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Escuela sabática de menores: Un Dios asombroso Para el 25 de julio de 2020. Esta lección está basada en Job 3841 y “El Deseado De Todas Las Gentes”, capítulo 51. A Dios es poderoso. Job 38:418. Dios le muestra a Job, a través de su Creación, lo poderoso que es. Se muestra como constructor, explicándole de qué forma creó la Tierra. Se muestra como arquitecto, explicándole cómo planeó su creación. Se muestra como aparejador, mide la tierra antes de iniciar su proceso creador. Se muestra como albañil, pone los cimientos y la piedra angular. Dios le muestra el origen del mar, al que Él trató como una madre que cuida a su bebé: le pone vestido (las nubes); le pone pañales (el nubarrón); le pone límites y coloca puertas y cerrojos (la arena). También le muestra cómo diseñó el alba, el mediodía y el anochecer. Le muestra que ha creado los abismos y le pregunta si es capaz de medir el ancho de la Tierra (recuerda que este dato no se conocía cuando Job vivía, hoy nos preguntaría otras muchas cosas que no conocemos). B Dios ha creado cosas asombrosas. Job 38:1938. Ha creado la luz y las tinieblas, la nieve, el granizo, la escarcha, el hielo, el viento, los relámpagos y los truenos. Dios ha creado el tiempo atmosférico y el clima. También ha creado los astros, como las Pléyades, el Orión, la Osa Mayor, y todos los demás. Todas estas cosas asombrosas que ha creado le obedecen. C Dios sustenta, cuida y protege a su Creación. Job 38:3941 y 39. Salmo 3:56; 89:21. Dios le muestra a Job que Él provee sustento para los animales y los pájaros. Se describen animales con sus características especiales y cómo Dios las sustenta: el león, el cuervo, las cabras, las ciervas, el asno montés, el búfalo, el pavo real, el avestruz, el caballo, el gavilán y el águila. Hasta los animales más feroces y aves más grandes dependen de Dios en cuanto al alimento para sus crías. Job, evidentemente, no es capaz de controlar y sustentar a estos animales como lo hace Dios. D ¡Me tapo la boca con la mano! Job 40:114. Job, con pasmo y asombro ha ido descubriendo su propia ignorancia, su limitado poder. Ahora se encuentra en una situación ventajosa: aunque no puede ganar el pleito tampoco lo pierde porque su ignorancia le exime de culpabilidad en este caso. Su confesión implica la victoria de Dios, pero por su humildad Job también sale victorioso. Todos ganan. E Dios controla a los monstruos. Job 40:1524 y 41. Dios describe a dos grandes monstruos: el Behemot y el Leviatán. El Behemot es, seguramente, el hipopótamo. No conocemos ningún animal similar al Leviatán, aunque el dragón y el cocodrilo tienen algunas de sus características (pero no todas). Dios puede controlar los monstruos más terribles (reales o imaginarios). F Agradece a Dios. Porque te revela su poder. Por las cosas asombrosas que ha creado. Estúdialas para poderle conocer mejor. Porque te ha creado y cada día te sustenta. Porque nunca te abandona. Porque puede controlar a los monstruos. ¿Tienes en tu vida algo que se parezca a un monstruo? Pide a Dios que lo controle y te ayude a vencerlo. Porque sus pensamientos y habilidades son mucho más grandes que los nuestros y podemos confiar completamente en Él para que guíe nuestra vida, aún cuando no comprendamos lo que está sucediendo. “Dios no defendió inmediatamente a Job, pues su propósito no era dilucidar una disputa, sino revelarse. Tampoco explicó a Job la razón de sus sufrimientos. Entender claramente a Dios es más importante que desentrañar todos sus motivos. Dios no explicó por qué prosperan los impíos ni por qué sufren los justos; nada dijo en cuanto al mundo futuro ni a las recompensas venideras como compensación a las desigualdades actuales. Sólo reveló su bondad, su poder y su sabiduría para resolver los problemas de Job” (Comentario Bíblico Adventista, tomo 3, sobre Job 38:1). Resumen: Podemos confiar en que el Dios que nos creó, también nos sostendrá.

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Escuela  sabática  de  menores:  Un  Dios  asombroso  

Para  el  25  de  julio  de  2020.  

Esta  lección  está  basada  en  Job  38-­‐41  y  “El  Deseado  De  Todas  Las  Gentes”,  capítulo  51.  

A     Dios  es  poderoso.  Job  38:4-­‐18.  v   Dios  le  muestra  a  Job,  a  través  de  su  Creación,  lo  poderoso  que  es.  

—   Se  muestra  como  constructor,  explicándole  de  qué  forma  creó  la  Tierra.  —   Se  muestra  como  arquitecto,  explicándole  cómo  planeó  su  creación.  —   Se  muestra  como  aparejador,  mide  la  tierra  antes  de  iniciar  su  proceso  creador.  —   Se  muestra  como  albañil,  pone  los  cimientos  y  la  piedra  angular.  

v   Dios  le  muestra  el  origen  del  mar,  al  que  Él  trató  como  una  madre  que  cuida  a  su  bebé:  le  pone  vestido  (las  nubes);  le  pone  pañales  (el  nubarrón);  le  pone  límites  y  coloca  puertas  y  cerrojos  (la  arena).  

v   También  le  muestra  cómo  diseñó  el  alba,  el  mediodía  y  el  anochecer.  v   Le  muestra  que  ha  creado  los  abismos  y  le  pregunta  si  es  capaz  de  medir  el  ancho  de  la  Tierra  (recuerda  que  

este  dato  no  se  conocía  cuando  Job  vivía,  hoy  nos  preguntaría  otras  muchas  cosas  que  no  conocemos).  B     Dios  ha  creado  cosas  asombrosas.  Job  38:19-­‐38.  

v   Ha  creado  la  luz  y  las  tinieblas,  la  nieve,  el  granizo,  la  escarcha,  el  hielo,  el  viento,  los  relámpagos  y  los  truenos.  Dios  ha  creado  el  tiempo  atmosférico  y  el  clima.  

v   También  ha  creado  los  astros,  como  las  Pléyades,  el  Orión,  la  Osa  Mayor,  y  todos  los  demás.  v   Todas  estas  cosas  asombrosas  que  ha  creado  le  obedecen.  

