Evangelio Y Reino De Dios (Cuadernos Biblicos).pdf

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  • lCBl~

    Yves-Marie BlanchardEdouard CothenetSimon Legasse

    Michel QuesnelClaude TassinMaurice Vida'

    Evangelioy reino de Dios

    EDITORIAL VERBO DIVINOAvda. de Pamplona. 41

    31200 ESTELLA (Navarra) - Espaa1995

  • 4espus del recorrido que hicimos del Antiguo Testamento en Biblia yrealeza, tenemos en las manos el Cuaderno dedicado al Nuevo Testa-mento: Evangelio y reino de Dios. La importancia de este tema delreino o reinado de Dios en toda la Biblia ha necesitado una presen-tacin del mismo en dos Cuadernos. En efecto, la predicacin de Je-ss no se comprende fuera del marco de la esperanza secular juda.

    Todos los autores del Nuevo Testamento hablan del reino de Diosy de la realeza de Cristo, pero cada uno a su manera, en funcin delas comunidades para las que escriban. Es apasionante, por ejemplo,descubrir las interpretaciones diferentes de los evangelios, que des-tacan cada uno diversos aspectos del mensaje inicial de Jess. Portanto, es intil intentar reducir la expresin reino de Dios a unconcepto claro y preciso; quizs por esto no es muy frecuente en ellenguaje habitual de los cristianos. Sobre todo, porque nos obliga aalzar la vista desde el momento presente para escrutar el horizontede nuestra esperanza.

    Desde los escritos ms antiguos, las cartas de Pablo, hasta los lti-mos desarrollos de Juan o del Apocalipsis, la expresin reino deDios y realeza de Cristo expresan las mil riquezas del misterio deDios presente en Jess. No es solamente cuestin de vocabulario y deconceptos, sino que se trata de la realidad misma de la salvacin quellega a la vida de las comunidades, a la vida de los bautizados. Es elmundo nuevo que nace en la historia de los hombres. Nuestra espe-ranza puede alcanzar entonces el gran deseo de Jess: iPadre! iVen-ga a nosotros tu reino!

    Este Cuaderno es obra de un equipo coordinado por Michel QUES-NEL, profesor del Instituto Catlico de Pars.

    Philippe GRUSON

  • INTRODUCCIN

    Si pedis a alguien que os resuma el mensaje deJess de Nazaret, seguramente os responder:amaos los unos a los otros. En efecto, esta frasese encuentra en san Juan (13,34); pero es rara enlos evangelios y se limita a las relaciones que loshombres tienen que tener entre s. Su contenido esexclusivamente moral.

    Si vuestro interlocutor conoce bien el NuevoTestamento, os contestar que su resumen es elreino de Dios (o el reinado de Dios, segn dicenhoy algunos biblistas). Efectivamente, Jess hablmucho de l. Pero esto tampoco resume todo sumensaje, imposible de condensar en una expresinconcreta, por muy rica que sea, aunque sea sta sinduda una de las nociones ms centrales -y de lasms difciles de comprender- de su predicacin.

    Figura sobre todo en los evangelios sinpticos:Mateo, Marcos y Lucas. En Marcos, Jess comienzasu misin anunciando la proximidad del reino: Elplazo se ha cumplido. El reino de Dios est llegan-do (Mc 1,15). Para Mateo el anuncio del reinoocupa tambin un lugar privilegiado: forma partedel mensaje que Jess anuncia apenas se pone arecorrer las ciudades y aldeas de Galilea: Arrepen-tios, porque est llegando el reino de los cielos(Mt 4,17). Lucas es el nico de los tres para quienel anuncio del reino no forma parte de la predica-cin inaugural: la escena famosa de la sinagoga deNazaret no lo menciona (Lc 4,16-30); Jess no ha-bla de l hasta un poco ms adelante, cuando deci-de abandonar Cafarnan para ampliar su campode apostolado: Tambin en las dems ciudadesdebo anunciar la buena noticia del reino de Dios,porque para esto he sido enviado (Lc 4,43).

    Con el reino de Dios hemos de relacionar la rea-

    leza de Cristo, un tema que tambin est presenteen los sinpticos que, en este punto, coinciden consan Juan. En los cuatro evangelios el dilogo entrePilato y Jess recae sobre la condicin regia de s-te, y el letrero puesto sobre la cruz hace saber a lostransentes que el condenado a punto de morir eso pretende ser el Rey de los judos (Mc 15,16 Ypar.). Por otra parte, el ttulo de Mesas o Cristoque le da toda la tradicin cristiana no ha tenidosiempre, sean cuales fueren las corrientes que loutilizaron en el judasmo del siglo 1, una connota-cin real?

    La forma con que los sinpticos tratan del reinode Dios tampoco puede separarse del lugar que re-servan a otro tema, igualmente central en las pala-bras de Jess, aunque es raro en el resto del NuevoTestamento: el tema del Hijo del hombre. La figuraa la que remiten los sinpticos es la de aquel mis-terioso Hijo del hombre del que se nos habla en elcaptulo 7 del libro de Daniel, que avanza acompa-ado de las nubes del cielo en direccin hacia unAnciano sentado en un trono de fuego. Esta visintiene por lo menos un aspecto claro: el Hijo delhombre se dirige hacia Dios para mantenerse en supresencia. El texto precisa a continuacin: Se ledio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, na-ciones y lenguas le servan (Dn 7,13-14).

    Este texto fue ledo y reledo en el judasmo an-tiguo. Objeto de mltiples interpretaciones, el Hijodel hombre se convirti en una de las figuras cen-trales de la apocalptica juda, dotada siempre deuna autoridad, de un poder, de una gloria como laque se le atribuye en el libro de Daniel. Y cuandoJess habla de l en los evangelios, es casi siemprea propsito de un poder que l tiene o, por el con-

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  • trario, al que l renuncia para entregarse a los ca-prichos de las potencias de este mundo, que lo lle-varn a la pasin.

    El Hijo del hombre mencionado por Jess guar-da una estrecha relacin con su realeza y con elreino de Dios que predica. Ninguno de estos trestemas puede aislarse de los otros dos, so pena deque nos limitemos a un estudio raqutico en sus re-sultados, por ser demasiado estrecho su proyecto.Los reyes bblicos estn investidos de una autori-dad y ejercen un juicio. Todo lo que, en las funcio-nes de Jess, guarda relacin con estas prerrogati-vas reales tiene algo que ver con el reino de Dios.

    QU ES EL REINO DE DIOS?

    El Nuevo Testamento no nos da una respuestadirecta a la cuestin de saber qu es el reino deDios. En ningn momento da una definicin delmismo. Jess habla de l como de una realidad co-nocida, proclamando su proximidad, sugiriendo al-gunos de sus aspectos con la ayuda de parbolas,declarando que est lejos o est cerca, confiandosu llaves a Pedro, enumerando las condiciones quepermiten entrar en l y las que, por el contrario,impiden hacerlo. Pero, a pesar de todo ello, el rei-no de Dios no se deja captar ni mucho menos co-mo una nocin ni definir como un concepto.

    Una de las grandes preguntas que se planteana propsito de l es la del tiempo. Cundo vendrel reino o cuando se podr entrar en l? Jess ha-bla de l como de una realidad presente, yaaqu, de la que es posible gozar bajo ciertas con-diciones? O, por el contrario, no existe ms queen esperanza?

    Algunas frase de los evangelios parecen favore-cer ms bien la primera hiptesis, la de una pre-sencia actual del reino de Dios; por ejemplo, aquelpasaje que Lucas pone en labios de Jess: El reino6

    de Dios no vendr de forma espectacular, ni se po-dr decir: 'Est aqu, o all', porque el reino de Diosya est entre vosotros (Lc 17,20-21). Por el contra-rio, en otros casos parece pertenecer a un futurorelativamente lejano, ya que el acento se pone enel todava no ms bien que en el ya del reino.En el sermn de la montaa, Jess declara a susdiscpulos: No todo el que me dice: 'iSeor, Se-or!' entrar en el reino de los cielos, sino el quehace la voluntad de mi Padre que est en los cie-los (Mt 7,21). Pues bien, el momento en que loshombres lanzan esta llamada es claramente el deljuicio escatolgico. La entrada en el reino del queaqu se trata no podr tener lugar antes de los lti-mos tiempos.

    Presente o futuro? Ya o todava no? Elaspecto temporal del reino de Dios es difcil decaptar, tanto como su contenido. Se trata de unarealidad movediza, evolutiva, inaferrable, que sloun trato asiduo con los textos puede ayudar a dis-cernir, al menos parcialmente. Pero, por lo visto, eldescubrimiento no se terminar jams.

    PRECISIONES DE VOCABULARIO

    Hay que hablar de reino o de reinado de Dios?Las traducciones y los comentarios oscilan entre lasdos formulaciones, sin escaparse siempre de unacierta moda. Hace algunos decenios se deca msbien reino. Actualmente es ms corriente hablarde reinado. Esta dificultad se debe a que el NuevoTestamento no usa ms que un solo termino grie-go, basileia, para designar esta realidad compleja.Los LXX ms matzados, utilizaban dos: basileia (fe-menino) y basileion (neutro). Pero en el texto he-breo del Antiguo Testamento se emplean tresnombres comunes, derivados de melek (

  • - MeltJkh puede generalmente traducirse porrealeza: es el hecho de ser rey y de ejercer la au-toridad propia de esta funcin;

    - MalkOt equivale ms bien a reinado, es de-cir, al poder real, o al espacio de tiempo que trans-curre entre la subida al trono del rey y su muerte,abdicacin o sustitucin. El reinado de Felipe 11designa, para los historiadores, el perodo de 1555a 1598.

    - Mame/kh designa ms bien el reino, peroen un sentido ms amplio que su equivalente cas-tellano. En primer lugar, es el territorio sobre elcual ejerce su poder el rey (un sentido espacial); ensegundo lugar es tambin la soberana ejercidapor el monarca sobre el territorio en cuestin. Elcastellano tiene este doble sentido para la palabraimperio: se habla del Imperio romano en sentidogeogrfico o bien de tener un imperio sobre al-guien o sobre alguna cosa. Es este trmino hebreoel que los Setenta traducen a veces por basileion.

    La variedad de equivalentes hebreos explica ladificultad de traducir la basileia evanglica. Rei-no tiene un significado ms general 'que reina-do y por consiguiente puede preferirse en la

    mayor parte de los casos. Al contrario, no hay msremedio que utilizar reino cuando la palabra tie-ne un significado principalmente espacial, porejemplo en la expresin entrar en el reino deDios (Mc 9,47; 10,23; etc.). Otras veces la traduc-cin ms satisfactoria es realeza; por ejemplo,en la parbola de las minas: Un hombre noblemarch a un pas lejano para recibir la realeza (Lc19,12); aqu no es adecuado hablar de reinado ode reino (aunque es verdad que en este caso setrata de la basileia del hroe de la parbola, no dela de Dios mismo).

    En las pginas siguientes se emplear alternati-vamente reinado, reino o realeza, segn el contex-to o la prctica ya comn en el lenguaje; pero con-viene que el lector se acuerde de que los tres signi-ficados van siempre unidos.

    PROBLEMAS DE HISTORICIDAD

    Habl efectivamente Jess de este reino deDios (o de los cielos) que mencionan los textos, o

    EL VOCABULARIO DEL REINO EN EL NUEVO TESTAMENTO

    Mt Mc Lc Hch Jo Pablo Ap Resto TotalNT

    Reino (basileia) 55 20 46 8 5 14 9 5 162Reino de Dios/de los cielos 37 14 32 6 2 10 1 102Reinar (basileuein) 1 3 10 7 21Reinar (teniendo por

    sujeto a Dios o a Jess) 1 1 3 5Rey (basileus) 22 12 11 20 16 4 21 9 115Rey (designando a Jess) 8 6 5 1 14 2 36

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  • es ms bien una expresin que pusieron en sus la-bios las comunidades cristianas sin que l la pro-nunciara de verdad?

