Estado Subsidiario o Estado Responsable - Universidad de Chile
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Universidad de Chile Senado Universitario
Documento Comisión Temática Nº 1
UNIVERSIDAD: ESTADO SUBSIDIARIO O ESTADO
RESPONSABLE
INTRODUCCIÓN AL TEMA DEL ESTADO.-
Como una manera de contribuir al debate que pretende
abrir el Encuentro Universitario, programado como un espacio de
reflexión de nuestra comunidad que pueda contribuir al debate
nacional sobre el tema de la educación, ha parecido conveniente
presentar en una pocas líneas lo que se considera constituyen los
principales aspectos a los que sería adecuado prestar atención a fin
de no confundir este evento y tener un punto de inicio para el
desarrollo del tema.
Aunque a muchos pudiera parecer obvio lo que significa el
Estado y no tengan dudas acerca de sus objetivos, es necesario
reconocer que el tema es suficientemente complejo como para haber
dado lugar a una extensa literatura al respecto y, a la vez, para
ocupar un lugar bastante central en las diversas opciones políticas
planteadas histórica y actualmente.
Naturalmente no tenemos el tiempo ni la capacidad para
participar en la extensa discusión teórica y política respecto al Estado,
pero no podemos soslayar la necesidad de entregar un punteo básico
sobre aspectos que resultan más pertinentes al análisis de sus
relaciones con las funciones esenciales de nuestra universidad.
2
Polisemia del término Estado.-
Difícil resulta hacer referencia a un término que tiene
tantas connotaciones, como es el caso del Estado. Sin embargo, algo
hay que tratar de aclarar a fin de evitar que diferencias importantes
respecto al sentido y alcance del Estado sólo den cuenta de
confusiones semánticas, pues quienes sustentan posiciones distintas
pueden estar entendiendo lo que es el Estado de maneras diferentes
y talvez al explicitarlo se disolvería la aparente diferencia de
posiciones sustantivas o también es posible que ellas se aclaren.
El término Estado es definido de tantas maneras que es
posible agrupar tales diferencias de acuerdo a cual es el aspecto que
se releva en cada una de ellas. Una fórmula para ello consistiría en
agrupar las definiciones de acuerdo a la teoría de las causas
aristotélicas, distinguiendo al efecto cuatro tipos. Es así como ciertas
definiciones tienen un carácter formal, estableciendo las
características de la forma Estado, esto es, cuáles son sus elementos
esenciales, entre los que se cuentan el territorio, la población y el
Derecho. Otras hacen referencia a la materia de la cual está hecho,
tal sería, básicamente, el monopolio de la fuerza física y la
legitimidad. Un tercer tipo de definiciones correspondería a aquellas
que hacen referencia al agente de la creación del Estado, esto es,
quien lo produce, y aquí se suele hacer referencia a alguna especie de
contrato social, o a los requerimientos del capitalismo o al impulso de
una determinada clase social, como podría ser la burguesía. Otras
muchas definiciones apuntan a la finalidad que justifica la existencia
del Estado, encontrándose aquí aquellas definiciones que resaltan el
objetivo del bien común, los intereses generales, la felicidad de los
ciudadanos u otro semejante.
En suma, las definiciones de Estado son muchas, pero hay
un elemento que es común a todas ellas y es que el Estado es la
forma moderna de constitución de la voluntad política.
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El elemento central de toda definición de Estado: la voluntad.
Más allá de las diferencias en las definiciones del Estado
hay un elemento que es común: el Estado constituye la voluntad de
una comunidad política. En la sociedad moderna el Estado es quien
define la orientación de una totalidad social determinada y fija los
límites de la acción de los individuos que la componen.
La tendencia del lenguaje de sentido común, del cual
hacen muchas veces uso los medios de comunicación, políticos y
hasta académicos, es confundir el Estado con la burocracia o el
aparato administrativo, e incluso llegan a confundirlo con el gobierno.