C     Dios  sustenta,  cuida  y  protege  a  su  Creación.  Job  38:39-­‐41  y  39.  Salmo  3:5-­‐6;  89:21.  v   Dios  le  muestra  a  Job  que  Él  provee  sustento  para  los  animales  y  los  pájaros.  v   Se  describen  animales  con  sus  características  especiales  y  cómo  Dios  las  sustenta:  el  león,  el  cuervo,  las  

cabras,  las  ciervas,  el  asno  montés,  el  búfalo,  el  pavo  real,  el  avestruz,  el  caballo,  el  gavilán  y  el  águila.  v   Hasta  los  animales  más  feroces  y  aves  más  grandes  dependen  de  Dios  en  cuanto  al  alimento  para  sus  crías.  v   Job,  evidentemente,  no  es  capaz  de  controlar  y  sustentar  a  estos  animales  como  lo  hace  Dios.  

D     ¡Me  tapo  la  boca  con  la  mano!  Job  40:1-­‐14.  v   Job,  con  pasmo  y  asombro  ha  ido  descubriendo  su  propia  ignorancia,  su  limitado  poder.  v   Ahora  se  encuentra  en  una  situación  ventajosa:  aunque  no  puede  ganar  el  pleito  tampoco  lo  pierde  porque  

su  ignorancia  le  exime  de  culpabilidad  en  este  caso.  v   Su  confesión  implica  la  victoria  de  Dios,  pero  -­‐por  su  humildad-­‐  Job  también  sale  victorioso.  Todos  ganan.  

E     Dios  controla  a  los  monstruos.  Job  40:15-­‐24  y  41.  v   Dios  describe  a  dos  grandes  monstruos:  el  Behemot  y  el  Leviatán.  v   El  Behemot  es,  seguramente,  el  hipopótamo.  No  conocemos  ningún  animal  similar  al  Leviatán,  aunque  el  

dragón  y  el  cocodrilo  tienen  algunas  de  sus  características  (pero  no  todas).  v   Dios  puede  controlar  los  monstruos  más  terribles  (reales  o  imaginarios).  

F     Agradece  a  Dios.  v   Porque  te  revela  su  poder.  v   Por  las  cosas  asombrosas  que  ha  creado.  Estúdialas  para  poderle  conocer  mejor.  v   Porque  te  ha  creado  y  cada  día  te  sustenta.  v   Porque  nunca  te  abandona.  v   Porque  puede  controlar  a  los  monstruos.  ¿Tienes  en  tu  vida  algo  que  se  parezca  a  un  monstruo?  Pide  a  Dios  

que  lo  controle  y  te  ayude  a  vencerlo.  v   Porque  sus  pensamientos  y  habilidades  son  mucho  más  grandes  que  los  nuestros  y  podemos  confiar  

completamente  en  Él  para  que  guíe  nuestra  vida,  aún  cuando  no  comprendamos  lo  que  está  sucediendo.  

“Dios  no  defendió  inmediatamente  a  Job,  pues  su  propósito  no  era  dilucidar  una  disputa,  sino  revelarse.  Tampoco  explicó  a  Job  la  razón  de  sus  sufrimientos.  Entender  claramente  a  Dios  es  más  importante  que  desentrañar  todos  sus  motivos.  Dios  no  explicó  por  qué  prosperan  los  impíos  ni  por  qué  sufren  los  justos;  nada  dijo  en  cuanto  al  mundo  futuro  ni  a  las  recompensas  venideras  como  compensación  a  las  desigualdades  actuales.  Sólo  reveló  su  bondad,  su  poder  y  su  sabiduría  para  resolver  los  problemas  de  Job”  (Comentario  Bíblico  Adventista,  tomo  3,  sobre  Job  38:1).  

Resumen:  Podemos  confiar  en  que  el  Dios  que  nos  creó,  también  nos  sostendrá.  

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ELOÍSA  Y  EL  CHOTACABRAS    

Por  MOEITA  BURCH    

-­‐¡ELOISA!  -­‐sonó  la  voz  severa  de  la  mamá,  de  modo  que  Eloísa  cortó  por  la  mitad  el  pedazo  del  pastel  antes  de  llevárselo  a  la  boca.  Pero  antes  de  comerlo,  levantó  la  vista  y  vio  que  la  mamá  todavía  la  estaba  mirando.  No  le  quedó  otro  remedio  que  poner  el  pedazo  de  nuevo  en  el  plato  y  cortarlo  otra  vez  por  la  mitad.  "Este  es  bastante  chico",  pensó.    

No  era  que  Eloísa  fuera  glotona;  pero  le  gustaba  servirse  bocados  grandes.  Todo  lo  que  la  madre  hacía  le  sabia  a  gloría.  Y  cuanto  más  grande  fuera  el  bocado  tanto  mejor  le  sabía.    

-­‐Como  te  he  dicho  tantas  veces,  querida,  sí  tú  te  sirves  bocados  pequeños  y  los  masticas  bien,  verás  que  el  alimento  tiene  un  gusto  delicioso  -­‐le  explicó  la  mama.    

-­‐Lo  he  probado,  mamá.  El  alimento  sabe  muy  bien,  pero  en  esa  forma  uno  demora  demasiado  para  comer.    

La  carita  generalmente  alegre  de  Eloísa  se  puso  un  poco  sería.    

En  eso  sonó  el  teléfono  y  la  madre  fue  a  atenderlo.  Aprovechando  la  ausencia  de  la  madre,  Eloisa  se  comió  el  resto  del  pastel  de  dos  grandes  bocados.  Nadie  pareció  estar  observándola.  El  tío  Carlos  se  comió  el  pastel  sin  mirar  a  Eloísa.  Esta  pidió  permiso  para  retirarse  de  la  mesa  y  corrió  a  la  hamaca.  Tendría  tiempo  para  hamacarse  un  poco  antes  de  que  la  madre  la  llamara  para  ayudar  a  lavar  los  platos.    

Cuando  regresó  la  madre,  le  dijo:    

-­‐Terminaste  tu  pastel  muy  rápido,  Eloísa.    

-­‐¿Quién  llamó,  mamá?  -­‐preguntó  Eloísa  para  cambiar  de  tema.    

-­‐Alguien  que  tenía  un  número  equivocado  -­‐contestó  la  mamá.    

Eloísa  secó  los  platos  y  los  guardó  cuidadosamente.  Había  estado  pensando  en  hacerle  un  vestido  nuevo  a  la  muñeca.  De  modo  que  buscó  entre  los  retazos  que  la  mamá  le  había  dado  hasta  que  encontró  un  lindo  pedazo  de  tela  de  color  rosado.    

