Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

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Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934 Puede imprimirse: DR. VICENTE LORES Director General de la Hermandad Nihil obstat: DR. PEDRO LLORENTE Cens. Ecles. Imprimatur: Segovia, 6 de abril de 1951 DR. ARTURO HERNÁNDEZ Vic. Gen. El gran apóstol de las vocaciones sacerdotales, D. Manuel Domingo y Sol, con filial afecto. PRÓLOGO LECTOR: D. Manuel Domingo y Sol, fundador de la Hermandad de Operarios Diocesanos del Sagrado Corazón y del Pontificio Colegio Español de San

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Fulgores un Sol

por D. Julián García

Hernando

Tortosa

1934

Puede imprimirse:

DR. VICENTE LORES

Director General de la Hermandad

Nihil obstat:

DR. PEDRO LLORENTE

Cens. Ecles.

Imprimatur:

Segovia, 6 de abril de 1951

DR. ARTURO HERNÁNDEZ

Vic. Gen.

El gran apóstol de las

vocaciones sacerdotales,

D. Manuel Domingo y

Sol, con filial afecto.

PRÓLOGO

LECTOR: D. Manuel Domingo y Sol, fundador de

la Hermandad de Operarios Diocesanos del Sagrado

Corazón y del Pontificio Colegio Español de San

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José en Roma, era un santo.

Claro está que yo no intento prevenir el

juicio de la Santa Sede, al que desde ahora yo

me someto con todo mi entendimiento y todo mi

corazón. El proceso Apostólico de Beatificación

se está tramitando y la Santa Sede dirá la

última palabra, la de más autoridad y firmeza.

Pero yo, usando de las luces de mi

entendimiento y raciocinando sobre los hechos

que forman la tela de la vida de D. Manuel,

juzgo privadamente que era un santo, y un santo

muy grande, y un santo de muy galana simpatía.

¿Quieres, lector, convencerte? Lee el libro

que tienes en tus manos y verás que la vida,

toda la vida de D. Manuel, fue la de un santo.

Se llama este libro FULGORES DE UN SOL y

ciertamente cada una de sus páginas es un fulgor

y todas juntas, al fundirse todos sus f

fulgores, integran un sol de santidad admirable.

Muchas y variadísimas eran las fuerzas,

naturales y sobrenaturales, atesoradas en la

personalidad gigantesca de D. Manuel. Pues bien;

todas estas fuerzas, a lo largo de la larga vida

de D. Manuel, estuvieron en maravillosa

actividad salvando y santificando almas y

lanzándolas en unión con la propia hacia el Sol

Central de todo el Universo natural y

sobrenatural.

El lector atenúe la afirmación precedente

cuanto exija la experiencia de la pobre

naturaleza humana y las enseñanzas de la

Teología; pero por mucho que atenúe, quedará en

pie que el corazón de D. Manuel era un volcán de

amor y de paciencia y de dulcedumbre y de

sacrificios.

Quien filosofe y teologice bien en la vida de

D. Manuel, se lo explicará perfectamente. D.

Manuel es un argumento apodíctico de la energía

divina que comunica a un corazón humano la

genuina y honda devoción al Corazón Divino.

D. Manuel vivió intelectual y cordialmente la

doctrina de lx Santa Iglesia, la doctrina

auténtica. acerca de la devoción al Corazón

Sacratísimo de Nuestro Señor Jesucristo.

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Para mí es evidente que los triunfos

asombrosos del apostolado de D. Manuel no pueden

explicarse sin la intervención de las llamas

amorosas que arden en el Corazón Sacratísimo del

Rey Divino; llamas que con tanta fuerza

acariciaron y abrasaron el corazón de D. Manuel,

uno de los corazones más enamorados del Corazón

Divino y que sin duda merece figurar en el Cielo

de la Iglesia entre las estrellas de primera

magnitud por su amor al Corazón de Nuestro

Señor: Santa Margarita de Alacoque y el Ven. P.

Bernardo de Hoyos.

Lector: lee este libro y verás que cada uno

de sus breves capítulos lo presenta una faceta

de la personalidad, sencilla y sublime, de D.

Manuel, y todas reunidas lo darán casi la faz de

aquel varón insigne entre los más esclarecidos

por su amor al sacerdocio y por sus empresas

apostólicas para alcanzar la formación más

acabada de los seminaristas, los futuros

Ministros del Rey Divino.

D. Julián García Hernando, autor de este

libro, ha tenido el gran acierto de escribir

estos FULGORES DE UN SOL con materiales de mucho

precio y les ha dado forma primorosa. Lector:

sin sentir y sin cansancio irás leyendo estas

páginas y comprobarás esta predicción mía: tu

corazón se irá enardeciendo y arderás en deseos

de imitar a D. Manuel y arderás en deseos de que

sea beatificado y canonizado y arderás en deseos

de que este Sol irradie cada día más y más

fulgores para bien de España, a la que tanto amó

y para bien de la Santa Iglesia, cuyo amor le

hacia delirar.

+ANTONIO GARCÍA,

Arzobispo de Valladolid

1 de junio de 1951.

PRESENTACIÓN

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No es una biografía de D. Manuel Domingo y

Sol lo que tienes en tus manos. Las hay escritas

y por plumas mejor cortadas que la mía. De ellas

he sacado gran parte de las anécdotas que forman

el presente trabajo.

"Fulgores de un Sol" lo titulo y en verdad

que no pretende ser otra cosa: fulgores o

destellos de un alma gigante; rasgos diversos

del espíritu polifacético de D. Manuel.

Su vida se halla sembrada en multitud de

empresas y actividades: conductor de juventudes

y guía de almas selectas; capellán de Religiosas

y padre de numerosas fundaciones; cura de pueblo

y ecónomo de una parroquia en la capital;

misionero popular y director acreditado de

Ejercicios Espirituales; fundador de periódicos

y revistas y apóstol de la buena Prensa;

profesor del Instituto y hábil catequista;

propagandista incansable y promotor benemérito

de Asociaciones eucarísticas y marianas...

Todo le atraía y nada le llenaba. Hubiera

querido trabajar en todos los ministerios y

llenar todas las necesidades. Pero la cruz de su

limitación pesaba sobre él, recortando

cruelmente sus ansias de apostolado

universal..., hasta que dio con la clave:

trabajar en las causas, formar sacerdotes.

Mediante ellos sus fuerzas se multiplicarían y

sus brazos de obrero evangélico alcanzarían

proporciones insospechadas. Su voz se dejaría

oír en incontables púlpitos y sus pies

incansables recorrerían los caminos variados del

quehacer sacerdotal.

Ser "padre de padres", como él decía, y dar a

su apostolado el mayor rendimiento posible fue

su sueño dorado, y a fe que lo consiguió

trabajando en el campo de la "máxima gloria de

Dios".

En una época en que a la Iglesia se la

perseguía en lo más vital que tiene, que es su

Clero, él supo dar la batalla en el terreno

sacerdotal. A su siembra fecunda se debe en gran

parte este resurgir y esta granazón que estamos

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presenciando en los Seminarios de España.

D. Manuel fue un hombre de visión certera y

de mirada proyectada en el futuro. Por eso pensó

abrir en Roma, junto a la. cátedra de la verdad,

un Colegio donde se formaran alumnos escogidos

de los distintos Seminarios de España, que

fueran en su día mentores del movimiento

religioso de nuestra Patria. EL tiempo le dio la

razón. El f ruto salta a la vista.

Adelantándose a su época, él barruntó las

necesidades a inquietudes espirituales que hoy

se dejan sentir en no pocos sectores del Clero

contemporáneo, y las dio solución adecuada con

la fundación de una Hermandad sacerdotal, en la

que se pudieran recoger y unificar las ansias

apostólicas de sus miembros sin desbordar el

cauce del sacerdocio meramente secular.

Palpó asimismo la urgencia y necesidad del

apostolado social y a él se entregó con su ardor

característico fundando "Círculos Católicos de

Obreros" y "Ligas" para la mutua inteligencia de

patronos y trabajadores.

Sintió honda preocupación por las Misiones y

abrió en Lisboa con el apoyo del Patriarca, José

III, un Seminario en el que se prepararan

misioneros para las Colonias portuguesas.

Supo captar toda la hondura del problema

religioso de América, que hoy tanto priva, y

plantó su bandera en aquellas inmensas regiones

que su corazón de apóstol auguraba prometedoras

para la Obra de la "máxima gloria".

Su celo sacerdotal le bamboleó en todas

direcciones y le hizo catar todos los campos del

apostolado. En todos ellos dejó la impronta de

la santidad. fue la suya una santidad asequible,

acogedora, llena de simpatía y de naturalidad.

Por santo le tuvieron cuantos le trataron, y

¡ojalá que esta opinión de sus coetáneos se vea

pronto aprobada oficialmente por la Iglesia,

mediante su elevación al honor de los altares!

Por bien pagado me daría si a la aceleración

de ese día venturoso pudiesen contribuir estas

líneas, que no pretenden ser. como antes decía,

una biografía exhaustiva de D. Manuel, sino

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cuadros fugaces de su vida, situaciones y

tonalidades variadas de su alma, motivos

diversos de su actuación sacerdotal, en una

palabra: simples pinceladas que despierten en el

lector el apetito de conocer más a fondo el

espíritu y la Obra de uno de los hombres que más

han trabajado por el bien del sacerdocio en los

últimos tiempos.

EL AUTOR

AMANECER

UN VIERNES SANTO

Tortosa dormía plácidamente tendida en sus

huertas y arrullada por su río. Solamente en una

casa de la calle del Ángel se notaba que había

gente en expectación. ¡Iba a nacer un niño!

En la rotación continua del ciclo litúrgico

se leía un nombre: Viernes Santo. Del calendario

de pared pendía una fecha. El reloj de la

Catedral, que velaba el sueño de los tortosinos,

rompió el silencio de la noche. ¡las tres de la

mañana del I de abril de 1836! ¡Viernes Santo!

En un Viernes Santo se deslizaba también por

entonces la vida de España. ¡Revoluciones!

¡Saqueos! ¡Atropellos cometidos contra todo lo

más santo! La Iglesia veía desaparecer sus

bienes injustamente arrebatados por la mano

usurpadora y sacrílega de Mendizábal. Las

Ordenes religiosas eran disueltas a inicuamente

expoliadas.

España, además, lloraba lágrimas de sangre.

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La guerra civil asolaba sus campos y diezmaba su

población. Tortosa vivía con el oído atento a

los sucesos políticos de las otras regiones.

Enclavada en Cataluña y no lejos del Maestrazgo,

no tardó mucho en ver perturbada la paz

proverbial de sus canes tranquilas. Tres mil

tortosinos se alistaron en el ejército carlista,

mientras se organizaban tres compañías de

milicianos que defendían la causa del Gobierno.

¡Ambiente de alarma, de traiciones

covachuelistas, de puñaladas traperas!

Un día, como una ráfaga de odio, se corre la

siguiente noticia: han asesinado al Canónigo

Sala, al salir de la Catedral. Otro, será una

descarga cerrada la que se encargue de anunciar

que María Griñó, la inocente y anciana madre de

Cabrera, ha sido fusilada por el «grave delito»

de ser madre de un general carlista.

En este escenario de ignominia y de sangre

apareció D. Manuel. ¡Paisaje enlutado de España!

¡Era un Viernes Santo! ¿Casualidad?

¿Providencia...?

El rasgo más saliente de la vida de aquel

niño había de ser un espíritu predominantemente

compasivo y reparador de las ofensas inferidas

al Señor.

LUMEN CHRISTI

Aun resonaban en los aires de Tortosa las

campanas de la Catedral, anunciando a los cuatro

vientos con su canto aleluyático la Resurrección

del Señor. Acababa de terminar la solemnidad

litúrgica de la bendición de la pila bautismal y

no hacía mucho que el diácono, llevando en su

diestra las candelas encendidas al fuego nuevo

recién brotado del pedernal y avanzando

mayestáticamente por la nave central de la

iglesia, había cantado tres veces en tono

ascendente aquellas hermosas palabra; del Oficio

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del día: ¡Lumen Christi! ¡Luz de Cristo!, cuando

por las puertas de la Catedral entraba un

pequeño grupo de fieles.

Era en la mañana del Sábado de Gloria de

1836. Una señora de cierta edad llevaba en sus

brazos un niño nacido el día anterior. A su lado

un caballero en traje de fiesta, que se llamaba

Francisco Domingo, y junto a él un sacerdote

amigo que exhibía el permiso correspondiente

para actuar de padrino. Completaban el grupo un

buen número de chiquillos que, por lo alegre del

semblante y la cara de pascuas que tenían,

denunciaban claramente, ser de los convidados al

bautizo.

No tardó en salir el párroco de la Catedral,

D. Gabriel Duch, revestido de sobrepelliz y

estola y acompañado de dos inquietos

monaguillos. Curioseaban éstos a los

circunstantes, mientras el ministro hacía las

preguntas del ritual:

-¿Cómo se va a llamar?

-¡Manuel!

-¡Manuel, ¿qué pides a la Iglesia de Dios?

-¡La fe!

-Y la fe, ¿qué es lo que lo proporciona?

-¡La vida eterna!

Se acercaron a la pila bautismal y las aguas

regeneradoras del bautismo corrieron sobre la

cabeza de aquel niño, iluminándole con las

claridades de la gracia.

«¡Manuel, yo lo bautizo en el nombre del

Padre y del Hijo y del Espíritu Santo!»

Cuando terminaron la ceremonia todas las

campanas de Tortosa respondían al canto

aleluyático de las de la Catedral. En el

presbiterio aun lucían las candelas, las mismas

que llevaba el diácono al entonar el «Lumen

Christi». El párroco se despidió afablemente de

sus feligreses sin sospechar que el niño, que

había bautizado aquel día simbólico, había de

ser en verdad ¡luz de Cristo!

Luz de Cristo por su sacerdocio, ya que todos

los sacerdotes lo son según la bella metáfora

del Señor; pero no una luz aislada que brilla en

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el firmamento de la Iglesia como una estrella en

el espacio sideral, sino un verdadero sol con su

sistema planetario, en cuyo derredor giraron y

girarán multitud de estrellas, que bebieron la

luz de su sacerdocio en aquel niño, bautizado un

Sábado Santo entre el repique de campanas, el

perfume del incienso y el parpadeo incipiente

del cirio pascual.

A LOS PIES DE LA VIRGEN

PRECÍANSE los tortosinos de la antigüedad de

su fe y guardan como oro en paño la veneranda

tradición de que fue un discípulo de San Pablo,

San Rufo, el primer predicador del Evangelio que

se asomó a sus huertas y evangelizó sus campos.

De sus labios apostólicos debieron aprender

el amor a la Santísima Virgen, que prendió

pujante en aquella tierra feraz, fértil para

todo lo bello, y regada por las aguas de aquel

río que sabía ya mucho de devociones marianas y

de apariciones de la Reina del Cielo.

Lo cierto es que desde tiempo inmemorial los

habitantes de Tortosa, no contentos con venerar

a la Madre de Dios en sus iglesias y en la

intimidad de sus hogares, sembraron de

hornacinas de la Virgen las canes tortuosas y

empinadas de su ciudad y las fachadas de muchas

de sus casas. Al pasar ante ellas se descubrían

los sencillos payeses y junto a ellas se paraban

las mujercitas, para musitar una salve o

desgranar un sartal de avemarías.

Pero la manifestación principal de los

fervores marianos de los tortosinos es la

devoción profunda que profesan a su Patrona, la

Virgen de la Cinta, así llamada por la que la

Santísima Virgen entregó a un capellán de la

Catedral; al aparecérsele en la noche anterior a

la fiesta de la Encarnación del año 1178, De

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entonces acá la historia de Tortosa se ha

escrito a la sombra de esta bendita imagen. Su

nombre recíbenle las niñas de la región al ser

bautizadas, y se oye por doquier entre el

tráfago de la vida ordinaria, A la Virgen de la

Cinta acuden los tortosinos en sus necesidades y

continuamente se encuentran devotos haciendo

guardia en su capilla. En este ambiente de

fervores marianos apareció D. Manuel.

Bautizado, al día siguiente de nacer, en la

Catedral tortosina, fue colocado por sus

padrinos en el altar de la Virgen, como lo

suelen hacer en muchos sitios con los recién

bautizados.

Mas no se contentó con eso D.ª Josefa Sol.

Había una antigua costumbre en la ciudad

conforme a la cual todas las madres llevaban por

sí mismas sus hijos, para presentarlos a la

Virgen de la Cinta y recabar de ella sus

bendiciones. La de D. Manuel, que en amor a

María no le iba en zaga a nadie, luego que pudo,

cumplió esta exigencia consuetudinaria,

depositando a su pequeño en el altar de la

Señora y orando ante Ella con toda el alma

mientras la ofrecía el hijo de sus entrañas.

No fueron baldías sus oraciones.

Nacido en aquel ambiente de fervores

marianos, amamantado al calor de esa bendita

devoción, trasplantado después al Seminario, y

sellado más tarde con el carácter sacerdotal,

fue un fervoroso sembrador de la devoción a

María entre seglares y sacerdotes,

distinguiéndose entre sus advocaciones

predilectas aquella bajo cuya mirada maternal se

abrieron sus ojos de niño, la de la Patrona de

su tierra: la Virgen de la Cinta.

MANOLÍN

Nueve años tenía cuando recibió el Sacramento

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de la Confirmación.

Alto, gallardo, de porte airoso. Con unos

ojazos negros bailando en sus órbitas y un alma

retozona asomándose a través de sus pupilas.

Simpático y risueño, bebía su alegría en la

belleza del paisaje tortosino. Sus labios con

frecuencia se abrían para dar paso a una

sonrisa. Bondadoso y apacible como el tranquilo

desliz del Ebro. Abierto y expansivo como el

horizonte infinito del mar.

los niños del colegio se disputaban su

amistad. Los del barrio le daban preferencia en

sus juegos. En casa amenizaba la conversación y

entretenía a sus once hermanos. De él habían de

decir, siendo ya sacerdote, que era «la salsa de

todas las reuniones».

Ni diablo, ni santo desde la tuna, era

Manolín naturalmente bueno. La santidad en los

primeros años, más que en él, debemos admirarla

en su madre. Le quería con delirio y le llevaba

siempre consigo: a la iglesia, a los conventos,

a la compra. Así, con esa genialidad de artista

que Dios ha concedido a las madres, ella fue

modelando el corazón de su hijo.

Aquella dulzura y exquisitez de trato que

después había de cautivar a cuantos le veían,

aquella compasión ante las desgracias ajenas que

tanto le caracterizaron en su edad madura, aquel

dinamismo que había de consumir su vida en

innumerables viajes y empresas, aquel optimismo

que no se apagaba ante las pruebas más duras,

aquel ardor sagrado que provocó en su alma la

llama del fuego eucarístico..., todos esos

rasgos, aunque vagamente, se hallaban ya

perfilados en sus primeros años nimbando su

personilla con un halo de simpatía, realzado por

el candor a ingenuidad propios de la infancia.

EN EL TALLER DE FORJA

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LA casa paterna es la gran escuela del

carácter. El hogar es el yunque en que se forja

la reciedumbre de las almas.

Ordinariamente el artista es la madre.

Mientras arrulla a su hijito o le ve crecer al

abrigo de su corazón, va trazando casi

insensiblemente en el alma virgen del niño los

rasgos fisonómicos de su vida futura.

El amor de D. Manuel a María lo bebió en el

corazón de su madre, y la devoción a la

Eucaristía no fue más que un trasiego de aquel

espíritu eminentemente reparador de D.ª Josefa.

Otro tanto debe decirse de su compasión para con

los pobres.

La casa en que vivían tenía puerta a dos

calles. Ambas se encontraban siempre abiertas

para todos los necesitados.

las vecinas, que con ojos de curiosidad

espiaban los pasos de la buena señora, más de

una vez hubieron de admirar el desprendimiento

de D.ª Josefa, cuya largueza hería su

mezquindad.

Y, con capa de suave admonición pero con

aires de reproche, se atrevieron a decirla en

una ocasión que sus limosnas eran excesivas.

D.ª Josefa, con la sonrisa en los labios, y

como si quisiera rebajar el mérito de sus

limosnas, respondía, haciendo alusión a las dos

entradas de la casa: «las limosnas salen por una

puerta y entran por otra».

Estas palabras, que descubren la aquilatada

virtud de la madre de D. Manuel, desarmaron

completamente a las atrevidas vecinas, que en

adelante no volvieron a importunarla.

CAPULLO ENTREABIERTO

Como empezó a sentir Manuel en su alma el

beso de la vocación sacerdotal?

No fue la suya una llamada extraordinaria. No

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hubo una caída del caballo como la de Saulo, una

aparición de la Virgen como la de San Luis, una

invitación expresa y terminante como la de

Mateo. No fue con ocasión de una muerte, al

estilo de la del Duque de Gandía. No sintió

desjarretársele el alma mientras le serraban la

pierna como San Ignacio, ni en él, como en San

Benito, la vocación tuvo el carácter de protesta

contra la vida disoluta de sus condiscípulos de

Roma.

En Manuel no hubo nada extraordinario, nada

manifiestamente providencial. fue una cosa

natural, espontánea, sin visiones celestes, sin

caídas aparatosas, sin gestos de displicencia o

muecas de dolor.

El nacer de un arroyuelo, el despertar del

alba, el beso de la brisa, el canto del

jilguero, la sonrisa de la flor..., no tienen

tanta naturalidad como el amanecer de una

vocación en un hogar profundamente cristiano..

Dios concede a las madres un puñado de

semillas sacerdotales. Ellas consciente o

inconscientemente las siembran en el alma de sus

niños, mientras se abren en busca de una caricia

o en demanda de un beso.

La semilla a veces arraiga. Entonces la

riegan con el rocío celestial de la gracia

alcanzado a fuerza de oraciones, y la hacen

crecer al abrigo de su corazón. Llega un día en

que la semilla echa un tallo, el tallo un

capullo, el capullo se entreabre, y el niño a

los siete o diez años se da cuenta de que lleva

en sí algo especial que él no acaba de

comprender, pero cuyo valor presiente porque ha

oído que lo llaman «soplo de cielo, beso de

Dios».

Esta es la génesis de la vocación de Manuel;

la historia de tantas vocaciones de niños

angelicales que crecen, sin ruido, en el

silencio de un hogar profundamente religioso.

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EL DOMINE SENA

Quien no ha oído hablar de los famosos

«dómines», constante pesadilla de los

estudiantes primerizos? Todo el mundo conoce la

caricature que del «dómine Cabra» nos dejó

Quevedo en El Buscón.

De la familia del archipobre personaje de

Quevedo debía ser el «dómine Sena» de D. Manuel,

a juzgar por lo que de él nos dice: que «era más

versado en desdichas que en versos, con serlo

mucho».

Catedrático de latín y castellano en el

Colegio de San Matías, era D. José Sena tipo

popularísimo entre la gente estudiantil

tortosina, que se divertía a costa suya,

haciendo chacota de sus simplezas. Comentábanse

picarescamente sus candorosas genialidades y sus

rarezas eran el pábulo en que se cebaba la

locuacidad de los jóvenes.

Conocía a las mil maravillas el célebre

aforismo de los antiguos « la letra con sangre

entra», y creyendo como dogma de fe en su valor

educativo, cumplíalo al pie de la letra.

Gesto displicente, mirada hosca, voz de

trueno con amagos de tormenta, cara, más que de

juez, de verdugo... Con esa decoración entraba

en escena. El palo al alcance de la mano, y una

sarta de improperios dispuesta a lanzar sobre la

no siempre inocente víctima.

El alumno, a regañadientes, iba repitiendo

las declinaciones, mientras media con los dedos

el último chichón que acababa de propinarle la

maldita vara.

Regaños, pescozones, palos, encerronas...

eran el marco ordinario de aquellas clases

interminables de dos horas en que, si no se

dormían los chicos, era por los gritos

descompasados del profesor o el lloriqueo

frecuente del alumno a quien había preguntado la

lección.

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En este ambiente empezó a estudiar D. Manuel.

¡Halagüeña perspectiva! Pero, ¡caso raro!; entre

todos los jóvenes que escuchaban las

explicaciones del «dómine Sena», él fue el único

que no cató los palos del «insigne maestro».

Comentaba después D. Manuel esta excepción

singularísima de no haber sido objeto de los

castigos de que fueron víctimas cotidianas todos

sus compañeros. Pero no nos da, al menos

claramente, la solución. No dice si sería por su

comportamiento ejemplarísimo y su aplicación

nada común, o más bien por los «sustanciosos y

frecuentes regalos que su madre, según añadía él

mismo, como queriendo dar la clave del misterio,

acostumbraba a llevar al terrible dómine».

En el pecho generoso de D. Manuel siempre se

conservó vivo el , rescoldo de la gratitud a su

querido maestro. Años después, compadecido de la

triste situación económica en que se hallaba la

familia de D. José Sena, abrió una suscripción

pública entre los antiguos alumnos pare

remediarla.

NADANDO EN EL EBRO

El cuidado y solicitud de D.ª Josefa por la

perfecta educación de su hijo era tan

extremadamente delicado, que llegaba a

sacrificar la satisfacción natural de tenerlo

junto a sí ante el peligro de que perdiera la

vocación al contacto con el mundo. Por eso aun

en las vacaciones de verano le hacía vivir en el

internado del Seminario; y él ingenuamente

confesaba que gozaba allí de más libertad que en

su propia casa.

Manuel pasaba una temporada deliciosa dentro

y... fuera del Seminario con los pocos alumnos

que en él quedaban; pues la elasticidad del

reglamento en vacaciones daba amplio margen a

sus travesuras infantiles.

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Libre de la pesadilla de las clases, sin

libros obligados de texto que aguasen sus

vacaciones, cansado de jugar en los patios del

internado, planeaba con los fámulos del

Seminario una escapatoria, para zambullirse en

las tranquilas aguas del Ebro.

¡Qué felices aquellas tardes interminables de

julio y agosto bajo un cielo plomizo y un sol

abrasador que se encargaba de calentarles el

agua del baño! ¡Qué hermoso se le antojaba

entonces el paisaje tortosino, cuando el sol se

ocultaba dejando entrever su aureola anaranjada

entre las ondulaciones de los montes!

¡Batallas navales! ¡Apuestas! ¡Desafíos...

sobre quién pasaba el primero a la otra orilla o

atravesaba algún bodón peligroso!

Caía la tarde. Salían del agua. Y se alejaban

del río, comentando los incidentes del día. Lo

hemos pasado estupendamente; decía uno. Tengo un

hambre piramidal, replicaba otro. Y Manuel, con

aires de victoria y dejos de suave reconvención,

añadía, haciendo alusión al peligro de los

bodones: «si lo supiera mi madre, no volvía a

veranear fuera de casa».

UN MES DE MAYO EN EL SEMINARIO

El mes de mayo es lo más hermoso en los

anales del Seminario. Ninguna estampa del álbum

escolar se presenta a los ojos del seminarista

tan risueña y atrayente, como la del mes de las

flores. Ni la Navidad con su derroche de

alegría, ni Semana Santa con la solemnidad de

sus funciones, ni Pascua con sus jubilosos

aleluyas, ni las vacaciones de verano con su

cortejo de ilusiones y de planes..., nada

apasiona tanto como el mes azul, el mes de

María.

«¡Oh, hijos míos! -decía en su edad madura D.

Manuel a sus colegiales de Tortosa-. Hace aún

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muy pocos años yo me encontraba como vosotros.

Anhelábamos la venida del mes de mayo en el

Seminario, que en mi época fue cuando se

introdujo; y todos los días y cada año con más

fervor se repetía.»

Era en 1854. Manuel había cumplido los

dieciocho años. La vida se extendía ante él como

un abanico de ilusiones y de esperanzas.

Paisajes nuevos, perspectivas de horizontes sin

fin se columpiaban ante la visual de su dorada

juventud.

¡Qué hondamente se siente el mes de mayo a

los dieciocho años, cuando el canto de las

aflores» arranca suspiros del corazón y orea

mimosamente todos los repliegues del alma!

Manuel corría a galope tendido por el camino

de la virtud, cuando tropezó con este mes de

mayo, que marca un paso decisivo en su ascensión

hacia la santidad.

Ya antes se había distinguido por su amor a

la Virgen. «A los quince años, dice uno de sus

compañeros, tenía ya alma y obras de apóstol.

Recorría los corrillos de sus condiscípulos para

hablarles de María.» Pero fue entonces cuando

comenzó la devota costumbre de escribir la lista

de los obsequios que ofrecía a la Virgen en su

mes. «Guirnalda de flores» la titula. «Guirnalda

de flores reunida por mí, Manuel Domingo,

grandísimo pecador, para ofrecer a la Virgen

María.» A continuación escribe los obsequios:

privarse de un recreo, de un plato en la comida,

jaculatorias, comuniones espirituales,

mortificaciones interiores, cilicios, ayunar,

hacer tres cruces con la lengua en la tierra,

llevar la imagen de María y apretarla a menudo

contra el pecho diciendo: «Yo os entrego para

siempre, Virgen Santa, mi corazón...»

El amor es fuego que no puede permanecer

oculto. Manuel ardía y, por tanto, quemaba. El

apóstol es una llama que prende en los demás.

Manuel sacaba copias de estas listas de

obsequios

y las repartía entre sus compañeros. Les

hablaba de la Virgen. Les contaba ejemplos

Page 18: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

relacionados con Ella y terminaba contagiándoles

su mismo fervor.

Mayo pasaba alegre y rápidamente, como un día

de asueto, como un día de campo. Llegaba el 31,

la despedida de la Virgen. El altar engalanado

con los mejores adornos. El ambiente saturado

con perfume de rosas. Las velas y flores

llorando de emoción los ángeles aupándose para

contemplar más de cerca a su Señora. La Virgen,

más hermosa que nunca, sonríe en un mar de luz.

A sus pies unas cartas se estremecen con temblor

de gratitud. En el corazón del seminarista se

apretujan los sentimientos. Una lágrima humedece

sus ojos y sus pupilas se clavan en la Virgen de

sus amores, para robarle la última mirada, la

última sonrisa, mientras los cantores con triste

voz de despedida entonan el «Adiós, Madre,

adiós, Virgen querida, otro año esperamos

volver...»

La función de las «flores» termina. La

iglesia queda vacía. El corazón del seminarista

continúa cantando, mientras las filas se

deslizan perezosamente por los claustros del

Seminario:

«Adiós, Reina de cielos y tierra,

casta Madre del más bello amor;

al besar hoy lo mano, pedimos

nos bendigas, oh Madre de amor.»

Mayo se fue; pero en el alma de Manuel quedó

clavado aquel mes como una flecha de su amor a

María. Años después aun lo recordaba con viva

emoción y se regodeaba con el saboreo de tan

dulces recuerdos. «Entonces fue, decía, cuando

yo experimenté lo que vale la devoción a la

Virgen Santísima.»

AMOR DE MADRE

Page 19: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Le amaba con locura. Cierto que en el corazón

de aquella madre cristiana cabían holgadamente

todos sus hijos; pero D.ª Josefa sentía cierta

predilección por Manuel, su pequeñín. No sabía

estar sin él. Le llevaba consigo a todas partes,

sufría cuando por cualquier motivo tenía que

alejarse de su presencia.

Cuando aun era jovencito y estudiaba en el

Seminario Menor, hizo un viaje a Morella,

aprovechando las vacaciones de verano. Durante

su breve estancia en la capital del Maestrazgo

no se le ocurrió escribir unas letras a casa

relatando las primeras impresiones de su

llegada.

D.ª Josefa esperaba impaciente día tras día

la hora del correo, por ver si había carta de su

seminarista, pero en vano. Aquel breve tiempo

antojósela un siglo, y así se lo dijo a su

Manuel, cuando éste regresó a Tortosa:

-Pero, hijo, ¿por ,qué no has escrito

comunicando lo llegada? ¡He estado

preocupadísima por tu salud! ¡Creí que te había

pasado algo!

-Me pareció que no merecía la pena, habiendo

sido tan corta mi ausencia-repuso él-; y, sobre

todo, no supuse que usted pudiera estar

impaciente.

Mucho la costó desprenderse de él cuando,

siendo ya sacerdote. le envió el Sr. Obispo a

Valencia para que se graduara en Sagrada

Teología. Un curso entero tuvo que pasar en la

ciudad del Turia, lejos de su hogar y de su

familia.

D.ª Josefa le escribía a menudo, y quería que

él correspondiese con la misma frecuencia.

Sabíalo D. Manuel y, como buen hijo, procuraba

satisfacer los deseos de su madre contestando

con regularidad, aun en medio de las tareas

escolares.

La alegría que recibía ella siempre que el

cartero llamaba a la puerta de su casa, para

entregarla una carta con el matasellos fechado

en Valencia, era indescriptible. También el

Page 20: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

cartero participaba de su regocijo, pues sabía

que por cada carta que la entregara de D.

Manuel, recibía una peseta de propina.

No faltó quien alguna vez echase en cara a

D.ª Josefa su extremosa generosidad y tachase de

excesiva a injustificada la paga que daba al

cartero, a lo que ella, llevada del cariño

extraordinario ,que profesaba a su, hijo,

replicaba: «¿Excesiva? ¡Qué ha de ser! ¡Si aun

me parece pequeña!»

EL REPROCHE DE SU HERMANO

No sólo era su madre la que le amaba con

locura, sino todos los de su casa. Sus hermanos,

más que afecto fraternal, sentían para con él

verdadera devoción.

Andando los años, cuando las múltiples

ocupaciones y la multiplicación de sus

ministerios le robaban toda su actividad y le

obligaban a hacer frecuentes y prolongados

viajes fuera de Tortosa, su hermano mayor, José,

se quejaba de aquellas repetidas y largas

ausencias que les privaban de su grata

presencia: «No me he casado yo, decía, por vivir

en su compañía y apenas si nos deja disfrutar de

ella.»

PRIMERAS ESCARAMUZAS

Con el correr de los años iban creciendo en

su corazón generoso las ansias de entregarse

cuanto antes a la salvación de las almas.

Aun no había salido del Seminario, cuando

encontró ocasión oportuna de desarrollar su

ardoroso celo en la «Asociación de la Doctrina

Page 21: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Cristiana», que acababa de fundar su Prelado y a

la que. por disposición del mismo, habían de

pertenecer todos los sacerdotes y seminaristas

de Tortosa, que hubiesen recibido la Tonsura.

Manuel, que por aquel entonces estaba ya

ordenado de Subdiácono, recibió la grata noticia

con visibles muestras de profunda alegría, y

desde el primer momento se entregó con toda el

alma a la formación catequística del grupo de

niñas que le encomendaron en la Iglesia de San

Antonio, bajo la dirección del hábil pedagogo D.

Benito Sanz y Forés, su querido Profesor del

Seminario.

La catequesis fue siempre una de sus

preocupaciones predilectas.

El bisoño apóstol preparaba de antemano y con

escrupulosa minuciosidad las lecciones y

advertencias que había de hacer a sus pequeñas

catecúmenas, y se valía de mil medios para

atraer a la gente menuda a sus explicaciones de

catecismo: premios, estampas, medallas, juguetes

y... ¡hasta caramelos! De todo cuanto podía

echaba mano su celo ingenioso.

Su táctica solía ser ésta: empezaba dando

para atraer con sus regalitos a los niños, pero,

cuando ya les tenía ganado el corazón y su trato

exquisito y delicadísimo les había totalmente

engolosinado, entonces les pedía a veces lo que

antes les había dado, para con ello cazar a

otros.

Así lo cuenta una religiosa cuya vocación

brotó al calor de las instrucciones

catequísticas de D. Manuel.

«Cuando me presenté por primera vez al

catecismo, tenía sobre once o dote años. Al

principio, como no conocía a nadie, estaba un

poco asustada. Se fijó D. Manuel en mí y, al

notar mi turbación, me dio una estampita.

las otras niñas, sintiéndose un poco

preteridas, al ver que me Baba la estampa, le

dijeron con aire de desaprobación: «Mosén Sol, a

ésta no; que no viene nunca a la catequesis.» Y

él contestó con aquella amabilidad tranquila que

me robó el corazón para dárselo a Dios: «¡Ya

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vendrá, ya!»

Desde entonces continuó dándomelas todos los

días y, cuando ya me tenía segura, entonces me

pedía lo que yo tenía para dárselo a otras.»

No se contentaba con una explicación fría y

rutinaria del catecismo. El ponía en todas sus

cosas fuego y entusiasmo de apóstol. A las

mayores les daba lecciones provechosas de moral

y a unas y otras las aficionaba a la práctica de

la virtud, invitándolas a visitar a la Virgen

por turno, cada una durante una hora al mes,

sugiriéndolas. obsequios que ofrecer en el mes

de mayo, y aconsejándolas que todos los domingos

fueran por grupos a obsequiar a las niñas

recogidas en el hospital.

los resultados fueron excelentes. La

catequesis de sus primeros años se convirtió en

un vivero fecundo de vocaciones religiosas.

A LAS PUERTAS DEL SACERDOCIO

Por los años en que D. Manuel cursó la

carrera eclesiástica dejaban bastante que desear

los Seminarios, debido al ambiente de

inestabilidad política que entonces se respiraba

en España. La disciplina estaba bastante

relajada a causa de los continuos trastornos y

frecuentes revoluciones, que necesariamente

repercutían en los centros de formación

eclesiástica.

La preparación espiritual era deficientísima,

pues, como dice el mismo D. Manuel, no tenían

más que una plática de formación e instrucción

religiosa en todo el año. No sabían lo que era

dirección espiritual ni, por consiguiente, la

practicaban. No se había introducido aún la

costumbre de practicar anualmente los Ejercicios

Espirituales. Y los que hacían como preparación

inmediata para la Ordenes, dice él que eran aun

juguete, cosa de niños».

Page 23: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

En este ambiente de tibieza y disipación

resalta más la virtud aquilatada de aquel

seminarista, que sabe luchar contra la corriente

en que se mueven muchos de sus compañeros, para

llevar una vida digna y fervorosa, saturada de

espiritualidad y aureolada ya entonces con

vastos proyectos de empresas y obras de celo.

Sus propósitos de Ejercicios de Ordenes son

un programa magnífico y completo de vida

sacerdotal: silencio, recogimiento interior y

exterior, generosidad, modestia, mortificación,

desprendimiento, buen ejemplo, pureza de

intención, dirección espiritual, devoción a

María y trabajo sin cicaterías ni regateos.

Para cumplir mejor estos propósitos, se

consagró a la Santísima Virgen, inscribiéndose

en la Congregación de Nuestra Señora de los

Dolores.

Templado con los Ejercicios y enfervorizado

con el ambiente del mes de mayo, le llegó por

fin el día ansiado de su ordenación sacerdotal.

La recibió con extraordinarias muestras de

fervor de manos de su Obispo, Excmo. Sr. D.

Miguel José Pratmans, el día 2 de junio de 1860,

en la iglesia parroquial del Jesús, de su ciudad

natal.

PRIMAVERA SACERDOTAL

LA PRIMERA MISA

Amaneció un día espléndido. El sol se asomó

puntual a la huerta tortosina iluminando la

belleza de su exuberante vegetación. La

primavera había vestido de alegría la campiña y

saturado el ambiente con perfume de rosas. Era

Page 24: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

el 9 de junio de 1860.

En la iglesia de San Blas se notaba un

movimiento inusitado. Las campanas tocaban a

placer, sembrando en los corazones de los

tortosinos notas de regocijo. En el interior se

daban los últimos retoques al adorno de los

altares. Velas sin estrenar lucían la esbeltez

de su talle y flores de mil tonalidades

diferentes ostentaban orgullosas sus variados

colores a la luz de un sol madrugador, que se

asomaba entre las cristaleras de los ventanales.

El sacristán pasaba revista a los objetos que

se habían de necesitar para la ceremonia, y los

monaguillos, vestidos de gala, discurrían

inquietos por el templo yendo de la sacristía a

la calle y de aquí al interior, esperando

impacientes la hora de su actuación.

Llegó ésta, por fin, cuando D. Manuel entró

en la iglesia rodeado de nutrida escolta de

sacerdotes y seguido de sus familiares y

convidados. El nuevo presbítero avanzaba a lo

largo del templo en medio de un mar de cabezas

que se inclinaban a su paso.

Empezó la misa, que celebró con una emoción

indescriptible. Llegado el momento debido, subió

al púlpito el Lectoral de Tortosa, M. I. Sr. Dr.

D. Benito Sanz y Forés, ,quien en sentidas

frases y vibrantes párrafos cantó las glorias

del sacerdocio a hizo breve historia de la

vocación de aquel misacantano, a quien él amaba

entrañablemente desde que le conoció en las

clases del Seminario.

los padres de D. Manuel lloraban lágrimas de

gozo, arrancadas al contacto de las palabras

emotivas del predicador, y sus hermanos hacían

otro tanto abrumados por el peso de las

emociones.

Terminada la misa, empezó el besamanos. Todo

el barrio desfiló por delante del nuevo

sacerdote, besando sus manos recién ungidas.

Muchos eran los invitados al cantamisa, pues D.

Manuel siempre quiso que estas ceremonias

estuvieran rodeadas de toda la pompa y esplendor

posibles. Y otros muchos acudieron atraídos por

Page 25: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

el ansia de oír la primera misa de aquel que ya

de seminarista les había dado tan buenos

ejemplos.

En tan solemne acontecimiento ,quiso hacer

particioneros a otros muchos de la alegría en

que se derretía su corazón. A los pobres de la

parroquia les repartió abundantes limosnas y

recibió de ellos muestras sinceras de verdadera

gratitud. Las niñas de la catequesis, con

quienes él había hecho sus primeros ensayos de

apostolado, fueron todas a felicitar a su

querido catequista convertido ya en otro Cristo,

y salieron de su presencia con el corazón

esponjado, el rostro sonriente y acariciando

entre sus manos cada una un cucurucho de

caramelos.

Con aquel día se pasaron las ilusiones de la

primera misa; pero en el alma de D. Manuel se

conservó siempre vivo el recuerdo de aquella

mañana radiante de primavera en que estrenó su

sacerdocio.

Todos los que asistieron a aquella primera

misa conservaron durante toda su vida impreso en

la retina del alma «el edificante espectáculo

que les ofreció, con su juvenil y extraordinaria

hermosura, su interesante figura, su angelical

modestia y su gravedad en el Altar, el

misacantano. ¡Pareció a todos aquella la primera

misa de un sacerdote santo!...»

¡VOLUNTARIOS!

Corría el año 1861 cuando el Vicario General

de Tortosa, D. Ramón Manero, hizo un llamamiento

al clero de la diócesis. ¡Voluntarios!

Necesitaba voluntarios que se sintieran con

vocación de misioneros, vanguardistas que

desinteresadamente se ofrecieran a trabajar por

los intereses de Dios.

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Se pretendía fundar un colegio de misioneros

diocesanos y lanzarlos por los pueblos a dar

misiones, para contrarrestar los efectos

desastrosos de la revolución.

En seguida alistóse D. Manuel. Y el 22 de

diciembre de aquel mismo año recibía de manos

del Vicario General el nombramiento de

misionero, con el encargo de asistir el día 29 a

la solemne inauguración de la Casa de Misiones y

Ejercicios de la Diócesis.

En aquella fecha, como en todas las ocasiones

transcendentales de su vida, para purificar su

espíritu de los afectos menos legítimos c

intenciones interesadas que pudieran malearlo,

hizo al Señor la oblación completa de su

persona. En ella, después de consagrarse

enteramente a Dios, le pide un celo ardiente

«como el de vuestro Apóstol San Pablo; un

espíritu encendido, como el de San Juan

Bautista; unos labios puros, como los del

profeta Isaías. Dadme también, Salvador mío, la

ciencia necesaria para el desempeño de mis

obligaciones, a fin de que pueda convertir a

todos mis hermanos y conducirlos por el camino

de la salvación y del amor de Dios. Dadme al

mismo tiempo, Jesús mío, si es de vuestro

agrado, la salud suficiente para recobrar con mi

diligencia presente mis negligencias pasadas y

dedicarme mejor al ministerio sagrado, hasta el

momento que sea vuestra voluntad disponer de

mí».

Con la cruz de misionero sobre el pecho, en

los labios siempre dispuesta la semilla de la

divina palabra, y el corazón hirviendo de amor a

Jesús, recorrió, en compañía de otro venerable

eclesiástico, D.. Mariano García, varios pueblos

de la diócesis, quedando en todos ellos la gente

maravillada por la unción con que predicaba

aquel joven sacerdote.

ANTES DEL ALBA

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Dotado de un temperamento naturalmente

activo, y acuciado además por el celo de la

gloria de Dios, costábale enormemente a D.

Manuel el tener que ceder a las exigencias de la

naturaleza, dedicando al sueño un tiempo

precioso que hubiera podido emplear en sus

ministerios sacerdotales. Si era esclavo de la

naturaleza en este particular como todos los

mortales, no lo era del regalo o de la

comodidad, pues regateaba al sueño todas las

horas que podía.

Aun acostado pasaba largos ratos rezando

oraciones litúrgicas, recitando jaculatorias, y

dejando escapar de su corazón suspiros

encendidos en amor de Dios. Esto solía

acontecerle con frecuencia, sobre todo estando

medio dormido en estado de semivigilia.

los familiares reprendíanle porque no dormía.

A lo que él contestaba que las horas aquellas

eran las que más le costaba perder.

A no ser que alguna enfermedad le retuviese

en cama, abandonaba el lecho antes de amanecer y

salía en seguida de casa, dirigiéndose por

aquellas canes laberínticas de Tortosa al

convento d, Santa Clara. La ciudad, arropada en

un profundo silencio, dormía aún plácidamente.

En el cielo lucían todavía las últimas

estrellas. Y como el alumbrado público de gas

dejaba no poco que desear, y los faroles de las

esquinas con harta frecuencia no lucían, llevaba

D. Manuel una linterna de mano, que dejaba a la

entrada del convento, en unos bancos de piedra

que hay en el pórtico exterior. Cuando amanecía,

pasaba la criada de casa y recogía la linterna

de Mosén Sol, que guardaba hasta el día

siguiente.

Mientras D. Manuel, hincado de rodillas ante

el Sagrario, pasaba largos ratos, horas enteras,

hablando amigablemente al Señor de sus planes,

de sus empresas, y consolándole con actos de

reparación por las ofensas de los hombres.

Pegado al Sagrario permanecía hasta que venía el

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día y con él empezaban a llegar las primeras

devotas, que acudían a su confesonario.

EL CURA Y EL SACRISTÁN DE LA ALDEA

Recibió D. Manuel el nombramiento de regente

de La Aldea el 7 de marzo de 1862.

No era ciertamente ésta ninguna cosa

apetecible en el humano modo de enjuiciar el

valor de las parroquias. Situada a tres leguas

de Tortosa, era La Aldea un pequeño caserío de

reducido vecindario y cuyos habitantes se

hallaban además diseminados por el campo. No

tenía, por tanto, muchos pretendientes. Tanto es

así, que después del nombramiento de D. Manuel,

el Sr. Obispo de Tortosa se vio precisado a

publicar en el «Boletín Eclesiástico» una

circular en la que invitaba a los sacerdotes a

que voluntariamente se ofreciesen a servir la

coadjutoría de La Aldea, ofreciéndoles en cambio

la asignación de tres mil reales, intenciones de

misas, casa rectoral, y considerar su estancia

en La Aldea como méritos especiales para

ulteriores ascensos.

Cuando D. Manuel fue nombrado regente de

aquel caserío no tenía ninguno de estos

alicientes humanos y sí todas las desventajas.

Recibió, no obstante, con júbilo el

nombramiento, por ver en él expresa la voluntad

de Dios, y marchó en seguida a su nuevo destino,

anheloso de ponerse cuanto antes en contacto con

sus feligreses.

Se conserva entre sus escritos el sermón de

presentación que les dirigió, lleno de santo

celo y fuego apostólico. En él les dice entre

otras cosas: «Siempre estaré dispuesto a

recibiros y escucharos con toda la caridad que

el Señor me inspire, de día y de noche; y

procuraré al mismo tiempo corregiros, ya en

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público ya en privado, deseando asimismo que, si

alguna cosa observareis vosotros en mí no del

todo buena o sospechosa, me lo advirtáis,

estando seguros de que no sólo no he de

enfadarme, sino que os lo agradeceré en lo más

íntimo de mi alma y os pagaré encomendándoos al

Señor muy encarecidamente.»

Encantado quedó D. Manuel de la asistencia

con que habían respondido sus feligreses a su

primera actuación en la Vicaría de La Aldea;

pero pronto hubo de ver que no era su

religiosidad lo que les había congregado en la

iglesia del pueblo, sino la novedad del caso. En

días sucesivos quiso invitarles a que cuanto

antes hicieran el cumplimiento pascual, pero con

gran sorpresa suya vio la iglesia casi vacía.

Entonces, sin desalentarse, decidió cambiar

de táctica y visitar a sus feligreses casa por

casa, como lo hizo llevando a todos los hogares

su aliento paternal, incluso a los de los

payeses diseminados por la huerta tortosina.

Realmente en aquel período de su estancia en La

Aldea trabajó con toda el alma, pudiendo muy

bien decir que uno descansaba ni dormía».

Todos los vecinos de aquel pueblo le cobraron

verdadero cariño en los seis meses escasos que

estuvo entre ellos; mas no todos secundaron

plenamente los deseos de su celoso Pastor; lo

cual le hacía andar hondamente preocupado, como

él mismo lo deja entrever en las palabras que

solía decir, cuando se encontraba a alguno de

sus antiguos feligreses: «Rogad a la Virgen por

el que tantas lágrimas vertió ante su presencia

en la soledad de aquella iglesia.»

En su labor de apostolado encontró D. Manuel

un obstáculo serio donde menos podía

sospecharlo. Tenía un sacristán chocarrero y

burlón, el cual con sus bufonadas y pullas

alejaba de la iglesia a los sencillos payeses.

Huían éstos de él como del demonio; y de tal

hacía el oficio, porque les apartaba de la

recepción de los santos sacramentos.

D. Manuel, no pudiendo de momento deshacerse

de él, procuraba esquivar sus burlas. A los más

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inclinados a dejarse llevar del respeto humano,

esperábales muy de madrugada en la iglesia, para

que en aquellas horas intempestivas cumpliesen

sus deberes religiosos, antes de que pusiese el

pie en ella el chancero sacristán.

LA COMUNIÓN Y EL DESAYUNO

El día 1 de junio de 1863 recibía D. Manuel

el nombramiento de ecónomo de la parroquia de

Santiago de Tortosa.

Al hacerse cargo de aquella feligresía estaba

ésta casi en completo abandono. El párroco era

ya muy anciano y el coadjutor se hallaba casi

siempre enfermo. No es de extrañar, por tanto,

que aquello marchara muy mal. Irregularidad en

las funciones litúrgicas, descuido en las

ceremonias, suciedad en los objetos de culto,

todo lo cual se traducía en una falta de

asistencia de los fieles y en un continuo vacío

en la iglesia.

D. Manuel no estuvo más que cinco meses al

frente de la parroquia de Santiago, pero lo

suficiente para cambiarla por completo. La

limpió y adecentó. Sacudió la conciencia

adormilada de sus feligreses con el anuncio de

novenarios y triduos solemnes en los que

predicaban oradores de talla. Abrió la

catequesis de niños y niñas. Empezó a trabajar

con los jóvenes de ambos sexos. dio regularidad

al horario de los cultos y vida a las funciones

litúrgicas. Hizo la visita domiciliaria a los

enfermos. Predicaba incansablemente y pasaba

cada día largas horas en el confesonario,

esperando primero, hasta que la gente se fue

acostumbrando, y confesando después a su

numerosa clientela.

Un buen día en que se hallaba en la

sacristía, revistiéndose para empezar la santa

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misa, entró una señora muy pobre que quería

hablar con él.

-¿Qué desea, buena mujer?-preguntó D. Manuel.

-Venía a ver si en esta iglesia se reparte

también la comunión.

Sin duda la pobre en alguna ocasión no había

hallado facilidad de comulgar allí.

Sonrió un poco extrañado D. Manuel, y

contestó al punto:

-¡Sí, señora! Aquí también distribuimos la

sagrada comunión, y como en pocos sitios.

¡Créalo! ¡Como en pocos sitios! ¿Usted es

forastera, verdad?

-¡Sí, señor! Soy de Uldecona y he venido

pidiendo a Tortosa. ¡Oiga, Mosén!, ¿y cómo dice

que dan ustedes la comunión?

D. Manuel la miró de arriba abajo y al verla

tan mal trajeada, compadecido de ella, la dijo:

-¿Es usted pobre, verdad?

-¡Sí, señor, soy pobre! Ya le he dicho que he

venido a Tortosa para mendigar.

-Pues mire usted, hija: en esta iglesia,

además de la sagrada comunión, se da almuerzo a

quien lo necesita y carece de medios para

adquirirlo.

Y la pobre mendicante, además de la Sagrada

Eucaristía, recibió de manos de aquel bondadoso

sacerdote un suculento y sustancioso desayuno.

DESAYUNO DE LOS SANTOS

Aquel mismo año el Sr. Obispo de Tortosa

envió a D. Manuel a la Universidad de Valencia,

para que hiciera el doctorado en Sagrada

Teología.

A pesar de su ocupación primordial, que por

entonces la constituían los libros, no abandonó

sus empresas de apostolado por medio de cartas,

sermones, confesonario, etc.

En la capital levantina tuvo ocasión de

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desplegar su celo con las Religiosas Adoratrices

que, como todas las Congregaciones cuando se

hallan en sus principios, estaban pasando una

crisis aguda de sufrimientos y tribulaciones.

Aquel bondadoso sacerdote se captó en seguida

las simpatías de las jóvenes recogidas en el

convento, a ,quienes confesaba y de las Madres,

a las que alentaba con sus fervorosos consejos.

En Valencia conoció y trató a la Madre

Fundadora, Santa Micaela del Santísimo

Sacramento. Un día, en que fue por el convento a

celebrar la santa misa, le invitó ésta a

desayunar, y al notar en él cierta timidez, le

atajó las excusas que pudiera poner, diciendo:

«Para que no le dé vergüenza, voy a tomar el

chocolate con usted.»

Y así lo hicieron, platicando de cosas

espirituales mientras tomaban aquel sencillo

refrigerio, pudiendo decirse que aquél fue en

realidad el desayuno de dos santos.

PROFESOR DEL INSTITUTO

Por febrero de 1864 y a propuesta del Sr.

Obispo de Tortosa, Dr. Vilamitjana, el Rector de

la Universidad de Barcelona daba oficialmente a

D. Manuel la cátedra de Religión y Moral del

Instituto de Tortosa, la cual regentó con

unánime aplauso hasta que, al estallar en

septiembre del 68 la revolución, suprimieron del

plan de estudios aquella asignatura.

No se contentaba D. Manuel con cumplir

exactamente sus deberes de catedrático. Quería

ser, además de maestro, educador. Por esto

aprovechaba cuantas ocasiones se le brindaban

para sembrar la semilla del bien en sus alumnos.

Queríanle éstos con locura, no sólo por su

competencia, sino por su virtud, a íbansele

aficionando casi insensiblemente con gran

provecho de sus almas. Algunos hasta se

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confesaban con él. Cuando llegaba alguna fiesta,

reunía a los profesores y alumnos del Instituto

y hacíales sentidas pláticas y sabrosos

fervorines, incitándoles a la práctica de la

virtud.