    La pregunta entra en el cuadro, mucho msvasto, de los problemas de historicidad planteadospor los evangelios. No podemos abordarlos aquen todos sus elementos. Sin embargo, funcionaaqu perfectamente el criterio ms seguro para re-conocer la historicidad de un dato evanglico, a sa-ber, el criterio de divergencia o de desemejanza.

    Segn este criterio, se reconoce como probable-mente histrico un dato evanglico que no pudoser inventado por las comunidades cristianas del si-glo I para justificar su pensamiento o su prctica.Al contrario, un dato evanglico que encaja ade-cuada y perfectamente con la vida de las Iglesiasdespus de Pascua pudo haber sido una creacinde la comunidad o ser, por lo menos, el resultadode una reinterpretacin ms o menos atrevida deunos hechos histricos, a fin de dar un fundamen-to a la prctica o al pensamiento de las comunida-des.

    Pues bien, en lo que se refiere al reino de Dios,se constata que Pablo habla poco de l: catorce re-ferencias para toda la tradicin paulina. Los otrosescritos del Nuevo Testamento, menos todava. Noes una nocin o un concepto en torno al cual searticule el pensamiento teolgico pospascual. Elcriterio que acabamos de enunciar va entonces enel sentido de una historicidad muy probable. Enotras palabras, las comunidades entre las que seelaboraron las tradiciones evanglicas no tenanningn motivo para prestar a Jess unas palabrassobre el reino de Dios, si l mismo no las hubierapronunciado realmente. Goza de un alto grado decredibilidad el hecho de que esta expresin se re-montaba a la persona misma del Salvador y forma-ba parte de su predicacin.

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    PLAN DE ESTE CUADERNO

    Antes de tocar los textos cristianos en s mismos,conviene situarlos en el ambiente que los vio nacery al que perteneca el mismo Jess. De ah el pri-mer captulo: El reino de Dios en el judasmo delsiglo I de nuestra era. A continuacin se estudian los textos por el or-den cronolgico de su redaccin, empezando porel reino de Dios en las epistolas paulinas. Para los evangelios sinpticos distinguimos lastres obras, a pesar de los puntos que tienen en co-mn. En primer lugar, el reino de Dios en Marcos. Mateo utiliza poco la expresin reino de Diosy prefiere su equivalente: Reino de los cielos. Deah el ttulo del segundo captulos dedicado a losevangelios: el reino de los cielos en Mateo. En tercer lugar estudiamos el evangelio de Lucas,sin aislarlo de los Hechos de los apstoles. La obrade Lucas forma un todo: el reino de Dios en laobra de Lucas. Viene a continuacin el evangelio de Juan que,con toda probabilidad, es el ltimo de los cuatro yutiliza slo dos veces la expresin reino de Dios:el reino de Dios en el evangelio de Juan. En cuanto al Apocalipsis, su gnero literario tanespecfico aconseja tratarlo aparte, sea cual se laidentidad de su autor: el reino de Dios y el reinode Cristo en el Apocalipsis. Finalmente, para que un tema teolgicamentetan rico no sea estudiado slo por los exegetas, lehemos pedido a un telogo que, teniendo encuenta los estudios precedentes, sacara de ellosuna conclusin, abriendo perspectivas teolgicasms globales. De ah el ttulo del captulo final: Elreino de Dios no deja de ser un reino.

    Michel QUESNEL

  • EL REINO DE DIOS EN EL JUDASMODEL SIGLO I DE NUESTRA ERA

    Remontndose a los orgenes de la realeza enIsrael, la esperanza juda del reino de Dios no dejde desarrollarse a lo largo del primer milenio a. C.La toma de Jerusaln el ao 587 y la prdida deindependencia poltica para Israel condujeron adesligar esta esperanza del monarca reinante, apesar de los intentos, siempre fallidos, de restaura-cin (Zorobabel, la dinasta asmonea).

    Desde la ocupacin de la tierra juda por los ro-manos resulta cada vez ms claro que Israel no tie-

    ne sino un rey digno de este nombre, a saber, elmismo Seor, sin ningn jefe poltico como lugar-teniente. Ni Herodes ni sus descendientes, tan po-co religiosos unos como otros, son capaces de pro-bar lo contrario; resulta difcil decir si las insurrec-ciones de algunas bandas armadas, de las que noshablan Flavio Josefo (De bello judo 11, 118) Y los He-chos de los apstoles (5,36-37) fueron vistas comocapaces de sostener una verdadera esperanza me-sinica.

    El abanico de esperanzasde la realeza plena de Dios

    Los evangelios conocen a los grupos judos msinfluyentes. Por ejemplo, los bautistas, movimien-tos de despertar proftico, hacen revivir la figurade Elas (Mt 3,4; 17,10-13); fuera del caso complejode Juan, no parece ser que cultivaran esperanzasmesinicas, sino que contaban con el juicio inme-diato de Dios. Aunque no lo menciona, el NuevoTestamento dialoga tambin con algunas ideas delesenismo de Qumran (Cuadernos bblicos, n. 83, p.72). En cuanto a la aristocracia saducea, no tratJess mucho con ella; religiosamente conservadoray polticamente oportunista, dejaba para los fari-seos las especulaciones mesinicas y escatolgicas(Hch 23,6-9). Es con estos ltimos con quienes Jessdiscute las cuestiones religiosas.

    Por lo dems, los fariseos se sealan ms porsus prcticas que por seguir una doctrina comn.

    Sobre el mesianismo, la ancdota del Talmud Ye-rushalmi resume muy bien todo el abanico de posi-ciones fariseas: al lder de la segunda guerra juda(132-135 d. C.), Bar Kokba (

  • dotes estaban demasiado desacreditados por lasrencillas entre los diversos clanes y sus incesantestratos con Roma. Desde este punto de vista, elcrculo de Jess est cerca de los fariseos, que sos-tenan las aspiraciones populares, a saber, la veni-da milagrosa de un Hijo de David, que liberara laTierra santa de la opresin y de la iniquidad.

    Los humildes conocan adems el peso de la en-fermedad y el miedo a los demonios, una opresinms inmediata que el poder de los grandes. Poreso se crea que el rey Salomn, hijo de David porexcelencia, haba recibido dones de curacin y deexorcista; algunos judos apelaban a su poder. Jo-sefo declara que Salomn compuso encantamien-tos para conjurar a las enfermedades y dej frmu-las de exorcismos para encadenar y echar a los de-monios. l mismo haba visto actuar a un exorcis-

    ta llamado Eleazar (Ant. judo VIII, 45-49), que hacaoler a los posesos ciertas races prescritas por Salo-mn. La fama de Salomn se basaba en el textobblico que ensalzaba su sabidura y sus conoci-mientos botnicos (1 Re 5,13). En el siglo I a. c., ellibro de la Sabidura hace decir al antiguo rey queDios le haba dado conocer el poder de los espri-tus, las variedades de las plantas y las virtudes delas races (Sab 7,20). Tendra estos mismos donesel hijo de David que haba de venir? Es lo queesperaban ante todo los afligidos de Palestina, yalgunos fariseos no desdeaban ejercer sus talen-tos de exorcistas (Mt 12,27). De todas formas, dadoque constituan el movimiento ms cercano a lasesperanzas populares, los fariseos marcaron a lassinagogas con su sello, y es en los textos sinagoga-les donde se encuentran las formas ms corrientes

    de las aspiraciones judas del siglo 1.

    La sinagogaPara precisar las esperanzas que mantenan en

    el judo ordinario las asambleas del sbado, po-demos proceder a un sondeo en las oraciones anti-guas y sobre todo en la lectura sinagogal de la Es-critura.

    LAS ORACIONES

    La sinagoga del siglo I conoce la parte esencialde lo que pasaran a se.r las Dieciocho bendiciones(vase Documentos en torno a la Biblia, n. 18, pp.31-40). Entre otras, se consideran antiguas la se-gunda bendicin que alaba al eterno Viviente quehace revivir a los muertos, la dcima que mandatocar la gran trompeta por nuestra libertad (la10

    msica del Kippur con que se abran los aos jubi-lares: Lv 25,9) y elevar el estandarte para reunir anuestros desterrados (Is 11,12>, y seguramente laparte de la decimocuarta que invoca la misericor-dia divina para el reino de la casa de David, tuMesas de justicia.

    Si esta oracin recoge las grandes esperanzasbblicas, incluida la resurreccin, el mesianismo enella es discreto. Estara al parecer ausente en laversin primitiva del Qaddis (la santificacin delNombre; d. Documentos, n. 68, p. 41), con que ter-minaba la reunin sinagogal y que influy en lasdos primeras peticiones del Padrenuestro:

    Que sea engrandecido y santificado su grannombre en el mundo que ha creado segn su vo-luntad; y que establezca su reino [y haga germinarsu redencin. Que haga venir a su Mesas y libere asu pueblo] en vida vuestra y en vuestros das y en

  • vida de toda la casa de Israel, pronto y en un tiem-po cercano.

    Con la mencin del Mesas o sin ella, el Qaddisaspira a la pronta intervencin del Dios Rey.

    EL TARGUM DEL PENTATEUCO

    El targum, que al principio era oral, consiste enla traduccin al arameo de las lecturas bblicas pa-ra un auditorio que no hablaba el hebreo. As secrearon ciertas modalidades de traduccin parafra-seada que llevaron a los trgumes escritos. Los des-cubrimientos de Qumran atestiguan la antigedadde este fenmeno, al menos para los textos he-breos difciles. Pues bien, los raros textos del Pen-tateuco que se prestan a una interpretacin mesi-nica resultaban un tanto difciles; se comprendeentonc~s que las capas ms antiguas del targumhayan Intentado hacerlas ms explcitas.

    Desde mitad del siglo 111 de nuestra era, el Pen-tateuco griego parece leer el anuncio del Mesasen Gn 3,15. El targum desarrolla claramente estainterpretacin:

    ((Pondr enemistad entre ti y la mujer, entretus hijos y sus hijos. Y suceder que, cuando los hi-jos guarden la Ley y cumplan los mandamientos, teatacarn, te rompern la cabeza y te matarn. Pe-ri:! cuando abandonen los mandamientos de la Ley,tu (la) atacars, le morders en el taln y la heri-rs. Pero, en cuanto a los hijos de el/a, habr unremedio, mientras que para ti, serpiente, no habrremedio; porque estn destinados a tener paz alfinal, en el da del Rey Mesas (Targum Nefiti,trad. R. Le Deaut) ,

    1 En los trgumes. los pasajes que corresponden al textobblico van en negrita.

    Aqu, en la alternancia de las fases de fidelidady de infidelidad, de victoria y de derrota del Malhasta la paz mesinica universal (ls 9,6), se ve hastaqu punto se impuso el espritu de los apocalipsis.Se comprueba esto en el Poema de las cuatro No-ches pascales relativas a la noche de vela por elSeor (Ex 12,42). La Noche final incluye la venidadel Profeta escatolgic~ y del Mesas, segn el sim-bolismo de un nuevo Exodo.

    La cuarta Noche (ser) cuando el mundo l/e-gue a su fin para ser disuelto; se rompern los yu-gos de hierro y las generaciones perversas sernaniquiladas y Moiss subir de en medio del de-sierto y el Rey Mesas vendr de arriba. Uno ir alfrente del rebao y el otro marchar al frente delrebao y su Palabra marchar entre los dos, y yo yel/os marcharemos juntos (Nefiti en Ex 12,42).

    Ms concreta es la presentacin del Mesas enla versin targmica del orculo de Balan de Nm24,17. El texto bblico anuncia: ... Una estrella salede Jacob, un cetro surge de Israel; machaca las sie-nes de Moab y el crneo de los hijos de Set. ElDocumento esenio de Damasco jugaba con el pa-ralelismo para distinguir dos personajes: La Estre-lla es el Escrutador de la Ley (el fundador de la sec-ta) ... El Cetr~ e~ el Prncipe de la congregacin; yen su adventmlento abatir a todos los hijos deSet (CD VII, 18s). Ya la Biblia griega vea al Mesasen este orculo. Lo mismo hace tambin el targum:

    Un rey tiene que elevarse de entre los de lacasa de Jacob, un liberador y un jefe de entre losde las casa de Israel. Entregar a la muerte a losvalientes de los moabitas, exterminar a todos loshijos de Set y desposeer a los que tienen rique-zas (Nefiti).