En  el  momento  en  que  estaba  enhebrando  la  aguja,  el  tío  la  llamó  desde  el  patio  de  atrás.  Ella  corrió  al  patio  y  él  le  mostró  un  pájaro  que  había  muerto,  quién  sabe  cómo.  Probablemente  había  chocado  con  un  alambre.  A  Eloísa  le  dio  pena  verlo.    

-­‐¿Qué  clase  de  pájaro  es,  tío  Carlos?  -­‐preguntó.    

-­‐Es  un  chotacabras  -­‐le  respondió  él-­‐.  Tú  los  has  visto  volar  alto  en  el  aire  al  anochecer.    

-­‐Oh,  si,  yo  sé.  Vuelan  y  vuelan  y  nunca  se  detienen  para  descansar.  Nunca  había  visto  uno  de  cerca.    

-­‐Estos  pájaros  vuelan  con  el  pico  abierto  y  van  cazando  los  insectos  que  hay  en  el  aire.    

-­‐¡Qué  manera  divertida  de  comer!  -­‐dijo  Eloísa-­‐.  La  mayoría  de  los  pájaros  comen  semillas  o  insectos  que  obtienen  del  suelo.    

-­‐Pero  no  el  chotacabras  -­‐explicó  el  tío  Carlos-­‐.  Esta  ave  duerme  durante  el  día,  y  de  noche,  cuando  hay  muchos  insectos  en  el  aire,  vuela  en  círculos  para  obtener  su  comida.    

Eloísa  miró  de  cerca  el  plumaje  oscuro  y  punteado  del  ave.    

-­‐No  es  un  pájaro  bonito,  ¿no  es  cierto?  -­‐observó  ella-­‐.  Quiero  decir  que  no  es  amarillo  como  el  canario  o  azul  como  el  pájaro  azul  ni  de  colores  brillantes  como  el  colibrí.  Y  tiene  una  cabeza  chata  muy  fea.    

-­‐No,  no  es  un  pájaro  bonito  -­‐estuvo  de  acuerdo  el  tío  Carlos-­‐,  pero  es  muy  interesante.    

Y  ambos  se  sentaron  en  los  escalones  del  porche  mientras  conversaban  acerca  del  chotacabras.    

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-­‐Yo  nunca  vi  un  nido  de  chotacabras  -­‐dijo  Eloísa.    

-­‐Claro  que  no  -­‐contestó  el  tío  Carlos.    

-­‐-­‐¿Y  por  qué  nunca  he  encontrado  uno?  He  encontrado  nidos  de  muchos  otros  pájaros.  ¿Recuerdas  el  nidito  de  colibrí  que  encontré  en  el  arce  que  está  en  el  patio?    

-­‐Tú  no  has  encontrado  un  nido  de  chotacabras  por  una  razón  muy  sencilla  -­‐dijo  el  tío  Carlos-­‐.  Este  pájaro  no  construye  un  nido.    

-­‐¡Qué  perezoso!  -­‐comentó  Eloísa.    

-­‐No,  no  es  perezoso  -­‐corrigió  el  tío  Carlos.    

-­‐¿Y  entonces  no  pone  huevos?  -­‐preguntó  sorprendida  Eloísa.    

-­‐Si,  pone  dos  huevos  con  pintas,  en  el  suelo,  en  un  lugar  pedregoso.    

-­‐¡Qué  lugar  para  poner  huevos!  -­‐se  extrañó  Eloísa-­‐.  ¿Por  qué  no  hace  un  lindo  nido  bien  suave?    

-­‐Porque  sí  los  huevos  están  en  el  suelo,  como  son  del  mismo  color  de  las  piedras,  no  se  los  ve  fácilmente.  Los  gatos  y  las  ardillas  rara  vez  encuentran  un  nido  de  chotacabras  porque  ellos  se  ocupan  de  buscar  nidos  en  los  árboles.    

-­‐¡Oh!  -­‐exclamó  Eloísa-­‐.  El  chotacabras  es  un  pájaro  inteligente.    

-­‐Hemos  estado  hablando  tanto  que  casi  me  olvido  de  lo  que  quería  mostrarte  -­‐dijo  el  tío  Carlos-­‐.  ¿Observaste  qué  pico  tan  corto  tiene  este  pájaro?    

Eloísa  asintió  con  la  cabeza.    

-­‐Ahora,  mira.    

Y  sosteniendo  al  chotacabras  en  sus  rodillas  el  tío  Carlos  le  abrió  el  pico  todo  lo  que  pudo.    

-­‐iOooooooooh!  -­‐exclamó  Eloísa  retrocediendo  rápidamente-­‐.  ¡Es  horrible!  ¡Es  todo  boca!    

El  tío  Carlos  se  rio.    

-­‐No  tanto,  pero  parece  así,  ¿no  es  cierto?  Me  hace  acordar  a  alguien  -­‐añadió  muy  serio.    

Eloísa  pensó  un  momento.    

-­‐Tío  Carlos...  yo  no  abro  la  boca  tan...  -­‐y  entonces  se  detuvo.  Tal  vez  su  boca  parecía  como  la  de  ese  pájaro  cuando  ella  la  abría  para  poner  los  grandes  bocados  que  tanto  le  gustaban.    

Eloísa  se  sintió  tan  avergonzada  que  se  puso  de  pie  de  un  salto  y  entró  en  la  casa.    

Y  nunca  volvió  a  abrir  la  boca  como  solía  hacerlo  para  echarse  adentro  un  gran  bocado.      

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EL  QUINTO  MANDAMIENTO  EN  LENGUAJE  OSUNO    

Por  FERN  CHUBB    

HACE  mucho  tiempo,  en  un  parque  del  norte  de  los  Estados  Unidos,  llamado  el  Yellowstone,  vivían  una  gran  mamá  oso  y  su  peludo  osezno,  tan  peludo  que  parecía  estar  cubierto  de  harapos.  Los  guardabosques  le  pusieron  por  nombre  Rotoso,  porque  tenía  una  oreja  partida.  Pero  ese  nombre  era  muy  largo  de  modo  que  lo  acortaron  a  Roto.  Daba  lástima  verlo,  con  la  oreja  rasgada,  el  cuerpo  peludo  y  desaliñado,  y  sus  ojitos  negros  como  cuentas.  No  obstante,  a  él  no  parecía  preocuparle  su  apariencia  en  lo  más  mínimo.  Se  hallaba  ocupado  cometiendo  sus  travesuras  e  impertinencias,  y  en  más  de  una  ocasión  se  vio  en  apuros,  pero  su  madre,  con  su  vasta  experiencia,  siempre  se  las  arreglaba  para  rescatarlo  en  alguna  forma.  

