Fragmento de "Gabriela"

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Bienvenidos al tren Mauricio Macri, hijo de un empresario cuestionado por sus negocios con el Estado, intentaba despegarse de su padre que siempre lo maltrató y humilló en público porque lo consideraba poco capaz para convertirse en su heredero. Franco, por su parte, no dejaba de aparecer en los medios denunciado por casos de corrupción. El más resonante fue el de Manliba, la empresa de recolección de residuos con la que hizo una fortuna desde mediados de la dictadura militar y hasta fines de los 90. También estuvo acusado por el contrabando de autos con su firma Sevel Argentina S. A., a través del Uruguay. Por esa causa había estado procesado durante el menemismo. Sólo lo salvó la famosa “corte adicta” que, a través de una maniobra leguleya, evitó que Franco fuera a la cárcel por contrabando agravado. Este fue un motivo por el cual el máximo tribunal comenzó a ser cuestionado. La investigación derivó en la renuncia de su presidente, Julio Nazareno, de Guillermo López y de Alfredo Vázquez y la destitución de Eduardo Moliné O'Connor y Antonio Boggiano. Mauricio tuvo su propio procesamiento por contrabando al exportar autopartes al Uruguay que volvían como automóviles. El 22 de febrero de 2001, el juez Carlos Liporaci lo procesó y embargó por 4.900.000 pesos. A él también lo salvó de la condena la corte menemista. Mauricio ya arrastraba del 91 una escandalosa contratación de cloacas en Morón durante la intendencia de Juan Carlos Rousselot, que le costó al municipio mil millones de dólares. La cifra era cuatro veces más alta que la propuesta por los otros licitantes. La imagen de Mauricio Macri frente a las cámaras y la sociedad era débil. Su parquedad y su bigote de corte militar no lo favorecían frente a la opinión pública. La había empezado a revertir en 1995, cuando se convirtió en presidente de Boca Juniors, donde había ganado popularidad por sus éxitos deportivos. Pero su gran objetivo era llegar a la política. Más de una vez había dejado entrever que el club xeneize no era más que un trampolín desde donde pensaba cosechar votos para ser Presidente de la República.

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Fragmento del cap. VII de “Gabriela. Historia íntima de la mujer detrás de la política”, de Sol Peralta y Fernando Amato. Sudamericana, 2012.

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Bienvenidos al tren

Mauricio Macri, hijo de un empresario cuestionado por sus negocios con el Estado, intentaba despegarse de su padre que siempre lo maltrató y humilló en público porque lo consideraba poco capaz para convertirse en su heredero. Franco, por su parte, no dejaba de aparecer en los medios denunciado por casos de corrupción. El más resonante fue el de Manliba, la empresa de recolección de residuos con la que hizo una fortuna desde mediados de la dictadura militar y hasta fines de los 90. También estuvo acusado por el contrabando de autos con su firma Sevel Argentina S. A., a través del Uruguay. Por esa causa había estado procesado durante el menemismo. Sólo lo salvó la famosa “corte adicta” que, a través de una maniobra leguleya, evitó que Franco fuera a la cárcel por contrabando agravado. Este fue un motivo por el cual el máximo tribunal comenzó a ser cuestionado. La investigación derivó en la renuncia de su presidente, Julio Nazareno, de Guillermo López y de Alfredo Vázquez y la destitución de Eduardo Moliné O'Connor y Antonio Boggiano. Mauricio tuvo su propio procesamiento por contrabando al exportar autopartes al Uruguay que volvían como automóviles. El 22 de febrero de 2001, el juez Carlos Liporaci lo procesó y embargó por 4.900.000 pesos. A él también lo salvó de la condena la corte menemista. Mauricio ya arrastraba del 91 una escandalosa contratación de cloacas en Morón durante la intendencia de Juan Carlos Rousselot, que le costó al municipio mil millones de dólares. La cifra era cuatro veces más alta que la propuesta por los otros licitantes.

