Evaristo

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Evaristo tocaba el acordeón. Vivía entre las ramas más altas del aguaribay en un refugio de hojas sedosas, entre libros de piratas y almohadones de pluma. Una vez cada tres días salía a tomar sol. Entonces se ponía sus anteojos oscuros, sombrero de ala ancha, ahuecaba el plumaje y levantaba la nariz como un valiente. De a poco y con mucho entrenamiento, se había vuelto capaz de soportar la luz del día metiéndosele hasta los huesos. Estaba contento de haber aprendido a soportar el azote del sol hasta tres minutos seguidos, sin caer achicharrado y sin chistar. Esto le había acarreado el respeto de sus conocidos, habitantes de la noche, y el temor del bicherío que ni aún de día podía estar a salvo de su vigilancia. Acabada esa enormidad de tiempo entraba a su casa, abría las ventanas al viento y se despatarraba sobre la alfombra, imaginando lo bueno que sería estar en la orilla del río, o ir de polizonte en un barco para zambullirse en el mar y lo fantástico que sería apurar el invierno para pedirle una caricia de nieve. (...)

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Page 1: Evaristo

Evaristo tocaba el acordeón. Vivía entre las ramas más altas del aguaribay en un refugio de hojas sedosas, entre libros de piratas y almohadones de pluma. Una vez cada tres días salía a tomar sol. Entonces se ponía sus anteojos oscuros, sombrero de ala ancha, ahuecaba el plumaje y levantaba la nariz como un valiente. 

De a poco y con mucho entrenamiento, se había vuelto capaz de soportar la luz del día metiéndosele hasta los huesos. Estaba contento de haber aprendido a soportar el azote del sol hasta tres minutos seguidos, sin caer achicharrado y sin chistar. Esto le había acarreado el respeto de sus conocidos, habitantes de la noche, y el temor del bicherío que ni aún de día podía estar a salvo de su vigilancia. 

Acabada esa enormidad de tiempo entraba a su casa, abría las ventanas al viento y se despatarraba sobre la alfombra, imaginando lo bueno que sería estar en la orilla del río, o ir de polizonte en un barco para zambullirse en el mar y lo fantástico que sería apurar el invierno para pedirle una caricia de nieve. (...)