ESUMEN de José Eustasio Rivera es una obra de

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34 Cuadernos de los Seminarios RESUMEN Si bien es indiscutible que La vorágine de José Eustasio Rivera es una obra de originalidad mayúscula (bien sea si la tratamos como novela o como documento antropológico e histórico), tampoco puede negarse que ésta no solamente res- pondió al problema concreto de la explotación cauchera en la amazorinoquía colombiana, sino que hizo eco del interés más general que por entonces empeza- ban a manifestar las naciones de la región por el problema de las fronteras y sus economías extractivas. Es así como aquí se identifican dos autores que muy pro- bablemente incidieron en la factura de La vorágine, a saber, el venezolano Samuel Darío Maldonado y el brasileño Alberto Rangel, cuyas respectivas obras aportan elementos fundamentales para una comprensión más rigurosa de las circunstan- cias en las cuales fue producida la más importante narración occidental sobre la selva y lo salvaje. ABSTRACT Jose Eustasio Rivera’s La Vorágine is an original work both as a novel and a historical document as it responds to the problem of the rubber exploitation in Colombia. This study identifies two authors, the Venezuelan Samuel Darío Maldonado and the Brazilian Alberto Rangel, whose works provided a funda- mental and rigorous description of the circumstances in which this important western narrative about the jungle and the wildness was produced.

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34 Cuadernos de los Seminarios

RESUMEN

Si bien es indiscutible que La vorágine de José Eustasio Rivera es una obra de

originalidad mayúscula (bien sea si la tratamos como novela o como documento

antropológico e histórico), tampoco puede negarse que ésta no solamente res-

pondió al problema concreto de la explotación cauchera en la amazorinoquía

colombiana, sino que hizo eco del interés más general que por entonces empeza-

ban a manifestar las naciones de la región por el problema de las fronteras y sus

economías extractivas. Es así como aquí se identifican dos autores que muy pro-

bablemente incidieron en la factura de La vorágine, a saber, el venezolano Samuel

Darío Maldonado y el brasileño Alberto Rangel, cuyas respectivas obras aportan

elementos fundamentales para una comprensión más rigurosa de las circunstan-

cias en las cuales fue producida la más importante narración occidental sobre la

selva y lo salvaje.

ABSTRACT

Jose Eustasio Rivera’s La Vorágine is an original work both as a novel and

a historical document as it responds to the problem of the rubber exploitation

in Colombia. This study identifies two authors, the Venezuelan Samuel Darío

Maldonado and the Brazilian Alberto Rangel, whose works provided a funda-

mental and rigorous description of the circumstances in which this important

western narrative about the jungle and the wildness was produced.

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La vorágine de José Eustasio Rivera (1924) no sólo es una de las novelas másimportantes de la literatura colombiana, sino que ocupa un lugar destacado en elpanorama latinoamericano como virtual fundadora del género conocido como de“literatura de la selva”. Como antecedentes, se han señalado de manera más omenos convencional obras tales como Cumandá (1879) de Juan León Mera, GreenMansions (1904) de William Henry Hudson– interesantísimo escritor y prófugoanglo-argentino– y los relatos de Horacio Quiroga recogidos en Cuentos de amor,de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920), Ana-conda (1921) y El desierto (1924). Sin embargo, es con La vorágine que la novelaselvática adquiere su carta de ciudadanía. A la vuelta de un par de décadas, lospaíses amazo - orinoqueses producirán Toá de César Uribe Piedrahita (1933),Canaima de Rómulo Gallegos (1935), La serpiente de oro de Ciro Alegría (1935)y Sangama de Arturo Hernández (1942), eso antes de arribar a las épocas del“boom latinoamericano” con Los pasos perdidos de Alejo Carpentier (1953) o Lacasa verde de Mario Vargas Llosa (1966).

Simultáneamente, pero de una manera menos reconocida, La vorágine puedeincluirse en el caudal fundador de las obras literarias que hicieron de pilotes parala antropología latinoamericana. Aún hoy en día persiste la asociación de estacorriente con el mundo andino y más concretamente con la causa indigenista, perovale recordar que mucho de lo consignado por Rivera en su obra partió de sucontacto directo con las selvas de la amazonía y la orinoquía, así como de susentrevistas con los caucheros y demás personajes que luego hallaron cabida en lasaga de Arturo Cova hacia el inframundo. Si bien es materia de dudas hasta dóndepenetró Rivera el terreno físico de su novela, si de hecho estuvo en la selva o sóloen sus confines ribereños o llaneros, lo cierto es que ésta detenta el agudo sentidode un etnógrafo en los orígenes de la disciplina, capaz de consignar con abrumado-ra cantidad de detalles la vida, el pensamiento y el sentir de los habitantes de lafrontera, unidos todos por la tiranía de las empresas caucheras y una imperantefatalidad. A este respecto, resulta importante señalar que, aparte de su experienciapersonal (la cual, lo sabemos y es deducible, fue tan traumática para él como para

El camino hacia La vorágine:

dos antropólogos tempranos y su incidencia

en la obra de José Eustasio Rivera1

CARLOS PÁRAMO

AntropólogoUniversidad Nacional de Colombia

1 Documento elaborado para el Seminario Especial II, dirigido por el profesor Roberto Pineda Camacho.II Semestre de 2004.

CARLOS PÁRAMO

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los protagonistas de su obra), Rivera se sirvió de las fuentes impresas que tuvo a sualcance, la gran mayoría de ellas de corte denunciatorio, como Las crueldades de losperuanos en el Putumayo de Vicente Olarte Camacho (1911), El libro rojo del Putu-mayo (1913) y el ambicioso estudio sobre La amazonía colombiana de su amigoDemetrio Salamanca Torres (1917), amén de artículos de prensa y documentos dearchivo. No parece, sin embargo, haber tenido a su alcance estudios etnográficossobre la amazo-orinoquía, o al menos haber hecho una lectura sistemática de ellos,salvo los mediados por la literatura o por la diplomacia. E incluso en lo que concier-ne a las obras de “ficción” que pudieron haber influido en Rivera como modelo aseguir para la escritura de La vorágine, hemos de encontrar los ecos más resonantesentre sus menguadas (pero juiciosas) lecturas clásicas –LaEneida, Don Quijote oMaría, por ejemplo– y no entre la obras del ya mencionado Hudson, de John Tomlinson(The sea and the jungle, 1912) o Louis Chadourne (Le pot au noir, de 1922), estastres sugeridas como inspiración por la crítica literaria nacional cuando recién apareci-da la novela colombiana. Si al caso, aventuramos que la influencia de Julio Vernepudo haber sido más fuerte de lo que se piensa– en particular ese par de poco citadasaventuras en nuestras selvas, La jangada, 800 leguas por el Amazonas (1881) y Elsoberbio Orinoco (1898)–, pero es casi de darse por descontado que Rivera hubieratenido oportunidad de leer el paradigmático Heart of Darkness de Joseph Conrad(1902)– con la cual tanto gusta de compararse a La vorágine– o, para un ejemplocontinental, los cuentos de Horacio Quiroga. De hecho, la correspondencia entreeste último y Rivera, originada por su entusiasta saludo desde Buenos Aires a lo queél llamó la “grande epopeya” de la selva, dan a entender que el desconocimiento y lasorpresa por hallar una sensibilidad afín habían sido mutuos. Así, pues, cualquierindicio que nos conduzca al trasfondo de la escritura de La vorágine es importante,máxime si lo que nos interesa de la obra es, no tanto su influjo literario (ya que elestilo riveriano es de un vanguardismo desconcertante y sin parangón en las letras desu época, y no hay que olvidar que el Ulises de Joyce es de sólo dos años antes), sinocómo vino a sintetizar el imaginario de Occidente sobre la selva en potentes arque-tipos, a saber, la representación de la selva como infierno, cárcel, cementerio y hem-bra antropófaga, como espacio alterador de la realidad, como umbral iniciático delcurso hacia la fatalidad.

En lo que sigue haremos una presentación de la obra de dos autores, unovenezolano y el otro brasileño, que creemos sí demuestran su presencia en Lavorágine; dos autores que, como Rivera, fueron tanto escritores como prácticos ydiplomáticos, y que, como él, pertenecieron a la antropología temprana de susrespectivos países. Nos referimos a Samuel Darío Maldonado y Alberto Rangel.

