Ford

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22 | tiempo argentino | investigación | año 1 | n· 327 | domingo 10 de abril de 2011 Fernando Pittaro [email protected] Los genocidas se aliaron con Ford para secuestrar a sus empleados Torturaron y desaparecieron a 25 obreros de la planta de Pacheco. Usaron el quincho como campo de concentración. Estuvieron un año a disposición del Ejecutivo, pero sobrevivieron para contarlo. Quien los delataba está en libertad. Más pruebas sobre la participación civil en el golpe militar de 1976 Investigación Héctor Francisco Sibilla, ex jefe de Seguridad de Ford, está en libertad. Vive en la calle Gorostiaga 1619, del barrio de Belgrano. EL QUE LOS MARCABA La causa se inició en 2003 en el Juzgado Federal Nº 3, a cargo de Daniel Rafecas. Pasó a San Martín donde está paralizada hace dos años. SIN AVANCES Para comunicarse con esta sección: [email protected] E l 24 de marzo de 1976 parecía un día más de trabajo para los 6500 obreros de Ford Mo- tor Argentina. Al sonar la sirena de salida, cada uno volvía a su ca- sa después de una larga jornada. Pero la sorpresa estaba en el por- tón de acceso. Allí, un grupo de militares de Campo Mayo había formado una fila, revisaba a cada operario y les pedía identificación. La pesadilla recién comenzaba. Esa mañana se llevaron a tres de- legados de la comisión interna y en dos semanas los secuestrados llegaron a 26. Usaron tanquetas y hasta helicópteros para ocupar el predio. La mayoría fueron tortu- rados en los quinchos del campo de deportes de la misma fábrica al grito de “zurdos, ustedes no tienen ni Dios ni patria”, donde entraron a punta de pistola recorriendo las líneas de producción. La complicidad entre los direc- tivos de Ford y el aparato estatal genocida quedó al descubierto tras una investigación encabeza- da por la periodista Mirian Lewin, emitida en Radio Nacional, al cumplirse un nuevo aniversario del último golpe de Estado. Tiem- po Argentino reunió a cuatro de los sobrevivientes de aquella tragedia y volvieron al lugar del horror 35 años después. “Ese día me presento a laburar como todos los días. Fichamos y voy a mi sección. Cuando me pon- go a trabajar se acerca el capataz general y me dice: Troiani, no se mueva de acá porque lo están vi- gilando. Me voy al baño a ver si alguien me sigue. Y ahí tomé con- ciencia de que ese día me tocaba”, relata con la voz entrecortada Pe- dro Troiani, uno de los delegados detenidos de la planta de General Pacheco. Hacía 12 años que traba- jaba como operario en el armado de las unidades. La carrocería lle- gaba pintada y en su sección ar- maban el motor y luego pasaba a reparación final. –¿Cuándo lo detienen? –El 13 de abril a las 10 de la maña- na entra una camioneta azul que usaba mantenimiento por la puer- ta principal de la planta, la veo ve- nir a 100 metros, con siete o diez militares caminando al lado de la camioneta. Llegan a la mitad de la planta y le preguntan a alguien quién es Troiani, y ese me señala. Después van a buscar a Conti y si- guen levantando gente de toda la planta. Lo van a buscar a Propato, nos suben a los golpes con la cu- lata de los fusiles a la camioneta, esposados. Nos sientan en el fon- do y a él lo traen mal por el pasillo, lo venían golpeando delante de la gente. –¿A dónde los llevaron? –De ahí nos sacan mal a Conti, Propato, Traverso, Portillo y Aré- valo. La camioneta sale fuera de la planta y van directo al campo de deportes, al famoso quincho nombrado en todas las denuncias. Nos bajan en el quincho y nos en- tran. Eran todos quinchos donde se hacían asados, con parrillas. Lo cerraron con lonas, lo techaron y nos amansaron a golpes. Ese fue el recibimiento del ejército de Cam- po de Mayo. Carlos Alberto Propato estaba pintando la carrocería de un auto cuando vinieron a buscarlo. Fue uno de los delegados con el que más se ensañaron los militares. Una vez tirado en el piso, le cu- brieron la cabeza con una bolsa de plástico y empezó a tener con- vulsiones. Eran las 10:30 de la mañana cuando el capataz se acerca a la cabina de esmalte y le grita: “Te buscan.” Eran los muchachos de verde. Otra vez. Tenía las manos y el cuerpo manchado de pintura. Pide per- miso para cambiarse y buscar sus documentos. No lo dejan. “Adonde vas a ir no te van a hacer falta los documentos”, le dicen antes de pe- garle un culatazo en la nuca. A 35 años de aquel episodio que cambió su vida para siempre, Pro- pato recuerda la crueldad de su de- tención. “Me ataron las manos con alambre y me subieron a la camio- neta a las patadas. Y aparecimos en el quincho y la paliza fue infernal, una carnicería. La sangre brotaba por todos lados, un acto dantesco. La verdad es que no podía creer, nosotros nos preguntábamos, ¿to- do esto por ser obreros?” Víctimas - Ismael Portillo, Ricardo Ávalos, Luis Degiusti y Pedro Troiani (de atrás para adelante), 35 años después se reunieron, frente a la Ford, para dar testimonio del horror. “El quincho donde se hacían asados lo cerraron con lonas, lo techaron y nos amansaron a golpes”, recuerda Pedro Toriani, uno de los sobrevivientes. FOTOS: HERNÁN MOMBELLI

