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XXVII Congreso Nacional y I Internacional de Lingüística,Literatura y Semiótica
Homenaje aCarlos Patiño Roselli, Rafael Humberto Moreno Durán
y Jairo Aníbal Niño
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Estetización, sublime mediático y vida de consumo en la literatura y sus transformaciones:
el caso de La reina del Sur
Hernán Javier Riveros Solórzano
Universidad Francisco de Paula Santander
“Nadie negará que la situación actual del mundo produce más inquietud que optimismo exultante”
(Lipovetsky, 2006:105)
La postmodernidad, la caída de los grandes relatos, la estetización y el consumo han cambiado
radicalmente el horizonte de la literatura y las artes en el siglo XXI. Nociones como lo sublime
se han transformado sustancialmente y las novelas de este tiempo operan con otras categorías y
mutaciones que requieren de análisis para entender no solo el cambio en la creación verbal, sino
esencialmente en las sensibilidades postmodernas donde el antihéroe ha entrado en su doble
secularización y la realidad se ha convertido en espectáculo.
Un ejemplo de estas problemáticas, es La Reina del Sur de Pérez Reverte, novela frente a la que
surge como problema en este escenario la pregunta por: ¿De qué manera presenta las mutaciones
y problemáticas de los proyectos literarios modernos, su adaptación a nuevos lenguajes y en el
fondo, los cambios en la cultura, en el marco de una nueva estética mediática producto del
mercado en tiempos líquidos, efímeros y posmodernos?
Para abordar este problema se desarrolla un análisis crítico de la obra literaria y de la propuesta
televisiva desde la hermenéutica con categorías de la estética contemporánea y la sociocrítica
para entender el proceso de transformación que surge en los discursos literarios y la forma en que
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esta novela los expresa como cambio fundamental en las concepciones sociales y sensibilidades
culturales, donde estetización y sublime mediático empiezan a delinear nuevos caminos para la
estética de la creación verbal.
Así, el impacto de esta ponencia se ubica en la discusión en torno a la estética literaria del siglo
XXI y los horizontes que la misma puede ofrecer en tiempos de transformación que hacen
necesario preguntarse por la posibilidad de que la literatura y las artes, en medio de la sociedad
de consumo continúen significando, a pesar de y desde la levedad de este tiempo.
Vivimos en un tiempo de transformaciones, mutaciones y cambios. Con la caída de los
metarelatos y la aparición y desarrollo de las tecnologías y la sociedad de consumo, las formas
culturales, éticas y estéticas de nuestro tiempo asisten a un proceso de metamorfosis evidente e
innegable. El proyecto moderno, con sus pesos, contingencias y antihéroes se hunde en el
atardecer del siglo XX y los nuevos tiempos anuncian la aparición de otras categorías y espacios
para las artes a la par de sistemas, en los que las concepciones en las que se generaban las auras
críticas de la tradición de la ruptura son reemplazadas por escenarios que se debaten entre la
posibilidad polifónica y el vacío.
El siglo XXI con su amanecer inicia de esta manera un proceso de construcción de sensibilidades
y representaciones que merecen especial atención y análisis, pues en medio de la estetización
propia de nuestro tiempo y la digitalización de las técnicas que avanza a pasos agigantados por
los laberintos de hipertextos e hipermedias. Definitivamente el nuevo siglo nos entrega un
abanico distinto de posibilidades para la creación y un sensorium donde el aura surge de lo
efímero, la moda y las realidades propias a una época desencantada y doblemente secular.
Así, el espacio en el que antes la literatura se erigía bajo el discurso del flaneur o del escritor
vigilante y capaz de revelar con su pluma aquello que no podía ser dicho de otra manera y donde
se descubrían los rostros ocultos tras las líneas de lo real, ha sido reemplazado por otras formas
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en las que la velocidad, la simultaneidad y el simulacro hacen pensar en el carácter psi y líquido
de un turista guiado por lo efímero y el espectáculo en una sociedad en la que los signos han
relajado su poder para hacer habitable al mundo en pos de darle confort y placer. La literatura
hoy asiste al entierro de los proyectos modernos y al nacimiento de las incógnitas propias de otra
modernidad.
En este marco novelas como La Reina del Sur, de Arturo Pérez Reverte se ofrecen como corpus
para comprender el escenario de estas trasformaciones y su trasposición en el lenguaje
audiovisual, permite adicionalmente comprender como las nuevas categorías de lo estético en
este tiempo modifican sustancialmente el escenario y el accionar de la desprestigiada herencia de
Cervantes, que en tiempos como los actuales y en novelas como la señalada no puede sino
suscitar inquietud y expectativa frente al horizonte, que aparece en el marco de un tiempo
atravesado por la ambigüedad y la vaguedad de las sensibilidades propias al pospanóptico del
consumo y la aceleración temporal de lo hiper y lo efímero.
Pero antes de entrar en materia literaria propiamente dicha, es necesario para comprender los
procesos de cambio de la estética de la creación verbal, conocer acerca del contexto que origina
las modificaciones de los sensorium y que generan el desencanto que ha llevado a las artes a
pasar del silencio al espectáculo y dentro del show a los macroproyectos, que en tiempos como
los actuales ocupan el espacio abandonado por los grandes proyectos modernos que hicieron
crisis con el atardecer de su tiempo, el agotamiento de las vanguardias y el fracaso de sus
banderas incendiadas por la insatisfacción de los hiperindividuos del capitalismo ligero y el
consumo hecho signo y realidad.
El contexto: El fin del proyecto moderno en la Otra Modernidad
Luego de la segunda mitad del siglo XX el contexto de las ciencias, las artes y la cultura cambió
definitivamente. El desarrollo de las tecnologías, las consecuencias de las atrocidades dejadas
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por los conflictos mundiales y el triunfo parcial de las revoluciones silenciosas de las minorías,
entregaba a la centuria nuevas formas de entenderse y de pensar sus paradigmas, relaciones y
construcciones de sistemas y redes a nivel epistemológico y cultural.