* * *

Samuel Darío Maldonado nació en Ureña, estado del Táchira, en 1870. Médi-co cirujano de profesión, y especialista en varias enfermedades tropicales, desarro-lló simultáneamente los oficios de poeta, periodista y diplomático. Como muchos

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intelectuales de su generación, estuvo al socaire de la inestabilidad política, te-niendo que exiliarse tras la subida al poder de Cipriano Castro y sólo regresandoluego del golpe del legendario Juan Vicente Gómez en 1908, en cuyo primer gabi-nete desempeñó el cargo de ministro de Instrucción Pública. En 1911 fue nombradogobernador del Territorio Federal Amazonas, cargo que aprovechó para recorrerbuena parte de la frontera selvática colombo-venezolana.

La obra de Maldonado es tan variada como interesante en lo que concierne asu particular visión antropológica. En particular, ésta se devela en un par de textosproducidos durante la primera década del siglo veinte, en respuesta al trabajo deJosé Gil Fortoul El hombre y la historia: Ensayo de sociología venezolana, publica-do en París en 1896. No sabemos cuál pudo haber sido el gatillo de la ácida polé-mica de Maldonado, pero podemos suponer que, en el fondo, el autor simplemen-te buscaba un pretexto para poder afirmarse como antropólogo, en una época enla cual el concepto de antropología aún se hallaba indistintamente ligado al estu-dio de las particularidades de la raza. En su Defensa de la Antropología General yde Venezuela, de 1905, aprovechó los argumentos de Gil Fortoul que él consideróinválidos (y los eran muchos, según su opinión) para, de hecho, aventurar suspropias ideas sobre el poblamiento temprano de Venezuela, afincadas tanto en susestudios aplicados de antropometría como en una interpretación muy propia delevolucionismo poligenético de Agazzis y, sobre todo, de Ameghino. Varios de susargumentos son, a nuestro juicio, de gran interés, así sean insostenibles en nuestrotiempo, pues indican un período de la naciente antropología latinoamericana en elcual la experiencia de campo casaba a la perfección con la producción de teoríasnativas, que no meramente personales. Así, la perspectiva de Maldonado denotaun eclecticismo de gran elasticidad, propio del autodidactismo en materiasantropológicas, hermanado a una mente que se propuso ser ante todo original.(“O inventamos, o erramos” rezaba el díctum del ilustrado Simón Rodríguez.)

Huelga un resumen de aquellos puntos que consideramos los más llamativosen la Defensa. En contraposición a Gil Fortoul, quien cuestionaba la existencia dela antropofagia entre los nativos americanos previa al encuentro con Europa– pun-to de vista que reemerge con alguna regularidad en la antropología contemporá-nea–, Maldonado argüía no sólo la proclividad innata a tal práctica por parte de losmiembros de la familia caribe, sino que insistía en la veracidad de las crónicasespañolas, haciendo hincapié, sobre todo, en la equivalencia entre las palabrascaribe y caníbal. Si bien es cierto que su punto de vista hoy nos puede parecerpeligrosamente determinista, también lo es que se trató de una de los primerosintentos teóricos de explicar científicamente el canibalismo. Aunque la argu-mentación de Gil Fortoul sugirió ideas que hoy resultan sorprendentemente ac-tuales– como poner en entredicho la misma categoría étnica de lo “caribe”–, omi-tió a la vez cualquier tipo de sustentación que para su época pudiera pasar porcientífica. Maldonado, en cambio, quien se consideraba a sí mismo un apóstol delpositivismo de corte spenceriano, buscó controvertirle justamente desde donde sesentía en ventaja, eso es, desde las pruebas materiales. Es así como, aparte de

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alegar apasionadamente sobre la existencia del canibalismo, lanzó frente a las máscautelosas aseveraciones de Gil Fortoul las hipótesis del poblamiento inca de lacosta venezolana y del influjo muisca en los pueblos indígenas de los llanos. Paratal fin, se respaldó en sus propias conjeturas lingüísticas y en las teorías de Denikersobre los tipos de pelo en cuanto identificadores raciales y evolutivos. Sea comosea, de la obra confusamente “antropológica” de Maldonado, lo que más nosparece relevante aquí, es cierta forma de desafío intelectual que, como se verá másadelante, evoca de cerca el talante de José Eustasio Rivera en materias de geopolítica.Quepa, entonces, un par de ejemplos de sus ataques contra Gil Fortoul, a quien,en últimas, lo que Maldonado más reprocha es su distancia transatlántica, su faltade contacto con “el terreno”2 .

Nunca (y líbreme Dios!) me doy el tono sentencioso del pedagogo de oficio, jamás meimaginé que la antropología estuviese resguardada, como la ciencia del antiguo Egipto, poruna clase sacerdotal, o por algún mitológico Cancerbero; creo que al modo de los que traba-jan y piensan, y tienen hambre de razón y de justicia, no se veda la entrada al templo sagrado,supuesto que lo hubiere en la actualidad; y sostengo que van fuera de camino los que preten-den aniquilar una idea porque les viene en gana. A las ideas, batirlas con ideas. Verum est idquod est. (Maldonado, 1970: 57)

¿Por qué sin un dato, desnudo como un indio guahibo, sin una manta de algodón que lecubriese, como lo usaban los indígenas yaricaguas, sin una arepa de maíz y cacao de choroteque le nutriera en encéfalo, y sin una lámpara trípode, de origen muisca, que le alumbrara laoscuridad de la ignorancia, por qué así El Hombre y la Historia, se desbocó en palabras con-tra hombres e ideas? (112) …No tengo yo la culpa que no sepa historia el que me impone aestudiarla. Nunca de que me injurien porque no vuelven trizas argumentaciones basadas enautoridades. Tampoco de que los pobrecitos venezolanos que no gastan el lujo de vivir enParís, usen de un lenguaje científico decoroso, trascordado por los neoparisienses, o en calóde barrio, rastaqouéres. Menos la tuve cuando me puse a cavilar que El Hombre y la Historiamarchaban en desacuerdo lo uno con lo otro. Y menos hoy que destrozo en pedazos y parasiempre aquellos pliegos de papel inútiles. Y hago un servicio a mi patria en socolar algunasmarañas que obstruyen el terreno de los bosques vírgenes de la investigación, para que sur-jan robustos los árboles de nuevos ramos de la ciencia: prehistoria, etnografía y etnología,sociología y antropología. Mi acervo escaso, mi hacha pequeña, mi azada corta, póngalos adiscreción del trabajo provechoso y sano. (Maldonado, 1970: 113)

Sin duda alguna, ésta obra temprana del intelectual venezolano indica, aménde una mentalidad provocadoramente independiente, una forma de expresar lospuntos de vista que se halla a medio camino entre la grandilocuencia con ínfulasde cosmopolitismo y la vena terrígena. Más aún, lo hará su novela de 1920, Tierranuestra (por el río Caura), cuyo contenido, aparte de la rendición de un viaje, es

2 Nos servimos para tal fin de la edición de sus Ensayos publicada por el Ministerio de Educación deVenezuela en 1970, de la cual hemos respetado la puntuación original.

