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Varios

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  • EXTRACTO

  • Esa adiccin .......................................................................................... 9por Carlos Boyero

    Los cigarrillos son sublimes ................................................................ 11

    Prefacio ................................................................................................. 13

    Agradecimientos................................................................................... 19

    Introduccin ......................................................................................... 21

    I Qu es un cigarrillo?.................................................................. 43

    II Los cigarrillos son sublimes ....................................................... 69

    III La paradoja de Zeno ................................................................... 93

    IV El diablo en Carmen ................................................................... 119

    V El amigo soldado .......................................................................... 149

    VI Lair du temps............................................................................ 173

    VII Una conclusin polmica ........................................................... 195

    Notas ........................................................................................................ 207

    Bibliografa ............................................................................................... 215

    ndice onomstico ................................................................................... 219

    NDICE

    www.elboomeran.com

  • 5LOS CIGARRILLOS SON SUBLIMESRICHARD KLEIN

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    La vida es un cigarrillo,hierro, ceniza y candela,

    unos la fuman deprisay algunos la saborean.

    MANUEL MACHADO,El cante jondo

    A l escribir este libro me propongo ensalzar los cigarrillos, pero enmodo alguno incitar a su consumo. Tampoco pretendo censurarlo. Deser as no lo habra dicho directamente (es decir, no lo habra censurado,mencionando que se trataba de una censura), basndome en el principioque es una de las conclusiones de este libro de que el hecho de con-denar abiertamente el consumo de cigarrillos por lo general no produceel efecto deseado, sino que consigue justamente lo contrario de lo quepretende: en ocasiones afianza an ms el hbito y tal vez sirve para ini-ciarlo. Para muchos, en lo tocante al tabaco, la censura slo sirve paraseguir fumando. A otros, puede inducirles a empezar a fumar.

    El corolario de esta conclusin es que no basta con saber que los ciga-rrillos son nocivos para tomar la decisin de no fumar. Los efectos noci-vos del tabaco se conocen desde su llegada a Europa, a finales del sigloXVI. Desde comienzos del siglo XIX se sabe que el alcaloide de la nico-tina, administrado en estado puro a las ratas y en dosis mnimas, producesu muerte instantnea. A ningn fumador le pasan inadvertidas las sea-les que el cuerpo emite con creciente urgencia a medida que envejece: enrealidad, es muy posible que todos los fumadores intuyan que se trata deun veneno desde que experimentan los violentos efectos del primer ciga-rrillo, y tal vez constaten esta primera impresin a diario, con las prime-ras caladas del primer cigarrillo del da. Pero, por lo general, a nadie le

  • basta con conocer los efectos nocivos del tabaco para dejar de fumar o noempezar a hacerlo; antes al contrario, saber que es perjudicial parece unacondicin previa para adquirir y afianzar el hbito del cigarrillo. De hecho,se podra argumentar que muy pocas personas fumaran si el tabaco fueserealmente saludable, suponiendo que tal cosa fuera posible. As pues, elcorolario es que, si los cigarrillos fuesen buenos, no seran sublimes.

    Los cigarrillos no son realmente hermosos, pero son sublimes por sudeliciosa capacidad para proporcionar lo que Kant llamara un placernegativo: un placer de oscura belleza, inevitablemente doloroso, quesurge de la percepcin de la eternidad; el sabor de infinitud del cigarrilloreside precisamente en ese mal gusto que el fumador aprende a amarrpidamente. Puesto que son sublimes, los cigarrillos resisten por princi-pio cualquier crtica dirigida desde la perspectiva de la salud y la utilidad.Advertir a los fumadores o a los nefitos de los peligros implcitos en eltabaco les empuja an ms hacia el borde de ese abismo en el que, comoun viajero ante un paisaje suizo, se estremecen por la sutil grandeza de lasperspectivas de mortalidad que entraan los pequeos horrores conteni-dos en cada calada. Los cigarrillos son malos. Por eso son buenos; no sonbuenos, no son hermosos, pero son sublimes.

    Alcohlicos Annimos descubri hace mucho tiempo las limitacionesde la idea de que un simple acto de voluntad, como respuesta a una ordenimperiosa procedente de uno mismo o de una autoridad externa, bastarapara que un alcohlico dejase de beber. La creencia de que uno senci-llamente puede decir No entraa precisamente la ilusin que motiva a lapersona que tiene un hbito. Un hbito lleva consigo la creencia eterna-mente repetida de que uno tiene el suficiente dominio de s mismo paradejarlo, bruscamente, en cualquier momento: pensar que uno puede dejarloes la principal condicin para continuar.1

    Decir No, una y otra vez, mientras se sigue fumando, se convierte en elobjetivo que motiva, en el doloroso placer del hroe de Italo Svevo en Laconciencia de Zeno (1923). Zeno se pasa la vida alimentando la ilusoria cre-encia de que es capaz de fumar el ltimo pitillo. Pero el ltimo siempreresulta ser otro, uno ms en la serie de ltimos cigarrillos. Tomados enconjunto, los cigarrillos conforman la narracin de la paradjica existen-cia de Zeno, y actan como hitos que sealan el paso del tiempo y lasdiversas fases de esa vida nada heroica pero dotada de una extraa ele-gancia. Ese continuo intento de dejar de fumar le lleva a no hacer nada

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  • ms que fumar, hasta que en el ltimo captulo, siendo ya viejo, Zenodescubre un ingenioso medio de curacin.

    Para entrar en este juego de palabras es necesaria una nueva estrategiams paradjica, ms hipcrita: no pretender disuadir de fumar, para,en realidad, disuadir. Al no condenar el tabaco, este libro puede tener unefecto positivo, es decir, negativo. Puede ocurrir que los fumadores, trasla lectura de este libro, que ensalza los cigarrillos por sus beneficios socia-les y culturales, por su aportacin al trabajo y a la libertad, por la eficaciaque estimulan, por el consuelo que ofrecen, por la oscura belleza queaaden a las vidas de los fumadores, tal vez vean su hbito con otros ojos.Un cambio de perspectiva a veces favorece el primer paso tal vez sea lacondicin previa para acabar definitivamente.

    Mas para dejar de fumar tal vez no baste con un simple cambio deperspectiva. Hace falta algo ms: un compromiso activo, una declaracinde amor. Tal vez slo dejamos de fumar cuando empezamos a amar loscigarrillos, cuando llegamos a estar tan enamorados de sus encantos y tanagradecidos por sus beneficios, que finalmente comenzamos a vislumbrarqu gran prdida representa dejarlos, cun urgente es hallar sustitutospara algunas de las seducciones y los poderes que tan magnficamenterenen los cigarrillos.

    Este libro parte de la premisa de que los cigarrillos, aunque nocivospara la salud, son un magnfico y hermoso instrumento civilizador y unade las ms gloriosas aportaciones de Amrica al mundo. Visto as, el actode dejar de fumar debera considerarse no slo como una afirmacin dela vida, porque la vida no es simplemente existir, sino como una ocasinluctuosa. Al dejar de fumar tenemos que lamentar la prdida de algo ode alguien! inmensamente, intensamente hermoso, tenemos que llorarla desaparicin de una estrella. Escribir este elogio de los cigarrillos fue laestrategia que ide para dejar de fumar, cosa que he conseguido definiti-vamente; as pues, este libro es al mismo tiempo una oda y una elega alos cigarrillos.