Una transformación heredera de la ruptura, de la fractura sustancial de las relaciones de
producción y de las opciones vitales, y en la que los paradigmas de la ética y la estética mudan y
se convierten en otros. Una mutación que se caracteriza históricamente hablando por el hecho de
que “en algún momento posterior a la Segunda Guerra Mundial empezó a surgir un nuevo tipo de
sociedad (diversamente descripta como sociedad postindustrial, capitalismo multinacional,
sociedad de consumo, sociedad de los medios, etcétera). Nuevos tipos de consumo;
obsolescencia planificada, un ritmo cada vez más rápido de cambios en la moda y los estilos; la
penetración de la publicidad, la televisión y los medios en general a lo largo de toda la
sociedad… una ruptura radical” (Jameson, 1999:37).
Cambio, mutación y ruptura. La sociedad del conocimiento y la información, la globalización y
la pérdida de peso de los relatos orientadores transforma sin lugar a dudas la forma en que se
construyen las estructuras en todos los ámbitos de la vida humana y emergen nuevos conceptos,
derroteros y concepciones sobre las que se establecen los cimientos de otra modernidad llamada
de diferentes maneras en los círculos teóricos como modernidad líquida, postmodernidad, era
del vacío, hipermodernidad, modernidad eclipsada y estado gaseoso de las artes, entre otras.
Pero a pesar de sus múltiples denominaciones, son algunos elementos comunes los que permiten
identificar las líneas generales que caracterizan esta otra modernidad y que, curiosamente se
edifican sobre las bases fundacionales de la modernidad agotada. Se trata de ideas que
secularizan y separan, que evidencian un desencanto de los macroconceptos que orientaron
incluso las grandes revoluciones y paralelamente de una búsqueda de la satisfacción inmediata
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de los deseos en el consumo, la moda y el individualismo. La otra modernidad es entonces un
estadio supremo de modernización en el que se resquebrajan los propios cimientos del espíritu
moderno.
Y es que es importante aclarar que no se está hablando de la aparición de una nueva era, sino de
su exageración y superación hasta sus propios límites. Esta otra modernidad es si se quiere igual
o de un canon infinitamente moderno en relación con su predecesora. Es su crítica, su némesis,
su espejo destruido y productor de novedades nacidos de los gritos del espíritu moderno
agonizante y en cuyo seno “nace otra sociedad moderna. No se trata ya de salir del mundo de la
tradición para acceder a la racionalidad moderna, sino de modernizar la modernidad misma, de
racionalizar la racionalización, es decir, de destruir efectivamente los ‘arcaismos’ y las rutinas…
de deslocalizar, privatizar, estimular la competencia” (Lipovetsky, 2006: 59).
Destrucción y cambio. La tradición de la ruptura moderna (Paz, 1986) se lleva hasta sus últimas
consecuencias y la era que surge es la que se ocupa del descreimiento y el escepticismo.
Arrojados a la incertidumbre y con el agotamiento de los discursos de la ciencia en medio de las
deslegitimaciones, aparece entonces desde el punto de vista epistemológico lo que podría
considerarse como uno de los primeros indicios de la presencia de otra modernidad, y que no es
otra cosa que la condición postmoderna de la fractura de los paradigmas y los conceptos densos,
y que se creían poseedores de la verdad. La ciencia deja de creer en las respuestas y en los
monologismos y avanza con el detonante de las preguntas y lo incierto en una polifonía
deslegitimadora, cuestionadora e insatisfecha. De este modo, por principio, “se tiene por
«postmoderna» la incredulidad con respecto a los metarrelatos… un efecto del progreso de las
ciencias; pero ese progreso, a su vez, la presupone.” (Lyotard, 1987: 4).
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Ciencias que no se agotan, pero en el fondo epistemologías del escepticismo y el descreimiento.
Ciencias en rotación y en discusión. Pero sin embargo, no son solo las ciencias las que cambian
con la perdida de la fe. El capitalismo y sus relaciones tradicionales desde la densidad de los
capitales contables y la racionalidad instrumental, también se ponen entre paréntesis y la
condición de relajamiento de la otra modernidad genera una dinámica de flujos en la que la
noción de progreso hace crisis y se impone una mecánica ahorista (Bauman, 2010), en la que el
capital comienza a viajar liviano y a darse en condiciones de simultaneidad, y en el que los
intangibles como la información y el conocimiento que viajan a gran velocidad en las redes se
hacen los signos por definición de poder. La otra modernidad presenta entonces un nuevo
concepto económico, en el que “lo pequeño, lo liviano, lo más portable significa ahora mejora y
‘progreso’. Viajar liviano, en vez de aferrarse a cosas consideradas confiables y sólidas… es
ahora el mayor bien y símbolo de poder” (Bauman, 2010: 19).
Velocidad, descentramiento y cambio de lo sólido a lo líquido se convierte entonces en otra
condición de nuestro tiempo, en otra característica en la que el movimiento reemplaza al
estatismo y se vive no solo en el momento en el que pasan más cosas en menos tiempo, sino en
el que el tiempo mismo se convierte en un bien precioso que no puede desecharse, sino que tiene
que llevarse hasta la simultaneidad y la efectividad que rigen sobre la sociedad producto del
capitalismo ligero, y que no es otra sino “ una sociedad liberal, caracterizada por el movimiento,
la fluidez, la flexibilidad, más desligada que nunca de los grandes principios estructuradores de
la modernidad, que han tenido que adaptarse al ritmo hipermoderno para no desaparecer”
(Charles, 2006: 27).
Ahora como tiempo. Una concepción en la que inevitablemente se entiende como concepto que
la historia ha llegado definitivamente a su fin. En el imperio de lo efímero aparece entonces otra
de las características decisivas condicionantes de nuestro tiempo. Ya no hay mañana ni ayer,
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sino un eterno presente en el que se consume velozmente y se reemplaza a gran velocidad. Un
eterno presente en el que tampoco existen territorios porque han sido anulados por la
simultaneidad y la posibilidad de la presencialidad instantánea. Ni historia ni espacio, solamente
un fluido en el que se mueve la dinámica del cambio como condición de existencia y de realidad,
y donde se evidencia nuevamente entre el paradigma moderno y el ethos de la otra modernidad
puesto que mientras “la modernidad fue y ha sido historicista, determina su inmanencia temporal
desde lo real concreto... la posmodernidad cibercultural, en cambio, es trashistórica y de termina
desde lo virtual. Por eso el concepto de transformación – revolución – no opera, en tanto que se
impone lo ingrávido, la levedad, la trasterritorialización virtual” (Fajardo, 2005: 215).
