa
desdeñándole. Y no pudiéndole arrebatar el corazón
se viste de su propio ropaje, se hace su compañero,
trabaja con él, y ni aun as¡.
Y en vista de tantos desvíos, determina quedarse
en un pequeño recinto del Sacramento para ser
un del alma humana y ser un [?] sello de su
corazón y exclama
Escritos I, vol. 3.º, doc.
89, págs. 1-3
Mis hermanas en el Señor: Recuerdo en este
momento aquel día memorable para el pueblo de
Israel, en que Josué antes de morir, y después de
haber puesto en posesión a su pueblo de la tierra
de promisión, les condujo al valle de Siquem, y
levantó un altar; les recordó los milagros que el
Señor había obrado con ellos; cómo les había sacado
de Egipto; de la causa de la servidumbre; cómo les
había hecho grandes prodigios y les había guardado
en el camino, y les añadió: ¡Ay! no podréis servir
al Señor, porque es un Dios santo y celador y no
perdonará vuestros pecados y vuestras ingratitudes.
¡Oh! sí que serviremos al Señor; y entonces
Josué levantó una piedra grande que colocó bajo una
encina y dijo: Esta piedra os servirá de
testimonio.
Ahora bien H.M.: Hubo un día en que el Señor os
introdujo en la tierra bendecida de la religión
tras las largas fatigas de vuestra peregrinación; y
cuando al tomar posesión de esta tierra y para
siempre en nombre de la Iglesia, se os exigió un
juramento de gratitud y de fidelidad al Señor que
así os había privilegiado... Y vosotras, henchido
vuestro pecho de entusiasmo, ofrecisteis ante Jesús
Sacramentado vuestros votos de eterna gratitud...
¡Oh, y con qué sinceridad le ofrecisteis vuestro
corazón! Mejor que los hijos de Israel cuando se
les anunció la vuelta de la cautividad, exclamabais
desde lo mas íntimo de vuestra alffia: ¡olvídeme de
mí antes que olvidarme de ti, Jerusalén santa!
¡Péguese mi paladar a mi lengua antes que
olvidarte, oh, Sión!
La Divina Providencia ha querido que estos
senti- mientos de vuestra alma fuesen renovados
todos los años, conservando, como una piedra de
testimonio la memoria del día en que lo hizo por
vez primera el Patriarca de Asís.
Y él como Josué os señaló el día de vuestra
profesión, en que os aceptaba como hijas, ante la
piedra Cristo Jesús, para que protestarais ante
Jesús vuestra constante fidelidad.
Y hoy en que celebramos el aniversario de la
proclamación solemne de vuestra consagración al
Señor os conjura a que renovéis, no ante un altar
de piedra como Josué, sino ante la piedra: Cristo,
Jesús Sacramentado.
Al realizarlo H.M. ante Jesús, al hacer la
renovación de vuestros votos, es decir, los mismos
votos del P. San Francisco, no puedo menos de
repetiros las palabras del Profeta a los hijos de
Israel para animarles a seguir las pisadas de
Moisés y [?] Mementote petram a qua [?] Recordad la
piedra de donde habéis sido cortados; recordad que
sois hijos de Jacob y de Moisés y que esta gloria
excite vuestra emulación.
Pues bien. Memorate petram: Acordaos también de
la piedra de donde habéis sido cortados: pensad que
sois la generación santa del excelso P. San
Francisco, y que esto estimule los deseos de
hacerlos con el fervor con que aquella alma
benditísima protestó su consagración al Señor. Los
sentimientos de su humildad, de su obediencia, de
sus desprendimientos, de su pureza, y el amor
ardiente que como fuego consumió en holocausto esta
misma consagración.
Y [?] (este altar Jesús) si como él hacéis
vuestra renovación con los mismos sentimientos que
lo hicisteis un día, si al ofrecerlos hoy al P. San
Francisco los hacéis como modelo, protestáis
vuestra eterna fidelidad a las promesas que un día
hicisteis, Jesús será una piedra de testimonio
favorable para vosotras y mejor que a los hijos de
Israel, cumplirá las promesas que os tiene hechas.
El será vuestro Padre, y vosotras seréis sus
hijas, y poseeréis la tierra que os ha prometido.
Y para que podáis conseguir estas bendiciones de
Jesús sobre vuestras almas, pedidle al P. San
Francisco y a la Madre Santa Clara, sus
sentimientos, en particular su espíritu de
contrición y de humildad, diciendo
TORTOSA (PURÍSIMA)
Escritos I, vol. 3.º, doc.
90, págs. 1-4
Purísima.
8 Diciembre 1888
Mis predilectas hijas mías en María Inmaculada:
Al llegar a este [día] memorable; al despetar de
esta mañana todos los años y pensar en ese
movimiento de alegría, de devoción, de santo e
instintivo entusiasmo que se apodera de los
corazones piadosos, al poner el pie en tierra, y
grabarse en mi imaginación la imagen de María, como
si un rocío de gracia se desprendiese de lo alto
para bañar, me recuerda los efluvios de tierna pero
triste devoción, que se apoderaba de las almas
fieles de la antigua Ley, cuando en aquella
dilatada noche de espectación y de esperanza,
recordaba la posible aparición de esa aurora
anunciada, de esa mujer privilegiada, objeto de
tantas esperanzas y deseos, los gemidos que
exhalaban. Pero sobre todo me representó el grito
de entusiasmo con que las almas santas del Limbo
recibirían la nueva, que es posible recibieran por
algún ángel enviado de Dios. ¡Qué himno resonaría
en aquellas bóvedas, hasta entonces tristes y
silenciosas! ¡Cómo saludarían a aquella nueva
Madre, que venía a reparar las desdichas de la
madre primitiva! ¡Cómo se regalaría al apretar,
como en su corazón, a aquella hija querida salida
de su estirpe!
¡Cómo saludarían aquellas almas santas y
piadosas esa aurora, anunciadora del día de su
libertad, la precursora del próximo Sol de gracia y
de justicia, que debía iluminar las tinieblas en
que todavía estaban envueltos!
-----------------------------
Pues mejor grito de entusiasmo puede salir de
nuestros corazones.
Nosotros que saludamos a esta aurora, brotada
sobre el horizonte de la Iglesia.
Nosotros que saludamos esta aurora cuya gracia
original no conocieron ellos en toda su plenitud, y
que nosotros hemos podido saludar como dogma de fe,
lo que no lograron ni siquiera nuestros antepasadas
almas que habitaron este mismo lugar.
Nosotros que debemos a esta aurora que no sólo
anunció nuestras esperanzas, sino que ha sido la
estrella a la cual debemos nuestra vocación y que
nos condujo a este huerto de su posesión.
Día de alegría y de entusiasmo especial para
vosotras, preordenadas desde el día de su aparición
sobre la tierra, para ser a través de los siglos,
honradoras especiales de esta dichosa gracia de esa
aurora inmaculada, en el huerto cerrado que ella
debla escogerse para recibir vuestro culto y
vuestros amores virginales.
Para vosotras que tantos siglos hace fuisteis la
vanguardia anunciadora de este privilegio, cuando
el mundo católico aún fluctuaba en la duda de esta
gracia purísima.
Para todos nosotros, en fin, para los cuales no
sólo es una anunciadora, sino que nos ha traído y
nos conserva (en medio de las nieblas del mundo) a
este Sol de justicia, Jesús sacramentado, para
iluminar nuestras almas, para calentar nuestros
corazones.
Al recibir, pues, una vez, a este Sol divino y
en este día, y eterno de las almas, que nos ha
traído esa aurora, pensando como de,l tálamo de su
corazón en que descansó, se des- prende (entre los
esplendores que la circuyen) este Verbo Divino, Sol
eterno de las almas, para depositarse en el
vuestro, como hijos que sois de esta Madre
Inmaculada, y decidle:
Que llene de luz, de gracia, de gozo y de
alegría a vuestras almas, en este día venturoso.
Que sea el preludio de aquella paz, de aquella
gracia, de aquella gloria que nos aguarda, merced a
la influencia de esta aurora benditísima.
Que sea, en fin, María aurora en nuestras dudas,
temores y perplejidades.
Y en este día de la alegría de María y de la
gracia de Jesús, pedidle:
Que ilumine a tantas almas que están sentadas en
las sombras de la muerte y del pecado, sin percibir
los consuelos de esta fiesta.
Pedidle que sea en este día aurora de esperanza
para el Pontífice, en medio de las tempestades que
le rodean.
Pedidle también que sea de bendiciones para esta
casa, y sea continuadora por medio de las que hayan
de venir, de la alegría de María Inmaculada.
Pedid por vuestros hermanos, un día desprendidos
de vuestra compañía sólo por el honor y la gloria
de María Inmaculada.
Pedid por esas almas queridas, hijas mías, que
hoy descansan en el sueño del sepulcro [?] y que un
día recibían a sus oídos
Para que a los del Limbo llegue copiosa la
eficacia de este día memorable.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
91, págs. 1-4
Fervorín. Purísima.
8 Diciembre 1889
Mis amadas hijas en el Señor: Otra vez al
despertar de este día tan grato a vuestros
corazones, vuelve a resonar también por todo el
mundo aquel eco de aquella palabra de esperanza,
pronunciada allá en el paraíso sobre las ruinas de
la antigua felicidad.
Otra vez aquella palabra divina pronunciada en
el día fatal de nuestra desgracia, viene a
electrizar los corazones piadosos: Ipsa conteret
caput tuum [(Gn 3, l5)].
Palabra sublime que formó la esperanza de las
almas de todas las naciones.
Acorde con esta palabra saborea el mundo
católico no ya la esperanza, sino la realidad de
esta esperanza. Tota pulchra est Maria, et macula,
exclama.
Y la Iglesia nos hace decir con alborozo: Si in
sole posuit tabernaculum suum. En el sol de la
gracia ha puesto el Señor su tabernáculo. Et ipse
tamquam sponsus procedens de thalamo suo, y es él
como esposo saliendo de su tálamo [(Sal 18, 6)].
Tal es la idea culminante que me ocurre en esta
Comunión
En el misterio de su concepción pudo poner en
María complacido, el asiento de su agrado y de su
amor; pudo poner este tabernáculo tan deseado, que
se propuso al querer formar en la humana criatura
para regalo suyo, y que ésta le rechazó.
El quería habitar en la naturaleza humana,
porque sus delicias hubieran sido habitar con los
hijos de los hombres, y no lo había podido
conseguir.
Y en desquite de ese desvío, se fabricó ese
tabernáculo delicioso. Por esto nos dice un santo
Padre, que Dios fabricó contento el mundo para
habitación pasajera del hombre en la tierra, y le
preparó el cielo para habitación sempiterna, pero
que quiso para habitación suya y para sí, formarse
el corazón de su Madre Inmaculada, sol
resplandeciente del divino tabernáculo.
Con razón, pues, nos hace repetir alborozada la
Iglesia: In sole posuit [(Sal 18, 6)]. Hoy es el
día en que al fin puso Dios en ese sol su
tabernáculo.
-------------------------
Mas al anunciar el Profeta en su salmo esta nueva
tan agradable, continúa: Exultavit ut gigas ad
currendam viam: se levantó como gigante para correr
su camino. Et occursus... y su salida y encuentro
hasta lo mas íntimo. Nec est qui se abscondat; no
hay quien no participe de su calor [(Sal 18, 6-7)].
Gracias a ese tabernáculo divino donde pudo el
Señor colocarse sol de santidad y de justicia, se
levanta para correr su camino, y llegar hasta lo
íntimo de nuestros corazones, y convertirlos
también en tabernáculos suyos.
Mediante María y por medio de la filiación que
con ella hemos adquirido, pues hijos suyos somos
por el destino que Dios la dio hemos recuperado el
ser tabernáculos de Jesús que habíamos perdido con
la culpa primera. Por el privilegio de María ha
sido devuelto a nuestras almas el eterno Verbo
amador de los corazones.
Con María y por María se han realizado las
esperanzas antiguas, y la tierra ha dado su fruto,
y et a summo coelo egressio ejus, y desde lo más
alto del cielo su salida, y no hay quien se
esconda, si no quiere, del calor de ese sol divino
[(Sal 18, 17)].
Y si para todos viene mediante María, desde su
solio a ser tabernáculo de las almas, viene de un
modo especial a vosotras, amadas mías, preordenadas
para ser, según el mismo salmista, a rodear y ser
las más próximas a esa turba predestinada del gran
Rey: Adducentur [regi] virgenes post eam [(Sal 44,
15)].
A vosotras a las cuales ha llamado para formar
la grey especial de sus amores, y os ha revestido
de su propio ropaje y librea.
Al celebrar, pues, esta solemnidad de María, sed
tabernáculos dignos de Jesús. Que pueda aposentarse
ese sol de vuestras almas y corazones, purificados
por la influencia de María, y que desde vuestro
tabernáculo derrame gracias abundantes, a la
Iglesia, a las almas todas, para que no haya ni una
que no reciba por vosotras el calor de su gracia en
este día de bendición.
Para merecer, pues, que ese sol divino descienda
hasta lo íntimo de vuestras almas, purificadlas
diciendo la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
92, págs. 1-4
Fervorín
Purísima. Corazón de Jesús.
13 de Junio de 1890
Mis hermanas en el Señor: En medio de las
tristezas y amarguras que experimentaba el profeta
Isaías, aquel varón contemplador y anunciador de
los tormentos de Jesús, el Señor le dejaba ver, en
lontananza, algunos y le pintaba en su imaginación,
y le hacía disfrutar visiones de mucho consuelo.
Por esto al contemplar las riquezas de los días
de la gracia exclamaba: Alégrate, hija de
Jerusalén.
Porque en aquel día, en el día de las gracias:
Haurietis aquas[(Is 12, 3)].
Venid y comprad vino y leche sin plata.
¿Qué debía pasar por la mente del Profeta, que
así se alegraba?
¡Ah! sin duda que el Señor le ofrecía estos días
de la gracia.
Cuando el divino Salvador, allí junto al pozo de
Jacob ofrecía el agua que saltaba hasta la vida
eterna
Por esto, para dejar permanente este agua
instituyó el pozo de la Eucaristía, pozo permanente
de aguas vivas donde pudiera apagar su sed la pobre
humanidad.
Mas: que ni siquiera a esta fuente pensaron
acercarse los áridos corazones, e indignado de
tanto desvío, resolvió derramar todo el torrente de
sus gracias por medio de su corazón, y dar a
conocer la abundancia y la frescura de estas aguas,
y arrancándose el corazón exclamó: He aquí el
corazón...
Yo prometo que derramaré abundantes las gracias
sobre todos los que se acerquen a mí.
Y hoy celebramos este acontecimiento.
Y éste es el día señalado para más abundantes
gracias.
Y el mismo Jesús que habló a la beata Margarita
María es el que está aquí, y te está diciendo:
He...
Al menos, recompénsalo tú con gratitud y
fidelidad, y yo te prometo abundantes gracias para
tu alma y para tu cuerpo en todas tus necesidades,
y harás seguro el camino de la perfección.
Y seré tu consuelo en la hora de la muerte.
Y tu nombre quedará grabado en mi corazón.
---------------------------
¡Oh! ¿cómo no corresponder con sentimientos de fe a
estas promesas de Jesús?
¿Cómo no aprovechar estas disposiciones
amorosas?
Venite, emite absque argento [(Is 55, 1)].
Al conmemorar, pues, esta revelación, poseámonos
de los sentimientos que Jesús quiso que
sintiéramos.
Desagraviémosle con actos de amor y de
reparación las ofensas que se le hacen.
Ofrezcámonos a compartir con él sus
sufrimientos,
Dilatemos nuestro corazón del deseo de amarle.
Y acerquémonos con confianza a obtener las
gracias prometidas, pidiéndole por nosotros y por
todas las necesidades.
Y por los infieles, pecadores.
También por la extensión de su amor.
De este modo será aprovechada esta Comunión en
este día que él señaló para especial desagravio, y
serán abundantes las gracias que nos comunicará.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
93, págs. 1-6
En la Purísima, de Tortosa
Mis hijos e hijas en María Inmaculada: En este
tributo anual que vengo ofreciéndoos, ya desde las
primicias de mis años juveniles en el sacerdocio...
Qué noche tan larga, fría y tenebrosa aquella en
la que el misterioso Amador golpeaba a las puertas
del objeto amado, sin lograr por esto un albergue
que le cobijara.
¡Oh, y cómo representaba el frío que le atería,
y la escarcha y el helado rocío que cala sobre su
cabeza y se cristalizaba en sus cabellos, y no
tenía donde aposentarse!
¡Oh! ¡Cuán amargo debía serle ese sopor y sueño
de la humanidad representada en aquel objeto amado!
¡Oh! ¡Cómo debía ansiar que desaparecieran
aquellas frías tinieblas.
Y he aquí que en aquella noche de tantos siglos
aparecen las primeras claridades de una aurora
jamás vista, y exclama él mismo gozoso: Quae est
ista quae ascendit sicut aurora consurgens...?
¿Cuál es ésta que se levanta adornada con la
belleza de la luna y elegida como un sol? [(Cant 6,
9)].
¿Y por qué lla- ma a esta aurora escogida como
un sol en el mundo de la gracia?
¡Ah! el profeta David nos lo dice entusiasmado:
In sole posuit tabernaculum suum [(Sal 18, 6)].
Porque era la criatura en donde había el Amador de
las almas [de] encontrar la habitación y el
descanso que en vano había buscado a través de
tantos siglos; sol que a los benéficos rayos de su
amor y de su gracia debía calentar del frío de
tantos corazones.
Por esto no se ruboriza, al contemplar a esa
criatura primogénita entre todas las criaturas
humanas, en exclamar: Tota pulchra es María, et
macula non est in te. Y la santa Iglesia,
haciéndose eco de este grito de entusiasmo del
divino Amador a la aparición de esta aurora,
prorrumpe hoy en cánticos de alabanzas y en la
Epístola de este día la hace como juguetear en la
mente de Dios desde toda la eternidad, presidiendo
a todas las obras de sus manos.
Y las almas fieles, dóciles a este júbilo de la
Iglesia y del divino Amador, la saludan con
transportes de entusiasmo, y al despertar de este
día, se postran en tierra para saludar a ese
tabernáculo del Dios vivo, a esa aurora de todas
las esperanzas, a esa Madre venturosa que viene a
reparar las desdichas de la Madre primitiva.
Y por eso vosotras también, y con más glorioso
título proclamado por la Iglesia y reconocido por
los fieles que hoy vienen fervorosos a vuestro
templo, como si para vosotras fuese la fiesta, que
supisteis adivinar aun cuando el mundo católico
fluctuaba en la duda de esta gracia primera,
vosotras podéis muy bien, con santo orgullo,
asociaros a los transportes del Amador de las
almas.
Pero aunque legítima esta alegría, aunque noble
ese entusiasmo por la gloria de vuestra Madre que
mereció ser el tálamo y habitación y el tabernáculo
tanto tiempo deseado, ¿qué bienes nos ha reportado?
¿Qué parte tenemos nosotros en esa gloria, en esas
satisfacciones del misterioso Salomón?
¡Ah! el mismo David, y con igual entusiasmo se
apresura a anunciárnoslo: Et ipse tanquam sponsus
procedens de thalamo suo; exultavit ut gigas ad
currendam viam; et occursus ejus usque ad summun
ejus [(Sal 18, 6-7)]. ¡Ah! sí; desde este
tabernáculo fue desde donde se levantó como Esposo
amoroso de su tálamo, para recorrer su camino, y
este camino fue hasta lo mas íntimo, y en este
camino no se detuvo hasta llegar a lo más íntimo de
la naturaleza, hasta querer llegar a nuestros
pobres corazones. Non est qui se abscondat a calore
ejus [(Sal 18, 7)]. Y no hay quien no pueda
percibir la influencia del calor de ese Esposo que
personalmente, y porque logró recogerse en ese
tabernáculo viene desde allí a albergarse en
nuestro pecho.
De modo que, gracias que encontró ese tálamo
precioso, ese albergue donde pudo entrar con su
humanidad, ha podido venir hasta nosotros. De modo,
que gracias a ese tabernáculo del Dios vivo en
donde puso su morada descendió hasta nuestros
brazos. De modo...
Hermosa idea que si la brevedad de un fervorín
lo permitiera me complacería en desarrollar. De
modo que, por María y sólo por María Inmaculada,
poseemos a Jesús, fruto bendito de su corazón, que
ha sido dado para toda la humanidad.
Con razón, pues, las almas fieles, al saludar
este día como el principio de las gracias de su
Madre santísima, la bendicen como la aurora, el
principio, el origen de la dicha de poseer a Jesús
en sus corazones.
Y si todas las almas pueden bendecir este día
venturoso que les anuncia la elección del tálamo
del esposo eterno
(sigue)
Purísima 1891
de las almas que vendrían desde allí a sus
corazones, con mayor razón, vosotras que habéis
sido conducidas junto a ese Rey en pos de ella:
Adduccentur regi virgines post eam [(Sal 44, 15)]
Mejor que ellas podéis vosotras, que os habéis
cobijado bajo la sombra de vuestra Madre
amantísima, podéis saborear este manjar divino de
las almas, y exclamar como el otro: sub umbra
illius... [(Cant 2, 3)].
Saboread, pues, en vuestra alma este fruto,
Cristo Jesús sacramentado; y al hacerlo, y al
pedirle gracias abundantes para vuestras almas y
que sea vuestro alimento en la vida, en la muerte y
en la eternidad, no olvidéis pedirle por la
intercesión de vuestra Madre gracias abundantes
para todos los demás. Que oiga los ruegos del Sumo
Pontífice, y sea para él y para la Iglesia este día
la aurora que anuncie los días bonancibles, y que
tanto pide, y disipe las tinieblas que van
cubriendo el mundo por los manejos de la masonería.
Pedid por nuestra España católica tan olvidada
en sus hijos, y combatida por tantos vientos, que
hoy sólo puede tener esperanza en María Inmaculada,
su Patrona.
Pedid por esta vuestra comunidad, para que
siempre pueda ser digna de las complacencias de
vuestra Madre santísima.
Pedid por vuestras hermanas e hijas de Benicarló
para que continúe allí, en la nueva casa, el fervor
que las anima, y puedan ser una gloria para vuestra
santa Institución.
Y ya que el Señor me hace la gracia de ofreceros
aquí, en este día, con el júbilo de mi corazón hace
tantos años, desde los primeros fervores
sacerdotales, este pequeño tributo aconsejando a
vosotras y a otras almas queridísimas que ya no
existen y duermen en este santo lugar, pedidle a
Jesús por mí, y que bendiga la obra de reparación
que ha puesto en nuestras manos, que nos conceda
las gracias no obtenidas y que ya el año anterior
le pedía desde la Ciudad Eterna, de donde os
saludaba y os recordaba; pedid por vuestros
difuntos y por los de Benicarló, para que sea día
de bendición y de gracias, a fin de que, como dice
la Iglesia, al terminar la Nona lección del rezo de
hoy, podamos cum laetitia et exultatione, [pasar]
ésta y demás festividades [(Sal 44, 16)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
94, págs. 1-3
Convento de la Purísima. 1896
Mis hijas en el Señor: ¡Qué momento de gozosa
inspiración fue aquel en que la Virgen Santísima al
oírse saludar por santa Isabel, entona aquel
cántico de admirable [?] y siempre nuevo, que
entraña los sentimientos de altísima gratitud y de
profundísima humildad!
Ecce ex hoc beatam me dicent omnes generationes
[(Lc 1, 48)].
Aunque no tuviéramos otra prueba de la divinidad
de nuestra religión que esta humilde y tierna
profesión, sería bastante para confundir a la
impiedad. Una humilde jovencita profiere estas
palabras en un rincón de la Judea, y los
Evangelistas las lanzan a la publicidad, sin temor
a ser desmentida aquella palabra, como retando al
mundo, ni exponerse a sus burlas.
Ecce enim ex hoc beatam me dicent...
¡Oh, si al aparecer a la luz de la vida, en el
primer instante de su concepción, adornada de todas
las gracias, dotada de razón, unida a su Dios con
amor inefable, hubiese podido preveer en su
humildad los altísimos designios de Dios sobre
ella! Hubiese podido proferir ya esta palabra:
Beatam me dicent omnes generationes. Por este
momento feliz, por la gracia de este [?] el
Espíritu Santo la pronunció de ella.
Y esta profecía se realiza.
Y al despuntar la aurora de este día, un grito
de entusiasmo resuena por todas partes, y un
concierto armonioso de voces se levanta por todos
los ámbitos de la tierra, y lo mismo bajo las
bóvedas del Vaticano y en las suntuosas catedrales
de Europa, como en las humildes capillas católicas
levantadas por la mano del misionero en los
desiertos de África y bajo los árboles de la
América, se oye el eco de la gozosa palabra:
Immaculata conceptio est hodie.
Y las almas piadosas
Tota pulchra est Maria.
Y si todos pueden hoy prorrumpir con santo
entusiasmo este saludo, vosotras de un modo
especial, como escogidas para estar alrededor del
trono de esa hija del Rey.
Vosotras que habéis sido llamadas por vuestra
profesión y con vuestro hábito y libres a ser las
anunciadoras vivientes de este privilegio.
Nosotros, que arrastrados tras los olores de
sus ungüentos, hemos sabido consagrarle nuestra
alma, vida y corazón.
Otra vez
¡Bendito sea el Señor, que os permite celebrar
otra vez la principal fiesta de esta casa! ¡Bendito
sea el Señor, que en sus continuadas bondades nos
concede el consuelo de asociarnos a vuestros
cánticos, y saludar con gozo la aurora de este día!
¿Qué debemos hacer, pues, y sobre todo en este
momento de la sagrada Comunión?
¡Ah! Ofrecerle el saludo gozoso y los
sentimientos de gratitud de Isabel: Benedicta tu in
mulieribus, et benedictus fructus ventris tui. Unde
hoc mihi? [(Lc 1, 42-43)].
Benedicta tu in mulieribus: Cantos de alabanza a
María, escogida entre todas las criaturas
racionales, y aun posibles, en el brillo y los
esplendores de su gracia original; afectos de
gratitud, por habernos merecido para nosotros el
fruto bendito de su corazón virginal, porque sólo
ella y por ella hemos obtenido ese fruto bendito
único que puede llenar nuestro corazón y saciarlo y
darle la salud.
Unde hoc mihi: ¿de dónde esto a mí? Isabel
saludaba ese fruto divino escondido en el
tabernáculo de María, y esto solo, la exhuberancia
de gozo, la transportaba en éxtasis de
reconocimiento y de humildad.
Nosotros recibimos ese fruto de María para
saborearlo con nuestro paladar, para alimentarnos
con él, para poderlo apretar en nuestro propio
corazón. Unde hoc mihi? Estos sentimientos de
humildad, de alabanza, de reconocimiento, de
alegría, son los que debemos depositar a los pies
de Jesús, ante su Madre Inmaculada en este día de
su gloria,
Y al recibir de su mano a Jesús, entre el brillo
y los esplendores de su gracia original, pedidle
que os llene de fervor y de las disposiciones
necesarias para sabo- rear con provecho este
alimento saludable destinado para la sanidad de las
gentes, haciéndole protestas de fidelidad, de
devoción, para continuar siendo hijas verdaderas de
su corazón.
Y pedidle a Jesús de un modo particular en esta
Comunión por nuestra pobrecita España, defensora
secular de este privilegio de María, que la aclama
y ha aclamado siempre su Patrona, para que la
devuelva la unidad perdida de su fe, y ahuyente la
fiera del protestantismo y de la impiedad, que
quieren manchar con su inmunda baba-la belleza de
María.
Pedid y asociaros en este día a las rogativas de
tantas Diócesis, que piden la terminación de esas
guerras ultramarinas promovidas por la masonería,
exclusivamente para humillar y empobrecer a España,
por ser todavía católica; y por aquellos pobres
soldados españoles, que en aquellas lejanas
tierras, separados de sus familias están exhalando
su último suspiro en los campos de batalla o en los
hospitales sin poder recibir a Jesús sacramentado
por la índole de aquellas enfermedades.
Y pedid, y ¿cómo no? ya que la Virgen es la
copatrona de nuestra Obra y de todos los colegios
de vocaciones, una bendición para ellos en este
día, y la especial de poder plantar una tienda de
la obra en la otra parte de los mares, y puedan los
futuros elegidos dar gloria a Dios cobijados bajo
el manto de la Virgen Inmaculada.
Para obtener estas gracias dispongamos nuestro
corazón con afectos de fe, amor y contrición
diciendo:
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
95, págs. 1-2
Dios había colocado en el paraíso un fruto de
vida, un árbol de vida, cuyo fruto símbolo de la
dicha... servía para la inmortalidad.
Desde el momento en que
Desde entonces la felicidad había desaparecido
de la tierra porque no tenía el fruto, símbolo de
la unión con Dios.
Mas Adán recordaba el anuncio que se le había
dado de una nueva Eva de felicidad.
Los ecos de aquellas promesas, de otro día
Y yo veo al [?] Adán en aquella prolongada noche
de desdichas.
Yo veo a Jacob.
Yo veo a los Profetas
Y este [día] amaneció; y nosotros tenemos la
dicha de saludar la aurora.
Y que esta santa [?] las almas piadosas al
despertar de su mañana, y por la tarde repetían,
saludaban a la aurora de este día.
Y vosotros de un modo especial, que estáis
consagradas a honrar el momento de su aurora, la
saludaréis con el gozo de vuestro corazon.
Bendito sea el Señor.
Mas aquello no era más
Faltaba un árbol que debla producir,
¡Oh! Sí, esa mujer era el árbol divino de cuyo
seno brotaría Cristo Jesús.
Tanto es así, que el amoroso amante de los
Cánticos: sub umbra illius [(Cant 2, 3)].
Ella era la que debla dar savia a este fruto.
De modo que a María debemos el tener a Jesús.
Caro Christi, caro Mariae.
De modo que este fruto que venís a recibir
sacramentado es el fruto debido a nuestra Madre
amante.
Al saborearle, pues, fijad una mirada en María,
y al contemplarle entre el [?] dadle gracias, y
pedidle que os dé a saborear este fruto.
Que sabe los deseos de vuestro corazón.
Que al saborearle se os haga insípido lo que no
sea Jesús, que alimenta vuestros corazones y
vuestros pensamientos.
Que os permita el celebrar este
TORTOSA (TERESIANAS)
Escritos I, vol. 3.º, doc.
96, págs. 1-8
Bodas de plata de la Archicofradía de Santa Teresa.
San Antonio.
Octubre 1898.
Mis hermanas en el Señor: Invitado a asociarme a
vuestra fiesta y en este día de feliz recordación,
por celebrarse el 25 aniversario de la instalación
de vuestra Archicofradía, ¿qué idea podré ofreceros
yo que sea propia de la fiesta que celebráis, para
prepararos a la sagrada Comunión?
Yo podré deciros: Mementote.
Al recibir ayer el hermoso oficio de vuestra
Santa, entre las bellas flores que la Iglesia le
aplica del libro de los Cánticos, no sabía cuál
escoger, no sabía en cuál de ellas detenerse mi
imaginación; en aquel Introduxit me in cellam
vinariam; sub umbra illius quem desideraveram
[sedi] [(Cant 2, 3-4)], porque todos me parecían
apropiados.
Y ora se fijaba mi mente en aquéllos, como si
las dijese a vosotras en aquel fulcite me floribus,
stipate me malis [(Cant 2, 5)], rodeadme de flores,
[?] con manzanas, porque muero de amor.
Y en aquel induit me Dominus vestimentis
salutis, et tamquam sponsam decoravit me corona
[(Is 61, 10)]. Venid a mí, porque el Señor me ha
cubierto con vestidos de salud y como a esposa me
ha decorado con corona, porque como a esposa
verdadera cele por su honor.
Y aquel florete flores quasi lilium; et date
olorem, et frondete in gratiam [(Eclo 39, l9)] como
si ella lo quisiere aplicar a vosotras, floreced
flores como el lirio, y dad olor... y en gracia.
Pero en medio de este místico jardín de glorias
y de alabanzas, no puede menos de fijarse mi
imaginacion en aquel hermosísimo pasaje: Sub umbra
illius quem desideraveram sedi... [(Cant 2, 3)].
Laetare, laetare, quoniam benedixit filiis tuis...
et adipe frumenti satiat te [(Sal 147, 13-14)].
Y, ciertamente, asociadas: Hace 25 años que
allí, en ese modesto altar se plantó el árbol de
vuestra Asociación. Siete jóvenes distinguidas por
su piedad, dos de las cuales hijas de mi corazón
están hoy al frente de diferentes monasterios,
fueron las primeras en cobijarse y sentarse a la
sombra de este árbol de Teresa de Jesús... y este
árbol fue extendiendo sus ramas, y ha traspasado
las fronteras, y creciendo sus ramas han sido
trasplantadas a la otra parte de los mares, y a su
sombra han venido a sentarse miles de jóvenes de
vuestro sexo para librarse en medio de los Peligros
de los rayos ardorosos del siglo y a sustentarse
del alimento de doctrina de Teresa de Jesús, como
nos lo pide la Iglesia en la oración de la Santa.
Y un cántico armonioso de voces
Laetare, Teresia; alégrate, Teresa, porque el
Señor ha bendecido tus hijos en ti.
Y ¿cómo no recordarlo también, amadas
Teresianas? El día que ofrecisteis la sagrada
primera Comunión, en esta misma fiesta os dirigía
la palabra en este mismo sitio, y me asociaba a
vuestra fiesta; y en el mismo ano, pocos meses
antes, y en días aciagos germinaba también
silencioso un grano de mostaza, brotado del Corazón
de Jesús, que debía extender sus ramas para
cobijarse y formar en la piedad a la verdadera
juventud eclesiástica y de una de sus ramas va a
ser trasplantada, en este mismo mes, a la otra
parte de los mares, para encontrarse otra vez (en
este aniversario) los hijos de San José con las
hijas de Teresa de Jesús.
¿Cómo no asociarnos, pues, a vuestros recuerdos
y dirigiros una felicitación en estas vuestras
bodas de plata, por haberos querido sentar como el
Amador de los Cánticos a la sombra de este árbol de
Teresa de Jesús, por medio de vuestra asociación?
¿Cómo no ser esta fiesta un tributo de acción de
gracias?
Alégrate, Teresa, porque el Señor ha bendecido
tus hijos en ti.
Pero añade el historiador sagrado: et fructus
ejus dulcis gutturi meo, et adipe frumenti satiat
te [(Cant 2, 3; Sal 147, 14)].
Porque su fruto es dulce a mi paladar, y me
sacia con la flor del trigo más exquisito.
¡Oh! no puedo recordaros los frutos deliciosos
que habéis podido percibir. A la sombra de este
árbol habéis saboreado los frutos de doctrina
celestial de los escritos de Teresa, con que la
santa Iglesia pide nos alimentemos: coelestis ejus
doctrinae pabulo nutriamur, que os eran
desconocidos.
Aquí os habéis alimentado con la práctica de la
Aquí, a la sombra de este árbol, en esta
asociación, habéis aprendido a saborear el fruto
bendito del seno de María.
Y en este día debéis decirle, et
¿Qué debéis hacer, y qué obligaciones os impone
por haber dado vuestro nombre y haberos alistado a
las filas de Teresa de Jesús?
¡Oh, qué vasto campo de consideraciones se
ofrece a la imaginación, y que no me es dado
recorrer ni presentar a vuestra vista y a vuestra
piedad!
En este día debéis renovar de un modo
particular, ante Jesús sacramentado, las promesas
que hicisteis el día de vuestro ingreso a la
Asociación, de renunciar al mundo, sus pompas y
vanidades, y exclamar como la Santa: Regnum mundi:
el reino del mundo y los falsos ornamentos del
siglo he despreciado por el amor de mi Señor
Jesucristo.
¡Oh! Os repetirá de un modo especial Jesús a
vuestro pecho, como a la Santa: Surge, propera,
amica mea [(Cant 2, 10)], alma amiga a mayor
perfección, por medio del cumplimiento de tus
deberes piadosos, del cumplimiento fiel de las
prescripciones de tu reglamento.
Hoy, en esta Comunión, te recordará la Santa el
espíritu de celo, que fue su distintivo y que la
hacía repetir: Zelo zelata sum pro honore sponsi
mei, Jesuchristi; y quiere que le ofrezcáis a Jesús
propósitos de santificar cuanto haya en vuestro
alrededor, en las varias circunstancias de la vida
en que el Señor os colocare.
Hoy, cual nunca, debéis decir a vuestra Santa:
trahe nos post te; tráenos en pos de ti, y
correremos al olor de tus virtudes.
Hoy cual nunca debéis decirle a Jesús, como la
Santa: Mi Amado para mí, y yo toda para mi Amado.
Si estos sentimientos ofrecéis a Jesús, esta
Comunión será el mejor tributo de acción de
gracias, en estas bodas de plata que celebráis de
vuestra piadosa Asociación, y prenda de otras
muchas, que el Señor en sus designios de amor
quiera concederos.
Pedidle gracias abundantes por la intercesión de
la Santa, para vosotras y vuestras familias y para
las almas.
Pedidle por las necesidades de esta nuestra
Patria infortunada, agobiada, por tantos quebrantos
por los manejos de las sectas impías, y
Recordad a la Santa, que es su Patrona, por cuyo
bienestar tanto trabajó y tantos suspiros exhaló
para arrojar de ella la fiera pésima de la herejía
protestante.
Conjurad al Corazón de Jesús y decidle que no
debe perecer esta tierra, que a pesar de la
infidelidad de sus hijos pudo producir esa planta
olorosa y tan grata a sus ojos, de la cual dijo que
si no hubiese criado el mundo, por ella sólo lo
creara. Que las humillaciones actuales se
conviertan en remedio para la gloria de Dios y bien
de nuestra Patria.
Pedidle por esta nuestra ciudad pecadora, para
que se destierren de ella los vicios, en particular
el de la blasfemia, procurando ser vosotras, en el
seno de las familias vuestras, la levadura suave y
silenciosa que la restaure con la piedad.
Pedidle, y como un recuerdo de gratitud, por el
celoso fundador de esta Obra, compañero mío en
nuestros primeros trabajos sacerdotales, que no ha
podido celebrar este aniversario sobre la tierra,
pero que desde el cielo contemplará el fruto de sus
afanes. Rogad por aquellos venerables sacerdotes D.
[?] y el Sr. [?] y otros que tanto interés
tuvieron.
Pedidle por todas las asociadas difuntas
formando con ellas un lazo de sempiterno cariño, y
sea así día de consuelos para todos, todos nosotros
y todas las almas.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
97, págs. 1-2
Colegio de Santa Teresa.
Tortosa. 27 de Enero de 1901
¡Qué noche fría! ¡Y se retiró a Nazaret! Único
abrigo grato, reducido abrigo, única estancia en la
que pudo encontrar pobre, pero agradable reposo.
Pero él debía cumplir su misión y predicar su
doctrina y ofrecerse víctima; y durante los días de
su predicación daba el viento estas palabras: Las
zorras tienen guarida, y las avecillas sus nidos,
pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su
cabeza, y sólo alguna que otra alma piadosa, como
María, le ofrecen su hospedaje cariñoso.
Y para resarcirse de tantos años de soledad y de
separación de las almas, y para penetrar mejor
hasta dentro del corazón del hombre objeto de sus
deseos
Y de aquí, que está golpeando a las puertas de
vuestro corazón y os repite como allá en los
Cánticos: Aperi mihi, alma mía, porque siento el
frío de la indiferencia de tantos corazones [(Cant
5, 2)].
¡Y hay tantos que no piensan en Mí! ¡Y hay
tantos que me persiguen!
¡Oh! ¡Cómo no abrirle y ofrecerle el alberque de
nuestro corazón! ¡Cómo no formar dentro de él un
Nazaret agradable!
¡Oh! Sí, ofrecedle en él un Nazaret agradable.
Decidle que aquí, y unidos a él, os despediréis
de todos los ruidos del mundo para no pensar ni
conversar sino con él; que os desentenderéis de
todos los afectos que puedan estorbar su presencia;
que rechazaréis todos los amores que puedan
separaros del suyo; que aquí, dentro de vuestro
pecho, le repararéis con vuestra devoción del frío
de tantos corazones.
Que a ejemplo de su divina Madre y de San José
no trabajaréis sino para su gloria y seguir sus
inspiraciones, y le besaréis las manos con
frecuencia, con afectos de ternura, y le
alimentaréis con afectos de compasión, y con
protestas de no separaros jamás de él, cualesquiera
que sean las circunstancias de la vida y os
ofreceréis a seguir sus pasos, y le ofreceréis
vuestras tareas, vuestros estudios, vuestros
trabajos y hasta las tristezas y tribulaciones, que
quiera enviaros.
Si así le abrís las puertas de vuestro corazón,
y estos propósitos le ofrecéis, él aceptará el
ofrecimiento y dará por bien empleado el sacrificio
de estar aquí, en la Eucaristía, para poder merecer
vuestro albergue, y habitar gustoso en este Nazaret
de vuestra alma, y os concederá cuanto le pidáis (y
María que, se complace en la mansión de Jesús, os
dará cuanto le pidáis). Pedidle por María y por
José, que no permita que le abandonéis, que sea
vuestro consuelo en todas las ocasiones.
Que bendiga las familias para que en todas ellas
habite Jesús, para que de esta manera,
santificándose las familias, reine Jesús en la
sociedad, y sea el siglo que empieza el siglo del
amor a Jesús, y se cumplan sus deseos de albergarse
en todas las almas.
Como gracia especial, que pidamos levantarle
aquí, en esta ciudad piadosa, una casita
eucarística de Reparación a su amor sacramentado,
en donde unas cuantas almas le bendigan día y
noche.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
98, págs. 1-4
Tortosa. Noviciado de Santa Teresa.
22 de Junio de 1901
Alégrate Jerusalén
Porque ya lo sabéis: Hace algunos años que ahí
en un punto inmediato se levantó la primera capilla
y el primer altar para satisfacer la devoción, y
formar el espíritu de las primeras jóvenes, al
acento de una voz que las llamaba a pelear las
batallas del Señor, en el campo de la juventud
femenil venían a cobijarse bajo el manto de Santa
Teresa de Jesús.
Y allí, a los pies de Jesús, fue germinando el
grano de mostaza que debía convertirse en árbol, en
cuyas ramas debían anidar otras almas de la
juventud femenil, y guarecerse en medio de los
ardores del siglo y del vendaval del mundo.
Pero aquello era poco para la empresa. Y
obligadas por circunstancias especiales, Jesús
quiso os movieseis a pensar en local más espacioso
en donde con más holgura se ensancharan las alas de
vuestros alientos y tuviera mejor albergue Jesús.
Y así como la golondrina repite y renueva
siempre su nido en el lugar de los primeros amores,
así no os quisisteis separar de estos sitios de
tantos recuerdos, y de tantos suspiros y de tantas
esperanzas. Recuerdo en este momento, así como
Jacob en medio del desierto y en aquella noche
fatigosa en que el Señor le manifestó aquella
escala misteriosa, tomó, al despertar, la piedra
que le había servido de cabecera y exclamó: Si cum
salute et pace [(Gn 28, 21)], fueses conmigo en el
camino que ando, y con salud y paz volviese a este
lugar, esta piedra que servirá de señal, y os
levantaré aquí un altar, así en los ensueños de
vuestra piedad, ofrecisteis al Señor levantarle un
monumento que fuese la expresión de vuestra
gratitud.
Y aquellos ensueños se realizaron, et cum salute
et pace [(Gn 28, 21)] el Señor os ha introducido en
este nuevo nido de sus amores y de los vuestros; y
la visión de Isaías ha tenido su cumplimiento. Y lo
que antes era un campo silencioso y solitario, se
ha convertido en lugar de delicias, y el Señor ha
hecho aportar ayer la gloria de las gentes, y
Prelados venidos de lejanas tierras, y sacerdotes
distinguidos, y la piedad y la nobleza, anudados en
concierto armonioso, han venido a darse cita en
este antes olvidado y solitario [campo], en estos
días en que el Señor ha querido poner su habitación
en medio de vosotros.
Quid retribuam Domino? ¿Qué le daréis al Señor?
Bien podéis con David exclamar, ¿qué le daréis al
Señor por tantas gracias recibidas? [(Sal 115,
l2)].