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simplemente imposible de resumir. Allí sus personajes hacen del transcurso ribere-ño un pretexto para discutir sobre todo lo imaginable: desde la nueva literaturafrancesa hasta los vejámenes culturales de la conquista hispánica; desde Hegelhasta, de nuevo, los orígenes evolutivos del hombre americano, o la contemporá-nea fiebre europea por el tango. Hay, conscientemente o no, mucho de novellarenacentista en todo ello, y probablemente fue por lo mismo que apenas si tuvodifusión en su época (lo cual descarta virtualmente el que Rivera la haya conocido,y en todo caso su estilo apenas sugiere algo que hubiera podido atraerle; más bien,por lo que sabemos, sí podía resultarle de una descomunal pedantería)3 . Tierranuestra también sobresale por ser una compilación impresionante de textosfolclóricos, de seguro transcritos por Maldonado en sus viajes, y, por ende, en serpródiga en datos que hoy llamaríamos etnomusicológicos. Como es usanza en laliteratura nacionalista del período, va acompañada de un extenso glosario de tér-minos, afín a aquel que concluye La vorágine. De esta vasta obra, de más de qui-nientas páginas en su edición original, hemos querido citar sólo un breve aparteque, no obstante, nos parece indicativo de un hecho trascendental para el pensa-miento social de la época. Con la irrupción y el demencial desarrollo de la GranGuerra, los ojos de una Iberoamérica que veía en Europa su modelo de civilizacióntornaban a un paisaje de profundo pesimismo en la especie humana, con la posi-ble excepción de los pueblos amerindios. Hay, entonces, algo de un rousseaunismoredivivo– incidente en el posterior indigenismo literario– en reflexiones como ésta:

–Evolución, evolución, añadía Gonzalo, están gritando los sociólogos y los que no so-mos, desde hace algunas calendas, cuando nos tropezamos con esas gentes más cerradas decascos que un cerrojo; o con esos pueblos que se detienen a rumiar su ignorancia en lospotreros del atraso… Evolución!, evolución! Y Europa, el modelo que seguíamos a ciegas,con una servidumbre gregaria, nos acaba de probar, en una truculenta lección de salvajismo,la cultura de cuarenta siglos! Y nos quejamos de los desvaríos de la humanidad en conjuntoy nunca de las locuras de nosotros los hombres en particular; y la boca del zafio se desgranaen alabanzas a la forma de gobierno tal, y a la excelencia del método de administración cual;y los componedores del mundo, nos salen de por ahí, de cualquier caverna, vociferando susproyectos infalibles y mostrando el mapa de sus planes destinados a la salvación universal;pero se nos viene a la mente aquel melancólico pensamiento de San Buenaventura, cuandoconfesaba lo tarde que se había convencido de que él mismo era el causante de sus propiosmales. …El daño que nosotros vemos en miniatura nos aterra, porque es criollo, aunque hijolegítimo de la maldad terrestre, pero no nos asustan las consecuencias de los vidrios que haroto a cañonazos la cultura europea y que nosotros empezamos a pagar, como las habas demarras, con el alza inconcebible de los artículos. (Maldonado, 1920: 455-456)

3 Dice Carlos Miguel Lloret en su introducción a la ya referida colección de Ensayos de Maldonado, que“no parece haber alcanzado Tierra Nuestra gran difusión. Es más, en 1938 o 1940, nos fue obsequiado unejemplar de un depósito oficial, en donde había muchos ejemplares” (15). Lloret da a entender que en eldesconocimiento de la obra pudo haber estado involucrado tras bambalinas el propio Gil Fortoul, amigode buena parte de la crítica literaria de la época.

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El Maldonado verdaderamente etnográfico aparece, no obstante, en otro tipode documentación, aquella concebida como informe diplomático o técnico. De1906, a poco de regresar de su exilio, es su crónica-memorando Una excursión porel Caris, la cual indica una faceta mucho menos polémica, pero en contrapeso másprecisa, del intelectual. Dado que se trata de una suerte de “informe de campo”(¿para quién?, no lo sabemos), Maldonado prescinde del tono agresivo y barrocode Defensa de la antropología y Tierra Nuestra y, más bien, nos deja ver al etnógrafoen acción.

A las 9 p.m., chocolate, y del muy suculento. Dormimos en chinchorros y bajo nuestrosmosquiteros, llamados pabellones por los habitantes de las regiones orinoquesas. A las 2 dela madrugada arribó Salazar Mejías y nos pusimos en pie. Hacia las tres y cuarto tras el café,tomado puro y fuerte, salimos.

…Una pequeña pendiente conduce a la meseta de Tabaro. Al salir a ésta desfilaron antenosotros una parvada de niños y niñas caribes, a cuesta una calabaza enmochilada en buscade la fuente. Era el amanecer cuando entramos en el caserío. Varios ranchos (veinticuatro esel total), forman el cuadro de la plaza, y dos como callejuelas de sur a norte y otras tantastransversales. Sonaban todavía ruido de tambores y música de pitos porque los indios esta-ban de jolgorio por ser día de la Concepción, Patrona del pueblo.

Paramos en una esquina donde tiene su habitación un general de restos de la Federa-ción. Es un rancho, el único de paredes blanqueadas que hay en la aldehuela. Una mujercriolla, aún joven, atizaba el fogón. Por ella supimos que el señor Emilio José Cornieles esta-ba enfermo y en cama, por la caída que sufrió de una bestia. A todos los bohíos asomabancabezas. La presencia de los forasteros atraía la atención de los menos trasnochados. Loscolores chillones de las túnicas de las mujeres y el azul de los guayucos masculinos voltijeabande uno y otro lado. Cesó el ruido del tambor, y se destacó del sur de la plaza, un caribe consu vara en la mano. El andar de este indígena es muy airoso por lo desenvuelto, manifiestasoltura, desenfado y agilidad. El que se aproximaba no lo hacía tan bien, porque los humosdel variante (ron) le nublaban la cabeza. Nos saludó cortésmente y se puso a nuestra dispo-sición: era Pablo Maica, el gobernador de los Indios Caribes de Tabaro. Por él supimos queallí se encontraba el jefe civil de “La Piña”, Claudio Pastrán, quien no tardó en arribar. Es unhombre gordo, de mediana estatura, moreno de unos 50 años y de ojos acafetados. Tambiénse divertía a sus anchas.

Entró para ver a Cornieles (su mentor) y en el entretanto le expuse a Maica el objeto demi visita, fotografiarlos, medirles la estatura, la cabeza. Como habla el castellano corriente,nos dijo que no había inconveniente alguno, y, ya familiarizado, y con el desparpajo de lostragos, nos tocó el alma, pues relató los sufrimientos de los indios: estaban muy pobres y losganados, vacuno y caballar, perjudicaban sus conucos. Para terminar la relación de sus mise-rias, preguntó: “Pero ¿Uds. no vienen a quitarnos el pueblo?” Honda melancolía se revelabaen sus ojos. “No, de ninguna manera”, le repuse, “las leyes del país les protegen, y Uds.tienen tierras desde que el Rey de España ordenó les demarcaran los llamados resguardosindígenas. La República después, procedió con la misma generosidad, si se quiere, que elmonarca español, dejando a los indígenas con las tierras que de hecho les pertenecían”. Atro-

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pellados, malvistos desde hace cuatro siglos, parias de América, no podían entender aquellasvoces francas que quizás por primera vez escuchaban en su vida. La duda se hacía en aquelespíritu doliente y añadió: “Así será, pero nosotros sufrimos mucho, pues ya no queremossembrar. ¿Para qué?”. (Maldonado, 1970: 184 – 185)

Nótese que se trata de un texto procedente de una época en la cual el diario decampo etnográfico aún no es considerado un instrumento imprescindible, ni mu-cho menos meritorio de publicación. Y aún así, este texto se halla lejos del repor-taje epistolar o del artículo de costumbres, géneros que, en cambio, se representana cabalidad en la conmovedora carta que envío José Eustasio Rivera en 1916 a susamigos Elías Quijano y Guillermo Arana con sus primeras impresiones del llano(Rivera, 1991: 29 – 38) y en el posterior relato sobre la Cacería de zaínos escritopara La Patria de Bogotá (op. cit: 25 – 29). En el texto de Maldonado, en cambio,poco descuella el escritor como protagonista; más le preocupa ver, describir e inter-pretar y, de paso, denunciar. Lo mismo habrá de suceder en el prolijo informe quepresenta al ministro de Relaciones Interiores en 1911, cuando ya posesionado comogobernador del Territorio Amazonas. El tono entonces será aún más desapegado,como es propio del género, pero, paradójicamente, se acercará más al mundo deJosé Eustasio Rivera. Contemplemos, pues, dos apartes relativos a los problemasde la frontera:

La despoblación es de tal manera alarmante y desconsoladora cuando se penetra en lascausas que la produjeron, que sólo la esperanza de que el Ejecutivo Nacional secunde mifranca y patriótica labor me sostiene el espíritu libre para la acción. He enviado comunicacio-nes a todos los capitanes de indígenas que en reducido número demoran todavía en algunoscaños, invitándoles que vayan a San Fernando, a mi retorno, para que fundemos pueblosdonde jamás, por ningún respecto, ninguna autoridad local o nacional les molestará, estor-bará o producirá perjuicios y daños como en otros tiempos, ni permitirá tampoco que nadielo haga. Que el Gobierno que me envía les auxiliará con recursos de herramientas y demásenseres y útiles de que carezcan, para que desmonten y cultiven en los caños que ellos elijan,con la sola condición de que se fijen y se ayuden también hermanados. La emigración hacialos países vecinos data principalmente de 1892 para acá, pero es más intensiva en los últimosaños y días, especialmente hacia el Brasil. Jamás ha sido espontánea. Algunas autoridadespor atropello y denegación de justicia u obligándoles para contratarse a trabajar sin asenta-miento voluntario [sic.] En seguida vienen los explotadores de goma, los vendedores ambu-lantes y por último los mañoqueros que los obligan a ceder su pan a trueque de baratijas. Lasexcepciones, tanto de autoridades como de particulares, son muy pocas.