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22 | tiempo argentino | investigación | año 1 | n·327 | domingo 10 de abril de 2011

Fernando [email protected]

Los genocidas se aliaron con Ford para secuestrar a sus empleados Torturaron y desaparecieron a 25 obreros de la planta de Pacheco. Usaron el quincho como campo de concentración. Estuvieron un año a disposición del Ejecutivo, pero sobrevivieron para contarlo. Quien los delataba está en libertad.

Más pruebas sobre la participación civil en el golpe militar de 1976

Investigación Héctor Francisco Sibilla, ex jefe de Seguridad de Ford, está en libertad. Vive en la calle Gorostiaga 1619, del barrio de Belgrano.

EL QUE LOS MARCABALa causa se inició en 2003 en el Juzgado Federal Nº 3, a cargo de Daniel Rafecas. Pasó a San Martín donde está paralizada hace dos años.

SIN AVANCES

Para comunicarse con esta sección:[email protected]

El 24 de marzo de 1976 parecía un día más de trabajo para los 6500 obreros de Ford Mo-

tor Argentina. Al sonar la sirena de salida, cada uno volvía a su ca-sa después de una larga jornada. Pero la sorpresa estaba en el por-tón de acceso. Allí, un grupo de militares de Campo Mayo había formado una fila, revisaba a cada operario y les pedía identificación. La pesadilla recién comenzaba. Esa mañana se llevaron a tres de-legados de la comisión interna y en dos semanas los secuestrados llegaron a 26. Usaron tanquetas y hasta helicópteros para ocupar el predio. La mayoría fueron tortu-rados en los quinchos del campo de deportes de la misma fábrica al grito de “zurdos, ustedes no tienen ni Dios ni patria”, donde entraron a punta de pistola recorriendo las líneas de producción.

La complicidad entre los direc-tivos de Ford y el aparato estatal genocida quedó al descubierto

tras una investigación encabeza-da por la periodista Mirian Lewin, emitida en Radio Nacional, al cumplirse un nuevo aniversario del último golpe de Estado. Tiem-po Argentino reunió a cuatro de los sobrevivientes de aquella tragedia y volvieron al lugar del horror 35 años después.

“Ese día me presento a laburar como todos los días. Fichamos y voy a mi sección. Cuando me pon-go a trabajar se acerca el capataz general y me dice: Troiani, no se mueva de acá porque lo están vi-gilando. Me voy al baño a ver si alguien me sigue. Y ahí tomé con-ciencia de que ese día me tocaba”, relata con la voz entrecortada Pe-

dro Troiani, uno de los delegados detenidos de la planta de General Pacheco. Hacía 12 años que traba-jaba como operario en el armado de las unidades. La carrocería lle-gaba pintada y en su sección ar-maban el motor y luego pasaba a reparación final.

–¿Cuándo lo detienen?–El 13 de abril a las 10 de la maña-na entra una camioneta azul que usaba mantenimiento por la puer-ta principal de la planta, la veo ve-nir a 100 metros, con siete o diez militares caminando al lado de la camioneta. Llegan a la mitad de la planta y le preguntan a alguien quién es Troiani, y ese me señala.