Desde estos equívocos es comprensible que se escape cada vez más
el sentido de voluntad de la totalidad social que implica el Estado y
que tienda más bien a considerarse como una burocracia dependiente
del Gobierno de turno. Sin embargo, esto resulta claramente
insostenible cuando se hace nítido en toda teoría política la diferencia
entre Jefe de Estado y Jefe de Gobierno y entre problemas de Estado
y problemas de Gobierno. Las confusiones corresponden muchas
veces al manejo oportunista del discurso político contingente.
Lo público y lo estatal.-
Suele frecuentemente señalarse la diferencia entre lo
público y lo estatal, para justificar posiciones opuestas a la mayor
participación del Estado en la gestión de determinadas actividades. La
diferencia existe, pero se suelen presentar ciertas confusiones. Que
algo sea público significa que involucra a un número significativo de
personas, como es el caso de un espectáculo público, la locomoción
pública, el mercado de bienes y servicios, las calamidades
generalizadas, etc., etc. Que algo sea estatal significa que el Estado,
la voluntad del todo social, asume que algo pertenece a toda la
comunidad o que la realización de una determinada función es
esencial para el logro de su objetivo de bien común y corresponde
realizarla a través de personal y recursos de la administración del
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Estado. En tal sentido, lo estatal aparece como lo público por
antonomasia, pues corresponde por definición a un interés público.
Los problemas surgen precisamente cuando se juega
confusamente con ambos términos y se llega a decir, por ejemplo,
que todas las universidades son públicas, porque están abiertas al
ingreso público de los estudiantes o porque han sido reconocidas
válidamente por el Estado como universidades. Naturalmente, tales
afirmaciones sólo plantean una disputa semántica sobre términos que
tienen una cierta valoración social, aun cuando generan la grave
confusión de llegar a afirmar que “las universidades privadas son
públicas”, con lo cual desaparece el concepto de universidad privada
y pretende borrarse su diferencia con las universidades estatales que
son las designadas como públicas. Las universidades estatales son
públicas no sólo en el sentido genérico de que están abiertas a la
participación del público en ellas o de que están autorizadas por la
autoridad, sino en el sentido estricto de que no tienen como dueño a
una persona o corporación, sino que pertenecen a toda la comunidad
nacional. Las universidades estatales son públicas, porque al
pertenecer al Estado, a la totalidad social, no persiguen el interés
personal de una persona o corporación determinada ni pretenden
difundir una determinada ideología política o religiosa, sino que se
enmarcan en las necesidades y orientaciones de esa totalidad social.
La diferencia entre lo público y lo estatal existe, pero hay
que entender que lo público tiene varias acepciones que se prestan
para confusiones. Precisamente por eso se hace necesario resaltar el
carácter de voluntad política, voluntad del todo social que tiene el
Estado y que le otorga el más profundo sentido al término público.
Más allá o más acá del Estado no existe ninguna entidad que pueda
asumir ese carácter de voluntad del todo social, aun cuando existe un
ámbito de lo público que regularmente estará tratando de incidir en la
formación de esa voluntad política.
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Estado y globalización.-
Que el Estado sea principio de totalidad social y que
constituya la voluntad de esa totalidad suele ser cuestionado en
nombre del proceso de trasformaciones producidas en las últimas
décadas. Se señala que la antigua noción de soberanía ya habría sido
ampliamente superada por la interdependencia de las naciones y el
creciente proceso de globalización.
Es innegable que hay transformaciones en las relaciones
internacionales y que hay una gran permeabilidad de las fronteras en
términos de economía y comunicaciones que conducen a una
creciente homogenización cultural y una interdependencia económica
en condiciones de una clara asimetría de poder. No obstante, y más
allá de especulaciones futurológicas, los Estados siguen siendo el
centro de organización social y los únicos que cuentan con la
capacidad de determinar orientaciones obligatorias en un conjunto
social determinado.