    No es fcil ensalzar los cigarrillos hoy en Estados Unidos. Nos encon-tramos en una de esas fases cclicas de represin durante las cuales lacultura heredada de los puritanos impone a la sociedad su histricavisin del mundo, cargndola de sentimientos de culpa, legislando jui-cios morales so pretexto de velar por la salud pblica, y ampliandoconstantemente el poder de vigilancia y el alcance de la censura para

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  • restringir las libertades de modo general. La presente histeria desatadacontra los cigarrillos puede compararse con otros periodos de antitaba-quismo en este pas; contrasta vivamente con otras pocas de la historiade Estados Unidos en las que tuvieron lugar importantes movilizacio-nes; por ejemplo, en tiempo de guerra, cuando los cigarrillos eran noslo necesarios para sobrevivir (el general Pershing escribi que erantan vitales para sus tropas como la comida), sino para vivir mientras sesobreviva, pues la supervivencia poda ser breve. El hecho de fumarcigarrillos en poca de guerra o en periodos de depresin econmicano slo se aprobaba como un placer sino que se consideraba casi comoun deber consustancial al principio de camaradera y a la necesidad deconsuelo frente a la tragedia. Tambin se admita como prueba de laseriedad de un adulto. En tales periodos, el hbito de fumar se admi-raba, se alababa y se fomentaba. Cuando la sociedad necesitaba mssoldados (civiles y militares, hombres y mujeres), fumar pasaba a ser noslo loable sino tambin patritico. En 1920, inmediatamente despusde la Primera Guerra Mundial, cuando algunos grupos contrarios altabaco reaparecieron valerosamente en Indiana para relanzar su cam-paa los mismos cuyos triunfos llevaron a veintisis estados en la dcadade 1890 a prohibir fumar en pblico, fueron procesados bajo la acusa-cin de... traicin!

    La historia del gran romance de Estados Unidos con los cigarrillos estsiendo despreciada, incluso ocultada, actualmente. Las aportaciones deltabaco al continente americano, desde mucho antes de que Coln lo lle-vase a los vidos europeos, dieron lugar a ese eslogan, tan repetido haceaos, que los estadounidenses corren el riesgo de ser los primeros en olvi-dar: El tabaco es americano. Y fue Amrica, personificada en James B.,Duque de Durham, quien universaliz el hbito de fumar cigarrillos, ofre-ciendo al mundo entero algo que, al principio, fue slo un privilegio declase y que Pierre Lous, en 1896, llamaba une volupt nouvelle: el nicoprogreso decisivo sobre el conocimiento del placer que la cultura modernaeuropea ha logrado sobre la Antigedad.2

    La honestidad intelectual, cuando menos, nos exige explorar las fuen-tes de eso que Jean Cocteau llama el poderoso atractivo de un paquetede cigarrillos. Cocteau, que es un ilusionista, escribe en la tortuosa para-taxis de un humeante prefacio: Il ne faut pas oublier que le paquet de cigaret-tes, le crmonial qui les en sort, allume le briquet, et cet trange nuage qui nous

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  • pntre et que soufflent nos narines, cest par des charmes puissants quils ont faitla conqute du monde [No debemos olvidar que el paquete de cigarrillos, laceremonia de extraerlos, encender el mechero,3 y esa extraa nube quepenetra en nosotros y sale por nuestra nariz, ha seducido y conquistadoal mundo con su poderoso atractivo.] (Cocteau i).4 Cocteau alude aqu ala magia seductora que los cigarrillos ejercen en todas partes, entre todaslas clases sociales, en cualquier medio; no hay sociedad, por fanticosque sean sus valores y exticas sus costumbres, que no haya sucumbidoal peligroso atractivo de los cigarrillos, al riesgo salvaje y seductor que subelleza entraa. No hay ningn lugar en el mundo donde la gente nofume, si tiene permiso para hacerlo.

    Resulta tentador imaginar que Estados Unidos, el pas que dio los ciga-rrillos al mundo, sea tambin el primero en prohibir el tabaco, aunque noel primero en intentarlo. Sin embargo, a finales del siglo pasado la genteauguraba el inminente fin del hbito de fumar cigarrillos, de modo quetal vez sea prematuro predecir ahora su desaparicin. Es mucho ms pro-bable que nos encontremos en el momento culminante de uno de esosmovimientos cclicos de fomento y prohibicin del tabaco que decretansu represin o su regreso, un ciclo que ya se ha repetido en varias ocasio-nes a lo largo del siglo XX. Eso sugiere que ms tarde se producir uncambio en sentido contrario; el fuerte aumento del consumo de tabacoentre determinados sectores de la poblacin, frente a su descenso genera-lizado, nos lleva a preguntarnos qu destino aguarda al movimiento anti-tabaco en situaciones de crisis econmica o social.

    Pero supongamos, lo cual es bastante improbable, que el hbito defumar cigarrillos desapareciese en Estados Unidos. Se perdera algo conello? Si miles de millones de personas han consumido miles de millonesde cigarrillos en los ltimos cien aos, es porque fumar debe de teneralguna ventaja: al menos una ventaja perceptible. Si el hbito de fumardesapareciese maana, no slo se perdera algo til (aunque quedaracompensado por el enorme beneficio que supondra para la salud engeneral), sino que tambin se extinguira cierto tipo de experiencia que eltabaco ha hecho posible. Tal vez slo cuando el consumo de cigarrillosdesaparezca descubriremos el lugar que stos ocupan en la fantasa colec-tiva: los mitos y los sueos, el consuelo y la intensificacin, las intuicionesy las delicias que ha producido. Y si tuvisemos que escribir un adis alos cigarrillos?

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  • Segn la frmula de Cocteau, los atractivos rituales del tabaco han con-quistado el mundo. Esta metfora militar, que connota seduccin, llevaimplcitos los dos principales aspectos del consumo de cigarrillos, cuyaalianza permanente queda directamente ilustrada por las dos marcas decigarrillos ms populares en Francia, Gauloises y Gitanes: el poderosoatractivo del riesgo y la belleza estn representados en las figuras del Sol-dado y la Gitana. La expresin charmes puissants evoca inconfundible-mente en un odo francs el puissant dictame de la pipa en el famosopoema de Charles Baudelaire titulado La pipa, que hechiza el corazn[del fumador] y libera su espritu de fatigas (Baudelaire, vol. I, 67). Baude-laire daba al tabaco la belleza de sus mujeres, cuya fascinacin y seduccinposea encantos poticos: consolar y deleitar el corazn, adems de revivirel espritu e infundirle valor. El poeta francs Paul Valry dio el nombre deCharmes a un volumen de poemas, con la intencin de dotarlos de poderesmgicos: producir efectos materiales de transformacin a distancia mediantela manipulacin de los textos. Tambin pretenda que el ttulo evocara lapalabra carmen, nombre latino de poema, en particular de un poema can-tado. Valry, un hombre enamorado de los cigarrillos fumaba sesenta alda , tal vez pensaba tambin en la seduccin de la gitana Carmen, que esla primera figura literaria que se identifica con los cigarrillos.