Bien podéis como él decir: dirupisti vincula
mea, habéis roto mis ataduras y le sacrificaremos
hostias de alabanza [(Sal 115, 16)]. Bien hacéis en
cumplir vuestros votos y promesas, y como él los
habéis cumplido estos días con estos cultos, in
conspectu omnis populi ejus, y en medio de los
atrios del Señor [(Sal 115, 18)].
Sea, pues, esta Comunión también conclusión de
vuestro tributo de acción de gracias por haber el
Señor llenado vuestros deseos y puesto su corazón
en medio de vosotras.
Pero concluye Isaías en su hermoso cántico:
Notas facite in populis adinventiones ejus [(Is 12,
4)]. En aquel día en que sacaréis agua con gozo de
las fuentes del Salvador, dad a conocer a los
pueblos sus [hallazgos], anunciadlo a toda la
tierra.
Al ofrecer estas Comuniones en acción de
gracias, que vayan acompañadas de propósitos de
correspondencia a los fines de vuestra vocación; de
que daréis a conocer las adinventiones de su
corazón a las almas que el Señor quiera confiar a
vuestra solicitud y a vuestros cuidados y fatigas.
Prometedle que invocaréis y anunciaréis su nombre
en toda la tierra, y que celaréis la gloria de este
nombre con vuestra palabra y vuestro ejemplo en
cualquier circunstancia que él quiera colocaros.
Que seáis con vuestra devoción y vuestros
sacrificios verdaderos reparadores de su corazón
olvidado y ultrajado, aunque para [ello] sea
preciso el sacrificio de vuestra salud y aun de
vuestra vida.
Y si estos sentimientos le ofrecéis y selláis
con ellos su corazón, no sólo aceptará estos
tributos de gratitud que le tributáis, sino que
sacaréis con gozo aguas abundantes de las fuentes
abundantes del Corazón de Jesús que él ha colocado
en medio de vosotros, y os concederá cuanto le
pidáis; y caerán abundantes sobre todas las almas
que después de vosotras vendrán aquí, sedientas de
santificación a consagrarse a Dios y a formarse en
la escuela de su corazón.
Pedidle que sedientas de estas aguas de fervor y
de devoción, que aquí el Señor derramará sobre
ellas, puedan ser aportadas luego a todos los
campos, viñas y jardines de la Iglesia y sea así
multiplicada la gloria de su corazón en todas
partes.
Pedidle que, así como os habéis reunido al
brillo de estas solemnidades, podáis repetir estas
reuniones para vuestros tributos de acción de
gracias.
Pedid, en fin, por tantos seres queridos
muertos, que se os hubiesen recomendado estos días,
que no han podido asociarse a estas alegres
solemnidades, pero que desde el cielo contemplarán
sonrientes, y se complacerán en vuestras alegrías y
vuestra devoción.
Y una gracia especial me atrevo a recomendaros,
ya que me habéis obligado sin casi poder tomar
parte en vuestra fiesta. Y es la realización de un
proyecto de Reparación al Corazón de Jesús
sacramentado de exposiciones continuas y repartidas
entre las parroquias de la Diócesis, a fin de que
las almas buenas formen un concierto de amor y
reparación a Jesús sacramentado y puedan obtener
gracias y bendiciones en favor de nuestra pobre
España [?] y tribulaciones que nos amenazan.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
99, págs. 1-2
Alégrate, Jerusalén: Salta de gozo, hija de
Sión: He aquí que vengo y habitaré en medio de ti,
dice el Señor. Alegraos con Jerusalén todos los que
la amáis y lloráis sobre ella, porque el Señor
declinará sobre ella toda la gloria de las gentes y
lo que antes era árido se convertirá en huerto
delicioso, y florecerá el lirio en la soledad.
Y en aquel día: haurietis [(Is 12, 3)].
Así exclamaba, amados míos, el profeta Isaías al
mirar en lontananza y en su inspirada imaginación
la futura grandeza de su querida Jerusalén, en los
días de la gracia.
¡Oh! ¿Qué debía pasar en la mente del Profeta
cuando así saludaba con tanto entusiasmo esos días
venturosos?
¡Oh! Sin duda que en su inspirada imaginación se
le representaba alguno de esos actos que estamos
presenciando.
Y ¿cómo no? Si el mismo Isaías en su famoso
cántico, y continuando la misma idea, repetía: Sí,
si es él mismo; miradle, es mi Salvador. En aquel
día, en el día de la gracia, haurietis aquas,
sacaréis aguas con gozo de las fuentes del
Salvador, cuando el santo de Israel pondrá su
habitación en medio de ti.
Con justa razón, pues, puedo deciros yo en este
momento: Exulta et lauda, habitatio Sion [(Is 12,
6)], porque los deseos del Profeta tienen hoy en
vosotros su cumplimiento. El Santo de Israel va a
poner entre vosotros su corazón adorable.
Regocíjate y alaba al Señor, porque ya está en
medio de ti el Santo de Israel. Descansaré ante él
con confianza y no temeré.
Bendito sea el Señor que ha querido su
habitación en medio de nosotros. Fiducialiter [(Is
12, 2)]. Yo habitaré con confianza.
Y de este corazón brotarán fuentes de aguas
vivas para salud de las gentes; y producirán flores
y frutos de piedad en los antes áridos corazones, y
las almas descansarán con confianza y sin temor a
la sombra de su adorable corazón.
Bendito sea el Señor, amados míos, que tan
amorosamente quiere venir a poner su habitación en
medio de nosotros.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
100, págs. 1-2
Si sois fieles, haurietis aquas [(Is 12, 3)].
Me ocurre en este momento aquel pasaje del
Génesis, cuando el pobrecito Jacob, obligado a ir a
la Mesopotamia, fatigado en medio del desierto en
la primera noche de su jornada, y apenas había
cerrado los ojos del cuerpo, Dios le abre los ojos
del alma, y vio aquella escala misteriosa, y oyó
las bendiciones de Dios; y al despertar, tomando la
piedra que le había servido de cabecera, ¡oh! si
cum salute et pace; al volver te levantaré aquí un
altar y esta piedra será la señal [(Gn 28, 21)].
En los [?] de vuestra piedad y en las fatigas de
vuestro camino ofrecisteis levantarle un monumento
que atestiguase y fuese la expresión de vuestra
gratitud.
Y estos
Pero aquello era poco para la empresa y para los
designios de Dios, y aunque obligadas por
circunstancias especiales os resolvisteis a pensar
y construir
Porque ya lo sabéis. Hace unos años que ahí, en
un punto inmediato se levantó la primera capilla, y
en campo solitario también, para satisfacer la
devoción...
Y de ahí han brotado...
La extensión de este árbol
Circunstancias especiales os impulsaron, os
movieron a pensar en lugar más espacioso, en donde
con más holgura.
Y como el águila que no abandona la peña en
donde puso sus primeros nidos, quisisteis no
separaros de este lugar.
Y dijisteis como Jacob: Si cum salute et pace.
Si realizáis mis propósitos, esta piedra será señal
y os levantaremos un altar [(Gn 28, 21)].
Y lo que antes era local solitario...
Y ha [?] la gloria de las gentes, y cánticos de
oraciones y de acción de gracias.
Y el Señor ha venido a poner su habitación en
medio de ti.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
101, págs. 1-3
Tortosa, a 6 de Junio de 1902.
A las de Primera Comunión del Colegio
de la Compañía de Santa Teresa.
Mis amadas e hijas en el Señor: ¿Qué idea os
podré sugerir yo para preparar vuestro corazón a la
sagrada Comunión, en particular a las que por vez
primera deben albergarle en su alma, y en este día,
precisamente, de grata festividad, de la fiesta del
Sagrado Corazón?
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje de
San Lucas, cuando el divino y amante Redentor
Jesús, dirigiéndose a Jerusalén por última vez, la
víspera de su Pasión, envió a dos de sus
discípulos, y les dice: Id, id...
Y cuando al llegar allí, a la caída [de la
tarde], y reunir cabe si a sus amados discípulos,
exclama con misterioso acento, y con toda efusión:
desiderio desideravi... [(Lc 22, 15)] ¡Oh, y cuánto
he deseado celebrar esta última Pascua con
vosotros!
¡Oh! ¿por qué, Señor? Vide Plática Onda, hasta
"Bendito sea Jesús". Luego: ¡Oh! si hubiéramos
estado allí entonces. Plática San Felipe hasta: qué
dicha hubiera sido la nuestra.
Y si hubiéramos tenido esta dicha de presenciar
aquella escena, y el Señor se hubiese fijado en una
de vosotras, y os hubiese llamado cerca de sí, y os
hubiese dicho: Plática San Felipe.
Pues esto que no nos hubiéramos atrevido... S.
Felipe.
Pero ¡ah! que la fiesta de hoy me recuerda otra
idea. A pesar de esa dignación, de esa entrega de
su cuerpo, el mundo no ha querido agradecérselo.
Así como en su primera [venida] al mundo, como
nos dice San Juan, vino a los suyos, y los suyos no
le recibieron, y tuvo que cobijarse en una
abandonada portalada, así en su estancia
sacramental, pasan ante él las generaciones, sin
darle una mirada de agradecimiento. Y no pudiéndolo
soportar, hoy celebramos el día en que arrancándose
el corazón del pecho, lo muestra a una alma
distinguida, y la dice: He aquí el corazón que
tanto ha amado a los hombres, quedándose en su
compañía, y que, sin embargo, no recibe más que
ingratitudes-; sepas al menos, tú, repararme con tu
amor.
Y éste es el grito que dirige a cada uno de
vosotros. ¡Oh! sí, en medio de la frialdad de
tantas otras almas redimidas con su sangre, tal vez
unidas a vosotras, reparadme vosotros con vuestro
afecto y con vuestro amor.
¿Qué le diréis, pues, a Jesús, al querer venir a
vuestro corazón? Pues lo que le hubierais dicho
allí, en aquel acto con que quiso dejarse
sacramentado.
Le hubierais prometido no olvidaros jamás de él;
recibirle siempre con fe y fervor; [que] os
compadeceríais de su soledad y olvido de las almas;
que trabajaríais por su gloria y por el bien de las
almas; que seguiríais en todo sus divinas
inspiraciones; le hubierais dicho, con los
Apóstoles: Nos usque ad mortem ibimus.
Si estos sentimientos le ofrecéis, Jesús dará
por bien empleada su estancia sacramental sobre la
tierra, y os concederá cuanto le pidáis, sobre todo
las que le recibís por primera vez.
Pedidle, pues, que tome hoy posesión de vuestro
corazón, de vuestras potencias, de vuestros
sentidos; que guíe en todo los pasos de vuestra
juventud.
Que selle, Jesús sacramentado, vuestros
propósitos y vuestra consagración, y sea el acto de
este día prenda de vuestra predestinación.
Pedid por vuestros padres, que hoy os contemplan
gozosos como retoños de olivo, y miran estos actos
como una empresa a sus desvelos.
Pedid por España y por esta ciudad, y para que
pueda ser ella centro de amor y reparación a Jesús
sacramentado de parte de muchas almas.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
102, págs. 1-4
Teresianas de Tortosa.
Fiesta de la Sagrada Familia.
Año 1894
Mis hijas en el Señor: Trasladaos con el
pensamiento allá a la pequeña ciudad de Judea,
llamada Nazaret, en las primeras horas de un día
[de] Enero. Todo está en silencio todavía. Entremos
por aquellas desiertas calles, y conducidos por una
persona práctica y conocida, detengámonos en una de
apariencia humilde, y entremos en ella, y cerrada
la puerta, somos entrados por un corredor allá en
el fondo de una pequena pero limpia habitación
recogida, iluminada por una lámpara, y allí nos es
dado contemplar a tres personajes que están
ofreciendo a Dios las primicias de aquel día. Es la
Sagrada Familia que está ofreciendo al Eterno Padre
las primicias de aquel día, en medio del olvido en
que el mundo todo le tiene. San José abismado en
humilde y fervorosa contemplación; la Virgen
teniendo a Jesús en los brazos lo eleva al Eterno
como víctima, y para obtener bendiciones en favor
del mundo pecador. Los ángeles mirando desde lo
alto juntan las manos de asombro. El Padre Eterno
desde el cielo pone su vista.
¡Oh! al contemplar aquel cuadro tiernísimo,
aquella celestial estancia. ¡Oh! sin duda
hubiéramos caído de rodillas, en el dintel de la
habitación, sin atrevernos a pasar adelante,
gozosos de poder ser espectadores de aquella santa
visión.
Y si entonces la Virgen Santísima viendo nuestra
timidez, nos hubiese hecho señas para que nos
acercásemos, y alargando sus bra- zos ofreciendo
depositar en los nuestros a Jesús, que nos dirige
una mirada intensísima de amor y de cariño, y tal
vez asomándole una lagrimita impulsada por el dolor
de su amoroso corazón, ¡oh! ¿quién hubiera podido
resistir tanta dicha?
Tener en nuestro regazo al Hijo del Eterno,
hecho carne, vestido con nuestra humanidad, aquel
que fue objeto de los suspiros de tantos Patriarcas
y de tan distinguidas matronas de la antigua Ley;
el Deseado de los collados eternos, Príncipe de la
Paz; besar aquellas mejillas que son el encanto de
los serafines, y aquella boca que forma la alegría
de los cielos, y aquellas manos tiernas que un día
han de ser traspasadas por los clavos en una cruz.
¡Oh, si hubiésemos tenido esa dicha! Allí
hubiésemos pedido a la Virgen no movernos jamás ya
de aquella casa, de aquella casa y de aquella
estancia, olvidados del mundo y de las criaturas
todas; nos hubiéramos ofreci do a servir a Jesús, y
a consolarle del olvido en que el mundo pagano y
aun en aquel pueblo le tenían; y nos hubiéramos
prestado a trabajar para su sustento, y si fuese
preciso a ir a pedir en todo el mundo lo necesario
para su sustento, y le hubiéramos hecho protestas
de fidelidad y de un amor eterno.
¡Oh, no haber podido nosotros vivir en aquel
tiempo, y visitar aquella casa, y disfrutar de la
presencia de Jesús!
Pero ¿qué digo yo ahora, hijas mías? Aquel mismo
Jesús que allí solitario pasó tantos años en la
casita de Nazaret, cuidado por la Virgen y atendido
por S. José, con el único objeto de guardarlo para
que creciese y pudiese ser nuestro Salvador y
nuestro Redentor; aquel mismo Jesús, digo, está
aquí, presente, real, vivo y verdadero, envuelto en
las blancas especies de la Hostia Santa, en esta
retirada habitación, [?] para estancia suya
sacramental, y circunstancias iguales le acompañan.
Y a estas mismas horas silenciosas vive olvidado no
sólo del mundo pagano sino de tantas almas selladas
con el sello del santo Bautismo; cuántas sumidas en
el sueño de la muerte; y a estas mismas horas
cuántas están entregadas ya a quehaceres impropios,
profanando el día del Señor; cuántas quizás
ofendiéndole con su lengua.
Y vosotras habéis sido llamadas y escogidas para
ser introducidas, para acercaros a Jesús y
recibirle de las manos de la Virgen Santísima y de
S. José, y Jesús dándonos una mirada de ternura y
de amor, quiere venir no sólo a vuestros brazos,
sino también descansar en vuestra lengua y penetrar
hasta vuestro corazón para que [os] abracéis con
él. ¿Qué tiene que ver la dicha de los que le
visitaron en la pobre estancia de Nazaret con la
que vosotras poseéis?
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)]¿Qué le
daréis al Señor por este don de la fe, y por la
gracia de admitiros a su compañía? ¿Qué ofrendas
podéis presentarle? ¿Qué afectos depositaréis en su
corazón?
¡Ah! los mismos que hubierais ofrecido entonces
Debéis ofrecerle sentimientos de compasión al
pensar en tantos que le tienen olvidado y que no
saben aprovechar las gracias de su estancia
sacramental sobre la tierra, y a los cuales se les
podía repetir como a los fariseos: In medio vestri
stetit [(Jn 1, 26)]. Sentimientos de amor al pensar
[en] el amor con que se ofrece a vivir por sólo
nosotros, humillado, desconocido y silencioso en el
secreto tabernáculo. De gratitud por la merced que
nos concede de acercarnos a él.
Presentadle los propósitos que entonces le
hubiereis hecho, de vivir sólo para servirle
olvidadas del mundo y de todas las pompas y
vanidades que puedan desagradarle; de practicar la
humildad y la obediencia en el seno de vuestras
familias, como lo hubierais practicado en el seno
de la Sagrada Familia; de fidelidad a su amor,
protestándole morir mil veces antes que separarnos
de él con ninguna ingratitud de pecado; de trabajar
para introducir en el seno de vuestras familias el
amor y el reinado de Jesús, procurando atraerle
corazones que le amen.
Si estos sentimientos le ofrecéis, Jesús vendrá
complacido a vuestros corazones, y aceptará vuestro
albergue, se dará por complacido y os concederá
cuanto le pidáis.
Pedidle, pues, que la Sagrada Familia reine en
todas las casas cristianas, y principalmente en las
vuestras.
Pedidle a Jesús que guíe los pasos inciertos de
vuestra juventud y de vuestra infancia en los
caminos de su amorosa voluntad. Que sea Jesús el
único consuelo, refugio y luz en todas vuestras
dudas, tentaciones, fatigas y turbulencias de la
vida, y nuestro viático y sostén en la hora de
nuestra muerte, en los brazos de Jesús y de María.
Para merecer estas gracias, excitando vuestra fe
vivísima en la presencia de Jesús sacramentado,
penetrados en los sentimientos de humildad, dolor y
contrición, decidle:
Escritos I, vol. 3.º, doc.
103, págs. 1-3
Tortosa.
27 de Agosto de 1906
Mis amadas en el Señor: ¿Qué idea os sugeriré en
este día de tantos recuerdos para vosotras y para
mí? ¿en este momento de la sagrada Comunión?
El misterioso Esposo de los Cánticos (o la
esposa según otros expositores), en la solicitud de
su acendrado amor, exclamaba con todo el ardor de
su alma: Pone me ut signaculum super cor tuum [Cant
8, 6)], porque mi amor es fuerte como la muerte, y
duro como el abismo mi celo. Sus lámparas son
lámparas de fuego y de llamas, y muchas aguas no
podrán apagar su caridad, ni los ríos la anegarán.
¿A quién se dirigían estas palabras? ¿Cuál era
el alma a la cual exigía tales afectos del corazón?
Aunque en general podríamos decir que se
dirigían a la Iglesia y las almas todas, sin duda
al dictar estas palabras el Espíritu Santo dibujaba
ya en lontananza el corazón de aquella, con la cual
quería constituir un desposorio especial mediante
las arras de un clavo misterioso, símbolo del amor,
del sufrimiento y de celo por la gloria de su
Amado; de aquella que le había ofrecido su corazón
como un altar, que, semejante al de la antigua Ley,
debe arder constante y elevarse sus llamas hacia el
cielo en aras del continuo sufrir, y que como el
Profeta repetía: Holocausta medullata offeram tibi
[(Sal 65, 15)] te ofreceré sacrificios de la médula
de mi corazón, de aquella que no vi sino de aquella
que, como la figurada esposa repetía: dicite
dilecto meo quia amore langueo [(Cant 5, 8)],
decidle al Amado que muero porque no muero; de
aquella que no vive sino para el objeto de su amor,
pudiendo decirle con toda la ingenuidad de la
verdad: ¿Qué se me da a mí, Señor, de mí, sino de
ti?
Pero no bastaba, y el enamorado de las almas
exigió otra señal más diciéndole como a la primera:
Pone me ut signaculum. Quiero que me pongas y
ponerme como un sello sobre tu corazón [(Cant 8,
6)].
Y hoy es el día memorable
Hecho que ha merecido de la Iglesia el
establecimiento de esta festividad que lo recuerde.
Mas, adducentur virgenes post eam [(Sal 44,
15)].
Alrededor del altar en que tuvo lugar aquel
sacrificio y aquel misterio, han sido llevadas
otras vírgenes, que se honran con ser [su] séquito,
con sus doctrinas, sus ejemplos.
Y aquel eterno Amador de las almas y Esposo de
aquí sacramentado os está repitiendo a cada una de
vosotras, sobre todo en esta festividad: Pone me
[(Cant 8, 6)].
Las cuales palabras exponiendo
Si estos propósitos le ofrecéis, este Amador
quedará complacido y os hará dignas de señalaros ya
que no [?] y os concederá cuanto le pidáis.
Y trasladaos en espíritu a aquel sepulcro y a
aquel corazón, ante el cual y sobre el cual hace
hoy 24 años tuvimos el consuelo de inclinar nuestra
frente por vez primera y que después pude repetir,
y puedo repetir y a cuyo patrocinio confié vuestro
interés de la gloria de Dios. Ante el corazón que
velaron esta noche pasada vuestras primeras Madres
y Fundadoras, con una falange de las almas
piadosas.
Pedidle que nos abrase
Pedidle que bendiga vuestras empresas
Pedidle, por mediación de la Santa, mejores días
para la España de su corazón.
Pedidle, en fin, por todas las religiosas, en
particular por las que estos días forman parte de
aquella expedición
VALENCIA (TERESIANAS)
Escritos I, vol. 3.º, doc.
104, págs. 1-4
Teresianas de Valencia.
Año 1898
¿Qué pensamiento os podré sugerir para entonar
vuestro corazón como deseáis?
¡Qué noche triste y tenebrosa debía ser aquella
en que el Amador de los Cánticos golpeaba a las
puertas del objeto amado sin que se dignara
abrirle! íY le representaba como el relente de la
noche que caía sobre su cabeza! ¡Cuán amargo debía
serle el sopor de la que por su indolencia no
quería abrirle, en castigo de lo cual tuvo que
buscarle después con ansias de su corazón
preguntando a los guardas de la ciudad!
Pero hay otro celestial, del cual aquél no es
sino figura, el eterno Amador de las almas, Verbo
divino del Padre que con lamentos misteriosos está
pidiendo un albergue que no puede conseguir.
Dios había creado el mundo para el hombre, le
había adornado de todas las gracias, y en cambio,
no quiere sino habitar dentro de él, como en su
propio templo.
Mas desde el día del primer pecado, el hombre le
cerró las puertas de su corazón, y Dios se encontró
solo y como extraño sobre la tierra que había
creado y había dado al hombre.
Y a pesar de este desvío, no cesó de tocar a las
puertas de la humanidad por medio de las criaturas
todas, y el hombre se hizo sordo a sus
llamamientos. Ni un templo tenía sobre la tierra; y
mientras se levantaban altares a todas las
divinidades, sólo a Dios se le negaba, de modo que,
como dice Bossuet, en la tierra todo era Dios menos
Dios mismo.
Y en vista de tanto desvío, se formó un pueblo,
y cuando allá en medio del desierto y como
compensación de los beneficios que derramaba sobre
él, sólo le pedía un albergue,
¿No ate levantaréis, le decía, ni una tienda
junto a tus tiendas, donde pueda morar yo? Y, sin
embargo, aquel pueblo, ya sabéis como correspondió.
Y vino la plenitud de los tiempos, y para
obtener mejor albergue del hombre, quiso vestirse
de su propio ropaje, de nuestra humanidad, y ¿qué
sucedió? In propia venit, et sui [ei] non
receperunt [(Jn 1, 11)], y en su primera entrada en
-el mundo, tuvo que ir a acogerse en un
desmantelado portal.
Y no obstante, y a pesar de ello, en su afán de
obtener la entrada en el corazón de la criatura,
como para vengarse de los 4000 años que había
estado separado del hombre, quiso disfrazarse y
convertirse en alimento, para penetrar hasta el
fondo de su corazón, y desde él darle [?] y la
noche oscura y tenebrosa.
A pesar de este llamamiento, ¿qué sucede? ¡Cuán
pocos son! Mirad esas muchedumbres que corren
desoladas tras la disipación, sin acordarse de
Jesús, y que aun en medio de los castigos y cuando
no debían pensar más que [en] acudir y consolar a
Jesús, único consuelo y esperanza en todas las
tribulaciones, corren en pos de las criaturas,
olvidando y desoyendo los lamentos de Jesús.
Vosotras, amadas mías, que habéis sabido
escuchar la voz de Jesús, de ese [?] Amador de las
almas, sepámosle corresponder, abriéndole de par en
par las puertas de nuestro corazón y de nuestro
espíritu.
Sepámosle acoger en medio del abandono en que el
mundo le tiene.
Consolémosle de los desvíos de las criaturas, y
en la soledad, nuestro corazón vacío de todo lo
[del] mundo, vivamos abandonados de él.
Y protestémosle que durante las ocupaciones del
día y en medio de[ trato indispensable con las
criaturas, no le dejaremos ni un momento con
nuestro pensamiento y con nuestros afectos y le
ofreceremos nuestros sacrificios, y nuestras
fatigas y nuestros sudores y las inclemencias de
las estaciones, y
Digámosle que sabremos suplir con creces con
nuestro amor y corresponderemos a la soledad en que
el mundo le tiene en la noche tenebrosa de los
tiempos.
Con estos sentimientos, el Señor, a pesar de
nuestras miserias, se complacerá en venir a
albergarse en nuestras almas, y dará por bien
empleado el sacrificio de quedarse en nuestra
compañía.
Para merecer]lo], pues, con sentimientos de
humildad, y de corazón
Escritos I, vol. 3.º, doc.
105, págs. 1-4
Teresianas de Valencia.
Año de 1899
Mis hijas en el Señor: ¿Qué idea os sugeriré yo
para preparar vuestro corazón al acto que vais a
celebrar?
Ha terminado el año 98 cayendo para siempre en
el olvido del pasado. ¡Cuántos han pasado con él a
la eternidad! ¡Qué cadena de gracias frustradas
para siempre!
Estamos saludando a la aurora de un nuevo año, y
con él una cadena de nuevas gracias.
Vais a realizar vuestra saludable práctica de
renovación de votos.
¡Oh! ¡Qué cúmulo de ideas se agolpa a mi
imaginación a cada uno de estos temas
Y al mirar al reflejo de estas ideas a mi alma,
pensamientos de temor y de esperanza vienen a
encontrarse unidos en mi corazón, y no puedo menos
de recordar aquella parábola del Evangelio, de la
higuera infructuosa, como si Jesús me la quisiera
repetir a mis oídos.
Un señor había plantado una higuera [(Lc 13, 6-
9)] y vino a verla et non invenit, y le dijo: Ecce
jam triduo.
Hoy al terminar el año y empezar este nuevo
viene a examinar lo pasado y parece repetir -
querer- a nuestros oídos estas mismas palabras.
Ecce jam triduo. ¡Cuántos años he cultivado esta
alma! La he cultivado no sólo en medio del campo de
mi Iglesia, sino junto a la corriente de las aguas
de la religión, de la frecuencia de sacramentos, de
buenos ejemplos, junto a la tienda de mi propio
tabernáculo. ¡Cuántas inspiraciones! ¡Cuántas
lecturas, cuántas pláticas! ¡Oh, si me pusiese a
recordar!
Y ¿qué frutos le he dado? ¡Oh! Si él tuviese que
repetir sobre nosotros, ut quid terram occupat, que
otras almas hubieran aprovechado mejor. Porque si
bien éste que viene es nuestro Salvador que [?]
dado por mi amor, es también el juez justo que
exige mucho del que
Y le dijo el cultivador: Señor dejadla un año
más, y
Esto le ha dicho hoy al despertarse el Ángel de
nuestra guarda; esto le han dicho nuestros santos
Patronos.
Y esto es lo que nosotros en este acto y en esta
Comunión que vamos a realizar: Dimitte et hoc anno.
Señor, ya que me has sostenido hasta ahora, y me
concedes un nuevo año de vida, os lo aseguro, yo
cuidaré más este árbol infructuoso de mi alma con
la vigilancia sobre mis sentidos, la cavaré y la
abonaré con la meditación y la penitencia, la
abonaré con el fervor de los sacramentos, la regaré
con los actos de humildad y de sufrimiento
soportando las molestias de la vida y las
humillaciones de las criaturas, y seré fiel a
vuestras divinas inspiraciones, y seré agradecida
al nuevo beneficio que me hacéis.
¡Oh! como prueba de la veracidad de mis
propósitos, yo voy a renovaros mis votos y a
deciros con el Profeta: Vota Domino reddam [(Sal
115, 14)].
¡Oh! si estos propósitos y estos sentimientos le
ofrecéis, bien podéis levantar vuestro corazón a la
esperanza; bien podéis mirar con los ojos de la fe
a este divino Salvador que viene apresuradamente a
vosotros, a pesar de vuestras ingratitudes, a
deciros: He aquí que el Señor, el Rey de Israel
está entre vosotros. No temáis mal alguno y
vuestras manos no cesen de bendecirle. El Señor es
el Dios fuerte, el que os salvará de vuestra propia
debilidad. Pondrá sus delicias en vosotras. No se
acordará de vuestras faltas, sino del amor que os
ha tenido, eligiéndoos entre millares para esposas
de su corazón.
Y vosotras, postradas, no podéis menos de
responder: ¡Oh! Señor, ya que he hallado gracia en
vuestra presencia, mostradme vuestro rostro para
que os conozca, y lea mi perdón en vuestros ojos.
Ponedme a vuestro lado [?] y aparte de mí seré sana
y la gloria y la alabanza será para Vos.
Y permitidme que hoy entone un Te Deum de amor,
un cántico de alabanza por los beneficios recibidos
de Vos en el año que ha terminado; de acción de
gracias este [?] que ofrezco al Padre Eterno por
las manos de María.
--------------------------------
Y al ofrecerle este tributo de gratitud que vais a
sellar con vuestros votos, pedidle gracias
abundantes en el año que se empieza.
1.º Por la Santa Iglesia para que la libre de
sus enemigos y pueda extenderse el reinado de su
amor.
2.º Para la pobre España, que convierta en
bendiciones las humillaciones.
3.º Pedidle por vuestra Congregación para que
extienda el reinado del amor de Jesús, en las
familias; hoy sobre todo que reunidas
4.º Pedidle por las almas frías en este amor,
[?] de vuestro Instituto. Para que el principio de
este año sea principio de bendiciones para todos.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
106, págs. 1-4
Preparada para las Teresianas de Valencia.
Día 21 de Agosto
(No se dijo)
¡Qué hermoso pasaje nos ofrece la próxima
domínica de S. Lucas, para preparar nuestro corazón
a la sagrada Comunión!
Yendo de camino, Jesús, hacia Jerusalén, dice,
pasaba por medio de Samaría y Galilea y al entrar
en cierto castillo, he aquí que diez leprosos, que
sin duda estaban en algún punto, como separados de
toda comunicación, sabiendo sin duda las maravillas
que obraba, se reunieron; y al pasar Jesús, se
colocaron en su puesto, pero lejos, y levantaron
todos a una la voz y dijeron: Jesús, maestro, ten
compasión de nosotros. Levantó Jesús los ojos, y al
verlos, les dijo: Id y mostraos a los sacerdotes,
como estaba mandado en la Ley de Moisés. Y sucedió
que mientras iban, se encontraron libres de la
asquerosa lepra. Mas uno de ellos, al verse libre,
regresó y con grandes voces empezó a glorificar a
Dios, y cayendo a los pies de Jesús, dándole
gracias, y éste era un samaritano. Y respon- dió
Jesús: ¿No eran diez los curados? ¿los otros nueve
qué se han hecho? No se ha encontrado quien dé
gloria a Dios más que este extranjero; y le dijo:
Levántate y marcha, tu fe te ha salvado [(Lc 17,
11-19)].
Mis amadas en Jesús: En el camino de la vida, el
mejor de los maestros, el más tierno de los amigos,
al cual no apartan la fealdad y deformidad de
nuestras almas, ha querido entrar y pararse en este
castillo de la sagrada Eucaristía, y para mejor
condescender con nuestros males ha querido él mismo
convertirse como en leproso, tomando la apariencia
de pecado.
Y ha querido quedarse para hacer desaparecer la
distancia que separa al hombre culpable de Dios
tres veces santo; para abolir la Ley que aislaba al
leproso, figura del pecador, de la comunidad de los
demás hombres; para curar la lepra del pecado por
la efusión de toda su sangre.
Y quiere pararse, y conmovido, lleno de compa-
sión a la vista de la lepra del pecado que cubre
nuestra alma, quiere curarla con su presencia, y
anunciarnos que nuestra fe y confianza nuestra nos
ha salvado.
Y viene a quejarse de la ingratitud de los que
admite a su mesa, y decirles: ¿No os he alimentado
con mi carne y mi sangre? ¿Por qué causa tan
pequeño número de vosotros piensa en glorificarme y
en darme gracias de este beneficio como es debido?
Y al pensar en estas ternuras
del Salvador, a pesar de la fealdad de mi alma,
más fea a los ojos de la fe que la lepra del
cuerpo, no podré menos de correr hacia mi Salvador,
en ese castillo, y me detendré con respeto y le
diré: Jesús, dueño de la salud, de la vida de mi
alma, compadeceos de mí. Jesús [?] miserere mei.
Y al mirarle con los ojos de la fe dentro de mi
corazón, curándome con su presencia sacramental,
besaré con respeto sus pies y le daré gracias
alabándole con todas la potencias de mi ser, y le
daré gracias por mí, y por los que no se cuidan de
agradecerle sus beneficios.
Y me afligiré de ver que cada día empaño la
pureza de mi alma, que Jesús ha visitado curándola
tantas veces.
Y pediré a este Maestro mío que me enseñe el
medio de borrar mis negligencias, y no dejaré morar
el mal en mi alma, sino que confesaré mi falta en
el mismo momento de cometerla. Y le mostraré esas
mismas llagas diciéndole contrita. Ten piedad de
mí, de esta pobre criatura, Jesús mi única
esperanza, por vuestra sangre y vuestra muerte
saludable borrad mis pecados todos.
Si estos sentimientos ofrecéis al Corazón de
Jesús, él nos mirará complacido y repetirá sobre
nosotros: Levántate ya, tu fe te ha hecho salva.
Para merecer estos sentimientos, digámosle:
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
107, págs. 1-3
Teresianas. Valencia
Aunque sois poquitas, cómo no deciros una
palabrita en este día, de afecto para mí, fiesta de
aquel varón que señaló nuevos horizontes a la vida
sacerdotal, y cuyo lema era “dadme vuestro amor y
gracia, y esto me basta".
¿Y qué mejor idea podré sugeriros en esta
Comunión, que la que ofrece el tiernísimo Jesús en
la domínica de este día? He aquí, nos dice hoy esta
domínica nona, que acercándose Jesús a Jerusalén,
al verla se conmovió su corazón, y derramó lágrimas
sobre ella diciendo: ¡Oh si conocieses tú, y sobre
todo, en este día tuyo lo que te conviene para tu
paz!; mas ahora está escondido a tus ojos.
¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido
cobijarte bajo mis alas, como la gallina a sus
polluelos, y no has querido!, y he aquí que vendrán
días amargos sobre ti, y tu casa quedará desierta,
y tus enemigos te combatirán y no dejarán sobre ti
piedra sobre piedra, porque no
¡Oh, quién podrá penetrar los sentimientos y la
ternura del Corazón de Jesús en aquel día para con
su amada Jerusalén!
Y, sin embargo, ¿quién lo creyera? Aquel mismo
Jesús que miró a Jerusalén desde lo alto de aquella
montaña, está aquí en la altura del Sacramento, y
mira nuestras almas, y quiere haceros una visita y
entrar en ellas y contemplar las miserias y los
males que la abruman; ¡y quién sabe si se aflija
por ellos y derrame místicas lágrimas diciendo:
Jerusalén, Jerusalén, mi esposa, alma infiel!
¡cuántas veces he querido atraer hacia mí tus
potencias para que escucharas mi voz, y recoger tus
sentidos para apartarlos de las miradas del mundo,
y ocultarte toda a la sombra de las alas de mi
continua presencia, como la gallina recoge a sus
polluelos, y tú no has querido! ¡Oh, alma! cuenta,
cuenta si puedes en tu vida cuántas veces ha tocado
mi gracia, cuántas inspiraciones vivas has recibido
de mí, y después de las cuales parecía que yo
debiera vencer. ¡Oh! la inconstancia ha venido
siempre, siempre, a arrebatarme el fruto de mis
cuidados y de mi solicitud.
¡Y aún quiere venir a mi alma! ¡Ah, a esta alma
que recibe en vano las más incomprensibles y las
más perseverantes demostraciones de amor de Dios; a
una alma delicada, que siente vivamente las más
ligeras aflicciones y trabajos temporales, las más
pequeñas humillaciones y olvidos, las fatigas
pasajeras de las luchas del corazón; y que, sin
embargo, queda insensible a las llagas espirituales
de la tibieza de que está cubierta, a los peligros
que la rodean, a las penas que la amenazan por una
eternidad!
Pues ¿por qué quiere venir? ¡Ah! Para hacerte
oír, en los trasportes de su ternura, tiernos
reproches, y decirte: ¡Oh! si al menos en este día,
que es para ti día de gracia, supiese reconocer lo
que podría traerte la paz, el olvido y la
abnegación de ti misma, y la unión conmigo; porque
no has sabido aprovecharte de mis visitas a tu
alma, has venido a este exceso de indiferencia e
insensibilidad.
¿Qué le diremos a Jesús, en vista de estos
tiernos reproches y al derramar lágrimas de
compasión sobre nuestras infidelidades y nuestras
ingratitudes?
¡Oh! podemos decirle como San Agustín:
Concedednos, Jesús mío, el don de lágrimas, para
que salgan y broten al delicioso recuerdo de
vuestras misericordias. O como el autor de la
Imitación de Cristo: ¡Cuán dulce me sería hacer
salir del fondo de mi corazón en vuestra presencia
lágrimas de amor y regar con ellas vuestros pies!
Pero ¿dónde se encuentra esa ardiente devoción?
¿Dónde está la efusión abundante de estas lágrimas?
Todo mi corazón debla estar inflamado y llorar de
alegría en vuestra presencia y la de vuestros
ángeles.
¡Oh, Jesús! grito desde lo profundo de mi
sequedad y endurecimiento a que mi alma ha bajado y
baja todos los días arrastrada por el abuso de los
objetos criados; grito y suplico me concedáis las
lágrimas de compunción y de amor; y os lo pido por
las lágrimas de los santos que más he amado sobre
la tierra, y han llorado su destierro lejos de Vos;
concededme dulcificar también el mío con mis
lágrimas; concededme llorar vuestros dolores, mi
ingratitud y la de todos los hombres. Concedédmelo
por las lágrimas del santo de este día, del cual
sólo a la vista de las estrellas del cielo le
brotaban abundantes [lágrimas]. Concedédmelas por
las lágrimas que derramaste sobre la ciudad deicida
de Jerusalén, para que ellas con las mías muevan la
misericordia de Dios en favor de las almas dormidas
en el sueño del pecado.
Pensad, Jesús mío, que en el cielo no se llora;
dadme, pues, sobre la tierra el pan de la
compunción y las lágrimas del corazón, ya que es lo
que Vos queréis y yo deseo también, como la única
dicha de la tierra.
Si estos sentimientos le ofrecemos, él cobijará
nuestra alma bajo las alas de su bondad, y hará
eficaz su venida, y dará por bien empleada su
visitación en esta santa Comunión.
Que no tenga que lamentar nuestra ingratitud,
como allá en Jerusalén, en los días de su vida.
Para merecerlo, humilladas en su presencia,
digamos:
Confiteor.
MURCIA
Escritos I, vol. 3.º, doc.
108, págs. 1-6
Murcia.
4 de Octubre de 1889
Mis Religiosas, mis hermanos y devotos
franciscanos: Al tener que dirigiros la palabra por
los brevísimos instantes que permite un fervorín de
preparación a la sagrada Comunión, ¿qué idea podré
sugerir a vuestro entendimiento para disponer
vuestro corazón?
El misterioso Esposo de los Cantares,
dirigiéndose al objeto de su amor, le dirigía estas
dulces al par que ardientes palabras: Pone me ut
signaculum super cor tuum, ut signaculum [super
brachium tuum] [(Cant 8, 6)]. Ponme le decía, ponme
como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre
tu brazo, porque mi amor es fuerte como la muerte y
duros como el abismo los celos; sus lámparas son
lámparas de fuego y llamas.
¿A quién dirigiría estas palabras el místico
Amador? ¡Ah! Sin duda que se fijaba a través de los
siglos y se complacía y enviaba estos ayes de amor
a aquella alma privilegiada, en aquel portento de
santidad y de amor, en aquel que había de ser tan
semejante al divino prototipo Reparador.
Efectivamente, las dirigía al alma bienaventurada
del Santo cuya memoria celebramos este día.
¿Y cómo no, amados míos, si él fue el
verdaderamente sellado con las señales de la
redención de amor, como lo canta la Iglesia?
¿Y cómo no, si, como dice S. Buenaventura, este
Verbo selló aquel corazón y aquellas manos como si
fuera blanda cera a la impresión divina?
¿Cómo no ser este anunciado en los Cantares, si
fue impreso este sello del Rey inmortal por un
privilegio de especial excepción, retroactis
saeculis non concessio, no concedida a ninguno otro
en los siglos anteriores?
Sí; ya sabéis [que] un día memorable, el Esposo
divino no pudiendo contener las efusiones de su
ternura hacia esa alma privilegiada, no contento
con haberla [hecho] instrumento de [su] gloria, no
satisfecho con haberle comunicado los sentimientos
más vivos de su propio corazón: Pone me... atraído
por las bellas disposiciones de esa alma,
arrastrado por los trasportes de su cariño... no
descansó hasta poder reposar viva sobre aquel
corazón y aquel cuerpo, y le dirigió las palabras
de los Cantares:
Pone me. Y Francisco, que se dio por entendido,
se ofrece a esta impresión dulcísima y dolorosa, y
no sale en su corazón, sino en sus manos y pies fue
divinamente sellado.
¡Feliz alma, que así arrebató el afecto de este
Esposo eterno de las almas!
¡Dichoso corazón, que mereció unirse y ser
transformado en vivo retrato de él!
¡Santo bendito, que así mereció llenar los
deseos del divino Amador!
Ahora bien, amados míos: Hijos somos del gran
Francisco, y nos honramos con vestir su librea y
seguir sus ejemplos.
El mismo Esposo divino quiere hacernos
partícipes, en algún modo, de esta gracia a los
hijos de Francisco; encerrado aquí, tras las
celosías del Sacramento, nos dirige a los oídos de
nuestras almas:
Pone me, alma religiosa, alma cristiana, pone
me, hoy sobre todo, como un sello sobre tu corazón,
como sello sobre tu brazo, porque mí amor hacia ti
es fuerte como la muerte y muerte mística estoy
sufriendo.
Y bien, ¿qué quieren decir estas palabras?
Porque, ¿qué nos exige con ello?
Quiere usar del nombre del sello, para que como
sello le pongamos sobre nuestro corazón.
¡Ah! Exponiéndolas el P. Scio nos dice, que Dios
desea grabar su amor en nuestros corazones a manera
de sello; porque así como el sello es y forma una
sola cosa con la materia de que está formado, así
el amor que Jesús exige en nuestros corazones ha de
ser como el mismo amor [con] que él nos ama. Como
no se puede destruir el sello sin que se destruya y
desfigure la materia, así el amor del Corazón de
Jesús, ha de ser tan firme y tan constante que no
se destruya, sino deshaciéndose el corazón.
Y así, finalmente, continúa este expositor; así
como el sello imprime su imagen a cuanto se aplica,
así el amor que Jesús quiere de nosotros ha de
imprimir la imagen de este amor a nuestros
pensamientos, a nuestras palabras y obras, y a
cuanto toquemos.
Y por esto se pone como sello en la forma
consagrada.
Este es el amor que hoy nos pide nuestro Jesús,
esposo de nuestras almas.
¿Desoiremos esta voz?
¿Qué hemos de hacer pues? Disponernos para que
selle, que selle ofrecernos generosamente a él,
prometerle todo nuestro amor, deseando grabarle en
nuestra mente para no pensar más que en él.
Grabarle en nuestro corazón para que domine todos
nuestros afectos, grabarle sobre nuestro cuerpo por
medio de continua mortificación.
Y no contentos debemos decirle a la vez: Pone me
ut signaculum; vivo ego [(Cant 8, 6; Gal 2, 20)].
Más aún: hemos de hacernos propias estas palabras,
y cuando le tengamos en nuestro pecho, decirle a él
que nos ponga como sello sobre su propio corazón, y
no nos aparte de él, y respirar su propia vida y
vivir con él para que podamos decir con el Apóstol:
Desde hoy vivo yo, más no yo, Cristo es el que vive
en mí. Debemos pedirle que nos ponga, [como sello],
sobre su brazo, para que con su fortaleza vivamos
defendidos de nuestros enemigos, y seamos
constantes en nuestra unión con él.