En cierto sentido se podría decir que los Estados
nacionales han tenido que desplegar una mayor actividad
precisamente para hacer frente a las oportunidades y problemas que
genera la globalización, y, por lo tanto, se han robustecido más que
debilitado. Lo cual también significa que han tenido que cambiar para
adaptarse.
En el ámbito de las universidades también el fenómeno de
la globalización produce consecuencias no siempre fáciles de evaluar.
La mayor vinculación entre centros de educación superior a nivel
mundial, el mayor flujo de académicos y estudiantes, el mayor
intercambio de productos universitarios, etc., evidentemente generan
condiciones distintas para el funcionamiento de las universidades. No
obstante, en el mediano plazo las universidades seguirán siendo
nacionales, orientadas a su respectiva población y a los problemas del
respectivo país. El problema será cómo aprovechar las ventajas de la
globalización y cómo enfrentar los problemas que ésta presenta.
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Principio de totalidad y formación de la voluntad de la
totalidad.-
Que el Estado sea principio de totalidad social y voluntad
de esa totalidad nada nos dice respecto de cómo se forma esta
voluntad ni a qué clase, sector social o grupo expresa o beneficia.
Desde el nacimiento del Estado, la voluntad de totalidad de éste ha
correspondido al monarca, a un dictador, a una camarilla militar o a
los representantes elegidos democráticamente. Está claro que
determinar quien define la voluntad política del Estado constituye un
aspecto esencial en toda sociedad, y toda la discusión respecto a los
regímenes políticos y sus posibles mejoramientos constituye un punto
central en toda teoría política.
Los movimientos de reforma política, iniciados en el
último tercio del siglo pasado, se orientan muy claramente a
establecer mecanismos de perfeccionamiento democrático que
permitan mayor control y participación en la conformación de la
voluntad política. Tal es el caso de la participación ciudadana, el
desarrollo de la opinión pública, la iniciativa legal popular, las
mayores oportunidades de referéndum, la revocabilidad de los
mandatos, etc. También se ha preconizado una mayor participación
de la ciudadanía en la implementación de políticas públicas, lo cual
tiene como objetivo la participación de los usuarios de tales políticas
públicas, pero que muchas veces se ha entendido en la perspectiva
de transferir a empresas económicas particulares la gestión de
políticas públicas como negocio lucrativo.
Naturalmente que el Estado sigue siendo quien define
la orientación de una determinada sociedad y, por tanto, será quien
defina el alcance de la llamada reforma política. De la misma manera
adoptará determinada orientación sobre los límites entre lo público y
lo privado, entendido como aquello que considera pertinente
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mantener en la esfera de su actividad y aquello que entrega a la
gestión particular.
Voluntad política y delimitación de la actividad estatal o
privada.-
Si la voluntad del todo social es la voluntad del Estado,
esto significa que la definición respecto de un modelo económico o un
modelo de educación es una definición política, que ha sido adoptada
de acuerdo a quien o quienes tuvieron la oportunidad de imponerse
como voluntad de totalidad. Con esto se quiere señalar que la
adopción de un modelo de inspiración neoliberal no corresponde a
una liberación de fuerzas civiles que rechazaron la imposición estatal,
sino que el modelo neoliberal se impone estatalmente, como voluntad
del Estado. De hecho, la imposición del modelo neoliberal sólo se
logra a través de un papel muy activo del Estado. Piénsese solamente
en lo que significa el traspaso al empresariado de los inmensos
recursos del sistema de pensiones que anteriormente manejaba el
Estado.
En el campo de la educación superior, la reforma
realizada por el Gobierno Militar en 1980 restringe drásticamente la
participación estatal y traslada esta función al ámbito del interés
privado. Esta definición significó un golpe casi mortal a las
instituciones públicas de educación, que sobreviven sólo en la medida
en que se orientan también a una lógica de carácter empresarial
privado.