Otra sociedad surge entonces de la muerte del tiempo y de la anulación del espacio. Otra
sociedad que yace en el centro de la velocidad de las tecnologías y que mora en el descreimiento
de los paradigmas y los vínculos tradicionales con las verdades absolutas. Otra sociedad que
aparece en el capitalismo liviano y que encuentra en las redes el espacio para el surf (Bauman,
2010) que implica un espacio virtual posindustrial. Otra sociedad que no es otra que la de las
redes y las tecnologías y que se piensa a sí misma bajo las nociones de lo hiper, lo trans, lo tecno
y lo virtual y ante la que más que quejarse o entusiasmarse hay que hacerse consciente de su
presencia.
Otra sociedad es la que aparece y la que se vive, la que viaja por el universo de los bits y que se
entiende desde mediaciones e hipermediaciones, y que lleva a la simultaneidad a su triunfo
dentro de las concepciones del capitalismo liviano y veloz, y que ya no es la que se anuncia para
el mañana sino que susbsiste desde el hoy, desde el ahora y desde el ya, puesto que “la
sociedad-red ya existe, no es el futuro. Es una sociedad que está constituida en torno a redes
electrónicas de información en las que casi todo lo que es importante circula. El capital, el
comercio internacional, la tecnología, las nuevas tácticas militares, los medios de comunicación,
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la educación... todo está constituido en torno a estas redes, que son muy flexibles. Los
movimientos sociales, que antes eran locales, y por lo tanto localistas, pueden, y de hecho ya lo
están haciendo, conectarse a través de Internet. No sólo intercambian información y experiencia,
sino que también coordinan acciones y reivindicaciones” (Castells, 1999: 7).
Otra sociedad en la otra modernidad. Otra sociedad en la que el panóptico se ha reemplazado
por el sinóptico (Bauman, 2010) y en la que las verticalidades han caído y se generan las
relaciones propias a las consecuencias de la hija legitima de un capitalismo postindustrial y
liviano y que se denomina globalización. Todo se convierte en capital del mundo y la sociedad
red se presenta no solo como una alternativa de democracia, sino también como la expresión de
un modelo de poder en el que lo compartido esconde tristemente la presencia de una
individualización como consecuencia de la explosión del concepto mismo de lo social. De este
modo, “el modelo vertical de la cultura mediática se presenta hoy como un modelo horizontal,
con una cultura de todos hacia todos. Hemos pasado de medios emisores a los medios
dialogantes… comienza un nuevo capítulo de la comunicación que es contemporáneo de la
fragmentación de los públicos y la erosión de la omnipotencia de los grandes medios de
comunicación… una dinámica que no hace sino propinar otro empujón a la dinámica
hiperindividualista…. El hiperindividuo es un consumidor que va de compras por todas partes…
la explosión de las comunidades virtuales es ante todo expresión de la hipertrofia muy real de la
individuación” (Lipovetsky, 2010:87).
Pero, ¿cuál es el factor que genera que se produzca esta fractura en un proyecto en apariencia
modificador del poder de lo vertical hacia lo horizontal?, ¿Qué estructura es la que hace que la
red sucumba y el pos panóptico termine relegitimando el individualismo? La respuesta surge del
modelo mismo del desencanto y su necesidad de satisfacciones inmediatas propio del capitalismo
liviano y postindustrial. En la otra modernidad el lugar de los macrorelatos y el escenario de los
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deseos lo ocupa el consumo y la moda como centros para la liturgia formal del objeto y solución
a los problemas del ser que ha dejado de creer, y ante el que los grandes paradigmas se han
convertido en los centros de la insatisfacción. El consumo es la viga sobre la que se erige el
edificio contemporáneo del hiperindividualismo.
Esto se explica en virtud de que ante la caída de los metarelatos y con la aparición de nuevas
sociedades red, al ser se le presenta la opción de volcarse definitivamente en sí mismo. En una
dinámica de descreimiento absoluto frente a los grandes proyectos de la modernidad y con un
tiempo acelerado por los requerimientos del capitalismo ligero, el ser se vuelca al instante a la
satisfacción clara de sus deseos en medio de una sociedad permisiva y volátil y el mundo del
consumo, con sus espectáculos a la orden del día se le ofrece como centro terapéutico que ofrece
la cura inmediata y la satisfacción instantánea de sus deseos más profundos. Con la sociedad del
consumo el individuo ya ni tiene que esperar y sus necesidades se resuelven en el ahora y sin
complicaciones ni explicaciones demasiado largas. El individuo que creía en los proyectos
enormes de sociedad, en la otra modernidad es el que se satisface con su deseo personal.
Así, se presenta en este tiempo la estructura de la satisfacción inmediata como aquella que es
más propicia para el desarrollo de las concepciones culturales regidas por el descreimiento, y el
modelo horizontal de la sociedad red atravesados por el capitalismo liviano y la globalización.
Puesto que “el consumo es una estructura abierta y dinámica: desembaraza al individuo de los
lazos de dependencia social y acelera los movimientos de asimilación y de rechazo, produce
individuos flotantes y cinéticos, universaliza los modos de vida a la vez que permite un máximo
de singularización de los hombres” (Lipovetsky, 2003: 112). El consumo es entonces el ethos de
la otra modernidad.