Puedo asegurar al Ejecutivo Nacional que no hay pueblos en el territorio Alto Amazo-nas sino barracas, habitadas según los recursos con que cuenta el explotador de goma. Enverdad que después de la cosecha, se medio regresa a los lugares donde hay casas, pero deallí se sigue casi inmediatamente para conducir el producto al mercado de donde se traen lasmercancías, que es hoy en primer término, Ciudad Bolívar, y luego se reanuda la faena. Huboveintisiete pueblos y caseríos. (Maldonado, 1970: 224)

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Ley del Territorio. Se impone la derogación de la que existe, en la que como en la mayo-ría de los casos se legisló sin tener en mientes las necesidades, usos y costumbres que sonpeculiares a la región. Es preciso que haya una ley que regularice el comercio de regatón,palabra ésta que de por sí sola envuelve algo extraño y que no es usada en ninguna otra partedel país. El regatón, de regata, por el hábito de andar lo más de prisa posible y dejar atrás alrival, es una embarcación que va de barraca en barraca a vender la mercancía en negocio depermuta o cambio y raras veces a precio de contado. Los plazos son por consiguiente peren-torios, la duración de una cosecha y cuando ésta termina, anda de paraje en paraje recolec-tando o como expresan recogiendo bolones de goma. Los regatones llevan su marineríapropia, atracan y pasan la noche en el puesto de las barracas, y con frecuencia son causa detrastornos para los dueños porque les sonsacan individuos del personal porque les faltantripulantes o por cualquier otra causa, también en muchos casos por efectuar negocios clan-destinos con el personal para apoderarse de goma que ya está comprometida. (Maldonado,1970:227). …En los arreglos de cuenta, yo mismo he mandado que me traigan los LibrosMayores para ver sus asientos, y he encontrado partidas que son infracción a los más trivia-les deberes de consciencia, cuando no una vergüenza, un escándalo, por no decir otra cosa.Tanto es así, que yo mismo he puesto los precios corrientes suprimiendo todo exceso y sinmiramientos de ninguna clase. Por un hábito inveterado, los dueños del personal explotanno la goma sino al indio, los precios de los artículos que les suministran tienen un recargo de300 % o les obligan a tomar otros que no han menester, máquinas de coser que no sabenmanejarlas, las abandonan y pierden. En el Casiquiare he visto en un rancho de indios tresmáquinas Singer nuevas y descompuestas, sombreros de terciopelo botados en el suelo.(Maldonado, 1970: 229)

Los temas son los mismos de La vorágine y tienen por qué serlo. Al fin y alcabo, proceden muchas veces de los mismos sitios que, once años más tarde, visitóRivera como parte de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana. Recordemosno más este par de apartes, para encontrar el mismo espíritu indignado, ahoravolcado a la vivaz prosa del colombiano4 :

El personal de trabajadores está compuesto, en su mayor parte, de indígenas y engan-chados, quienes, según las leyes de la región, no pueden cambiar de dueño antes de dosaños. Cada individuo tiene una cuenta en la que se le cargan las baratijas que le avanzan, lasherramientas, los alimentos, y se le abona el caucho a un precio irrisorio que el amo señala.Jamás cauchero alguno sabe cuánto le cuesta lo que recibe ni cuánto le abonan por lo queentrega, pues la mira del empresario está en guardar el modo de ser siempre acreedor. Estanueva especie de esclavitud vence la vida de los hombres y es transmisible a sus herederos.((Maldonado, 1970: 250)

Mas el crimen perpetuo no está en las selvas sino en dos libros: en el Diario y en elMayor. Si su Señoría los conociera, encontraría más lectura en el DEBE, que en el HABER, yaque a muchos hombres se les lleva la cuenta por simple cálculo, según lo que informan los

4 Para hacer más ágil la lectura, baste con señalar que cada vez que nos remitamos al texto de La vorágine,lo haremos con referencia a la edición a cargo de Montserrat Ordóñez, publicada en 1998.

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capataces. Con todo, hallaría datos inicuos: peones que entregan kilos de goma a cinco cen-tavos y reciben franelas a veinte pesos; indios que trabajan hace seis años, y aparecen de-biendo aún el mañoco del primer mes; niños que heredan deudas enormes, procedentes delpadre que les mataron, de la madre que les forzaron, hasta de las hermanas que les violaron,y que no cubrirán en toda su vida, porque cuando conozcan la pubertad, los solos gastos desu niñez las darán medio siglo de esclavitud. (Ordóñez, 1998: 276)

O recordando al Maldonado que se desgasta en invectivas contra José GilFortoul, encontremos un espíritu similar en el José Eustasio Rivera que posa deconocedor de primera mano de aquello que los geógrafos y políticos ignoran. Justoen el año de la publicación de La vorágine, el escritor se enfrascó en una peleaescrita, y por lo demás no correspondida, con el geógrafo Hermes García, quien,en su calidad de perito en asuntos limítrofes, había proclamado con gran publici-dad su concepto de que las cuencas colombianas en el Amazonas y el Orinoco eranpoco más que irrelevantes para los intereses nacionales. Rivera sospechó, con funda-mento o no, que García obraba en connivencia con el ministerio de RelacionesExteriores venezolano, y así les respondió en una serie de artículos publicados enEl Nuevo Tiempo bajo el encabezado de “Falsos postulados nacionales”. Y nosobra decir que, a diferencia de Maldonado en su visceral Defensa, a Rivera muyprobablemente le asistía la razón, y que otra hubiera sido la historia colombiana siel Estado le hubiera hecho caso oportuno.

El Meta es nuestro Magdalena de las llanuras. Un ferrocarril que fuera a buscarlo desdeBogotá, sería más corto que el de Girardot. Las condiciones atmosféricas de los llanos favore-cen a dicho río en una forma que el Magdalena no ha visto nunca. El invierno en la pampa duraocho meses, y se suceden las estaciones con una fijeza casi mecánica. Abril trae lluvias y diciem-bre las ve desaparecer; en junio y julio las inundaciones llegan al máximum, en agosto hay unveranito de quince días, en octubre los chubascos se hacen raros, al entrar noviembre la “cre-ciente de los muertos” no falla jamás. En estos ocho meses el caudal de aguas le daría tráfico acualquiera de los vapores de la Compañía venezolana, que no son más grandes que el vaporAyacucho del Magdalena. Y en el estío la misma sequía viene por grados: una embarcación decien toneladas puede afrontar el arrecife de Trapichote sin riesgo alguno en los dos primerosmeses del año; en el tercero tiene que navegar con mayor cautela; en el cuarto, las precaucionesno están de sobra. Ya comprobé que el buque Libertador, el cual, además de los tripulantes,podía recibir a bordo ciento diez reses, lo remontó sin penalidades en pleno verano, más deuna vez, desde Ciudad Bolívar hasta Barrigón, a 40 leguas de Bogotá. (Rivera, 1991: 71)

[Pero aceptemos] que no sea navegable el Meta; lo que exigen los diplomáticos de Co-lombia es el derecho de aprovecharlo en el Orinoco, o donde se pueda. Aceptemos que elMeta recorra una región de escasos productos. Nuestro derecho está en sacar lo que haya ytraer lo que falte. Aceptemos que los colombianos ni traigan ni lleven nada por aquella vía.Nuestro derecho está en que los nacionales puedan ejercer sus actividades cuando a bien lotengan, en lograr que nuestro pendón pueda ser izado en cualquier nave en territorio propioo ajeno, en hacer que el Jus Gentium tenga resultados para nosotros.