    Cuando la herona gitana de Bizet conoce a su amante soldado, DonJos, ella es una de las cigarreras que trabajan en la fbrica de Sevilla,donde transcurre la famosa escena del primer acto de la pera. La Sevillade Carmen, no por accidente, era en el siglo XIX el principal centro taba-quero de Europa, una ciudad famosa por su inmensa fbrica, donde milesde mujeres, muchas de ellas jvenes y medio desnudas, enrollaban ln-guidamente los cigarros y fabricaban cigarrillos en medio de un calorsofocante y una atmsfera envenenada por el olor a tabaco y sudor humano,intoxicada por los densos efluvios de las hojas y los cuerpos, y por el con-tinuo fumar; la piel de estas mujeres tena un delicioso tono avellanado,producido por las manchas de nicotina.

    En la Carmen de Prosper Mrime, novela en la que est basado ellibreto de George Bizet, Don Jos comienza su narracin del encuentrocon Carmen describiendo la fbrica de tabacos de Sevilla:

    Ha de saber, seor, que hay fcilmente cuatrocientas o quinientasmujeres trabajando en la fbrica. Son ellas quienes enrollan los

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  • cigarros en una gran sala a la que los hombres no pueden entrar nisiquiera con permiso del Veinticuatro, porque las mujeres estnmedio desnudas [elles se metten leur aise], sobre todo las jvenes,en la poca de calor. Cuando las trabajadoras regresan, despusdel almuerzo, muchos jvenes salen a verlas y les cuentan todaclase de historias. Son pocas las que rechazan una mantilla o untafetn, y los amantes de este tipo de pesca no tienen ms que incli-narse para coger su pez.

    En el acto primero de la pera, las cigarreras salen de la fbrica fumandocigarrillos y llegan lentamente a la plaza (Bizet 10). Su coro celebra lasevocaciones amorosas de ese humo perfumado, que asciende dulcemente,dibujando garabatos en la intrincada sintaxis de su turbulenta articula-cin. El cigarrillo se convierte en un poema de amor que las cigarrerasescriben incesantemente y que se escribe a s mismo a lo largo del da.sta es la dulce meloda que cantan:

    Les doux parler des amantscest fume!Leurs transports, leurs transports et leurs sermentscest fume!Dans lair nous suivons des yeuxLa fume La fume La fume La fume

    La dulce conversacin de los amantestodo es humo!Su embeleso, su embeleso y sus promesastodo es humo!Contemplamos el humo que asciende por el aire(Bizet II).

    Una de las primeras veces que se menciona la palabra cigarette en laliteratura francesa es en Les Salons de 1848, de Baudelaire. El sufijo -ette aade una pequea connotacin femenina al nombre masculino, le

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  • cigare. La palabra, como el objeto, aparece en el texto de Baudelaireentre los perezosos dedos de las lorettes prostitutas de clase baja que seasocian con el barrio de los alrededores de la Iglesia de Notre Dame, enel Distrito Noveno , mujeres a las que Baudelaire, en sus visitas a losbarrios bajos, observa en sus poses de cnica, lnguida y melanclicabelleza: Aparecen postradas, en actitud de desesperado aburrimiento...fumando cigarrillos para matar el tiempo (vol. 2, 721). El cigarrillo matael tiempo, el tiempo cronomtrico, la rgida y mecnica medida de mor-talidad cuyo infatigable tic-tac aterroriza a Baudelaire en el poema titu-lado L horloge, que anuncia la muerte entre susurros. Los momentosque el reloj registra no son una mera sucesin de ahoras sino un mementomori que reduce el nmero de segundos que faltan para la muerte. Peroel cigarrillo interrumpe e invierte el declive, realiza una pequea revolu-cin en el tiempo, pues parece instalar, aunque muy brevemente, untiempo fuera de s mismo. En esos das de junio de 1848, Baudelaire dicehaber visto revolucionarios tal vez l era uno de ellos, recorriendo lascalles de Pars, armados con fusiles y disparando contra todos los relojes.El hecho de fumar cigarrillos, como se demostrar en los captulos siguien-tes, est permanentemente ligado a la idea de interrumpir el paso deltiempo ordinario e instituir otro, ms penetrante, en condiciones de exu-berante indiferencia y resignacin hacia eso que para una sensibilidadpotica constituye una atraccin irresistible.

    Un cigarrillo define al fumador, como el poema al poeta. Al leerlo,omos al fumador mantener una conversacin lrica con el cigarrillo,dentro de los lmites sintcticos y lxicos determinados por un cdigocultural del tabaco ampliamente reconocido. Con su cigarrillo, el fuma-dor ejecuta una danza sutil o entabla un dilogo que acompaa a cadagesto y cada palabra. Al ser sacado de su paquete y fumado, el cigarri-llo escribe un poema, canta un aria o interpreta una danza, narrandouna historia con signos jeroglficos en el espacio. Enfundado en su pul-cro traje de papel, el cigarrillo es ms sutil, discreto y sereno que elpuro desnudo, apetecido por psicoanalistas y hombres rudos y exube-rantes. El fumador ejecuta un tango inconsciente con el cuerpo del ciga-rrillo, cuya belleza hace hermoso al fumador y cuyo poder ste absorbe.El cigarrillo es anlogo a lo que los lingistas llaman un shifter, como lapalabra Yo; este recurso que expresa la irreductible particularidad demi yo ms ntimo es universal y est a disposicin de todos los hablan-

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  • tes, convirtindose as en la cosa menos particular del mundo. El fuma-dor manipula el cigarrillo, como la palabra Yo, para contarse a s mismohistorias sobre s mismo, o contrselas a otro.

    Muchos autores han comprendido el uso de los cigarrillos como instru-mento de eso que frecuentemente se llama comunicacin. Fumar llevaimplcito todo un lenguaje de gestos y actitudes que todos hemos apren-dido subliminalmente a traducir y que los directores de cine han utilizadosagazmente con la intencin explcita de definir personajes y desarrollarla trama. Los buenos observadores advirtieron hace ya tiempo que, en laspelculas, los cigarrillos no slo se ven, sino que se leen como subttulos,traduciendo la accin de la pantalla a otro lenguaje que la cmara regis-tra, aunque rara vez sita en primer plano. Es el signo de todo lo que lacmara ve sin anunciar que lo ve. El cigarrillo en la escena acta comosubtexto, como una especie de pie o subttulo mudo, a veces acompa-ando y otras contradiciendo o desviando las premisas explcitas de laaccin o el significado claro de los signos. Su presencia en el cine puedeser incluso ms compleja si aceptamos que el cigarrillo no es un meroaccesorio sino un personaje de la escena, y a veces no es un mero perso-naje, sino el actor principal. En algunas pelculas, la presencia de los ciga-rrillos es tan persistente que stos llegan a interpretar un papel propio,incluso un papel protagonista, con actitud y personalidad, y hasta convoz. La demostracin de esa posibilidad de cigarrillismo la dejaremospara el captulo que analiza la funcin de los cigarrillos en Casablanca,una pelcula en la que todos, menos Ingrid Bergman, fuman constante-mente, apasionadamente, de un modo muy significativo.

