ESPERANZA SEGURA

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Esta es una revista de la iglesia Adventistas del Séptimo Día con mensajes inspiradores y verdades importantes de la Palabra de Dios.

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Una esperanza segura

El pecado y el sufrimientohumano

Esperanza ante la muerte

La Ley que nos hace libres

Un día para obedecer

Tres mensajes alentadores

¿Están vivos los muertos?

Un pueblo peculiar

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UNIÓN MEXICANA DEL NORTEDE LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA

CONSEJEROSLuis Arturo King GarcíaOsvaldo Arrieta Falcón

Martín Eduardo Arámburo Escobar

COORDINADORNoé Alpírez Galindo

EDITORJuan de Dios Rojas Velázquez

REDACTORESJuan de Dios Rojas Velázquez

Teresa Quinto Diez

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓNAlejandro Solís Martínez

SECRETARIA DE EDICIÓNLydia Ayón de Avena

COLABORADORESHidai Bejarano Galaviz

Juan de Dios Rojas VelázquezAdan Dyck Gámez René Beltrán Félix

Lemuel Olán JiménezAlejo Aguilar Gómez

Enrique I. Bernal Ordorica Misael Pedraza Betancourt

Editorial MontemorelosCarretera Nacional Km. 206

C. P. 67515; Apartado 86 Montemorelos, N. L.

Impreso en México –Printed in MexicoTodos los derechos reservados

Fotografías de iStockphoto.com, usadas con permiso

Contenidosegura

ESPERANZA

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EDITORIALvivimos. Qué alentador es saber que hay un Dios que busca librarnos “del presente siglo malo”.

La Biblia, expresión fidedigna de los senti-mientos divinos hacia el hombre, nos dice que el Señor quiere nuestro bien y que nos ama. Es por eso que en este contenido encontrará tópi-cos diversos que corroboran la apasionada ma-nera como Dios busca salvarnos, a fin de darnos un mejor lugar para vivir. Encuéntrese, pues, con pensamientos más alentadores, y vea que después de todo, según encontramos en la Bi-blia, el futuro no es tan desalentador como nos lo muestra la accidentada historia que hoy nos toca vivir.

Juan de Dios Rojas V.

El mundo no anda bien. Acá y allá se oye el gemir del hombre que sufre y lamenta los gol-pes del infortunio. Vivimos días peligrosos y no se ven señales de esperanza que nos anticipen momentos más cálidos y acogedores. ¿Qué ha-cer ante lo que lleva rumbo de incorregible? Nuestra única esperanza es dirigir la mirada al cielo, implorando el favor divino para que ponga fin a los males que atormentan el alma. Eso es lo que hacemos.

Como una respuesta a los anhelos de paz y a la búsqueda de un asidero más firme y seguro, se ha preparado esta edición con un contenido que ayude a mirar el futuro con una perspectiva de fe y certidumbre. Dios es nuestro único recur-so fiable en medio del agitado mundo en que

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segura

UnaESPERANZA

Hidai Bejarano Galaviz

Con relativa frecuencia aparecen en los medios de comunicación temas relacionados con el fin del mundo. Para muchos, algo sin trascendencia,

para otros un asunto digno de consideración, pues hay quienes hasta se preparan con víveres y provisiones para sobrevivir ante la inminente catástrofe global que destruirá a este planeta.

Por lo que se escucha entre la gente y lo que los medios opinan al respecto, se deduce desinformación sobre el tema. No es extraño, entonces, que se raye en conceptos absurdos, cargados de giros apocalípticos y en extremo catastrofismo. Esto, evidentemente, crea cada vez más confusión.

Pero, ¿en realidad vendrá el fin del mundo? ¿Vendrá Jesús por segunda vez? ¿Será este año o el siguiente cuando sucedan todas estas cosas?

¿Debo prepararme para estar listo, tal como lo dice la Biblia?

Muchas veredas confunden nuestro camino

Hay temas que la gente prefiere evitar por-que les causan temor. Uno de ellos es el relacio-nado con el fin del mundo. Pero por lo que se ve es un tema inevitable. Recientemente las así llamadas profecías mayas han levantado con-troversia, expectación y temor. Para quienes hablan de esto, los cálculos mayas indican que el fin del mundo ocurrirá el 21 de diciembre de 2012. Sin embargo, no todo lo que se dice por allí es confiable. Más allá de las supuestas profe-cías mayas, necesitamos ir a una base más segu-ra, y esta base solo la puede ofrecer la Biblia, que habla del tema con la seriedad que se requiere.

“El pronto advenimiento de Cristo es inminente, solo que el día y la hora es un misterio para el hombre. Dios es quien sabe el momento exacto de este magno acontecimiento”.

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Una luz en la oscuridad

Hay dos promesas de Jesús que sobresalen en la Biblia y que están relacionadas con este tema. La primera habla de preparar un hogar para los fieles: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fue-ra, yo os lo hubiera dicho; voy pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también es-téis” (Juan 14:1-3).1

La segunda promesa, en el mismo texto, dice que Jesús volverá a esta tierra. Las palabras clave son: “vendré otra vez”. En el momento en que Jesús ascendía al cielo, los ángeles que es-taban junto a los discípulos les dijeron: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:10, 11).

Pero, ¿qué relación tiene la venida de Jesús con el fin del mundo? Está íntimamente liga-da. De acuerdo con estudios socioeconómicos, dentro de unos años, la vida en esta tierra será insostenible. Las condiciones políticas y socia-les no aseguran paz ni seguridad a las naciones. La violencia, la inmoralidad y otras debilidades humanas indican la inestabilidad que vive el hombre de hoy. La segunda venida de Cristo, entre otros propósitos, da lugar a la restauración de este mundo, tal como lo expresa Apocalipsis 21:1: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; por-que el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más”.

¿Puede usted imaginar un mundo sin sufri-miento y dolor? De acuerdo con la promesa bí-blica, al final de la historia de esta tierra, Dios res-taurará la paz que los hombres han perdido, y así se dará lugar a una vida plenamente realizada que durará la eternidad. La promesa es: “Enjuga-rá Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apo-calipsis 21:4).

El tiempo está cerca

Cuando encendemos una lámpara en la no-che oscura, esta nos ayuda a ver los peligros que están frente a nosotros: una roca, un voladero, un río caudaloso, un animal peligroso. La luz de la lámpara nos ayuda a caminar por caminos se-guros. Hay una lámpara que nos ayuda a tran-sitar por las rutas oscuras de este mundo lleno de pecado, y esa lámpara es la Biblia. A ese Libro también puede comparársele con un mapa que nos dice cómo identificar el camino correcto.

La Biblia también habla de las señales que acontecerán antes de la segunda venida de Cristo. Estos acontecimientos serán tanto del or-den natural como social. Todo lo que ahora está ocurriendo ante nuestros ojos, la Biblia lo coloca previo al momento final de esta tierra. En Mateo 24:6-8 leemos: “Y oiréis de guerras y rumores de

“De acuerdo con estudios socioeconómicos, dentro de

unos años, la vida en esta tierra será insostenible. Las

condiciones políticas y sociales no aseguran paz ni seguridad a las naciones. La violencia, la inmoralidad y otras debilidades humanas indican la inestabilidad que

vive el hombre de hoy”.

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guerras; mirad que no os turbéis, porque es ne-cesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes y hambres y terremotos en diferentes lugares y todo esto será principio de dolores”.

El apóstol Pablo advirtió al joven Timoteo diciéndo: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos” (2 Timoteo 3:1-5) y la lista continúa. Lo que dice el apóstol tiene semejanza con la radiografía de la sociedad actual. Muchos pensamos que esto es normal, pero no es así. Todo esto anuncia que algo muy grande está por acontecer.

La Biblia dice lo siguiente: “Pero el día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre” (Mateo 24:36). El pronto ad-venimiento de Cristo es inminente, solo que el día y la hora es un misterio para el hombre. Dios es quien sabe el momento exacto de este mag-no acontecimiento. Por eso es muy aventurado poner fechas para la segunda venida de Cristo. Entre tantos intentos fracasados de establecer una fecha para este evento, solo nos queda es-perar y trabajar para que otros también se ente-ren de la segunda venida de nuestro Señor.

Tal vez alguien diga: ¿Por qué tarda Cristo en venir? Dice la Biblia: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardan-za, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). En eso consiste la tardanza de Jesús. Él desea que todos tengan la oportunidad de saber de él y que se arrepientan de su mal camino. Él anhela que todos tengan una esperanza segura.

La guía más segura

En cierta ocasión, leyendo las noticias en un periódico de circulación nacional, me enteré de un triste acontecimiento ocurrido en mi ciudad natal. De acuerdo con la noticia, habían muerto varias personas. Confié en la nota periodística y lamenté lo ocurrido. Esto nos ocurre a todos. Es interesante que creamos más lo que dicen los medios de comunicación que lo que asegura la Biblia. ¿Por qué no prestamos atención a los acontecimientos anunciados por la Palabra de Dios?

En la noche oscura de los tiempos en que vi-vimos, la Biblia debiera ser nuestra guía más se-gura. Los eventos a los que nos estamos refirien-do, ocurren todos los días ante nuestros ojos. Ser testigos de todo lo que ocurre a nuestro alrede-dor y no ver cambios significativos para bien en la sociedad, nos hace dudar de la promesa de la segunda venida de Cristo. Pero no hay motivo para eso. La Biblia dice: “Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (He-breos 10:37). Es decir, llegará sin retraso.

Este mundo pronto llegará a su fin. Pero se-guramente no será el 21 de diciembre de 2012, como dicen algunos. Reiteramos que el día y la hora son datos desconocidos para el hom-bre. Solo estamos enterados de las señales que anuncian ese inminente acontecimiento porque la Biblia las menciona. En este caso podemos de-cir, sin temor a equivocarnos, que tenemos una esperanza segura. Una esperanza que proviene de la misma Palabra de Dios, la cual debiéramos aceptar como cierta ahora mismo.

Notas:La versión de la Biblia utilizada para los textos es la Reina-Valera 1960.

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Parece que los antiguos pecados ca-pitales1 que condenaban al hombre impenitente han pasado de moda. La actual sociedad posmoderna,2 si es

que ha de acusársele de algún yerro, es que gus-ta que sus pecados y pecadores se ajusten a su tiempo y cultura. Y como cada sociedad recibe lo que pide, no faltó quién aprovechara la en-trevista hecha al Regente del Tribunal de la Pe-nitenciaría del Vaticano, monseñor Gianfranco Girotti y publicada por L’ Observattore Romano el 9 de marzo de 2008,3 para ofrecer la nueva lis-ta de pecados capitales ad hoc para penitentes posmodernistas, que se resisten a aceptar la vi-gencia de los pecados medievales que atormen-taran a las generaciones de antaño.

Juan de Dios Rojas Velázquez

humano

El pecado y elSUFRIMIENTO

“La violencia intrafamiliar, los asesinatos y todo cuanto afecte la estabilidad emocional y la tranquili-dad de los pueblos, son resultado de la efervescente mente humana que busca ir de continuo al mal”.