Y es un ethos puesto que no puede entenderse solamente como una lógica o un sistema simple,
sino como el sustento de una relación distinta con los objetos. Con el consumo, éstos pasan de
ser medios o accesorios a convertirse en fines y necesidades y en un tiempo veloz y acelerado
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como el de la otra modernidad, las relaciones se modifican de tal modo que incluso el ser mismo
pasa a ser parte de la liturgia y las posibilidades de generar intercambios legitimadores en
tiempos de descreimiento se centran esencialmente en los productos. Ya no se es para ser sino
para tener, pero el tener debe ser completo y centrado en el objeto pues en la otra modernidad “la
relación del consumidor con el objeto se ha modificado: el individuo ya no se refiere a tal objeto
en su utilidad específica, sino a un conjunto de objetos en su significación total… una cadena,
que deja de ser así un encadenamiento de meros objetos para ser un encadenamiento de
significantes, en la medida en que los objetos se significan recíprocamente como superobjetos
más complejos, con lo cual despiertan en el consumidor una serie de motivaciones más
complejas” (Baudrillard, 2009: 5).
Y con la relación con los objetos cambiada, la compra entonces se convierte en el escenario por
excelencia de las relaciones. Todo se vuelve producto y el consumo se hace una dinámica que
adicionalmente demanda una velocidad sustancial, para seguir alimentando y satisfaciendo
deseos cada vez más efímeros bajo el dictamen acelerado de la moda. Se debe tener lo nuevo, se
debe cambiar rápido, se tiene que está en la actualidad pues el pasado está muerto y el futuro ya
no importa. Se debe ser joven siempre pues lo viejo asusta y se debe gozar pues en la sociedad
humorística contemporánea lo eterno es denso y lo denso se tiene que extinguir y por ello
justamente “la duración deja de ser un valor y se convierte en un defecto; lo mismo puede
decirse de todo lo grande, sólido y pesado… lo que obstaculiza y restringe los movimientos…
cuerpos delgados y con capacidad de movimiento, ropas livianas y zapatillas, teléfonos
celulares… pertenencias portátiles y desechables, son los símbolos principales de la época de la
instantaneidad… un territorio inexplorado, donde la mayoría de los hábitos aprendidos para
enfrentar la vida han perdido toda utilidad y sentido” (Bauman, 2010:137).
Moda. Reemplazos. Cambios de apariencia. Lo efímero, lo nuevo, lo light, el star system. El
flaneur de hoy ya no hace preguntas, sino que es un turista de los objetos. Un ser que busca la
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hiperestimulación, que reclama por el placer y el movimiento, por el gusto exacerbado y la
satisfacción del instante. En resumen un consumidor que vive en el espectáculo y para el show y
para el que incluso la muerte hace parte de la oferta para consumir, y ser satisfecho porque hasta
la sangre en las pantallas de hoy se ha vuelto parte de los carteles, y del discurso audiovisual en
el que la tortura y el dolor venden más fácilmente que la poesía compleja de la modernidad
olvidada.
Otra modernidad, otra sensibilidad. Una sensibilidad paradójica, cruel e individual. Un
sensorium de lo efímero, que busca distancia y despreocupación, que reduce al signo a quedarse
funcionando solo como signo para el placer, que genera en la muerte parte de la diversión y que
no cesa en el empeño de desterrar lo telúrico y generar sensaciones que tienen que rápidamente
ser reemplazadas por otras cada vez más intensas en un marco cultural regido por un ethos del
desecho y la aceleración y en donde “el imperativo de la moda, principio de organización social
y el imperativo de la muerte, principio de organización psíquica [son] una de las grandes
paradojas de nuestra civilización” (Baudrillard, 2009: 175).
Modernidad paradójica, en transición y movilidad, en rotación y con otros caminos. Modernidad
en la que las figuras de Aquiles y Odiseo se encuentran rotas en el suelo con las de Sísifo, Edipo
y Zaratustra. El icono de nuestros tiempos ya no es ningún héroe ni ningún trágico, es nada
menos que Narciso, el que se ama a si mismo, el que compra para hacerle liturgia a los objetos,
el que ya no tiene lugares fijos y se adentra en su ser para legitimarse en sus proyectos personales
de deseos, necesidades e insatisfacciones. Narciso que nos brinda otra época en la que se
distingue esencialmente que “individualismo, hedonismo, narcisismo, ludofilia, facilismo,
escapismo, meritocracia, sensacionalismo, claustrofilia, agorafobia, efebofilia – la lista se puede
ampliar – son algunos de los paradigmas… del consumo” (Fajardo, 2005: 193).
Pero, ¿cómo afectan estos paradigmas al arte?, ¿qué cambios vive el horizonte de la estética con
la emergencia de la otra modernidad?, ¿qué fracturas se ha realizado en el horizonte de lo
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artístico con la destrucción del proyecto moderno y su difuminación en lo efímero y la lógica del
consumo? La respuesta a estos interrogantes no es otra que la de ver que estos tiempos presentan
también otra estética y que ella es, en concordancia con una era incrédula, una propuesta desde
la negación y la evaporación. Ya no hay un proyecto pesado y unificador, hay microproyectos
ligeros; ya no existe una idea de arte en lo sublime que sobrecoja, ha surgido un sublime
mediático (Fajardo, 2005) que satisface al instante; ya no hay cánones para la belleza, el mundo
en sí tiene la obligación de ser bello.
Pero empecemos por lo que tiene que ser un imperativo. El proyecto estético moderno en
tiempos como los actuales ha mostrado su completo agotamiento. La metaironia vanguardista
(Paz, 1986) ha presenciado su final definitivo y su negación ha sido también negada por una
nueva propuesta anclada en lo intangible y lo veloz. En la otra modernidad el arte moderno ha
sido herido de muerte y su agonía final anuncia la vida de una forma estética nueva, de lo
efímero y la velocidad y frente a la que, al decir de Lipovetsky (2003), “No digo que vivamos el
fin del arte: vivimos el de la idea del arte moderno. Agotamiento de la vanguardia que no se
explica ni por ‘oficio perdido’ ni por la ‘sociedad tecnificada’: la cultura del no sentido, del grito,
del ruido… el marasmo posmoderno es el resultado de la hipertrofia de una cultura cuyo objeto
es la negación de cualquier orden estable” (Lipovetsky, 2003: 82 y 83).