    En la coleccin de fotografas de Jacques-Henri Lartigue de 1980 lla-mada Les femmes aux cigarettes, el dilogo entre la modelo y su cigarrilloacapara claramente todo el inters de la cmara. El ingenioso, conmo-vedor y hermoso lenguaje de los cigarrillos va unido al modo en quedeterminan la pose de la mujer, el aire que sta adopta. La pequea einvisible brasa, el fuego en el extremo del cigarrillo es el otro espritu, laotra alma invisible de la fotografa, el otro aspecto de la vida en relacincon el cual la modelo compone su pose, conversando con el cigarrillo,por as decir, con el lenguaje que su cuerpo habla durante ese proceso depreparacin, de adaptacin a ese punto incandescente situado en el extremodel cigarrillo. Las historias que cuenta un cigarrillo pueden armonizar ala perfeccin con las que cuenta la persona que est fumando, pero tam-

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  • bin pueden convertirse en la mscara del fumador, o traicionarlo, reve-lando relatos y motivos que l apenas sospecha. Con esta coleccin defotografas, Lartigue es tal vez el primero en definir los parmetros de unrepertorio de gestos que acompaa a la mujer fumadora, un idioma yuna sintaxis que determinan un cdigo implcito pero perfectamentecomprensible para comunicar lo que en el ltimo captulo de este libroyo llamo lair du temps.

    Pero el cigarrillo es ms que un mero espejo en el que se refleja la sub-jetividad del fumador. No es tan slo un objeto que se sostiene entre losdedos; hay que considerarlo un sujeto, una criatura viva dotada de cuerpoy espritu propios. El cigarrillo no es un mero poema, sino un poeta: laardiente brasa es el corazn de un ser vivo, de un ser afeminado, puedeque incluso femenino, dotado de abundantes recursos de seduccin ydiversos poderes para concentrar la mente. No hay nada extravagante enel hecho de considerar el cigarrillo como un demonio, una pequea divi-nidad, una desse menor; los indios americanos, de los iroqueses a los azte-cas, consideraban el tabaco como un dios. Los romanos, con su enormepanten, habran convertido el primer cigarrillo de la maana en unapequea diosa, especula Paul Valry: De haberlo conocido, lo habranllamado Fumata Matutina. Por desgracia para ellos, el tabaco es el nicoplacer [volupt] que los romanos no conocan (Lous, citado en Alyn 54).

    Cmo reconciliar la divinidad del cigarrillo con la demonizacin deque est siendo objeto por parte de las fuerzas antitabaco? Lady Nico-tina no es una mujer sino un pequeo diablo blanco extrado de laplanta del demonio, segn el Reverendo George Trask, fundador de laLiga Antitabaco de Massachusetts, quien, antes de la Guerra de Secesin,logr prohibir el consumo pblico del tabaco en Boston (Rival 210). Dehecho, cabra preguntar, cmo es posible insistir en las bondades deltabaco cuando el ex ministro Everett Koop denuncia su venta en el extran-jero como exportacin de enfermedad, incapacidad y muerte (Interna-tional Herald Tribune, 8 de agosto, 1989)? Es sabido que a nadie le ha gustadoel primer cigarrillo, y que nadie al menos desde el siglo XVI, cuando losmdicos, tan caprichosos como siempre, lo consideraban la panacea, elequivalente farmacutico de la piedra filosofal ha dicho jams que eltabaco fuese bueno.

    Los historiadores del tabaco observan con frecuencia que el antitaba-quismo surgi con la llegada del tabaco a Occidente y que ha acompa-

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  • ado su universalizacin en todo momento. Pero, por supuesto, las pri-meras objeciones al tabaco obedecan ms a criterios morales que mdi-cos. El clero comprendi al instante que se trataba de una droga quealteraba la mente; de una poderosa fuente de placer y consuelo que ame-nazaba competir con sus propias panaceas opiceas. Mientras que el tabacoera un dios para los indios quienes se lo proporcionaron a los espao-les para la mente cristiana no tard en convertirse en otro animismodiablico.

    Bartolom de las Casas, que acompa a Coln en 1498 y 1502, fue unode los primeros religiosos que observaron los efectos del tabaco. En suHistoria de las Indias ofrece la primera prueba documental de la existenciade los cigarros y, con notable clarividencia, anticipa de manera sucinta lasprincipales cuestiones morales que afectarn a la salud pblica durante lossiguientes cuatrocientos aos. Se expresa en los siguientes trminos:

    Son ciertas hojas secas envueltas en otras hojas, tambin secas,parecidas a esos petardos que los nios construyen en Pentecosts.Se encienden por un extremo y se chupan por el otro, o bien seinhalan para introducir en los pulmones ese humo con el que ador-mecen el cuerpo y casi se embriagan. De este modo dicen que nosienten fatiga. Ellos llaman tabacos a estos petardos, o como que-ramos llamarlos. He conocido a espaoles en La Espaola [SantoDo-mingo/Hait] que se habituaron a consumirlos y que, cuando les recrimi-naron, diciendo que se trataba de un vicio, contestaron que eranincapaces de dejarlo. No s qu aroma o qu sabor encuentran enellos. (Citado en Rival II).

    No es de extraar que Bartolom de las Casas no fuese capaz de apre-ciar los encantos del tabaco, puesto que no haba adquirido el hbito defumar. Los moralistas se apresuran a concluir que fumar como cualquierotra actividad que se realiza de modo compulsivo, resulta irresistible,produce narcosis e intoxicacin y anula mgicamente el dolor y la fatigadel trabajo ha de ser forzosamente demonaco. Pero, como filsofo, Bar-tolom de las Casas decide probarlo, y una vez que ha cedido al nuevovicio, afirma que ni siquiera sabe bien. Ned Rival, el gran historiadormoderno del tabaco, confirma la ausencia de textos que ensalcen el sabor

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  • de los cigarrillos. Rival escribe: Es sorprendente observar que en la pre-historia del tabaco fumar rara vez se evoca como una actividad placen-tera o relajante. Como mucho, los cronistas insisten en el hecho de que eltabaco calma el hambre, aplaca la fatiga y produce intoxicacin... peroen ninguna parte dicen que sea agradable al gusto o al olfato (Rival 36).