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Los nuevos pecados (que más parecieran nuevos mandamientos) en los que debemos evitar caer son: “No realizarás manipulaciones genéticas. No llevarás a cabo experimentos so-bre seres humanos, incluidos embriones. No contaminarás el medio ambiente. No provocarás injusticia social. No causarás pobreza. No te enri-quecerás hasta límites obscenos a expensas del bien común. No consumirás drogas”.4 Aunque el Vaticano se apresuró a declarar que la iglesia no formuló tal lista, los “nuevos pecados capitales” han dado mucho de qué hablar en la Red de redes y ya hay quienes están luchando para no caer en semejantes estados de condenación.

El pecado light

Vivimos no una época de cambios, sino un cambio de época en la que las palabras y las ac-ciones se vacían de sus contenidos y todo llega a tener un sabor light. ¿Hay un lugar para el pe-cado en la posmodernidad? Por supuesto, pero considerado bajo una nueva óptica que lo sua-viza y lo descarga de su contenido reprobable. Quiere decir, entonces, que el actual pecador lo es, pero no tanto.

De hace tiempo se ha notado la búsqueda social de la liberación del pecado como culpa moral. Karl Augustus Menninger (1893-1990), psiquiatra norteamericano, en su libro Whatever Became a Sin (¿A dónde fue a parar el pecado?), escribió acerca de la “‘desaparición del pecado’ y del ‘ocaso del pecado’ en el vocabulario y el pen-samiento de las sociedades occidentales […] Menninger desafió a los pastores, los maestros, los médicos, los abogados y los jueces, la policía, los medios de comunicación y los políticos a que trabajaran por el restablecimiento del pecado como culpa moral”.5

No es que el pecado sea un ingrediente vital para el hombre. Al contrario. Sin embargo, cuan-do se lo considera como un mal menor, entonces el hombre pierde la dimensión de la responsabi-lidad ante Dios, ante los demás y ante sí mismo. La actual desintegración de las estructuras base de la sociedad tiene como referente esa solapa-da actitud contra el pecado.

Es por eso que los predicadores debieran retomar el asunto con mayor seriedad, ya que la tradicional predicación reprobatoria que in-crepaba la maldad se ha vuelto más flexible y consecuente, por lo que los pecadores posmo-dernos sienten que sus pecados son algo así como equívocos comprensibles, resultado de

una mala elección o de un momento de estrés a la hora del trabajo. Alguien dijo que los pre-dicadores de hoy ignoran la incómoda realidad del pecado y se dedican a hacer sentir bien a los creyentes. Según la revista Newsweek, “Práctica-mente se ha perdido el temor al pecado”.6 Los pecados que antes se les llamaba por su nom-bre, han adquirido calificativos menos graves y ahora se les tienen nombres más tolerantes.

Lo que la Biblia dice acerca del pecado

Pero no siempre es sabio confiarnos a los dictados de una sociedad voluble, de costum-bres superfluas y cambiantes. Usted no debe sorprenderse que en medio de toda la paja y el tamo que han levantado los convencionalismos y el vano vivir humano, todavía se encuentre in-tacta la base sobre la cual se valoran las accio-nes del hombre. Para el cristiano comprometido hay un Código infalible que rige la conducta del hombre en todo tiempo y lugar: la Biblia, el libro de Dios. Y este Libro dice claramente qué cosa es el pecado. Una de las definiciones bíblicas más contundentes acerca de la palabra pecado es la del apóstol Juan: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).7

En otras palabras, el pecado es desobedien-cia y rebeldía. Quien cae en pecado se rebela ante Dios, cae en desaprobación y viola la expre-sa voluntad divina manifiesta en su ley. Pero el pecado no solo es una violación a la ley de Dios. Tiene efectos colaterales impresionantes que deben ser considerados para entender la mane-ra como afecta este mal. El pecado deforma al hombre y lo animaliza haciéndolo generador y víctima de actos irracionales y por ello, reproba-bles ante Dios y ante la sociedad. Y lo más grave de todo esto es que el pecado es universal. Su efecto dañino ha alcanzado a todos los hombres (Romanos 3:10-12) y a la creación misma (Roma-nos 8:19-22).

Además, como seres humanos nacemos con la naturaleza pecaminosa (Salmo 51:5) y por ello inclinados a pecar (Jeremías 13:23). La natura-leza del pecado es espiritual porque afecta la integridad moral del hombre y lo enemista con Dios (Romanos 8:7; Santiago 4:4). De esta forma, el pecado no solo es un acto de desobediencia y rebeldía, sino que somete a esclavitud a quien lo practica, lo degrada y termina corrompiendo a la persona total.

Esperanza Segura

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El fruto del pecado

Iván Karamazov, personaje de la novela Los hermanos Karamazov, del escritor ruso Dostoye-vsky, gime desalentado y dice: “Si el dolor de los niños es necesario a la cantidad de dolor que los hombres deben reunir para llegar a Dios, enton-ces yo afirmo que ese Dios no vale la pena”. La primera razón humana es hacer responsable a Dios de todo cuanto haga sufrir al hombre. Pero no es así. El infortunio tiene una explicación. El Señor Jesús identificó plenamente al autor del mal con la parábola de la cizaña. Al llegar al campo y ver la cizaña entre las plantas buenas, el dueño dice: “Un enemigo ha hecho esto” (Ma-teo 13:28).

Los eventos azarosos, el dolor y el fracaso, el quebranto y la muerte son resultado directo del pecado. Los acontecimientos inexplicables como la enfermedad terminal de un niño, el odio entre naciones y los eventos de la natura-leza que arrasan la vida de miles, tienen su re-ferente en el mal. La violencia intrafamiliar, los asesinatos y todo cuanto afecte la estabilidad emocional y la tranquilidad de los pueblos, son resultado de la efervescente mente humana que busca ir de continuo al mal.

El apóstol Pablo escribió: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Luego dijo: “Por tanto, como el pecado en-

“Arrepentirnos es recono-cer que hemos obrado mal, que hemos lastimado a alguien y que nos duele profundamente en el corazón”.

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tró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hom-bres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). ¿Por qué muere el hombre pecador? La razón estriba en el hecho de la naturaleza del pecado. Su naturaleza es espiritual y separa al hombre de Dios (Isaías 59:2), el único sustento posible para la existencia humana en todas las formas posibles. Sin Dios, el hombre no puede vivir ni ser salvo.

Liberación del pecado

El pecado, que causa en el hombre un esta-do de alienación ante Dios, no puede ser erra-dicado por medios humanos. Ni las ciencias de la mente, ni ninguna otra terapia que busque liberación de culpas o cargos de conciencia pueden eliminar el mal en el alma humana. En ese sentido, la Biblia dice: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (Jeremías 2:22). ¡Qué terrible es tener en nosotros lo que no deseamos llevar! El pecado es eso: un mal que no podemos eliminar de nuestro ser.

Solo hay una solución; la única, y es a la que menciona el apóstol Pablo cuando declara con agonía y victoria: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:24, 25). El remedio proviene del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo. Según el apóstol Juan, “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Y es así. La misión de Cristo, al venir a este mundo, fue la de salvar al mundo de sus pecados mediante su muerte ex-piatoria.

Por demás está decir que Cristo, con su muer-te en la cruz, y al haber derramado su sangre a favor del hombre, satisfizo amplia y satisfacto-riamente la deuda que condenaba a la muerte eterna a la raza humana. Desde aquel entonces, y desde la cruz del Calvario, el hombre que vea a Cristo y lo reclame como su Salvador único y su-ficiente, puede encontrar la paz y la sanidad de sus pecados e iniciar una vida nueva. El primer paso para la esperanza humana, está en aceptar el Don celestial concedido para los que creen en el poder de Cristo.

Arrepentimiento

Arrepentirnos es reconocer que hemos obra-do mal, que hemos lastimado a alguien y que nos duele profundamente en el corazón. Del pecado solo se libera a través del reconocimien-to de que somos pecadores y que aceptamos el remedio único ofrecido por la sangre de Je-sucristo. El tema del pecado y la necesidad del hombre sobrepasa por mucho las épocas y los tiempos. El hombre posmoderno está necesita-do de salvación, no importa que intente desteñir el carmesí vivo y palpitante del pecado llamán-dolo con eufemismos.

A los hombres de todas las épocas se les lla-ma al arrepentimiento. “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pe-cados; para que vengan de la presencia del Se-ñor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hechos 3:19, 20). Luego, Jesucristo, que ascendió solo la cuesta del Calvario en aquel ominoso día de muerte, que murió y resucitó victorioso, invita al hombre pecador agobiado y doliente con estas palabras infinitas: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Vale la pena oír esta voz y obedecerla; nos conviene a todos.

Notas:1. El primero que hizo una lista de de ocho pasiones hu-

manas pecaminosas fue Evagrio del Póntico (siglo IV d. C.), asceta llamado “El Solitario”. Más adelante, en el siglo VI d. C., el Papa Gregorio I la reformuló y quedó como es conocida ahora. Los pecados capitales son: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.

2. Proceso cultural que para algunos inicia a partir de los 70’s. Surge según por razón del fracaso del proyecto modernista. Entre las características de este evasivo movimiento se destaca a la verdad, no como real-mente se dice ser, sino como nos parece a nosotros. En otras palabras, la verdad no es universal sino un contexto que nos ayuda a tomar decisiones. Dicho de otro modo, cada quién decide y actúa según su pro-pio contexto y verdad.

3. “El Vaticano no ha publicado una nueva lista de los siete pecados capitales”, 11 marzo 2007, http://www.zenit.org/article-26638?l=spanish

4. “Quien no recicle basura irá al infierno”, http://w w w . e l m u n d o . e s / e l m u n d o / 2 0 0 8 / 0 3 / 1 1 /internacional/1205200007.html

5. James Leo Garret, Teología sistemática, t. 1 (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 2006), p. 476.

6.http://rober tdavi la .globered.com/categoria .asp?idcat=419

7. Las citas bíblicas referidas en este artículo son de la versión Reina Valera 1960.

Esperanza Segura

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“¡Yo no estoy lista para morir!”, dijo Clau-dia, desde su lecho de enfermedad a

su madre por demás apesadumbrada. Y agregó, con voz apagada: “Aún tengo cosas importantes que hacer y además me gustaría casarme”.

La muerte es un evento que sobreviene cuando menos se lo espera. Afecta a todos sin importar condición humilde o encumbrada. Esta puede llegar con aviso o sin él. En la Biblia hay una historia que ilustra este tema tan espe-cial. Ezequías, rey de Judá, fue uno de los que tuvo el “privilegio” de ser advertido acerca de su muerte. El mensajero fue Isaías. El profeta le transmitió el siguiente mensaje: “Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás” (2 Reyes 20:1).1 Sin más explicaciones, el rey enten-dió que moriría.

¿En qué piensa el hombre cuando se enfren-ta al final de la vida? Los sentimientos y emocio-nes deben ser encontrados. La muerte es una amenaza constante. El hombre vive con temor a la violencia, a la enfermedad, a los accidentes, al avance de la edad que no se detiene. Todos estos eventos lo someten a un estado de expec-tativas difíciles de explicar.

Adan Dyck Gámez

antela Muerte

ESPERANZA

“La muerte es un evento que sobreviene cuando menos se lo espera. Afecta a todos sin importar condición humilde o encumbrada”.