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44 Cuadernos de los Seminarios

Y si a estas miras se une el anhelo de libertarnos de los tributos que por aduana y tráficose le pagan a Venezuela, ¿habrá razón para conceptuar que nuestros diplomáticos han sidonecios, que ignoran la geografía nacional, que obran a ciegas en lo que pactan? El doctorGarcía, santandereano, ¿sabe cuánto se le ha entregado a nuestra vecina por sólo impuestos,desde el año 1896 a esta parte? Más de veinticinco millones de pesos, más de lo que estamosrecibiendo como indemnización americana. ¿Estos no son motivos para querer que exista untratado de comercio y libre navegación, aún a costa de sacrificios de otro jaez?

En todo caso, doctor García, si hay alguien que no conozca el alcance de nuestros pro-blemas trascendentales, la geografía y las conveniencias de la Nación, somos usted o yo. Perojamás nuestros diplomáticos. (Rivera,1991: 73)

Hemos querido hacer este excurso de la presentación de Samuel DaríoMaldonado, no sólo con el fin de asimilarle a José Eustasio Rivera, sino paraindicar un hecho que consideramos relevante. Durante su participación en la comi-sión limítrofe– de la cual renunció indignado en 1923 por serias desavenencias consus directores, y acusando de negligencia grave al ministro de Relaciones Exterio-res colombiano, así como a la Oficina de Longitudes de Bogotá (recuérdese elcélebre pasaje sobre ésta en La vorágine)–, Rivera pudo muy seguramente teneracceso a los informes respectivos de Maldonado, adelantados hacía una década.Es así como resulta tan revelador y, más aún, sorprendente, este aparte del Infor-me de Maldonado, de 1911:

Regresé de Esmeralda el día 27 [de marzo de 1911] bajando por el Orinoco rumboa San Fernando de Atabapo; en este trayecto existen los siguientes sitios habitados:

Nombre del sitio Propietario Casas Habitantes

El Cejal J.M. Noguera 3 13Quiratare J.M. Noguera 1 13Maripicure Tomás Funes 1Babilla Tomás Funes 2 44Tracoapure Alejandro Reyes 1 24Cangrejo Juan Flores 1 24Cariche Jorge Paraquet 1Chicaramoni Jorge Paraquet 1Vista Alegre Jorge Paraquet 1Quirare Jorge Paraquet 2Patos Jorge Paraquet 1 101Maricupure Domingo Martínez 1 19Guanami Simonovis & Odremán 1 30Temblador Ricardo Martínez 1 43Puruname Florencio Silva 1 11Platanal Hermanos Acosta 2 16Boca de Yagua Reyes & Co. 1 15Yapacana Ramón Orozco 1 15

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Mata de Palma Francisco Rodríguez 2 33Gallineta Narciso Orozco 2 21Perro de Agua Pedro Manrique 1 19La Ceiba J.M. Páez Hernández 1 25Puerco Espín Arturo Cova 1 16Macurruco J. de J. Correa 1 8Santa Bárbara Federico González 1 10Paloma Bernardo Pérez 1 10Trapichote Clarisa Mayabiro 2 7Cosme Facundo Urrego 1 7Dárate Pedro Manrique 1 5Palometa Rufo Turón 1 6Guacamaya Pedro Manrique 2 13Tablón Emiliano Manrique 1 26

Total 41 567(Maldonado, 1970: 258 -259)

Si se leen con cuidado los nombres de este censo– uno de los varios que aparecenen el documento– podrá notarse que el coronel Tomás Funes aparece como propieta-rio de dos casas y responsable de 44 siringueros. Aún faltaban dos años para que éstederrocara al gobernador Roberto Pulido e implantara el régimen de terror que lo hizojustamente famoso en toda la región, a la vez como rufián y tirano de una especie deutopía cauchera. Pero, sobre todo, casi perdido, aparece como propietario de PuercoEspín, al margen del brazo Casiquiare, el cauchero Arturo Cova.

…¿Coincidencia? Nos parece que es muy poco probable. Es justamente en aque-llas inmediaciones donde transcurre el desenlace de la novela, no lejos de las barra-cas del río Guaracú, allí donde– de acuerdo con la edición príncipe de La vorágine–Arturo Cova fue fotografiado por la madona Zoraida Ayram, enjuto y débil por elberiberi. Es allí donde Funes preside con mano implacable. Ciertamente, hay variasinconsistencias entre este dato precioso y lo que La vorágine refiere. Para empezar, elviaje de Arturo Cova, desde su salida de Bogotá hasta su desaparición en algún lugarde la frontera con Brasil, dura, a lo sumo, nueve meses, si no menos, y esto es fácil decalcularlo por la edad su hijo, quien con seguridad es concebido por temprano antesde su escape con Alicia y quien, hacia el final, es referido como “el sietemesino”.Sigue el problema de la fecha. Los acontecimientos ocurren después de mediados1913, ya que narran con detalle la insurrección de Funes, pero no parecen ocurrir másallá de 1914, dado que la ceguera de Ramiro Estévanez, ocurrida en las postrimeríasde la carnicería de San Fernando de Atabapo, parece ser de índole reciente5 . En otras

5 Eduardo Neale-Silva (1939: 316) opina, sin embargo, que “The main action of the novel takes place around theyear 1920. This date is given advisedly. In its last pages the novel alludes to Monseñor Massa, Apostolic Prefect,the living at the mission of San Gabriel, who was appointed to the post shortly after the death of his predecessor,Moseñor Giordano, in December, 1919.” El argumento es sensible y lo único que demuestra es la (¿deliberada?)libertad que se tomó Rivera con las fechas en la escritura de La vorágine, mas no con los hechos.

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palabras, el Arturo Cova de Maldonado ya estaba en la zona mínimo desde 1910,lo cual no es el caso del Arturo Cova de Rivera. Y, por lo demás, está la célebrefoto, tan discutida, en la cual la crítica riveriana (Neale-Silva, 1939, 1986; PérezSilva, 1988) ha querido ver al mismo Rivera, preso del paludismo, en algún mo-mento de su estadía en Orocué cuando abogado litigante, o a lo sumo durante suinfortunada participación en la expedición limítrofe6 .

Empero, si partimos de conceder a Rivera el derecho natural a la licencia litera-ria, bien podemos suponer que conoció al Arturo Cova real o que, al menos,escuchó hablar de él. Tal vez se enteró de algo sobre este personaje que cautivó suimaginación. Tal vez el verdadero Arturo Cova también había sido tolimense opoeta, o–por qué no–tal vez se trataba del personaje de la famosa fotografía. Nada,al menos hasta que sepamos más (y si eso es posible), da por sentado que quienallí aparece, minúsculo y desvalido en un chinchorro, sea José Eustasio Rivera. Eltestimonio gráfico es demasiado borroso, como borrosas– deliberadamente bo-rrosas– son las indicaciones que da Rivera sobre la fecha en que fueron escritos los

6 En su célebre y vindicativo De “La vorágine” a “Doña Bárbara”, Jorge Áñez (1944: 157), amigo ycontertulio de Rivera en Bogotá, asevera que “Bien sabido es que Arturo Cova no es otro que el mismoJosé Eustasio Rivera, quien aparece en la primera edición de ‘La Vorágine’ Frente a las barracas delGuaracú…”. Ese “bien sabido” nos resulta poco convincente en el sentido que, salvo el decoro de la forma,no demuestra que a Añez le constara que el personaje de la foto fuera Rivera. Incluso, si Rivera indicóalguna vez que se trataba de él mismo, la imagen es tan precaria que podía ser, en efecto, la de otra persona,así como no es de descartarse que el poeta nunca se hubiera adentrado tan hondo en la selva como alegabahaberlo hecho. Es más: si se observa con cuidado, la cabeza del retratado resulta algo desproporcionada,por grande, frente al tronco. ¿Se trata, acaso, de un montaje? Y, de ser así, ¿de quién podría ser el rostrooriginal? … La vorágine es fundamentalmente un mito y su lógica interna obedece, en consecuencia, a lalógica mítica. José Eustasio Rivera, en tanto genial mitógrafo, concibió su vida de una manera análoga.