    Esta .antigua tradici~n de la lectura del targumentra, sm duda, en el Simbolismo de la estrella delos ~~gos en, Mt 2, sobre todo si se piensa quetamblen Balaan era un mago extranjero.

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  • El texto de la bendicin sobre Jud en Gn49,10-12 es de un hebreo difcil. La Biblia griegaacenta su mesianismo. En cuanto al targum, am-plifica el texto hasta llegar a leer en l toda la his-toria: primero el Mesas (v. 10), luego la guerra delMesas contra las naciones (v. 11) y finalmente laperfeccin moral del personaje y la prosperidad desu reinado:

    (10) No faltarn los reyes de entre los de la ca-sa de Jud, ni los escribas doctores de la Ley entrelos hijos de sus hijos, hasta que venga el Rey Me-sas, a quien pertenece la realeza y a quien se so-metern todos los reinos.

    (11) iQu hermoso es el Rey Mesas que debesurgir de entre los de la casa de Jud! Cie sus lo-mos y sale al combate contra sus enemigos y mataa reyes y prncipes. Enrojece los montes con la san-gre de sus vctimas y blanquea las colinas con lagrasa de sus guerreros. Sus vestidos estn baadosde sangre; se parece al que pisa los racimos.

    (12) i Qu hermosos son los ojos del rey Mesas,ms que el vino puro! Porque no se sirve de ellospara mirar las desnudeces y el derramamiento desangre inocente. Sus dientes son ms blancos quela leche, ya que no se sirve de ellos para comer (elproducto) de las violencias y los robos. Las monta-as enrojecern con sus cepas y sus lagares porcausa del vino y las colinas blanquearn con laabundancia de trigo y de rebaos de ovejas (Ne-fiti).

    En el v. 11, para transformar la imagen de lasangre de la via en un smbolo guerrero, el poe-ma del targum acude a Is 63,1-6 (cuya interpreta-cin mesinica est confirmada en Ap 19,11-13).Esta contaminacin del texto por un orculo deIsaas se comprende mejor si se piensa que, en lassinagogas de influencia farisea, la lectura de la To-rah se completaba y aclaraba con un breve textosacado de los profetas.

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    EL TARGUM DE LOS PROFETAS

    As pues, los libros profticos tuvieron tambinsu targum. En el de Isaas, el primero de los Cuatropoemas del Siervo lleva una interpretacin mesi-nica. El Elegido es enviado

    ((para abrir los ojos de la casa de Israel, que soncomo ciegos respecto a la Ley, para hacer salir asus desterrados de entre las naciones, pues seme-jantes a los prisioneros, y para librarlos de la servi-dumbre de los reinos, en donde estn detenidoscomo prisioneros de las tinieblas)) (Tg Is 42,7, crti-ca textual y trad. de P. Grelot).

    De esta manera, el Mesas restaurar la fideli-dad de Israel a la Ley y reunir a los dispersos. Setrata de temas antiguos, por lo que no parece queeste targum sea posterior al ao 70 d. C. Al contra-rio, para el Poema del Siervo doliente (ls 52,13-53,12), con el que el Nuevo Testamento ilumina lapasin, el targum reacciona quizs contra la teolo-ga cristiana cuando, en los versculos de apertura,aplica las pruebas del Siervo a Israel humillado yexcluye la idea de un Mesas doliente:

    ((He aqu que m siervo el Mesas trunfar; serexaltado, crecer, se har muy poderoso. Lo ms-mo que la casa de Israel estuvo esperando en ldurante das numerosos, porque su aspecto era mi-serable entre las naciones y su apariencia distintade la de los hijos de los hombres, as tambn dis-persar a las naciones numerosas, los reyes se ca-llarn ante l; pondrn sus manos en sus bocas, yaque vern cosas que no les haban contado y com-prendern cosas que no haban odo decn) (Tg Is52,13-15).

    Se sabe que a la sinagoga le gusta evocar a Diosmediante perfrasis respetuosas. En Gn 17,1 se di-ce: YHWH se apareci a Moiss; el targum pre-fiere leer: La Palabra (memr) de YHWH se reve-l. Indirectamente, este estereotipo puede con-

  • vertirse en una tradicin sujeta a comentarios y laexpresin el memr del Seor puede servir debase a una teologa de la Palabra divina. En estesentido, el targum de los profetas vacila a la horade hablar crudamente de la venida de Dios y pre-fiere evocar el reino. El orculo de Is 40,9: Di a lasciudades de Jud: iHe aqu vuestro Dios! se con-vierte en el targum: Di a las ciudades de la casade Jud: He aqui que se nos ha revelado el reinode vuestro Dios! Del mismo modo, en Is 52,7, tex-to que sirvi de base para el kerigma de Jess (Mc1,14s), el targum hace decir al mensajero de bue-nas noticias: El reino de tu Dios se ha revelado.Esta terminologa significa simplemente que esereino benfico, que es ya una realidad, necesitauna intervencin personal de Dios para llegar a supleno ejercicio, pero que esta intervencin no pue-de identificarse ni mucho menos con una vulgarpresencia fsica.

    UNA ANTIGUA HOMIlA

    Los Pirq de Rabbi Eliezer (siglo VIII de nuestraera) conservan un fragmento de una homila muyantigua, que demuestra los sentimientos profun-dos que inspiraba la esperanza del reino de Dios.Se parte del salmo 93, que la liturgia del temploutilizaba la vspera del sbado para celebrar la so-

    berana de Dios sobre el mundo, acabado el dasexto. El autor de esta homila pone su primera re-citacin en labios de Adn en el momento de sucreacin:

    Adn se puso de pie... Al verlo, todas las cria-turas rezaron por l, ya que creyeron que era sucreador; por tanto, fueron a postrarse ante l.Adn exclam: Cmo es que os postris ante m?Venid, vamos juntos a revestirnos de fuerza y ma-jestad, y luego hagamos renar sobre nosotros alque nos ha creado. Porque es el pueblo el que ha-ce reinar al rey y no el rey el que se pone a s mis-mo como rey... A continuacin, Adn abri la bocay todas las craturas respondieron tras l; se revis-tieron de fuerza y majestad, aclamaron a su Crea-dor y lo hicieron su rey, como est escrito: ce YHWHreina, est revestido de majestad... Est ceido defuerza}} (Sal 93,1)>> (PRE 11, trad. M.-A. Ouaknin -E. Smilevitch).

    La humildad ejemplar del primer Adn deseaquizs ir contra la teologa cristiana del nuevoAdn (1 Cor 15,45-48). Notemos sobre todo la lgi-ca de libertad que aqu se impone: es por la fe y elagradecimiento de la obra del Creador como el rei-no divino adquiere su realidad. De forma paralela,en el final del Cntico de Moiss, Que el Seorreine por siempre jams! (Ex 15,18), el judasmoantiguo ve a Israel eligiendo al Seor como rey enreconocimiento de su obra de liberacin (compre-se con Hch 15,2-4).

    La ebullicin socio-religiosa(del 44 al 66)

    Si la sinagoga cultivaba en el pueblo la espe-ranza pacfica del reino de Dios, las crisis episdicasempujaban a algunos, entre ellos a los fariseos, acambiar ellos mismos la situacin. Pero no ocurri

    esto durante la corta vida de Jess y el rgimen delos prefectos romanos del ao 6 al 36. Antipas pu-do ver en Juan Bautista una amenaza poltica, yaque la gente pareca estar dispuesta a seguir en

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  • todo los consejos de aquel hombre (Ant. Jud.XVIII, 118). No obstante, si hacemos caso del finalde la multiplicacin de los panes en Juan (6,14-15),Jess evita a los que le vean ya en el poder.

    Las sublevaciones de carcter ms religioso ex-plotaron cuando los conflictos con Roma no pudie-ron ya arreglarse por medio de un dilogo poltico.El primer hecho importante, el ao 36, no vino deJudea, sino de los samaritanos que esperaban, alparecer, la venida de un profeta como Moiss:

    Un hombre que no daba importancia alguna ala mentira les areng...; orden que subieran conl al monte Garizim... Aseguraba que una vez allles mostrara los vasos sagrados que Moiss escon-di y enterr. El pueblo que dio crdito a lo quedeca, tom las armas y se reun en un pueblo lla-mado Tiratana, donde se les agregaron otros engran nmero, para subir al monte (Ant. Jud. XVIII,85)

    Pilato orden entonces una matanza que lecost el puesto de prefeCto, ya que todava era po-sible contar con la justicia imperial.

    Las cosas cambiaron cuando los procuradoresromanos sucedieron al reinado demasiado brevede Agripa 1. Aparecen entonces los que Josefo dis-tingue de los bandidos, llamndolos gos (ma-gos, charlatanes):

    Siendo Fado procurador de Judea, un ciertomago (gos) de nombre Teudas persuadi a ungran nmero de personas que, llevando consigotodos sus bienes, lo siguieron hasta el ro Jordn.Afirmaba que era profeta y que a su mandato seabriran las aguas del ro y el trnsito les resultarafcil (d. Jos 3). Con estas palabras enga a mu-chos (Ant. Jud. XX, 97).

    Fado solucion el problema con una matanzageneral. La vuelta al desierto y el paso del Jordnequivalen a un nuevo xodo bajo la gua de unnuevo Josu, alter ego de Moiss y conquistadorde la Tierra santa. Lucas conoce a Teudas (Hch14

    5,36) as como al Egipcio (Hch 21,38), un judoque haba venido de Egipto y que se hizo famosoen tiempos de Flix (60-62). Josefo abre aqu su no-ticia con un,sumario sobre estos magos que pro-ponan un Exodo frtil en signos y prodigios:

    Los impostores (gos) y los hombres falacespersuadan a la multitud a que los siguieran al de-sierto. Decan que all les mostraran signos y sea-les que slo pueden producirse por obra y provi-dencia de Dios. Muchos que los creyeron, sufrieronlos castigos que merecan por su locura... En esetiempo lleg a Jerusaln un egipcio que simulabaser profeta, y quiso persuadir a la multitud que as-cendiera con l al monte de los Olivos... Les dijoque desde all veran caer por orden suya los murosde Jerusaln, y les prometi abrirles un camino pa-ra volver a la ciudad (Ant. Jud. XX, 168s).

    Flix reprimi severamente la tentativa, pero elEgipcio huy proponindose editar de nuevo laconquista milagrosa de Jeric por Josu (Jos 6).

    Entre tanto (por el ao 49?), como los judosse soliviantasen continuamente por instigacin deCresto (= Cristo), Claudio los ech de Roma (Sue-tonio). Segn una de las hiptesis, la expulsinafect a los judeo-cristianos de Roma (Hch 18,2).Marcados por la esperanza de un Cristo, Hijo deDavid, se habran visto ellos mismos contaminadospor la agitacin poltico-religiosa de Palestina.

    En el ao 66 Josefo menciona a Juan el Esenioentre los oficiales encargados de la resistencia. Portanto, algunos esenios entraron tambin en la lu-cha. Y en Qumran, la redaccin final del clebreRollo de la Guerra parece indicar un momento enque algunos pasaron de las especulaciones apoca-lpticas a la lucha armada.

    Cmo se situaron los grupos cristianos de Pa-lestina en medio de este clima turbulento? SegnEusebio de Cesarea, algunos emigraron a la Dec-polis, en donde se encuentra la ciudad de Gerasa.Qu pensaban al or el relato de los posesos gera-

  • senos (Mc 5,1-20) con el smbolo pagano de lospuercos y la alusin a la legin romana? El dis-curso apocalptico de los Sinpticos (Mc 13) nos dauna vaga idea de ello.