Si se lo decimos de verdad, él nos introducirá
en el retrete escondido y obtendremos de él cuanto
queramos.
Si así lo hacemos, amadas mías, el Señor se
complacerá en venir a nuestras almas. Nos dirigirá
amoroso esas palabras que me han servido de tema,
oiremos su voz y nos concederá cuanto le pidamos.
Pedidle, en el momento en que selle vuestro
corazón, por el Pontífice León XIII, para que rompa
las cadenas, con que la impiedad quiere
aherrojarle, a fin de impedirle la libertad de
gobierno de la Iglesia universal. Pedidle por la
restauración de la 3.º Orden, para la regeneración
del mundo, según los deseos del Sumo Pontífice.
A ejemplo de San Francisco que, según dice la
Beata Margarita Alaco, que le vio aun en el cielo
gimiendo a los pies de Jesús por las almas, pedidle
al Corazón de Jesús por almas que no le conocen,
para que le conozcan y le amen, y como nosotros
puedan disfrutar de la unión con Jesús y de este
sello real de Jesús sacramentado.
Para merecer estas gracias, preparemos nuestro
corazón con la humildad y la gratitud, para que
pueda ser sellado por el Corazón de Jesús.
Diciéndole: Confiteor
BARCELONA (TERESIANAS)
Escritos I, vol. 3.º, doc.
109, págs. 1-4
Barcelona. San Gervasio.
22 de Octubre de 1902
Mis amadas hijas en el Señor: ¿Qué idea os
propondré, [en este] día en que celebráis y
termináis esta octava de tantos recuerdos y de
tantos consuelos?
El misterioso Esposo de los Cantares y la
misteriosa esposa, en cambio, le decía: Trahe me
[(Cant 1, 3)].
Y sabéis como cuando sellado, y desde entonces,
no tuvo otro asunto, que el de exclamar la
arrastrase hacia él: Trahe me, teniendo, como dice
la Iglesia en las lecciones del Breviario,
precisión de apartarse un momento de la fuente de
su belleza y de su grandeza.
Sed adduccentur [(Sal 44, 15)].
Y aquel Amador: Pone me, el sello de su Hostia
sacrosanta.
Y al querer ponerla: ¿qué decirle al poner este
sello? Decidle: Trahe me. Tráeme, porque sin ti
nada puedo.
Tráeme Señor. Por ti; si tú me atraes con el
olor de tus ejemplos, correré con gozo por los
caminos de mi santificación.
Vos conocéis, Señor, cuán flaco es mi corazón, y
cuán vivas son las pasiones, pero trahe me;
arrástrame tras de ti, y me será suave la
obediencia, y dulce la mortificación y el
sacrificio.
Trahe me. Arrástrame, Señor, y llévame hacia ti,
para que pueda decir con el Apóstol:
Trahe me. Arrástrame, Señor, para que con el
mismo Apóstol pueda decir: Mihi vivere [(Flp 1,
21)].
Así como el sello y la materia forman una misma
cosa, así el amor de Dios con nuestros corazones
han de formar una sola; y así como no se rompe el
sello sin la destrucción de la materia, así el amor
de Jesús, en nuestros corazones, no puede romperse
sino destruyéndose el corazón; y así como el sello
imprime su imagen a cuanto se aplica, así el amor
de Jesús ha de sellar nuestros pensamientos,
nuestras palabras y nuestras acciones.
Y ya que Jesús quiere sellar este corazón con el
sello de la Hostia, de su Cuerpo sacramentado, bien
podéis decirle también
si estos sentimientos le ofrecéis, él os sellará
en sus corazones, y aceptará vuestros ofrecimientos
y propósitos, y podréis pedirle cuanto queráis.
Pedidle, pues, que bendiga vuestros pasos en el
camino de vuestra santificación.
Pedidle por nuestra pobre España.
Pedidle por esa juventud confiada a vuestros
cuidados, sudores y vigilancia.
Pedidle por esas almas nobles, hermanas
vuestras, que pronto van a atravesar los mares para
el reinado del amor de Jesús y de Santa Teresa en
apartadas regiones.
Pedid por nuestros humildes Operarios que en
alas del celo y de la obediencia van a impulsar el
aumento de vocaciones eclesiásticas en aquellas tan
necesitadas regiones y puedan formar verdaderos
apóstoles del Corazón de Jesús sacramentado.
BENICASIM
Escritos I, vol. 3.º, doc.
110, págs. 1-3
Benicasim, 1890
H.M. que venís aquí a visitar a Jesús
sacramentado:
El misterioso Amador de los Cánticos.
Al quereros hablar del amor de Jesús
sacramentado, que ha venido a quedarse aquí, en
nuestra compañía, yo me atrevo a entrar en el
jardín o huerto del libro de los Cánticos, para
recoger alguna flor para que la aspiréis. No todas.
Porque son tan subidos los pensamientos, con que
el Espíritu Santo nos manifiesta los dos amores,
uno divino y el otro humano, esas luchas de amor y
sacrificio de
Y ¡ay! yo ¿qué diré? Aperi mihi [(Cant 5, 2)].
¡Qué noche aquella!
¿Quiénes? El Verbo divino, cría al hombre y le
pide su corazón. Luego le llama con todos los
bienes, y toda carne
Luego se forma un pueblo, y le da un maná y no
lo agradece, y se forma un pueblo, y sólo le pide
habitación.
Viene al mundo para llenar. Al venir, ya ni una
posada. In propia veni, et sui eum non receperunt
[(Jn 1, 11)]. Y ¿qué hará?
Pues se dejará aquí hasta la consumación de los
siglos.
Pero ¡ay! ¡Qué noche fría le acompaña! Dad una
mirada; grandes poblaciones. Diversiones y Jesús
continúa en el frío del olvido.
Y ¿qué dice la esposa? Surgam, et circuibo
civitatem [(Cant 3, 2)].
¡Ah, cuántas veces nos ha llamado Dios, y hemos
sentido el remordimiento!
Dios nos llama, y muchas veces.
Surgam, et circuibo [(Cant 3, 2)].
Daré vueltas, y preguntaré dónde se encuentra. Y
le buscamos por las plazas del mundo, y no le
encontramos.
Mas, después de poco, tenui eum [(Cant 3, 4)].
Vosotras, almas que amáis a Jesús, ¿no es esta
vuestra historia?
¿No es verdad que hemos buscado la dicha, y como
el grande Agustín: Jesucristo?
Tenui eum [(Cant 3, 4)].
Mas, aún no contentos, donec intro- ducam illum
[(Cant 3, 4)].
¿Qué os diré aquí? Pone me ut signaculum super
cor tuum [(Cant 8, 6)].
Trahe me post te [(Cant 1, 3)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
111, págs. 1-4
Benicasim.
1 de Agosto de 1897
Mis hijas y hermanos en el Señor: ¿Qué os diré
yo en este día para preparar vuestro corazón?
Trasladaos con el pensamiento a aquel hermoso
pasaje de cuando nuestro divino Redentor amante,
Cristo Jesús, emprende solo aquella fatigosa marcha
hacia la ciudad de Samaría, en busca de una alma
predestinada, a la cual quiere conducir al redil. Y
al llegar al mediodía, cerca de la ciudad, se
sienta a descansar junto al pozo de Jacob, para
aguardar allí a aquella alma objeto de su
solicitud.
Y al llegar allí aquella mujer de Samaría, para
sacar agua, le dice el divino Salvador, para
entablar conversación: da mihi aquam [(Jn 4, 15)].
¿No me das un poco de agua?
¡oh! hermanos míos; ¡quien hubiese podido estar
allí entonces! ¡Oh! si hubieseis podido presenciar
aquella escena. Si hubieseis [podido] oír aquel
acento, aquel timbre de voz del Salvador que
arrebataba así a los corazones; aquellas mejillas
encendidas por el amor y la fatiga; aquellos ojos
que son el encanto de los serafines.
¡Oh, si hubiésemos podido [oír] de su boca la
promesa de aquella agua fresca que salta hasta la
vida eterna! ¡Oh, si nosotros al mismo tiempo
hubiésemos podido satisfacer la sed de su corazón!
¡con qué gusto le hubiésemos proporcionado el agua
que deseaba!
Pues, hermanos míos, aquel mismo Jesús que se
sentó junto al pozo de Jacob, ha querido
constituirse permanentemente aquí junto al pozo de
aguas vivas de la sagrada Eucaristía, y aquí está
vivo, real y verdadero, y ha prometido permanecer
hasta el último de los siglos; y ve a la pobre
humanidad, a las almas todas sedientas de dicha, de
amor y de felicidad, y está llamándolas día y
noche, diciéndolas: Omnes sitientes, venite ad
aquas [(Is 55, 1)]. Todos los que estáis sedientos,
venid a estas aguas; y el mundo no le escucha, y
las generaciones pasan, y los corazones buscan las
aguas cenagosas de las pasiones, y en lugar de
calmar su sed no viene ésta sino a aumentarse; y de
aquí que no hay ningún corazón feliz completamente,
aun los de aquellos que nos parecen brindan toda
felicidad.
¡Oh! si scires donum Dei! [(Lc 4, 10)] ¡Oh, si
supieses el don de Dios y lo que está aquí
encerrado! Sólo las almas amantes de Jesús y que
vienen a beber aquí a esta fuente de vida en todas
las tribulaciones, son las que encuentran la dicha
verdadera, hasta decir, como Teresa de Jesús:
Basta, Señor, que no puedo.
Vosotras, hijas mías, que queréis y sabéis
acudir a esta fuente: Venite ad aquas [(Is 55, l)].
Y cuando las tentaciones os combatan, y las
pasiones os fatiguen, y las tribulaciones os
amarguen, y la tristeza os abata y los desengaños
de la vida os amarguen, acudid a refrigeraros en
estas aguas de consuelo, de paz, de felicidad, que
ellas sirven para alivio en todas las
circunstancias de la vida.
¡Oh, si supierais aprovechar este don de Dios!
Acercaos pues.
Mas no olvidéis que él os dice también: Da mihi
aquam [(Jn 4, 15)]. Aquí está el Señor sediento del
amor del alma, y como allá en el árbol de la cruz
está diciendo: Sitio [(in 19, 28)]. Alma cristiana,
alma religiosa, tengo sed.
¡Oh, si allá, en Samaría, nos lo hubiese pedido!
Tengo sed de vuestra salvación, de vuestro amor;
tengo sed de vuestras alabanzas; tengo sed de
vuestra correspondencia, de vuestro cariño.
Cuando le tengáis en vuestro pecho, ofrecedle
actos de fe vivísima; ofrecedle propósitos de
fidelidad a sus divinas inspiraciones; ofrecedle
actos de amor y prometedle que no sólo durante [el
día], sino que al despertar por la noche le
enviaréis vuestras miradas de amor y compasión, al
verle solitario día y noche en este sacramento.
Decidle que para él será vuestro primer pensamiento
al despertar, y el último de vuestros afectos al
entregaros al descanso.
Decidle que le compensaréis del olvido de las
criaturas, y que le pediréis por las almas.
Si estos propósitos le ofrecéis, el Señor
derramará sobre vosotras las gracias de todo
consuelo en la vida, y sobre todo en la hora de la
muerte.
Ofrecedle sobre todo en este momento lágrimas de
contrición y de sentimientos de haberle ofendido, y
para que nada haya que impida el [?] decidle:
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
112, págs. 1-4
Benicasim.
22 de Julio de 1900
Mis hijas y hermanos en el Señor:
Trasladaos con el pensamiento al tierno pasaje
que nos describe el Evangelio de hoy de aquella
grande alma, venerada hoy por vosotros como vuestra
especial Patrona. Vedla allí postrada a los pies
del divino Salvador, en medio de un convite
numeroso, derramando lágrimas y besando sus pies.
Y he aquí [que] cuando el fariseo, dueño de la
casa, estaba diciendo en su interior: ¡Oh! si éste
fuese el Profeta sabría bien la pieza que admite a
sus pies; y descubriendo Jesús sus pensamientos le
propuso aquella pregunta, a la cual contestó el
fariseo; le dijo, pues mira, he estado en tu casa y
no has lavado mis pies, y ésta los ha lavado en sus
lágrimas; no pusiste aceite en mi cabeza, y ella ha
ungido mis pies con bálsamo oloroso; por lo cual se
redimen sus pecados porque ha amado mucho.
¡Oh! cuáles debían ser los sentimientos de
gratitud de aquella alma al verse tan fácilmente
perdonada. ¡Oh! cómo se aumentaría su contrición;
cuál su consuelo al oír que el mismo divino
Salvador toma la defensa de ella de manera tan
ingeniosa.
¡Quien hubiera podido presumir la dulzura y la
dignidad del Salvador y la humildad de María
Magdalena! Pues, amados míos, el mismo divino Jesús
que así obró y así habló, está aquí real, vivo y
verdadero, oculto en la sagrada Eucaristía, os
presenta a este modelo, que tal vez, tal vez os
dice. He entrado muchas veces y voy a entrar en la
casa de vuestra alma, y no habéis dado agua de
contrición a mis... ella: Vosotros no habéis dado
aceite de devoción a mi cabeza, y ella ha ungido
mis pies con bálsamo precioso.
Y no obstante de todo, ¡cuántas veces he dicho
sobre vuestra alma las palabras de remisión por
medio de tantas absoluciones! ¡Cuántas he salido
[fiador] de vosotros ante la justicia de mi Padre!
Pero, Señor, podemos decirle a Jesús: Es verdad
que no sé daros esas lágrimas de contrición; pero,
¿como podré dároslas, si vos no me las dais?; y,
por lo tanto, permíteme que te diga como aquella
otra alma de Samaría: Da mihi aquam [(Jn 4, 15)].
Dadme, Señor, esa agua, que de mí no puedo nada. Es
verdad que no sé daros ese bálsamo de ternura que
tenéis derecho a exigir de mí; pero dadme la unción
de vuestra gracia, y yo os daré estos sentimientos
de gratitud.
Pero me consuela vuestra palabra, de que a quien
mucho ama mucho se le concede.
Yo, pues, os ofrezco el tributo de mi amor, [?]
que con mis cabellos mis vanidades y lavaré
vuestros pies que son mis prójimos y los perdonaré
con mis oraciones y mi compasión hacia ellos, y os
amaré todos los días de mí vida, y seré fiel a
vuestros divinos llamamientos, y os pagaré amor por
amor, y pisaré el respeto humano como ella lo pisó
y os confesaré como a mi defensor y a mi padre en
todas las circunstancias de la vida, y a Vos
acudiré con confianza en todas las ocasiones; os
amaré, en fin, que es lo único que puedo ofreceros.
Si estos sentimientos le ofrecéis, él os dirá, en
vuestro corazón al recibirle: Vade in pace [(Mc 5,
34)]. Quédate en paz; y la paz del Señor que supera
todo sentido, os hará sobrellevar así, con aliento,
todos los combates de este mundo, y os hará
superiores a vosotros en todas las tentaciones y
las molestias y necesidades que puedan sobreveniros
y esta paz os hará dulce el retiro y la soledad, y
en todas las situaciones de la vida sabréis acudir
a él y poneros a sus pies para poder recobrar la
paz si un día la perdiereis, poniendo a vuestra
vista a
Para merecer, pues, esa bendición y ese ósculo
de paz, que Jesús va a dar a vuestras almas,
acerquémonos con sentimientos de fe como ella, que
supo conocer en él al Salvador, con sentimientos de
humildad, de contrición
Escritos I, vol. 3.º, doc.
113, págs. 1-4
Benicasim.
21 de Julio de 1901
Hermanas mías: Trasladaos con el pensamiento a
aquella estancia de Nazaret, y ved allí al divino
Redentor de la humanidad, en aquellos momentos
silenciosos en que después de haberse dedicado a
las tareas de una vida humilde y de trabajo, estaba
en oración. Y allí se le ofrecen las almas todas
que a través de los siglos debían ir apareciendo
sobre la tierra.
Y tantas persecuciones contra sus elegidos.
Y contemplaba tantos corazones sujetos a sus
amores; tantos seres racionales sumidos en la
ignorancia de su origen divino; tantas almas
dormidas, puestas en el borde del precipicio y de
una desgracia eterna.
Y al pensar que se había ofrecido a ser Redentor
de estas almas, alargaba su oración, prolixius
orabat [(Lc 22, 43)] para obtener gracias de
conversión para los unos, y de sostén para los
otros, y renovaba la ofrenda que había hecho de su
cuerpo, de su honra, de su sangre, de su vida para
la salvación de aquéllas.
¡Oh, si en aquellos momentos de silencio y de
angustiosa soledad, alguna alma se le hubiese
acercado a consolarle, a beber con él el cáliz de
amarguras que se le presentaba delante, y a
asociarse a sus deseos y a su celo! ¡Oh, cuánto le
hubiese consolado este ofrecimiento!
Pues, hermanas mías, aquel mismo Jesús que
durante los días de su vida mortal la pasó en un
continuo suspiro por el bien de las almas, hasta
exhalar el último suspiro en el árbol de la cruz
por la redención del mundo, ha querido continuar
este sacrificio, y está aquí sacramentado, para
continuar ofreciéndose por las mismas almas. Y los
mismos sentimientos le animan, y místicamente está
soportando las mismas amarguras.
Y tiene que ver desde aquí tantos corazones
ingratos, que vuelven contra él los beneficios de
que les ha colmado; y ve las persecuciones de que
son objeto su Iglesia y tantas ovejas de su redil,
flacas y sin alimento, y que no hay quien se lo
proporcione, y continúa aquí su misión de Redentor,
está aquí, siempre vivo, para interpelar en favor
nuestro para con el Padre celestial, día y noche en
la soledad del tabernáculo, y aquí como durante los
días de su vida mortal, está deseando almas que se
asocien con él y le consuelen, y se ofrezcan a
cooperar a la salvación de las almas.
Vosotras, pues, hermanas mías, que os habéis
ofrecido a Jesús, que queréis tomar parte en sus
sentimientos, decidle que os queréis convertir en
víctimas en favor de las almas; que continuamente
interpelaréis al Padre Eterno con vuestras
oraciones para con las mismas; que le ofreceréis
vuestro trabajo, vuestras privaciones, vuestros
sudores, vuestras vigilias; que no pararéis hasta
arrancar de su corazón abundantes gracias sobre la
tierra, unidos como víctimas junto a él para ser
con él corredentores de las que él quiera confiar a
vuestro cuidado.
Y si así lo hacéis, el Señor aceptará vuestro
ofrecimiento, se consolará en su soledad, dará por
bien empleados los sacrificios por la redención del
mundo.
Pedidle, pues, que caigan las bendiciones de su
sangre por tantos hermanos nuestros engañados y
seducidos por doctrinas infernales, se vuelven
contra Jesús.
Pedidle por las almas justas para que no pierdan
la fe en me~ dio de tantos errores como se propalan
a su alrededor. Pedidle por las necesidades de
nuestra España, objeto hoy de odio por parte de la
secta infernal.
Pedid constantemente por las almas que Dios
quiera encomendar a vuestras oraciones y a vuestra
solicitud.
No olvidéis que se extienda en este [día] la
bendición a las almas del Purgatorio, y entre ellas
me atrevo a recomendaros al Sr....
Pedidle cuanto queráis, y el Señor os lo
concederá.
Para merecerlo:
Confíteor
Escritos I, vol. 3.º, doc.
114, Págs. 1-4
Benicasim.
24 de Julio de 1903
Mis hermanos en el Señor: ¿Qué os diré yo para
recoger vuestra devoción en esta Comunión?
No; no es preciso que os disponga a la Comunión;
mejor os excite a una acción de gracias.
Hoy celebramos la fiesta del Patrón de España,
de aquel que fue enviado por Dios para darnos a
conocer la Buena Nueva, la fe y las verdades que
Jesús vino a enseñarnos.
¡Ah! sin esta fe hoy estaríamos todavía en las
sombras de la muerte, de la infidelidad y de la
idolatría. En estas playas y en estas montañas se
levantarían aquellas nefandas divinidades de Baco y
de Venus, o quizás, quizás, presenciaríamos
aquellos sacrificios humanos y estaríamos bajo
aquellas supersticiones, engaños y temores y
terrores en que viven algunos de los pueblos
idólatras.
¡Oh! ¿Cómo no dar gracias a Dios por habernos
dado nuestra consoladora fe enviándonos al hijo del
Trueno, que hizo caer con sus palabras los altares
de la superstición, estableciendo mediante los
lazos de la fe y de la caridad la pAz prometida a
las almas de buena voluntad?
Pero con la fe nos trajo otro don, y es del
conocimiento de la estancia de Jesús sacramentado y
el establecimiento del sacerdocio que debía
conservárnoslo entre nosotros, y mediante esto
tenerlo día y noche en nuestra compañía. Porque en
medio de las luchas de nuestra alma, en medio de
tantas penalidades como nos siguen en el camino de
la vida y de tantos desengaños y olvidos de las
criaturas, y en medio de tantos dolores del cuerpo
y aflicciones y tristezas del espíritu, ¿qué sería
de nosotros sin Jesús sacramentado sobre la tierra?
¿qué sería, sobre todo, para las almas amantes?
Pues esta gracia y este consuelo nos han venido
en el orden de la Providencia por medio del Santo
que hoy celebramos, y de los primeros discípulos
españoles ya ordenados en Roma por San Pedro.
Y ya que hablo de Roma, otro insigne beneficio,
fruto del primero, nos trajo para la tranquilidad
de nuestro espíritu; el de la unión de la santa
Iglesia mediante el lazo del Pontificado Supremo;
el pertenecer a este redil único, rebaño que está
bajo un sólo pastor y sobre el cual está la promesa
de Jesús de que las puertas del infierno no
prevalecerán contra él hasta la consumación de los
siglos de este Pastor y este Pontificado, cuyos
triunfos podemos ostentar y saborear en medio de
las privaciones y combates.
Hoy mismo acaba de morir uno de sus Pastores
supremos. La Iglesia está combatida...
Las naciones que se llaman católicas le hacen la
guerra sorda o manifiestan por medio de la
revolución y de las sectas que ellas patrocinan.
Las naciones más potentes están separadas,
oficialmente, por la herejía. El error impera aun
en muchos imperios; y, no obstante, todos ellos al
anuncio de la muerte de un anciano nonagenario y
prisionero en un rincón del Vaticano se conmueven,
y es el acontecimiento que ocupa- y preocupa al
mundo y en todas las naciones y pueblos con
respeto; es un hecho que no sucede en ningún caso,
ni en la muerte de la emperatriz de las Indias, ni
en un emperador de Alemania.
Acontecimiento que tiene subyugados todos los
espíritus. ¿No es esto consolador en medio de las
persecuciones de la Iglesia, y una prueba de la
vitalidad de la misma, contra sus mismos
perseguidores? ¡Bendito sea el Señor que nos ha
colocado en el seno de esta Iglesia, y por medio de
la fe que nos trajo el santo Apóstol!
Démosle gracias a Dios; pidamos, hermanos míos,
en primer lugar, que Jesús no sólo nos conserve
esta fe, sino que sea ella la que domine en nuestra
Patria, en sus leyes, en sus instituciones, y en
sus costumbres.
Pedidle por esta Iglesia, a cuyo seno nos
gloriamos de pertenecer, para que pueda atraer a
los que andan descarriados fuera de ella.
Últimamente, ya que en estos días se están
elevando oraciones, no sólo en todas las catedrales
sino en todas las parroquias del mundo católico en
sufragio del alma del inmortal Pontífice, que con
tanta gloria ha regido la nave de esta Iglesia por
25 años, pidamos al mismo tiempo que pronto podamos
saludar al nuevo Pontífice que la Providencia
quiera depararnos.
Para merecer estas gracias y obtenerlas
abundantes del Corazón de Jesús en esta Comunión,
con fe y humildad:
Confiteor Deo.
ULLDECONA
Escritos I, vol. 3.º, doc.
115, págs. 1-2
Ulldecona. 1901
Mis H.H. en el Señor: Ya que me encuentro entre
vosotros. ¿cómo no deciros una palabra, para
preparar vuestro corazón a la sagrada Comunión, ya
que estamos en estos días solemnes?
Aún está resonando en nuestros oídos y nuestra
imaginación apenas ha podido separarse de aquel
hermoso y tiernísimo pasaje, que la iglesia [pone]
a nuestros ojos en el Evangelio de ayer, cuando el
V día de la Resurrección, atemorizados los
discípulos por la muerte de Jesús, y los
acontecimientos de aquellos días, que los tenían
preocupados, dos de estos discípulos distinguidos
se salieron por la tarde de Jerusalén, como para
substraerse a aquella atmósfera de zozobras e
inquietudes; y he aquí que Jesús se les une en el
camino, sin dárseles a conocer, y les dirige
aquellas palabras cariñosas: Qui sunt sermones
isti? ¿Qué son esos discursos que traen tan
animados y estáis tristes? Y le contestaron con
desenfado: Tu solus peregrinus in Jerusalem? ¿Eres
solamente tú extraño en Jerusalén, y no sabes lo
que ha pasado? Quae? ¿Qué cosas? De Jesús Nazareno,
hombre poderoso en obras y palabras, a quien
crucificaron los sumos sacerdotes, y nosotros
esperábamos que él había de redimir a Israel. Es
verdad que unas mujeres nos han atemorizado
diciendo que han visto visiones de ángeles, y las
dijeron que él vivía [(Lc 24, 17-19)].
¡Oh! stulti et tardi corde! !Oh, necios y tardos
de corazón! ¿Acaso no convenía que el Cristo
padeciese estas cosas, y así entrase en su reino? Y
empezando desde Moisés, les explicó las Escrituras.
Absortos con las explicaciones llegaron sin
sentirlo hasta Emaús, y Jesús fingió que pasaba
adelante. Mas atraídos por la presencia y compañía
de aquel personaje, que tanta simpatía les
inspiraba, no pudieron menos de decirle: Mane
nobiscum Domine. Quédate, Señor, con nosotros,
porque advesperascit; ya lo ves, se va haciendo
tarde, y el día está a la caída; et coegerunt eum;
y le obligaron, como dice el texto, con instancias
y vivos ruegos a que se quedase [(Lc 24, 25-29)].
Y cuando al invitarle a la cena, al reconocerle
en el modo de partir el pan, al bendecirlo,
levantaron los ojos asombrados, para contemplarle,
y evanuit ab oculis eorum [(Lc 24, 31)]. Y
entonces, agitados por los mas encontrados afectos
de alegría y de tristeza, no pudieron menos de
exclamar: ¡Oh, necios de nosotros! Pues qué, ¿acaso
no pudimos notar que nuestro corazón se iba
inflamando, a medida que nos iba explicando las
Escrituras? Y abandonando aquella morada se
volvieron a Jerusalén, a contar a los otros lo que
les había sucedido, y cómo le habían conocido en la
fracción del pan.
Afortunados discípulos aquellos, que entre
tantos merecieron la visita e invitación de Jesús.
¡Qué santa envidia no debla producir tal relato!
Mas, qué digo, H.H.: Más afortunados que
aquellos discípulos, este divino Salvador ha
querido unirse a nosotros en el camino de la vida,
y aunque desconocida y oculta su mirada bajo los
velos eucarísticos, ha querido constituir su
habitación en este castillo de Emaús, de nuestros
tabernáculos; y no de paso, como allá, sino de un
modo permanente; y desde aquí se ve precisado a
decir a las generaciones que van pasando ante sus
ojos: ¡Oh! stulti et tardi! [(Lc 24, 25)] ¡Oh,
necios y tardos de corazón! ¿Acaso no convenía que
yo me quedase de esta manera humillado,
desconocido, para así poderme quedar en vuestra
compañía?
Nosotros, pues, que por la misericordia de Dios
queremos ser dóciles a su vez y entre los temores y
las luchas de nuestro corazón deseamos no obstante
buscarle con solicitud, ¿qué le ofreceremos a Jesús
por tamaño beneficio?
Pues él se contenta con que le digamos, con la
ternura de aquellos discípulos, conmovidos ya por
las palabras y la emoción interna de Jesús: Mane
nobiscum, Domine [(Lc 24, 29)]. Está[te], Señor,
conmigo siempre. Quedaos Señor con nosotros en esta
estancia eucarística, porque con ella nada más
podemos desear.
Mane nobiscum. Quédate en mi corazón con tu
presencia sacramental que, teniéndote a ti, nada
temeré.
Mane nobiscum; y cuando el cansancio me fatigue,
y la desconfianza me acobarde, y los temores me
asalten, y sobrevengan las noches oscuras de mi
alma, no te apartes de mí, que contigo todo lo
pasaré.
Mane nobiscum. Quédate aquí, en esta casa y en
nuestra compañía, que te prometemos que para ti
será el primero de nuestros pensamientos al
levantarnos, y el último de nuestros afectos al
entregarnos al descanso.
Quédate, quoniam advesperascit, porque ahora es
tarde y
VALL DE UXÓ
Escritos I, vol. 3.º, doc.
116, págs. 1-4
Convento Vall de Uxó.
4 Febrero 1894
¿Qué os dire?
Trasladaos con el pensamiento [a] aquel pasaje
de Jacob, etc.
Vide plática
Y el Señor nos ha concedido esta gracia; y es un
hecho y estamos reunidos aquí, y hemos venido cum
salute et pace [(Gn 28, 20-21)], y hemos levantado
este altar, y podemos ofrecerle en acción de
gracias la Hostia inmaculada, como tributo de amor
y gratitud, mejor que Jacob en aquel altar ungido.
¡Bendito sea el Señor, que así ha querido
escuchar nuestras plegarias y las vuestras!
¡Alégrate Jerusalén!
Porque, ¿sabéis lo que significa este nuevo
altar? ¿Sabéis lo que quiere decir esta estancia de
Jesús sacramentado en este lugar, a donde fue
trasladado anteayer, con tanto entusiasmo y
devoción, para permanecer aquí para siempre?
Pues es una nueva estancia de Jesús. Un nuevo
tabernáculo de su amor de reparación, un nuevo
trono de sus gracias. Un nuevo lugar de su
descanso.
¡Ah! hijas mías. yo pienso en aquellos momentos
de la vida de Jesús, cuando allá en Nazaret estaba
solitario, pensando en los tiempos que debían
venir, y paréceme verle allí como mirando el mapa
mundi y allí consideraba los lugares en que había
de residir sacramentado y parecía fijar su mirada
en este pueblo y en este terreno, hasta ahora
montañoso, y señalarle con su dedo, escogiéndolo
para poner en él un asiento, al terminar el siglo
XIX, y vela alrededor de él, como sirviéndole de
corte y compañía día y noche a esas flores de almas
escogidas, que le harían compañía en medio del
olvido y de la soledad de tantas criaturas, y allí
entonces os vela a vosotras, hijas mías, que
vendríais este día a recibirle en vuestro pecho, y
precisamente en estos días de carnaval, en que
tantos otros corazones le olvidan y ultrajan. ¡Oh!
¡Cómo se alegraría su corazón en medio de la
soledad aquella de Nazaret, al pensar en este día!
Y este deseo de Jesús se ha cumplido, y hoy sois
vosotras objeto del agrado, de las complacencias y
del amor de Jesús.
¡Oh! ¡Bendito sea Jesús que nos ha hecho la
gracia de ser objeto de su predilección!
Ya que, pues, es un día de consuelo para Jesús
Permitidme que os recuerde, que en aquella
visión de Jacob los ángeles subían y bajaban por
aquella escalera.
Pedidle, pues, que sea esta casa una escalera de
ángeles, que suban a pedir gracias al Dios, y bajen
gracias para todo este pueblo.
Pedidle también como Jacob que, cum salute et
pace [(Gn 28, 20-21)], con salud y paz podamos un
día levantarle aquí un altar mejor, que podamos
levantar esa Iglesia en proyecto, en donde Jesús
pueda estar con más pompa y más decoro.
Pedidle a Jesús en esta sagrada Comunión, que
bendiga a todos los habitantes de este pueblo; que
broten aquí, en esta población, flores lozanas de
santidad, que den gloria a Dios.
Pedidle que destierre de esta tierra todo pecado
y toda blasfemia.
Pedidle a Jesús que consuele a todos los
afligidos, que consuele a todos los enfermos, que
cuando lleguen los momentos de vuestra muerte, y
desde este tabernáculo os envíe una mirada
¡Oh! Pedídselo, que él os lo concederá, si con
devoción le recibís. Haced, pues, actos de fe, etc.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
117, pág. 1
Convento de Vall de Uxó.
Jueves Santo de 1894
Mis hijas en el Señor: Trasladaos con el
pensamiento...
Pero Señor, ¿por qué esta alegría?
Porque sabía morir. Pero ¡ay! que es tu muerte
la separación. Y como con la muerte iba a
separarse...
Bendito sea el Señor, hijas mías, que así nos
amó.
Y éste es el día...
Pues el mismo Jesús de entonces...
Pues los mismos sentimientos de entonces...
¡Oh! ¡Cuánto deseó...
Y, sin embargo, ya lo sabéis: ¡Cuántos son los
que no aprecian el don de Dios!
Vosotras, pues, hijas mías, que queréis
corresponder a los designios de Dios...
Haced cuenta que estáis allí, en el Cenáculo.
Los que no le reciben.
Pensad lo mucho que sufrió.
Pensad los que le ofenden.
Al visitar hoy los Monumentos, lo primero...
Escritos I, vol. 3.º, doc.
118, págs. 1-4
Vall de Uxó,
17 de Junio de 1894
Mis hijas en el Señor. Trasladaos al pozo de
Jacob
Porque esta escena se repite todos los días. El
Salvador quiso quedarse perpetuamente junto al pozo
de Jacob -en la sagrada Eucaristía- en medio de la
soledad en que el mundo le deja, y aquí nos está
aguardando día y noche, y está diciendo a la
humanidad, a todas las almas: Si scires donum [(Lc
4, 10)].
Si supierais que yo soy la fuente.
Y, sin embargo, el mundo no le escucha.
Y he aquí que ofendido el divino Salvador de
tanto olvido, de tanto desvío, de tanta frialdad,
de tanto desconocimiento de sus gracias
Un día se arrancó el corazón del pecho y
enseñándolo a una alma distinguida, le dijo: he
aquí el corazón que tanto ha amado.
Diles los tesoros que encierro.
Recompénsame tú, y pide a las almas que me
recompensen.
Y hoy es el día que vosotras, hijas mías,
recordáis este acontecimiento.
Hoy es el día que celebráis esta fiesta, este
triduo.
El mismo divino Salvador que habló a la
samaritana, el mismo que se quejó a la beata
Margarita María está aquí presente, y es el que os
dice: ¡Oh! Si scires donum Dei! [(Lc 4, 10)].
¡Si supieseis que soy la fuente de aguas vivas
que salta [hasta] la vida eterna!
Escuchemos esta voz, y ya que él se lamenta de
que hay tantos que no lo agradecen, agradezcámoslo
nosotros.
Ofrezcámosle el agua de nuestra devoción, de
nuestras lágrimas de nuestro arrepentimiento, de
nuestra gratitud.
Prometedle que honraréis los sentimientos de su
corazón, que le consolaréis de tantos que le
ofenden y no le aman, y practicaréis la devoción a
su corazón.
Que si así lo hacéis, él derramará sobre
vosotras las gracias que nos tiene prometidas.
Pedidle, pues:
1.º- Que purifique y prepare bien vuestro
corazón, para que él pueda entrar con amor y con
agrado.
2.º- Pedidle, cuando esté en vuestro pecho, que
os conserve en su gracia y que os envíe la muerte
antes que volver a ofenderle.
3.º- Pedidle gracias para todos los que no le
conocen y no le aman, y le blasfeman, para que los
convierta y los haga devotos de su corazón.
Pedidle hoy, gracias para este pueblo, para que
no haya ninguna alma que muera sin Sacramentos, y
para que todas se salven.
Pedidle para que crezca en esta villa la
devoción al Corazón de Jesús.
Pedid por vuestras familias.
Pedid por todos los que cooperan a la
propagación del amor al Corazón de Jesús.
Que cada año vaya en aumento.
Pedidle, en fin, que todos los que estamos aquí
reunidos, podamos reunirnos un día junto a su
corazón, para alabarlo y verlo sin los velos de la
Eucaristía.
VINAROZ
Escritos I, vol. 3.º, doc.
119, págs. 1-3
Vinaroz.
25 de Mayo de 1885
Mane nobiscum [(Lc 24, 24-29)].
Mis amados en el Señor: Recuerdo en este momento
aquel interesante pasaje, cuando el divino
Salvador, haciéndose desconocido se acercó a los
discípulos que se dirigían a Emaús los días
posteriores a la Resurrección. Y mientras
escuchaban de su boca divina aquella reprensión:
!Oh tardos en la fe, para creer lo que han dicho
los Profetas! ¿Acaso no convenía que el Cristo
padeciese, y así entrase en su gloria?
Quería apear[les] de esta poca fe.
Y cuando iba saliendo de su boca aquella tan
grata conversación y al manifestarles que debla
pasar adelante, [dijo] aquellas palabras que la
Iglesia nos dirige: Mane nobiscum, Domine, quoniam
advesperascit, et inclinata est jam dies. Permanece
con nosotros, Señor, porque se hace tarde. Y luego
desaparece de sus ojos, al conocerlo en la fracción
del pan. ¡Oh, qué duda la suya! mas, ¡qué disimulo!
¡qué desconsuelo al haber desaparecido!
Más amoroso que con aquellos discípulos, este
divino Salvador ha querido unirse a nosotros en el
camino, y desconocido, y oculta su mirada bajo los
velos eucarísticos, y consiente en habitar en el
castillo de Emaús de nuestros templos tabernáculos,
y no de paso, sino permanentemente, y teniendo que
repetir aquella amarga expresión: ¡Oh! stulti et
tardi corde!
Y a pesar de esto se ve precisado a decir a las
almas: ¡Oh! stulti et tardi de corazón, que no
creéis ni en mi palabra ni en mis milagros.
¡Oh, necios, que no sabéis apreciar mi
permanencia!
Esta voz se ve precisado a dirigir a tantos
corazones.
Vosotras, almas, que dóciles a su voz, le
buscáis con ansiedad; que semejantes a la esposa
mística, preguntáis a los guardas de la ciudad, a
la Iglesia, dónde está el que vuestra alma ansía,
que lo preguntáis con amorosa solicitud dónde
descansa al mediodía, que no tenga que decir: tardi
corde!
Vosotras, sí que como aquellos discípulos,
debéis decirle: Mane nobiscum, Domine. Permanece y
quédate con nosotros.
Y debéis decírselo con fe, con gratitud por su
permanencia. Quédate, Señor, siempre conmigo y
dentro de mi corazón porque advesperascit, por[que]
sin ti la noche, y la noche vendrá sobre [el] alma.
No te apartes, Señor, de mí, porque el día se
inclina ya y van pasando los años de mi existencia,
y estoy a la caída de la tarde y necesito tu
compañía.
Y su corazón se abrasa de amor.
Nobiscum; conmigo, con tu gracia, y con tu
presencia eucarística para consuelo de mi alma.
Y el Señor, si lo decís con piedad, escuchará
vuestro clamor y permanecerá gustoso en vuestras
almas, y os comunicará sus consuelos.
Y en la tarde de la vida, y en la hora de la
muerte será vuestro confortativo y viático.
Para que, pues, pueda el Señor agradecer vuestra
invitación, alentando vuestra fe y vuestra
confianza, humildes decidle:
Escritos I, vol. 3.º, doc.
120, págs. 1-3
Fervorín
Vinaroz. Santa Clara. 1888
En el oficio de [?] hay una oración (la de la
colecta de la Misa), que es de muy alta
significación. Señor, dice.
¿Cómo Jesús ser oro, incienso y mirra?
Al crear Dios al hombre, éste debla ofrecerle el
oro de adoración, en reconocimiento de su suprema
majestad; incienso, o sea gratitud por sus
beneficios; y mirra, de abnegación, porque además
de los principios de la ley natural, le imponía
sacrificio, la privación del árbol de la vida.
Desde el día del primer pecado ya no pudo
ofrecer estos dones, porque la humanidad estuvo en
estado [de] pecado, y si aceptaba algunos
sacrificios, era porque representaban los futuros
sacrificios del Hijo de Dios.
Vino Jesús y mediante sus méritos pudi[eron] los
dones del hombre, unidos a él, ser agradables.
Pero no se contentó con esto: El mismo quiso
convertirse en estos dones, y se hizo [oro],
incienso y mirra; oro, mediante el reconocimiento
supremo de Dios, exclamando, según el Profeta: Ecce
venio [(Sal 39, 8)]. Incienso de continua gratitud.
Y mirra, de sufrimientos, porque Jesús desde la
cuna hasta la cruz
Y no contento con haber [ofrecido] estos dones
una vez, para que el hombre los pudiera renovar al
Padre, y pagar por él, ha querido mediante el
sacrificio eucarístico convertirse en oro, incienso
y mirra permanente, para ponerlos a nuestra alma.
Y, por lo tanto, ese Jesús presente aquí, está
convertido en pedazo de oro de infinito valor; en
un grano de incienso que se consume y derrite en
olor de suavidad en el cual se complace el Padre
Eterno que le ama: He aquí; y en mirra, renovando
su muerte y su cruz.
Y esto lo va a poner en tu boca, hermana mía,
para que lo saborees y lo hagas tuyo, y lo
ofrezcas.
¿Qué le darás en cambio al Señor, que viene a
constituirse tu mirra, tu oro, tu incienso?
Cuando lo recibas en tu corazón, cuando lo
tengas en los brazos de tu alma, cuando lo
presentes como cosa tuya, porque tuya es, al Padre
Eterno, une a él, aunque pobre, el oro de tu
corazón ofreciéndote al Señor en reconocimiento de
su poderío, ofrécete al cumplimiento de su
voluntad, actos de adoración.
Ofrécele el incienso de gratitud por tantos
favores, por el beneficio de la creación, de la
conservación, y, sobre todo, en haberte escogido
entre tantos miles de almas para esposa suya,
tabernáculo de su amor especial; seas grano de
incienso que se consuma en actos de contrición
perfecta; y, sobre todo, ofrécete tú con él mirra
de sufrimiento para cuanto el Señor quiera hacer de
ti; ofrécete víctima como él se está ofreciendo en
desagravio de tantas ofensas, de tantos corazones
que no le aman, de tantos que le olvidan, de tantos
que no se acuerdan de ofrecerse víctimas para que
lluevan las gracias sobre las almas, y se
multipliquen sus amadores.
Mirra, en fin, ofreciéndole tus trabajos, tus
tentaciones, tus tristezas, tus enfermedades, tu
muerte, y de este modo, todos tus afectos, todos
estos sufrimientos, todos estos amores, tendrán
mérito infinito, porque estarán mezclados, unidos,
y serán una misma [cosa] con los de Jesús, y por
consiguiente, merecerán las complacencias del
Padre.
Para merecer pues estas complacencias, para que
Jesús disfrute con gusto este oro e incienso de su
criatura, y
Escritos I, vol. 3.º, doc.
121, págs. 1-3
Fervorín. Vinaroz.
Martes de Septuagésima, 1889
Mis hijas. Un misterio tierno y doloroso
celebrabais ayer, el cruel paso amargo de la
soledad y desolación de Jesús en el Huerto. Allí en
aquella soledad, y en el silencio de la noche,
cuando el astro nocturno estaba a la mitad de su
carrera, el Rey de las naciones, el Deseado se
encuentra bajo el peso del dolor, de la fatiga, de
las luchas.
Allí le agobiaban sus tormentos.
Allí contemplaba las injurias.
Allí vela lo inútil de su sangre y su corazón se
rompía de amargura, sin nadie que le consolase,
buscando quien le consuele.
¡Oh! si hubiésemos podido estar allí.
Pues, amados míos: Allí este buen Señor, allí
nos buscaba. No contento con ello, a través de los
siglos, en la soledad del tabernáculo, los mismos
sentimientos se le renuevan, las mismas ofensas se
le dirigen, las almas se condenan y su corazón se
oprime, y llama para que le consolemos y nos llama
a nosotros, que como a Pedro, Juan, ha escogido, a
vosotras a las cuales ha escogido a la soledad del
claustro que como otro huerto de los Olivos quiere
el Señor desahogar su pecho, en este huerto
escogido de sus amores.
