Fabulas

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El tigrito que se mordía las uñas

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El tigrito que se mordía las uñas

Érase una vez un tigrito muy travieso y nervioso que tenía la costumbre de morderse las uñas. Con mucha frecuencia, su madre le seguía los pasos, tratando de sorprenderle en el momento justo de llevarse las patas a la boca, y poder así reprenderle con razón. Ella probó diferentes métodos, pero llegó a convencerse de que era imposible persuadir a su hijo de lo nocivo que era ese hábito. Aun así, no pasaba día sin que regañase al tigrito:

Deberías observar a tus amiguitos. Ellos tienen las uñas largas y lustrosas. Se sienten orgullosos de lucirlas. Tú, en cambio… ¡oh, qué disgustos me das con tu costumbre! – Se quejaba la mamá. ¡Buah! No veo nada malo en morderme las uñas, mamá. – Respondía el tigrito con un gesto travieso, mientras seguía muerde que te muerde.

Llegó la primavera y, como siempre, el tigrito se fue al bosque para jugar con sus amiguitos. Esta vez le acompañaban dos de ellos. Corretearon largo rato de acá para allá; de pronto, uno de los amigos del tigrito vio que un pájaro se posaba en las ramas de un árbol; sin pensarlo dos veces, empezó a trepar veloz como el rayo. Naturalmente, nuestro tigrito intentó imitar a sus compañeros de juegos, pero se encontró con que no tenía uñas.

¡Oh, no puedo agarrarme al tronco de este árbol! Si tuviera uñas como ellos… – Exclamó el tigrito.

Lleno de vergüenza, fue a esconderse detrás de un matorral. Mientras sus amigos intentaban cazar al pájaro, el tigrito se hizo el firme propósito de no volver a morderse las uñas.

La experiencia es la mejor maestra.

La zorra y el cuervo

Un día, se encontraba un cuervo encaramado en la copa de un árbol, degustando un rico trozo de queso. Bajo el árbol que habitaba el cuervo, merodeaba una zorra que había sido atraída por el olorcillo del queso.

- ¡Buenos días, señor cuervo! ¡Qué bello plumaje viste! Desde luego, si su canto es igual a su plumaje… ¡será usted un auténtico primor!- Exclamó la zorra dirigiéndose al cuervo, con cierto tono irónico…

El cuervo, que no lo advirtió y no estaba acostumbrado a que le halagasen, por ser pájaro de mal agüero, abrió rápidamente el pico para mostrar a la zorra su magnífico canto, dejando caer el rico trozo de queso al suelo. En ese mismo instante, le dijo la zorra:

- No hay que dejarse embelesar por todo aquel que de coba, señor cuervo. La lección que le doy, ¡bien vale este trozo de queso!

Y el cuervo, muy avergonzado, juró que nunca más se dejaría engañar.

El lobo y la cabra

Un lobo divisó a una cabra, que pastaba plácidamente, una agradable mañana, al borde de un gran precipicio. El barranco les separaba, y el malicioso lobo, desde la distancia exclamó:¡Cuidado amiga, corres peligro! ¡Te puedes caer!

- Abandona ese lugar y ven hacia este otro. ¡Mira qué de pasto fresco me rodea!

- Gracias por tu ofrecimiento, lobo. Pero intuyo que la comida en ese lugar sería yo… ¡y no el pasto fresco! – Respondió sabiamente la cabra.

Conocer como la cabra, a aquellos que son malvados, resulta muy útil para no ser engañados.