    El rey Jaime I escribi en latn Misocapnus, sive De abusu tobacci (Rplicaal abuso del tabaco), en 1604, lanzando sus dardos contra el despreciablehbito que sus sbditos estaban adquiriendo. El hbito de fumar, diceel rey, es desagradable para la vista, repulsivo para el olfato, peligrosopara el cerebro y nocivo para los pulmones, y el humo que envuelve alfumador es tan sucio como el humo del infierno ( Jaime I 27). Con estetexto, el rey estaba tambin afilando sus cuchillos contra sir Walter Raleighese noble pirata que arras el Caribe; el hombre que introdujo el tabacode Virginia en Inglaterra; el valiente favorito del odiado predecesor delrey Jaime; un smbolo de los nuevos placeres y las nuevas perspectivasque la poca isabelina haba aportado a la severidad religiosa de la Ingla-terra del siglo XVI5, a quien orden decapitar bajo sospecha de traicin.Pero sir Walter se neg a dejar su pipa y sigui fumando hasta que sucabeza cay al suelo. De hecho, se dijo: Ningn hombre podra morircon ms dignidad que Raleigh. Camino del patbulo, cogi el hacha, ypasando un dedo por el filo dijo: Es una medicina muy fuerte, pero curacualquier mal (Blair, citado en Rival 33). La filosofa de la salud impl-cita en el jocoso comentario de Raleigh y su relacin con el tabaco cons-tituyen el ncleo del captulo 3, donde se plantea e interpreta nuevamenteesa misma filosofa en la obra de Italo Svevo.

    Al igual que otros dspotas, como Luis XIV, Napolen o Hitler, Jaime Idespreci el hbito de fumar y demoniz el tabaco. La relacin entre tira-na y la represin del derecho a cultivar, vender, o consumir tabaco seaprecia ms claramente en el modo en que los movimientos de liberaciny las revoluciones polticas y culturales han situado siempre estos dere-chos entre sus principales demandas polticas. La historia de la lucha con-tra los tiranos ha sido con frecuencia indisociable de la lucha en nombrede la libertad para fumar, especialmente durante las revoluciones francesay estadounidense. La temprana historia poltica de Estados Unidos desdela llegada a Virginia de los primeros colonos ingleses (que sobrevivierongracias al comercio del tabaco) hasta la lucha revolucionaria contra losimpuestos de la Corona se forj en nombre del derecho y la libertad de

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  • cultivar y usar el tabaco, sin ningn tipo de imposicin por parte del Estado.Los gobiernos siempre han intentado controlar el uso del tabaco, por razo-nes relacionadas con eso que Napolen, el primero en crear un monopo-lio estatal del tabaco, llamaba su eminente imponibilidad: se trata de unlujo adictivo por el que pagarn hasta los ms pobres. Pero las razones talvez tengan que ver con la tendencia moralizante de estos dspotas y consu alrgica reaccin a cualquier acto individual de libertad de expresin.A Napolen, como a Luis XIV o a Hitler, le disgustaba enormemente elhecho de fumar. Hitler odiaba el tabaco de un modo fantico y supersti-cioso; dicen que Mussolini fue el nico a quien consinti fumar en su pre-sencia. En el Tercer Reich, y durante la guerra, haba carteles por todaspartes en los que se deca: Deutschen Weiben rauchen nicht [Las mujeresalemanas no fuman]. Pero la realidad contradeca ampliamente esta mxima.No hay ningn lugar en el mundo en el que la gente no fume si tiene per-miso para ello.

    La prueba ms reciente de la relacin entre tabaco y liberacin la ofrecela batalla que las mujeres han librado durante el presente siglo. Tal vezno sea casualidad que en abril de 1945 las mujeres obtuviesen el derechoal voto en Francia, dos semanas despus de recibir su racin de cigarri-llos por primera vez desde la guerra. De todos modos, se les asign slouna tercera parte de lo que reciban los hombres: el camino es largo yan queda mucho por andar. En la Conclusin me propongo revisar losresultados de un estudio sanitario realizado por la Comunidad Europeaque demuestra que las mujeres europeas fuman mucho ms en los pasesen los que estn ms liberadas de la funcin que tradicionalmente han desempeado en la sociedad. Este hecho aporta credibilidad a la sospe-cha de que parte del empuje de la actual ola de antitabaquismo tiene suorigen en su misoginia oculta o su antifeminismo.

    Los estadounidenses de hoy, que, como siempre, olvidan su propiahistoria y han llegado al paroxismo en lo que a sus sentimientos antita-baco se refiere, creen que se trata de una invencin suya. A principiosde siglo, as como en los aos veinte y treinta, ciertas fuerzas polticasmuy poderosas combatan la hierba demonaca. Entonces, al igual queahora, las protestas en nombre de la salud de los ciudadanos servanpara encubrir objeciones de tipo moral, pues los censores siempre defien-den sus prohibiciones aduciendo el dao que determinada forma deexpresin o placer puede infligir a la sociedad en su conjunto. La belleza

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  • y los beneficios de los cigarrillos han sido reprimidos y olvidados enEstados Unidos, donde el clima de opinin abarca, en abstracto, desdeformas implcitas de rechazo social a leyes que prohben fumar en todoslos vuelos nacionales. Esto ltimo es un signo de los peligrosos extremosque alcanza la cruzada contra el tabaco para negar a otros la libertad dedisfrutar del consuelo y la confianza que los cigarrillos proporcionan ensituaciones de estrs o de angustia. Muchas personas que no fuman nor-malmente empiezan a fumar en momentos de crisis personal o pblica,en situaciones de gran ansiedad que requieren autocontrol y concentra-cin. Hoy en da, en ningn lugar se alzan voces que defiendan las ml-tiples ventajas psicolgicas y sociales del tabaco, su valor cultural o sufuerza esttica, como ocurre en tiempo de guerra. Pero el crculo giracon el tiempo. Este libro parte del presentimiento de que el actual climapuede cambiar, tal vez suavemente, como resultado de la moda efectode un oscuro proceso de evolucin cclica de la historia, tal vez violen-tamente, bajo la presin de amplias tensiones sociales. Estados Unidosno necesita esperar a que ocurra una gran catstrofe para redescubrir losbeneficios sociales del tabaco o apreciar su importante contribucin a lamodernidad, y para continuar su romance con los cigarrillos, ese regaloque esta nacin le ha dado al mundo. Este cambio podra sobrevenir derepente, a modo de venganza, en un momento en que la sociedad nece-site el mximo control colectivo contra la ansiedad.

    Para evocar un clima de opinin distinto del actual basta con recordarel valor que tena un cartn de cigarrillos, por ejemplo en Europa, en1945. Los cigarrillos servan entonces como el tabaco para los primerospobladores de Virginia, y ms tarde para Lewis y Clark como monedade cambio universal, el Patrn Dorado, tan valioso como el oro. GeorgeWashington escribi al Congreso Continental: Si no podis mandar dinero,mandad tabaco. (Rival 188). Lewis y Clark lo usaban como principalobjeto de intercambio con los indios. En Drancy, el campo de concentra-cin francs, la vspera de las partidas una sola calada a un cigarrillo cos-taba diez francos; dos cigarrillos enteros, cien francos.

    El mundo puede hoy mostrarse agradecido por la precisin y la insis-tencia con que los mdicos le recuerdan los peligros del tabaco; se essu trabajo. Pero lo que resulta sospechoso es que el uso que se hace deesa informacin es claramente desproporcionado con respecto a los peli-gros que el tabaco entraa, en particular para los fumadores pasivos.

