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EUROPA Y LAS PIEDRAS ELOCUENTES

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PATRONATO DEL ALCÁZAR DE SEGOVIA

EUROPA Y LAS PIEDRAS ELOCUENTES

CELEBRACIÓN DEL 11DÍA DEL ALCÁZAR"

POR

D. JAVIER PARDO DE SANTAYANA Y COLOMA

PRESENTACIÓN

POR

ANTONIO ALONSO MOLINERO

SEGOVIA MMI

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Textos correspondientes a la celebración del XVII Día del Alcázar en el Salón de Reyes el día 23 de junio de 2000.

Cubierta: Facsímil de la firma del Emperador Carlos 1

Depósito legal: M. - 22.480 - 2001

Gráficas AGUIRRE CAMPANO, S. L. - Daganzo, 15 - 28002 MADRID

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PRESENTACIÓN

POR

ANTONIO ALONSO MOLINERO

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Día XVII del Alcázar

Excelentísimos e Ilustrísimos Señores, Dignísimas Autoridades, Señoras y Señores:

Me cabe el honor de presentar al conferenciante de hoy: el Teniente General del Ejército don Javier Pardo de Santayana y Coloma. Me honro con su amistad desde que compartimos estudios en la Escuela de Estado Mayor entre los años 1971 y 1974. En consecuencia, esta tarea es muy grata para mi y me permite, además, adelantar a ustedes que con seguridad disfrutaremos del fondo y de la forma de su conferencia.

El Teniente General Pardo forma parte de una muy ilustre familia de militares y, como todos sus componentes, además de extraordina­riamente ilustrado y experimentado en los campos de la ciencia y del arte militar, practica y destaca en otros más, como veremos en la narración de su historial y sus méritos, que, por otra parte, necesaria­mente ha de ser un resumen, para no hacer más larga mi exposición que la propia conferencia.

Debo advertir también que el Teniente General Pardo de Santayana, aunque en la reserva, no ha dejado su actividad intelectual, sino que continúa investigando, escribiendo, exponiendo conferencias y participando en grupos de estudios y trabajo y, de hecho, para acom­pañarnos hoy ha debido renunciar a otros compromisos importantes; de modo que nuestro agradecimiento se refiere tanto a la preparación

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de la conferencia, que me consta ha sido exhaustiva, como a la aten­ción con nosotros al dar preferencia a este día del Alcázar.

El Teniente General Javier Pardo de Santayana y Coloma nació en Valladolid el año 1933. Ingresó en la Academia General Militar el año 1951 como miembro de la 10.a promoción. Pertenece a la 243 promo­ción del Arma de Artillería. Por tanto, castellano de nacimiento y sego­viano honorario, por artillero.

Está diplomado por la Escuela de Estado Mayor española, y por la Escuela de Mando y Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos como Graduado de Honor. También está diplomado por la Escuela de Artillería de Campaña norteamericana. Tiene el título español de pilo­to de helicópteros y de piloto de avión del ejército de los Estados Unidos de Norteamérica, así como de supervisor de mantenimiento del sistema de misiles antiaéreos "Hawk", éste también con la calificación de Graduado de Honor. Además de los correspondientes a estas espe­cialidades, ha realizado cursos de electrónica (sistemas de dirección de tiro y de detección y localización de objetivos), de inteligencia, coope­ración aeroterrestre e inglés avanzado, y varios cursos OTAN desarro­llados en Oberammergau. En todos ellos, como el resto de sus herma­nos, obtuvo el número uno. Tan segura es esta calificación que cuan­tos compañeros aspiraban a esta distinción en algún curso que pre­tendían realizar se aseguraban antes de solicitarlo que ninguno de los Pardo de Santayana concurriría a él.

Entre sus destinos y realizaciones como Oficial, destacamos su contribución a la creación del primer Grupo español de misiles "Hawk" y a la consiguiente introducción en el Ejército de nuevos con­ceptos y técnicas logísticas; el mando de la Sección de Información del Estado Mayor de las Fuerzas Militares del Sector del Sáhara durante los críticos años finales de presencia española en aquel territorio; su participación en la elaboración del Plan META; la organización desde DIGENPOL de la Defensa Civil española y nuestro Sistema de Crisis, según el modelo OTAN; su contribución a la organización del hasta entonces inexistente Servicio Logístico de Transporte y el mando del Grupo de Artillería Autopropulsada de la Brigada Acorazada.

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Como General fue designado primer representante español ante el Comandante Supremo Aliado de Europa en calidad de Jefe de Misión, cargo en el que permaneció tres años y medio, coincidiendo con la totalidad del proceso de negociación de los acuerdos de coordinación y con la guerra del Golfo. Fue también Jefe del Estado Mayor Conjunto cuando se inició la participación española en las misiones de paz en la antigua Yugoslavia. Recuerdo, en octubre de 1992, sus orientaciones y sus buenos deseos con ocasión de mi designación para esta primera misión española en Bosnia Herzegovina.

Desempeñó el cargo de Jefe de Tropas y Gobernador Militar de las Palmas y Jefe del Componente Terrestre del Mando Unificado de Canarias hasta su nombramiento como Director del Centro de Estu­dios de la Defensa Nacional cargo en el que ascendió a Teniente General. Como Director del CESEDEN permaneció aproximadamente dos años y medio. Su último destino antes del pase a la reserva fue el de General Jefe de la Región Militar Pirenaico Occidental, con sede en la ciudad de Burgos. El Teniente General dejó el mando de la Capitanía General y su servicio activo en la primavera de 1997 y quiso formali­zar su despedida del Estandarte Nacional en la propia Academia del Arma, coincidiendo precisamente este acto con mi toma de posesión como Director.