Un  hermoso  día  de  verano,  la  madre  resolvió  que  había  llegado  el  momento  de  hacer  la  siesta.  Se  acostó  en  la  ladera  de  una  colina  bien  asoleada,  e  hizo  que  Rotoso  se  acostara  a  su  lado.  Pero  el  osito  no  estaba  muy  seguro  de  que  él  quería  dormir  la  siesta,  de  modo  que  se  retorció  y  se  dio  vueltas  hasta  que  consiguió  levantarse.  Sin  embargo,  la  mamá  se  mantuvo  firme.  Le  dio  un  bofetón  con  su  zarpa  enorme  y  de  un  tirón  lo  atrajo  de  nuevo  a  su  lado.  Rotoso  se  quedó  quieto  y  la  mamá  muy  pronto  se  durmió.  De  hecho,  también  el  osito  casi  se  quedó  dormido.  Y  se  habría  dormido  si  no  hubiera  sido  por  una  brisa  que  le  trajo  hasta  su  sensible  naricita  un  olorcillo  que  le  resultó  muy  agradable.  Arrugó  la  nariz  y  olfateó.  Siguió  olfateando  un  poco  más.  Ahora  estaba  casi  seguro  de  que  el  olor  que  percibía  era  de  miel,  y  sabía  exactamente  de  dónde  provenía.  Los  cocineros  de  un  hotel  de  las  inmediaciones  a  menudo  tiraban  latas  y  desperdicios  en  una  hondonada  que  había  cerca  de  donde  él  y  su  madre  dormían.  Es  decir,  donde  se  suponía  que  Rotoso  debía  dormir  la  siesta.  

El  problema  de  Rotoso  era  ahora  librarse  del  brazo  protector  de  su  madre  que  cariñosamente  lo  rodeaba,  sin  que  ésta  se  despertara.  Se  movió  y  se  retorció  cuidadosamente  hasta  que  se  vio  libre  de  él.  Entonces  bajó  al  galope  por  la  ladera  de  la  colina,  pero  con  toda  prudencia  se  detuvo  antes  de  entrar  en  el  basural,  no  fuera  que  se  topara  con  algún  oso  grande  que  se  le  hubiera  adelantado.  Pero  no,  tenía  suerte.  ¡No  había  ni  un  oso  a  la  vista!  La  aguzada  nariz  de  Rotoso  pronto  descubrió  de  dónde  procedía  el  delicioso  olor.  Habían  tirado  allí  un  baldecito  con  capacidad  para  unos  dos  kilos  y  medio  de  miel,  que  todavía  tenía  bastante  adentro.  

Muy  pronto  la  lengüita  de  Rotoso  comenzó  a  lamer  la  parte  exterior  del  cubo  que  estaba  todo  enmielado.  Luego,  afirmándolo  con  su  pata,  empezó  a  limpiarlo  con  la  lengua  por  dentro  hasta  donde  podía  alcanzar.  Pero  sus  agudos  ojitos  vieron  que  en  el  fondo  del  cubo  había  mucha  más  miel,  ¡mucha  más!,  que  no  podía  alcanzar  con  la  lengua.  De  modo  que,  parándose,  metió  el  hocico  dentro  del  balde.  ¡Qué  rico  que  olía  allí!  Pero  a  pesar  de  todos  sus  esfuerzos  no  pudo  alcanzar  la  miel  con  su  ansiosa  lengüita.  Metiendo  el  hocico  empujó  y  empujó  hasta  que,  finalmente,  dando  un  golpe,  tocó  con  la  nariz  el  fondo  del  balde  justamente  donde  estaba  la  miel.  Al  meter  la  cabeza,  las  orejas  se  le  apretaron  contra  el  reborde  del  balde.  Pero  eso  no  pareció  preocuparlo.  ¡Esa  miel  era  tan  rica!  ¡Y  cómo  la  estaba  paladeando  Rotoso!  

Acanalando  su  lengüita  roja,  la  hacía  subir  sorbiéndola,  y  una  buena  porción  de  ella,  en  lugar  de  ir  a  la  boca,  le  embadurnaba  la  cara.  

En  unos  momentos  terminó  la  miel.  Rotoso  le  dio  al  fondo  del  balde  una  lamida  final  para  asegurarse  de  que  no  había  más,  y  luego  levantó  la  cabeza.  Y  el  balde  la  acompañó.  ¡Eso  no  podía  ser!  Lo  tomó  con  sus  patas  delanteras  y  trató  de  tironearlo  para  sacárselo  de  la  cabeza,  pero  el  canto  interior  del  balde  impedía  que  salieran  las  orejas,  con  lo  cual  no  podía  salir  la  cabeza.  Tironeo  más  aún.  Eso  le  hizo  doler  las  orejas,  pero  no  pudo  sacar  la  cabeza  del  balde.  Entonces  comenzó  a  asustarse.  Allá  adentro  estaba  muy  oscuro.  Aterrorizado,  tironeaba  y  sacudía  el  balde.  Entonces  trató  de  correr.  ¡Bang!  Había  chocado  con  un  árbol.  El  golpe  hizo  que  las  orejas  le  dolieran  aún  más  y  el  ruido  lo  asustó  y  enojó  todavía  más.  Enfurecido,  comenzó  a  berrear  desesperadamente.  

Mientras  tanto  la  mamá  había  disfrutado  de  una  reparadora  siesta  en  la  ladera  asoleada.  Pero  en  ese  momento  escuchó  un  sonido  familiar.  Inmediatamente  lo  reconoció  y  se  puso  de  pie  de  un  salto.  Sin  perder  tiempo  descendió  corriendo  la  ladera  para  ver  en  qué  dificultades  se  había  metido  Rotoso  esta  vez.  En  un  instante  solucionó  el  problema.  Apretando  a  Rotoso  con  una  de  sus  zarpas,  con  la  otra  le  sacó  de  un  tirón  el  balde  de  la  cabeza.  