Negación, sin sentido y ruido. El arte de la otra modernidad parte entonces de un principio
decisivo y necesario para poder ser, y que no es otro que el del horizonte de la estetización que
niega los cánones y hace triunfar a lo estético en todos los escenarios de la vida. Se trata,
entonces en principio, del “fin del divorcio entre los valores de la esfera artística y los de lo
cotidiano” (Lipovetsky, 2003: 105), en la que se relativiza el concepto de arte y los proyectos
dejan de existir para generarse una explosión de microproyectos y aventuras pequeñas y
pantallizadas, en las que no se busca la gloria de la verdad sino la posibilidad de la venta para el
goce del espectador.
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Arte para el placer y no para la reflexión. Si la otra modernidad es insatisfacción y consumación
infinita del deseo en ciclos de corta duración, sus formas artísticas esencialmente tienen que
servir a los mismos fines, y la búsqueda de lo infinito se relega para que se haga presente el
encuentro con la satisfacción. Arte que place y complace, que no se opone ni se revela, que
experimenta al máximo y vende por cantidades, que es ligero y estetiza, que se hace volátil y
relativo y que explora la idea fundamental de la sociedad de la otra modernidad y que no es otra
sino que “este mundo es exageradamente bello… hasta los cadáveres son bellos cuidadosamente
envueltos en sus fundas de plástico y alineados al pie de las ambulancias. Si algo no es bello,
tiene que serlo. La belleza reina. De todas maneras, se volvió un imperativo: ¡que seas bello!”
(Michaud, 2007:9).
Belleza. Destierro de la fealdad y el dolor (a no ser que sea espectáculo disfrutable y sin riesgo
para el consumidor). Ligereza y velocidad para el turista posmoderno y la estrella intelectual,
para el gurú y el asesor que anteponen una carita feliz ante la angustia y una sobredosis de
imagen para lidiar con el vacio. Triunfo definitivo del kitsch y de lo light y aparición del aura de
la moda y de lo efímero. Arte de Narciso que es bella y original, que se basa en la repetición y la
venta, en el producto y en la hiperestimulación, arte que no busca oposiciones sociales ni
transformaciones culturales ni emergencia de verdades, sino donde “lo kitsch opone su estética
de la simulación: reproduce por todas partes los objetos en un tamaño menor o mayor que el
natural, imita los materiales… remeda las formas o las combina de manera inconexa, repite la
moda sin haberla vivido” (Baudrillard, 2009: 129).
Otra modernidad. Otra estética. Ni buena ni mala, otra. Kitsch, light, efímera pero también
plural e innovadora, polifónica y experimental. Otra estética. Un panorama en el que las artes se
transforman y entran en un panorama propio de sensibilidades y sociedades en transformación,
de tecnologías que resquebrajan lo estático y fracturan la inmovilidad del proyecto moderno.
Otra estética. Un panorama que desmorona las formas tradicionales y las categorías unificadoras
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de los grandes proyectos y las macrointenciones del pasado y la ruptura y que origina un nuevo
escenario en el que “las nociones de heterogeneidad, pluralidad, discontinuidad, simultaneidad,
diferenciación, bricolage, inestabilidad, indecibilidad, lo aleatorio, lo paradójico, lo contingente y
lo arbitrario son categorías estéticas irreversibles” (Fajardo, 2005: 148). Otra estética. La estética
de lo inestable, lo veloz y la estetización.
Ahora bien, teniendo en cuenta este panorama, se aborda un texto literario que presenta y
evidencia estas transformaciones tanto de la cultura como de la estética y la literatura en la otra
modernidad. Una novela que presenta la historia de Teresa Mendoza, una contrabandista y
narcotraficante cuya condición anti heroica es llevada hasta la doble secularización, el
desencantamiento y el vacío, y cuya vida configura el contexto de una novela y una propuesta
televisiva que ante el universo en transformación que se presenta en estos tiempos, ofrece para su
estudio y análisis las problemáticas inherentes a un contexto que antes de ofrecer cualquier otra
cosa presenta inquietud en medio de la velocidad de los cambios.
A continuación se presenta entonces el proceso de análisis que se realiza a este texto literario y a
su adaptación televisiva, y que parte desde la preocupación por los horizontes estéticos del
universo contemporáneo de la pregunta por ¿De qué manera La Reina del Sur presenta las
mutaciones y problemáticas de los proyectos literarios modernos, su adaptación a nuevos
lenguajes y en el fondo, los cambios en la cultura, en el marco de una nueva estética mediática
producto del mercado en tiempos líquidos, efímeros y posmodernos?
La reina del sur como texto literario: El héroe doblemente secularizado
Publicada en 2002 y de una extensión considerable que supera fácilmente las 400 páginas, La
Reina del Sur es una novela que se sitúa bajo el amparo de una figura femenina que asume el
control de todo un imperio criminal, en el que el narcotráfico y el contrabando se mezclan en
medio de la tensión propia a los territorios de frontera y el Mediterráneo. Una novela en la que se
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presenta una preeminencia de las acciones y de la tensión permanente de su protagonista, quien
pasa de estar huyendo de las mafias mexicanas a encontrarse en la cárcel (por su complicidad
en los delitos de su amante de turno) y allí bajo la ayuda de una compañera de celda adinerada,
hallar un cargamento de droga perdido que le lleva a obtener un poder económico que se
expande hasta llegar a permitirle cambiar el rumbo de su vida, e incluso los destinos políticos de
su nación de origen y a la que vuelve desde su centro de operaciones en Europa para desmoronar
el imperio de un corrupto.
Así, esta historia se nos presenta esencialmente como un relato cargado de aventura y emoción, y
en el que las hablas populares y sus lugares comunes se presentan acompañados de una dosis
importante de disparos, amenazas y tensiones propias del mundo de la criminalidad y sus
códigos de honor y de conducta. Pero lo importante no radica en un contexto que el mercado ha
convertido en formula y que algunos han denominado narconovela, sino que se sitúa en su
protagonista, quien presenta de manera contundente la muestra de la transición del héroe que se
vive en tiempos de lo efímero, y en donde ni Odiseo ni José Arcadio Buendía tienen cabida para
volver entre los mares ni ser amarrados a un castaño.