    Conviene recordar los se dice recogidos porJosefo (De bello jud., VI, 288-309): en la fiesta delas Tiendas del ao 62, Jess ben Ann, un aldeanoinculto, anunciaba como inminente la destruccinde la ciudad y del templo. A pesar de las provoca-

    ciones, sigui con su juego durante siete aos ymedio hasta que le alcanz un proyectil durante elsitio de Jerusaln. Inmediatamente antes de laguerra, durante la fiesta de los zimos del 66, unaluz muy viva rode el altar durante la noche y lapuerta oriental del templo se abri por s misma.Luego, en Pentecosts, los sacerdotes que servanpor la noche oyeron una voz que deca: Nos mar-chamos de aqu.

    Tras la catstrofe del 70Josefa (De bello jud., VI, 250) Y la literatura ra-

    bnica sealan la coincidencia de fechas entre ladestruccin del primer templo en el ao 587 y ladel ao 70, un dato que explotan los dos ltimosgrandes apocalipsis: el Segundo Libro de Baruc (2Ba) y el Cuarto Libro de Esdras (4 Esd). Era fcil su-gerir que Baruc, el escriba secretario de Jeremas,pudo anunciar en trminos velados la destruccindel segundo templo. Y lo mismo que Jeremas ha-ba escrito a los desterrados (Jr 29), as tambin elsegundo Baruc se dirige a los judos de la dispora,abatidos por la destruccin de Jerusaln. Su men-saje es claro:

    Ahora los justos estn muertos, los profetas sehan dormido y tambin nosotros hemos tenidoque dejar nuestra Tierra. Nos han robado a Sin.Ya no tenemos ms que al Todopoderoso y su Ley(2 Ba 85,15).

    Durante el asedio a la ciudad, Baruc vio cmolos ngeles salvaban los objetos sagrados del tem-plo y derribaban las murallas por orden de Dios.As pues, es Dios el que dirige los acontecimientosy del que cabe esperar una nueva Jerusaln, que ltiene preparada desde el principio. Este tema lo re-coge tambin Esdras: Sin vendr y se revelar atodos, preparada y construida (4 Esd 13,36).

    Los dos apocalipsis utilizan y ponen al da lasvisiones de David y los clichs de la literatura deHenoc; todo ello forma tambin el trasfondo co-mn de los evangelios y del Apocalipsis de Juan. Laapocalptica cumpli con su misin: no se trata dereconstruir el primer templo, ya que le correspon-de ahora a Dios cumplir las revelaciones hechas alos sabios. E incluso antes de que la derrota de BarKokba (ao 135) acabase con las esperanzas de lanueva Jerusaln inscritas en los dos apocalipsis, s-tos saben ya que la reunin de los dispersos y laliberacin de Israel vendrn de Dios, como frutodel retorno de todos a una vida de fidelidad a laTorah. De este modo, tanto en la escatologa comoen la apocalptica cristiana, la cuestin del cun-do pasa a ser la del cmo (prepararse a ello).

    El Esdras bblico haba sido el editor de la Leyde Moiss (Esd 7). Bajo la inspiracin divina, el Es-dras apcrifo (4 Esd 14) dicta los 24 libros de la Bi-blia y los 70 libros que hay que reservar a los sa-bios, sin duda los apocalipsis que hay que divulgarahora. Porque las dos obras intentan integrar lasesperanzas apocalpticas asimiladas por los sabiosfariseos. Reservado desde los orgenes, el Mesasvendr, como vencedor de los enemigos de Israel.Despus de su reinado reformador, morir (4Esd 7,29) o volver a su gloria (2 Ba 30,2). Habr

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  • entonces una resurreccin general y el juicio de to-dos, judos y paganos. Luego Jos justos vivirn eter-

    namente (o durante una vida muy larga) en unacreacin transfigurada.

    Observaciones finales

    En el judasmo antiguo, los acontecimientos sir-vieron para fecundar la lectura de las Escrituras,hasta ir llegando poco a poco a dar consistencia alos mediadores del reino de Dios: el Mesas davdi-co, el Profeta escatolgico o el Ungido sacerdotal.

    Jams este judasmo lleg a coordinar realmen-te estas diversas figuras. Por lo dems, lo que cons-tituye el corazn de los circulos religiosos ms di-versos es la aspiracin a la soberana plena de Dios:su victoria sobre los impos y sobre el opresor, suvictoria sobre la muerte por la resurreccin y/o latransformacin del cosmos. En comparacin conellos, el cristianismo naciente se presenta como elms mesiano-cntrico de Jos grupos judos.

    Nunca se insistir demasiado en la importanciade la apocalptica, matriz juda del cristianismo(J. J. Collins). Antes de convertirse tardamente enuna literatura de evasin, enriqueci la fe de unmarco de pensamiento y de imaginacin que per-mita concebir un Dios, cuyos planes triunfaban so-

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    bre todas las crisis de la historia, un marco que li-beraba a las figuras mesinicas de rasgos demasia-do vulgares. De este modo, fecund a la fe cristia-na enfrentada con el fracaso terreno de su Cristo.

    Finalmente, la complejidad de las esperanzasjudas invita a matizar las oposiciones demasiadofciles: frente al mesianismo judo, poltico y nacio-nalista, habra una cristologa universalista de an-temano. Pues bien, por un lado los apocalipsisanuncian el juicio de todos los hombres segn cri-terios ticos; y la conversin de Israel a la Ley entraen la misin del Mesas. Por otro lado, el mesianis-mo de los primeros cristianos no los puso al mar-gen de las convulsiones de la Palestina del siglo 1.En la tensin de los acontecimientos es como sedesnacionaliz la cristologa, un punto en el quehabran de insistir todava Jos mensajeros de la se-gunda generacin cristiana (Hch 1,6-7; Jn 19,35-38).

    Claude TA551N

  • EL REINO DE DIOS EN LAS CARTAS DE PABLO

    El tema del reino de Dios, tpico de la predica-cin de Jess, se encuentra en Pablo para expresaruna nocin manifiestamente conocida y recibidapor los cristianos. En efecto, el reino de Dios era elobjeto central de la predicacin misionera de laprimitiva Iglesia, cuyo acento y contenido se anun-ciaron por anticipacin en la Galilea evanglica(Mc 1,15). Sin embargo, este tema est lejos deocupar en las epstolas paulinas el lugar que ocupaen los tres primeros evangelios, respecto a los cua-les Pablo se encuentra en clara inferioridad, en be-neficio de otro tema, caracterstico de su pensa-miento y de su mensaje, el de la justicia de Dios.Pero esto no significa nada: comparado con losotros autores del Nuevo Testamento, Pablo sigueresultando impresionante en este punto. En lasepstolas de autenticidad indiscutible, la expresinreino de Dios se lee siete veces, cuatro de ellasen la primera carta a los Corintios (1 Tes 2,12; 1Cor4,20; 6,9.10; 15,50; GI5,21; Rom 14,17). Hayque aadir otras tres menciones en las cartas deautenticidad un tanto dudosa (Col 4,11; Ef 5,5; 1Tes 1,5). En todo este conjunto la idea de reino deDios ofrece algunos aspectos de notable inters,en los que no difiere de su presentacin en losevangelios. Para darse cuenta de ello basta conexaminar los diversos pasajes en que se encuentraeste tema.

    LA VOCACiN CRISTIANA Al REINODE DIOS

    Para Pablo, y segn la enseanza que prodiga alos cristianos de Tesalnica, la vida de estos ltimos

    y la de todos los cristianos est animada por unaaspiracin al retorno de Jess. El final es la salva-cin y la bienaventuranza, no el castigo, ya que Je-ss es precisamente el que, en su regreso, nos li-bera de la ira que se acerca (1 Tes 1,10). Para ob-tener este resultado los creyentes tienen que man-tenerse en el cumplimiento de una conducta llenade fe y de caridad, para que cuando Jess, nues-tro Seor, se manifieste (parousa) junto con todossus elegidos, os encuentre interiormente fuertes eirreprochables (1 Tes 3,13).

    En otro lugar de la misma epstola Pablo exhor-ta a llevar una vida digna de Dios. Prosigue di-ciendo que Dios os ha llamado a su reino y a sugloria (1 Tes 2,12). Pablo, que en este primer es-crito cristiano que conocemos da gran importanciaa la parusa (1 Tes 2,19; 3,13; 4,15; 5,23), no men-ciona ms que aqu el reino de Dios. Jess nopredicaba la parusa, sino el reino. Por tanto, la si-tuacin es inversa a la que nos presentan los evan-gelios, en este punto bsico de la predicacin deJess. Pero la diferencia es mayor todava. Porqueal reino se aade aqu la gloria, un tema emi-nentemente paulino que, observmoslo, no apare-ce nunca asociado al reino en los evangelios, sinoms bien a la parusa del hijo del hombre (Mt 8, 38par.; 13,26 par.; d. tambin Mt 19,28). En Pablo es-ta gloria es a la vez patrimonio de Cristo resucita-do (Flp 3,21; 2 Cor 3,18; Rom 6,3) y objeto de laesperanza de los cristianos, con vistas a su trans-formacin final (Flp 3,21; 1 Cor 15,43; Rom 5,2;8,18; 9,23). Pero es tambin la gloria de Dios, lailuminacin del hombre entero por la irradiacinde Dios mismo (Rom 8,18; los pecadores estn pri-vados de ella: Rom 3,23). Con ella, en 1 Tes 2,12encontramos el reino o mejor dicho la realezade Dios (otro matiz de la palabra basileia), que en

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  • virtud de este contacto se convierte en algo comu-nicado a los elegidos. Esto nos hace percibir la iro-na de Pablo cuando, en 1 Cor 4,8, se burla de laspretensiones de aquellos que se portan como si es-tuvieran ya investidos de la realeza escatolgica:iYa estis satisfechos! Ya sois ricos! iHabis lle-gado a ser reyes sin contar con nosotros! Ojal lofueseis de verdad, para que tambin nosotros rei-nsemos con vosotros!

    LOS PECADORES NO HEREDARN EL REINODE DIOS

    Esta misma perspectiva final y retributiva domi-na en las amenazas que Pablo dirige a otros corres-ponsales suyos para detenerlos en la pendiente deun retorno a sus depravaciones antiguas:

    ccO es que no sabis que los malvados no ten-drn parte en el reino de Dios? No os engais: nilos lujuriosos, ni los idlatras, ni los adlteros...tendrn parte en el reino de Dios)) (1 Cor 6,9-10).

    ccEn cuanto a las consecuencias de esos desor-denados apetitos, son bien conocidas: fornicacin,impureza, desenfreno, idolatria... y cosas semejan-tes. Los que hacen tales cosas, os lo repito ahoracomo os lo dije antes, no heredarn el reino deDios)) (Gl 5,19-21).

    Segn el lenguaje del Deuteronomio del queestn sacadas estas expresiones, entrar en el reinode Dios o heredarlo son frases sinnimas (vaseDt 4,1; 6,18; 8,1; 11,8; 16,20 " para significar, en unnuevo contexto, el acceso a la situacin definitivade justicia y de felicidad que Dios reserva a los ele-

    , Vase tambin Dt 1,8; 4,5.14.38; 6,1; 9,5; 10,11; 23,21;30,6, en donde para entrar tenemos el verbo eisporeuest-hai, como en Le 18,24.

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    gidos en un mundo libre del mal y de los peca-dores. Como ensea igualmente el Deuteronomioa propsito de la entrada en la Tierra prometida,se han cumplido las condiciones, que eran la obe-diencia y el respeto a la voluntad de Dios. Lostransgresores quedan excluidos. As ocurre paraPablo, que reproduce en plan de ilustracin algu-nos catlogos de vicios sacados de los moralistas dela poca. Positivamente, la segunda epstola a losTesalonicenses (2 Tes 1,5) dice esto mismo con lafrase ser dignos del reino de Dios, aunque supo-niendo ms especialmente la perseverancia en elseno de las persecuciones y de los sufrimientos quede all resultan. stas se soportan por el reino deDios, es decir, con vistas a la bienaventuranza fi-nal que Dios concede a los que hayan permanecidofieles hasta el fin.