¡Ah! Y el mismo deseo de hacerle compañía le
agita y pide su consuelo.
¿Le dejaremos, ya que entonces no podíamos?
Poseámonos de sus sentimientos. Sintamos las
ofensas.
Consolémosle de su soledad, y del olvido de las
criaturas.
Y así como él ofreció su cuerpo y alma víctima,
ofrezcamos con [él] este cuerpo y esta alma al
sufrimiento: Víctima por el bien de las almas, y
entonces subirá vuestro sacrificio como el suyo a
[?] tu gloria.
Para que podamos, pues, consolarle, y alcancemos
estas gracias y que cumplamos el sacrificio que con
él queremos hacer, que nos purifique... y virtudes
=================
También les prediqué, en Vinaroz, el 24 de Febrero
en la Oración del Huerto.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
122, pag
Vinaroz.
24 de Mayo de 1889
Trasladaos con el pensamiento a Nazaret, a
aquella casita estancia. Allí habita
Suponed que sois convida[das] a entrar en
aquella casa. ¿Qué vemos? Allí a la Virgen,
silenciosa, con su hijo en los brazos, dormido;
ella contemplándole, y S. José
Y se os permite sentaros allí quietecitas
----------------------------
¡Oh! con qué [?] hubierais mirado las mejillas de
Jesús, aquel
Hubierais querido ofreceros.
Y si entonces la Virgen nos lo hubiera dado,
¡Oh! Bonum [est] nos esse hic [(Mt 17, 4)].
----------------------------
Pues el mismo Jesús y por manos de María
-------------------------------
Sus mismas mejillas. Pensad que se os presenta, y
la Virgen os lo da. ¿Qué le diréis? Lo que le
hubierais dicho entonces.
Que queréis servirle vida de retiro.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
123, págs. 1-4
Vinaroz.
8 de Noviembre de 1889
Hermanos míos en el Señor Trasladaos con el
pensamiento a aquel pasaje de la Eucaristía, cuando
el ferviente Ellas, único Profeta servidor del Dios
de Israel, rodeado de enemigos, perseguido por la
impía Jezabel, a pesar de ser tan valeroso, se puso
acobardado y queriendo escapar de tantas
asechanzas, se dirigió a esconderse hacia el monte
de Dios Horeb.
Pero ¡ahí, que el cansancio le fatiga, la
memoria de los enemigos que le persiguen le llena
de ansia, la congoja le rinde, y en mitad del
monte, desfallecido, cae en tierra, quedando como
soporado. Y he aquí que una voz amiga, voz de un
ángel, le llama, y una mano le toca y dice: Toma y
come, y presentándole un pan subcinericio, esto es,
cocido bajo la ceniza le anima a comerlo; y
fortalecido luego con este pan, pudo llegar animoso
hasta el monte de Dios, hasta Horeb.
----------------------------
Ahora bien, hermanos míos en el Señor: Hubo un día
que en medio del mundo, deseosas de servir al Dios
de vuestro corazón, aborrecisteis el mundo, y
abominasteis sus pompas y vanidades, ofendidas por
sus escándalos os apenabais en vuestra alma; y al
veros rodeadas de peligros, perseguidas de los
enemigos de vuestras almas, resolvisteis escapar, y
no parar hasta guareceros en el monte de Dios, en
el Horeb de la perfección religiosa.
Mas ¡ay!, que al escapar de vuestros enemigos,
al considerar vuestras miserias, al mirar lo
elevado del monte que debíais recorrer, la
sublimidad de vuestro estado, las obligaciones que
habéis contraído, la cadena de deberes que pesan
sobre vosotras, lo espinoso del camino, las
debilidades de vuestro corazón, los enemigos que no
dejan por eso de perseguiros, más de una vez ¡ay!
la desconfianza y el desfallecimiento asoman a
vuestro corazón.
Pero el Señor ha previsto nuestra flaqueza, y
las fatigas de este camino, y en'su amorosa
providencia ha proveído a nuestra debilidad.
Y una voz amiga, ¿qué digo?, una voz amorosa, no
de un ángel, sino del Amador eterno de las almas,
te dice:
Surge et comede. Levántate y come [(1 Re 19,
5)].
Levántate tú que estás como aletargada en el
sopor de la desconfianza, y del temor: Surge.
Levántate alma mía que estás sumergida tal vez en
la tristeza de las tentaciones interiores: Surge.
Tú que estás rodeada de combates indefinibles y
del cansancio en el servicio de Dios: Surge.
Tú a quien tal vez las enfermedades y dolores te
secan y parecen entorpecer tu paso y como si no
pudieses seguir el camino de la santidad: Surge.
Tú a quien las humillaciones exteriores y el
ejercicio de la paciencia parece que te tiene
atada: Surge.
Tú a quien la tibieza parece te tiene enervada y
como atadas tus alas con el abatimiento para desear
cosas mayores: Surge.
Et come, este pan subcinericio, cocido bajo las
cenizas de la humildad, pero al fuego de la más
ardiente caridad, con el sufrimiento y el dolor.
Ese pan de vida eterna anunciado a los Profetas.
Ese pan conforta mejor que el del mismo Elías.
Ese pan llamado viático, o sea provisión para el
camino.
Ese pan que es nada menos que el corazón mismo
de Jesús.
Y con él podrás llegar al monte de Dios Horeb.
- al cumplimiento de tus obligaciones y deberes,
- al grado de santidad a que Dios te tiene
llamada.
Y nada te intimidará ya
Y cuando venga la enfermedad
Y cuando te aqueje la tribulación
Y cuando las tentaciones te fatiguen,
Y cuando las tinieblas de desmayos, y de
temores, y de dudas, y de ansiedades quieran
sobreponerse, fortalecida con él dirás, con el
Apóstol: Quis me separabit... [(Gal 8, 35)].
Y cuando venga el temor y el sopor de tu muerte,
este pan será para viático, o sea confortativo para
el camino, hasta llegar al monte de Dios Horeb, al
monte del descanso.
Mas para merecer estos frutos, debes levantarte
a la fe a la confianza, al deseo de propósitos
eficaces, de no desmayar en el camino, y comer con
humildad y con gratitud este pan de vida eterna,
que Jesús te ha concedido en el camino y desierto
de la vida.
Para merecerlo: Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
124, págs. 1-3
Febrero, 1890
Trasladaos con el pensamiento a aquella mañana
de la pasión.
Haría poco que Jesús había pasado aquellas horas
de agonía, y alegre se había ofrecido a sus
verdugos.
Y en aquellas mismas horas solemnísimas ponen a
Jesús en la prisión, y solo allí atado se
encontraba. Sólo se oían las carcajadas y
blasfemias de los soldados, que fuera de la prisión
hacían comentarios.
Qué pasaría por [la mente de] Jesús. La Iglesia
nos dice: Popule meus, quid fecit tibi? [(Miq 6,
3)].
Yo te saqué del mar Rojo, y tú me atas con
cadenas
Yo te alimenté con el maná en el desierto, y tú
vas a darme
Yo te [?] no contento con esto sané a tus
enfermos.
¿Cómo contestaban? Los unos blasfemándole, otros
dormidos, sin pensar en Jesús, otros abandonándole.
¡Qué día aquél!
¡Oh! Si hubiera tenido allí un [?]
A través de los siglos aquella prisión forzada
ha querido confirmarla en la prisión eucarística y
alrededor de ella tienen lugar las mismas escenas,
sobre todo estos días. Popule meus. Yo te saqué de
la idolatría.
Yo te alimenté con mi providencia, mirad soy
Yo te he cuidado con la sangre de mis venas
Y ¿cómo se le responde?
Ya lo sabéis, los unos como los [?] [?] tramando
en antros tenebrosos.
Otros que han recibido más beneficios no
importándoles nada las ofensas a Jesús.
Otros [con] el respeto humano. S. Pedro de lejos
Otros olvidando sus beneficios.
¿No habrá una Magdalena que se atreva a
consolarle?
Nosotros que somos llamados a ser reparadores de
su amor sacramentado, protestémosle como Pedro,
aunque no lo hayamos de cumplir.
Etiam si oportuerit me mori tecum, non te
negabo. [(Mt 26, 35)].
Y si el mundo te persigue, yo te recompensaré en
esta
Y si las pobrecitas almas andan disipadas estos
días en los concursos y vanidades, yo te repararé
con mis actos de tu
Si almas inocentes están expuestas a perder[se],
yo te pediré por ellas pasando en hora santa estas
noches.
¡Oh! El Corazón de Jesús que no tuvo consuelo,
lo tendrá en nosotros, y serán días de bendición.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
125, pág. 1
Votos
A mis religiosas de la Providencia
de Vinaroz, en el día de su renovación
de votos. 16 de Abril de 1893
Mis hermanas en el Señor e hijas mías en la
divina Madre: El Profeta Isaías para animar a los
hijos fieles de Israel en medio de las salidas de
tantos otros, les dirigía estas palabras:
Attendite ad petram unde excisi estis. Attendite
ad patrem vestrum Abraham, et ad Saram quae peperit
vos [(Is 51, 1-2)].
Ahora bien. Habéis
Escritos I, vol. 3.º, doc.
126, págs. 1-4
Vinaroz.
2 de Enero de 1894
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)]
La gratitud, el reconocimiento es uno de los
primeros deberes de la criatura racional, por
derecho conocido por la luz natural y por derecho
positivo divino.
Por ello los hijos de Adán, Abel, no sabiendo
cómo ofrecer a Dios algún acto de reconocimiento,
se desprende de las mejores [reses] de sus ganados
para sacrificarlas y quemarlas en obsequio de Dios,
y como una protestación del dominio que tenía Dios
sobre todas las cosas, y como aplacar su enojo por
las faltas.
Por esto, David, ese corazón tan reconocido,
cuando daba una mirada en su meditación a los
beneficios que Dios le había concedido exclamaba y
escribía: Quid retribuam Domino?
Tibi sacrificabo hostiam laudis [(Sal 115, l7)].
Y ¿qué hostias eran éstas? Algunas víctimas de
[animales] que ofrecía como tributo de amor, de
alabanza, de reconocimiento, y apenaba su espíritu
el no poderle ofrecer algo mejor, y si algo le
tranquilizaba era porque veía en aquellas víctimas
la figura del que vendría a santificarlas con sus
méritos y su sangre.
¡Oh! Qué pena para aquellos ardientes corazones
el no poderle ofrecer una cosa dig'na de Dios. ¡Oh!
si hubiesen tenido nuestra...
Por ello, alentado el profeta Isaías y saludando
este día, dice: offertur nomini meo [(Mal 1, 11)].
Y en todos los ángulos de la tierra
Pero vino la plenitud de los tiempos, y he aquí
que se rasgan los cielos... y según Isaías aparece,
como el rocío de la mañana, como el sol en el
oriente.
E Isaías, trasportado, no sabe qué nombre darle,
y le dice que viene como el [?] Oriente, y en [su]
brazo el nombre de Rey de reyes.
Y he aquí que este sol y deseado de los collados
eternos, esta víctima de propiciación, apenas entra
en el mundo exclama: oblationes et holocausta
noluisti [(Heb 10, 8)].
Pero me habéis dado un alma y un cuerpo mortal:
Ecce venio [(Heb 10, 7)]. Aquí estoy para
ofrecerme.
Y se da, y no sólo se da entonces, sino que
fuera de sí de amor, cerrando los ojos a todos los
inconvenientes, se deja, se entrega y se deposita,
para que siempre y a todas horas, le podamos
presentar como cosa nuestra, como tesoro nuestro,
como si nos perteneciese.
¿Qué digo? Entra en nuestro corazón para hacerle
una cosa misma con nosotros, para ser como él mismo
ante el Padre Eterno, puesto que formamos una misma
cosa, y podamos decir con San Pablo: Vivo, no yo;
Jesús es el que vive en mí y por mí.
Y, por lo tanto, tenemos a nuestra disposición,
como si fuera nuestro ese tributo, esta paga que
poder ofrecer y pagar todas nuestras deudas de
reconocimiento.
Hoy, pues, que celebramos el último día de año,
que nos recuerda la cadena de beneficios de Dios,
durante todo él; cadena de beneficios que no ha
concedido a otros, que no han llegado a ver este
año.
Hoy que quisiéramos de un modo especial dar
gracias a Dios y pagarle lo que le debemos, hoy,
cual nunca, podemos ofrecerle esta paga, dándole a
Dios más de lo que debemos.
Ya que viene, pues, a nuestro corazón con este
objeto, para suplir por nosotros, derrítase nuestro
corazón de gratitud y reconocimiento.
Y al ofrecerle al Padre Eterno, pidámosle que lo
acepte:
1.º Como víctima por medio de la cual perdone
todos nuestros pecados, nuestras tibiezas,
imperfecciones, desvíos, sorderas y gracias
perdidas durante este año, y en los pasados.
2.º Que acepte esta hostia de reconocimiento de
todos los beneficios, gracias, consuelos, luces,
inspiraciones, sacramentos, alimentos, cuidados de
su Providencia; y pagado este tributo.
3.º Pidámosle gracias abundantes, por medio de
su corazón sacramentado, para el año 94.
Que podamos santificarnos, siguiendo sus
inspiraciones.
Que podamos santificar las almas con nuestras
oraciones.
Que podamos trabajar por su gloria, aunque sea
con sacrificio nuestro.
Que bendiga la empresa que ha confiado a
nuestras manos, de tanta gloria suya, y que ha de
durar por tantos años.
Que bendiga también al Papa. Sea colmado el 94.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
127, págs. 1-3
Trasladaos, hermanos míos, con el pensamiento a
aquellos momentos silenciosos de Jesús en su retiro
de Nazaret, y contemplad las amarguras de su
corazón; Jesús que no vivía sino para el hombre,
que no respiraba sino para su bien, que no tenía
otro objeto ni otra ocupación sino el pensar en su
felicidad, estaba allí conversando con ellos a
través de los siglos. Como el enamorado Esposo de
los Cánticos, estaba diciendo a todas y cada una de
las almas, cómo había venido a soportar por ellas
el frío, el calor y el cansancio. Les estaba
diciendo que por ellas iba a sufrir gustoso la
muerte, para salvarlas y que, por lo tanto,
correspondiesen a su amor. Más aún, les estaba
diciendo que si no correspondían a este amor serían
infelices y desgraciadas por una eternidad. Y bien;
¿cómo respondían las almas a este llamamiento? ¡Ah!
Los unos, semejantes a aquellos animales que
rodeaban su frío pesebre, ni siquiera levantaban
los ojos para entender los lamentos de Jesús; los
otros, duros a sus llamamientos, los vela cerrarle
la puerta para no recibirle, como lo hicieron los
habitantes de Belén; los otros, crueles como
Herodes, los veía perseguirle e insultar a sus
amores, como los verdugos de su pasión. ¡Cómo
estaría el Corazón de Jesús al repasar en su mente
el rechazo que se hacía de sus bondades! ¡Oh, si
hubiéramos podido espiar aquellos momentos
solitarios de Jesús! Tal vez hubiéramos visto
desprenderse de sus ojos dulces y ardientes
lágrimas de amargura, a vista de tanta
indiferencia.
Y, sin embargo, allí el Padre Eterno, para
aumentar la mirra de aquel corazón, descorría la
cortina de los siglos, y le hacía ver las
ingratitudes de las criaturas, el menosprecio de su
sangre; más aún, le hacía ver el desamor aun de
almas privilegiadas, la profanación de sus
sacramentos, el beneficio de sus inspiraciones, los
¡Oh, cómo estaría su pobre corazón en aquellos
momentos de soledad! Y si entonces, hermanas mías,
en aquellas ansias y desolación en que Jesús se
encontraba, alguna alma amante, compadecida de
Jesús, se hubiese acercado a él, y le hubiese
animado y se hubiese puesto a su lado, y se hubiese
ofrecido como él al sacrificio, y le hubiese
protestado fidelidad, ¡oh, qué lenitivo tan grande
hubiera sido para su amante corazón!
Hermanas mías de mi alma, hijas de la
Providencia: El mismo Jesús que entonces, allí en
su infancia, y en Nazaret angustiado se lamentaba,
es el mismo que está aquí presente; las mismas
circunstancias le rodean; miles de corazones
dormidos en el sueño del pecado, no quieren atender
a su voz; otros ¡ay! rechazan hasta el mismo
beneficio de haberse quedado sobre la tierra para
su compañero; ¿qué digo? la mayor parte de las
almas rechazan sus amores; otros, ¡ay! hasta le
insultan en su propio tabernáculo. ¿Quién será el
que consolará a Jesús? Hermana mía: El Señor, que
te ha escogido para esposa, se ha reservado tu
corazón para que sea como pesebre donde quiere
descansar. Seas tú, hermana mía, la que le consuele
en este abandono general, la que le repare de la
frialdad de tantas criaturas; ya que él te ha
escogido para esposa de su corazón, cuando estés
unida a él, protéstale fidelidad, prométele unirte
a su sacrificio; ofrécete a ganar, con el tuyo,
almas para él; ofrécete, en fin, víctima de
reparación. Porque si estos sentimientos te animan,
¡oh! Jesús se complacerá en tu alma, y te llenará
de sus dones, y dará por bien empleados sus
sufrimientos.
Acércate, pues, a albergar a Jesús; piensa que
el Señor ha escogido tu corazón para que sea su
pesebre agradable donde quiere descansar, en medio
del frío glacial en que el mundo le coloca.
Pídele que lo adorne en todas las virtudes, que
arranque de tu corazón todas las pajas que pudieran
punzarle; y de esta manera el Señor descansará
gustoso y te concederá cuanto le pidas. Pídele,
sobre todo en el día de hoy, principio de año, que
éste sea de bendiciones para tu alma, y que esta
Comunión sea principio de nueva santificación para
ti y para las almas.
Una gracia especial os pido, hermanas mías, en
este día. ¡Oh, cuántos millones lo empiezan y no lo
terminarán! Pedidle, pues, a Jesús por todos los
que agonicen este año; que no haya ni uno que se
pierda. Si para ello es necesario el sacrificio de
nuestra vida, de nuestro honor, de nuestra salud
Y para que podamos merecer que el Señor nos
escuche, entreguémosle un corazón contrito y
humillado,...
INDETERMINADOS
Escritos I, vol. 3.º, doc.
128, págs. 1-3
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje de
S. Lucas, cuando el divino Salvador dirigiéndose
hacia su querida aunque ingrata Jerusalén, el día
en que iba por última vez a ella a entregarse por
nuestro amor, al ver la ciudad de lejos dijo a los
Apóstoles, recordándoles aquellas palabras del
Profeta que hablaban de él: Dicite. Id [a] decir a
la hija de Sión: Ecce Rex. He aquí al Rey tuyo, que
viene a ti lleno de mansedumbre [(Mt 21, 5)].
¡Cuáles deberían ser los sentimientos que
animaban el corazón de Jesús, cuando dirigía estas
tiernas palabras a Jerusalén, en aquel día
memorable, en que iba a entregarse por amor del
hombre!
Mis amados en el Señor, hijas de María
Inmaculada y [de] Teresa de Jesús: Al ver en este
momento a este mismo divino Salvador, encubierto
bajo los velos de Sacramento, encerrado en este
humilde tabernáculo, pronto a entregarse a vuestros
corazones, parece que me está diciendo: Sacerdote
mío, diles a las hijas de Sión: Ecce Rex tuus.
Alma cristiana. He aquí el Rey tuyo, que viene a
ti lleno de mansedumbre. Medítalo bien -estas
palabras-, alma cristiana que me escuchas. El Rey
tuyo que viene a ti y lleno de mansedumbre.
El Rey, pero aquel Rey que tiene el cielo por
trono y la tierra por apoyo de sus pies; aquel que
tiene ejércitos de ángeles por ministros y las
estrellas del cielo por corona; Rey de reyes y
Señor de los que mandan y ante el cual un día las
generaciones todas caerán postradas en la
presencia; el hermoso entre los hijos de los
hombres, el Deseado de los collados eternos; éste
es, que está aquí encerrado y presente y te dirige
su mirada cariñosa.
Y este Rey tuyo, tuyo porque él es el que te ha
creado de la nada, tuyo porque te compró con sus
fatigas y su sangre, tuyo sobre todo porque te ha
atraído a sí con los goces de su amor y te has
entregado gustoso a su servicio, y este Rey tuyo
viene él mismo... ¡Ay! la misteriosa esposa de los
Cánticos iba desolada buscando a aquel que su
corazón deseaba, y no lo podía encontrar. Pero ¡ah!
este Amante divino quiere venir él mismo y
descendiendo del cielo, y saltando montes y
atravesando collados de inmensas dificultades, no
para hasta poder comunicarse al hombre. No es
preciso, pues, que como la enamorada esposa
preguntéis dónde descansa al mediodía, porque él
mismo viene a tu encuentro para darte en alas de
sus deseos, el ósculo de paz y amor.
Y este Rey tuyo, -venit tibi- quiere venir
principalmente a ti, amada hija de María Inmaculada
y Teresa de Jesús; a ti a quien [ha] escogido para
que celes sus intereses; mientras el Señor ha
dejado a tantos pobrecitos sin fe, mientras ha
dejado a tantos que no le conocen, ha querido
escogerte a ti para que le ames y le recompenses de
la frialdad de las criaturas, y en ti quiere
descansar principalmente.
Y no temas acercarte a él, a pesar de su
grandeza, porque viene mansuetus, lleno de
mansedumbre, despojado del aparato de su gloria,
para no intimidarte; cubierto su rostro con las
especies sacramentales para no herir tu timidez; el
brillo de su gloria y el esplendor de su grandeza
te lo guarda para el día de la eternidad, en que tu
alma pueda soportar el peso de su inmensa grandeza;
hoy viene sin aparato y humildemente para poder
comunicarse a ti, y tratarte con la familiaridad
más íntima.
Ahora bien, pues, ¿cómo responderemos a este
dulce llamamiento de Jesús? Mirad: cuando el Señor
dirigía estas palabras a los Apóstoles para que las
dijeran a Jerusalén, era aquel día en que por
última vez entraba montado humildemente, en aquella
ciudad; y [de] esta ciudad, como si resonara en el
fondo de sus corazones estas palabras, salieron a
recibirlo con palmas en las manos y arrojaban sus
capas al suelo para que pasase Jesús, y entonaban
[cánticos] de gratitud y de entusiasmo diciendo:
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Ahora bien, H.M., al recibir en este momento a
Jesús en vuestros corazones, ofrecedle al Señor
palmas frondosas de sentimientos de amor, de
humildad, de pureza, de virtudes agradables;
arrojad y sacrificad palmas frondosas de santos
propósitos de abajar a los pies de Jesús vuestras
miserias, vuestro amor propio, vuestra voluntad, a
fin de que Jesús los pise con su planta divina.
Pero, sobre todo, ofrecedle cánticos del más
puro entusiasmo y de gratitud a su acendrado amor.
De este modo el Señor se complacerá en su venida
a vuestras almas, y le será grata la
correspondencia y docilidad, con que habréis
escuchado su voz.
Y cuando estéis unidas a él, recordad lo que
decía Sta. Teresa de Jesús: que en aquel momento
está Jesús como en un trono de amor, dispuesto a
derramar los [tesoros] de su amor y de su gracia, y
pedidle que os colme de ellos, que dirija los pasos
de vuestra juventud, que os abrase en su dulce
amor; pedidle también que mire benigno y convierta
a los pobrecitos pecadores, y decídselo por los
amores de su amante corazón; y pedidle por todas
las necesidades, por vuestras familias de España, y
de este modo será aprovechada la venida de Jesús.
El os llenará de su amor, de modo que podáis
decirle como el Apóstol: Vivo yo, mas no; quiero
que Jesús viva en mis obras, en mis pensamientos,
en la vida y en la muerte. Y si alguna cosa hay,
etc.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
129, págs. 1-2
Mis hijas en el Señor: ¿Qué idea recordaré y
expondré a vuestra piedad en este momento solemne
como disposición al acto que vais a practicar?
Se conmovió su corazón [?] y volviéndose a los
Apóstoles y señalándoles con el dedo a Jerusalén,
les recordó las palabras de Ezequías, que hablaban
de él. Id y decid a la hija
El Señor pronunció estas palabras para que se
transmitieran hasta la consumación de los siglos y,
por lo tanto, al ver aquí desde esta montaña
mística del Sacramento se dirige a vuestro corazón,
parece que conmovido su corazón con los
sentimientos de entonces, me está repitiendo:
Sacerdote mío, díselo a la hija de Sión.
Amada hija mía, hija de Santa Teresa de Jesús,
¿Has meditado bien estas palabras?
Y de este modo aquel grito de los días de su
vida mortal y que nos está repitiendo en el día de
hoy, no será defraudado, y se complacerá en su
venida a vuestras almas.
Que dirija vuestros pasos por todo el espinoso
camino de vuestra vocación. Que mire benigno y
convierta a los pobrecitos pecadores por los amores
de ese mismo corazón.
Pedidle por todas las necesidades de vuestro
Instituto, por España, por el Sumo Pontífice, por
todas vuestras necesidades y por una necesidad
particular; y de esta manera será aprovechada la
venida de Jesús a nuestras almas.
Y finalmente en vuestro abrazo con Jesús,
repetidle lo que la Iglesia nos hace sentir del
Benedictus, del bello oficio de este día, Pone me
ut signaculum super... [(Cant 8, 6)].
Ponedle a Jesús como un sello sobre vuestro
corazón, para que todas vuestras palabras y afectos
vayan sellados del amor hacia Jesús, y no viváis
sino por él, y podáis exclamar con el Apóstol: Mihi
vivere... [(Flp 1, 21)]. El vivir para Cristo.
Y para adquirir estas disposiciones y alcanzar
estas gracias, postradas en la presencia de Dios,
digámosle la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
130, págs. 1-4
Oración y meditación diaria; aquí habéis
experimentado los frutos sabrosos de los santos
ejercicios que han dado la paz a vuestra alma, y
han sido la base de santificación de muchas otras.
Y sobre todo aquí habéis aprendido muchas de
vosotras la frecuencia de los sacramentos y, con
ello, a saber saborear y saciaros de esa flor del
trigo más exquisito, de ese fruto bendito del
Corazón de María, Jesús sacramentado, que real,
vivo y verdadero está aquí presente y quiere entrar
en vuestra boca y en vuestras almas.
Bien, pues, podéis decir: A la sombra de este
árbol me senté y su fruto dulce a mi paladar,
porque me ha saciado con el trigo más exquisito.
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)].
¿Qué le daréis al Señor? ¿Qué obligaciones os
impone el haber dado vuestro nombre y el haberos
alistado a estas filas de Teresa de Jesús?
Regnum mundi
En este día debéis recordar de un modo especial,
ante Jesús sacramentado, las promesas que hicisteis
en el día de vuestro ingreso, de renunciar al mundo
y a sus pompas y vanidades.
Regnum mundi
Hoy cual nunca parece os dirigirá Jesús
sacramentado en vuestro pecho, os dirá como a la
Santa: Surge, anima mea; audi filia, et inclina
aurem tuam [(Sal 44, 11)]; alma amiga, levántate
con deseos de mayor perfección al cumplimiento de
tus deberes piadosos y a no parar en el
cumplimiento de las promesas de tu reglamento.
Hoy en esta Comunión te está recordando la Santa
el espíritu de celo, distintivo de la Santa, y que
debe ser el de nuestro corazón: Zelo, zelata [(1 Re
19, 10)]; ofrecedle propósitos de celar la gloria
(y últimamente gratitud) sea en acción [?] de Dios,
procurando santificar cuanto haya en nuestro
alrededor en las varias circunstancias de la vida
en que el Señor quiera colocaros.
Date ei de fructu manuum suarum [(Prov 31, 16)].
Hoy cual nunca debéis decirle a Jesús y a
Teresa: trahe nos post te [(Cant 1, 3)].
Y podéis exclamar como: Mihi absit gloriari. Ego
dilecto meo, [et] dilectus meus [mihi] [(Gal 6, 14;
Cant 6, 2)].
Si estos sentimientos le ofrecéis, será prenda
de nuevas bendiciones para vosotros y bienestar.
Mementote.
Pedidle: 1.º Por las necesidades de la Patria,
agobiada con tantos quebrantos por los manejos de
[la] secta impía, y recordad a la Santa que es [su]
Patria; decidle a Jesús que no debe perecer en la
tierra que produjo esa planta y a la cual dijo que
sólo por ella lo creara.
2.º Por esta nuestra ciudad pecadora, para [que]
destierre de ella los vicios y, en particular, la
blasfemia; sed vosotros el... que la restañe en el
seno de vuestras familias.
Que las humillaciones que sufre se conviertan en
buen remedio para gloria de Dios y bien de las
almas.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
131, págs. 1-2
A aquella que le había consagrado su corazón
como víctima, de aquella que no suspiraba más que
para su gloria, de aquella
Por esto, al ver las disposiciones de aquella
alma, quiso aceptar la ofrenda de este corazón, y
consagrarle como un altar, en el cual quiere
descansar juntamente y sellarlo con el sello de su
propio corazón, esto es, con la llaga de su propio
corazón.
Ahora bien,
Adducentur regi virgenes post eam [(Sal 44, 15)]
El Señor dirigió estas palabras a aquella alma
virginal y la[s] repite a todas las almas que
quiere conducir tras el olor de sus virtudes, y
colocar bajo las banderas de su santidad, y por
consiguiente el mismo Jesús, mejor que el Amador de
los Cánticos, está aquí sacramentado, real, vivo y
verdadero y desea posarse sobre vuestra alma para
repetiros: Pone me; ponme, alma joven, alma como un
sello [(Cant 8, 6)].
Sólo así le será agradable nuestra ofrenda y
nuestra consagración.
Sólo así complaceremos a Jesús. Sólo así
honraremos como es debido esta solemnidad.
Al celebrar, pues, esta fiesta de tantos
recuerdos, y para alcanzar gracias de Jesús,
trasladaos con el pensamiento ante aquel sepulcro.
Pedidle por todos los que el año antedicho le
ofrecimos su homenaje, muchos de los cuales han
pasado ya a la eternidad, para que sea día de
bendición y de gracias para los vivos y difuntos.
Para merecerlas.
=================
¿Cuál era el alma distinguida que así excitaba los
deseos del Amado, de ponerse como sello sobre su
corazón?
Escritos I, vol. 3.º, doc.
132, pág. 1
de esta alma enamorada, que os selle con el
sello de su amor, para que repitáis como el apóstol
San Pablo: Vivo yo; mas no yo; Cristo es el que
vive en mí. O como la Santa de vuestro corazón:
¿Qué se me da, Señor, de mí, sino de ti?
Que grabe con el sello de su amor a las almas
que no le conocen; que os convierta en instrumentos
de su gloria en favor de las almas.
Pedidle, en fin, por las necesidades de España,
de la que es copatrona, en este día de la alegría
de su corazón.
Y para que el Señor pueda concederos estas
gracias, y para que nuestro corazón esté dispuesto
a ser sellado con el sello de su amor, traspasemos
con el dardo del arrepentimiento, diciendo para
ello la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
133, págs. 1-2
Mis hijas en el Señor: Hubo un día en que el
corazón del hombre fue feliz sobre la tierra. Dios
le había adornado de todas las gracias su alma, le
había preparado muchos dones, habitaba en él como
en un templo, un éxtasis continuo de amor era el
culto que debla ofrecerle durante su peregrinación,
para ir continuando después perpetuamente. Un árbol
de vida, una fuente de agua brotaba para regar.
Pero ¡ay! que desde el día que rompió el amor de
su Dios, una hambre devoradora se apoderó de su
alma y una sed devoradora se abrió en su corazón. Y
la pobre humanidad con el deseo de recobrar, en
parte, su felicidad perdida corrió en pos de ella.
¿Cómo? Tras los objetos que halagaban sus sentidos,
como buscó la felicidad el hombre en la hermosura
del fruto prohibido.
Mas ¡ay! Que como este alimento era más flojo
que su propio corazón; como las aguas que corrían
eran cenagosas, en vez de calmarle no hacían sino
avivar su hambre y su sed, como no la sacian los
que van tras los mismos objetos.
El eterno Amador de las almas que no había
olvidado el objeto especial de su amor a la
criatura humana, determina devolverle este alimento
y estas aguas.
Y al dejarlo entrever a las almas justas de la
antigua Ley, se morían de deseos de alcanzar este
fruto y estas aguas, y al verlo en visión el
profeta Isaías: Omnes sitientes [(Is 55, 1)].
¿Cuándo? ¿Cuándo será cuando el Señor vendrá a
poner su habitación en medio de ti, y en aquel
tiempo: Haurietis [(Is 12, 3)].
Y tiene al mundo esta dicha anunciada por el
Profeta.
Y vosotras de un modo especial, colocadas a la
sombra de este mismo árbol de vida, de la sagrada
religión, podéis saborear ese fruto, y beber esas
aguas de vida, que no sólo saltan hasta la vida
eterna, sino que dan la dicha y felicidad, única
aun en este mundo.
Permitidme que os diga: Omnes sitientes [(Is 55,
1)].
Vosotras que tenéis sed de amor y santificación,
venite ad aquas [(Is 55, 1)].
Comprad sin oro ni plata.
No importa que no tengáis el oro de las
virtudes; que no podamos ofrecer más que el humo de
nuestra sequedad y tibieza.
Basta que tengamos sed, sed de amor, de
esperanza, de buena voluntad.
Y el Señor se dará por satisfecho, porque quiere
poner su habitación en medio de ti.
Y al saborear este fruto divino y estas aguas de
amor de su corazón
Pedidle que las dé a saborear a los que las
buscan en lo que no da sino muerte.
Pedidle por vuestra alma, por muchos que no le
conocen, por tantas parroquias en donde apenas se
percibe este fruto y estas aguas, por tantas
Diócesis secas de amor de Dios, por tantos frutos
que no aprecian este don. ¡Oh! Si scires [(Jn 4,
10)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
134, págs. 1-2
Siervas
Alégrate, Jerusalén. Salta de gozo, hija de
Sión, porque he aquí que vengo y habitaré en medio
de ti. Alegraos con Jerusalén todos los que la
amáis y lloráis sobre ella, la abundancia de sus
gracias y bendiciones. Y lo que antes era árido se
convertirá en estanque de aguas, y el lirio
florecerá en la soledad, cuando el Señor venga a
poner su habitación en medio de ti. Así exclamaba
el profeta Isaías en medio de las amarguras y
abatimientos de su pueblo, cuando en lontananza
vela las bendiciones. Y para animarles repite: In
die illa haurietis aquas [(Is 12, 3)], sacaréis
aguas con gozo de la misma fuente del Salvador,
cuando él viniera a poner su habitación en medio de
ti.
¿Qué debla pasar por la mente del Profeta en
aquella visión que el Señor le concedía?
¡Oh! ¿Quién sabe si vela el acto, que con gozo
de vuestro corazón habéis celebrado estos días en
que el Señor ha venido a poner su habitación
definitivamente en medio de vosotras? Porque en lo
que antes era un campo solitario ha brotado el
lirio perfumado de la oración y lo que antes era
árido se ha convertido en espléndido templo, en
donde el Señor ha querido habitar en medio de
vosotras, y en donde podréis sacar las aguas
abundantes que brotaron de su corazón sacramentado.
Hoy, pues, que le dedicáis el tributo y
ejercicios de primer viernes, que es el primero que
le ofrecéis en esta capilla a su Sagrado Corazón,
recordad las promesas de gracias hechas por el que
ha venido a poner su habitación en medio de
vosotras, y viene a ponerse dentro de vuestro
propio corazón.
Y en medio de vuestra gratitud, protestadle que
cumpliréis los designios que él tiene al concederos
estas gracias y el escogeros a vosotras.
Prometedle fidelidad en seguir las inspiraciones
de su gracia y en dirigirle vuestras continuas
miradas en medio de vuestras ocupaciones, y sea
para él [el] primero de vuestros pensamientos al
levantaros, y el último y la última de vuestros
afectos al entregaros al descanso ligero.
Y derramad aquí vuestras oraciones ante el
Sagrario, pedidle que bendiga la Obra de vuestras
manos en el ministerio para el que él os ha
llamado, para bien de las almas cuya salvación
quiere confiar a vuestra solicitud y vuestros
cuidados y fatigas.
Que vuestro tabernáculo de Jesús sacramentado
sea el centro de los corazones de toda esta
barriada, y se multipliquen los desagravios a su
corazón ultrajado por tantos transeúntes.
Sea éste vuestro tributo de amor y gratitud.
Para merecer esta gracia...
Escritos I, vol. 3.º, doc.
135, págs. 1-4
El pobrecito misterioso Esposo de los Cánticos,
cuando en medio de una noche fría y tenebrosa
golpeaba a las puertas del objeto amado, para
encontrar en él un alberque, le exponía con la
tristeza de su corazón, porque el rocío de la noche
cala sobre su cabeza y no tenía donde pasarla.
¡Cuán amargo debía ser para [él] el sueño, o más
bien el sopor, del objeto amado que quería rehusar,
por la pereza de levantarse.
Mejor que el Esposo de los Cantares, el
enamorado Rey de las almas, príncipe desterrado
voluntariamente del cielo, no tiene vergüenza en
golpear a las puertas de los corazones, digno de
que el melifluo San Ligorio le llame el divino
Mendigo.
Y no es extraño que evoque para conseguirlo las
más poderosas razones. El rocío de la noche cae
sobre su cabeza, desde el día que quiso hacerse
peregrino sobre la tierra. La fría noche de la
indiferencia le rodea por todas partes, y no tiene
donde aposentarse.
Desde el día que crió al hombre le está pidiendo
esta habitación deseada, y el hombre apenas se la
quiere ofrecer. Por espacio de dos mil años, desde
la primera caída, [no tiene] un templo donde
guarecerse en medio de la tierra. Cuando al
realizar su pacto el Señor en el desierto, le pide
siquiera un rinconcito para estar a su lado. Y se
atreverá a decirle: Díselo al pueblo de Israel: No
me
Vino la plenitud de los tiempos; y para lograr
mejor esta habitación se viste de su propio traje;
y íay! a su primera entrada ya el mundo no le da
albergue, y tiene que sufrir el relente de la noche
en un desabrigado portal.
Y no desengañado por tantos desvíos, discurre un
medio para merecer esta habitación; se oculta, se
disfraza de pan, y con lamentos misteriosos golpea
a las puertas de los corazones, y, sin embargo,
¡ay! los corazones indolentes tienen pereza, y no
escuchan, y no le reciben y le desvían; y su pobre
corazón ha de continuar en medio de la frialdad de
la noche, cayendo sobre él el relente de la
indiferencia.
Y no pudiendo soportar más este corazón, se lo
arranca del pecho y lacerado y espinado lo presenta
a la humanidad, para que le tenga compasión y le
dice: He aquí el corazón que tanto ha amado a los
hombres, y que en cambio recibe ingratitudes.
Recibidle, almas cristianas, y reparadlo, y
calentadle, y albergadle, abrigadle.
Y éste es el día, Madres mías, en que celebramos
la memoria de este acontecimiento y de este clamor
de Jesús. Y éste es el día escogido principalmente
para este acto de reparación.
Y aquel Jesús que dio este grito de cariño, pero
cariño resentido, es el que está aquí presente; y
también le rodea la noche fría de la indiferencia,
de los mortales, y de tantísimos corazones
redimidos con su sangre, que tienen pereza de
albergar a Jesús, y os dice, diciendo también: He
aquí el corazón que tanto ama y ha amado, y que
desea amor y reparación y no se le da; y él es el
que os está diciendo: Repárame tú cuanto puedas de
esta indiferencia.
Amor y reparación.
Y te está repitiendo a ti: Mira, religiosa, he
aquí el corazón que desea venir a tu corazón en
reparación del frío de los pecadores: Recíbeme,
repárame.
Amor y reparación; he aquí lo que el Señor está
pidiendo.
Al recibirle, pues, ofrecedle el abrigo de
vuestro corazón, prestadle la fidelidad;
consoladle, y si así lo hacéis él se quedará
satisfecho, y os concederá cuanto le pidáis.
Pedidle
Este clamor que dio un día, no será perdido.
Al crear Dios al hombre, en fuerza de su amor
para con él, no pretendía sino habitar en él como
en su propia casa y formar de él su templo.
Al crear Dios al primer hombre le hace rey de
toda la natura~ leza, pontífíce del universo, y no
pretende de él otra recompensa, que la posesión de
su corazón en el que quiere residir como en su
propio templo. Dios tiene sus delicias en habitar
con los hombres y habita en su corazón como en su
propio templo.
Pero ¡ay! desde el día de la primera caída le
está pidiendo esta habitación deseada, y el hombre
no se la quiere dar.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
136, págs. 1-3
El real profeta David, cuando pasadas las
angustias que habían agitado el corazón de la
juventud, libre de sus enemigos, restituido a
Jerusalén, depositada el arca, descansaba en la
paz, y podía ofrecer tranquilo sus dones a Dios,
lleno de entusiasmo al dar una mirada retrospectiva
a cuanto le había acontecido, entonaba aquel
hermoso salmo que la Iglesia nos hace repetir
tantas veces: Credidi, propter quod [locutus sum]
[(Sal 115, 10-19)].
Creí y por esto puedo hablar ya.
Quid retribuam Domino?
¿Qué le daré al Señor en cambio de todo lo que
El me ha dado?
Calicem salutaris accipiam.
Recibiré el cáliz de salud e invocaré el nombre
del Señor.
Vota mea Domino [reddam].
Repetiré y cumpliré mis votos al Señor, en
presencia de todo el pueblo; preciosa es en la
presencia del Señor la muerte de sus justos.
O Domine, quia ego servus tuus.
Pero ¡oh! Señor, que yo no soy sino un siervo e
hijo de vuestra esclava, y no obstante
Dirupisti vincula mea.
Has roto las cadenas de mi esclavitud; a ti
sacrificaré hostia de alabanza e invocaré el nombre
del Señor.
Y como si no acabara de saciarse de entonar
himnos de gratitud, repetía: Vota mea.
Repetiré mis votos en presencia de todo su
pueblo; in atriis domus Domini, en los atrios del
Señor, en medio de ti, Jerusalén.
Razón tenía el corazón del Profeta de ofrecer
sus votos al Señor, puesto que podía hacerlo ya en
los atrios de la casa del Señor, después de tantos
años que había estado separado de ellos.
Ahora bien, pues, hijos míos en el Señor. Si al
dar una mirada retrospectiva a su pasado te pones a
considerar la cadena de beneficios del Señor, el
orden de su amorosa Providencia sobre ti hasta el
presente, mejor que David exclamarás: Quid
retribuam Domino?
Calicem salutaris accipiam. Tomaré gustoso el
cáliz de la salud, de la mirra, del sacrificio, de
la abnegación de mí misma, de la penitenciaa y de
la mortificación y de cuanto el Señor quiera
enviarme y en todo esto, nomen Domini invocabo,
invocaré y bendeciré el nombre del Señor.
Y repetiré mis votos y mis promesas en presencia
de todo su pueblo porque, aunque sierva e indigna
de sus beneficios,
Y ¿cómo no? Dirupisti vincula mea. Sí, él ha
roto las cadenas que me tenían aprisionada en el
mundo, y donde hubiera permanecido aherrojada si no
hubiese sido su gran misericordia.
¿Qué hacer, pues, sino ofrecerle hostiam laudis,
hostia de alabanza e invocar el nombre del Señor.
Repetiré, pues, mis votos en medio de su pueblo,
sí del pueblo escogido de la religión, ya que puedo
ofrecerlos segura, en atrios mejores que los de
David, en los atrios del tabernáculo del Señor, en
medio de mi amada Jerusalén.
Hoy, pues, que es el día dedicado principalmente
a la renovación de estas promesas, hoy que es el
día señalado para el recuerdo de este beneficio,
repetid los votos que un día ofrecisteis a Jesús,
al pisar los umbrales de esta casa, y en este mismo
lugar y pedidle al Señor que los haga eficaces, y
podáis repetirlos tranquilas en la hora de la
muerte, para perpetuarlos en la eternidad,
recogiendo los frutos de estas mismas promesas.