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  • Los cigarrillos se han convertido en el fetiche de las prohibiciones puri-tanas, como las que en el pasado restringan peridicamente las liberta-des y censuraban el placer en nombre de la salud y el bienestar colectivo,pero siempre con la oscura intencin de reforzar el control estatal uocultar otros intereses. No hace mucho tiempo, el ministro de sanidadcensuraba la publicidad del tabaco precisamente durante la semana enque el jefe de personal de la Casa Blanca se mostraba ms benvolo conel cumplimiento de la ley del aire limpio. El apasionado exceso de celocon que se estigmatiza a los cigarrillos en todas partes puede ser unaseal de que se estn liberando otras pasiones ms intensas, subterr-neas y peligrosas, que amenazan directamente nuestra libertad. La liber-tad de fumar debera entenderse como un smbolo de todas las libertades,y cuando se ve amenazada, deberamos comprobar al instante qu otroscontroles se estn endureciendo. La actitud de una sociedad hacia lalibertad de fumar es un indicio de cmo se interpretan los derechos delas personas en general, pues en cualquier momento, en todo momento,entre un 25% y un 50% de los adultos del mundo entero est fumandocigarrillos. La cuestin de la relacin entre la libertad de fumar y laslibertades generales de la sociedad es difcil de demostrar, pero estelibro sugiere que no debera desligarse nunca.

    Una de las muchas paradojas que rodean al tabaco es que esta droga,que calma y excita al mismo tiempo, es tambin, a la vez, combatida ysubvencionada por el gobierno federal. En el preciso instante en queJimmy Carter, con los ojos llenos de lgrimas, juraba a un grupo de agri-cultores de Carolina del Norte que jams recortara las ayudas a la pro-duccin de tabaco, Joseph Califano, jefe del Departamento de Salud,Educacin y Bienestar Social, lanzaba una campaa de 50 millones dedlares la ms importante de la historia en contra del tabaco. Estelibro pretende demostrar la coherencia que subyace bajo esta aparentecontradiccin: una lgica ms profunda de lo que el concepto de sublimepermite apreciar.

    En 1856, un peridico llamado Paris fumeur, dedicado al tabaco, tena elsiguiente lema: Qui fume prie [Fumar es rezar]. Para muchos escritoresmodernos, en particular Annie Leclerc en Au feu du jour, El cigarrillo esla oracin de nuestro tiempo (49). El momento de coger un cigarrilloabre un parntesis en la experiencia ordinaria, inaugura un espacio y untiempo en el que la atencin se ve reforzada y se experimenta un senti-

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  • miento de trascendencia, evocado mediante el rito del fuego, el humo yla ceniza, que relaciona mano, pulmones, respiracin y boca. El cigarrilloproporciona un breve flujo de eternidad que modifica la percepcin, aun-que muy levemente, y permite, siquiera por un instante, alcanzar el xta-sis fuera de uno mismo.

    Recientemente se han aprobado leyes contra el consumo de tabacoen lugares donde hace trescientos aos vivan y fumaban los indios,para quienes el tabaco formaba parte de un ritual que una al individuocon la tribu y la memoria colectiva de sus antepasados, los guardianesde los mitos de su identidad. Cuando la dignidad religiosa del tabacoquede completamente oscurecida, habremos perdido el derecho de rezaren pblico. La libertad de fumar no puede protegerse mediante la pro-teccin constitucional de la religin. Este libro pretende ahondar enmucho de lo que encierra el rito de encender un cigarrillo.

    Las fuerzas desplegadas en contra del tabaco apenas son conscientes dela irona histrica de su posicin. Son incapaces de ver que su movi-miento forma parte de la alianza permanente y paralela entre el tabaco yel antitabaquismo, que ha persistido a lo largo de toda la historia de launiversalizacin del tabaco. Es como si, no slo los censores, sino tam-bin los censurados, no slo los antifumadores, sino tambin los fumado-res, necesitasen la continua hostilidad del contrario para seguir existiendo.

    Las fuerzas antitabaco de este pas no han conseguido an prohibirlos cigarrillos; de momento slo han cambiado el valor de los signosque los rodean. Este libro nos recuerda la cara oculta de los cigarrillos,ese otro lado que el actual clima de rechazo social al tabaco ha logradotodo menos eliminar. Por un momento se propone anular la revocacinde la sentencia y, en lugar de censurar los cigarrillos, alabarlos, no slopara recomendar su consumo o minimizar sus daos sobre el organismo,sino tambin para recordar que, pese a sus muchos perjuicios, amplia-mente proclamados y conocidos desde siempre, tiene beneficios uni-versalmente reconocidos por la sociedad. Estos beneficios estnrelacionados con el tipo de alivio y consuelo que proporcionan los ciga-rrillos, con su mecanismo regulador de la ansiedad y favorecedor deltrato social. Adems, estimulan la concentracin y, por ende, permitenun mayor rendimiento en actividades de ndole muy diversa.

    Sin embargo, este libro no pretende alabar los cigarrillos por su utili-dad, sino ms bien por eso que Thodore de Banville llama su futili-

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  • dad. Es su inutilidad lo que garantiza su atractivo esttico: ese sublime,oscuro y hermoso placer que los cigarrillos proporcionan a los fumado-res. Se trata de un placer democrtico, popular y universal; de una formade belleza que tanto la alta cultura como la cultura popular han recono-cido y celebrado de modo explcito durante ms de un siglo, tanto en laprosa como en la poesa, en imgenes fijas y en movimiento. La acep-tacin de la belleza de los cigarrillos es tan amplia que tal vez parezcaque este libro pretende defenderlos en serio, como si fuesen uno de losproductos ms interesantes y significativos de la modernidad. Tal es laconclusin, como veremos ms adelante, a la que llega la herona dePierre Lous en La volupt nouvelle. Lous seduce al lector explo-rando la vida de belleza que los cigarrillos inspiran incluso en las con-diciones ms tristes y humildes, por no hablar de las ms elegantes yrefinadas.6 Las complejas funciones que desempean en las vidas de losindividuos y el trato social han quedado sofocadas bajo el valor nega-tivo con el que habitualmente se asocian, hasta el punto de avergonzara los fumadores, incitndoles cada vez ms a ocultar su hbito. Si fumarfue en otro tiempo un acto de desafo, hoy provoca por lo general unsentimiento de culpa, aunque el desafo y la culpa siempre han pertene-cido a la psicologa del tabaco, en tanto que maneras violentas de trans-gredir la prohibicin de un tab. El tabaco se ha identificado siemprecon lo ilcito; muchos de los textos analizados en este libro aluden a lascondiciones en que se produce la iniciacin al tabaco, que normalmentetiene que ver con el robo o el quebrantamiento de otras normas.

