Fortunata y jacinta benito perez galdos

1090

Transcript of Fortunata y jacinta benito perez galdos

  • 1. Fortunata y Jacinta dos historias de casadas Benito Prez Galds

2. Fortunata y Jacinta Benito Prez Galds Literanda, 2014 Coleccin Literanda Narrativa Diseo de portada: Pedro Lira Rencoret, Mujer en el Balcn de la presente edicin: Literanda, 2014 Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorizacin ex- presa de los titulares del copyright la reproduccin total o parcial de esta obra por cual- quier medio o procedimiento. Ms ediciones en www.literanda.com 3. PARTE PRIMERA -4- 4. I JUANITO SANTA CRUZ I Las noticias ms remotas que tengo de la persona que lleva este nombre me las ha dado Jacinto Mara Villalonga, y alcanzan al tiempo en que este amigo mo y el otro y el de ms all, Zalamero, Joaquinito Pez, Alejandro Miquis, iban a las aulas de la Universidad. No cursa- ban todos el mismo ao, y aunque se reunan en la ctedra de Cams, separbanse en la de Derecho Romano: el chico de Santa Cruz era discpulo de Novar, y Villalonga de Coronado. Ni tenan todos el mismo grado de aplicacin: Zalamero, juicioso y circunspecto como pocos, era de los que se ponen en la primera fila de bancos, mirando con faz complacida al profesor mientras explica, y haciendo con la cabeza discretas seales de asentimiento a todo lo que dice. Por el contrario, Santa Cruz y Villalonga se ponan siempre en la grada ms alta, envueltos en sus capas y ms parecidos a conspiradores que a estudiantes. All pasaban el rato charlando por lo bajo, leyendo no- velas, dibujando caricaturas o soplndose recprocamente la leccin cuando el catedrtico les preguntaba. Juanito Santa Cruz y Miquis llevaron un da una sartn (no s si a la clase de Novar o a la de Uribe, que explicaba Metafsica) y frieron un par de huevos. Otras muchas tonteras de este jaez cuenta Villalonga, las cuales no copio por no alargar este relato. Todos ellos, a excepcin de Miquis que se muri en el 64 soando con la gloria de Schiller, metieron infernal bulla en el clebre alboroto de la noche de San Daniel. Hasta el formalito Za- lamero se descompuso en aquella ruidosa ocasin, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se gan dos bofetadas de un guardia veterano, sin ms consecuencias. Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibi un sablazo en el hom- bro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el se- gundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevencin en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes -5- 5. decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje. A la sombra me lo tuvieron veinte y tantas horas, y an durara ms su cautiverio, si de l no le sacara el da 11 su pap, sujeto respetabilsimo y muy bien relacionado. Ay!, el susto que se llevaron D. Baldomero Santa Cruz y Barbarita no es para contado. Qu noche de angustia la del 10 al 11! Ambos crean no volver a ver a su adorado nene, en quien, por ser nico, se miraban y se recreaban con inefables goces de padres chochos de ca- rio, aunque no eran viejos. Cuando el tal Juanito entr en su casa, plido y hambriento, descompuesta la faz graciosa, la ropita llena de sietes y oliendo a pueblo, su mam vacilaba entre reirle y comrsele a besos. El insigne Santa Cruz, que se haba enriquecido honrada- mente en el comercio de paos, figuraba con timidez en el antiguo partido progresista; mas no era socio de la revoltosa Tertulia, porque las inclinaciones antidinsticas de Olzaga y Prim le hacan muy poca gracia. Su club era el saln de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las noches D. Manuel Cantero, D. Cirilo lvarez y D. Joaqun Aguirre, y algunas D. Pascual Madoz. No poda ser, pues, D. Baldo- mero, por razn de afinidades personales, sospechoso al poder. Creo que fue Cantero quien le acompa a Gobernacin para ver a Gon- zlez Bravo, y ste dio al punto la orden para que fuese puesto en li- bertad el revolucionario, el anarquista, el descamisado Juanito. Cuando el nio estudiaba los ltimos aos de su carrera, verificose en l uno de esos cambiazos crticos que tan comunes son en la edad juvenil. De travieso y alborotado volviose tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya. Entrole la comezn de cumplir religiosamente sus deberes escolsticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos. No slo iba a clase puntualsimo y car- gado de apuntes, sino que se pona en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicacin, como diciendo: yo tambin me s eso y algo ms. Al concluir la clase, era de los que le cortan el paso al catedrtico para consultarle un punto oscuro -6- 6. del texto o que les resuelva una duda. Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicacin. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traa muy desasosegado. Por aquellos das no era todava costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho que estn ma- mando la leche del conocimiento. Juanito se reuna con otros cacho- rros en la casa del chico de Tellera (Gustavito) y all armaban grandes peloteras. Los temas ms sutiles de Filosofa de la Historia y del De- recho, de Metafsica y de otras ciencias especulativas (pues an no estaban de moda los estudios experimentales, ni el transformismo, ni Darwin, ni Haeckel eran para ellos, lo que para otros el trompo o la cometa. Qu gran progreso en los entretenimientos de la niez! Cuando uno piensa que aquellos mismos nenes, si hubieran vivido en edades remotas, se habran pasado el tiempo mamndose el dedo, o haciendo y diciendo toda suerte de boberas...! Todos los dineros que su pap le daba, dejbalos Juanito en casa de Bailly-Baillire, a cuenta de los libros que iba tomando. Refiere Villalonga que un da fue Barbarita reventando de gozo y orgullo a la librera, y despus de saldar los dbitos del nio, dio orden de que entregaran a este todos los mamotretos que pidiera, aunque fuesen caros y tan grandes como misales. La bondadosa y angelical seora quera poner un freno de modestia a la expresin de su vanidad ma- ternal. Figurbase que ofenda a los dems, haciendo ver la suprema- ca de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quera tampoco profanar, hacindolo pblico, aquel encanto ntimo, aquel himno de la conciencia que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. nicamente se clareaba alguna vez, soltando como al des- cuido estas entrecortadas razones: Ay qu chico!... cunto lee! Yo digo que esas cabezas tienen algo, algo, s seor, que no tienen las dems... En fin, ms vale que le d por ah. Concluy Santa Cruz la carrera de Derecho, y de aadidura la de Filosofa y Letras. Sus paps eran muy ricos y no queran que el nio fuese comerciante, ni haba para qu, pues ellos tampoco lo eran ya. Apenas terminados los estudios acadmicos, verificose en Juanito un nuevo cambiazo, una segunda crisis de crecimiento, de esas que mar- -7- 7. can el misterioso paso o transicin de edades en el desarrollo indivi- dual. Perdi bruscamente la aficin a aquellas furiosas broncas ora- torias por un ms o un menos en cualquier punto de Filosofa o de Historia; empez a creer ridculos los sofocones que se haba tomado por probar que en las civilizaciones de Oriente el poder de las castas sacerdotales era un poquito ms ilimitado que el de los reyes, contra la opinin de Gustavito Tellera, el cual sostena, dando puetazos sobre la mesa, que lo era un poquitn menos. Dio tambin en pensar que maldito lo que le importaba que la conciencia fuera la intimidad total del ser racional consigo mismo, o bien otra cosa semejante, como quera probar, hinchndose de conviccin airada, Joaquinito Pez. No tard, pues, en aflojar la cuerda a la mana de las lecturas, hasta llegar a no leer absolutamente nada. Barbarita crea de buena fe que su hijo no lea ya porque haba agotado el pozo de la ciencia. Tena Juanito entonces veinticuatro aos. Le conoc un da en casa de Federico Cimarra en un almuerzo que este dio a sus amigos. Se me ha olvidado la fecha exacta; pero debi de ser esta hacia el 69, porque recuerdo que se habl mucho de Figuerola, de la capitacin y del derribo de la torre de la iglesia de Santa Cruz. Era el hijo de D. Baldomero muy bien parecido y adems muy simptico, de estos hombres que se recomiendan con su figura antes de cautivar con su trato, de estos que en una hora de conversacin ganan ms amigos que otros repartiendo favores positivos. Por lo bien que deca las cosas y la gracia de sus juicios, aparentaba saber ms de lo que saba, y en su boca las paradojas eran ms bonitas que las verdades. Vesta con elegancia y tena tan buena educacin, que se le perdonaba f- cilmente el hablar demasiado. Su instruccin y su ingenio agudsimo le hacan descollar sobre todos los dems mozos de la partida, y aun- que a primera vista tena cierta semejanza con Joaquinito Pez, tratn- doles se echaban de ver entre ambos profundas diferencias, pues el chico de Pez, por su ligereza de carcter y la garrulera de su enten- dimiento, era un verdadero botarate. Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tan discreta y delicada, que no se atreva a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que -8- 8. todas las dems seoras haban de tener celos de ella. Si esta pasin de madre daba a Barbarita inefables alegras, tambin era causa de zozobras y cavilaciones. Tema que Dios la castigase por su orgullo; tema que el adorado hijo enfermara de la noche a la maana y se muriera como tantos otros de menos mrito fsico y moral. Porque no haba que pensar que el mrito fuera una inmunidad. Al contrario, los ms brutos, los ms feos y los perversos son los que se hartan de vivir, y parece que la misma muerte no quiere nada con ellos. Del tormento que estas ideas daban a su alma se defenda Barbarita con su ardiente fe religiosa. Mientras oraba, una voz interior, susurro dul- csimo como chismes trados por el ngel de la Guarda, le deca que su hijo no morira antes que ella. Los cuidados que al chico prodigaba eran esmeradsimos; pero no tena aquella buena seora las tonteras dengosas de algunas madres, que hacen de su cario una mana inso- portable para los que la presencian, y corruptora para las criaturas que son objeto de l. No trataba a su hijo con mimo. Su ternura saba ser inteligente y revestirse a veces de severidad dulce. Y por qu le llamaba todo el mundo y le llama todava casi un- nimemente Juanito Santa Cruz? Esto s que no lo s. Hay en Madrid muchos casos de esta aplicacin del diminutivo o de la frmula fa- miliar del nombre, aun tratndose de personas que han entrado en la madurez de la vida. Hasta hace pocos aos, al autor cien veces ilustre de Pepita Jimnez, le llamaban sus amigos y los que no lo eran, Jua- nito Valera. En la sociedad madrilea, la ms amena del mundo por- que ha sabido combinar la cortesa con la confianza, hay algunos Pepes, Manolitos y Pacos que, aun despus de haber con- quistado la celebridad por diferentes conceptos, continan nombrados con esta familiaridad democrtica que demuestra la llaneza castiza del carcter espaol. El origen de esto habr que buscarlo quiz en ternuras domsticas o en hbitos de servidumbre que trascienden sin saber cmo a la vida social. En