Actualmente colabora con el Instituto Español de Estudios Es­tratégicos como coordinador y ponente del "Panorama Estratégico", que dicho Instituto publica anualmente en las lenguas española e inglesa. Ha dirigido cursos, seminarios y mesas redondas en diversos lugares, entre ellos en la Universidad Felipe 11 de El Escorial sobre ingeniería de sistemas y en la Fundación Ramón Areces sobre las teo­rías del caos y de los fractales . Ha actuado como conferenciante o moderador tanto sobre temas de carácter militar y estratégico como referentes a la cultura de Defensa y a la construcción de Europa, espe­cialmente en cursos y seminarios promovidos por el Centro de Estudios de la Defensa Nacional e instituciones extranjeras similares, así como en el Colegio de Defensa Nacional de Túnez y en la Academia de la Paz de Niza en Montecarlo. También ha publicado artículos sobre estos temas en algunas revistas de pensamiento y par-

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ticipado en seminarios y publicaciones de la Fundación para el Aná­lisis y los Estudios Sociales. Es también vocal del grupo español de EuroDéfense.

Con este currículum no es extraño que, como anunciaba al princi­pio de la presentación, sea requerido tan frecuentemente para todo tipo de colaboraciones. Con toda seguridad su conferencia, "Europa y las Piedras Elocuentes", nos ofrecerá nuevas perspectivas del Viejo Continente, que camina hoy, aunque con paso lento, hacia un futuro de entendimiento.

Mi General, muchas gracias por aceptar la invitación del Patronato del Alcázar de Segovia.

ANTONIO ALONSO MOLINERO

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EUROPA Y LAS PIEDRAS ELOCUENTES

POR

JAVIER PARDO DE SANTAYANA Y CoLOMA

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Excmo. Sr. General, Presidente del Patronato del Alcázar de Segovia, Excmas. e Ilmas. Autoridades, Sres. Patronos, Señores Jefes y Oficiales, Señoras y Señores:

E MPEZARÉ haciéndoles partícipes de una confidencia personal. Aquí, en Segovia, no sólo viví la ilusionada época de mi for­

mación como artillero; también viví la emoción del adiós el último día de mi vida militar activa. Fue ésta una vida fascinante, itinerante y variada, que me llevó a desarrollar muchas y muy distintas actividades, a asumir muchas responsabilidades diversas, a conocer un buen número de países, a vivir una rica variedad de ambientes. El regreso a Segovia fue como el retorno de esos peces que saltan aguas arriba para volver a los recodos donde nacieron, antes de morir en ellos. Además era el día 2 de mayo y, para colmo, el cielo estaba lleno de sol. Aquí al lado, al pie del monumento a los capitanes Daoiz y Velarde, en un ambiente solemne de gran fiesta militar, me despedí de toda una vida de servicio a la Patria. Luego, en la Academia, ante los cadetes, que simbolizaban el relevo de las generaciones y la garantía de continuidad de un estilo de vida, besé con toda la emoción de mi ser el Estandarte que tuve el honor de portar siendo cadete: los colores ante los cuales juré entregar hasta la última gota de mi sangre por España si ello fuera preciso.·

Presidir el acto del 2 de mayo en Segovia, y hacerlo como Oficial más antiguo del Arma es, en efecto, el mayor honor al que puede aspi-

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rar un artillero, la más simbólica y perfecta culminación de una vida entregada al servicio de las armas. La sensibilidad y el afecto del General Director D. Vicente García García hicieron posible este regalo, como hoy hace posible mi presencia aquí la invitación del General Alonso Molinero, que tanto valoro y agradezco.

Aquel mismo día, en aquella misma ceremonia del relevo y del adiós celebrada en el claustro del antiguo convento de San Francisco, tomó posesión de su cargo el actual director de la Academia. Ahora la amabilidad del General Alonso Molinero y del Patronato del Alcázar me brindan la oportunidad de decir unas palabras en este escenario histórico vinculado tradicionalmente a la Artillería, y nada puede producirme mayor emoción que oír mi voz resonar entre estas piedras insignes a las que siempre me acerqué con el mayor de los respetos.

Pues bien, precisamente hoy quisiera yo hablarles de la elocuencia de estas piedras venerables. Uno se pregunta: ¿Qué sentido tiene el mensaje de estas viejas piedras en el proyecto de una Europa en cons­trucción, en este mundo globalizado, complejo, que avanza a caballo de la tecnología con la rapidez de las ondas luminosas?

No siendo un historiador, por carecer de la necesaria paciencia para bucear en los textos antiguos, y desconociendo la mayor parte de las ciencias y de las artes que podrían venir al caso para dar respuesta a esta pregunta que yo mismo me formulo, he de acudir a los recursos que me ofrecen, por una parte, la experiencia internacional que he acu­mulado a lo largo de una vida militar que fue para mí bien generosa en este aspecto y, por otra, mi inclinación a mirar más hacia el futuro que hacia el pasado, quizás por la costumbre que los militares tenemos de enfrentarnos a lo desconocido, y también por mi convencimiento per­sonal de que cuanto más intentamos explicar la realidad más nos ale­jamos de ella.

Por ahí ha venido circulando una versión hortera, pretenciosa, de la modernidad. Según esta versión, que los españoles hemos sufrido durante bastante tiempo y de la que aún nos fustigan algunos coleta-

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zos, la modernidad sería una especie de viento huracanado que arras­traría las lecciones de la historia y de la tradición. Tal versión contem­plaría un futuro sólo construido de cosas novedosas; el pasado sería arrasado y sustituido por nuevos inventos. La progresía se mostraba iconoclasta, así que tendríamos una nueva Europa que en nada se parecería a la anterior.

Afortunadamente, esta visión se deshizo a medida que fue regis­trándose un mayor sosiego y también como consecuencia de nuestro mayor contacto con el exterior. El hecho de que la estrategia de la construcción de Europa aconsejase asentar ésta sobre una primera base económica no excluía el reconocimiento de que los fundamentos de la identidad de nuestro continente son de carácter espiritual y cultural: el pensamiento griego, la organización romana y el humanis­mo cristiano. Sí, digo el humanismo cristiano, y no deja de ser signi­ficativo el que dos de los padres fundadores del proyecto europeo -Schumann y De Gasperi- se encuentren en proceso de beatifica­ción, un hecho que, curiosamente, pocos conocen. En cuanto a la conciencia de pertenencia a Europa como casa de todos, se había adquirido a través de la aventura común, y sobre todo por la experien­cia de la irradiación cultural de nuestro continente hacia otras regio­nes del mundo.