Hasta de paseo salía muchas veces con sus

discípulos. Les animaba y estimulaba en sus

juegos, ofreciendo premios a los campeones y

terminaba obsequiando a vencedores y vencidos

con dulces y golosinas.

Durante el mes de mayo, a la salida de las

clases, reunía a todos los alumnos y juntos

hacían, en obsequio a la Virgen, el Ejercicio de

las Flores en la iglesia de San Antonio, frente

al altar de la Inmaculada, y terminaban el mes

con una comunión general.

los resultados fueron altamente

satisfactorios, a juzgar por lo que deja

entrever en una frase, en extremo lacónica, de

sus apuntes, que dice así: «Instituto: afecto a

los chicos y resultado».

Fueron éstas las primicias de su actuación

con la juventud; apostolado que le entusiasmó

siempre y en el .que trabajó con todo el ahínco

de su alma, hasta el punto de que. ya cargado de

años, pudo decir con toda verdad: « La juventud

ha sido el ideal de mi vida.»

LA CALAVERA DEL ARMARIO

Fue exactísimo siempre en el tiempo dedicado

a la oración mental. Hacíala con bastante

frecuencia sobre las verdades eternas, a la luz

de las cuales se afianzaba cada día más y más en

su convicción de la vanidad del mundo y de la

vaciedad de las cosas terrenas.

El pensamiento de la muerte le era familiar y

frecuentemente echaba mano de él, cuando debía

tomar alguna decisión importante en su vida.

Para que esta idea calara más hondamente en su

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alma, tenía guardada en un armario una calavera

auténtica, que no enseñaba a nadie, y que sólo

sacaba para ponerla encima de la mesa y hacer de

cuando en cuando su meditación ante ella.

LE ENCONTRÉ ABRAZADO A UN POBRE

Se dirigió en cierta ocasión al convento de

Santa Clara, en busca de D. Manuel, una de sus

criadas, para darle un recado urgente de parte

de su hermana.

«Eran ya las nueve de la mañana, dice ella,

cuando al entrar en la iglesia del convento, me

dirigí al confesonario, donde le encontré

abrazando a un pobre, al cual consolaba en voz

alta.

Lloraba a lágrima viva el pobre viejo, y D.

Manuel, con aquel corazón de madre que Dios le

había dado, le estaba acariciando y apretando

contra su pecho.

Yo, al ver que le tenía tan cerca de él, y

viendo, por otra parte. que el anciano tenía

nevada la cabeza y el pelo bastante largo, tuve

una sospecha y no me equivoqué..

Efectivamente, cuando el domingo por la

mañana recogí las mudas, vi en la de D. Manuel

un parásito, que sin exagerar era como un grano

de cebada.

Se lo dije a su hermana y le dio a ella por

ver si había más; y al abrir la camisa vio algún

otro.

¡Ay, su hermana, qué disgustada! Empezó por

decir: ¿Qué dirán las lavanderas?

En esto llegó D. Manuel, y su hermana, sin

esperar a más, se desahogó diciendo: «Mira,

Manuel, qué gente nos has traído.»

«No te enfades, María, la contestó su

hermano, son viejecito que vienen a confesarse,

y ¡son de aquellos barrios... !

Y ella, que estaba en antecedentes de lo

Page 35: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

ocurrido por la criada, le respondió con aires

de recriminación, pero vencida por la virtud de

su hermano: «¡Sí, es verdad, pero no te los

acerques tanto!»

LADRÓN DE MONJAS

Dios le había concedido el don de gentes. Su

trato engolosinaba a las almas y cautivaba los

corazones. Por eso no es de extrañar que al

contacto con D. Manuel muchas de ellas se

sintieran llamadas al estado religioso.

Reparando en esto murmuraba a veces la gente

sobre que las jóvenes que confesaba D. Manuel

todas solían terminar en el convento. Hasta no

faltó quien se lo dijo a él mismo, a lo cual

contestó sonriendo: «No digan eso; no digan que

todas las que se confiesan conmigo se meten

religiosas, sino al revés, que todas las que

quieren hacerse religiosas vienen a confesarse

conmigo.»

No faltaron padres que prohibieron

terminantemente a sus hijas acercarse al

confesonario de D. Manuel. Otras, al contrario.

eran ellas mismas las que se apartaban alarmadas

por el terror a caer en las mallas de sus redes.

A una de éstas la escribía años después D.

Manuel: «Aun recuerdo, hija mía, cuando con

tanta ingenuidad me decías que no querías venir

a confesarte conmigo, porque no lo hiciera

monja.»

Más de una vez, a pesar de las insistentes

invitaciones que le hacían, resistióse cuanto

pudo para no ir a visitar la villa de San Mateo,

porque, cuando él llegaba al pueblo, una oleada

de miedo lo recorría de una punta a otra. «las

madres de la piadosa villa del Maestrazgo, lo

mismo que las de Milán cuando aparecía en

aquella ciudad el melifluo y celestial

Page 36: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

panegirista de la virginidad, San Ambrosio, se

alarmaban por el terror de que D. Manuel hiciese

a todas sus hijas monjas.»

A veces llegaron hasta a llamarle

públicamente y a grandes gritos «¡ladrón!»,

«¡robador de almas buenas!».

A lo que él por todo comentario replicaba

sonriente: «Tienen razón. Mosén Sol es un

ladrón, y aun no saben todas sus mañas.»

Y SALIÓ PISTOLA EN MANO

Ocasiones hubo en que había más que palabras.

Los padres de las muchachas, enfurecidos ante la

constancia de sus f hijas, salían en busca de D.

Manuel en plan de amenaza.

«El jueves último, escribía comentando uno de

estos dramáticos incidentes, entró en el

convento Fulana... Y hubo una tempestad

horrorosa al saberlo, y su padre quería matar a

Mosén Sol y mis pobres monjitas me aconsejaban

que me escondiera. Pero ya se ha pasado un poco

la tormenta.»

Ocasiones hubo en que la tormenta no pasó tan

de prisa.

Confesaba D. Manuel a una joven que tenía

vivos deseos de ingresar en Religión, mas no

podía realizarlos por la oposición enorme que

hallaba en casa. El padre, viendo que ni con

ruegos ni con amenazas podía doblegar la

voluntad de su hija y suponiendo que la causa de

lo que él creía testaruda obstinación, era el

confesor que secretamente la alentaba. un día,

en que su excitación había llegado al paroxismo,

cargando su revólver salió en busca de D. Manuel

dispuesto a cometer cualquier barbaridad.

Le halló por fin, a increpándole duramente,

le puso el revólver en el pecho, mientras le

disparaba una ráfaga de insultos, que terminaron

con esta conminación: «¡Bueno, y si no aconseja

Page 37: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

usted bien a mi hija, le pego un tiro!»

«Ya puede usted disparar, contestó D. Manuel

con una tranquilidad pasmosa, que yo no puedo

aconsejarla otra cosa que lo que Dios me inspire

y crea ser de provecho espiritual de ella.»

Y puso tal emoción en sus palabras que aquel

hombre, hondamente impresionado, empezó a

deponer su actitud agresiva, convirtiéndose más

tarde en amigo íntimo de D. Manuel, a intimando

también con las religiosas en cuyo convento no

dejaba ingresar a su hija. Terminó por darla el

permiso, y se trocó luego en un admirador tan

entusiasta de aquella observante Comunidad que,

aun separándole una distancia de diez horas de

camino, no dejaba pasar ninguna semana sin

hacerlas al menos una visita.

LOS CIELOS DE UN VICARIO

Habiendo empezado a tratar a las religiosas

de cierta Comunidad, quedaron éstas desde el

principio tan prenda-. das de su virtud que

todas sin excepción querían confesarse con él.

Llevólo muy a mal el pobre capellán del

convento, que había desempeñado muchos años

aquel cargo con gran aceptación de las monjas.

Cogió por ello un odio mayúsculo a aquel

advenedizo que, al parecer, pretendía

suplantarle en el confesonario, y no se recataba

de manifestar privada y públicamente su

antipatía siempre que tenía ocasión.

Cuando D. Manuel tuvo noticia de aquel

enfado, se dolió mucho de ello y quiso cortarlo

del mejor modo posible. Para mostrar al buen

sacerdote que procedía desinteresadamente en el

desempeño de su ministerio, y al mismo tiempo,

como muestra del aprecio y estima en que le

tenía, acudía al confesonario del resentido

capellán y ante él se acusaba humildemente de

sus faltas, quedando por ello el anciano vicario

Page 38: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

satisfecho y gratamente impresionado.

CATADOR DE ESPÍRITUS

Celebró en un pueblo de Levante su primera

misa un sacerdote, a quien D. Manuel tenía en

gran estima y protegía. El recién ungido

ministro de Dios invitó a su querido protector a

aquel acto, sin duda el más importante y

trascendental de su vida. D. Manuel aceptó

complacido la invitación y hasta llevó la capa

de honor.

Después de las ceremonias religiosas,

sentáronse a la mesa. D. Manuel ocupó el sitio

de preferencia junto al neosacerdote.

«Entre las jóvenes amigas de la familia del

misacantano, dice D. Antonio Torres, había una

que llamaba la atención por la pulcritud con que

realizaba los oficios de buena y diligente

Marta, y todavía más por su modesto continente.

También D. Manuel se fijó en la improvisada

sirvienta y, aunque no la había visto ni hablado

nunca, penetró sin duda en el interior de tan

noble criatura y vio los amorosos designios que

tenía Dios sobre su alma.

Aquel mismo día por la noche, mientras en la

iglesia parroquial se celebraba con asistencia

de todo el pueblo una solemne función religiosa,

D. Manuel, con aquel espíritu de apóstol que no

desaprovechaba ninguna oportunidad, se estuvo

sentado en el confesonario estudiando

detenidamente la vocación de la joven que

conoció durante la comida, y dirigiendo con sus

luces y consejos a otras que se acercaron al

confesonario.

A los pocos meses esta joven entraba en un

convento, llevando en él una vida muy ejemplar.

De las otras, una al menos consiguió aquella

misma noche permiso de sus padres para entrar en

Page 39: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

el claustro. »

A VECES SE EQUIVOCABA

Vivía en Arenys, pueblecito de la provincia

de Teruel, una muchacha que tenía sumo interés

en ir a Tortosa para ver la procesión del

Domingo de Ramos. Consiguió, por fin, el permiso

de su madre, y llena de Bozo se dirigió a la

ciudad del Ebro.

Al día siguiente de llegar tuvo el gusto de

oír cantar a las religiosas de convento de Santa

Clara. vio en el confesonario un sacerdote, se

acercó y se confesó con él. Era D. Manuel.

Terminada la confesión, la dijo:

-¿Tú eres forastera? ¿De dónde eres?

-De Arenys.

-¿Del pueblo donde está Mosén Descarrega?

-Sí, señor.

-Pues él y yo éramos condiscípulos. ¿Y cómo

has venido a Tortosa?

-Pues a ver la procesión y pasar aquí las

Pascuas.

-Entonces ya subirás otro día y hablaremos...

La muchacha quedó un poco preocupada,

pensando qué la querría aquel sacerdote a quien

hasta entonces nunca había visto. Fiel a la

cita, al día siguiente, a la misma hora, se

presentó en Santa Clara. Nada más verla D.

Manuel la preguntó:

-¿Te gusta Tortosa?

-Mire si me gustará, que siempre me estaría

aquí.

-¿Y cómo deseas estar?, inquirió Don Manuel

preparando el terreno.

-De cualquier manera.

-¿Quieres ser monjita?-la dijo, mientras con

dulce sonrisa la animaba a responder

afirmativamente.

-Sí..., pero no tengo dote.

Page 40: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

-¿Times padres?

-El padre le perdí a los once años; sólo

tengo madre.

-Pues escríbela y, si lo deja entrar, vendrás

a mi casa y aprenderás...

-¿Y qué aprenderé?

-El solfeo y cuando sea hora serás monja

cantora.

-Pues bien, escribiré al Sr. Cura, porque mi

madre no sabe leer ni escribir.

A los tres días recibió la respuesta. Ella,

llena de Bozo, a toda prisa se dirigió a Santa

Clara.

-¡Mosén Sol, mire la contestación de mi

madre!

-¡Chica, qué bien!; pues mira, a allá a las

doce te vas a mi casa.

Así lo hizo. Recibióla D. Manuel y al

presentarla a su hermana

63

la dijo: «Esta joven estará con nosotros, que

te ayude a limpiar la casa e irá a aprender

música.»

A los pocos días la mandó a dar clase de

solfeo con el Maestro de Capilla de la Catedral.

Así pasaron varios meses, corriendo todos los

gastos a cargo de D. Manuel.

Cuando ya estaba impuesta en el canto se

quedó sin voz. Ante este imprevisto contratiempo

aquel bondadoso sacerdote no se amilanó, sino

que acariciando a la pobre muchacha con una

mirada compasiva, dijo: «Y ahora, ¿qué haremos

de ti?»

Y se le ocurrió una idea: Que aprenda piano y

así podrá entrar de organista. Y como lo pensó

lo hubiera hecho, no reparando en gastos, con

tal de ser de la gloria de Dios. Pero el Señor,

que no quería ,que aquella joven le sirviese en

la Religión, la envió la enfermedad del tifus,

quedando así frustrados todos los planes del

celoso bienhechor.

Page 41: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

NO HAY OTRO COMO EL DOCTOR SOL

Residían en Tortosa tres hermanas de familia

distinguida, no sólo por su posición económica,

sino más aún por su acendrada sólida piedad. Se

confesaban y dirigían las tres con D. Manuel.

Un día le dijeron que tenían una cantidad

respetable de dinero y querían emplearlo en

obras pías, preferentemente en la erección de un

convento, sin prefijar condiciones de lugar,

orden religiosa, etcétera, dejándolo todo a la

elección de su director espiritual.

Trató éste el caso con la Abadesa de las

monjas de Vinaroz, a la que no tardó en

convencer de que el convento a fundar fuera de

su Instituto y que se erigiera en Vall de Uxó.

Habló de la conveniencia de decirlo cuanto antes

al Prelado, recabar su aprobación y bendición, y

les insinuó que el mismo Sr. Obispo debía

decirles la persona que les había de allanar el

camino y resolver cuantas dificultades pudieran

surgir.

Siguiendo las recomendaciones de D. Manuel,

la Madre Providencia, en agosto de 1890 escribió

al Sr. Obispo proponiéndole todos estos planes,

y pidiéndole que designara una persona de su

confianza y de toda solvencia, :que les llevara

adelante tan ardua empresa.

Y el Sr. Obispo les contestó sin titubear:

«Para estas empresas, en las que escasean los

medios humanos, no hay otro como el Doctor Sol.»

BATALLANDO POR SUS MONJAS

Al estallar la revolución septembrina de 1868

y apoderarse del poder un Gobierno

revolucionario, acababa de ser nombrado D.

Page 42: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Manuel capellán y confesor ordinario de las

monjas franciscanas del convento de Santa Clara,

Tristes eran las perspectivas que se cernían

sobre las comunidades religiosas: saqueos,

atropellos, violaciones, asesinatos,

expulsiones... Esas y otras parecidas eran las

noticias con las ;que los periódicos llenaban

cada día sus columnas.

A esto vinieron a añadirse los horrores de la

guerra que no tardó en estallar viéndose los

tortosinos entre los fuegos de los

gubernamentales y de los carlistas.

Habiéndose incautado la Junta revolucionaria

de Tortosa del convento de los jesuitas, del

Seminario y del Colegio de Santiago, y

considerando insuficientes estos locales para

las necesidades del momento, decretaron también

la expulsión de las monjas de Santa Clara para

proceder a la incautación de su convento y

convertirlo en hospital de sangre.

Aquella noticia hirió profundamente el

corazón ardoroso de D. Manuel, que amaba

hondamente a sus dirigidas, y empezó a moverse

cuanto pudo para hacer revocar la orden. Visitó

a personas influyentes, escribió vibrantes

artículos en la Prensa, emprendió numerosos

viajes, hizo promesas y no pocas dádivas; pero

sobre todo redactó unas cuantas cartas que,

firmadas después por la Abadesa, dieron el

resultado apetecido. Se conservan algunas de las

muchas que debió de escribir con este motivo.

Todas ellas rezuman santidad y transpiran una

prudencia exquisita, al mismo tiempo que una

fluidez encantadora de estilo. Los

destinatarios, enrollados en las mallas de

aquellos irrebatibles razonamientos salpicados

de estudiado afecto, terminaban por acceder a

sus peticiones, admirando las cualidades

extraordinarias de aquella Abadesa, que en sus

cartas sabía decir cosas tan persuasivas al par

que tan atinadas.

Misivas de esta índole fueron dirigidas,

entre otras personas, a la esposa del más tarde

Presidente de la República, D. Estanislao

Page 43: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Figueras, y a éste, cuando quedó viudo, y a D.ª

Francisca Agüero, Condesa de Reus y esposa del

General Prim; la cual intervino eficazmente ante

su marido, logrando que las pobres religiosas de

Santa Clara no fueran en adelante molestadas.

NO LO PIENSES MÁS Y OBEDECE

La confianza que infundía en sus dirigidos

cuando les daba un consejo era tal, que, aun

contrariando a veces sus gustos, le obedecían

sin chistar.

Había una joven que quería ingresar en

Religión, sin determinarse por convento alguno

en particular, aunque sentía especiales

atractivos hacia la vida del claustro. Como

sabía que D. Manuel tenía predilección por las

monjas de clausura, creía facilísimo obtener su

permiso y bendición. Pero ¡cuál no sería su

sorpresa! cuando, al hacerle conocedor de sus

deseos y de sus inclinaciones hacia la vida de

clausura, la respondió el varón de Dios con todo

aplomo: «El buen Jesús lo quiere religiosa de

enseñanza; y, aun más, lo quiere en Jesús

María».

La pobre joven, que no había oído ni hablar

de tales religiosas, quedó sumamente

sorprendida. D. Manuel, convencido de que era

ésa la voluntad de Dios, tuvo la delicadeza de

acompañarla desde Tortosa a Valencia donde

tenían un Colegio, para que las conociera.

Llegaron, en efecto, a la ciudad del Turia, y se

entrevistaron con las religiosas en cuestión,

hablando ya como de cosa hecha de la entrada de

la visitante. Incluso D. Manuel la comprometió a

volver dos días después y, para probar mejor su

vida y reglamento, consiguió que pudiera pasar

con ellas un día entero.

Alegráronse sobremanera las religiosas, pero

no así la forzada postulante ,que, si bien en

Page 44: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

presencia de las otras no se atrevió a

contradecir los planes de D. Manuel, una vez

fuera del locutorio, la faltó tiempo para

expresarle la impresión desfavorable que la

habían causado y que estaba dispuesta a no poner

más el pie en aquel convento que tanto la

repugnaba.

«Sin embargo Dios lo quiere en Jesús María»,

repitió él.

Como la muchacha insistiera manifestando su

displicencia, al día siguiente tuvo la paciencia

de acompañarla, a pesar de sus muchas

ocupaciones, a otros dos o tres conventos de

clausura, donde tenía también monjas conocidas.

Algunas la gustaron y así se lo indicó a D.

Manuel, diciéndole que no tendría reparo en

vestir su hábito.

El empero insistió convencido: «Yo veo claro

dónde lo quiere el Señor; pero mañana en el

santo sacrificio de la misa se lo preguntaré de

nuevo.»

Pasó la noche sin conciliar el sueño la pobre

muchacha, víctima de las impresiones del día

anterior. A la mañana siguiente, muy de

madrugada, fue anhelosa de saber el resultado a

D. Manuel, el cual la dijo muy decidido: «No lo

pienses más y obedece. Jesús María es lo lugar.»

Volvieron al día siguiente a estas

religiosas, como lo habían prometido, y entonces

la produjeron una impresión completamente

distinta de la primera, de modo que muy a gusto

se hubiera quedado entre ellas en aquel mismo

momento. Ingresó poco después, viviendo

felicísimamente y dando infinitas gracias a D.

Manuel por haberla dado tan acertado consejo.

EL CÓLERA

Era en los tristes días del cólera, allá por

el año 1870. Una ráfaga de tristeza nublaba los

Page 45: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

cielos de España, vistiendo de luto a numerosas

familias. Tan funesta epidemia se apoderó

también de la ciudad de Tortosa, cuyos

habitantes veían consternados entrárseles la

muerte por la puerta de las casas y llevarse a

racimos a los miembros más queridos de la

familia.

La gente huía despavorida de las ciudades a

los villorrios, creyendo así escapar de tan

cruel azote.

D. Manuel era en aquel entonces vicario del

convento de Santa Clara, a cuyas monjas atendía

con cuidados exquisitos y mimos de madre. La

muerte le rondaba por doquier. Sin embargo, su

celo ardoroso chocaba con la ligereza de las

gentes, que ofrecían el triste espectáculo de

una desbandada general ante el peligro del

cólera. Hasta la propia familia de D. Manuel,

que en otras ocasiones similares no había huido,

abandonó por entonces la ciudad.

Tal sería la desbandada que llegó a preocupar

seriamente a las autoridades, las cuales

empezaron a pensar en soluciones posibles para

cortarla de una manera terminante y eficaz.

D. Manuel, hallándose solo en casa, se

presentó un día al Sr. Obispo, Excmo. Sr.

Vilamitjana, el cual al verle se alarmó,

creyendo que aquel novel capellán de monjas

también quería ausentarse y para ello venía a

pedir la venia de Su Ilustrísima.

Nada más lejos del pensamiento de D. Manuel

que el dejar desatendidas a aquellas esposas de

Jesucristo, a quienes él amaba con todo su

corazón, por ser la porción de la Iglesia que el

Señor le había confiado. Y así respondió

admirado a la extraña sospecha del Sr. Obispo

que le preguntaba si también él se quería

marchar: «No, de ninguna manera, Excmo. Señor.

Deseo sólo licencia de Vuestra Señoría

Ilustrísima para que se me arregle una

habitación en el convento y de ese modo no

tendré que abandonarlas ni estar lejos de

ellas.»

El Prelado, emocionado ante aquel arranque de

Page 46: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

generosidad y de celo sacerdotal, accedió

gustoso a lo que se le pedía.

ECLIPSE DE NUESTRO SOL

Su corazón generoso y desprendido le

conquistó una pléyade de amigos y de

admiradores, que se preciaban de su amistad y le

correspondían amándole con toda el alma.

El, a su vez, les trataba con cariño tan

verdadero y profundo, que cada uno de ellos

sentíase particularmente amado y se ufanaba de

esta singular predilección.

«Y es que, como afirma uno de ellos, D.

Manuel era come algunas imágenes, que parece que

miran a todos con cariño singular. Cualquiera

que le. tratase, quería convencerse de que le

amaba con preferencia.»

Por eso no es de extrañar que las almas se

engolosinasen con su trato y no pudieran

soportar sus ausencias, añorando su palabra

siempre confortante y, sobre todo, aquellos

acertadísimos consejos desgranados en la

intimidad del confesonario, y saturados siempre

de piedad y de fervor.

«¿Qué día piensa regresar Vuestra

Reverencia?», le escribían unas religiosas a

quienes el corazón no les permitía soportar

tanta tardanza. Y añadían a renglón seguido:

«Venga pronto, que ya estamos cansadas de

este eclipse total de nuestro Sol.»

EL CHISPAZO

Días aciagos para la Iglesia española los que

siguieron a la revolución del 1868. Requisados

Page 47: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

los Seminarios por la Junta revolucionaria, los

Sres. Obispos hubieron de presenciar el triste

espectáculo de dejar marchar a sus seminaristas

hacia sus patrios lares sin posibilidad de

marcarles la fecha de regreso.

Privados de los centres oficiales de

formación sacerdotal, algunos Obispos, come el

de Tortosa, dispusieron que al curse siguiente

se abrieran las clases en casas particulares.

Pero esta disposición, por otra parte tan

acertada, no era suficiente para atajar los

efectos de la revolución, que en seguida se

dejaron sentir. El número de seminaristas en

esta diócesis bajó de 400 al centenar, y no

había grandes esperanzas de que el ingreso de

años sucesivos contrarrestara el déficit, pues

la campaña de difamación contra el clero, tan

hábilmente urdida por los revolucionarios, ahogó

en su cuna no pocas vocaciones.

«Pero la Divina Providencia que, come dice D.

Manuel, no deja de poner remedio a las

necesidades de cada época», también lo puso y

muy cumplido en la suya. Y ya que los ataques de

la revolución iban arteramente dirigidos contra

lo más vital de la Iglesia, que es su

sacerdocio, Dios puso el dedo en la llaga a

inspiró una Obra dedicada primordialmente al

fomento y sostenimiento de las vocaciones

eclesiásticas.

El chispazo fue come sigue:

Era en el año 2873. El seminarista tortosino

Ramón Valero salía de dar clase en el Palacio

Episcopal, donde la tenían todos los alumnos de

Filosofía. En un portalón típico de Tortosa,

llamado del Romeu, se encontró con D. Manuel,

que iba en dirección opuesta. Mal trajeado y

peor alimentado, se acercó con una cara de

hambre atrasada a besar la mano al bondadoso

sacerdote... Pero dejemos hablar al mismo Valero

que nos ha descrito la escena con un lenguaje

ingenuo y chispeante:

«Llamaba la atención mi irregular modo de

vestir, digo, la falta de uniformidad en las

prendas de mi indumentaria, pues como el sastre

Page 48: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

no me tomaba las medidas, cuando el chaleco me

venía corto, sobraba ropa a la chaqueta, y, si

al difunto no le habían sobrado un par de

zapatos, iba yo con alpargatas, y mis calcetines

eran siempre del color de la carne, ¿qué extraño

que Mosén Sol se fijase un día en mí y quisiera

saber mi vida y milagros?

-¿A dónde vas ahora?

-Voy, le contesté, a comprar un cuarto de

cerilla a casa Barjau, porque el catedrático nos

ha señalado para mañana una lección más larga

que de ordinario y si no estudio esta noche me

temo que no la podré aprender.

-¿Y sin la cerilla no podrías estudiar?

-No, señor, porque en la mesa en donde

estudian los otros no hay sitio para todos, y

otros dos y un servidor quedamos fuera, porque

no podemos contribuir a pagar el gasto del

petróleo.

-¿Cuántos estudiantes sois en la casa en que

tú estás?

-Somos ocho: cinco ricos, a quienes la señora

Eulalia prepara la comida, y tres, pobres, que

vamos a la sopa a casa de Mosén Boix.

-Y ¿qué tal os va? ¿Tenéis bastante que

comer?

-Nos va medianamente, porque con lo que nos

dan en la casa de Mosén Boix no tenemos apenas

para la comida de mediodía; sin embargo, como

dispongo para la cena de las sobras de unas

señoras que viven en los pisos de abajo, podría

ir tirando si tuviese bastante pan; ya nos dan a

mediodía, pero es demasiado pequeño, demasiado

blando y demasiado blanco, y resulta que no

tenemos para empezar.

-Y ¿cuánto necesitaríais para pasarlo bien?

-Con un pan cada tres días tendríamos

bastante, pero había de ser moreno.

-Pues bien, con la ayuda de Dios, todo se

arreglará. Mañana, a las once, vendréis los tres

a mi casa.

Rebosando alegría, le beso de nuevo la mano,

él deposita en la mía una limosna, que fue la

primera de una serie interminable,

Page 49: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

puesto que desde aquel feliz día ya no volví

a conocer lo que es necesidad.

Al día siguiente, a la hora señalada, fuimos

los tres a casa de Mosén Sol, y después de un

ratito de conversación, en la que procuró

informarse del género de vida que llevábamos,

nos dijo que fuésemos a buscar el pan, que cada

tres días nos daría el P. Mariano García. Este

señor, aunque de carácter muy serio, nos recibió

con manifiestas pruebas de cariño y nos entregó

el pan moreno, como lo deseábamos, y que

recibimos sumamente agradecidos y muy contentos.

Nuestras visitas al P, Mariano continuaron

durante el curso y muy pocas veces ocurrió el

que la caridad del pan no fuese acompañada de la

caridad de los buenos consejos, que harto los

necesitábamos, viviendo como vivíamos a nuestras

anchas y más libres que los pájaros en el aire y

los peces en el mar.

Entretanto, aunque el encargado de darnos el

pan nuestro de cada tres días era el P. Mariano,

no por esto nos olvidábamos de Mosén Sol, antes

al contrario, íbamos de vez en cuando a su casa

para darle las gracias de todo; él nos recibía y

hablaba con el mayor afecto y hubo vez que nos

encargó, con gran extrañeza por nuestra parte,

encomendásemos a Dios la realización de un

proyecto sobre el que estaba meditando, que, de

realizarse, había de ser de gran utilidad para

los aspirantes al sacerdocio y, sobre todo, de

mucha gloria de Dios y bien de la Iglesia, pero

sin manifestarnos en qué consistía.

Terminado el curso, fuimos a hacerle la

visita de despedida, y entonces ya nos dijo

claramente: «Hasta el octubre, hijos míos, que

entonces ya estaréis mejor.»

Durante las vacaciones recibió el señor cura

de mi pueblo, como supongo lo recibirían los

demás de la diócesis, una especie de carta

circular firmada por D. Manuel Domingo y Sol, en

la que en sustancia se le decía: Que se abría en

Tortosa una Casa, llamada de San José, para dar

albergue y la sustentación conveniente a los

estudiantes pobres, y que para su sostenimiento

Page 50: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

se le suplicaba cooperase a tan importante Obra

con alguna limosna. Me la enseñó el reverendo

Sr. Cura, a inmediatamente dirigí a Mosén Sol mi

carta solicitud, y fui admitido.

Terminadas las vacaciones, y a medida que

íbamos llegando a Tortosa, después de la

oportuna presentación a Mosén Sol, y mediante un

volantito de éste que indicaba nuestra

personalidad, éramos recibidos por el Superior

de la Casa, con expresivas muestras de alegría y

cariño de parte de los que habían llegado antes,

hasta que completamos el número de veintidós,

que era el número de los que habían solicitado y

sido admitidos.

Y así quedaba fundada la casa de San José;

era al principiar el curso de 1873 a 74.»

Al año siguiente tenía ya carácter oficial,

contaba con la aprobación del Sr. Obispo y

llevaba el nombre de Colegio de San José.

D. Manuel tuvo ,que improvisarlo todo, porque

en aquel incipiente Colegio no se contaba con

nada, sino con la buena voluntad de sus

organizadores y con los tesoros de la Divina

Providencia.

Aun hay en el convento de Santa Clara de

Tortosa alguna religiosa que, por haberlo

presenciado a oído a testigos oculares, cuenta

con voz añeja y subterránea los apuros de D.

Manuel en los comienzos de su obra en pro de los

seminaristas necesitados.

«Un día, dice, se veía con el agua al cuello,

sin saber qué presentar a sus chicos en la mesa

ni con qué condimentarles la comida, y acudió a

nosotras, para que le sacáramos de aquel apuro.

-No tengo ni una gota de aceite; a ver si me

prestáis algo.

-¿Cuánto necesita?... Y ¿en qué lo va a

llevar?

-El caso es que tampoco tengo envase en que

llevarlo, de modo que si pudierais prestarme

también la tinaja, y... ¡puestas a regalarme

cosas, quizá también tengáis una sartén que no

os haga falta!...

Y nosotras, riéndonos de él al verle metido

Page 51: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

en tan extraña aventura, le dimos todo cuanto

pidió, pues que nada podíamos negar a aquél que

con su virtud se había ganado el aprecio de

todos nuestros corazones.»

ES TACHADO DE VISIONARIO

«Principios quieren las cosas», dice el

adagio; que, si son de Dios, ya se encargará El

de llevarlas adelante.

De Dios era la empresa acometida por D.

Manuel para favorecer a los seminaristas

necesitados, y por eso de día en día iba

adquiriendo mayores proporciones, empujada por

el soplo de la gracia divina.

En cuatro años el número de seminaristas que

se habían acogido a la caridad de D. Manuel

había subido de 24 a 190. Los pisos alquilados

en un principio resultaron insuficientes y

tuvieron que cambiar en poco tiempo varias veces

de domicilio. El curso del 77 al 78 muchos

solicitantes no pudieron ser admitidos en lo que

ya por entonces llevaba el nombre de Colegio de

San José, por resultar insuficiente para

albergarles a todos.

D. Manuel sufría enormemente con estas

negativas. Y con aquel corazón tan grande, que

el Señor le había dado para que lo pusiera al

servicio del más hermoso ideal, empezó a

elaborar en su mente el proyecto de un edificio

grandioso, capaz al menos para 300 alumnos.

Su plan chocó en seguida con no pocas

dificultades. Señal clara de que era cosa de

Dios. Algunos sacerdotes y canónigos de la

ciudad lo motejaban de locura, de empresa

descabellada, audaz y hasta casi temeraria, pues

que pretendía sacar de la nada un edificio

costoso, en una época en que el elemento oficial

era hostil, el ambiente del Seminario entre el

pueblo, desfavorable, y el aprecio de la

Page 52: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

vocación sacerdotal entre los fieles, casi nulo.

La dificultad arreció cuando sus mismos

colaboradores, los que hasta entonces le habían

ayudado tan generosamente en la labor de

protección a los seminaristas necesitados, se

dejaron contagiar del ambiente derrotista, que

cada día hacía más prosélitos entre los

eclesiásticos de Tortosa.

D. Manuel continuaba viendo claramente que

era coca de Dios; .mas para no pecar de tozudez

y tener por otra parte el testimonio autorizado

de otra persona de solvencia, determinó

consultar el caso con el celoso y prudente

párroco de Villafranca del Cid, don Manuel

Ferrer, a .quien apreciaba mucho por su valía y

su virtud.

«¡Adelante!, le contestó éste, que es

pensamiento y cosa de Dios.»

Con esta solución ya no pensó D. Manuel más

en las dificultades. Compró el terreno para

levantar el edificio. Mas le parecía

insuficiente. El soñaba con un local amplio y

grandioso, que pudiera dar cabida a todos los

seminaristas que lo solicitaran, y así se lo

dijo confidencialmente a su íntimo, D. Mariano

García.

«Es usted un visionario, fue la respuesta de

éste; se forja usted demasiadas ilusiones.»

Es la incomprensión de los hombres hacia los

planes grandiosos de los santos; que todos los

santos han tenido algo de visionarios y de

soñadores. Pero Dios encarga al tiempo que les

dé la razón, como se la dio a D. Manuel, pues

años después hubo necesidad de adquirir todo el

terreno que él ya antes había deseado comprar.

PLATICA DE LADRILLOS

Cuantos quebraderos de cabeza hubo de sufrir

hasta que vio terminadas las obras del Colegio

Page 53: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de San José de Tortosa!

El tenía que preocuparse de todo, porque de

nada disponía, fuera del apoyo, que podemos

llamar descarado, de la Divina Providencia. El

planeaba con los arquitectos, presupuestaba el

coste de la piedra y se encargaba de buscar los

ladrillos, todo ello combinándolo con una vida

de piedad intensa y de actividad verdaderamente

apostólica.

Algo de estas sus preocupaciones deja

entrever en una charla que tuvo con las monjas

de la Purísima de Tortosa:

«Esta mañana, les decía, he llegado a tener

tentación de predicar, pero he desistido, porque

no tengo en mi cabeza más que piedra, cal,

pozos, madera, etc., etc., y por consiguiente

creo que saldría una plática de ladrillos. Hagan

que se acabe pronto el Colegio de San José y

después les haremos sermones.»

«No me acordaba ya de su fiesta, ni casi de

su nombre, escribía por aquella fecha a una

religiosa de Vinaroz. Estoy tan metido entre

piedra, cal, arena y pozos que no sueño otra

cosa; y de ahí es que hasta estoy disipado en mi

espíritu. Pídele, pues, a Jesús que no me sirva

de estorbo para amarle esta vida que traigo de

negociante.»

No sólo no era para él ocasión de disipación

aquella vida tan ajetreada que llevaba, sino

fuego que avivaba más el rescoldo del amor

divino en que se quemaba su alma. Por eso

termina su carta a la antedicha religiosa con la

siguiente apostilla: «Y el caso es que por ahora

no tengo intención de enmendarme.»

COLECTAS EN ESPECIE

No terminaron las preocupaciones de D. Manuel

con ver acabado su Colegio de Tortosa. Los

seminaristas que en él ingresaban venían con muy

buena voluntad, con muchas ganas de estudiar y

Page 54: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de aprovechar espiritualmente. Pero los más se

presentaban con los bolsillos vacíos y con un

apetito feroz, aguzado por los estudios y por la

edad.

D. Manuel se preocupaba de que no les faltara

el alimento necesario y a veces les costeaba

hasta el ajuar y los libros. Con un tacto

exquisito, perfumado de santidad y abnegación,

escribía y hablaba a sus amigos y conocidos,

mendigando para sus hijos víveres y dinero.

El fue un gran organizador de lo que hoy

llamamos colectas en pro del Seminario, haciendo

recaudaciones en metálico y en especie.

Cuando no podía ir personalmente a visitar a

determinadas familias de posición desahogada,

movilizaba el ejército de sus hijas

espirituales, a las que distribuía por las canes

de Tortosa con un billetito firmado por él, en

que indicaba el motivo de la visita. Hoy día en

muchas diócesis se emplea el mismo procedimiento

con las jóvenes de Acción Católica. Las chicas

recogían cuanto les daban: pan, huevos,

hortalizas, etc.

D. Manuel entretanto, cual otro Moisés, se

preocupaba del resultado feliz de aquellas

colectas llamando con sus fervorosas oraciones a

las puertas del cielo, para que el Señor se

dignara mover los corazones y los bolsillos de

los fieles.

«Mientras yo repartía las cartas, dice una de

sus enviadas, Cinta Curto, quedábase D. Manuel

de rodillas, como una estatua de mármol, con los

brazos caídos, ante el sagrario de la capilla de

comunión de la Catedral, hasta que llegaba yo

con los resultados.»

DE PUERTA EN PUERTA

Don Manuel, que había gastado generosamente

sus bienes en la construcción del Colegio de San

José, para con él remediar la escasez de clero

Page 55: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

que se padecía en la diócesis de Tortosa, se

encontró no pocas veces con verdaderos apuros

económicos para sostenerle, de los que

únicamente pudo salir gracias a la Divina

Providencia y a su habilidoso ingenio, aguzado

por el duro estímulo de la necesidad.

No desaprovechaba ninguna oportunidad de las

que se le presentaban para sablear santamente a

los que nadaban en bienes de fortuna. Y la de

Navidad era una ocasión inmejorable. Enviaba

entonces un grupito de sus colegiales a casa de

los bienhechores del Colegio, para felicitarles

en su nombre las Pascuas. Solían llevar éstos

además un Niño Jesús, recostado en la cuna, con

una coplilla en caracteres bien visibles, que

decía:

«El Hijo de San José saluda a sus

protectores, y les ofrece este día mil celestes

bendiciones.»

los felicitados les entregaban un donativo

que depositaban en una bolsita, que pendía de

uno de los brazos del Niño. Así iban de puerta

en puerta recorriendo una en pos de otra todas

las casas que les había señalado D. Manuel,

hasta que, cumplida su misión. volvían al

Colegio con lo recaudado.

«Confieso, dice el P. Tena, S. I., que la

primera vez que fui yo con la comisión tuve

vergüenza al ver la bolsa y advertir las

bromitas que sobre ella se hacían. Pero, al

pensar que un hombre de la posición y

condiciones de D. Manuel no reparaba en pedir

estas limosnas, me animé y, por decirlo así, me

desvergoncé, pidiendo por amor de Dios limosna

para nuestro Colegio de San José.»

SABLEANDO

Se encontraba D. Manuel en uno de aquellos

frecuentes apuros económicos en que le ponían

sus obras de celo y, no encontrando solución de

momento, acudió, como solía, al Señor plenamente

Page 56: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

confiado de que sus oraciones serían debidamente

atendidas.

Se dirigía en aquella ocasión de Tortosa a

Valencia. Al llegar el tren a la estación de

Alcalá de Chivert, vio a través de la ventanilla

a su amigo Mosén Reverter, el cual andaba

paseando tranquilamente por el andén.

-¡Mosén Reverter...!

-¿ ?

Después de los saludos de rúbrica y los

consiguientes apretones de manos le dijo D.

Manuel: ¡Oye! ¡Dios lo ha traído!

-Usted dirá por qué.

-¡Sí, hombre! ¿Cuánto dinero tienes en casa?

El buen sacerdote, un poco extrañado ante

aquella inesperada pregunta que le abría

curiosamente su caja de caudales, pero con la

sonrisa en los labios porque se trataba de D.

Manuel, le contestó: ¿Por qué lo pregunta usted?

-Necesito entregar mil quinientas pesetas que

teníamos recibidas en depósito y que me piden

con urgencia, y no tenemos un céntimo. Al salir

de viaje he pedido al Señor que me proporcionara

una persona que me sacara del apuro. Y esa

persona eres tú.

-Pues bien, D. Manuel, cuente con ellas; ya

sabe que puede disponer incondicionalmente de

todas mis cosas y de mi persona.

Dos días después volvía D. Manuel de regreso

de Valencia. En la estación de Alcalá de Chivert

le esperaba su buen amigo Mosén Reverter para

entregarle la cantidad que le había pedido.

PEREGRINO DE SU IDEAL

Terminaba el año 2885 con un déficit enorme,

que pesaba sobre el Colegio de San José, y no

había esperanza de que menguara a lo largo del

curso. Había que poner remedio a aquella

situación desesperada y desesperanzadora. Pero,

¿cómo hallar la solución?

Page 57: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

A D. Manuel le pareció que podría encontrarse

en una rifa gigantesca a la que contribuyeran,

por lo menos, todos los pueblos de la diócesis

tortosina. ¡Dicho y hecho! No era él hombre de

elucubraciones abortadas o de propósitos

incumplidos. Antes de lanzarse a realizarlos,

acariciaba detenidamente sus proyectos en

presencia del Señor, y, una vez que obtenía el

plácet divino, no había fuerza humana que le

hiciese desistir.

Lo puso en conocimiento de su Prelado, Excmo.

Sr. D. Francisco Aznar y Pueyo, que aprobó su

idea y la recomendó a cuantos sacerdotes le

visitaron por aquellos días.

Obtenida la aprobación del Prelado, se dedicó

a buscar los premios ,que habían de rifarse. No

tardó en conseguir los tres principales, regalo

del Sr. Obispo, de D.ª Magdalena de Grau y de la

Excma. Sra. Marquesa de la Roca, además de otros

muchos de menor importancia donados por otras

personas.

El éxito de la rifa naturalmente dependía de

la propaganda que de ella se hiciera. D. Manuel

se dio maña para interesar a los párrocos de

todos los pueblos. Organizó un plan de campaña y

movilizó cuantos recursos estaban a su alcance,

para conseguir todos sus objetivos. Se entregó a

este asunto en cuerpo y alma y no se dio a sí

mismo lugar de descanso. Hacía excursiones a los

pueblos, donde predicaba a las muchedumbres,

hablándoles de la escasez de sacerdotes, de los

problemas gravísimos que planteaba esta penuria

de clero, de la Obra de las vocaciones

sacerdotales, del estado del Colegio, y del

deber de todo diocesano de contribuir

económicamente a su sostenimiento.

Con este fin recorrió personalmente más de

cincuenta pueblos, algunos de ellos varias

veces. Días hubo que predicó hasta en tres

localidades distintas, como cuando lo hizo en

Villarreal, Nules y Burriana. Hacía sus viajes

en todos los medios de locomoción; unas veces en

coche, otras en caballería o a pie; por sitios

inaccesibles, en plena montaña; en verano y en

Page 58: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

invierno; sin temor al frío ni al calor. Pero lo

arrostraba todo con gusto porque iba, peregrino

de su ideal, sembrando semillas de sacerdocio en

aquellas tierras, que ponía en tempero su ardor

sagrado y su fuego de apóstol.

El resultado, aparte del reguero de santidad

que dejaba su paso y el entusiasmo que provocaba

en los pueblos, además de las muchas vocaciones

que despertaban sus sermones y su ejemplo,

fueron 40.000 pesetas libres, con las que pudo

sanear por entonces las cuentas del Colegio.

FARÁNDULA AMBULANTE

Uno de los recursos más ingeniosos que se le

ocurrieron para su plan de propaganda de la

rifa, fue organizar un amago de compañía teatral

vocacionista con algunos chicos del Colegio de

Tortosa.

Estos artistas improvisados, como los

antiguos «cómicos de la legua», recorrían los

pueblos en compañía de D. Manuel y le servían de

eficaz ayuda para sus planes propagandísticos.

Daban veladas en las que nunca podía faltar el

discursito de saludo, las poesías, las piezas de

música y, por fin, alguna representación de tipo

festivo que excitaba la hilaridad y arrancaba

aplausos sinceros a los espectadores.

D. Manuel preparaba con meticulosidad estas

actuaciones. Primero escogía escrupulosamente a

los ,que, por sus buenas cualidades o por sus

defectos físicos, le venían mejor para el

acoplamiento exacto en la distribución de

papeles, El mismo sacrificaba sus recreos y

gastaba no poco tiempo en los ensayos. Corregía

faltas, hacía observaciones, quitaba tonillos,

daba aire y nervio a la actuación de sus noveles

declamadores.

Con ello conseguía que sus chicos se formaran

bien en el arte de la declamación, que tanto les

había de servir después para el ministerio de la

Page 59: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

divina palabra, que perdieran el miedo a actuar

en público y, sobre todo y éste era el fin

inmediato y principal, provocar en las gentes el

entusiasmo por el Colegio y por las vocaciones

sacerdotales, hacer ambiente de sacerdocio en

una época en que al clero se le enrarecía la

vida y se le quería asfixiar en una atmósfera de

odios. Y lo consiguió D. Manuel de una manera

sencilla, acomodada al carácter de las gentes

del pueblo y, al mismo tiempo, amena y

atrayente, porque se presentaba ante ellos

arropado con la simpatía de unos chicos,

sumamente interesados en darle a él gusto,

haciendo reír a las gentes del lugar.

En todas .partes se les recibía con los

brazos abiertos y en todos los pueblos los

amigos de D. Manuel se sentían honrados con

poder sentar a su mesa al director y actores de

aquella improvisada compañía de comediantes. Los

ancianos de Artana, Cintorres, Benicarló y

Villafranca aun recuerdan con cariño aquellas

campañas vocacionistas tan originales, en que un

sacerdote santo les caldeaba desde el púlpito de

la iglesia y unos simpáticos seminaristas les

recreaban santamente desde un tablado levantado

en la plaza del pueblo.

Y lo debían de hacer a las mil maravillas,

pues las gentes les aplaudían con entusiasmo y

comentaban admiradas la lograda intervención de

aquellos avispados alumnos de D. Manuel,_ Al

cual, como él mismo dice, «se le caía la baba de

satisfacción” , cuando escuchaba los aplausos, y

más aún, cuando oía los comentarios sinceros y

espontáneos de aquellas gentes en alabanza de

sus chicos.

SANTAMENTE AMBICIOSO

Hay almas gigantes y almas enanas, corazones

que en seguida se llenan y corazones en los que

el mundo cabe muy holgadamente. Los santos son

Page 60: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

hombres de grandes ambiciones y de grandes

ideales y, por tanto, de almas gigantescas, ya

que el ideal es la horma que delimita la

estatura moral de las almas.

Entre éstas está catalogada la de D. Manuel.

Hombre de grandes ideales, no se saciaba con

migajas de realidades, ¡era santamente

ambicioso!

Llegaron las Pascuas de Navidad D. Manuel

solía ir todos los años a felicitar al Sr.

Obispo llevando consigo un grupo de colegiales.

Así lo hizo también en aquella ocasión. El Sr.

Obispo dirigía la conversación que,

naturalmente, recayó sobre cosas del Colegio:

número de alumnos, aplicación de los mismos,

estado v porvenir de la Obra... D. Manuel iba

respondiendo a Su Excelencia con toda clase de

detalles y el Sr. Obispo gozaba al oír de labios

del Fundador noticias tan halagüeñas.

-¿No es verdad que no esperaban que el

Colegio ascendiera a tanto?

-¡Ah, Sr. Obispo, sí lo esperábamos!, porque

el Señor favorece las cosas que son de su

gloria.

El Prelado se hizo el desentendido, y la

conversación siguió su cursor pero al cabo de un

rato volvió a insistir en la misma idea:

-¿No es verdad que el Colegio ha excedido sus

esperanzas?

-¡Ah, no, Ilustrísimo Señor; aun habrá más!

Este forcejeo entre ambos se repitió alguna

otra vez durante aquella entrevista, quedando en

pie la tesis de D. Manuel de que aun no había

colmado sus esperanzas el Colegio de San José.

El cual, poco después de su muerte, había dado a

la Iglesia cerca de ochocientos sacerdotes,

aproximándose al millar en la actualidad, además

de un centenar de religiosos, algunos Prelados

insignes y un crecido número de mártires en la

revolución roja de 1936.

EN EL CONCILIO VATICANO

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Mucho tiempo hacía que venía acariciando D.

Manuel la idea de visitar la ciudad de Roma. No

obstante espolearle tan intensamente sus deseos,

se hallaba perplejo en el momento de la

decisión, según se columbra a través de las

cartas que se conservan de aquel entonces. El

terreno político aparecía resbaladizo. Las

circunstancias se presentaban desfavorables.

Era en los días ominosos del año 1870.

Francia se desangraba en una guerra con Prusia,

cuyo resultado calamitoso para la primera ya se

preveía. En Italia se respiraba un ambiente de

inestabilidad y de anarquía, provocado por los

partidarios de Garibaldi y de Mazzini, que

terminaron por entrar en los Estados Pontificios

y despojar al Papa sacrílegamente de las

posesiones que le había dado la Historia y que

habían reconocido todos los pueblos de la

Cristiandad.

Después de meditarlo detenidamente en la

presencia del Señor, se decidió por fin a

emprender el viaje. Acompañado de su entrañable

amigo D. Enrique de Ossó, salió de Tortosa el 29

de mayo de 1870. Pasó por Barcelona y Gerona.

Entró en Francia y se dirigió a Marsella, donde

embarcó en dirección a Civitavecchia, llegando a

Roma el 3 de junio.

Intensa fue la emoción que experimentó al

pisar aquella tierra santificada con las huellas

de tantos santos y mártires. En Roma gozó

intensamente su espíritu, al poder celebrar cada

día en una de aquellas iglesias tan cargadas de

recuerdos históricos y, sobre todo, de ejemplos

heroicos de santidad. El 20 de junio, junto con

los demás peregrinos españoles, fue recibido por

el Papa Pío IX, de cuya audiencia salió

hondamente emocionado.

Visitó en la Ciudad Eterna a su Prelado y a

su gran amigo, entonces Obispo de Oviedo, Excmo.

Sr. Sanz y Forés, que se hallaba en Roma con

ocasión del Concilio Vaticano, a alguna de cuyas

sesiones asistió también D. Manuel, y en las que

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debió gozar a raudales su alma al ver allí

reunidos junto a la silla de San Pedro y al

resguardo del amor del Papa, dignísimos

representantes de la Iglesia Católica, venidos

de todas las panes del mundo.

Con aquel espectáculo de universalismo y

aquel ambiente de catolicidad, se dibujó más

claramente en su corazón lo .que siempre fue uno

de los rasgos más marcados de su espíritu: el

amor a la Iglesia y al Papado, amor que le

llevaba a decir que no debía haber ningún

sacerdote que no conociese personalmente a su

Caudillo, el Papa.

ENCUENTRO DE TRES SANTOS

A los dos días de su llegada a Roma, D.

Manuel y D. Enrique de Ossó salían de una de las

sesiones del Concilio Vaticano, acompañando a su

Obispo, Excmo. Sr. Vilamitjana. Los tres

tortosinos formaban uno de los grupos en que, a

la salida de las reuniones, se segmentaba en

amigable y animada conversación la masa

imponente de Obispos y Padres conciliares.

Hablaban entretenidos del desarrollo de la

sesión cuando, al desembocar en la Plaza de San

Pedro se toparon con San Antonio María Claret,

que por aquel entonces andaba también por la

Ciudad Eterna. El Sr. Obispo de Tortosa, con

términos altamente encomiásticos, hizo la

presentación de aquel insigne vicense, gloria de

España y gran apóstol de los tiempos modernos.

El Padre Claret recibió las palabras

elogiosas del Sr. Obispo con la humildad que

siempre le caracterizó, no levantando para nada

los ojos del suelo, y comportándose con tanta

gravedad y modestia, que sus interlocutores

quedaron inmejorablemente impresionados.

Bien podemos decir que en aquella plaza

grandiosa, que ha oído la voz de tantos varones

preclaros por su virtud, se encontraron un 5 de

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junio de 1870 tres santos españoles: San Antonio

María Claret, fundador de los Misioneros Hijos

del Inmaculado Corazón de María; D. Enrique de

Ossó, fundador de la Compañía de Santa Teresa, y

D. Manuel Domingo y Sol, fundador de la

Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos y

gran apóstol de las vocaciones sacerdotales.

LA VISIÓN DE LEÓN XIII

La juventud católica, de Barcelona organizó

en octubre de 1878 una peregrinación a Roma de

carácter nacional, como homenaje al Papa León

XIII, en la que se inscribieron más de 2.000

peregrinos. De ellos unos 800 hicieron el viaje

por mar, entre los que se encontraba el poeta

catalán Jacinto Verdaguer. El 10 de octubre

salieron de Barcelona y el 12 llegaban a

Civitavecchia.

Después de unos días de estancia en la

capital del mundo católico, el Papa les recibió

el 17, a las 12,30 de la mañana. Apareció en la

Sala Regia rodeado de diecisiete Cardenales, de

Príncipes y Prelados, entre los que figuraban

los Obispos de Urgel y Plasencia. El de Huesca

tuvo un discurso de presentación, vibrante y

ardoroso. Terminado el cual, se levantó el Papa

para darles las gracias, quedando todos

hondamente impresionados ante la energía y

vigor, revestidos de una amable dulzura, que se

ocultaba en aquel anciano venerable, de cabello

blanco, delgado de rostro y con las señales

evidentes del sufrimiento en su expresión.

«Aquella figura angelical que descollaba sobre

los demás, dice D. Manuel, y en aquella actitud,

con los brazos abiertos, parecía una visión.»

D. Manuel, que llevaba la representación

oficial de la diócesis tortosina, se acercó al

Papa vivamente emocionado para entregarle la

limosna de sus condiocesanos. El Romano

Pontífice le dio las más rendidas gracias por su

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donativo y le estrechó efusivamente las manos,

con lo cual subió de punto su emoción y

contento.

Otra vez se dignó recibirles el Vicario de

Cristo. Esta entrevista, que se hizo por

diócesis y que duró dos horas, tuvo lugar en día

19. Todos los peregrinos tuvieron la dicha de

besar las manos del Papa, «y todos, dice D.

Manuel, sacamos la convicción de que era un

santo».

Consiguió entonces dos autógrafos del Papa,

uno para los alumnos del Colegio de San José, y

otro para la juventud católica tortosina, y la

facultad de dar a sus queridos colegiales la

bendición apostólica.