La autodefinición del Estado como Estado Subsidiario.-
Quienes tuvieron la oportunidad de formar la voluntad de
la totalidad social, el Estado, después del golpe militar de 1973
impusieron la finalidad de abandonar el llamado “Estado Interventor”
del período precedente y formularon la doctrina del “Estado
Subsidiario”. Con ello no sólo procedieron a la entrega de actividades
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productivas a particulares, sino que el Estado se desprende de las
responsabilidades que anteriormente había asumido en la prestación
de servicios a la comunidad.
El principio de subsidiaridad significa que el Estado no se
hace responsable de las necesidades generales de los ciudadanos,
sino que estos deben buscar su satisfacción a través del mercado.
Esto abarca muchos servicios anteriormente cubiertos
fundamentalmente a través de la administración estatal, como es el
caso de la salud pública, la educación, la previsión. Y otros en que
tenía una presencia importante como en el caso del transporte y las
comunicaciones. En todos estos casos se entrega la gestión a
particulares, mientras el Estado sólo se orienta a prestar tales
servicios para aquellos que no están en condiciones de pagarlos en el
mercado.
La aplicación del principio de subsidiaridad cambia
radicalmente el eje articulador de la atención de estas necesidades.
Si antes esos servicios eran responsabilidad del Estado y los
particulares podían generar servicios privados para quienes pudieran
demandarlos y pagarlos, (o, en el caso de la educación, para quienes
quisieran mantener y difundir determinadas creencias religiosas o de
otro orden) ahora esos servicios tienen que ser comprados a
empresas particulares y el Estado subsidiariamente atiende a los
pobres.
La ideología del Estado Subsidiario, significa que el Estado
sólo asume la realización de aquellas funciones de interés público que
las empresas particulares no quieren o no pueden asumir.
Naturalmente las empresas particulares, que persiguen el lucro, no
asumirán la educación de quienes no pueden pagar por ella. A su vez
el Estado, dentro de esta misma ideología, limita su capacidad de
recaudar recursos, de manera que estos serán siempre escasos para
la ejecución de políticas públicas, y la educación estatal subsidiaria
para los pobres será entonces de inferior calidad. (Sólo coyunturas
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excepcionales, como el alto precio del cobre, permitirán que se
generen mayores recursos para el Estado, pero ingresos
extraordinarios no pueden destinarse a gastos ordinarios.
Paradojalmente tales mayores ingresos provienen del hecho de que
todavía una parte importante de la producción del cobre esté en
manos del Estado, lo cual se critica por contravenir el principio de
subsidiaridad)
La persistencia del Estado Subsidiario en democracia.-
A pesar de las expectativas que muchos tenían, el retorno
a la democracia no significó cambios sustanciales en la doctrina de la
subsidiaridad estatal. Al contrario, se avanzó en la privatización de
los servicios públicos y en la constante ideología de la transformación
de servicios públicos en mercancía. El éxito de la “economía nacional”
aparece siempre como la justificación de mantener e incluso
profundizar el modelo. Cualquier demanda de equidad aparece así
condicionada a mantener sin alteración tal modelo, lo cual no hace
sino agravar la mala distribución del producto.
A medida que se afianza la democracia, se ha hecho cada
vez más patente la existencia de graves problemas derivados del
diseño privatizador de la políticas públicas, lo cual ha llevado a
intentos de redefinición del ellas. Tal es el caso de la salud y la
preocupación actual por el sistema previsional. Sin embargo, en la
educación sólo se ha asistido a un constante diagnóstico sobre su
deterioro y el impacto directo que esto tiene en la desigualdad social.
La formación de la voluntad estatal.-
Si se mantiene la definición de “Estado subsidiario” de los
tiempos de Pinochet, conviene preguntarse cómo se forma ahora la
voluntad política. La vigencia de la democracia representativa debería
significar que es a través de ella que se genera la voluntad política.