La imagen de Mauricio Macri frente a las cámaras y la sociedad era débil. Su parquedad y su bigote de corte militar no lo favorecían frente a la opinión pública. La había empezado a revertir en 1995, cuando se convirtió en presidente de Boca Juniors, donde había ganado popularidad por sus éxitos deportivos. Pero su gran objetivo era llegar a la política. Más de una vez había dejado entrever que el club xeneize no era más que un trampolín desde donde pensaba cosechar votos para ser Presidente de la República.

Su primer paso fue la creación de Creer y Crecer, su fundación. En septiembre de 2001, Marcos Peña entró a trabajar a ese espacio que se presentaba como promotor del “pluralismo ideológico y la rigurosidad técnica”. En menos de un año, su función fue la de armador del partido político con el que Macri planeaba saltar a un cargo público.

A mediados de 2002 le encomendó a Peña que le organizara encuentros con distintos grupos de ciudadanos de Buenos Aires: jubilados, jóvenes que asisten a la universidad, amas de casa, hombres de más de 50 años desempleados. Dentro del partido solían llamarlas “reuniones de Tupper”.

— ¡Hola Gabriela! ¿Cómo estás? —saludó Marcos a Michetti por teléfono. Ellos se habían hecho muy amigos cuando trabajaron juntos en la Secretaría de Comercio Exterior.

— ¡Ey Marcos! Bien, che, ¿y vos en qué has andado, que hace mucho que no te veo?

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—Estoy a full. Te llamaba porque estoy laburando con Mauricio Macri en la organización de su partido político. Te quería contar unas cosas sobre lo que quiere hacer en Buenos Aires.

— ¿Qué, se piensa postular por la Capital? —para Michetti, el flamante político no era más que un empresario al que solía ver en las fotos de temporada que hacían las revistas de espectáculos en Punta del Este. Se preguntaba qué compromiso podría tener con el país “un tipo tan frívolo”.

—Bueno, está viendo qué hace, pero desde que creó su fundación está muy enchufado con la política y puede que pelee la jefatura de gobierno de la Ciudad. Cada vez está más decidido. ¿Viste que se barajó que fuera por la presidencia? Pero ahora cree que es un objetivo muy alto y siente que no está preparado. Por eso se separó de Francisco de Narváez, porque el tipo quería que Macri se candidateara a presidente para postularse él en la Ciudad.

— ¿Y qué estás haciendo ahí adentro?

—Estoy dando una mano en lo que sea. Desde la fundación estamos preparando los equipos de trabajo del partido.

—La fundación Creer y Crecer, ¿verdad?

—Sí, pero el partido se llama Compromiso para el Cambio. Te llamo porque me gustaría que nos ayudes a pensar cómo debería ser el área de relaciones internacionales.

—Ah, que piola, puede ser. Cuando trabajé en la municipalidad, con Domínguez, me quedaron muchas cosas en el tintero cuando me fui, después del accidente. Dame unos días y te mando algo.

Le escribió unos papers con un modelo de estructuración de la oficina que se ocuparía de la relación entre Buenos Aires y otros países. Desde su perspectiva, esa área tenía que ser pequeña pero articuladora, con representantes que tomarían las necesidades de los ministros y le buscarían una posible repercusión internacional. También destacó en ese informe la importancia de recibir cooperación técnica de otros países.

—Gabi, me llegó lo que me mandaste, está buenísimo. Me gusta tu punto de vista para Buenos Aires. ¿Por qué no te venís un día y conocés a la gente? —le preguntó Peña.

—No, Marcos. Gracias, pero yo no voy a estar metida en eso —años después Gabriela recordaría esa primera reacción, agradecida a Dios por haberla revertido.

— ¿Por qué no? Vení a alguna reunión y te lo presento a Mauricio —insistió Peña.

—Mirá, yo estoy super contenta por estar colaborando, pero la verdad es que políticamente no tengo nada que ver con él. No me voy a sentir cómoda dentro del partido —respondió Michetti.