Por otra parte, el pensamiento, modelado e impulsado por los avances tecnológicos, asumía la complejidad como característica do­minante de la modernidad. Los problemas que esta complejidad trae consigo eran resueltos en buena parte por la misma tecnología. El ordenador acudía en nuestra ayuda. Internet era a la vez expresión de la complejidad y una buena solución para manejarla. El asumir la complejidad implicaba una importante decisión: la aceptación de la compatibilidad. La compatibilidad sería la solución elegida para resol­ver la complejidad. Todo sería comprendido, entendido, aceptado, incluido. Nada quedaría excluido de una sociedad rica y variada, bullente de vida. Naturalmente, esto es también origen de mucha con­fusión si no introducimos un factor de discernimiento. Pero en cual­quier caso, la entrada en la modernidad no daría lugar a un enfrenta­miento maniqueo entre ésta y el respeto al pasado.

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El efecto de la compatibilidad tendría gran influencia en cuanto a las actitudes. La estrategia de la confrontación y del dominio sería sus­tituida por otra de aceptación. Las lealtades y los afectos entrarían en un esquema de círculos concéntricos, sin cortes ni anulaciones. Los efectos de estos cambios son, a la par que revolucionarios, muy positi­vos desde el punto de vista de las relaciones entre los hombres. Además, los científicos abandonarían el pensamiento lineal y reduc­cionista y, desde una actitud ya menos arrogante, reconocerían que fenómenos casi irrelevantes pueden ejercer una influencia decisiva en el resultado de los procesos. Por tanto, la atención de los estudiosos deberá dirigirse más que nunca a la valoración, no sólo de los aspectos y acontecimientos más llamativos, sino también y muy especialmente de las señales y de los hechos aparentemente mínimos o marginales, de las diferencias y de los matices más sutiles.

Y de esta forma, ahora, efectivamente, coincidiendo con la orien­tación que propicia este pensamiento nuevo, la revolución que supone la unión institucionalizada de los europeos se hace compatible con la conservación, e incluso con la potenciación, de los acentos y de los sabores propios de una Europa diversa que precisamente se siente enriquecida por la variedad, en la que encuentra una buena parte de su personalidad y de su fuerza. Por otra parte, el dinamismo de la socie­dad actual tampoco admite una visión plana de la realidad, aunque ésta se haya instalado en parte entre nosotros. Sí, desgraciadamente, la sociedad del bienestar está tendiendo a favorecer una actitud como de final de la historia. El ciudadano se muestra muchas veces no como un actor de su propio futuro, sino como un simple observador crítico y reivindicativo que no acepta otra cosa que la perfección, como si sólo la perfección fuese aceptable. Esta falta de perspectiva histórica es nefasta, sobre todo cuando la rapidez extrema con que se producen los acontecimientos requiere dotarse de una cierta capacidad de visión, como es el caso del momento actual.

Repito: ningún momento más apropiado que éste para reivindicar la visión histórica. Si Europa aceptó un arranque orientado al estable­cimiento de unas bases económicas que creasen un primer y sólido entramado de intereses entre sus naciones, una vez alcanzados los

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objetivos con la convergencia en una moneda única ha llegado el momento de lanzar la Europa política, sin la cual la Unión no podrá considerarse completa. Pero la política es algo que requiere un míni­mo de perspectiva, ya que la acción ha de ser orientada razonable­mente, con un sentido de objetivo, y los objetivos han de ser enmarca­dos en el devenir del hombre si han de ser realistas y poseer, al mismo tiempo, las adecuadas dosis de utopía. En esta fase estamos de un pro­ceso que hace de Europa no sólo el hecho histórico que siempre ha sido, sino también una tarea. Algo que debe ser un acicate para la generación que ahora se sitúa en los puestos de mayor responsabilidad y también para la que está iniciando su andadura.

Mientras tanto, no han sido escasas las voces que se han levanta­do denunciando la poca atención dedicada a indagar en el alma de Europa y a insuflar su espíritu en un proyecto que sin ella puede con­vertirse en algo más o menos artificial. Yo no soy tan pesimista a ese respecto. La sociedad europea es una sociedad rica, variada. También está demostrando que, pese a su antigüedad, conserva considerables reservas de vitalidad. Ahora Europa es ya una gran potencia económi­ca en el ámbito mundial; de ahí que urja el dotarla de una capacidad para la defensa de su valioso patrimonio, y que sea preciso dar impul­so a su aliento político también. Pero hay algo en lo que Europa siem­pre destacó: Europa siempre fue una gran potencia cultural. Como tal ha sido reconocida a través de los siglos, aunque en su seno se advir­tiese, no sólo la diversidad, sino también la división, hasta el punto de mostrar un historial de conflictos que culminó, en este siglo que ahora acaba, en dos guerras mundiales originadas en su propio seno.

Esta condición de potencia cultural, de foco irradiador de ideas y de actitudes, ha sido quizás uno de los factores más relevantes de la conciencia que Europa tiene de su propia identidad.

Por eso no debemos preocuparnos demasiado porque el espíritu de Europa se muestre aparentemente ausente de los prosaicos debates sobre el precio del dinero, sobre los aranceles o sobre el comercio hor­tofrutícola. Más allá de los tejemanejes administrativos se eleva el pen­samiento de los intelectuales y la intuición de los pueblos. Y unos y

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otros forman parte del proceso, son actores protagonistas de la trans­formación. A ellos corresponde vigilar, reflexionar, debatir, influir, y hacer llegar a los políticos sus inquietudes, sus opiniones; asegurarse de que el proyecto no pierde la referencia de las bases espirituales de la identidad europea.