algunas personas, puede relacionarse el diminutivo con el sino. Hay efectivamente Manueles que nacieron predestinados para ser Manolos toda su vida. Sea lo que quiera, al venturoso hijo de D. Baldomero Santa Cruz y de doa BrbaraArnaiz -9- 9. le llamaban Juanito, y Juanito le dicen y le dirn quiz hasta que las canas de l y la muerte de los que le conocieron nio vayan alterando poco a poco la campechana costumbre. Conocida la persona y sus felices circunstancias, se comprender fcilmente la direccin que tomaron las ideas del joven Santa Cruz al verse en las puertas del mundo con tantas probabilidades de xito. Ni extraar nadie que un chico guapo, poseedor del arte de agradar y del arte de vestir, hijo nico de padres ricos, inteligente, instruido, de frase seductora en la conversacin, pronto en las respuestas, agudo y ocurrente en los juicios, un chico, en fin, al cual se le podra poner el rtulo social de brillante, considerara ocioso y hasta ridculo el me- terse a averiguar si hubo o no un idioma nico primitivo, si el Egipto fue una colonia bramnica, si la China es absolutamente independiente de tal o cual civilizacin asitica, con otras cosas que aos atrs le qui- taban el sueo, pero que ya le tenan sin cuidado, mayormente si pen- saba que lo que l no averiguase otro lo averiguara... Y por ltimo deca pongamos que no se averige nunca. Y qu...?. El mundo tangible y gustable le seduca ms que los incompletos conocimientos de vida que se vislumbran en el fugaz resplandor de las ideas sacadas a la fuerza, chispas obtenidas en nuestro cerebro por la percusin de la voluntad, que es lo que constituye el estudio. Juanito acab por de- clararse a s mismo que ms sabe el que vive sin querer saber que el que quiere saber sin vivir, o sea aprendiendo en los libros y en las aulas. Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar. La lectura es vida artificial y prestada, el usufructo, mediante una fun- cin cerebral, de las ideas y sensaciones ajenas, la adquisicin de los tesoros de la verdad humana por compra o por estafa, no por el trabajo. No paraban aqu las filosofas de Juanito, y haca una comparacin que no carece de exactitud. Deca que entre estas dos maneras de vivir, observaba l la diferencia que hay entre comerse una chuleta y que le vengan a contar a uno cmo y cundo se la ha comido otro, haciendo el cuento muy a lo vivo, se entiende, y describiendo la cara que pona, el gusto que le daba la masticacin, la gana con que tragaba y el reposo con que digera. -10- 10. II Empez entonces para Barbarita nueva poca de sobresaltos. Si antes sus oraciones fueron pararrayos puestos sobre la cabeza de Jua- nito para apartar de ella el tifus y las viruelas, despus intentaban li- brarle de otros enemigos no menos atroces. Tema los escndalos que ocasionan lances personales, las pasiones que destruyen la salud y envilecen el alma, los despilfarros, el desorden moral, fsico y eco- nmico. Resolviose la insigne seora a tener carcter y a vigilar a su hijo. Hzose fiscalizadora, reparona, entrometida, y unas veces con dulzura, otras con aspereza que le costaba trabajo fingir, tomaba razn de todos los actos del joven, tundindole a preguntas: A dnde vas con ese cuerpo?... De dnde vienes ahora?... Por qu entraste ano- che a las tres de la maana?... En qu has gastado los mil reales que ayer te di?... A ver, qu significa este perfume que se te ha pegado a la cara?.... Daba sus descargos el delincuente como poda, fatigando su imaginacin para procurarse respuestas que tuvieran visos de l- gica, aunque estos fueran como fulgor de relmpago. Pona una de cal y otra de arena, mezclando las contestaciones categricas con los mimos y las zalameras. Bien saba cul era el flanco dbil del ene- migo. Pero Barbarita, mujer de tanto espritu como corazn, se las tena muy tiesas y saba defenderse. En algunas ocasiones era tan fuerte la acometida de cariitos, que la mam estaba a punto de ren- dirse, fatigada de su entereza disciplinaria. Pero, qua!, no se renda; y vuelta al ajuste de cuentas, y al inquirir, y al tomar acta de todos los pasos que el predilecto daba por entre los peligros sociales. En honor a la verdad, debo decir que los desvaros de Juanito no eran ninguna cosa del otro jueves. En esto, como en todo lo malo, hemos progresado de tal modo, que las barrabasadas de aquel nio bonito hace quince aos, nos pareceran hoy timideces y aun actos de ejem- plaridad relativa. Presentose en aquellos das al simptico joven la coyuntura de hacer su primer viaje a Pars, adonde iban Villalonga y Federico Ruiz comisionados por el Gobierno, el uno a comprar mquinas de agri- cultura, el otro a adquirir aparatos de astronoma. A D. Baldomero le -11- 11. pareci muy bien el viaje del chico, para que viese mundo; y Barba- rita no se opuso, aunque le mortificaba mucho la idea de que su hijo correra en la capital de Francia temporales ms recios que los de Ma- drid. A la pena de no verle unase el temor de que le sorbieran aque- llos gabachos y gabachas, tan diestros en desplumar al forastero y en maleficiar a los jvenes ms juiciosos. Bien se saba ella que all hi- laban muy fino en esto de explotar las debilidades humanas, y que Madrid era, comparado en esta materia con Pars de Francia, un lugar de abstinencia y mortificacin. Tan triste se puso un da pensando en estas cosas y tan al vivo se le representaban la prxima perdicin de su querido hijo y las redes en que inexperto caa, que sali de su casa resuelta a implorar la misericordia divina del modo ms solemne, conforme a sus grandes medios de fortuna. Primero se le ocurri en- cargar muchas misas al cura de San Gins, y no parecindole esto bastante, discurri mandar poner de Manifiesto la Divina Majestad todo el tiempo que el nio estuviese en Pars. Ya dentro de la Iglesia, pens que lo del Manifiesto era un lujo desmedido y por lo mismo quiz irreverente. No, guardara el recurso gordo para los casos gra- ves de enfermedad o peligro de muerte. Pero en lo de las misas s que no se volvi atrs, y encarg la mar de ellas, repartiendo adems aquella semana ms limosnas que de costumbre. Cuando comunicaba sus temores a D. Baldomero, este se echaba a rer y le deca: El chico es de buena ndole. Djale que se divierta y que la corra. Los jvenes del da necesitan despabilarse y ver mucho mundo. No son estos tiempos como los mos, en que no la corra nin- gn chico del comercio, y nos tenan a todos metidos en un puo hasta que nos casaban. Qu costumbres aquellas tan diferentes de las de ahora! La civilizacin, hija, es mucho cuento. Qu padre le dara hoy un par de bofetadas a un hijo de veinte aos por haberse puesto las botas nuevas en da de trabajo? Ni cmo te atreveras hoy a proponerle a un mocetn de estos que rece el rosario con la familia? Hoy los jvenes disfrutan de una libertad y de una iniciativa para di- vertirse que no gozaban los de antao. Y no creas, no creas que por esto son peores. Y si me apuras, te dir que conviene que los chicos -12- 12. no sean tan encogidos como los de entonces. Me acuerdo de cuando yo era pollo. Dios mo, qu soso era! Ya tena veinticinco aos, y no saba decir a una mujer o seora sino que usted lo pase bien, y de ah no me sacaba nadie. Como que me haba pasado en la tienda y en el almacn toda la niez y lo mejor de mi juventud. Mi padre era una fiera; no me perdonaba nada. As me cri, as sal yo, con unas ideas de rectitud y unos hbitos de trabajo, que ya, ya... Por eso bendigo hoy los coscorrones que fueron mis verdaderos maestros. Pero en lo referente a sociedad, yo era un salvaje. Como mis padres no me per- mitan ms compaa que la de otros muchachones tan oos como yo, no saba ninguna suerte de travesuras, ni haba visto a una mujer ms que por el forro, ni entenda de ningn juego, ni poda hablar de nada que fuera mundano y corriente. Los domingos, mi mam tena que ponerme la corbata y encasquetarme el sombrero, porque todas las prendas del da de fiesta parecan querer escaprseme del cuerpo. T bien te acuerdas. Anda, que tambin te has redo de m. Cuando mis padres me hablaron... as, a boca de jarro, de que me iba a casar contigo, me corri un fro por todo el espinazo...! Todava me acuerdo del miedo que te tena. Nuestros padres nos dieron esto ama- sado y cocido. Nos casaron como se casa a los gatos, y punto con- cluido. Sali bien; pero hay tantos casos en que esta manera de hacer familias sale malditamente... Qu risa! Lo que me daba ms miedo cuando mi madre me habl de casarme, fue el compromiso en que estaba de hablar contigo... No tena ms remedio que decirte algo... Caramba, qu sudores pas! Pero yo qu le voy a decir, si lo nico que s es que usted lo pase bien, y en saliendo de ah soy hombre perdido...?. Ya te he contado mil veces la saliva amarga que tragaba ay, Dios mo!, cuando mi madre me mandaba ponerme la levita de pao negro para llevarme a tu casa. Bien te acuerdas de mi famosa levita, de lo mal que me estaba y de lo desmaado que era en tu presencia, pues no me arrancaba a decir una palabra sino cuando alguien me ayudaba. Los primeros das me inspirabas verdadero terror, y me pasaba las horas pensando cmo haba de entrar y qu cosas haba de decir, y -13- 13. discurriendo alguna triquiuela para hacer menos ridcula mi corte- dad... Dgase lo que se quiera, hija, aquella educacin no era buena. Hoy no se puede criar a los hijos de esa manera. Yo qu quieres que te diga!, creo que en lo esencial Juanito no ha de faltarnos. Es de casta honrada, tiene la formalidad en la masa de la sangre. Por eso estoy tranquilo, y no veo con malos ojos que se despabile, que conozca el mundo, que adquiera soltura de modales.... No, si lo que menos falta hace a mi hijo es adquirir soltura, por- que la tiene desde que era una criatura... Si no es eso. No se trata aqu de modales, sino de que me le coman esas bribonas... Mira, mujer, para que los jvenes adquieran energa contra el vicio, es preciso que lo conozcan, que lo caten, s, hija, que lo caten. No hay peor situacin para un hombre que pasarse la mitad de la vida rabiando por probarlo y no pudiendo conseguirlo, ya por timidez, ya por esclavitud. No hay muchos casos como yo, bien lo sabes; ni de estos tipos que jams, ni antes ni despus de casados, tuvieron trapi- cheos, entran muchos en libra. Cada cual en su poca. Juanito, en la suya, no puede ser mejor de lo que es, y si te empeas en hacer de l un anacronismo o una rareza, un non como su padre, puede que lo eches a perder. Estas razones no convencan a Barbarita, que segua con toda el alma fija en los peligros y escollos de la Babilonia parisiense, porque haba odo contar horrores de lo que all pasaba. Como que estaba in- festada la gran ciudad de unas mujeronas muy guapas y elegantes que al pronto parecan duquesas, vestidas con los ms bonitos y los ms nuevos arreos de la moda. Mas cuando se las vea y oa de cerca, re- sultaban ser unas tiotas relajadas, comilonas, borrachas y vidas de dinero, que desplumaban y resecaban al pobrecito que en sus garras caa. Contbale estas cosas el marqus de Casa-Muoz que casi todos los veranos iba al extranjero. Las inquietudes de aquella incomparable seora acabaron con el regreso de Juanito. Y