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Ante el sorpresivo anuncio, Ezequías clamó: “Oh Señor, te ruego que recuerdes que anduve ante ti fielmente con íntegro corazón, e hice lo que te agrada. Y lloró Ezequías con gran lloro” (2 Reyes 20:3).

En su lugar, seguramente nosotros también hubiéramos reaccionado igual. En su angustia, el rey trató de presentar los argumentos más convincentes, buscando que Dios revirtiera la orden divina. Es decir, así como Claudia, el rey Ezequías tampoco quería morir.

pecador arrepentido y creyente”.2 La vida eterna está reservada solo para aquellos que reconoz-can su pecado, se arrepientan y acepten a Cristo como su Salvador.

¿Fue el íntegro corazón del rey lo que hizo que Dios cambiara de parecer? No. En realidad, Dios nos ama a pesar de ser pecadores. Una fra-se, quizá trillada, pero de contenido cierto es la que dice que Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador. No merecemos la salvación, pero si nos arrepentimos, Dios nos la concede por gra-cia (Efesios 2:9). Entonces, ¿por qué sanó Dios al rey Ezequías? “Por amor a mí mismo”, según dice Isaías en 2 Reyes 20:6. Según el apóstol Pablo, aunque somos pecadores, llegamos a ser “justi-ficados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada por Cristo Jesús” (Roma-nos 3:23-25). A esto se le llama gracia. Por amor a sí mismo y en su amor, nos redime y busca salvarnos de nuestros pecados. Es por eso que llegamos a ser libres de la muerte eterna, por la muerte de Cristo.3

Dios nos puede ayudar

Somos víctimas del pecado y de sus conse-cuencias. Nos equivocamos, ofendemos, pensa-mos solo en nosotros mismos, somos esclavos de vicios, llegamos a ser odiosos y despreciables. Pero hay Alguien que ha pensado en nuestra in-capacidad para librarnos del aguijón terrible de la muerte eterna. Dios es ese Alguien que nos puede ayudar. Dice un texto maravilloso: “Cris-to dio su vida para que el hombre tuviese otra oportunidad de probar su lealtad. No murió en la cruz para abolir la ley sino para ofrecer al hom-bre una segunda probación. No murió para con-vertir el pecado en un atributo inmortal; murió para asegurar el derecho de destruir al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo”.4

“Ni yo te condeno”

Jesús se encontraba en el templo, temprano por la mañana, después de regresar del monte de los Olivos. Los líderes del templo le trajeron a una mujer tomada en adulterio. Arrastrándola con violencia y elevando la voz para que todos pudieran escuchar, le dijeron a Jesús: “¡Moisés nos mandó apedrear a estas mujeres! ¿Qué dices tú?” (Juan 8:5).

Los que la seguían levantaban sus piedras para lanzarlas contra la mujer. Era un hecho, la mujer debía morir. La pregunta se repitió varias veces con el propósito de que todos la escucha-

¿Es la muerte un castigo de Dios?

La Biblia dice que “La paga del pecado es muerte. Pero el don gratuito de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). La muerte del pecador es la paga del pe-cado. Así que, negativa y aborrecible como es, la muerte no puede ser un castigo de Dios, porque él no desea que el pecador muera, sino que le ofrece la vida eterna. La experiencia del rey Eze-quías muestra que Dios no desea la muerte de los pecadores y busca salvarlos diligentemente.

“Antes que Isaías saliera del patio central, vino palabra del Señor a Isaías que le dijo: Vuelve y di a Ezequías príncipe de mi pueblo: Así dice el Señor el Dios de David tu padre: He oído tu ora-ción y he visto tus lágrimas. Yo te sano y al tercer día subirás a la casa del Señor. Agregaré quince años a tus días y te libraré del rey de Asiria a ti y a esta ciudad por amor a mí mismo y a mi siervo David” (2 Reyes 20:4-6).

Tomando en cuenta la amorosa actitud di-vina, solo nos queda admirar la benevolencia de un Dios amante que no desea la muerte del pecador. Una reconocida escritora cristiana dice quién es el que recibe la vida eterna: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna, por medio de Jesucristo, para el

Esperanza Segura

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ran. ¿Qué dices tú Jesús? ¿Que muera? El mo-mento era decisivo. Lo que Jesús dijera, sentaría base para tratar de ahí en adelante al pecador. ¿Su sentencia favorecería a la mujer o la hundiría más?

Jesús parecía ignorar la pregunta. Se inclinó con paciencia para escribir algo en el suelo, de forma que todos pudieran leer. Luego se incor-poró y dijo: “El que de vosotros esté sin pecado, tírele la primera piedra” (Juan 8:7). Sobre el pol-vo había una lista de pecados que culpaba a los acusadores. Después de un silencio sepulcral, uno a uno se fue retirando, mientras los verdu-gos soltaban las piedras preparadas para matar.

Con ternura y autoridad celes-tial, Jesús se acercó a la mujer pecado-ra y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11). En otras palabras: ¡Eres libre! Yo te justifico y te perdono. Aquel acto misericordioso de Cris-to, “fue para ella el principio de una nueva vida, una vida de pureza y paz, consagrada al servicio de Dios. Al levantar a esta alma caída, Jesús hizo un milagro mayor que al sanar la más grave en-fermedad física. Curó la enfermedad espiritual que es para muerte eterna. Esa mujer penitente llegó a ser uno de sus discípulos más fervientes. Con amor y devoción abnegados, retribuyó su misericordia perdonadora”.5

Eso es lo que Jesús puede hacer por noso-tros. La pesada carga de pecado que nos agobia e inhabilita, es la que Jesús quiere eliminar ahora mismo de nosotros. Solo tenemos que pedirlo.

¡Quiero prepararme para vivir eternamente!

La Biblia habla de un juicio. Dice que tendre-mos que dar cuenta de nuestros actos ante Dios (2 Corintios 5:10). Esto significa que todo lo que hayamos hecho en vida, bueno o malo, será juz-gado por Dios. Si saliéramos deudores ante él, ¿quién pagará la diferencia? Dios no paga dife-rencias; él paga el total por amor nuestro, si nos arrepentimos. La oportunidad es ahora.

Hoy debiéramos ponernos a cuenta con Dios, para que cuando venga el gran juicio, nuestro Abogado, que es Cristo, nos pueda justificar. Es ahora cuando debemos comenzar una nueva vida, arrepintiéndonos de nuestros pecados a fin de vivir una nueva vida en Cristo. Es impor-tante recordar que el perdón de pecados viene solo después de habernos arrepentido.6

No podemos detener la muerte, pero sí po-demos aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal. No podemos vencer la muerte con nuestras fuerzas, pero en el nombre de Cristo seremos más que vencedores. Las palabras del apóstol Pablo son alentadoras: “¿Muerte, dónde está tu aguijón? ¿Sepulcro, dónde está tu victo-ria? [...]. Mas gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corin-tios 15:55, 57).

Una invitación amorosa

¿Quieres que Jesús te ayude? No luches más contra su amor. Entrégate hoy a él. Vive su gracia y su perdón. Experimenta el regalo de su amor. Sé libre. Solo así estarás preparado para aceptar el momento y lo que él disponga para tu vida.

Hagamos nuestra esta oración:“Señor, mi vida está en tus manos. He deci-

dido dejar de luchar por mí mismo. Toma tú el control. He hecho cosas que no debo y no pue-do vivir más así. ¡Perdóname! Sé que tu gracia es infinita y no la merezco. Acepto hoy tus pla-nes para mi vida. Es cierto, no quiero morir. Quie-ro vivir eternamente, estoy en tus manos ahora. Sea tu obra hecha en mí. Amén”.

Notas:1. Las citas bíblicas han sido tomadas de las versiones

Traducción al lenguaje actual y Reina Valera 1960 res-pectivamente.

2. Elena G. de White, La maravillosa gracia, p. 158.3. ______________, Recibiréis poder, p. 355.4. ______________, La fe por la cual vivo, p. 31.5. ______________, El Deseado de todas las gentes, p.

427.6. Morris Venden, 95 tesis acerca de la justificación por la

fe, p. 98.

“Esperanza ante la muerte”

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Una familia cristiana, procedente del estado de Tabasco, visitó el estado de Chihuahua en diciembre. Mientras pa-

saba por las huertas de manzanas, el padre de familia reflexionaba en silencio sobre la razón por la cual, según él, todos los árboles lucían sin vida. No encontraba la razón que explicara por qué Dios había permitido que esa gente que vivía de la cosecha de manzana, pasara por se-mejante crisis. “¿Qué pecado habrán cometido” –reflexionaba en silencio– “para que todos sus árboles se les hayan secado?”.

La visita se repitió ese mismo año, pero ahora en verano. Para su sorpresa, encontró los árboles de manzana, antes “secos”, ahora llenos de abun-dante follaje y hermosos frutos. No podía creer-lo. Confundido, preguntó a su anfitrión sobre lo sucedido. ¿Por qué unos meses atrás los árboles estaban secos y ahora todos estaban hermosa-mente vivos y adornados con hojas y frutos?

Los árboles de manzana, en invierno, vistos de lejos, aparentan estar muertos. La falta de ho-jas y frutos hace pensar, a los que no están fami-liarizados con su ciclo, que están sin vida. Pero, pasado el invierno, las hojas y los frutos vuelven a aparecer y estas evidencias dicen que el árbol está vivo. Sucede lo mismo en la vida cristiana. La obediencia a los mandamientos de Dios, cuyo fruto son las buenas obras, manifiesta la vida del alma. Por el contrario, la falta de obediencia a los requerimientos de Dios, es muestra de muerte espiritual.

El apóstol Santiago da la siguiente explica-ción: “Así también la fe por sí sola, si no tiene

obras, está muerta”, y agrega: “muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras” (Santiago 2:17, 18).1

Las diez palabras

A lo que hoy llamamos “diez mandamientos”, Dios los llamó “las diez palabras”, y transmite el sentido, no tanto de una serie de imperativos cuya desobediencia implicaba un castigo o una pena, sino “instrucciones” para el buen vivir. El término hebreo que se usa es debarim (“pala-bras”). La Septuaginta (Biblia griega del Antiguo Testamento), emplea el término logos (“pala-bra”) y no nomos (“ley”) o entoleé (“mandamien-tos”), con lo que se infiere que Dios trataba a su pueblo Israel, no como esclavo que requería de imperativos que los castigara, sino como seres inteligentes y libres cuyo elevado destino de-mandaba dirección divina para guiar sus vidas.

El término Toráh, como se le conoce a la ley judía, comprendía un paquete de enseñanzas e indicaciones que Dios otorgó a Israel a través de Moisés con el fin de regular las relaciones entre los individuos y su Dios, a fin de hacer de ellos un pueblo especialmente bendecido y redimido.

En ese paquete de instrucciones y enseñan-zas otorgadas a Israel, se incluían los diez man-damientos como un resumen perfecto de la voluntad divina, pues en ellos se encuentran re-sumidos todos los objetivos que la Toráh preten-día. No son una serie de reglas asfixiantes, sino enseñanzas a seguir para tener una vida llena de bendiciones.

nos hacequeLa Ley

LIBRESRené Beltrán Félix

“La obediencia a los mandamientos de Dios es la muestra más notable de la salvación que experimenta el alma”.