Sin embargo, el funcionamiento de la democracia política depende de
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las condiciones en que ésta se desenvuelve. Especialmente relevante
al respecto resulta establecer quien define las alternativas políticas
que se someten a la decisión de los ciudadanos y cuáles son los
temas políticos que se plantean. Al respecto resulta claro que no se
ha planteado ningún debate político serio respecto del papel del
Estado en cuanto a su responsabilidad en los servicios públicos que
demanda la comunidad, y que la entrega de estos al mercado se
presenta en términos de indiscutible y como correspondiendo casi a
una situación natural cuya modificación atentaría contra las bases
mismas del orden y el progreso.
Lo que quisiera plantearse aquí es precisamente la
desacralización de la idea de subsidiariedad estatal, abriendo la
discusión respecto del papel que el Estado debería tener como
responsable del bien común de los ciudadanos, asegurando su acceso
equitativo a los servicios básicos. Ello implica discutir hasta qué punto
esto puede entregarse a la gestión de empresas particulares con
mayor o menor control estatal o si ello corresponde a la gestión
directa de la administración estatal constituida en el eje articulador
de la satisfacción de esas necesidades públicas. En el caso que nos
ocupa, la experiencia nacional e internacional parecieran estar
mostrando que la gestión privada de servicios como la educación no
garantiza que ésta alcance una alta calidad equitativamente
distribuida.
Estado y Universidad.-
La ideología del Estado Subsidiario en el caso de las
universidades es bastante explícita y generalmente asumida por
quienes han participado en las propuestas y diseño correspondiente.
Con respecto a la educación básica y media, al menos se tiene
conciencia de los graves problemas existentes, aunque la ideología y
los intereses son un inmenso obstáculo para generar una política de
educación pública que pueda enfrentarlos seriamente. En cambio, con
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respecto a las universidades se insiste en señalar como grandes
logros la expansión de las matrículas y la diversificación de ofertas,
enfocando las políticas en términos de acreditación y transparencia
del sistema.
La crisis de las universidades públicas no pareciera
preocupar, puesto que el interés de las autoridades estaría muy
ligado a una visión de las universidades como centros de generación
de “capital humano” de alto nivel, haciendo funcional la educación
respecto del sistema económico. Que tal capital humano se genere en
universidades públicas o privadas resulta indiferente y tampoco
importa mucho que el sistema universitario se inserte en un sistema
educacional que reproduce la desigualdad. Más aún, está claro en la
orientación de recursos para la investigación que el Estado tiende a
desechar la noción de universidad compleja, con funciones de
investigación, docencia y extensión, reduciéndola a la de formación
de profesionales. Cada vez más los fondos de investigación pretenden
desligar a los investigadores de las universidades para que estos se
agrupen en centros independientes que pronto se puedan vincular
con la empresa privada.
A lo anterior se une la visión de que los estudios
universitarios constituyen una inversión para quien los realiza,
inversión que se calcula respecto de los ingresos que se obtendrían
posteriormente con el título profesional correspondiente. En
consecuencia, resulta claro que el estudiante debe pagar por sus
estudios, al contado o mediante un crédito bancario.
Con esto los estudios superiores quedan entregados al
mercado de la oferta de las empresas universitarias privadas y la
demanda de quienes quieran invertir en estudios para mejorar sus
expectativas en el mercado laboral. Dentro de esta tendencia se
pierde todo interés público en la educación y se supone que ésta se
autorregula de acuerdo a los intereses privados en juego.
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Está claro que esta perspectiva implica la abolición del
derecho a la educación y la correspondiente obligación del Estado de
proporcionarla. La investigación y el desarrollo de las artes y la
cultura pasan a ser determinados de acuerdo a los intereses privados
definidos por las oportunidades de lucro.