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¡Qué  alaridos  dio  entonces  Rotoso,  porque  las  orejas  casi  se  le  fueron  con  el  balde!  La  mamá  osa  no  abrazó  y  consoló  a  su  bebé,  sino  que  se  sentó  y  se  lo  puso  sobre  la  falda  boca  abajo...  ¡Y  entonces  comenzó  a  darle!  Su  enorme  zarpa  subía  y  bajaba  dando  justamente  en  la  sentadera  recubierta  por  los  peludos  pantalones  de  Rotoso.  ¡Zas,  zas,  zas!  Y  mientras  lo  iba  regañando  en  voz  baja.  Parecía  como  si  le  estuviera  diciendo  a  Rotoso  que  cuando  ella  le  ordenaba  que  se  quedara  a  su  lado,  esperaba  que  obedeciera.  Y  a  las  palmadas  seguían  los  regaños  y  así  sucesivamente.  Rotoso  lloraba  a  grito  pelado  en  señal  de  protesta  por  lo  que  estaba  recibiendo.  Por  fin  la  mamá  terminó  su  paliza,  y  Rotoso  pareció  entender  cabalmente  "el  quinto  mandamiento  en  lenguaje  osuno".  

Cuando  desaparecieron  de  la  vista  en  la  cima  de  la  colina,  Rotoso  iba  siguiendo  a  su  madre,  casi  pisándole  los  talones.  

   

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LA  CONFIANZA  DE  UN  PERRO  

Por  KAY  HEISTAND    

Yo  llevaré  la  ensalada,  Daniel  -­‐anunció  Gerardo  levantando  un  paquete  de  la  mesa  de  la  cocina.  Su  hermano  levantó  los  sandwiches.  

-­‐Mamá,  nosotros  tenemos  que  encender  los  fuegos  y  arreglar  las  mesas.  

-­‐Muy  bien,  muchachos  -­‐respondió  la  mamá  con  una  sonrisa  mientras  ellos  salían  por  la  puerta-­‐.  Tengan  cuidado,  especialmente  cuando  crucen  el  arroyo.  

-­‐Sí,  mamá  -­‐prometieron.  

Gerardo  silbó  para  llamar  a  Perla,  su  perra  pastora  alemana  y  esta  acudió  deleitada.  Daniel  le  echó  el  brazo  al  cuello  y  la  atrajo  hacia  sí.  Ambos  la  querían  mucho.  Había  vivido  con  ellos  durante  ocho  años  y  apenas  podían  recordar  algún  acontecimiento  en  que  ella  no  hubiera  participado.  

Los  muchachos  se  dirigían  a  un  parque  grande  para  realizar  un  picnic.  Si  en  lugar  de  ir  por  la  carretera  cruzaban  el  parque  hacia  el  lugar  designado  para  los  picnics,  la  distancia  se  acortaba  en  varios  kilómetros.  Decidieron  pues,  adelantarse  con  su  perro.    

Sus  padres  vendrían  después  en  el  auto,  trayendo  las  cosas  más  pesadas.  

Fueron  de  los  primeros  en  llegar.  Ese  era  un  picnic  anual  que  realizaba  la  compañía  donde  trabajaba  su  padre.  Después  de  preparar  las  mesas,  los  muchachos  se  pusieron  a  jugar  a  la  pelota  y  pronto  se  olvidaron  de  la  hora.  

Cuando  las  señoras  llamaron  a  todos  a  comer,  por  primera  vez  se  dieron  cuenta  de  que  sus  padres  todavía  no  habían  llegado.  

-­‐¿Qué  habrá  ocurrido,  Gerardo?  -­‐preguntó  Daniel  cuyos  ojos  azules  se  habían  vuelto  muy  serios.  Daniel  era  el  más  callado  y  siempre  se  preocupaba  más  por  las  cosas.  

-­‐Oh,  no  habrá  pasado  nada.  ¡Tú  te  afliges  demasiado!  -­‐le  replicó  Gerardo,  arrugando  su  nariz  pecosa.  

En  ese  momento  el  jefe  de  su  padre  se  les  aproximó  y  les  dijo:  

-­‐Muchachos,  justamente  antes  de  salir  nos  avisaron  sus  padres  que  no  podrían  venir  al  picnic...  -­‐y  como  vio  que  los  muchachos  se  alarmaron,  añadió  apresuradamente-­‐:  ¡No  se  contraríen!  La  abuelita  de  Uds.  se  enfermó,  pero  dijeron  que  no  era  nada  grave.  Sus  padres  tienen  que  ir  a  verla;  pero  nosotros  los  llevaremos  de  vuelta  a  su  casa.  

-­‐Gracias,  Sr.  Saunders.  ¿Está  Ud.  seguro  de  que  mi  abuelita  no  está  grave?  -­‐preguntó  lentamente  Gerardo.  Era  terrible  pensar  que  su  querida  abuelita  estuviera  enferma.  

-­‐No  muy  grave  -­‐repitió  el  Sr.  Saunders,  dándole  unas  palmadas  a  Gerardo  en  el  hombro-­‐.  No  se  aflijan  muchachos,  y  no  vuelvan  a  la  casa  sin  esperarnos.  

-­‐Gracias,  Sr.  Saunders  -­‐le  respondió  Daniel.  

Como  ocurre  en  ese  tipo  de  picnics,  había  mucho  alimento,  pero  los  muchachos  casi  no  pudieron  comer.  Se  sintieron  aliviados  cuando  la  gente  comenzó  a  juntar  las  cosas  para  regresar  a  la  casa.  

Sin  hacerse  esperar,  los  dos,  con  Perla  a  su  lado  se  pararon  junto  al  brillante  automóvil  nuevo  de  los  Saunders,  esperando  hasta  que  él  y  su  esposa  terminaran  de  alistarse  para  salir.  

-­‐Bueno,  muchachos,  veo  que  están  listos  -­‐dijo  el  Sr.  Saunders  con  una  voz  recia,  al  acercarse  al  carro.  

-­‐Sí,  señor  -­‐afirmaron  los  muchachos  sonriendo  débilmente,  porque  ese  hombre  siempre  les  había  infundido  un  poco  de  miedo.  

-­‐¿Qué  es  eso?  Ese  no  es  el  perro  de  Uds.  ¿es  suyo  muchachos?  -­‐dijo  entre  alarmado  y  disgustado  al  ver  el  enorme  perro  de  policía  que  los  acompañaba.  

