Exposición Rousseau
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Exposición primera parte Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres
Por: Juan Diego Agudelo Molina
El discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres fue escrito en 1754
por Jean-Jacques Rousseau para competir en un concurso propuesto por la academia de
Dijon, la pregunta formulada como tema para los textos fue la siguiente: ¿Cuál es el origen
de la desigualdad entre los hombres, y si está autorizada por la ley natural? Para responder
está pregunta Rousseau empieza diciendo que es a hombres a quien escribe y es de hombres
de quienes va a hablar (p. 231), esto quiere decir que el análisis de las desigualdades
humanas presupone un estudio antropológico del hombre, es decir, es necesario describir la
condición natural del hombre y su situación en un estado de naturaleza para poder justificar
qué se deriva de esa condición.
Rousseau distingue dos clases de desigualdad, a saber, la desigualdad natural y la
desigualdad civil. La primera se entiende como la diferencia en cuanto a capacidades o
facultades naturales: edad, sexo, fuerza, ingenio, etc. La desigualdad civil es aquella que es
producto de las acciones humanas como lo son las diferencias en cuanto al poder, a la
riqueza, etc. No tiene sentido preguntarse por el origen de la desigualdad natural porque la
respuesta es obvia, su origen es la naturaleza, por el contrario, la desigualdad civil, en tanto
es artificial, es mucho más interesante, porque al ser producto de la sociabilidad entre
individuos se origina por convenciones. La tarea entonces es reflexionar sobre el origen de
esas convenciones y porqué de un estado de naturaleza se llega a ellas.
Estado de naturaleza
Para realizar el análisis en torno a la naturaleza del hombre Rousseau recurre al
argumento hobbesiano del estado de naturaleza, pero lo reformula sustancialmente. El
Estado de naturaleza se presenta como una condición histórica hipotética: “no hay que
tomar las investigaciones que se puedan realizar sobre este tema por verdades históricas,
sino sólo por razonamientos hipotéticos y condicionales, más propios para esclarecer la
naturaleza de las cosas que para mostrar su verdadero origen” (pp. 233-234). De esto se
deduce que no se está describiendo un estado de cosas, ni una situación que realmente
ocurrió, sino que se está suponiendo una condición prepolítica primitiva que muestra cómo
progresivamente se sale de dicha condición hasta conformar un cuerpo político.
Primero consideremos la filosofía natural rousseauniana, es decir, la descripción
física del hombre en el estado de naturaleza. El hombre, nos dice, es un “animal menos
fuerte que unos, menos hábil que otros, pero en conjunto organizado más ventajosamente
que todos ellos” (p. 236). Se diferencia de los demás animales en tanto es más ingenioso, es
decir, al ser más astuto puede usar sus facultades naturales mejor que las bestias más
feroces. El hombre, en su estado natural, guía sus actos por instinto, con el fin de satisfacer
sus necesidades físicas básicas, no desea, lo que implica que sus actos no sean motivados
por pasiones, los deseos y las pasiones acaloradas sólo surgen en la sociedad civil.
Hobbes, en el capítulo XIII del Leviatán, en su descripción del estado de naturaleza,
nos mostraba un ser dañino y violento, así Rousseau nos dice: “Hobbes pretende que el
hombre es naturalmente intrépido y que no busca más que atacar y combatir” (p. 238), al
contrario, aquí se nos presenta al hombre como un ser tímido, que está dispuesto a huir al
menor ruido que escuche, que está dispuesto a alejarse cuando se siente en peligro.
Progresivamente el hombre deja de temerles a las bestias, al aprender a combatirlas, ya que
la astucia del hombre supera la ferocidad de las bestias. En esta situación prepolítica, al
contrario de lo que nos dice Hobbes, no hay lugar para la violencia, pues “al parecer ningún
animal hace naturalmente la guerra al hombre, salvo en el caso de defensa propia o de
hambre extrema” (p. 239).
También nos narra Rousseau cómo el hombre en su condición natural no necesita de
medicinas, es naturalmente sano, sólo le preocupa las heridas o la vejez, pero no lo afectan
las enfermedades, incluso se atreve a decir que el origen de las enfermedades puede
rastrearse en la historia de las sociedades civiles (p. 242). Este argumento es similar al que
presenta Platón en el libro III de la República, cuando dice que en el estado sano, o en esa
situación primitiva, no hay lugar a las enfermedades, y que sólo es en el estado lujoso
donde son necesarios los médicos, porque ya es un Estado enfermo.