quin lo dira! Volvi mejor de lo que fue. Tanto hablar de Pars, y cuando Barbarita crea ver entrar a su hijo hecho una lstima, todo rechupado y anmico, se le ve ms gordo y -14- 14. lucio que antes, con mejor color y los ojos ms vivos, muchsimo ms alegre, ms hombre en fin, y con una amplitud de ideas y una puntera de juicio que a todos dejaba pasmados. Vaya con Pars!... El marqus de Casa-Muoz se lo deca a Barbarita: No hay que in- volucrar, Pars es muy malo; pero tambin es muy bueno. -15- 15. II Santa Cruz y Arnaiz. Vistazo histrico sobre el comercio matritense I Don Baldomero Santa Cruz era hijo de otro D. Baldomero Santa Cruz que en el siglo pasado tuvo ya tienda de paos del Reino en la calle de la Sal, en el mismo local que despus ocup D. Mauro Re- quejo. Haba empezado el padre por la ms humilde jerarqua comer- cial, y a fuerza de trabajo, constancia y orden, el hortera de 1796 tena, por los aos del 10 al 15, uno de los ms reputados estableci- mientos de la Corte en paera nacional y extranjera. Don Baldomero II, que as es forzoso llamarle para distinguirle del fundador de la di- nasta, hered en 1848 el copioso almacn, el slido crdito y la res- petabilsima firma de D. Baldomero I, y continuando las tradiciones de la casa por espacio de veinte aos ms, retirose de los negocios con un capital sano y limpio de quince millones de reales, despus de traspasar la casa a dos muchachos que servan en ella, el uno pa- riente suyo y el otro de su mujer. La casa se denomin desde enton- ces Sobrinos de Santa Cruz, y a estos sobrinos, D. Baldomero y Barbarita les llamaban familiarmente los Chicos. En el reinado de D. Baldomero I, o sea desde los orgenes hasta 1848, la casa trabaj ms en gneros del pas que en los extranjeros. Escaray y Pradoluengo la surtan de paos, Brihuega de bayetas, An- tequera de pauelos de lana. En las postrimeras de aquel reinado fue cuando la casa empez a trabajar en gneros de fuera, y la reforma arancelaria de 1849 lanz a D. Baldomero II a mayores empresas. No slo realiz contratos con las fbricas de Bjar yAlcoy para dar mejor salida a los productos nacionales, sino que introdujo los famosos Se- danes para levitas, y las telas que tanto se usaron del 45 al 55, aquellos patencures, anascotes, cbicas y chinchillas que ilustran la gloriosa historia de la sastrera moderna. Pero de lo que ms provecho sac la casa fue del ramo de capotes y uniformes para el Ejrcito y la Milicia -16- 16. Nacional, no siendo tampoco despreciable el beneficio que obtuvo del artculo para capas, el abrigo propiamente espaol que resiste a todas las modas de vestir, como el garbanzo resiste a todas las modas de comer. Santa Cruz, Bringas yArnaiz el gordo, monopolizaban toda la paera de Madrid y surtan a los tenderos de la calle de Atocha, de la Cruz y Toledo. En las contratas de vestuario para el Ejrcito y Milicia Nacional, ni Santa Cruz, ni Arnaiz, ni tampoco Bringas daban la cara. Apareca como contratista un tal Albert, de origen belga, que haba empezado por introducir paos extranjeros con mala fortuna. Este Albert era hombre muy para el caso, activo, despabilado, seguro en sus tratos aunque no estuvieran escritos. Fue el auxiliar eficacsimo de Casa- rredonda en sus valiosas contratas de lienzos gallegos para la tropa. El pantaln blanco de los soldados de hace cuarenta aos ha sido ori- gen de grandsimas riquezas. Los fardos de Coruas y Viveros dieron a Casarredonda y al tal Albert ms dinero que a los Santa Cruz y a los Bringas los capotes y levitas militares de Bjar, aunque en rigor de verdad estos comerciantes no tenan por qu quejarse. Albert muri el 55, dejando una gran fortuna, que hered su hija casada con el sucesor de Muoz, el de la inmemorial ferretera de la calle de Tin- toreros. En el reinado de D. Baldomero II, las prcticas y procedimientos comerciales se apartaron muy poco de la rutina heredada. All no se supo nunca lo que era un anuncio en el Diario, ni se emplearon via- jantes para extender por las provincias limtrofes el negocio. El refrn de el buen pao en el arca se vende era verdad como un templo en aquel slido y bien reputado comercio. Los detallistas no necesitaban que se les llamase a son de cencerro ni que se les embaucara con artes charlatnicas. Demasiado saban todos el camino de la casa, y las me- tdicas y honradas costumbres de esta, la fijeza de los precios, los descuentos que se hacan por pronto pago, los plazos que se daban, y todo lo dems concerniente a la buena inteligencia entre vendedor y parroquiano. El escritorio no alter jams ciertas tradiciones vene- randas del laborioso reinado de D. Baldomero I. All no se usaron -17- 17. nunca estos copiadores de cartas que son una aplicacin de la im- prenta a la caligrafa. La correspondencia se copiaba a pulso por un empleado que estuvo cuarenta aos sentado en la misma silla delante del mismo atril, y que por efecto de la costumbre casi copiaba la carta matriz de su principal sin mirarla. Hasta que D. Baldomero realiz el traspaso, no se supo en aquella casa lo que era un metro, ni se quita- ron a la vara de Burgos sus fueros seculares. Hasta pocos aos antes del traspaso, no us Santa Cruz los sobres para cartas, y estas se ce- rraban sobre s mismas. No significaban tales rutinas terquedad y falta de luces. Por el con- trario, la clara inteligencia del segundo Santa Cruz y su conocimiento de los negocios, sugeranle la idea de que cada hombre pertenece a su poca y a su esfera propias, y que dentro de ellas debe exclusiva- mente actuar. Demasiado comprendi que el comercio iba a sufrir profunda transformacin, y que no era l el llamado a dirigirlo por los nuevos y ms anchos caminos que se le abran. Por eso, y porque ansiaba retirarse y descansar, traspas su establecimiento a los Chi- cos que haban sido deudos y dependientes suyos durante veinte aos. Ambos eran trabajadores y muy inteligentes. Alternaban en sus viajes al extranjero para buscar y traer las novedades, alma del trfico de telas. La concurrencia creca cada ao, y era forzoso apelar al re- clamo, recibir y expedir viajantes, mimar al pblico, contemporizar y abrir cuentas largas a los parroquianos, y singularmente a las pa- rroquianas. Como los Chicos haban abarcado tambin el comercio de lanillas, merinos, telas ligeras para vestidos de seora, paolera, confecciones y otros artculos de uso femenino, y adems abrieron tienda al por menor y al vareo, tuvieron que pasar por el inconve- niente de las morosidades e insolvencias que tanto quebrantan al co- mercio. Afortunadamente para ellos, la casa tena un crdito inmenso. La casa del gordo Arnaiz era relativamente moderna. Se haba hecho paero porque tuvo que quedarse con las existencias de Albert, para indemnizarse de un prstamo que le hiciera en 1843. Trabajaba exclusivamente en gnero extranjero; pero cuando Santa Cruz hizo su traspaso a los Chicos, tambin Arnaiz se inclinaba a hacer lo -18- 18. mismo, porque estaba ya muy rico, muy obeso, bastante viejo y no quera trabajar. Daba y tomaba letras sobre Londres y representaba a dos Compaas de seguros. Con esto tena lo bastante para no abu- rrirse. Era hombre que cuando se pona a toser haca temblar el edi- ficio donde estaba; excelente persona, librecambista rabioso, anglmano y soltern. Entre las casas de Santa Cruz yArnaiz no hubo nunca rivalidades; antes bien, se ayudaban cuanto podan. El gordo y D. Baldomero tratronse siempre como hermanos en la vida social y como compaeros queridsimos en la comercial, salvo alguna dis- cusin demasiado agria sobre temas arancelarios, porque Arnaiz haba hecho la gracia de leer a Bastiat y concurra a los meetings de la Bolsa, no precisamente para or y callar, sino para echar discursos que casi siempre acababan en sofocante tos. Trinaba contra todo aran- cel que no significara un simple recurso fiscal, mientras que D. Bal- domero, que en todo era templado, pretenda que se conciliasen los intereses del comercio con los de la industria espaola. Si esos ca- talanes no fabrican ms que adefesios deca Arnaiz entre tos y tos , y reparten dividendos de sesenta por ciento a los accionistas.... Dale!, ya pareci aquello responda don Baldomero Pues yo te probar... Sola no probar nada, ni el otro tampoco, quedndose cada cual con su opinin; pero con estas sabrosas peloteras pasaban el tiempo. Tambin haba entre estos dos respetables sujetos parentesco de afi- nidad, porque doa Brbara, esposa de Santa Cruz, era prima del gordo, hija de Bonifacio Arnaiz, comerciante en paolera de la China. Y escudriando los troncos de estos linajes matritenses, sera fcil encontrar que los Arnaiz y los Santa Cruz tenan en sus diferen- tes ramas una savia comn, la savia de los Trujillos. Todos somos unos dijo alguna vez el gordo en las expansiones de su humor fes- tivo, inclinado a las sinceridades democrticas , t por tu madre y yo por mi abuela, somos Trujillos netos, de patente; descendemos de aquel Matas Trujillo que tuvo albardera en la calle de Toledo all por los tiempos del motn de capas y sombreros. No lo invento yo; lo canta una escritura de juros que tengo en mi casa. Por eso le he dicho -19- 19. ayer a nuestro pariente Ramn Trujillo... ya sabis que me le han hecho conde... le he dicho que adopte por escudo un frontil y una j- quima con un letrero que diga: Pertenec a Babieca.... II Naci Barbarita Arnaiz en la calle de Postas, esquina al callejn de San Cristbal, en uno de aquellos oprimidos edificios que parecen estuches o casas de muecas. Los techos se cogan con la mano; las escaleras haba que subirlas con el credo en la boca, y las habitaciones parecan destinadas a la premeditacin de algn crimen. Haba mo- radas de estas, a las cuales se entraba por la cocina. Otras tenan los pisos en declive, y en todas ellas oase hasta el respirar de los vecinos. En algunas se vean mezquinos arcos de fbrica para sostener el en- tramado de las escaleras, y abundaba tanto el yeso en la construccin como escaseaban el hierro y la madera. Eran comunes las puertas de cuarterones, los baldosines polvorosos, los cerrojos imposibles de manejar y las vidrieras emplomadas. Mucho de esto ha desaparecido en las renovaciones de estos ltimos veinte aos; pero la estrechez de las viviendas subsiste. Creci Brbara en una atmsfera saturada de olor de sndalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la paolera chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niez. Como se recuerda a las personas ms queridas de la familia, as vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniqus de tamao natural vestidos de mandarn que haba en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver. La primera cosa que excit la atencin naciente de la nia, cuando estaba en brazos de su niera, fueron estos dos pasmarotes de semblante lelo y desabrido, y sus magnficos trajes morados. Tambin haba por all una persona a quien la nia miraba mucho, y que la miraba a ella con ojos dulces y cuajados de candoroso chino. Era el retrato de Ayn, de cuerpo entero y tamao natural, dibujado y pintado con dureza, pero con gran ex- presin. Mal conocido es en Espaa el nombre de este peregrino ar- -20- 20. tista, aunque sus obras