Y sellad estos propósitos con el sello del
Sacramento, para que Jesús pueda decir a vuestro
corazón, con verdad, como el Esposo de los
Cánticos: Pone me [(Cant 8, 6)], ponme como un
sello sobre tu corazón consagrando vuestros tres
votos, para que este sello no se rompa jamás, y de
esta manera, sellado con Jesús, sean constantes y
firmes; podáis repetir con el Apóstol: Nada me
separará del amor de Jesús, a quien me he
consagrado: De él soy y seré por toda la eternidad.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
137, pág. 1
Mis hermanas en el Señor: Trasladaos con el
pensamiento a alguno de aquellos momentos
silenciosos de Jesús en Nazaret. Jesús que no vivía
sino para el hombre... Pero ¡ah!, el Padre Eterno
le señalaba con el dedo las ingratitudes que
recibiría, su pasión, sus olvidos.
Y si entonces, hermanas mías, alguna alma
compadecida
Pues lo que sucedía a Jesús, sucede ahora.
Y aquí, en este nuevo Nazaret que se ha escogido
Y vosotras, hermanas mías, os habéis reunido
aquí para hacer una Comunión de desagravio, y
pedirle gracias para esta casa.
Bendito sea Jesús, que ha encontrado en vosotras
una reparación de gratitud y de amor.
Y benditas seáis vosotras, hermanas mías, que
habéis logrado la dicha de acercaros a Jesús.
Y bien, ¿qué le hubierais dicho a Jesús
entonces?
Gracias porque os permitía acercaros. Tristezas
por sus tristezas. ofrecimiento a seguirle. Pues,
los mismos sentimientos ahora. Gracias que os
permite acercaros a él, más felices que los de su
tiempo, que Magdalena, que los pobrecitos infieles.
Tristeza por sus ofensas. Ofrecímiento a servirle.
Si lo hacéis él os bendecirá y concederá cuanto le
pidáis. Pedidle para el cielo.
Que pueda repetirse este acto de reparación.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
138, pág. 1
Aperi, soror mea... quia guttis [(Cant 5, 2)].
Mis hermanas en el Señor: El misterioso Esposo
de los Cánticos cuando, en noche fría y tenebrosa
golpeaba a las puertas del objeto amado para
pedirle alberque, lo exponía con pena de su corazón
diciéndole que el rocío de la noche cala sobre su
cabeza, y no tenía donde posarla, ni lugar donde
encontrar asilo.
Cuán amargo no debla serle, pues, el sueño, o
más bien el sopor voluntario del objeto amado que,
llena de una indisculpable pereza y por no
abandonar su descanso, quiso hacerse sorda a los
lamentos que se le dirigían.
Pero ¡ah!, amados míos, hay otro corazón, que
mejor que el de los Cantares, del cual éste no era
sino figura, ha podido dirigir sus lastimosas
súplicas a los objetos de su cariño.
El Rey de las almas, el Eclesiastés eterno, el
divino Mendigo, según la expresión de San Alfonso
María de Ligorio...
Escritos I, vol. 3.º, doc.
139, págs. 1-2
Caput 5, 2. Aperi mihi, soror mea, quia caput
meum plenum est rore, et cincinni mei guttis
noctium. [(Cant 5, 2)].
Surrexit, et aperui dilecto meo [(Cant 5, 5-6)].
At ille heuxerat.
Cap. 3. In lectulo meo per noctes quaesivi
[(Cant 3, 1)].
Tenui eum, et nec dimittam [(Cant 3, 4)].
Ego dormio [(Cant 5, 2)].
Pone ut signaculum [(Cant 8, 6)].
Anima mea liquefacta est, y ut dilectus locutus
est [(Cant 5, 6)].
==================
Cuando el mundo
¿Qué te diré, pues?
Mas ya que debo decir
Si yo tuviera que dirigirme a un público menos
piadoso.
Yo os diría que...
Pero ya lo veis: hablo a un público que al venir
aquí
==================
¿Qué os diré?
Escala de Jacob. Lo que es la utilidad de la
vida religiosa.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
140, pág. 1
Hace 12 años [?] un día allá a las orillas del
mar de [?] del hermoso litoral de [?] por vez
primera oísteis una voz mensajera que os anunciaba
el llamamiento de esa Madre hacia vosotras, mas
allá del Ebro, porque quería colocar un asilo de
huérfanos en sus hijas de la Providencia; y
gustosos os ofrecimos a esa dueña de la casa, en
ese trono que le ha levantado vuestra piedad, en
ese nido de vuestros amores, donde tenéis puesto el
corazón.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
141, pág. 1
A este tabernáculo que se ha formado para sí,
que pueda tener sus delicias brindándole los
afectos de vuestro corazón, y pedidle que os haga
unos verdaderos santuarios en medio de las ruinas
del pecado que padece el mundo. Pedidle por todas
las necesidades de
Y pedidle sobre todo, como una gracia especial
de este día, que os haga a todas instrumentos
dignos de su Madre Inmaculada, que la obra que ha
de dar gloria por siglos a esta casa, a fin de que
aquí y allá podamos entonar ya en este día, el año
que viene, un Magnificat, por haber mirado el Señor
la humildad de sus siervas.
Y para honrar
Escritos I, vol. 3.º, doc.
142, págs. 1-4
En la festividad de la
Octava de la Purísima.
Día de recuerdos.
Mis hermanas en el Señor: Otra vez el Señor nos
concede reunirnos aquí, en este pequeño, humilde, y
santo recinto de tantos recuerdos, para saludar la
aurora de este día memorable.
Una vez más el Señor, en sus inagotables
bondades, nos permite saborear aquí, en el silencio
de esta noche, el fruto de vida brotado del Corazón
de María.
Una vez más venimos a recibir las claridades de
esta fiesta, y a gozar de las dulzuras de nuestra
consagración a la Virgen.
Sobre 50 años hace que conducido a estas horas
por una madre cariñosa venía yo a estas horas a
este templo para ver al nuevo angelito que me
decían brotaba esta noche a los pies de la Virgen.
28 años hace que desprovisto ya del candor de la
niñez, pero revestido [?] del carácter sacerdotal,
y santamente atraído y seducido por una anciana
venerable de esta casa, he venido sin cesar,
excepto ligerísimas interrupciones y dejando todos
los otros compromisos, a asociarse a vuestro
regocijo, y a ayudar los sentimientos de vuestra
piedad en este acto de la Comunión.
Y desde entonces y durante este tiempo y estos
años, ¡cuántos recuerdos en este lugar! ¡Cuántos
acontecimientos! ¡Cuántos alegres cánticos han
resonado en este pequeño recinto, en fiestas
santamente bulliciosas! Mas también cuántos actos
de indecibles tristezas, al presenciar aquí también
flores queridas arrancadas para siempre a nuestro
cariño, de ancianas venerables, de hermanas
amadísimas, de hijas inolvidables, cuyo último
suspiro recibí y cuyos ojos cerré durante este
tiempo y estos años.
¡Cuántos acontecimientos, en los que
mancomunados y unidos mis afectos a los de los
moradores de esta casa, hemos participado de las
mismas emociones, tantas y tan variadas!
¡Cuántos días de ansiedad y de angustia, cuando
la impiedad revolucionaria se cernía sobre esta
casa y amenazaba esta vivienda, y teníamos que
celebrar a puertas cerradas!
Qué encontradas emociones en los días en que por
la idea del sacrificio, se arrancaron de vuestro
seno otros miembros queridos, para ir a extender la
gloria de la Madre Purísima y darla a conocer a
otros pueblos y a otras almas.
Qué cadenas de actos tan variados de gloria y de
fatigas, de tribulaciones interiores y de
ejercicios exteriores, de afectos, de emociones de
alegría y satisfacción, y de lágrimas dulcísimas de
alegría, de dolores y de gozos.
Y han ido pasando sobre nuestro corazón todas
esas olas encontradas de afectos y sentimientos, y
el Señor ha querido continuar las tradiciones y
fiestas de esta casa, y os permite continuar sin
quebranto, en este santuario de vuestros amores,
como retoños de olivos, a pesar del infierno, que
ha dejado a vuestro cuidado; y veis retoñar como
olivos los vacíos que Dios y el tiempo os causan y
nos permite repetir, cum salute et pace [(Gn 28,
21)], una vez más esta fiesta con la gratitud y
alegría de vuestro corazón.
¿Qué os diré, hermanas mías, en este día que
simboliza tantos recuerdos? Son tantas las ideas
que os habré expuesto, que nada puede ofrecer
novedad.
Yo podría recordaros para vuestra devoción a
María hoy, como aurora de la gracia en medio de las
tinieblas y de los hielos de la impiedad, y que os
ha dado este Sol de justicia, que va a aposentarse
en vuestro pecho. O como tabernáculo preordenado
desde la eternidad para asiento del Verbo amado, y
con ella y por ella, formar un tabernáculo de
vuestro corazón.
Yo podría ir recordando aquellas comparaciones y
expresiones magníficas con que nos la presenta el
dulce S. Germán en las lecciones del 3! nocturno de
esta fiesta que vosotras habéis rezado.
Pero ante la idea, al pensar tan sólo que una
vez más el Señor nos permite repetir después de
tantos beneficios, no debo continuar, sino repetir,
para que lo repitáis, un grito de gratitud, como el
que daba el Profeta: Quid retribuam Domino? [(Sal
115, 12)].
Vide plática adjunta.
Y al ofrecer esta hostia de alabanza, al
protestar este homenaje de gratitud a Dios por
medio de vuestra Madre Inmaculada, con la alegría
en nuestro corazón, no olvidemos que es un día de
bendiciones y de gracias, y pidámosle las que la
Iglesia nos hace pedir con las palabras de San
Germán, en la última lección del oficio, con tan
hermosísimo estilo: Que dirija el gobierno del
orden eclesiástico y, sobre todo, el gobierno del
supremo jerarca, nuestro santo León XIII. Que llene
de fe y de justicia el sacerdocio y en particular
el que quiera confiar Dios a las obras de nuestras
manos, firmeza y prosperidad a los gobiernos
cristianos. Que corone de triunfos a esta ciudad
que la tiene por fundamento y torre de su gloria.
Que libre de angustias a los pregoneros de sus
alabanzas. Universo mundo auxiliatricem manum tuam
porrige: Que se muestre su mano auxiliadoraa todo
el mundo, ut in laetitia et exultatione [(Sal 44,
l6)], para que con alegría y exultación, celebremos
esta fiesta, y tengamos con ella éxito feliz en
Cristo Jesús, Rey y Dios nuestro en el tiempo y en
la eternidad, al cual con Pedro y el Espíritu Santo
sea la gloria en los siglos de los siglos.
Para ofrecer, pues, esta hostia de alabanza, y
alcanzar estas gracias, poseídos de gratitud, de fe
y de humildad, digamos la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
143, págs. 1-2
El Amado de los Cantares
¡Oh! Si sólo hubiese dicho: yo duermo. ¡Oh! ¡qué
amarga hubiera sido esta palabra; Jesús duerme y el
enemigo vela! ¿Mi amado quiere velar por mí? Pero
¡ah! al decirnos que su corazón vela, la confianza,
la fe, el amor, enardecen mi corazón.
Pero, y ¿es verdad que Jesús ha velado por mí?
El Amado de las almas ha querido estar velando
por ti en medio del sueño aparente que le rodea.
Mírale allá, en la eternidad, en el seno del
Padre, cuando nada había sido creado todavía, ¿no
es verdad que parece que descansa en el sueño de
una tranquila eternidad? ¡Ah! Mas allá, en aquella
eternidad, eternidad silenciosa, estaba velando por
ti; y te tenía presente en su mente, y fijaba en ti
sus miradas, y te señalaba para que un día fueras
suya, y te señalaba con el dedo, y velando mientras
dormías tú todavía el sueno de la nada.
Cuando en alas de su amor vino al mundo, ni ojos
parece poder abrir allí, en el seno y en [el]
regazo de María descansa su más profundo sueño. ¿Y
éste es el Salvador de las almas? Pues entonces
está velando su corazón por ti; y su corazón era el
que mandaba a los ángeles que llamasen a los
sencillos pastores, y era el que guiaba la
estrella, que iluminaba a los gentiles, y con ellos
a nosotros.
Miradle en el retiro de Nazaret: ¡Oh, qué sueño
tan prolongado es toda su existencia! Desconocido,
ignorado del mundo pasa los días en la soledad del
retiro, ajeno, al parecer, al presente y al
porvenir; pero ¡ay! H.M., que [en] aquella aparente
quietud, su paso da, ni ningún acto practica que no
tenga presente en su mente, y que no lo ofrezca por
ti.
Y vienen los últimos momentos de su existencia;
miradle en el árbol de la Cruz, y ¡oh! ahora sí que
va a parecer prolongado su sueño; cerrados sus
ojos, apagada la llama de su vida, apagado su
corazón. ¡Oh! ¿cómo podía velar por mí? ¡Ah!.
Notemos M.M. cuanto más parece olvidarte, más se
acuerda de ti.
¿No ves cómo quiere dejar velado y velando su
corazón? ¡Ay! Previendo tu soledad y abandono no ha
querido dejarte sólo sobre la tierra, y he aquí que
antes de partir de este mundo quiere quedarse como
centinela continuo, para velar tu felicidad.
Y aquí, bajo estas especies sacramentales, te
está repitiendo: Ego dormio [(Cant 5, 2)] Aunque
parece que duermo, mi corazón vela por ti.
¡Oh, y qué consolador es este pensamiento!
Y mientras estoy en el descanso, vigilo
Escritos I, vol. 3.º, doc.
144, págs. 1-3
Mis hijos en el Señor: Hubo un día en que el
corazón del hombre fue feliz sobre la tierra.
Viendo a su Dios por el amor, sus pies no pisaban
sino una alfombra de flores de dicha y de placeres
verdaderos.
Un árbol de la vida colocado en medio del
paraíso era el encargado, con su sabroso fruto, de
conservar en su corazón la alegría y proporcionarle
la intimidad. En mal hora para él, el deseo de un
bocado prohibido corrompió su corazón, y la savia
de la felicidad se disipo por las heridas que en él
se abrieron; y hasta el árbol saludable que hubiera
podido impedirle la muerte fue por la mano airada
de Dios arrancado de la tierra.
Desde entonces sólo espinas pisaron los pies del
hombre y las pisarán hasta el fin de los siglos; y
privados de la savia del árbol bendito, su corazón
lánguido desconoció la verdadera alegría.
¡Pobre destino del corazón humano!
Pero ¡ay!, no; vino un día también, en que
apareció sobre la tierra ese nuevo paraíso más
ameno que el primero y con placer puso en el centro
de este paraíso el árbol delicioso que restituye al
hombre la vida y vida más abundante que producía en
él la verdadera inmortalidad.
Y hoy, hermanos míos, es el día en que apareció
sobre la tierra ese paraíso inmaculado que atrajo
las miradas de Dios y la llenó de regocijo; y hoy
es el día que a impulsos de su cariño y atraído por
el olor de las flores cuyo aroma aspiró por vez
primera en medio del mundo, determinó plantar, con
el tiempo, el árbol de la vida, Cristo Jesús, y su
corazón debla ser el fruto de este árbol que debía
devolver la paz y el. consuelo a la humanidad, y
con la dicha la inmortalidad.
Y este paraíso, aunque harto cerrado para el
enemigo de las almas no está guardado con espada de
fuego, sino que tiene francas sus puertas para
aquellos que quieran guardar los caminos que
conducen a él.
Sí. Hoy María, dulce paraíso a los ojos de Dios,
en el momento de su concepción nos ofrece ese fruto
bendito del árbol divino en la tierra fértil de su
Corazón Inmaculado.
Y con él nos ofrece la vida y la inmortalidad,
el consuelo y el placer.
La esposa de los Cánticos entreviendo, sin duda,
este fruto, en su inspirada imaginación exclamaba:
Bajo la sombra de aquel que mi alma deseó, me
senté y su fruto fue dulce a mi paladar.
Ahora bien, hijos míos, sentada bajo el manto de
María, hoy, día de su más acendrada gloria, saborea
este fruto y sea dulce a tu paladar.
Y volverá a tu corazón la paz y la alegría, que
sobrepuja los sentidos del hombre.
Ya las espinas de la vida te parecerán suaves,
fortificada con este fruto sabroso.
Y con él andarás segura de no caminar por las
tinieblas de la muerte.
El que come este fruto
¿No es verdad, hijos míos, que este fruto es el
único que nos proporciona el consuelo, la calma y
la felicidad?
¡Ah! ¿Qué sería de nosotros, pobres cami- nantes
por el ancho desierto de la vida, sí no fuera por
este fruto, que restablece nuestras fuerzas y
alegra nuestro corazón?
Hoy, pues, saboreemos este fruto que nos viene
por las manos bondadosas de la Inmaculada María, y
pidámosle a ella las disposiciones necesarias para
que nos sea provechoso; pidámosle que nos dé
desapego de las cosas de la tierra, pureza,
humildad, amor, gratitud; y al saborear este fruto,
del Corazón de Jesús pidámosle que, por las gracias
de su Madre benditísima, nos conceda copiosas
bendiciones y las extienda a la santa Iglesia y al
Sumo Pontífice y a las criaturas todas; para que
atraídas por los atractivos de este hermoso
paraíso, puedan saborear el fruto de él.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
145, págs. 1-6
Mis hijas en el. Señor: ¿Cómo no dirigiros una
palabra en esta solemnidad en este momento para
preparar vuestro corazón?
Leemos en el Génesis que del centro del paraíso
brotaba una fuente, que regaba toda la tierra, la
cual luego se dividía en cuatro brazos. Ella, con
el fruto del árbol de la vida, era destinada a
alegrar, causar placer y dar fortaleza al cuerpo,
procurándole la inmortalidad; era el símbolo de las
gracias de amor y de dicha que le proporcionaba su
unión con Dios.
1
Mas desde el momento en que por su inobediencia
fue arrojado de aquel lugar, una sed ardiente de
dicha, de placer y de felicidad, devora a su
corazón. Y en extravío de su mente, queriendo
saciar esa sed, se lanzó a las aguas cenagosas, a
los placeres sensibles, que no hacían sino aumentar
esa sed, como la aumenta, en lugar de apagarla, a
los que buscan la dicha fuera de la fuente
verdadera, que es Dios.
Por esto, el Señor que desea venir a restituir
al hombre su dicha y llenar su corazón, iba
anunciando a las almas justas de la antigua Ley,
esta fuente que estaría patente a la casa de David.
Por esto, al representarse a la mente del
profeta Isaías, en una visión, los efluvios de
gracias que debían brotar del seno del futuro
Redentor, se le representaba como fuente de aguas
vivas, y exclamaba como sí le viese ya: Ecce Deus
salvator meus, fiducialiter agam cum eo. Haurietis
aquas cum gaudio de fontibus salvatoris [(Is 12, 2-
3)]. Venid y venid, y sacaréis aguas con gozo de
las fuentes del Salvador. Y en otra visión repitió:
Omnes sitientes venite ad aquas [(Is 55, 1)]; todos
los que tenéis sed, venid a las aguas, y los que no
tenéis plata venid y comprad sin precio el vino y
la leche.
Y estas aguas anhelaban aquellas almas justas, y
éstas deseaba vivamente David, cuando decía: Sicut
cervus desiderat [(Sal 41, 2)].
Y por estas aguas de amor, de gracia, de dulzura
suspiraban las almas santas de la antigua Ley.
¡Pobres almas aquellas!
Pero era llegado el momento en que el mismo
divino Salvador debla anunciar estas aguas, que
saltaban hasta la vida eterna, y vedle allí, junto
al pozo de Jacob, revelándolo a aquella alma
predestinada, a aquella hija de Samaría, con el
pretexto de pedirle él agua... ¡Oh, mujer! Si
scires donum Dei! [(Jn 4, 10)] ¡Si supieses el don
de Dios, el agua que yo daré! El que la bebiere no
volverá a tener sed. Da mihi aquam; dame, Señor, de
esa agua que me anuncias [(Jn 4, 15)].
Pero llegó el día fijado por su amor, para dejar
al hombre el manantial perenne de las aguas de la
vida, esa fuente de dicha que el hombre había
perdido, y resuelve quedarse permanente en este
pozo de aguas vivas de su Sacramento, verdadero
pozo de Jacob, para desde aquí repetir a todas las
almas y a todas las generaciones: ¡Oh! si scires
donum Dei! Sí supieseis lo que es lo que... [(Jn 4,
10)].
Omnes sitientes venite ad aquas [(Is 55, 1)],
generaciones desdichadas, que vais tras una
felicidad que no encontraréis en las aguas de las
satisfaciones sensibles ¡Si supieseis que sólo aquí
están las aguas de felicidad verdadera, que apaga
la sed del corazón!
Y, sin embargo, ya lo sabéis, hijas mías en el
Señor: La mayor parte de las almas pasan sin
percibir ni escuchar el acento de esta palabra, y
los corazones indolentes le desvían; y el pobre
Jesús tiene que continuar fatigado y solitario,
como allí, junto al otro pozo de Samaría.
Por esto, no pudiéndolo soportar su corazón, se
lo arranca del pecho, para hacer más patente esa
fuente de agua de gracia, y ha dejado abierta la
llaga de ese corazón de donde mana la sangre
preciosa que debe vivificar el mundo.
Y está repitiendo con más fuerza: Omnes
sitientes ad aquas [(Is 55, 1)].
Nosotros, pues, que más afortunados que las
almas justas del Antiguo Testamento, podemos
acercarnos a esa fuente. Vosotros, hermanos míos en
el Señor, que dóciles escucháis la voz del Señor
que os convida, a vosotros dirige esta palabra.
¿Qué sería de nosotros, pues, sin esta fuente de
aguas vivas? En medio de las fatigosas horas del
remordimiento. En medio de los ardores de las
pasiones que nos agitan hacia el mal. En medio de
las arideces y sequedades de nuestra alma.
En medio de los desalientos producidos por
nuestras propias miserias; en los temores todos del
alma, ¿qué sería de nosotros sin Jesús? En las
noches oscuras de nuestras tribulaciones y de la
muerte.
Acercaos, pues, y haurietis aquas cum gaudio
[(Is 12, 3)].
Y de un modo especial las sacaréis hoy, que
celebramos la festividad de la sangre preciosa de
Jesús, depositada con sus méritos en esta fuente
del Sacramento, y hoy que le recibís también de
modo especial, por la guardadora de esta fuente,
por la Virgen, que tiene la llave de este corazón
divino, por medio de esta Señora, justamente
llamada del Sagrado Corazón.
Pedidle, pues, que prepare vuestro corazón a
recibir copiosamente aguas que el Señor quiere
derramar.
Pedidle que refresque vuestros espíritus, para
caminar con seguridad por el camino de vuestra
santificación.
Que os fortifique contra el calor de vuestras
pasiones.
Que os embriague en su amor, para que no os
hastíen las aguas ponzoñosas del pecado.
Pedidle gracias para vosotros y demás, y [que]
fructifique la sangre preciosa de Jesús.
En tantos corazones ardor[osos] y sedientos de
dicha
Para merecer, pues, [que] se nos concedan estas
gracias, y llene de dicha de amor y de felicidad
nuestras almas, llenos de fe viva y de humildad
profunda, digámosle la confesión general.
TERCERA PARTE:
FERVORINES VARIOS
A LOS CONGREGANTES DE SAN
LUIS
Escritos I, vol. 3.º, doc.
146, págs. 1-4
Luises de Tortosa.
Purísima. 1882
Amados Congregantes: Hijos de María Inmaculada:
El profeta Rey, cuando mirando en lontananza a
través de los siglos, en su inspirada imaginación,
la hermosa perspectiva que ofrecía la misteriosa
hija del Rey, adornada con su vestido de oro, de
toda caridad de belleza, circumdata varietate [(Sal
44, 10)].
Cuando contemplaba al Rey inmortal de los
siglos, complaciéndose en la belleza de esta hija
de Sión, bendiciéndola por ella todos los pueblos,
repetía el Profeta: Omnis gloria ejus [(Sal 44,
14)].
Y toda la gloria de esta hija del Rey es
interior, en fibras de oro, circundada de
variedades. Y las hijas de Tiro vendrán con
regalos, y le brotarán hijos a los que constituirá
príncipes sobre la tierra, y éstos se acordarán de
su nombre de generación en generación. Y por ello
alabarán a Dios todos los pueblos eternamente. ¡Oh,
qué debía pasar por la mente del Profeta, que así
se alegraba su espíritu y entusiasmaba su corazón!
Pues bien, hermanos míos: Esta visión del
Profeta se ve hoy cumplida; lo que él no pudo ver
más que en su imaginación, nosotros lo vemos
realizado, y vosotros sois objeto de estos anuncios
consoladores. Esta Hija, hoy es, recordamos su
aparición sobre la tierra, como la aurora en su
nacimiento de esa hija del Rey, adornada con todas
las gracias, prerrogativas y excelencias, et omnis
gloria ab intus [(Sal 44, 14)], y toda su gloria es
interior, sobre todo, por su Concepción Inmaculada.
Et filiae Tiri cum muneribus [(Sal 44, 14)] y
las hijas de Tiro, sí; miles de almas puras y
llenas de gratitud le ofrecen sus corazones. Nati
sunt tibi filii [(Sal 44, 17)], y miles de
congregantes, hijos predilectos de su corazón, se
levantarán de todos los ámbitos de la tierra para
pregonar su gloria, y un concierto armonioso de
voces de todos los pueblos se eleva bendiciendo y
aclamando a María, y bendiciendo a Dios que nos la
ha concedido para Madre nuestra.
Y vosotros, amados Congregantes, habéis querido
asociaros a este tributo de amor y gratitud, y
venís a ofrecer vuestros homenajes a María
Inmaculada.
Bendito sea el Señor, que nos ha permitido venir
al mundo a saludar a la aurora de la gracia. Y
felices vosotros, que os habéis agrupado bajo el
dulce manto de la Reina de los cielos.
¿Qué debo deciros, pues, en este momento
precioso? Memores erunt nominis tui in generationes
[(Bar 2,32)]. Nos el profeta anuncia que los hijos
de esa Reina, de esa hija de Sión, la recordarán de
generación en generación.
Pues bien; ya que hay tantos que olvidan la
memoria de María, a la cual deben quizás el nombre
de cristianos, ya que no han faltado en poblaciones
importantes de España quien ha profanado su nombre
y escarnecido a hijos, como vosotros, de la
Inmaculada, que os esforcéis en [pregonar] sus
glorias; que la invoquéis todos los días con
confianza en propagar su culto por medio del
fomento de las Congregaciones.
Que protestéis no avergonzaros del título de
hijos de María, y aunque la sonrisa de la impiedad
os insulte, y aunque el respeto humano os quiera
acobardar, y aunque las seducciones quieran
extraviaros, sea María vuestro escudo, para poder
formar una casta esclarecida, y vuestra enseña
santa en medio de las seducciones y los halagos de
la vida, alrededor de la bandera de María.
Y ya que, gracias a esta Virgen Purísima, hemos
[recibido] el fruto del árbol de la vida, Cristo
Jesús, pues sin ella no le hubiéramos conseguido, y
ya que la Virgen nos ofrece este fruto, fruto de su
corazón, en este sacramento de amor, sea él el que
os conforte y os aliente en la larga travesía del
desierto de la vida.
Acercaos, pues, a él y cobijados bajo la sombra
de María, saboread este fruto, nacido de su
corazón, y él os dará la paz, el consuelo, el amor
y una felicidad que no os podrán dar todos los
placeres de la tierra, si con fe y con humildad lo
recibís, porque poseeréis [al] autor de la fuente
de todo bien.
Y cuando tengáis abrazado y apretado vuestro
corazón con el de Jesús, protestadle amor,
constancia y fidelidad en sus inspiraciones, ser
hijos verdaderos de su Madre Inmaculada.
Y no olvidéis en este día y en estos momentos,
en primer lugar, al Sumo Pontífice León XIII. Y
pedid a Jesús que así como María fue la aurora
venturosa de la paz y redención del mundo, sea ella
la aurora también del consuelo para la Iglesia y el
Sumo Pontífice, rompiendo las cadenas que le tienen
aherrojado.
No olvidéis a nuestra España, que aunque pobre y
desgraciada, es todavía la hija predilecta de
María, y que amanezcan días de paz.
Y no olvidéis a nuestra Congregación. Sea esta
Comunión para obtener de María la gracia de que
nuestra asociación se propague por todas partes, y
que tenga más corazones que la sirvan y la amen, y
pueda formarse una generación bajo la bandera de
María Inmaculada, y sea el consuelo del Corazón de
Jesús.
Y a fin de obtener estas gracias, purificad
vuestro corazón con sentimientos de
arrepentimiento, de humildad, de fe y, sobre todo,
de contrición, diciéndole:
Escritos I, vol. 3.º, doc.
147, págs. 1-4
Roma. Sepulcro de San Luis.
8 de Mayo de 1894
Mis hermanos en el Señor: Eran las primeras
horas de la mañana de un día memorable de fiesta.
Desde el Palacio de la Corte de Madrid, salía un
jovencito modesto, acompañado de su hermanita, que
se llamaba Isabel y se dirigía a una de las
iglesias de Madrid, donde había un altar, en que se
ostentaba una hermosa y famosa imagen de la Virgen.
Aquel joven que a primeras horas caminaba
silencioso por las calles, todavía quietas de
aquella capital, era Luis de Gonzaga, con los ojos
bajos, henchido su pecho de afectos de piedad y de
alegría. Parece que su corazón presagiaba aquel día
grandes consuelos.
Al llegar a la Iglesia se preparó para recibir
la Comunión, y luego acercándose a la imagen de la
Virgen, empezó a desahogar su pecho y a pedirle que
le dejase conocer su voluntad.
¿Quién podía explicar los afectos de aquella
alma tiernísima? ¿Quién hubiera podido penetrar en
aquel corazón en aquellos mo- mentos, que en
aquella hora, que luego formó época entre los
recuerdos de su santa vida?
Cuáles fueron las disposiciones de aquella
Comunión, y el fervor de aquella oración que
mereció que la Virgen Santísima le hablara, no a su
corazón, sino a sus propios oídos diciéndole por
fin cuál era lo que Jesús quería de él, y el punto
donde quería que le sirviese.
¡Oh! ¡Feliz momento! ¡Dichosas las disposiciones
de aquel joven! ¡Qué gracias no obtuvieron del
Corazón de Jesús por la mediación de la Virgen
Santísima! ¡Oh! como diría: Doce me facere
voluntatem tuam [(Sal 142, 10)].
Vosotros celebráis hoy, amados míos, la memoria
de aquel jovencito que, luego creciendo en virtud,
mereció ser elevado a una santidad singularísima, y
propuesto por la Iglesia de Dios para Patrono de la
juventud.
Vosotros también hoy a las primeras horas de
este día, en obsequio del Santo, os habéis reunido
en obsequio de aquel joven, bajo el manto de María
Inmaculada, para recibir la Comunión. ¡Oh, si os
preparáis como él! ¡Con la meditación, con el
recogimiento, con los afectos de humildad, con la
fe con que él lo hacía!
¡Oh! quién sabe si esta Comunión de la fiesta de
S. Luis de 1892, sería de gran recuerdo, no sólo
abundante en gracias, sino la que señalara los
pasos de vuestra existencia sobre la tierra.
Ello es cierto, amados míos, que el Señor tiene
contados y preparadas las gracias que desea
comunicaros. Ello es cierto, que Dios os quiere
para santos con mayor o menor santidad. Ello es
cierto, sobre todo, que a cada uno destina el modo,
lugar, tiempo, estado y circunstancias en que
quiere que le sirváis.
¡Y quién sabe si este día es el señalado
principalmente para que el Señor os hable en el
fondo de vuestro corazón y os dé a conocer su
voluntad y os comunique luces especiales, y fervor
mayor para cumplir sus designios! ¡Quién sabe lo
que quiere pediros Jesús, para de este modo poder
asegurar vuestro porvenir!
¡Oh! como San Luis debéis decirle: Doce me
facere voluntatem tuam [(Sal 142, l0)]. Señor,
dadme a conocer vuestra voluntad. O como el joven
Samuel: Loquere, Domine: Habla, Señor, que estoy
dispuesto a escucharos [(1 Sm 3, 9)]. Vuestro soy,
Señor. Para Vos nací, ¿qué queréis de mí?
¡Oh! que si lo decís con sinceridad y con verdad
y con confianza os lo prometo, amados míos: Jesús
hablará a vuestro corazón, os inundará de
consuelos, os comunicará luces para que conozcáis
todo lo de esta vida, y lo que desea de vosotros,
os dará fuerzas para servirle, os dará valor para
arrostrar el respeto humano, para despreciar con
valor las burlas del mundo ahora, y cuando seáis
mayores, tendréis que estar en mayores compromisos.
Estas Comuniones, os lo aseguro, formarán un
recuerdo de toda vuestra vida, y las recordaréis
aun en los días de vuestra ancianidad. Y la
Comunión de hoy será el sello, quizás de vuestra
predestinación.
Sea así, amados míos. Decid a Jesús: Estoy
pronto a cumplir, como lo hizo San Luis, en todo
vuestra voluntad. Dadme gracia para conocerla y
cumplirla. Decid1o a San Luis. Y si lo hacéis, bien
podéis pedir a Jesús cuanto queráis que os lo
concederá. Consagradle vuestro corazón.
Pedidle:
1.º- Por la Santa Sede, para que Jesús rompa las
cadenas de sus enemigos.
2.º- Pedid por la juventud española. Ahí hace
pocos meses que ofreció el candelero de plata; y
ahora el 8 de Mayo ponen otra sección de nombres;
allá ponía la juventud de Espafía. Pedid por ella.
Que se cobije bajo la bandera de San Luis.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
148, págs. 1-3
A los jóvenes de San Luis.
Iglesia de San Francisco.
26 de Abril de 1896
Mane nobiscum, Domine [(Lc 24, 29)].
Mis amadísimos congregantes de San Luis. ¿Qué
idea os expondré yo para prepararos a la sagrada
Comunión?
Estamos en el tiempo de Pascua de Resurrección,
y recuerdo aquel hermosísimo e interesante pasaje,
que nos ofrece S.... cuando en el mismo día de la
resurrección de nuestro Señor Jesucristo,
atemorizados los Apóstoles y discípulos por la
muerte de Jesús y los acontecimientos de aquellos
días, estaban preocupados y como escondidos. Y dos
de estos discípulos, para estar más seguros y
descansar de aquellos temores se salieron de
Jerusalén para dirigirse a una casa de campo, o
castillo llamado Emaús, que era propiedad de uno de
ellos; y he aquí que uniéndoseles Jesús en el
camino, pero sin darse a conocer,...
Afortunados discípulos aquellos, que entre
tantos otros, merecieron obtener la visita de
Jesús, y ser los primeros que le vieron resucitado,
y pudieron oír el timbre de su voz dulcísima, y
estar aquella noche junto a su pecho, y recibir el
pan de sus manos...
Pero ¿qué digo, amados míos? Más amoroso que con
aquellos discípulos, este divino Salvador ha
querido unirse a nosotros en el camino de la vida,
aunque desconocido y ocultando su mirada bajo los
velos blancos de la Eucaristía.
Y consiente habitar aquí en este castillo de
Emaús de nuestros sagrarios; y no de paso como a
ellos, sino de un modo permanente, y de día y de
noche permanece en el santo tabernáculo.
Y desde aquí está repitiendo a los hombres, a
las almas todas: ¡Oh! Stulti et tardí corde! [(Lc
24, 25)] ¡Oh! necios y tardos de corazón, que no
creéis en mi palabra que he empeñado de estar aquí
con vosotros hasta el último día del mundo. ¡Oh!
tardos de corazón en no conocerme a pesar de mis
milagros.
Y los hombres no escuchan esta voz, y viven
cerca de Jesucristo sacramentado, y pasan por
delante de las iglesias y no piensan en él, y aun
muchos le desprecian como le despreciaron los
judíos, y aun blasfeman, a pesar de tantos milagros
de su amor. ¡Oh, cuán amargo ha de ser este desvío
de tantos pecadores!
Vosotros, jóvenes congregantes que, dóciles a la
fe, queréis escuchar la voz de Jesucristo, acercaos
a hacerle compañía, y como aquellos discípulos se
descubrirá a los ojos de vuestra alma, y sentiréis,
dentro de vuestro corazón, aquellos ardores que
sintieron aquellos discípulos.
Sentiréis aquellos ardores de amor que sintió S.
Luis Gonzaga, que se quedaba extático y perdía los
sentidos cuando recibía la Comunión y obtenía
tantas gracias de santificación. ¡Oh, él sólo
comulgaba cada ocho días!, porque agradecía este
favor de haberse quedado con nosotros, en nuestra
compañía, y de haberse querido venir a aposentar
dentro de nuestro mismo pecho.
¿Qué debemos decir a Jesús cuando le hayamos
recibido? Decidle lo que los discípulos: Mane
nobiscum, Domine [(Lc 24, 29)].
Quédate con nosotros, y no te muevas, Señor, de
nuestra compañía.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
149, págs. 1-7
Colegio de San Luis.
Fiesta de la Reserva.
11 de Octubre de 1896
Mis amados jóvenes colegiales de San Luis:
Invitado, dulce y gratamente, por vuestro director
a asociarme a vuestra fiesta de este día, ¿qué os
diré en este momento de la sagrada Comunión, para
preparar vuestro corazón?
Hoy celebráis, en primer lugar, el aniversario
de la Reserva de Jesús sacramentado; de aquel día
en que quiso constituirse aquí permanentemente,
para habitar bajo vuestro techo, y ser vuestro
compañero, no sólo durante las alegres horas del
día, sino en las silenciosas de la noche, velando
vuestro sueño cual vigilante nocturno.
Y como tributo de vuestra gratitud por esta
gracia y para más decente, ya que no digna
habitación, le habéis levantado este pequeño altar,
símbolo del que debéis desear levantarle en vuestro
corazón.
¿Qué os diré, pues, que sea propio para preparar
vuestra alma para la sagrada Comunión?: Que es el
acto principal con que queréis pagarle el tributo
de vuestro reconocimiento.
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje del
libro 32 de los Reyes, cuando el profeta Ellas,
perseguido por la impía Jezabel, por haber celado
la honra de Dios, temió y se marchó al desierto,
para librarse de ella, caminando todo el día; ¡ay!
que el cansancio y la fatiga, la memoria de sus
enemigos le acongoja, y echándose a descansar bajo
un junípero, o un enebro, quedóse dormido, poseído
su corazón de la tristeza, a su sombra; cuando he
aquí que el ángel del Señor le tocó y le dijo:
Surge et comede. Levántate y come, y miró Ellas y
vio a su cabecera un pan cocido al rescoldo, lo
comió y volvió a dormirse bajo el peso de la
tristeza. Mas el ángel volvió por segunda vez a
tocarle, levántate y come, porque te queda mucho
que andar, y levantándose comió otra vez, y
confortado con aquella comida, caminó 40 días y 40
noches hasta llegar al monte de Dios Horeb, y allí
pudo descansar tranquilo [(l Re 19, 5)].
Amados colegiales: Vosotros que habéis entrado
en los años de vuestra adolescencia y vais a
emprender los espinosos y desconocidos caminos de
la vida, y obligados a trepar hacia la montaña del
cumplimiento de vuestros deberes y de vuestra
santificación, única que puede proporcionaros
vuestra felicidad temporal y eterna; ¡ay, cuántos
tropiezos encontraréis en él, cuántos enemigos os
acecharán a vuestro paso! ¡Cuántas fatigas os
aguardan! ¡Cuántos temores os aguardan! ¡Cuántos
peligros os rodearán bien pronto, y os expondrán a
un precipicio¡
Tal vez, tal vez, para alguno el tedio de la
vida asome a su corazón y el cansancio por las
tribulaciones, las enfermedades, los desengaños le
acobarde.
¿Quién, pues, podrá fortalecernos en este camino
de la vida, cuyo término, queramos o no, es la
eternidad feliz o desgraciada en manos de los
enemigos de nuestra alma?
¡Ah! amados míos, el Señor nos ha provisto de un
alimento, de un pan mejor que el de Ellas, cocido
con el fuego de los sufrimientos y de sus amorosos
afectos, de un pan de vida, amasado con la gracia
del Espíritu Santo en el Corazón de María. Del
cuerpo, en fin, real, vivo y verdadero de Jesús
sacramentado.
Y el ángel custodio de vuestra alma os dice:
Surge et comede. Y te señala a Jesús Sacramentado,
y te dice: Surge et comede. Levántate y come [(1 Re
19, 5)].
Y cuando las tentaciones te combatan y los
halagos del mundo quieran arrastrarte al abismo del
pecado, y el enemigo de las almas, como león
rugiente, te rodea para devorarte, y cuando las
tribulaciones, tan comunes en el camino de la vida,
te fatiguen, y los desengaños y sinsabores te
amarguen y cuando la enfermedad o las fatigas de la
muerte, que necesariamente han de sobrevenirte, te
atemoricen, ¡Oh! no olvides, no, este manjar, no
olvidéis nunca este alimento único que podrá
fortalecerte y darte la dicha y la felicidad,
hacerte llegar seguro hasta el monte de Dios Horeb.
Bendito sea el Señor, amados míos, que así ha
querido proporcionarnos este alimento único, capaz
de saciar el corazón del hombre y darle la dicha,
el sosiego y la tranquilidad.
Mas un pensamiento viene. Mas en medio del
consuelo que nos causa la idea de tener aquí a
Jesús sacramentado por vuestro compañero y alimento
del alma, ¡oh, qué desgracia sería, amados míos, si
convirtierais este alimento, este pan de vida, que
el Señor ha depositado en medio de la Iglesia para
bien de nuestras almas, lo convirtiéramos por
nuestra mala disposición en veneno para nuestras
almas.
¡Oh, qué desgracia si alguno de vosotros alguna
vez profanara a Jesús con beso traidor, como otro
Judas, y lo depositara en su lengua, su corazón
manchado por el pecado¡
¡Oh! Melius si non natus fuisset homo ille [(Mt
26, 24)]. Mejor le hubiese sido no haber nacido,
dijo el Corazón de Jesús.
Primero morir, amados míos, y romper todos los
respetos humanos, antes de cometer un sacrilegio.
Y hoy que celebráis vuestra fiesta sacramental,
es el día más a propósito para ofrecer vuestras
protestas a Jesús, y recordaros vuestros deberes.
Aquí vendréis a recibir a Jesús, en cumplimiento
de vuestras prácticas; pero ¡Ah! ninguno de
vuestros superiores querría [ser] responsable de
las faltas de reverencia que podáis cometer.
¡Oh! no; no queremos ser responsables. Angélico
San Luis, patrono de esta casa, si alguno se
atreviese algún día a acercarse a la Comunión como
otro Judas, ¡Oh! levantaos y arrojadle de este
lugar. Si alguno con sus faltas de respeto pudiese
contristar al Corazón de Jesús, corregidle
severamente. Si esa capilla no tuviese que ser un
lugar de reparación y de consuelo, haced que
desaparezca Jesús sacramentado de esta casa.
Que no tenga que ser así, amados míos. ¡Ah! no
será así, no; yo confío que esta fiesta y estos
tributos que le ofrecéis a Jesús, atraerán
bendiciones. Yo confío que sabréis agradecer el
beneficio inmenso de haberse querido quedar Jesús
en nuestra compañía, para ser nuestro alimento; y
que sabréis pagarle con amor constante y afectos
encendidos su estancia entre vosotros.
Y por lo tanto, amados míos, cuando al despertar
de la mañana, sea para Jesús el primer latido de
vuestro corazón; y al entregaros al descanso por la
noche sea para él el último de vuestros
pensamientos; y al pasar por delante le enviéis un
saludo respetuoso; y vendréis aquí a ofrecerle las
primicias del día; renovadle vuestras promesas y
vuestros propósitos; y decidle que le consolaréis
de tantos que le ofenden, y le haréis compañía por
tantos que le olvidan y aun le blasfeman; y le
repararéis por ese furor con que las sectas,
instigadas por el demonio, se ensañan contra el
cuerpo de Jesús sacramentado como los judíos se
ensañaron contra su cuerpo material, en su pasión.
Y el Señor aceptará vuestros ofrecimientos y os
llenará de bendiciones; y os prevendrá para pasar
santamente los días de vuestra juventud.
Acercaos, pues, a la sagrada Comunión, y
ofrecedle al Padre Eterno, por manos de la Virgen
Santísima y de San Luis, como un tributo de acción
de gracias de haberse quedado Jesús en nuestra
compañía.
Y pedidle gracias abundantes para vosotros y
para vuestras familias.