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telegramas que abren y cierran la novela. Por lo demás, y en lo que valga, está eltestimonio del célebre “Jerarca” John Brown– testigo de excepción de los abusosde la cauchería peruana en el Putumayo–, tal y como se lo presentó a JoaquínMolano Campuzano en una entrevista realizada en 1958. Escribe Molano:

Le pregunto [a John Brown] si él conoció a los personajes de La vorágine; se pone serioy con algo de mal humor denota que el tema no le agrada y dice:

–Esa es pura novela. Dice muchas mentiras. José Eustasio Rivera no estuvo aquí[en la selva amazónica]. Esa novela no es de él. Para escribirla le compró el manuscrito aArturo Cova, recogió datos de Miguel Pezil y de [Benjamín] Larrañaga. Y del Libro Rojo delPutumayo.

Le pregunté si había conocido a esos personajes y dijo:–Conocí a Arturo Cova y a Miguel Pezil y a Alicia. La turca no existió – se refería

a Zoraida Ayram -. Había muchas por el estilo y de diferentes nacionalidades. (en PérezSilva, 1988: 58)7

Realidad o ficción, así sea tan sólo por darle un margen de credibilidad a esetestimonio y, en consecuencia, preguntarse sobre la historicidad de Arturo Cova,la obra de Maldonado es de relevancia mayúscula para el estudio de La vorágine.

* * *

El pernambuqueño Alberto Rangel nació en 1871, un año después que SamuelDarío Maldonado. A los diecisiete años ingresó a la Escuela Militar, donde, apartede trabar una amistad de por vida con su compañero Euclydes da Cunha– luego elgran comentarista del Sertón y el Nordeste brasileños–, cursó estudios como inge-niero que lo condujeron, en 1900, a un puesto sobre el río Marañón. Allí, ante lainoperancia del ejército, solicitó la baja y se radicó en Manaos como trabajadorparticular y tomando parte en la política local. Fruto de ello fue su nombramiento

7 El importante estudio de Ramón Iribertegui (1987), Amazonas: El hombre y el caucho, da cuenta, en suspáginas 147 – 148, del mismo censo de Maldonado aquí citado, y trascrito de la misma fuente que hemosutilizado. Sin embargo, y a pesar de que incluye a La vorágine en la bibliografía, no hace referencia alguna ala notoria presencia de un Arturo Cova. Que sepamos, nadie hasta la fecha lo ha hecho. Sobre la identidadde la “madona” Zoraida Ayram (sobre quien se escribe un tanto más a continuación) véanse Neale-Silva(1939) y, sobre todo, la interesante, aun cuando no necesariamente confiable, apreciación de Luis EduardoNieto-Caballero en su Vuelo al Orinoco (1935: 48 – 51, 151). Sobre la veracidad del relato de Rivera y supresencia física en los sitios que visitó nominalmente la comisión limítrofe, no puede pasarse por alto (denuevo en lo que valga) el testimonio recogido por Alfredo Molano en 1988 cerca de Puerto Inírida: «DonCarlos conoció al dedillo el negocio del caucho y fue él, según le confesó a El Chivas, quien relató a JoséEustasio Rivera todas las historias que “ese sinvergüenza público” después [¿atribuyó?] a su nombre. DonCarlos sostenía que que “el mocoso ese” no hizo más que “oír cuentos y temblar de fiebre”, que muy pocasveces se bajó del barco en que iba la Comisión de Límites y que llegó solamente hasta la aldea de El Coco…de donde se “devolvió engarrotado para Bogotá”» (en Calasanz Vela y Molano, 1988: 234). Este tipo deaseveraciones pasa por inocuo si no fuera porque tiende a ser reiterativo. Más que la verdad histórica,creemos que lo relevante aquí es cómo los habitantes del área que otrora circunscribió la acción de Lavorágine han creído tanto en la eficacia el mito, que paulatinamente se han ido apropiando de su autoría.

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como secretario de gobierno del estado Amazonas en 1905. Paralelo a sus laborespolíticas e ingenieriles, adelantó una copiosa producción literaria que abarcó des-de el estudio histórico riguroso hasta los cuadros de costumbres, y un extraordina-rio volumen de narraciones, Inferno Verde: Scenas e scenarios do Amazonas, pu-blicado por primera vez en 1908.

Es a propósito de Inferno Verde que aquí nos interesa hablar de Rangel. Eneste caso, su obra etnográfica sustantiva se concentra en los once relatos que leconforman, y los cuales, estamos seguros, fueron conocidos por José Eustasio Ri-vera, a pesar de que hasta la fecha no hayamos encontrado fuente alguna que noslo confirme. Y es que todo se presta para que así haya sido. No sólo fue InfernoVerde una obra muy difundida en su momento (caso contrario de Tierra Nuestrade Maldonado), sino que experimentó tres exitosas ediciones durante la vida delautor. Para Rivera hubiera resultado fácil adquirir el tomo en Manaos, donde sísabemos que estuvo en 1923, o conocerlo a través de su amigo, el cónsul colom-biano y patriota Demetrio Salamanca Torres, también famoso en su época por lasserias denuncias que efectuó, ante la indiferencia gubernamental, sobre la situa-ción de los colombianos en las caucheras peruanas. Más aún, como en otro aspec-to sucede con la obra de Horacio Quiroga– que, recordemos, Rivera sólo parecehaber encontrado tras la publicación de La vorágine–, la sensibilidad de Rangel essorprendentemente similar a la del colombiano. Su atención no se dirige hacia elexotismo exuberante, o hacia el mundo primitivo per se, sino decididamente haciala vida de los hombres y mujeres, blancos o indígenas, que habitan la selva. Dehecho, ve en ello un drama sobrenatural. A pesar de que poco se remarque el dato,a Rangel le debemos la ya manida identificación de la selva con el infierno verde,concepto decisivo que luego Rivera habría de hacer propio, transmutándolo a suvez en las metáforas de cárcel, cementerio y hembra antropófaga. Y en lo queconcierne a su particular uso del método etnográfico, el de Rangel abrevó en fuen-tes similares a las de Rivera y apeló a las mismas técnicas: la charla, la recolecciónde anécdotas, la observación en ruta. En una buena medida, antes de que La vorá-gine abriera la puerta de la selva a la literatura latinoamericana hispanohablante,Inferno verde ya lo había hecho en la literatura brasileña. Así lo expresó el propioEuclydes da Cunha en su preámbulo a la obra, cuando hizo aseveraciones talescomo: “O critico das cidades, que não comprehender este livro, será o seu melhorcritico. Porque o que ahí é phantastico e incomprehensivel, não é o autor, é aAmazonia…” (Rangel, 1920: 7), o “Realmente, a Amazônia é a ultima página,ainda a escrever-se, do Gênesis” (Rangel, 1920: 9)8 . Pero es sobre todo en la pro-pia prosa de Rangel, de una agilidad y un lirismo absorbentes como la selva mis-ma, que percibimos su influencia en Rivera y, por ende, en la configuración delmito selvático. Está, por ejemplo, este retrato a mano alzada, tan similar en técnicaa los de La vorágine, presente en el relato Um conceito do Catolé:

8 Nos servimos aquí de la tercera edición “revisada por el autor” de 1920. La ortografía y la puntuación,algo obsoletas frente al portugués contemporáneo, son las originales.

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João Catolé chegara ao Amazonas na récua de embarcados, em Fortaleza, tal um gadode refugo. Viéra com a filhinha, fungido ás miserias do sertão, onde havia muito não cahiragota d’agua e onde succumbira a sua querida mulher. Elle mal tivéra tempo de fechar osolhos á fallecida, pois deparara um dia a pobre esparralhada á sombra de uma carnaubeira.A coitada vinha da cacimba. Credo! Tinha as ropas manchadas de vermelho, feita umacriminosa; e, como levara á bocca as mãos, tentando represar o vomito hemorrhagico, estavamtambem as mãos ensopadas de sangue. (Rangel, 1920: 53).