El año pasado, ~egovia celebraba el cuarto centenario del naci­miento de uno de sus más ilustres hijos: Andrés Laguna, hombre cier­tamente extraordinario por sus conocimientos científicos, pero tam­bién por su universalidad. Como segoviano amó fervientemente a su tierra, que seguramente, en sus largos viajes vería simbolizada en la añoranza por la silueta de este Alcázar, y además de sentirse español fue un ferviente europeo. Es más, sintió profundamente a Europa hasta el punto de dedicarla su estremecedor "Discurso de una Europa que a sí misma se atormenta". Quienes hayan tenido el privilegio de asistir el año pasado a la celebración del cuarto centenario y quienes, en general, se hayan visto atraídos por la irrepetible figura del doctor Laguna, sabrán sin duda de su dramática intervención en la ciudad alemana de Colonia. Una intervención esperada con expectación, pues nuestro ilus­tre segoviano era hombre de gran prestigio internacional. Su presenta­ción de Europa en un tétrico ambiente de crespones negros y hachones encendidos como una doncella demacrada, macilenta y escuálida, debió conmover los espíritus de quienes le escuchaban. Era entonces un momento difícil para nuestro continente, pues, tras la tragedia de la amputación producida por la expansión del imperio otomano, se esta­ba produciendo otra división, causada ésta por los enfrentamientos reli­giosos en el seno de la Cristiandad, algo particularmente doloroso. En esta misma ciudad de Segovia, las luchas internas a que dio lugar el levantamiento de los comuneros producirían también, sin duda, un profundo desánimo en Andrés Laguna: la sensación de que todo se estaba viniendo abajo. Su lamento de Colonia es algo más que el frío resultado del análisis histórico de un hombre de ciencia; es un apasio­nado canto a lo que debiera ser Europa, una Europa que se deseaba ver unida como una comunidad cristiana bajo el Emperador.

La privilegiada relación del doctor Laguna con Carlos 1 de España, que no fue obstáculo para que el espíritu analítico del sabio segoviano

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compaginase la más profunda lealtad con las críticas que consideró justas y convenientes, le permitieron, indudablemente, participar de la visión del Emperador sobre una Europa en paz bajo la Cristiandad: he aquí de nuevo a España implicada como protagonista del desarrollo del concepto de Europa según uno de los grandes proyectos que, pese a los sucesivos fracasos, fueron creando en el ánimo de los europeos una especie de aspiración latente y un sentido de aventura común. Precisamente por eso, el cúmulo de acontecimientos adversos a esta idea creó en Andrés Laguna una enorme sensación de frustración que se hace bien patente en su famoso Discurso.

Los sueños que en aquel momento Andrés Laguna veía desapare­cer, esfumarse entre los escombros producidos por las amenazas exte­riores y por los conflictos internos, permanecerían agazapados, latentes, durante varios siglos que verían nuevos conflictos, nuevas divisiones. Nuestras últimas generaciones han sido testigos de unos y de otras. Nosotros mismos hemos visto a Europa dividida en dos blo­ques antagónicos con la amenaza al fondo de un holocausto nuclear, y aquí mismo, en España, hemos vivido una cruenta guerra civil.

Pero estoy convencido de que, si Andrés Laguna viese hoy esta nueva Europa en proceso de unión desde las llanuras polacas hasta las Islas Británicas, aquella visión apocalíptica suya se tornaría en otra mucho más amable, más esperanzada. Seguramente, su espíritu críti­co le haría percibir algunas de las carencias del proceso europeo, y su aguda inteligencia le llevaría a ofrecer quizás algunas soluciones. Creo yo que se sentiría particularmente satisfecho al contemplar como España, que él vería probablemente simbolizada por este Alcázar de su ciudad natal, se esfuerza por situarse en el lugar que por su historia y su cultura le corresponde. También se sentiría ilusionado por la poten­te expansión de nuestro idioma castellano, que él manejó con tanta facilidad y acierto expresivo. Y él, hombre universal por excelencia, sentiría una curiosidad especial por esta nueva visión del mundo que ahora estamos adquiriendo.

La globalización, de la que tanto hablamos hoy como un fenóme­no emergente que avanza con desusada rapidez, pudo empezar con la

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visión del planeta azul desde el espacio. Ahí podríamos, quizá, datar el comienzo de una nueva era, porque aquel hecho nos hizo visualizar una nueva perspectiva de las cosas. De entrada, el hombre adoptó una nueva relación con la naturaleza; también adquirió una nueva y como más sabia actitud ante la condición humana. Los hombres nos pudi­mos ver como la graJ.l familia que convive en un momento histórico, y muchas de las cosas que hasta ahora considerábamos como serias y normales se tornaron banales y deleznables, mientras otras que nos parecían casi irrelevantes adquirieron cierta aureola de trascenden­cia. Y pudimos ver nuestro planeta como una de aquellas tablillas de barro cocido donde los caldeas grababan el relato de los pequeños y los grandes acontecimientos. Un libro abierto donde las huellas de los hombres y de sus predecesores han ido dejando impresa la historia del tiempo.

También se percibió el peligro de que aquel mundo que casi po­díamos abarcar desde el espacio con nuestras manos se nos quedase tan pequeño que fuese perdiendo su minucioso detalle, labrado a golpe de tiempo y de esfuerzo, para tornarse uniforme. Y se produjo enton­ces una reacción, hoy ya incorporada a nuestra visión global, en el sen­tido de cuidar con más atención nuestro acervo, de mimar los porme­nores, de no perder la riqueza de la variedad, de proteger más y más nuestros vestigios históricos.

Cuando miramos hoy hacia nuestro continente con esta visión dinámica que tenemos de Europa como tarea, podemos percibir en ella cómo los valores se hacen compartidos por la interrelación. Cada uno de nuestros tesoros, pequeños o grandes, ganan valor porque ya no son solamente nuestro patrimonio, sino que son también conside­rados como parte del patrimonio común europeo y mundial.