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El Dr. Mario Veloso, escribe: “En una ley2 mo-ral de solo 10 mandamientos, Dios abarca todos los deseos y actividades de la familia humana”.3 En otras palabras, la Toráh es la ampliación del decálogo.4

Cuando el No, otorga mayor libertad

Ocho de los diez mandamientos inician di-ciendo “no”. Pese a que este sentido de negación haga sentir mal a algunos, llama la atención que Dios decidiera presentarlos como negaciones y no como imperativos.

Esto es muy significativo, ya que las prohi-biciones ofrecen mayor libertad que los impe-rativos. Es decir, una orden ofrece solo dos op-ciones: obedecer o desobedecer, en tanto que una negación cierra una opción mientras deja abiertas todas las demás. Como ejemplo, pode-mos citar la prohibición que el Señor hiciera a nuestros primeros padres de comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gén. 2:17). De todos los árboles que existían en el huerto de Edén, solo uno se les prohibió, dejando a todos los demás para su libre acceso.

Futuro con esperanza

El decálogo no solo está redactado en prohi-biciones en vez de imperativos, sino que además enfatizan “acciones aún no realizadas”. Es decir, están en futuro en vez de presente. Por ejemplo, en vez de decir “no tengas dioses ajenos”, “no ma-tes”, “no robes”, “no cometas adulterio”, dice “no

tendrás dioses ajenos”, “no matarás”, “no robarás”, “no cometerás adulterio” (énfasis añadido).

Este hecho es muy alentador, pues nos per-mite vislumbrar a un Dios paciente con sus hijos, conocedor de la debilidad humana, que ofre-ce de antemano la oportunidad de corregir un presente fallido. Y como lo escribe Roberto Ba-denas, “Por la forma futura en la que está redac-tado expresa que no se está imponiendo sino proponiendo”.5

La enseñanza bíblica aquí no carece de sig-nificado y merece nuestra consideración. Dios cree en el desarrollo espiritual de sus hijos, y en el decálogo expresa su confianza en un futuro mejor donde sus hijos, por su comunión con él e inspirados por su amor, pueden ser mejores que hoy, pues conoce el poder de su gracia obrando en el corazón humano.

El papel de la ley en la salvación

En el cristianismo existen dos errores muy comunes con respecto a la relación que existe entre la ley de Dios y la salvación. El primero tiene que ver con la idea de que la fe en Jesús exime al creyente de la obediencia a los manda-mientos de Dios, y en vista de que la salvación se obtiene solo por la gracia, las buenas obras no tienen nada que ver con ella.

El segundo, y no por ello menos peligroso ni menos popular, consiste en creer que las bue-nas obras, producto de la obediencia a la ley de Dios, recomiendan al creyente para obtener la salvación. En otras palabras, la salvación la otor-

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ga Dios a todos aquellos individuos que por su buen comportamiento “merecen” ser salvos.

Existe una tercera posición, la cual sostiene que la salvación es el don gratuito que Dios otor-ga al creyente sincero que acepta por fe la justi-cia de Cristo y al permanecer unido a él, experi-menta un cambio que se manifiesta en una vida de continua obediencia a su ley. La salvación lle-ga primero y las buenas obras después. Una au-tora captó bien este punto cuando escribió: “No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe, pero la obediencia es el fruto de la fe”.6 Las buenas obras testifican de la salvación que ya ha experimentado el alma.

Promesa, no prueba de amor

La naturaleza humana caída no quiere obe-decer a Dios ni tampoco puede. Leo Morris dice acertadamente: “somos salvos por la gracia y juzgados por las obras”.7 Esto se aclara cuando leemos la declaración de Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan14:15, cursiva añadida). Al leer esta declaración, nos hace sentir que Jesús espera que el ser humano demuestre su amor por él, guardando sus mandamientos.

Pero hay buenas noticias. Jesús no está pi-diendo una prueba de amor, sino expresando

(terésete), que aquí es traducido como “guardad”, no es un imperativo sino un término que implica futuro, y esto cambia completamente el signifi-cado. Lo que Jesús realmente dijo, de acuerdo con la Nueva Versión Internacional fue: “Si uste-des me aman, obedecerán mis mandamientos” y la Reina Valera Actualizada dice: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (el énfasis es añadido).

Este mismo mensaje lo apoyó también el apóstol Juan, cuando escribió: “Si afirmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en prácti-ca la verdad” (1Juan1:6),y más adelante agrega: “El que afirma: ‘Lo conozco’, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad […] el que afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió” (1Juan 2:4, 6; ver Juan 14:21; 13:44). Sobre este punto George R. Knight, catedrático retirado de la Universidad de Andrews, señala: “Si las personas han sido salvas, su vida producirá evidencia de que han interiori-zado la gracia y el amor de Dios”.8

La obediencia a los mandamientos de Dios es la muestra más notable de la salvación que

experimenta el alma. No se obedecen los man-damientos para ser salvos, sino porque ya se es; no para amar a Dios, sino porque ya se le ama. Estamos, pues, ante una ley que conduce a la es-peranza porque nos induce a confiar en Cristo y a obedecerle por amor.

¿Qué es más valioso?

Se cuenta que un rey necesitaba un tesore-ro para su reino. Dos candidatos comparecieron ante el monarca para ser entrevistados y exami-nados públicamente por él. Al primero, le pidió el rey que se acercara, a la vez que colocaba una hermosa y muy costosa perla en sus manos. Luego le ordenó: “Rómpala en el piso”. Cuidando no descalificarse como administrador financiero del reino, respondió al rey que eso no convenía a las finanzas del reino.

Pidió al segundo candidato que se aproxi-mara, a la vez que le imponía la misma prueba. El segundo hombre inmediatamente golpeó la perla contra el piso, y ante la mirada acusadora de los presentes, quienes mirándose unos a otros criticaban su atrevimiento, el extraño sujeto les preguntó:“¿Qué es más valioso, la perla o la or-den del rey?” Su conducta justificó que le dieran la administración de las finanzas del reino.

No debe ser diferente en la vida cristiana. Cuando nuestra naturaleza no santificada nos presente como mejor alternativa dar prioridad a nuestros gustos, tendencias o intereses en descuido de las indicaciones de Dios, debemos preguntarnos: “¿Qué es más valioso, la perla o la orden del rey?”

Notas:1. Las citas bíblica usadas en este artículo, fueron toma-

das de la Nueva Versión Internacional (NVI), salvo en los casos donde se indique lo contrario.

2. De acuerdo con el criterio de la Biblia NVI, usaremos “ley” con minúscula en todos los casos.

3. Para ampliar sobre este tema, ver Mario Veloso, Tra-tado de Teología Adventista, “La ley de Dios”, pp. 517-555.

5. Roberto Badenas, Más allá de la ley (Madrid, ES: Edito-rial Safeliz, 2000), p. 75.

6. Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 61.7. Citado por George R. Knight, La visión apocalíptica y la

castración del adventismo (México, D.F.: Gema Edito-res, 2009), p. 113.

8. Ídem.

Esperanza Segura

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salvación. En otras palabras, la salvación la otor-ga Dios a todos aquellos individuos que por su buen comportamiento “merecen” ser salvos.

Existe una tercera posición, la cual sostiene que la salvación es el don gratuito que Dios otor-ga al creyente sincero que acepta por fe la justi-cia de Cristo y al permanecer unido a él, experi-menta un cambio que se mani�esta en una vida de continua obediencia a su ley. La salvación lle-ga primero y las buenas obras después. Una au-tora captó bien este punto cuando escribió: “No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe, pero la obediencia es el fruto de la fe”.6 Las buenas obras testi�can de la salvación que ya ha experimentado el alma.

Promesa, no prueba de amor

La naturaleza humana caída no quiere obe-decer a Dios ni tampoco puede. Leo Morris dice acertadamente: “somos salvos por la gracia y juzgados por las obras”.7 Esto se aclara cuando leemos la declaración de Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan14:15, cursi-va añadida). Al leer esta declaración, nos hace sentir que Jesús espera que el ser humano de-muestre su amor por él, guardando sus manda-mientos.

Pero hay buenas noticias. Jesús no está pi-diendo una prueba de amor, sino expresando una promesa. El término griego (te-résete), que aquí es traducido como “guardad”, no es un imperativo sino un término que implica futuro, y esto cambia completamente el signi�-cado. Lo que Jesús realmente dijo, de acuerdo con la Nueva Versión Internacional fue: “Si uste-des me aman, obedecerán mis mandamientos” y la Reina Valera Actualizada dice: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (el énfasis es añadido).

Este mismo mensaje lo apoyó también el apóstol Juan, cuando escribió: “Si a�rmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en prácti-ca la verdad” (1Juan1:6),y más adelante agrega: “El que a�rma: ‘Lo conozco’, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tie-ne la verdad (…) el que a�rma que permanece en él, debe vivir como él vivió” (1Jn 2:4, 6; ver Juan 14:21; 13:44). Sobre este punto George R. Knight, catedrático retirado de la Universidad de Andrews, señala: “Si las personas han sido salvas, su vida producirá evidencia de que han interiori-zado la gracia y el amor de Dios”.8

La obediencia a los mandamientos de Dios es la muestra más notable de la salvación que experimenta el alma. No se obedecen los mandamientos para ser salvos, sino porque ya se es; no para amar a Dios, sino porque ya se le ama. Estamos, pues, ante una ley que conduce a la es-peranza porque nos induce a con�ar en Cristo y a obedecerle por amor.

¿Qué es más valioso?

Se cuenta que un rey necesitaba un tesore-ro para su reino. Dos candidatos comparecieron ante el monarca para ser entrevistados y exami-nados públicamente por él. Al primero, le pidió el rey que se acercara, a la vez que colocaba una hermosa y muy costosa perla en sus manos. Luego le ordenó: “Rómpala en el piso”. Cuidando no descali�carse como administrador �nanciero del reino, respondió al rey que eso no convenía a las �nanzas del reino.

Pidió al segundo candidato que se aproxima-ra, a la vez que le imponía la misma prueba. El se-gundo hombre inmediatamente golpeó la perla contra el piso, y ante la mirada acusadora de los presentes, quienes mirándose unos a otros criti-caban su atrevimiento, el extraño sujeto les pre-guntó:“¿Qué es más valioso, la perla o la orden del rey?” Su conducta justi�có que le dieran la administración de las �nanzas del reino.

No debe ser diferente en la vida cristiana. Cuando nuestra naturaleza no santi�cada nos presente como mejor alternativa dar prioridad a nuestros gustos, tendencias o intereses en descuido de las indicaciones de Dios, debemos preguntarnos: “¿Qué es más valioso, la perla o la orden del rey?”

Notas:1. Las citas bíblica usadas en este artículo, fueron toma-

das de la Nueva Versión Internacional (NVI), salvo en los casos donde se indique lo contrario.

2. De acuerdo con el criterio de la Biblia NVI, usaremos “ley” con minúscula en todos los casos.

3. Para ampliar sobre este tema, ver Mario Veloso, Tra-tado de Teología Adventista, “La ley de Dios”, pp. 517-555.

4. Término griego que signi�ca “diez palabras”, forma-do por las palabras (deca) que signi�ca “diez” y

(logos) que signi�ca “palabra”.5. Roberto Badenas, Más allá de la ley (Madrid, ES: Edito-

rial Safeliz, 2000), p. 75.6. Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 61.7. Citado por George R. Knight, La visión apocalíptica y la

castración del adventismo (México, D.F.: Gema Edito-res, 2009), p. 113.