Antes de regresar a España hizo una excursión

por Italia. Visitó Foligno, Asís, Perusa,

Florencia, Pisa, Bolonia, Padua, Venecia, Milán,

Turín y Génova; excursión de la que conservó

siempre gratísimos recuerdos y de la que, de

regreso ya en Tortosa, decía en una carta: «He

visitado el sepulcro del Padre San Francisco y

de la Madre Santa Clara; el de San Antonio de

Padua, y he besado su lengua. He tocado las

manos de Santa Catalina de Bolonia y hasta le he

dado en ella golpecitos...»

CASTIGO MERECIDO

Incansable andariego al estilo de Santa

Teresa, estaba continuamente sobre el «carril» ,

como él decía. Y esta vida de movimiento rimaba

perfectamente con su carácter, dinámico y

activo, hasta el punto de que los médicos

repetidas veces no encontraron para remedio de

sus achaques medicina más eficaz que el mandarle

hacer alguna excursión.

Sin embargo, a pesar de hallar verdadera

satisfacción en estas correrías, era escrupuloso

en no emprender viaje ninguno, si en él no

vislumbraba motivos de la gloria de Dios. Y si

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alguna vez, por complacer a los compañeros con

quienes viajaba, o por formar parte de

peregrinaciones numerosas, se veía precisado a

recorrer lugares y ciudades, que, más que de

centros de devoción, parecían tener carácter de

meta obligada de excursiones turísticas, él en

todas partes procuraba sacar provecho espiritual

para su alma y para, la de los demás.

Viajaba una vez por Italia a su regreso de

Roma, en compañía de otras personas las cuales,

aunque él pretendía disimularlo, notaron

perfectamente la distinta impresión que le

producía la visita de las diversas ciudades por

donde pasaban.

Mientras anduvieron por Asís, Bolonia y

Loreto, veíasele feliz y a veces casi hasta

ensimismado. En cambio estaba medio aburrido en

Venecia y otros lugares por el estilo, porque en

ellos no encontraba ambiente religioso.

Hallándose en esta última ciudad tuvo necesidad

de afeitarse. Entró en una barbería, y el

barbero, por falta de pericia o de delicadeza,

le trató bastante duramente e incluso le llenó

de cortaduras. Notáronlo sus acompañantes. y al

salir del establecimiento se lo indicaron a D.

Manuel. El cual se limitó a contestar: «Casi lo

merezco, porque no teníamos necesidad de

detenemos aquí». Como si sintiera remordimiento

de haberse parado en aquella hermosa ciudad que,

si bien es centro obligado de excursiones

turísticas, no lo es de peregrinaciones

religiosas.

SE CAE POR UN BARRANCO

El párroco de un pueblo de Levante escribió a

D. Manuel una carta dándole cuenta de las

disensiones que se habían originado en su

parroquia y de las chinchorrerías de alguno de

sus feligreses, incluso de gente beata.

Terminaba su carta el celoso pastor de almas

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expresando a D. Manuel los deseos que tenía de

acabar con todas aquellas hablillas y

chismorreos, y diciéndole que no se le ocurría

otro remedio más eficaz que el que se pusiera

cuanto antes en camino y, con el fervor y la

elocuencia que el Señor le había dado, templara

aquellos espíritus rencorosos en un triduo

solemne que para este fin había planeado.

Ni corto ni perezoso, le contestó en seguida

D. Manuel, aceptando la propuesta. Apenado de

que tales miserias pudieran darse en gente

piadosa, y ofreciendo al Señor por esa intención

el primer sacrificio que se le presentara,

emprendió el viaje.

Como no había automóviles ni trenes, viajaba

en el medio de locomoción más rápido que se

conocía por aquellos pueblos: una diligencia. De

trecho en trecho tenían que pararse para cambiar

de caballos. Hiciéronlo una vez en un lugar

denominado «La venta de la Serafina». Era ya de

noche, la del q de diciembre del 1886.

Mientras se cambiaban los tiros, la gente

entró en la venta para estirar las piernas,

calentarse un poco y mojar la boca.

D. Manuel prefirió quedarse fuera y retirarse

un poco. Como era ya tarde, la noche cerrada, y

el lugar desconocido, cuando quiso darse cuenta,

se hallaba en el fondo de una hondonada, adonde

llegó dando vueltas por una larga pendiente. A

tientas y como pudo se incorporó y logró subir a

la diligencia. Nada dijo a ninguno de sus

compañeros de viaje.

En la parada de los coches le esperaba el

párroco del pueblo, a quien saludó diciendo: «Da

por resuelto el asunto, pues Nuestro Señor me lo

ha dado a entender», haciendo alusión a la caída

y a la aceptación que Dios había hecho de su

ofrenda, mas sin indicar nada de esto al señor

cura. Herido como estaba predicó el triduo con

el ardor de siempre, sin sospechar nada sus

huéspedes, regresando a Tortosa el día 8

extenuado y con fiebre.

Llegado que hubo a casa, se metió en la

cocina, y, para que no se extrañaran sus

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familiares, que jamás le habían visto en ella,

les dijo que estaba frío, que quería calor y que

necesitaba tomar algo. Después se retiró a

descansar, mas sin decir nada a los de casa ni

ellos poderse suponer lo que le había ocurrido.

Pasan unos días y se presenta la lavandera

toda alarmada con la ropa de D. Manuel empapada

en sangre, y les dice a sus hermanas:

-¿Qué le pasa a D. Manuel? ¡Mirad!

¡Pobrecito! ¡Está herido!

las hermanas van corriendo a la habitación

donde éste se halla trabajando, el cual las

recibe sonriendo y con toda tranquilidad las

explica detalladamente lo ocurrido, cómo se

había caído junto a la venta y cómo por este

motivo, después de estar tres días en Morella,

tuvo que volverse a Tortosa, sin haber llegado a

Cinctorres, que era el final de su viaje, pero

que no se preocuparan, porque él mismo se estaba

curando y marchaba ya muy bien.

EN EL CENIT DE SU CARRERA

LA OBRA DE LAS OBRAS

Dios le había dado un corazón de apóstol. Su

celo le bamboleaba en todas direcciones. Quería

trabajar en todos los campos, catar todos los

ministerios, remediar todas las necesidades.

Sentía, por otra parte, el peso abrumador de su

limitación, y esta misma impotencia le torturaba

cruelmente, envolviéndole en mil dudas y

perplejidades.

Con visión genial logró, por fin, comprender

que la raíz del problema religioso se hallaba en

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el clero, y se espantó al ver la escasez de

sacerdotes que padecía España, y más aún la que

amenazaba caer sobre ella. Quiso remediar tamaño

mal en su diócesis de Tortosa, y no tuvo reparo

en gastar su hacienda en la construcción del

Colegio de San José.

Pero él andaba pensando en el modo de dar

estabilidad y permanencia a su obra. Muchas

cavilaciones y ratos de insomnio le había

ocasionado este asunto, hasta que un día

memorable, el 29 de enero de 1883, a las siete y

media de la mañana, mientras daba gracias

después de la misa en el convento de Santa

Clara, tuvo «una verdadera inspiración

sobrenatural, en la que Jesús Sacramentado le

inspiró la Obra de la Hermandad».

Desde el primer momento aparecieron

completamente definidos su naturaleza, objeto y

fines: reunión de sacerdotes seculares, unidos

para el fomento de las vocaciones eclesiásticas

y de la piedad en la juventud, mediante la

predicación y práctica de la devoción al Sagrado

Corazón de Jesús y a la Eucaristía.

Había dado por fin con la solución. En primer

lugar, con la del problema espinoso y

trascendental del apagamiento del fervor

religioso en el pueblo cristiano, que él

intentaba atajar dando a la Iglesia muchos y

santos sacerdotes y además había logrado aventar

de su espíritu aquella zozobra a inquietud que

le consumía. Había hallado el modo mágico y

maravilloso de poder actuar en todas direcciones

y trabajar en todos los campos y catar todos los

ministerios; pues dedicándose a la formación del

clero, daría una transcendencia verdaderamente

envidiable a su apostolado y adquirirían

resonancias insospechadas sus obras. Se

multiplicaría en todos los sacerdotes que él

formara y, mediante ellos, llegaría al campo de

acción que su labor aislada hubiera sido incapaz

de tocar. En una palabra, «trabajaría en las

causas, y se movería en el campo de la máxima

gloria de Dios».

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EN EL DESIERTO

Concebida la Hermandad, D. Manuel no escatimó

fuerzas ni recursos en buscar colaboradores. Mas

no le resultó cosa fácil. Unos le negaban su

cooperación, Otros se excusaban como podían. Y

no faltaron quienes se le declararon enemigos

abiertos de sus planes, aun entre los que hasta

entonces le habían ayudado generosamente en sus

empresas de celo.

Su propio Prelado, que había visto con tan

buenos ojos el establecimiento de la Hermandad,

cuando se trataba de dar permiso a algún

sacerdote para el ingreso en la misma, ponía

serias dificultades. Comenzaba D. Manuel a subir

la cuesta del Calvario.

Habiendo logrado cinco candidatos, se reunió

con ellos el 29 de diciembre de 1885 en el

convento que los Padres Carmelitas tienen en el

Desierto de las Palmas, cerca de Castellón de la

Plana. Es un lugar pintoresco y delicioso,

poblado de ermitas y sembrado de pinos. En aquel

ambiente de recogimiento carmelitano, pasaron

aquel día de retiro.

El 30 tuvieron algunas reuniones, en las que

trataron diversos asuntos relativos a la

incipiente Obra. El 31 celebró D. Manuel la

santa misa en la ermita de Santa Teresa, a media

legua de distancia del convento de los Padres

Carmelitas, donde tenían sus reuniones,

«haciéndolo con tal fervor, dice el que le

ayudaba, y con el rostro tan resplandeciente que

yo no sé qué sentí, y decía para entre mí: así

desearía yo celebrar la santa misa».

A la mañana siguiente, 1 de enero de 1886,

hicieron todos su primer voto trienal de

obediencia, firmando después el acta, juntamente

con los que habían actuado de testigos.

He aquí los nombres de los Operarios que

pusieron la primera piedra del edificio de la

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Hermandad: D. José García, D. Francisco Osuna,

D. Vicente Vidal, D. Francisco Ballester y D.

Elías Ferreres.

GENERAL SIN SOLDADOS

El mismo día de la fundación canónica de la

Hermandad y de la emisión trienal del voto de

obediencia por parte de todos sus miembros,

después de cantar solemne Te Deum de acción de

gracias por tan fausto acontecimiento,

celebraron la primera Junta, en la que por

unanimidad eligieron a D. Manuel como Director

General.

Algunas fechas más tarde escribía éste desde

Valencia a un antiguo amigo dándole cuenta del

caso con su acostumbrado gracejo y buen humor:

«El 1 de enero del año de gracia de 1886 hicimos

nuestra consagración a Jesús...» Y terminaba:

«Puede usted disponer en todo y para todo de la

Hermandad de Operarios Diocesanos y de su primer

General... sin soldados...»

SENTANDO PLAZA DE PERIODISTA

Siempre sintió D. Manuel un atractivo

especial por el apostolado entre los jóvenes.

Más de una vez se leen entre sus escritos frases

como éstas: «La juventud es mi ideal». « El

salvar a la juventud ha sido por muchos años mi

sueño dorado».

A los jóvenes, en efecto, consagró gran parte

de su vida, no sólo cuando, como fundador de la

Hermandad, delineó y dio impulso a una

asociación de sacerdotes encargados de formar a

la juventud levítica, sino antes ya, cuando

estuvo dedicado de lleno, en cuerpo y alma, a la

Congregación de San Luis Gonzaga.

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Fundada ésta en 1886 por los Padres jesuitas

del Jesús, pasó a manos del Canónigo D. Juan

Corominas, al ser aquellos desterrados de

Tortosa por la Revolución. Y cuando éste marchó

a Tarragona acompañando al Excmo. Sr.

Vilamitjana, se pensó en D. Manuel como en el

hombre más capacitado para su dirección,

extendiéndosele el nombramiento a primeros de

noviembre de 1880.

No estaba D. Manuel satisfecho de los

resultados hasta entonces obtenidos por las

Congregaciones Marianas, y lo atribuía a su

actuación esporádica a individualista, a la

falta de un vínculo coordinador de actividades y

promotor de entusiasmos, y anheloso de poner

remedio cuanto antes a esta situación

desventajosa, lama en noviembre de 1880 una

circular a todas las Congregaciones de España,

proponiendo la publicación de una revista que

sostuviera la llama del entusiasmo juvenil,

«Pero creyéndolo superior a sus fuerzas, indicó

a los Padres jesuitas de Tortosa que se hicieran

cargo de ella. Mas, por haberlo éstos rehusado,

a la vejez, como él dice, hubo de sentar plaza

de periodista; y cábele la gloria de ser el

fundador del primer periódico de las

Congregaciones Marianas.

Salió el primer número en diciembre de 1881,

con el título de «El Congregante de San Luis»,

bien presentado y con veintidós páginas de

texto. fue tal la aceptación que tuvo desde el

principio, que, al semestre de nacido, era leído

con fruición y esperado con avidez en toda la

Península, Islas Baleares, Canarias y en

Hispanoamérica. Dirigible al principio el mismo

D. Manuel y le encomendó más tarde al celo y

competencia de los Operarios D. Andrés Serrano y

D. Joaquín García Jirona, hasta que en 2887,

cargado de méritos, hubo de desaparecer para

hacer lugar a otra revista titulada «El Correo

Interior Josefino».

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LA CATEDRAL JOSEFINA

Asegurada y aplaudida su Obra en Tortosa,

empezó a soñar con otras diócesis donde

implantarla. Comenzó por la de Valencia. En

seguida trató de levantar de nueva planta un

grandioso edificio, con la misma finalidad que

el de Tortosa y al :que bautizaría con el mismo

nombre de «Colegio de San José».

Después de varios años de preocupaciones y

sinsabores, vio por fin terminadas las obras del

Colegio de Vocaciones de Valencia. El 2 de

febrero de 1901 se inauguraba la magnífica

iglesia del mismo, a la que D. Manuel, por sus

bellas proporciones, solía llamar con orgullo

«la Catedral josefina».

Lleno de Bozo se hallaba por tan singular

acontecimiento, cuando vino a enturbiar su

alegría un extraño suceso que pudo ser de

trágicas y fatales consecuencias.

Era en aquellos tiempos revolucionarios en

que los ánimos se exaltaban a las órdenes de

agitadores profesionales de masas, y las huelgas

se prodigaban con una facilidad pavorosa. El

mismo día de la inauguración solemne de la

iglesia, acertó a pasar una de tipo blasquista

por las inmediaciones de la misma. Las turbas,

que iban engrosando a medida que atravesaban

calles y plazas, avanzaban en dirección al

Colegio de San José, sabedoras de la función que

en él se había celebrado por la mañana y de la

que se preparaba para la tarde.

los huelguistas vociferaban y se desataban en

improperios contra todo lo más santo. Llegados a

la altura del Colegio, no se contentaron con

palabras, sino que, pasando a las obras, en un

momento levantaron el empedrado de la calle,

dejándole limpio de cantos, que arrojaron a

porfía sobre la recién estrenada capilla, la

cual acusó el efecto de aquella pedrea en sus

puertas y ventanas.

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No tardó en presentarse la policía en el

lugar del suceso. Al someter a un ligero

interrogatorio a los que parecían cabecillas de

aquel movimiento, se excusaron éstos diciendo:

-Nosotros íbamos calle arriba gritando y

cantando, pero sin molestar a nadie y no

hubiéramos apedreado el Colegio, si uno de los

criados del mismo no nos hubiera insultado al

pasar.

No creyeron los agentes del orden público

calumnia tan burdamente tramada; mas para

desenmascarar a aquellos agitadores, hicieron

salir a su presencia a toda la servidumbre del

Colegio.

-¿Cuál de éstos ha sido?-les interrogaron.

-¡Ese del medio!-respondió el más

caracterizado de los huelguistas; resultando que

el señalado era mudo de nacimiento, lo cual,

conocido por todos los circunstantes, no

pudieron contener la risa que desarmó por

completo a aquellos infelices.

D. Manuel debió llevarse su correspondiente

susto y se le quedó bien impresa aquella famosa

pedrea, a juzgar por lo que dice en una carta de

aquellos días a un amigo sacerdote: «Estuve en

Valencia en la inauguración de la grandiosa

capilla, y tuvimos por la tarde una pedrea de

los sectarios masones.» Y haciendo alusión a los

tiempos difíciles que atravesaba también

entonces la Hermandad en Portugal, añade: «Ahora

nos están apedreando en Lisboa a los «paes

españoles» que cuidan del Colegio de aquella

capital. Se conoce que el diablo ha llegado a

penetrar la «malicia» de nuestra Obra.»

EL REBUZNO DEL SEMINARISTA

Ambiente de algazara el que se respiraba en

el Colegio de San José de Valencia. Libres de la

pesadilla de las clases y sin la carga diaria de

las lecciones que aguasen su nativa jovialidad,

Page 74: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

los seminaristas valencianos se entregaban con

toda el alma al disfrute de unos días de asueto.

Sonajas y zampoñas resonaban por doquier. Los

más variados villancicos se oían de continuo

canturreados por voces juveniles. Los colegiales

con cara de pascua hormigueaban por el patio del

Colegio cual inquieta colmena, dando a la vida

del mismo un aire de inconfundible sabor

navideño. Eran las vacaciones del año 1898.

Entre los distintos pasatiempos que los

superiores del Colegio tenían organizados para

alegrar la vida de sus discípulos, merecían

mención especial las representaciones teatrales,

tenidas al caer de la tarde. dada día subían a

las tablas de un rudimentario escenario,

levantado en el balconcillo del patio,

improvisados actores y consumados artistas de

los más afamados entre los alumnos mayores.

Reían todos, chicos y grandes, las habilidades

de los unos y las simplezas de los otros,

mientras les asaeteaban con sus miradas desde el

patio central del Colegio.

Pero aquel día había algo especial. Y es que

se hallaba entre ellos el Superior General de

los Josefinos, Rvdmo. D. Manuel Domingo y Sol.

Los artistas de turno ensayaban y repasaban su

comedia, dando los últimos retoques a sus

papeles y afiligranando hasta en sus últimos

detalles lo que llamaban «su pieza de

lucimiento». Era ésta un majísimo sainete,

original de D. Carlos Arniches, titulado «los

aparecidos».

Llegada la hora de la representación,

acomodóse cada uno en su asiento bajo la

presidencia de D. Manuel. Los comediantes, entre

bastidores, ultimaban sus preparativos. Dada la

señal para empezar, descorrióse el telón y

fueron desfilando uno en pos de otro todos los

personajes del sainete, que procuraban superarse

y que realmente bordaron aquella pieza. Rieron a

mandíbula batiente los espectadores, y los

aplausos se sucedían con excesiva frecuencia,

sobre todo cuando el papanatas de Perico hablaba

del alma del tío Lechuza, o en aquella

Page 75: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

comicísima escena en que el alcalde y

autoridades aparecen con un miedo cereal a los

difuntos.

Tenía el papel de Comendador Pepín, un

seminarista de esos que nunca faltan en las

comunidades, habilidoso y activo, simpático y

espabilado. De esos que ya se tienen ganados al

público con sólo aparecer en escena. Estuvo,

como siempre ¡insuperable!

Por que nada faltara en la representación de

aquella tarde y resultara ésta lo más natural

posible, sacaron al escenario un borrico del

panadero de casa, el cual debía de estar muy

bien educado, pues nada más presentarse en

público saludó a los espectadores con un sonoro

rebuzno que atronó los aires levantinos,

provocando en aquella patulea una ráfaga de

carcajadas.

Hecho el debido silencio, se oyó la voz de un

guasón, que dijo: «¡Que rebuzne Pepín!» Era ésta

una de sus muchas habilidades. Una explosión de

aplausos refrendó la petición, y el buen Pepín,

sin hacerse rogar dos veces, lanzó un tan

atildado rebuzno, que muy bien pudiera ser

envidiado por machos asnos.

Lo que allí sucedió fue indescriptible.

Rieron hasta las orejas los seminaristas durante

largo tiempo y corearon esta actitud con su

sonrisa los superiores. Uno de éstos, convencido

de obtener una respuesta satisfactoria, le

preguntó a D. Manuel: «¿Qué le parece, D.

Manuel?» Y él, sonriente para no aguar la

fiesta, pero poniendo los puntos sobre las íes,

contestó: «Muy bien, me gusta que los burros

rebuznen, pero que los colegiales lo hagan, no!»

EL OFICIO DE TINIEBLAS

Otro día aquellos simpáticos seminaristas

iban a representar «El puñal del godo», del

insigne vallisoletano D. José Zorrilla. Habían

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preparado magníficamente la decoración para que

la escena resultara lo más tétrica posible, y

tenían además dispuesta toda una colección de

instrumentos para remedar los truenos que en su

obra exige el dramaturgo castellano.

Se descorre el telón y aparece en escena un

monje encapuchado que después, de asomarse a la

puerta del foro, comienza su actuación dejando

caer pausadamente estas palabras:

«¡Qué tormenta nos amaga!»

Aun no las había terminado, cuando los

«elementos» que estaban entre bastidores se

desatan enfurecidos y empiezan a tocar panderos,

pitos y bombos. Y hacían un ruido tan estridente

golpeando las puertas y pataleando sobre la

tarima del escenario, que los espectadores

creían que con tanto trueno se desplomaba, «la

bóveda celeste» .

Intervino por fin D. Manuel indicando a uno

de los superiores: «Digan que no hagan tanto

ruido, porque eso no es una tormenta, sino el

final del Oficio de Tinieblas.»

Cesó por fin de tronar, y el monje acurrucado

junto a las brasas, pudo continuar su

soliloquio:

«¡Qué noche! ¡Válgame el cielo!

Esta, lumbre se me apaga... »

Pero no fue así, sino que al hurgar en el

rescoldo del brasero, en vez de apagarse la

lumbre, comenzó a arder uno de los bastidores de

papel, junto a los que el ermitaño había

colocado su lumbre.

Armóse el jaleo consiguiente entre los de

dentro y comenzaron a gritar los de fuera al ver

el fuego, que no tardó en ser sofocado,

continuando sin más incidentes la función, entre

el reír de la patulea, que no cesaba de comentar

el susto morrocotudo que se había llevado el

pobre ermitaño; al cual, por lo visto, no le

hacía mucha gracia el morir vestido, ni siquiera

con el hábito franciscano.

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LAS AGUSTINAS

Había en Valencia dos hermanas que conocían a

D. Manuel desde 1862 en que, por encargo de su

Prelado, se trasladó a la ciudad del Turia para

hacer el doctorado en Sagrada Teología.

Hospedóse en su casa durante aquel año de

estudios y trabó tal amistad con ellas que,

hasta que después levantó el Colegio de San

José, fue aquella casa para D. Manuel asilo

obligado durante sus frecuentes visitas a

Valencia, y aun después continuaron las buenas

señoras siendo eficaces auxiliadoras de sus

empresas de celo. Llamábase la mayor de ellas

D.ª Agustina Ragé, pero los Operarios, llevados

de la confianza que les tenían, las llamaban

cariñosamente a las dos «las Agustinas».

Querían de veras a D. Manuel y le veneraban

como a un santo ya desde sus primeros años de

sacerdocio. No obstante, fue creciendo su

aprecio de día en día a medida que tenían

ocasión de conocerle, más a fondo, y se lo

manifestaban en el recibimiento cariñoso que

hacían a él y a todos los Operarios, cuando

llamaban a la puerta de su casa.

Como paga de todos estos servicios, D.ª

Agustina le pedía al Señor la gracia

singularísima de ser asistida en sus últimos

momentos por aquel sacerdote santo, a quien ella

tenía la dicha de conocer y de tratar. Era ésta,

al mismo tiempo ;que súplica continua en sus

labios, esperanza fundada en su espíritu y como

presentimiento cierto en su corazón.

Enfermó varias veces, y D. Manuel, conocedor

de sus deseos, no escatimó sacrificios ni tiempo

para trasladarse desde Tortosa a Valencia,

siempre que le daban noticia de su enfermedad.

Pero cuando parecía que la muerte avanzaba en

serio y a pasos agigantados hacia ella,

hallábase D. Manuel muy lejos; estaba en la

Ciudad Eterna. Insistía la buena señora en sus

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preces al Señor y no podía apartar de su mente

la halagüeña ilusión de verse asistida en sus

últimos instantes por la palabra reconfortante

de aquel santo sacerdote.

Pasaba el tiempo, la enfermedad seguía su

curso y parecía evidente que las esperanzas de

D.ª Agustina iban a quedar fallidas. Todos

estaban desesperanzados, menos ella. Y triunfó

su confianza en la Providencia divina.

Pisó, por fin, D. Manuel tierra española, de

regreso de su viaje a Roma, sin saber nada. Al

llegar a Tortosa, alguien de los que le

esperaban en la estación le habló del estado de

gravedad en que se hallaba D.ª Agustina.

Entonces él, en un arranque de generosidad y

llevado del aprecio que en justa correspondencia

profesaba a su protectora, dejó las maletas en

la estación y sin entrar en Tortosa, a donde

tenía tantísimas ganas de llegar, continuó viaje

en el mismo tren hasta Valencia.

Indescriptible fue el gozo de las buenas

señoras y de cuantos las rodeaban, al ver

entrárseles por la puerta de la casa la figura

venerable de aquel sacerdote tan ansiado, a

quien Dios indudablemente había conducido a

presencia de la paciente, para que recogiera su

postrer suspiro.

Así fue. Confortada con los santos

sacramentos y con los consejos encendidos en

amor de Dios de D. Manuel, no tardó en volar al

cielo el alma de su insigne bienhechora.

TRESCIENTOS ALELUYAS

Trabajaba incansablemente D. Manuel por la

apertura de un nuevo Colegio de San José en

Murcia por el mes de mayo de 2888. Se le veía

particularmente interesado en llevar a

cumplimiento cuanto antes sus hermosos proyectos

en beneficio de aquella diócesis, a la que tenía

cariño especial por la falta de clero que estaba

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padeciendo.

El recibimiento que se hizo, tanto a él como

a los Operarios que le acompañaban, por parte

del Sr. Rector del Seminario y de algunos otros

sacerdotes prestigiosos de la ciudad, fue

cariñoso y cordial.

Con su valiosa ayuda pudieron hacer

propaganda de la Obra de las vocaciones

sacerdotales y llevados de su mano fueron

tanteando terrenos, donde levantar el Colegio y

visitando casas donde instalar provisionalmente

a los chicos, en tanto que aquél estuviese

terminado.

El Prelado, que seguía con suma complacencia

todos los movimientos de los Operarios dentro de

su diócesis, le preguntó a D. Manuel una de las

veces en que fue a visitarle:

-¿Cómo va esa Obra de las vocaciones?

-¡Viento en popa!, señor Obispo. Pero no

podrá desplegar toda su actividad hasta que no

tengamos un local amplio y espacioso, como el

que estamos proyectando.

-Cuando esté terminado, ¿con cuántos alumnos

cree usted que podrá contar?

-En muy pocos años pasaremos de los

trescientos.

El Prelado, saltando de gozo por el porvenir

halagüeño que con ello se cernía sobre su

diócesis, pero al mismo tiempo un poco receloso

de que no fuera fácil de realizarse aquel

hermoso sueño, añadió:

-Si esto fuese, tendríamos que cantar

trescientas aleluyas.

D. Manuel estaba convencido de ello y

convencidos estaban también sus colaboradores,

entre los que se contaba el Rector del

Seminario, el cual, al despedirse de D. Manuel

le dijo emocionado: «Oremos, oremos, para que el

diablo no dé un rabotazo a todo».

Muy pronto pudieron cantar los trescientos

aleluyas porque, terminado el Colegio, las

solicitudes de ingreso no tardaron en rebasar la

capacidad de admisión en el mismo.

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ENSEÑANDO COSAS BUENAS

Recién fundado el Colegio de Orihuela, por el

año 1889, hizo una visita D. Manuel a aquella

ciudad. Trasladáronse desde Murcia Para

saludarle dos superiores del Colegio murciano:

D. Remigio Albiol y D. Juan Calatayud.

Tenía éste un hermano, llamado D. Gonzalo,

que era maestro nacional en un grupo escolar de

uno de los arrabales de Orihuela. D. Manuel

quiso saludar a la familia Calatayud, y allá se

encaminó una hermosa tarde acompañado de los dos

Operarios murcianos.

los visitados les recibieron con los brazos

abiertos, como era de suponer, y les agasajaron

cuanto pudieron.

«Pero el héroe de la fiesta, como cuenta el

mismo protagonista, fue un renacuajo de cuatro

años, hijo del maestro, el cual con grandes

encomios se le presentó a sus queridos

visitantes. Y por mandato suyo empezó en seguida

la serie de gracias del muñeco.

Su padre le había enseñado la siguiente

coplilla, que el chico repetía, viniera o no a

pelo..., como sucedió aquella tarde:

Mañana me voy al campo

a preguntar al romero

si el mal de amor tiene cura...

si no la tiene me muero.

Daban vis cómica al cantarcillo padre a hijo

entablando el siguiente diálogo:

-¿A dónde vas mañana?

-Al campo.

-¿A qué?

-A preguntar al romero.

-¿Qué le preguntarás?

-Si el mal de amor tiene cura.

-Y ¿si no la tiene?...

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Y el pequeño, entornando los ojitos, juntando

las manos y alargando desmayadamente la «e»

gemía:

-Me mueeero.

Todos celebraron la ingeniosa habilidad del

renacuajo... Todos, ¡menos D. Manuel!, el cual

le dijo:

-Te voy a enseñar una cosa muy bonita:

Bendita sea lo pureza

y eternamente lo sea...

El chico se la aprendió y en pago D. Manuel

le regaló una medalla de la Virgen y le mandó

que repitiera todos los días la nueva

«coplilla».

Pasaron siete años, y aquel rapazuelo ingresó

en el Colegio de San José de Valencia para

seguir la carrera sacerdotal. Un día se encontró

con D. Manuel de quien ya no se acordaba.

Reconocióle éste y acordándose de la visita a

Orihuela, le llamó aparte y le dijo:

-Oye, ¿qué copla recuerdas mejor, la del

romero o la de la Virgen?

-¡las dos -contestó el avispado latinillo,

que cayó en seguida en la cuenta de quién era el

que le hablaba-, pero la de la Virgen la repito

todas las noches!

-Muy bien, hijo, que Ella lo bendiga y tú no

dejes nunca, nunca, de invocarla.

UNA CORAZONADA

Así llamaba el P. Xercavins, S. I., a

aquellos accesos de extraordinaria caridad y

generoso desprendimiento tan característicos en

D. Manuel.

Conocía por carta y por los hermosos

artículos que de cuando en cuando le había

enviado para la revista «El congregante de San

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Luis», al joven seminarista de Ciudad Real,

Andrés Serrano. Había seguido mediante la

correspondencia epistolar el curso de su

vocación y la había ido cultivando con cariño

verdaderamente maternal.

Pero un día recibe de Serrano una carta en

que le decía:

«Ahora para concluir, tengo que decirle que

soy quinto del actual reemplazo y que, si la

suerte no me da un número algo favorable, tendré

que ser soldado de los ejércitos españoles. No

la deseo, pero tampoco la temo a la vida

militar. Si hay necesidad, como la habrá, porque

soy útil por todos conceptos, de echarse al

hombro el fusil, lo llevaré gustoso, acordándome

de San Martín. ¿Qué será que ya se me enciende

la sangre al tratar de las Carolinas?... ¡las

soltarán!... ¡Vaya si las soltarán!»

D. Manuel miraba las cosas desde otro punto

de vista y temía que con ello se malograra tan

hermosa vocación. Sabía por el mismo Serrano que

en su casa no podrían redimirle del servicio por

ser carpintero su padre y tener once hijos, y su

tío, Maestro de Ceremonias de la Catedral,

tampoco disponía de recursos suficientes.

Entonces tuvo una de esas corazonadas tan

frecuentes en su vida. Le contestó a vuelta de

correo, diciendo:

«No quiero que vaya usted al servicio; que no

le conviene. Si le toca a usted la suerte mala y

no tiene medios y está resuelto a seguir la

carrera eclesiástica, se vendrá a nuestros

colegios de Valencia o de Tortosa, y estará

gratuitamente. Y aunque estamos de deudas hasta

la cabeza, le buscaremos los 7.000 reales para

la redención del servicio, y estará con nosotros

y nos ayudará a trabajar por la máxima gloria de

Dios. Y cuando usted llegue a ordenarse, seguirá

con entera libertad el camino que Dios le

inspire y el campo que sea más propio para su

actividad. Con que, dicho está ya, debe usted

obedecer.»

En seguida contestó Serrano aceptando la

invitación de D. Manuel, pero como al fin de la

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carta dejara entrever un poco de morriña por

tener que alejarse tanto de la familia, D.

Manuel con mimos de madre le contestó a correo

seguido:

«Mi amadísimo hijo en Jesús: No tema usted la

dilatada ausencia; que ya le dejaremos hacer una

correría de vez en cuando para respirar los

aires de la Mancha... y va un billete de

doscientos reales para, ayudarle para el viaje.»

En octubre de aquel mismo año el seminarista

manchego, vencido por la amabilidad de D.

Manuel, se trasladó al Seminario de Tortosa,

donde cantó su primera misa en enero del 1891.

ESPÍRITU FRANCISCANO

Como San Francisco de Asís, estaba D. Manuel

altamente enamorado de las bellezas de la

naturaleza. «Si en las noches de cielo

estrellado, dice D. Juan Estruel, se hablaba de

las maravillas del Creador, se veía precisado a

decirnos: «¡Callad, callad!», porque era tan

intensa la emoción sensible que experimentaba

que le hacía sufrir.

Estando en Benicasim salían de paseo por los

alrededores del pueblo llamándole poderosamente

la atención la multitud de campanillas que

alfombraban el suelo y a su familiar le hacía

poner señales, para convencerse de que cada .día

las renovaba el Señor.

Agradábanle en extremo estas y otras

florecillas, que le hacían recordar la frase de

San Francisco de Paula cuando, tocándolas con su

bastón les decía: «¡Callad, callad, que ya os

oigo!»

Cada año ofrecía un premio al primero que le

diese la agradabilísima noticia de que las

acacias de la huerta habían echado ya sus

primeros brotes. Conocía uno por uno todos los

árboles de su Colegio de Tortosa. No permitía

que se cortaran, y si el aire arrancaba alguno o

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la pertinaz sequía les agostaba, experimentaba

verdadero dolor y en seguida les hacía sustituir

por otros.

En un ángulo de la montaña del patio del

Colegio hizo plantar un huerto cerrado con

naranjos, limoneros, vides, eucaliptus,

granados, cedros, nísperos, melocotoneros...

para que hubiese mucha variedad, mucho ramaje,

mucha sombra..., mucha poesía franciscana.

LAS TÓRTOLAS Y EL LORITO

Su corazón era tan grande que no se agotaba

su amor, aun cuando lo derramaba a torrentes

sobre cuantos se le cruzaban en el camino de la

vida, quedándole siempre afecto y cariño para

desmigarlo entre los mismos seres del reino

animal. Bien lo sabían el lorito y los palomos

del jardín, porque lo habían experimentado

repetidas veces, y con muestras de

extraordinario regocijo daban claramente a

entender que conocían perfectamente la silueta

inconfundible de D. Manuel, luego que asomaba

por la huerta.

«Con una máquina fotográfica, dice un testigo

presencial, se hubieran tenido ocasiones sin

cuento de impresionar bonitas películas. Armado

de su inseparable paraguas, encamínase

pausadamente al jardincillo, párase ante el

jaulón que hay en medio de él, y buscando algo

en su bolsillo, dirige dulces palabras a las

tórtolas que allí habitan. Atraídas éstas por la

dulzura de su llamamiento y por la visión de lo

que les ofrece por entre las mallas de la jaula,

picotean lo que torpemente pueden sostener ya

aquellos dedos. La actitud de las tórtolas

parecía decir: «¡Qué bueno eres!»

No cambia mucho el cuadro al verle agasajar a

los palomos. Acuden ellos presurosos, y con su

bullicioso saltar y continuo corretear buscando

lo que se les reparte, dan a su manera muestras

Page 85: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de gratitud al bienhechor.

¿Y el lorito? Siempre había algo para él.

Conocía perfectamente a D. Manuel. Este escondía

un algo que fuese, apretándolo con su dedo

corazón contra la mano, le llamaba, y apenas le

oía y se daba cuenta de que en aquella mano se

escondía alguna cosa para él, en seguida, con su

andar tambaleándose, adelantaba por el antepecho

de la azotea, y haciendo contorsiones con su

cuello, pronto su pico daba con lo que había en

el escondite.»

EL ENFADO DE LAS MONJAS

Era en junio de 1885. Le había llegado a D.

Manuel el 25 aniversario de su Ordenación y

andaba pensando en el modo de celebrar las bodas

de plata de su primera misa.

No quería, por una parte, hacerlo público,

porque le molestaban grandemente las fiestas

que, aunque de carácter religioso, suelen tener

casi siempre cierto tinte de profanas, y le

alarmaban también los dispendios inútiles que

tendrían que hacerse, habiendo tantos motivos de

gloria de Dios en que emplear el dinero. No se

resignaba, por otra parte, a que tan fausta

fecha pasase desapercibida para sus queridas

monjitas por los beneficios espirituales que de

ella podrían reportar.

Dudaba en qué convento celebrarlo, entre los

varios que se creían sus predilectos, y andaba

sopesando las razones y preparando los ánimos

para que no se molestaran las religiosas

preteridas. Por fin se decidió a hacerlo en el

de la Purísima, de Tortosa, no sin antes dar

explicaciones a las demás; explicaciones que

revelaban el afecto verdaderamente entrañable

que todas le profesaban.

El 8 de aquel mes, víspera del día

aniversario de su primera misa, escribía a una

religiosa del convento de San Juan: «Ayer eché

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bastante rato sobre si iría a celebrar mis bodas

de plata diciendo misa en San Juan, por la razón

de que de todas mis hijas (las que lo eran ya

aquel día de mi primera misa) casi sólo estás

tú, pues las demás se hallaban fuera. Pero, al

fin, me resolví a hacer un poquito de fiesta en

mis primogénitas, las Puras...

las Claras están en Ejercicios, que, si no,

allí lo hubiera hecho, y aun así se enfadarán de

que no lo haga allí. Creo que tú tampoco lo

enfadarás de que no lo haga ahí... Ya lo

celebraremos otro día u otro año; y si no,

cuando celebremos las bodas de oro, esto es, a

los cincuenta años, que tú tendrás más juicio y

yo seré un Padre jubilado.»

En seguida, elevándose al piano sobrenatural

en que siempre se movía, añade: «Pero ha de ser

a condición de que yo haya levantado cincuenta

colegios y otros tantos conventos, y que tú

entonces no seas aún muy viejecita. Conque, que

pases bien el día de tus cuarenta años...»

Y para que ella participara en algo de la

fiesta, pone punto final a la carta con la

promesa de una cosa sustanciosa: «Va un queso

rancio. No tengo más», como solía hacerlo

siempre aquel generoso corazón que no sabía más

que repartir de continuo beneficios y regalos.

EL CARTERO DE BENICASIM

Una de las actividades que más admiran en la

vida de D. Manuel fue la de la correspondencia

epistolar. Eran verdaderos montones de cartas

las que a veces se almacenaban en su mesa de

trabajo. Y eso que procuraba estar siempre al

día, no reparando para nada en el tiempo hermoso

que había de gastar en contestarlas.

«D. Manuel ha escrito en su vida millares y

millares de cartas, dice el Cardenal Plá y

Deniel, actual Primado de España. Sentía

necesidad de escribir como el apóstol de

Page 87: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

evangelizar. Y tal vez el mayor apostolado de D.

Manuel sea el de sus cartas. Sólo las escribía

de un carácter completamente ascético y

espiritual, cuando circunstancias especiales lo

requerían; y entonces se descubría la riquísima

vida espiritual de su alma, su íntima unión con

Dios, sus dones de consejo y discernimiento de

espíritus. Mas, ordinariamente, sus cartas eran

familiares y hasta joviales. Leedlas, sin

embargo, y percibiréis siempre el suave olor de

Cristo, siempre se os representará aquel plácido

rostro que hacía la santidad amable a inspiraba

por doquier la virtud.»

Solía retirarse todos los años a descansar

durante una breve temporada al simpático pueblo

de Benicasim, en la costa del Mediterráneo, y

hasta allí le perseguía un verdadero ejército de

cartas. El cartero de la localidad quedaba

pasmado al ver tal cantidad de correspondencia

dirigida día tras día a una misma persona.

D. Manuel, para ganarse la voluntad de aquel

hombre y aliviarle el peso y las molestias que

su mucha correspondencia le ocasionaba, al final

de la temporada añadía una buena propinilla a la

cuota ordinaria asignada a cada carta.

El cartero, loco de contento, no cesaba de

ponderar ante sus convecinos la esplendidez de

aquel sacerdote y hasta, un poco

hiperbólicamente, les decía que de tener unos

cuantos parroquianos como Mosén Sol, tendría

asegurado el pan del verano y de casi todo el

invierno.

EL FONÓGRAFO DE DON MANUEL

Consideraba la alegría no sólo como virtud,

sino como vivero de virtudes cristianas. Por eso

procuraba difundirla en torno suyo.

Había en Benicasim un asilo de religiosas

Redentoristas, en el que se hospedaba D. Manuel

durante su temporada de veraneo en aquel pueblo.

Se preocupaba extraordinariamente de las jóvenes

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asiladas y procuraba hacerlas la vida lo más

llevadera posible. Las dirigía pláticas y daba

días de retiro. Las costeaba extraordinarios en

la comida. rifaba regalos y alguna vez las

sorprendía gratamente con pasteles y refrescos.

No se contentaba con hacer él solo semejantes

obsequios. Invitaba a sus acompañantes a seguir

su ejemplo, diciendo: «¿Quién les paga hoy el

principio? ¿A quién le toca ahora regalar el

postre?» Más de una vez se le vio buscando

limosnas para ellas, y utilizar sus influencias

para proporcionarlas trabajo y mejorar con ello

su situación económica.

Tenía en Tortosa un magnífico gramófono para

esparcimiento de los seminaristas en los días en

:que, por lo crudo del invierno o porque

amenazaba lluvia, no podían salir éstos de

paseo. Más de una vez hizo cargar con el aparato

a alguno de sus estudiantes, ducho en el manejo

del gramófono, y llevarlo desde Tortosa a

Benicasim, junto con la colección de los mejores

discos, con el fin exclusivo de divertir y hacer

pasar unos ratos agradables a aquellas pobres

asiladas.

Hasta estos detalles descendía la caridad

inagotable de D. Manuel, que no sabía vivir sino

derramando alegría por todas partes y endulzando

la vida de cuantos le rodeaban.

EN LISBOA

las ambiciones santas de D. Manuel no se

encontraban satisfechas en ninguna parte. Donde

quiera que veía una necesidad, allí hubiera

deseado volar para remediarla. Y cuanto más se

prodigaba, más horizontes se le abrían. Ahora

era Portugal, la nación hermana, la que le

atraía fuertemente y le daba grandes voces para

que fuera a establecer su Obra en aquel país

necesitado de clero.

Al ser trasladado Mons. Vico, con quien le

unían a D. Manuel relaciones de estrecha

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amistad. de la Nunciatura de Madrid a la de la

capital portuguesa, recibió de éste el encargo

de hablar al Patriarca de Lisboa de los fines de

la Hermandad y de su deseo de extender su

benéfica influencia al país luso. No tardó mucho

Monseñor en contestar diciendo que había tratado

el asunto con el Patriarca, el cual había visto

con Buenos ojos las actividades de la Hermandad

y que deseaba hablar personalmente con alguno de

sus miembros para tratar en fume de la apertura

de un Seminario Menor en Lisboa, pues el Mayor

estaba en Santarem.

El 19 de abril de 1895 salía de Madrid D.

Manuel en dirección a la capital portuguesa, a

donde llegó al día siguiente. «Es una ciudad

singularísima, decía. Unas cuestas más empinadas

que las del Castillo (Tortosa), que no sé cómo

bajan los caballos, ni aún cómo suben. Algunos

tranvías funiculares; pero, sobre todo, coches.

Se asemeja a Génova, pero más cuestas y muchas

más distancias.»

El estado moral de la ciudad le impresionó

vivamente. Y más aún la dejadez y apatía del

clero, que ni siquiera se atrevía a ir por las

canes con sotana. Todo lo cual le movía a

trabajar con más interés por levantar el

espíritu religioso de los sacerdotes, y,

mediante ellos, el de Portugal entero.

Desde allí escribía recabando oraciones, para

que el Señor se dignara bendecir sus ardorosos

planes de apostolado. «Es éste un campo muy

vasto y muy necesitado, y se necesitan apóstoles

y muchas oraciones. Conque, al Corazón de Jesús,

a San José, a San Antonio de Lisboa (que dicen

aquí) y Santo Ángel de España, para que

multipliquen la Obra de nuestras manos y podamos

llenar este país de sacerdotes santos y de

misioneros, que hagan retornar la piedad antigua

de Portugal, y haya muchas almas que reparen a

Jesús, pues en esta ciudad no se conocen las

obras de Reparación, y hemos de ponerlas, y

pronto estableceremos la Vela Nocturna, si

podemos, y luego otras cosas.»

En las reuniones de D. Manuel con el

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Patriarca, José III, y con el Nuncio de Su

Santidad, convinieron en fundar un Seminario

Menor dependiente del de Santarem y .que se

llamaría «Colegio de San José y de San Antonio

de vocaciones eclesiásticas y para misioneros de

las Colonias portuguesas».

El Sr. Cardenal quería que estuviese

emplazado en Lisboa, en su mismo palacio y,

mientras éste se habilitaba, se abriría

provisionalmente el Seminario de Farrobo, que

era una posesión estupenda a muy corta distancia

de la capital.

Así se hizo en efecto. Quedó abierto aquel

año el Seminario en Farrobo y se matricularon

sesenta alumnos. D. Manuel quería que los

seminaristas vistiesen sotana, para que se

acostumbraran a llevarla ya desde pequeños, y

luego de párrocos no tuviesen inconveniente en

lucir por la calle el traje talar.

Al curso siguiente, el Seminario fue

trasladado a Lisboa, junto al magnífico palacio

del Sr. Cardenal.

RETIRADA GLORIOSA

Seis años llevaban actuando los Operarios al

frente del Seminario Menor de Lisboa, en medio

de incontables dificultades de muy diversa

índole. A todos estos contratiempos internos

vinieron a añadirse las convulsiones externas y

amenazas sociales, hijas de la debilidad de un

Rey que, para afianzar su posición política, no

dudaba en hacer demasiadas concesiones a los

revolucionarios.

Regía entonces los destinos de Portugal el

Rey Carlos I, hombre débil y apocado que, para

ganarse las simpatías de los corifeos de la

revolución, dio algunas disposiciones sectarias,

entre ellas una expulsando de Portugal a los

religiosos.

los periódicos empezaron a bambolear la

Page 91: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

noticia y hacer ambiente entre la gente baja.

Aunque la orden no atañía estrictamente a la

Hermandad por no ser sus miembros religiosos, no

obstante, percatados de la trascendencia

capitalísima de la Obra, empezaron a hacer

campaña en contra de ella. El 9 de marzo de 1901

un periódico de Lisboa lanzaba como nota

alarmante la noticia de que en el Palacio

Episcopal, donde estaba el Seminario, había

frailes españoles que «eran de cuidado, y a los

que se debía perseguir con más odio aún que a

los jesuitas».

El Cardenal, alarmado ante el cariz que iban

tomando los acontecimientos, para evitar el

asalto al Seminario, avisó al Gobierno de lo que

pretendía la chusma. El Ministro del Interior

envió un piquete de Caballería para garantizar

el orden a impedir que las masas, exacerbadas

por los dirigentes masones, cometieran

violencias y atropellos. Pero sintiéndose

impotente para contener la avalancha

revolucionaria que iba aumentando por momentos,

más por falta de voluntad que por falta de

recursos, el Ministro dio un plazo de ocho días

para que salieran de Portugal los sacerdotes

españoles. Al mismo tiempo el Presidente del

Consejo escribía al Cardenal para que acelerasen

cuanto antes la salida, pues no podía él

responder de lo que pudiera ocurrir.

Aquel mismo día los Operarios abandonaban

Portugal.

D. Manuel, previendo lo que después sucedió,

decía:

«Si la Providencia de Jesús quisiera que

saliéramos por motivo de los masones, sería una

salida muy gloriosa. Sería una bendición.» Y

después de consumado el hecho, añadía: «La secta

nos ha arrojado. Se conoce que el diablo ha

llegado a penetrar la «malicia» de nuestra

Obra.»

PLUMA EN RISTRE

Page 92: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Aunque humildísimo por virtud, no era D.

Manuel de esos que esconden la luz bajo el

celemín. El quería aprovechar los talentos que

el Señor la había dado y negociar con ellos en

pro de la buena causa.

Habiendo nacido y vivido en una época de

revoluciones y luchas políticas, Dios le dio un

espíritu batallador. Supo hacer frente al mal

donde quiera que le encontraba. La libertad de

prensa había engendrado un aluvión de periódicos

detestables, de folletones indecentes y de

publicaciones obscenas, que hacían horribles

estragos en las almas, principalmente en la

juventud.

Para contrarrestar efectos tan perniciosos,

comenzó a publican en 1871, en compañía del

fundador de las teresianas, D. Enrique de Ossó,

un periódico semanal que se titulaba « El Amigo

del Pueblo, y por el año 1878 publicaba otro

periódico, «El Bien Público», en colaboración

con el publicista D. Luis Bernis.

Para poder dedicarse más de lleno al

apostolado de la pluma, renunció por aquellas

fechas a una cátedra que le habían ofrecido en

el Seminario Diocesano, y aceptó en cambio el

nombramiento de director de «El Apostolado de la

Prensa», que se acababa de establecer en Tortosa

con el fin de divulgar la lectura de libros

buenos.

En su afán de difundir la buena prensa,

planeó el establecimiento de una Editorial con

el nombre de «Imprenta Católica de San José»,

que después no se pudo llevar a cabo.

Fundó la primera revista de las

Congregaciones Marianas «El Congregante de San

Luis», y la sostuvo durante muchos años. El fue

también el fundador de «El Correo Josefino», que

salió por primera vez en enero de 1897, como

mensajero de noticias a intercambio de

impresiones entre los distintos colegios de

vocaciones dirigidos por la Hermandad y que en

la actualidad, rebautizado con el nombre de

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«Sígueme», es la publicación que sirve de lazo

de unión entre todos los seminaristas españoles

y algunos Seminarios de Hispanoamérica.

EN LAS COMUNIDADES NO ENSEÑES TUS

HABILIDADES

Convencido de la importancia del apostolado

de la pluma, sabía D. Manuel apreciar en su

justo valor las cualidades literarias que a

veces el Señor regala a las almas. Por eso se

alegraba sobremanera, cuando las descubría en

alguno de sus colaboradores, y, para que no se

quedaran enmohecidas, les ponía en ocasión de

escribir.

A D. Andrés Serrano, cuyas dotes de escritor

apuntaban ya en sus primeros escarceos

literarios, le decía: «Haga usted examen de

conciencia, para dedicar un espacio de tiempo

cada día a ese ministerio tan del agrado de Dios

y provecho de las almas.»

Y a D. Esteban Ginés le escribía donosamente

en otra ocasión: «Ya está usted apañado. En las

Comunidades no luzcas tus habilidades. El

trabajo de usted me ha gustado, y desde luego es

de temer que la obediencia le sacrifique algún

día, arrinconándole en una mesa de redacción.»

El pronóstico de D. Manuel se cumplió y, por

cierto, con gran fruto.

¡ESTA USTED PERDIDO !

Fue una tortura continua para sus planes de

fundador la escasez de Operarios con que hubo de

tropezar durante toda su vida. La mies se le

ensanchaba cada vez más y el número de

colaboradores no aumentaba en la misma

Page 94: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

proporción.

«Mándenos un Operario más, porque estamos

agobiadísimos», le pedían en un Seminario.

Y él respondía:

«No lo haré, por aquello de aquel gobernador

que no hizo salvas al llegar el Rey, por treinta

y nueve motivos y el primero era que no había

pólvora.»

Y el motivo de la falta de personal no era

precisamente el que no hubiera solicitantes.

Habíales y ¡muchos! «De la diócesis de X, decía

D. Manuel, quiere venir a la Obra medio clero,

estoy espantado de dar tantos nones. Van dos en

dos días...»

Es que, percatado de la importantísima misión

de la Hermandad, exigía cualidades excelentes en

sus miembros. Hacía suyo el pensamiento de Santa

Teresa respecto a sus novicias, «que la que se

tomara, cada una había de ser para priora, y

cualquier oficio que se le ofreciese».

Por eso, cuando se acercaba a las puertas de

la Hermandad solicitando ser admitido alguno

según sus exigencias, saltaba de Bozo y de

satisfacción.

«Estoy dudando sobre si entrar o no en la

Hermandad, escribía a D. Manuel un alumno de un

Seminario. Sus fines me atraen y la excelencia

de su ideal me cautiva, pero temería meterme sin

ser llamado. Ruégole que me diga si tengo o no

vocación.»

«En manos de mal consultor se ha puesto

usted, le contestó D. Manuel. Parte interesada,

enamorado de su propia Obra de máxima gloria de

Dios, ambicioso de cazar almitas buenas que se

le pongan a tiro... ¡Está usted perdido!

Véngase, pues. Le llevaremos como canastillo de

flores. El trabajo le sobrará, pero no le

faltarán consuelos. No es necesario resolución,

ni aun vocación de parte de usted; basta que la

tenga yo; pues a nuestra Obra de Jesús no vienen

los que tienen vocación, sino los que antes que

ellos la tenemos nosotros. Y, si no entiende

estas filosofías, ya las entenderá a su tiempo.

Nada sabía usted y, no obstante, estaba usted en

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la lista a los pies de Jesús Sacramentado.»

El ingenuo consultor siguió los consejos de

D. Manuel y llegó a ser un miembro distinguido

de la Hermandad.

EN TODOS LOS GUISOS

Destinado por Dios para ser un gran educador

y modelo de educadores, recibió del Supremo

Hacedor, entre otras cualidades, una amabilidad

exquisita y delicada. Simpático por temperamento

y complaciente por virtud, puso como mote de su

vida la consigna heroica de San Pablo: «Hacerse

todo para todos, con el fin de ganar a todos

para Cristo». Por eso la tónica de la pedagogía

de D. Manuel fue el amor. Introdujo en los

colegio y seminarios calor de hogar y vida de

familia, desterrando para siempre de ellos el

gesto avinagrado de unos superiores aéreos a

quienes no se veía más que de Pascuas a Ramos,

cuando se trataba de la expulsión de algún

alumno o de echarles una sonada reprimenda. Y

;quería que esta misma amabilidad resplandeciera

en todos los Operarios en su actuación con los

seminaristas.

«Debemos amar a la infancia y a la juventud,

decía a uno, como Jesús las amó, porque en esto

está verdaderamente el secreto de educar a los

jóvenes y volverles felices y buenos. San

Francisco de Sales nos da la norma segura a que

ha de amoldarse nuestra vida de Operarios : «ir

a la conquista de los corazones por medio de una

constante amabilidad» .

«Peque usted más, añadía a otro, por

amabilidad que por corrección. No abrume a los

alumnos con demasiados pecados. Deles a Cristo

guisado en todos los guisos, y verá qué bien le

ha de ir.»