Pedidle, amados míos, de un modo especial, por
aquellos pobrecitos españoles que allá en lejanas
tierras, por defender la Patria, separados del
cuidado de sus familias, exhalando su último
suspiro sin los auxilios espirituales en los campos
de batalla o en los hospitales, sin el consuelo de
poder recibir a Jesús sacramentado por la índole de
aquellas enfermedades
Que Santiago y el Ángel de España
Pedidle últimamente, en el día de hoy, una
gracia especial, la que más deseéis; ofrecedle que,
si os la concede, el año que viene repetiréis esta
fiesta con la alegría de vuestro corazón.
Para merecer estas gracias, actos de fe, amor y
gratitud y, sobre todo, de humildad y
arrepentimiento, diciéndole: Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
150, págs. 1-4
Fervorín a los Congregantes de San Luis
en la instalación de la Capilla.
29 de Junio 1887
Alégrate, Jerusalén...
Y lo que antes era árido se convirtió en
estanque y lo sediento en fuentes de agua, y en los
rincones que habitaban sólo dragones, brotará el
verdor de la caña y del junco.
Así exclamaba, amados míos, el profeta Isaías en
medio de las desgracias y humillaciones de su
pueblo, al contemplar en lontananza las futuras
bendiciones de los días de la gracia, cuando el
Señor debía venir a poner su habitación en medio de
ellos.
Y su corazón se hinchaba de gozo y repetía: En
aquel día, haurietis aquas cum gaudi [(Is 12, 3)].
Cuando el Señor venga a poner su habitación en
medio de ti
Este pasaje me ha ocurrido, amados míos, al
pensar en el acto presente. Y ¿cómo no? Quién sabe
si el Profeta estaba viendo en su imaginación esta
fiesta.
Porque, ya lo sabéis: Hace pocos años esto no
era más que un campo secano, convertido en lugar
más productivo por la industria de un tío mío; mas
sin otro objeto ulterior de la gloria de Dios, un
campo solitario que no merecía las miradas del
pasajero, un campo silencioso en donde podía
Y desde este día el Señor viene a poner su
habitación en medio de él, y se convertirá en
fuente de aguas vivas para la sedienta juventud.
Y aquí, aquí en donde sólo habitaban los
lagartos, brotará el verdor de la caña y del junco,
esto es, brotarán afectos de amor, se elevarán
cánticos de alabanzas a María y a S. Luis. Mas
desde este día [?] esta fuente que aquí en este
lugar antes anidó, y sólo se elevarán flores de
alabanzas a la Virgen Santísima y a San Luis.
Y que un día, cuando tengamos el permiso
conveniente será conducido Jesús procesionalmente
sacramentado por este campo, aclamado por
entusiasta juventud.
Desde este día, en fin, va a constituir aquí la
fuente de aguas vivas, puesto que Jesús va a
habitar en este lugar en medio de vosotros, en esta
casa vuestra.
Bendito sea el Señor, amados míos, que ha
querido elegir este lugar para descanso de su
corazón.
Este Jesús, pues, que está aquí real, vivo y
verda- dero como fuente de aguas vivas, os está
diciendo: Omnes sitientes, venite [(Is 55, l)].
Juventud sediente de amor, de dicha y de
felicidad, venid a estas aguas que brotan de su
corazón, y que saltan hasta la vida eterna.
Venid aquí, a guareceros de los ardores del
calor de vuestras pasiones.
Venid aquí, a aprender la verdadera felicidad,
que sólo se encuentra en la tranquilidad de una
buena conciencia.
Venid a estas aguas únicas, que pueden
fortaleceros contra los enemigos de vuestras almas.
Que sea así, amados míos, que sea un huerto
cerrado.
Que Jesús aleje de este local cualquier mal
ejemplo. Si alguno hubiese que pudiese dar mal
ejemplo o profanar a Jesús sacramentado, que el
ángel lo aparte. Que nunca sea profanada esta
capilla. Que
Que sea así, amados míos. Que sea esta capilla
en que Jesús quiere ponerse un lugar de reparación
y de consuelo para su corazón.
Que mientras hay tantos jóvenes arrastrados por
el espíritu de impiedad, de la disipación, del
olvido de Jesús, hay también corazones que le aman
y le alaban.
Que sea esta capilla el lugar donde forméis
vuestros deseos de propaganda al bien, para
dedicarse a las tareas de celo y del bien del
prójimo y aliviar a otros jóvenes.
Que aquí, en fin, pueda Jesús dar por bien
empleado el sacrificio que hace de venir a tomar
posesión de este local.
Si os proponéis, pues, consolar a Jesús, y
convertir este lugar en centro de alabanzas y de
actos de piedad, bien podéis acercaros a recibirle,
y él se convertirá en fuente de aguas vivas, de
consuelo para vuestro corazón en vuestras
tribulaciones. Y, sobre todo, será vuestro consuelo
en la hora de la muerte.
Y cuando le tengáis en vuestro pecho, pedidle
que dirija los pasos inseguros de vuestra juventud.
¡Oh! quién sabe si alguno no la verá terminada.
Pedidle fortaleza para defender vuestras
convicciones católicas, contra el respeto humano.
Pedidle que bendiga estas asociaciones, y
forméis una legión de esforzados adalides de la
causa católica, hoy que tanto valor se necesita
para ello.
Para merecer estas gracias, haced actos de fe...
pedidle perdón.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
151, págs. 1-2
Luises
Purificación. Entra en el templo. En los
pañales.
Cuán bien estaba allí. En primer lugar: amor,
pureza, humildad.
Sacrificio; él se sacrificaba y ofrecía, y el
Padre Eterno le aceptaba; a la muerte, a la
ignominia; y la Virgen se asocia; si pudiéramos
penetrar en aquellos dos corazones.
Pues bien, Jesucristo viene a los brazos de
nuestra alma; generosidad, amor, con actos de
desprendimiento; que le caliente de tantos fríos
corazones; humildad que es la blanda almohada donde
se recuesta suavemente y sobre todo sacrificio.
Jesús se asocia a las almas, quiere que todas se
le ofrezcan, y como es [?] de estas ofrendas.
El alma
Ya, pues, que nos dedicamos a servir a Jesús
sacramentado por amor en sus altares, nada sería
este afecto sino fuera acompañado del otro amor.
A las Camareras. A las 11
Muchos los llamados y pocos los escogidos.
Dios nos envía a trabajar a su campo, al campo
de la santificación.
Al campo del mundo. Luego los gentiles.
Llama a la muerte, a unos a las 9,
Muchos son los llamados. Dios llama a la fe. Si
tuviéramos que pensar el corto número de los que se
salvan. Cuantos tienen fe.
¿Cuántos son llamados a la Congregación?
De ella depende[n] gracias, quizás su
santificación o salvación.
Si somos llamados, no desoigamos las voces.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
152, págs. 1-4
A la muerte de Rubio.
Mis hijos en el Señor: Un objeto especial es el
que nos reúne hoy alrededor de Jesús, además de ser
un acto de Reglamento. Un objeto especial; un
recuerdo de amistad; un tributo de cariño hacia
nuestro amigo querido, hacia vuestro celoso
Presidente, hacia el que era objeto de nuestras
esperanzas, hacia aquel que tenía todo su corazón y
su anhelo fijo en la Congregación y a la cual
quería dedicar su talento, sus intereses, sus
esfuerzos.
Ya no existe, ya no podrá compartir con nosotros
las penas y los consuelos de esta obra de bien para
la juventud; no podremos recibir el timbre de su
voz, ni concurrirá a nuestros actos, ni podrá
percibir las armonías de nuestras funciones. ¡Oh,
cuán sensible y cuán completa es la separación de
la muerte!
Pero, ¡Ah!, no nos desalentemos. En medio de tan
triste recuerdo, la religión viene en nuestra
ayuda, y en nuestro consuelo, y por medio de dulces
y misteriosos lazos nos une con estos objetos que
se han separado de nuestra vida.
Hace poco tiempo que aquí, ante el altar de San
Luis y mientras la enfermedad le aquejaba, y no
podíamos darle otro consuelo, nos unimos a él
mediante nuestras oraciones. El Señor no quiso
escucharlas, porque ha querido arrebatarle, tal vez
ne malitia mutaret [(Sab 4, 11)], para acoger mejor
su espíritu, antes que pudiese ser marchitado por
los desengaños y escarmientos de la vida, quizás
para premiarle más pronto lo que había hecho y
deseado hacer por el bien de la juventud.
Y hoy nos reunimos otra vez ante el altar mismo,
para ponernos otra vez en relación con él, por
medio de Jesús sacramentado [y] a través de su
sagrado corazón hablar con él. Y al tenerle en
nuestro pecho, le diremos que si acaso necesita
algo de purificación su alma, por las faltas
contraídas por la fragilidad humana, que se las
condone Jesús por el mérito de su sangre, y Jesús
os escuchará, y él sabrá este tributo de amor que
le ofrecéis, y íay!, no lo dudo, y rogará por
vosotros y pedirá por la Congregación y este lazo y
esta permuta nos llenan de consuelo.
¡Oh, cuán dulce este lazo y esta fe que la
religión nos enseña! ¡Cuánto consuela esta verdad
de nuestra fe, esta comunión de los Santos!
Al acercaros, hijos míos, a recibir a Jesús en
este momento para que alcancéis lo que pidáis por
nuestro amado difunto, y podáis en su día merecer
para vosotros igual tributo de vuestros amigos,
procurad ir con las disposiciones debidas.
Mirad, que es el mismo Jesús que los Magos
adoraron, y ellos para lograrlo tuvieron que venir
de lejanas tierras y Jesús se viene él mismo a
vuestro pecho, para que le depositéis los dones del
corazón. La mirra de la mortificación de vuestros
sentidos y pasiones, el incienso de vuestra
gratitud, el oro de vuestro amor. ¡Oh! ellos
tuvieron que venir de lejos, etc.
Si se lo ofrecéis de corazón, yo os aseguro las
bendiciones que aquellos santos recibieron.
Aprovechad, pues, su venida, y pedidle: Que se
manifieste a los entendimientos de tantos que no le
conocen, pedidle que brille para vosotros la
estrella de la fe, que os conduzca siempre por el
camino de la virtud.
Pedidle por vuestras familias y por la
Congregación.
Protestad que seguiréis siempre para pelear
contra los enemigos de la fe; para protestar ante
el mundo su catolicismo; para defenderle si un día
la impiedad quiere arrebatar nuestras creencias.
Pedid por la juventud para que sea la
consoladora del Corazón de Jesús en medio de tantos
corazones que no le aman.
Que sea la reparadora de su amor en medio de
tantos
Pedid por vuestra Congregación, por vosotros
todos, los que pertenecéis a ella, ya que sois
hermanos. Pedid por los Congregantes difuntos;
sobre todo por aquellos que más trabajan. No
olvidéis al malogrado Presidente, nuestro querido
Rubio. Pedid, en fin, por todos, para que sea día
de consuelo para vivos y difuntos.
==================
Mis amados en el Señor: era una mañana de un día
inolvidable.
Trasladaos con el pensamiento...
Petra autem erat Christus [(1 Cor 10, 4)].
==================
Escritos I, vol. 3.º, doc.
153, págs. 1-4
Mis amados jóvenes en el Señor: Conmovido por el
acto de consagración que acabáis de ofrecer, ¿qué
idea os sugeriré yo que selle vuestros santos
propósitos, antes de la sagrada Comunión?
Me ocurre en este momento aquel pasaje del libro
de Josué, cuando pasado el Jordán, y vencidos todos
los enemigos, les dio a aquel pueblo y a las
tribus, posesión de la tierra que les había
prometido y reuniendo a los principales de Israel,
les dijo: Esto te dice, Israel, tu Dios y Señor:
"Yo soy el que te saqué de la esclavitud del
Egipto, para que no sirvieras a dioses extraños. Yo
soy el que te hice pasar el mar Rojo sin anegarte
en sus aguas". ¿Te acuerdas, ¡Oh! Israel?
Yo soy el que te alimenté en el desierto por
espacio de 40 años, yo soy el que te [he]
introducido en esta tierra que posees, y te he dado
esas ciudades que no edificaste, y esos olivares
que no plantaste, para que los disfrutes para
siempre. ¿No es verdad, ¡oh! Israel?
Ahora, pues, seas fiel, sirve ¡Oh! Israel de
todo tu corazón al Dios que te sacó de Egipto.
Pero mira: Si no te parece bien servir al Señor,
hoy es el día en que debéis escoger. Eligite
hodie... [(Jos 24, l5)].
0 el Dios de los amorreos, que habitan estos
lugares, o el Dios que os sacó de Egipto; y aquel
pueblo conmovido ante esos recuerdos exclamó
sollozando: Al solo Dios de nuestros padres
queremos amar y a El sólo servir.
Y entonces Josué les dijo: que después de su
muerte [?] levantando un altar lo puso como señal,
y les dijo: este altar será un testimonio contra
vosotros si un día os apartarais del Señor y no
cumplieseis vuestras promesas, y les hizo repetir
en alta voz una protesta.
No toméis a mal, amados jóvenes, que haya tomado
en mi boca estas palabras de Josué.
E) Señor os ha escogido entre millares para
daros el don inestimable de la fe; os ha colocado
en estas tierras de promisión de la Iglesia
católica; os proporciona la educación católica en
el seno y por medio de vuestras familias; está
proveyendo a vuestra subsistencia, y os da medios
de seguir una carrera que otros no pueden lograr, y
sin mérito alguno vuestro.
No; no quiero repetiros como Josué: Eligite
hodie. Elegid hoy a los ídolos vanos del mundo, o
este [?] porque él acepta la consagración que
acabáis de hacer, de vuestra resolución de
corresponder a los beneficios de Dios, sirviéndole
de corazón; pero ¡ah, es tan frágil nuestro
corazón, es tanta nuestra inconstancia y nuestra
debilidad!
Por ello, es preciso que conservéis la memoria
de esta promesa y, por esto, no sobre un altar
manual y movedizo sino sobre esta piedra, Cristo
Jesús sacramentado, debéis repetir vuestros
propósitos y sobre esta hostia sacrosanta, que como
sello se pondrá sobre vuestro propio corazón,
debéis renovarlo con vuestros ofrecimientos.
Y debéis decirle que no os avergonzaréis de
vuestras convicciones católicas, que saldréis a la
defensa de su honra pisando los respetos humanos,
que cumpliréis el Reglamento que os habéis
voluntariamente impuesto, para lograr vuestra
santificación y la propaganda del bien de los
demás.
Jesús sacramentado está aquí real, vivo y
verdadero, oculto bajo los velos eucarísticos.
Si al recibirle en vuestra lengua y en vuestro
pecho, le hacéis estas promesas, él os bendecirá y
fortalecerá contra los enemigos de vuestras almas y
contra vuestras propias pasiones.
Y, ¡oh!, no os sirva esta Comunión de testimonio
contra vosotros como aquel altar de los hijos de
Israel; sino que esta Comunión os servirá de
consuelo un día y sobre todo en la hora de vuestra
muerte.
Para merecer, pues, que Jesús venga a sellar y
fortificar vuestros propósitos, acercaos con fe,
con gratitud y sobre [todo] con humildad,
diciéndole la Confesión.
------------------------
Mis amados, conmovido ante vuestra consagración,
¿qué os diré para terminar? Os diré lo que Jesús
dice... tristes estaban los Apóstoles.
Hasta ahora no me habéis pedido nada; pedid y
recibiréis.
Este mismo Jesús esta aquí.
Pedid, pedid.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
154, págs. 1-3
Trasladaos con el pensamiento a aquel pasaje de
[?] que nos ofrece cuando el pueblo de Israel, al
suspender su marcha por el desierto,
Dios les había sacado de la esclavitud de
Egipto, habían pasado el mar Rojo entre signos y
portentos y alegrías, y contentos se dirigían hacia
su querida tierra de promisión.
Mas ¡ay! que el cansancio y la fatiga, la
memoria de los enemigos que les rodean les llenan
de espanto, las provisiones se les acaban y llenos
de amargura claman a Moisés, y éste les dice: No
temáis, hodie scietis [(Dt 26, 18)].
Y comeréis el pan con hartura, pan llovido del
cielo.
Y el pueblo estuvo toda la noche
Y, cuando al amanecer del día siguiente vieron
el campamento lleno de aquel blanco alimento,
exclamaron: Manhu, quid est hoc? [(Ex 16, l5)].
Este es el alimento que el Señor os ha
preparado.
Amados míos en el Señor. Jóvenes congregantes,
el Señor os sacó de la esclavitud del pecado por
medio de las aguas del santo Bautismo.
Durante estos días os ha hecho pasar el mar de
vuestras infidelidades, purificándoos de vuestros
pecados.
Y habéis resuelto seguir los pasos de vuestra
peregrinación bajo la bandera de San Luis.
Pero ¡ay! amados míos; que el cansancio os
fatiga, los enemigos os rodean y la lucha con
vuestras pasiones ha de ser temible, las promesas
de vuestros propósitos se acaban.
Pero el camino es espinoso, los enemigos
terribles, el demonio y las pasiones os perseguirán
para perderos.
Mas no temáis, el Señor se ha compadecido de
vosotros.
Hoy vais a alimentaros con el pan precioso de
este maná divino de la sagrada Eucaristía, que es
Cristo Jesús.
Pan no fabricado como aquel por manos de los
ángeles, sino formado por el Espíritu Santo en el
Corazón de María. Pan divino, que es el mismo
Corazón de Jesús, pan que será vuestro alimento y
vuestra ayuda.
Como ellos exclamad: Manhu. ¿Qué es esto, Señor?
[(Ex 16, 15)] ¿Y sois Vos? ¿Y queréis venir a mí? A
mí que tantas veces os he ofendido; a mí, a una
boca que... a mi corazón
A LOS VELADORES DEL
SANTÍSIMO
Escritos I, vol. 3.º, doc.
155, págs. 1-4
Veladores.
Vela extraordinaria. 10 Octubre
Mis amados en el Señor: ¿Cómo no decir una
palabra en este día de gratitud a Jesús
sacramentado?
El profeta David, cuando desaparecidas las
tribulaciones que le habían aquejado, quería
agradecer al Señor los beneficios que le había
hecho, decía: Quid retribuam Domino? [(Sal 115,
12)].
Y él mismo se contestaba: Sacrificabo hostiam
laudis, et nomen Domini invocabo. Sacrificaré una
hostia de alabanza, e invocaré el nombre del Señor;
y vota [mea] Domino reddam y cumpliré los votos y
las promesas que le [he hecho], in conspectu omnis
populi ejus, en presencia de todo su pueblo, en los
atrios del Señor, en medio de ti, Jerusalén [(Sal
115, 17-18)].
¡Oh, cuál debía ser la gratitud de que rebosaba
aquel pecho, al querer dar gracias al Señor!
Ahora bien, amados míos: Hace [poco] una sola
era la conversación de todos, un solo tema era
objeto de nuestras recomendaciones en estas santas
vigilias, esto [es], la tribulación que nos rodeaba
y nos estaba amenazando y como a aquellos mártires
coronados de que nos habla la historia
eclesiástica, era ésta nuestra oración: Señor,
tantos veladores somos, que otros tantos sean los
que podamos daros las gracias en una vigilia
extraordinaria; y el Señor ha escuchado nuestras
súplicas.
Quid retribuam Domino? ¿Qué le daremos, pues, al
Señor? [(Sal 115, 12)].
¿Qué le daremos? ¡Cuán fácil es poderle pagar!
¡Si David hubiera tenido lo que nosotros
tenemos! David no sabía encontrar otra cosa mejor
que un sacrificio de alabanza, un sacrificio de
aquellos tiempos. Pero el Señor ha puesto a nuestra
disposición un sacrificio eucarístico, esto es, de
acción [de gracias], por excelencia. Porque el
sacrificio es la ofrenda hecha a Dios de una cosa
que le agrada para reconocimiento; ¿qué sacrificio
puede serle más grato que el de su propio Hijo
sacrificado?
De modo que [?] en nuestro corazón a Jesús y
ofreciéndoselo al Eterno Padre.
De modo que mediante esta víctima que el Señor
ha puesto a nuestra disposición podemos pagarle
tanto como le debemos, y poder decirle que nada le
debemos ya, que lo hemos pagado todo, que hemos
cumplido plenamente.
Bendito sea el Señor, hermanos míos, que ha
puesto a nuestra disposición este sacrificio de
alabanza y de acción de gracias.
Al cumplir, pues, hoy esta promesa de gratitud,
ofrecedle, al Padre Eterno, esta víctima [más]
inocente que la de Abel, y pedidle que sea esta
Comunión de acción de gracias y principio y fuente
de otras gracias.
[?] con el verdadero recuento.
Ya que por la misericordia de Dios, hermanos
míos, habéis sido escogidos para reparadores de
Jesús, ya que para tantas almas ingratas este
beneficio de la [?] del cólera, no es sino una
nueva razón para volver a sus blasfemias y pecados,
ya que vuelven a repetirse los escándalos a medida
que pasa la tribulación, sea esto un motivo que os
impulse a vosotros a repararle con mayor
agradecimiento.
Y estad seguros que este agradecimiento le será
grato, y así como le presentéis al Padre Eterno
esta víctima, un día El os presentará en sus brazos
al Padre Eterno como víctima unida a su corazón y
será aceptada.
Y a fin de que este acto de Comunión de acción
de gracias sea agradable a Jesús, ofrecédselo en el
altar de vuestro corazón limpio y puro, y
Escritos I, vol. 3.º, doc.
156, págs. 1-4
Señores y amados asociados ya a la Adoración:
Una de las cosas que os ocurrirá o habrá ocurrido
cuando se os propuso lo de la Vela nocturna, habrá
sido: ¿En qué consiste que hoy se estén fundando
tantas cosas, tantas asociaciones: Corazón de
Jesús, Vela nocturna, Círculos,... ? Yo os diré la
causa. Antes de nada se sabía, os dirá alguno, y
había más fe, y buenas costumbres, y más pudor.
Pues mirad, por esto mismo, porque no había tantos
pecados, y había más fe. Y porque hay más pecados.
Por esto cada siglo y cada época ha tenido su
fisonomía; y yo aquí os expondría consideraciones
largas, que os cansarían. Siglo XIII, Cruzadas,
reconquista.
Y sólo quiero deciros, para haceros ver el
porqué de todo, el carácter de nuestro siglo, de
nuestros tiempos.
Hay un refinamiento de impiedad en los malos.
Hay indiferencia en los buenos.
En las masas no hay que decirlo. No se busca más
que el egoísmo, diversiones, malicia, fiesta,
completa indiferencia.
Refinamiento en la impiedad de las sectas.
Prescindo de hablar de esta guerra sistemática y
criminal para arrancar la fe de los pueblos.
¿Cuándo, como ahora, se ha visto esa apostasía
general de las naciones, unidas y convencidas para
acabar sí pudieran contra el Catolicismo? Antes
había persecución en una nación
¿Cuándo se ha visto ese abandono de todas las
naciones del Papa? Consintiendo las leyes
Aparte de esto, digo, refinamiento pertinaz de
la impiedad. Basta mirar cómo se obra contra las
cosas santas; esas leyes que no consienten que ni
lo crucifijos estén en las escuelas; ese instinto
de pervertir a la juventud; ese furor más que
diabólico de corromper las almas con láminas, sin
otro objeto que hacer oficio de demonio.
Entre esos fervores del infierno, uno se dirige
contra Jesús sacramentado. Prescindiendo de los
robos dirigidos a profanación de templos, leyes
contra la procesión del Corpus, sacrilegios. Basta
pensar en esas asociaciones de los solidarios de
Cristo que reciben las almas, los sacramentos, y
basta considerar como las sectas que aparentan no
creer en nada, con todo se ensañan en la hostia
consagrada. Uno de estos sacrilegios fue la causa
de la propagación de la Vela nocturna en Francia,
Lión.
Pues bien, porque [?] vista de todo esto, de
esta impiedad cruel y refinada contra Cristo, no es
extraño que el instinto de fe y piedad se haya
despertado, y que las almas busquen medios de
reparar a Jesucristo. Por esto hay hoy más
Comuniones que antes cuando había más fe; y más
asociaciones, y más actos de hombres y de mujeres,
para acompañar a Jesús.
Una de estas formas, tal vez la más extendida,
es la de "Vela Nocturna":
1.º- Entre día, Jesucristo está expuesto; esas
40 horas de Valencia.
Mas de noche, aun las almas buenas están en el
descanso.
2.º- De noche las sectas se reúnen.
3.º- Sacrificio. Una hora non potuiste [(Mt 26,
40)]. Si allí en aquella noche hubiéramos podido.
He aquí, pues, para desagraviar a Jesucristo,
para hacerle compañía, ya que los malos le
--------------------------
Por lo demás, hermanos míos, yo os aseguro:
1.º [?] Consuelos. En la hora de la muerte, no
sabemos. Algún enfermo. Nada os consuela tanto.
Beneficios temporales.
[?] vuestros sentimientos, celo,
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)].
1.º Gratitud. Cuando estés en el campo, aquí
está vuestro primero.
Fe en los últimos tiempos.
2.º Reparación.
3.º Sacrificio. In mortem ibimus.
Velaremos.
Ya que es la primera Vela. Pedid, 1.º Por la
Vela.
Que aquí, en [?] sea reparado Jesús. Que tenga
sus complacencias.
2.º Por los enfermos de la Parroquia. Que no
haya ya quien muera impenitente.
Y pedir por el sacerdocio, que Dios nos envíe
buenos y santos sacerdotes.
Para merecer estas gracias:
Escritos I, vol. 3.º, doc.
157, págs. 1-2
El hombre había sido [creado] por Dios para la
felicidad.
Compadecido Dios del hombre, ya lo sabéis,... Al
conocerlo el Profeta, dice:
Este árbol, ya lo sabéis, es el árbol de la Cruz
y su fruto el Corazón de Jesús, y al divisarlo en
lontananza la esposa misteriosa de los Cánticos.
Sub umbra illius [(Cant 2,3)].
Y desde aquel día
Vosotros, amados veladores y reparadores de
Jesús que venís a cobijaros bajo la sombra del
tabernáculo, saboread este fruto divino del Corazón
de Jesús, desprendido del árbol de la Cruz; comedle
con los sentimientos de fe, de humildad, de
reconocimiento, y mejor que la esposa de los
Cantares repetiréis: ¡Cuán dulce al paladar de mi
alma este fruto dichoso! Ya [que] saboreáis este
fruto, decid a Jesús que su jugo sagrado, su sangre
purísima, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia,
vivifique [vuestra] alma, vuestras potencias,
vuestros sentidos, para [que] mejor que la sangre
colocada sobre las puertas de los israelitas en la
noche de su huida de Egipto, no pueda acercarse el
enemigo a vosotros, y esta sangre os aliente en los
combates de vuestras pasiones, y en el camino de la
virtud y de la perfección y sea vuestro
confortativo en la vida y en la hora de la muerte.
Y pedidle a Jesús, que por el mérito de esta
profunda [herida] de su corazón santísimo, de este
fruto bendito, se derrame sobre tantas almas
desgraciadas separadas del calor y vida de esta
sangre y puedan tener la dicha de participar, como
nosotros, de este jugo saludable.
Y para merecer estas gracias:
FERVORINES EN TORTOSA
Escritos I, vol. 3.º doc.
158, págs. 1-4
Fervorín en casa Jordán.
Noche de Navidad del año 1900
Mis hermanos en el Señor: ¿Qué debía pasar por
la mente del Profeta cuando, extático, en una de
sus visiones exclamaba: Dum medium silentium...
Cuando todas las cosas estaban en lo más
profundo de su silencio, y la noche en su curso
estaba en la mitad de su carrera, tu omnipotente
Verbo, Señor, viene desde los asientos reales.
¡Oh! ¿qué debía pasar, repito, por la vista de
la inspirada imaginación de aquella alma dichosa?
¡Ah, sin duda, vela sólo algunas de las
circunstancias de aquella noche feliz, que él
anunciaba! Quizás sería recompensa aquella visión
de alguno de aquellos fervientes suspiros que daba,
cuando exclamaba: Rorate coeli [(Is 45, 8)].
¡Pobres almas aquéllas! Sólo de lejos podían
saludar al hermoso entre los hijos de los hombres,
al Deseado de los collados eternos, Príncipe de la
Paz. Al llegar a la hora de su muerte, al bendecir
a sus hijos, les decía: Dichosos vosotros que tal
vez lleguéis a ver ese día que se nos anunció. Yo
veo al pobre Jacob decir a sus hijos: El cetro no
saldrá de Judá, ni el jefe de su raza hasta que
venga el que ha de venir, él será la esperanza de
las gentes.
Yo veo a Isaías cuando el Señor le pintaba con
más claridad las circunstancias y el nacimiento del
hijo de la Virgen, exclamar con esta voz precisa:
Filius datus est nobis; Filius natus [(Is 9, 6)],
venid, adorémosle.
¡Pobres almas!, repito. Aquello no era más que
una visión; aquello era una esperanza, era aquello
un futuro.
Y vino aquella noche que tanto entusiasmo les
causaba; y aquel pequeño que debía nacernos, y
aquel hijo que debía dársenos, vino en medio de
aquella noche deseada; y nosotros celebramos este
acontecimiento, y por el mundo todo resuena este
grito de alegría, lo mismo en las grandes
catedrales de Europa, que en los humildes
pabellones de la Oceanía. Para nosotros es un hecho
lo que para los justos de la antigua ley era una
esperanza.
Dichosas las almas que fueron las primeras en
escuchar este anuncio; dichosos los pastores que
pudieron percibir el cántico de los ángeles, y
adorarle en aquella primera estancia de Belén;
dichosos animalitos, dice San León en las lecciones
de esta noche, que pudieron hacerle compañía.
Pero, ¿qué digo, hermanos míos? Más felices
nosotros que aquellos pastores y que aquellos
reyes, y que aquellos habitantes de Belén.
Porque ellos necesitaban ejercitar mucho la fe,
y presenciar aquellos resplandores, para conocer en
aquel niño y puesto en un establo, al gran Monarca
que debía venir a dominar al mundo; y nosotros
tenemos ya su palabra y sus misterios; ellos no
pudieron sino verle aquella noche; nosotros en este
Belén de la Eucaristía podemos adorarle
constantemente; ellos sólo exteriormente pudieron
acaso, acaso, en carne propia besar sus pies;
nosotros le depositamos en los brazos de nuestra
alma; ¿qué digo? albergarle dentro de nuestro
corazón.
¡Oh! mil veces más felices nosotros que todos
ellos, que tenemos constantemente la compañía de
este Verbo humanado; y podemos recibirle en las
mismas horas en que tuvo lugar aquel
acontecimiento, por gracia especial.
¿Qué le daremos a Jesús por esta dignación?
¡Oh! Sentimientos de gratitud porque podemos
disfrutar de lo que los profetas y reyes desearon
[ver] y no vieron. Gratitud por habernos dado esta
fe, y el conocimiento de estos misterios ocultos a
tantas almas desdichadas, aun en medio del
cristianismo y no saben ni pueden percibir las
dulzuras espirituales que encierran estas
festividades y que nosotros percibimos. ¡Pobres
almas! ¡Si conociesen este don de Dios!
En segundo lugar, afectos de compasión y de
ternura por el abandono en que se [ve]. In propia
venit [(Jn 1, 11)]. Y esto le está sucediendo a
través de los siglos en su estancia sacramental y
las mismas escenas de entonces se repiten ahora.
Como entonces, los unos como Herodes, le persiguen
en su Iglesia, en sus dogmas, en su autoridad, y en
antros tenebrosos [?] contra él y contra las almas
que quieren ser suyas. Otros, como los
habitantes de Jerusalén, no le dan habitación,
duermen en el sueño de la indiferencia. Otros, como
los de Jerusalén, no le reciben, y no
La Virgen hace pocas horas ha salido de Nazaret
y recorre las ciudades, y las comarcas, y se acerca
a los corazones cristianos pidiendo un albergue
para Jesús, y cuántos corazones le rechazan,
cuántos corazones le miran con indiferencia; otros,
y aun cristianos que irán al templo, son como
aquellos animales del pesebre, que no penetran en
la grandeza de este misterio. Y la Virgen ha tocado
a las puertas de esta casa, y se dirige a nosotros,
y llama a las puertas de nuestro corazón, para que
le alberguemos a Jesús, y espera abrigo de nuestras
almas en medio del frío de tanta indiferencia, y
nos le da cariñosamente; ¡Oh! ¿cómo cerrarle la
puerta? ¿cómo no escuchar esta dulcísima
invitación?
Sentimientos, pues, de compasión y de ternura;
protestas de repararle con actos de amor y de
sacrificio y de abnegación de nosotros mismos;
promesas de atraerle con nuestras oraciones, y con
nuestras luchas y con nuestra vida si es preciso,
corazones que le abran y le conozcan y puedan, como
nosotros, disfrutar de las bendiciones de Jesús.
Si estos sentimientos le ofrecéis, él nacerá y
nos dará la paz que tiene prometida y que vino a
traer a la tierra; paz que inspire todas nuestras
[obras]; paz en todas las circunstancias que
sabemos nos acaecerán, paz en la vida y en la hora
de la muerte.
Para merecer estas bendiciones de Jesús, con fe
viva, como la de los profetas, con amor reverente
como el de los reyes, con humildad profunda como
los pastores, digámosle:
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
159, págs. 1-4
Santa Clara.
Juventud. 1889
Amados míos: Hoy en esta Misa celebramos el gran
acontecimiento de la religión. El recuerdo de aquel
acto sublime en que el Salvador de los hombres, en
el Cenáculo, quiso quedarse permanentemente con
nosotros hasta la consumación de los siglos.
Aquel fue un día de gloria y un día de
humillación.
Día de gloria y triunfo, porque vio cumplidos
sus deseos ardientes de quedarse en nuestra
compañía: Desiderio, desideravi [(Lc 22, 15)]. Día
de las humillaciones porque fue el día de sus
humillaciones y de sus oprobios, hasta morir en el
Calvario.
----------------------------
Y al repetir este acontecimiento en este día, día
es de triunfo y de gloria de Jesucristo, pero
también es día de místicas humillaciones.
Día de triunfo. Porque a pesar de los esfuerzos
de la impiedad, Jesucristo es expuesto en sus
tabernáculos, en todas las partes del mundo; y lo
mismo en las opulentas ciudades que en las pobres
aldeas, lo mismo en Europa que en las soledades del
Asia y en las pampas de América, donde hay fieles
católicos, recibe adoración en este día en los
monumentos, en su prisión sacramental.
Y los tribunales se cierran, y los Parlamentos
se suspenden y los mismos enemigos de Jesucristo se
ven precisados a pagar tributo de un modo o de otro
a este acontecimiento.
Y esto en medio del siglo XIX
Es, pues, un triunfo de Jesucristo.
----------------------------
Mas al lado de este triunfo, ¡cuántos actos de
desconocimiento, de irreverencia de los fieles, tal
vez de insultos por parte de la impiedad que
vosotros no conocéis!
¡Cuán pequeña es la porción de adoradores
verdaderos de Jesús, comparada con la de los que le
ofenden en este propio misterio de amor!
¡Cuántas profanaciones, y cuánta vanidad
acompañan a estos [actos] exteriores de adoración a
Jesús!
¡Cuán pobre es el cortejo que tiene en muchas
partes al lado del monumento que hay, en actos de
disipación!
Ahora, pues, amados míos, vosotros que al querer
acercaros a la sagrada Comunión, formáis, en cierta
manera, el grupo predilecto que rodeó a Jesús en
aquella noche solemne.
Vosotros que os congregáis para excitar vuestro
corazón, el amor [?] y escondido de Jesús.
Vosotros que poseídos de una fe viva, queréis
agradecer a Jesús la fineza de haberse quedado con
nosotros y hacerse nuestro compañero y nuestra
víctima.
Vosotros [que] mejor que esa gran masa de
cristianos que sólo por rutina y sin conocimiento
verdadero, sois llamados a recompensar a Jesús de
tantos olvidos; vosotros debéis acompañar a Jesús
en su triunfo y en sus humillaciones.
En su gloria, asociándoos a los fines que tuvo
al quedarse en la sagrada Eucaristía, a ofrecerle
actos de alabanza, de reconocimiento y de amor; a
excitar deseos de recibirle. Ya que él deseó tan
ardientemente habitar entre nosotros; ya que quiso
prepararse el Cenáculo grande y adornado,
preparadle vuestro corazón y con ardientes deseos
de recibirle, para que al renovar hoy, en vosotros,
el acto del Cenáculo, reciba el consuelo que allí
recibió.
Y al mismo tiempo acompañadle en sus
humillaciones.
Abismémonos en la contemplación de sus dolores,
visitadle humildemente en su prisión, hacedle
compañía en su soledad, enviadle miradas de fe en
cambio de tantos que apenas le conocen,
compadecedle de tantos que repiten su crucifixión
con sus blasfemias, que le insultan con sus
irreverencias, de tantos que desconocen su amor.
De este modo, estas solemnidades que el Señor
nos permite repetir nos serán provechosas, y el
Señor será consolado, y dará por bien empleado el
sacrificio de quedarse con nosotros, No olvidéis
que desde ahí nos está repitiendo como aquella
noche: Hoc facite: Accipite et comedite [(Mt
26,26)].
Y con un acto de gratitud, él quedará
complacido. No le neguéis este amor y este
recuerdo.
Preparemos nuestro corazón con fe, con deseos,
con humildad y arrepentimiento.
Para ello: Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
160, págs. 1-5
Santa Clara.
Seglares. Año 1890
Mis amados en el Señor: ¡Misterios grandes y
circunstancias solemnes son las que estamos
meditando!
Estamos en los momentos de los recuerdos de las
angustias de Jesucristo antes de su pasión, y entre
ellas tres son las que más resaltan, y se observan
en su corazón, y se ofrecen a nuestra vista.
1.º La memoria de los padecimientos amargos que
va a sufrir; su cuerpo lacerado, su sangre será
derramada sobre la tierra.
La otra, el sentimiento de que la muerte va a
arrebatarle de la tierra, de esta tierra que ha
amado tanto.
Y la ha amado porque, enviado a ella por su
divino Padre, ha pasado por ella haciendo bien; la
ha amado porque la ha rescatado; la ha amado porque
en ella ha resonado su divina palabra y se han
manifestado sus maravillas; la ha amado, en fin,
porque comprende la necesidad que el hombre [tiene]
de su divina pre- sencia, y tendrá derecho para
decirle como aquel personaje del libro de los
Reyes: Siccine separat amara mors [(l Sam 15, 32)].
Y últimamente, lo que excede a la amargura de la
Pasión, es el odio y la ingratitud de los hombres.
Aquellos a quienes más ha amado, le niegan,
Aquellos a los cuales ha colmado de bienes, le
ultrajan; aquellos a quienes ha venido a salvar, le
clavan en la Cruz. Y si mira a los siglos
venideros,
¿Qué hace, pues, el Señor para consolarse de
todas estas amarguras? Requiere de una sabiduría
infinita. ¡Cuántos le serán ingratos! ¡Ah!
Instituye la Eucaristía, que es el acto que estamos
celebrando.
¿Y cómo se consolará en la Eucaristía de estas
amarguras?
¡Oh! Sí, porque si la memoria de los
padecimientos que va a sufrir en su cuerpo, y de su
sangre que va a ser derramada le atormentan, la
idea de que va a dejar el mérito de estos
sufrimientos en este depósito vivo y permanente de
la sagrada Eucaristía, le consuela sobremanera.
Cuando su cuerpo esté desgarrado y su sangre sea
vertida raudales, consentirá en ser así molida como
el trigo y prensada como la uva, porque por medio
de la Eucaristía se ha convertido en pan que
fortifica y en el vino que alegra a las almas.
Si la muerte le separa para siempre de la
tierra, mas la Eucaristía le renovará y
multiplicará su vida sobre nuestros altares.
Aunque muere, todos los días de un extremo a
otro del mundo se repetirá sobre el altar: Esto es
mi cuerpo; y el cuerpo de Jesús unido a su alma y
dignidad reaparece en medio de nosotros, y así,
aunque deja la tierra, no la abandonará.
Y si le atormenta la idea de las ingratitudes
del mundo en lo porvenir, ¿cuánto no le reparará la
Eucaristía?
Al lado del traidor Judas, ¡cuántos amados
discípulos descansarán su cabeza con placer en el
seno del Maestro! ¡Cuántas almas habrá que no
teniendo otra vida, ni otra Patria y otro pan que
el pan de la sagrada mesa, no tendrán tampoco otro
amor más que para el Dios del altar! ¡Cuántos...
Ved aquí como este acto que celebramos, esta
institución de la Eucaristía, consoló a Jesucristo.
Vosotros, pues, amados míos, que agradecéis a
Jesús estos sentimientos, que formáis la tribu
objeto de las delicias del Señor en aquel día
memorable, unidos a estos afectos de Jesús, y ya
que él ha dejado en ella los tesoros de méritos de
su sangre preciosísima, aprovechad estos tesoros y
pedidle que los derrame en vuestras almas.
Ya que mediante este Sacramento quiere revivir
todos los días en vuestros corazones, ofreced con
gratitud el vuestro para que él viva y reine y
domine para siempre.
Y ya que en la Eucaristía él quiere repararse
del olvido y de la ingratitud de tantas almas,
multiplicadle vuestros afectos, vuestras ternuras,
vuestras oraciones.
Acompañadle en la memoria de sus sufrimientos
con santas visitas de recogimiento y de compasión,
y de este modo lo que le consoló en aquella hora y
en aquel día, le consolará ahora y se consolará en
vosotros y os enviará su bendición.
Para recibir estos frutos, y podáis consolar a
Jesús y consolarse en vosotros, preparad vuestro
corazón diciendo:
Confiteor
Escritos I, vol. 3.º, doc.
161, págs. 1-4
Jordán. Navidad. 1901
Mis hermanos en el Señor: En estas mismas horas
cumplen 1901 años, que una voz de júbilo y alegría,
nueva hasta entonces para la humanidad triste,
privada de paz y de consuelo desde el día del
primer pecado, se dejó sentir en las montañas de
Judea; desde hoy gloria a Dios en las alturas, y en
la tierra paz a los corazones de buena voluntad. os
anuncio un gran gozo, y es que ha nacido para
vosotros el Salvador deseado en la ciudad de Belén,
y encontraréis allí a la Madre y al Hijo envuelto
en pañales. Benditas voces aquellas de los ángeles,
que gozosos dan a los hombres aquella noticia tan
esperada e inspirada en medio de la noche de los
siglos, de la aparición del Deseado de las
Naciones, de aquel que debía ser Rey de reyes y
Señor de los que mandan, Príncipe de la Paz, que
debía subyugar al mundo y a las almas.
Y los primeros afortunados escuchadores de esta
voz, los sencillos pastores, deslumbrados con el
brillo de aquella extraordinaria luz, exclaman:
Transeamus usque Bethlehen [(Lc 2, 15)]. Pasemos
hasta Belén, veamos esta palabra que nos ha sido
anunciada; y dejando su descanso y sus rebaños,
encontraron lo que el ángel les había dicho.
Pero, ¿qué encontraron? ¿Cómo hace su entrada en
el mundo el Divino libertador? Ya lo veis,
destituido de su grandeza, despojado de su gloria y
majestad, cubierto con el vestido de nuestra
naturaleza, con las apariencias de pecador, en
forma de niño pobre y débil, cobijado bajo la negra
bóveda de una miserable vivienda, colocado en medio
de un establo abandonado, acompañado de mudos
animales, sobre todo soportando las inclemencias
del tiempo, tiritando de frío, víctima, en fin, de
sacrificio, ya el día de su aparición sobre la
tierra.
¡Ah, Jesús mío! ¡Si hubiéramos estado allí
entonces! ¡Oh, no hubiéramos permitido que
padecieras; nosotros te hubiéramos recostado en
nuestro regazo; hubiéramos con nuestros labios
calentado tus frías mejillas; hubiéramos aligerado
vuestro dolor con nuestra compasión; hubiéramos
aliviado vuestra soledad con nuestra ferviente y
constante compañía! ¡Oh, quién hubiera estado allí
entonces!
Pues aquel Jesús qui propter nos homines y
propter [nostram] salutem descendit de coelis, que
por nosotros las criaturas humanas y por nuestra
salud acababa de descender de los cielos, ha
querido continuar la realidad de su nacimiento y
los frutos de su venida, quedándose real, vivo y
verdadero en el Belén de nuestros tabernáculos, y
destituido de su grandeza, envuelto en los blancos
paños de las especies de pan, cobijado bajo las
bóvedas de nuestras modestas casas, en la apretada
y angosta cueva de nuestros tabernáculos,
dependiendo de manos ajenas, para salir de su
recinto, pasando las humillaciones y el olvido,
soportando la fría noche de la indiferencia a
través de todos los años y de todos los siglos.