Teresa Mendoza, protagonista de La Reina del Sur, es entonces quien presenta sobre sí la
muestra de un héroe doblemente secularizado y descontento que ya no encarna la búsqueda
propia del proyecto de novela de la modernidad. Su lucha no es la aventura demoniaca
luckasiana por encontrar valores perdidos en un mundo degradado, ni siquiera es la espera de
Sisifo en el momento de consciencia mientras cae la piedra de su condena. El debate de Teresa
Mendoza es el que rige sobre el ser secularizado de la contemporaneidad: satisfacer a su Narciso
personal y encontrar en el dinero o la comodidad el lugar para su propio star system de la
criminalidad.
Lo anterior se explica toda vez que Teresa a pesar de empezar en un entorno de pobreza extrema
y rodeada de crimen y abuso, no manifiesta una crítica ante su contexto y sus horrores. Una
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pistola colt doble águila, unas cervezas o unos tragos de tequila o simplemente un fajo de dólares
o una tarde de placer con su amante de turno son su exorcismo y parte de su carrera por escapar
sin reflexiones ni enfrentamientos, sino en una secularización y desencanto propio de tiempos en
los que la preocupación se reemplaza por la efectividad.
Así, entre su aventura no hay los detenimientos ni los cuadros paródicos que dejan tiempo a la
contemplación o la espera. Escasamente cuando se encuentra con los libros en la cárcel intenta
una reflexión, pero ella no se muestra más que como un estéril canto al Narciso lector que
subyace en su interior y que le permite equiparse con un Edmond Dantes secular, para el que la
venganza hace parte de su placer personal y su necesidad de encontrar un tesoro para poder
formar parte del star system, en el que su compañera de celda se convierte en asesora y gurú y el
ruso que la protege en su modelo y protector.
Teresa vive en el descontento y en la doble secularización y la insatisfacción. Compra, vende,
posiciona y maneja como la reina en que se convierte pero no hay momentos en su efectividad
para que se den quiebras en su interior, de modo tal que hasta el amor toma la dinámica de la
liquidez reduciéndose a encuentros tórridos y veloces, sin mañana posible como lo implica una
heredera de una época de eterno y efímero presente. Teresa de este modo seculariza lo ya
secularizado, se hace antihéroe sobre su condición anti heroica y antes de ser la caminante que
se enfrenta a los molinos es la que prefiere quemarlos y trazar una ruta que genere rentabilidad.
Y al caer en esta insatisfacción permanente, el ambiente de Teresa no puede sino generar un
aspecto de decadencia e intrascendencia que solo sobrevive con el sobresalto y el ritmo de la
persecución y el estallido. No hay en sus diálogos la búsqueda de la trascendencia y si se buscase
una flor azul no sería la de Novalis, sino alguna sustancia que se pudiera comerciar. Teresa y su
grupo reducen las reuniones a pasarelas legitimadas por la belleza artificial o por el poder de las
armas y los arsenales y llevan la estetización a los estilos de vida y escondite, pero también a las
formas de matar, que se vuelven bellas por su grado de ingenio y de crueldad.
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De este modo en la novela, se impone un halito de velocidad y de arbitrariedad, aleatoriedad y
levedad evidentes en cada espacio y acontecimiento. Los amigos se transforman en enemigos
con la misma velocidad que Teresa cambia sus jeans por prendas costosas, y la muestra de una
sociedad corrupta y desquebrajada legitiman la necesidad personal de la individualidad. De igual
modo los productos y su lógica de viaje liviano toman posesión de los escenarios, y el personaje
doblemente secularizado solamente se halla a sí mismo en la proa de su yate, escuchando el
disparo que liquida a su contrario antes amante o mientras degusta el acido de la mezcla de limón
y tequila.
Doble secularización. Insatisfacción extrema y relatividad de los valores. En la reina ni la vida ni
la muerte tienen más valor que el del instante y cuando la protagonista se entera de su embarazo,
este se convierte en circunstancia en algo más dentro del decorado, mostrando la indiferencia de
un Narciso para el que no hay futuros posibles ni esperanza alguna pues la sociedad y el ser han
perdido su oportunidad sobre la faz de la tierra. La indiferencia de Teresa nos muestra de esta
manera el descreimiento de los individuos doblemente seculares de un mundo en transformación
propio de la era posindustrial. Sin tierra, sin amigos, sin triunfos ni derrotas y solamente con el
presente, Teresa es el antihéroe que ha destruido su propia condición para reemplazarla por una
botella de tequila condenada a jamás llenar el vacío.
Ahora bien, si Teresa es secular y su entorno también, no podría decirse menos del estilo que
gobierna la novela y que presenta las paradojas y contradicciones de la era de los
microproyectos. En La reina del sur reinan también los estímulos y la espectacularización en
medio de la agilidad narrativa poblada de acciones y emociones, que buscan vencer por knock
out al lector cada tres páginas y en donde cada testimonio que recopila el narrador-periodista-
investigador, ofrece una persecución o un acto cargado de adrenalina. Así mismo, las referencias
y alusiones a la cultura popular (cada nombre de cada capítulo es un corrido o una canción de
cantina y se resaltan las marcas de las cervezas y los cigarrillos), presenta una conexión necesaria
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con la complicidad de quien no suelta las hojas no porque le ofrezcan respuestas sino porque
venden evasión.
Y es allí en donde la novela ofrece la muestra de las paradojas propias a los proyectos estéticos
de la otra modernidad, pues si bien su estilo, sus conexiones y sus nexos abren el espacio y el
horizonte de una polifonía singular, y de una recuperación de las voces de las calles y de los
pueblos, su eficiencia no pasa de ser parte del decorado y no se integra en un proceso de mirada a
profundidad. En la reina el proyecto moderno de que la palabra hable fracasa y se queda en el
efecto, en el signo en cuanto tal y no en el detonante de acciones o de reflexiones a profundidad.