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BUSCANDO ADORADORES

Visitó frecuentemente la parroquia de San

Mateo, hermoso pueblo de la diócesis de Tortosa,

enclavado en la región del Maestrazgo.

Por el mes de Julio de 1886 se hallaba D.

Manuel con otro Operario en esta villa

predicando un triduo de sermones, con el fin de

preparar los ánimos de aquellos buenos vecinos,

y establecer el «Apostolado de la Oración» y la

«Adoración Nocturna». Para el Apostolado reunió

diecisiete celadores y 622 socios. Con mayores

dificultades tropezaba para encontrar almas que

quisieran sacrificar el reposo de la noche y

hacer vela a Jesús Sacramentado. Y como no le

pareciera suficiente el número de los que

espontáneamente dieron sus nombres, no tuvo

reparos en ir de casa en casa como un

pordiosero, mendigándole adoradores al Señor.

Llamaba a las puertas, y con tal unción hablaba

a sus moradores de las excelencias de la obra de

la Adoración Nocturna, de las maravillas de la

Eucaristía, que no tardó en conseguir los turnos

que pretendía. Le acompañaban en esta búsqueda

de adoradores algunos hombres de los más

destacados entre el elemento católico de San

Mateo, y dice uno de ellos que estaban

verdaderamente embobados, viendo el espíritu

apostólico y el candor angelical de D. Manuel.

¡CURARÁ USTED!

Más para una empresa difícil y costosa como

la de la Adoración Nocturna necesitaba un alma

de empuje que lograra contagiar sus entusiasmos

a la incipiente sección adoradora. Quería un

presidente modelo que, consciente de su misión,

supiera cumplirla a las mil maravillas.

Page 97: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Le hablaron de un señor distinguido, adornado

de excelentes cualidades, que podría desempeñar

aquel cargo a la perfección. Pero había una

seria dificultad. Padecía desde hacía tiempo una

enfermedad que se había hecho ya crónica en él,

y no había esperanza fundada de que pudiera

salir de ella. No obstante, D. Manuel,

haciéndosele el encontradizo, le propuso sus

planes y deseos.

-Con mil amores lo haría, repuso el

caballero, pero esta enfermedad que me aqueja

desde hace tiempo me inutilizaría para

desempeñar dignamente el cargo, y no haciéndolo

decorosamente, no lo puedo aceptar.

-No se preocupe usted, le dijo con todo

aplomo D. Manuel, y dando un acento de profunda

convicción a sus palabras, añadió:

-No se preocupe usted, porque curará.

Así sucedió en efecto ; aquel señor curó de

su dolencia, y continuó viviendo y desarrollando

una vida activísima en medio de la admiración

general de todos sus convecinos, particularmente

de sus familiares, que ya le daban por

desahuciado y hasta tenían poco menos que

contados los días de su existencia.

EN LA BOCA DEL INFIERNO

Uno de los ministerios sacerdotales que le

proporcionaba más consuelos era el de los

Ejercicios Espirituales.

La primera vez que fue a San Mateo iba a dar

Ejercicios a las religiosas Agustinas. Fueron

innumerables las tandas que dirigió en aquel

pueblo a toda clase de personas, y notorios los

frutos que cosechó tanto dentro como fuera del

convento. Se entusiasmaba, más bien diríamos,

que se encendía en amor de Dios. Hablaba con una

convicción. más que insinuante, aplanadora.

Tenía momentos felicísimos en los que dejaba

traslucir una unción que arrebataba a las almas.

Page 98: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Una vez, en uno de esos arranques, se le

escaparon estas ardorosas palabras, propias de

un apóstol:

«Ponme, Jesús mío, a la puerta del infierno,

para que no caigan más almas en él.»

Y como un alma sencilla, llena de candor a

ingenuidad, dijera espontáneamente:

«Yo, Padre, no quiero estar en la boca del

infierno.»

El contestó:

«Estar por Jesús en la boca del infierno es

estar en el cielo.»

BOCAS CERRADAS

Era voz común en San Mateo que jamás se

habían hecho Ejercicios Espirituales con tanto

fervor y aprovechamiento como los que dirigió D.

Manuel a las jóvenes teresianas.

Caldeado con el fuego del amor divino y

abrasado por la preocupación continua de la

salvación de las almas, en todas sus pláticas y

meditaciones estuvo a la altura de un verdadero

apóstol. Pero en la meditación sobre la oración

de Jesús en el Huerto se emocionó de tal manera,

que contagió su emoción al auditorio,

convirtiéndose aquello en un mar de lágrimas.

los frutos obtenidos fueron verdaderamente

notables. La mayor parte de las chicas empezaron

una vida intensamente piadosa. Aun en el aspecto

exterior consiguió verdaderas maravillas. Las

calles de San Mateo parecían galerías de

convento o claustros de monasterio, pues las

jóvenes iban por ellas en absoluto silencio. Y

en la iglesia ya desde las tres de la mañana

había colas enormes, cogiendo la vez para

confesarse con aquel santo director de

Ejercicios.

Page 99: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

LA BENDICIÓN DE UN SANTO

No es extraño que, después de tan magníficas

actuaciones en su pueblo y de palpar los frutos

positivos de santidad que éstas producían, los

habitantes de San Mateo adoraran a D. Manuel, le

tuvieran por santo y le atribuyeran cosas

extraordinarias que ellos no se recataban en

llamar milagros.

Hubo un año en que la cosecha de trigo se

presentaba deficientísima y no había esperanza

fundada de posible mejora por lo avanzado del

tiempo y la pertinaz sequía. La gente hacía sus

comentarios pesimistas. Por todas partes se

veían caras alargadas de descontento. Los

labradores andaban aterrados ante la triste

perspectiva de un año tan escaso.

Llegó la fiesta del Corpus y D. Manuel, que

estaba comprometido para predicar en tan grande

solemnidad, se presentó en el pueblo. Lo hizo

con el fervor y el celo de siempre, y como

siempre también con el aplauso general y la

admiración de cuantos le oyeron.

Pasaron los días. El verano se echó encima.

Los campesinos aprestaron sus hoces y se

dedicaron a sus faenas. Pero he aquí que la

cosecha que hasta entonces se había presentado

escasísima, resultó abundante en extremo, como

pocas veces se había conocido.

los sencillos labradores no sabían a qué

atribuir cambio tan inesperado como consolador,

y uno de ellos, expresando el sentir general,

decía refiriéndose a D. Manuel:

«¡Ese Santo que predicó el día del Corpus nos

bendijo y aumentó la cosecha!»

LAS ENVIDIAS DE LA GENTE

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Había en San Mateo una señora de inmaculadas

costumbres, a quien todo el pueblo tenía en gran

aprecio por lo intachable de su vida y su

obsequiosidad para con los pobres.

Enfermó gravemente, y avisaron al Sr. Párroco

para que la confesara, diera el Santo viático y

ayudara a bien morir. Llegaron a la casa

parroquial los familiares de la señora en tan

buena coyuntura que se hallaba allí D. Manuel.

El Sr. Cura, sabedor del aprecio que le tenía

toda la gente del pueblo, y estimando que le

recibirían con los brazos abiertos en casa de la

enferma, le invitó a que hiciera sus veces y él

mismo la confesara y consolara.

Así se hizo. Y todos los que acompañaron al

santo viático a casa de la enferma y cuantos

después supieron lo ocurrido, llenos de Santa

envidia comentaban el caso diciendo:

«¡Qué bueno es Dios, pues ha premiado la

bondad de esta mujer, dándole por confesor en su

última hora a Mosén Sol!»

FORMANDO COLA

La epidemia de la gripe cubría de llanto y

desolación toda la región tortosina allá por el

1890. Mas no era sólo la mortandad tan elevada

que ocasionaba lo que hacía abominable aquel

cruel azote.

Un número considerable de huérfanos, sin pan

que llevarse a sus bocas famélicas, pululaba por

doquier. Por si esto fuera poco, una escasez

terrible sembraba la avitaminosis y el

raquitismo, con otra serie de enfermedades a las

que éstas dan paso, entre la infancia y la

juventud.

Se abrieron suscripciones públicas para

atajar este mal. Hombres de temple apostólico se

dedicaron con toda el alma a remediarlo con

cuantos medios estaban a su alcance. Al frente

Page 101: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de aquel movimiento de salvación, como alma y

motor del mismo, actuaba el Sr. Obispo de

Tortosa y bajo su alta dirección se debió hacer

cuanto se hizo, pero la mano organizadora y el

espíritu que todo lo alentaba era D. Manuel.

Aparte de otras importantes aportaciones en

metálico y en especie, ofreció

desinteresadamente el Colegio de San José, para

convertir una de sus dependencias en comedor de

los pobres, Cada día acudían a él más de

trescientos necesitados, a los que se servía, no

una sopa ligera como se pensó en un principio,

sino una verdadera comida, sana y abundante.

Algunos, que no se quedaban allí a comer,

sino que preferían repartir su alimento con sus

familiares, recibían su correspondiente ración

en unos recipientes, que para esto ya llevaban

dispuestos. Y todos, cuantos se quedaban y

cuantos marchaban, salían prendados de la

caridad exquisita de aquel sacerdote, que

atendía a todos los detalles para que nada

faltase, y que para todos tenía, además de la

comida, palabras de aliento y de cariño.

LA PAGA DE UN PREDICADOR

Tan desprendido era y tan desinteresado, que

no quería aceptar nunca nada por sus pláticas y

sermones. Por eso no es de extrañar que

respondiera en cierta ocasión a un sacerdote,

que le decía con segundas intenciones:

-Fíjese, D. Manuel, en la paga de mi

sermonata. Después de desgañitarme a predicar,

me dan de propina unos pañuelos.

-Si a los pañuelos, contestó él, acompañan

muchas oraciones, ¡ya podrá ser buena paga de

sermones!

LA BANDERA DEL DIABLO

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Andaba D. Manuel por la Ciudad Eterna en

octubre de 1890 con la intención de levantar un

colegio para los jóvenes españoles que quisieran

cursar la carrera eclesiástica junto a la

Cátedra misma de San Pedro.

Era realmente una vergüenza el que España, la

nación católica por excelencia, no tuviera en

Roma un colegio, cuando otras muchas naciones,

con menos título de ejecutoria católica y más

pequeñas, ya por entonces los tenían.

El Papa lo deseaba, y en España la mayor

parte de los Prelados lo esperaban con verdadera

ansiedad, aunque veían que la empresa estaba

erizada de dificultades. Pero D. Manuel no

reparaba en ellas, cuando veía de por medio

motivos de gloria de Dios.

En Roma se hallaba desde hacía algún tiempo

llevando una vida aburridísima de largas esperas

en las antesalas de los grandes personajes

eclesiásticos y civiles. No se conjugaba bien

aquello con su vida de actividad y continuo

movimiento. Escribiendo desde allí a alguna de

sus religiosas, decía:

«Estamos visitando Embajadas y gente gorda,

que para un confesor de monjas toda su vida, es

la penitencia mayor. No es esto regañar a

monjas, sino andar muy estirados y graves, para

que nos tengan por personas importantes, ya ,que

no lo seamos.»

Y después, impresionado por el triste estado

de Roma en aquellos años de euforia

revolucionaria, su corazón de sacerdote y

español sufría hondamente a la vista de los

escándalos públicos, de los entierros civiles y

de las manifestaciones amenazadoras de la

revolución triunfante.

«Apena el estado de esta población, escribía,

los escándalos de la impiedad con entierros

civiles y otras manifestaciones malas. Ayer

mismo enterraron un impío, que había sido

diputado, y fueron las sectas con banderas, una

de ellas la bandera del diablo, al cual venera

Page 103: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

aquella logia y le canta un himno. ¡Habíamos de

venir los españoles con un ejército y echar a

estos garibaldinos!»

318 ESCALONES

Se hallaba en Roma con motivo de la fundación

del Colegio Español y tuvo que visitar más de

una vez al Emmo. Cardenal Rampolla, Secretario

de Estado del Papa, en sus habitaciones del

Vaticano. Se conoce que le impresionó la altura

del piso en que vivía, pues en su

correspondencia de aquellos días a sus amistades

de España habla en dos o tres ocasiones de estas

visitas y dice : «Tuvimos que subir 318

escalones, 104 más de los que hay en la torre

del Miguelete de Valencia.

En aquellas imponentes subidas, sin

ascensores ni escaleras eléctricas, debía de

quedar rendido, sobre todo la primera vez que

subió, pues llevaba además media arroba de

libros para el Sr. Cardenal, de parte del Sr.

Nuncio de la Santa Sede en España, Monseñor Di

Pietro. «Cuando llegué arriba, dice, ya casi no

me quedaba respiración.»

Bien merecía la pena aquella visita, pues el

Cardenal le recibió complacido y le animó, una

vez enterado del objeto de su viaje, para que no

desistiera hasta ver convertido en realidad su

magnífico proyecto de abrir un Colegio Español

en Roma.

LA MIRRA DE JESÚS

Indecibles son los sufrimientos, penalidades

y tribulaciones de todo orden que hubo de

soportar hasta que vio abierto su anhelado

Colegio Español en Roma. Cerca de dos años de

Page 104: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

continuas idas y venidas, visitas, cartas,

tramitaciones oficiales y luchas subterráneas

hubieran sido capaces de amilanar a un hombre

que no tuviera el temple de D. Manuel.

Andaba agenciando la adquisición de una casa

en Via Condotti, propiedad de los Padres

Trinitarios, que estaban a punto de extinguirse,

y de la que se apoderaría el Gobierno italiano

en caso de no haber mediado venta del edificio a

alguna entidad antes de la muerte del Padre

Martín, que era el único superviviente de la

benemérita Orden y contaba ya 84 años de edad.

Como tanto por el emplazamiento del edificio,

como por condiciones de venta, era aquella una

ocasión realmente tentadora, hubo algunas

Congregaciones religiosas que pretendían la

casa, entre ellas los Padres Misioneros del

Corazón de María, los Dominicos para un colegio

de misioneros en Filipinas, la Reina regente la

quería también para las religiosas inglesas de

Santa Isabel, que intentaban establecer allí un

colegio de enseñanza.

A estas dificultades hemos de añadir las

dilaciones y evasivas del Padre Martín, un tanto

sospechosas, la tardanza en llegar de los

informes de los Obispos españoles requeridos

para la formalización de los contratos... Todo

lo cual le hizo saborear a D. Manuel ratos

amarguísimos durante los dos años eternos que

hubo de esperar, hasta que vio logrados sus

deseos.

En su diario de notas tiene frases como

éstas, que revelan toda la hondura de sus

sufrimientos: «Malísimas impresiones, día

triste, mala noche.»

Desde España le escribían que no faltaban

quienes se burlaban de la empresa en que se

había metido, y para colmo de sus males; su

compañero, D. Vicente Vidal, no cesaba de

importunarle, diciendo que quería volverse a

España.

«En fin, escribía D. Manuel, contando sus

amarguras, que Jesús nos quiere para mirra.»

En medio de tantas tribulaciones, él jamás se

Page 105: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

desalentó, antes permanecía firme orando y

«haciendo ofrecimientos a Jesús Sacramentado y

propósitos de confianza y promesas a los Santos,

para cuando llegara la hora del triunfo».

Con razón pudo decirle un día Mons. Vico:

«Pertenece usted a una raza de hombres que

difícilmente se acobardan ante las

dificultades.»

POR QUE DUDAS, HOMBRE DE POCA FE ?

Se hallaba en la Ciudad Eterna tramitando la

consecución del convento de Trinitarios para

convertirle en Colegio Español. Subía un día D.

Manuel por la magnífica escalera del Vaticano

que desemboca en las oficinas de la Secretaría

de Estado. Le acompañaba D. Vicente Vidal, el

cual, más que servirle de consuelo en aquellas

horas de continuas contradicciones, le resultaba

una tentación y una prueba más; porque,

desesperanzado de obtener feliz resultado en

aquella empresa de Roma, de cuando en cuando le

proponía a D. Manuel el regreso a España.

En uno de los descansillos de la escalera, se

pararon para coger fuerzas. Levantando D. Manuel

los ojos, vio colgado de la pared un hermoso

cuadro en el que aparecía San Pedro, hundiéndose

en las aguas y Nuestro Señor recriminándole su

falta de fe.

Creyó D. Manuel que aquello era un aviso para

ellos y una lección gráfica que el Señor quería

darles, para que no desmayasen en la empresa

comenzada. Y volviéndose a D. Vicente, que no

había reparado en el cuadro, le dijo, mientras

le daba unas palmaditas en el hombro:

«¡Mira, mira! Modicae fidei, quare dubitasti?

hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»; con lo

que se reavivaron un poco las esperanzas de su

apesadumbrado compañero.

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¿EN QUE PUEDO SERVIRLE?

Preparaba D. Manuel una magna peregrinación a

Roma de jóvenes españoles, pertenecientes a las

Congregaciones Marianas, para conmemorar el

tercer centenario de la muerte de San Luis

Gonzaga. El Papa León XIII, por conducto de

Monseñor Merry del Val, había enviado una

bendición especial para los organizadores de la

misma, entre los que se contaba el Sr. Obispo de

Tortosa.

En vísperas de su salida para la Ciudad

Eterna, recibió D. Manuel de su Prelado el

encargo de visitar a Monseñor Merry y darle las

gracias más rendidas por aquella bendición que,

por conducto suyo, el Papa se había dignado

mandarles.

Llegado a Roma, ,quiso cumplir cuanto antes

el encargo de su Obispo. Enterado de que

Monseñor Merry vivía en la Academia de Nobles

Eclesiásticos, en la plaza de Minerva, allá se

dirigió. Al entrar en el Palacio se encontró con

un sacerdote alto, fino, de porte airoso, de

formas aristocráticas, aunque modesto y

sumamente complaciente.

-Dispense un momento. ¿Vive aquí Monseñor

Merry del Val?

El joven sacerdote, con una sonrisa bondadosa

en los labios, respondió:

-¿En qué puedo servirle?

Dados a conocer, Monseñor invitó a D. Manuel

a pasar a su despacho. Una vez allí le expuso

éste el motivo de su visita, le habló largamente

de su Obra y de sus andanzas por Roma para la

fundación de un Colegio Español.

Recibió con sumo agrado todas estas noticias

el que después había de ser Cardenal Secretario

de Estado durante el pontificado de Pío X, y se

convirtió desde aquel momento en gran amigo de

D. Manuel y entusiasta protector del Colegio.

D. Manuel se encariñó tanto con él que le

Page 107: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

llamaba su «angelical Merry» y decía que era «la

providencia visible de Dios y el ángel tutelar

de la anhelada fundación».

OBSERVANDO TRAS LAS CELOSÍAS

Había regresado de Roma en diciembre de 1890

con promesas bastante esperanzadoras respecto a

la consecución del convento de los Padres

Trinitarios para la fundación del Colegio

Español.

D. Manuel, no obstante, no las tenía todas

consigo; y así oraba y hacía orar, para que el

demonio no se metiera en medio y echara a rodar

todos sus proyectos.

Para descanso y olvido de todos los

sinsabores sufridos durante la primera etapa de

su estancia en Roma, emprendió una de sus

excursiones apostólicas.

Estando un día en Vinaroz fue a visitar a sus

monjas. Las contó todas sus andanzas por la

Ciudad Eterna y las instó a que redoblaran sus

súplicas ante el Sagrario a hicieran penitencias

especiales por su intención.

Aquel día celebró la misa en el convento.

Terminada la cual, se. arrodilló ante el altar

para dar gracias. Después de un rato prudencial

la comunidad se retiró a sus quehaceres. Mas la

Madre Superiora y otra religiosa se quedaron

junto a la reja espiando a D. Manuel, movidas,

más que por curiosidad femenil, por la fama de

santidad de que éste gozaba.

D. Manuel, creyéndose solo, comenzó a

desahogar su espíritu ante el Señor con aquella

ingenuidad y aquel candor un tanto atrevido que

caracteriza a los santos.

las religiosas veíanle encendido de fervor

como un serafín, mover con frecuencia las manos

como si hablara con alguien, otras veces parecía

que contaba por los dedos, y a veces se quedaba

ensimismado cruzándolas delante del pecho.

Page 108: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Terminada la acción de gracias, fue al

locutorio a saludar a las religiosas, y la

Madre, con risa un tanto burlona, le dijo:

-Padre Sol, ¿qué? ¿Reñía a Nuestro Señor? ¿A

que le acierto lo que le estaba usted diciendo?

El se echó a reír, un poco corrido con

aquella sonrisa bondadosa que siempre tenía a

flor de labios, y respondió:

-¿A que no lo aciertas? ¡Si lo adivinas,

tendré que llamarte bruja!

-¿A que sí? ¿A que se lo acierto? Era lo del

Colegio de Roma, ¿verdad?

-Pues, ¿cómo lo sabes? ¡Sí! ¡Eso era, en

efecto!

ROMEROS DE ESPAÑA EN ROMA

Se cumplía el tercer centenario de la muerte

del angelical joven San Luis Gonzaga el 21 de

junio de 1891. Para conmemorar tan fausto

acontecimiento tuvo D. Manuel la feliz idea de

organizar en España una peregrinación de

carácter nacional, que condujera a la Ciudad

Eterna el mayor número posible de jóvenes

militantes bajo las banderas de las

Congregaciones Marianas.

Tres años antes había lanzado la idea en la

revista por él fundada «El Congregante de San

Luis», y fue acogida con entusiasmo en todos los

rincones de nuestra patria. Trabajó cuanto pudo

por darla cuerpo y no regateó sudores ni fatigas

por encandilar el espíritu de la juventud

española con motivo de la peregrinación. Otros

personajes y publicistas le ayudaron a hacer

ambiente desde las páginas de sus revistas o

periódicos respectivos, entre ellos el insigne

escritor Sardá y Salvany.

D. Manuel, por su parte, se movía cuanto

podía. Organizó un triduo solemnísimo en honor

de San Luis en su ciudad natal de Tortosa y una

procesión gigantesca en la que participaron más

Page 109: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de 3.000 niños que recorrieron sus canes entre

el tremolar de banderas y el tronar de cánticos

triunfales. Mandó imprimir 25.000 estampas del

Santo que repartió profusamente por todas las

parroquias de la diócesis y organizó una velada

a la que asistieron numerosas personalidades.

La noticia de la peregrinación, bamboleada

por la prensa nacional, trascendió las fronteras

de nuestra patria. Se la aplaudió con cariño en

el extranjero y proyectaron cosa parecida en

América, Italia y otras naciones de Europa.

El 14 de septiembre salieron de Barcelona los

peregrines en tren especial. El 15 se detuvieron

en Marsella para oír misa y visitar la ciudad.

El 17 estuvieron en Pisa, llegando el mismo día

a Roma, donde les esperaba una representación de

la juventud católica italiana además de la

colonia española en la Ciudad Eterna.

Después de unos días de gratísima estancia en

Roma, que aprovecharon para visitar los

monumentos de la ciudad y durante los que fueron

muy agasajados por la juventud italiana, el día

23 oyeron misa celebrada por Su Santidad en la

Sala Ducal y poco después fueron recibidos por

el Papa en la Clementina. Les agradeció

vivamente aquellas demostraciones de fervor

hacia el sucesor de San Pedro y les dio a besar

la mane a todos los peregrines. Aquel mismo día

el Papa recibió en audiencia privada al Sr.

Obispo de Tortosa y a D. Manuel por haber sido

el organizador de la peregrinación.

Para conmemorar tan fausta fecha los

peregrines españoles ofrecieron a su Santo

Patrono un magnífico candelabro de plata de

cinco brazos y en medio un corazón, en cuyo

interior iban escritos los nombres de todos los

que habían aportado sus donativos pare

costearlo.

A D. Manuel le cupo la suerte de hacer la

entrega oficial del candelabro en nombre de

todos los peregrines. Y a él le cabe también la

gloria de haber conducido a los pies del Papa la

primera peregrinación nacional de las

Congregaciones Marianas.

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ESTE SACERDOTE ES UN SANTO

No era la primera vez que se oía semejante

expresión. Pero en esta ocasión no salía de

labios de alguna de aquellas muchas almas

chifladas por D. Manuel. ¡No! No la pronunció

ninguna de sus dirigidas y devotas. Ni siquiera

tuvo lugar en España; fue en Roma y formulada

por un extranjero, que ni le conocía ni había

oído jamás hablar de él.

Corría el año 1891. Había conducido D. Manuel

a la Ciudad Eterna la magna peregrinación

nacional de jóvenes congregantes españoles, para

conmemorar el 300 aniversario de la muerte de

San Luis. Llevaban ya tres días los peregrinos

en la Ciudad de los Papas. El 20 de septiembre

organizaron una solemne función religiosa en la

iglesia de San Ignacio, cabe el altar donde

descansan los restos mortales del Santo Patrono

de la juventud. Celebró la Santa misa y les

dirigió unas vibrantes palabras el Sr. Obispo de

Tortosa.

Pero antes de terminar el acto D. Manuel se

levantó para hablar a los peregrinos. Lo hizo

con tal unción y fuego apostólico, que todos

seguían sus palabras con los ojos fijos en él,

de hito en hito y sin pestañear. Hubo momentos

en que todo el auditorio, hondamente conmovido

por las palabras de aquel ardoroso predicador,

derramaba lágrimas de arrepentimiento y de amor.

Los sacerdotes españoles que iban en la

peregrinación, al verle tan encendido y al mismo

tiempo tan insinuante, se hacían lenguas de él y

no se cansaban de pregonar sus virtudes.

Y un extranjero, que casualmente acertó a

entrar en la iglesia durante los actos

religiosos, hondamente conmovido al oír a aquel

desconocido predicador hablar con tanto fuego,

quedó tan impresionado que se vio forzado a

Page 111: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

exclamar:

«¡Este sacerdote es un santo! ¡Un santo!»

HACIENDO DE ENTONADOR

Eran las cuatro de la tarde de aquel mismo

día. Los jóvenes españoles se habían reunido de

nuevo en la iglesia de San Ignacio para celebrar

la función vespertina en honor de San Luis.

Rezaron el rosario y cantaron el «Trisagio».

Hubo también sermón que predicó D. Vicente

Munera, Canónigo de la Colegiata y Arcipreste de

Lorca.

Tampoco podían faltar los actos eucarísticos,

y además los peregrinos necesitaban desahogar su

espíritu entonando algunos cánticos en la

hermosa lengua de Cervantes. El órgano de la

iglesia, que aun no había recibido las caricias

de un ventilador eléctrico, había de ser movido

a mano. Pero, por lo intempestivo de la hora y

no haber sido avisados, o por no haber llegado a

tiempo, el caso es que no se veía por allí

monaguillo alguno que moviera los fuelles del

órgano.

Entonces D. Manuel, que por la mañana había

arrancado del corazón de aquellos peregrinos

raudales de lágrimas con sus palabras

encendidas, sin que nadie apenas se diera

cuenta, se metió en el cuarto de dar aire y

durante todo el tiempo que fue preciso, estuvo

humildemente haciendo de entonador, como el más

fiel y cumplido monaguillo.

EL ELOGIO DE UN PONTÍFICE

Fue con ocasión de la peregrinación de

jóvenes españoles t, a Roma. Ocupaba entonces la

Sede Pontificia el Papa León XIII, el cual les

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recibió a todos en audiencia pública el día 23

de octubre.

Después de una salva atronadora de aplausos,

que estallaron al ver por primera vez al Vicario

de Jesucristo, y hecho el debido silencio, el

Sr. Obispo de Tortosa, que iba al frente de los

peregrinos, comenzó su discurso de presentación

haciendo resaltar el amor respetuoso y la

obediencia ciega que han prestado siempre los

españoles a las consignas del Papa. El Romano

Pontífice contestó emocionado con unas palabras

de agradecimiento hacia aquellos jóvenes

intrépidos, que desafiando las risas y burlas de

los impíos, habían ido a rendir pleito homenaje

de lealtad a la tumba de San Luis y a los pies

del Papa. Alabó a los organizadores de la

peregrinación y tuvo párrafos elogiosos para

España.

Un representante de cada diócesis hizo

entrega al Papa del regalo que le ofrendaban sus

condiocesanos, desfilando después todos los

peregrinos delante del Padre Santo; el cual tuvo

la delicadeza de darles a besar a cada uno su

mano y de propinarles además algunas palabras de

aliento y cariño.

A las dos y media de la tarde de aquel mismo

día el Sr. Obispo de Tortosa y D. Manuel eran

recibidos en audiencia privada. Después de

concederles bendiciones especiales y numerosas

indulgencias para ellos y para todos los

peregrinos, al enterarse el Papa de que D.

Manuel había sido el promotor de aquella magna

peregrinación, le dio las gracias más expresivas

y le elogió encarecidamente, porque sus trabajos

en pro de la peregrinación se habían visto

felizmente coronados.

¡EN BUSCA DE UNA CANONJÍA !

Nunca faltan espíritus raquíticos, almas

achicadas, que juzgan las obras de los otros a

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través del prisma de mezquindad con que ellos

proceden en las suyas.

Fue característico en la vida de D. Manuel

una actividad portentosa y un dinamismo a veces

agobiador. Y todo lo hacía con pureza de

intención, por el solo motivo de la gloria de

Dios.

Esto no obstante, empezó a correrse el bulo

de que lo que pretendía con tanta peregrinación,

con tanta revista y tanto movimiento, con tantas

idas a Roma, no era otra cosa que la obtención

de una pingüe canonjía en la Catedral de

Tortosa.

¡Pobre D. Manuel! ¡Al hombre de talla, al

hombre de cualidades excelentes, de buena

posición económica, de gran prestigio dentro y

fuera de su diócesis, al hombre, más bien que

querido, adorado de miles de almas por sus

muchas virtudes... al hombre que había consumido

generosamente su juventud, su dinero, su vida

toda en pro de sus obras apostólicas, suponerle

a sus años moviéndose subterráneamente para

conseguir una canonjía!

No tardó mucho en saber lo que se murmuraba

de él, y con aquella bondad tan suya, incapaz de

ofenderse, se rió muchísimo porque le cayó en

gracia tan peregrina ocurrencia, Y a uno, que le

preguntaba si había algo de cierto en los

rumores que corrían en algunos sectores del

elemento eclesiástico, contestó:

«No hubo, ni podía haber fundamento ninguno.

Fue sin duda una especie que saldría de algún

despreocupado o, para hacerle menos disfavor, de

algún apasionado por mí. Mi nombre es may

desconocido, por fortuna. No una canonjía. Lo

que pretendo con ello es macho más. Pretendo

nada menos que conseguir el cielo.»

EL GOLPE DE ESTADO

Tras no pocas dificultades para la apertura

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del Colegio Español en Roma, cuando el cielo

parecía más nublado y el porvenir menos

esperanzador, D. Manuel, confiando en la Divina

Providencia, se decidió a llevar a Roma los

primeros seminaristas, levadura de aquel Colegio

que había de reportar frutos tan ubérrimos a la

Iglesia española.

El 26 de marzo de 1892 salía para Italia con

D. Benjamín Miñana y once alumnos seleccionados

entre los de los colegios de la Hermandad. El 29

llegaba a la Ciudad Eterna, Aquella misma mañana

fueron a visitar la Basílica de San Pedro. Al

Príncipe de los Apóstoles encomendó D. Manuel

aquella su pequeña obra, que empezaba como un

grano de mostaza, pero que crecería con pujanza,

a juzgar por el riego abundante de sufrimientos

y penas que él Señor le había exigido. Allí

mismo hicieron todos la profesión de fe y se

encomendaron al patrocinio de los Santos

Apóstoles.

los días siguientes los dedicaron a visitas.

Entre los personajes que visitaron se contaban

los cardenales Rampolla, Parochi, Mazzella y

Mons. de la Chiesa, que después sería Papa con

el nombre de Benedicto XV. Todos les recibieron

con los brazos abiertos, ofreciéndose

incondicionalmente para cuanto necesitaran.

Felicitaron asimismo al capuchino Rvdmo. P.

Llevaneras, que poco después recibió el Capelo

Cardenalicio. Este, como estaba en antecedentes

de lo mucho que había luchado D. Manuel por

conseguir el convento de Trinitarios para

Colegio Español, al ver que ahora, no pudiendo

hallar otra solución, se instalaba

provisionalmente en Monserrat, dio al intrépido

fundador un abrazo cordialísimo y le felicitó

efusivamente por haberse decidido a ir a Roma

contra viento y marea y haber dado lo que él

llamaba «el golpe de estado».

EN EL JANÍCULO

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Vida de familia era la que hacían los alumnos

del Colegio Español, bajo la mirada paternal de

D. Manuel. Este les mimaba cuanto podía para

hacerles más llevadera la ausencia de la patria,

sobre todo durante los primeros meses de su

estancia en Roma. Se ingeniaba y aprovechaba

cuantas ocasiones se le ofrecían, para

enfervorizar y distraer santamente a sus chicos.

Tan pronto les hablaba de cosas espirituales con

aquel fuego que quemaba y contagiaba, como les

sacaba de paseo y les divertía con su

conversación salada y amenísima.

Poco después de llegar a la Ciudad Eterna, el

Domingo de Pasión, cogió a sus seminaristas y

con ellos se fue a la iglesia de San Francisco,

donde celebró la Santa misa. Comulgaron en ella

los alumnos y después les dirigió un fervorín,

que les encantó sobremanera. Les habló de la

pobreza, sencillez y humildad del Santo, tomando

como punto de partida la piedra donde reclinaba

la cabeza para descansar San Francisco y que

allí se conserva, sacando de su plática

provechosas y atinadas conclusiones prácticas.

Y como sabía hilvanar hábilmente lo serio con

lo festivo, y quería que la vida de los

colegiales estuviese continuamente chorreando

alegría, les llevó desde allí al monte Janículo,

en cuya cumbre, después de departir

amigablemente con ellos durante un buen rato,

les convidó a comer una ración de pernil que

había mandado llevar para obsequiarles.

los colegiales pasaron una mañana deliciosa,

saboreando el trozo de jamón que a cada uno le

tocó, pero paladeando, sobre todo, la delicadeza

de trato de aquel varón que se desvivía por

distraerles y hacerles lo más grata posible su

estancia en Roma.

CALAVERADAS DE JOVEN

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Por los días que estuvo en la Ciudad Eterna

solía salir de paseo con los alumnos del Colegio

y con frecuencia les acompañaba en sus

excursiones; más bien que por solazar su

espíritu que, por otra parte, harto lo

necesitaba, lo hacía por agradar a sus chicos,

pues sabía que su presencia daba animación e

interés a las excursiones. A veces, llevado de

sus buenos deseos, se excedía de lo justo a iba

más allá de lo que permitían sus años y sus

fuerzas.

«Hacemos algunas excursiones por estos

lugares, decía escribiendo a Tortosa. Hoy me han

engañado, y he hecho lo que no había hecho en

las seis veces que he estado en Roma, esto es,

he subido con ellos a la cúpula de San Pedro,

desde donde la gente de la plaza se ve como

niños. Me he cansado bastante. ¡Calaveradas de

joven!»

Calaveradas de joven, que le proporcionaban

cansancio y le robaban energías, pero él daba

por muy bien empleadas, porque sabía que

contribuían a aumentar la alegría en sus

colegiales.

EL NIETO Y LOS BIZNIETOS DEL SEÑOR

CARDENAL

Acababa de ser nombrado Cardenal de la Santa

Iglesia su íntimo amigo, el Arzobispo de

Sevilla, Sr. Sanz y Forés. El 6 de Julio de 1893

llegaba a Roma, para recibir de manos del Papa

el Capelo Cardenalicio, hospedándose en el

Colegio Español, que todavía se hallaba

provisionalmente en Montserrat.

El Emmo. Sr. Sanz y Forés había sido desde

siempre uno de los más entusiastas y decididos

colaboradores de D, Manuel en todas sus empresas

de celo y particularmente en la fundación del

Colegio de Roma. Tenía, por tanto, sumo interés

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en aprovechar la ocasión de su estancia en la

Ciudad Eterna para dar un empujón a la obra del

Colegio, hablando con el Cardenal Rampolla y con

e! mismo Romano Pontífice.

Para enterarse bien de todo lo relativo al

Colegio, de la marcha de las negociaciones para

la solución definitiva de aquel asunto, de los

posibles contratiempos y de las probabilidades

de éxito, quiso conferenciar secretamente con

las personas que estaban más al tanto y así

poder hablar al Papa con mayor conocimiento (le

causa en la entrevista que al día siguiente

habría de celebrar con él. Reuniéronse el 9 de

junio en las habitaciones del Sr. Cardenal D.

Benjamín Miñana, Rector del Colegio, los

Monseñores Merry y De la Chiesa, más tarde

Cardenal Secretario de Estado el primero, y Papa

el segundo con el nombre de Benedicto XV.

Tomó la palabra el Sr. Cardenal Sanz y Forés,

el cual dirigiéndose a Mons. Merry le dijo:

«¡Cuánto me alegra ver a usted y cuánto deseaba

esta entrevista! Quiero mucho a la Hermandad. Es

mi hija. D. Manuel fue mi discípulo y ha

descansado poniendo siempre en mis manos todas

sus cosas. Este picarín, y se dirigía a Don

Benjamín allí presente, es mi nieto. Los

colegiales, mis biznietos.» ¡Con qué fruición

repetía aquellas palabras: «¡Amo de veras a la

Hermandad!» Así era en efecto. Por eso al día

siguiente, después de su entrevista con el Papa,

le faltó tiempo para comunicar lo que el Padre

Santo le había dicho: que «tenía en el corazón

al Colegio Español»; así como las palabras del

Cardenal Rampolla: «Que desde el primer día le

había llamado la atención la idea de la

Hermandad, y ;que la creía necesaria para la

Iglesia en estos tiempos» .

D. Manuel gozaba a torrentes al oír tan

efusivos y autorizados elogios y hacía esfuerzos

por reprimir la emoción que le embargaba y que

quería salir al exterior en forma de lágrimas.

Page 118: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

EN LA CUMBRE DEL CALVARIO

Después de mucho batallar durante dos años

consecutivos en que hubo de gastar toneladas de

paciencia, saborear acideces de mil cálices

diferentes, emprender numerosos y largos viajes,

perder tiempo en inútiles visitas, y hacer no

pequeños dispendios, hubo de renunciar a abrir

en la casa de los Padres Trinitarios el anhelado

Colegio Español.

Tuvo, es cierto, buenos patrocinadores de su

causa, como los Secretarios de la Nunciatura en

España y de la Congregación, Monseñor Merry del

Val, Camarero Secreto de Su Santidad, el

Cardenal Mazzela con los PP. de la Gregoriana.

Tenía en cambio, en contra al P. Martín, de

quien era la casa, al Conde de Benomar,

Embajador ante el Quirinal, al Gobierno español,

y a los Dominicos, con el Cardenal Zigliara al

frente, el cual había ido personalmente al Papa

a pedirle aquel edificio, diciéndole que era

cosa de vida o muerte para la Orden Dominicana,

que no tenía ninguna casa independiente en la

Ciudad Eterna.

D. Manuel, que había hecho cuanto estaba en

sus manos por salir airoso de aquella empresa,

al ver el cariz desfavorable que iba tomando, no

encontraba otra explicación que su poca destreza

y sus muchos pecados.

«Mis pecados, dice, tienen sin duda la culpa

principal, y mi falta de paciencia me hace pedir

a Dios que se abrevie este estado violento

mediante una a otra solución. Pero, si quiere

que se alargue este sufrimiento, no quiero por

mí abreviarlo... Jesús aun está serio. Verdad

que no merezco más que látigo... Si, después de

todo, Jesús quisiera humillarnos a inutilizar

nuestros proyectos en Roma, inclinaríamos

nuestra cabeza, no pudiendo ofrecerle más que

una conformidad llena de amargura.»

Monseñor Merry fue el encargado de decir a D.

Page 119: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Manuel que el Pleito había sido fallado en

contra suya. Y, al expresarle su sentimiento por

este motivo, le consuela diciendo: «Ya que sus

perseverantes esfuerzos no han obtenido la

recompensa que merecían, hay que pensar que por

alguna razón desconocida de los hombres acabó el

asunto de esta manera. En la aparición

inesperada de tantos obstáculos como han

desbaratado sus proyectos a inutilizado su

tesón, encuentro la señal de la mano de Dios,

que seguramente llevará a buen fin la fundación

del Colegio Español en Roma, obra tan necesaria

para la victoria de la Iglesia en nuestra

nación.»

D. Manuel estaba tranquilísimo en medio de su

tribulación. «Nuestro asunto debe de ir bien,

cuando nos va tan mal; es señal de que Dios

quiere amasarlo mucho. Abandono de las

criaturas, celos, desprecios, desconfianzas,

calumnias, todo ha llovido sobre los Pobres

Operarios. Hemos perdido a Condotti (¡Gracias a

Dios!) Nos despacharán de Monserrat (¡Así sea!)

Nos buscaremos un modesto Belén (¡Amén!) y allí

vendrán los ángeles a entonar el Gloria in

excelsis Deo...»

COMIENZA A ESCAMPAR

Así fue en efecto. «Desde el día del fallo de

la causa en favor de los Dominicos, el Padre

Santo consideró como cosa suya el naciente

Colegio Español». Empezó por pedir al Gobierno

de España que permitiera a los colegiales

permanecer en Monserrat hasta tanto que se

encontrara edificio definitivo para Colegio.

Terminó aquel curso con una audiencia del

Papa el 2 de julio, que duró media hora, en la

que el Vicario de Cristo acarició y bendijo a

los alumnos y les expresó su deseo de que «el

español fuera el primer Colegio de Roma».

Por ello trabajaba D. Manuel, el cual a su

Page 120: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

regreso a España. empezó una campaña de

propaganda en pro del Colegio, enviando a todos

los Obispos españoles una circular en que se les

hablaba de su finalidad, y se les invitaba a que

mandaran a él algunos chicos escogidos entre sus

seminaristas. Le ayudó notablemente en esta

labor propagandística su amigo Sardá y Salvany,

que escribió varios artículos sobre el tema del

Colegio en su «Revista Popular». Fruto de esta

campaña fueron los 32 alumnos que al curso

siguiente 1892-93 pudo presentar D. Manuel, que

llamaron poderosamente la atención y que fueron

el gozo de los incansables patrocinadores del

Colegio, que iban también en aumento de día en

día.

Noticia fausta para D. Manuel fue el

nombramiento de Embajador cerca del Vaticano en

favor del padre de Mons. Merry. El cual desde el

primer momento, así como todos los demás

familiares, se puso del lado de D .Manuel, hasta

el punto de que poco después escribía Mons.

Merry a D, Benjamín Miñana, primer Rector del

incipiente Colegio, esta misteriosa carta:

«Mi muy amado D. Benjamín: Imponiéndole la

mayor reserva, le suplico no vaya a acostarse

esta noche sin rezar un Te Deum de todo corazón;

y mañana, si tiene la intención libre, que

ofrezca el Santo Sacrificio en acción de

gracias. Estamos al final de nuestras penas. No

puedo más. La reserva y la emoción me obligan al

silencio.»

La causa del Colegio iba siguiendo su curso,

viento en popa, aunque de cuando en cuando

alguna nube se interponía en el horizonte. Pero

no había que desconfiar, porque evidentemente

era cosa de Dios.

«No es malo, escribía a D. Manuel el Cardenal

de Sevilla, que patee un poco el diablo y quiera

armar cizaña, ¡Patrem habemus!... No hay que

temer...»

No podía ya temer D. Manuel una vez que el

asunto estaba en tan buenas manos. «las noticias

de Roma nos llenan de tanto consuelo, que nos

causan espanto. ¡Ver tres o cuatro Cardenales,

Page 121: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

no sólo interesados, sino «conspirando», junto

con otros personajes del Vaticano por el éxito

de la empresa!...»

El Papa hizo donación del palacio Altemps

para Colegio Español en carta dirigida a los

Obispos de nuestra Patria el 25 de octubre de

1893. Mientras el palacio Altemps se ponía en

condiciones de habitabilidad, el mismo Romano

Pontífice les alquiló como morada provisional

parte del palacio Altieri, que era uno de los

más espléndidos de Roma. Allí permanecieron

aquel curso hasta que el 16 de octubre de 1894

tomaron posesión oficial del palacio Altemps,

celebrándose la instalación del Santísimo con

una gran fiesta en la que ofició el mismo D.

Manuel el ir de noviembre, con asistencia de los

Padres Homs, Angelini y Panadero, Mons. de la

Chiesa, Merry y Perea, toda la familia Merry, el

personal de la Embajada y la colonia española.

Antes de volverse para España, D. Manuel.

Reno de gozo, hizo un viaje a Loreto y Asís,

para dar gracias a la Virgen y a su querido San

Francisco por el feliz resultado de la empresa

del Colegio.

«LOS UMBRELLATI»

Generalmente en casi todas las capitales de

diócesis la maliciosa perspicacia de la

chiquillería se complace en propinar a los

seminaristas un apodo, en consonancia

ordinariamente con lo que les llama más la

atención del uniforme .que visten. Por las

calles y afueras de nuestras ciudades se ven con

frecuencia algunos de esos arrapiezos

canturreando detrás de las filas de los

seminaristas piropos tan sabrosos como éstos:

«¡Grajos, pavitos, cangrejos!»

Se ve que esto es un fenómeno general que,

por lo tanto, se da en Roma lo mismo que en

España.

Page 122: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Salieron por las calles de la Ciudad Eterna

los alumnos del Colegio Español luciendo por

primera vez su flamante uniforme: sotana con

esclavina y fajín azul. Al ver aquella

indumentaria, hasta entonces desconocida, entre

los distintos uniformes que pasean por las

calles romanas, no faltó algún satírico que

lanzó una palabra: «¡Umbrellati! ¡los del

paraguas!», por la esclavina con puntas que

llevaban. ¡Ya estaban bautizados! ¡Se quedaron

para siempre con el mote, como los del Colegio

Germánico venían desde antiguo soportando el

sambenito de «gambericotti» (cangrejos cocidos),

por vestir sotana roja.

Cuando lo supo D. Manuel, no le agradó. «Mal

apodo nos han puesto, decía. Eso de «paraguas»

es muy prosaico, «Peregrini o Gotici» hubiera

estado mejor.»

LOS CARAMELOS DEL PAPA

Frecuentemente le llegaban a D. Manuel

noticias del buen espíritu de los alumnos del

Colegio Español y de su aprovechamiento

ejemplar.

Todos cuantos visitaban aquella casa de

formación sacerdotal quedaban encantados del

orden que allí reinaba y del ambiente de piedad

que se respiraba en ella. «La Obra de ustedes es

encantadora, decía por aquel entonces el Obispo

de Málaga. Yo vengo enamorado de nuestro Colegio

de Roma, y entiendo que lo mismo ocurre a todos

los Prelados que lo visitan.»

Ya no necesitaba D. Manuel hacer propaganda

hablada ni escrita del Colegio. Era el mismo

Romano Pontífice el que, empeñado en que cuanto

antes el número de sus alumnos igualara al del

Colegio más numeroso de la Ciudad Eterna,

mandaba al Cardenal Satolli, Prefecto de la

Sagrada Congregación de Seminarios, que en su

nombre escribiese a los Prelados de España, para

Page 123: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

que amasen y favoreciesen al Colegio Español y

enviasen todos a él alguno de sus alumnos.

El Papa León XIII llevaba muy dentro de su

corazón a los colegiales españoles. Así lo

demuestra la delicadeza verdaderamente paternal

de que quiso hacerles objeto en la víspera de la

fiesta del Dulce Nombre de Jesús del año 1898.

En casa se hallaban los colegiales, cuando el

Rector del Colegio recibió un paquete. Lo abrió

en presencia de todos y con general admiración

vieron una buena cantidad de dulces con que el

Papa les obsequiaba, para que celebraran

alegremente tan hermosa fiesta y como premio de

su buen comportamiento en la Universidad.

El 2 de febrero de aquel mismo año,

festividad de la Purificación de Nuestra Señora,

siguiendo la costumbre de los precedentes,

fueron a presentar la tradicional vela al Romano

Pontífice. Al hacer la entrega del cirio, el

Rector agradeció al Papa, en los términos más

expresivos, el rato tan feliz que les había

deparado al obsequiarles con caramelos. El

Pontífice, lleno de contento, se volvió a los

circunstantes y, como queriendo darles una

explicación, les dijo: «Es que he enviado unos

dulces a mis queridos españoles.» Y después,

cogiendo de la mano a D. Benjamín y

estrechándosela efusivamente, le preguntó:

-¿Cuántos colegiales hay?

-Sesenta, Santísimo Padre.

-Pocos; son pocos. Veremos si al año que

viene llegamos a ochenta y después a ciento.

Y LLEGO A SER MAGISTRAL

Visitaba D. Manuel en cierta ocasión su

querido Colegio de Roma. Entre los alumnos que,

procedentes de distintas diócesis, cursaban sus

estudios en la Ciudad Eterna, había uno, Rogelio

Chillida, oriundo del Colegio de Tortosa. Era

éste en lo físico muy poca cosa: fino, flacucho,

Page 124: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

bajito, con unos ojos retozones en sus órbitas

que denunciaban ser muy vivaracho de carácter y

agudo de ingenio. Cultivaba ya entonces sus

aficiones literarias y escribía con desenvoltura

en prosa y en verso. En los estudios era un

alumno aventajado. Profundizaba en las más

intrincadas cuestiones de teología y prometía

mucho su futuro sacerdotal.

Pero entre tantas y tan buenas cualidades

tenía también un defecto de consideración. Con

harta frecuencia se ponía nerviosillo y su

lengua daba un sinfín de tropezones antes de

pronunciar las palabras. ¡Seria dificultad! ¡Era

tartamudo!

D. Manuel estaba preocupado con la dificultad

de expresión de aquel chico, que iba avanzando

en los estudios y no se corregía de aquel

defecto. «¡Vamos a ver qué tal va!», dijo a los

Superiores del Colegio.

-¿Qué tal, Rogelio? ¿Cómo estás?

-Pu... es, bien. D. Ma... Ma... Ma... nuel!

¡Gracias a.. a... Dios!

Hecha la prueba y habiendo dado resultado

negativo, D. Manuel le despidió más pronto de lo

que fuera su deseo, por no sufrir oyéndole

tartamudear.

«¡Pobre Rogelio!», decía después D. Manuel al

Rector. «¡Pobre chico! (¡El caso es que es

listo! Pero con ese defecto de la lengua

seguramente que no llegará a ser Magistral. Mas

con tal de que se haga un santito, lo daremos

todo por bien empleado.»

¡Pero Chillida llegó a Magistral!

Enterado por el mismo Rector del Colegio de

Roma de los augurios pesimistas de D. Manuel

respecto a su persona, se empeñó en ser

Magistral y consiguió dominar tan perfectamente

su defecto, que, ordenado de sacerdote, hizo

oposiciones a la Magistralía de la Catedral de

Valencia, y la ganó tras brillantes ejercicios.

Y en 1926, al trasladarse los restos de D.

Manuel del cementerio de Tortosa al Templo de la

Reparación, lució el Dr. Chillida sus dotes de

orador elocuentísimo, pronunciando una oración

Page 125: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

fúnebre, acabadísima en su género.

Mas si no se cumplieron los pronósticos de D.

Manuel respecto a la carrera sacerdotal del

joven estudiante, sí se cumplieron sus deseos de

que llegara a ser santo, pues, detenido por los

rojos durante la persecución de 1936, sufrió

heroicamente un martirio espantoso en Silla

(Valencia), por el solo delito de ser sacerdote.

PASANDO EL CHARCO

Todos los hombres tienen su flaco. El de D.

Manuel era el anhelo de trabajar por la gloria

de Dios. Si se le atacaba por este punto

vulnerable, no podía resistir; arriaba la

bandera y se rendía.

Al principio del año 1898 le llegaron

noticias de que el Obispo de Chilapa (Méjico),

enterado por el Colegio Español de Roma de la

finalidad de la Hermandad, tenía interés en

llevar a los Operarios a su vasta y necesitada

diócesis. Esta noticia, al par que le agradó a

D. Manuel, le llenó de inquietudes y temores.

Por una parte un motivo de tanta gloria de Dios

le estimulaba a dar el brinco al otro mundo y,

por si esto fuera poco, tenía el aguijoneamiento

continuo de los Operarios jóvenes que le

invitaban a que aceptara; mas, por otra, le

torturaba la escasez de brazos disponibles para

atender a tantas cosas.

«Estos chicos nuestros no pueden aguantarse,

empezando por el grave D. Elías, y quieren se

vaya a América. Yo estoy espantado por la falta

de personal y se me cubre el corazón. Ventajas:

el nombre de la Obra. Tomar posesión de un campo

tal vez vastísimo con el tiempo para los

intereses de la máxima gloria de Dios... pero,

¿y el personal? Miro la tela... y no da para

tanto...»

En esta tesitura, luchaba su espíritu entre

dos tendencias contrarias: la de la cabeza y la

Page 126: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

del corazón, y temía que viniera el Obispo de

Chilapa y le convenciera. Y el Obispo mejicano,

Excelentísimo Señor Don Ramón Ibarra, llegó y le

habló de las necesidades de su diócesis y le

pintó al vivo el problema agudísimo de la

escasez de clero en todo el continente

americano, y D. Manuel no pudo menos de

capitular.

Firmó las bases de aceptación del Seminario

de Chilapa. Poco después se hallaba en Barcelona

para pasar los últimos días con los cuatro que

habían sido elegidos para «pasar el charco»,

darles los últimos consejos, prepararles las

maletas, aposentarles en los camarotes,

agasajarles y mimarles con el cuidado y cariño

de la más tierna de las madres.

Todo lo hizo con gran contento de su alma y

consuelo de sus Operarios. Con ellos estuvo

hasta el momento de la despedida, y cuando el

barco partía y la silueta de sus hijos se

desdibujaba en el horizonte, como última

caricia, antes de perderles de vista, trazó

:obre ellos la señal de la cruz.

LA VOZ DE AQUEL BARÍTONO

Celebrábase con toda solemnidad la festividad

del Corpus en la villa de San Mateo. D. Manuel

había sido invitado a predicar en aquella

ocasión y lo hizo con el fervor y el entusiasmo

de siempre. Hubo además misa cantada con

acompañamiento de orquesta. En el Communio la

Schola interpretó maravillosamente un «Christus

vincit» a varias voces. Entre todos los cantores

se distinguió un barítono que cantó

primorosamente el «solo» que le correspondía.

Toda la gente estaba encandilada al oír aquel

torrente de voz, moderado por la unción y el

buen gusto. D. Manuel, que vibraba de emoción

siempre que veía alguna cosa buena puesta al

Page 127: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

servicio del Señor, gozaba a raudales al

escuchar el «Christus vincit».

Terminada la función, se retiraron los

sacerdotes a la casa rectoral. Al señor que

había tenido «el solo» en la misa le entraron

ganas de saludar y estrechar la mano de aquel

fogoso predicador, que tenía fama de santo. Al

saber D. Manuel que con este motivo llamaba a la

puerta del párroco, le salió al encuentro con

los brazos abiertos y estrechándole fuertemente

contra su corazón, exclamaba, mientras tiernas

lágrimas corrían por sus mejillas: «¡Christus

vincit!... ¡Sí, amigo mío, Christus regnat!...»