Y la Iglesia ante este acontecimiento, ante este
nacimiento espiritual, que él quiere reiterar en
las almas desde el Belén de la Eucaristía, puede
repetir y repite con verdad ese cántico: Gloria a
Dios en las alturas y paz a los hombres de buena
voluntad; os anuncio un gran gozo: Christus natus
est nobis, Cristo ha nacido para nosotros, venid,
adorémosle.
Y el acento de esta voz lo dirige primero y
principalmente a nosotros, que estamos
representados en aquella pequeña grey de pastores,
puesto que nos ha concedido el privilegio de
conocerle a diferencia de tantas almas que
apartadas de la fe no han tenido la dicha de
escuchar este anuncio; a nosotros que hemos sido
iluminados con la estrella de la fe, más clara que
la de los Magos, con tantas luces y tantos
beneficios; a nosotros que nos hace la gracia de
concedernos y el privilegio no concedido a la
generalidad de los fieles, ni aun a muchas
religiosas, de podernos acercar a recibirle en
estas horas misteriosas que nos recuerdan más
vivamente la memoria de aquel acontecimiento. ¿Cómo
no responder con más júbilo y fervor al acento de
la Iglesia: Christus natus est nobis?
¿Qué le diremos, pues, y qué le daremos a ese
Rey pacífico y en pago de ese llamamiento?
Ya que no pudimos, pues, acompañarle y
consolarle en el día de su humilde aparición sobre
la tierra, hagamos por él y digámosle lo que
entonces le hubiéramos dicho, ya que podemos
hacerlo con más familiaridad y más tiernos
sentimientos que entonces.
Porque allí sólo hubiéramos podido, acaso, tener
la dicha de besar sus pies, y aquí podemos
estrecharlo y apretarlo dentro no sólo de nuestro
pecho, [sino] de nuestro corazón. Allí sólo tal vez
un rato hubiéramos podido disfrutar de su compañía,
y aquí se ha puesto para siempre a nuestra
disposición. Allí hubiéramos tenido necesidad de
ejercitar más nuestra fe, al verle en la
impotencia, aquí
¿Y qué le hubiéramos dicho entonces? ¡Ah!
hubiéramos prorrumpido en sentimientos de gratitud
por haber tenido la dicha de ser los primeros en
conocerle y en poderle adorar. Afectos de amor
tiernísimo, al ver cómo se ofrece a las penalidades
por nosotros. Al verle tan pobre le hubiéramos
prometido el albergue de nuestras casas y de
nuestros corazones y de las comodidades del
prójimo.
Le hubiéramos ofrecido los propósitos de nuestra
constante compañía en medio del abandono de los
suyos.
Hubiéramos protestado seguir sus mandatos, sus
inspiraciones y aun sus huellas en el
desprendimiento de todo, en la mortificación, en el
olvido de las criaturas.
Pues, estos sentimientos desea, y es lo único
que puede agradarle.
Y si estos sentimientos le ofrecemos, él vendrá
con agrado a nuestras almas, y dará por
recompensado su frío en Belén, y aceptará nuestros
homenajes con igual consuelo que los hubiera
aceptado allí, y nuestra felicidad en acudir a este
su llamamiento, a estas horas.
Pidámosle que no nos haga indignos de su
nacimiento espiritual y de su venida sacramental a
nuestras almas; ofrezcámosle el sacrificio de
nuestra comodi- dad y hasta de nuestro descanso
para hacerle compañía en sus tabernáculos durante
el día y si es preciso durante la noche, para
repararle en su soledad.
Pidámosle a Jesús en esta Comunión singular y
quieta, que haga aparecer la aurora de la fe y de
la gracia sobre tantos entendimientos ciegos y
sobre tantos corazones que no aciertan a disfrutar
como nosotros de las emociones dulces y santas que
nos producen estas festividades.
Otra vez una bendición sobre la Iglesia y sobre
nuestra España, para que no nos veamos precisados
un día a celebrar estas Comuniones en las sombras
de las catacumbas.
Que el año que viene podamos repetir esta
acontecimiento de su venida en vigilia santa en el
local [?] de su amor y reparación.
Para merecer estas gracias, humillados en su
presencia, con la fe viva de los profetas que desde
lejos le saludaron sin verle, con la humildad y
sencillez de los pastores y con el ardor de los
Magos, contritos y humillados digámosle:
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
162, págs. 1-4
A los alumnos de las Escuelas nocturnas
San Felipe. Ramos de 1896
Mis amados jóvenes en el Corazón de Jesús: ¿Qué
os diré en este momento que vais a recibir la
Comunión, para prepararos a este acto?
Trasladaos con el pensamiento a aquel acto de la
última cena en la noche misma de la pasión. Jesús
nuestro Salvador iba a morir pero antes, he aquí
que reúne a los Apóstoles para celebrar la Pascua,
y celebrada ésta, y no queriendo dejar huérfanos a
sus discípulos, tomando el pan les dijo: Tomad y
comed, éste es mi cuerpo; y tomando el cáliz, ésta
es mi sangre que será derramada por vosotros. Estoy
con vosotros; haced esto y cuantas veces lo
hiciereis, acordaos de mis sufrimientos.
¡Oh, amados míos, si hubiésemos estado allí
nosotros entonces. í0h, si hubiésemos podido
escuchar estas palabras! Ver la cara del divino
Salvador, ver aquellos ojos que son el encanto de
los serafines, oír el timbre de aquella voz
amorosa. ¡Oh, si como S. Juan, hubiésemos podido
estar recostados sobre aquel pecho! ¡Oh, qué dicha
hubiera sido la nuestra!
Pero... ¿qué digo, amados míos? Aquel mismo
Jesús que en cuerpo visible estaba allí en la
última cena, está aquí en este copón de un modo
invisible [?] y espiritual; oculto bajo las
especies blancas de la sagrada forma, pero real
vivo y verdadero, y me está diciendo: Sacerdote
mío, éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre; dame,
dame a estos jóvenes, diles tan sólo que se
acuerden de mí.
Pero, Señor, podría decir a Jesús en este
momento: ¿Qué hacéis? ¿Y queréis descansar en estas
lenguas y en estos corazones? ¿No sabéis que
algunos os han ofendido? ¿Tal vez, Jesús mío, os
han injuriado con su lengua? ¿Que se han olvidado
de Vos? ¿No os repugna, Jesús mío, penetrar dentro
de sus pechos y de sus almas?
¡Oh! no importa entregarme a ellos; pero una
sola cosa les pido, y es que se acuerden de mi amor
y de mis sufrimientos.
Bendito sea el amor de Jesús que quiso quedarse
con nosotros hasta la consumación de los siglos, y
no sólo quedarse, sino entrar dentro de cada uno de
nosotros. Así como la luna, aunque es una sola, sin
embargo se refleja entera no sólo sobre todos los
ríos y los mares, sino en todos los cristales y en
todas las balsas de agua y objeto en donde puede
reflejarse, así Jesús por un milagro de su
omnipotencia quiere no sólo reflejarse [sino]
descansar en todos los corazones y en todas las
almas.
Qué desgracia sería si alguno le recibiese mal.
Sería como Judas, que aquel mismo [día] después de
comulgar
¿Qué le diréis, amados míos, a Jesús que va a
vivir dentro de vosotros?
Pues debéis decirle lo mismo que le hubierais
dicho allí, antes de su muerte. Si allí en aquella
hora de morir él, hubiésemos estado nosotros, y-nos
hubiese llamado Jesucristo aparte y nos hubiese
dicho: Mira, hijo mío, alma mía, voy a morir,
resucitaré al tercer día, subiré al cielo, allí
rogaré por ti, para que un día después de tu muerte
puedas venir a estar conmigo. ¿Que quieres que te
deje? ¡Oh! quien le hubiera pedido un retrato,
quien una memoria... y si él entonces nos hubiese
dicho: ¿Quieres que mientras estés en el mundo,
venga todas las noches a hablarte detrás de una
cortina, para consolarte y animarte? ¡Oh! Señor, no
preciso tanto; y si hubiese añadido: ¿Quieres que
venga alguna vez dentro de tu corazón? ¡Oh! ¿cómo
nos hubieramos atrevido?
Pues esto que no nos hubiera ocurrido, ni nos
hubiéramos atrevido, él quiere decirlo, y día y
noche se queda sobre nuestros altares, y nos habla,
y no sólo esto, sino que viene hasta nuestro
corazón.
¡Qué agradecidos nos hubiéramos quedado, cuántas
cosas no le hubiéramos dicho y prometido! Le
hubiéramos dicho que nunca nos olvidaríamos de él,
ni le ofenderíamos; que cumpliríamos sus
mandamientos y sus encargos; le hubiéramos pedido
que no nos abandonara y nos librara del infierno.
Pues eso debéis prometerle y pedirle. Prometedle
que cumpliréis su voluntad, que no le ofenderéis
jamás; que os confesaréis bien, que frecuentaréis
los sacramentos, que os apartaréis de los peligros
y compañías; pedidle que no os deje en la vida y os
lleve al cielo después. Que guíe los pasos de
vuestra juventud.
Y cuando le tengáis en vuestro pecho, no pidáis
sólo para vosotros; pedidle por vuestros padres,
por vuestras familias, hasta por aquellos que no le
conocen y que están allá en lejanas tierras sin
conocerle.
Pedidle por España, sobre todo por esos
pobrecitos jóvenes soldados; allí muriéndose en el
campo sin recibir los sacramentos. Que se acabe
esta guerra.
Pedidle por vuestros difuntos.
Si así lo hacéis, y prometéis serle fieles, esta
Comunión le será muy agradable.
Para que venga, pues, pedidle perdón, y decidle
la confesión general.
FERVORÍN EN MATARÓ
Escritos I, vol. 3.º, doc.
163, pág. 1
Fervorín en Mataró.
10 de Noviembre de 1881
Y si siempre [Jesús niño] nos es pequeño y
amable, lo es de un modo particular en este día, en
que la festividad del Santo Patriarca José nos le
hace recordar en toda su pequeñez, durmiendo en su
regazo, recostado a su pecho. Hoy en que se nos
representa como si le recibiéramos de manos del
mismo Santo, puesto que es el mismo que San José
tenía en sus manos, y por consiguiente como
pequeño.
Ya que, pues, tan amable se nos ofrece, ya que
hemos sido constituidos depositarios de Jesús, como
San José lo fue en su vida mortal, alberguémosle en
nuestro pecho.
Pero ¡ay!, San José fue depositario de Jesús
exteriormente y no obstante qué santidad
¡Ay! pidamos una poca siquiera de esta virtud.
Al menos la estola de la gracia. Protestémosle a lo
menos que no le ofenderemos. Que el ano que viene
llegaremos a este día sin pecado; que no
maltrataremos a Jesús con ningún pecado, y mucho
menos sembrando el mal.
Y si así lo hacemos, aunque pobres, se
contentará y quedará satisfecho de haberse hecho
tan pequeño por nuestro amor.
Y al albergarse, pidámosle: 1.º Las Virtudes.
2.º Escuelas. España. ¡Ay! Iglesia.
Colegio de San José. Lleva dos años. Una santa
muerte. ¡Ojalá la tuviésemos como ese joven!
FERVORÍN EN VINAROZ
Escritos I, vol. 3.º, doc.
164, págs. 1-4
Vinaroz. A las niñas.
27 de Marzo de 1898
Mis hijas en el Señor: ¿Qué significa el acto
que vais a practicar? ¿Qué significa el acto de la
Comunión? ¿Cómo habéis de hacerlo para practicarlo
bien?
¿Qué es el acto de la Comunión? Es nada menos
que el acto más asombroso, el abismo de amor de
todo un Dios que viene a unirse con sus criaturas.
Cuando Dios había creado al primer hombre, le
habla creado para que fuese suyo, lugar de su
descanso. Dios tenía en él sus delicias, y habitaba
en su corazón como en su propio templo. Pero ¡ay!,
desde el momento en que nuestros primeros padres se
atrevieron a traspasar el precepto y de comer, en
mal hora, del fruto del árbol vedado, Dios se
separó de ellos, un abismo insondable se interpuso
entre Dios y el hombre, le fueron cerradas las
puertas del paraíso, y el corazón del hombre, en
lugar de la paz, de la dicha que antes disfrutaba,
un vacío infinito se abrió en este pobre corazón;
el hambre de felicidad le devoraba, y una [sed]
ardiente le consumía. Desde aquel día el corazón de
la criatura fue en pos de la criatura; buscaba con
qué llenar este corazón.
¿Quién podrá llenar el corazón del hombre?
Compadecido Dios del hombre, envía a su
Unigénito al mundo para reparar aquel pecado y
reconciliarle con su Dios; pero ¡ay! que esto no
bastaba; el corazón atosigado por las pasiones
necesitaba un alimento que llenara la debilidad de
su corazón; y he aquí que el divino Jesús, deseoso
de la felicidad del hombre, determina llenar su
corazón de un alimento divino, y ¿cuál será este
alimento? ¿cuál? el de su mismo cuerpo, el de su
mismo corazón; y he aquí que al llegar al último
momento de su vida: ¡Oh! ¡y cuánto he deseado comer
con vosotros esta Pascua! Tomad y comed, éste es mi
cuerpo; entonces añadió: Os lo doy para que sea en
alimento. Una sola cosa os pido, que os acordéis de
esta prenda de mi amor.
Pero podíamos haberle dicho, ¿qué hacéis? ¿Daros
en alimento? ¿No bastará para contentar el corazón
de la criatura el que le redimáis, el que la
asistáis con vuestra gracia, el que [le] alimentéis
con vuestros consuelos? ¿No veis, Señor, que es
rebajar vuestra dignidad, el convertiros hasta en
substancia del hombre?
¡Ah! ¿Qué dirían los ángeles al oír semejantes
palabras? Pues, Señor, ¡y si habrá tantos que os
profanarán, que os recibirán indignamente, que no
harán caso de este don! ¡Ah! No importa, por todo
pasará el Señor, con tal de venir al corazón de sus
escogidos.
He aquí, pues, el alimento que nos deja, el
mismo cuerpo de Jesucristo; aquel cuerpo purísimo
formado del corazón inmaculado de María Santísima;
aquella alma purísima, objeto de las delicias de la
Trinidad beatísima, aquel corazón, centro de todo
bien, y de toda felicidad. ¿Qué más? Aquel que es
la misma grandeza, y la misma hermosura y el mismo
poder, que tiene ejércitos,
Este es el que viene a unirse a nuestro corazón
y a entregarnos cuanto tiene.
El Señor, como si quisiera vengarse de los
cuatro mil años que había estado sin estar unido
íntimamente al hombre, quiere unírsele del modo más
perfecto que puede esto ser, por alimento.
He aquí, pues, lo que significa la Comunión; el
acto de nuestra unión a Jesús, con el abrazo mas
íntimo que se puede desear.
¿Qué le daréis, pues, al Señor, en cambio de
este amor que os tiene, que querer habitar dentro
de vuestro pecho?
¡Oh! no quiere el Señor riquezas, ni grandezas,
ni nada que no le podáis dar; no quiere más que
vuestro corazón; lo que quiere es que dispongáis
vuestra alma. Y ¿cómo? Con sentimientos de
humildad. ¡Oh! ¡y cuánto le agrada al Señor la
humildad! Mirad al centurión: Domine non sum
Y esto decía aquel hombre, sólo porque ese Jesús
quería venir a su casa; cuánto mejor debemos decir
Si fuese el corazón de una Sta. Teresa de Jesús
Sentimientos de fe. Cuando Jesús preguntaba
Sentimientos de gratitud y de amor. ¡Oh! si los
patriarcas y profetas.
Isaías, sólo porque de lejos. Abrahán.
Si aquellos pobrecitos de la India
¿Cómo podremos, pues, recibirle?
Deseos. Imelda
Y cuando le hayáis recibido
La Providencia os da a Jesús
Cueva
¡Qué dulces debieron ser algunos de aquellos
momentos pasados en el retiro de Nazaret para
aquellas dos almas amantes, María y José. Para
estos corazones privilegiados, objeto de las
delicias del cielo! ¡Cuán gratos para la Virgen
Santísima! ¡Cuán gratos para San José!
En medio de las tristezas, que debía cercarles
la pobreza de aquel lugar, morada sin embargo del
Rey del cielo, en medio de las amarguras que el
patriarca San José y [María] tuvieron que soportar
con las persecuciones.
En medio, en fin, de las penalidades corrientes
de esta vida ¡oh! y cuán agradables fueron algunos
momentos para San José.
Y ¿cómo no? ¡Poder tener en sus brazos a Jesús!
¡Estrecharle en su regazo! ¡Vivir bajo el mismo
techo! ¡Procurar su alimento! ¡Oh! ¡Quién pudiese
contemplar el rostro hermoso de San José,
circundado de amor, al apretarle en su pecho, en
aquellos momentos de descanso! ¡Oh, hijos míos, si
allí nos hubiese sido permitido acercarnos a la
casa de Nazaret, y en silencio!. ¡Oh, si hubiésemos
podido acercarnos, y colocarnos a los pies de San
José y de la Santísima Virgen, y hubiésemos podido
contemplar al Niño Jesús durmiendo! ¡Oh, y si la
Virgen nos hubiese permitido tenerle en nuestros
brazos! ¡Oh, cómo le hubiéramos besado! ¡Apretado!
Pues ¿qué es lo que digo? El mismo
¡Oh! y si es posible, Señor
Y estos sentimientos han de ser también para
nosotros.
Pedidle que guíe vuestros pasos
Pedidle que nos dé la lección. Pedidle amigos
FERVORINES
INDETERMINADOS
Escritos I, vol. 3.º, doc.
165, págs. 1-3
Fervorín al Corazón de Jesús
Día del Corazón de Jesús.
10 de Junio de 1877
Al recitar ayer tarde el oficio divino, la santa
Iglesia pone en nuestra boca las palabras de David,
de Isaías, de aquellos pregoneros del futuro
Salvador. Y al prevenir en sus inspiradas
imaginaciones las riquezas escondidas en el
interior de ese Salvador venidero, el uno exclama
que su corazón y su carne exultaverunt in Deum
vivum [(Sal 83, 3)], se alegraron en el Dios vivo,
que debía venir sobre la tierra, porque la justicia
y la paz se dieron un ósculo en la persona de este
Dios. Y le confesaba de corazón porque todas las
gentes vendrían y le adorarían al resplandor de las
maravillas que se obrarían en su tabernáculo, y no
pudiéndose contener exclamaba: Venite et vidite;
venid y ved, porque éste es el Señor [(Sal 45, 9)].
Y la santa Iglesia nos repite también las
palabras de Isaías: En aquel día derramaré aguas
vivas, seréis limpiados de todas vuestras
iniquidades; y sacaréis aguas con gozo de las
fuentes del Salvador.
¿Qué es lo que debían ver, hijos míos, estos
hombres en su inspirada imaginación? ¿Cuál debía
ser el raudal de aguas vivas de gracia y de
consuelo que se ofrecía a sus ojos en la plenitud
de los tiempos?
Ya que el Señor había manifestado en figuras y
en acontecimientos al pueblo de Israel la
abundancia de estas aguas de consuelo para el día
de la gracia,
El corazón humano, agitado cada día más por el
ardor de sus crecientes pasiones; fatigado el
espíritu por el cansancio en busca de una felicidad
que no encontraba, estaban sedientos de una
felicidad que buscaban sin encontrar, el divino
Salvador quiso en estos tiempos de aridez e
indiferencia hacer brotar los raudales de aguas
vivas encerrados en la peña viva de su corazón, que
fecundara las almas e hiciera desaparecer la sequía
de los corazones.
Y hoy, hijos míos, celebramos la memoria de este
acontecimiento, de aquel día feliz en que el Señor
quiso hacer extensible ese manantial fecundo de su
adorable corazón.
Hoy celebramos el día en que nos fue revelada
esta fuente de gracia y de consuelo.
Por esto la santa Iglesia, en el oficio de hoy,
nos repite y nos recuerda las palabras de David y
de Isaías, de estos pregoneros del futuro Redentor.
Mejor que Isaías puede decir y está diciendo:
Omnes sitientes: Venite ad aquas [(Is 55, l)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
166, págs. 1-2
Año 1901
Alégrate, Jerusalén
Este pasaje me ha ocurrido al ver a mi llegada
esas señales de la fiesta que dedicamos al Corazón
de Jesús. Estas palabras puedo dirigiros también:
Alegraos amados jóvenes porque la visión del
Profeta tiene en vosotros su cumplimiento.
El Santo de Israel ha querido establecer de un
modo especial su habitación en medio de vosotros.
Dios creó la tierra para habitación del hombre.
Al crear Dios al hombre la llenó de sus gracias
y quiso formar de su tabernáculo su habitación como
en su templo.
Mas desde el día del primer [pecado], Dios no
encontró habitación sobre la tierra.
Y mientras se levantaban miles de altares a la
superstición y a la idolatría, sólo Dios no tenía
donde albergarse.
Por ello se formó un pueblo donde pudiera
habitar.
Vino la plenitud de los tiempos y para vengarse
de los siglos en que había estado como ofendido,
tomó la forma de hombre, y ya lo sabéis. In propia
venit [Jn 1, 11)].
Por ello, y para poder lograr esta habitación,
quiso disfrazarse con la forma del pan.
Y no obstante ya lo sabéis. La humanidad, como
en el día de su primera venida, no la ha sentido y
la misma humanidad no se acerca a él.
Y no pudiendo soportar, en estos últimos
tiempos, se ofrece con su corazón y les dice: He
aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres.
Venid y sanad aquí.
Y nosotros hemos podido celebrar este hecho, en
la vida de la Iglesia y en que ha puesto su corazón
en medio de vosotros.
Venid a saciaros aquí de esta mística fuente del
Salvador.
Vosotros, pues, que habéis escuchado esta voz,
os diré con el
Profeta: Alegraos porque seréis abrevados aquí,
de las fuentes del Salvador.
Al recibirle, pues, ensanchad vuestro pecho,
para gracias
Pedidle. Protestad en medio de las
Escritos I, vol. 3.º, doc.
167, págs. 1-8
1892
Mis amados en el Señor: Esta noche pasada ponía
la Iglesia en nuestra boca, para que penetrara en
nuestro corazón, aquellas palabras que Moisés
dirigía, con entusiasmo, al pueblo de Israel para
animarles en momentos de desaliento: Hodie scitis
quia veniet.
Dentro de poco la Candelaria; después de
entretener vuestra atención con el recuerdo de
fechas, dirigidas todas a este acontecimiento, hará
resonar con voz vibrante a vuestros oídos aquel
elogio, que resonará al mismo tiempo que aquí con
igual acento en todas las catedrales del mundo,
breve que comprendía un mundo de glorias de
misteriosas alegrías. In Bethlehem Juda. Nativitas
Domini nostri Jesu Christi [(Mt 2, l)].
¿Qué significa esta breve relación? ¿Qué
entrañan estas históricas palabras? ¡Ah! Nada menos
que el cumplimiento de los deseos, de las ansias,
suspiros de la humanidad timorata y llena de fe;
suspiros, ansias y deseos de los corazones piadosos
y arrepentidos de todas las almas fieles de Abel
hasta entonces. ¡Y qué suspiros, y qué ansias, y
qué vacíos de corazón eran aquéllos! Yo veo a Adán
y Eva encorvados hacia la tierra por el trabajo
impuesto como penitencia, levantar su cabeza como
para respirar hacia el horizonte por ver si podían
descubrir alguna señal de la venida de aquel que
les había anunciado al ser despedidos del Paraíso,
que había de nacer de su descendencia y que
quebrantaría la pesada cadena que el enemigo había
cargado sobre su alma.
Y aquellas generaciones pasaron, sin ver en el
negro horizonte claridad ninguna que les revelara
la aurora de este día, gimiendo los justos, sin
otro consuelo que la fe y la esperanza.
Y dos mil años después veo al nieto de Abrahán,
al anciano Jacob, que al pensar que iba a morir en
tierra extraña, encargaba a su hijo José llevara su
cadáver a la tierra de las promesas, cerca de donde
había de nacer el Libertador, y para consolarse y
consolar a sus hijos, les señalaba la época que
Dios le había revelado de la venida del Mesías,
diciéndoles: Mirad, el mando no le será quitado a
Judá hasta que venga el que ha de ser enviado. El
será en aquellos días de las gentes.
Más adelante veo a David, confidente ya de las
circunstancias personales de este Mesías que había
de nacer de su tribu, hermano entre los hijos de
los hombres, cuyo dominio espiritual se extendería
de mar a mar.
Y luego las fervientes, a la par que adoloridas
almas, de los Profetas a los cuales, para mayor
tormento suyo, si así podemos decirlo, estaban
viendo en sus éxtasis y arrobamientos, no ya las
condiciones exteriores y personales, de este Verbo
humanado, sino los tesoros de gracia del alma, de
este Deseado de los collados eternos, y las
circunstancias de su nacimiento, y el día y hora de
su venida. Y veo al pobrecito Isaías, cantor de las
glorias de la Virgen, exclamar en una de sus
visiones: Mirad, mirad, un niño nos ha venido, un
hijo se nos ha dado, venid adorémosle, porque lleva
en sus hombros el nombre de Rey de reyes y Señor de
los que dominan [(Is 9, 6)].
Y aquello, sin embargo, no era más que un sueño
de éxtasis, no era la realidad.
¿Qué debía pasar en los corazones de aquellas
almas justas? Yo he pensado más de una vez en
aquella santa Judit, que joven aún encerrada
durante tres años sin salir de los sótanos de su
casa, junto con sus sirvientas, abstraída a las
miradas del mundo, dedicada a la meditación con la
fe y la esperanza del futuro Rey de las almas.
¿Qué debía pasar en su corazón? ¿Qué consuelos
podían ser aquellos en medio de sus apuros y
penitencias con el cilicio que llevaba, qué
consuelos podían ser aquellos no teniendo sobre la
tierra al Dios amado de su alma que sólo de lejos
podía saludar? ¡Oh! Se contentaría con exclamar
Rorate caeli desuper et nubes pluant justum [(Is
45, 8)]; y con este grito descendería a la tumba, y
este grito debía continuarlo todavía, después por
mucho tiempo junto con las otras almas aprisionadas
en el Limbo.
¿Qué suspiros y qué ansias y qué rogativas
serían las de San Joaquín y Santa Ana y las de
tantas otras almas justas que no faltaron en el
pueblo de Dios en medio de las prevaricaciones de
su pueblo.
¡Ah! no es extraño que el anciano Simeón que en
premio de tantas lágrimas, ora- ciones, y suspiros,
el Espíritu Santo le dijo que no vería ya la muerte
sin ver antes al Cristo del Señor; no [es] extraño,
que en el trasporte de su alegría al tenerle en sus
brazos, le dijera: Ahora, Señor: SI, ya podéis
recibir a vuestro siervo en paz, porque han visto
mis ojos tu salud; sin esto la muerte me hubiera
sido demasiado amarga. No sin razón, el divino
Salvador, refiriéndose a estos suspiros y
privaciones de la dicha de verle sobre la tierra,
les decía a los fariseos: Multi reges et prophetae
voluerunt videre quae vos videtis, et non potuerunt
[(Lc 10, 24)].
Pues, he aquí, lo que significa lo que la
Candelaria os dirá dentro de poco: El término de
estos suspiros, de estas tristezas, de estos deseos
de las almas justas.
El cumplimiento de todas las profecías. La
aparición del Sol de justicia sobre la tierra. La
redención de la humanidad. La salvación de nuestras
almas. El nacimiento del Hijo de Dios, la
satisfacción de la culpa, el reinado de la paz para
los corazones, la alegría del mundo.
¡Ah! Sólo el beneficio de haber aparecido
nosotros sobre la tierra, después de realizado este
misterio, y de percibir sus efectos, de disfrutar
de sus gracias, de presenciar sus ejemplos, de
administrar sus méritos sería bastante para que la
repetición del recuerdo de este acontecimiento nos
llenara de alegría, de gratitud y de entusiasmo.
Pero esto es nada; esto no bastaba. Habrá venido
el Redentor esperado, tenemos asegurada la salud,
sus sufrimientos nos servirán de mérito y se nos
perdonarán los pecados.
Pero esto no es nada: Al fin y al cabo habremos
recibido los frutos de la redención después de su
venida, como aquellos la recibieron antes, por la
fe del que había de venir. Recordaríamos este
hecho.
El habita en el cielo y reina y lo veremos
reinar por la fe. Nos entretendremos con hacer
belenes que nos recuerden ese acto de bondad que
practicó, y nos alegraremos con ello, como nos
solazamos con los hechos y glorias patrias.
Pero esto no es nada. Esto no es aquella efusión
de goces que ensanchaba el pecho de los profetas.
No tenemos el Emmanuel, el Dios con nosotros. Y por
esto, por esto, ha establecido sobre la tierra un
Belén tan verdadero como aquél, y más íntimo que
aquél, y más humillante y más amoroso que aquél.
Porque en aquél pocos pudieron disfrutar
personalmente de su presencia, porque en aquél al
fin, aunque hubiéramos merecido esta dicha
hubiéramos tenido el contacto de su cuerpo,
hubiéramos besado sus mejillas, y con actos de fe
le hubiéramos reconocido por su Divinidad, y le
hubiéramos adorado un rato, con el pesar de tener
que dejarlo, pues siempre no podríamos tenerle, ni
aun su Madre Santísima.
Mas aquí en este Belén, que se ha formado en la
sagrada Eucaristía, percibimos su blando tacto
corporal, pero ya no sólo en el exterior sino
dentro de nuestra boca, y de nuestras mismas
entrañas, y dentro de nuestra alma y en lo más
recóndito de nuestro corazón, real, vivo y
verdadero como entonces.
¡Ah! Y esto vieron los profetas en visión. Y si
lo vieron: ¿Cómo no murieron de pena y de dolor al
verse privados de esta dicha nuestra?
Y si esto tenemos y creemos nosotros, ¿cómo no
morimos de gratitud, de amor, de confusión, ante la
amabilidad de este Jesús del Belén de la
Eucaristía?
¡Oh! si los límites de un fervorín me lo
permitieran, yo os diría las palabras de S.
Bernardo, al comentar las palabras: Magnus Dominus,
et laudabilis nimis [(Sal 47, 2)].
Pero no extrañemos no de ningún modo las
palabras y locuciones de estos santos. Lo que
debemos extrañar y asombrarnos y avergonzarnos es
de las fatigas, pequeñeces, cansancio de nuestro
corazón, de la ligereza de nuestra imaginación, de
la veleidad de nuestros deseos que deben estar
clavados constantemente en Jesús y vagamos
continuamente en las inconstancias de nuestros
propósitos.
Que al menos estos días en que decimos: Christus
natus est, lo digamos con efusión; Christus, el
Verbo Divino el Hijo Eterno del Padre, el amor
eterno de las almas ha venido, ha nacido, se ha
hecho pequeño, pobre, lleno de sufrimientos para
ser víctima por nuestros pecados, para
constituirnos hermanos, hijos y esposos suyos, et
natus est nobis, principalmente para nosotros a
quienes ha llamado con voz especial, ha querido
constituirnos depositarios de su cuerpo, no para el
mundo que le olvida, y que aprovecha de estos días
para abusar de sus beneficios; nobis, no para los
pobrecitos, que no le conocen, no para los
pecadores que le olvidan, sino nobis, casi hoy
exclusivamente para nosotros, que nos hemos
resuelto a seguirle en su pobreza, en su
desprendimiento, en la soledad de Belén y de la
vida oculta.
A nosotros principalmente que somos y debemos
[ser] las primicias del pueblo cristiano.
Para que podamos repetirle con dulzura estas
palabras, en nuestros actos de adoración, y en las
Comuniones de estos días, pidámosle:
1.º- La esperanza de los santos Patriarcas que
desde lejos le ofrecían sus ansias.
2.º- La fe vivísima de los Profetas.
3.º- Los deseos de las almas justas.
4.º- La gratitud de Simeón.
5.º- La generosidad de los Magos y la prontitud
a los sacrificios e inspiraciones de la gracia.
6.º- El amor, la ternura y la amargura de María
y José, para ser en la tierra y en su amor
sacramentado los continuadores de los oficios que
ellos practicaron a este amor humanado.
De este modo Jesús dará por bien empleado este
Belén abierto en que se ha constituido día y noche,
hasta la consumación de los siglos.
Para merecer estas disposiciones, humillados en
su presencia
Escritos I, vol. 3.º, doc.
168, págs. 1-3
Tobías
Esdras. Confiaban y tenían la lanza; y Nehemías
abrió el libro.
Jesucristo: Si quis vult post me venire, abneget
semetipsum et tollat crucem suam et sequatur me
[(Mt 16, 24)].
Messis [quidam] multa; operarii... pauci [(Mt 9,
37)].
Qui dimiserit... centumplum accipiet [(Mt 19,
29)]
----------------------
Mane nobiscum, Domine.
Ecce Rex tuus venit tibi.
¿No me darás una tienda donde pueda habitar
contigo?
Qué noche aquella en que el divino Mendigo
golpeaba a las puertas del objeto amado.
Qué amargo debía ser el sopor de la que
Desde hoy ya tienes...
Cuán amarga debía ser la indolencia de Madrid.
Esto parece decir a Madrid; y pero estas voces
han encontrado eco en las almas, y éstas han
respondido, y
¿Cómo no esperar el retorno con beneficios?
Que bendiga a Madrid, a España, a... los
proyectos de Reparación.,
------------------------
Sub umbra illius quem desideraveram sedi; et
fructus ejus dulcis gutturi meo [(Cant 2, 3)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
169, págs. 1-3
Alégrate, Jerusalén.
De S. José.
Sub umbra illius quem desideraveram sedi [(Cant
2, 3)].
Jacob.
El Amado de los Cánticos.
In propia venit [(Jn 1, 11)].
-----------------------
El divino Mendigo.
Si scires donum Dei! [(Lc 4, 10)].
Ecce Rex tuus venit tibi [(Mt 21, 5)].
Omnes sitientes venite ad aquas.
Ecce misereor super turbam.
El Evangelio.
En medio del mundo; somos.
Una sed. No pudo.
¡Qué noche!
----------------------------
Fervorín
Pasaje de Eliseo
Memoria de los beneficios de Dios. Tobías.
Barca de San Pedro. Salva nos, perimus [(Mt 8,
25)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
170, pág. 1
Hermanos míos en el Señor: Al dedicarnos en
estos días que han pasado a la consideración de los
amores de Jesús sacramentado, hemos contemplado las
magnificencias de su poder, de su sabiduría y de su
bondad, que ha desplegado en esta obra admirable.
Hemos visto la constancia de este amor a prueba
de todos los desvíos de las criaturas.
Hemos ponderado la grandeza de este don que el
Señor nos ha hecho de sí mismo.
Y finalmente los artificios de que ha querido
valerse para quedarse oculto, a fin de penetrar en
nuestra alma, para comunicarnos mejor sus riquezas,
y regalarnos con sus favores.
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)].
Escritos I, vol. 3.º, doc.
171, págs. 1-2
En estos momentos solemnes no puedo menos, mis
queridos hermanos, que recordar y trasladarme con
la imaginación a aquel espectáculo sublime de la
última cena, en que nuestro Señor Jesucristo
rodeado de sus discípulos queridos, abrasado su
corazón del amor más ardiente, encendido su rostro
y levantado sus ojos al cielo, les decía: Hijos
míos, cuánto he deseado comer esta cena con
vosotros, para dejaros una prenda de mi amor; tomad
y comed, éste es mi cuerpo; tomad, ésta es mi
sangre. Haced esto mismo todos los días, hacedlo
hasta la consumación de los siglos. Una sola cosa
os pido, que cuantas veces lo hiciereis os acordéis
de mí, lo hagáis por memoria mía, por amor mío.
Hermanos míos, este mismo Jesús que entonces
decía estas palabras es el mismo que aquí está
presente bajo las especies sacramentales, y me está
diciendo también: Sacerdote mío, he aquí mi cuerpo,
entrégalo a estos corazones, a estos míos que me
desean, pero diles que lo hagan en memoria mía, por
mí. Pero, Señor, podría decirle yo a Jesús en estos
momentos: ¿qué hacéis? ¿qué es lo que decís? Pues
¿no sabéis que estos corazones son más fríos que el
pesebre en que nacisteis? ¿no recordáis que tantas
veces nos hemos olvidado de Vos y hasta os hemos
ofendido en estos mismos beneficios?
¡Ay! no importa, dice el Señor,
Yo deseo establecer este convite con ellos; yo
quiero venir a su corazón. Hermanos míos, ¿y
seremos tan ingratos a estas amorosas invitaciones
del Señor? ¡Ah! no; ya que el Señor quiere venir,
dentro de nosotros, y nos obliga a que nos
acerquemos, preparemos nuestro corazón cuanto
podamos, ya que el Señor no quiere otras cosas.
Revistámonos
¿Y qué es lo que hemos de hacer? Revestirnos de
una fe viva hacia este Sacramento adorable, de
sentimientos de humildad a la vista de su grandeza,
y de nuestra pequeñez, de deseos vivos de unirnos a
él para no abandonarle jamás, y de propósitos
firmes de nunca más ofenderle; y el Señor se
contentará con esto, y vendrá con gusto a nuestro
corazón, nos llenará de la gracia y de su
bendición.
Y para prepararnos mejor, renovemos el dolor de
nuestros pecados por medio de la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
172, pág. 1
Mis H. en el Señor: ¿Cómo no decir una palabrita
en este día santo y especial para vosotros de la
fiesta del Divino Redentor? Había llegado el día de
la redención, Jesús iba a morir víctima en favor de
la humanidad, y desprendiéndose de la tierra, y
luego recibir la corona de sus fatigas
desapareciendo de la tierra.
Pero ¡ah!, que su corazón sentía dejar esta
tierra que tanto había amado.
Por ello vedle cómo se despide tan cariñosamente
de sus Apóstoles. Allí les hace aquellos encargos.
¡Oh! Si hubiera podido estar allí entonces y
percibir Y si allí entonces
[?] no sólo de noche, no algún rato, os encargo
sólo
Vosotros, pues, a quienes principalmente se
quieren dirigir Y cuando en vuestras tareas, y
cuando el calor os
Respondedle. Si así correspondéis a su amor y
Escritos I, vol. 3.º, doc.
173, pág. 1
Mis amados en el Señor, piadosas esclavas de
María: Obligado dulcemente por vuestro celo para
asociarme de algún modo a vuestra fiesta
distribuyéndoos la Comunión, ¿qué idea podré
sugeriros, que sea propia para disponer vuestro
corazón?
Estamos en los días de la Pasión; estáis
celebrando los Dolores de la Virgen y pronto vamos
a celebrar el día en que el Señor quiso quedarse
sacramentalmente entre nosotros; y, por lo tanto,
no puedo menos de deciros, que os trasladéis con el
pensamiento a aquel día memorable de la víspera de
su muerte.
Habían llegado los últimos momentos de Jesús
sobre la tierra,
Aunque no lo supiésemos, los últimos cantos de
este Cisne divino nos lo dicen claramente,
Id, id, les dijo a los demás discípulos
Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Una sola
[cosa] os encargo,
Escritos I, vol. 3.º, doc.
174, págs. 1-2
Mis amados H. y H. en el Corazón de Jesús: Hoy
que celebráis vuestra fiesta del Santísimo
Redentor, ninguna idea me parece más propia para
preparar vuestro corazón a la sagrada Comunión, que
aquel pasaje conocido que nos ofrece S.... cuando
en un día de verano y de
¡Oh, afortunada alma, que mereció así ser objeto
del amor de Cristo! ¡Oh, quién hubiera podido allí
ver la actitud del Salvador, escuchar el timbre de
aquella voz, aquella sonrisa!
Recibir el agua de doctrina que mana de la boca
del Salvador
¡Alma dichosa!
Mas ¿qué digo? Aquel mismo Jesús antes de morir,
en alas de su amor, quiso quedarse sentado hasta la
consumación de los siglos, junto al pozo de la
sagrada Eucaristía, para aguardar aquí, a las almas
de todos los siglos y poderles dirigir su voz,
desde aquí fatigado. ¿Qué alma hay que no haya oído
su voz? ¿Quién de vosotros no ha escuchado sus
llamamientos?
¡Cuántas veces en medio de nuestros olvidos nos
ha dicho: Si scires donum Dei! [(Lc 4, 10)].
Cuántas veces nos ha dicho: Da mihi bibere [(Jn
4, 7)], agua de sacrificio y de amor, que apague mi
sed.
Cuántas veces nos ha dicho que el agua, que las
aguas del mundo y de los sentidos y de las
satisfacciones no apagan la sed, y que sólo el agua
suya, que salta a la vida eterna, puede saciarla.
¡Oh! Sí, más afortunados que
Hoy te dirige esta palabra
Si scires donum Dei! [(Lc 4, 10)].
Que hoy el mismo Jesús
Dame agua
Que le dan
¡Oh! Sí demos esa agua
Dame agua de temor, que apague la sed de mis
pasiones, de consuelo, de virtudes; así se apagará
mi sed y Vos que cosa es
¡Oh! Si lo meditarais bien
Pedid por los fundadores de esta Institución.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
175, págs. 1-6
Mis hijos en el Señor: Al acercaros a la sagrada
Comunión en este día, al querer ofrecer este
tributo de amor y reparación al Corazón de Jesús,
al terminar este triduo, ¿qué pensamiento podré
sugeriros para excitar vuestra devoción?
Una de las pruebas de la bondad de Dios es su
deseo de comunicarse al hombre, de poseer su
corazón.
Una de las palabras salidas de la boca de todo
un Dios es la que nos dirige.
Crió Dios al hombre, le hizo dueño de todas las
riquezas de la tierra; sujetó a su mandato los
animales de la tierra; le hizo rey de todas las
criaturas; y además le adornó el alma de sus
gracias y [?] de todas las bellezas de la creación;
sólo quiso y se reservó para El un objeto que no
quería ceder a nadie, el poder habitar en su
corazón, como en su propio templo, el poseer su
amor.
¿Y cómo le correspondió el hombre? ¡Ah! ya lo
sabéis, le negó este amor que le pedía, quebrantó
su voluntad, le arrojó de su corazón.
El Señor continuó, sin embargo, solicitando el
amor de las criaturas racionales, llamando a su
corazón por medio de las criaturas, y por las voces
de los Patriarcas, y hasta con las voces de sus
amenazas; y, sin embargo, la humanidad desatenta le
volvió las espaldas hasta tal punto que toda la
carne había corrompido sus caminos, y se [vio]
obligado a descargar sobre ella con un diluvio.
Más adelante, en medio del desvío general de la
humanidad, quiso formarse un pueblo, pueblo que le
amase y le sirviese, pueblo que sacó de la
esclavitud entre portentos y milagros, hasta
introducirle en la tierra de promisión.
¿Y qué le pedía, en cambio, a este pueblo? ¿No
[me] formarás, le decía, una tienda junto a tus
tiendas, donde yo pueda habitar contigo?
Y este pueblo, ya lo sabéis, no correspondió a
los amores de su Dios, de cerviz encallecida.
¿Y qué hace Dios entonces? En lugar de castigar
tanto desvío y tanta infidelidad, determina
vestirse de nuestro ropaje, acercarse al hombre,
haciéndose hombre, y de esta manera obtener ese
amor de sus propias criaturas.
¿Y qué sucedió? ¡Ah! ya lo sabéis: In propia
venit, et sui [(Jn 1, 11)].
Y en lugar de este amor, el desprecio, las
persecuciones, las ignominias y la muerte, fue la
recompensa a tanto amor.
Y con todo, y como si este desvío fuera mayor
incentivo a su amor, en la misma noche de sus
amarguras, de su prisión, olvidándolo todo, y como
si quisiera vengarse de tanto desamor, y de tanto
tiempo, pensó dejarse en alimento bajo las especies
de pan, para así poder penetrar hasta lo más íntimo
del hombre, hasta su corazón.
Bendito sea Jesús, hijos míos, que así ha
querido venir hasta nosotros, y dejarse escondido y
en alimento para poder penetrar hasta el mismo
corazón del hombre.
Y bien, ¿y cómo le paga el mundo tanta fineza y
estos misterios incomprensibles de amor? ¡Ah! como
en los días de su vida mortal, podemos decir que se
está verificando lo que dijo de él S. Juan: En
medio de vosotros está, y vosotros no le conocéis.