    EN LA TENSiN PRESENTE-FUTURO

    Hay dos frases en Pablo que parecen ser unadefinicin del reino de Dios. Las dos se leen en uncontexto polmico. En la primera, Pablo tiene antela vista la presuncin que se manifiesta en la Igle-sia de Corinto. El brillo de algunos predicadores,como Apolo, atraa a los fieles tentados de consi-derarlos como jefes de escuela del mundo ambien-tal, pensando adquirir bajo su direccin una com-petencia religiosa que les habra distinguido de losdems. A la vanidad que divida a los corintios seaada el peligro de reducir la revelacin del evan-gelio a una sabidura filosfica de hechura y deorigen puramente humanos. La reaccin de Pabloes vibrante y, como hemos visto, teida en este ca-so de cierta irona sarcstica. A aquellos pretencio-sos que despreciaban a sus rivales, Pablo les diceque su ciencia se reduce a un oropel de frases bo-nitas y que espera ir l mismo cuanto antes a po-ner orden en este desorden:

  • ccS r, y pronto, s el Seor lo quere. Ver entonces si los hechos de esos valientes son tantoscomo su palabrera. Porque el reino de Dos noconsste en palabras, sino en poder}) (1 Cor 4,19-20).

    El poder (dynams) sale aqu a relucir paraautentificar el mensaje de Pablo, dada la debilidadde sus medios (1 Cor 2,1-5; 4,9-13). Con frecuenciaaparecen juntos en l el poder y la palabra,no siempre para oponerse, sino a veces para com-pletarse (1 Tes 1,5; 2 Cor 6,7) e incluso para identi-ficarse (1 Cor 1,18; 2,4; vase tambin Rom 1,16).En 1 Cor 2,4-5 y 4,19-20, por el contrario, el unoexcluye a la otra. El poder es manifestacin delEspritu de Dios, hasta el punto de que casi puedeintercambiarse con l (1 Cor 5,4; vase tambinRom 15,13.19). Cul es la forma de esta demostra-cin de poder? Se piensa en la realizacin de mila-gros, caracterstica del apstol, tal como los mis-mos corintios pudieron comprobar (2 Cor 12,12).Pero no hay por qu limitarse a este nico aspecto.El Espritu, por su dinamismo, aporta otras pruebastangibles para establecer el origen divino de laobra apostlica, entre las que figuran el nacimien-to de las comunidades cristianas y los dones ex-traordinarios como el de lenguas que se les hanconcedido, lo cual vale especialmente para Corinto(1 Cor 12,1 ss). Esto es distinto de la palabra, esdecir de la de los discutidores de este mundo,que difunden una sabidura igualmente munda-na (1 Cor 1,20).

    En 1 Cor 4,20, como hemos visto, el reino deDios se define precisamente por medio de esta l-tima oposicin. Como esto se verifica en la comuni-dad cristiana, nos vemos llevados a reconocer aqula presencia del reino y, consiguientemente, a nodejarla solamente para el fin del mundo actual. Laparadoja que atestiguan los evangelios no est au-sente de las cartas de Pablo. En las realizacionesdel Espritu actualmente visibles Pablo reconoce laanticipacin de lo que ocurrir en la hora final. Elreino es algo que esta ya, pero todava no. Inaugu-

    rado por el poder del Espritu, perceptible a losojos de los creyentes, les deja todava, sin embar-go, un espacio para la esperanza. Las arras del Es-pritu (2 Cor 1,22; 5,5; vase tambin Ef 1,14),puestas en su corazn, pueden transferirse a laIglesia en donde apunta ya el alba del reino deDios, bajo la accin del mismo Espritu.

    Esta misma actualidad se expresa igualmenteen Rom 14,17, pero en un contexto distinto. Comoen la mayor parte de sus ideas teolgicas, Pablodepende aqu de una situacin y se esfuerza en re-solver un problema. ste nace, en Roma, de las in-hibiciones ascticas de una categora de cristianosfrente a ciertos alimentos, especialmente frente ala carne. Otros cristianos critican a estos escrupulo-sos y comen ostensiblemente de todo, sin preocu-parse del escndalo que pueden provocar, inci-tando a los primeros a imitarles contra su propiaconciencia (el caso es anlogo al de los idolotitosdescrito en 1 Cor 8-10). Pues bien, escribe Pablo, laregla es aqu la caridad, que evita destruir la obrade Dios por una cuestin de comida (Rom 14,20).Por tanto, apela a las concesiones que han de ha-cer los fuertes en provecho de los dbiles. Porotra parte, estas cosas carecen de importancia: Elreino de Dios no consiste en lo que se come o enlo que se bebe; consiste ms bien en la justicia, enla paz y la alegra que proceden del Espritu SantO (Rom 14,17).

    Pablo se aparta aqu de un tema comn, el querepresenta el reino de Dios como si fuera un ban-quete (Lc 13,29; Mt 8,11; Lc 14,15; 22,16.18.30; va-se tambin Ap 19,9 e Is 25,6). Es que aqu se tratade eliminar lo que podra impedir que lo esencialdominara en la comunidad. Es lo mismo que sedescribe en la segunda parte del versculo: la jus-ticia, el don fundamental de Dios que restableceal hombre en su amistad por la muerte y resurrec-cin de Cristo, la paz y la alegra que de all sederivan (Rom 15,13; Flp 1,25), un estado duradero,incluso en medio de la adversidad (2 Cor 8,2), gra-cias a la accin del Espritu (Gl 5,22). En estas con-

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  • diciones es como el reino de Dios se establece yaentre los creyentes, esperando su plena consuma-cin. De esta forma es como pueden ya saborearsus primicias.

    EL HOMBRE CORPORAL EN EL REINOFUTURO

    Sin embargo, Pablo sabe marcar tambin lasfronteras que separan el estado del cristiano, eneste mundo, del que Dios le reserva en el ms allde esta vida terrena. A sus discpulos de Corinto,poco inclinados a creer y hasta francamente opues-tos a la resurreccin de los muertos (1 Cor 15,12),Pablo intenta evitarles el escndalo que se derivade una mala inteligencia de la misma: se da unaincompatibilidad entre el cuerpo actual y el cuerpofuturo, entre el cuerpo corruptible, sembrado enla debilidad, y su germinacin gloriosa (1 Cor15,42-44). En otras palabras, la carne y la sangreno pueden poseer el reino de Dios, ni lo que escorruptible heredar lo incorruptible (1 Cor15,50).

    La segunda parte de la frase comenta la prime-ra, en donde la carne y la sangre (vase tambinMt 16,17) pide una explicacin para unos lectoresno acostumbrados a las frmulas judas. La humani-dad corporal, con su fragilidad y su destino mortal,no puede entrar sin ms en el mundo venidero. Portanto, es preciso, como escribe Pablo en otro lugar,que sea tambin ella liberada de la servidumbrede la corrupcin y participe as en la gloriosa liber-tad de los hijos de Dios (Rom 8,21). No ser libera-dos del cuerpo a la manera de las aspiraciones grie-gas por el ms all sino asumir, o revestir (comodice Pablo: 1 Cor 15,49.53.54), una corporeidad di-ferente de la que incluye el sufrimiento y la muerte(vase tambin 2 Cor 5,1-5). Diferente e incompara-blemente superior, en la gloria adquirida por elcontacto con el mismo Dios.

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    REINO Y EVANGELIO

    El reino de Dios fue primero una realidad predi-cada por Jess y luego por los misioneros cristia-nos. Si a veces la nocin se aleja de sus orgenes,tenemos un eco de su primer acento en un escritoalgo tardo, obra sin duda de un paulino de fi-nales de siglo. Uno de los saludos con que terminala carta a los Colosenses se transmite de parte dedos judos convertidos, de Marcos, el primo deBernab y de un tal Jess, de sobrenombre Jus-to, personajes caracterizados de esta manera: Deentre los conversos del judasmo, slo stos traba-jan conmigo por el reino de Dios (eis ten basileiantou Theou)>> (Col 4,11). La expresin como tal esnica, pero se relaciona con la que se lee en la car-ta a los Filipenses. Pablo les felicita all por su co-laboracin en el evangelio (eis ton euangelion)>>(Flp 1,5). Ms adelante (Flp 2,22) se habla de Timo-teo, del que Pablo no ahorra elogios: Conocis suprobada fidelidad y el servicio que ha prestado alevangelio (eis ton euangelion). Relacionando estospasajes con Col 4,11, se tiene la impresin de que,para el autor de esta epstola, reino de Dios ex-presa el contenido del kerigma cristiano en su con-junto, propagado por los apstoles y sus colabora-dores.

    REINO Y REINADO DE CRISTO

    En la seccin de la primera epstola a los Corin-tios dedicada a la resurreccin de los muertos,Pablo describe el fin: ((cuando destruido todoprincipado, toda potencia y todo poder, Cristo en-tregue el reino a Dios Padre. Pues es necesario queCristo reine hasta que Dios ponga a todos sus ene-migos bajo sus pies... Y cuando le estn sometidastodas las cosas, entonces el mismo Hijo se somete-

  • r tambin al que le someti todo, para que Diossea todo en todas las cosas)) (1 Cor 15,24-25.28).

    Se describen aqu dos actos, en orden inverso alque se cree que deberan tener lugar. Despus dela parusa y de la resurreccin de los muertos (1 Tes4,16; 1 Cor 15,52), consecuencia de la de Cristo,viene primero el final de un combate. Este comba-te habr sido el de Cristo contra toda oposicin ala obra que Dios realiz y que intenta realizar has-ta el final por su mediacin (as es como puede tra-ducirse el tema csmico y mitolgico de Poten-cia). La victoria es segura y la resurreccin de losmuertos es su coronacin, dado que la muerte esel ltimo enemigo del que Dios ha prometidotriunfar. Esta guerra sin tregua, bajo las rdenesde Cristo estratega, forma parte de su oficio derey. En efecto, reina desde su propia resurreccin ysu glorificacin por Dios, que hizo de l el Seoral que est sometido todo el universo (Flp 2,9-11;vase tambin Mt 28,18). Concretamente, esta vic-toria no se consigue sin la resistencia de las fuerzascontrarias; por tanto, ser preciso luchar hasta queDios haya puesto a todos sus enemigos bajo lospies de aquel a quien ha dado el universo (un re-cuerdo de los salmos 110,1 y 8,6).

    A continuacin, Pablo prev una entrega de es-te imperio sometido definitivamente a Dios Padre,para que en adelante Dios sea todo en todas lascosas. La idea es la de una salvacin, no la de unafusin divina que absorbera a Cristo, a la humani-dad y al resto del mundo. Nada podr escapar delplan de salvacin universal elaborado por Dios. Es-to es lo esencial del mensaje en un escenario queha de ser necesariamente metafrico y que nos dis-pensa de interrogar a este texto sobre la suerte ul-terior de Cristo, sobre la permanencia o la prdidade su autoridad sobre el mundo. Pero apostamoscualquier cosa a que Pablo, preguntado sobre estacuestin, no habra podido relegar a Cristo, unavez cumplida su tarea, a un rincn del cielo, mudoe inactivo o destronado del lugar eminente que lecorresponde junto a Dios (Rom 8,31). Es ms pro-

    bable que, representando con un gesto de home-naje el xito final de la obra de Dios en Jess, nohaya hecho ms que ilustrar un destino y una acti-tud que, en realidad, tienen que durar eternamen-te. Cristo es Seor para gloria de Dios Padre (Flp2,11).

    En el testamento espiritual que el autor de lasepstolas pastorales presta a Pablo, la perspectivaes contraria en parte a la del pasaje que acabamosde analizar. Lejos de entregar el reino a Dios Pa-dre, Cristo, segn 2 Tim 4,1, asocia el ejercicio desu poder real a su epifana, o sea en el lenguajede las epstolas pastorales a su segunda manifesta-cin en la parusa. Mateo describe las cosas delmismo modo en la parbola del juicio final (Mt25,31-46). En ambos casos, la realeza se ejerce con-cretamente en la funcin de juez universal, segnuna evolucin de la cristologa posterior a las eps-tolas autnticas de Pablo. El mismo Cristo ocupa,por as decirlo, toda la escena del cielo y de l, co-mo Seor (vase 2 Tim 1,2.8), aguarda el aps-tol, en vsperas de su muerte, la liberacin y lasalvacin en su reino celestial (2 Tim 4,18).