Aquella escena inesperada y aquella

espontánea explosión de amor conmovieron tan

profundamente al barítono, que desde aquella

fecha comenzó a llevar una vida sólidamente

piadosa, no pudiendo olvidar nunca el abrazo ni

las lágrimas de Mosén Sol.

QUEMANDO SUS NAVES

Uno de sus más ardientes deseos era el de

tender por toda España una red de almas

reparadoras y abrir en todas las ciudades un

templo donde el Señor, continuamente expuesto,

fuera desagraviado de las injurias recibidas en

el sacramento del amor.

Pero pasaban los años, y sus deseos no se

veían realizados.

«¡Templos de Reparación!» , exclamaba. «¡No

querrá Dios que los vea!»

Mucho había trabajado por levantar y abrir

uno en Tortosa, que fuera, no sólo el lugar en

donde desagraviar al Amor ofendido, sino «una

especie de refugio adonde pudieran acudir con

facilidad las almas buenas»; pero montañas de

dificultades de todas clases le habían salido al

paso, contándose entre ellas la oposición que

hallaba entre sus mismos colaboradores. El, no

obstante, veía tan claro que era cosa de Dios,

Page 128: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

que no dudó en afirmar al Vicedirector de la

Hermandad, D. José García, que era uno de los

que más se oponían: «Mi entusiasmo por esta idea

es tan fijo, que tendría remordimiento de no

realizarla antes de morir; y si los nuestros se

hubiesen opuesto, les habría pedido me lo

dejasen realizar como cosa mía, con o sin el

apoyo de la Hermandad; y sólo habría pedido se

dignara la Hermandad estar a la mira y dirigirlo

y ser dueña.

Por fin quemó sus naves, y contra viento y

marea se decidió a levantar un Templo de

Reparación. El 21 de junio de 1900 visitaba a su

Obispo, Excmo. Sr. D. Pedro Rocamora, para

pedirle que le cediera para aquel fin la iglesia

de la Merced. El bondadoso Prelado debió

prometerle la donación gratuita del patio y

solar de la Merced, no haciéndole la entrega

oficial hasta el 20 de noviembre de aquel mismo

año.

Había dado ya el primer paso, mas no estaba

todo conseguido. Contaba con el lugar donde

levantar su anhelado Templo de Reparación, pero

¿cómo construirlo? «Necesito buscar de primera

intención de diez a doce mil duros para este

objeto, y Jesús me hace vislumbrar esperanzas

por donde menos lo pensaba, cuando las tenía

todas perdidas o agotadas.»

El Señor iba llenando prodigiosamente todas

sus necesidades.

«La víspera de San José, a las ocho de la

noche, recibíamos en casa de una señora

desconocida los primeros dos mil duros para la

Reparación... »

Con esta cantidad insignificante se lanzó a

empezar el templo, convencido de que una vez

empezado, el Señor, para no dejarle en mal

lugar, movería los bolsillos de los católicos

tortosinos y podría él verle totalmente

terminado. Con júbilo indescriptible de su alma

escribía por aquellas fechas: «El día primero

del mes que viene iré por la mañanita, a las

cinco, a un local de aquí y haré un pequeño

hoyo, y pondré una piedrecita y la bendeciré

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para que brote pronto el Templo de Reparación de

Jesús Sacramentado.»

En efecto, el día 1 de abril de 1901 fue para

D. Manuel uno de los días más felices de su

vida, porque, al poner la primera piedra de

aquel templo, vio que empezaba a realizarse su

sueño dorado.

YENDO AL DESTIERRO

Habían comenzado las obras, pero no iban al

compás de sus deseos. Frecuentemente eran

interrumpidas, unas veces, porque se acababan

los donativos y no había dinero para comprar los

materiales; otras, porque las huelgas, tan

frecuentes en aquella época revolucionaria, las

paralizaban. En ocasiones el tiempo de lluvias o

los trastornos atmosféricos se encargaban de

poner lentitud en la construcción, y el

reblandecimiento del terreno las retrasaba unos

días para consolidar los cimientos; cuando no

era la disconformidad de pareceres entre los

Operarios, sobre si hacer cripta o no; y hasta

las discrepancias entre el arquitecto y el

maestro de obras repercutían en la marcha del

templo.

La Reparación iba surgiendo, aunque con

lentitud. D, Manuel seguía detalladamente toda

su marcha ascensional, preocupándose de la

calidad y coste de los materiales, del número de

obreros, de la fecha posible de inauguración...

«Ya ha llegado la campana para nuestra

Reparación, escribía con gozo indescriptible a

los de Roma; pero aun me fatiga abril con sus

calmas y me troncha los cálculos de fecha, y los

apuros aumentan. Pida a Jesús me lo deje ver

terminado, si es de su agrado, pues será una

capilla muy linda, digna de ser central del

movimiento de reparación a Jesús Sacramentado. »

La vio terminada, y él mismo señaló para el

22 de noviembre de 1903 la fecha de su solemne

Page 130: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

inauguración. Pero hubo de añadir otro

sacrificio más a los muchos con que había

ayudado la construcción del edificio. « No ha

tenido el consuelo de que fueran sus lágrimas

las primeras que regaran esta ara santa, decía

el Magistral de Tortosa que predicó en aquellas

solemnes fiestas, ni ha podido ser el primero en

adorar a Jesús Sacramentado en el Templo de

Expiación que su amor le ha levantado.»

Temerosos los médicos de que el corazón de D.

Manuel, tan pasional y tan encendido en amor

divino, no pudiera soportar aquellas emociones,

le desterraron a Valencia hasta que pasaran las

fiestas.

«Mañana se inaugura nuestra iglesia de

Reparación, decía él desde su destierro, No han

querido que presenciara las fiestas por temor de

que las emociones perjudicaran mi salud. Jesús

les pague la caridad, y a su amor ofrezco el

sacrificio.»

FELICES ENSUEÑOS

Con gran consuelo de su alma vio terminado el

Templo de Tortosa y encarrilada por fin la obra

de Reparación, que durante tanto tiempo había

venido planeando.

Pero no estaban satisfechas sus ambiciones.

El hubiera querido tener la satisfacción de,

antes de morir, ver «al menos, una docena de

Reparaciones y otras tantas Cortes de amor y

expiación».

Le visitaba una de sus dirigidas de San

Mateo. Después de llevar un rato largo hablando

con ella de cosas espirituales, recayó la

conversación sobre el templo de Tortosa

recientemente inaugurado. Dijo D. Manuel que por

medio de él esperaba conseguir muchas gracias

para su ciudad y que tenía una gran pena de que

el tiempo pasara tan de prisa tronchando sus

planes.

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-Me vuelvo viejo, decía con hondo

sentimiento. ¿A que no sabes qué haríamos si

fuésemos jóvenes?

Ella, encogiéndose de hombros, contestó:

-¡Yo qué sé! ¡Tiene usted tantas cosas en la

cabeza!

Y D. Manuel, medio transportado por la

emoción y dando una viveza extraordinaria a sus

palabras, añadió:

-Haríamos un templo de Reparación en cada

pueblo, para reparar a Jesús de las muchas

ofensas que recibe.

Quedó después un momento en silencio, como

saboreando la hermosura de aquellos planes que

ya no podría ver realizados.

EL APURO DE LAS FACTURAS

Era por el año 1903. En el pueblecito de

Flix, de la provincia de Tarragona, había un

señor de fama intachable y de bastantes bienes

de fortuna, el cual enfermó de gravedad no

habiendo esperanza de posible curación, según el

dictamen de los médicos.

Dándose cuenta de la gravedad de su estado,

pidió los Santos Sacramentos, que recibió con

plena lucidez mental y con muestras sensibles de

gran fervor. De cuando en cuando llamaba al

coadjutor de aquella parroquia, Rvdo. Sr. D.

Simón González, para que le sugiriera piadosas

consideraciones y le hiciera más llevadero el

peso de la enfermedad.

Un día, que debía de ser el 8 de mayo de

aquel mismo año, el enfermo envió a una de sus

sirvientas para que con toda urgencia avisara a

D. Simón y le hiciera éste la recomendación del

alma.

Hízolo así el celoso coadjutor, hablando

después un buen rato de cosas espirituales con

aquel enfermo que tanto le edificaba por su

piedad, y que, a pesar de estar amenazado de

Page 132: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

muerte de un momento a otro, discurría aún con

plena lucidez de juicio y estaba en el use

perfecto de sus facultades mentales.

-¿Cuál le parece a usted la obra más grata a

Dios?

Un poco perplejo quedó el buen sacerdote ante

esta inesperada pregunta; pero como había oído

hablar tanto de Mosén Sol y de la empresa que

este santo varón llevaba entonces entre manos,

de levantar el Templo de Reparación, casi sin

pensar otra cosa respondió medio

instintivamente:

-Me parece la obra más grata la de levantar

al Señor templos de Reparación, donde estar

siempre expuesto a la pública adoración de los

hombres.

-Bien ha respondido, contestó el enfermo. Su

respuesta es inspirada. Tome esta llave, y saque

dos mil pesetas de ese cajón y usted se

encargará de entregar a D. Manuel esta cantidad.

Cogió el dinero el coadjutor y, sin perder

tiempo, escribió a D. Manuel diciéndole que

tenía a su disposición dos mil pesetas y que le

indicara el modo de enviárselas. No tardaron

mucho en llegar a manos de Mosén Sol, pues a los

pocos días pasaba por aquel pueblo un Operario

que se hizo cargo de la cantidad, tan

generosamente donada por D. Luis de Castellví.

Pasaron algunos meses y el coadjutor de Flix

fue a Tortosa a practicar los Ejercicios

Espirituales, y aprovechó aquella ocasión para

visitar a D. Manuel. Recibióle éste con la

amabilidad de siempre y después de darle una

estampita como recuerdo de aquella visita, le

dijo:

-¿Tú no sabes lo que sucedió con aquellas dos

mil pesetas que me mandaste?

El coadjutor se encogió de hombros, no dando

importancia al asunto porque D. Manuel se

merecía eso y mucho más; y respondió que él no

tenía mérito en aquella acción, pues no había

hecho otra cosa que cumplir la voluntad de un

moribundo.

-Pues mira, las obras de la Reparación habían

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sufrido un paréntesis, a causa de tener algunas

facturas por pagar, y yo estaba cansado de

molestar a las buenas personas que me merecían

confianza. Dos días antes de recibir lo carta

vino un señor a cobrar dos facturas que

ascendían a dos mil pesetas. Yo, por dignidad,

no podía decir que no se las podía pagar, sino

que volviese dos o tres días después. Al

despedirme de aquel señor reuní a los Superiores

del Colegio y les recomendé que pidieran a San

José nos sacase de aquel apuro. Así fue; pues al

día siguiente recibimos tu carta, anunciándonos

la limosna de las dos mil pesetas, que era

precisamente lo que importaban las dos facturas.

LA SIEMBRA DE LOS BOTONES

Se hallaba reunido D. Manuel en agradable

tertulia con un buen número de amigos. La

conversación deslizábase sobre cosas

intrascendentes: el estado del tiempo y el cariz

de los últimos acontecimientos políticos, ya que

la reunión aquella no tenía otro objeto que el

de pasar un buen rato de sana y santa

camaradería.

D. Manuel frecuentemente tomaba parte en el

diálogo salpicándolo con anécdotas y casos

amenos. Mas no contento con dar aire de alegría

a aquella animada charla y llevado del espíritu

de obsequiosidad que en él constituía una

verdadera pasión, se levantó, y saliendo de la

habitación, volvió al instante con una bandeja

de dulces y pastas. Fue acercándola a cada uno

de los contertulios e invitándoles a tomar

mientras alargaba además a cada uno una hermosa

medallita.

D. Andrés Serrano, que presenciaba la escena

y era uno de los que tomaban parte de aquel

amistoso ágape, viendo a D. Manuel en plan de

camarero, y yendo más allá de lo justo en la

apreciación de sus intenciones, no pudo contener

Page 134: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

por más tiempo su mal disimulada risa, a la que

dio suelta en medio de la admiración de los

circunstantes.

-¿De qué te ríes, picarín?, le increpó D.

Manuel mientras dejaba la bandeja en la mesa.

-¡De nada! ¡Si no tiene importancia!,

respondió el interpelado.

-¡Vamos, no nos lo ocultes!, insistió D.

Manuel, mientras los ojos de los demás hacían la

misma pregunta con sus miradas escudriñadoras.

-Pues bien, ya que se empeña se lo voy a

decir. Me reía de usted, del obsequio con que

nos ha regalado y del reparto de la medalla.

-Pues no veo por ningún lado el motivo de tu

risa.

-Es que cuando usted andaba repartiendo las

galletas, me acordaba yo de un caso que cuentan

en mi pueblo.

-¿ .. ?

-Dicen que antiguamente había un señor que

tenía la habilidad de sembrar en el jardín de su

casa botones ordinarios, y no mucho después

recogía magníficas camisas de seda, ya hechas y

a la medida. Y no sé si me he ido demasiado

lejos en mis apreciaciones, pero me parecía que,

como el hombre del cuento sembraba botones y

recogía camisas, así usted hace un momento

sembraba galletas y medallas, para después

recoger billetes con que continuar sus obras de

celo.

Rieron todos la peregrina ocurrencia de D.

Andrés, de la que salió D. Manuel beneficiado,

pues, terminada la tertulia, se levantaron todos

prometiéndole cada uno su apoyo incondicional

para todas sus empresas de apostolado.

EL PAPA SOL Y EL PAPA LUNA

Sus atrevidas empresas felizmente llevadas a

cabo y su fama de santidad le habían granjeado

un justo y merecido renombre en toda España y en

Page 135: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

el extranjero, pero particularmente en Tortosa y

su comarca, Decían de él que llevaba a feliz

cumplimiento cuanto planeaba y que no había

dificultad que no se le allanara cuando él ponía

a contribución de lo emprendido su influencia y

su tesón.

Precisamente por este prestigio de que gozaba

y el ascendiente que tenía entre los demás, no

faltó quien diera en llamarle «el Papa Sol»,

extendiéndose rápidamente este cariñoso mote

entre cuantos le conocían.

No le desagradó del todo a D. Manuel

semejante apelativo, y así a veces echaba mano

de él, como cuando, a punto de emprender un

viaje a Roma, les decía un poco humorísticamente

a las religiosas de Vinaroz:

«Si se les ofrece a ustedes alguna cosa para

el Papa Blanco, está a su disposición el Papa

Sol que las bendice a todas y suplica redoblen

sus oraciones!»

No debió saber este Papa Sol las relaciones

que le unían con el Papa Luna, pues no hizo

nunca alusión a ellas, a pesar de ser tan amigo

de semejantes juegos de palabras.

Del jardín del famoso Papa Luna, Benedicto

XIII, había sido trasladado a la Catedral de

Tortosa un magnífico surtidor de una fuente

artísticamente decorado con primorosos relieves

de diferentes motivos, en medio de los cuales

campeaba el escudo del antipapa Benedicto XIII,

sostenido por dos ángeles alados.

Trasladado a la Catedral, sirvió de pila

bautismal, y en ella recibió D. Manuel las

regeneradoras aguas del bautismo.

Nunca hizo la menor alusión a tal cosa. Pero

quizá hayamos de achacar semejante silencio, mas

bien que a ignorancia, difícil de suponer en D.

Manuel, tan amante de la historia de su patria

chica, al amor acendrado que él profesaba a la

persona augusta del Romano Pontífice y al odio

que, por consiguiente, sentía a cuanto tuviera

resabios de cisma.

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EL LLANTO DE UNA VELA

Uno de los medios de apostolado más

frecuentes y más eficaces que usó durante su

ministerio sacerdotal, fue el de la predicación,

siempre cálida y entusiasta.

Apóstol y misionero, dejó oír su voz en

muchas regiones de España, en casi todos los

pueblos de la diócesis de Tortosa y en no pocos

repetidas veces. Fue propagandista incansable de

la Adoración Nocturna, del Apostolado de la

Oración, de las Congregaciones Marianas, de la

Buena Prensa, de las Vocaciones Sacerdotales.

dio infinidad de tandas de Ejercicios

Espirituales a toda clase de personas y

pronunció innumerables pláticas, triduos,

sermones, conferencias y fervorines. Solía

escribir todo lo que iba a predicar y, cuando no

le quedaba tiempo para otra cosa, se contentaba

con hacer un borrador, alguno de los cuales está

escrito con caracteres irregulares y con líneas

torcidas, indicando claramente haber sido

trazadas al compás del vaivén del tren.. Tenía

una memoria tan privilegiada que ordinariamente

repetía literalmente sus composiciones, sin

necesidad de repasarlas, aconsejando a los suyos

que, si la memoria les fallaba un poco, tuvieran

paciencia de «apretar su cabeza y enjaular en

ella párrafos completamente aprendidos de

memoria ad litteram como Bossuet, porque no le

gustaban los predicadores repentistas y

desaliñados».

De sus pláticas y sermones salía todo el

mundo encantado.

Iba a profesar una dirigida suya, Sor Dominga

Jimeno, y D. Manuel había sido invitado a

predicar en tan solemne acto.

-Mira, lo voy a hacer un sermón muy largo, la

dijo antes de empezar.

-No le haga usted muy largo, contestó ella,

por terror de cansarse o cansar a los

Page 137: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

circunstantes.

-Sí, sí, replicó él, que lo quiero

enfervorizar.

En efecto, predicó con tanto fervor y con

tanto celo, que tenía completamente absortos a

todos los oyentes, hasta tal punto que a la

pobre religiosa se la derritió completamente la

vela que tenía en la mano, sin ella notar nada y

estuvo además en grande peligro de quemarse.

Lloró cuanto quiso y la emoción fue tan profunda

que no pudo cantar el «Pater meus» , según

exigen las rúbricas y sólo a duras penas pudo

recitarlo.

Terminada la profesión, D. Manuel se reía de

ella diciendo que había estado tan embobada que

casi se deja quemar.

Y un sacerdote que estuvo allí presente, tío

de la recién profesa, decía excusando a su

sobrina y ponderando el fervor de la plática

-No es extraño que la haya ocurrido eso.

¡Motivos más que suficientes para ello ha

tenido!

MAESTRO CONSUMADO

Aunque se ejercitó D. Manuel en todos los

géneros de la elocuencia sagrada, sobresalió

principalmente en la predicación de fervorines.

En ellos es donde su corazón enamorado de Dios

se desbordaba en torrentes de fervor santo y de

unción apostólica, que impresionaban

profundamente y conmovían a cuantos tenían la

dicha de oírle. Su mirada se iluminaba, su

rostro se encendía, su voz adquiría tonalidades

especiales y toda su persona ,quedaba nimbada

con un halo de santidad que cautivaba y atraía.

El M. I. Sr. D. Rafael García, Magistral de

Tortosa, hablando de los fervorines de D. Manuel

cuenta el siguiente caso, ocurrido durante sus

años de estudiante en el Seminario de aquella

ciudad:

Page 138: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

«Solíamos ejercitarnos en la cátedra de

oratoria en ensayos prácticos de los diversos

géneros de predicación, y tocó su turno a la

plática y al fervorín. El condiscípulo designado

para actuar fue el avispado sacristán de un

convento de monjas, del que D. Manuel era

confesor. Al confiarle el trabajo nuestro

catedrático, hombre competentísimo y de gusto

refinado en materias de elocuencia, le dijo, no

sin cierta aparatosa solemnidad: «De propósito

he designado a usted, entre todos, para este

ejercicio, porque time un maestro consumado en

casa.

Usted habrá oído con frecuencia los

fervorines de Mosén Sol a las monjitas; vea de

imitarlo y, si lo consigue, no podrá menos de

hacerlo muy bien; D. Manuel es el mejor modelo

que he oído jamás.»

Y volviéndose luego a los alumnos, nos hizo

un cumplidísimo elogio de él, puso de relieve

sus condiciones excepcionales para este género

de oratoria, y terminó diciéndonos: «No pierdan

ocasión de oírle sus fervorines. Aprenderán

mucho de él, y se lo propongo como perfectísimo

modelo.»

El concepto que todos teníamos de los

fervorines de D. Manuel, quedó solemnemente

sancionado por el respetabilísimo dictamen de

nuestro profesor, que en plena cátedra le

proclamaba «maestro consumado de fervorines.»

EL PESO DE LA MOCHILA

Aquel granito de mostaza sembrado en el

desierto de las Palmas había ido creciendo hasta

convertirse en árbol frondoso, cuyas ramas se

extendían por España, Portugal, Italia y

América.

La predicción de D. Manuel se había cumplido.

Con el crecimiento de la Hermandad habían

aumentado las preocupaciones, que no debían ser

Page 139: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

pocas ni pequeñas en una Congregación recién

nacida que se iba abriendo camino entre mil

dificultades de todo género.

Cada día le llovían cuestiones delicadas,

asuntos espinosos de difícil a inmediata

solución: peligros en los de Portugal,

extrañezas en los de Méjico, murmuraciones y

hablillas en España, desmayos en unos,

excentricidades en otros, apuros económicos,

apremios de los Obispos, falta de personal..., y

todo repercutía en el corazón de D. Manuel que,

aunque joven siempre de espíritu, no en vano

sentía ya el peso de los años y empezaba a soñar

con el día venturoso en que, libre de aquellas

fuertes ataduras de la Dirección General,

pudiera dedicarse tranquilamente a preparar sus

cosas para el viaje a la eternidad.

«Vivimos de milagro», decía. «Desearía que no

faltaran todavía cinco años para poder dejar la

carga y poner la «mochila» en algún joven, como

confío obtenerlo de los nuestros, si vivo.»

Pasaron los cinco años; pero, a pesar de sus

deseos en contra, fue reelegido por unanimidad y

únicamente la muerte le liberó del peso de la

Dirección General.

PERFUME DE SUS VIRTUDES

ESPLÉNDIDA LIMOSNA

Sufría enormemente cuando oía, alguna injuria

lanzada contra Dios, o veía algo que fuese en

menoscabo de la gloria divina.

Iba un día de fiesta por la calle y vio a un

hombre que, con escándalo de cuantos por allí

pasaban, estaba trabajando y violando, por

tanto, el tercer precepto del Decálogo.

Page 140: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

D. Manuel no pudo aguantar aquel desaire a la

piedad de los fieles, que entonces precisamente

se dirigían a oír la santa misa, y acercándose

al trabajador le preguntó con dulzura y energía

al mismo tiempo, por qué trabajaba en día de

fiesta, sabiendo que estaba prohibido.

«Porque no tengo qué comer», repuso el

interpelado.

Y D. Manuel, pensando que quizá aquel infeliz

dijera la verdad, pero viendo por otra parte que

no convenía que continuara en su faena al menos

por razón del escándalo, añadió en un arranque

de generosidad, brotado al contacto del celo por

la gloria de Dios en que se consumía su alma,

mientras le brindaba una espléndida limosna:

«Tome usted y no trabaje; que dará mejor ejemplo

a su familia y a los que le ven».

LA EXPLOSIÓN DE UNA BOMBA

La casa donde nació D. Manuel estaba situada

en la plazuela del Ángel, lugar obligado de paso

y centro de reunión de hombres de toda condición

social, sobre todo payeses y gentes del campo,

comerciantes y tratantes. A veces la falta de

formación religiosa y cívica junto con el

ambiente de sectarismo reinante en la época,

hacían proferir a algún deslenguado palabras

fuertes y malsonantes, incluso blasfemias.

Cuando alguna de éstas llegaba a los oídos de

D. Manuel, producía en él el efecto de una

bomba; quedaba como desencajado y aturdido, pero

reaccionaba al instante, se ponía el manteo y el

sombrero y bajaba precipitadamente las escaleras

de la casa en medio de la admiración y susto de

sus familiares, que a veces le seguían por si le

ocurría alguna cosa.

Aparecía D. Manuel en la plaza y en seguida

alguien daba la voz de alarma, que se corría

rápidamente como un relámpago: «¡Mosén Sol!

¡Mosén Sol!», quedando en un instante la plaza

Page 141: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

libre de gente y en completo silencio.

Tal era el respeto que aun los más

deslenguados y descreídos le profesaban.

«Llegado a la plaza, daba unos pasos indecisos,

dice un sacerdote que presenció más de una vez

esta escena, miraba a todas partes como quien no

sabe a dónde va, y regresaba a su aposento

solitario bendiciendo y alabando el Santísimo

nombre de Jesús, /que espontáneamente se

escapaba sin cesar de sus labios.»

DERRAMANDO ABUNDANTES LAGRIMAS

Fue un día festivo del año 1897. Regresaba D.

Manuel de celebrar el santo sacrificio de uno de

los conventos de Tortosa, cuando, al atravesar

la plaza del Rastro, vio un grupo de hombres

que, con las herramientas al hombro y en traje

de faena, se dirigían a trabajar en día

prohibido.

Profundamente apenado al ver públicamente

conculcado el precepto dominical, sintió un

escalofrío de pena en su alma sensibilísima y no

pudo impedir el que abundantes lágrimas

afluyesen a sus ojos. Hondamente emocionado

llegó al Colegio, llamando con más fuerza que de

costumbre a la puerta del mismo.

Estaba entonces encargado accidentalmente de

la portería un alumno de edad ya avanzada, que

más tarde fue Párroco de la diócesis tortosina,

y al oír que llamaban con tanta insistencia,

corrió presuroso a ver quién era. Su sorpresa

fue enorme al abrir y toparse con D. Manuel,

que, completamente inmutado y llorando a lágrima

viva, le invitaba a salir a la calle y le

señalaba con la mano los hombres aquellos, que

en un día de fiesta se dedicaban a trabajos

serviles y añadía: «Mira, hijo mío, mira cómo se

ofende al buen Jesús; pídele al Señor que se

conviertan esos pobrecillos que no le conocen».

Y entrando en el Colegio y con las lágrimas

Page 142: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

aún en los ojos empezó a desgranar los

versículos del Miserere, mientras subía

pausadamente los peldaños de la escalera.

«LOS TRES MOSQUETEROS»

Nacido en una época de lucha política y

religiosa, vivió D. Manuel en toda su crudeza

los estragos de la mal llamada libertad de

Prensa. Al abrigo de tan nefasta libertad

publicábanse en España periódicos de ideas

avanzadísimas, folletones pornográficos, novelas

obscenas, y toda una gama de producciones

literarias de tipo revolucionario, amén de otra

infinidad de obras extranjeras, que, traducidas

al castellano, tenían entrada franca en el

mercado español.

D. Manuel, que había combatido con todas sus

fuerzas la mala Prensa y había publicado con

este motivo artículos vibrantes y había fundado

y dirigido dos periódicos, y había organizado

bibliotecas públicas de obras escogidas y

conocía como pocos el influjo desastroso que las

malas lecturas ejercen, sobre todo en la

juventud, supo cierto día que un joven tortosino

de familia distinguida estaba tan chalado por

las producciones novelescas que esperaba con

verdadera impaciencia la llegada del periódico,

porque iba publicando diariamente en un folletón

la novela de Alejandro Dumas titulada «Los Tres

Mosqueteros», que después él recortaba y

archivaba para leerla a satisfacción, cuando

hubiera terminado de salir toda ella.

Sintió vivamente las aficiones de aquel

muchacho y determinó arrebatarle como fuera

aquella novela peligrosa. Un día que le pilló

con las manos en la masa, leyendo ávidamente los

recortes de su periódico, sin pedirle permiso se

los arrancó de la mano y los rasgó en su

presencia. Mirábale atónito el chico sin casi

explicarse el por qué de aquella decisión de D.

Page 143: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Manuel, cuando vio que éste le regalaba en

cambio el libro «Pequeñeces», del P. Coloma,

mientras le decía con el semblante un poco

serio: «¡Toma, y sales ganando, al menos

moralmente. Y en adelante sé más cauto con las

lecturas!»

TRABAJANDO POR SU ALMA

Había en cierto pueblo del Maestrazgo una

mujer que llevaba una vida poco edificante,

siendo ocasión de escándalo para el resto de la

gente. Pusiéronlo en conocimiento de D. Manuel,

el cual empezó a interesarse por aquella

pecadora pidiendo al Señor su conversión. Poco

después le dijeron que se había fugado de casa

con un hombre que no era el suyo y que, a no

tardar, viéndose completamente abandonada, había

vuelto al pueblo.

Noticias tan alarmantes conmovieron

hondamente el corazón de D. Manuel, el cual

comenzó a trabajar directamente por ver si

lograba apartarla de sus extravíos. Valiéndose

de sus amistades, se ofreció a pagarla el viaje,

si se decidía a marchar a Tortosa para

confesarse. Aceptó la mujer la oferta y recibió

el dinero, pero cuando iba a ponerse en camino,

avergonzada de su vida, no se atrevió a ir y se

negó.

No se cansó por eso D. Manuel de trabajar por

la salvación de aquella alma. Consiguió que un

Padre jesuita fuera a dar Ejercicios

Espirituales a aquel pueblo, recomendándole de

modo especialísimo a aquella oveja descarriada.

El Padre no echó en olvido el encargo de D.

Manuel, y valiéndose de las amistades que éste

tenía en aquella localidad, consiguió por fin

que se confesara, cambiando completamente de

vida, y convirtiéndose más tarde en un alma

piadosa y de comunión diaria.

Page 144: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

SAN MANUEL EL REPARADOR

Quizá la nota más saliente de la vida de D.

Manuel sea el espíritu de reparación. Es

testimonio unánime de cuantos le conocieron. Su

íntimo amigo y colaborador en empresas

eucarísticas, D. Antonio Sánchez y Santillana,

Presidente de la Adoración Nocturna Española.

dice de él a este respecto: «Es una lástima que

no nos haya quedado ninguna imagen o fotografía

suya tomada en aquellos momentos, en que se

hablaba delante de él de ofensas inferidas a

Dios Nuestro Señor o a las personas o cosas

sagradas. ¡Qué mudanza en aquel rostro! Nube de

melancólica tristeza le empañaba

instantáneamente. La sonrisa se le helaba en los

labios. Sus ojos se cerraban, como quien sufre

un dolor intenso, y así permanecían hasta el

descorrer de sus párpados, que en alguna ocasión

daban paso a las lágrimas... Aquel recogimiento,

aquella mudanza, aquella transfiguración del

rostro por el dolor, duraban instantes; pero yo

los sorprendía admirado, adivinando que el golpe

dirigido contra Dios, repercutía siempre en el

corazón de su siervo.

Entonces veía yo surgir otro D. Manuel, que

no era el D. Manuel angelical, plácido,

tranquilo, niño, de todos los días; sino el D.

Manuel mártir, paciente, víctima; el D. Manuel

con la nota que me llamó más la atención en vida

y que es la flor que yo quiero colocar en su

sepulcro y la virtud que yo creo le habrá sido

premiada en el cielo; aparecía nuestro D. Manuel

reparador.»

Y añadía después que si algún día la Iglesia

le elevara a los altares proponiéndole como

modelo que imitar, él por devoción, entre todos

los nombres posibles, le daría el de «San Manuel

el Reparador».

Page 145: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

PRESIENTE A JESÚS SACRAMENTADO

Era en mayo de 1905. Viajaba en compañía del

beneficiado de la Catedral de Tortosa, D. Manuel

Juan Marco. No pudiendo ir a pie por lo avanzado

de su edad y más aún por la afección cardíaca

que padecía, D. Manuel alquiló un coche para

poder hacer los encargos .que habían motivado

aquel viaje.

Su conversación siempre amena y edificante,

se veía con frecuencia entreverada con

jaculatorias y saludos al Santísimo Sacramento.

Esto, aunque desde un principio llamó

poderosamente la atención de su acompañante, fue

atribuido al amor abrasador de aquel corazón,

que de cuando en vez necesitaba desahogarse de

aquel modo. D. Manuel Juan no podía suponer otra

cosa, porque era casi imposible darse cuenta de

las calles y sitios que atravesaban.

La conversación seguía su curso y los saludos

a Jesús Sacramentado no cesaban. Entonces empezó

a sospechar el buen beneficiado que D. Manuel

presentía a Jesús Sacramentado, y para cimentar

sus sospechas asomábase a la ventanilla siempre

que D. Manuel decía alguna jaculatoria o lanzaba

algún suspiro, viendo con profunda admiración,

después de haberlo comprobado varias veces, que

los saludos a Jesús coincidían con el paso por

alguna iglesia.

«Entonces dije para mí, afirma el repetido

señor, este varón de Dios presiente la real

presencia del augusto Sacramento. Así lo creí

entonces y continué creyéndolo siempre.»

ENTRE TREN Y TREN

Tal era el amor a Jesús Sacramentado y el

Page 146: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

aprecio que tenía de la santa misa que jamás la

dejaba, a no ser que mediara una verdadera

imposibilidad, quedando en este caso hondamente

apenado.

«Aun no me dejan comulgar», solía decir

quejándose dulcemente cuando le impedían la

comunión ante el peligro de que su corazón

enfermo no pudiera soportar los afectos

vehementes que experimentaba al recibirla.

«Hoy he comulgado ya», decía con indecible

gozo cuando, pasado el peligro, los médicos le

levantaban tal prohibición.

Para poder recibir al Señor durante la Semana

Santa, trasladábase cada año a Vinaroz o Vall de

Uxó para celebrar los Oficios con sus amadísimas

religiosas.

Cuando iba de viaje combinaba las fechas y

los itinerarios de modo que le fuera posible

celebrar todos los días.

Haciendo los Ejercicios Espirituales con el

clero, cuando aun era costumbre entre los

sacerdotes ejercitantes no celebrar durante los

días que duraban los Ejercicios, D. Manuel se

levantaba muy de madrugada para decir la santa

misa antes de que la campana tocase para empezar

los actos comunes de reglamento.

En una ocasión había emprendido un viaje

obligado con peligro de no poder celebrar. El

tren, aun llegando a su hora, no estaría en el

sitio de destino antes de terminar el tiempo

hábil para decir la misa. Pero había una

probable solución. Tenía que apearse en un

empalme para transbordar y allí estaría una hora

de espera; pero la iglesia más inmediata se

hallaba a una distancia respetable, imposible de

salvar a pie en tan poco tiempo.

En previsión, por si se le presentaba

solución posible, había pasado toda una mala

noche sin beber sorbo de agua ni probar bocado.

Llegado a la estación-empalme, se apeó

inmediatamente y encontrando un coche

desalquilado le ofreció al cochero una

espléndida propina para que le llevara

rápidamente al pueblo más cercano, con el fin de

Page 147: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

celebrar la Santa misa.

Salió el vehículo disparado y volvió un rato

después a la misma velocidad trayendo a D.

Manuel satisfecho por haber podido acariciar en

sus manos a Jesús Sacramentado y haber regresado

antes de la salida del tren.

¡QUE ENVIDIA LE TENGO !

Por enero de 1897, moría el ilustre Operario

Excmo. Señor Dr. D. José María Caparrós, Obispo

de Sigüenza. Murciano de nacimiento, hizo la

camera eclesiástica en el Seminario de su

ciudad, hasta que se trasladó al Metropolitano

de Toledo, donde se doctoró en Sagrada Teología

y Derecho Canónico. Después de ejercer la cura

de almas durante casi veinticinco años, pasó a

Madrid, en cuya Catedral ocupó la canonjía de

Arcipreste. En la capital de España fue el

reorganizador del «Centro Eucarístico» y

director de la «Confraternidad de Sacerdotes

Adoradores» y de la «Hermandad de la Obra

Nacional por el restablecimiento de la unidad

católica en España». Fue uno de los

organizadores de los Congresos Católicos

Nacionales y ponente en los de Zaragoza,

Valencia, Sevilla y Tarragona, además de asesor

de la Embajada española en el Vaticano.

En agosto de 1892 ingresaba en la Hermandad,

y propuesto aquel mismo año para el Obispado de

Zamora, renunció a él por consejo de D. Manuel.

En cambio, en 1896 le aconsejó que aceptara el

nombramiento con que había sido favorecido para

ocupar la sede de Sigüenza. Asistió el mismo D.

Manuel a su consagración, A los cuatro meses de

su entrada en la diócesis moría el Sr. Caparrós

en el santuario de Nuestra Señora de la Luz

(Murcia), donde había ido por indicación de los

médicos, que le habían aconsejado un clima

templado. D. Manuel, por petición del Sr.

Obispo, tuvo el inefable consuelo de asistirle

Page 148: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

en los últimos momentos, y de cerrarle los ojos

después de muerto. Al ser depositados sus restos

en el santuario de Nuestra Señora de la Luz,

junto al altar mayor, D. Manuel, dominado por la

emoción, no se pudo contener, y exclamó

dirigiéndose a uno de los Operarios que le

acompañaban: «¡Qué envidia le tengo por estar

enterrado cerca del Sagrario!»

El Señor satisfizo sus deseos. Después de

muerto, fue trasladado D. Manuel al Templo de la

Reparación, y depositado junto al presbiterio de

aquella hermosa capilla, que él había construido

para que en ella estuviese continuamente

expuesto a la veneración de los fieles Jesús

Sacramentado.

AQUELLA IGLESIA DE MADRID

Atraíale entre todas las de la capital de

España. En los numerosos viajes que hizo a

Madrid, unas veces para tratar con las altas

jerarquías eclesiásticas y civiles sobre el

establecimiento del Colegio Español en Roma,

otras cuando planeaba la erección de un

monumento al Santo Ángel de España en el Cerro

de los Ángeles, cuando no era para acariciar más

de cerca sus proyectos de establecer un Colegio

de Vocaciones o un Templo de Reparación en la

gran urbe madrileña, o como lugar obligado de

paso a través de todas las rutas que enhebran

las distintas provincias de España..., «siempre

que se paraba en Madrid, dice el actual

Patriarca de las Indias, Excmo. Sr. Dr. D.

Leopoldo Eijo Garay, encontraba unos minutos

para visitar la iglesia del Corpus, sita en la

plaza del Conde Miranda».

No era sólo lo que allí le llevaba el

ambiente de recogimiento que se respiraba en

aquella iglesia, en contraste con el vértigo y

ruido de la calle, ni el ansia de saborear un

rato de silencio ante un Sagrario para

Page 149: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

desquitarse de la vida de aturdimiento en que le

hacían rodar sus empresas de celo, ni siquiera

la fama de santidad de que gozaba la Comunidad

de Madres Jerónimas, ni la salmodia acompasada y

tranquila de las religiosas que convidaba a las

efusiones del alma; otras iglesias recogidas

hubiera hallado y otros conventos con bisbiseos

musicales de monjas rezadoras. Lo que le movía a

buscar aquella entre todas las iglesias de

Madrid, era el que allí, a cualquier hora del

día, podía encontrar solemnemente expuesto al

Amor de sus amores, por quien él trabajaba y

viajaba y sufría.

En sus largos ratos de oración ante aquel

Sagrario, alguna vez cruzó su mente, tentadora a

insinuante, la idea, más bien la ilusión, de

convertir aquella iglesia en Templo de

Reparación y Expiación a Jesús Sacramentado. No

lo pudo conseguir en la tierra. Ni tuvo tiempo

para intentarlo siquiera. Sus actividades fueron

reclamadas por otros ministerios y su vida se

derramó en otros campos.

Pero lo ha conseguido desde el cielo. Cuando,

después de muchos años, sus hijos quisieron

establecerse en Madrid, la Providencia les ha

deparado precisamente la iglesia predilecta de

D. Manuel, que la autoridad eclesiástica ha

puesto a su disposición para convertirla en

Templo de Reparación y Expiación de los ofensas

inferidas al Señor, cumpliéndose así en Madrid

los deseos de aquel incansable andariego que

quería levantar en cada pueblo un Templo de

Reparación a Jesús Sacramentado.

Y LE ENCONTRABA ARROBADO

Había caído enfermo durante su estancia en la

ciudad de Burgos, en junio de 1904. Llevaba ya

varios días en cama y sufría tremendamente por

no poder celebrar la santa misa ni visitar a

Jesús Sacramentado.

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Llegó la fiesta del Corpus y durante los días

de su octava le acrecieron los deseos de visitar

al Señor, pero, como no podía realizarlo por sí

mismo, mandaba con frecuencia a la Sierva de

Jesús que le asistía, que lo hiciese en su

nombre, mientras lo suplía él con comuniones y

visitas espirituales.

Obedecíale la religiosa por terror de

contrariarle, pero lo hacía con mucho miedo y

llena de preocupación, pues los médicos le

habían dicho que no dejara solo al enfermo ni un

instante, porque corría el peligro de sufrir un

ataque cardíaco en cualquier momento.

Volvía sobresaltada la Sierva y al entrar en

la habitación dice que «le encontraba arrobado y

fuera de sí, completamente extático. Yo, llevada

por la emoción que sentía, me ponía a

contemplarle y cuanto más le contemplaba más me

parecía estar en la mansión de los justos...”

DON MANUEL DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Con toda razón pudiera llevar ese nombre

aquel que anhelaba consumirse delante del

tabernáculo como la lamparilla del altar y

quería ser como una enredadera plantada en torno

al Sagrario, para refrigerar con su presencia al

Amor de los amores, y soñaba con establecer en

todas partes la Adoración Nocturna y fundar en

todos los sitios la Asociación de Camareras del

Santísimo Sacramento y levantar en todas las

ciudades y pueblos importantes un Templo de

Reparación.

Vida intensamente eucarística la suya. Toda

ella giraba alrededor del Sacramento del Altar.

Al sonar el reloj, enviaba al Sagrario los

afectos más tiernos de su alma por medio de

comuniones espirituales. Cuando despertaba por

la mañana, le ofrecía al Señor las primicias de

su corazón, y cuando se desvelaba por la noche

le enviaba un saludo de cariño a su sagrado

Page 151: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

tabernáculo y durante el día le visitaba varias

veces en su prisión sacramental.

Por todos estos motivos, además de las muchas

obras de celo que él emprendió, relacionadas con

la Sagrada Eucaristía, bien pudo un alma de las

que le conocieron de cerca llamarle «D. Manuel

del Santísimo Sacramento», y decir: «¡Sí, ese es

su nombre! El mismo que escogió otra alma

enamorada de la Eucaristía, la Vizcondesa de

Jorbalán, que no quiso ser llamada con otro

nombre que con el de Madre Sacramento, También a

él con toda razón podríamos llamarle «Manuel del

Santísimo Sacramento».

LO MAS IMPORTANTE

Locamente enamorado de la devoción al Corazón

de Jesús, solía decir de ella que proporciona a

las almas el mayor de los bienes. Siendo la

esencia de esta devoción el amor del Corazón del

Rey Divino y exigiendo como consecuencia lógica

en las almas que a ella se entregan un ansia

viva de reparar las injurias que se infieren al

Señor, quería D. Manuel ,que sus imágenes

reflejaran estos dos sentimientos: caridad y

dolor.

En cierta ocasión un sacerdote, que le había

oído hablar muchas veces de las dos cualidades

que debían reunir las imágenes del Sagrado

Corazón, compró una que le satisfacía

plenamente, En la primera ocasión que tuvo fue a

ver a D. Manuel para darle cuenta de la

adquisición de la imagen. Oyóle éste con mucho

agrado la pintoresca y detallada descripción que

aquel enamorado sacerdote hacía de su Corazón de

Jesús, pero desconfiando un poco de que

respondiera plenamente a las dos condiciones

antedichas, le contestó que no había nacido aún

el escultor a ;quien Dios le inspirara esa doble

idea del amor y del dolor.

Insistió el sacerdote y D. Manuel, para darle

Page 152: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

gusto, a pesar de sus muchas ocupaciones,

accedió a ir personalmente a la parroquia y ver

la imagen en cuestión. Después de haberla

examinado atentamente dijo:

-¡Bien! ¡Muy bien! Pero sólo expresa el amor.

Es más un Salvador que un Corazón de Jesús. ¡Aun

no ha nacido el escultor!...

Volvió a insistir el sacerdote, llevado por

la confianza que tenía con D. Manuel, pues había

sido alumno suyo en el Colegio de Tortosa, y le

decía que se fijara bien y vería cómo en

realidad expresaba maravillosamente los dos

sentimientos de amor y de dolor. Entonces D.

Manuel, dándole un golpecito en la cabeza,

añadió:

-¡Mira, mira; haz buena fiesta, y lleva mucha

gente a la comunión, que es lo más importante!

-Bueno; mas para que todo resulte bien, ha de

quedarse usted aquí y celebrar la misa solemne

y... predicar en ella.

-Aceptado, contestó D. Manuel, Y aquel día,

en la iglesia de Vall de Uxó, se vieron lágrimas

en muchos ojos, arrancadas por el fervorín

encendido del predicador.

EL JESÚS DE SU SAGRARIO

Se hallaba en cierta ocasión en Valencia, en

el colegio de la Compañía de Santa Teresa,

hablando con la Superiora General de las

Teresianas.

Conocedora esta Madre de la devoción de D.

Manuel al Corazón de Jesús, quiso darle una

grata sorpresa, enseñándole una imagen grande y

hermosísima del Corazón Divino ,que acababa de

adquirir. Le llevó a la capilla y,

mostrándosela, le dijo llena de satisfacción y

esperando una respuesta de plena aprobación y

complacencia:

-¿Qué le parece a usted, D. Manuel? Es

hermosa, ¿verdad? ¿Le gusta?

Page 153: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Y él con una sonrisa en los labios, para que

no se molestara la religiosa, pero con un gesto

de indiferencia semidibujado en su rostro,

contestó:

-¡Psch! Tengo un Corazón de Jesús tan

precioso en el Sagrario que no puede gustarme

ninguna imagen suya!

FERVORES MARIANOS

Un corazón tan afectuoso y tierno como el de

D. Manuel no podía menos de amar ardorosamente a

la Reina de los Cielos. Bebió este amor a la

Virgen en el regazo de su madre y en el ambiente

de su pueblo, saturado todo él por el perfume de

la devoción a Nuestra Señora de la Cinta. Nutrió

este amor durante sus años de seminario con la

práctica de los obsequios que en honor de la

Señora hacía todos los sábados y particularmente

en el mes de mayo.

Propagó y contagió sus fervores marianos,

hablando de María a sus compañeros durante su

vida de seminarista, y después de sacerdote,

cuando estuvo al frente de la Congregación de la

Inmaculada y San Luis Gonzaga, de Tortosa, a la

que dio vigoroso impulso. Siendo profesor del

Instituto cogía a sus alumnos al salir de clase

en las tardes del mes de mayo y con ellos iba a

una iglesia para hacer juntos el ejercicio de

las flores. Reunía a profesores y alumnos en las

principales festividades marianas y les dirigía

sentidas pláticas sobre las virtudes de la

Señora. Siendo Director de la Hermandad, sembró

en todos los seminarios y colegios la semilla de

esta bendita devoción propagando la solemne

celebración del mes de mayo, la conmemoración

mariana del sábado y el rezo de la felicitación

sabatina.

En todas las fiestas de la Virgen celebraba

la misa en su honor. EP día del Carmen buscaba

un altar a Ella dedicado. Si en esa fecha se

Page 154: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

hallaba en Valencia, como en el resto de las

iglesias de la ciudad se conmemora el Triunfo de

la Santa Cruz, se iba a la iglesia de los PP.

Carmelitas para poder celebrar la misa de la

Virgen. fue muy devoto de María bajo el misterio

de su Concepción Inmaculada, pero la advocación

que más le llenaba era la de Nuestra Señora del

Sagrado Corazón.

Nombres marianos jalonan las fechas

principales de su vida. A la Virgen de la Cinta

le presentó su madre recién nacido, siguiendo la

bendita costumbre de las mujeres tortosinas. En

vísperas de su sacerdocio, y como preparación

para recibir la ordenación sacerdotal, profesó

en la Congregación de la Virgen de los Dolores.

A los pies de la Virgen de la Aldea, planeó sus

primeras labores apostólicas. Bajo la mirada

maternal de la Virgen venerada en la hornacina

del Arco del Romeo, surgió en su mente, como un

chispazo, la idea de dedicarse al problema de

las vocaciones sacerdotales. Una imagen de la

Virgen presenció la inspiración de la Hermandad

en la iglesia de Santa Clara. En un convento

mariano, el de los PP. Carmelitas del Desierto,

se puso la primera piedra de este benemérito

Instituto, que nació y se desarrolló bajo el

patronazgo de la Inmaculada Concepción.

En los momentos de apuro siempre acudía a

María. Cuando en septiembre de 1890 se disponía

a marchar a la Ciudad Eterna, para empezar a

tratar personalmente sobre el establecimiento

del Colegio Español, se dirigió a Zaragoza, para

poner bajo la protección de la Virgen del Pilar

un asunto de tanta trascendencia para el futuro

espiritual de España. Y antes de emprender los

viajes que hubo de hacer a Roma por este motivo,

además de sus frecuentes visitas a la Virgen de

la Cinta, iba a la ermita de Nuestra Señora de

la Petja, cerca de Tortosa, a la que tenía mocha

devoción; para encomendarla lo que él llamaba

«la colosal empresa».

En 1891, cuando se hallaba en Barcelona,

camino de Roma, con la entusiasta peregrinación

de jóvenes de las Congregaciones Marianas que él

Page 155: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

había promovido, antes de salir de la Ciudad

Condal hizo celebrar una función solemnísima

como homenaje de despedida a la Virgen Santísima

en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.

Después de muchos contratiempos y

dificultades de todo género, se abrió el Colegio

Español el 1 de abril de 1892, primer viernes de

mes y cumpleaños de D. Manuel, En aquella fecha

memorable quiso que la Virgen, que había sido la

abogada de aquella empresa, recibiera sus

obsequios y los de sus hijos, los primeros

alumnos del Colegio Español. Reunióles para este

fin en el templo del Sagrado Corazón y celebró

la primera misa en el altar de Nuestra Señora

del Sagrado Corazón.

Y cuando hizo su último viaje a la Ciudad

Eterna, a pesar de sus muchos achaques, no quiso

dejar de ir a dar las gracias a la Reina del

Cielo y celebrar la santa misa en aquella

iglesia de Santiago de los Españoles, que

conservaba tantos recuerdos, en el altar de

Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

Amor mariano, en fin, rezumaba su dirección

espiritual. Entre sus dirigidas formaba coros

para la «Corte de María». «Siempre que hablaba

de la Virgen se paraba para saludarla

mentalmente» .

Con viva emoción recomendaba el escapulario

de la Virgen del Carmen, que él llevó durante

toda su vida y vestido con él murió, conforme a

los deseos formulados en aquellas palabras: « El

escapulario es mi escudo, mi defensa, mi

esperanza, porque representa el amor, la

protección y las promesas de mi madre.»

«¡Yo lo venero y lo estrecho contra mi

corazón, escapulario amado! Yo ruego a mis

parientes y amigos que no lo separen de mi pecho

jamás; que me dejen morir con él y lo sepulten

conmigo, porque quiero que adorne mi cuerpo

muerto la condecoración de que hice más estima

en mi vida.»

JOSEFINISMO

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En nuestra patria, dice D. Antonio Tomes, en

su «Vida de Don Manuel», desde Santa Teresa para

acá pocos han contribuido tan eficazmente como

D. Manuel a extender y arraigar entre los fieles

la devoción a San José.»

Devotísimo siempre del glorioso Patriarca, su

amor a él «Creció a raíz de su dedicación al

apostolado de las vocaciones sacerdotales. A él

acudía cuando en su ministerio tropezaba con

alguna dificultad, y para prevenirlas empezaba

por poner .bajo su patrocinio todas sus empresas

vocacionistas.

Los días 19 de cada mes le ofrecía

invariablemente la Santa misa, además de otras

muchas entre año, sobre todo en momentos de

apuro. Durante el mes de marzo acostumbraba

obsequiar al Santo con «ramilletes espirituales»

, ya desde sus primeros años de sacerdocio.

Ni se contentaba con practicarla él sólo.

Habiendo catado los resultados admirables de

esta bendita devoción, aconsejaba a sus

colaboradores que echasen mano de ella como de

seguro talismán en todas su angustias y

tribulaciones. A uno de ellos le recomendaba que

pusiera todos sus asuntos en manos de San José,

«que el Santo tiene travesuras que sorprenden

más de una vez, para los que son humildes». Y a

otro le decía: « Veo eso del Seminario.

Encomiéndelo a San José; que el Santo hace de

las suyas en asuntos de vocaciones. En Valencia

está triunfando...»

Por eso todas las casas que fundaba las ponía

bajo el patronazgo del glorioso Patriarca y las

daba a conocer con el nombre de «Colegios de San

José» . Así el de Tortosa, Valencia, Murcia,

Orihuela, Plasencia, Lisboa, Burgos, etc. ¡Con

qué fruición recordaba a los colegiales de

Tortosa, ya en el ocaso de su vida, que la mano

bendita de San José había amparado desde su cuna

a la Obra de las Vocaciones Sacerdotales!

«A la sombra del árbol de San José han

brotado miles de vocaciones, y las ramas de este

Page 157: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

árbol se han extendido más allá de los límites

de nuestra Patria, hasta América, y bajo su

sombra se han reunido de todas partes jóvenes

que no se conocían allá, junto al Tíber, para

entonar un himno que les era ignorado y allí

cantar también:

«¡Oh José, de la Iglesia Patrono,

Padre amante de su Fundador !

No la dejes en triste abandono !

¡Sálvala del impío furor... !»

Y este himno se canta en lengua portuguesa

por corazones juveniles, que no se avergüenzan

de llamarse josefinos, y que se convierten en

pregoneros de San José y de su Obra...»

Pocas veces hablaba a los seminaristas sin

,que mentara al glorioso Patriarca, de cuyo

culto y devoción se había ofrecido ya en 1868

como incansable propagador. Y a fe que lo logró.

Difundió en los colegios y seminarios la

práctica de los Siete Domingos de San José, que

él hacía ininterrumpidamente durante todo el

año, así como el ejercicio de la «Felicitación

Josefina» en los miércoles, principalmente en

los del mes de marzo.

Estampó su espíritu en las Constituciones y

lo transmitió a la Hermandad que cada año

organiza sus campañas pro Seminario bajo la

protección de San José, y contagió sus fervores

a sus hijos, los Operarios, los cuales por ello

han merecido el glorioso nombre de «Josefinos»,

y mediante ellos ha saturado de josefinismo los

seminarios que dirigen o han dirigido en España,

Roma, Portugal y Repúblicas Americanas.

LOS 150.000 DUROS DE SAN JOSÉ

De su fe ciega a ilimitada confianza en el

valimiento de San José hay numerosos casos.

En noviembre de 1892 andaba D. Manuel por

Page 158: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Roma, ocupado en buscar una casa para instalar

definitivamente su Colegio Español. Había

visitado bastantes y hasta tanteado la compra de

alguna. Entre todas había una que le llenaba de

momento y por la que le pedían 150.000 duros.

No era D. Manuel hombre a quien intimidase la

cuestión del dinero, cuando veía alguna

conveniencia para los objetos de la gloria de

Dios. Entonces no disponía del capital necesario

para adquirir aquella casa, pero tenía confianza

de que San José se lo había de mandar.

«Lo único que nos falta es la cuestión del

edificio, pues el movimiento está dado ya. De

modo que haga empezar los Siete Domingos de San

José a los colegiales, para que el Santo nos

envíe una bolsa de 150.000 duros que vale el

edificio predestinado para Colegio y tal vez nos

le den por 100.000.»

Los 150.000 duros no llegaron, pero las

súplicas a San José no fueron estériles. Llegó

otra cosa mejor. El Papa León XIII le entregó

para Colegio Español el Palacio Altemps, que

seis años antes había comprado él por 1.300.000

liras.