Las definiciones del Estado y la Universidad de Chile.-
Cuando hablamos de la Casa de Bello, constantes y
retóricos son los discursos que se emiten en cada uno de nuestros
espacios de debate o discusión universitarios. Bajo este panorama de
interacción de ideas aparecen cada cierto tiempo esbozados
conceptos como “el carácter público de nuestra universidad”, “la
universidad al servicio del país”, “la responsabilidad social”, “la
misión” etc. Sin embargo, las condiciones de la Universidad de Chile y
de las universidades en general responden al contexto político, social
y económico que vive la sociedad en la que se insertan y desarrollan,
y por lo tanto, son un reflejo del modelo, es decir, son un espejo de
aplicación del marco ideológico en el que se desenvuelven. Al tenor
de esta premisa podemos colegir conclusiones complementarias. La
primera dice relación con que la Universidad de Chile, como centro de
producción y difusión de conocimientos, ha visto transformado su
plan estratégico desde un sistema educacional inserto en una
perspectiva de integración social, que aunque parcial y problemática
se proyectaba hacia la realización de un derecho abierto a toda la
comunidad, a un paulatino estadio institucional de corte netamente
mercantil, acompañado por el consecuente fenómeno de los
presupuestos universitarios orientados hacia el autofinanciamiento y
con una proyección de la educación diseñada bajos los parámetros
del negocio y “servicio-consumo” educativo.
Esto provoca, entre otros problemas, contradicciones
entre el proclamado rol “publico” y las potencialidades efectivas que
tiene la institución en la actualidad, lo que se verifica en temas como
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la situación de docentes sólo contratados por algunas horas o que
distraen su preocupación universitaria para realizar otras actividades
para complementar remuneraciones, la subcontratación externa de la
planta funcionaria, los desproporcionados aranceles “de mercado”
que se cobran a los estudiantes, la falta de infraestructura gruesa
(sillas, baños, salas etc.) y calificada (laboratorios, bibliotecas,
tecnologías especializadas, sistemas computacionales, etc.), esto
unido a los precarios espacios locales de dialogo y por sobre todas las
cosas, la profunda carencia de un proyecto académico global
generado democráticamente, es decir, sentido y comprendido por la
comunidad universitaria en su conjunto. Tal posibilidad de proyecto
académico global, que corresponda al carácter público de nuestra
universidad, se distorsiona frente a las actuales condiciones.
En la actualidad, al ser nuestra institución privada en su
quehacer, ocurre que los programas académicos son parcelados, que
existe una política feudal entre las escuelas y facultades, donde prima
la rentabilidad y la competitividad privilegiándose las áreas que son
más “útiles” y “vendibles”. Ejemplos concretos abundan y cada
miembro de la comunidad universitaria puede encontrarlos en su
campo de actividad específico.
Podemos decir todavía que somos la primera y mejor
universidad del país. Más aún, podemos enorgullecernos al proclamar
que, a pesar de todo lo que se ha hecho desde el régimen militar
para reducir y menoscabar nuestra universidad, todavía somos los
mejores. Sin embargo, no basta sobrevivir y ser la mejor universidad,
nuestra misión es ser la mejor universidad de todos los chilenos. En
esa perspectiva debemos redefinir lo que entendemos por calidad,
verificando si ésta será realizada en la concepción empresarial que
tienen muchas universidades, donde los acentos se ubican en la
eficiencia en sentido duro y en competitividad en función de un
producto a comercializar, o pondremos la calidad enmarcada en una
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universidad solidaria con el país, preocupada de sus problemas y de
su gente. Solo si nos enfocamos en esta alternativa de misión
institucional es que tiene sentido demandar “un nuevo trato con el
Estado”.
La demanda por un Estado Responsable.-
Han pasado ya largos años desde el fin del régimen
militar, que impuso la idea del “Estado subsidiario” para reemplazar
al que llamó “Estado interventor” que en los años sesenta y principios
de los setenta había integrado a su administración no sólo los
servicios de uso público, sino que gran parte de las actividades
económicas nacionales. Se fue claramente de un extremo a otro,
tratando ahora de privatizarlo todo, de manera que el Estado se
alejara de la administración directa de todo aquello que podía
entregarse a la gestión privada orientada por el lucro. Sin embargo,
hace ya bastante tiempo que se hace evidente que ciertas actividades
no pueden entregarse a la regulación según el lucro, sino que el
Estado debe actuar directamente en ellas para garantizar que se
cumplan los objetivos de equidad y desarrollo que se asocian
modernamente a la idea de bien común.