    Acabemos este recorrido. El autor de otro escri-to pospaulino titulado a los Efesios saca de lascartas de Pablo, especialmente de 1 Cor 6,9-10 yGl 5,21, una amenaza cuyo alcance estudiamos yaantes (p. 18), pero aadindole un complementosignificativo: Habis de saber que ningn lujurio-so o avaro, que es como si fuera idlatra, tendrparte en la herencia del reino de Cristo y de Dios(Ef 5,5).

    La carta a los Efesios depende de la carta a losColosenses. sta nos dice que los cristianos estn yasalvados, puesto que el Padre nos arranc del po-der de las tinieblas y nos ha trasladado al reino desu Hijo amado (Col 1,13). Con estas dos epstolasse alcanza un grado de actualizacin de la salva-cin que no tiene, en el Nuevo Testamento, msanaloga que en la pluma del cuarto evangelista.Aunque todava queda lugar para una espera (Col

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  • 3,4; Ef 4,4.30; 5,16), la dimensin de futuro estaqu ampliamente equilibrada por la adquisicinpresente. En particular, la vida de los creyentes sedesarrolla ya de alguna manera en donde estCristo (Col 3,1). Y si se compara un pasaje como Ef2,4-6 con Rom 6,4 y hasta con Col 2,12-13, que de-pende del anterior e inspira el primer pasaje, seobserva una progresin hacia una actualizacinmuy atrevida: los cristianos no slo pueden consi-derarse como resucitados con l, sino tambin co-mo sentados con l en el cielo, en donde Cristo rei-na con Dios, su Padre, sentado a su derecha (Col3,1; Ef 1,20).

    El cristiano vive ya, por as decirlo, en ese mun-do superior, regido por Dios y por Cristo en la glo-ria, compartiendo la heredad de los santos en laluz (Col 1,12), Y la esperanza que se deriva de lavocacin cristiana alcanza ya ahora su objeto (Ef11,18). No obstante, existen algunas condicionesmorales que, si no se realizan, hacen que el cristia-no siga estando como los dems en este mundode tinieblas (Ef 6,12), de donde Dios quiere sacar-le. La herencia no es para los que, aunque ha-ciendo profesin de cristianismo, no han roto consu pasado pagano ni con los vicios, o simplementelos criterios, que lo caracterizan (Ef 5,3-5; vasetambin Col 3,5-8).

    EL REINO DE DIOS EN PABLOY EN LOS EVANGELIOS

    Reunir en una misma definicin los aspectosque presenta en los evangelios el tema del reinode Dios es una apuesta que muy pocos autores dehoy se atreven a hacer. Pero lo que es verdad delos evangelios tambin lo es de los escritos pauli-nos, en donde esta nocin ofrece una autntica va-riedad. Adems, lo mismo que los evangelistas que

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    le sucedieron en el tiempo, Pablo hace del mismotema un uso relativamente libre, adaptando laidea y su expresin a unos contextos que a veces seencuentran bastante alejados del de los orgenes.

    Hay un primer punto negativo. Pablo no hablanunca del reino de Dios como de una realidad queviene, que se acerca, etc. (vase Mc 1,15 par.;Lc 10,9.11; 11,2 par.; 11,20 par.). La venida queespera es la del Cristo de la parusa (1 Tes 5,2; 1Cor 4,5; 11,26) o del juicio (de la clera: 1 Tes1,10; aadir Col 3,6; Ef 5,6) que se le asocia. El rei-no pierde entonces el carcter de acontecimientoque tiene en parte en los evangelios.

    En compensacin, mantiene a veces el carcterfuturo que posee tambin en varios pasajes evan-glicos. Pero aqu hay que matizar las cosas. Paratraducir la situacin de los justos que sigue al juiciofinal, el reino no aparece en los evangelios msque en Mt 25,34. Pero la ausencia de las palabrasde Dios (

  • Para acabar, Pablo piensa en un reinado deCristo mientras dura este mundo (1 Cor 15,24-25),en cierta analoga con el gran juicio final que evo-ca Mateo en la explicacin de la parbola de la ci-zaa (Mt 13,41), aunque la perspectiva sea distintaen cada caso: en Mt 13,41, el reino del Hijo delhombre es territorial y mundial (Mt 28,18); lo mis-mo pasa (aunque las variantes del texto permitenciertas dudas) con el reino de Jess que espera elbuen ladrn en Lc 23,42. Para Pablo, el reino cs-mico de Cristo no es un territorio, sino una situa-cin, un estado de cosas.

    As tomamos conciencia de la libertad con quelos autores del Nuevo Testamento, incluido Pablo,trataron el tema central de la predicacin de Jess.Ningn ejemplo mejor que ste hace percibir supreocupacin de evitar la esclerosis de las palabrasy de responder a las necesidades presentes de lasIglesias, renunciando a crear un lenguaje total-mente nuevo.

    Simon LEGASSE

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  • EL REINO DE DIOSEN MARCOS

    En el evangelio de Marcos se habla catorce ve-ces del reino de Dios. Las primeras palabras quepronuncia Jess son para anunciar la proximidaddel reino (Mc 1,14-15). El evangelista recoge estaexpresin otras trece veces, siempre Integrndolaen las palabras pronunciadas por Jess, excepto enla ltima mencin, en donde es el redactor el quela emplea en la trama narrativa de su obra, diCien-do de Jos de Anmatea que esperaba el reino deDios (Mc 15,43).

    Marcos 8,3851 uno se averguenza de mi yde mi mensaje, en mediO deesta generaclon infiel ypecadora, tamblenel HIJo del hombrese avergonzara de elcuando venga enla gloria de su Padrecon los santos angeles

    Marcos 9,1Os aseguro que algunos de losaqul presentes no gustaran lamuerte Sin haber ViStO

    que el reino de DIOS

    ha venido yacon fuerza

    A ttulo de comparacin, se habla del HiJo delhombre con la misma frecuencia, tambin catorceveces y siempre en labiOS de Jess, esta expresinno aparece nunca fuera de sus palabras o discur-sos. Esto Indica hasta qu punto el HIJo del hombrey el reino de DIos tienen, en Marcos, un estatutosimilar

    Sin embargo, y es sta otra peculiaridad de esteevangelio, nunca se encuentran en el mismo 10-glon (logion, logIa = palabras de Jess) el HiJo delhombre y el reino de Dios. A veces estas dos expre-siones estn cerca la una de la otra, pero en frasesparalelas que parecen yuxtaponerse ms bien queunirse realmente entre s. As por ejemplo, en elpequeo discurso que precede a la transfiguraCin(Mc 8,34-9,1), pueden disponerse en sinopsis doslogia suceSIVOS, el primero sobre el Hijo del hom-bre y el segundo sobre el reino de Dios:

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    En cada uno de estos dos casos, el sujeto men-cionado viene con fuerza o con los signos del cielo;la venida del Hijo de hombre y la del reino son si-milares y hasta qUizs simultneas. El sentido deeste pasaje tiene, sin embargo, una interpretacindifCIl. En la tradicin neotestamentaria gustar lamuerte parece aludir a la persecucin (Mt 16,28;Mc 9,1; Lc 9,27; Jn 8,52; Heb 2,9). No es imposibleque Marcos y los autores de los pasajes paraleloshayan quendo hacer comprender aqu que es posi-ble asociarse al reino de Dios sin tener que pasarnecesariamente por el martlno.

    Lo cierto es que un gran nmero de logIa sobreel reino de DIOS, as como de los relativos al HIJodel hombre, se remontan a unas tradiciones muyanteriores a la redaccin de los evangelios. Marcoslos recoge y los ordena con arte, a fin de construirsu discurso sobre el tema del reino (que intentadesarrollar).

  • Las tradiciones sobreel reino de Dios

    Dejando aparte la ltima mencin del reino deDios en Marcos, en donde el evangelista informa asu lector de que Jos de Arimatea lo esperaba (Mc15,43), los logia de Jess sobre el reino de Dios di-bujan un trayecto que vale la pena seguir al hilodel relato.

    EL ANUNCIO INAUGURAL (Me 1,14-15)

    En Marcos, Jess entra en escena a orillas delJordn en el momento de su bautismo por Juan(Mc 1,9-11) e inmediatamente se marcha al desier-to en donde es tentado por Satans (Mc 1,12-13).Puede comenzar entonces su predicacin en Gali-lea.

    Despus que Juan fue arrestado, march Jessa Galilea, proclamando la buena noticia de Dios:

    ((El plazo se ha cumplido,el reino de Dios se ha acercado.Convertiosy creed en el Evangelio)} (Mc 1,14-15).Cuatro frases muy cortas resumen el mensaje.

    Por s solas, las cuatro constituyen el evangelio deDios, como se dice en el versculo de introduccin,aunque la palabra evangelio se repita de nuevoen la cuarta, como objeto principal de la fe queJess intenta suscitar.

    Los verbos con que comienzan estas frases pue-den agruparse de dos en dos. Los dos primeros (seha cumplido el plazo; se ha acercado el reino deDios) estn, en griego, en perfecto de indicativo,un tiempo que se utiliza para hablar de un aconte-cimiento que tuvo lugar en el pasado, pero cuyos

    efectos perduran todava. El tercero y el cuarto(convertos, creed) estn en imperativo presente. Eluso del perfecto encierra un inters particular.

    El plazo se ha cumplido y esto se prolonga.En otras palabras, se ha producido algo decisivo enel orden temporal (el autor no dice qu), pero susefectos no han terminado an. Marcos es el nicode los sinpticos que mencionan, al comienzo de lapredicacin de Jess, este cumplimiento de un pla-zo; hay que decir que no ha dado todava ningu-na indicacin cronolgica, a diferencia de Mateo yde Lucas!

    El reino de Dios se ha acercado y est todavacerca: ste es el sentido del segundo perfecto em-pleado, lo cual no facilita ciertamente la compren-sin de la frmula. Qu significa esta cercanadel reino de la que Marcos no habla en ningnotro momento de su obra? Puede verse en ella unaindicacin cronolgica que completara la frase an-terior: el cumplimiento del plazo ira acompaadode una manifestacin esplendorosa del reino deDios, que habra de seguir esperndose para el fu-turo. Los exegetas hablan en este sentido de esca-tologa consecuente.

    Tambin puede verse all una afirmacin msgeneral, de la que no estara ausente la dimensintopogrfica: al haberse acercado, el reino de Diossera entonces como un espacio fcil de conseguiro una realidad al alcance de la mano; bastara conponerse en camino para llegar a l, sin que hubie-ra que esperar nada nuevo para el futuro. Estaconcepcin del reino de Dios corresponde a lo quese llama tcnicamente la escatologa realizada,que no est ausente de la obra de Marcos. Es laque subyace, por ejemplo, en la respuesta que daJess a un escriba que haba demostrado tener una

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  • buena comprenslon de la Torah: No ests lejosdel reino de Dios (Mc 12,34).

    El texto no permite escoger entre estas dos con-cepciones sensiblemente distintas. Los biblistas quehan intentado conciliarlas hablando de escatologaen curso de realizacin no han resuelto realmenteel problema.

    Sin embargo, hay que recordar que la predica-cin inaugural de Jess no se reduce a estas dosprimeras frases. Los dos imperativos siguientes for-man tambin parte del Evangelio de Dios:

    - convertos. Ya Juan Bautista haba predica-do a los judos un bautismo de conversin (meta-noia: Mc 1,4); Jess vuelve ahora sobre este tema;

    - creed en el Evangelio. El verbo creer apa-rece aqu por primera vez en el texto; en cuanto alevangelio, va estrechamente ligado a la personade Jess, como indica Marcos desde el primer ver-sculo de su obra: Comienzo del evangelio de Je-ss, Mesas, Hijo de Dios (Mc 1,1).