8. Ídem.

Esperanza Segura

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salvación. En otras palabras, la salvación la otor-ga Dios a todos aquellos individuos que por su buen comportamiento “merecen” ser salvos.

Existe una tercera posición, la cual sostiene que la salvación es el don gratuito que Dios otor-ga al creyente sincero que acepta por fe la justi-cia de Cristo y al permanecer unido a él, experi-menta un cambio que se mani�esta en una vida de continua obediencia a su ley. La salvación lle-ga primero y las buenas obras después. Una au-tora captó bien este punto cuando escribió: “No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe, pero la obediencia es el fruto de la fe”.6 Las buenas obras testi�can de la salvación que ya ha experimentado el alma.

Promesa, no prueba de amor

La naturaleza humana caída no quiere obe-decer a Dios ni tampoco puede. Leo Morris dice acertadamente: “somos salvos por la gracia y juzgados por las obras”.7 Esto se aclara cuando leemos la declaración de Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan14:15, cursi-va añadida). Al leer esta declaración, nos hace sentir que Jesús espera que el ser humano de-muestre su amor por él, guardando sus manda-mientos.

Pero hay buenas noticias. Jesús no está pi-diendo una prueba de amor, sino expresando una promesa. El término griego (te-résete), que aquí es traducido como “guardad”, no es un imperativo sino un término que implica futuro, y esto cambia completamente el signi�-cado. Lo que Jesús realmente dijo, de acuerdo con la Nueva Versión Internacional fue: “Si uste-des me aman, obedecerán mis mandamientos” y la Reina Valera Actualizada dice: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (el énfasis es añadido).

Este mismo mensaje lo apoyó también el apóstol Juan, cuando escribió: “Si a�rmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en prácti-ca la verdad” (1Juan1:6),y más adelante agrega: “El que a�rma: ‘Lo conozco’, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tie-ne la verdad (…) el que a�rma que permanece en él, debe vivir como él vivió” (1Jn 2:4, 6; ver Juan 14:21; 13:44). Sobre este punto George R. Knight, catedrático retirado de la Universidad de Andrews, señala: “Si las personas han sido salvas, su vida producirá evidencia de que han interiori-zado la gracia y el amor de Dios”.8

La obediencia a los mandamientos de Dios es la muestra más notable de la salvación que experimenta el alma. No se obedecen los mandamientos para ser salvos, sino porque ya se es; no para amar a Dios, sino porque ya se le ama. Estamos, pues, ante una ley que conduce a la es-peranza porque nos induce a con�ar en Cristo y a obedecerle por amor.

¿Qué es más valioso?

Se cuenta que un rey necesitaba un tesore-ro para su reino. Dos candidatos comparecieron ante el monarca para ser entrevistados y exami-nados públicamente por él. Al primero, le pidió el rey que se acercara, a la vez que colocaba una hermosa y muy costosa perla en sus manos. Luego le ordenó: “Rómpala en el piso”. Cuidando no descali�carse como administrador �nanciero del reino, respondió al rey que eso no convenía a las �nanzas del reino.

Pidió al segundo candidato que se aproxima-ra, a la vez que le imponía la misma prueba. El se-gundo hombre inmediatamente golpeó la perla contra el piso, y ante la mirada acusadora de los presentes, quienes mirándose unos a otros criti-caban su atrevimiento, el extraño sujeto les pre-guntó:“¿Qué es más valioso, la perla o la orden del rey?” Su conducta justi�có que le dieran la administración de las �nanzas del reino.

No debe ser diferente en la vida cristiana. Cuando nuestra naturaleza no santi�cada nos presente como mejor alternativa dar prioridad a nuestros gustos, tendencias o intereses en descuido de las indicaciones de Dios, debemos preguntarnos: “¿Qué es más valioso, la perla o la orden del rey?”

Notas:1. Las citas bíblica usadas en este artículo, fueron toma-

das de la Nueva Versión Internacional (NVI), salvo en los casos donde se indique lo contrario.

2. De acuerdo con el criterio de la Biblia NVI, usaremos “ley” con minúscula en todos los casos.

3. Para ampliar sobre este tema, ver Mario Veloso, Tra-tado de Teología Adventista, “La ley de Dios”, pp. 517-555.

4. Término griego que signi�ca “diez palabras”, forma-do por las palabras (deca) que signi�ca “diez” y

(logos) que signi�ca “palabra”.5. Roberto Badenas, Más allá de la ley (Madrid, ES: Edito-

rial Safeliz, 2000), p. 75.6. Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 61.7. Citado por George R. Knight, La visión apocalíptica y la

castración del adventismo (México, D.F.: Gema Edito-res, 2009), p. 113.

8. Ídem.

Esperanza Segura

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“Supongamos que estoy conduciendo por la ciudad donde vivo —dice un autor. Imagine que llego a un cruce y el semáforo está en rojo. Me paro y espero a

que cambie. Cuando se pone en verde, continúo; pero luego, al cabo de medio kilómetro, hay otro semáforo que también está en rojo. Esta vez no me detengo, sino que, sin más, sigo adelante. Como puede imaginar, al instante, detrás de mí, veo un automó-vil con unas luces centelleantes sobre la capota. Se trata de un agente de policía. Hace que me detenga junto a la acera. Bajo el cristal de la ventanilla, me pide mi permiso de conducir y me dice que me pondrá una multa por haberme saltado el semáforo en rojo. ‘Pero, agente’, replico yo, ‘no sé por qué tenía qué detenerme en ese semáforo en rojo. Me detuve en el último y, en lo que a mí respecta, he cumplido la ley. No creo que tenga que detenerme más en ningún semáforo en rojo’. ‘Ridículo’, dirá usted; y con ra-zón. Cuando me detuve en el primer semáforo, cumplí la ley, pero al hacerlo no anulaba la ley. Al contrario, reconocía su validez”.1

La ley de Dios, ¡cómo ha sido objeto de debate a lo largo de la historia! Y no lo sería tanto si no fuera porque hay un día de repo-so de por medio. Un día de adoración y de esperanza, porque de paso, no tendría caso adorar en un día como ese a Alguien que no nos ofrece esperanza, ¿no es así? Es algo, pues, que tiene que ver con la conciencia.

Lemuel Olán Jiménez

“La ley de Dios, ¡cómo ha sido objeto de debate a lo largo de la historia! Y no lo sería tanto si no fuera porque hay un día de reposo de por medio”.

Un Día paraOBEDECER

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La primera parte de esa ley, desde no tener dioses ajenos, no hacerse imágenes, no tomar el nombre de Dios en vano, y adorar a Dios en su día santo (Éxodo 20:1-11), la sección que tiene que ver especialmente con nuestra relación con Dios, es la parte a la cual el hombre no se adapta fácilmente. Si no fuera por el día de adoración que se encuentra en esos primeros mandamien-tos, tal vez la humanidad no estuviera dividida en cuestiones religiosas. Es la parte que más ha querido componer o acomodar el hombre a su particular forma de pensar. Sin embargo, la va-lidez actual de esta ley, no solo incluyendo el cuarto sino todos los demás mandamientos, es algo que merece la más seria consideración y es lo que queremos analizar ahora.

Si un padre o madre tiene hijos que son des-obedientes y estos hijos oyen el mandamiento que dice: “Honra a tu padre y a tu madre” y deci-den guardarlo, ¿crees que obedecerlo beneficia-ría a esos padres o los perjudicaría? Los benefi-ciaría, ¿no es así?

Y si alguien tiene una esposa de buen pare-cer, pero al mismo tiempo hay vecinos que se fijan en ella, pero estos vecinos oyen el manda-miento que dice: “No codiciarás” y “no adulte-rarás”, y deciden guardar esos mandamientos, ¿esto beneficiaría al esposo o lo perjudicaría? Lo beneficiaría, ¿verdad que sí?

Como puedes ver, la ley de Dios es perfecta y nos beneficia. Sin embargo, estos principios son los que muchos pasan por alto cuando la igno-ran o declaran que ha sido abolida. En este caso, queda claro que Cristo no vino a quitarnos una ley que nos beneficia. Al contrario, Jesús mismo dijo: “No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a cum-plir” (Mateo 5:17).

Pero, ¿cuáles son los textos bíblicos que pa-recen indicar que Cristo clavó la ley en la cruz y por lo tanto el día de reposo? Colosenses 2:14 y textos subsiguientes son los que algunos han utilizado para afianzarse en esa postura, espe-cialmente donde dice: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz”.

¿Estás familiarizado con ese argumento? Pa-rece atractivo. Sin embargo, tratándose del día de reposo indicado en la Ley de Dios, la pregun-ta sería: ¿bajo qué ley se podría guardar otro día de adoración que no sea el sábado si Cristo clavó la Ley en la cruz? Se supone que si Cristo abolió la ley no hay más qué observar. ¿No implica que si el hombre establece otro día de adoración esto

viene a convertirse en una ley puramente hu-mana? ¿Puede satisfacer a un adorador sincero guardar una ley establecida por el hombre como si fuera la Ley de Dios?

Para comenzar, el texto dice que Cristo clavó en la cruz algo “que había contra nosotros, que nos era contraria”. Sin embargo, esto no puede referirse a los Diez Mandamientos, porque esos mandamientos nos benefician como hemos ana-lizado previamente.

Pero el texto no se refiere al “día” de reposo, sino a los “días” de reposo. En la Biblia no es lo mismo decir “día de reposo” que “días de reposo”. A decir verdad, los “días” de reposo puede refe-rirse a sábados que podían caer en cualquier día de la semana y no necesariamente al séptimo día establecido en el cuarto mandamiento.

En este sentido, dice la Biblia: “Habla a los hi-jos de Israel y diles: ‘En el séptimo mes, el primer día del mes, tendréis día de reposo, un memo-rial al son de trompetas, una santa convocación’” (Levítico 23:24). Y añade, en el versículo 27: “A los diez días de este séptimo mes será el día de ex-piación; será santa convocación para vosotros, y humillaréis vuestras almas y presentaréis una ofrenda encendida al Señor”.

Según lo anterior, tanto el día primero como el día décimo del séptimo mes, son sábados, uno para la fiesta de las trompetas y el otro para el día de la expiación. Por tanto, pensemos: ¿cómo es posible que en una semana de siete días el pri-mer día del mes séptimo sea sábado y el décimo también? Aquí se refiere a sábados ceremonia-les, es decir, a sábados que podían caer en cual-quier día de la semana. Cabe decir que la semana siempre ha sido de siete días. Entonces, cuando Colosenses 2:17 dice que nadie nos juzgue en cuanto a los “días de reposo” se refiere claramen-te a esos sábados ceremoniales.2

No obstante, hay otro dato que debemos considerar de este versículo: “Todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo”. En esos días de fiesta, como dice Co-losenses 2:16, había sacrificios que eran sombra del gran sacrificio que Jesús realizaría en favor de la raza humana. En esos sacrificios había corde-ros que representaban a Cristo. De paso, afirmar que ahora se puede comer cualquier cosa, basa-dos en Colosenses 2:16, implicaría que un cerdo, por ejemplo, también sería sombra de Cristo, lo cual suena más bien a herejía, ¿no es así? Obvia-mente, ese no es el significado del texto en cues-tión. Todas esas sombras se refieren a sacrificios ceremoniales que representaban a Cristo.