El caso de la educación es bastante claro al respecto,
pues resulta patente en la actualidad que se presentan allí serios
problemas que el modelo de privatización impuesto bajo el gobierno
militar parece lejos de resolver. Aquí la propuesta de un “Estado
Subsidiario”, que se dedica fundamentalmente a tratar de organizar
un sistema educacional sometido a los requerimientos del lucro y
regulado por las leyes del mercado, está siendo fuertemente
cuestionada. La mala calidad de la educación básica y media aparece
muy relacionada con el retiro del Estado de la gestión de ésta a
través de los procesos de privatización contemplados en la
municipalización y la subvención a la educación privada, que se
inscriben dentro de la línea del “Estado subsidiario”. El deterioro de la
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educación universitaria, menos notorio aún, se relaciona muy
directamente con la emergencia de un sistema universitario
fuertemente privatizado, donde las universidades públicas subsisten
difícilmente en su carácter de tales.
La función de las universidades, de ser el centro desde el
cual una sociedad se piensa a sí misma críticamente y desde el cual
se da impuso a la creación de cultura, conocimientos especializados
y arte, se diluye en la mera expectativa de que se adecue a la
demanda de preparación de mano de obra calificada que la economía
requiere. Más aún, incluso esa restringida función de capacitación
laboral, carece de la posibilidad de un diseño adecuado a los
requerimientos reales, a menos que se crea en la mítica expectativa
de la adecuación automática por el mercado.
Ante la gravedad de la situación de las universidades
públicas y particularmente de la Universidad de Chile, parece hacerse
urgente un cambio en la política educacional y cultural. Chile aparece
como uno de los países donde el Estado menos aporta al sistema
universitario, demostrando aquí una estricta aplicación del principio
de subsidiariedad estatal. Al mismo tiempo este Estado entrega cada
vez menos participación a su Universidad en la discusión y búsqueda
de solución a los problemas nacionales, marginándola o relegándola a
un lugar secundario frente a temas en los cuáles mucho puede
aportar. A la vez, la búsqueda de recursos privados para su
subsistencia a menudo aparta el quehacer universitario de una
orientación hacia las necesidades del país.
En la actualidad ya parece suficientemente probado que el
“Estado Subsidiario” genera una situación de desigualdad social cada
vez más intolerable, y que el sistema educacional, desde la educación
prebásica hasta la universitaria, en vez de promover la movilidad
social constituye un mecanismo de reproducción de tal desigualdad.
En tales condiciones el Estado ya no puede seguir definiéndose como
“subsidiario”, sino que parece necesario que se transforme en un
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“Estado Responsable”. Un Estado Responsable de la educación es
aquél que no se limita a una supervigilancia del sistema ni a diseñar
incentivos o disuasivos para encarrilar a las empresas privadas
dedicadas al negocio, sino que asume como una función básica la
implementación de un sistema que tenga como eje de su desarrollo
una sólida educación pública en todos sus niveles.
TEMAS DE ESTUDIO
¿Cuál es el papel del Estado respecto a la educación en Chile?
¿Qué ventajas y desventajas tiene la universidad estatal?
¿En qué se diferencia una universidad privada y una estatal?
¿Cómo afecta la globalización a la Universidad de Chile?
¿Cuál debiera ser la preocupación del Estado respecto a las
universidades?
¿Cómo han cambiado las relaciones del Estado con la Universidad de
Chile?
¿Qué responsabilidades tiene el Estado con la Universidad de Chile?
¿Qué responsabilidades tiene la Universidad de Chile con el Estado?