    Estos dos imperativos muestran que las afirma-ciones anteriores, que describen la obra de Dios,no corresponden a ninguna realidad si el oyenteno se pone en marcha para responder a la llamadaque se le ha hecho. En otras palabras, ha habidoun ya: lo que Dios ha realizado en el orden tempo-ral (y quizs espacial). Pero hay un todava no, por-que Dios no produce nada si el hombre no se im-plica en ello. Existe una tensin entre lo que Dioshace y lo que hace el hombre; en la chispa quepuede saltar entre esos dos polos es donde se ma-nifiesta el reino de Dios.

    Queda aqu esbozado el contenido del evange-lio de Marcos en su rasgo ms caracterstico: laobra de Dios en Jesucristo se va a manifestar a lolargo de 16 captulos; pero al mismo tiempo, el lec-tor es llamado incesantemente a responder a estamanifestacin. Esto no define el reino de Dios, pe-ro permite hacer sobre l algunas reflexiones quepodrn confirmarse a continuacin en el mismotexto del segundo evangelio.

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    LAS PARBOLAS DEL REINO (Me 4)Despus del anuncio inaugural, Jess habla del

    reino de Dios en sus parbolas, a lo largo del rela-to.

    Dirigida a la gente en presencia de los Doce, laparbola del sembrador no es comprendida del to-do por estos ltimos, que le piden a su maestro ex-plicaciones aparte. ste les dice entonces: A voso-tros se os ha comunicado el misterio del reino deDios, pero a los de fuera todo les resulta enigmti-co... (Mc 4,11). Los Doce se han puesto a seguir aJess. Sern por tanto los destinatarios de unas pa-labras que les permitirn avanzar en la aventurade la fe. Al contrario, los que se han excluido porsu indiferencia o su rechazo no oirn ms que dis-cursos enigmticos que los confirmarn en su ex-terioridad. En contra de las concepciones corrien-tes, una parbola no es, en Marcos, un procedi-miento pedaggico para permitir a los oyentes te-ner un mejor acceso a unas realidades dificiles; setrata de un discurso voluntariamente oscuro. Trasla parbola del sembrador vinieron otras muchas.Entre ellas hay dos parbolas del reino: la parbolade la semilla que crece sola (Mc 4,26-29) y la delgrano de mostaza (Mc 4,30-32). En cada una deellas se trata del reino de Dios desde la primerafrase.

    La parbola del grano de mostaza figura tam-bin en Mateo y en Lucas, bajo una forma algo dis-tinta. Al contrario, la de la semilla que crece por ssola es propia de Marcos:

    ((Deca tambn: sucede con el reno de Das loque con el grano que un hombre echa en la terra.Duerma o vele, de noche o de da, el grano germ-na y crece, sn que l sepa cmo. La terra da frutopor s misma: primero hierba, luego espiga, des-pus trigo abundante en la espiga. Y cuando elfruto est a punto, en seguida se mete la hoz, por-que ha llegado la siega)} (Mc 4,26-29).

  • Se describe aqu todo un proceso, desde lasiembra hasta la siega. Se pone en juego a un la-brador, la tierra, la semilla, la planta y el fruto quenace y que acaba siendo cosechado. lo primeroque hay que advertir es que ninguno de los ele-mentos que acabamos de mencionar es por s solouna imagen del reino de Dios. Tampoco puede va-lorarse en relacin con los dems ninguno de losmomentos de la accin que se describe. El reino deDios no se compara con una persona, con una co-sa, ni siquiera con una situacin estable. Es un de-venir, una accin en curso. El reino de Dios no pue-de designarse con el dedo. Implica evolucin,transformacin, un tiempo que transcurre paraque se pueda observar su desarrollo. Los que tie-nen ojos para no ver y odos para no or no podrncomprender mucho (Mc 4,12). iEs intil empearseen definirlo!

    Sin embargo, no resulta fcil discernir en qupunto concreto de la historia narrada en la par-bola quiere el narrador que fijemos nuestra aten-cin. Quizs en el hecho de que los estados suce-sivos de la semilla se producen por s mismos, sinque se d ninguna intervencin humana entre lasiembra y la siega: la tierra es activa (v. 28). No esnecesario tomar las armas contra el ocupante, co-mo piden los zelotes. Pero no podemos olvidar to-do lo que se dice del labrador (v. 27): se sucedenlos das y las noches, pasa del sueo a la vigilia, yse le escapa por completo todo lo que ocurre ensu campo; no slo no es necesario que interven-ga, sino que todo transcurre perfectamente en suignorancia, excepto la siega, ltima etapa en laque tendr que demostrar de nuevo su compe-tencia de labrador. As se revela un doble contras-te sobre el que se construye la dinmica del reinode Dios: contraste entre la pasividad del hombre yla actividad de la tierra; contraste entre la igno-rancia del hombre y el acierto de la naturaleza.No hay que intentar privilegiar ninguno de estosdos contrastes sobre el otro. Es la acumulacin deambos, ms que la especificidad de cada uno de

    ellos, lo que da sentido a la parbola.No es posible concluir esta lectura de la parbo-

    la sin evocar otra interpretacin de la misma, detipo alegrico, basada en el hecho de que el hom-bre que siembra, duerme y se levanta, es tambinel que cosecha. En la tradicin neotestamentaria,la siega es figura del juicio. Y quin es el segador?

    ~r~~isame~te el Hijo del hombre, que preside elJUICIO, enViando eventualmente a sus ngeles paraayudarle a separar lo bueno de lo malo (Mt 13,40-42). El sueo, por su parte (v. 27), es constante-mente una figura de la muerte. Cuando el hombrese despierta despus del sueo, se utiliza aqu unode los verbos empleados comnmente para hablarde la resurreccin de los ngeles (egeirein). La his-toria del labrador puede convertirse entonces enuna especie de relato codificado, en donde cadaetapa del proceso agrcola corresponde a un mo-mento de la historia de la salvacin: el hombre (Je-ss) ech la semilla (la parbola: d. Mc 4,14); luegoduerme (Jess muere), se levanta (Jess resucita);las noches van siguiendo a los das y la semilla (lapalabra) da fruto despus de la resurreccin sinque el hombre intervenga ni conozca el plazo delfin de los tiempos (vase Mc 13,32). Luego, cuandoel fruto est maduro, interviene de nuevo para lasiega (el juicio).

    Se evoca entonces la historia del mundo, en elintervalo de tiempo que separa la predicacinevanglica del juicio final: contina el crecimientode la palabra entre los hombres sin que Jess, elsembrador del evangelio, est directamente activoen medio de ellos. Su ausencia no es incompatiblecon la obra evanglica, aunque l no est all paracumplirla.

    Hay adems otro contraste latente en esta lec-tura, pero que juega en un sentido casi contrario alos anteriores. La pasividad no se refiere al hombreordinario o al discpulo, sino al Cristo glorioso,cuya accin est como en suspenso. El terreno don-de crece la palabra quizs es entonces la masa hu-

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  • mana o la comunidad de los discpulos: las cosas semueven en el mundo, mientras que el cielo pareceinmvil. Lo mismo ocurre con el reino de Dios.

    Podra parecer exagerado resaltar aqu sobretodo esta multiplicidad de contrastes. La parbolaque sigue a la de la semilla que crece por s sola, esdecir la historia del grano de mostaza, favorece sinembargo esta interpretacin (Mc 4,30-32). Eviden-temente, juega tambin con una oposicin: la pe-queez del grano frente al tamao elevado de laplanta que nace de l: otra realidad en contraste,otra figura del reino de Dios, en donde por otraparte no se agota el sentido de la parbola.

    Finalmente, las parbolas con muchas lecturasposibles parecen ser una forma literaria muy ade-cuada para un discurso sobre el reino de Dios. Laparbola y el reino son dos realidades complejas,equvocas, que no se pueden contener en una ex-plicacin simple. La parbola describe una accinen curso, y el reino es tambin una realidad enmovimiento; ni el uno ni la otra pueden fotogra-fiarse instantneamente. Y aunque se hiciera deellos un filme, quedara abierta una multitud delecturas posibles, que obligaran al espectador aimplicarse en su interpretacin.

    ENTRAR EN El REINO (Me 9-10)

    Despus de la confesin de Cesarea y del pri-mer anuncio de la pasin (Mc 8,27-33), cambia eltono de Marcos. La perspectiva de la muerte prxi-ma de Jess da al relato una tonalidad ms trgica.Los sufrimientos de los discpulos se evocan juntocon los de su maestro. El Hijo del hombre que hade venir a juzgar al mundo al final de los tiemposdividir a los discpulos segn hayan aceptado o noseguir su itinerario pascual (Mc 8,38). La llegadadel reino es inevitable, aunque no puede precisar-

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    se el momento ni la identidad de los que sern sustestigos (Mc 9,1).

    Aparecen entonces otras formulaciones, desco-nocidas hasta ahora en el segundo evangelio, liga-das al tema de la entrada en el reino o reinado deDios. La entrada habr de hacerse bajo ciertas con-diciones, la mayor parte de las cuales parecen serde orden tico. Entrar en el reino se opone a lasuerte de los que sern arrojados a la Gehenna, sise dejan llevar a la perdicin por su mano, su pie osu ojo (Mc 9,47). El reino pertenece a los que aco-gen a los nios; es preciso acogerlos si se quiereentrar en l (Mc 10,13-16). En cuanto a los ricos,tienen una especial dificultad para entrar en el rei-no, seguramente por las riquezas que les agobian(Mc 10,23-25).

    A quien desee comprender lo que significa laexpresin entrar en el reino de Dios se le propo-ne una expresin equivalente, que ocupa exacta-mente la misma funcin gramatical en una enume-racin: entrar en la vida, que se opone igual-mente al hecho de ser arrojado a la Gehenna (Mc9,43.45). La Gehenna es un lugar concreto: el valleque rodea por el sur la ciudad de Jerusaln, pocoatractivo ya que iban a parar all fas basuras de laciudad para ser quemadas en medio de un hedorpestilente. En contraste, el reino de Dios se parecesin duda a un jardn delicioso. Sin embargo, no esseguro que se trate de una realidad puramente lo-cal. El paralelismo entre el Reino y la vida que Je-ss establece a propsito del escndalo (Mc9,43.45.47) da a entender que los lugares mencio-nados tienen slo un valor simblico: malestar yperdicin en la Gehenna, en oposicin a la felici-dad y la salvacin que acompaan a la Vida (conuve mayscula) en el reino de Dios.

    Ciertamente, la salvacin es dada por Dios; setrata de una constante en la tradicin judea-cris-tiana. Pero el hombre se dispone ms o menos arecibirla por su forma de vivir.

  • EL REINO MESINICO DE JESS (Me 11-15)

    Jess hace su entrada en la ciudad santa comorey mesas. Este modelo seguir funcionando hastael momento en que expire en la cruz. En estos cin-co captulos es relativamente rara la expresinreino de Dios; sin embargo, Jess habla de l co-mo si fuera su dueo, como si el Padre se lo hubie-ra confiado para que dispusiera de l a su gusto.Adems de los empleos de la expresin misma, eltema de la realeza sirve para describir el itinerariodel condenado que se enfrenta a sus adversarioscon una dignidad realmente regia.

    El reino que viene, el que la gente espera yaclama mientras sigue al profeta galileo sentadosobre un modesto pollino, es designado por ellacomo el reino de nuestro padre David (Mc11,10). Es entonces cuando adquiere todo su relie-ve el ttulo de Hijo de David que le haba dado aJess Bartimeo (Mc 10,47-48).

    A continuacin, Jess manifiesta constantemen-te su dominio sobre el reino de Dios y todo lo quese refiere a l. Traza la frontera existente entre elterreno donde ejerce Dios su autoridad y el que lecorresponde al Csar (Mc 12,13-17). Sabe decir aun escriba, que haba comprendido bien las exi-gencias de la Torah, que no est lejos del reino deDios (Mc 12,28-34). Recuerda cmo el Mesas, aun-que le convenga el ttulo de Hijo de David, es mu-cho ms que eso (Mc 12,35-37). Finalmente, en laltima cena anuncia el banquete mesinico, en elque se beber un vino nuevo: Os aseguro que yano beber ms del fruto de la vid hasta el da en

    que lo beba nuevo en el reino de Dios (Mc 14,22-25). Esta ltima mencin del reino en sus labiosalude evidentemente a los tiempos escatolgicos.