Después van a buscar a Conti y si-guen levantando gente de toda la planta. Lo van a buscar a Propato, nos suben a los golpes con la cu-lata de los fusiles a la camioneta, esposados. Nos sientan en el fon-do y a él lo traen mal por el pasillo, lo venían golpeando delante de la gente. –¿A dónde los llevaron?–De ahí nos sacan mal a Conti, Propato, Traverso, Portillo y Aré-valo. La camioneta sale fuera de la planta y van directo al campo de deportes, al famoso quincho nombrado en todas las denuncias. Nos bajan en el quincho y nos en-tran. Eran todos quinchos donde se hacían asados, con parrillas. Lo

cerraron con lonas, lo techaron y nos amansaron a golpes. Ese fue el recibimiento del ejército de Cam-po de Mayo.

Carlos Alberto Propato estaba pintando la carrocería de un auto cuando vinieron a buscarlo. Fue uno de los delegados con el que más se ensañaron los militares. Una vez tirado en el piso, le cu-brieron la cabeza con una bolsa de plástico y empezó a tener con-vulsiones.

Eran las 10:30 de la mañana cuando el capataz se acerca a la cabina de esmalte y le grita: “Te buscan.” Eran los muchachos de verde. Otra vez.

Tenía las manos y el cuerpo manchado de pintura. Pide per-miso para cambiarse y buscar sus documentos. No lo dejan. “Adonde vas a ir no te van a hacer falta los documentos”, le dicen antes de pe-garle un culatazo en la nuca.

A 35 años de aquel episodio que cambió su vida para siempre, Pro-pato recuerda la crueldad de su de-tención. “Me ataron las manos con alambre y me subieron a la camio-neta a las patadas. Y aparecimos en el quincho y la paliza fue infernal, una carnicería. La sangre brotaba por todos lados, un acto dantesco. La verdad es que no podía creer, nosotros nos preguntábamos, ¿to-do esto por ser obreros?”

Víctimas - Ismael Portillo, Ricardo Ávalos, Luis Degiusti y Pedro Troiani (de atrás para adelante), 35 años después se reunieron, frente a la Ford, para dar testimonio del horror.

“El quincho donde se hacían asados lo cerraron con lonas, lo techaron y nos amansaron a golpes”, recuerda Pedro Toriani, uno de los sobrevivientes.

fotos: hernÁn mombelli

domingo 10 de abril de 2011 | año 1 | n·327 | investigación | tiempo argentino | 23

–¿Todo oc u r r ió dent ro de la Ford?–Sí, dentro de la Ford, porque a mí no me agarraron fuera de la planta. Mi turno comenzaba a las 6 de la mañana y terminaba 14:45 y a mí me sacan a las 10:45 de la mañana, el martes 13 de abril de 1976.–¿Lo torturaron ahí?–Sí, dentro de la planta. Me hicie-ron “submarino seco”, me zapa-tearon como 25 malambos con espuela y todo, una cantidad de culatazos. Cuando llegué a la co-misaría de Tigre era un hígado como estaba. –¿Qué responsabilidad tuvo la Ford en la desaparición de todos ustedes?–Total. Cien por ciento. La Ford se asocia con el proceso, con Videla, Massera y Agosti y con la Triple A. Ellos están asociados. Los otros son los ejecutores, los milicos, porque a ellos les falta cerebro. A nosotros Ford nos recontra cagó la vida. Fue Ford quien nos entre-gó. Camps (Ramón, ex jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires) tomaba whisky con Curaut (José María, ex presidente de Ford) y nos decía: “Muchachos dennos la pelota, porque ahora la tenemos nosotros.”

Luis María Degiusti era dele-gado del comedor y apenas tenía 20 años cuando lo secuestraron. Levanta su mano derecha y, des-de el puente que mira a la Ford sobre Panamericana, señala el lugar exacto de la detención. “Vi-nieron a buscarme directo a mí. Y de ahí me llevaron a la zona de los quinchos y me dieron una paliza infernal.”

Vicente Ismael Portillo mues-tra una foto en blanco y negro. Es el carnet que presentaba todas las mañanas antes de entrar a la fábrica. A él lo detienen el martes 13 de abril de 1976. También tiene en sus manos el último recibo de sueldo que cobró de la multina-cional automotriz. “Mientras yo

estaba detenido en la comisaría de Tigre a mi familia le llegaban telegramas de la empresa que decían que si no me presentaba a trabajar me iban a despedir. La situación era desesperante” (ver recuadro).

Ricardo Ávalos fue el último de los 25 en ser detenido. Su suerte estaba marcada el 21 de abril de 1976. “Yo no era delegado, pero siempre estaba tratando de resol-ver los problemas del resto de los compañeros. A las dos y media de la tarde mi capataz me dice: ‘Te tengo que entregar, y ahí caí con los demás’.”