Con lo analizado hasta aquí podemos decir

Esperanza Segura

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que Colosenses 2:14-17 no tiene nada para afir-mar que Cristo clavó la Ley moral, los Diez Man-damientos, en la cruz. El acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, no se refiere a los Diez Mandamientos. Según el contexto, se refiere al registro de pecados que había contra nosotros (Colosenses 2:13 y 16). De hecho, la palabra Ley, si queremos referirnos a ella como lo que se clavó en la cruz (nomos en el idioma griego original), específicamente los Diez Mandamientos, ni siquiera aparece en el libro de Colosenses. Es evidente que el apóstol Pablo no está hablando de eso.

Pasando a otra parte, un argumento que se esgrime a favor de que el primer día de la sema-na es día de reposo es porque Cristo resucitó en domingo, lo cual puede ser interesante, porque siempre que Dios establece una ceremonia o ce-lebración, primero realiza un acto divino, y luego la ordenanza.

En el caso de la creación, vemos a Jesús creando al mundo en siete días (Génesis 2:2-3); ese fue el acto divino. Luego vino la orden de re-posar el sábado (Éxodo 20:8-11). En el caso de la redención, Jesús salvó al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto (Éxodo 12-14; Deutero-nomio 5:15), ese fue el acto divino; luego vino la orden de ratificar al sábado como día de reposo (Deuteronomio 5:12-15).

Más allá de eso, Jesús murió un viernes sal-vando a la raza humana, ese fue el acto divino, y reposó en sábado de toda la obra de la re-dención. Y, ¿luego que pasó? Jesús resucitó el domingo. ¿No debiéramos esperar que hubiera una orden (en este caso de descansar el domin-go) como en los demás ejemplos para tener la certeza de que eso es precisamente lo que Dios quiere? La realidad es que esa orden no existe.3

Así que, debido a que en el libro de Colosen-ses no se aboga (ni en el resto de las Escrituras), por una anulación de los Diez Mandamientos ni por el establecimiento de un nuevo día de repo-so, se entiende que el mandamiento de la Ley de Dios tocante al día sábado como día de reposo se mantiene vigente.

Como una última reflexión sugiero pensar en lo siguiente: ¿Habrá alguna forma de quitarle a Dios el gobierno de sus manos? ¿Y se podrá ha-cer eso sin que parezca un ataque contra el go-bierno divino? Esto puede ocurrir si alguien hace a un lado alguno de los mandamientos de Dios usando la Biblia para justificar su posición, ¿no es cierto? Pues bien, la mejor manera de arreba-tarle a Dios el gobierno de sus manos es como sigue: si Dios permitiera que todos dictaran sus

propias leyes, entonces ya no gobernaría él sino cada uno de nosotros. Pero, ¿autoriza la Biblia tal manera de proceder? No. ¿Pero quién es el que está detrás de todo esto, según la Biblia?

Debemos tener en cuenta que fue Lucifer el que propuso tal cosa en el cielo. Quiso poner su propio trono, su propio gobierno, sus propias leyes haciendo a un lado la ley de Dios (Isaías 14:12-14). Si nosotros pretendemos cambiar las leyes de Dios podemos correr el riesgo de iden-tificarnos con el enemigo de Dios. ¿No debiéra-mos ser cuidadosos?

Para una persona que ama a Dios, nada po-dría ser más importante. No obstante, no debié-ramos guardar la ley (incluyendo el sábado) para salvarnos sino porque hemos entrado al reino de Dios y estamos bajo su gobierno. Ahora, el hecho de que Cristo haya guardado o cumplido la ley no significa que la anuló. Lejos de eso, más bien confirmó su validez. Nosotros, que lo ama-mos a él, debemos guardar el mandamiento del sábado que, hoy por hoy, se ignora a pesar de estar vigente para toda la humanidad. Es el día en el cual celebramos nuestra salvación en Cris-to, la única esperanza del pecador.

Notas:1. Richard O’Ffill, Tras sus huellas (México: Agencia de

Publicaciones México Central, A. C.; Asociación Publi-cadora Interamericana, 2011), p. 113.

2. Ron du Preez, “Is the seventh-day Sabbath a ‘shadow of things to come’?” [¿Es el séptimo día sábado ‘una sombra de lo que ha de venir’?], Interpreting Scriptu-res, Bible Questions and Answers, Vol. 2 (Gerhard Pfan-dl, editor; Silver Spring MD: Biblical Research Institu-te, 2010), pp. 391-397.

3. Samuele Bacchiocchi, The Sabbath Under Crossfire [El Sábado bajo fuego cruzado], (Berrien Spring, MI: Bibli-cal Perspectives, 1998), p. 27.

“La ley de Dios es perfecta y nos beneficia. Sin embargo, estos prin-cipios son los que muchos pasan por alto cuando la ignoran o declaran que ha sido abolida”.

“Un día para obedecer”

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Gerardo era un gran lector. De mente abierta y charla amena, sus conocimientos le permitían hablar casi de cualquier tema con facilidad y elo-cuencia, tal como aquel día que le declaró a mi padre su interés por la lectura de la Biblia, con-fiándole a su vez el desagrado que le inspiraba el libro del Apocalipsis. ¿Le resultaba difícil enten-der ese libro? No, sino que, como se lo confesó a mi padre, al leerlo las cosas le habían quedado tan claras que “prefería no haberlas entendido”.

Cierto, el contenido del libro de Apocalipsis es muy peculiar. Sin embargo, su mensaje, le-jos de atemorizarnos, debiera llevarnos a tomar algunas de las decisiones más importantes de nuestra vida. Declarando categóricamente que solo Dios es digno de recibir nuestra alabanza, pero describiendo también el perverso plan de

Satanás en nuestra contra, el Apocalipsis nos aclara que, al final de la historia, solo habrá dos clases de personas: los que decidieron entregar su vida y seguir por la eternidad a quien es “el ca-mino, la verdad y la vida” (Juan 14:6), y aquellos cuyo fin, al haber rechazado a Cristo, será lamen-tablemente la muerte eterna.

Tan solemne desenlace, dadas las misericor-diosas y urgentes invitaciones de Cristo registra-das en este libro ya mencionado, debiera llevar-nos a reflexionar en torno a nuestras actitudes y prioridades, pero por sobre todo, a procurar que tanto nuestro carácter como nuestra conducta sean precisamente el resultado de conocer per-sonalmente a Cristo, quien pronto ha de volver a este mundo como “Rey de reyes y Señor de se-ñores” (Apocalipsis 19:16).

Alejo Aguilar Gómez

alentadores

TresMENSAJES

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Siendo este el caso, entonces te invito a re-flexionar brevemente en el contenido y en los alcances de algunos de estos trascendentales mensajes, específicamente los registrados en el capítulo 14 del libro de Apocalipsis.

El primer mensaje

Mediante el símbolo de tres ángeles que vue-lan en medio del cielo mientras dan sus mensa-jes, Dios nos dejó en el capítulo 14 de Apocalip-sis una serie de llamados que deberían llevarnos a tomar decisiones de la mayor importancia. Y es que, al estar ubicados justo antes de la descrip-ción de la segunda venida de Cristo (Apocalipsis 14:14-20), estos mensajes están ahí para acla-rarnos el momento en el que serán anunciados, pero también para mostrarnos la relevancia de estos en el destino de quienes pronto hemos de participar de tan glorioso evento. Notemos: “Lue-go vi a otro ángel que volaba en medio del cielo, y que llevaba el evangelio eterno para anunciar-lo a los que viven en la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6; NVI).

Caracterizado por la predicación del evan-gelio, el mensaje del primer ángel nos recuer-da que la salvación eterna consiste en aceptar y honrar a Cristo como aquel que, a fin de que obtuviéramos perdón, estuvo dispuesto a morir por nosotros. Sin embargo, la mención del evan-gelio aquí involucra algo más. Puesto que es “eterno”, la intención del primer ángel es decir-nos que aceptar o rechazar el evangelio es algo con resultados eternos también. De ahí que el texto bíblico nos proporcione más detalles del contenido de este mensaje: “Gritaba a gran voz: Teman a Dios y denle gloria” (Apocalipsis 14:7).

Temer a Dios. ¿Acaso espera el Señor que le tengamos miedo? No, pero siendo que vivimos en una época en la que honrar a Dios es tan in-usual, un tiempo en el cual el materialismo y la búsqueda de los placeres de este mundo pare-cieran algo tan prioritario, el mensaje del primer ángel es una urgente invitación a hacer de Dios el centro de nuestra vida (Eclesiastés 12:13, 14).

Algo lógico, sobre todo al notar otra de las razones que se nos da para hacerlo: “porque ha llegado la hora de su juicio” (Apocalipsis 14:7). Pero, ¿a qué juicio se refiere este pasaje? Tal jui-cio, ¿ya comenzó o va a comenzar?, ¿cuándo y qué relevancia podría tener esto para nosotros?

Dada la estrecha relación que el libro de Apo-calipsis tiene con el libro del profeta Daniel, es posible entender que dicho juicio, también co-nocido en las Escrituras como “el día de la expia-ción” (Levítico 16), se ha estado llevando a cabo en el cielo, desde el año 1844 (Daniel 8:14).

Que a pesar de ser una enseñanza sustenta-da por la Biblia este juicio y su fecha no sean hoy muy conocidos entre los cristianos, no es algo casual. Es más bien una de las razones por las que Apocalipsis predijo que se llamaría la aten-ción de todo cristiano a tan importante juicio, justo antes del regreso de Cristo a esta tierra.

¿Debiera atemorizarnos saber acerca del jui-cio que se está llevando a cabo en el cielo? Defi-nitivamente no. Mucho menos al considerar que este se lleva a cabo “en favor de los santos del Altísimo” (Daniel 7:22). ¿Cómo atemorizarnos de Aquel que, además de salvarnos, también nos creó? De ahí que el primer ángel añada: “Adoren al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manan-tiales” (Apocalipsis 14:7).

La invitación a adorar al Creador en el con-texto del fin de la historia, tampoco es coinci-dencia. Debido a que muchos niegan que Dios haya creado este planeta, y que incluso millones de cristianos consideren que el relato de la crea-ción es congruente con la teoría de la evolución, adorar a Dios en Apocalipsis 14 nos recuerda la importancia de hacerlo, pero de la manera co-rrecta.

Por cuanto la Biblia demuestra que Dios ins-tituyó el sábado para conmemorar su obra crea-dora (Génesis 2:2, 3), al relacionar la creación con la adoración, puede verse que el primer ángel nos insta a adorar a Dios empleando el día que él mismo designó con ese propósito. Sin embar-go, ¿por qué pareciera entonces que la mayoría de los cristianos no consideran importante este

“Mediante el símbolo de tres ángeles que vuelan en medio del cielo mientras dan sus mensajes, Dios nos dejó en el capítulo 14 de Apocalipsis una serie de llamados que deberían llevarnos a tomar decisiones de la mayor importancia”.