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-­‐Si,  señor.  Esta  es  Perla  -­‐explicó  Daniel  con  mucha  dignidad.  

El  Sr.  Saunders  miró  a  su  esposa,  irritado.  Esta  no  dijo  nada.  

-­‐¿Vino  con  Uds.  por  el  parque?  

-­‐Sí.  señor  -­‐respondió  Gerardo-­‐.  Va  a  todas  partes  con  nosotros.  

El  Sr.  Saunders  miró  su  auto  nuevo  y  reluciente,  y  la  hermosa  tapicería,  y  dijo:  

-­‐Pero  no  puede  ir  en  mi  auto.  ¿Pelos  en  los  asientos  nuevos?  ¡Absolutamente  no!  De  cualquier  manera,  no  me  gustan  los  animales.  

Los  muchachos  escucharon  asombrados.  Entonces  Gerardo  declaró  valientemente:  

-­‐Muchas  gracias  por  su  oferta,  Sr.  Saunders,  pero  volveremos  a  casa  cruzando  el  parque  con  Perla.  De  ninguna  manera  podemos  dejarla.  

-­‐  ¡Tonterías!  -­‐exclamó  el  hombre-­‐.  El  perro  puede  volver  solo,  perfectamente.  Pero  Uds.  no  van  a  regresar  cruzando  ese  parque  oscuro.  Le  prometí  a  sus  padres  que  los  llevaría  a  casa,  y  los  llevaré.  ¡Pero  no  prometí  nada  con  respecto  al  perro!  

Y  diciendo  así  el  Sr.  Saunders  tomó  a  Daniel  por  los  hombros  y  lo  condujo  firmemente  hacia  el  automóvil.  

-­‐Pero,  por  favor.  -­‐.  por  favor,  Sr.  Saunders  -­‐le  rogó  Daniel-­‐.  Tal  vez  Perla  no  se  dé  cuenta  de  que  tiene  que  volver  a  casa  -­‐dijo  tratando  de  reprimir  las  lágrimas.  

-­‐Puede  seguir  al  auto  -­‐respondió  enojado  el  Sr.  Saunders  dando  un  portazo  cuando  Gerardo  hubo  entrado.  

-­‐Pero,  Sr.  Saunders,  eso  es  aún  peor.  Si  ella  trata  de  seguir  al  carro,  la  pueden  matar  en  la  carretera  -­‐dijo  Gerardo  que  ya  estaba  llorando.  

Mientras  su  esposo  arrancaba  el  motor,  la  Sra.  Saunders  se  volvió  para  mirar  a  los  chicos  que  estaban  en  el  asiento  trasero,  y  les  dijo  alegremente:  

-­‐Muchachos,  la  perra  probablemente  cruzará  el  parque  y  llegará  a  casa  antes  que  Uds.  

-­‐Anda  a  casa,  Perla.  Anda  a  casa  -­‐le  ordenó  Gerardo,  sacando  la  cabeza  por  la  ventanilla.  Pero  la  perra  se  sentó  sobre  sus  patas  traseras,  inclinó  la  cabeza  hacia  un  lado,  y  lo  miró  con  sus  fieles  ojos  castaños,  sin  comprender  lo  que  le  decía.  

-­‐No  comprende  lo  que  le  dices  -­‐dijo  Daniel  que  casi  no  podía  hablar  de  pena-­‐.  Nunca.  -­‐.  nunca  le  hemos  enseñado  eso,  Sr.  Saunders.  

Daniel  rogó,  y  suplicó,  pero  el  hombre  lo  ignoró  y  partió  apresuradamente.  

Los  muchachos  miraron  por  la  ventanilla  de  atrás  pero  ningún  perro  lo  seguía.  

Cuando  llegaron  a  la  casa,  salieron  en  seguida  del  carro  para  buscar  a  Perla.  

-­‐Gracias,  Sr.  Saunders  -­‐dijo  Daniel  forzando  una  cortesía  que  no  sentía  ¡Al  fin  y  al  cabo  el  Sr.  Saunders  era  el  jefe  de  su  padre!  

-­‐Su  perro  pronto  volverá  a  la  casa  muchachos,  no  se  aflijan  -­‐trató  de  con  solanos  la  Sra.  Saunders  al  partir.  

La  casa  estaba  oscura  y  los  muchachos  se  sentaron  en  los  escalones  de  porche,  muy  enfadados.  

-­‐¡Yo  sabía!  -­‐dijo  Gerardo-­‐.  Mamá  y  papá  tampoco  están  todavía  en  casa.  Si  estuvieran  podríamos  volver  adonde  tuvimos  el  picnic...  

-­‐  ¿Y  si  siguió  al  carro?  -­‐pregunte  Daniel  tímidamente  expresando  sus  temores.  

-­‐¡Vayámonos  al  borde  del  parque  y  llamémosla!  

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Gerardo  se  puso  de  pie  de  un  salto  aliviado  por  la  perspectiva  de  poder  hacer  algo.  Junto  con  su  hermano  recorrieron  la  media  cuadra  que  los  separaba  del  borde  del  parque  y  silbaron  y  llamaron.  No  se  atrevieron  a  internarse  en  el  bosque,  porque  se  les  había  prohibido  expresamente  que  lo  hicieran  de  noche.  Pero  su  perro  no  apareció.  Entonces  volvieron  a  la  casa  muy  desanimados  y  afligidos.  

Los  padres  todavía  no  habían  regresado.  Los  muchachos  esperaron  uno  minutos  más  y  luego  se  fueron  a  acostar.  Gerardo  oía  que  Daniel  se  daba  vueltas  y  vueltas.  

-­‐Daniel,  ¿estás  bien?  -­‐le  preguntó  finalmente.  

-­‐Gerardo,  estoy  seguro  de  que  nos  siguió  por  la  carretera  y  que  la  atropelló  un  carro  -­‐dijo  Daniel  sollozando.  

-­‐Trata  de  no  afligirte,  Daniel  -­‐  dijo  Gerardo  de  mal  humor,  procurando  tragar  el  nudo  que  se  le  había  hecho  en  la  garganta-­‐.  En  cuanto  amanezca  cruzaremos  el  parque  y  veremos  si  la  encontramos.  

Gerardo  durmió  muy  mal,  y  cuando  oyó  que  sonaban  las  cuatro  en  el  reloj,  no  pudo  aguantar  más.  Se  levantó  silenciosamente  de  la  cama  y  empezó  buscar  las  ropas  a  tientas.  Daniel  lo  oyó  inmediatamente.  