Y además San José le regalaba otra cosa: una

carta oficial del Cardenal Secretario de Estado,

en la que alababa a la Hermandad y manifestaba

ala satisfacción del Santo Padre por ver

asociado a la reciente fundación del Colegio

Español de Roma el nombre de una Hermandad tan

benemérita».

UN BELLÍSIMO DESATINO

Fue tan devoto de los santos ángeles y

propagó de tal manera el culto a estos

celestiales espíritus que con razón se le ha

podido llamar «el apóstol de la devoción a los

santos ángeles en el siglo XIX».

A ellos les encomendaba todos sus asuntos. Al

pasar por las parroquias saludaba a los ángeles

Page 159: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

custodios de ellas, y mandaba a sus Operarios

que todos los días rezasen a los ángeles

encargados de las diócesis donde trabajaban,

encomendándoles el éxito de sus empresas de la

máxima gloria de Dios. Cuando emprendía un

viaje, tenía buen cuidado de rezar al Ángel de

la Guarda, para que le llevase a buen fin y le

evitase todo peligro en el camino.

Algunas veces estos celestiales espíritus

premiaron de manera portentosa la confianza que

en ellos depositaba.

Por los años 1902 ó 1903 andaba el Cardenal

Sancha, Arzobispo de Toledo, proyectando la

fundación de una especie de Congregación

religiosa o, al menos, un internado donde formar

lo que él llamaba «Camareros para sacerdotes» .

Creíalo de urgente necesidad para la mejora del

clero; pero como él, abrumado por el peso de su

inmensa diócesis, no se podía dedicar de lleno a

esta Institución, habló con los Operarios de

Toledo para que se encargaran de ella,

presentándosela como complemento de su Obra de

formadores del clero. De la cuestión económica

les dijo que no se preocuparan, pues todos los

gastos corrían de su parte.

No les satisfizo a ellos la idea o, al menos,

no pudieron convencerse de la necesidad de

aquella Obra, y menos de la conveniencia de

lanzarse a una empresa que necesariamente les

había de restar personal y fuerzas, cuando

precisamente sufrían una escasez abrumadora de

Operarios. No se atrevieron, sin embargo, a

oponerse abiertamente a los planes del Sr.

Cardenal, y, como esperaban ver a D. Manuel por

Toledo en aquel mismo curso, prefirieron no dar

una respuesta definitiva hasta su llegada.

Llegó por fin D. Manuel a Toledo. El Cardenal

Sancha le esperaba impaciente para hablarle

largamente de su pretendida fundación. Los

Superiores del Seminario pusieron en

conocimiento de D. Manuel los planes del Sr.

Cardenal, antes de que fuera a visitarle, y

tampoco le gustaron; de tal modo, que dijo .que

trataría de convencer al Sr. Cardenal de lo

Page 160: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

descabellado de su proyecto, y en caso de que

éste insistiera, que estaba dispuesto a no ceder

ni un ápice en este punto.

Enterado de la llegada de D. Manuel a Toledo,

invitóle a comer el ilustre purpurado, movido,

según la apreciación de todos, no sólo del

afecto que le profesaba, sino del deseo de tener

ocasión de hablar más despacio sobre el asunto

de los Camareros.

Cuando salía D. Manuel del Seminario para

dirigirse al Palacio Arzobispal, no faltó quien

le preguntó un poco burlonamente:

-¿Va usted preparado?

-¡Sí, hombre! ¡No tengo que decide más que

es... un bellísimo desatino!

-¡Por Dios, D. Manuel, vea usted cómo se lo

dice...! ¡Está encariñadísimo!

-¡Bueno, bueno! Lo encomendaremos durante el

camino al Ángel de la Guarda del Sr. Cardenal...

-¿Qué? ¿Qué? ¿Qué ha pasado, D. Manuel? -le

preguntaron cuando volvió a casa. ¿En qué ha

quedado con el Sr. Cardenal?

-Pues en nada; lo encomendé a su Ángel. Hemos

estado allí más de dos horas, entre la comida y

la sobremesa. Hemos hablado largo y tendido de

infinidad de cosas, y, como si el Ángel se lo

hubiera borrado de la memoria con una esponja,

no ha tocado para nada el tema de los Camareros.

¡AL HABLA CON EL ÁNGEL DE LA GUARDA !

Ni era él sólo el que encomendaba sus cosas a

los ángeles. Algunas almas, que se dirigían con

él y que de sus labios habían aprendido la

hermosa y provechosa devoción a estos espíritus

celestiales, hacían a veces lo mismo.

Era D. Manuel Capellán de las monjas de Santa

Clara. En aquel convento no sólo atendía a las

religiosas, sino a otra infinidad de almas que,

atraídas por el perfume de sus virtudes, acudían

a su confesonario.

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Una de estas dirigidas de D. Manuel testifica

que repetidas veces la ocurrió lo siguiente:

Iba de madrugada a San Clara para confesarse,

y D, Manuel, que solía ser puntualísimo,

entretenido en otros quehaceres, tardaba a veces

en llegar. El tiempo se la pasaba a la joven y

la hora de sus inaplazables ocupaciones se la

echaba encima. Cuando ya no le restaban más que

unos minutos disponibles para la espera,

conocedora de la familiaridad con que D, Manuel

trataba a su Ángel de la Guarda, acudía a él con

plena confianza diciendo:

-Ángel de mi Padre Sol, dile que venga.

Y en seguida se presentaba D. Manuel, que sin

aire de enfado, antes con la sonrisa en los

labios, la reprochaba su atrevimiento con estas

palabras:

-¡Qué importuna eres en llamarme por mi

Ángel!

Y luego se sonreía, como no dando importancia

a aquel hecho, y la confesaba.

EL ÁNGEL CUSTODIO DE ESPAÑA

Como cifra y compendio de su acendrado amor a

España, fue D. Manuel devotísimo del Santo Ángel

Custodio de nuestra Patria a incansable

propagador de esta bendita devoción. Ideó

primero y mandó dibujar después a un famoso

artista catalán una hermosa estampa del Santo

Ángel de España, en la que aparece éste en el

centro sosteniendo el mapa de la Península y

defendiéndole de los embates del demonio. A sus

lados. la Inmaculada, Santiago y Santa Teresa de

Jesús, y encima, el Sagrado Corazón de Jesús con

esta inscripción: «Reinaré en España».

En menos de un año hizo repartir más de

85.000 de estas estampas y 90.000 hojas

volanderas, estableció en todos los rincones de

la Patria la «Pía Unión de oraciones al Santo

Ángel de España» , que dio a conocer por primera

Page 162: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

vez en un artículo publicado en el «Correo

Interior Josefino», habiendo logrado poco

después establecer catorce Centros Diocesanos de

dicha Unión y obtenido para ella la bendición a

indulgencias de numerosos Prelados. dio a

conocer además este proyecto por medio de

artículos publicados en algunos periódicos, amén

de una hoja doble que con este fin exclusivo

editó y divulgó profusamente por toda España. En

su labor propagandística le ayudaron no poco la

«Revista de Santa Teresa» y la «Revista

Popular», de Barcelona.

Para dar mayor realce y vitalidad a sus

planes, llamar más poderosamente la atención de

los españoles hacia el Santo Ángel Tutelar de su

Reino, a implorar con más eficacia el patrocinio

del celestial espíritu sobre España, pensó

levantarle un grandioso monumento en el Cerro de

los Ángeles, centro geográfico de nuestra

Patria.

Con este fin hizo un viaje a dicho Cerro el

día 21 de abril de 1902. De aquella visita dice

uno de sus acompañantes:

«Divisamos desde allí (estación de Getafe)

perfectamente, allá en la llanura, el suspirado

Cerro. A su vista la cara de D. Manuel se animó

y alegre vivacidad se apoderó de toda su

persona. dio orden de emprender allá la marcha a

pie, sin guía alguno y sin que le arredrase la

fatiga. fue en esto engañado bienhechoramente

por el efecto de la perspectiva. Parecíanos el

montículo coronado de una esbelta iglesia

dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles, como

si estuviera allí, al alcance de la mano, como

si no distase más que un kilómetro...

D. Manuel dio orden de rezar vísperas y

completas para llenar el tiempo del camino. Pero

acabamos este rezo, y con asombro nos percatamos

de que el Cerro parecía tan distante como al

principio de la caminata. Recemos, pues. los

maitines y laudes, dijo D. Manuel. Y los tres

otra vez manos al Breviario y ¡hala, hala!, un

nocturno tras otro, y el Cerro, como si jugase

con nosotros, siempre alejándose.

Page 163: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Rezamos los laudes, y entonces ya pareció que

el montecillo se paraba a esperarnos. D. Manuel,

por si acaso, echó todavía mano del rosario y lo

empezamos juntos, y ¿quién diría que el dichoso

Cerro aun nos dio tiempo de acabarlo antes de

que llegásemos a su cumbre? Subimos, por fin, a

ésta y..., para poder penetrar en la iglesia y

poder saludar a la imagen de María que da título

al santuario, fuimos primero a la casa del

santero o ermitaño, quien, ni corto ni perezoso,

se puso a nuestra disposición. Descubriónos el

nicho del altar mayor, donde Aquél time su trono

y nuestro D. Manuel, enardecido de fervor al

verla, «cantemos la salve», dijo, y los tres a

coro cantamos la sublime antífona, diciendo D.

Manuel al fin la oración.»

Aquella tarde D. Manuel, acompañado del

Operario D. Joaquín García Girona y del celoso

sacerdote madrileño D. Luis Iñigo, recién salido

del Colegio Español de Roma, echó las primeras

líneas del anhelado proyecto que sus repetidas

enfermedades le impidieron realizar, aunque no

le pudieron guitar sus ilusiones, pues tres

meses escasos antes de morir escribía a D. Luis

Iñigo: «Del Ángel de España tengo ganas de

hablar con usted despacio».

La muerte vino a tronchar sus planes, pero

antes de expirar dejó la encomienda de levantar

el referido monumento a D. Luis, el cual había

trabajado tanto por su realización juntamente

con D. Manuel. El prestigioso sacerdote

madrileño no se dio punto de descanso por

cumplir el encargo de D. Manuel, pero habiendo

surgido el proyecto de dedicar aquel Cerro al

Sagrado Corazón de Jesús, «se guardó mucho de

entablar competencia piadosa», dejando aquel

asunto en manos de la Divina Providencia.

Sin embargo de no lograrse el proyecto del

monumento, no fue infecunda la labor de D.

Manuel en pro de la devoción al Santo Ángel de

España.

En 2917 salía a luz una novena al Santo Ángel

Custodio de España, escrita por uno de sus hijos

predilectos, Excmo. Sr. D. Leopoldo Eijo y

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Garay, actual Obispo de Madrid-Alcalá y

Patriarca de las Indias. Es un hermoso compendio

teológico-patrístico-escriturario acerca de los

Santos Ángeles, que el autor dedica a la santa

memoria de D. Manuel Domingo y Sol.

«De ti, amado Padre, dice, aprendí a venerar

y amar al Santo Ángel Custodio de España. En el

Pontificio Colegio Español de San José, de Roma,

con fervor piadoso y con patriótico ardimiento,

nos inculcabas a todos los alumnos esta santa

devoción. Por lo amor salgo a propagarla. ¡Que

lo venerada memoria cubra desde su primera

página mi pobre trabajo! Mejor que antes en la

tierra, puedes ahora desde el cielo lograr que

se extienda y arraigue.»

Esta novena llegó a manos del Rey Alfonso

XIII, el cual propuso la fundación de una Real

Asociación Nacional del Santo Ángel Custodio de

España y encargó a la Infanta Isabel que formara

la Junta Central, estableciéndose dicha

Asociación en la iglesia de San José, de Madrid,

en el 1919.

Dos años más tarde conmemorábase solemnemente

el segundo aniversario de tan gloriosa fecha,

predicando en aquella solemnidad otro hijo

predilecto de D. Manuel, el entonces

Penitenciario de Málaga y hoy Arzobispo de

Valladolid, Excmo. Sr. D. Antonio García y

García, que habló en aquella ocasión del Rvdmo.

D. Manuel Domingo y Sol, al que llamó «el gran

apóstol en nuestros tiempos de la devoción al

Santo Ángel de España». «¡Ah! ¡Cómo desde el

cielo gozará viendo que las semillas por él

derramadas ya se convirtieron en arbolillos

esparcidos por España y en árbol corpulento que

se yergue en la Corte misma del Reino».

En la dedicatoria de su sermón, que después

imprimió, decía D. Antonio: «Este folleto, sin

vacilación alguna, debo dedicarlo y lo dedico al

Rvdmo. Dr. D. Manuel Domingo y Sol. fue él un

propagandista ardiente y constante de la

devoción al Santo Ángel

de España, y a él se debe la restauración de

la simpática y sustanciosa devoción en nuestros

Page 165: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

días.»

Así es en realidad. D. Manuel comunicó su

espíritu a la Hermandad de Sacerdotes Operarios.

A través de ella se propagó notablemente la

devoción al Santo Ángel Patrono de España en los

seminarios españoles. Los sacerdotes salidos de

ellos la llevaron a los pueblos, y hoy día son

incontables las parroquias de nuestra Patria

donde todas las tardes se invoca al Ángel

Custodio de España, al menos con un Padrenuestro

en el rezo del Santo Rosario.

EL TOQUE DEL ÁNGEL

Amante de todas las glorias de su patria

chica, profesó Don Manuel una tierna devoción al

Santo Ángel Patrono de Tortosa. Según las

«Crónicas Dertosenses», decía D, Manuel a sus

paisanos, tratando de reavivar en ellos el

rescoldo del amor al Santo Ángel, créese que su

patronazgo se debe a un grande beneficio que

recibió esta ciudad en una peste devastadora,

que cesó al invocar su protección, «pues se vio

aparecer al Santo Ángel hacia la parte de la

ermita de la Providencia, teniendo una espada en

la mano) con la que quería ahuyentar aquel

azote.

El culto al Santo Ángel es antiquísimo en la

ciudad, remontándose el primer documento escrito

al año 1356, según el cual un Arcediano de la

Catedral de Tortosa costeó en dicho año una

imagen de plata del Santo Ángel, que es sin duda

la más antigua de las existentes en dicha

Catedral.

D. Manuel debió de profesar singular devoción

al Santo Ángel de Tortosa, no sólo por

tortosino, sino por haber nacido en la llamada

Plaza del Ángel y junto a la capilla que le

habían dedicado en aquella plazuela, y más aún

por haber visto la luz primera en una casa que

lleva muy marcada la protección de este espíritu

Page 166: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

celestial.

Hay una piadosa tradición que se remonta a un

tiempo inmemorial y que se confunde con los

orígenes de la devoción al Santo Ángel en

Tortosa, según la cual, cuando este celestial

mensajero se apareció sobre la ciudad para hacer

cesar la peste ,que la azotaba, tocó con la

punta de su espada en una casa de determinada

calle que, más tarde, y precisamente por este

hecho, fue llamada «la calle del Ángel».

En aquella casa, milagrosamente tocada, vino

a nacer siglos después D. Manuel. Esta tradición

se transmitió de padres a hijos y aun se

conserva entre los vecinos del barrio.

Sea de esto lo que fuere, lo cierto es ,que

D. Manuel fue devotísimo del Ángel de Tortosa,

como lo demuestran los siguientes hechos: Pagaba

con su dinero el aceite de la lámpara que estaba

continuamente ardiendo delante de su imagen en

la capilla del Ángel. Contribuía a sufragar los

gastos de su fiesta, que se celebraba con toda

solemnidad. Todos los años. aparte de otros

días, le dedicaba la misa en su festividad.

Editó y propagó a costa suya numerosas estampas

del Ángel de Tortosa. Reeditó, también a sus

expensas, una antigua novena al Ángel. Y dejó

una fundación para que con su renta se costeara,

después de su muerte, una misa cantada todos los

años el día de la fiesta del Ángel en su

capilla.

EL TESORO

Dedicado de lleno a la formación del clero,

sabía D. Manuel apreciar en su justo valor el

tesoro que para la Iglesia supone un sacerdote

ejemplar y Santo. No regateaba él sacrificios ni

sudores porque fueran competentes y dignos todos

los que salían de sus colegios.

Celebrábase en uno de ellos gran fiesta por

Page 167: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

la ordenación sacerdotal de un nutrido grupo de

sus alumnos. Los recién ordenados eran

continuamente agasajados por sus compañeros de

estudios, que ase morían de envidia» al verles

ya sacerdotes, y esperaban con impaciencia el

día feliz en que ellos pudieran tener la misma

dicha. D._ Manuel gozaba a torrentes viendo el

júbilo desbordante de los unos y las

impaciencias ardorosas de los otros, mientras

obsequiaba, según costumbre, a cada uno de los

ordenados con un libro titulado «Regla del

Sacerdote», en el que había escrito de su puño y

letra una expresiva y cariñosa dedicatoria.

En esto llegó la hora de la despedida. Los

neosacerdotes iban a dejar el colegio para

dirigirse cada uno a su pueblo y cantar la

primera misa en sus parroquias respectivas.

D. Manuel, que les había recibido de niños y

les entregaba a la Iglesia convertidos ya en

otros Cristos, no sabía separarse de ellos.

Hubiera querido multiplicarse para acompañarles

a todos en los momentos emocionantes de su

primera misa. Les hablaba. Les daba consejos.

Les hacía las últimas advertencias. Les precavía

de tales y tales peligros, y les hacía parar

mientes en los obstáculos con que habrían de

tropezar en su futuro ministerio.

Les acompañó hasta la puerta de la calle y,

después de haber acomodado a cada uno en la

«diligencian, con el cariño previsor de la más

amante de las madres, se adelanta al cochero y

le dice con mucha insistencia:

-¡Oiga, tenga mucho cuidado, no vaya a

volcar, porque lleva un tesoro!

Arrancó el coche y se perdieron en el espacio

los adioses y los ademanes de despedida, pero al

sencillo cochero se le grabaron tan

profundamente las palabras que le había dicho

aquel sacerdote venerable con los ojos

enternecidos y la voz temblorosa, que jamás

pudieron borrársele de la memoria:

-¡Oiga, tenga mucho cuidado, no vaya a

volcar, porque lleva un tesoro!

Page 168: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

LOS LLAMADOS Y LOS ESCOGIDOS

Su interés por despertar en el alma de los

niños la vocación sacerdotal era extraordinario,

y el cariño con que los mimaba, una vez que

habían traspuesto el umbral del colegio, era en

extremo exquisito.

«Toda mi vida fue mi director espiritual,

dice un sacerdote cuya vocación brotó y se fue

desarrollando a la sombra bienhechora de D,

Manuel. Además a él le debo, después de Dios, mi

vocación de sacerdote.

Era mi padre muy conocido de D. Manuel, que

se interesaba mucho por nuestra familia. Todavía

era yo un mal chicuelo, y ya Mosén Sol me seguía

la pista. En más de una ocasión le preguntó a mi

padre si había yo manifestado deseos de ser

sacerdote. Por esto se puede comprender la

grande alegría que tuvo cuando, acompañado de mi

padre, fui a Tortosa con ánimo de comenzar los

estudios de seminarista. Por aquel entonces se

abrió el Colegio de San Rufo, que por los días

en que yo solicité el ingreso estaba ya replete

de colegiales. No habiendo manera de que se

arreglara mi admisión, al día siguiente nos

presentamos de nuevo mi padre y yo en casa de D.

Manuel, a manifestarle con grande sentimiento

que nos volvíamos al pueblo, pues, según nos

dijo el sacerdote encargado de recibir y

aposentar a los alumnos, no había en San Rufo un

palmo de lugar disponible para un nuevo

colegial,

-¿Cómo es eso?, repuso D. Manuel; el niño no

se vuelve. Usted se queda aquí, me dijo

acariciándome. Vamos todos al colegio.

Pasamos revista a los dormitorios, que

estaban materialmente llenos; pero su corazón de

padre no tardó en encontrar un arbitrio para no

dejarme escapar, según me dijo. «Traiga usted su

colchón y extienda aquí su camita, dijo cerrando

Page 169: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

un ala de la puerta de su dormitorio. Dentro de

pocos días estará usted más desahogado, pues

muchos son los llamados, mas pocos los

escogidos; y usted debe ser de los escogidos».

En su claro discernimiento de las vocaciones

conoció que con el tiempo había de ser yo

ministro del Altísimo. Seguramente que si Mosén

Sol no se toma la molestia de buscarme

personalmente un lugar en el colegio, y llego a

volverme con mi padre, come ya era crecidito, no

pensara yo más en ser seminarista. Así que a D.

Manuel le debo mi vocación de sacerdote.»

MI PRINCIPIO SE LO DAIS TAMBIÉN

Su amor para con los ministros de Dios era

algo extraordinario. Jamás consentía que se

dijera que no había comida a ningún sacerdote,

aunque llegara tarde al colegio.

Más de una vez repartió caritativamente su

comida sin que el huésped lo notara para no

herirle lo más mínimo, y ocasiones hubo en que

el mismo D. Manuel se salió de su habitación

para cederla a un recién llegado.

«Tenga paciencia con los sacerdotes, decía al

Director de uno de sus colegios. ¡Por Jesús! ¡No

diga usted que prohibamos venir huéspedes

sacerdotes! ¡Ojalá vinieran todos los cojos y

mancos a guarecerse a nuestras casas! Molestias

darán; pero son sacerdotes, y la nota

característica de nuestra Obra ha de ser el amor

al sacerdocio en lo espiritual y en lo temporal,

Jesús lo recompensará. Hagan que se les atienda

bien en todo lo que sea conforme al reglamento.»

Y como lo aconsejaba, lo practicaba él mismo.

Había llegado tarde aquel día D. Manuel al

colegio y estaba empezando a comer, cuando

entreabriendo un poco la puerta del refectorio,

se oyó una voz cascada que decía: «¿Se puede

pasar?».

Uno de los fámulos salió en seguida a ver

Page 170: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

quién era el que llamaba y se topó con un

sacerdote ya muy entrado en años, párroco de un

pueblo de la diócesis de Tortosa.

-¿Qué desea, señor cura?

-Pues verás; yo soy el párroco de Orcheta, es

decir lo era, porque, como ya las canas no me

permiten atender debidamente a mis feligreses,

vengo de Palacio de decir al Prelado que nombre

un regente que se encargue de aquella parroquia,

He estado esperando mucho tiempo en la antesala

y otro buen rato en las oficinas de Palacio

además del tiempo que estuve con Su Excelencia.

Comprendo que es ya un poco tarde; pero como soy

tan anciano y ando tan mal de la vista, no me

atrevo a ir a comer a una fonda y he venido aquí

al colegio.. De modo, rapaz, que si...

-El caso es que ya es muy tarde. Hemos

servido ya la segunda mesa, y no queda nada. Lo

que se dice absolutamente nada, y además se ha

marchado ya hasta el cocinero.

D. Manuel, que estaba terminando de tomar su

plato de sopa y había seguido el diálogo que se

desarrollaba a la puerta del comedor entre el

anciano sacerdote y el joven seminarista,

levantóse de su asiento diciendo:

-Vamos a ver lo que dais al señor cura y sin

hacerle esperar; mientras le llevaba consigo a

la mesa y le hacía sentar a su lado.

El fámulo, un poco alarmado ante aquel gesto

de generosidad de D. Manuel, ,que les iba a

poner en un apuro, repuso:

-¡Pero, D. Manuel, si no queda nada!

-¿Cómo que no hay nada? ¿No hay huevos,

escabeche, fruta, en fin, alguna cosa?

-¡Lo tiene todo guardado el cocinero y

dispuesto para la cena!

-,¡Bien! Pues preparad en seguida una

tortilla. Y volviéndose hacia el fámulo que

tenía al otro lado, porque no lo oyera su

comensal, añadió: Y el principio que ibais a

servirme a mí, se lo dais también, y además un

poco de queso, fruta... ¡En fin, lo que haya! Y

para la noche, Nuestro Señor proveerá.

El buen párroco de Orcheta quedó prendado de

Page 171: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

la amabilidad de aquel sacerdote, y más hubiera

quedado de haber sabido que D. Manuel se quedó

aquel día sin principio, porque se lo sirvieran

a él.

EL CURILLA DEL REGIMIENTO

Era recluta de aquel año, y verificado el

sorteo, le había tocado a Cádiz. El pobre

seminarista teólogo, que apenas había salido de

casa sino para ir al Seminario, tenía no pocos

reparos de emprender un viaje tan largo como el

que se necesitaba hacer para trasladarse desde

Tortosa al Estrecho de Gibraltar, y sobre todo,

el tener que ponerse en camino por tal motivo.

La víspera de la partida llamaba un tanto

nerviosillo en la habitación de D. Manuel.

-¿Qué quieres, hijo?

-Pues vengo a despedirme de usted, porque

mañana he de salir para Cádiz, donde se halla de

guarnición el Regimiento al que he sido

destinado.

Mediaron unos consejos oportunísimos de padre

que siente amargamente la partida del hijo, y

que terminaban así:

-Y cuando te presentes en el cuartel no te

avergüences de decir que estudias para

sacerdote.

Un beso sonoro estampado en la mano bendita

del Superior rubricó la promesa que acababa de

hacer el novel soldado.

-¡Sí, señor; así lo haré!

Llegó a la ciudad andaluza el 3 de diciembre

de 1895, con otros quince muchachos de la

provincia de Tarragona.

Llegados al cuartel y recibidas las primeras

impresiones de la vida militar, les llamaron

para tomarles la filiación. Puestos en fila ante

la puerta de la oficina iban pasando de uno en

uno por orden de llegada. Un capitán gordinflón

y rechoncho, achaparradete y tostado, con

Page 172: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

señales claras en la mejilla derecha de haber

jugado con las balas y unos mostachos

kilométricos decorando su rostro, era el que les

interrogaba. A su derecha tenía de amanuense a

un cabo veterano, cansado de comer chuscos y

hacer relevos. Y en derredor, unos cuantos

oficiales con ganas de curiosear la pinta que

tenían los quintos.

Nuestro seminarista temblaba de pies a cabeza

y una batalla terrible se libraba en su

espíritu, porque no sabía qué hacer, si decir

que era aspirante al sacerdocio, como le había

prometido a Don Manuel, exponiéndose a las

cuchufletas de aquellos militares, o librarse de

aquel probable bombardeo pullesco diciendo que

estudiaba para inspector de Higiene.

En estos cavileos andaba, cuando le tocó el

turno.

-¿Cómo se llama usted?

-Francisco Forés.

-¿Qué oficio tiene?

-Soy seminarista.

-¿De modo que estudias para cura? Y saltó una

ráfaga de carcajadas que corearon a placer sus

conmilitones. Hasta el cabo chusquero, que se

había reenganchado dos veces y no acababa de

ascender nunca a sargento, dejó a un lado la

pluma y se puso a inspeccionar a aquel curita en

ciernes.

-Ya no tendremos necesidad de que venga el

páter al cuartel, porque desde hoy tenemos en

casa un cura que nos diga misa. ¡Bueno, bueno,

ya se puede usted retiran!

Salió el pobre seminarista completamente

apabullado, creyendo ,que iba a ser la irrisión

de oficiales y soldados. Mas no fue así. Todo el

mundo se enteró en seguida de que estudiaba para

sacerdote, y empezaron a llamarle «el curilla

del regimiento». Pero a aquel curilla le

respetaban todos, jefes y subalternos, por su

conducta intachable y su carácter simpático y,

además, porque el capitán aquel, que era un poco

juerguista, pero muy buen cristiano, le escogió

para escribiente en su oficina, y le permitía

Page 173: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

asistir mañana y tarde a las clases del

Seminario.

Antes de saberlo le escribía D. Manuel,

preocupado por su situación: «No conozco en

Cádiz ninguna persona a quien poderte

recomendar. Con todo, si algún día necesitas

algún apoyo, no tendría inconveniente en

escribir al Sr. Obispo en favor tuyo».

Mas no lo necesitaba ya el buen seminarista,

a quien el consejo de D. Manuel había colocado

en un lugar privilegiado. Lo que sí necesitaba

eran libros para proseguir sus estudios. Súpolo

el varón de Dios y envióle los tres tomos de la

Suma de Santo Tomás,

De cuando en cuando le mandaba cartas

cariñosas, en las que le daba atinados consejos:

«Acude con frecuencia al sagrario, y hazte

superior a todos los respetos humanos,

conservando tus convicciones, que, si lo haces

digno, no dejarán de respetarte todos».

Entraba y salía del cuartel el seminarista

soldado.

Mientras sus camaradas hacían la guardia o

cumplían el servicio cotidiano, él se dirigía al

Seminario Diocesano, para continuar sus estudios

de Teología. Nadie le molestó en los tres años

de «mili», porque supo ser fiel a su vocación,

gracias a la ayuda de Dios y al cuidado paternal

de D. Manuel.

LA COSECHA DEL DIABLO

Como padre amantísimo velaba D. Manuel y

hacía que sus colaboradores estuviesen siempre

alerta, atentos a procurar el bien espiritual y

aun temporal de sus alumnos.

Sabedor de los grandísimos peligros que

encierra para la vocación sacerdotal el período

de vacaciones, por hallarse los seminaristas

fuera de la vigilancia paternal de los

superiores, lejos del abrigo del Seminario, sin

Page 174: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

el control del reglamento y moviéndose en un

mundo erizado de escollos, procuraba aminorarlos

en cuanto podía con sus frecuentes cartas

saturadas de cariño y de unción sacerdotal, y

dirigidas especialmente a los alumnos que él

creía más necesitados.

Mas como este medio no resultaba siempre tan

eficaz como él hubiera deseado, andaba

acariciando la idea de dar con otro, cuya

efectividad fuera más duradera y decisiva, y

proyectaba suprimir en todo o en parte las

vacaciones de los aspirantes al sacerdocio en el

seno de sus familias.

Así lo dejan entrever aquellas palabras

suyas, referentes a una hermosa finca que se

quería poner a disposición de la Hermandad: «El

soto no nos serviría para el desarrollo de la

Obra; sólo podría servir acaso, un día, que por

hoy está lejano, si resolviésemos que los chicos

pasasen con nosotros las vacaciones en algún

sitio agradable.»

Y en otra ocasión, a los mismos alumnos del

Colegio de Tortosa: «Pedid hoy por la concesión

de otro local delicioso, que sirva un día para

pasar parte de vuestras vacaciones».

Esta palabra, cuyo solo recuerdo es

suficiente para alegrar el corazón y llenar de

ilusiones y planes la mente de los incautos

estudiantes, tenía para D. Manuel dejos de honda

tristeza y amargores de profunda melancolía.

«¡Ah, vacaciones! ¡Nombre que él sólo me

horroriza! Si aun para los que han empleado bien

las gracias de Dios, es tan fatal este nombre,

¿qué no será para los otros? Si yo pudiese, si

la estación lo permitiera, yo sería el primero

que trabajaría por abolirlas. Los estudiantes de

carrera eclesiástica son el pasto del demonio.

¡Las vacaciones son la cosecha del diablo!»

¡SI USTED LOS HUBIERA DE GOBERNAR !

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Había sido una providencia para Tortosa el

Colegio de San José. No sólo impidió que fueran

aumentando las bajas en las filas del clero

tortosino, sino que con las levas que cada año

iba sacando consiguió que el número de

sacerdotes de la diócesis de San Rufo rebasara

las cifras anteriores a la revolución.

Es lo, que de suyo era una gratísima

realidad, constituía sin embargo una seria

preocupación para el Secretario de Cámara del

Obispado, M. I. Sr. D. Ramón Fedó, el cual no

sabía qué hacer de tantos sacerdotes

disponibles. Las parroquias estaban debidamente

atendidas, las coadjutorías todas cubiertas. Los

conventos y colegios todos con su capellán y sin

embargo había siempre un número determinado de

neosacerdotes esperando colocación.

Devanábase los sesos el pobre Secretario con

el mapa de la diócesis encima de la mesa,

combinando fichas para encontrar modo de acoplar

debidamente todo su clero. Y a veces no veía con

muy Buenos ojos el que el Colegio de San José

llevara aquella marcha de superproducción y

ocasiones hubo en que dejó escapar su deseo de

que también el número de sacerdotes estuviera

sometido a la ley de las restricciones.

D. Manuel, por el contrario, no sentía

preocupación por el número, sino por la calidad,

No temía, antes la deseaba, «una inundación

sacerdotal». Ahora, que los quería santos y

competentes. Por muchos que diera el Colegio de

San José, nunca llegaría a convertirse en

realidad su aspiración de «tener un sacerdote en

cada familia». «De modo que, decía, formemos

buenos sacerdotes, y no nos apure lo de su

colocación».

«Muchos y buenos», decía el uno. «Buenos,

pero no excesivos», decía el otro. A pesar de

tener criterios distintos sobre este punto,

siempre se entendían D. Manuel y D. Ramón, los

cuales, por sus respectivos cargos, hubieron de

tratarse con mucha frecuencia.

Siempre que se presentaba ocasión, el Sr.

Secretario hablaba al fundador del Colegio sobre

Page 176: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

este asunto, diciendo que las nóminas no daban

para tanto, y que, siguiendo aquel ritmo, la

abundancia del clero iba a constituir un serio

gravamen para el erario diocesano.

Resolvía D. Manuel ésta y otras dificultades

con razones de orden espiritual; y respondiendo,

unas veces de bromas y otras en serio, pero

siempre con exquisita prudencia y cortesía,

salía airoso de aquellos encuentros con el Sr.

Secretario, el cual solía siempre terminar

diciendo:

«¡Sí, desde luego, tiene usted razón, tiene

usted razón; pero si usted, D. Manuel, los

tuviera que gobernar, es fácil que se contentara

con unos cuantos sacerdotes menos!»

LAS BIBLIAS PROTESTANTES

Si siempre era sumamente delicado en su trato

con los sacerdotes, extremaba hasta lo increíble

su delicadeza cuando se trataba de algún

despechado o extraviado, no sosegando hasta

volverle al buen camino, o al menos hasta agotar

todos los medios que tuviera a su alcance para

conseguir tal fin.

Había por aquel entonces un sacerdote

desviado, que viéndose en la miseria, se echó en

manos de los protestantes. Recibiéronle éstos

con bombo y platillo y le comisionaron para que

se dedicara a vender o repartir biblias y

folletos, propagadores de las ideas

pseudorreformistas.

Cayó una vez este desgraciado sacerdote,

casual propagandista del error, pero habitual

esclavo del vicio, en Tortosa, cargado con su

bagaje de publicaciones protestantes y dispuesto

a engañar a sus incautos y sencillos vecinos.

Alguien le llevó en seguida la noticia a D.

Manuel. El cual se levantó al instante de donde

estaba, como herido por un rayo, y encomendando

Page 177: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

el asunto al Señor, se dirigió calle abajo no

parando hasta dar con el infeliz ministro de

Dios, convertido en satélite del diablo. Con muy

finos modales y mejores razones, nuestro apóstol

le convenció por el momento de que cesara en su

nefanda tarea, y con un gesto de caridad

verdaderamente apostólica, le convidó a comer

con él. Le mimó durante la comida cuanto pudo, y

con el corazón inflamado en amor de Dios y en

caridad hacia aquel hermano desviado de su

sacerdocio, le habló de su tristísima y

lamentable situación y del peligro en que se

hallaba de perder su alma.

No sabemos si logró su conversión. Pero aquél

fue en verdad un golpe certero para su

conquista. Se incautó de los libros que llevaba,

que el mismo D. Manuel se encargó de arrojar al

fuego. Le acompañó después a la estación, y

despidiéndose de él le ofreció su amistad y

humildes servicios, logrando al menos de él

promesa formal de que no volvería a Tortosa con

tan malignas intenciones.

ENCUENTRO DE TRES SOLES

«A su lado, dice el P. Messeguer, S. J.,

parecía que no era posible la tristeza ni el

pecado». D. Manuel, en efecto, no sólo aconsejó

y predicó la virtud de la alegría, convencido de

su alto valor educativo y de su virtualidad

santificadora, sino que él mismo fue un ejemplo

vivo del más sano y puro optimismo .

El Cardenal Sanz y Forés, que le trató muy de

cerca y muy frecuentemente, afirma que «nunca le

abandonaba el buen humor» . En todas las

reuniones sacerdotales se le esperaba con

impaciencia y era aplaudida con entusiasmo su

llegada. «Siempre que, con motivo de la venida

de Mosén Sol, afirma un párroco, había reunión

de sacerdotes y seminaristas en casa de Mosén

Maspons, se producía en todos los corazones una

Page 178: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

paz y un agrado tan marcados, que más de una vez

me ha hecho meditar.»

En sus frecuentes idas y salidas hacía gala

de un ingenuo chispeante para amenizar la

conversación, y, una vez se había ganado la

confianza de sus compañeros de viaje,

encarrilarla por derroteros espirituales.

Subían en Tortosa a una diligencia una mañana

primaveral del año 1885 un sacerdote y dos

jóvenes recién casados, que después fueron

padres del seminarista que contó esta anécdota.

Comenzaba a salir el sol. Entre los viajeros

entablóse animada y alegre charla.

-Tenemos un tiempo estupendo, dijo uno, y hoy

nos va a hacer un día espléndido, a juzgar por

la placidez de la mañana y este hermoso

despertar del sol.

-Bueno, señores, dijo D. Manuel, debo

advertirles que, aunque la mañana no fuese tan

clara ni hubiera madrugado tanto el día,

hubiéramos ido igualmente alumbrados.

-¿Será posible?, preguntaron ellos admirados.

-¡Indudable! El sol no nos hubiera faltado

pues le llevamos en nuestra compañía. ¡Tengo...

por apellido Sol!

Rieron todos la peregrina ocurrencia y

entonces la señora repuso:

-Pues vamos acompañados de tres soles: El que

nos entra por la ventanilla, el de usted... y el

mío.

-¡ ... ?

-¡Sí!, es que yo me llamo Sol-devila...

UNA JOTA ARAGONESA Y UN CHISTE

EPISCOPAL

Alguien dijo de él que era «la salsa de todas

las conversaciones». Y lo era en efecto, sobre

todo en aquellas sabrosísimas a inolvidables

reuniones de después de comer, que él mismo

Page 179: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

provocaba y en las que invitaba a sus Operarios

a amenizarlas lo más posible, haciendo cada uno

gala de sus habilidades.

Y era, no ya interesante, sino hasta

edificante el ver a aquellos venerables

sacerdotes, cómo se esforzaba cada uno en

distraer santamente a sus hermanos, sacando a

relucir lo más lucido de su repertorio. Uno

relataba anécdotas interesantes de su vida, otro

contaba chistes regocijados de buen tono; éste,

al no saber otra cosa, recordaba cuentos

antediluvianos que hacían reír por ser de todos

archisabidos, y aquél salía por peteneras

cantando coplillas de sus Buenos años.

En estas reuniones no solían faltar los

números de música, y voces abaritonadas y graves

de bajo se mezclaban con otras cascadas por los

años, que entonaban cánticos en honor de la

Santísima Virgen y del Sagrado Corazón de Jesús.

Los más atrevidos se lanzaban con sus «solos»,

como aquel mañico que a pleno pulmón cantaba su

consabida cuarteta alusiva a la Coronación

canónica de la Virgen del Pilar:

«Te han ponido una corona

De oro, plata y pedrería ;

Y nosotros te pondremos

Nuestros pechos algún día. »

Y lo hacía con tal afinamiento y con tanto

gusto, que D. Manuel se la mandaba repetir para

paladear más despacio las bellezas de la música

y los primores de su voz.

Terminaban aquellas inolvidables reuniones

con la rifa de algunos objetos, que D. Manuel

tenía siempre dispuestos para este fin. Antes se

les hacía esperar y adivinar, y después él mismo

procedía al sorteo de los regalos que entregaba

al que acertara un número o sacara una cifra

determinada de un recipiente, donde habían sido

previamente colocadas. AL hacer el reparto de

los premios añadía siempre una enseñanza

espiritual o una moraleja a propósito con el

regalo.

Page 180: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

A una de estas rifas asistió en cierta

ocasión el Excmo. Sr. Don Salvador Castellote,

Arzobispo preconizado de Sevilla. D. Manuel

presentaba los objetos, que entonces fueron dos:

Una hermosa estampa de San Juan Nepomuceno y un

pequeño crucifijo, y el Sr. Arzobispo sacaba la

enseñanza moral de los objetos rifados.

Al entregar el primero de los dos premios al

agraciado, habló Su Excelencia del santo mártir

del sigilo de la confesión. Echaron suertes del

segundo y le tocó a un Operario muy voluminoso;

el cual, lleno de vergüenza tuvo que levantarse

a ir por el premio y besar el anillo del Sr.

Arzobispo entre las risas mal contenidas de sus

compañeros, que acaso nunca como entonces se

fijaran en su descomunal obesidad.

Postróse por fin a los pies de Su Excelencia

quien, al entregarle el crucifijo, hizo este

comentario: «El crucifijo tiene dos panes, una

ocupada por el Señor y otra vacía para

crucificar al agraciado». Y añadió aludiendo a

la parte vacía: «Por consiguiente, o hay que

aumentar el tamaño del crucifijo, o disminuir el

volumen del crucificado», riendo todos la feliz

ocurrencia del Sr. Arzobispo.

CON CARA DE PASCUAS

Tan entregado estaba en los brazos de la

divina Providencia que, con igual satisfacción

recibía las noticias prósperas que las adversas.

Había sido confiado a la Hermandad el año

anterior el Seminario de Chilapa, en la

República Mejicana, y se hallaba D. Manuel

preparando una segunda expedición de Operarios

que se hicieran cargo del magnífico Templo

Nacional de San Felipe de Jesús, situado en la

más importante calle de la capital de la

República.

Embarcaron éstos el 27 de Octubre del año

1899 y, después de una feliz travesía y arribo a

Page 181: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

la costa mejicana, al mes exacto de su partida,

llegaron a Méjico. En la estación les esperaban

dos hermanos de patria y de ideal, quienes,

después de los consiguientes abrazos, de las

preguntas de rigor y de un aluvión de noticias

que les dieron en un momento, para ambientarles

un poco, les dijeron lo siguiente: «También nos

ha ofrecido el Seminario de la capital y estamos

esperando la contestación de D. Manuel al

cablegrama que le hemos puesto».

«¡Estupendo!», comentaron alegremente unos y

otros; apero D. Manuel tardará en contestar,

añadieron los recién llegados, pues por estas

fechas no debe estar en Tortosa, sino en Roma.»

En realidad era una buena ocasión para la

Hermandad. pues se trataba del Seminario Mayor

en la ciudad de Méjico, que gozaba entre todos

los de la República del mayor prestigio en el

orden intelectual. Esto, que para la Hermandad

era no pequeña ventaja, ocasionaba también un no

pequeño gravamen, porque habría de enviar allí

bastantes Operarios para tenerlo debidamente

atendido.

Los de América insistían y volvían a insistir

en las conveniencias de la pronta aceptación y a

la petición de los de Chilapa unían la suya los

recién llegados a Méjico. Los cuales el 29 de

noviembre, es decir, dos días después de pisar

tierra mejicana, ponían también su

correspondiente cablegrama que terminaba con

estas palabras:

«Personal dispuesto.»

D. Manuel iba dando largas al asunto mientras

lo pensaba y estudiaba detenidamente, antes de

dar una respuesta definitiva. De cuando en

cuando alentaba sus esperanzas, enviándoles

frases como éstas: «Son ustedes unos valientes,

me admira su valor.»

Movido, más que por los ruegos de los suyos,

por el peso de su corazón que le impulsaba a

lanzarse a aquellos países tan necesitados de

clero, dio por fin su aceptación que fue

recibida por los de América con extraordinarias

muestras de regocijo. Preparados se hallaban

Page 182: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

éstos para instalarse en el Seminario de la

capital mejicana, cuando supieron que la

Autoridad Eclesiástica, mal informada por

quienes estaban interesados en que los Operarios

no ocuparan aquel Seminario, acababa de

cerrarles sus puertas.

Aplanados por aquella noticia y

desconocedores entonces de aquella misteriosa

urdimbre, que en pocas horas había cambiado tan

radicalmente el parecer del Sr. Arzobispo, los

Operarios escribieron descorazonados a D. Manuel

dándole la triste nueva. Este, en cambio, no se

impresionó lo más mínimo al saber la noticia, al

contrario, recibióla «con tanto contento y

conformidad, como si le hubieran dicho que

habían tomado solemnemente posesión del

Seminario».

La maledicencia le cerró las puertas de aquel

Seminario, pero la fama bien ganada de sus hijos

le abría poco después las de los de Cuernavaca y

Puebla de los Ángeles, en la misma República

mejicana.

LA MONJA FLAUTISTA

No es extraño que D. Manuel, que trató en el

confesonario a tanta gente y dirigió

espiritualmente a tantas almas, se topara de

cuando en cuando con alguna atacada de

escrúpulos: Como perito director de conciencias,

se daba buena maña para irlas curando poco a

poco de tan terrible enfermedad.

Una de éstas, religiosa de clausura, contaba

en una visita los apuros de su espíritu hasta

que D. Manuel halló para ella un remedio tan

eficaz como pueril.

«Entré en religión hace mucho tiempo. Todo

iba a pedir de boca hasta que el diablo hizo una

de las suyas. ¡Me entraron unos atroces

escrúpulos!... Que si tenía o dejaba de tener

vocación...; que si allí no hacía falta... ; que

Page 183: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

si el confesor y la Madre no me atendían ni me

entendían...; si me disipaba...; si el rezo...;

si... Aquello era un verdadero purgatorio.

Varias veces escribí a D. Manuel. quien

pacientemente contestaba mis cartas mandándome

que obedeciera y que me alimentara. Pero... ¡que

si quieres! Los escrúpulos iban en aumento,

menudeaban mis cartas... y tardaban más las

contestaciones. Llegó el día de Navidad y Mosén

Sol, ,que nos quería entrañablemente, nos mandó

un cajoncito con turrón, pastas, medallitas,

estampas y una flautita y un tamborcito de los

que venden en las ferias para delicia de los

chiquitines y tormento de los mayores.

Con la cajita vino una carta y en ella este

saladísimo párrafo:

«Para Sor Providencia (así me llamaban) este

pito y este tambor. Si el diablo la molesta con

lo que ella sabe, que salga al jardín y ahuyente

al enemigo con música.»

El día que recibimos la carta era el mismo

día de Inocentes.»

Y como el visitante preguntara a la monja con

un poco de guasa: «Y ¿qué, Sor, tocó usted mucho

la flauta?», respondió ella:

«No hubo necesidad; se me curó la enfermedad

de los escrúpulos como por ensalmo. No me quedó

más que un resquemorcillo cada vez que alguien

me preguntaba:

«¿Qué, Sor, no toca vuestra Caridad el pito y

el tambor?»

¡Santo remedio!, y muy parecido al que dio

San Juan Bosco a un dirigido suyo, que se

quejaba de lo mismo:

«Mira, hijo, cuando lo asalten esas dudas y

esas impertinentes manías..., lee «Bertoldo,

Bertoldino y Cacaseno» .

EL DIA DE INOCENTES

Relacionado con tantas religiosas, a muchas

Page 184: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de las cuales ayudó a dejar el siglo y a todas

aupó en su ascensión hacia la santidad, y

conocedor de la alegría un tanto burlona, aunque

ingenua, que reina en los conventos el día de

Inocentes, contribuía él también a aquella santa

algazara con lo que llamaba su «inocentada

epistolar».

Escribía en aquella ocasión camas

sabrosísimas a interesantes, saturadas de gracia

y humor, pero al mismo tiempo llenas de amiga»,

provechosas a instructivas, como la que dirigió

un día de Inocentes a las religiosas de San

Juan, y que dice así:

«A las reverendas Madres Carolinas, Rosas,

Dolores, Alcoverros, Piñols, Jardíns, y demás

presentes y futuras hijas benditas y demás

inocentes. Muy Reverendas en los Santos Juanes:

He recibido la comunicación oficial de vuestro

nombramiento de Inocentes; y, a decir verdad, si

yo hubiese sido nombrado Obispo en este día,

hubiera anulado tal elección por faltarle la

condición especial de inocencia, pues, a lo que

se ve, todas y cada una de ustedes reúnen más

picardías que las raposas de treinta años. La

única inocentada que han cometido es la de

dirigirse a mí, que soy tan candoroso, inocente

y bendito, y en esto han tenido fortuna.

Me piden ustedes ayuda y consejos. En cuanto

a lo primero, soy tan generoso, que desde hoy

pueden disponer de todas las deudas que tengo. Y

ya pueden estar contentas de que hoy por hoy no

sean más ,que ocho mil duros, que luego me

figuro serán más, y los réditos

correspondientes. Y para satisfacer estas deudas

que yo les cedo, las daré la bolsa de la

Providencia, y, además, mi crédito, que, como

tan lleno de deudas, ya pueden pensar que será

grande, pues, como suele decirse a lo moderno:

cuanto más se debe, más crédito hay. ¿Están

ustedes contentas? Pues convenido.

En cuanto a los consejos, como soy tan

candoroso a inexperto, apenas sabré decirles

algo. Pero ya que las veo a ustedes en el apuro,

del nuevo cargo, y que ustedes han de ir

Page 185: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

formando a la futura comunidad, me atrevo a

sugerirles unos consejos que encontré en un

pergamino viejo.

En primer lugar, procuren que las que hayan

de admitir no se hagan muy monjas, esto es,

aferradas a lo de «siempre se ha hecho», y

aquello de «tijeretas han de ser».

Voy a contarles un ejemplo. Un Provincial de

Agustinos fue a visitar un convento, no sé si de

sanjuanistas, y al entrar en la iglesia oyó a

las monjas que rezaban el salmo « Quam dilecta

tabernacula tua», y que, en lugar de esto,

decían: «Candileta tabernacula tua... » El

Provincial les advirtió que no lo hacían bien y

que no se decía candileta... Volvió a los tres

años, y encontró que lo decían como el primer

día, y llamó a la Priora para reprenderla, y la

madre Priora contestó: « ¡Ay, Padre Provincial!

Candileta ha sido, candileta es y candileta

será; y no se ponga con monjas, que no saldrá».

Con que, no las críen candiletas y tijeretas,

sino dóciles a la voluntad de Dios.

También convendría que a las novicias que han

de recibir, sin perjuicio de que lo practiquen

ya las de hoy, no se las acostumbre a ser

confeseras; y la Madre Maestra debe enseñarles a

saberse confesar, y decir lo que deben decir, y

no decir lo inútil. Y voy a decirles otro

casito. Aunque ustedes, como mujeres sabidas, ya

quizás lo sabrán.

Un bienaventurado confesor de monjas, no

confesaba más que a una, y le tenía aburrido y

malhumorado. Un compañero suyo, que tenía más

gramática parda, lo comprendió y le dijo que,

cuando se marchase fuera se ofrecía él a

confesar a aquella monja, si ésta no tenía

inconveniente. Vino el caso ,que aquel confesor

debía marcharse unos días, y propuso a su

penitenta si quería confesarse con su compañero,

que era bellísimo sujeto, y la pobre monja

accedió. Llegó el día señalado, y la monja

comenzó su acostumbrada perorata, gastando en

ello una hora de reloj. Cuando había acabado, el

confesor empezó a bostezar, y le dijo: «Mire,

Page 186: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

hermana, dispénseme, he pasado la noche con un

enfermo, y tenía sueño y me he dormido, y no he

oído lo que usted ha dicho. Habrá de repetirlo».

La monja accedió, bondadosa, y empezó otra vez

su arenga, y ya no le costó más que media hora

acabarla; y al terminar, el pobre confesor le

repitió: «Mire, hermana, habrá de dispensarme

otra vez: pines aun me he dormido». «¡Ay, pobre

Padre!, le dijo la otra. No se apure usted; ya

le diré la sustancia, y concluiré en seguida».

«¡Ay, hija mía! La sustancia, la sustancia, esto

es lo que estoy esperando hace hora y media, y

aún no ha venido. No me había dormido, no; pero

aguardaba la sustancia; y de aquí en adelante

cuidado que no me diga usted más que la

sustancia»

Conque, ustedes, reverendas Madres, no las

acostumbren a confesarse sin sustancia.

También debían cuidar de que no se volviesen

viejas, aunque entren en la edad de los años,

pues como decía una religiosa distinguida: «¡Si

las monjas muriésemos jóvenes, iríamos al cielo

derechitas; pero esto de hacernos viejas!...»

No vendría mal el precaver a las presentes y

futuras de aquello de «me toca» y «te toca» y

«la toca», que estas son «tocas» fatales. Y

sobre todo, les contaría un cuento aragonés, de

mucha sal y mucha jota; pero lo dejaremos para

otro año de inocencia. Y aquello de aquel pobre

vicario de monjas, que dijo: «Que si en los

tiempos de Job hubiese habido monjas, Job

hubiera perdido la paciencia...» y aquello que

sucedió al último Cardenal de Valencia; que

todas son cosas muy sabrosas y de buenos

consejos, etcétera, etc.

Pero ¡alto!, que esto no lo digo yo, sino que

lo encontré en aquel pergamino viejo, que tiene

ya lo menos cuarenta y siete años; y así, no

tengo yo la culpa. Y deben confesar que son

inocentadas, y no venga alguna a decir que esto

se dice por aquello de «a ti te lo digo Juan,

para que lo entiendas, Pedro». No, no: yo me

lavo las manos y «qui possit capere, capiat».

Conque basta de postres por esta vez, Cuando

Page 187: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

tenga necesidad de más, ya veremos si queda en

aquel cajón del pergamino.

Pero no sea todo inocentadas. En cambio de

estos postres, y del principio, dos pagas muy

fáciles de pagar: 1.ª, han de alcanzar del Niño

Jesús que me mande, cuanto antes, doscientos mil

duros, que éstos y muchos más necesita la gloria

de Dios; y 2.ª, que entre Vuestras Reverencias y

yo hemos de salvar todas las almas del mundo,

sin dejar ni una: Vuestras Reverencias con sus

oraciones, penitencias... y sacrificios; y yo,

siendo un apóstol del Corazón de Jesús. ¿Lo

harán?...

El mayor de los inocentes

MANUEL DOMINGO Y SOL.»

SU AMOR A LOS POBRES

Entre todos los rasgos de su fisonomía

espiritual se destaca la caridad para con el

prójimo. La de dar era la pasión dominante de D.

Manuel. No sólo predicaba esta virtud: «habrá

ocasiones, decía, en que es preciso socorrer una

necesidad, y apenas se puede; pues...

remediarlas sin poder; hacer este imposible, en

la seguridad de que la Providencia acudirá, pero

muy visiblemente...», sino que la practicaba

encontrando en su ejercicio uno de sus mayores

consuelos.

Visitaba con demasiada frecuencia el Colegio

de San José, de Tortosa, un pobre en demanda de

limosna. Como D. Manuel tenía mandado que no se

despidiera con las manos vacías a nadie que

llamase a las puertas de aquella casa implorando

socorro, el administrador no se atrevía a

contravenir sus órdenes, pero no veía con buenos

ojos que aquel pobre, por su atrevimiento y

desvergüenza, saliese ventajosamente favorecido

sobre los otros, quienes, por tener un poco más

de miramiento, no iban sino alguna que otra vez

entre semana.

Page 188: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

El buen mayordomo quiso regular un poco la

caridad de su Superior reglamentando las visitas

de aquel menesteroso. Pero antes de dar un paso

en firme quiso consultarlo con el mismo D.