Este hecho se hace más evidente y más patente por la fuerza que ha adquirido la imagen gracias al desarrollo de las comunicaciones dentro de este mundo globalizado. La imagen, como síntesis expresi­va, navegando por los circuitos abiertos de las comunicaciones o del turismo, gana en poder transmisor de los valores que encierra. Entre esos valores figuran aquéllos que atesora la historia y también los que

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se encierran en eso que llamamos la tradición, un deber moral a la par que intelectual en lo que tiene de reconocimiento objetivo del hacer de quienes nos precedieron. Tradición sabrosa y tierna, amasada con el sudor y la sangre, cocida en el paciente horno del tiempo con la entra­ñable levadura de la vida.

A la vista de la utilidad de estos buenos ingredientes de la historia y de la tradición para la formación de las generaciones venideras, y por ello, del futuro, las piedras de este Alcázar adquieren la categoría de una universidad viva, de una imagen sintetizadora de muchos saberes.

Quizás sea conveniente recordar que estas piedras nos dicen que, ya en 1383, en tiempos del buen rey don Juan 1, las cortes castellanas tomaban, precisamente entre estos muros, el acuerdo de abandonar la "Era Hispánica", hasta entonces habitual en nuestros pagos para el cómputo cronológico, y adoptar la "Era Cristiana", de uso generaliza­do en otras regiones del continente: una decisión que ha sido valorada como un gesto europeísta, por cuanto respondía a "un programa de apertura ultrapirenaico" acorde con las ideas del monarca, según la interpretación de Francisco Ignacio de Cáceres en su libro sobre este Alcázar, que subtitula Vida y aventura de un castillo famoso.

Pero, sobre todo, asociamos nuestro Alcázar a la unidad de España. Aquí, observando el trono de nuestros Reyes Católicos, recor­damos la creación del primer estado moderno de Europa y, por consi­guiente, del mundo. Ahí es nada, cuando hablamos de modernidad y de construcción de Europa. Aquí, bajo estos artesonados que nos hablan de Isabel y Fernando (tanto monta, monta tanto), revivimos la culminación de la gesta que durante ocho siglos empeñó a los españo­les en un esfuerzo por restaurar lo que ya habían vivido con nuestros reyes visigodos: la España una, cristiana, heredera de las tradiciones antiguas, forjada por la interacción de muchas culturas. En la hora de la construcción de Europa caemos en la cuenta de que España luchó durante ocho siglos por restaurar los límites de la Europa de tradición grecorromana, visigótica y cristiana. Caemos en la cuenta de la tras­cendental importancia de esta aportación española.

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En este ambiente histórico, tan bien recreado y conservado por el patronato del Alcázar, vivimos de nuevo el escenario castellano de la gran aventura del descubrimiento de América y de su colonización por los españoles, y en esta hora de la construcción de Europa constata­mos el papel protagonista de nuestros predecesores en la irradiación cultural del continente hacia otras regiones del mundo. Y reflexiona­mos sobre la importancia que esta proyección cultural ha tenido para que Europa tomase conciencia de su propia identidad más allá de su variedad y de sus propias contradicciones. Y mirando hacia el futuro, hacia un futuro de ampliación de espacios, de cooperación entre las distintas regiones del orbe, percibimos la importancia que tiene esa proyección cultural europea, liderada por españoles y portugueses, y cuyo inicio sería sin duda objeto de comentarios asombrados e ilusio­nados en estos mismos salones, por cuyas ventanas entraría entonces el sol de aquellos días inaugurales de un nuevo mundo.

Realmente, parece difícil superar el curriculum de España como miembro activo de esa Europa que ahora se institucionaliza. Quien visite el Alcázar con verdadero sentido de los tiempos que vivimos, podrá percibir en él estos rasgos que ahora apunto y la solidez de España como nación histórica. Ante esta fortaleza, ante estos hechos cuya evocación parece surgir sosegadamente de las piedras venerables del Alcázar segoviano, ¡qué ridículas parecen algunas historias con minúscula elaboradas en el laboratorio de la falsedad!

Ante la nueva hora de España, esta España que aspira justamente a ocupar el papel que en Europa y en el mundo la corresponde por su historia, su cultura y su potencialidad, ante esta España que se pro­pone entrar a formar parte como miembro permanente del G-7; ante esta España que, más allá de cualquier retórica, se hace presente con fuerza en Iberoamérica dominando los campos de la energía, la cons­trucción, las comunicaciones o la Banca; ante esta nueva ocasión para una aventura común y renovada, el ejemplo de voluntad y de visión que nos ofrece la historia imperial de estos muros, levantados como una proa ascendente sobre los anchurosos campos de Castilla, nos señala las inmensas posibilidades de nuestra lengua común cuando miramos hacia un futuro de interrelación auspiciado por las nuevas

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redes, a través de las cuales circula la información a velocidades de verdadero vértigo. La extensión del ámbito dominado por esta nuestra lengua, y las enormes posibilidades de futuro que se auguran a este espacio común, permiten soñar en una España con categoría de gran potencia cultural a poco que seamos capaces de defender y de aprove­char nuestro patrimonio.

También el Alcázar y su entorno nos ofrecen algunas sabrosas lec­ciones cuando recordamos su vinculación artillera. Aquí podemos aprender algunas cosas relacionadas con los valores esenciales, pro­fundos, con la comunión en los ideales, con la lealtad, con el valor; con el tesón, con el rigor en el trabajo, con el esfuerzo diario. Con la dese­able identificación de los ejércitos con la sociedad a la que pertenecen, de la que forman parte. La Academia de Artillería nos transmite ejem­plos sublimes del honor, del compañerismo, de la fidelidad a la pala­bra empeñada hasta el sacrificio de la pérdida de la carrera militar; ejemplos de tesón como el de la imagen de la Academia itinerante, con los libros bajo el brazo, estudiando allá donde se podía, pero sin abandonar el rigor y la exigencia, durante la invasión napoleónica ... ¡Cuánto podría aprender de todo esto nuestra sociedad, tan confusa respecto a los valores que debemos mantener y defender!