Sin que sea el mismo personaje, creemos que es inevitable pensar en el ancia-no Clemente Silva, el brújulo, condenado a buscar y luego cargar por toda la selvacolombiana–una y doble a la vez–los huesos insepultos de su hijo Lucianito. JoãoCatolé y el viejo Silva son ambos la representación del hombre de frontera, cuyodestino ineluctable se halla atado a la selva como una maldición. Y asimismosucede en “Terra cahida”, nombre de una inestable barriada que es símil del mun-do circundante:

Afinal de contas, a «terra cahida» bem póde ser a definição do Amazonas. Por vezes, noseu terreno alluvial tudo repentinamente vacilla e se afunda, mas reconstitue-se aos poucos.Cahe a terra aqui, acolá a terra se acresce. Resulta que, nesse jogo de erosões e de aterros,o esforço do homem é o de Atlas sustentando o mundo e a sua lucta é a de um Sysiphoinvertido. (Rangel, 1920: 92).

De manera simpática, Euclydes da Cunha escribió en su preámbulo que, en laselva de Rangel, “O homem mata o homem como o parasyta anniquila a arvore”(Rangel, 1920:14). Luego Rivera habrá de consignarlo de manera lapidaria: “¡Yo hesido cauchero, yo soy cauchero! ¡Y lo que hizo mi mano contra los árboles puedehacerlo contra los hombres!” (Ordóñez, 1998: 289). Y más atrás, en la oda infer-nal que inicia la segunda parte de La vorágine, Arturo Cova clama desesperado:

¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado malignome dejó prisionero en tu cárcel verde? …Tú eres la catedral de la pesadumbre, donde diosesdesconocidos hablan a media voz, en el idioma de los murmullos, prometiendo longevidad alos árboles imponentes, contemporáneos del paraíso, que eran ya decanos cuando las pri-meras tribus aparecieron y esperan impasibles al hundimiento de los siglos venturos. Tusvegetales forman sobre la tierra la poderosa familia que no se traiciona nunca.

…Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras formadas en el hálito de los seresque agonizaron en el abandono de tu majestad. ¡Tú misma pareces un cementerio enormedonde te pudres y resucitas! (Ordóñez, 1998: 189 – 190).

El personaje de la selva, según Rangel, obedece justamente a esa condiciónangustiosa. Suplica por liberarse de la tiranía del medio, y paradójicamente sabeque no podrá hacerlo pues le ha vendido la vida. Al final, sucede como en Obstinação,episodio que bien pudiera ocurrir en el Brasil contemporáneo, el de los Sin Tierra:

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Foi assim que o caboclo, excluido do seio amado, a esse mesmo seio se acolheu ferrenho.Não podendo viver na terra de seu berço, fizera d’ella seu tumulo. Prometheu desencadeando-se, por mais heroico, encafuara-se na terra quel um péba. (Rangel, 1920: 171).

…Prometeo, Sísifo, pero ante todo es esa alegoría de la decadencia telúricaque es A decana dos muras:

Era uma mulher da côr de barro cru, enorme, adiposa, envolvendo a nudez asquerosa,d’evidencias repugnantes, no curto trapo, que lhe cahia no ventre monstruoso, á maneira desaia, das cadeiras até aos joelhos. Quasi não se lhe viam os olhos, de embaciados, na faceterrosa. A bocca murcha e sem labios. Os cabellos empastavam-se-lhe, muitos ralos, na cabeçade frontes fugidias. No rosto, cruelmente chato, a pelle toda enrugada, tal o epicarpo degenipapo maduro. O collo era revestido de pellangas nojentas, sobre as quaes alvejava odisco Branco do muirakytan, pendurando a um fio de tucum. As pernas arqueadas aguentavammal o montão de banha flacida, coberta de escaras, como dous troncos caraquentos e defor-mados de envireiras.

–Re iké re uapyra, fallou a abominavel criatura, indifferente á nuvem de carapanans,que a cobria. E accrescentou em extranho murmurio nazal: Mata remunhã re iko?

Nem entendi, nem sabia como responder ao avejão. Logo pude comprehender, apenas,que era uma india mura a habitadora do rancho. E velha, de tal velhice, devia ser a decana dareduzida raça.

O seu povo espalhara-se, em remotos tempos, das corcovas da serra de Parintins á fozdo Jutahy. Mas, o dolo e as violencias do caríua, enganador e malvado, haviam-lhe extermi-nado os antepassados. Hoje ainda, pelo Pantaleão e outros pontos do Autaz, ha algumasamostras escassas da tribu,–miseravel reboltalho, atascado de alcool, ladrão e vadio, sob oolhar inoffensivo do coronel Barroncas. Mas, foi gente muita e guerreira. Data de poucomais de um seculo a sua submissão ao «branco», consumiu-se nos barrancos dos aldeiamentos,sob o despotismo dos Directores, a intrujice e o fanatismo cupidos de Missionarios, aoamolletando governo interno dos inermes tuxauas. E d’esse saldo humilde, era a megera,que me olhava, o mais antigo e pavoroso ejemplar. (Rangel, 1920:128).

Unica remanescente de extinctas malocas, vira todos os infortunios de grande parte desus irmãos. Quantas vezes, quantas, a lua,– a maternal Yaci, na recepção ou despedida danoite, osculando com o labio branco o tufo das ramalhadas, a alvoroçara de amorosos enleios?Os que acalentara em creança, os que assistira morrer nas guerras, os que exhalaramqueixumes, gemidos e confissões, em extasis, no seu seio morno, já nem tinham mais logar naestreiteza de sua memoria. Essa informe e logeva creatura nem devia ter recordações, nemsaudades. De tanta sobrecarga do passado, o cerebro espessara-se-lhe, massa opprimidaonde não caberia mais, desde ha muito, nenhum clarão imaginativo. (Rangel, 1920: 129).

… E, deixando á eterna carcassa, sobejo de sua nação, o resto de meu farnel, mettimesoffrego na canôa. Empolgava-me a reluctancia de attingir o rio, taciturno desde que oportuguês Favella o fez apavorar-se na chacina, reflectindo as labaredas de trezentas malocasincendiadas e carreando–rego de matadouro historico–o sangue de setecentos peitos e flan-cos de brasileiros puro sangue. (Rangel, 1920: 131).

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A nuestro juicio, los ecos de Rangel en Rivera aquí se hacen explícitos. Enprimer lugar, pensamos en la indiecita Mapiripana, con “vestido de telarañas yapariencia de viudita joven”, de rostro “peludo como el de un mono orangután”,quien ejerce la venganza de la naturaleza sobre el hombre blanco que pretendeultrajarla (Ordóñez, 1998: 226). Este mito contado por el catire Helí Mesa pocodespués de pasar por Ucuné, sobre el río Vichada– mito que a su vez se insertacomo comentario al mito general que es La vorágine–, parece haber sido de lacosecha del propio Rivera. Alfredo Molano (en Vela y Molano, 1988: 215) afirmaque en su expedición por el río Guaviare no encontró rastro de la historia, inclusoentre los guahibos más viejos de El Raudal de Mapiripana, y nuestras pesquisas enel Guainía, entre puinaves y guayaberos, tampoco dieron otro resultado, aunquehay que reconocer que allí se trataba de comunidades que ya demostraban el pesode más de veinte años de evangelización por parte de Nuevas Tribus. Sea comofuere, creemos ver en A decana dos muras el modelo para la estilización literariade esta vampiresa autóctona, y no sólo allí. Más revelador sea, acaso, el vigorosoretrato que plasma Arturo Cova de la madona Zoraida Ayram:

La madona asomó a la puerta, llenando con su figura quicio y dintel. Era una hembraadiposa y agigantada, redonda de pechos y de caderas. Ojos claros, piel láctea, gesto vulgar.Con sus vestidos blancos y sus encajes tenía la apariencia de una cascada. Luengo collar decuentas azules se descolgaba desde su seno, cual una madreselva y sobre una sima. Sus bra-zos, resonantes por las pulseras y desnudos desde los hombros, eran pulposos y satinadoscomo dos cojincillos para el placer, y en la enjoyada mano tenía un tatuaje que representabados corazones atravesados por un puñal. (Ordóñez, 1998: 320).