han estado y estn a la vista de todo el mundo, y nos son familiares como si fueran obra nuestra. Es el ingenio bor- dador de los pauelos de Manila, el inventor del tipo de rameado ms vistoso y elegante, el poeta fecundsimo de esos madrigales de cres- pn compuestos con flores y rimados con pjaros. A este ilustre chino deben las espaolas el hermossimo y caracterstico chal que tanto favorece su belleza, el mantn de Manila, al mismo tiempo seoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran seora y la gi- tana. Envolverse en l es como vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventar nada que iguale a la ingenua poesa del mantn, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueo y aquella brillantez de color que iluminaba las muchedumbres en los tiempos en que su uso era gene- ral. Esta prenda hermosa se va desterrando, y slo el pueblo la con- serva con admirable instinto. Lo saca de las arcas en las grandes pocas de la vida, en los bautizos y en las bodas, como se da al viento un himno de alegra en el cual hay una estrofa para la patria. El man- tn sera una prenda vulgar si tuviera la ciencia del diseo; no lo es por conservar el carcter de las artes primitivas y populares; es como la leyenda, como los cuentos de la infancia, candoroso y rico de color, fcilmente comprensible y refractario a los cambios de la moda. Pues esta prenda, esta nacional obra de arte, tan nuestra como las panderetas o los toros, no es nuestra en realidad ms que por el uso; se la debemos a un artista nacido a la otra parte del mundo, a un tal Ayn, que consagr a nosotros su vida toda y sus talleres. Y tan agra- decido era el buen hombre al comercio espaol, que enviaba a los de ac su retrato y los de sus catorce mujeres, unas seoras tiesas y p- lidas como las que se ven pintadas en las tazas, con los pies increbles por lo chicos y las uas increbles tambin por lo largas. Las facultades de Barbarita se desarrollaron asociadas a la contem- placin de estas cosas, y entre las primeras conquistas de sus sentidos, ninguna tan segura como la impresin de aquellas flores bordadas con luminosos torzales, y tan frescas que pareca cuajarse en ellas el roco. En das de gran venta, cuando haba muchas seoras en la -21- 21. tienda y los dependientes desplegaban sobre el mostrador centenares de pauelos, la lbrega tienda semejaba un jardn. Barbarita crea que se podran coger flores a puados, hacer ramilletes o guirnaldas, lle- nar canastillas y adornarse el pelo. Crea que se podran deshojar y tambin que tenan olor. Esto era verdad, porque despedan ese tufillo de los embalajes asiticos, mezcla de sndalo y de resinas exticas que nos trae a la mente los misterios budistas. Ms adelante pudo la nia apreciar la belleza y variedad de los aba- nicos que haba en la casa, y que eran una de las principales riquezas de ella. Quedbase pasmada cuando vea los dedos de su mam sa- cndolos de las perfumadas cajas y abrindolos como saben abrirlos los que comercian en este artculo, es decir, con un desgaire rpido que no los estropea y que hace ver al pblico la ligereza de la prenda y el blando rasgueo de las varillas. Barbarita abra cada ojo como los de un ternero cuando su mam, sentndola sobre el mostrador, le en- seaba abanicos sin dejrselos tocar; y se embebeca contemplando aquellas figuras tan monas, que no le parecan personas, sino chinos, con las caras redondas y tersas como hojitas de rosa, todos ellos ri- sueos y estpidos, pero muy lindos, lo mismo que aquellas casas abiertas por todos lados y aquellos rboles que parecan matitas de albahaca... Y pensar que los rboles eran el t nada menos, estas ho- juelas retorcidas, cuyo zumo se toma para el dolor de barriga...! Ocuparon ms adelante el primer lugar en el tierno corazn de la hija de D. Bonifacio Arnaiz y en sus sueos inocentes, otras precio- sidades que la mam sola mostrarle de vez en cuando, previa amo- nestacin de no tocarlos; objetos labrados en marfil y que deban de ser los juguetes con que los ngeles se divertan en el Cielo. Eran al modo de torres de muchos pisos, o barquitos con las velas desplega- das y muchos remos por una y otra banda; tambin estuchitos, cajas para guantes y joyas, botones y juegos lindsimos de ajedrez. Por el respeto con que su mam los coga y los guardaba, crea Barbarita que contenan algo as como el Vitico para los enfermos, o lo que se da a las personas en la iglesia cuando comulgan. Muchas noches se acostaba con fiebre porque no le haban dejado satisfacer su anhelo -22- 22. de coger para s aquellas moneras. Hubirase contentado ella, en vista de prohibicin tan absoluta, con aproximar la yema del dedo n- dice al pico de una de las torres; pero ni aun esto... Lo ms que se le permita era poner sobre el tablero de ajedrez que estaba en la vitrina de la ventana enrejada (entonces no haba escaparates), todas las pie- zas de un juego, no de los ms finos, a un lado las blancas, a otro las encarnadas. Barbarita y su hermano Gumersindo, mayor que ella, eran los ni- cos hijos de D. BonifacioArnaiz y de doaAsuncin Trujillo. Cuando tuvo edad para ello, fue a la escuela de una tal doa Calixta, sita en la calle Imperial, en la misma casa donde estaba el Fiel Contraste. Las nias con quienes la de Arnaiz haca mejores migas, eran dos de su misma edad y vecinas de aquellos barrios, la una de la familia de Moreno, del dueo de la droguera de la calle de Carretas, la otra de Muoz, el comerciante de hierros de la calle de Tintoreros. Eulalia Muoz era muy vanidosa, y deca que no haba casa como la suya y que daba gusto verla toda llena de unos pedazos de hierro mu gran- des, del tamao de la caa de doa Calixta, y tan pesados, tan pesa- dos que ni cuatrocientos hombres los podan levantar. Luego haba un sin fin de martillos, garfios, peroles mu grandes, mu grandes... ms anchos que este cuarto. Pues, y los paquetes de clavos? Qu cosa haba ms bonita? Y las llaves que parecan de plata, y las plan- chas, y los anafres, y otras cosas lindsimas? Sostena que ella no ne- cesitaba que sus paps le comprasen muecas, porque las haca con un martillo, vistindolo con una toalla. Pues y las agujas que haba en su casa? No se acertaban a contar. Como que todo Madrid iba all a comprar agujas, y su pap se carteaba con el fabricante... Su pap reciba miles de cartas al da, y las cartas olan a hierro... como que venan de Inglaterra, donde todo es de hierro, hasta los caminos... S, hija, s, mi pap me lo ha dicho. Los caminos estn embaldosados de hierro, y por all encima van los coches echando demonios. Llevaba siempre los bolsillos atestados de chucheras, que mos- traba para dejar bizcas a sus amigas. Eran tachuelas de cabeza dorada, corchetes, argollitas pavonadas, hebillas, pedazos de papel de lija, -23- 23. vestigios de muestrarios y de cosas rotas o descabaladas. Pero lo que tena en ms estima, y por esto no lo sacaba sino en ciertos das, era su coleccin de etiquetas, pedacitos de papel verde, recortados de los paquetes inservibles, y que tenan el famoso escudo ingls, con la ja- rretiera, el leopardo y el unicornio. En todas ellas se lea: Birming- ham. Veis... este seor Bermingn es el que se cartea con mi pap todos los das, en ingls; y son tan amigos, que siempre le est di- ciendo que vaya all; y hace poco le mand, dentro de una caja de clavos, un jamn ahumado que ola como a chamusquina, y un pas- teln as, mirad, del tamao del brasero de doa Calixta, que tena dentro muchas pasas chiquirrininas, y picaba como la guindilla; pero mu rico, hijas, mu rico. La chiquilla de Moreno fundaba su vanidad en llevar papelejos con figuritas y letras de colores, en los cuales se hablaba de pldoras, de barnices o de ingredientes para teirse el pelo. Los mostraba uno por uno, dejando para el final el gran efecto, que consista en sacar de s- bito el pauelo y ponerlo en las narices de sus amigas, dicindoles: goled. Efectivamente, quedbanse las otras medio des- vanecidas con el fuerte olor de agua de Colonia o de los siete ladro- nes, que el pauelo tena. Por un momento, la admiracin las haca enmudecer; pero poco a poco banse reponiendo, y Eulalia, cuyo or- gullo rara vez se daba por vencido, sacaba un tornillo dorado sin ca- beza, o un pedazo de talco, con el cual deca que iba a hacer un espejo. Difcil era borrar la grata impresin y el xito del perfume. La ferretera, algo corrida, tena que guardar los trebejos, despus de or comentarios verdaderamente injustos. La de la droguera haca muchos ascos, diciendo: Uy, cmo apesta eso, hija, guarda, guarda esas ordinarieces!. Al siguiente da, Barbarita, que no quera dar su brazo a torcer, lle- vaba unos papelitos muy raros de pasta, todos llenos de garabatos chinescos. Despus de darse mucha importancia, haciendo que lo en- seaba y volvindolo a guardar, con lo cual la curiosidad de las otras llegaba al punto de la desazn nerviosa, de repente pona el papel en las narices de sus amigas, diciendo en tono triunfal: Y eso?. Que- -24- 24. dbanse Castita y Eulalia atontadas con el aroma asitico, vacilando entre la admiracin y la envidia; pero al fin no tenan ms remedio que humillar su soberbia ante el olorcillo aquel de la nia de Arnaiz, y le pedan por Dios que las dejase catarlo ms. Barbarita no gustaba de prodigar su tesoro, y apenas acercaba el papel a las respingadas narices de las otras, lo volva a retirar con movimiento de cautela y avaricia, temiendo que la fragancia se marchara por los respiraderos de sus amigas, como se escapa el humo por el can de una chimenea. El tiro de aquellos olfatorios era tremendo. Por ltimo, las dos ami- guitas y otras que se acercaron movidas de la curiosidad, y hasta la propia doa Calixta, que sola descender a la familiaridad con las alumnas ricas, reconocan, por encima de todo sentimiento envidioso, que ninguna nia tena cosas tan bonitas como la de la tienda de Fi- lipinas. III Esta nia y otras del barrio, bien apaaditas por sus respectivas mams, peinadas a estilo de maja, con peineta y flores en la cabeza, y sobre los hombros pauelo de Manila de los que llaman de talle, se reunan en un portal de la calle de Postas para pedir el cuartito para la Cruz de Mayo, el 3 de dicho mes, repicando en una bandeja de plata, junto a una mesilla forrada de damasco rojo. Los dueos de la casa llamada del portal de la Virgen, celebraban aquel da una sim- ptica fiesta y ponan all, junto al mismo taller de cucharas y moli- nillos que todava existe, un altar con la cruz enramada, muchas velas y algunas figuras de nacimiento. A la Virgen, que an se venera all, la enramaban tambin con yerbas olorosas, y el fabricante de cucha- ras, que era gallego, se pona la montera y el chaleco encarnado. Las pequeuelas, si los mayores se descuidaban, rompan la consigna y se echaban a la calle, en reida competencia con otras chiquillas pe- digeas, correteando de una acera a otra, deteniendo a los seores que pasaban, y acosndoles hasta obtener el ochavito. Hemos odo contar a la propia Barbarita que para ella no haba dicha mayor que -25- 25. pedir para la Cruz de Mayo, y que los caballeros de entonces eran en esto mucho ms galantes que los de ahora, pues no desairaban a