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Cada tanto Peña volvía a insistirle: “Ustedes son dos personas que tienen que conocerse, vas a ver que Mauricio es un tipo bárbaro y que el compromiso que tiene es verdadero”. Y ella volvía a negarse. No le creía a Macri. Sentía que no era una persona sincera.

Pero al que no pudo decirle que no fue a Félix, el padre de Marcos. Se quedó helada cuando su ex jefe y mentor la llamó y le pidió que aceptara de una vez conocer al político en formación y cabeza de CPC.

—Usted es una persona comprometida con el país, tiene ideas, tiene carácter, dialoga y escucha… yo tengo la impresión de que si se suma al proyecto de Macri va a ser bueno para ambos —argumentó Peña.

—Gracias por los elogios, Félix. Yo respeto mucho a Marcos y veo que está muy entusiasmado, pero no sé si meterme en lo político, yo soy una técnica.

—Por favor, prométame que lo va a pensar.

Después de su experiencia periférica en el Frente Grande, cercana a Carlos Auyero y a Graciela Fernández Meijide, Michetti volvió a considerar la posibilidad de involucrarse en la política. la había conocido desde el extremo opuesto del arco ideológico, pero ahora estaba a punto de aceptar la chance que le daba el partido de Mauricio Macri, un empresario cargado de denuncias por corrupción y que, además, le parecía un frívolo. Las pesas que compensaron su balanza y la llevaron a tomar esa decisión pudieron estar cargadas con la búsqueda de concretar proyectos propios, con la ambición y el deseo de ganar poder o con una perspectiva de crecimiento económico. O quizás, simplemente, no pudo decirle que no a Félix.

—Hola Marcos, seguro que adivino por qué me estás llamando. No te la voy a hacer complicada: avisame cuándo y voy a alguna reunión a conocerlo a Macri —dijo Gabriela.

— ¡Buenísimo! La verdad es que no había pensado ninguna en particular. Estamos haciendo charlas informales para ver cuáles son los temas que habría que encarar si él llega a gobierno. Son encuentros con vecinos para hablar sobre los asuntos más importantes para la ciudad.

— ¿Vecinos? ¿Vecinos de quién? —bromeó Gabriela.

—Con distintos segmentos de gente que vive en la ciudad. Si te parece podríamos hacer algo en tu casa con mujeres profesionales entre 25 y 40 años. ¿Cómo lo ves?

—Dale, dale, suena divertido.

—Cuando tenga la fecha te llamo y te aviso…

En el umbral de la puerta de la casa de la calle Pasco al 600 había un nene sentado. Ya estaba por empezar una reunión importante dentro de su casa. A Lautaro eso no le interesaba. Solamente quería conocer a una persona: el presidente de Boca Juniors. Lo esperó con un libro sobre la historia del club y cuando llegó Macri le dijo a modo de saludo: “¿Me lo firmás?”.

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Después de mucho orquestarlo, Marcos Peña había conseguido que Michetti y Macri se conocieran. El nuevo político la saludó, se presentó frente al grupo y dio comienzo al encuentro. Michetti le pidió a Norma, su empleada, que participara. Era la primavera de 2002. Se sentaron alrededor de la gran mesa del comedor de Gabriela, un espacio rodeado de objetos de arte popular.

—Yo me siento un privilegiado en este país por haber nacido en una familia con muchos recursos y tengo la sensación de que el sector al que pertenezco no ha sido generoso sino que, por el contrario, fue parte del problema que hoy tiene la Argentina —declamó Macri— ¿Cómo ven al país? ¿Qué habría que cambiar? Gabriela, ¿te puedo pedir papel y un lápiz para anotar lo que hablemos?

Fue casi lo único que dijo en la reunión. A Michetti le pareció fantástico que en vez de ser un político de esos que quieren envolverte, Macri fuera tan callado y las escuchara con atención. Con el tiempo se daría cuenta de que, en realidad, no era una persona precisamente locuaz.

(Fragmento del cap. VII de “Gabriela. Historia íntima de la mujer detrás de la política”, de Sol Peralta y Fernando Amato. Sudamericana, 2012).