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día? El mensaje del segundo ángel tiene al me-nos parte de la respuesta.

El segundo mensaje

“Lo seguía un segundo ángel que gritaba: “¡Ya cayó! Ya cayó la gran Babilonia, la que hizo que todas las naciones bebieran el excitante vino de su adulterio” (Apocalipsis14:8). El mensaje del segundo ángel nos dice que “Babilonia”, el sím-bolo de la confusión espiritual y de la apostasía final, no es lugar para los hijos de Dios. No puede serlo, porque aunque sus engaños pudieran ha-berlos confundido, no sería sabio quedarse ahí, dado que ésta pronto será destruida (Apocalip-sis 18:1-4).

Sí, salir de ella requiere de una valiente deci-sión; una decisión que el cielo espera que tome-mos pronto. Por ello, independientemente de cuánto tiempo y cuán sinceramente hayamos creído en sus engaños, o de cuántos a nuestro alrededor continúen creyendo en ellos, el se-gundo ángel nos invita a abandonar las ense-ñanzas que no tienen como base la Biblia: “¡En esto consiste la perseverancia de los santos, los cuales obedecen los mandamientos de Dios y se mantienen fieles a Jesús!” (Apocalipsis14:12).

Razón por la que, a quienes decidan hacer esto por amor a Aquél que lo arriesgó todo por ellos, a los que comprendan que no basta con creer en Dios, sino que hay que creerle a Dios, el Señor les recuerde entonces lo siguiente: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).

El tercer mensaje

“Los seguía un tercer ángel que clamaba a grandes voces: ‘Si alguien adora a la bestia y a su imagen, y se deja poner en la frente o en la mano la marca de la bestia, beberá también el vino del furor de Dios’” (Apocalipsis14:9-10).

Dado que recibir la “marca de la bestia” dis-tinguirá al final del tiempo a quienes hayan de-cidido identificarse y seguir al enemigo de Dios, el tercer ángel es entonces una solemne exhor-tación a no identificarnos con el mal; una invita-ción a hacer de Cristo el único Señor y guía de nuestra vida.

De ahí que, a la luz de la más grande crisis re-ligiosa de todos los tiempos, el Apocalipsis des-criba a los fieles como hombres y mujeres cuyo carácter estará en armonía con la ley de Dios y que, pese a todas las amenazas y el acoso que sufrirán, mantendrán su lealtad al reino celestial, como aquellos que, en marcado contraste con los que se amolden a las exigencias del enemi-go de Dios, decidirán manifestar vívidamente la “perseverancia de los santos” y una “fidelidad” como la de Jesús (Apocalipsis 14:12).

Sí, en efecto, ¡saber que Cristo volverá pronto es un gran privilegio, pero también una gran res-ponsabilidad! Es algo que debe, a fin de ser con-gruentes con el mensaje de estos tres ángeles, afectar definitivamente nuestro estilo de vida y nuestra misma identidad.

Lamento que comprender todo esto no fuera lo más agradable para Gerardo. Que en nuestro caso, sin embargo, no solo escuchemos el men-saje de estos tres ángeles, sino que, con la ayuda de Dios, también decidamos obedecer lo que estos mensajeros anuncian con tanta urgencia.

“¡Saber que Cristo volverá pronto

es un gran privilegio, pero

también una gran responsabilidad!”

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Jorge Manrique, poeta español del siglo XV, entre muchas de sus poesías, mag-nificó las famosas Coplas por la muerte

de su padre, cuyo referente fue la muerte de su padre, el maestre Don Rodrigo Manrique, para quien son los siguientes versos: “Recuerde el alma dormida,// avive el seso y despierte// con-templando cómo se pasa la vida,// cómo se pasa la muerte tan callando;// cuán presto se va el placer,//cómo, después de acordado, da dolor;//cómo a nuestro parecer// cualquiera tiempo pa-sado fue mejor”.

El tema de la muerte es recurrente en el que-hacer humano, en campos tan diversos como la literatura, la música o la arquitectura. El Taj-Mahal en la India es muestra de esto. Este mo-numento fue dedicado por el emperador Shah Jahan a su esposa fallecida, la sultana Muntaz o Nur Mahal. Pero este tema también ha sido la base de toda clase de creencias y supersticiones que a su vez han generado una serie de tradi-ciones culturales, causando un mare mágnum (estado de confusión) a su alrededor.

En el mundo cristiano la situación no es me-jor; hay confusión al respecto. Son muchos los creyentes que no saben qué pensar con relación a la muerte, a pesar de asegurar que su fe y prác-tica están basadas en la Biblia.

Lo que dice la Biblia acerca de la muerte

La Biblia dice que el hombre fue creado. Según el Texto Sagrado: “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser vivien-te” (Génesis 2:7). ¿Qué implicaciones tiene que el hombre sea un ser creado? Significa que su existencia tiene un inicio; es decir, no es eterno como Dios. Significa que Dios utilizó elementos pre-existentes de la tierra para crear al hombre; significa que su existencia depende de Dios quien sopló en su nariz “aliento de vida” (nes-hamah, en hebreo), mismo que permitió que el hombre llegara a existir como “un ser viviente” (“alma” es néfesh en hebreo).

También es importante recordar que la in-mortalidad no era inherente al hombre; debía ser obediente a Dios si quería conservarla. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del ár-bol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).

De acuerdo con el relato bíblico, la serpiente engañó a Eva diciéndole: “No moriréis” (Génesis 3:4) y ella comió el fruto prohibido. Luego, Adán también comió invitado por su mujer. A partir

“¿De dónde vino la idea de que el hombre tiene “alma inmortal”? Esta es una creencia que Satanás promovió desde el Edén cuando le aseguró a Eva que no moriría, mintiéndole descaradamente”.

¿Estánvivos

los

Enrique I. Bernal Ordorica

MUERTOS?

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de ese momento, la muerte entró a este mun-do por una desobediencia. Como resultado de aquel acto, todas las generaciones, desde Adán hasta nuestros días, han experimentado el te-rrible flagelo de la muerte y de todos los sufri-mientos que la acompañan. Una herencia muy lamentable.

El origen de la creencia en la inmortalidad del hombre

¿De dónde vino la idea de que el hombre tiene “alma inmortal”? Esta es una creencia que Satanás promovió desde el Edén cuando le ase-guró a Eva que no moriría, mintiéndole desca-radamente. La mayoría de las civilizaciones an-tiguas creyeron en “la inmortalidad del alma”. Asirios, babilonios, egipcios y griegos, defendie-ron esa idea. Pero la mayor influencia sobre esta forma de pensar vino de los filósofos griegos, especialmente de Platón.

Para entender el tema de la vida y la muerte, la Biblia utiliza algunos términos relacionados con la existencia del hombre que convienen ser analizados. Por ejemplo, “alma”. El término bíbli-co néfesh (en hebreo) o su equivalente psujé (en griego) significa “hálito de vida o alma”. También utiliza el término ruaj (aliento, espíritu) que apli-ca tanto para seres vivos irracionales como para el hombre (Génesis 1:20, 21, 24, 30; 2:7). Ahora, el hombre no tiene un “alma” sino que él es un “alma”. La palabra describe al individuo, a la per-sona o al ser completo, no una parte indepen-diente de él (Génesis 2:7; Hechos 7:14; 27:37; 1 Pedro 3:20). Se refiere al aliento o respiración (1 Reyes 17:21; Hechos 20:10).

El profeta Ezequiel declaró: “He aquí que to-das las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare esa morirá” (Ezequiel 18:4). ¡Claro está, el alma pue-de morir!, porque el término se refiere a la per-sona completa de un padre o un hijo que pecan contra Dios y que si no se arrepienten dejarán de existir para siempre, lo que Apocalipsis 20:14 lla-ma “la muerte segunda”. Esto es lo que ocurrirá con todos los pecadores que no hayan aceptado la gracia de Dios en Cristo Jesús para salvarse del pecado. Recordemos: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor Nuestro” (Romanos 6:23).

Estimado lector, la única forma en que el ser humano puede tener vida para siempre es me-diante la aceptación de Aquel que es la Fuente de la vida eterna, el Único que tiene vida en sí

mismo, es decir Cristo. El apóstol Juan señaló lo siguiente acerca de Jesús: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios […] En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:1, 3), y luego registró las pala-bras de Jesús: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

El que muere, nada sabe

“Porque los que viven saben que han de mo-rir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio fenecieron ya; y nun-ca más tendrán parte en todo lo que se hace de-bajo del sol […] Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque al Seol, a donde vas, no hay obra, ni trabajo, cien-cia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:5, 6, 10).

También en el libro de los Salmos encontra-mos las siguientes palabras de advertencia: “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su alien-to, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Salmo 146:3, 4). De acuerdo con estas palabras, todas las funciones cesan durante la muerte, por lo tanto, la idea de que el “alma” queda viva es errónea totalmente. Las palabras bíblicas echan por tierra las enseñanzas del espiritismo, que asegura que las almas de los difuntos pueden volver al mundo de los vivos si son invocadas por un médium, y que pueden reencontrarse con sus seres amados.

¿A dónde van los muertos?

Esta es una de las grandes preguntas que el hombre suele plantearse acerca de los muertos. De nuevo las Sagradas Escrituras nos dan una respuesta precisa al respecto.

Dios le dijo claramente a Adán, después de que éste pecó: “Con el sudor de tu rostro come-rás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Este es el triste destino del hombre después de que muere: “volver a la tierra”, no ir al cielo todavía.

La muerte comparada con el sueño

La Biblia usa la metáfora del sueño con re-lación a la muerte. Jesús dijo a sus discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para

Esperanza Segura

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despertarle” (Juan 11:11). Jesús también habló de la muerte como un sueño cuando resucitó a la hija de Jairo. Dijo el Señor: “Apartaos, porque la niña no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de él. Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó” (Mateo 9:24, 25). En ambos ca-sos, las personas estaban realmente muertas. In-cluso, hubo testigos presenciales que pudieron dar fe de lo ocurrido aquella ocasión memora-ble. Esto quiere decir que para Jesús los muertos “duermen” el sueño del cual despertarán en el tiempo postrero.

La esperanza de la resurrección

Jesús habla de la realidad gloriosa de la resu-rrección como la esperanza de aquellos que cre-yeron en él. Esto fue lo que le aseguró a Marta, por causa de la muerte de Lázaro, su hermano: “Yo Soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá” (Juan 11:25).

Luego el apóstol Pablo le escribió a los cristia-nos de Tesalónica lo siguiente: “Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él […] Porque el Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo y los muertos en Cristo resucitarán pri-mero” (1 Tesalonicenses 4:13, 14, 16).

Es pues la resurrección la solución divina para volver a sus hijas e hijos a la vida en ocasión de la segunda venida de Cristo. Es evidente que la resurrección nada tiene que ver con la reencar-nación o transmigración de las almas, creencias relacionadas con falsa idea de “la inmortalidad del alma”.

Un final feliz

El mundo cristiano debe cuestionar seria-mente la enseñanza de “la inmortalidad del alma”, ya que carece de fundamento bíblico. Si el alma continuara viviendo, ¿qué sentido tendría entonces el sacrificio de Jesucristo?; evidente-mente ninguno. Él vino a darnos algo que el pe-cado nos arrebató desde el Edén: la eternidad.