Manuel. fue a su habitación y le pintó el caso

con el más negro colorido que pudo. Escuchóle

éste con toda serenidad y calma; por lo que el

previsor mayordomo creía que sus gestiones

habían de obtener éxito, y cuando esperaba la

confirmación de sus planes por parte de su

Superior, recibió de él la siguiente inesperada

respuesta, que le dejó completamente

desconcertado: «No hay remedio, hijo, debemos

practicar la caridad cuantas veces sea

conveniente, y, una vez convencido de la

necesidad, socorrerla, aunque para ello nos

veamos en el trance de vender hasta la camisa».

LA CASA DE LA PROVIDENCIA

Si Mosén Sol se hubiese contentado con ser

solamente un buen sacerdote, decía un señor muy

respetable, no habría en Tortosa ninguno de su

clase que pudiera darse mejor vida». Pero

prefirió emplear su dinero en obras de celo y de

caridad. Si se juntasen todos los donativos ,que

hizo, sumarían un capital respetable. Además de

las limosnas de ocasión que hacía y que eran

numerosísimas, tenía otras con, carácter de

periódicas. Se conservan todavía cuadernos en

los que apuntaba donativos de este género a toda

clase de personas: seminaristas, religiosas,

enfermos, viudas, y ordinariamente son elevadas

para aquellos tiempos: de 5 pesetas, 30 y hasta

de 50.

A otros les pasaba una especie de pensiones

fijas y a veces se daba el caso curioso de que,

a pesar de ser plenamente gratuitas y

voluntarias, si por haber estado ausente o por

inadvertencia no les pagaba en la fecha que

solía, se presentaban los interesados a D.

Page 189: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Manuel y hasta con exigencias, como si se

tratara de una obligación de justicia. El varón

de Dios se reía por lo cómico del caso y se

disponía a lo que él llamaba «saldar sus

deudas».

A veces, para evitar celos y envidias, hacía

sus donativos por terceras personas, a quienes

enviaba a remediar las necesidades de

determinadas familias, comprándoles cuanto

necesitaban: ropas, zapatos, medicinas. Eran

muchos los menesterosos a quienes pagaba el pan,

el alquiler de la casa, etc.

En ocasiones sus limosnas las hacía en forma

de préstamos, que después perdonaba en todo o en

parte.

Objeto particularísimo de su caridad eran las

Comunidades religiosas. El pobló de monjas los

conventos de su región, aparte de las

fundaciones nuevas que hizo; y son innumerables

las almas a quienes ayudó con su peculio

particular o buscó por otros medios la dote para

,que pudieran ingresar en Religión.

Su casa era indudablemente, como él decía, la

casa de la Providencia.

«Al salir cierto día de la comida, cuenta el

después Director General de la Hermandad, D.

Joaquín Jovaní, esperaban a la puerta de la

plazoleta del Colegio varios pobres para pedir

limosna. Me permití indicar que bien podrían

venir en otra ocasión, o no pasar de la puerta

de la calle; y D. Manuel me respondió con mucha

suavidad:

«¿No sabes que esta es la casa de la

Providencia?».

ESCABULLÍANSE POR LAS ESCALERAS

No deja de ser curioso el que las religiosas

de Santa Clara, sin él saberlo, recogían cuantas

monedas podían de las de cincuenta céntimos, de

plata, que entonces estaban en circulación, y

Page 190: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

con ellas pagaban a D. Manuel sus servicios de

Capellán. Como conocían su excesiva longanimidad

y sabían que si no encontraba en su bolsillo

medias pesetas, las daría enteras, las buenas

monjitas velaban por la economía de su Padre,

evitándole, sin él darse cuenta, lo que

estimaban dispendios excesivos.

Tenía, en efecto, este flaco: el de dar. Los

pobres lo sabían y bien que lo explotaban. A

veces se llegaban hasta la puerta del Colegio y,

aprovechando un momento de descuido del portero,

escabullíanse escalera arriba hasta la misma

habitación de D. Manuel. Este les recibía

sonriente, y les preguntaba cómo les había sido

posible llegar hasta allí, sin haber sido

detenidos por algún criado o fámulo, y dándoles

su limosna, les despedía con buenos consejos.

Otros no se atrevían a acercarse al Colegio,

porque los criados más de una vez, al verles tan

pesados, les habían echado con cajas

destempladas; pero sabían muy bien a qué hora

solía salir de casa, y sobre todo cuándo volvía

de celebrar de la Purísima y entonces le

asaltaban, y «había que ver, dice un testigo,

cómo afluían de las bocacalles».

A todos les recibía con cariño y para todos

tenía el consuelo de unas palabras cariñosas y

el alivio de una buena limosna.

BOLSILLOS INAGOTABLES

«Mis bolsillos son inagotables», solía

exclamar complacidísimo, cuando, al encontrarse

con una persona, se llevaba a ellos las manos

para sacar alguna cosa con que obsequiarla.

Dentro de casa tenía un lugar destinado para

despensa, que se encargaba de tener bien

provisto la generosidad de sus amigos, y que él

se cuidaba de vaciar obsequiando a todos cuantos

iban a visitarle. Jamás marchaba nadie con las

manos vacías de casa de D. Manuel. Cuando se le

anunciaba una visita, lo primero en que pensaba

era en el objeto que había de regalar al

Page 191: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

visitante. Y antes de despedirle, como colofón

de las muchas atenciones que le había

dispensado, repetía D, Manuel la consabida

muletilla: «¿Qué regalaré a esta almita?», y

dirigía sus pasos al almacén de cosas, y era un

encanto verle cómo iba de acá para allá buscando

un librito, un crucifijo, una estampa, un algo

que dar.

Y no sólo en casa; al salir de ella proveíase

bien de objetos que regalar, para poder salir

airoso en cualquier encuentro fortuito. Los

chicos de la calle ya lo sabían y no

desperdiciaban ocasión de hacérsele el

encontradizo. Para todos y siempre tenía D.

Manuel, junto con la palabra de aliento y el

encanto de una sonrisa, el gozo de un regalo.

POR LAS CALLES DE BURGOS

Acababa de salir de una enfermedad que le

sorprendió en Burgos, allá por el año 1902.

Durante el tiempo de convalecencia, solía salir,

al caer de la tarde, a dar un paseo por las

afueras de la ciudad. Antes de pasar el umbral

de la puerta, consultaba el estado de sus

bolsillos, y si no estaban a tono con su

generosidad, se daba media vuelta y hacía buena

provisión de dinero para sus pobres. Estos, que

sí están faltos de bienes de fortuna, no lo

están de olfato para calar la liberalidad de las

personas, una vez que probaron la de D. Manuel,

le esperaban todos los días a la puerta del

Colegio, hacia la hora del paseo.

Un día iba acompañado de varios Operarios y

algún sacerdote más; y un pobre, que por primera

vez se incorporó a la cuadrilla de los

habituales socorridos de D. Manuel, tomando la

delantera, se acercó a pedir limosna a uno de

los compañeros de Mosén Sol, hasta que otro de

los antiguos mendicantes le dijo con aire de

superioridad:

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«¡No, hombre, no; a esos no! ¡Al del medio!»,

señalando con el dedo a D. Manuel.

LOS MAS NECESITADOS

Otra vez, y también en Burgos, regresaba D.

Manuel del Convento de las Esclavas al Colegio

de San José; y en la calle, a cierta distancia,

vio a una pobre mujer sentada junto a una verja

de hierro.

Fijóse D. Manuel ya antes de llegar a la

altura de ella y dijo al que le acompañaba: «Esa

mujer es pobre y hay que darla limosna».

El acompañante le respondió: «Creo que no, D,

Manuel, porque aunque parece pobre, no es

mendicante» .

Mas él, no haciendo caso de la respuesta, se

acercó a ella, y la alargó una limosna, que

recibió sumamente agradecida.

«¿Ves?, añadió, a esta clase de pobres es

preciso entenderlos, porque ellos no se atreven

a pedir. Suelen ser los más necesitados.

Vosotros no los conocéis todavía.»

POR TERCERA VEZ

A veces los pobres, sin miramiento alguno,

abusan de su caridad, pidiéndole repetidas

veces. El, no obstante, aunque se daba cuenta de

todo, les atendía con cariño y con generosidad.

Había en Burgos una pobre, ya bastante

ancianita, que era una de las que habitualmente

le esperaban a la salida del Colegio de San

José, cuando se disponía a dar su paseo

cotidiano.. Cierto día, no contenta con haber

recibido ya la primera limosna, se fijó por

dónde iba D. Manuel, y dando un rodeo por una de

las bocacalles, se le hizo de nuevo la

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encontradiza. D. Manuel, al verla por segunda

vez, se sonrió y la dio de nuevo sin decirla

nada. Pero, habiéndola salido bien la segunda

tentativa, hizo la pobre una tercera, logrando

alcanzarle, ya de regreso, poco antes de que

entrara en el Colegio. D. Manuel la reconoció y

con la sonrisa en los labios, para no herirla, y

la limosna en las manos, la dijo donosamente:

«Pero, mujer, ¿cómo se las arregla para

correr tanto? Parece usted más vieja que yo, y a

todas partes llega antes...»

Recibió la limosna y se retiró un poco

apesadumbrada, y sin duda con el propósito de no

abusar más de la caridad de tan generoso

bienhechor.

EL CHOCOLATE DEL PADRE ESPIRITUAL

Un joven de humildísima posición solía.

confesarse con D. Manuel, atraído por el imán de

su santidad y la fama de sus virtudes y... no

sé, si en parte también, por el predicamento que

tenía de generoso y limosnero.

D. Manuel, que siempre se manifestó

desinteresado en el ejercicio de su ministerio

sacerdotal, en este caso salía hasta empeña. do.

Conocedor de la situación apurada de la familia

de su joven dirigido, no sólo cumplía con él el

oficio de maestro dándole sabios consejos, y el

de padre haciéndolo siempre con cariño, sino el

de bienhechor, pues terminaba siempre la

confesión con una buena propina.

Un día se acerca el joven al confesonario,

después de haber celebrado la miss el confesor.

D. Manuel se lleva instintivamente las manos a

los bolsillos y ¡cosa rara! los encuentra

vacíos.

-¡Mira chico, dispensa! Hoy no puedo darte

nada, porque me encuentro sin una perra. Lo he

dejado todo en casa.

-No se preocupe, D. Manuel, Esté usted

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tranquilo.

No lo estaba el generoso confesor y pensando,

pensando, dio en seguida con una magnífica

solución.

-¡Oye, ven conmigo a la sacristía!

Entraron en ella los dos. Las religiosas

sacaron el desayuno para Mosén Sol, que

consistía en una taza de chocolate y una

rosquilla. D. Manuel la cogió, dio la mitad a su

penitente, y del mismo modo se repartieron el

chocolate entre los dos, con la protesta

consiguiente de las pobres monjitas, que le

decían a grandes gritos que esperara y harían

para el inesperado comensal otro des. ayuno.

D. Manuel no quiso esperar, porque no tenía

tiempo; pero sí le tuvo suficiente para dar un

ejemplo de verdadera caridad a aquellas

religiosas y una prueba de amor sincero a aquel

joven, el cual quedó más contento que si hubiera

recibido la acostumbrada propina, por haber

tenido la dicha de participar del chocolate de

su Padre Espiritual.

HUEVOS Y LONGANIZA

Si con todos se mostraba generoso, éralo

sobre todo con las religiosas, por estar

consagradas al Señor, y de una manera especial

con aquellas que se dedican a las obras de

beneficencia. Trabajó cuanto pudo y ayudó

económicamente a las Oblatas del Santísimo

Redentor, para que se establecieran en Tortosa,

y después fue Director Espiritual de la

Comunidad durante bastantes años.

Mucho saben estas buenas religiosas del

espíritu de obsequiosidad de D. Manuel. Siempre

.que se presentaban a pedir en su casa, las

recibía lleno de gozo y con frecuencia entablaba

con ellas el siguiente diálogo:

-¿De dónde vienen las monjitas?

-Pues, Padre, venimos de pedir por las calles

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de Tortosa, del barrio del Jesús o de Roquetas.

-Bueno, bueno, ¿y dónde habéis comido?

-Ya hemos comido, Padre; no se preocupe.

-No lo creo, no lo creo; no me engañaréis.

Y llamando inmediatamente al fámulo, le

mandaba que bajase a la cocina y que el cocinero

les friese unas longanizas y un par de huevos

para cada una.

Cuando ya estaba todo preparado, después de

haberlas entretenido santamente con su amena

conversación, las invitaba a ir con él al

comedor y una vez que había bendecido la mesa.

como aun entonces ellas se excusasen, las decía:

«¡Hala, hala, lejos de melindres; comed y

callad». Y se marchaba para que comiesen con más

libertad.

EL CERDO DE LAS MONJAS

Fueron a felicitarle en otra ocasión el día

de su santo las mismas religiosas; y después de

convidarlas como él sabía hacerlo, las dijo:

-Os voy a regalar un cerdo grande, pero le

voy a matar en casa, no sea que la Superiora

tenga necesidad de dinero y lo venda.

No fue un cerdo el regalo de su santo de

aquel año, porque supo después que habían matado

ya tres, pero en cambio las obsequió con una

buena cantidad de judías y arroz, además de un

saco de harina, que agradecieron de veras las

pobres asiladas.

BIENVENIDAS SEAN

En el año 1873 las Hermanitas de los Pobres

paseaban las canes de Tortosa yendo de puerta en

puerta y pidiendo limosna para sus queridos

asilados. Aun no habían fundado ninguna casa en

Page 196: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

aquella ciudad.

D. Manuel, que se hallaba todavía en la

primavera de su sacerdocio, salió de su

domicilio para cumplir un deber de su sagrado

ministerio. Cuando vio de lejos a aquellas almas

caritativas, que tan generosamente se entregaban

al amor de Dios por medio de una vida heroica de

asistencia maternal a los pobres, sintió un

chispazo de alegría y le dio un vuelco el

corazón.

Llegado que hubo donde ellas se encontraban,

se paró y dirigiéndolas la palabra con aquella

cortesía y delicada amabilidad que robaba los

corazones, las dijo: «¡Bienvenidas sean! ¿Vienen

a fun. dar a Tortosa?»

Y habiendo recibido una respuesta negativa,

continuó: «¡Bueno! Ya tendrán la bondad de

pasarse por mi casa esta misma tarde!» Y

entregándolas su dirección, las despidió con una

ligera sonrisa.

Pasmadas quedaron las buenas religiosas al

ver la finura de trato y la santidad que

respiraba aquel joven sacerdote, a quien hasta

entonces no habían tenido el gusto de conocer.

Pero esta admiración subió de punto cuando, a la

tarde, fueron a visitarle como le habían

prometido, y, después de darles una buena

propina para sus pobres, las hizo tomar

chocolate, y las habló con un fervor

indescriptible de la bondad de Dios y de las

excelencias de la vida religiosa.

Salieron de aquella casa haciéndose cruces de

la obsequiosidad de su dueño, convencidas además

de que habían tenido la dicha de hablar con un

santo.

EL RESULTADO DE LA LOTERÍA

Cada uno de los Superiores del Colegio de

Tortosa jugaba aquel año una peseta a la

lotería, que les había regalado un amigo, y

Page 197: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

tuvieron la suerte de que fuera premiado el

número que llevaban. Les tocó la pedrea,

correspondiendo, por tanto, a cada peseta un

duro.

Comentaban jocosamente el caso, en medio de

la alegría general, en una de las sabrosas

reuniones de después de comer, y hacían las más

disparatadas cábalas respecto al destino que

habían de dar al importe del premio.

-¿Qué os parece que hagamos de las cinco

pesetas?, preguntaba D. Manuel.

Cada uno iba dando su opinión y manifestando

con ello sus gustos.

-Compremos una buena ración de caramelos y

tendremos para dar y para chupar durante largo

tiempo, decía uno.

-¡No!, repuso otro. Mejor será emplearlas en

unas docenas de pasteles, que en amigable charla

podremos pasar con la ayuda de una sabrosa

copilla, a invitaremos a D. Fulano y a D.

Zutano.

-Yo creo, añadió un tercero, que con estos

duretes debemos reforzar la providencia para

casos imprevistos.

Y así, uno en pos de otro, fueron todos

diciendo sus respectivos pareceres, resultando

distintos y confirmándose una vez más el adagio

latino «Quot capita, tot sententiae». Tantos

pareceres como individuos.

Intervino en último lugar D. Manuel diciendo:

-En vista de que no os ponéis de acuerdo, si

os parece, me entregáis a mí el dinero, y yo ya

sé qué hemos de hacer de ello.

Asintieron todos y fueron depositando cada

uno su duro en manos de D. Manuel; el cual

compró con ellos un saco de legumbres para las

pobres religiosas Oblatas, que andaban por

entonces muy necesitadas, quedando todos los

agraciados por la lotería satisfechos y

contentos con la solución tan acertada de D.

Manuel, y más aún las buenas religiosas que,

comentando después el caso, decían:

«Esto sí que es maravilloso, que nos toque la

lotería sin haber echado.»

Page 198: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

LA PAGA DEL DENTISTA

No era la justicia su virtud característica,

sino la esplendidez. Nunca se contentaba con dar

a sus servidores la paga estipulada o los

honorarios pedidos. Tenía la pasión de dar, y

siempre añadía a lo estrictamente debido una

buena propina.

Fue repetidas veces por el Colegio de

Tortosa, para arreglarle la dentadura, un

dentista de la localidad. Terminada su labor, se

despidió afablemente de D. Manuel, el cual quiso

pagarle al momento sus servicios. Excusóse el

dentista alegando las razones que en semejantes

casos suelen aducirse entre amigos: «No tenga

usted prisa. No se preocupe, que ya le pasaré la

factura».

Pero D. Manuel, que era extremadamente

escrupuloso tratándose de cuentas y a quien la

conciencia no le permitía ir el menor tiempo

posible cargado con deudas, no quiso esperar en

su casa la visita de la factura; y así, al día

siguiente dio dinero a su amigo D. Salvador Rey,

para que, al pasar junto a ella, entrara en la

casa del odontólogo y «le pagara religiosamente

lo que pidiera, y un duro más».

Rehuía el dentista el exceso del jornal,

alegando que ya estaba bien pagado.

«¡No, no!; yo le doy a usted lo que él me ha

entregado, decía D. Salvador. Y fíjese el

disgusto que proporcionaría a Mosén Sol si

dijera que no lo ha querido usted aceptar.»

Recibiólo por fin el estomatólogo, por no

contrariar a D. Manuel, al que quería muy de

corazón; y mientras tendía la mano a su amigo en

plan de despedida, no cesaba de repetir, como

queriendo excusarse:

-Este D. Manuel es imponderable, siempre el

mismo, siempre el mismo.

Page 199: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

EL SOBRE DE LAS QUINIENTAS PESETAS

Que apuros pasaba aquella buena familial Se

hallaba casualmente enredada en un lío tremendo,

del que no se podría ver libre sino adelantando

una buena cantidad de dinero. ¡Por lo menos, mil

pesetas! En casa no tenían ni cinco céntimos

disponibles, y el horizonte no se les presentaba

cargado de esperanzas.

En tan difícil situación acudieron a un

sacerdote amigo, el cual se puso desde luego

incondicionalmente a su disposición con cuanto

tenía, mas no era esto suficiente. Estrujando

mucho sus bolsillos pudo prestarles quinientas

pesetas. ¿Y la otra mitad?

Este sacerdote, a quien llamaban Mosén

Reverter, era a su vez muy amigo de D. Manuel y

además sabía por repetidas y propias

experiencias que el fundador de la Hermandad se

prestaba a sacar de estos y otros apuros

semejantes, siempre que estaba en su mano el

poder hacerlo.

Ni corto ni perezoso, le escribió una carta a

Tortosa, exponiéndole la triste situación en que

se hallaban aquellos sus conocidos y cómo él

había ,querido remediarla, pero que su cartera

no había podido llegar hasta donde su voluntad

llegaba y se había quedado precisamente a la

mitad del camino.

Contestó D. Manuel a vuelta de correo

diciéndole que con aquella misma fecha había

escrito también a la señora en cuestión.

rogándola que saliese al día siguiente a la

estación de Castellón de la Plana, donde

residía, pues él tenía que pasar por allí de

viaje hacia Valencia.

En efecto, aquella buena y atribulada señora

recibía una carta de D. Manuel, en la que decía

lo siguiente:

«Doña Dolores: Mañana, sábado, voy a Valencia

Page 200: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

en el tren de mediodía. Quisiera saludar a usted

en la estación.

Es de usted afmo. capellán, Manuel Domingo y

Sol, Tortosa, viernes, 15.»

Antes de la hora de la llegada del tren

esperaba aquella mujer en la estación para ver

qué la quería D. Manuel.

Después de unas breves palabras de saludo a

través de la ventanilla, la entregó un sobre con

quinientas pesetas que era la cantidad que le

había indicado Mosén Reverter.

Pasados unos meses tuvo éste que hacer un

viaje a Tortosa. Se dirigió al Colegio para

saludar a D. Manuel y hacerle entrega de las

quinientas pesetas, que tan generosamente había

prestado,

-Tome lo suyo, le dijo, mientras le alargaba

cinco billetes de cien pesetas cada uno.

-¿Qué dinero es ese?

-Los dos mil reales que le pedí yo, para

sacar de apuros a D.ª Dolores.

Y D. Manuel, sonriéndose y mostrando con un

ligero meneo de cabeza su inquebrantable

decisión de no recibir aquella cantidad, repuso:

«¡Pero, hombre, qué goloso eres; lo quieres todo

para ti. Mira, vamos a hacer esta obra de

caridad entre los dos.» Y no hubo medio posible

de que aceptara los cuartos prestados.

¡QUIEN FUERA MONAGUILLO !

Jamás dejaba sin obsequiar a quienquiera que

entrase en su habitación. Incluso los fámulos

que, por razón de su oficio, habían de hacerlo

con mucha frecuencia, siempre que entraban o

salían recibían de él alguna cosa.

Uno de ellos dice que, cuando, después de

haber hecho algún servicio a D. Manuel, se

disponía a abandonar su habitación, éste

infaliblemente le detenía diciendo: «Oye,

espera; que no lo he dado nada. Siquiera una

Page 201: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

peladilla...»

Los alumnos del Colegio se rifaban las misas

de D. Manuel. Todos querían ayudarle en el santo

sacrificio; por lo cual hubo de establecerse un

turno riguroso de acólitos. La semana que a cada

uno le tocaba, la pasaba felicísimamente,

disfrutando el placer inmenso de ver la devoción

con que D. Manuel celebraba la santa misa, y

además por la costumbre que éste tenía de

obsequiar a sus simpáticos monaguillos. Después

de dar gracias les subía a su habitación y allí

les endulzaba la vida con algún sabroso

«amarguillo».

;

LA CONFESIÓN DE UN CHAMARILERO

Su caridad se extendía no sólo a los pobres

mendicantes, sino que alcanzaba también a los

que, sin ser pobres de solemnidad, arrastraban

una vida mísera dedicados a la venta de algunas

chucherías. A éstos les tenía verdadera

compasión.

Iba una tarde por las canes de Roma, y se le

ocurrió entrar en la iglesia de San Claudio,

para adorar al Santísimo. Cerca de la puerta vio

a una viejecita que con su nieta al lado vendía

castañas asadas y manzanas. La niña se acercó a

ofrecerles su mercancía. El compañero de D.

Manuel, sin dejarla siquiera arrimar, la dijo:

«Déjanos en paz, que no queremos nada.» Y

entonces D. Manuel, movido a compasión y viendo

que ya la quedaban pocas, repuso: «¡Anda,

cómpraselo todo! ¡Pobrecitas!»

No podía soportar que se regateara nada en el

precio a estos pobres vendedores ambulantes.

Sobre todo los que apostaban su telonio a la

puerta de las iglesias, y mandaba que se les

diese por sus chucherías cuanto pedían.

Sabedor de ello y barruntando por este gesto

de D. Manuel la ardiente caridad de su corazón,

Page 202: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

uno de aquellos chamarileros ambulantes de Roma

exclamaba: «¡Ah! ¡D. Manuel e molto buono, molto

buono!» «¡Ah! ¡D. Manuel es muy bueno, muy

bueno!»

LOS APUROS DE UN PAYES

Sufría enormemente cuando veía que no se

trataba a los humildes con el debido respeto.

«Todos somos hijos del mismo Padre, decía, y

redimidos por la misma sangre de Jesucristo».

Viajaba D. Manuel en dirección a Benicasim,

acompañado de otro Operario, el cual sacó para

los dos billete de segunda clase. Entraron en su

departamento y entre otras personas encontraron

un viajero que, por su traje, parecía de

condición muy humilde, obrero del campo.

El tren comenzó a rodar entre la hermosa

huerta levantina, lamiendo en su veloz camera la

orilla del Mediterráneo. Antes de llegar al

punto de destino, el revisor les exigió la

presentación de los billetes. Al hacer el buen

payés la del suyo y ver el empleado que éste

viajaba en un asiento de clase superior a la que

le correspondía, porque llevaba billete de

tercera, y atribuyendo a más fe lo que sin duda

era efecto de la ignorancia, se encolerizó y

propinó al pobre hombre una sarta de insultos:

«Usted es un gorrista, que viaja en sitio que

no le corresponde. ¿Cómo ha subido usted aquí?»

Y otras lindezas por el estilo...

Acoquinado ante aquel inesperado chaparrón de

improperios, el hombre quedó como petrificado;

sin saber qué responder, manifestando en su

mirada y en su semblante que se había llevado un

susto morrocotudo.

«¡Bueno, bueno; ha de pagar usted la

diferencia de precio!»

Echó el payés mano a la bolsa que llevaba

entre la faja, para pagar el exceso del billete,

y mientras sacaba el dinero de su no muy

Page 203: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

atestada faltriquera, el revisor hacía

maliciosos y burlones guiños a otra persona que

viajaba en aquel departamento y que hirieron

profundamente el ya resentido corazón de D.

Manuel.

Entraba entonces el tren en Benicasim y vio

éste con honda alegría que aquel pobre payés,

humillado y corrido, se bajaba en la misma

estación que él.

Cuando hubieron puesto el pie en tierra le

llamó aparte, y llevándole detrás de un árbol

corpulento, para que nadie se enterara, le dijo

frases de aliento y de cariño, que harto las

necesitaba el infeliz, y le entregó la misma

cantidad que él había pagado por el exceso de su

billete. Con una palmadita en el hombro y

recomendándole que fuese siempre buen cristiano,

se despidió de él, sin darle tiempo para

reaccionar ante la fuerte impresión, que le

había producido la caridad extraordinaria de

aquel sacerdote desconocido.

LA OCASIÓN LA PINTAN CALVA

Pasaba D. Manuel por Plasencia, camino de

Orihuela. En la bella ciudad del Jerte le

visitaron unos conocidos que tenían un hijo

seminarista, por nombre Cayetano, el cual se

hallaba accidentalmente en el Colegio de San

José, de Orihuela.

Los padres del chico, entre otros encargos

que dieron a D. Manuel, le entregaron para su

hijo un magnífico embutido extremeño.

Prometióles D. Manuel con toda formalidad que

llegaría a su destino.

Pero en el camino tropezó con no se qué

compromiso de alguna monta, y no teniendo a mano

ningún otro obsequio digno de aquella ocasión,

dispuso buenamente del embutido placentino.

Llegó a Orihuela y, llamando a su querido

Cayetano, en seguida le puso al corriente de la

Page 204: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

triste realidad. «Pero no lo apures, le dijo,

que ya te lo compensaré yo con otra cosa mejor.»

En efecto, pasaron los días y cuando ya el

chico no se acordaba de la pérdida de sus

chorizos, recibe un paquete con su dirección. Lo

abre en presencia de sus compañeros y con

admiración de todos vio que en él venía, bien

envuelto, un magnífico salchichón de Vich.

No tardo en darse cuenta de lo que se trataba

y de ver que D. Manuel había cumplido su promesa

de compensarle la pérdida del embutido con otra

cosa mejor.

LAS NÍSPOLAS DEL HUERTO

Todavía cursaba latín aquel seminarista. Una

tarde de paseo se había quedado sin salir de

casa para repasar los programas, pues era en

vísperas de los exámenes, aunque con el fin, más

que de eso, de jugar y triscar a sus anchas por

ala montaña», tentador esparcimiento para los

que habían pasado el curso recluidos en las

cuatro paredes del patio.

Se encontraba echando migajas a los peces del

jardín, cuando vio acercarse a D. Manuel

acompañado de otro colegial.

-¿Por qué no has salido de paseo?, le

preguntó.

-Me he quedado para repasar los programas.

-¡Y ya los debes de saber, pues veo los

libros cerrados... !

-¡Sí, señor!, dijo el pobre chico por

responder alguna cosa. -Pues si es así, ven con

nosotros.

Y pasando él delante, le siguió en compañía

del otro rapazuelo, a quien interrogó por lo

bajo: -¿A dónde vamos?

-¡No sé...!

Entraron con D. Manuel en el departamento

adjunto al jardín y se detuvieron junto a uno de

los nísperos. El fruto empezaba a madurar y

Page 205: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

algunas níspolas estaban completamente

amarillas. D. Manuel fue indicando con su

inseparable paraguas las níspolas que se habían

de arrancar. El uno las cogía y mientras el otro

las

iba almacenando en su blusa, amenizando D.

Manuel la labor de ambos con graciosas palabras

y sabios consejos.

Cuando hubieron reunido docena y media

subieron a la habitación de D. Manuel. Dejaron

las níspolas encima de la mesa. AL verlas

exclamó D. Manuel:

-¡Qué buenas y lindas las hace San José!

Les dio unos papeles de lujo a hizo que en

ellos envolviesen las «golosinas» de su huerto.

Terminada esta faena, D. Manuel las cogió y

añadiendo otros objetos: hojas piadosas,

estampas, medallas, rosarios..., formaba

montoncitos que iba distribuyendo, mientras

decía:

-Este para D. Fulano, para la Sta. X, para

D.ª N...

Una vez que hubo concluido, añadió:

-¡Dios os lo pague, hijitos!

Los chicos hicieron entonces ademán de

retirarse; pero al notarlo D. Manuel, les detuvo

con una sonrisa, mientras de sus labios se

desprendían estas palabras:

-Pero, ¿es que no queréis la paga?

Los seminaristas no supieron qué contestar.

Por toda respuesta se contentaron con un

encogimiento de hombros.

-¡Qué chicos tan vergonzosos! La paga nunca

se rechaza, y cuando conviene... se exige! Y les

presentó una colección de estampas para que

escogieran la que más les gustara.

No se contentó con eso. Abrió después el

cajón de la mesa, invitándoles a tomar una yema,

mientras les acariciaba dulcemente con aquellos

ojazos grandes, en los que se reflejaba la

bondad inmensa de su amoroso corazón. Le besaron

la mano, y les despidió diciendo:

-¡Adiós, chiquitos!

En cuanto se hallaron en el corredor dieron

Page 206: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

pasaporte a la yema y guardaron la estampa, sin

que se les ocurriera ni aun comentar lo

ocurrido. Niños entonces, nada de particular

adivinaron en el fondo de la acción que habían

presenciado.

Sin embargo, las personas a quienes él

dirigía sus regalitos estimábanlos como si

fueran de verdadero valor; porque, más que en el

objeto, de suyo insignificante, se fijaban en el

cariño que con ello les mostraba D. Manuel, y el

aprecio de éste lo estimaban como un verdadero

tesoro.

SOLICITUD MATERNAL

No sólo de santidad, sino también de

generosidad y desprendimiento iba dejando D.

Manuel una estela por donde pasaba. Su íntimo

amigo, el Dr. Corominas, dice de él que «su

obsequiosidad era incorregible».

En cierta ocasión tenía que emprender un

viaje y había de pasar por Vinaroz, de donde era

una seminarista de segundo de latín de los que

estaban internos en el Colegio y que, por

cierto, se hallaba entonces enfermo de viruelas.

La enfermedad apenas se había iniciado y

parecía que no había de presentar caracteres

alarmantes, por lo que los Superiores del

Colegio no habían avisado a la familia del

enfermo,

Súpolo D. Manuel y quiso darle un alegrón al

pobre chico, mandándole a su casa, para que allí

tuviese el consuelo y los mimos de la madre, que

entonces tanto necesitaba.

Sacó billete para los dos y juntos fueron a

la estación. Le cuidó durante el viaje con

solicitud verdaderamente maternal y, al llegar

al pueblo, como él tenía que continuar en el

tren, buscó una persona de toda confianza que le

llevara a su casa.

Page 207: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

UN DIA DE CONFESIONES

Un día de confesiones en el Colegio de

Tortosa. Estaba la capilla poblada de

seminaristas, D. Manuel, desde el confesonario,

oía que un chico frecuentemente tosía.

Cuando se acercó a D. Manuel para confesarse,

éste le preguntó:

-Eres tú el que tosía, ¿verdad?

-Sí, D. Manuel.

-Bueno, después, cuando hayamos terminado, te

pasas por mi cuarto.

Acabadas las confesiones, el muchacho llamaba

en la habitación de D. Manuel; el cual, después

de hacerle un minucioso interrogatorio, le dijo

que se abrigara bien, que se lo dijera al

enfermero y que procurara sudar aquella noche.

Mas no se aquietó con esto la preocupación de

D, Manuel. Después de acostados los alumnos, y

por si el enfermero no lo había hecho, le llevó

él mismo un vaso de leche bien caliente a la

cama, repitiendo este gesto de amor paternal

durante todo el tiempo que el chico estuvo

enfermo en el Colegio.

Obligado a marcharse a casa por la

enfermedad, le mandó al despedirle que le

escribiese con frecuencia, para estar al

corriente del curso de la misma.

COMO MADRE CARIÑOSA

Cuando iba a Barcelona hospedábase en una

fonda de la calle La Canuda, llamada «Casa

Manso». Sus dueños le trataban como si fuera de

la familia, y él estaba allí como en su propia

casa. Cuando D. Manuel llamaba a aquella puerta,

un estremecimiento de gozo se apoderaba de todos

Page 208: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

sus moradores, desde los dueños hasta el último

de los sirvientes, pasando por los hijos del

fondista. Tal era el prestigio de D. Manuel y la

fama de santidad de que gozaba entre aquella

buena gente.

Por lo menos una vez cada año se dirigía a

Barcelona, para acompañar desde allí hasta Roma

a los nuevos contingentes de seminaristas

reclutados en diversos seminarios de España que

se encaminaban a la ciudad de los Papas, para

engrosar las filas del Colegio Español. A veces

no podía acompañarles hasta Italia, habiendo de

contentarse con despedirles en la estación o en

el puerto de la Ciudad Condal.

Concentrábales a todos en «Casa Manso» y era

de ver el cuidado y solicitud con que atendía a

todas las necesidades de sus encomendados,

descendiendo hasta detalles harto significativos

sobre el cuidado de los equipajes, preparación

de la merienda de los seminaristas, sin

olvidarse jamás de darles los avisos oportunos

sobre las precauciones que habían de tener en el

viaje.

Entretenido en estas santas ocupaciones se

hallaba un día, cuando supo que uno de los que

se hospedaban en aquella fonda, viajante de

telas, se había acostado por hallarse algo

indispuesto.

Nadie dio importancia a aquella

indisposición, creyéndola todos pasajera. D.

Manuel, en cambio, aun en medio de aquel

aturdimiento y ajetreo de cocas en que estaba

metido, no pudo arrojar de su mente el

pensamiento de aquel hombre que había enfermado

lejos de su casa y del calor de la familia.

Llevado de aquel corazón tan compasivo que el

Señor le había dado, cuando ya la casa estaba en

silencio y todos se habían acostado, se dirigió

a la habitación del enfermo, y después de

saludarle cordialmente, le preguntó cómo se

hallaba.

Hacía ya un buen rato que D. Manuel llevaba

distrayendo con su conversación fácil y amena a

aquel pobre viajante, cuando éste se creyó en la

Page 209: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

obligación de decir a aquel sacerdote, tan

simpático como edificante, Que se retirara a

descansar.

No lo consintió D, Manuel, antes le manifestó

claramente su propósito decidido de no hacerlo

en toda la noche, para asistirle a él

debidamente, ya que no podía tener las

atenciones de la esposa o de los hijos por

hallarse lejos de su hogar.

Hubo un forcejeo entre uno y otro,

insistiendo el viajante en que se acostara y D.

Manuel en no hacerlo; triunfando por fin la

caridad del sacerdote, que pasó la noche entera

a la cabecera del enfermo, mimándole cuanto pudo

y atendiéndole en todas sus necesidades como la

más cariñosa de las madres.

Gracias a Dios, la indisposición se le pasó

pronto; y aquel buen hombre, acostumbrado a

tratar tanta clase de personas, se hacía lenguas

entre todos los de la casa de la santidad

exquisita y de la delicadeza con que le había

regalado aquel sacerdote para él desconocido.

UNA NOCHE DE TORMENTA

Frecuentemente se registran en Tortosa,

durante el invierno y primavera fuertes

vendavales que, siguiendo el curso del Ebro,

soplan desde las montañas hacia el mar. Durante

todo aquel día se había dejado sentir un

vientecillo en esa dirección, que, amainando un

poco al caer de la tarde, se había recrudecido

notablemente entrada ya la noche. Fuertes

ráfagas de aire, resbalando por «la montañeta»,

rebotaban en las vetustas murallas, para

deshacerse en caprichosos remolinos en la plaza

del Rastro.

En medio del silencio de la noche el viento

zumbaba amenazador, desafiando a la sólida

construcción del Colegio. De cuando en cuando el

aire deslizábase por entre las rendijas de las

Page 210: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

ventanas y azotaba bruscamente alguna de las

puertas, que siempre suelen quedar mal cerradas

en los edificios donde hay tantas,

estremeciéndose violentamente a sus golpes toda

la casa.

Mediada la noche, el vendaval se resolvió en

fuerte aguacero y una terrible tormenta

amenazaba desencadenarse sobre la huerta

tortosina. Los truenos aturdían el espacio,

agrandados por el eco de las montañas, y los

relámpagos rasgaban las nubes, alumbrando con su

luz zigzagueante la tenebrosidad de aquella

noche oscura.

Todos dormían tranquilamente en el Colegio o,

cuando menos, se disponían a presenciar

cómodamente el desenlace de aquella tormenta

amenazadora con el gusto con que se ve llover

desde la cama, o nevar cuando el espectador está

al abrigo de unos cristales y arropado con la

agradable temperatura de una calefacción

confortable.

D. Manuel, en cambio, no podía sosegar. Algo

apartado de él dormía uno de los Prefectos del

Colegio, D. Francisco Bartomeu, cuya habitación

daba a un paredón que se hallaba en malas

condiciones y amenazando ruina. El miedo de que

aquella pared se desplomara y pudiera sepultar.

entre sus escombros al joven Operario le traía

desasosegado. Y, cuando el vendaval se convirtió

en lluvia, temiendo que el paredón se

reblandeciera por la humedad y se viniera abajo,

no pudiendo contenerse por más tiempo, se

levantó y se dirigió a la habitación del

Prefecto por ver si le había pasado algo.

Arrullado, mas bien que alarmado, por el

fragor de la tormenta, dormía éste a pierna

suelta lo mejor del sueño de aquella noche y

sólo despertó ante la insistencia de los golpes

que D. Manuel daba en la puerta.

¡Tan! ¡Tan!... ¡Francisco...!

-¿Quién?

-¿No lo ha pasado nada?

-¡Nada, D. Manuel!

-¡Ay, hijo, qué susto; creí que por efecto de

Page 211: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

la lluvia la pared de enfrente se había caído

encima de ti!

-¡Pues no he sentido nada!

-Bien; si hubiese alguna cosa me avisas en

seguida.

-Descuide, D. Manuel, que no pasará nada.

Y gozoso de verle sano y confiado, se retiró

D. Manuel a su habitación, pero no pudo

conciliar el sueño hasta que la tormenta hubo

completamente desaparecido.

SU MUCETA DE DOCTOR

Por mayo de 1906 se estaban celebrando

oposiciones a la canonjía magistral de la

Catedral de Tortosa. Entre los opositores se

hallaba el después Canónigo de Valencia, Don

Gaspar Archent, que se hospedaba en el Colegio

de San José.

«Se me preparó la habitación, dice el

interesado, en el segundo piso, en el mismo

andén en que D. Manuel vivía, ;quedando

instalado así enfrente de su celda; pues, como

me dijo repetidas veces, quería tenerme cerca.

Casi todos los días me hacía subir y estar

con él y demás Superiores en los breves minutos

de recreación que suelen tener, a

invariablemente a las cinco había de tomar

chocolate con él en la sala de la biblioteca.

Los cuidados de una madre tierna para con su

hijo enfermo no igualarían sin duda a los que él

me prodigaba, estando yo sano y robusto.. A este

«piscolabis» de la tarde concurrían de ordinario

todos los Superiores. Era la hora del recreo.

¡Qué ratos tan agradables se pasaban en aquella

biblioteca!... Sólo falté a este acto una tarde.

por haberla dedicado a visitar el magnífico

observatorio del Ebro. Cuando regresamos era de

noche... y me estaba esperando. «¿Qué has hecho

hoy, hijo mío?», me dijo, «¿Te has perdido?

¡Todo el día sin verte!»... ¡Qué bueno era D.

Page 212: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Manuel!

Pero cuando redoblaba sus atenciones y

cuidados era en la víspera de los días en que

tenía que actuar en la Catedral. Se desvivía

porque nada me faltara. El buscaba a los

colegiales o fámulos para que me trajeran

libros, llevasen recados, me subieran una taza

de caldo. A media mañana, él mismo colocaba

sobre mi mesa. vino, pastas y otros utensilios

todavía más sustanciosos para que me alimentase

bien en día de tanto trabajo. Todo lo tenía

previsto; y aun así, no pasaba una hora sin que

asomara por la puerta entreabierta su faz

venerable, preguntándome con voz suave y

cariñosa: «Necesitas algo?», y se alejaba de

puntillas, sin hacer ruido para no distraerme..

.

Se había dispuesto que los opositores

predicasen la homilía con muceta de doctor, y en

cuanto lo supo D. Manuel, me llamó para decirme:

«No busques muceta. Te pondrás la mía». Y allí

fue el Rvdo. Estruel, revolviendo armarios y

cajones para buscarla, pues estaba muy

escondida. AL fin apareció; y, si mal no

recuerdo, estaba nueva, pues la había usado muy

poco. Creo ;que D. Manuel ni la miró siquiera.

¿Qué significaba aquello para él? Yo sí me la

puse con satisfacción, y prediqué con ella la

homilía; y hoy me siento orgulloso. ¡Quiera Dios

inflamar mi corazón con aquellos ardores en que

se abrasaba el que otras veces había latido

debajo de aquella muceta!...»

LIMPIÁNDOLE LOS ZAPATOS

Su caridad ilimitada para con los pobres

corría parejas con un amor extraordinario a la

santa pobreza. Esta virtud fue la que le hizo

renunciar a una vida fácil y cómoda, encerrarse

en la habitación humilde de un pobre colegio,

donde todo respiraba sencillez.

Page 213: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Refiriéndose a la vida que él llevaba, el Sr.

Obispo de Segovia, D. Julián Miranda y Bistuer,

preguntaba a unos sacerdotes tortosinos si «D.

Manuel continuaba viviendo tan more apostólico».

Excesivamente preocupado por que a los demás

no les faltara nada, era riguroso consigo mismo

en todo lo referente a ropa, régimen de

alimentación, utensilios y ajuar personal.

Costaba un triunfo hacerle estrenar una prenda

de vestir, y cuando se le argüía que ya estaba

en mal estado la que tenía puesta, respondía

invariablemente: «Esto, remendándolo, aun lo

puedo llevar».

Cuando murió no tenía más que un par de

zapatos usados, que tuvieron que limpiarle los

colegiales antes de que le colocaran en el

ataúd.

A PRECIOS ABUSIVOS

En su trato personal evitaba todo gasto

extraordinario, como lo demuestra el caso

siguiente:

Se hallaba en Roma, con motivo de la

fundación del Colegio Español, y salió un día a

la calle para tramitar ciertos asuntos. Llevaba

andando largo trecho a pie, por no gastar

injustificadamente el dinero, a pesar de que su

acompañante, en atención a él, había intentado

repetidas veces alquilar un coche.

Excesivamente cansado, y queriendo visitar

todavía la iglesia de San Lorenzo, no tuvo más

remedio que llamar a un cochero. Al pagarle

pidió éste doble o triple de lo que le

correspondía según la tarifa de precios.

D. Manuel, que no podía ver que nadie en su

presencia regateara, ni él lo hizo en aquella

ocasión, ni permitió al que le acompañaba que lo

hiciera.

Pagó religiosamente lo que se le había

pedido, pero dándose cuenta de que era un precio

Page 214: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

abusivo, dijo a su compañero, a quien no había

hecho mucha gracia tanta liberalidad y

protestaba por ello:

-¡No lo apures, hombre! Volveremos a pie y

ahorraremos lo que hemos pagado de más.

Y a pie volvieron, llegando rendidos al

Colegio, «porque la pobreza no permitía el lujo

de pagar el coche tres veces» .

LA VOCACIÓN DEL CARTUJO

La escena tuvo lugar en agosto del año 1897.

Se hallaban los Operarios practicando Ejercicios

Espirituales en el Colegio de San José, de

Valencia.

Ambiente de oración y recogimiento el que se

respiraba en aquella santa casa. A la luz de las

verdades eternas y al ejemplo de la vida

admirable de Nuestro Señor Jesucristo, aquellos

sacerdotes templaban su alma en el yunque del

sacrificio, para los pruebas del nuevo curso,

que pronto iba a empezar.

Con ellos estaba su director, Rvdmo. D.

Manuel Domingo y Sol. Como un general moviliza

imaginariamente su ejército sobre unos pianos en

la mesa de estudio, como un ajedrecista mueve

sus piezas en el tablero del ajedrez, así D.

Manuel dedicaba aquellos días de descanso a

hacer combinaciones posibles entre sus hombres a

fin de acoplarlos convenientemente según las

exigencias de cada casa.

¡Cuántos sinsabores en esta distribución del

personal! ¡Cuántas eran las necesidades y qué

escasa la gente disponible para atenderlas!

Por si esto fuera poco, de continuo llovían

sobre él nuevas peticiones, para que se hiciera

cargo de otros seminarios, y se le abrían nuevos

campos de apostolado aquende y allende los

mares, y no pocos obispos de América le

convidaban a trabajar en sus diócesis

respectivas; y el corazón generoso de D. Manuel

Page 215: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

quería lanzarse a todas estas empresas, pero la

escasez asfixiante de personal se lo impedía.

En el silencio recoleto de aquellos

Ejercicios Espirituales ¡cómo martilleaban

cruelmente sus oídos con su tristísima

actualidad las palabras del Evangelio: «La mies

es mucha, pero los operarios pocos...»!

Mas no todo se le iba en planes y

combinaciones. Dedicaba también parte del día a

recibir las consultas de sus hijos y a llamarles

él mismo para darles sabios consejos y

dirigirles palabras de aliento y orientación.

-¡Oye, muchacho!, dijo a uno de los fámulos

del Colegio, llama a D. Fulano y dile que venga

a mi habitación.

Joven aún el Operario en cuestión, llevaba

todavía poco tiempo en la Hermandad y daba

esperanzas fundadas de ,que había de ser un

miembro digno de ella. Recibido el aviso, se

dirigió con celeridad y lleno de emoción al

lugar donde se hallaba D. Manuel.

-¡Ave María Purísima!, pronunciaron

maquinalmente sus labios, mientras con los

nudillos de la mano golpeaba levemente la puerta

de la habitación.

-¡Sin pecado concebida, y adelante!, contestó

desde dentro D. Manuel, mientras al abrirse

pausadamente la puerta, le envolvía en una

ligera sonrisa.

¡Siéntate!, que vamos a hablar un poco.

El pobre Operario, que llevaba un mundo de

problemas bullendo en su alma, echóse a temblar,

no de miedo, pero sí de preocupación.

Hacía algún tiempo que le perseguía la idea

de hacerse cartujo, y aunque procuraba

rechazarla, le asaltaba por todas partes hasta

convertirse en una verdadera obsesión. En la

capilla, en la celda, en el rezo, en todas

partes le asediaba. Además lo había estudiado

detenidamente y le habían dicho que era

verdadera vocación. Pero... ¡cómo dar esta

noticia a D. Manuel precisamente en aquel

momento, más que de apuro, de terrible agobio de

personal en que se hallaba!

Page 216: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Mas la pregunta de D. Manuel le puso la

respuesta en los labios.

-¿Qué? ¿Cómo andan esos ánimos? ¿Muchas ganas

de continuar trabajando en aquel Seminario?

Un momento de silencio que se le antojó un

siglo y, por fin, la confesión un poco paliada,

como si quisiera dar diluido a D. Manuel aquello

que él estimaba triste noticia.

-Mire, D. Manuel, no sé, pero creo que tengo

vocación de cartujo. Lo he estudiado

detenidamente, y me han dicho que sí, que es

cosa de Dios.

Levantó tímidamente sus ojos para ver el

efecto que sus palabras producían en su Superior

y quedó gratamente sorprendido al ver que no

sólo no se enfadaba, sino que su rostro se

iluminaba con el resplandor de la alegría,

mientras sus labios se abrían levemente para

pronunciar esta frase que retrata de cuerpo

entero toda la magnitud de su heroico

desprendimiento:

-¡Hombre! No lo sentiría; al contrario, lo

vería con muy buenos ojos, para que en el

claustro pidiera a Dios por nosotros.

Completamente esponjado salió aquel Operario

de la presencia de D. Manuel al escuchar

respuesta tan generosa, y aunque de momento no

pudo satisfacer sus deseos de ingresar en la

Cartuja por razones que no son del caso, contó

desde entonces con la aprobación y el aliento de

su Superior, realizándolo más tarde en el 1908;

y desde aquella fecha hasta el presente no ha

dejado ningún día de cumplir el encargo del

varón de Dios: de pedir desde el claustro por la

Hermandad.

¡PUES VETE A LA COMPAÑÍA !

¡Cuanto gozaba, cuando algún seminarista,

dotado de buenas prendas, de aquellos con

quienes él o sus hijos trabajaban, llamaba a las

Page 217: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

puertas de la Hermandad para solicitar su

admisión en ella!

Pero si en lugar de ser su Obra, era un

Instituto religioso a donde Dios destinaba al

joven seminarista, D. Manuel no por eso se

incomodaba; al contrario, mostró siempre un

desprendimiento y una generosidad tal, que

únicamente pueden darse en almas que sólo y en

todo buscan la mayor gloria de Dios.

Andaba uno de sus queridos colegiales de

Tortosa angustiado con dudas sobre su vocación,

no sabiendo dónde inclinarse, si a la Hermandad

o a la Compañía de Jesús.

D. Manuel le amaba con ternura, no tanto por

su cualidades intelectuales, que no eran

escasas, como por la belleza de su alma, y veía

en él un futuro Operario que podría dar mucho

fruto, si se dedicaba a «la empresa de la máxima

gloria de Dios», No obstante, nunca le empujó en

este sentido, ni siquiera cuando el chico subía

a su habitación, para manifestarle el estado de

su alma y pedirle su orientación y consejo. D.

Manuel le hablaba con toda imparcialidad,

limitándose a exponerle las bellezas de una y

otra Institución.

Durante una de estas consultas, queriendo

proceder con el mayor desinterés posible, en un

arranque de generosidad, le preguntó a su

dirigido:

-¿Harás lo que lo mande?

-¡Sí, señor!

-¡Pues... vete a la Compañía!...

Descansando plenamente en la decisión de D.

Manuel, ingresó en la Compañía de Jesús, viendo

con honda satisfacción de su espíritu que, en

efecto, era aquel el sitio a que Dios le

destinaba.

ADMIRABLE DESPRENDIMIENTO

Ese es el título de un artículo que, a raíz

Page 218: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de la muerte de D. Manuel, publicó el insigne

escriturista P. José María Bover, S. I., y que

dice así:

«D. Manuel era fundador, y como tal,

naturalmente, deseaba vocaciones que secundasen

su Obra. Y no le faltaron. Dióle el Señor aquel

aspecto venerable y apacible, aquella mirada

comunicativa, penetrante, subyugadora, aquel

corazón grande y bondadosísimo, aquella entereza

blanda, actividad asombrosa, ánimo generoso y

emprendedor; en fin, aquella santidad tan sólida

como tierna; y con estas bellísimas prendas de

naturaleza y gracia se conquistó muchos

compañeros de sus apostólicas empresas.

Pero aconteció no pocas veces que algunos,

que estaban ya para asociarse a su Obra, los

llamaba Dios a la Religión. Doloroso había de

ser el sacrificio; mas el noble desinterés es el

sello de las almas grandes. D. Manuel, sin

quejas, sin repugnancias, sin dilaciones, daba a

Dios lo que Dios le demandaba. Y llegaba a tanto

su generoso desprendimiento, que él mismo tomaba

a su cuenta el dirigir, asegurar y llevar a

feliz término estas vocaciones religiosas. Saben

nuestros lectores .que no hablo de oídas. Si no

fuera indiscreto hablar de sí propio y revelar a

las miradas curiosas de los hombres los secretos

caminos por donde Dios se llega al alma y la

trae a Sí y la guía a la vida religiosa, podría

descubrir pormenores edificantes que pondrían de

manifiesto el heroico desinterés de D. Manuel.

Sólo diré que, debiéndole yo atenciones y

beneficios singularísimos, cuando ya parecía que

se los iba a pagar, consagrándome a su Obra,

entonces el Señor me llamó a la Compañía de

Jesús. ¿Qué hizo D. Manuel cuando le descubrí mi

pensamiento? Jamás puedo recordarlo sin profunda

emoción y gratitud. Desde que vio ser vocación

de Dios, no vaciló un instante en desprenderse

de mí: ni aun la más ligera reflexión me hizo,

no digo para disuadirme, pero ni siquiera para

poner a prueba mi vocación. Y lo que es más,

después de llevarme consigo a Loreto, él me

acompañó de Roma a España, él me presentó y

Page 219: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

recomendó a los Superiores de la Compañía, y él,

en fin, me ayudó para conseguir el beneplácito

de mis padres.

«Dios se lo pague a quien a mí tanto bien me

hizo», puedo exclamar como el Beato Padre Ávila

en ocasión no muy distinta: Y desde entonces

hasta su muerte, jamás se olvidó de su prófugo:

al contrario, a medida que me veía, con los

años, más confirmado en mi santa vocación,

mayores muestras me daba de paternal amor y aun

cariño.

Para concluir, sólo añadiré que lo que hizo

conmigo y con otros muchos, no fueron hechos

aislados, sino fruto natural y espontáneo de su

elevado espíritu. Y este espíritu de generoso

desprendimiento lo ha dejado impreso y como

encauzado en sus Constituciones, y lo que vale

más, lo ha sabido infiltrar en sus hijos, dignos

continuadores de su Obra. ¡Hermoso ejemplo de

abnegación apostólica! Sólo con esa pureza y

rectitud de miras, seremos aptos para dilatar el

reino de Cristo, que es reino de cruz, paz y

caridad.»

NO DIGAS NADA

Rehuía por virtud todo lo que significaba

distinción.