Tanto los secuestrados en el interior como en la salida de la fá-

brica tenían un verdugo que los delataba: Héctor Francisco Sibilla. Este m i l ita r ret irado, que tiene 85 años y aún hoy camina despreocupado por las calles del barrio porteño de Belgrano, fue jefe de Seguridad de la empresa y el que “marcaba” a los dele-gados y a otros opera-rios para facilitar a los militares la identifica-ción de los que iban a ser secuestrados. Después prestó sus servicios a la emba-jada estadounidense.

“E ste señor Sibi l la tenía un lápiz grueso

como un palo de luz: a notaba a mor i r. Estaba en todas las puertas, conocía a todo el mundo, tenía espías dentro de la planta, tenía opera-rios que trabajaban pa ra la Seg u r idad de la empresa. Eran operarios y gente de Seguridad. Estaban infiltrados en las filas de los obreros”, re-cuerda Carlos Alberto Propato.

Pedro Troiani tiene

la misma convicción y da su ver-sión de los hechos: “La empresa se lavó bien las manos. Ellos per-mitieron que los milicos vinieran a buscar a cada uno. ¿Cómo nos identifcaban entre 6500 operarios? Venían con la fotito del legajo. La empresa marcó secciones, lugares, y sectores donde estábamos.”

Esto mismo fue denunciado por el abogado Tomás Ojea Quintana en la “Causa Ford”, que tiene a su cargo el juzgado de San Martín. “Tenemos evidencias de que el jefe de Planta, Muller, y el jefe de Seguridad, Sibilla, sabían que los secuestrados dentro de la Planta, reunidos en el campo de depor-tes, después eran retirados por la puerta 2, donde estaba instalada la guardia de seguridad privada.

El personal militar que secuestra-ba personas venía con el legajo o la foto de los empleados. Hemos probado que esos legajos eran en-tregados por el área de Recursos Humanos, a cargo del señor Gui-llermo Galarraga, a los militares”, asegura Quintana.

Tomás Ojea Quintana es el abogado que patrocina la “Causa Ford” y defiende los intereses de los empleados de la empresa que fueron ilegítimamente detenidos durante la dictadura militar. La causa comenzó en 2003 cuando se reiniciaron los juicios vincula-dos al terrorismo de Estado, des-pués de la derogación de las leyes

El 13 de mayo de 1980, Ford inau-guró en la localidad de General Pacheco la primera planta de ca-miones que la automotriz estado-unidense tuvo en el país.

El acto, que anunciaba una in-versión total de 394 millones de dólares, tuvo asistencia perfecta de las principales espadas del Pro-ceso.

En primera fila se sentaron el ex ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, el jefe de la Policía Federal, general de división Juan Bautista Sasiaiñ y el director de Institutos Milita-res, general de División Cristino Nicolaides. Todos escuchaban atentos el discurso del presiden-te de Ford Motor Argentina, Juan María Courard, quien destacó “el significado de la obra que es otra muestra de la fe y confianza que Ford tiene depositada en el futuro de la Argentina”.

Los diferentes pasajes de su discurso muestran la íntima vin-

culación entre la multinacional y el gobierno militar.

“Ford Motor Argentina creyó en el Proceso de Reorganización Na-cional, porque vio en él el vehículo para que el país se reencuentre con su verdadero camino, el camino que lo conduzca al sitio que le corres-ponde dentro del marco regional y también en el marco mundial.”

Agregó, entusiasmado que “el cambio que estaba en gestación nos exigía, ante todo, hacer las cosas que hacemos dentro de la compañía cada vez mejor. Dar más de sí, para que nuestros produc-tos ofrecieran más. Poder competir con ventajas, no sólo para estar en la lucha, sino para ganar.”

Habían pasado cuatro años del golpe y la máxima autoridad de Ford en el país no titubeó en de-mostrar que su empresa y el apara-to del Estado genocida compartían el mismo rumbo:

“Vimos que, con el concurso de la población sana, el equipo gober-

nante primero levantó el país –no sólo económicamente, que era casi un milagro, sino moralmente, que era aun más difícil– y luego, lo pu-so en marcha. Si podemos mostrar al mundo –aunque algunos cierren los ojos ante esta verdad– una isla de paz, de trabajo y de felicidad, si nuestra fe en Dios nos da fuerzas para luchar por la vida y construir día a día la Argentina que todos queremos, si nos damos cuenta del significado de tener lo que tenemos y de vivir donde vivimos, entonces, hay muchas razones pa-ra sentirnos orgullosos.”