Estimado lector, si quieres tener vida eterna, entrégale tu vida a Cristo. Reconoce que solo mediante su sacrificio es posible que vivas eter-namente. Ahora eleva una oración a Jesús, acep-tándolo como tu Salvador personal. Solo así ten-drás vida eterna y, por sus méritos logrados en la cruz, si eres fiel, vivirás con él por la eternidad.

“Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol”.

“¿Están vivos los muertos?”

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Cuando leí aquella frase me sentí sacudi-do. Por un buen tiempo había pensado que Satanás no tenía interés en la san-

tidad, pero realmente no es así. Pensé también que el ser santo, para el Enemigo, era una con-dición aborrecible de la que trata de alejar a los creyentes con toda dedicación, pero tampoco es así. La frase que leí me decía lo contrario: “Sata-nás quiere que cada transgresor de la ley de Dios pretenda ser santo”.1 Ah, entonces es necesario hacer algunas precisiones. Satanás quiere que pretendamos ser santos, y eso es otra cosa.

En ciertas acepciones la palabra pretender puede significar vanidad. Se relaciona con la apariencia o la fe que no es genuina. Si esto es así, entonces a Satanás le acomoda muy bien que finjamos ser cristianos. También conviene a sus planes que interpretemos la Biblia de mane-ra equivocada para que nuestras conclusiones y prácticas también lo sean. Y lo ha logrado muy bien, puesto que ahora son miles los que inter-pretan la Biblia y sacan conclusiones erróneas acerca de Dios y de la salvación. Esto explica la cantidad de confesiones religiosas que aseguran guiarse bíblicamente con la verdad.

Misael Pedraza Betancourtpeculiar

Un

“La Biblia presenta dos características que deben ser el santo y seña del verdadero pueblo de Dios en la tie-rra. El texto bíblico que nos da la pauta es Apocalip-sis 14: 12: ‘Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.

PUEBLO

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La pretensión también tiene que ver con la intención. Muchos cristianos intentan ser san-tos, pero no lo son porque las bases sobre la cual edifican su fe no tienen buenos fundamentos. Para los que solo intentan sin determinación, dijo Jesús: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Una de las noticias más alentadoras es que el cristianismo crece cada día en el mundo. Son millones los creyentes que se unen a los movi-mientos cristianos, buscando tener fe y comu-nión con Dios. Pero también son miles los que salen chasqueados de los sistemas religiosos que dicen tener la verdad expresa en la Biblia y al final se enteran que andan muy lejos de ella. ¿Cómo saber si un movimiento religioso practi-ca la verdad bíblica? ¿Qué signos pueden indicar que tal o cual iglesia es representante digna de la verdad divina?

La Biblia presenta dos características que deben ser el santo y seña del verdadero pueblo de Dios en la tierra. El texto bíblico que nos da la pauta es Apocalipsis 14:12: “Aquí está la pa-ciencia de los santos, los que guardan los man-damientos de Dios y la fe de Jesús”. A veces nos acostumbramos a leer la Biblia solo de paso, y en la lectura superficial quedan de lado funda-mentos preciosos que pudieran ayudarnos a comprender el verdadero sentido de la Palabra. Nótese que el texto resalta dos conceptos bási-cos: “guardan los mandamientos de Dios”; tie-nen “la fe de Jesús”. Analizaremos cada uno por separado.

“Guardan los mandamientos de Dios”

La iglesia que practica la verdad necesa-riamente obedece los mandamientos divinos. Pero, ¿de qué mandamientos se trata? De la ley de Dios. Esta ley está plenamente identificada en la Biblia. Su referencia aparece en Éxodo 20: 8 al 11. Pero hay quienes la consideran aboli-

da, o bien, que se trata de los mandatos bíbli-cos en general. Sin embargo, alguien dijo: “No importa qué construcción le queramos dar a la frase: ‘los mandamientos de Dios’, tienen que significar -si no otra cosa- por lo menos los diez mandamientos”.2 Esta ley es tan importante que fue dada para regir la vida del hombre en su re-lación con Dios y con sus semejantes. Por lo tan-to, en cuanto a la ley de Dios, la palabra clave es obediencia a estos preceptos celestiales.

Cristo nos enseñó que es posible acatar a Dios. Por eso, cuando vino a este mundo, su vida se caracterizó por la obediencia a la voluntad de su Padre. Él dijo: “yo he guardado los manda-mientos de mi Padre y estoy en su amor” (Juan 15:10).

La sociedad actual quiere vivir sin reglamen-tos que limiten su libertad. Esa actitud de ten-dencias libertinas da a los gobiernos muchos dolores de cabeza. Ante estas tendencias huma-nas, Dios dejó sus ordenanzas como una guía segura para orientar la vida del hombre.

Ahora, imagine usted que viviéramos sin le-yes que regularan la vida de la sociedad. El resul-tado sería el caos. El cristianismo está llamado a levantar en alto la validez de la ley divina (los mandamientos de Dios), sin embargo, son mu-chos los que pertenecen a ciertas agrupaciones religiosas que habitualmente niegan la vigencia de los mandamientos divinos. ¿Están anula-dos realmente? Jesús mismo dijo que no había venido a “abrogar la ley o los profetas”, sino a cumplirlos (Mateo 5:17, 18). Bueno, por eso es importante escudriñar las Escrituras, para ver si esto es así. Una iglesia que basa sus doctrinas en la Biblia, tendrá que aceptar la vigencia de la ley divina. Por eso, la iglesia que practica la verdad y la enseña, debe tener en alta estima “los manda-mientos de Dios”.

“La fe de Jesús”

La iglesia que sigue a Cristo también tiene “la fe de Jesús”. ¿Qué significa tener la fe de Jesús? Si los mandamientos de Dios reflejan el carácter divino y la norma de justicia que el hombre debe alcanzar, entonces la fe de Jesús, o en Jesús, no es otra cosa que la obra capacitadora y restaura-dora de la imagen divina en el hombre que Cris-to vino a enseñar cuando estuvo en este mundo. Esto quiere decir que la iglesia que tiene la “fe de Jesús”, debe “reflejar la misma confianza in-quebrantable que tenía el Salvador en Dios y en la autoridad de la Escritura”.3 ¿Cómo era la fe de Jesús? Cuando Cristo fue llevado por el Espíritu

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al desierto, justo al finalizar su ayuno de 40 días, Satanás le tentó para que convirtiera las piedras en pan. Ante la tentación, Jesús “respondió y dijo: Escrito está: No solo de pan vivirá el hom-bre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4, 7, 10). Vemos, pues, que la res-puesta de Jesús implica una dependencia total de su Padre.

Del mismo modo, la fe de Jesús motiva a los creyentes santos de Apocalipsis 14:12 a ejercer una fe inquebrantable y a obedecer. Confían en el Dios que promete y aceptan al Dios que salva. De este modo la fe de Jesús llega a ser del cre-yente. Y cualquier persona que siga el ejemplo de Cristo, obedece por la misma razón que él lo hacía: no para salvarse, porque es evidente que Jesús no necesitaba de la salvación, sino porque deseaba honrar a su Padre obedeciéndole. No-sotros, habiendo aceptado a Cristo, procuramos hacer lo mismo, sabiendo que nuestra salvación depende enteramente de Cristo.

Una fe salvadora

La fe es un don de Dios (Efesios 2:8, 9). Cuan-do creemos en Cristo ejercemos la fe en sus mé-ritos redentores. Por lo tanto, creyendo somos salvos. Cuando decimos que tenemos fe en Cris-to, estamos asegurando que confiamos en él, y que lo aceptamos como garante de nuestra sal-vación. Nadie puede decir que tiene fe en Jesús anteponiendo sus gustos y voluntad propia a la voluntad de Jesús. En otras palabras, cuando te-nemos fe en Cristo, estamos diciendo que él es el Señor de nuestra vida y él es el que manda en todo lo que hacemos cada día.

Por otro lado, con nuestras obras no pode-mos ganar la salvación. El apóstol Pablo dijo: “no por obras, para que nadie se gloríe”. Si fuera por obras, la salvación sería algo que se puede con-seguir apoyándose en recursos humanos. Pero el hombre no puede, por eso es por gracia.

Los que ejercen la fe salvadora, creen que Je-sucristo puede limpiarlos de sus pecados y por esa misma razón se arrepienten. Los creyentes que actúan así, ven la salvación como un regalo inmerecido y su obediencia es una muestra de amor y lealtad a Dios. Al obedecer, su preocupa-ción no es ganarse el favor del cielo, sino mostrar gratitud y sometimiento a un Dios amoroso que se goza en la santidad y en las obras de miseri-cordia que reflejan su carácter (Mateo 5:16). Es-tos no ponen su confianza en lo que son ni en lo que hacen, sino en lo que Cristo es y en lo que Cristo hizo por los pecadores. En realidad, tene-

mos esperanza porque tenemos salvación en Cristo; si no fuera así, ¿qué podríamos esperar? Nuestras obras no nos salvan (Romanos 3:20; Gálatas 2:16-18). Por lo tanto, en nuestras obras no hay esperanza. Las obras solo son la eviden-cia de que la fe está actuando en nuestra vida.

Una esperanza segura

Recordemos: nuestra esperanza no se basa en lo que hacemos sino en lo que Cristo hizo por nosotros. Al cumplir su voluntad, reconocemos que él no vino a salvarnos en el pecado sino del pecado. Un acto maravilloso de la gracia divina. Ahora, el vivir con esperanza no quiere decir que se nos hayan acabado las dificultades. El Enemi-go busca deshacer la esperanza causando pro-blemas, confusión y desaliento entre aquellos que buscan acercarse a Dios. El Enemigo quiere que pretendamos ser santos. Y pretender, ya diji-mos, puede estar emparentado con el fingir.

De esta forma, Satanás actúa desde diversos frentes, atacando y confundiendo a los creyen-tes, y a la vez buscando causar confusión en la iglesia de Cristo. Históricamente Satanás ha per-seguido a la iglesia, porque sabe que es el medio señalado por Dios para la difusión del evangelio en el mundo. Según el libro de Apocalipsis “el dragón (Satanás) se llenó de ira contra la mujer (la iglesia) y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12:17; lo señalado entre paréntesis es mío). Y, además dice Pablo: “Todos los que quieran vivir píamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).

Pero, la estrategia del Enemigo no siempre es violenta. “Satanás quiere que cada transgresor de la ley de Dios pretenda ser santo”. Con este pensamiento sutil busca ganar la batalla final, alejando a los hombres de Dios para perderlos para siempre. ¿Quiere usted encontrarse con el verdadero pueblo de Dios en esta tierra? No tie-ne por qué confundirse. Solo busque a aquella iglesia que guarda “los mandamientos de Dios” y tiene “la fe de Jesús”.

Notas:1. Elena G. de White, Review and Herald, 26 de junio,

1900.2. Clifford Goldstein, El Remanente (Miami: APIA, 1995),

p. 69.3. ASD, Creencias de los Adventistas del Séptimo Día,

(Idaho: Publicaciones Interamericanas, 2008), p. 190.

“Un pueblo peculiar”

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