-­‐Gerardo,  ¿te  estás  levantando?  

-­‐Si,  pronto  va  a  aclarar.  

Daniel  saltó  de  la  cama.  

-­‐Iré  contigo.  

Cuando  los  muchachos  bajaron  las  escaleras  oyeron  el  motor  de  un  automóvil  y  vieron  luces  en  el  camino  de  entrada.  

-­‐¡Ahí  vienen  papá  y  mamá!  -­‐gritó  Gerardo  corriendo  afuera.  

El  padre  detuvo  el  carro  al  lado  del  porche  de  atrás.  

Bueno,  muchachos  ¿qué  están  haciendo  a  esta  hora?  

-­‐¿Cómo  está  abuelita?  -­‐pregunta  ron  ambos  al  mismo  tiempo.  

-­‐Está  mejor.  Mamá  quedará  hoy  con  ella,  pero  yo  volví  a  casa  para  ver  cómo  estaban  y  para  alistarme  para  ir  al  trabajo  -­‐dijo  el  padre  pasándose  la  mano  por  el  rostro  cansado-­‐.  Tuvo  un  pequeño  ataque,  pero  ahora  nos  reconoció  y  lo  que  necesita  es  descanso  y  cuidado.  

-­‐Me  alegro  mucho,  papá.  Pero  hemos  perdido  a  Perla...  -­‐dijo  Daniel,  y  no  pudo  continuar  más.  

Gerardo  explicó  rápidamente  la  situación.  Aunque  su  padre  estaba  tan  cansado,  no  vaciló  un  solo  instante.  

Suban  al  carro,  muchachos.  Iremos  al  parque  por  el  mismo  camino  por  donde  los  trajo  el  Sr.  Saunders  y  veremos  si  podemos  encontrarla.  

Daniel,  que  estaba  sentado  en  el  asiento  de  atrás,  inclinándose  hacia  adelante,  puso  su  mano  sobre  el  hombro  de  su  padre.  

-­‐Papá,  oré  y  oré  por  abuelita  y  por  Perla.  ¿Estaba  mal  que  orara  por  un  perro?  

El  padre  sacudió  la  cabeza.  

-­‐No,  hijo,  Perla  los  quiere  y  los  ha  querido  y  ha  cuidado  de  Uds.  durante  toda  su  vida.  Ella  les  ha  sido  leal  y  fiel,  y  es  nada  más  que  justo  que  Uds.  la  quieran  y  la  cuiden.  

Se  estaba  haciendo  de  día,  pero  el  papá  todavía  tenía  las  luces  prendidas.  Los  tres  observaban  los  lados  del  camino  cuidadosamente,  temiendo  encontrar  en  cualquier  momento  el  cuerpo  de  un  perro  grande  tirado  sobre  el  pavimento.  

-­‐¡0h,  papá!,  ¿dónde  podrá  estar?  -­‐exclamó  Daniel  cuando  llegaron  a  la  entrada  del  parque.  

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-­‐Tal  vez  está  aguardando  donde  la  dejamos  -­‐dijo  esperanzado  Gerardo.  

Confiemos  en  que  así  sea,  muchachos.  Alguien  puede  habérsela  llevado.  En  ese  caso  iremos  al  corral  municipal.  Investigaremos  en  todas  partes  -­‐dijo  el  padre  encarando  muy  bondadosamente  el  asunto.  

Al  recorrer  un  camino  circular  llegaron  al  lugar  donde  habían  realizado  el  picnic  el  día  anterior.  El  padre  detuvo  el  carro  y  prendió  las  luces  altas.  Allí,  en  el  amanecer  frío  y  gris,  sentada  al  lado  del  gran  fogón  de  piedra  donde  la  habían  dejado,  estaba  Perla.  Los  muchachos  saltaron  del  carro  y  corrieron  hacia  ella.  Perla  les  saltó  a  los  brazos,  luego  siguió  brincando  y  corriendo  alrededor  de  los  muchachos.  Estaba  como  extasiada.  

-­‐Esperó  hasta  que  volvieran.  Qué  fe,  qué  fe  sencilla  y  confiada  tiene.  ¡Jamás  dudó  que  volverían  a  buscarla!  -­‐dijo  repetidas  veces  el  papá.  

Daniel  la  abrazó  y  lloró  sobre  el  pelo  áspero  y  húmedo  del  animal.  Gerardo  la  llamó  para  que  se  subiera  al  auto,  y  quitándose  la  chaqueta  la  usó  como  toalla  para  secarla.  Estaba  mojada  por  el  rocío  de  la  noche,  pero  el  papá  jamás  dijo  una  palabra  acerca  del  asiento  del  automóvil.  

El  papá  se  detuvo  en  el  camino  de  entrada  a  la  casa  y  allí  se  volvió  para  mirar  a  los  dos  muchachos  felices  que  venían  en  el  asiento  de  atrás.  Perla,  agradecida,  poniendo  sus  patas  delanteras  sobre  el  respaldo  del  asiento,  trató  de  lamerle  la  cara.  

-­‐Muchas  gracias,  papá  -­‐dijo  solemnemente  Gerardo-­‐.  Creo  que  también  mis  oraciones  ayudaron,  ¿no  es  cierto?  

-­‐Estoy  seguro  de  que  lo  hicieron,  muchacho  -­‐le  aseguró  el  papá  acariciando  su  cabeza  pelirroja-­‐.  Tengan  siempre  en  su  corazón  fe  y  confianza  en  Dios.  Esta  noche  han  visto  un  maravilloso  ejemplo  de  otra  clase  de  confianza  y  lealtad;  ¡nunca  deben  olvidarlo!  

Los  muchachos  volvieron  a  abrazar  a  Perla.  

-­‐¡Nunca  lo  haremos!  -­‐dijeron  los  dos  a  coro.  

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LAS  MARAVILLOSAS  ESTRELLAS    

Por  PAULA  BECKER    

SUSANA  y  su  mamá  acababan  de  terminar  de  limpiar  los  platos  de  la  cena.  

-­‐Tengo  una  idea  -­‐declaró  la  mamá-­‐.  Voy  a  preparar  un  poco  de  bebida  caliente  y  tú  puedes  poner  algunas  masitas  en  un  plato  y  podemos  ir  al  porche  de  adelante  para  comerlas  como  postre  y  al  mismo  tiempo  ver  salir  las  estrellas.  