    Para ensalzar el tabaco es difcil adoptar un tono retrico que resulteconvincente. Los cigarrillos son cosas triviales, desagradables, pocoaptas para fines elegacos. Hoy en da son tan denostados, tan demoni-zados que difcilmente se puede ofrecer un argumento sensato acercade sus virtudes y sus defectos; su sola mencin est cargada de conno-taciones negativas. En estas circunstancias, es preciso recurrir a la hipr-bole, esa figura retrica que aumenta exageradamente aquello de lo quese habla: uno no se pasa de la raya para engaar mediante la exagera-cin sino para poner de manifiesto el autntico valor de algo cuya ver-dad no se valora lo suficiente.7 La validez de la hiprbole, la verdad quela exageracin puede transmitir en ocasiones, se basa en un principioampliamente reconocido por los tiradores: hay veces en que apuntarms all del blanco es la nica manera de acertar el tiro. Hoy en da es

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  • imposible elogiar los cigarrillos sin parecer perverso; as pues, nos vemosobligados a exagerar nuestros elogios con la esperanza de que el lector,ante los excesos de la hiprbole, no desprecie la extravagancia sino quedevuelva su valor real a algo que ha quedado excesivamente degra-dado. El esfuerzo de imaginacin necesario para elogiar el tabaco msde lo que merece nos permite medir hasta qu punto ha perdido valor.Decir que los cigarrillos son sublimes establece una relacin que nospermite concluir que no son sencillamente psimos. Erasmo invent elproblema retrico cuando escribi su Elogio de la locura.

    Para realizar esta tarea un escritor necesitara una musa, pues nada delo que pudiera inventar tendra el tono necesario para cantar las ala-banzas de algo condenado y despreciado en todas partes. Zeno, el narra-dor de la novela de Svevo, se enfrenta al mismo dilema y comienza sudiario con una invocacin: Non so come cominciare et invoco lassistenzadelle sigarette tutte tanto somiglianti a quelle che ho in mano [No se cmoempezar e invoco la ayuda de todos los cigarrillos similares al que tengoen la mano] (Svevo 4).

    La musa del tabaco acompaa con frecuencia a la escritura. Autorescomo el Zeno de Svevo suelen coger pluma y pitillo, mojando la plumaen el tintero y fumando alternativamente. En Tabac, miroir du temps, NedRival reproduce viejas tarjetas de San Valentn en las que se ve a hom-bres con cigarrillos, sentados frente a un escritorio, y con una burbujade humo flotando sobre la cabeza, en la que aparece la imagen de laamada. Al inhalar, el cigarrillo ofrece al escritor la inspiracin que lepermite invocar la imagen amada, representada en una efusin lrica:una musa reciente en la tradicin que se remonta a Petrarca. El cigarri-llo es una mujer: la palabra, el concepto y el objeto se identifican desdesus orgenes con cierto tipo de femineidad, y no han faltado poetas quehan escrito sonetos y odas alabando su oscura y moderna belleza.

    Hoy en da resulta difcil imaginar una oda a los cigarrillos como laque escribi Jules Laforgue en 1861, que lleva por ttulo La cigarette,donde se reitera una de las primeras identificaciones de los cigarrilloscon mujeres hermosas y peligrosas, con lorettes, o grisettes, o Bohmien-nes.8 Alabar el tabaco es como componer un ramo de Flores del mal,donde la belleza que se ensalza no provoca las habituales sensacionesestticas de satisfaccin y reposo, sino placeres turbulentos y amena-zantes; exalta algo que no debera ser exaltado (si alabar significa siem-

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  • pre ensalzar lo que es bueno, lo que es digno de elogio). Es un gestoinevitablemente hipcrita, destinado a circunvenir la hipocresa del lec-tor, que oculta con su buena conciencia pblica esa verdad que tan bienconoce: el perverso encanto de lo peligroso, feo y vergonzoso. En elprimer captulo de este libro, titulado Qu es un cigarrillo?, se ofreceuna especie de definicin de la nocin o el concepto de cigarrillo, conla ayuda de un filsofo y un poeta. La definicin surge de la reflexinde Sartre sobre el tabaco en El ser y la nada y del poema Cigarrillos,de Thodore de Banville, incluido (al trmino de una vida dedicada alideal parnasiano de poesa pura) en un volumen publicado a finales delsiglo XIX bajo el ttulo de El alma de Pars. En el captulo segundo, Loscigarrillos son sublimes, se evoca su belleza a travs de diversos poe-mas que celebran lo sublime del tabaco y lo describen en trminos simi-lares al anlisis que de lo sublime hace Kant en su Crtica del juicio.

    El captulo tercero, La paradoja de Zeno, propone una atenta lec-tura del primer captulo de la gran novela de Italo Svevo, que en ita-liano lleva por ttulo Il fumo. Esta novela, escrita a modo de memoriateraputica, se presenta como la historia de un fumador escrita por lmismo, segn el modelo del psicoanlisis. Pero en lugar de evocar susprimeros recuerdos de la infancia, el narrador, Zeno, comienza por suprimer cigarrillo, creando lo que l llama el fumoanlisis. Esta terapiade Zeno a travs de la escritura plantea con sorprendente rigor la cues-tin del concepto de salud, una palabra tan utilizada que su aparenteevidencia determina de antemano cmo entiende la sociedad el uso y elabuso del tabaco. Zeno nos hace replantearnos la relacin del tabacocon la salud dando repaso a una vida cautivada por la ociosa empresade dejar de fumar. Finalmente descubre que la verdadera salud est enla muerte, y no en la vida, conclusin que lo lleva a reinterpretar elvalor de los malos hbitos, los parsitos y la enfermedad.

    Una mujer puede ser hermosa; una mujer gitana es sublime. ParaNietzsche, la gitana, cuyo ideal encarna la Carmen de Bizet, es la repre-sentacin fatal de la pasin mediterrnea, muy superior a los frgidosespritus que habitan las brumas norteas de Richard Wagner. Nietzs-che escribe sobre la msica de Bizet como si hiciese una descripcin dela propia Carmen: Esta msica de Bizet me parece perfecta. Posee unencanto, una ductilidad y un brillo especiales. Es amable; no te hacesudar. Todo lo bueno es liviano; lo divino se desliza sobre delicados

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  • pies: primer principio de mi Esttica. Esta msica es irreverente, refi-nada, fatalista: sin embargo, sigue siendo la msica de una raza, no deun individuo. Es rica. Es precisa. (carta desde Turn, mayo de 1888).La lectura que de la msica de Bizet hace Nietzsche se traslada a un len-guaje que evoca de inmediato las cualidades asignadas por el narradoral personaje de Carmen en la historia original de Merime, en la que sebasa el libreto de la pera. La primera vez que aparece Carmen, conesa belleza casi irreal, es tambin la primera vez en la historia de la lite-ratura que una mujer acepta un cigarrillo. Este libro se propone demos-trar, entre otras cosas, que la fascinacin del mito de Carmen reside ensu asociacin con la belleza inherente a los cigarrillos, que comenzabana introducirse en la Francia bohemia cuando se escribi esta novela.

    En el captulo 4, El diablo en Carmen, volvernos, tras analizar lanovela de Merime en relacin con la pera de Bizet, a otro personaje dediablica femineidad Thrse Desqueyroux, la sublime bruja de la som-bra novela de Franois Mauriac que envenena a su marido burguspara liberarlo de una vez por todas de su complaciente farisesmo. Mau-riac la llama Sainte Locuste versin sacra del prfido boticario de Nern, con el fin de destacar la trascendencia negativa que supuestamente repre-senta (en opinin de Sartre con demasiada complacencia). Esta mujerfuma tres paquetes de cigarrillos al da y prcticamente en todas las pgi-nas de la novela se ofrece, se fuma, se consume, se ama o se odia el tabaco.En una novela puede que no siempre en la vida cada cigarrillo esimportante; la lectura de Thrse Desqueyroux nos inicia en el cdigo litera-rio de los cigarrillos, entendido como un discurso organizado y dotado desus propias convenciones, sus propias reglas y su propia sintaxis.