Es esta la condición natural del hombre físicamente considerado, a saber, un hombre
asocial, que no necesita de los demás porque es capaz de satisfacer sus necesidades él
mismo, un hombre libre que no depende de nadie, valiente, al ser capaz de enfrentarse a las
bestias. Es con el paso a la sociedad civil que pierde toda sus fortalezas, así, “al volverse
sociable y esclavo, [el hombre] se vuelve débil, temeroso, rastrero, y su manera de vivir
muelle y afeminada acaba por enervar a un tiempo su fuerza y su valor” (p. 243).
Ahora analicemos al hombre en su sentido moral o metafísico. Una característica
que diferencia al hombre de las bestias es que, si bien éstas eligen o rechazan únicamente
por instinto, los hombres, en cambio, lo hacen por un acto de libertad. La naturaleza
prescribe una orden a todos los animales, las bestias obedecen, el hombre, por el contrario,
es libre de elegir. Este acto de libertad, de asentir o resistir, propio del hombre, es lo que se
denomina voluntad, y se entiende como autonomía frente a las decisiones que se han de
tomar. Es decir, es la voluntad la que determina las acciones de los hombres y es por un
acto de voluntad que ellos se alejan de las reglas de la naturaleza.
Otra cualidad distingue al hombre de las demás bestias, a saber, la facultad de
perfeccionarse. “Mientras una especie [de bestias], al cabo de mil años, [es] lo que era el
primero de ellos” (p. 247) los hombres tienen la posibilidad de cambiar, de perfeccionarse o
de deteriorarse. Parafraseando a Rousseau, la raza humana, al cabo de mil años, es
irreconocible de lo que era en el primero de ellos. Es esta facultad de perfeccionarse la que
aleja al hombre de su condición originaria y, por tanto, la fuente de todas sus desgracias.
Las primeras funciones del hombre serán las de percibir y sentir, y las primeras
operaciones de su alma serán el temor, el deseo, el querer (p. 248). Estas pasiones y deseos
se agotan en los instintos naturales, no van más allá de estos. En el momento que las
pasiones no obedezcan los instintos naturales el hombre ya habrá salido de su estado
natural. El hombre carecerá de razón en su estado natural, ya que está sólo se alcanza por
medio de relaciones intersubjetivas, un hombre solo no razona. Este uso de la razón está
asociado al uso del lenguaje, el cual también sólo se da por medio de relaciones
intersubjetivas, es decir, en medio de un estado proto-político o político. El hombre no será
malo ni bueno, no tendrá virtudes ni vicios, ya que estas palabras toman sentido por
convenciones humanas en medio de relaciones intersubjetivas.
Por carecer del uso de la razón las acciones de los hombres no están guiadas por
leyes naturales o racionales, como pretenden Locke y Hobbes. Sin embargo, ciertos
principios anteriores a la razón, principios que podríamos llamar morales, rigen su
comportamiento de forma natural, tales son el amor de sí mismo y la piedad (pp. 260-263).
El amor de sí mismo se entiende como un principio de autoconservación, de preservación
de la vida, de supervivencia y se distingue del amor propio en la medida que éste se concibe
como un egoísmo racional que sólo se produce en la sociedad civil, mientras que aquel
como un instinto de preservación. El amor propio (p. 266) es actuar para satisfacer intereses
personales, sin importan los demás, esto lleva a los hombres a ver a los otros como
obstáculos o como medios para alcanzar fines, es decir, el amor propio es una perversión de
la idea del amor a sí mismo. Por otro lado, la piedad es la repugnancia que sienten los
hombres al ver sufrir a otro ser humano, o incluso la repugnancia al ver sufrir a cualquier
otro ser sensible (p. 224), esto implica un reconocimiento primitivo del otro como un ser
que siente. La condición natural moral del hombre está dada por estos dos principios, que
asociados implican el deseo de conservación de toda la humanidad.
En síntesis, este estado de naturaleza es un estado de perfecta libertad, en el que el
hombre no depende más que de sí mismo, por lo que su independencia es absoluta. Es un
estado de igualdad moral, lo que supone que las desigualdades civiles y políticas sean fruto
de convenciones humanas. Asimismo, es un estado de paz, no porque se busque la paz, sino
porque la condición natural del hombre no permite que los hombres busquen la guerra bajo
esta condición. Es un estado en el que no hay relación social alguna, en el que no se ha
inventado el lenguaje y, por tanto, en el que los hombres carecen del uso de la razón. Es
decir, para Rousseau éste sería un estado ideal del cual los hombres ya han salido.