nin- guna nia bien vestidita que se les colgara de los faldones. Ya haba completado la hija de Arnaiz su educacin (que era harto sencilla en aquellos tiempos y consista en leer sin acento, escribir sin ortografa, contar haciendo trompetitas con la boca, y bordar con punto de marca el dechado), cuando perdi a su padre. Ocupaciones serias vinieron entonces a robustecer su espritu y a redondear su ca- rcter. Su madre y hermano, ayudados del gordo Arnaiz, emprendie- ron el inventario de la casa, en la cual haba algn desorden. Sobre las existencias de paolera no se hallaron datos ciertos en los libros de la tienda, y al contarlas apareci ms de lo que se crea. En el s- tano estaban, muertos de risa, varios fardos de cajas que an no ha- ban sido abiertos. Adems de esto, las casas importadoras de Cdiz, Cuesta y Rubio, anunciaban dos remesas considerables que estaban ya en camino. No haba ms remedio que cargar con todo aquel ex- ceso de gnero, lo que realmente era una contrariedad comercial en tiempos en que pareca iniciarse la generalizacin de los abrigos con- feccionados, notndose adems en la clase popular tendencias a ves- tirse como la clase media. La decadencia del mantn de Manila empezaba a iniciarse, porque si los pauelos llamados de talle, que eran los ms baratos, se vendan bien en Madrid (mayormente el da de San Lorenzo, para la parroquia de la chinche) y tenan regular sa- lida para Valencia y Mlaga, en cambio el gran mantn, los ricos cha- les de tres, cuatro y cinco mil reales se vendan muy poco, y pasaban meses sin que ninguna parroquiana se atreviera con ellos. Los herederos de Arnaiz, al inventariar la riqueza de la casa, que slo en aquel artculo no bajaba de cincuenta mil duros, comprendie- ron que se aproximaba una crisis. Tres o cuatro meses emplearon en clasificar, ordenar, poner precios, confrontar los apuntes de don Bo- nifacio con la correspondencia y las facturas venidas directamente de Cantn o remitidas por las casas de Cdiz. Indudablemente el difunto Arnaiz no haba visto claro al hacer tantos pedidos; se ceg, deslum- brado por cierta alucinacin mercantil; tal vez sinti demasiado el -26- 26. amor al artculo y fue ms artista que comerciante. Haba sido de- pendiente y socio de la Compaa de Filipinas, liquidada en 1833, y al emprender por s el negocio de paolera de Cantn, crea cono- cerlo mejor que nadie. En verdad que lo conoca; pero tena una fe imprudente en la perpetuidad de aquella prenda, y algunas ideas su- persticiosas acerca de la afinidad del pueblo espaol con los espln- didos crespones rameados de mil colores. Mientras ms chillones deca , ms venta. En esto apareci en el extremo Oriente un nuevo artista, un genio que acab de perturbar a D. Bonifacio. Este innovador fue Senqu, del cual puede decirse que representaba con respecto aAyn, en aquel arte budista, lo que en la msica representaba Beethoven con respecto a Mozart. Senqu modific el estilo de Ayn, dndole ms amplitud, variando ms los tonos, haciendo, en fin, de aquellas sonatas gracio- sas, poticas y elegantes, sinfonas poderosas con derroche de vida, combinaciones nuevas y atrevimientos admirables. Ver D. Bonifacio las primeras muestras del estilo de Senqu y chiflarse por completo, fue todo uno. Barstolis!, esto es la gloria divina deca ; es mucho chino este...!. Y de tal entusiasmo nacieron pedidos impru- dentes y el grave error mercantil, cuyas consecuencias no pudo apre- ciar aquel excelente hombre, porque le cogi la muerte. El inventario de abanicos, tela de nipis, crudillo de seda, tejidos de Madrs y objetos de marfil tambin arrojaba cifras muy altas, y se hizo minuciosamente. Entonces pasaron por las manos de Barbarita todas las preciosidades que en su niez le parecan juguetes y que le haban producido fiebre. A pesar de la edad y del juicio adquirido con ella, no vio nunca con indiferencia tales chucheras, y hoy mismo de- clara que cuando cae en sus manos alguno de aquellos delicados cam- panarios de marfil, le dan ganas de guardrselo en el seno y echar a correr. Cumplidos los quince aos, era Barbarita una chica bonitsima, tor- neadita, fresca y sonrosada, de carcter jovial, inquieto y un tanto burln. No haba tenido novio an, ni su madre se lo permita. Dife- rentes moscones revoloteaban alrededor de ella, sin resultado. La -27- 27. mam tena sus proyectos, y empezaba a tirar acertadas lneas para realizarlos. Las familias de Santa Cruz y Arnaiz se trataban con amis- tad casi ntima, y adems tenan vnculos de parentesco con los Tru- jillos. La mujer de don Baldomero I y la del difunto Arnaiz eran primas segundas, floridas ramas de aquel nudoso tronco, de aquel al- bardero de la calle de Toledo, cuya historia saba tan bien el gordo Arnaiz. Las dos primas tuvieron un pensamiento feliz, se lo comuni- caron una a otra, asombrronse de que se les hubiera ocurrido a las dos la misma cosa... ya se ve, era tan natural... y aplaudindose re- cprocamente, resolvieron convertirlo en realidad dichosa. Todos los descendientes del extremeo aquel de los aparejos borricales se dis- tinguan siempre por su costumbre de trazar una lnea muy corta y muy recta entre la idea y el hecho. La idea era casar a Baldomerito con Barbarita. Muchas veces haba visto la hija de Arnaiz al chico de Santa Cruz; pero nunca le pas por las mientes que sera su marido, porque el tal, no slo no le haba dicho nunca media palabra de amores, sino que ni siquiera la miraba como miran los que pretenden ser mirados. Bal- domero era juicioso, muy bien parecido, fornido y de buen color, cor- tsimo de genio, sosn como una calabaza, y de tan pocas palabras que se podan contar siempre que hablaba. Su timidez no deca bien con su corpulencia. Tena un mirar leal y carioso, como el de un gran perro de aguas. Pasaba por la honestidad misma, iba a misa todos los das que lo mandaba la Iglesia, rezaba el rosario con la familia, trabajaba diez horas diarias o ms en el escritorio sin levantar cabeza, y no gastaba el dinero que le daban sus paps. A pesar de estas raras dotes, Barba- rita, si alguna vez le encontraba en la calle o en la tienda de Arnaiz o en la casa, lo que aconteca muy pocas veces, le miraba con el mismo inters con que se puede mirar una saca de carbn o un fardo de teji- dos. As es que se qued como quien ve visiones cuando su madre, cierto da de precepto, al volver de la iglesia de Santa Cruz, donde ambas confesaron y comulgaron, le propuso el casamiento con Bal- domerito. Y no emple para esto circunloquios ni diplomacias de pa- -28- 28. labra, sino que se fue al asunto con estilo llano y decidido. Ah, la lnea recta de los Trujillos...! Aunque Barbarita era desenfadada en el pensar, pronta en el res- ponder, y saba sacudirse una mosca que le molestase, en caso tan grave se qued algo mortecina y tuvo vergenza de decir a su mam que no quera maldita cosa al chico de Santa Cruz... Lo iba a decir; pero la cara de su madre pareciole de madera. Vio en aquel entrecejo la lnea corta y sin curvas, la barra de acero trujillesca, y la pobre nia sinti miedo, ay qu miedo! Bien conoci que su madre se haba de poner como una leona, si ella se sala con la inocentada de querer ms o menos. Callose, pues, como en misa, y a cuanto la mam le dijo aquel da y los subsiguientes sobre el mismo tema del casorio, responda con signos y palabras de humilde aquiescencia. No cesaba de sondear su propio corazn, en el cual encontraba a la vez pena y consuelo. No saba lo que era amor; tan slo lo sospechaba. Verdad que no quera a su novio; pero tampoco quera a otro. En caso de que- rer a alguno, este alguno poda ser aquel. Lo ms particular era que Baldomero, despus de concertada la boda, y cuando vea regularmente a su novia, no le deca de cosas de amor ni una miaja de letra, aunque las breves ausencias de la mam, que sola dejarles solos un ratito, le dieran ocasin de lucirse como galn. Pero nada... Aquel zagalote guapo y desabrido no saba salir en su conversacin de las rutinas ms triviales. Su timidez era tan ce- remoniosa como su levita de pao negro, de lo mejor de Sedn, y que pareca, usada por l, como un reclamo del buen gnero de la casa. Hablaba de los reverberos que haba puesto el marqus de Pontejos, del clera del ao anterior, de la degollina de los frailes, y de las mu- chas casas magnficas que se iban a edificar en los solares de los de- rribados conventos. Todo esto era muy bonito para dicho en la tertulia de una tienda; pero sonaba a cencerrada en el corazn de una donce- lla, que no estando enamorada, tena ganas de estarlo. Tambin pensaba Barbarita, oyendo a su novio, que la procesin iba por dentro y que el pobre chico, a pesar de ser tan grandulln, no tena alma para sacarla fuera. Me querr? se preguntaba la novia. -29- 29. Pronto hubo de sospechar que si Baldomerito no le hablaba de amor explcitamente, era por pura cortedad y por no saber cmo arrancarse; pero que estaba enamorado hasta las gachas, reducindose a decla- rarlo con delicadezas, complacencias y puntualidades muy expresi- vas. Sin duda el amor ms sublime es el ms discreto, y las bocas ms elocuentes aquellas en que no puede entrar ni una mosca. Mas no se tranquilizaba la joven razonando as, y el sobresalto y la incer- tidumbre no la dejaban vivir. Si tambin le estar yo queriendo sin saberlo! pensaba. Oh!, no; interrogndose y respondindose con toda lealtad, resultaba que no le quera absolutamente nada. Verdad que tampoco le aborreca, y algo bamos ganando. Y en este desabridsimo noviazgo pasaron algunos meses, al cabo de los cuales Baldomero se solt y despabil algo. Su boca se fue de- sellando poquito a poco hasta que rompi, como un erizo de castaa que madura y se abre, dejando ver el sazonado fruto. Palabra tras pa- labra, fue soltando las castaas, aquellas ideas elaboradas y guardadas con religiosa maternidad, como esconde Naturaleza sus obras en ges- tacin. Lleg por fin el da sealado para la boda, que fue el 3 de Mayo de 1835, y se casaron en Santa Cruz, sin aparato, instalndose en la casa del esposo, que era una de las mejores del barrio, en la pla- zuela de la Lea. IV A los dos meses de casados, y despus de una temporadilla en que Barbarita estuvo algo distrada, melanclica y como con ganas de llo- rar, alarmando mucho a su madre, empezaron a notarse en aquel ma- trimonio, en tan malas condiciones hecho, sntomas de idilio. Baldomero pareca otro. En el escritorio canturriaba, y buscaba pre- textos para salir, subir a la casa y decir una palabrita a su mujer, co- gindola en los pasillos o donde la encontrase. Tambin sola equivocarse al sentar una partida, y cuando firmaba la corresponden- cia, daba a los rasgos de la tradicional rbrica de la casa una amplitud de trazo verdaderamente grandiosa, terminando el rasgo final hacia -30- 30. arriba como una invocacin de gratitud dirigida al Cielo. Sala muy poco, y deca a sus amigos ntimos que no se cambiara por un Rey, ni por su tocayo Espartero, pues no haba felicidad semejante a la suya. Brbara manifestaba a su madre con gozo discreto, que Baldo- mero no le daba el ms mnimo disgusto; que los dos caracteres se iban armonizando perfectamente, que l era bueno como el mejor