Así la propuesta literaria de la reina sintetiza la que es propia a la otra modernidad orientada
desde el kitsch hiperestimulado, y que es la del imperio de un aura diseñada y climatizada para la
moda, el espectáculo y la secularización en medio de lo efímero.
Pero la propuesta del texto literario no termina allí. La novela es llevada al texto televisivo y su
adapatación, en la que participa su mismo autor genera otra transformación en las posibilidades
del decir y es la de la imagen convertida en signo del espectáculo. Como se verá más adelante, en
el fenómeno audiovisual de La reina del sur, ya no solamente se presenta el desencanto del héroe
moderno, sino también la destrucción del peso de la imagen, pues como sucede en la otra
modernidad, en el caso de la novela se cumple el hecho de que sus imágenes, “al haberse
tragado su espejo, se han vuelto transparentes a sí mismas, ya no tienen secretos, ya no pueden
ilusionar (porque la ilusión está ligada al secreto, al hecho de que las cosas están ausentes de sí
mismas, se retiran de sí mismas e sus apariencias): aquí no hay más que transparencia, y las
cosas, enteramente presentes para sí en su visibilidad, en su virtualidad, en su transcripción
despiadada… solo se inscriben en una pantalla, en los miles de millones de pantallas en cuyo
horizonte lo real, pero también la imagen estrictamente hablando, han desaparecido”
(Baudrillard, 2007: 28 y 29).
La reina del sur como texto audiovisual: El cuerpo y el espectáculo
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Pero si bien no hay mucho más que decir, en el universo mediático de la cultura mundo si hay
otras formas dentro del cómo decirlo y de este modo, en un contexto del espectáculo, La Reina
del Sur no se quedó únicamente en las más de 400 páginas de su relato. Ayudada por la forma
ágil de su narración y bajo el encanto y el boom de lo narco como tema así como la necesidad
del consumidor por las emociones y la estimulación, es lanzada en 2011 bajo el formato de serie
televisiva y telenovela en versiones de 12 y 63 capítulos respectivamente, y bajo la figura no
menos espectacular de la coproducción internacional y la grabación en múltiples locaciones con
el protagonismo de un escenario aún más estetizado que el de la novela original.
Así, al ponerse en el formato de la imagen, deliberadamente se toma partido por llevarla a
despojarse de todo valor connotativo y a ser excesiva y espectacular denotación. Las escenas de
la reina se componen de esta manera para estimular visual y auditivamente, para mantener un
clima de tensión permanente y llevar a que no haya espacio de pensamiento sino de acción
constante, de disparo y sobresalto, de desnudo y sensación. En la reina la imagen deja de ser
movimiento y narración y se convierte en imagen pura, en impacto instantáneo, en exageración
visual que cautiva con las sensuales curvas de la protagonista, el dialogo impactante y corrosivo
o la explosión que le da mayor espectacularidad.
Imagen que no significa. Cuerpo que es llevado a su exhibición desmedida y espectáculo donde
lo kitsch y lo ligth muestran el aura de la otra modernidad en toda su dimensión. La reina del
Sur nos entrega en su texto audiovisual la constatación de estas nuevas formas categóricas de la
imagen y como su decir no es otro que el de lo inmediato, donde nada esta a medias y el goce
estético de mirar entre líneas se reemplaza por la exhibición directa y en alta definición del
objeto del deseo espectacularizado y estetizado.
Teresa Mendoza, la protagonista de la novela, se hace completamente cuerpo en la adaptación
televisiva. Su desnudo y su exhibición hacen parte del gancho sensorial que ofrece el discurso de
la imagen y ejemplifica de este modo, cómo el cuerpo adquiere otros grados de aparición y
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espectacularización dentro de la pantalla en el que impera ya no el erotismo, sino una elevación y
culminación de la idea de la perfección del cuerpo propio a una cultura de la moda y lo efímero y
en la que “se vive una ‘sicologización’ de la carne a la vez que una encarnación del espíritu. El
cuerpo humano ha entrado a las categorías posmodernas de lo indecible, imprevisible, aleatorio,
al bricolage de las formas… su definición está determinada por el concepto de hibridación… la
naturaleza queda dominada por una apariencia quirúrgica” (Fajardo, 2005: 272 y 273).
Y el cuerpo de Teresa y el de los otros personajes son justamente el pasto de la simulación y el
espectáculo. Bronceados y perfectos, confeccionados por el quirófano y los encuadres perfectos e
intencionados, presentan la hibridación de las cirugías y del impacto, de la moda y lo efímero
elaborado por capas de maquillaje que ocultan discursos sin mayor profundidad que la de la
amenaza, la explosión y el disparo mezclados con un erotismo sin trascendías por encima del
encuentro pasajero y espectacular, finamente encuadrado para estimular los sentidos mas no para
hacer interior la sensación y erotizar más allá de la piel.
Pero si lo corporal es llevado hasta sus límites en los planos detalle y en la estimulación musical
ambientada por uno que otro gemido cuidadosamente encuadrado, en el apartado de la muerte la
imagen vuelve a probar que cuando exhibe sin hacer símbolo su poder es infinito para estimular.
Las pistolas, las explosiones y los arsenales, el manejo de las lanchas y las persecuciones, la
banda sonora y el ambiente de peligro constante se estetizan en el discurso audiovisual y generan
que desde un escape hasta un crimen sean objeto excitante en la pantalla y en diálogo con el
cuerpo hagan un coctel de moda y sangre que beneficia al espectador arrellenado en la
comodidad de su sofá.
Y así, ya no hay ante la imagen una sensación de lo sublime. El que muere no sobrecoge y el mar
(mil veces fotografiado en la propuesta televisiva) no genera seducción y terror al mismo tiempo.