En medio del mundo está, y el mundo no le
conoce. Entre nosotros está día y noche, y las
criaturas le tienen olvidado, y sufre la
infidelidad de unos y las injurias de los otros; y
sufre profanaciones, y años y siglos continúa
solitario en el santo tabernáculo.
Por ello, no pudiendo soportarlo ya su corazón,
he aquí que en estos últimos tiempos se arranca el
corazón del pecho, y enseñándolo a la beata
Margarita María exclama contristado: He aquí el
corazón.
Hijos míos, este mismo corazón que así habló a
la B. Margarita María es el que está aquí presente,
real, vivo y verdadero, y os dice a vosotros: He
aquí el...
¿No escucharemos este gemido del Corazón de
Jesús? ¡Ah! sí, hijos míos, a vosotros hace ese
llamamiento!
De vosotros espera que le recompenséis de la
frialdad de las criaturas.
No os pide grandes sacrificios; amor y
reparación; que le abracéis [en] vuestro corazón y
le consoléis de tantas penas, de tantos olvidos
como recibe
Que penséis en él, por tantos que no quieren
conocerle.
Que le alabéis por tantos que le blasfeman; que
le compadezcáis por el olvido de las almas.
Al acercaros, pues a él
Decidle que le amáis por aquellos que no le
aman; decidle que pensáis en él por los que no le
conocen.
Vuestros pensamientos...
Y el Señor se quedará satisfecho
Y ya que su corazón nos ha prometido darnos
cuanto le pidamos, pedidle por el Sumo Pontífice.
Pedidle que reine en España, extienda la devoción a
su corazón.
Pedidle por esta parroquia, para que crezca el
reinado de Jesús en las almas todas.
Y para que la venida de Jesús le sea grata, y
este acto reparador agradable...
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
176, págs. 1-2
¿Qué sería de nosotros sin Jesús sacramentado
sobre la tierra? Este pensamiento de un alma santa,
me ocurre siempre, cuando en medio de mis
infidelidades tan continuas, y de mis flaquezas tan
frecuentes, se ostenta a mis ojos, y puedo
presentarme ante Jesús expuesto en su Sacramento.
Y cuando los contratiempos de la vida nos
asaltan, y las desconfianzas nos abaten, y las
dudas nos agitan, y sobrevienen las noches oscuras
del alma, ¿qué sería de nosotros sin la vista de
esa lámpara silenciosa que nos señala con sus
tibios rayos el lugar donde está nuestra fortaleza,
nuestra luz y nuestro consuelo?
¡Felices las almas que saben acudir a ese único
centro de verdadera felicidad! ¡Dichosos los
adoradores nocturnos que en horas quietas acuden a
ponerse bajo los afluentes (o influencias) de
gracias que se derraman de la Hostia santa!
¡Oh, sí, ojalá [que] todas las almas
comprendieran que sólo en Jesús sacramentado [está]
la verdadera fuente de dicha y de paz verdaderas!
Si en cada capital lográramos tener la Vela
nocturna, instalada en cada parroquia la Adoración
y Vela periódica diocesana, y todas las familias
tuvieran, al menos, un adorador, el bienestar
reinaría sobre la tierra, porque dominaría el
imperio del amor.
¿Cuándo lo veremos realizado? Esto pido
incesantemente al Corazón de Jesús.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
177, pág. 1
Mis hermanos en el Señor: Hace poco recordábamos
los últimos momentos de Jesús sobre la tierra.
Aquel Cisne divino había enviado sus últimos cantos
de amor. Los campos de Galilea no escuchaban ya los
ecos de su palabra consoladora. Las tinieblas
habían cubierto el haz de la tierra. En vano la
amante Magdalena buscará el objeto de sus ansias y
de su felicidad. La tierra le oculta ese tesoro que
va a desaparecer para siempre de sus ojos. ¡Qué
vacío va a quedar en su corazón! ¡Qué amargura para
su espíritu!
Representante aquel corazón de la humanidad
toda, ¿qué va a ser también de nosotros sobre la
tierra? ¿Quién llenará el vacío de nuestro pecho?
¿Qué será de nosotros sin Jesús sobre la tierra?
Pero, ¡ah!, he aquí que la Sta. Iglesia, como
ángel del sepulcro, henchida de entusiasmo, nos
dice en el himno de este día:
Ad regias Agni dapes Post transitum maris Rubri,
Christo canamus Princípi
Venid, venid, al convite real del Cordero, y
cantemos a Cristo Príncipe, después del tránsito
del mar Rojo.
Divina ejus charitas; cuya divina caridad ha
llegado hasta darnos su propia sangre y nos entrega
los miembros de su cuerpo, siendo el amor el
sacerdote que lo inmola.
Iam Pascha [nostrum] Christus est; venid que ha
llegado nuestra Pascua; y él es la misma víctima
pascual.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
178, págs. 1-4
Trasladaos en este momento con la imaginación a
aquella humilde casa de Nazaret; la hora es
silenciosa.
Penetremos en aquella modesta habitación. Allí
hay una joven hincada de rodillas y absorta en
contemplación.
El bullicio reinaba en las grandes ciudades.
Resonaban en el mundo los nombres de Augusto, de
los
¿Qué piensa? ¿Qué pasa en su interior?
Allí, contempla... el estado el mundo; ve [que]
los pecados de las criaturas se elevan como miasmas
arrojados a la cara de Dios.
Allí teniendo ante su mente las [?] Rorate coeli
desuper et nubes pluant justum [(Is 45, 8)].
Y lee las profecías de David, y cuenta que los
momentos se acercan y pide, con un fervor más
encendido que el de los serafines, que apresure la
venida del Meslas; y lee a Isalas, y contempla
extática aquella Virgen escogida... y pide al
Eterno la gracia de poderla conocer sobre la
tierra... y como dice la venerable Agreda pedía a
Dios se dignase admitirla como criadita para servir
a aquella Virgen predestinada.
Y en los transportes de estos sentimientos de
humildad, de ansias por el bien de la humanidad,
por la reparación de las ofensas de Dios, de
afectos encendidísimos, de ofrecimientos santos...
... se transforma en un cielo aquella
habitación, y aparece el resplandeciente Arcángel
como mensajero especial de Dios.
Y le expone la misión que lleva; y le saluda
como señalada para Madre del Meslas... y se alarma
su humildad y le pone reparos por su indignidad y
le hace observaciones, hijas de su prudentísima
discreción y de su amor a la virginidad.
Y cuando se convence que es orden y disposición
del Altísimo... a pesar del amarguísimo peso de
dolores y amarguras que envolverá aquella altísima
dignidad... inclina su hermosa cabeza y cruza las
manos sobre su pecho, y exclama: Ecce ancilla [(Lc
1, 38)].
Y en aquel momento se rasgan los cielos y
desciende el Espíritu Santo; y la cubre con su
sombra; y el Padre Eterno obra la encarnación; y el
Verbo divino se une en aquel seno a la naturaleza
humana y queda el corazón de la Virgen hecho templo
de la sacratísima humanidad y es convertida en
Madre del Rey inmortal de los siglos.
Sublime ins- tante que conmovió la naturaleza
entera.
Y hoy es el día en que celebramos aquel
acontecimiento; hoy es el día en que tuvo lugar la
realización de este misterio, en aquella silenciosa
estancia de Nazaret.
¡Oh, si hubiésemos podido estar allí entonces!
íOh, si hubiésemos podido prosternarnos a los pies
de la Virgen, y percibir un rayo del brillo de
gloria que despediría aquel cuerpo, y saludar con
nuestros afectos de amor y de ternura al Verbo
divino, encarnado en el corazón de la Virgen!
¡Oh! si haber podido [tener] la dicha de los
ángeles que rodeaban gozosos aquella estancia.
Pues, amados de mi alma, aquel mismo Verbo
divino humanado es el que está aquí real, vivo y
verdadero, encerrado tras los velos de esta Forma
consagrada [?] el seno, el mismo que la Virgen
estrechó entre sus brazos, y desde estos brazos
quiere venir a vuestro corazón.
Y el Arcángel os repite las palabras dirigidas a
la Virgen,
El Espíritu Santo va a haceros santos con su
gracia, y lo que tendréis en vuestro corazón se
llamará Hijo de Dios.
¡Oh! ¿A quién quiere venir este Hijo de Dios?
¡Ah! A un alma...
Una sola cosa me consuela
¿Qué le daréis, pues, a Jesús por esta gracia?
¡Ah! en medio de vuestra pequeñez no os pide más
que os apro~ piéis los sentimientos de la Virgen.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
179, pág. 1
... condujo y redujo sano, me libró a mí cuando
quería tragarme el pez; a ti ha hecho ver la luz
del cielo, y por medio de él hemos sido llenados de
todos los bienes. ¿Qué cosa digna le podemos dar?
Te pido le ruegues si se dignará tomar para sí la
mitad de todo lo que te ha traído.
XII. Entonces Tobías llamó a su hijo.
6. Bendecid al Dios del cielo, y alabadle
delante de todos los vivientes, porque ha hecho con
vosotros su misericordia, porque es honroso revelar
y confesar las obras de Dios.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
180, pág. 1
Ahora bien, pues, hijos míos, ¿qué le daremos al
Señor en cambio del amor con que viene a
establecerse en nuestra compañía?
¿Qué exige de nosotros su tierna solicitud?
¡Ah! El Corazón de Jesús no quiere otra cosa de
nosotros sino que le recibamos con gratitud, que le
demos un albergue cariñoso, que apreciemos su
estancia entre nosotros, haciéndole compañía y
reparándole de la frialdad de los hombres.
Apostolado para la Pía Unión, como práctica el
primer Viernes.
Los celadores y las celadoras.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
181, pág. 1
... asiones. Acordémonos de él, que es la única
paga que desea.
Y cuando le visitemos esta tarde en el
Monumento, en su prisión de amor y de su presencia
real, pero sacramental, hagámoslo con humildad y
con devoción y con recogimiento, huyendo del
bullicio y de la vanidad, ya que no podemos
visitarle en su prisión dolorosa.
Y cuando le tengamos en nuestros pechos,
aprisionémosle en nuestro corazón, protestándole no
separarnos nunca de él.
Hagámosle actos de gratitud y de reconocimiento,
amémosle por todos los que no le aman y
ofrezcámonos ser siempre reparadores de su amor
olvidado.
Si así lo hacemos, él dará por bien empleado el
sacrificio de quedarse en nuestra compañía, y
repetirá gozoso: Desiderio desideravi. [(Lc 22,
15)].
Para conseguirlo, humillados
Escritos I, vol. 3.º, doc.
182, págs. 1~2
almas se abren por vez.
Y, sin embargo, en medio de nuestras desgracias
Jesús nos ha llamado, y nos ha llamado en el
recuerdo de nuestros pasados años, y en el libro y
en la palabra que ha caído a nuestros oídos; nos ha
llamado en el desengaño que nos atormenta, en la
pena que nos oprimió, en los sacrificios que nos
pidió porque en todas partes está y nos dice: Aquí
estoy; y si siempre nos dirige estas palabras, nos
las dirige de un modo particular desde el sagrado
tabernáculo, desde este sagrado copón: Yo estoy a
las puertas de tu alma y llamo.
Ahora bien, ¿qué debemos decirle a Jesús en pago
de la constancia que ha tenido con dirigirnos estas
palabras?
El no quiere sino que nos la hagamos propia. El
no pide sino que le digamos: Estoy a la puerta y
llamo. Señor, estoy a la puerta de tu divina
voluntad para seguirla; llamo para que me inspiréis
segura de seguir vuestros llamamientos; llamo para
que dispongáis de mí; y en cambio de mis sorderas
hasta ahora, estoy pronta a escuchar vuestra voz; y
en pago de mis resistencias no negaros ningún
sacrificio; y en satisfacción de mi olvido de Vos
no pensar más que el deseo de vuestra gloria. Estoy
a la puerta de tu corazón para hacer vuestra
voluntad. Y si no contesto Pastor divino, golpead
recio. Y ya que el Señor principalmente nos dirige
esta palabra en la adorable Eucaristía, puesto que
no es una puerta la que nos separa, es sólo la
ligera cortina del Sacramento... y podemos llamarle
más fácilmente porque sólo hay una pequeña
distancia fácil nos oirá.
Y... ya que el llamar a nuestra [puerta] es para
que le abramos nuestro corazón, abrámosla y
entremos ya si él llama; ni nosotros llamaremos,
sino que él entra y nosotros entramos, él en
nosotros y nosotros en él. Y se verifica la
petición que
Pidámosle a Jesús que nos permita acercar y
abrirse la puerta de nuestra alma
Escritos I, vol. 3.º, doc.
183, págs. 1-2
Desde entonces un vacío inmenso se abrió en su
corazón; una hambre de felicidad le devoraba, y sin
embargo le faltaba un alimento que la satisfaciera;
y como consecuencia de ella, una debilidad
constante le hacía inepto para todo lo bueno; sin
fuerzas para combatir a su enemigos y viendo ante
sus ojos una barrera que le separaba de Dios.
¡Pobre humanidad! ¿Quién llenará este vacío?
¿Quién nos reparará nuestras fuerzas? ¡Ah! No
temáis. Otra mujer nos ha proporcionado otra fruta,
fruto de su corazón purísimo, fruto desprendido de
ese árbol de la vida, María, para contrarrestar los
efectos del fruto malhadado, para consumar la
inmortalidad, la sabiduría; para llenar esa hambre
de felicidad, [que] el hombre tiene; para realizar
otra vez la unión con Dios.
Tristes de nosotros, si el Señor, en su bondad
inago- table no nos hubiese proporcionado este
alimento sabroso, para animar nuestras fuerzas y
reparar nuestras fatigas.
No recordáis...
El es quien rehabilita nuestras fuerzas y vigor
para combatir nuestros enemigos
El es quien nos asegura la posesión de la
verdadera felicidad del cielo: El es quien, aun en
este destierro, llenando todos sus senos introduce
en nuestra alma el consuelo, la ternura, el amor y
la felicidad.
El es, en fin, el que nos vuelve a poner en
comunicación con nuestro Dios.
Ahora bien, pues, hijos míos, ¿qué es lo que
debemos hacer para recibir este fruto de vida (este
alimento sagrado), que María nos proporciona y nos
ofrece en este día? Ella es la que ha de darnos las
dísposiciones que necesitamos, las virtudes que
ella practicó el día en que le recibió, por primera
vez, en su seno: su humildad, sus deseos, su amor..
Su humildad: ¿Qué es lo que somos nosotros? Sin
embargo, dinos una palabra de amor.
Su fe, considerando...
Pero, sobre todo, amor. Si fuéramos como
Ya que no tanto, pidamos a la Virgen Santísima
que nos conceda al menos el amor necesario para no
hacernos indignos. Y si alguna cosa hay que pueda
estorbarlo, pidamos al Señor que nos purifique,
diciendo la confesión general.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
184, págs. 1-2
Mis amados: ¿Qué idea os sugeriré yo para
preparar vuestro corazón en esta Comunión, que
reunidos ofrecéis al Señor, como vínculo de la
santa fraternidad y como tributo de acción de
gracias?
La santa Iglesia hace resonar en nuestros oídos
durante todos los días, y durante este tiempo
pascual y antes de la Ascensión, unas palabras, que
sin duda desea [que] grabemos en nuestro corazón:
Mane nobiscum, Domine [(Lc 24, 29)].
Esta expresión está tomada de aquel hermoso
pasaje de S. Lucas, cuando en la mañana misma de la
Resurrección, dos de los discípulos de Jesús,
afectados dolorosamente por los acontecimientos de
la pasión y muerte de Jesús, se dirigieron para
descansar a la casa de campo de uno de ellos,
llamada Emaús. Y he aquí que el Señor queriendo ir
en pos y consolar a estas tristes ovejas, se les
une en el camino sin darse a conocer; les pregunta:
Qui sunt... [(Lc 24, 17)].
Tu solus peregrinus... in Israel? [(Lc 24, l8)].
¿Qué? De Jesús Nazareno, a quien nuestros príncipes
y sacerdotes condenaron a muerte; nosotros creíamos
que debía redimir a Israel, y hace tres [días] que
tuvo lugar, y las mujeres nos han asustado diciendo
que han visto visiones de ángel.
¡Oh! Stulti [(Lc 24, 25)].
Y empezando [des]de Moisés, les explicaba las
Escrituras.
Y entretenidos con aquella tan grata
conversación llegaron al castillo, fingiéndoles
Jesús que debía pasar más adelante.
Mas atraídos vivamente por las palabras de aquel
misterioso personaje: Mane [(Lc 24, 29)].
Y cuando sentados a la mesa, tomó Jesús el pan y
lo bendijo, al levantar sus ojos, asombrados,
evanuit [(Lc 24, 31)].
Y llenos de dichosa emoción se dijeron... y
volviéndose a Jerusalén en aquella misma noche,
contaron a los otros discípulos cómo le habían
conocido en la fracción del pan.
Quédate, Señor, con nosotros, y no nos
abandones, porque sin ti nada podemos.
Quédate en nuestros tabernáculos; y así se lleva
el [?] de
Cuando las pasiones nos agiten,
Escritos I, vol. 3.º, doc.
185, pág. 1
Y dejas, Pastor santo, tu grey
En este valle hondo, oscuro
En soledad y llanto...
Mane nobiscum, Domine. Quédate Señor, con
nosotros, porque ya lo ves, se hace tarde y los
enemigos nos rodean... y sin ti no podremos dar un
paso por los caminos de nuestra santificación.
Quédate con nosotros y a pesar de nuestras
infidelidades tan continuas... y de nuestras
flaquezas tan frecuentes y de nuestras
distracciones tan lamentables, no nos dejes porque
sólo en ti podemos tener apoyo... Mane nobiscum
quoniam inclinata est dies, porque va declinando el
día de nuestra existencia y vendrá la noche de
nuestra muerte y sólo con tu compañía dejará de
tener sus sombras [(Lc 24, 29)].
Mane nobiscum: No te canses, Señor, de estar con
nosotros que ya te prometemos ofrecerte amorosa
compañía durante el día, y te presentaremos
nuestros homenajes y visitar por la noche, y os
repararemos de los agravios de los cristianos, y
con nuestra enseñanza y sacrificio contaremos a
otras almas vuestro amor.
No temáis: Ecce vobiscum sum [(Mt 28, 20)]. Que
Jesús sacramentado está con nosotros y bendiga
nuestra cruz y
Escritos I, vol. 3.º, doc.
186, págs. 1-2
Alégrate, Jerusalén
¿Qué debía pasar en la mente del Profeta ante la
perspectiva de este día de la gracia?
¿Quién era esa habitación, que el Señor
[quería], colocar en medio de Sión?
¡Oh! Hoy nos lo anuncia la Iglesia con júbilo,
cuando alaba a Dios y le dice: In virgine Maria
dignum habitaculum praeparasti.
Y en medio de las ruinas del pecado, éste fue el
día de la preparación de este huerto cerrado, donde
el Amador de las almas vino a derramar sus
efusiones como en propio paraíso; y hoy es el día
en que dio a conocer su obra, en que ha querido
revelar la gloria de su tabernáculo de Sión.
Pero si María Inmaculada fue la habitación santa
en donde el Señor debía venir a habitar, por ella
también ha querido formar el Señor su habitación en
nuestras almas, lo
Y, por tanto, como el Profeta puede repetiros:
Alégrate, Jerusalén; alégrate, apenada con tantos
quebrantos como te rodean; alégrate porque el Señor
quiere poner su habitación en ti. ¿Y cómo no, alma
religiosa? Si te ha conducido a la Sión de la
religión santa, te ha colocado en el huerto cerrado
de los escogidos. Si el Señor te ha querido tomar
desde el principio de tus caminos. Allí donde debe
florecer el lino y la palma. Si ha grabado en tu
corazón el sello de la predilección, para ser en
Sión su habitación escogida.
Pero ¡ah!, no se contenta ya el Señor en que
seas su habitaciónn mediante la gracia que alcanzas
de María, sino que inagotables bondades, sino que
ha querido formarte para que constituyas otra Sión,
otro huerto, otro lugar de delicias, donde pueda el
Señor, pueda construir otros tabernáculos, para
formar otro grupo de almas escogidas para que pueda
por medio de vosotros decir con el Profeta: Allí
donde habitaban los dragones, lo que era soledad,
el Señor te tiene preparada hoy, con tus oraciones,
mansión con tu sacrificio.
Bendito sea, pues, el Señor que se ha fijado en
vosotros a pesar de vuestra pequeñez. Bendita sea
Maria Inmaculada, que os quiere hacer participantes
de su gloria.
Hoy, pues, al venir Jesús a la habitación de
vuestra alma
Escritos I, vol. 3.º, doc.
187, págs. 1-4
J. C. Rex
Ecce Rex tuus venit
Mis hijos en el Señor: Recuerdo en este momento
aquel pasaje de San Mateo 21,4 cuando dirigiéndose
nuestro divino y amante Redentor, Cristo Jesús, por
penúltima vez a su querida, aunque ingrata
Jerusalén, quiso hacer su real entrada en aquella
ciudad cumpliéndose, nos dice el Evangelio, en
aquel acto, las palabras del Profeta que al
presentársele en lontananza a su imaginación
aquella modesta entrada exclamaba conmovido:
Decídselo a la Hija. Dicite filiae Sion. He aquí el
Rey tuyo que hoy viene a ti lleno de mansedumbre.
Ecce Rex tuus venit [(Mt 21, 5)].
¡Ah! M.M. El Señor ha querido que quedasen
consignadas estas palabras que por medio del
Profeta dirigió a Jerusalén en aquel día para que
se repitieran en la continuación de los siglos, y
al contemplar a Cristo Jesús en este momento desde
esta colina de su Sacramento para hacer su entrada
en vuestros corazones, parece me está diciendo:
Sacerdote mío, díselo a la Hija de Sión. SI, alma
cristiana (si fuesen religiosas) V.M.M. o si otra
congregación, amado joven. He aquí el Rey tuyo que
viene a ti, lleno de paz y de mansedumbre.
¡Oh! ¿Has meditado bien estas palabras que te
dice Jesús?
El Rey... pero aquel Rey que tiene ejércitos de
ángeles por ministros y las estrellas del cielo por
corona.
Aquel Rey inmortal de los siglos ante cuya
presencia un día caerán de hinojos las generaciones
todas. Aquel que lleva sobre sus hombros el nombre
del Rey de reyes y Señor de los que mandan. Aquel
por quien han sido creadas y se gobiernan todas las
criaturas. Aquel Rey, etc.
Y este Rey dice es tuyo. Tuyo porque te ha
creado. Tuyo porque te ha comprado con su sangre.
Tuyo porque voluntariamente has prometido seguirle.
Y este Rey tuyo, viene. El mismo se adelanta a
venir. No, no es preciso que le busques como la
esposa angustiada de los Cantares, donde se
encuentra al mediodía porque él mismo viene a
nuestro encuentro. Porque si es verdad que debemos
acercarnos es porque está atado con los lazos
sacramentales; en realidad él es quien ha venido en
alas de sus deseos salvando montes y atravesando
collados de dificultades para poder venir a nuestro
corazón.
Et venit tibi. Y principalmente viene para ti.
Para ti a quien ha escogido entre millares, y
mientras ha dejado a tantos que le hubieran servido
mejor y que no le conocen, te ha entresacado a ti
para reinar en tu corazón.
A ti te ha querido constituir en su reparador,
en medio de la frialdad de las criaturas, para ti a
quien ha querido
A ti (si fueses religiosa) para esposa de su
corazón, apóstol de las almas, etc.
Y no temas, no; acércate porque viene, ya lo
ves, mansuetus, lleno de humildad, de paz, de
mansedumbre, despojado de su realeza para no herir
tu timidez, el brillo de su grandeza lo guarda para
cuando tu alma pueda soportarla entre los
esplendores de su gloria, pero ahora viene hasta
[ti], cubierto su rostro con los blancos velos del
Sacramento para poder llegar mejor a tu corazón.
He aquí, alma cristiana; he aquí el Rey tuyo que
viene hoy a reinar en tu corazón.
Ahora bien, pues: ¿Y qué le darás y qué le dirás
a ese Rey benditísimo de las almas, al entrar
dentro de tu pecho?
Mirad: Cuando Jesús sacrificó aquella misteriosa
y solemne entrada en Jerusalén, aquel pueblo, como
si percibiera la influencia de las palabras del
Profeta, salió a recibirle como por instinto y
llevando palmas en, sus manos y extendiendo sus
capas ante él entonaban cánticos de alabanza y de
amor y de gratitud a aquel Hijo de David que
bendito venía en nombre del Señor.
Al venir, pues, a tomar posesión de tu alma, al
penetrar en ti, porque quiere reinar en tu corazón,
deposítale ante sus plantas tus afectos, tus
potencias, tus pasiones, para que las pise con su
planta divina. Prométele ofrecerle palmas de
triunfo sobre tus sentidos, de propósitos santos, y
sobre todo, henchida de entusiasmo, entónale
cánticos de amor y de alabanza y de gratitud por la
dignación de haberte escogido para reinar en ti por
el amor.
Y ya que según Santa Teresa, al venir Jesús
Sacramentado, está dentro de nosotros, como Rey,
con las manos abiertas para concedernos sus
gracias, pídele que reine perpetuamente, que se
multipliquen los corazones, que le rindan
vasallaje, etc.
Y para conseguirlo, humildes, digamos:
Confiteor Deo
M. D. S.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
188, págs. 1-4
Amados en el Señor: Son llegados los últimos
momentos de Jesús sobre la tierra. Sí no lo
supiéramos, los acentos de su corazón nos lo
dirían.
Trasladaos con el pensamiento a la víspera misma
de la Pasión, y al caer la tarde envió a dos de sus
discípulos y les dice:
Y cuando al llegar allí, anochecido ya, se
sienta a la mesa, se rodea de ellos y les dice:
Desiderio [(Lc 22, 15)].
No quiere dejaros huérfanos.
Tomad y comed, éste es mi cuerpo.
Hacedlo todos los días, hasta la consumación de
los siglos.
Una sola
¡Oh!, amados míos: ¡Si hubiésemos podido
presenciar aquella escena tierna! ¡Contempla la
cara divina del Salvador! Levanta sus ojos al cielo
dando gracias a su Padre, por haberle concedido la
dicha de quedarse sobre la tierra. ¡Oh, si como
Juan hubieseis podido estar recostados en el pecho
del Salvador!
¡Oh!
Y sin embargo, amados míos, esta escena se
repite y hoy recordamos este acontecimiento.
Y el mismo Jesús que allí estaba en cuerpo visi-
ble está aquí en cuerpo invisible, pero real, vivo
y verdadero, y os está diciendo: Tomad y comed.
Pero, Señor, ¿qué hacéis? ¿Y queréis venir a
nuestros corazones que tantas infidelidades han
cometido contra Vos? ¿Queréis depositaros en sus
lenguas que tantas ofensas os han hecho, y
albergaros en mi pobre alma, llena de tantas
imperfecciones?
¡Oh, quién pudiera hacerlo!
Si allí, en aquella noche, alguno de nosotros
hubiese estado allí, y el Señor nos hubiera llamado
aparte y nos hubiese dicho: Mira alma, voy a morir
y dejar la tierra,.resucitaré al tercer día, subiré
al cielo, y allí te aguardaré para que después de
tu muerte vengas a descansar con paz. ¿Qué quieres
de mí entretanto? ¿Qué memoria quieres que te deje?
¡Oh, Señor!, le hubiéramos dicho: Que os
acordéis de mí a la diestra de vuestro Padre, que
no me abandones mientras lucho. Dejadme un
recuerdo.
Y si entonces el Señor nos hubiese dicho: Mi-
ra, ¿quieres que alguna vez, cuando estés triste,
venga a hacerte oír el timbre de mi voz? ¿Quieres
que venga a consolarte con mi palabra cuando
la enfermedad te aqueje y llegue la hora de la
muerte? ¿Quieres que alguna vez baje al suelo y me
deposite dentro de tu corazón? íOh, Señor!, ¿cómo
merecer todo esto?
Pues esto que nunca nos hubiera ocurrido, lo
realiza Jesús.
Y no sólo en la enfermedad y no sólo en la hora
de la muerte, y no sólo de noche, sino de día y de
noche ha querido quedarse en nuestra compañía, y
venir a nuestro pecho y entrar dentro de nuestro
corazón.
¡Dichoso momento en que el Señor quiso legarnos
esta fineza!
Y es hoy el día de este acontecimiento y esta
función es el recuerdo de aquel acto, y con aquel
afecto que entonces nos repite: Tomad y comed.
Quid retribuam Domino? [(Sal 115, 12)] ¿Qué le
daremos? Una sola [cosa] nos pide: Hoc facite [(Lc
22, l9)]. Que nos acordemos de él, de su amor y de
sus
Nosotros, pues, amados míos, que por la
misericordia de Dios tenemos fe y le conocemos,
vosotros que sois como aquella porción de
discípulos, llamados a acompañarle en esta casa,
cumplid este encargo del Salvador.
Abisbémo[nos] este día en la contemplación de
sus dolores y de sus amores.
Ya que hoy tantos como aquella [noche] que le
persiguen y le abandonan, consoladle en sus
abandonos y hacedle compañía devota en su santa
prisión.
Y pedidle por esos mismos, que le conozcan y le
amen y puedan disfrutar, como nosotros, de las
dulzuras de estas festividades.
Pedidle para que tantos necesitados
Pedidle, sobre todo, por estos pobres jóvenes
soldados españoles que allí, sin poder recibirle, y
que abrevie él esta calamidad.
Si así lo hacemos y nos dedicamos a la memoria
de la Pasión y del amor de Jesús, él se dará por
satisfecho de haberse quedado en nuestra compañía
hasta la consumación de los siglos.
Para poder consolarle, hagámosle protestas de
amor, de fidelidad, de sacrificio y pedid que
purifique vuestros corazones.
Confiteor.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
189, pág. 1
(Samaritana)
Trasladaos con el pensamiento
Cuando el divino amante Jesús, fatigado del
camino se sentó en el pozo de Jacob, en busca de un
alma predestinada que le llamaba la atención,
Y al llegar esta hija de Samaría, que como oveja
rebelde forcejeaba por escaparse de las manos de
aquel buen Pastor que la atraía, al ver sus
resistencias, sus dudas, tuvo que decirle por fin:
Si scires donum Dei [(Lc 4, 10)].
¡Oh! ¡Quién hubiera presenciado la actitud de
Jesús en aquel momento dichoso, la ternura de
aquellas palabras, la dulzura de aquellos ojos que
son el encanto de los ángeles, las emociones
¡Oh! ¡Quién hubiera podido escuchar de la boca
de Jesús semejante invitación!
Pues, hijos míos, aquel mismo Jesús que estuvo
allí, junto al pozo, ha fijado su residencia en
este pozo de aguas vivas del Sacramento, y te está
repitiendo: Si scires donum Dei! [(Lc 4, l0)] ¡Si
pensaras bien en este don de Dios! Que es el abrazo
de los corazones, la alegría de los ángeles, que
(si meditases bien) aquí está el cuerpo de Jesús,
formado de la sangre purísima de la Virgen
Santísima; el alma, objeto de las complacencias de
la adorable Trinidad; el Príncipe de la paz; el
Deseado de los collados eternos; aquel que tiene
ejércitos de ángeles y las estrellas
Escritos I, vol. 3.º, doc.
190, págs. 1-2
El divino Mendigo
La esposa de los Cantares nos
El Esposo de los Cánticos, cuando es...
Mendigaba una habitación para su aterido cuerpo,
y a las súplicas acompañaba la razón de sus
lamentos, porque el rocío de la noche cala sobre su
cabeza y no tenía donde albergarse.
El dulce y melifluo S. Alfonso María de Ligorio
al considerar las súplicas constantes del divino
Señor y la sordera de las almas en darle abrigo, le
llama con toda la efusión de su corazón, el divino
Mendigo. Y no tiene vergüenza el buen Jesús de
llamarnos así a las puertas del alma, y para
moverlas, les expone también que el rocío de la
noche le cubre la cabeza, que la frialdad del mundo
le tiene aterido de frío. No es extraño que haya
sido, pues, un lamento continuado.
Ya decía: ¿No tendré un lugar al lado de
vuestras tiendas?
Pero vino la plenitud de los tiempos, y él quiso
formarse también una tienda al lado de las
nuestras, y también dentro de nuestro corazón.
¿No me abrirás la puerta? Y el hombre le
rechaza.
Y no pudiendo contener[se] más, se arranca de su
pecho el corazón y lacerado y espinado te dice: He
aquí el corazón.
Y éste es el día
Y a vosotros os dice: He aquí mi corazón... y
los hombres no me quieren; ¿y no me abres tú la
puerta para cobijarme en el tuyo? A ti te lo dice
Jesús. ¿Con [qué] objeto? Repararle, consolarle.
¿Y Jesús se complace en mis oraciones? ¿Y me lo
premia y promete gracias?
Escritos I, vol. 3.º, doc.
191, págs. 1-2
Hoc opus tuum, Domine, in medio annorum vivifica
illud [(Hab 3, 2)]. Esta es tu obra.
Así exclamaba el Profeta N.N., cuando en su
inspirada imaginación, el Señor le descorría el
velo de la futura venida del Redentor...
¿Qué debía pasar en la mente y en el corazón de
aquellas almas privilegiadas?
Yo pienso en la hermosa Judit... allá en su
habitación, retirada del bullicio del mundo,
inclinada en su reclinatorio orando a Dios
íOh! cuántas veces exclamaría: Rorate coeli
desuper [(Is 45, 8)].
Yo contemplo al anciano Jacob bendiciendo a sus
hijos, y diciéndoles: Felices vosotros que tal vez
lleguéis a ver al Mesías... El será...
Nosotros hemos visto ese día.
Y cuántos años lo disfrutamos
Y ha quedado entre nosotros
Y hasta venir a nuestros brazos y nuestros
pechos
Peticiones.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
192, págs. 1-3
y exclama: Yo pondré otra vez mi corazón en
medio de vosotros, y atraído por la belleza de este
corazón, pudo repetir lleno de júbilo: Deliciae
meae [(Prov 8, 31)]. Mis delicias son habitar entre
los hijos de los hombres; y desde entonces
cobijados a la sombra de este corazón, somos objeto
los hombres de complacencias de Dios, y nos
guarecemos de los ardores de esta tierra miserable,
y hasta entonces infecunda.
Tales eran las emociones que esta fresca y
agradable sombra ha causado a la esposa de los
Cánticos, que prorrumpía en esta misteriosa
expresión: Bajo la sombra de Aquel a quien mi alma
ansía, me senté y su fruto dulce a mi paladar. SI,
no sólo me cobijaré bajo él, sino [que] me sentaré,
y no me moveré de allí, porque su fruto es el único
que puede saciar mi corazón, y su sombra que me
puede refrescar.
Por el melifluo Bernardo no encontrando...
¡Oh! Si el profeta David hubiese podido
El decía con la amargura de su alma...
Felices nosotros, hermanos míos, que hemos
tenido la dicha de venir en los días de la gracia;
felices nosotros que hemos podido cobijarnos bajo
esta sombra, y saborear el fruto del Corazón de
Jesús, desconocido a nuestros Padres; dichosos
nosotros que hemos podido conocer las riquezas
encerradas en este amantísimo corazón, y recogerlas
a merced de nuestra voluntad. ¡Oh! se ha visto él
mismo precisado a exclamar:
Y esta expresión nos la repite en este momento
Jesús, por ser el día especial escogido por él
mismo para derramar estas gracias y para las
complacencias de su corazón.
Hoy, pues, que una vez más somos invitados a
saborear este fruto, sentémonos bajo ella, y
saboreemos ese fruto, y alimentados con él podamos
como San Bernardo, decirle, que nada queremos
apetecer fuera de él, y sea él que nos alimente en
la vida, nos conforte en la muerte, y nos sacie en
la eternidad.
Y al saborear este fruto, no olvidemos a los
pobrecitos desgraciados que no le conocen, ni saben
saborearle: pidámosle que el Corazón de Jesús
triunfe de todos ellos, y un día puedan acogerse a
su benéfica sombra; que se extienda el reinado de
su corazón, y con él las gracias prometidas, y
nuestra España.
Escritos I, vol. 3.º, doc.
193, pág. 1
A qué veniu?
Hoy pues que [?] recibido, ¿qué es? ¿qué hay
allí? ¿a qué viene?
Ya sabéis que nostre Siñor Jesucrist en la
última cena
Y per consiguien, aquí en esta Hostia
Pero, Señor ¿qué hacéis? No sabeu que les
criatures os olvidarán y aurán tans que no os
agrairán este benefici, més aun: yaurán tans que se
atansarán a rebreus de cualsevol manera,
insultanvos en
Ay, no importa.
Pues, y per qué ve? Nostre Siñor que no habie
vingut sino per lo home
Cuan gran debia ser el amor de Jesucrist cuan
mos deya esta finesa.
Y pera qué se queda? Pera sé lo nostre
compañero, lo nostre guia.
Vatros aneu a entrá en la primavera y será
precís, cuantes vegades, los dolós os angustiarán,
les enfermetats os sobrevindrán, les tentacions os
perseguirán, la tristeza vindrá y sobre tot en la
hora de la mort. oh! sí, home.
Vatros pues agraiuli al Siñor este: atanseus en
una fe ben viva: puresa, humildad.
Entregueuli lo vostre cor.
Demaneuli al Siñor per vatros, per les families,
INDICE
Notas previas a la nueva transcripción
Advertencia a la transcripción primera
Primera parte: FERVORINES A SEMINARISTAS
* Tortosa
1. Patrocinio de San José
2. San José, el Niño y la Eucaristía
3. Fiesta de la Reserva
4. San José, vir fidelis
5. Aniversario de la Reserva
6. Id
7. Id
8. Joseph, quasi patrem Regis
9. Mane nobiscum, Domine
10. San José, custodio de Jesús
11. Fiesta del Reservado
12. Joseph, quasi patrem Regis
13. Patrocinio de San José
14. Id
15. San José, custodio de Jesús
16. Fiesta del Reservado
17. Abreme, hermana mía
18. Laetare, Jerusalem
19. Sobre San José
20. Sub umbra illius (San José)
21. Fiesta del Reservado
22. Ultima cena
23. Fiesta del Reservado
24. Id
25. Institución de la Eucaristía
26. El hijo de la viuda de Naim
27. Ecce Rex tuus venit tibi mansuetus
28. Inauguración de la imagen de la Purísima y
Patrocinio de San José
29. Quaesivit Dominus vir juxta cor suum
30. Sub umbra illius (María) et fructus ejus
(Jesús)
31. Jesús, fruto de vida
32. Fiesta del Reservado
33. Mujer del flujo de sangre
34. Nuevo curso. La hostia de acción de gracias
35. Joseph, quasi patrem Regis
* Valencia
36. Messis quidem multa
37. Si scires donum Dei
38. Sobre el Corazón de Jesús. Fin de curso
39. Sub umbra illius
40. Christus natus est nobis
41. Ascensión del Señor
42. Abreme, hermana mía
43. Fragmento
44. Non relinquam vos orphanos
45. Elías perseguido come el pan subcinericio
46. Fiesta del Reservado
47. Mane nobiscum
48. Id
49. Dominus meus et Deus meus
50. Jesús desde Nazaret mirando a este colegio
* Murcia
51. Surge et comede
* Orihuela
52. Laetare, Jerusalem
53. Fiesta del Reservado. Quid retribuam Domino?
54. Acción de gracias por el colegio
55. Inauguración de la capilla
56. Fiesta de la Reserva
57. Id
58. Cómo se ha de responder a la institución de la
Eucaristía
59. Fiesta del Reservado
60. Eligite hodie cui servire debeatis
61. Fiesta de la Reserva
62. Los discípulos de Emaús
63. El Deseado de los siglos
64. Fragmento
* Burgos
65. Desiderio desideravi
66. Ecce Rex tuus venit tibi
67. Sobre San José
* Lisboa
68. Ecce Rex tuus venit tibi
* Toledo
69. Fragmento
* Indeterminados
70. Fragmento
71. id
72. Sobre San José
73. Fragmento
74. El pan subcinericio
75. Fragmento
76. Id
77. Surge et comede (Elías)
78. Promesas y peticiones
79. San José y la Eucaristía
Segunda parte: FERVORINES A RELIGIOSAS
* Tortosa (Sta. Clara)
80. Desiderio desideravi
81. Renovación de votos
82. Jueves Santo
83. Renovación de votos
84. Id
85. Id
86. Mane nobiscum, Domine
87. Ultima noche del año
88. Pone me ut signaculum
89. Mementote petram
* Tortosa (Purísima)
90. María, aurora del Sol eucarístico
91. Tanquam sponsus procedens de thalamo suo
92. El Corazón de Jesús, pozo de aguas vivas
93. Por María poseemos a Jesús
94. Visitación de María
95. Por María tenemos a Jesús
* Tortosa (Teresianas)
96. Bodas de plata de la Archicofradía de Santa
Teresa
97. Aperi mihi
98. Erección del noviciado de Sta. Teresa
99. Fragmento del anterior
100. id
101. Primera Comunion
102. Fiesta de la Sagrada Familia
103. Pone me ut signaculum tuum
* Valencia (Teresianas)
104. Jesús pide albergue al alma
105. La higuera estéril
106. Los diez leprosos
107. Las lágrimas de Jesús sobre Jerusalén
* Murcia
108. Trahe me. Pone me ut sígnaculum tuum
* Barcelona (Teresianas)
109. Trahe me. Pone me ut signaculum tuum
* Benicasim
110. Aperi mihi
111. La Samaritana
112. La Magdalena en casa del fariseo
113. Oración de Jesús en Nazaret
114. Beneficio de la fe
* Ulldecona
115. Mane nobiscum, Domine
* Vall de Uxó
116. Inauguración de un altar
117. Jueves Santo
118. Si scires donum Dei
* Vinaroz
119. Mane nobiscum
120. Jesús se hace oro, incienso y mirra
121. oración en el Huerto
122. Sobre Nazaret
123. Surge et comede
124. Popule meus, quid fecit tíbi?
125. Fragmento
126. Acción de gracias al final del año
127. Sobre la infancia de Jesús
* Indeterminados
128. Ecce Rex tuus venit tibi mansuetus
129. Id y decid a la hija de Sión
130. Fragmento
131. id
132. Id
133. omnes sitientes venite ad aquas
134. Inauguración de una capilla
135. Estoy a la puerta y llamo
136. Credidi, propter quod
137. Jesús en Nazaret
138. Aperi, soror mea
139. Fragmento
140. Id
141. Id
142. Noche de Navidad
143. Ego dormio
144. María nos da el fruto del árbol divino
145. Omnes sitientes venite ad aquas
Tercera parte: FERVORINES VARIOS
* A los Congregantes de S. Luis
146. Omnis gloria ejus ab intus
147. Sepulcro de San Luis
148. Emaús
149. Fiesta de la Reserva
150. Omnes sitientes venite ad aquas
151. La Purificación. Muchos son los llamados
152. Fallecimiento del presidente de la
Congregación
153. Eligite hodie
154. El maná
* A los veladores del Santísimo
155. Sacrificio eucarístico
156. Reparación
157. Jesús, fruto de vida
* Fervorines en Tortosa (diversos lugares)
158. En casa Jordán. Noche de Navidad
159. En Santa Clara. A la juventud. Jueves Santo
160. Id. Por la Eucaristía se consuela Jesús de sus
amarguras
161. En casa Jordán. Navidad
162. Alumnos de las escuelas nocturnas. Preparacion
a la Comunión
* Mataró
163. Fiesta de San José
* Vinaroz
164. Primera Comunión de unas niñas
Indeterminados
165. Sobre el Corazón de Jesús, raudal de aguas
vivas
166. Alégrate, Jerusalén
167. Sobre el Nacimiento
168. Fragmento
169. Id
170. Id
171. Hacer esto en memoria mía
172. Fragmento
173. Id
174. Id
175. Jesús amante y desconocido
176. ¿Qué sería de nosotros sin Jesús sacramentado?
177. Resurrección
178. La encarnación y la Eucaristía
179. Fragmento
180. Id
181. id
182. Id
183. Id
184. Id
185. Id
186. Id
187. Ecce Rex tuus venit tibi mansuetus
188. Institución de la Eucaristfa
189. Fragmento
190. id
191. Id
192. Id
193. Idtd>