Aquí, entre estos muros, entre estas piedras veneradas por los arti­lleros, se forjó el espíritu que aún impera en nuestra Arma sobrevi­viendo a todas las dificultades, a las envidias, a las guerras, a las diso­luciones. Un espíritu que está ya presente en la lección inaugural del primer curso de la Academia, en tiempos de su fundador, el conde de Gazola: el espílitu ilustrado, del que nuestro primer jefe de estudios o "Profesor Primario", el padre Eximeno, fue un abanderado. El espíritu ilustrado, inquisitivo de la realidad, proyectado hacia el futuro, preo­cupado por ir más allá de lo rutinario, ha marcado decisivamente el ser artillero, configurando una interesante combinación en la que se entremezclan sabiamente, por un lado, el espíritu generoso y arrojado del militar, con su hondo compromiso hacia la Patria y hacia el valor, y por otro, la curiosidad, el rigor y la actitud inve~tigadora del científi­co. "Sabed que sois llamados al trabajo del estudio, a la fatiga de la campaña, y a la gran virtud que requiere un Estado ... en que se ha de

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mirar a la muerte con ojos enjutos ... " dijo el Padre Eximen o en aque­llas tan inspiradas primeras palabras a los cadetes. El libro y el cañón como marca de fábrica. O el cañón y la probeta, como prefiere nuestra admirada Lola Herrero, a cuyo entusiasmo investigador tanto debe­mos los artilleros. Nada más moderno, más a la altura de los tiempos, que la actitud curiosa, transformadora, abierta ante la ciencia y hacia las nuevas expresiones de la sociedad, propia del espíritu ilustrado que nos legó esta casa donde ahora nos encontramos reunidos reflexio­nando sobre los gestos, sobre los significados profundos de esta estruc­tura que oteó desde sus altas torres el devenir de los tiempos.

Como señaló en este mismo escenario María Victoria Cordón, refi­riéndose al Siglo de las Luces: "La historia de este Real Colegio de Artillería, en lo que tuvo de pionero y renovador, ... supuso la perfecta combinación de dos exigencias propias de la época: la reforma de las enseñanzas científicas y la institucionalización del ejército". Y a conti­nuación relaciona este hecho con un hallazgo sublime de nuestra pluma más ilustre, al añadir: "Es decir, supuso la traducción al len­guaje ilustrado de la armonía cervantina de las armas y las letras". Y ahora que tanto se habla de la aproximación entre los ejércitos y la sociedad a la que éstos pertenecen, no estará de más recordar la estre­cha y entrañable relación de afecto entre los artilleros y esta nobilísi­ma y acogedora ciudad de Segovia, o la presencia de los militares en las Sociedades de Amigos del País, puesto que nos estamos refiriendo al carácter ilustrado de la enseñanza militar en el Colegio de Artillería y a la difusión de las nuevas ciencias y tecnologías de la época.

Nada ilustra mejor el talante abierto del Real Colegio de Artillería y la inquietud patriótica que hacia el avance científico de España latía en su espíritu, que el carácter público de las clases impartidas por el insigne Proust, su profesor de química. Y es que, curiosamente, como bien señala Lola Herrero sobre la enseñanza militar ilustrada en el Real Colegio de Artillería de Segovia, a las lecciones desarrolladas en el Laboratorio de Química, amén de los cadetes, cuya asistencia era, naturalmente, obligatoria, podían asistir, e incluso eran animadas a hacerlo, personas "decentes" (así rezan los documentos de la época) que se mostraran interesadas por esta ciencia tan útil, bien, sencilla-

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mente, para ilustrarse, como para profundizar en otras materias como la medicina, la cirugía, la farmacia, la metalurgia u otras artes. Y lo que resulta quizá más llamativo para la idea que solemos tener de un pasado tan distante: se consideraba que esas "personas decentes" con inquietudes científicas, cuya presencia se admitía simplemente ante su solicitud, podían pertenecer tanto a uno como al otro sexo.

Fue el espíritu ilustrado de los artilleros lo que ya entonces les conectó, desde el panorama interior de este recinto, con las inquietu­des científicas de Europa. Conocedor desde la perspectiva de mis años, que ya van siendo muchos, de las dificultades que suele encontrar la administración para desempeñarse con cierta visión de futuro, y cono­ciendo los escollos que nosotros mismos solemos ponernos, sobre todo en estos países viejos, como es España, donde ante cualquier iniciati­va aventurada siempre se encuentra alguien que nos muestra un ejem­plo previo que acabó en el fracaso, no deja de sorprenderme que desde aquí se promoviese para nuestros cadetes la formación más avanzada de aquellos tiempos en el aspecto científico. Hace varios años, en una visita a la Academia, me mostraron los trabajos que se estaban reali­zando entonces para reorganizar la colección mineralógica que, según parece, revelaba ser la más completa de las que en aquellos años exis­tían, no ya en España, sino probablemente en Europa y quizás en el mundo, y de todos ustedes es bien conocida la presencia en esta ciu­dad del a la sazón más insigne químico de la época. Realmente, sí puede decirse que en aquel momento la Artillería española había con­seguido alcanzar la deseada convergencia real con Europa.