Aparece en escena entonces la propuesta de lo sublime mediático (Fajardo 2005) que complace
por su riqueza técnica, por su puesta en escena, por su espectacularidad y que en el lugar del
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alma no pone un lamento sino una carcajada, una huella de moda más que una luz dentro de la
soledad. La reina del sur permite entonces evidenciar que en el sublime mediático de las
propuestas de la otra modernidad más que el contenido es importante el empaque del producto y
que aunque tenga sangre, esta tiene que fotografiarse no para inquietar, sino para verse
espectacular.
Muerte y espectáculo. Habla sin voz y cuerpo exhibido. La imagen en La reina del sur es la
presencia de la sangre y la moda como productos diseñados perfectamente para lo efímero y el
consumo instantáneo. “Arte más que de objetos artísticos de procesos multimediáticos (palabra,
sonido, expresión, movimiento, duración) sin un polo legitimador, unitario, de tal forma que
lleva a la fragmentación de los regímenes estéticos tradicionales, tanto clásicos (objetuales)
como modernos (subjetivos) pues el proceso predomina sobre el objeto y el sujeto, importando
no los contenidos estéticos sino el trabajo desarrollado sobre las imágenes” (Fajardo, 2005: 157).
Conclusión: Otra Modernidad, Otra estética.
Estamos ante una transformación innegable de nuestros paradigmas. La Otra modernidad que se
presenta en estos tiempos ofrece la inquietud de nuevas propuestas no solo de sociedad y de
cultura, sino también de artes en las que el consumo y la estetización han modificado y
resquebrajado el proyecto moderno. Hoy vivimos en el momento de la existencia de otra
estética, de una nueva propuesta que demanda antes de lamentos o entusiasmos mantenerse en
guardia ante las posibilidades humanas que su ligereza y su aura efímera pueda ofrecer.
En el ahorismo de nuestros tiempos líquidos (Bauman, 2010), el star system de la cultura mundo
(Lipovetsky, 2010) y la unidimensionalidad sígnica de las estructuras del consumo y sus
simulacros (Baudrillard, 2009); las propuestas artísticas ofrecen la paradoja de disponer de los
recursos pero carecer de la profundidad del peso de las ideas. Arte ligero y de consumo, hecho a
la medida para el disfrute del turismo y la moda y para el olvido instantáneo tras el recorrido por
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la obra o la lectura del libro es la que se impone en tiempos de descreimiento y alejamiento de
los bordes sólidos de los metarelatos.
Otra estética. Una que es parte del espectáculo, que le hace revolución a la revolución al no
interesarle revolucionarse más allá del signo y que está pensada para el Narciso de este tiempo
hiperconectado pero sin comunicación. Otra estética, una sin paradigmas ni rutas, hipertextual,
cibercultural, polifónica e imposible, indecible y en bricolage. Una estética en la que el poder de
la palabra se reduce a la posibilidad de ser nombrado y no a la capacidad de nombrar. Una
estética en transición que es resultado, reflejo y esencia de una sociedad y una cultura cambiantes
bajo el signo del mercado, el consumo y la individualidad.
Arte de individuos, de genialidades y chispazos momentáneos, de asombro multimedial. Arte
que escandaliza no por subversiva sino por espectacular, que ofrece múltiples caminos y otras
voces en donde ya no rige el encuentro místico con la verdad. Arte que al ser literatura crea
juegos del lenguaje en los que se puede simplemente jugar, entretenerse y disfrutar con la pureza
de la imagen desnuda que sin veloz ni ocultamientos ya no tiene mucho por sugerir. Arte de lo
kitsch y lo liviano, del consumo y el capitalismo posindustrial.
Arte y literatura frente a la que La reina del sur es evidentemente un ejemplo de las mutaciones
que se han generado desde la desprestigiada herencia de Cervantes, y que lanzan al Quijote y a
Raskolnikov a discutir en un bar perdido en el olvido, mientras Teresa Mendoza se desviste y
asesinan a ritmos frenéticos para el gusto de un público desencantado e hiperestimulado por la
imagen de la muerte y la moda, en un explosivo coctel postmoderno de placer cruel, efímero y
relajante.
Arte y literatura en la que los microproyectos pululan y lo narco es parte de un triunfo de la
estetización y el sublime mediático que se expresan en los vestidos de la reina, en el lujo de sus
yates, en la espectacularidad de sus explosiones, en su cuerpo desnudo cuidadosamente
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fotografiado por las lentes sin alma de la puesta en escena televisiva y en las descripciones de sus
encuentros sexuales posmodernos y líquidos en los que solamente cuenta la satisfacción y el
instante. Arte en donde la reina ya no es el antihéroe que busca valores en un mundo degradado,
sino el ejemplo perfecto del desencanto y la degradación total.
Arte veloz, sin tiempo para pensar en las cronotopias, sin ajuste a las categorías clásicas y con la
inmanente presencia de nuevas concepciones de las formas y del decir. Arte y literatura de la
innovación y la pluralidad, de la paradoja y el debate, de la contradicción y la ambigüedad. Arte
que en La Reina del Sur presenta que es posible llenar espacios de palabras solamente con
acciones estimulantes sin detenerse a reflexionar, y que también es factible confeccionar
imágenes de un espectáculo visual en el que se olvida la mirada al interior y se piensa en el goce
del espectador. Arte de masas y multitudes que se compra, se vende y es objeto de placer sin
profundidad. Arte que nos muestra en sus propuestas el espíritu que late en la presencia
innegable de esta otra modernidad.
Y sin embargo, un arte que es evidencia de otra estética, no la que sobrecoge como lo hacia el
proyecto moderno, sino la que entretiene, la que es leve pero dispone de recursos y frente a la
que solamente queda tener en guardia la esperanza de que en todos los casos y específicamente
en la literatura sea posible, en medio del Narciso que reina en la liquidez del capitalismo ligero y
la sociedad red del instante, que surja como en su tiempo lo hizo el caballero de la triste figura,
“una obra concebida fuera del self, una obra que permitiese salir de la perspectiva limitada de un
yo individual, no sólo para entrar en otros yoes semejantes al nuestro, sino para hacer hablar a lo
que no tiene palabra” (Calvino, 2010: 124). He ahí quizá el mayor desafío de nuestro tiempo.
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