    Desde el arresto hasta la crucifixin, no se ha-bla del reino o del reinado. Pero Jess se revela en-tonces como el Mesas (Mc 14,61; 15,32) o el rey deIsrael (Mc 15,32) ante los judos, y como el rey delos judos ante el procurador romano o sus mulos(Mc 15,2.9.12), aunque se burlen de su condicinregia (Mc 15,16-20). Para colmo de irona, es en elmadero de la cruz, en donde estar tres horas ago-nizando, donde Jess es designado efectivamenteal pblico como investido de autoridad real (Mc15,26).

    Despus del relato de la agona y de la muertede Jess, el evangelista toma ciertas distancias an-te la expresin reino de Dios, que haba puestotrece veces en labios de Jess. Gracias a Jos deArimatea Jess recibi una sepultura; Jos de Ari-matea es el modelo de los que aceptan que el iti-nerario del Mesas pase por la muerte ignominiosa.El redactor puede entonces decir de l: Tambinl esperaba el reino de Dios (Mc 15,43). Estetambin lo relaciona con las santas mujeres quehaban acompaado a Jess a lo largo de todo sucamino de martirio y que se encontraban, comofieles vestales, al pie de la cruz (Mc 15,40-41). Dosde ellas se acercaran a la tumba el viernes por lanoche y volveran el domingo por la maana conuna ms para cumplir los ritos de embalsamamien-to del cadver (Mc 15,47; 16,2). Ellas y Jos acepta-ron la lgica de la pasin y se asociaron a ella contodo su ser. A eso es a lo que conduce la verdaderaesperanza del reino de Dios.

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  • Las tradiciones sobre el Hijo del hombreHay catorce logia en el evangelio de Marcos

    que se refieren al Hijo del hombre: est investidodel poder que Dios le da a lo largo de su misin enla tierra; lo abandona aceptando la pasin; volvera encontrar ese poder ejerciendo la funcin dejuez en el juicio escatolgico. Este poder no estligado directamente al reino de Dios, aunque, co-mo hemos dicho, es superior a un poder real ordi-nario: el Dios que perdona, el Dios seor del sba-do comparte su autoridad con el Hijo del hombre;y va ms lejos an en la delegacin de sus prerro-gativas, hacindolo juez de vivos y de muertos.

    Es en el discurso escatolgico (Me 13) dondems se subraya este ltimo aspecto de la misindel Hijo del hombre. Jess est hablando con susdiscipulos despus de que Pedro le preguntara porel momento de la destruccin del templo. Despusde describir las catstrofes anunciadoras del finalde los tiempos, prosigue en estos trminos:

    eePasada la tribulacin de aquellos dias, el solse oscurecer y la luna no dar resplandor, las es-trellas caern del cielo y las fuerzas celestes setambalearn. Entonces vern venir al Hijo delhombre entre nubes con gran poder y gloria. lenviar a los ngeles y reunir de los cuatro vien-tos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra alextremo del cielo}} (Mc 13,24-27).

    La primera frase evoca la derrota de las fuerzasenemigas de Dios: para un judo del siglo 1, los as-tros son divinidades paganas, objeto de cultos ido-ltricos por parte de las poblaciones del Mediterr-neo oriental. Su caida no es entonces una catstro-fe, sino la condicin necesaria para la victoria delDios nico. En las colecciones profticas, es el pre-ludio del Da del Seor, da de justicia por excelen-cia en el que se dar a cada uno lo merecido porsus obras (vase Is 13,1 O).30

    La literatura apocalptica juda utiliza abundan-temente este tema: el vidente es testigo por anti-cipado de las convulsiones csmicas que consagra-rn el castigo de los impos y el triunfo de los ele-gidos. En las tradiciones sinpticas, estos aconteci-mientos escatolgicos van ligados al da del Hijodel hombre. Viajando sobre las nubes, investido degloria y de poder (v. 26), se le describe con los ras-gos del Hijo del hombre de Daniel 7, figura que seapropiaron los escritores judos antiguos, reforzan-do ms an la solemnidad de su manifestacin ydndole al juicio una dimensin poltica. Este Hijodel hombre no se contenta con juzgar a los indivi-duos; destrona a los reyes impos. As ocurre en ellibro de Henoc, del que nos ha llegado una versinetipica (vase el recuadro).

    El juicio ejercido por el Hijo del hombre enMarcos no tiene la misma tonalidad que en los tex-tos de la apocalptica juda. No existe en l la di-mensin poltica, ni son ante todo los reyes a losque se juzga. Por otra parte, no se habla de lasuerte de los rprobos. Slo se habla de la reuninde los elegidos desde los cuatro vientos (v. 27),descrito recogiendo las palabras que haban utili-zado los profetas para evocar la dispersin de Is-rael entre las naciones en el momento del destie-rro (Zac 2,1 O). El destierro haba sido el castigo deun Israel infiel y el retorno haba sido obra de Diosque perdonaba a su pueblo. El juicio escatolgicodel que se habla en el discurso apocalptico suponeuna reunin de los elegidos anloga a la del pue-blo disperso de Israel. Pero el artfice no es ya elmismo Dios, sino el Hijo del hombre, cuyos pode-res, confiados por Dios, se extienden de un confnal otro del mundo.

    En el captulo 13 de Marcos, estas palabras sedirigen confidencialmente a los discpulos. Ms tar-

  • EL HIJO DEL HOMBRE EN EL LIBRO DE HENoeEl libro de Henoc es un apocalipsis judo que re-

    copila varias tradiciones heterogneas que se van es-calonando a lo largo de tres siglos (del siglo 1I a. Cal! d. Cj. Los captulos 37-71, o Libro de las par-bolas, fueron retocados ciertamente por los cristia-nos.

    Vi all al que tiene el principio de los das; su cabe-za era como de lana blanca; y con l, a otro, que tenaun rostro de apariencia humana y desbordaba de graciacomo uno de los santos ngeles.

    Pregunt sobre aquel Hijo del hombre a uno de lossantos ngeles que me acompaaba y me mostraba to-dos los secretos: Quin es? De dnde viene? Porqu acompaa al Soberano de los das?

    Me respondi: Es el Hijo del hombre a quien per-tenece la justicia; la justicia tiene en l su morada, y l

    de en el proceso ante el Sanedrn, Jess recogerestas ideas acentuando ms an su carcter inaudi-to. Es en el momento en que se encuentra ante elsumo sacerdote. Despus de plantear varias pre-guntas a las que no obtuvo respuesta, ste empe-za a ponerse nervioso. Hace entonces la preguntadefinitiva:

    ccEres t el Mesas, el Hjo del Bendto?)) Jesscontest: ccYo soy, y veris al Hijo del hombre sen-tado a la diestra del Todopoderoso y que vieneentre las nubes del cielo)). El sumo sacerdote serasg las vestiduras y dijo: ccQu necesidad tene-mos ya de testigos? Acabis de or la blasfemia.Qu os parece?)) Todos lo juzgaron reo de muer-te (Mc 14,61-64).

    El Hijo del hombre que viene entre las nubes

    revelar todo el tesoro de los misterios. Porque es aquien el Seor de los Espritus ha elegido y cuyo loteha obtenido la victoria ante el Seor de los Espritus,segn el derecho, por toda la eternidad.

    Ese Hijo del hombre que has visto har levantarsea los reyes y poderosos de sus lechos, a los fuertes desus asientos. Desatar los lazos de los fuertes y rompe-r los dientes de los pecadores. Echar a los reyes desus tronos y de su reino porque no le exaltan, no leglorifican y no confiesan de dnde les ha venido larealeza.

    Har bajar el rostro a los fuertes, los llenar deconfusin y tendrn las tinieblas por morada, los gusa-nos por lecho, sin esperanza de levantarse de all, por-que no exaltan el nombre del Seor de los Espritus.

    (Ap. Henoc 45, 1-6; trad. A. Caquotj

    del cielo aparece con los mismos rasgos que teniaen el captulo 13 y, remontndose en la tradicin,con los del Hijo del hombre de Daniel 7. No es unablasfemia ni mucho menos que lo mencione Jess,aun identificndose con l. Sin embargo, al inte-grar un miembro de una frase suplementaria enesta descripcin, sentado a la diestra del Todopo-deroso, se modifica el sentido del texto. Estas pa-labras, sacadas del Sal 110,1, un salmo de entroni-zacin real, implica, colocadas donde estn, que elHijo del hombre se encuentra al lado de Dios antesde emprender su desplazamiento con las nubes. Enotras palabras, viene del cielo y se dirige a la tierrapara ejercer en ella su juicio. En ese caso, su origenes celestial. En el libro de Daniel y en sus repeticio-nes en el judasmo antiguo, por el contrario, el Hi-jo del hombre se dirige al trono celestial del Ancia-

    31

  • no para recibir all los atributos reales. Viene de latierra. Dndole la vuelta al movimiento, la tradi-cin sinptica concede a Jess una realeza originaly no una realeza adquirida, un origen celestial y

    no terreno. Su condicin real es an ms fuerte: esrey con la realeza misma de Dios. Pero la confesinpblica que de ella hace Jess es blasfema. Por esolo condenan.

    Conclusin

    Aunque en el evangelio de Marcos no se hablanunca del reino de Dios a propsito del Hijo delhombre, este ltimo queda sin embargo investidode los poderes reales que Dios le transmite: ejerceel juicio, aunque no parece reinar permanente-mente en un territorio o sobre una poblacin. Estosigue siendo privilegio de Dios.

    En cuanto al reinado de Dios, Jess no es enprincipio ms que su pregonero. No dispone de lms que progresivamente, a medida que se desa-rrolla el relato. Slo se le mencionar como rey enel momento en que su situacin no pueda ni mu-cho menos confundirse con la de un rey ordinario,en el camino doloroso que lo conduce hasta el Gl-gota.

    Por tanto, Hijo del hombre y reino de Dios sondos trminos ntimamente ligados entre s, perofundamentalmente distintos. En ambos casos juegauna tensin sutil entre el presente y el futuro: sehabla de ellos como un ya, pero cada uno de lostrminos slo adquirir su dimensin plena en lostiempos escatolgicos. Para ambos juega igual-mente el contraste entre la grandeza de lo querealmente son y la modestia de lo que los hombrespueden vislumbrar en ellos. Ambos son sujetos delverbo venir, y esta venida contiene algo decisi-vo.

    32

    De hecho, los logia sobre el reino de Dios y loslogia sobre el Hijo del hombre expresan de formacomplementaria una realidad que Marcos no men-ciona y que nosotros llamamos salvacin. El rei-no de Dios es del orden de la salvacin tal comoDios la da, presente, real, pero sin eficacia hastaque los hombres no se impliquen en ella. El Hijodel hombre pertenece tambin al orden de la sal-vacin, pero realizada por Jesucristo; la salvacintiene aqu una dimensin cristolgica, mientrasque el reino de Dios es de un orden ms g/obal-mente teolgico. El poder del Hijo del hombre, surebajamiento, la gloria que alcanza a continuacinen su funcin de juez dibujan la historia del mun-do.

    Se comprende que cada una de estas dos expre-siones, reino de Dios e Hijo del hombre, se escapende la posibilidad de ser captadas de una formaconceptual simple. Las dos son portadoras 'de laparadoja mayor de los evangelios: la salvacin seha realizado ya, pero sus efectos no son forzosa-mente perceptibles, aunque su certeza sea innega-ble.

    Michel QUESNEL

  • EL REINO DE LOS CIELOSEN MATEO

    El evangelio de Mateo, que es sin duda unosveinte aos posterior al de Marcos, se muestra he-redero de la predicacin del reino hecha por supredecesor y la modifica en funcin de sus propiasperspectivas. Acude tambin a otras fuentes, igual-men