De vez en cuando la tiranía de los presupuestos induce a conside­rar la concentración de las academias militares de acuerdo con fór­mulas económicamente correctas. Decir que en estos tiempos tal medi­da estaría justificada por la reducción cuantitativa de los cuadros de mando podría ser interpretado, desde este punto de vista, como algo razonable, pero habría que recordar que la tentación unificadora y lineal no es nada nuevo, y que también se ha producido en otros tiem­pos de mayor holgura económica y de más amplias disponibilidades de plantilla. Mas lo que yo quisiera decir es que la vida es pluridimensio­nal, y que la mayor parte de las veces las razones administrativas no

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penetran en la verdadera enjundia de las cosas, y mucho menos cuan­do hablamos de una profesión de servicio hasta la entrega de la propia existencia. Aquí, señores, hay que hilar muy fino, y la formación de quienes asumen responsabilidad tan grave como la formación de nues­tros cuadros de mando no es cuestión baladí. ¿Alguien puede real­mente valorar el potencial de enseñanza que contienen este Alcázar o l<;>s muros del viejo convento de San Francisco? Cierto es que sus lec­ciones son silenciosas y por eso poco propensas a darse a conocer en los medios, cierto es que su irradiación es discreta, porque se produce hacia el inefable territorio de los valores y de las actitudes personales, pero no es por ello menos cierto que la elocuencia de estas piedras no sólo ahorra un buen número de profesores y de horas lectivas, sino que produce unos resultados muy superiores a los de cualquier disciplina programada. Es el suyo un lenguaje subliminal y constante, y que no se me tache de retórico cuando me refiero a su eficacia, pues ésta res­ponde a mecanismos psicológicos bien conocidos y científicamente documentados.

Una de las novedades de la Europa que en este momento histórico se apresta a asumir de forma más responsable y solidaria el compro­miso de su propia defensa es la multinacionalidad de sus organizacio­nes militares y el contacto habitual entre los soldados de sus diferen­tes países. Aunque yo tuve el privilegio de desenvolverme en un ambiente internacional desde antes incluso de incorporarme a mi pri­mer destino como oficial, he de reconocer que los militares españoles de mi generación hemos vivido nuestra vida profesional dentro de un panorama de horizontes limitados. Por eso veo ahora con inmensa satisfacción el contacto frecuente, y en muchos casos, diario, con nues­tros colegas europeos. Pero si este hecho, que ya empieza a ser habi­tual, nos resulta todavía algo novedoso, no lo es desde una perspectiva histórica, y así lo constatamos deteniéndonos a considerar los nom­bres relacionados con la época fundacional de nuestro centro de ense­ñanza artillero, cuando este Alcázar se estrenaba como Real Colegio del Arma. Los nombres de Gazola, Tilly, Gosellini, Proust, D'Orage, Giannini, nos hacen recordar que la verdadera tradición de los ejérci­tos españoles, no ya sólo durante la época de la Ilustración, sino tam­bién desde mucho antes, les vincula a un ambiente de relación fre-

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cuente con otros países europeos, y que la presencia en España de artistas, militares o científicos extranjeros fue cosa normal en otros tiempos, como fuera también normal la presencia de nuestros solda­dos no ya sólo en los campos y las ciudades de Europa, sino en los de otros muchos lugares del ancho mundo.

Ahora, cuando todavía nuestros gobiernos se esfuerzan con dudo­so éxito por impulsar el conocimiento a fondo de lenguas extranjeras que pongan a nuestros conciudadanos en condiciones de afrontar los retos de esta nueva Europa sin fronteras en un mundo globalizado, llama la atención observar el empeño con el que se fomentaba el aprendizaje de aquéllas en este Alcázar como Real Colegio de Artille­ría, si bien hay que reconocer que el estudio del francés, inglés e italiano, que éstos eran los idiomas en que se instruían los cadetes y precisamente por este mismo orden de preferencia, tenía como princi­pal objeto, no tanto poder establecer conversación social o profesional con otros compañeros de armas europeos, como poner a los alumnos en condiciones de entender y traducir con propiedad los textos de mayor interés para su profesión de artilleros.

Mi generación ha tenido ocasión de experimentar algunos de los beneficios reportados por la sabia orientación fraguada entre los muros de este Alcázar por nuestros predecesores para la formación de los oficiales de Artillería. Estoy convencido de que sin el espíritu de estudio y rigor intelectual que se ha dado siempre por necesario en nuestras aulas, y sin el sentido de continuidad histórica que impregna las viejas piedras segovianas, mi generación habría encontrado gran­des dificultades para superar airosamente el vapuleo de los cambios que el futuro la había reservado. Así, algunos de los que aún llegamos a mandar a la voz en el polígono de Baterías superando el piafar de los caballos y el chirrido de los armones, con el telón de fondo de la Mujer Muerta, seríamos más tarde vecinos de Werner Von Braun y de los artí­fices del proyecto Apolo y habríamos de mantener en eficacia unos misiles diseñados según la tecnología más avanzada de nuestro siglo. Y muchos artilleros ocupamos también puestos de responsabilidad a la hora de impulsar la introducción en nuestro ejército en la sociedad de la información o de situar a nuestras Fuerzas Armadas con digni-

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dad y rigor en los nuevos foros europeos y euroatlánticos, en los nue­vos cauces de la modernidad.

Dijo Louis Proust en su discurso de inauguración --o de "abertu­ra", como rezan los documentos de la época- del laboratorio de Química del Real Cuerpo de Artillería, y nadie más autorizado que el gran sabio francés para emitir una opinión al respecto, que "habló el Rey, y su Real Cuerpo de Artillería se vio al momento beneficiado con un Establecimiento que no tiene igual en toda Europa". Y esto es pre­cisamente Europa: la doble visión del pasado y del futuro, la armóni­ca convivencia de lo antiguo y lo moderno, esa sabiduría que sólo se consigue por la comprensión integradora de la visión histórica. Esta es la sabiduría que impregna este Alcázar y que se forjó en su múltiple condición de sede real, de fortaleza y de Real Colegio de Artillería. Una sabiduría que ha sido finamente percibida por los segovianos y los arti­lleros en una comunión intelectual y afectiva que constituye todo un ejemplo de sensibilidad y eficacia.