-­‐¡Qué  lindo!  -­‐exclamó  Susana  y  corrió  a  buscar  las  masitas.  

La  mamá  llamó  al  papá  que  estaba  estudiando.  

-­‐Papá,  ven  al  porche.  Vamos  a  comer  el  postre.  

Alberto,  el  hijo,  que  la  oyó,  no  se  hizo  esperar  y  bajó  los  escalones  de  a  dos,  ansioso  de  servirse  una  masita.  

-­‐Miren,  chicos  -­‐dijo  la  mamá  señalando  al  cielo-­‐.  Allí  está  la  primera  estrella.  

-­‐¡Es  muy  brillante!  -­‐exclamó  el  padre-­‐.  

¿Cuál  es  ésa,  mamá?  

-­‐Me  parece  que  es  Venus  -­‐respondió  la  mamá.  

-­‐Sí,  creo  que  tiene  razón  -­‐estuvo  de  acuerdo  el  papá-­‐.  Y  esta  noche  Venus  tiene  visitas.  

-­‐La  luna  -­‐exclamó  Susana-­‐.  La  luna  ha  venido  a  visitar  a  Venus.  

-­‐La  luna  es  nuestra  lámpara  para  la  noche  -­‐les  dijo  la  mamá-­‐.  Cuando  Dios  hizo  la  tierra  hace  miles  de  años,  hizo  el  sol  para  que  nos  alumbrara  de  día  y  la  luna  para  que  nos  alumbrara  de  noche.  

-­‐Yo  sé  qué  es  Venus  -­‐dijo  muy  orgulloso  Alberto-­‐.  Venus  es  un  planeta.  Lo  aprendimos  en  la  escuela.  

-­‐Justamente  -­‐dijo  la  mamá-­‐.  ¿Sabes  el  nombre  de  algún  otro  planeta?  

-­‐Marte  -­‐dijo  lentamente-­‐.  Y  Júpiter...  

Alberto  pensó  por  un  momento.  

-­‐Muy  bien,  Alberto  -­‐dijo  el  papá-­‐.  En  total  hay  ocho  planetas.  Veamos  si  podemos  recordar  el  nombre  de  algunos  de  los  otros.  

-­‐¿Qué  es  un  planeta?  -­‐preguntó  Susana.  

-­‐Nuestra  tierra  es  un  planeta  -­‐le  dijo  la  mamá-­‐.  Hay  siete  planetas  más,  o  mundos  como  el  nuestro,  que  giran  alrededor  del  sol.  

-­‐El  planeta  más  pequeño  se  llama  Mercurio  -­‐les  dijo  el  papá-­‐.  Es  el  que  está  más  cerca  del  sol  y  es  muy  difícil  verlo  a  menos  que  uno  sepa  justamente  dónde  mirar.  

-­‐Luego  sigue  Venus,  que  es  el  que  ahora  podemos  ver  -­‐continuó  la  mamá-­‐.  Venus  es  el  segundo  planeta  con  respecto  a  la  distancia  que  se  encuentra  del  sol  y  el  que  está  más  cerca  a  nuestra  tierra.  -­‐Entonces  sigue  Marte  que  está  después  de  la  tierra  -­‐explicó  el  papá-­‐.  Se  lo  puede  distinguir  por  el  color.  

-­‐Marte  es  rojo,  ¿no  es  cierto?  -­‐preguntó  Alberto.  

-­‐Sí  -­‐aseguró  la  mamá-­‐.  A  lo  menos  nos  parece  rojo.  

-­‐Luego  viene  el  planeta  más  grande  de  todos  -­‐continuó  el  papá.  

-­‐¿Cuál  es  ése?  -­‐preguntó  Susana.  

-­‐Se  lo  llama  Júpiter  -­‐replicó  el  papá-­‐.  Y  es  más  de  mil  veces  más  grande  que  nuestra  tierra.  

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-­‐¡Oh!  -­‐dijo  Alberto  abriendo  tamaños  ojos-­‐.  Si  uno  viviera  en  Júpiter  llevaría  mucho  tiempo  dar  la  vuelta  al  mundo.  

-­‐Aun  en  avión  -­‐añadió  Susana.  

-­‐¿Cuál  viene  después  de  Júpiter?  -­‐preguntó  Alberto.  

-­‐El  siguiente  es  Saturno  -­‐respondió  la  madre-­‐.  Saturno  también  es  grande,  pero  no  tanto  como  Júpiter.  

-­‐Y  Saturno  tiene  un  gran  anillo,  algo  que  ninguno  de  los  otros  planetas  tiene  -­‐añadió  el  padre.  

-­‐¿Podemos  ver  el  anillo?  -­‐preguntó  Susana  poniéndose  de  pie  y  mirando  al  cielo.  

-­‐Solamente  con  un  telescopio  -­‐le  explicó  el  papá.  Está  muy  lejos  para  verlo  a  simple  vista.  

-­‐Luego  vienen  los  dos  planetas  que  están  más  lejos  -­‐dijo  esta  vez  la  mamá-­‐.  Se  llaman  Urano,  Neptuno.  

-­‐Y  generalmente  solo  pueden  verse  con  un  telescopio  -­‐añadió  el  papá.  

-­‐¿De  dónde  sacaron  las  estrellas  nombres  tan  raros?  -­‐quiso  saber  Susana  sentándose  más  cerca  de  la  mamá.  

-­‐-­‐-­‐Los  planetas  que  podemos  ver  sin  telescopio  recibieron  ese  nombre  hace  muchos  años.  Fueron  los  antiguos  romanos  que  estudiaron  las  estrellas  los  que  se  los  dieron  -­‐replicó  la  mamá.  

Mientras  la  familia  observaba  salir  las  estrellas  una  a  una,  reinaba  gran  silencio.  Pronto  los  únicos  sonidos  que  se  percibían  eran  los  del  canto  de  un  grillo  y  el  coro  de  las  ranas.  Susana  y  Alberto  casi  no  podían  mantener  sus  ojos  abiertos.  

Vengan  -­‐dijo  riendo  la  mamá-­‐.  No  quiero  tener  que  llevar  a  los  dos  arriba.  

Y  con  la  promesa  de  que  otra  noche  verían  más  estrellas,  se  fueron  a  dormir.