    La pasin y el riesgo asociado a los cigarrillos quedan simbolizados enla trgica pareja de Carmen y Don Jos: la gitana y el soldado. Juntosactan como doble foco elptico de los captulos cuarto y quinto. Su rela-cin mtica sigue hoy plenamente viva gracias a las dos marcas de ciga-rrillos franceses ms famosas: Gitanes y Gauloises. Las dos fueron creadasen 1910, poco antes de la Primera Guerra Mundial. Gitanes fue el primercigarrillo moderno, de aroma ms suave y elegantemente empaquetado.Los Gauloises se llamaron Holandeses hasta que una marca extranjeradel mismo nombre oblig a la francesa a cambiar el suyo. El paquete sepint de un azul patritico, el color del poilu o del uniforme del soldadofrancs: le bleu des Vosges. Ms tarde se aadi al paquete un casco galo,

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  • rodeado por un crculo de eslabones. El captulo 5 estudia el papel de loscigarrillos en la guerra a travs de seis grandes novelas, desde la PrimeraGuerra Mundial hasta la (imaginaria) Tercera. El cigarrillo es el mejoramigo del soldado: consuela, alivia el hambre y la fatiga, relaja e infundevalor en la batalla. La novela de Erich Maria Remarque que lleva porttulo Sin novedad en el frente es el modelo en que se basan la mayora delas novelas blicas escritas en el siglo XX. Por esta razn, y porque loscigarrillos desempean en ella una funcin clave, sta es la obra maestraa travs de la cual se leern todas las dems.

    El tabaco sirve para matar el tiempo. Baudelaire habla de mujeres fumantdes cigarettes pour tuer le temps, avec la rsignation du fatalisme orintale [quefuman cigarrillos para matar el tiempo, con la resignacin propia del fatalismo oriental] (vol. 2, 721). Este tpico (no todos los orientales sonfatalistas) puede tener su origen en la estereotipada comparacin fumarcomo un turco; y tiene su compensacin hiperblica en el desmedidovalor que Baudelaire atribuye a la resignacin de estas mujeres. Baude-laire lo entiende como condicin de una especie de herosmo elegante,un triunfo sobre las formas vulgares del egotismo, una superacin de laacuciante multitud de deseos y temores. Para Thodore de Banville, elcigarrillo fomenta una resignacin que, al ser totalmente opuesta a laambicin, est directamente relacionada con la expresin potica. Elcaptulo sexto, lair du temps, podra llamarse tambin Pero yo noinhal. Este captulo evoca la oscura y utpica ambicin del fumadorque consiste en disfrutar de todos los placeres del tabaco sin ninguna desus consecuencias nocivas.

    Al parecer, nada que guarde relacin con los cigarrillos es sencillo.Los cigarrillos encierran en muchos sentidos una doble contradiccin.Aceleran y deceleran el pulso, calman a la vez que excitan, favorecen laensoacin y la concentracin, son superficiales y profundos, soldado ygitana, odiosos y deliciosos. Los cigarrillos son una amante hermosa ycruel; pero tambin son un fiel compaero. La conflictiva naturalezadel placer que proporcionan, tanto sensual como esttico, y la duplici-dad de su valor social y cultural son consecuencias de sus efectos psico-lgicos, sorprendentemente opuestos. El Zeno de Svevo es el modelomoderno de las muchas paradojas que plantea el anlisis del tabaco. Elbreve poema de Machado (usado como epgrafe de esta introduccin)afirma que la vida es un cigarrillo. Uno de los principales objetivos de

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  • este libro es reflexionar sobre las posibilidades ocultas en esa metfora.Las metforas iluminan lo desconocido comparndolo con lo conocido.Si tomamos en serio la metfora de Machado comprenderemos rpida-mente que para que algo sea una metfora de la vida ha de ser vasto,profundo y misterioso, aunque normalmente parezca trivial, superficialy familiar. Saber que la vida es un cigarrillo puede dar respuesta slo aalgunas de las cuestiones que la vida plantea, pero convierte al cigarri-llo en objeto de infinitas consideraciones. La respuesta que la metforasupuestamente proporciona encierra un nuevo enigma que este libro sepropone explorar. As pues, nos ocuparemos con suma atencin de lascondiciones que nos permiten invertir la proposicin de Machado, losmomentos en que parece, no que la vida sea un cigarrillo, sino que uncigarrillo es ms que la vida. Banville se siente fascinado por el absolu-tismo del autntico fumador, una especie de dandi del tabaco quededica cada uno de sus momentos de vigilia, con elegancia y disciplinasumas, a su consumo: fumar, por ejemplo, entre cucharada y cucharadade sopa, o incluso, dice (imagnense!), en lugar de hacer el amor.

    Banville admira la absoluta futilidad del hbito, aun cuando no deseapagar su precio; pero no obstante reconoce, en la altiva indiferenciaque el cigarrillo fomenta, una figura de la ms elevada forma de vidaartstica. A fin de cuentas, fue l quien dio al siglo la frase Lart pourlart, que Baudelaire esgrime como arma en contra del utilitarismo cul-tural. La autosuficiencia tautolgica de la formulacin, no menos que laideologa esttica que proclama, insina la fra y pulida superficie deldandi que vive, segn Baudelaire, siempre frente al espejo, y cuyo per-fecto autocontrol es resultado de un reflejo del yo absolutamente ntimo(Le peintre de la vie moderne, Le dandy, vol. 2. 709-12). El autn-tico fumador pertenece para Banville a esos pocos y felices algunosque Machado evoca en su poema, los que, saboreando sus cigarrillos,dan a la vida su justificacin esttica:

    La vida es un cigarrillo, hierro, ceniza y candela, unos la fuman deprisa y algunos la saborean.

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    Los cigarrillos son sublimesSe ofender alguien si hablamos de la cultura del tabaco? Nos atreveremos a decir que nuestra memoria visual, literaria y musical no sera la misma sin el humo de los cigarrillos? Se prohibir este libro si afirmamos que entre nubes de humo se han construido grandes novelas, grandes peras, grandes obras del pensamiento y unas pelculas maravillosas? Richard Klein, el iconoclasta autor de este libro aromtico, se plante estas preguntas mientras escriba Los cigarrillos son sublimes animado con el propsito confeso (y conseguido) de dejar de fumar. Navegando entre los muchos iconos que el tabaco le ha dejado impresos, Klein invita al lector a deconstruir los cigarrillos rindiendo un homenaje a su carcter evocador, y a los mitos que nos los han vendido como ese sublime placer de oscura belleza.

    Para reflexionar, perezosa y placenteramente, sobre la propia insignificancia.

    The Independent

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