También nos ofrece el Alcázar un buen número de lecciones que se refieren a aquello que habremos de evitar en Europa. El artillero e his­toriador Félix Sánchez Gómez pronunció en este mismo lugar y oca­sión una erudita conferencia titulada "Asedios y Asaltos al Alcázar de Segovia"; hasta ese punto ha sido este noble edificio testigo de las pasiones del hombre convertidas en luchas y enfrentamientos: hasta llegar a ofrecer la posibilidad de una conferencia monográfica con este título generalizador.

Como señala el citado historiador y artillero, ante estos muros se materializaron en forma de asedio las desavenencias entre Alfonso 1 el Batallador y su esposa Doña UtTaca, que culminarían con un divorcio real, y el amor del rey Enrique IV a Segovia sería lo que impulsó a aquél, según señala también Sánchez Gómez, a defender el Alcázar y sufrir un sitio que acabaría con la rendición, y sería la decidida per­suasión de Isabel la Católica, como madre desesperada, lo que permi­tiría más tarde la liberación de este recinto y de la hija de la Reina, arteramente secuestrada. Conocería el Alcázar incluso luchas entre los alcaides, para darnos así una muestra de hasta dónde puede llegar la

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miseria humana, y también la reacción comunera ante los excesos del Emperador. Las guerras carlistas añadirían todavía un acontecimiento similar en el amplio catálogo de las luchas fratricidas. Mas si estos ejemplos resultaran insuficientes para expresar la amplia gama de motivos y sinrazones por las que el ser humano las emprende contra su vecino, todavía sufrió el Alcázar un nuevo asedio por parte de quie­nes dirimían la cuestión sucesoria a costa de la paz de los españoles, y bien sabido es el alto precio que éstos pagaron por una querella entre pretendientes. Ya en esta ocasión habían sido tropas extranjeras, con­cretamente, portuguesas, las que penetraron nuestro territorio hasta llegar a este lugar segoviano, y no siendo aún suficiente esta muestra de intromisión, también alcanzó al Alcázar años más tarde la ambición napoleónica que arrasara de un extremo a otro a la vieja Europa, dando lugar, juntamente con un nuevo asedio, a una de las diásporas académicas que sufriera el Real Colegio. No perdamos de vista que estos últimos hechos se producían cuando los mismos invasores pre­dicaban al mundo la libertad, la igualdad y la fraternidad.

A la vista de tantos episodios de violencia y muerte como los que ha presenciado nuestro Alcázar, ante este ejemplo de cómo la Historia que conocemos no es sino una serie casi ininterrumpida de conflictos y luchas, la construcción europea se nos presenta como un punto de inflexión; incluso como una victoria sobre la rutina. Cuando recorda­mos que, en efecto, Europa ha sido sobre todo un campo de batalla y ha llegado a conocer dos guerras mundiales originadas en su propio seno y registradas en este mismo siglo que está a punto de expirar, lo ya conseguido se agiganta en importancia ante nuestros ojos y nos anima a proseguir. Y nos conforta especialmente constatar cómo el pensamiento nuevo propicia el diálogo, el consenso y la cooperación, y enfoca la paz y la estabilidad, no como un fruto del dominio propio sobre el vecino, sino como resultado del progreso de todos.

En esta hora de la gran tarea europea España recobra un nuevo protagonismo como sociedad abierta, plural, extraordinariamente dinámica. La coexistencia de muchas y muy diversas culturas, de la que Segovia es un buen exponente, el carácter activo y orgulloso de los españoles, tan propio del castellano, que surge del sosiego en el que se

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fragua ese sentido del honor y del deber sugerido por los perfiles de esta ciudad insigne, la sabiduría adquirida por la experiencia históri­ca de muchos siglos y que casi se materializa en el aire que rodea estos torreones y las espadañas de estas iglesias románicas segovia­nas: he aquí un cúmulo de factores imposibles de improvisar y que constituyen una buena base para la aportación española al nuevo proyecto. ¡Qué mejores ingredientes que éstos para conformar esa alma que ahora se quiere perfilar como un embrión de la futura cons­titución europea con la carta de los derechos fundamentales de los ciudadanos!

Y es que sólo se puede ser realmente moderno e innovador si se es al mismo tiempo consciente de la historia y de la tradición. Nadie puede dar lo que no tiene. Precisamente, lo que nos dice este Alcázar, lo que Segovia nos dice de esa su forma característica, sobria, discre­ta, como de persona sabia, serena, un poco por encima del bien y del mal, es una lección de cultura profunda, y sólo desde ella es posible generar un impulso de tanto alcance como el de la construcción euro­pea sin perder el rumbo, sin dejarse enredar en lo superfluo.

* * *

Estas son algunas de las cosas que yo diría si fuese guía del Alcázar y hubiese de enseñárselo un día, por ejemplo, a nuestros educadores o a aquellos prohombres europeos que hoy se esfuerzan por crear la Unión institucional de los países de nuestro viejo y animoso continen­te, a aquellas personas interesadas y preocupadas por trenzar la nueva Europa sobre la urdimbre de un espíritu común. Revelaría a los pri­meros esa economía sumergida del patrimonio cultural que Segovia esconde en sus piedras impregnadas de historia, en sus imágenes evo­cadoras de un estilo que debe ser particularmente útil y eficaz para afrontar el futuro con la exigible capacidad de visión. Y situaría a los prohombres europeos, no en el plano de la lucha de intereses, de la pugna por las hegemonías, de las pequeñas discusiones administrati­vas y técnicas. Les situaría en el otro plano, en aquél donde se toman las decisiones solidarias, donde acaba siempre por encontrarse ese consenso que mueve a Europa cada vez más hacia las fronteras de la

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utopía; el plano donde reside esa voluntad difusa pero firme que nos mueve a seguir avanzando.

Desde ese plano superador de las confrontaciones del día a día, desde ese plano elevado donde se llega a entrever el territorio del futu­ro, también acertamos a percibir las lecciones de la historia. Por ejem­plo, de la historia impresa a golpes de tiempo en estas viejas piedras elocuentes.

Muchas gracias.

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