pan y que tena mucho talento, un talento que se descubra donde y como debe descubrirse, en las ocasiones. En cuanto estaba diez minutos en la casa materna, ya no se la poda aguantar, porque se pona desaso- segaba y buscaba pretextos para marcharse diciendo: Me voy, que est mi marido solo. El idilio se acentuaba cada da, hasta el punto de que la madre de Barbarita, disimulando su satisfaccin, deca a esta: Pero, hija, vais a dejar tamaitos a los Amantes de Teruel. Los esposos salan a paseo juntos todas las tardes. Jams se ha visto a D. Baldomero II en un teatro sin tener al lado a su mujer. Cada da, cada mes y cada ao, eran ms trtolos, y se queran y estimaban ms. Muchos aos des- pus de casados, pareca que estaban en la luna de miel. El marido ha mirado siempre a su mujer como una criatura sagrada, y Barbarita ha visto siempre en su esposo el hombre ms completo y digno de ser amado que en el mundo existe. Cmo se compenetraron ambos caracteres, cmo se form la conjuncin inaudita de aquellas dos almas, sera muy largo de contar. El seor y la seora de Santa Cruz, que an viven y ojal vivieran mil aos, son el matrimonio ms feliz y ms admirable del presente siglo. Debieran estos nombres escribirse con letras de oro en los antipticos salones de la Vicara, para eterna ejemplaridad de las generaciones futuras, y debiera ordenarse que los sacerdotes, al leer la epstola de San Pablo, incluyeran algn parrafito, en latn o castellano, referente a estos excelsos casados. Doa Asun- cin Trujillo, que falleci en 1841 en un da triste de Madrid, el da en que fusilaron al general Len, sali de este mundo con el atrevido pensamiento de que para alcanzar la bienaventuranza no necesitaba alegar ms ttulo que el de autora de aquel cristiano casamiento. Y que no le disputara esta gloria Juana Trujillo, madre de Baldomero, -31- 31. la cual haba muerto el ao anterior, porque Asuncin probara ante todas las cancilleras celestiales que a ella se le haba ocurrido la su- blime idea antes que a su prima. Ni los aos, ni las menudencias de la vida han debilitado nunca el profundsimo cario de estos benditos cnyuges. Ya tenan canas las cabezas de uno y otro, y D. Baldomero deca a todo el que quisiera orle que amaba a su mujer como el primer da. Juntos siempre en el paseo, juntos en el teatro, pues a ninguno de los dos le gusta la fun- cin si el otro no la ve tambin. En todas las fechas que recuerdan algo dichoso para la familia, se hacen recprocamente sus regalitos, y para colmo de felicidad, ambos disfrutan de una salud esplndida. El deseo final del seor de Santa Cruz es que ambos se mueran juntos, el mismo da y a la misma hora, en el mismo lecho nupcial en que han dormido toda su vida. Les conoc en 1870. D. Baldomero tena ya sesenta aos, Barbarita cincuenta y dos. l era un seor de muy buena presencia, el pelo en- trecano, todo afeitado, colorado, fresco, ms joven que muchos hom- bres de cuarenta, con toda la dentadura completa y sana, gil y bien dispuesto, sereno y festivo, la mirada dulce, siempre la mirada aquella de perrazo de Terranova. Su esposa pareciome, para decirlo de una vez, una mujer guapsima, casi estoy por decir monsima. Su cara tena la frescura de las rosas cogidas, pero no ajadas todava, y no usaba ms afeite que el agua clara. Conservaba una dentadura ideal y un cuerpo que, aun sin cors, daba quince y raya a muchas fantas- monas exprimidas que andan por ah. Su cabello se haba puesto ya enteramente blanco, lo cual la favoreca ms que cuando lo tena en- trecano. Pareca pelo empolvado a estilo Pompadour, y como lo tena tan rizoso y tan bien partido sobre la frente, muchos sostenan que ni all haba canas ni Cristo que lo fund. Si Barbarita presumiera, ha- bra podido recortar muy bien los cincuenta y dos aos plantndose en los treinta y ocho, sin que nadie le sacara la cuenta, porque la fi- sonoma y la expresin eran de juventud y gracia, iluminadas por una sonrisa que era la pura miel... Pues si hubiera querido presumir con malicia, digo...!, a no ser lo que era, una matrona respetabilsima con -32- 32. toda la sal de Dios en su corazn, habra visto acudir los hombres como acuden las moscas a una de esas frutas que, por lo muy madu- ras, principian a arrugarse, y les chorrea por la corteza todo el az- car. Y Juanito? Pues Juanito fue esperado desde el primer ao de aquel matrimonio sin par. Los felices esposos contaban con l este mes, el que viene y el otro, y estaban vindole venir y desendole como los judos al Mesas. A veces se entristecan con la tardanza; pero la fe que tenan en l les reanimaba. Si tarde o temprano haba de venir... era cuestin de paciencia. Y el muy pillo puso a prueba la de sus pa- dres, porque se entretuvo diez aos por all, hacindoles rabiar. No se dejaba ver de Barbarita ms que en sueos, en diferentes aspectos infantiles, ya comindose los puos cerrados, la cara dentro de un gorro con muchos encajes, ya talludito, con su escopetilla al hombro y mucha picarda en los ojos. Por fin Dios le mand en carne mortal, cuando los esposos empezaron a quejarse de la Providencia y a decir que les haba engaado. Da de jbilo fue aquel de Septiembre de 1845 en que vino a ocupar su puesto en el ms dichoso de los hogares Juanito Santa Cruz. Fue padrino del cro el gordo Arnaiz, quien dijo a Barbarita: A m no me la das t. Aqu ha habido matute. Este ter- nero lo has trado de la Inclusa para engaarnos... Ah!, estos protec- cionistas no son ms que contrabandistas disfrazados. Crironle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Bal- domero no tena carcter para poner un freno a su estrepitoso cario paternal, ni para meterse en severidades de educacin y formar al chico como le formaron a l. Si su mujer lo permitiera, habra llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el nio hiciera en todo su real gana. En qu consista que habiendo sido l educado tan r- gidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? Efec- tos de la evolucin educativa, paralela de la evolucin poltica! Santa Cruz tena muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le impona, y las privaciones que le haba hecho su- frir. Todas las noches del ao le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumpli los veinticinco nunca fue -33- 33. a paseo solo, sino en corporacin con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el da de Pascua, y le hacan un trajecito nuevo cada ao, el cual no se pona ms que los domingos. Tenanle trabajando en el escritorio o en el almacn desde las nueve de la ma- ana a las ocho de la noche, y haba de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, sola su padre echarle los tiempos por encender el veln de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueas del local. En lo tocante a juegos, no conoci nunca ms que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho despus del tiempo en que empez a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo ms particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema haba sido eficacsimo para formarle a l, lo tena por deplorable tratndose de su hijo. Esto no era una falta de lgica, sino la consagracin prctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. Qu sera del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo senta ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Haba odo muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la c- lebre frase laissez aller, laissez passer... El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenan que todos los grandes problemas se resuelven por s mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la poltica el sistema de la medicina ex- pectante. La naturaleza se cura sola; no hay ms que dejarla. Las fuer- zas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa slo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su es- pritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo deca as; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresin de moda y muy socorrida: el mundo marcha. Felizmente para Juanito, estaba all su madre, en quien se equili- braban maravillosamente el corazn y la inteligencia. Saba coger las disciplinas cuando era menester, y saba ser indulgente a tiempo. Si no le pas nunca por las mientes obligar a rezar el rosario a un chico que iba a la Universidad y entraba en la ctedra de Salmern, en cam- bio no le dispens del cumplimiento de los deberes religiosos ms -34- 34. elementales. Bien saba el muchacho que si haca novillos a la misa de los domingos, no ira al teatro por la tarde, y que si no sacaba bue- nas notas en Junio, no haba dinero para el bolsillo, ni toros, ni ex- cursiones por el campo con Estupi (luego hablar de este tipo) para cazar pjaros con red o liga, ni los dems divertimientos con que se recompensaba su aplicacin. Mientras estudi la segunda enseanza en el colegio de Masar- nau, donde estaba a media pensin, su mam le repasaba las leccio- nes todas las noches, se las meta en el cerebro a puados y a empujones, como se mete la lana en un cojn. Ved por dnde aquella seora se convirti en sibila, intrprete de toda la ciencia humana, pues le descifraba al nio los puntos oscuros que en los libros haba, y aclaraba todas sus dudas, all como Dios le daba a entender. Para manifestar hasta dnde llegaba la sabidura enciclopdica de doa Brbara, estimulada por el amor materno, baste decir que tambin le traduca los temas de latn, aunque en su vida haba ella sabido palotada de esta lengua. Verdad que era traduccin libre, mejor dicho, liberal, casi demaggica. Pero Fedro y Cicern no se hubie- ran incomodado si estuvieran oyendo por encima del hombro de la maestra, la cual sacaba inmenso partido de lo poco que el discpulo saba. Tambin le cultivaba la memoria, descargndosela de frrago intil, y le haca ver claros los problemas de aritmtica elemental, valindose de garbanzos o judas, pues de otro modo no andaba ella muy a gusto por aquellos derroteros. Para la Historia Natural, sola la maestra llamar en su auxilio al len del Retiro, y nicamente en la Qumica se quedaban los dos parados, mirndose el uno al otro, concluyendo ella por meterle en la memoria las frmulas, despus de observar que estas cosas no las entienden ms que los boticarios, y que todo se reduce a si se pone ms o menos cantidad de agua del pozo. Total: que cuando Juan se hizo bachiller en Artes, Barbarita declaraba riendo que con estos teje-manejes se haba vuelto, sin sa- berlo, una doa Beatriz Galindo para latines y una catedrtica uni- versal. -35- 35. V En este interesante periodo de la crianza del heredero, desde el 45 para ac, sufri la casa de Santa Cruz la transformacin impuesta por los tiempos, y que fue puramente externa, continuando inalterada en lo esencial. En el escritorio y en el almacn aparecieron los primeros mecheros de gas hacia el ao 49, y el famoso veln de cuatro luces recibi tan tremenda bofetada de la dura mano del progreso, que no se le volvi a ver ms por ninguna parte. En la caja haban entrado ya los primeros billetes del Banco de San Fernando, que slo se usa- ban para el pago de letras, pues el pblico los miraba an con malos ojos. Se hablaba an de talegas, y la