Y, al borde de la excitación re-tórica, concluyó: “Para esos repre-sentantes de la destrucción sin patria y sin Dios –que tanto pro-blemas le ha costado al país erra-dicarlos, y de los que aún existen algunos grupos– sólo queda el desprecio de los hombres de bien, de los que trabajando o estudian-do van haciendo la patria de todos los días.”

Martínez de Hoz y la isla de “paz y felicidad”

Documentos - Portillo aún atesora el carnet de empleado de la automotriz que presentaba todas las mañanas para ingresar y uno de sus recibos de sueldo.

La clave

Así se considera a la Ford, ya que delataron a sus empleados, usaron sus instalaciones para torturarlos, los pusieron a disposición de la dictadura militar y, mientras estaban desaparecidos, los intimaban con telegramas para que fueran a trabajar.

EJECUTORES“Dentro de la planta me hicieron el ‘submarino seco’, me zapatearon como 25 malambos con espuela y todo, cuando llegué a la comisaría era un hígado”, dice Propato.

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de Obediencia Debida y Punto Final. Pero luego de que el fiscal Delgado, a instancias de la que-rella, pidiera la indagatoria a José María Courard, ex presidente de Ford Argentina (ver recuadro), al señor Muller, jefe de la Planta de Pacheco, a Héctor Sibilla, jefe de Seguridad y al jefe de Personal, Galarraga, el expediente pasó a los tribunales de San Martín. Y hace dos años y medio que está virtual-mente detenido y paralizado.

–¿En qué situación se encuentra la causa penal?–Esperamos que la causa penal empiece a tener trámite. Que la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación participe de estos jui-cios a partir de la constituciona-lidad del juicio al señor Martínez de Hoz. Creemos que el Estado tiene que ponerse al frente de es-tos juicios vinculados a civiles que

fueron cómplices de la dictadura, civiles entroncados en el aparato económico de la dictadura.–¿Qué pasó con los puestos de tra-bajo de los secuestrados?–Lo que hizo Ford después de co-nocer y ser artífice del secuestro de estos delegados gremiales fue mandarles un telegrama a sus do-micilios, intimándolos a que se presentaran a trabajar bajo aper-cibimiento de despedirlos por abandono de trabajo. Un cinismo absoluto y perverso. Y efectiva-mente fueron todos despedidos por abandono del trabajo.

Unos meses antes del golpe, el clima ya era espeso dentro y fuera de la Ford. La Prefectura custodia-ba las inmediaciones de la fábrica y algunos empleados pensaron que se trataba de una protección que la multinacional había pedido al gobierno por el reciente asesi-nato de un alto directivo a manos del ERP. Pero la realidad indica-ba que los militares ya se habían instalado dentro de la fábrica y el campo de deportes era el centro de operaciones y, posteriormente, de secuestro y tortura.

Lo que iba suceder el 24 de mar-zo algunos ya lo sabían. Quince días antes, el secretario del SMATA, José Rodríguez, convocó a todos los de-legados a la Federación de Box para realizar una asamblea. El mensaje fue premonitorio: “Muchachos, se viene el golpe. Yo, si tengo que ha-cerle la venia al milico, se la voy a hacer. Cuídense porque los cuadros intermedios van presos.”

Pedro Troiani recuerda que en aquel momento ni se imaginaban lo que podía venir después: “No teníamos idea de que los cuadros intermedios éramos nosotros. ¿Nosotros presos? No somos de-lincuentes, no agarramos jamás un arma. Y llegó el 24 y fue verdad, José Rodríguez nos lo había can-tado.”

A diferencia de lo que sucedió

en Mercedes Benz, los trabajado-res de Ford sobrevivieron todos. Fueron secuestrados durante dos meses, en calidad de desapareci-dos sin que sus familias supieran dónde estaban y después fueron legalizados. Permanecieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional alrededor de un año y después fueron liberados.

Treinta y cinco años más tarde,

Portillo, Troiani, Degiusti, y Áva-los caminan al lado del portón de ingreso de los empleados de la fábrica y rodean el alambrado del enorme predio.

Se detienen y señalan las can-chas de f útbol y los quinchos donde los empleados todavía hoy comen asados los fines de sema-na. “Ahí nos torturaron”, dicen los cuatro con los dedos en alto. <

“El telegrama decía que si no te presentabas te echaban”Elisa de Troiani, esposa de uno de los desaparecidos.