Observándola de reojo, comencé a sentir la agresividad que precede a los desafíos. ¡Mujersingular, mujer ambiciosa, mujer varonil! Por los ríos más solitarios, por las correntadas máspeligrosas, atrevía su batelón en busca de los caucheros, para cambiarles por baratijas la gomarobada, exponiéndose a las violencias de toda suerte, a la traición de sus propios bogas, alfusil de los salteadores, deseosa de acumular centavo a centavo la fortuna con que soñaba,ayudándose con su cuerpo cuando el buen éxito del negocio lo requería. Por hechizar a loshombres selváticos ataviábase con grande esmero, y al desembarcar en los barracones, lim-pia, olorosa, confiaba la defensa de sus haberes a su prometedora sensualidad.

¡Cuántas noches como ésta, en desiertos desconocidos, armaría su catre sobre las are-nas todavía calientes, desilusionada de sus esfuerzos, ansiosa de llorar, huérfana de ampa-ro y protección! Tras el día sofocante, cuyo sol retuesta la piel y enrojece los ojos con doblellama al quebrarse en la onda fluvial, la sospecha nocturna de que los bogas van en disgus-to y han concebido algún plan siniestro; tras el suplicio de los mosquitos, el tormento delos zancudos, la cena mezquina, el rezongo temporal, la borrasca encendida y vertiginosa.¡Y aparentar confianza en los marineros que quieren robarse la embarcación, y relevarlosen la guardia, y aguantarles refunfuños y malos modos, para que al alba continúe el viaje,hacia el raudal que prohíbe el paso, hacia las lagunas donde el gomero prometió entregarun kilo de goma, hacia los ranchos de los deudores que nunca pagan y que se ocultan aldivisar la nave tardía!

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9 Ahora bien, no deja de ser significativo lo que un célebre viajero como Kenneth G. Grubb podía afirmaren 1933: “La Vorágine, by José Eustasio Rivera, is a unique work in the literature of America, conveying atruer impression of life in the Amazonian forests than is provided by either of the noted Brazilian writers,Euclydes da Cunha and Alberto Rangel” (64).

Así, continuando el éxodo repetido, al monótono chapoteo de los canaletes, debió demedir la inmensa distancia que hay entre la miseria y el oro espléndido. Sentada sobre losfardos, en la proa del batelón, al abrigo de su paraguas, repasaría en la mente sus cuentas,confrontando deudas e ingresos, viendo impaciente cómo pasaba un año tras otro sin dejar-le en las manos valiosa dádiva, igual a esos ríos que donde confluyen sólo arrojan espumasen el arenal. Quejosa de la suerte, agravaría su decepción al pensar en tantas mujeres nacidasde la abundancia, en el lujo, en la ociosidad, que juegan con su virtud por tener en qué dis-traerse, y que aunque la pierdan siguen con su honra, porque el dinero es otra virtud. Y ella,uncida al yugo de la pobreza, luchando a brazo partido para comprar el descanso de la vejezy volver a su tierra, que le negó todos los placeres, menos el de quererla, el de recordarla.Quizás tendría madre a quien mantener, hermanos que educar, deudas sagradas que redi-mir. Y por eso la forzaría la necesidad a pulir su rostro, ataviar su cuerpo, refinar su labia,para que los artículos adquirieran otra categoría; los cobros, provecho; las ofertas, solicitud(Ordóñez, 1998: 325 – 326).

No importa de quién se trate, si de una decrépita indígena, la última de sunación, o de una comerciante de baratillo, a su manera también una sobrevivientedesarraigada. La selva tiene para Rangel y Rivera la capacidad de pintar del mismocolor todos los destinos y conducirlos a la misma suerte9 .

Terminemos con otra comparación asaz reveladora. En este caso, Rangel nos pre-senta una versión moderna de la Nave de los Locos, sólo que teñida de indiscutibletragedia. Se encuentra en la última narración del libro, la epónima Inferno verde:

O navio estourava da carga, que lhe mettia nagua a «marca do seguro». Duzentos homensse comprimiam, onde não haveria logar para cem, na disparatada promiscuidade, com saccos,caixões, bois e garrafões. As rêdes, em quinconcio, embaraçadas, sobrepostas umas ás outras,até sobre os lombos do gado. Um homem morrera de uma cornada, na rêde em que dormia.Era todo um rebanho colhido em navio fantasma, para ser lançado numa voragem; e, com orebanho, a carga pilhada por corsários. D’est’arte o «gaiola», na vagarosa marcha, esbarrandocom balseiros, ou raspando troncos fluctuantes, montara o Solimões, beirando sempre amargem para evitar os impulsos da corrente majestosa e profunda. Botos, por boreste,emergiam ás cambalhotas. Uma madrugada, em dilúculo de nevoas, que eram como a fumaçade toda a mattaria que ardesse, fizera-se pausa, para que dissipados os fumos da humidadese entrasse no Juruá. Este parodiava o outro rio. A mesma monotonia no fugente verdenegro e esfuminhado. Só mais estreito e esbordado. E, como era Março, a cheia, em pleno,dava á paizagem um aspecto aguacento de dilúvio. O gado amontoava-se em curraes ilhados.Em Mauichy, o cemitério tinha o topo das cruzes á flor d’agua. Muitas vezes, para enterrar osmortos de bordo, não havia terra de prompto. Era preciso esquadrinhar o rio para obter umsepulcro; que tudo sendo uma só campa, não havia logar para um morto. Parando em Nova

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Fortaleza, o navio alarmou-se com um dono de seringal, vindo de terra, que loquaz epernóstico, contava casos ao «immediato», interrompendo-se a cada passo em gargalhar tãoestrepitoso, que reboava pelo convés com fragor bombástico. Dezesete dias, na mesma fainade vencer praias, estirões e «sacados», que se renovavam desenhados da mesma fórma, coma eterna successão de nuvens de carapanans e piuns nas barracas e barracões, onde se tomavalenha, ou se deixava carga, e nas outras paradas bocejeantes, a ceifar capim para o gado, oua «dar um lance» aos peixes. Havia variedade nominal nas taboletas dos barracões; mas, oque ellas designavam, era sempre o mesmo typo, quer de tijolo, quer de paxiúba. A fantasiados occupantes ou donos, as suas recordações, a sua sentimentalidade em jogo, escreviamnas margens um glossário abundante, cruel ou enternecedor: Altamira, Novo Paris, DeixaFallar, Miragem, Bom Logar, Santa Helena... Sendo o espectaculo igual, adornavam-no,comtudo, mil incidentes: o magoary pousado num mulateiro; o batelão tomando lenha; algunsjaburus na bocca de um igarapé, mariscando; a algazarra do bando espavorido de coricas oupapagaios; os sons lamurientos de uma sanfona; capivaras fugidias; seringueiros em festa,acenando de terra aos «brabos», em baixo, no convés... (Rangel, 1920: 244-248).

Este párrafo magistral encuentra su reflejo en uno de los pasajes que, a nuestrojuicio, es de los más logrados de La vorágine. Se trata de la caravana de los picures,encabezados por el rumbero Silva, presos, no tanto de la selva, como de su propia ilusión.

Y allá van por entre la selva, con la ilusión de la libertad, llenos de risas y proyectos,adulando al guía y prometiéndole su amistad, su recuerdo, su gratitud. Lauro Coutinho hacortado una hoja de palma y la conduce en alto, como un pendón; Souza Machado no quiereabandonar su bolón de goma, que pesa más de dieciocho kilos, con cuyo producto piensaadquirir durante dos noches las caricias de una mujer, que sea blanca y rubia y que trasciendaa brandy y a rosas; el italiano Peggi habla de salir a cualquier ciudad para emplearse de coci-nero en algún hotel donde abunden las sobras y las propinas; Coutinho, el mayor, quierecasarse con una moza que tenga rentas; el indio Venancio anhela dedicarse a labrar curiaras;Pedro Fajardo aspira a comprar un techo para hospedar a su madre ciega; don ClementeSilva sueña en hallar una sepultura. ¡Es la procesión de los infelices, cuyo camino parte de lamiseria y llega a la muerte! (Ordóñez, 1998: 305).

* * *

Samuel Darío Maldonado falleció en Caracas, en 1925, mientras ejercía comosenador por el estado Táchira. Veinte años después le siguió Alberto Rangel, alpoco tiempo de llegar a Río de Janeiro, luego de haber dejado tras de sí su segundohogar en París, en manos de las fuerzas de ocupación alemanas.

CARLOS PÁRAMO

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