operacin de contar cualquier cantidad era obra para que la desempeara Pitgoras u otro gran arit- mtico, pues con los doblones y ochentines, las pesetas catalanas, los duros espaoles, los de veintiuno y cuartillo, las onzas, las pesetas columnarias y las monedas macuquinas, se armaba un beln espan- toso. An no se conocan el sello de correo, ni los sobres ni otras con- quistas del citado progreso. Pero ya los dependientes haban empe- zado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permita salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrn nico, para que resultasen uniformados como colegiales o presidia- rios. Se les dejaba concurrir a los bailes de Villahermosa o de candil, segn las aficiones de cada uno. Pero en lo que no hubo variacin fue en aquel piadoso atavismo de hacerles rezar el rosario todas las noches. Esto no pas a la historia hasta la poca reciente del traspaso a los Chicos. Mientras fue D. Baldomero jefe de la casa, esta no se desvi en lo esencial de los ejes diamantinos sobre que la tena mon- tada el padre, a quien se podra llamar D. Baldomero el Grande. Para que el progreso pusiera su mano en la obra de aquel hombre extraor- dinario, cuyo retrato, debido al pincel de D. Vicente Lpez, hemos contemplado con satisfaccin en la sala de sus ilustres descendientes, fue preciso que todo Madrid se transformase; que la desamortizacin edificara una ciudad nueva sobre los escombros de los conventos; -36- 36. que el Marqus de Pontejos adecentase este lugarn; que las reformas arancelarias del 49 y del 68, pusieran patas arriba todo el comercio madrileo; que el grande ingenio de Salamanca idease los primeros ferrocarriles; que Madrid se colocase, por arte del vapor, a cuarenta horas de Pars, y por fin, que hubiera muchas guerras y revoluciones y grandes trastornos en la riqueza individual. Tambin la casa de Gumersindo Arnaiz, hermano de Barbarita, ha pasado por grandes crisis y mudanzas desde que muri D. Bonifacio. Dos aos despus del casamiento de su hermana con Santa Cruz, cas Gumersindo con Isabel Cordero, hija de D. Benigno Cordero, mujer de gran disposicin, que supo ver claro en el negocio de tiendas y ha sido la salvadora de aquel acreditado establecimiento. Comprometido ste del 40 al 45, por los ltimos errores del difunto Arnaiz, se de- fendi con los mahones, aquellas telas ligeras y frescas que tanto se usaron hasta el 54. El gnero de China decaa visiblemente. Las ga- leras aceleradas iban trayendo a Madrid cada da con ms presteza las novedades parisienses, y se apuntaba la invasin lenta y tirnica de los medios colores, que pretenden ser signo de cultura. La sociedad espaola empezaba a presumir de seria; es decir, a vestirse lgubre- mente, y el alegre imperio de los colorines se derrumbaba de un modo indudable. Como se haban ido las capas rojas, se fueron los pauelos de Manila. La aristocracia los ceda con desdn a la clase media, y esta, que tambin quera ser aristcrata, entregbalos al pueblo, l- timo y fiel adepto de los matices vivos. Aquel encanto de los ojos, aquel prodigio de color, remedo de la naturaleza sonriente, encendida por el sol de Medioda, empez a perder terreno, aunque el pueblo, con instinto de colorista y poeta, defenda la prenda espaola como defendi el parque de Montelen y los reductos de Zaragoza. Poco a poco iba cayendo el chal de los hombros de las mujeres hermosas, porque la sociedad se empeaba en parecer grave, y para ser grave nada mejor que envolverse en tintas de tristeza. Estamos bajo la in- fluencia del Norte de Europa, y ese maldito Norte nos impone los grises que toma de su ahumado cielo. El sombrero de copa da mucha respetabilidad a la fisonoma, y raro es el hombre que no se cree im- -37- 37. portante slo con llevar sobre la cabeza un can de chimenea. Las seoras no se tienen por tales si no van vestidas de color de holln, ceniza, rap, verde botella o pasa de corinto. Los tonos vivos las en- canallan, porque el pueblo ama el rojo bermelln, el amarillo tila, el cadmio y el verde forraje; y est tan arraigado en la plebe el senti- miento del color, que la seriedad no ha podido establecer su imperio sino transigiendo. El pueblo ha aceptado el oscuro de las capas, im- poniendo el rojo de las vueltas; ha consentido las capotas, conser- vando las mantillas y los pauelos chillones para la cabeza; ha transigido con los gabanes y aun con el polisn, a cambio de las to- quillas de gama clara, en que domina el celeste, el rosa y el amarillo de Npoles. El crespn es el que ha ido decayendo desde 1840, no slo por la citada evolucin de la seriedad europea, que nos ha cogido de medio a medio, sino por causas econmicas a las que no podamos sustraernos. Las comunicaciones rpidas nos trajeron mensajeros de la potente industria belga, francesa e inglesa, que necesitaban mercados. Toda- va no era moda ir a buscarlos al frica, y los venan a buscar aqu, cambiando cuentas de vidrio por pepitas de oro; es decir, lanillas, cre- tonas y merinos, por dinero contante o por obras de arte. Otros men- sajeros saqueaban nuestras iglesias y nuestros palacios, llevndose los brocados histricos de casullas y frontales, el tis y los terciopelos con bordados y aplicaciones, y otras muestras riqusimas de la indus- tria espaola. Al propio tiempo arramblaban por los esplndidos pa- uelos de Manila, que haban ido descendiendo hasta las gitanas. Tambin se dej sentir aqu, como en todas partes, el efecto de otro fenmeno comercial, hijo del progreso. Refirome a los grandes aca- paramientos del comercio ingls, debidos al desarrollo de su inmensa marina. Esta influencia se manifest bien pronto en aquellos humildes rincones de la calle de Postas por la depreciacin sbita del gnero de la China. Nada ms sencillo que esta depreciacin. Al fundar los ingleses el gran depsito comercial de Singapore, monopolizaron el trfico del Asia y arruinaron el comercio que hacamos por la va de Cdiz y cabo de Buena Esperanza con aquellas apartadas regiones. -38- 38. Ayn y Senqu dejaron de ser nuestros mejores amigos, y se hicieron amigos de los ingleses. El sucesor de estos artistas, el fecundo e ins- pirado King-Cheong se cartea en ingls con nuestros comerciantes y da sus precios en libras esterlinas. Desde que Singapore apareci en la geografa prctica, el gnero de Cantn y Shangai dej de venir en aquellas pesadas fragatonas de los armadores de Cdiz, los Fernndez de Castro, los Cuesta, los Rubio; y la dilatada travesa del Cabo pas a la historia como apndice de los fabulosos trabajos de Vasco de Gama y de Alburquerque. La va nueva trazronla los vapores ingle- ses combinados con el ferrocarril de Suez. Ya en 1840 las casas que traan directamente el gnero de Cantn no podan competir con las que lo encargaban a Liverpool. Cualquier mercachifle de la calle de Postas se provea de este artculo sin ir a tomarlo en los dos o tres depsitos que en Madrid haba. Despus las corrientes han cambiado otra vez, y al cabo de muchos aos ha vuelto a traer Espaa directamente las obras de King-Cheong; mas para esto ha sido preciso que viniera la gran vigorizacin del comercio despus del 68 y la robustez de los capitales de nuestros das. El establecimiento de Gumersindo Arnaiz se vio amenazado de ruina, porque las tres o cuatro casas cuya especialidad era como una herencia o traspaso de la Compaa de Filipinas, no podan seguir monopolizando la paolera y dems artes chinescas. Madrid se in- undaba de gnero a precio ms bajo que el de las facturas de D. Bo- nifacio Arnaiz, y era preciso realizar de cualquier modo. Para compensar las prdidas de la quemazn, urga plantear otro negocio, buscar nuevos caminos, y aqu fue donde luci sus altas dotes Isabel Cordero, esposa de Gumersindo, que tena ms pesquis que este. Sin saber pelotada de Geografa, comprenda que haba un Singapore y un istmo de Suez. Adivinaba el fenmeno comercial, sin acertar a darle nombre, y en vez de echar maldiciones contra los ingleses, como haca su marido, se dio a discurrir el mejor remedio. Qu corrientes seguiran? La ms marcada era la de las novedades, la de la influencia de la fabri- cacin francesa y belga, en virtud de aquella ley de los grises del -39- 39. Norte, invadiendo, conquistando y anulando nuestro ser colorista y romancesco. El vestir se anticipaba al pensar y cuando an los versos no haban sido desterrados por la prosa, ya la lana haba hecho trizas a la seda. Pues apechuguemos con las novedades dijo Isabel a su marido, observando aquel furor de modas que le entraba a esta sociedad y el afn que todos los madrileos sentan de ser elegantes con seriedad. Era, por aadidura, la poca en que la clase media entraba de lleno en el ejercicio de sus funciones, apandando todos los empleos creados por el nuevo sistema poltico y administrativo, comprando a plazos todas las fincas que haban sido de la Iglesia, constituyndose en pro- pietaria del suelo y en usufructuaria del presupuesto, absorbiendo en fin los despojos del absolutismo y del clero, y fundando el imperio de la levita. Claro es que la levita es el smbolo; pero lo ms intere- sante de tal imperio est en el vestir de las seoras, origen de energas poderosas, que de la vida privada salen a la pblica y determinan he- chos grandes. Los trapos, ay! Quin no ve en ellos una de las prin- cipales energas de la poca presente, tal vez una causa generadora de movimiento y vida? Pensad un poco en lo que representan, en lo que valen, en la riqueza y el ingenio que consagra a producirlos la ciudad ms industriosa del mundo, y sin querer, vuestra mente os pre- sentar entre los pliegues de las telas de moda todo nuestro organismo mesocrtico, ingente pirmide en cuya cima hay un sombrero de copa; toda la mquina poltica y administrativa, la deuda pblica y los ferrocarriles, el presupuesto y las rentas, el Estado tutelar y el par- lamentarismo socialista. Pero Gumersindo e Isabel haban llegado un poco tarde, porque las novedades estaban en manos de mercaderes listos, que saban ya el camino de Pars. Arnaiz fue tambin all; mas no era hombre de gusto y trajo unos adefesios que no tuvieron aceptacin. La Cordero, sin embargo, no se desanimaba. Su marido empezaba a atontarse; ella a ver claro. Vio que las costumbres de Madrid se transformaban rpi- damente, que esta orgullosa Corte iba a pasar en poco tiempo de la condicin de aldeota indecente a la de capital civilizada. Porque Ma- -40- 40. drid no tena de metrpoli ms que el nombre y la vanidad ridcula. Era un payo con casaca de gentil-hombre y la camisa desgarrada y sucia. Por fin el paleto se dispona a ser seor de verdad. Isabel Cor- dero, que se anticipaba a su poca, presinti la trada de aguas del Lo- zoya, en aquellos veranos ardorosos en que el Ayuntamiento refrescaba y alimentaba las fuentes del Berro y de la Teja con cubas de agua sacada de los pozos; en aquellos tiempos en que los portales eran sentinas y en que los vecinos iban de un cuarto a otro con el pu- cherito en la mano, pidiendo por favor un poco de agua para afeitarse. La perspicaz mujer vio el porvenir, oy hablar del gran proyecto de Bravo Murillo, como de una cosa que ella haba sentido en su alma. Por fin Madrid, dentro