–¿Qué gestiones hizo a partir de la desaparición de su marido? –Todas las que estaban dentro de nuestras posibilidades. Lo primero fue presentarnos en la comisaría de Tigre para ver si estaban ahí porque era un rumor, sonaba que podían estar ahí.–¿Cómo le había llegado ese ru-mor?–Por comentarios de gente que trabajaba dentro de la planta, por compañeros, amigos. Tuvimos la confirmación y pedimos hablar con el teniente coronel Molinari, a car-go del Área Militar de Zona Norte. Cuando lo voy a ver, saca una lista que tenía el logotipo de Ford. La re-corre con el dedo y me dice: “Sí, su marido está acá, en averiguación de antecedentes, y en cualquier mo-mento salen en libertad.” Esto fue el 17 o 18 de abril.–¿Pudo visitarlo o ponerle un abo-gado?–No, ninguna de las dos cosas. Lo

único que hice, con un abogado amigo, fue lograr que le contesta-ran un telegrama. Verlo, no.–¿Qué telegrama?–Porque después del tercer día de faltar a la planta, empezaron a mandar telegramas para que se presentaran a trabajar o se-rían despedidos por abandono de trabajo. Con un abogado ami-go lo mandamos, lo firmé yo y me lo rechazaron por improcedente. Pasaron los días, hasta que el 19 de mayo, fuimos como todos los días a llevar ropa y alimento con la señora de otro muchacho y nos dicen “su marido no está”. Se lo llevaron a Devoto. Y ahí empezó el periplo. Estaban ahí, los estaban blanqueando y eso fue de terror. Nos hicieron requisas espanto-sas, revisados de pies a cabezas sin ropa. Y seguimos en contacto con quien podíamos. Yo pude lle-gar hasta el general Riveros, en la Escuela de Comandos de Institu-tos Militares. Nos citó y nos hizo un poco de tor tura mental, que estaban detenidos por montone-

ros. “Están en averiguación de an-tecedentes, quédense tranquilas”, nos decía.En ese momento se nos enferma un hijo. Empecé a llamar por teléfo-no a Molinari, que necesitaba que estuviera su padre, que el chico estaba muy grave, desahuciado, pero que no lo quería en calidad de préstamo. Si era definitivo, sí, si no que ni se molestara. Entonces él empezó a hacer gestiones, me em-pezó a llamar. Llamó por teléfono a la clínica y me dijo: “Señora entre esta noche y mañana su marido es-tá con ustedes.” Era el 19 de marzo de 1977, y efectivamente a las 9 de la mañana estaba en libertad. Ha-bía pasado todo un año.–Durante todo ese año en que su marido estuvo preso y su hijo en-fermo, ¿recibió algún tipo de ayuda de la Ford? ¿Le pagaron el sueldo?–No, me pagaron los días que ha-bían quedado trabajados y tres meses de salario familiar. Yo fui a buscarlo a la empresa y un señor directivo de Ford, vecino de acá de San Isidro, buena persona, se

llamaba Jorge Fernández, me dijo: “Señora no venga usted, yo se lo voy a llevar a mi casa. Acérquese a mi casa.” El primer mes lo cobré yo y los otros dos meses lo iba a buscar a su casa.–¿Alguna vez cuando se llevaron a su marido de la Ford pensó que no lo volvería a ver? –No teníamos todo el conocimiento ni el alcance de saber lo que estaba pasando. Tomamos más conciencia cuando nos encontrábamos en la puerta con el resto de las mujeres familiares en Villa Devoto, y se ha-blaba de gente desaparecida. Yo no sé si fui muy optimista o qué, pero pensaba por qué le iba a poder pa-sar algo si él no hacía nada raro, simplemente era un delegado. Y ellos insistían en que era averigua-ción de antecedentes, que nos que-dáramos tranquilas, que ya iban a salir en libertad, que era inminente, y así pasaron once meses chupados en Tigre. Todos castigados. Porque si llevábamos los chicos –poco y na-da por las requisas– era muy feo, una cosa lasciva.

Infierno - Portillo y Troiani señalan el campo de deportes de la planta de Pacheco donde estaba el quincho en el que los torturaron antes de trasladarlos.

La clave

Los reconocían entre los 6500 operarios porque tenían las fotos de los legajos que les habían facilitado desde Personal. Además, la propia empresa marcaba los sectores en los que estaban. El jefe de Seguridad, Héctor Sibilla, está en libertad.

DELATORES

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