de algunos aos, iba a tener raudales de agua distribuidos en las calles y plazas, y adquirira la costumbre de lavarse, por lo menos, la cara y las manos. Lavadas estas partes, se lavara despus otras. Este Madrid, que entonces era futuro, se le re- present con visiones de camisas limpias en todas las clases, de mu- jeres ya acostumbradas a mudarse todos los das, y de seores que eran la misma pulcritud. De aqu naci la idea de dedicar la casa al gnero blanco, y arraigada fuertemente la idea, poco a poco se fue haciendo realidad. Ayudado por D. Baldomero y Arnaiz, Gumersindo empez a traer batistas finsimas de Inglaterra, holandas y escocias, irlandas y madapolanes, nansouk y cretonas de Alsacia, y la casa se fue levantando no sin trabajo de su postracin hasta llegar a adquirir una prosperidad relativa. Complemento de este negocio en blanco, fueron la damasquera gruesa, los cutes para colchones y la mante- lera de Courtray que vino a ser especialidad de la casa, como lo deca un rtulo aadido al letrero antiguo de la tienda. Las puntillas y en- cajera mecnica vinieron ms tarde, siendo tan grandes los pedidos de Arnaiz, que una fbrica de Suiza trabajaba slo para l. Y por fin, las crinolinas dieron al establecimiento buenas ganancias. Isabel Cor- dero, que haba presentido el Canal del Lozoya, presinti tambin el miriaque; que los franceses llamaban Malakoff, invencin absurda que pareca salida de un cerebro enfermo de tanto pensar en la direc- cin de los globos. -41- 41. De la paolera y artculos asiticos, slo quedaban en la casa por los aos del 50 al 60 tradiciones religiosamente conservadas. An haba alguna torrecilla de marfil, y buena porcin de mantones ricos de alto precio en cajas primorosas. Era quizs Gumersindo la per- sona que en Madrid tena ms arte para doblarlos, porque ha de sa- berse que doblar un crespn era tarea tan difcil como hinchar un perro. No saban hacerlo sino los que de antiguo tenan la costumbre de manejar aquel artculo, por lo cual muchas damas, que en algn baile de mscaras se ponan el chal, lo mandaban al da siguiente, con la caja, a la tienda de Gumersindo Arnaiz, para que este lo do- blase segn arte tradicional, es decir, dejando oculta la rejilla de a tercia y el fleco de a cuarta, y visible en el cuartel superior el dibujo central. Tambin se conservaban en la tienda los dos maniqus ves- tidos de mandarines. Se pens en retirarlos, porque ya estaban los pobres un poco tronados; pero Barbarita se opuso, porque dejar de verlos all haciendo juego con la fisonoma lela y honrada del Sr. de Ayn, era como si enterrasen a alguno de la familia; y asegur que si su hermano se obstinaba en quitarlos, ella se los llevara a su casa para ponerlos en el comedor, haciendo juego con los aparado- res. VI Aquella gran mujer, Isabel Cordero de Arnaiz, dotada de todas las agudezas del traficante y de todas las triquiuelas econmicas del ama de gobierno, fue agraciada adems por el Cielo con una fecun- didad prodigiosa. En 1845, cuando naci Juanito, ya haba tenido ella cinco, y sigui pariendo con la puntualidad de los vegetales que dan fruto cada ao. Sobre aquellos cinco hay que apuntar doce ms en la cuenta; total, diez y siete partos, que recordaba asocindolos a fechas clebres del reinado de Isabel II. Mi primer hijo deca naci cuando vino la tropa carlista hasta las tapias de Madrid. Mi Jacinta naci cuando se cas la Reina, con pocos das de diferencia. Mi Isa- belita vino al mundo el da mismo en que el cura Merino le peg la -42- 42. pualada a Su Majestad, y tuve a Rupertito el da de San Juan del 58, el mismo da que se inaugur la trada de aguas. Al ver la estrecha casa, se daba uno a pensar que la ley de impene- trabilidad de los cuerpos fue el pretexto que tom la muerte para mer- mar aquel bblico rebao. Si los diez y siete chiquillos hubieran vivido, habra sido preciso ponerlos en los balcones como los tiestos, o colgados en jaulas de machos de perdiz. El garrotillo y la escarlatina fueron entresacando aquella mies apretada, y en 1870 no quedaban ya ms que nueve. Los dos primeros volaron a poco de nacidos. De tiempo en tiempo se mora uno, ya crecidito, y se aclaraban las filas. En no s qu ao, se murieron tres con intervalo de cuatro meses. Los que rebasaron de los diez aos, se iban criando regularmente. He dicho que eran nueve. Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondan al sexo femenino. Vaya una plaga que le haba cado al bueno de Gumersindo! Qu hacer con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un cuerpo de ejr- cito. Y cmo casarlas bien a todas? De dnde iban a salir siete ma- ridos buenos? Gumersindo, siempre que de esto se le hablaba, echbalo a broma, confiando en la buena mano que tena su mujer para todo. Vern deca , cmo saca ella de debajo de las piedras siete yernos de primera. Pero la fecunda esposa no las tena todas consigo. Siempre que pensaba en el porvenir de sus hijas se pona triste; y senta como remordimientos de haber dado a su marido una familia que era un problema econmico. Cuando hablaba de esto con su cuada Barbarita, lamentbase de parir hembras como de una res- ponsabilidad. Durante su campaa prolfica, desde el 38 al 60, acon- teca que a los cuatro o cinco meses de haber dado a luz, ya estaba otra vez en cinta. Barbarita no se tomaba el trabajo de preguntrselo, y lo daba por hecho. Ahora le deca , vas a tener un muchacho. Y la otra, enojada, echando pestes contra su fecundidad, responda: Varn o hembra, estos regalos debieran ser para ti. A ti debiera Dios darte un canario de alcoba todos los aos. Las ganancias del establecimiento no eran escasas; pero los esposos Arnaiz no podan llamarse ricos, porque con tanto parto y tanta -43- 43. muerte de hijos y aquel familin de hembras la casa no acababa de florecer como debiera. Aunque Isabel haca milagros de arreglo y economa, el considerable gasto cotidiano quitaba al establecimiento mucha savia. Pero nunca dej de cumplir Gumersindo sus compro- misos comerciales, y si su capital no era grande, tampoco tena deu- das. El quid estaba en colocar bien las siete chicas, pues mientras esta tremenda campaa matrimoesca no fuera coronada por un xito bri- llante, en la casa no poda haber grandes ahorros. Isabel Cordero era, veinte aos ha, una mujer desmejorada, plida, deforme de talle, como esas personas que parece se estn desbara- tando y que no tienen las partes del cuerpo en su verdadero sitio. Ape- nas se conoca que haba sido bonita. Los que la trataban no podan imaginrsela en estado distinto del que se llama interesante, porque el barrign pareca en ella cosa normal, como el color de la tez o la forma de la nariz. En tal situacin y en los breves periodos que tena libres, su actividad era siempre la misma, pues hasta el da de caer en la cama estaba sobre un pie, atendiendo incansable al complicado gobierno de aquella casa. Lo mismo funcionaba en la cocina que en el escritorio, y acabadita de poner la enorme sartn de migas para la cena o el caldern de patatas, pasaba a la tienda a que su marido la enterase de las facturas que acababa de recibir o de los avisos de le- tras. Cuidaba principalmente de que sus nias no estuviesen ociosas. Las ms pequeas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores tra- bajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas des- echadas del padre. Alguna de ellas se daba maa para planchar; solan tambin lavar en el gran artesn de la cocina, y zurcir y echar un re- miendo. Pero en lo que mayormente sobresalan todas era en el arte de arreglar sus propios perendengues. Los domingos, cuando su mam las sacaba a paseo, en larga procesin, iban tan bien apaaditas que daba gusto verlas. Al ir a misa, desfilaban entre la admiracin de los fieles; porque conviene apuntar que eran muy monas. Desde las dos mayores que eran ya mujeres, hasta la ltima, que era una minia- turita, formaban un rebao interesantsimo que llamaba la atencin -44- 44. por el nmero y la escala gradual de las tallas. Los conocidos que las vean entrar, decan: ya est ah doa Isabel con el muestrario. La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningn adorno, flcida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebao, llevndolo por delante como los paveros en Navidad. Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le haca ordinariamente sus confidencias. Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no s qu hacer. Dios me protege, que si no... T no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. Pero las nias!... Y con estas modas de ahora y este suponer!... Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas ms. Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de camo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este ao he suprimido los estofados. S que los dependientes refunfuan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. Creers que un quintal de carbn se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos das... pif... parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupi dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada. En la casa haba dos mesas. En la primera coman el principal y su seora, las nias, el dependiente ms antiguo y algn pariente, como Primi- tivo Cordero cuando vena a Madrid de su finca de Toledo, donde re- sida. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales haca su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habra rendido a cualquiera mujer, no fa- tigaba visiblemente a Isabel. A medida que las nias iban creciendo, disminua para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebao, cada vez ms perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. -45- 45. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre poda evitar los atisbos por el nico balcn de la casa o por la venta- nucha que daba al callejn de San Cristbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doa Isabel estaba siem- pre con cada ojo como un farol, y no las perda de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno unase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caa algn parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artculo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tena ms remedio que vestirse y concurrir con su gnero a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo haca, ponan las nenas unos morros que no se las poda aguantar. Era tam- bin de rbrica el paseto los domingos, en corporacin, las nias muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecan lo que no eran, la mam muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo pareca. Dios, al fin, apreciando los mritos de aquella herona, que ni un punto se apartaba de su puesto en el combate social, ech una mirada de benevolencia sobre el muestrario y despus lo bendijo. La primera chica que se cas fue la segunda, llamada Candelaria, y en honor de la verdad, no fue muy lucido aquel matrimonio. Era el novio un buen muchacho, dependiente en la camisera de la viuda de Aparisi. Lla- mbase Pepe Samaniego y no tena ms fortuna que sus deseos de trabajar y su honradez probada. Su apellido se vea mucho en los r- tulos del com