Tenía en el Colegio un seminarista a sus

órdenes para los avisos y encargos de dentro de

casa. A pesar de ello y de servirle el chico con

la mejor voluntad del mundo, llegaba a tal

extremo su humildad que nunca tocó la campana,

para que el alumno acudiera a su habitación,

sino que, cuando necesitaba sus servicios, él

mismo se levantaba y, llamando en el cuarto del

colegial, le daba los recados.

No consentía que los criados le arreglaran la

habitación, sino que él mismo lo hacía todo,

incluso el tirar las aguas.

Hallábase una vez en Barcelona. de paso para

Page 220: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Burgos, y estaba aún en la convalecencia de su

primera enfermedad. El mismo, no obstante, se

ocupaba de la limpieza de la habitación hasta en

los menores detalles. Un buen día se dio cuenta

la dueña de la casa donde se hospedaba, y le

dijo. un poco avergonzada de no haberlo echado

de ver antes:

«D. Manuel, yo creí que la muchacha le

arreglaba la habitación. No puedo consentir que

lo haga usted. ¡Eso no puede ser!»

Y él la respondió: «¡Silencio! ¡Déjalo estar!

¡No digas nada!»

ESTE NO SOY YO

Fue en una de las visitas que hizo al Colegio

de San José, en la ciudad de Burgos. AL ir a

ocupar la habitación que le habían asignado,

tropezaron sus ojos con una ampliación de un

retrato suyo que, junto con otro del Papa,

adornaba la entrada de su cuarto. Aquello hirió

notablemente su humildad. Una sacudida de

contrariedad se registró en su rostro. Mas,

disimulan. do el disgusto que se había llevado,

se limitó a decir:

«¡Este no soy yo! Benjamín me engañó en Roma,

y está mal sacada. »

No dijo más.

Cuando todos se hubieron retirado a sus

habitaciones, descolgó el cuadro y, llamando

secretamente a un Operario, se le entregó con el

mandato expreso y terminante de que lo

escondiera en sitio donde nadie lo pudiera ver.

Amaneció el día siguiente y el cuadro había

desaparecido.

«Le pregunté, dice el Rector del Colegio.

Volví a insistir, y después de muchas súplicas,

al ver mi insistencia machacona; me lo hizo

entregar, pero con la promesa formal de que no

había de volver a ponerlo jamás en público.»

Page 221: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

LOS SANTOS NO SE HACEN TAN A POCA

COSTA

Una religiosa de las que le atendían en sus

enfermedades, prendada de su santidad y de la

paciencia heroica que manifestaba en medio de

sus achaques y sufrimientos, tuvo un día la

debilidad de decide que era un Santo, a lo que

él contestó inmediatamente y un tanto molestado:

«Calla, hija, no disparates; que los santos

no se hacen tan a poca costa.»

EL SERMÓN DE SAN MANUEL

Celebrábase con extraordinario esplendor y

entusiasmo en todos los Colegios levantados por

D. Manuel la fiesta de San José, bajo cuyo

glorioso patrocinio les había colocado su

fundador.

Era un 19 de marzo en uno de dichos Colegios.

Las campanas habían anunciado a los cuatro

vientos la gran festividad, y los seminaristas

se preparaban para asistir a la misa solemne en

honor del Santo Patriarca. El sermón aquel año

estaba a cargo de un sacerdote recién ordenado y

altamente enamorado de D. Manuel y de su Obra.

El novel predicador comenzó hablando del

significado de aquella fiesta íntima, y pasó a

tocar el tema de la escasez tremenda de clero

que padecía España, y de la maravillosa solución

que el Señor se había dignado deparar a nuestra

Patria, inspirando la Obra del Fomento de

Vocaciones Sacerdotales a aquel sacerdote

tortosino, a quien todos los oyentes conocían.

Dedicó buena parte del sermón a ponderar las

cualidades y virtudes del fundador de la

Page 222: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Hermandad, particularmente su amor acendrado al

bendito Patriarca y su continuo afán de

infiltrarlo en los alumnos.

Escuchaba D. Manuel, sin ser visto, desde el

coro de la iglesia aquella desentonada soflama,

aguantando la lluvia de piropos que sobre él

caían; y, disimulando como si nada hubiera oído,

no hizo alusión ninguna durante todo el día a la

predicación de la mañana.

Mas poco después se encontraron en una de las

galerías del Colegio predicador y panegirizado,

y D. Manuel quiso reprender el atrevimiento y

ligereza de su entusiasta admirador; pero al

mismo tiempo queriendo hacer la reprensión con

la dulzura con que solía, le dijo mimosamente

para que no se molestara:

-Oye, ¿qué tal el sermón del otro día? Tú

crees que has predicado de San José, y el sermón

ha sido de San Manuel.

Y sin decir más, cambió de conversación no

tocando para nada en adelante aquel asunto, que

indudablemente le molestaba.

APRECIACIONES TONTAS

Sumamente delicado era D. Manuel en guardar a

todo el mundo las debidas consideraciones y en

no herir en lo más mínimo la susceptibilidad de

nadie, cuando tenía que tratar algún asunto

enojoso. Hasta en la intimidad de las cartas era

meticuloso en buscar la palabra que, expresando

lo que él quería con la mayor precisión,

posible, fuera al mismo tiempo la menos

punzante, cuando el deber le obligaba a

justificarse de las quejas infundadas, lanzadas

contra él o contra los Operarios. A veces

gastaba mucho tiempo en hallar la frase que le

llenara, borrando y volviendo a borrar en alguna

ocasión hasta diecisiete veces lo anteriormente

escrito.

Se hallaba en Valencia en el Colegio de San

Page 223: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

José. Le anunciaron que una religiosa, muy

conocida suya, Madre Rosalía del Niño Jesús,

quería saludarle.

La recibió con su característica amabilidad;

y, como era una visita de mero cumplimiento y

sin objetos especiales a tratar, la

conversación, dando brincos sobre distintos

temas, vino a recaer en las varias obras de celo

que por entonces se llevaban a cabo en la ciudad

levantina y en las personas o Institutos que las

promovían.

D. Manuel fue exponiendo su parecer,

manifestando su opinión y preferencias, y

diciendo que algunos no le gustaban tanto por

creer, y dejó escapársele esta expresión, «que

carecían del fuego devorador del amor divino».

No debió darse cuenta de la trascendencia que

podían tener las palabras que salían de sus

labios, hasta que las visitantes hubieron

traspuesto el umbral del Colegio; pero después,

pensando en la posible desedificación de

aquellas sencillas religiosas a causa de su

imprudente locuacidad, empezó a sentir gran

remordimiento de espíritu, hasta el punto de que

se decidió a coger la pluma y escribir a la

Madre Rosalía una carta en la que pedía perdón

por el mal ejemplo que la había dado, y que

terminaba con estas palabras reveladoras de su

humildad:

«Yo, que soy un haragán y el que menos ha

trabajado en la viña del Señor, me he

entretenido en pasar el tiempo con apreciaciones

tontas. Ruegue por mí y no tome mal ejemplo;

.que ya me confesaré antes de celebrar la santa

misa.»

Las buenas religiosas, que no habían

encontrado malicia alguna en las palabras de D.

Manuel, quedaron altamente edificadas con la

humildad de aquella carta, en que resplandecía

la delicadeza de su espíritu.

SU TEMA FAVORITO

Page 224: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Tan clavado en el corazón llevaba el deseo de

ser santo; y estaba tan profundamente convencido

de la necesidad que tienen todos los sacerdotes

de serlo, que no sólo andaba continuamente

suspirando por alcanzar él la santidad, sino que

siempre que hablaba a los seminaristas tocaba

éste que él llamaba «su tema favorito» , con

insistencia verdaderamente machacona.

«Si queréis dar fruto, les decía, sed santos.

No basta con ser buenos. Os lo repetiré hasta la

saciedad. Fijémonos en que no tenemos otro

remedio que ser santos. El que no desea ser

santo, no llega a ser bueno. Si no os dicen

santos, no estéis tranquilos. Los años que os

faltan, los necesitáis. No esperéis a ser santos

el último año, que no lo seréis. Nada hay tan

desagradable como un sacerdote que no sea santo.

Más le valdría no haber llegado al sacerdocio.»

Y percatado de su responsabilidad enorme de

formador del clero, añadía frases tan tremendas

como éstas:

«No queremos que los sacerdotes formados en

los Colegios de San José den ninguna espina a la

Iglesia. Antes, que se desplome el edificio; que

Jesús envíe rayos y abrase todos nuestros

Colegios.»

PREPARANDO LA HORCHATA

Fue siempre de espíritu delicado, rayano a

veces en escrupuloso. Algo de escrúpulos. en

efecto, debió sufrir en los albores de su vida,

cuando su alma se consumía en ansias de

perfección, a juzgar por lo que él graciosamente

contaba a una religiosa atacada de esta misma

enfermedad:

«Yo también sufrí de escrúpulos cuando estaba

en el Seminario con Mosén Cinto Dolz. Teníamos

los dos, por confesor al P. Antonio Sena,

Page 225: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

cartujo, y ambos entreteníamos tanto al pobre y

paciente Padre, que mientras el uno se confesaba

el otro le hacía la horchata...»

Esta delicadeza de espíritu la conservó

durante toda su vida. Solía confesarse con el

Operario D. Bernardo Curto, el cual todas las

noches salía del Colegio de San José en

dirección a una casa aneja al Templo de la

Reparación, en la que dormía para estar más al

cuidado de dicha iglesia.

Muchísimas noches, antes de salir D.

Bernardo, se acercaba hasta él humildemente D.

Manuel y le preguntaba:

-¿Qué haremos?, indicando si quería que se

confesara.

Y D. Bernardo, que conocía perfectamente la

delicadeza de su alma, le contestaba:

-¡Mañana, mañana!, quedando D. Manuel con su

respuesta completamente aquietado.

DÉJELO ESTAR

La escena tuvo lugar pocas fechas ante de

morir. Habíase reunido aquel día la Junta de la

Hermandad, para deliberar acerca de la admisión

de un individuo que había solicitado el ingreso

en la misma. D. Manuel, siempre tan exigente en

la selección de los Operarios, expuso su opinión

que era negativa, basándose en poderosas y

fuertes razones.

Terminó el día, y los Operarios se retiraron

a descansar. D. Manuel, que ya estaba enfermo,

no podía sosegar ni conciliar el sueño, pensando

si estaría él equivocado, si los otros tendrían

más razón; si las que él había apuntado serían

lo suficientemente fuertes para convencerles o

más bien se habrían aquietado por el terror de

disgustarle; si habría faltado a alguno dándole

mal ejemplo por lo que él creía insistencia y

terquedad.

No pudo contenerse, y llamó a D. Juan

Page 226: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Calatayud, que ya estaba acostado. Levantóse

éste al punto, y fue a ver qué le quería su

Superior. Expúsole D. Manuel el desasosiego de

su espíritu motivado por la escena de aquel día.

Le contestó D. Juan que no convenía que se

intranquilizara con aquellas o parecidas cosas,

pues le sería perjudicial para la salud... En

fin, que ellos resolverían...

-Así pues, ¿puedo estar tranquilo?

-Tranquilísimo, D. Manuel! -contestó D. Juan.

¡Déjelo estar!

Con esto volvió la paz a su alma, quedándose

en seguida profundamente dormido.

EL PESO DE LOS BENEFICIOS DE DIOS

Muchos, en efecto, había recibido del Señor.

En los últimos años de su vida, cuando aún

estaba en plena convalecencia de una de sus

enfermedades, hallábase D. Manuel en la

Biblioteca del Colegio de Tortosa sentado ante

la mesa de despacho.

Entró la Sierva de Jesús que le asistía a ver

si necesitaba algo, y le halló con las manos

cruzadas sobre la mesa, encima de ellas

reclinada la cabeza, el rostro sudoroso, con un

algo especial en toda su persona que indicaba

claramente que se hallaba orando, pero en una

oración que no parecía tener nada de regalos ni

consuelos, y sí mucho de abatimiento y

turbación.

La pobre hermana se alarmó al verle de

aquella manera, y, sin saber qué hacer, le

preguntó casi instintivamente

-D. Manuel, ¿qué le pasa?...

El no se dio cuenta de estas palabras y menos

de la presencia de la religiosa, y continuó en

la misma postura suspirando de cuando en cuando

y pronunciando frases entrecortadas.

Convencida de que estaba orando, la discreta

monjita creyó prudente no interrumpir aquel

Page 227: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

coloquio entre un alma enamorada y su Dios, y se

retiró con el mayor sigilo posible para no

distraerle, pero antes de salir oyó que Baba un

gran suspiro, mientras decía:

-¡No, no me espantan mis pecados, sino el

peso de los beneficios de Dios !

LA IMPRESIÓN DE UNA PALABRA

De la abundancia del corazón habla la boca.

Por eso los santos, cuyo corazón hierve a

borbotones en amor divino, tienen continuamente

en sus labios el nombre de Dios.

D. Manuel no escapó a esta ley universal de

la expansión amorosa de las almas santas, antes

al contrario constituyó ésta una de las notas

más salientes de su vida espiritual. A cada paso

hablaba de Dios, oyéndosele exclamar con mucha

frecuencia: «¡Jesús! ¡Jesús! ¡Divino Jesús

Sacramentado!»

Solía repetir varias veces seguidas el nombre

de Jesús, saboreándolo como si encontrase en él

un dulzor especial, a indefectiblemente cuando

lo hacía, inclinaba ligeramente la cabeza en

señal de respeto.

Con este nombre bendito realizó no pocas

maravillas a hizo un gran bien a muchas almas.

Siendo aún casi niño el que después fue

Párroco de Amposta, Reverendo D. Francisco

Omedes, fue a confesarse una vez con D. Manuel.

Desde el primer momento le impresionó el cariño

y amabilidad con que le recibió, quedando

asimismo prendado de la dulzura que chorreaban

los consejos que le iba dando.

Pero sobre todo le oyó pronunciar una vez el

nombre de Jesús con tal afecto y tan intenso

cariño, que se le grabó profundamente en el alma

; de modo que, cuando él lo contaba a muchos

años ya distancia, lo recordaba perfectamente

como si aquel mismo día se lo hubiera oído, y

decía que aquel sólo recuerdo le estimulaba a

Page 228: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

ser santo.

SUS PESADILLAS

Hasta en sueños repetía frecuentemente el

nombre dulcísimo de Jesús.

Dirigíase a Roma en compañía de D. Manuel el

Operario D. Sebastián Bover. Detuviéronse ambos

en Barcelona por razón de unos asuntos.

Hospedados como de costumbre en «Casa Manso» de

la calle «La Canuda», hubieron de dormir en dos

habitaciones contiguas. Con gran sorpresa suya

oyó D. Sebastián que D. Manuel de cuando en

cuando repetía el nombre de Jesús en voz alta y

esto durante toda la noche, que él pasó entera

sin dormir por la impresión profunda que le

hacían estas quejas amorosas de su amado

Superior.

«Durmiendo, dice D. José María Tormo, se le

oía exclamar con gran fervor: «Corazón de

Jesús», y soñaba con misiones y proyectos de

gloria de Dios. Tales eran sus pesadillas. Luego

las contaba.

«Y es curioso el que además daba distinta

entonación a sus palabras, según lo requería la

distinta naturaleza de sus afectos : de cariño,

adoración, súplica... ; y a veces semejaba una

queja.»

TOCANDO LOS CORAZONES

Ardía en su corazón tan vivamente el fuego

del amor divino, que a veces bastaba una sola de

sus palabras para tocar y conmover los

corazones.

Hablaba un día D. Manuel con cierta persona

que, si bien no era francamente mala, no se

distinguía tampoco por excesiva piedad.

Page 229: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

En el decurso de la conversación preguntó D.

Manuel así amaba mucho a Jesús». Pero puso tal

viveza en sus ojos, tal expresión en su

semblante, tal timbre en su voz y tal emoción en

todo su ser, que aquella persona, tocada por la

gracia divina brotada al contacto de las

palabras del sacerdote, empezó a llorar

amargamente, convirtiéndose en un mar de

lágrimas entremezcladas de sollozos, de modo que

no pudo terminar la conversación.

D. Manuel dejó que durante unos momentos el

llanto empapara aquel espíritu hasta entonces

endurecido. Le calmó después lo mejor que pudo y

le aconsejó que no olvidara nunca aquellas

lágrimas, tan sincera como espontáneamente

brotadas al contacto de sus palabras.

Prometiólo muy de veras el pobre hombre, y el

tiempo se encargó de probar la sinceridad de su

promesa.

¡QUE CARA DE SANTO!

Alguien ha dicho que la santidad es un tesoro

que no se puede mantener oculto en el cofre del

corazón. La santidad se predica aun

involuntariamente; se transpira a través de las

palabras, de los consejos, de los modules y

hasta del mismo silencio.

D. Manuel por dondequiera que pasaba iba

dejando una estela de santidad, de cuyo perfume

quedaron prendadas no sólo las personas que

habitualmente le trataban, sino hasta las que

casualmente se tropezaban con él.

Yendo una vez por Andalucía en uno de sus

frecuentes viajes, acompañado de otro sacerdote,

acertaron a caer en un departamento del tren en

que viajaba una señora con su hija, ya

mayorcita. Entablóse entre los viajeros animada

conversación, que D. Manuel encauzó por

derroteros espirituales.

Algo extraordinario debieron de hallar en

Page 230: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

aquel sacerdote desconocido, pues en los

intervalos de silencio y aprovechando las

ocasiones en que D. Manuel no podía darse

cuenta, medio a hurtadillas mirábanle de hito en

hito señora a hija, dando la chica con el codo a

su madre mientras la decía en voz casi

imperceptible, pero no tanto que no lo oyera el

Operario que acompañaba a D. Manuel.

«Fíjate, mamá, qué cara de santo tiene ese

sacerdote.»

LA IMPRESIÓN DE AQUEL FILOSOFO

Una tarde de agosto del año 1898 llamaban a

la puerta del Colegio de San José de Burgos dos

Padres jesuitas. Querían ver las obras del

edificio, que aun no estaba terminado. Un

Operario les acompañó, enseñándoles las

distintas dependencias de la casa y haciéndoles

ver la distribución general.

Mientras se dirigían de un sitio a otro, iban

hablando de D. Manuel. El más caracterizado de

los dos visitantes empezó a hablar de Mosén Sol

en términos tan encomiásticos, que llamó

poderosamente la atención del buen «cicerone», a

quien se le caía la baba al oír tratar de

aquella manera a su Padre fundador.

Dijo que le había conocido casualmente en un

viaje, y que desde el primer momento quedó

prendado de su trato y de la santidad que

transpiraba su persona, que le había hablado con

un entusiasmo desbordante de su Obra, la

Hermandad, y que, en fin, la impresión que había

sacado de aquella entrevista era inmejorable y

en absoluta conformidad con las referencias que

tenía de él.

El Padre jesuita daba tal acento a sus

palabras y a su gesto tal expresión, que se veía

claramente que aquellos no eran elogios forzados

o de compromiso, sino totalmente espontáneos y

salidos del corazón. Y al tender la mano en plan

Page 231: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de despedida, añadió:

-Cuando le escriba usted a D. Manuel, mándele

mis recuerdos más sinceros y afectuosos.

- ¡Con mucho gusto!, pero... ¿de parte de

quién?

Y el visitante contestó en voz baja, casi

imperceptible, mientras cruzaba el umbral de la

puerta:

- ¡De parte del Padre Urráburu!

LA CURIOSIDAD DE UN MONAGUILLO

Tiernamente enamorado de la Sagrada

Eucaristía, no podía ocultar D. Manuel sus

fervores cuando, por hallarse enfermo de

consideración y no poder celebrar el Santo

Sacrificio, había de comulgar en la cama.

«Cuantas veces tuve la dicha de darle la Santa

Comunión, dice un Operario, temía no le diera un

síncope, por lo delicado de su salud, al recibir

al Señor con aquellos afectuosos suspiros que le

hacían latir el corazón con violencia» .

Lo mismo ha decirse de su compostura y

modestia en la celebración de la Santa Misa. Se

emocionaba de tal manera durante ella que

contagiaba con su fervor a los circunstantes.

Sobre todo después del momento solemne de la

consagración, en que se estaba durante un largo

rato mirando y contemplando las especies

consagradas, como queriendo descorrer con sus

pupilas los velos eucarísticos, para hartarse

con la contemplación de Aquél que constituye las

delicias de los ángeles en el cielo.

Corría la fama, sobre todo entre los alumnos

del Colegio de San José de Tortosa, de que D.

Manuel veía corporalmente a nuestro Señor

durante el Santo Sacrificio. Por eso, aquellos

buenos seminaristas se disputaban el honor de

ayudarle a Misa.

Cierto día le tocó la vez a uno, despierto y

despabilado, que aun vive en una ciudad populosa

Page 232: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de España. Lleno de satisfacción se vistió la

sotana y la sobrepelliz, por creer que él

también iba a ser particionero de tan

sobrenaturales regalos.

Llegado el momento de la Consagración, el

inquieto monaguillo de cuando en cuando se

levantaba del lugar que le correspondía, y

hurtando el ser visto de D. Manuel, pero no

importándole un bledo ni las rúbricas ni lo que

los asistentes dijeran al ver aquellas posturas

tan poco litúrgicas, estiraba cuanto podía el

cuello y, con unos ojos desorbitados miraba y

remiraba, por ver si sorprendía a Nuestro Señor

en una de sus manifestaciones corporales.

No lo consiguió el curioso rapaz, aunque

repitió varias veces su faena durante la Misa,

saliendo de ella con la convicción de que aun no

era él lo suficientemente bueno para merecer

tales favores, y con el propósito serio de

emprender a galope tendido una alocada carrera

hacia la santidad, para, al menos cuando llegara

al Sacerdocio, ser digno de los favores con que

sin duda el Señor regalaba a D. Manuel.

¡SI TODOS FUERAN COMO MOSEN SOL !

No eran sólo sus devotos y admiradores los

que reconocían y pregonaban su acrisolada

santidad, sino que hasta en los sectores

apartados de la Iglesia se le consideraba como

un hombre íntegro y de un vida inmaculada.

Cuando entre uno y otro campo surgía la

discusión, y los enemigos de la Religión echaban

mano del tópico manoseado y huero de la conducta

poco digna de algunos clérigos, midiendo a todos

los demás por el mismo rasero, el contraataque

solía consistir en poner ante sus ojos el

ejemplo de D. Manuel a lo que invariablemente

respondían los primeros:

«¡Ah! ¡Es que si todos los sacerdotes fueran

como Mosén Sol, sería otra cosa!»

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Lo cual, sin mermar en nada la santidad de

los demás sacerdotes, por ser un argumento

tendencioso además de infundado, demuestra que

era de tales quilates la virtud de D. Manuel y

tan arrollador el influjo de su santidad, que

ante ella habían de rendirse hasta los mismos

anticlericales.

YA PASA DON MANUEL

Queríanle extraordinariamente sus paisanos

por la fama de santidad de que gozaba, hasta el

punto de que, cuando iba por cualquiera de las

canes de la ciudad, con frecuencia se oía

exclamar a la gente : «¡Ya pasa Mosén Sol, ya va

Mosén Sol ! » Y todos salían a las puertas de

las casas para verle.

Este grito y esta actitud, no eran otra cosa

que la paladina manifestación de los

sentimientos de alegría que provocaba su paso.

Los mayores le saludaban sin distinción de

clases sociales, y los niños le rodeaban para

besarle la mano y pedirle estampas. Había días

en que por este motivo, y siendo la distancia

cortísima, tardaba media hora larga en llegar

desde el Templo de la Reparación al Colegio de

San José.

LA JUBILACIÓN DE UNA SILLA

Sufría D. Manuel terribles dolores de muelas,

que le impedían conciliar el sueño por la noche

y no le permitían trabajar a satisfacción

durante el día. No tuvo más remedio que

dirigirse a casa del odontólogo para sacárselas.

Le examinó éste detenidamente la dentadura y

sin decirle palabra le arrancó una muela y un

diente; pero la extracción debió ser tan difícil

Page 234: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

y dolorosa que quedó el paciente atontado.

Visitaba más tarde la misma clínica el

Presbítero D. Manuel Pascual. Mientras el

dentista preparaba los aparatos necesarios para

la operación, el sacerdote sentado en el sillón

del suplicio pasaba revista a todos los objetos

existentes en la habitación, cuando toparon sus

ojos con una silla, idéntica a la en que él se

hallaba sentado que pendía del techo, en uno de

los ángulos de la estancia.

¡Qué cosa más rara!, dijo para sus adentros,

y no pudiendo resistir la tentación de

curiosidad que le asaltó, preguntó al dentista

-Oiga, doctor, ¿cómo es que ha jubilado usted

esa silla, si parece que está todavía en buen

uso, y por qué ha tenido usted la peregrina

ocurrencia de colgarla del techo?

-Le extraña, ¿verdad? Pues la razón es la

siguiente: En esa silla extraje a Mosén Sol una

muela muy difícil, y fue tanta la calma,

serenidad y extraordinario valor de que dio

pruebas, que tuve la convicción de haber operado

a un santo, y desde entonces no he consentido

que nadie más se siente en ella ; y ahí la tengo

a la vista de todos para recuerdo y edificación

de cuantos visiten mi clínica.

Y allí conservó el dentista durante mucho

tiempo la silla, como si fuera la reliquia de un

santo.

¡ES USTED UN SANTO !

Fue en la estación de Madrid. Estaba D.

Manuel acomodado en un departamento del tren

aprovechando el tiempo, mientras llegaba la hora

de la salida.

De pronto interrumpe su lectura una visita

inesperada. ¡Era D. Alfonso Merry, más tarde

Embajador de España en Londres! Un fuerte

apretón de manos y un saludo efusivo que a D.

Manuel le supo a poco, pues el distinguido señor

Page 235: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

salió inmediatamente del vagón.

D. Manuel casi no acertaba a explicarse

aquella visita relámpago. Pronto le sacaron de

su asombro dos señoras jóvenes y de porte

finísimo, que preguntaban por D. Manuel Sol.

-Servidor de ustedes, repuso éste. ¿En qué

puedo serles útil?

-Vamos a tener el gusto y la honda

satisfacción de verle y de besarle la mano.

D. Manuel estaba un poco aturdido; porque, en

efecto, mientras le besaban la mano, no dejaban

de mirarle y remirarle con los ojos siempre

fijos en su rostro.

-Queremos además que nos tenga usted siempre

presentes en sus fervorosas oraciones, pues nos

acaban de decir que es usted un santo.

- ¡Pobres señoras! ¿Quién las ha engañado a

ustedes de ese modo ?

-Nos lo ha dicho quien no miente; y tampoco

miente su cara de usted. Ruegue usted por

nosotras.

Sonó la campanilla de la estación. Era el

momento de la salida. Las señoras, entre risas y

peticiones de plegarias, besaron de nuevo la

mano a D. Manuel y desaparecieron, dejándole

confundido.

Llegó entonces D. Alfonso Merry a despedirse

y entró en el departamento con cara de pascuas y

sonriendo un poco picarescamente. D. Manuel, al

darle la mano, le echó una cariñosa reprimenda

por el afecto excesivo que le había demostrado.

LOS APUROS DE UN BARBERO

Los alumnos del Colegio de San José de

Tortosa, con quienes convivió durante tanto

tiempo y que tuvieron, por consiguiente, ocasión

de conocerle tan de cerca, tenían formado de él

un altísimo concepto. Frecuentemente se les oía

exclamar : ¡D. Manuel no tiene cara de hombre!

¡Parece un ángel! ¡Es algo extraordinario! ¡Es

Page 236: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

un ser superior! Y no se cansaban de mirarle,

cuando se ponía al alcance de sus ojos.

Tan convencidos estaban de su santidad, que

hasta los inquietos latinillos con frecuencia le

hacían objeto de sus conversaciones, llegando

algunos en su ingenuidad infantil a decir que

tenían ganas de que se muriera pronto, para

cuanto antes verle hacer milagros y poderle

venerar en los altares.

De esta fama de santidad nacía la veneración

y el respeto que le profesaban, como lo

demuestra el siguiente caso, contado por el

mismo protagonista:

«Era yo barbero de los alumnos y de los

Superiores del Colegio de Tortosa. Para D.

Manuel iba un barbero de la ciudad. Un día no

pudo éste ir y me avisaron para que afeitase yo

a D. Manuel. Lo hice. Pero, como le mirábamos

como una cosa sagrada, me vi apuradísimo para

cumplir mi misión. ¡Qué sudores y trasudores los

míos, y eso que... era invierno!...»

Menos mal que D. Manuel, notando su

turbación, le propinó unas cuantas palabras de

cariño que devolvieron la tranquilidad al

turbado barbero.

COSAS DEL CHANTRE

Gozaba fama de santidad no sólo entre

personas seglares, entre sus devotos y

dirigidos, sino entre el elemento eclesiástico,

sacerdotes y altos dignatarios de la Iglesia,

quienes, por sus cargos y formación, no suelen

ser tan pródigos en formular juicios favorables

respecto a la santidad de las personas, o en

propinar epítetos laudatorios.

Esto no obstante, hay múltiples ocasiones en

la vida de D. Manuel en las que sacerdotes y

religiosos no se avergonzaban de manifestar

públicamente el aprecio que le tenían y la

veneración que le profesaban.

Page 237: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Ocupaba la Chantría de Burgos el prestigioso

y sabio sacerdote D. Manuel González Peña ; el

cual, siempre que D. Manuel paraba en la capital

de Castilla, no perdía la ocasión de saludarle

para gozar de su agradable conversación y de sus

edificantes ejemplos.

El Sr. Chantre pasaba largos ratos

contemplando a D. Manuel, de quien decía que

jamás había visto cara más parecida a la de un

santo que la suya. Y era tal la veneración que

por él sentía, que siempre que le era posible le

besaba la mano con mucho respeto.

D. Manuel solía ponerse en guardia y no se la

dejaba besar. Pero a veces, en un momento de

descuido, el buen canónigo satisfacía sus

deseos.

Y entonces D. Manuel, para que los

circunstantes no formaran de él un concepto

elevado al ver a un sacerdote, tan benemérito

como aquel, darle. tan significativa muestra de

respeto, decía sonriendo, mientras movía un poco

la cabeza:

«¡Bah, bah! ¡Cosas del Chantre, cosas del

Chantre!»

LA PLATICA AQUELLA

Hizo un viaje a Toledo por el mes de mayo de

1899. El mismo día de su llegada quiso saludar a

los seminaristas. Estos, que nada sabían de la

venida de D. Manuel, se vieron gratamente

sorprendidos por la voz de la campana que les

invitaba a ir a la capilla.

Fueron rellenándose las hileras de bancos.

Cientos de ojos, después de contemplar la mesa

de pláticas preparada a aquella hora

intempestiva, se clavaron en la puerta de la

sacristía, ansiosos de saber quién era el orador

que allí les había congregado.

Salió, por fin, D. Manuel con su paso lento,

su aire acompasado y su porte atrayente. Rezó

Page 238: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

delante del sagrario con mucho fervor, imploró

el auxilio de los santos ángeles con un timbre

de voz tan especial y unos dejos de unción

sagrada tan marcados, que no pudieron menos de

llamar poderosamente la atención de aquellos

chicos.

Entre los de segundo de Filosofía se sentaban

juntos dos alumnos, de los cuales uno era un

seminarista ejemplar y fervoroso y el otro un

seminarista aseglarado y mundano, más bien un

seminarista malo.

Todos seguían el desarrollo de la plática con

un interés extraordinario y una atención

admirable en medio de un silencio sepulcral. El

primero de estos dos seminaristas estaba

completamente absorto, escuchando con sumo

deleite de su espíritu aquellas cosas tan

sublimes que le sabían a cielo, salidas de

labios de aquel sacerdote endiosado que

necesariamente tenía que ser un santo.

En estas cavilaciones y pensamientos andaba

sumido, cuando vino a distraerle la voz ronca de

su compañero del lado, el cual, sacudido

fuertemente por el fervor que destilaban las

palabras del orador sagrado, se vio precisado a

exclamar, mientras despertaba de su

ensimismamiento a su condiscípulo con un codazo

- ¡Chico, éste es un santo! . . .

- ¡Ciertamente! ¡Así es! -contestó el

primero, dándose entonces perfecta cuenta de los

quilates de santidad que atesoraba D. Manuel,

más que por los efectos de entusiasmo que habían

provocado en su espíritu las palabras del

fundador de la Hermandad, por los efectos que

habían producido en el alma siempre insensible

de su compañero.

El seminarista primero, que conservó durante

toda su vida el recuerdo del primer encuentro

con D. Manuel, llegó más tarde a ser hijo

esclarecido de la Hermandad, Superior general y

protomártir de la misma: D. Pedro Ruiz de los

Paños.

Page 239: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

¡ES LO QUE MAS ME GUSTA !

Mortificadísimo en todo lo era

particularmente en lo referente a la comida,

hasta el punto de poder decir justificadamente

en cierta ocasión a un Operario, a quien el solo

olor del vino le molestaba: «¡Mira, yo, basura

que me sirviesen, tomaría!»

No sólo se mostraba indiferente ante los

platos, ignorando sus comensales cuáles eran los

de su preferencia, sino que, yendo hasta el

extreme en la mortificación de la gala, daba

muestras sensibles de placer cuando le

presentaban algún manjar que le repugnaba.

Cuando le servían carne, infaliblemente se

quedaba con los huesos, y si la comida era

pescado, para él se reservaba las cabezas. Y

esto lo hacía con tanta sencillez y naturalidad,

que la gente llegaba a persuadirse de que, en

efecto, era aquel su plato favorito.

Estando una vez en Barcelona, uno de sus

comensales que le quería de veras, viendo que se

quedaba casi sin comer, porque siempre que

ponían pescado se servía las cabezas, se atrevió

a decirle

-D. Manuel, sírvase usted más, que siempre se

pone las cabezas y se ha de quedar con hambre.

-No, respondió él, es lo que más me gusta.

Y le salió tan espontáneo y dio tal énfasis

de convicción a sus palabras, que despistó

completamente a cuantos le rodeaban, haciéndoles

creer que, en efecto, aquella era la parte del

pescado que más le gustaba.

¡ESTO NO PUEDE SER !

Ni aun en medio de las enfermedades, cuando

con las dolencias del cuerpo suele tornarse más

Page 240: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

quisquilloso el espíritu, ni aun entonces, D.

Manuel se dejó llevar jamás del gusto. Seguía

con meticulosidad las prescripciones del

facultativo. Nunca se quejaba de que le

presentaran la leche sin azúcar o fría, o de que

las medicinas resultaran demasiado amargas.

El mismo día en que le dio el ataque de su

última enfermedad, pasado el primer acceso, se

presentó al toque de la campana en el refectorio

con los demás Superiores, no permitiendo que le

sacaran nada especial, y contentándose con la

comida de todos.

Cuando se hallaba comiendo, le vino un

segundo accidente, y tuvieron que retirarle y

meterle en la cama. Estando ya en ella y vuelto

en sí, le sirvieron un trozo de carne tan mal

preparado, que se necesitaba todo el apetito de

un famélico para poderlo hincar el diente.

D. Manuel lo recibió sin dar muestras de

desagrado, pero el médico que le asistía, Dr.

Vilá, y que se hallaba entonces presente,

exclamó enfadadísimo, no sólo por la mala

preparación de aquella comida indigna de un

enfermo, sino por la paciencia supina de D.

Manuel:

- ¡Esto no puede ser! ¡Imposible! ¡No puede

continuar así! ¡Avisen que venga en seguida a

servirle una Sierva de Jesús!

Y como notara ciertos reparos en D. Manuel,

añadió

- ¡Ea, lo dicho, que no puede ser!

EL ACEITE DE LA LÁMPARA

Muchas ocasiones tuvo de refrenar su carácter

impetuoso y su temperamento vivo, y de poner en

práctica el consejo que él daba a sus Operarios:

«Procura que los disgustos no te pasen de la

ropa o de la piel, y ten en cuenta que paciencia

se tiene más cuanto más se gasta.»

Era un día de Jueves Santo. Se hallaba D.

Page 241: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Manuel arrodillado junto al presbiterio de la

iglesia de Santa Clara, preparándose para la

celebración del Santo Sacrificio. Absorto en su

meditación, no advirtió los movimientos del

monaguillo, que junto a él estaba preparando la

lámpara del Santísimo.

Alguien entró precipitadamente en la iglesia

y el buen rapaz clavó instintivamente sus ojos

en la puerta de la entrada, dejando al mismo

tiempo caer el vaso de aceite sobre el magnífico

manteo que vestía D. Manuel.

Dióse cuenta éste del tremendo desaguisado

cometido por el monaguillo cuando, después de

sentir que rodaba por sus espaldas el vaso del

aceite, se vio el enorme lamparón que le había

echado encima.

El manteo había quedado inutilizado. No

obstante, D. Manuel se contuvo sin decirle nada

al atolondrado acólito y continuó su oración

mental. Acabada la misa y cuando ya en la

sacristía el pobre rapaz se temía una

reprimenda, D. Manuel se limitó a decirle,

mientras le alentaba con una mirada paternal:

«¡Qué chicos, qué chicos!»

Acto seguido se dirigió al locutorio de las

monjas para ver si aquello tenía remedio. AL

enterarse las religiosas, aunque lo sintieron,

no pudieron menos de reír la aventura del

aceite. Limpiáronle el manteo lo mejor que

pudieron, pero no consiguieron hacerlo como

hubieran deseado. Al saber D. Manuel que su

manteo, después de aquella ligera escaramuza,

había de pasar a la reserva, no se incomodó lo

más mínimo, al contrario, hasta tuvo humor para

bromearse de las monjas, que no eran capaces de

limpiar debidamente aquella pieza, recién

estrenada y puesta fuera de combate de una

manera tan tonta.

UN CAMARERO IMPROVISADO

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En otra ocasión fue una sopera llena la que,

escapándose de las manos de un improvisado

camarero del Colegio de Tortosa, vino a dar aún

caliente encima de D. Manuel.

Uno de los comensales, al ver que la sotana

de éste había quedado poco menos que inservible,

se creyó en el deber de propinar al incauto

seminarista una regañina de las que hacen época.

Aguantaba cabizbajo el pobre estudiante

aquella lluvia de improperios, dirigidos contra

su precipitación y descuido, hasta que la cortó

D. Manuel diciéndole, mientras le dirigía una

mirada compasiva: «¡Ay, chiquito, chiquito!»,

palabras que para el apenado seminarista, más

que de reproche, tenían dejos de suave caricia.

LA OVEJA ROÑOSA

Amante de todas las virtudes, no podía menos

de ser Don Manuel un enamorado de la virtud

angélica: la castidad sacerdotal. Ejercióla en

alto grado y de muy diversas maneras. Llevaba

continuamente la vista recogida y un halo de

encantadora modestia regulaba todos sus gestos y

movimientos.

Hasta en dar a besar su mano ungida se

mostraba reservado, no permitiendo que le

tocasen de ninguna otra manera. En su última

enfermedad no consintió «que le cortaran las

uñas de los pies, a pesar de las insistencias

que se le hicieron, por el amor extraordinario

que profesaba a la Santa virtud de la pureza».

La predicó durante toda su vida con su

palabra y con su ejemplo. «No quiero tener en

mis colegios, decía, ninguna oveja roñosa». Y

dirigiéndose a los colegiales añadía : «Sobre

todo, ¡ay!, evitad aquel pecado que no quiero

nombrar. Si alguno fuese tan degenerado a

hiciese tal cosa, que no se acerque al Oratorio

ya, porque excitaría la ira de Jesús. Que se

marche enseguida aunque sea con la blusa, sin

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despedirse de los Superiores. Si viene aquí, él

sólo robaría las gracias a los demás. ¡Oh, no,

no! Que el Corazón de Jesús le arroje, antes que

uno pueda servir de tropiezo a otro, ni con

palabras, ni con obras».

Es curioso y admirable el que, a pesar de

haber tratado con personas de toda edad y

condición, sobre todo con jóvenes del otro sexo

y religiosisas de mil Congregaciones diferentes,

a nadie ni siquiera a sus mismos enemigos se les

haya ocurrido acusarle contra esta virtud. Lo

cual prueba lo acrisolado de ella, y lo

inmunizada que estaba su fama, pues una calumnia

de ese género no hubiera adquirido cuerpo entre

sus paisanos, los tortosinos, que estaban

convencidos de la pureza de vida y rectitud de

intención con que D. Manuel procedía en todas

sus cosas.

Y tanta era la estimación que en este sentido

gozaba entre sus colegiales, que algunos de

ellos, como el después jesuita, P. Artemio

Colón, para resistir las tentaciones contra la

castidad, invocaban el nombre de su antiguo

Superior uniéndole a los de los tres santos

personajes de la Sagrada Familia, y diciendo:

«¡Jesús, María, José y D. Manuel!», se veían

libres de tales tentaciones.

Y DON MANUEL SE HIZO EL SORDO

Visitó en cierta ocasión a una señora

tortosina, ya de alguna edad, que vivía con una

hija suya, también entrada en años. Ambas eran

dirigidas de D. Manuel y entusiastas

bienhechoras de todas sus obras de celo.

- ¡Pase, pase, D. Manuel!, respondieron a dúo

y llenas de gozo señora y señorita, al saber

quién era el huésped que llamaba a la puerta.

Como le trataban con tanta confianza, aunque la

hija estaba peinando a la madre, no tuvieron

reparo en introducirle en la habitación en que

Page 244: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

se hallaban.

Antes de que él tuviera tiempo de despegar

los labios para exponer el objeto de su visita,

la joven por vía de introducción y para hacer

una caricia a su madre, que estaba completamente

chocha porque, a pesar de los años, conservaba

una envidiable y bien cultivada cabellera,

dirigiéndose a D. Manuel, le dijo:

«¡Mire, mire, D. Manuel, qué pelo más hermoso

tiene todavía mamá!»

Pero D. Manuel, a quien habían hecho poca

gracia tan imprudentes palabras, se hizo el

sordo, y como si estuviera distraído, se puso a

mirar por el balcón de la casa, hasta que sus

hijas espirituales terminaron la faena en que se

hallaban ocupadas.

EL RECUERDO DE AQUEL VAPOR

Se hallaba en la ciudad de Valencia y fue

invitado juntamente con D. Enrique de Ossó y

otras personas a visitar un magnífico

trasatlántico que había fondeado en el puerto.

Accedió D. Manuel, más bien que por

satisfacer la curiosidad natural de ver un vapor

recién construido según las últimas exigencias

de la técnica náutica, por el placer de secundar

los deseos de un amigo que tan cariñosamente les

había invitado.

Estuvieron en los camarotes y curiosearon los

salones; vieron las máquinas, subieron a

cubierta y bajaron hasta las bodegas; lo

recorrieron todo de popa a proa, gozándose en

Dios que por medio de los hombres hace esas

maravillas flotantes de los grandes

trasatlánticos modernos.

En un ángulo de una de aquellas estancias

había sobre elegante peana y como objeto de

adorno una estatuilla indecorosa, que

necesariamente hubieron de ver los visitantes.

Los ojos de D. Manuel, que no esperaban

Page 245: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

tropezarse con semejante objeto, pasaron

rápidamente sobre él y se escondieron

instintivamente tras los párpados, entornados

para no mirar lo que habían visto.

Pero su amor a la virtud de la santa pureza

era tan exquisito, que durante mucho tiempo

conservó un triste recuerdo de aquel vapor, no

porque la conciencia le acusara de pecado, ni

siquiera por efecto de escrúpulos, que no había

lugar a ellos pues sus ojos habían tropezado

casualmente con aquella imagen y habían pasado

por ella como gato sobre ascuas, sino por la

preocupación de haber dado quizás mal ejemplo a

los que le acompañaban o a los que, conociendo

ya el barco y cuanto encerraba, le habían visto

entrar o salir de él.

¡ESO SI QUE NO LO VERÁN TUS OJOS!

Tuvo que hacer un viaje a Valencia, y se

decidieron a acompañarle en plan de excursión,

entre otros familiares, una hermana suya con la

que iba además una hija y una amiga de ésta. D.

Manuel se desvivió por atenderlas lo mejor que

pudo, sin reparar en tiempo ni en gastos. Hizo

que vieran cuantos monumentos y cosas notables

hay en la ciudad del Turia. El las acompañaba en

aquellas visitas turísticas y, cuando no

encontraban quien desempeñase este papel, él

mismo hacía de «cicerone». Con tan buen guía

pudieron contemplar el Miguelete y las torres de

Cuarte, la catedral y el santuario de Nuestra

Señora de los Desamparados, la Lonja y el

puerto.

De las iglesias más importantes pocas dejaron

de ver, pues cada día las citaba en una de ellas

para oír la misa que él celebraba y comulgar,

haciendo que, acto seguido, el sacristán les

enseñase cuantos objetos de valor figuraban en

el relicario, o les acompañara por el templo

para mostrarles las imágenes de algún valor.

Page 246: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Todos los excursionistas estaban encantados

de las bellezas que encierra Valencia, y no

menos de la condescendencia y atenciones

derrochadas por D. Manuel en favor suyo durante

aquellos días.

Basándose en esto, y más aún movida por la

insistencia machacona de su hija y de la

amiguita de ésta, se atrevió la hermana de D.

Manuel a pedirle que, pues les había enseñado

tantas y tales cosas, para que el regocijo fuera

completo y pudieran decir las niñas que lo

habían visto todo, les permitiera asistir, ya

que él no querría acompañarlas, a una sesión de

teatro en uno de los mejores salones de la

capital levantina.

Como una bomba le sentó a D. Manuel aquella

petición de su hermana. El, tan afable y

obsequioso siempre con todos sus familiares, se

mostraba intransigente cuando sus

condescendencia pudiera ponerles en peligro de

quebrantar los mandamientos divinos y las normas

de la Iglesia. Por eso no la permitió continuar

aduciendo razones especiosas en favor de su

petición, sino que, cortándola al punto,

respondió con una energía rayana en la emoción y

con una convicción que no dio lugar a réplicas:

«¡Ah, no! ¡De ninguna manera! ¡Eso sí que no

lo verán tus ojos, mujer!»

Y desde aquel momento nadie volvió, no ya a

mentarlo, pero ni siquiera a pensar en ir al

teatro.

COLEGIOS DE CAÑAS

Poseen los santos una fe ciega en Dios y una

confianza ilimitada en los designios amorosos de

su Divina Providencia.

De una y otra virtud dio pruebas

extraordinarias D. Manuel.

«Cuando hay necesidad de una cosa, se hace,

sin preocuparse del dinero...» Esa era su

Page 247: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

consigna. Así lo hacía y así lo aconsejaba, como

lo hizo en cierta ocasión a un Superior que

andaba perplejo, viendo por una parte la urgente

necesidad de un local habitable para biblioteca

en uno de sus colegios, y por otra, la falta de

recursos con que levantarle.

«No tema por los empeños, decía a otro.

Busque dinero, que luego San José y su apurada

situación sacarán las habilidades.»

Hasta tal extremo llegaba su confianza, que

decía: «Con gusto haría los colegios de cañas

para veinte años, y luego la Providencia se

encargaría de ellos», dando a entender que

cuando los negocios de gloria de Dios se ponen

en sus manos divinas, él se interesa por ellos,

y no hay peligro de que no salgan a flote a no

ser que la desconfianza humana les eche a pique.

D. Manuel la ponía toda en Dios, y por eso

todas sus cosas llegaban a feliz término. Cuando

se hallaba en Valencia en los comienzos del

Colegio de San José, decía: «Aquí un movimiento

excesivo. Tenemos entrando 240 chicos, y no

tenemos ni agua ni fuego ni luz ni local: pero

se va remediando todo».

El Señor lo remediaba valiéndose como de

instrumento de su actividad y celo portentoso,

caldeado con el fuego de una confianza ilimitada

que trascendía al exterior y le ganaba entre la

gente la fama de ser un hombre de Dios, y por

eso, insustituible en la favorable solución de

cuestiones desesperadas.

«Sujetaré mis fervores hasta la venida de

Vuestra Reverencia, le escribía a Roma la

abadesa de un convento de Vinaroz, cuando traía

entre manos la construcción de otra casa

religiosa en Vall de Uxó; porque es Vuestra

Reverencia el destinado por Dios para llevar a

feliz término estas empresas de pocos cuartos».

DIOS ES EL AMO

Page 248: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Gastó todo su rico patrimonio en llevar a

feliz término las obras que le sugerían su celo

por la gloria de Dios. Había vendido por ese

motivo dos huertas preciosas, una en la Estación

y otra en el Rastro, dos molinos de aceite, una

plana enorme, y algunas montañas, y cuando ya no

le quedaba de su herencia más que la casa natal,

pensó en venderla también para hacer frente a

los enormes dispendios que le ocasionaba una

empresa que entonces traía entre manos.

Sentía en el alma tener que enajenar aquella

casa, legado de sus mayores, que guardaba tantos

recuerdos de su infancia, y de la que únicamente

salió cuando la guadaña de la muerte había

abierto hondas brechas entre los miembros más

queridos de su familia. Pero la necesidad le

obligaba a desprenderse de ella. No veía otra

solución en el horizonte de las posibilidades, y

los motivos de la gloria de Dios le urgían con

insistencia cada vez más apremiante. No había

duda: ante el dilema que le planteaban el

espíritu y el corazón, vencería el primero al

segundo; sacrificaría el gusto de conservar su

casa pairal por la satisfacción de proporcionar

al Señor nuevos motivos de gloria.

Sin embargo, no todos pensaban como él. No

faltaron allegados y amigos que, con un amor

bastante descalificado y movidos por una

prudencia demasiado humana, creyéronse en el

deber de disuadirle de su propósito, y hasta se

atrevieron a indicarle que la empresa en que se

hallaba empeñado era, además de descabellada,

imposible de realizar.

-Mira, Manuel, le dijeron. El negocio que lo

ocupa no puede prosperar de ningún modo. A todas

luces se ve que va a pique y que de un momento a

otro se vendrá abajo. De modo que nos sentimos

en la obligación de decirte que no sólo es

imprudente, sino temerario el que vendas la casa

de tus padres, para emplear su importe en la

empresa a que nos referimos, pues, deshecha

ésta, como sucederá, y sin otros medios de

subsistencia, lo verás en la precisión de ir a

un hospital.

Page 249: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

A lo que D. Manuel, que miraba las cosas

desde un punto de vista más sobrenatural,

respondió con dignidad y entereza, después de

haberles dado delicadamente las gracias por el

interés que por él mostraban: «Si Dios permite

que se hunda la Obra, lo sentiré, pero Dios es

el Amo. Y si yo tengo que ir a parar a un

hospital, no me importa, estoy conforme con su

divina voluntad».

SI YO FUERA OBISPO, LE ORDENARÍA

Por su madurez de juicio, sus dotes

naturales, su vida sobrenatural y su experiencia

nada común, era D. Manuel un consejero ideal.

Gentes de toda condición social acudían a él en

demanda de orientación en su vida y empresas. No

pocos Prelados, hallándose en momentos apurados

y en ocasiones difíciles, le confiaban a D.

Manuel sus asuntos, aquietándose plenamente con

la solución que él les daba.

Un seminarista de la diócesis de Tortosa

había solicitado el subdiaconado. Hechas las

publicaciones de las Ordenes en los lugares

debidos, cierta persona que le quería mal, le

denunció al Sr. Obispo acusándole de que era

liberal.

El Sr. Obispo, para quien el acusador debía

de ser persona de toda solvencia, negó las

Ordenes al seminarista. Este, al enterarse de la

causa de la negativa, se personó ante el Prelado

tratando de convencerle de que le habían

informado mal, de lo infundado de la acusación y

de la animosidad que para con él sentía desde

hacía mucho tiempo el denunciante.

Nada consiguió a pesar de su insistencia.

No faltó, sin embargo, quien se interesase

por el citado ordenando y fuese a interceder por

él ante el Sr. Obispo, con resultados también

negativos. Al saber que todas las tentativas

anteriores habían resultado fallidas, el Dr.

Page 250: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Marchancoses, persona de prestigio en la

diócesis, se lo comunicó a D. Manuel.

Enterado D. Manuel del caso, envió a D.

Andrés Serrano para que hablara de él al Prelado

y le dijera en su nombre:

«Si Vuestra Excelencia tiene resuelto el no

ordenarle, está bien. Pero si yo fuese Obispo,

le ordenaría.»

Pesaron tanto en el ánimo del Sr. Obispo

estas palabras, que sin esperar a nuevas

consultas ni hacer otras indagaciones, le ordenó

en seguida, con la consiguiente admiración de

todos, que no acertaban a explicarse el

repentino cambio de parecer del Prelado.

TU SERÁS MONJA

Hallábase dando Ejercicios Espirituales a las

jóvenes de San Mateo. Entre ellas había algunas

fervorosas y otras un tanto ayunas de verdadera

piedad. En un momento propicio llamó a una de

éstas, la estuvo aconsejando y amonestando, la

hizo ver cómo la causa de su poco adelantamiento

en la vida espiritual no era otra que la

compañía de amigas frívolas y ligeras, la mandó

que las dejase, pues de lo contrario no pasaría

de ser una simple «beata», y la indicó otras

compañeras que la podían hacer mucho bien.

Después de estas prudentes admoniciones, añadió

con la seguridad de quien dice algo de lo que

está completamente convencido

«¡Tú has de ser religiosa!»

La chica, un poco extrañada porque nunca

había pensado semejante cosa, al volver a casa

se lo contó todo a su madre: «He estado con

Mosén Sol, y me ha dicho que tengo que ser

religiosa.»

La madre, que tenía cariño extraordinario, y

más que cariño veneración, a D. Manuel, y estaba

contentísima porque su hija hacía con él

Ejercicios Espirituales, respondió

Page 251: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

emocionadísima: «¿Qué puedo yo negarle a ese

Santo? Dile, hija mía, que disponga de ti, de mí

y de todo lo mío.»

No necesitó la joven hacer más exploraciones

sobre su vocación; basándose únicamente en las

palabras de D. Manuel, no tardó en solicitar el

ingreso en el Convento de Madres Agustinas de su

mismo pueblo, siendo admitida en él poco

después.

EL ASPIRANTE A CANÓNIGO

Acostumbrado a trabajar siempre por motivos

de pura gloria de Dios, tenía D. Manuel

verdadero horror a todo lo que significara

distinciones y puestos elevados. El mismo se

había cerrado todo acceso a puestos y dignidades

eclesiásticas con el propósito de no aceptar

jamás cargos colativos. Gozaba cuando le

hablaban de algún sacerdote de prendas

excepcionales que se entregaba

desinteresadamente al cumplimiento de su sagrado

ministerio, sin ambición de recompensas humanas,

con la mira únicamente puesta en Dios, y hablaba

a veces con cierta compasión de algunos que él

decía «atacados de canonjitis».

Presentóse ante él en cierta ocasión un joven

subdiácono, lleno de vida y de ilusiones, con

muchos pajarillos en su cabeza y no menos planes

en su mente. Acababa de hacer brillantemente el

doctorado en Sagrada Teología, y le faltó tiempo

para comunicárselo a D. Manuel.

Queríale éste de veras, no sólo por sus

buenas dotes naturales, sí que también por las

relaciones de verdadera amistad que le unían con

alguno de los miembros de su familia.

«¡Bien, hombre, bien! o, le decía,

felicitándole, mientras le acariciaba con su

mirada paternal y le envolvía en una sonrisa

llena de afecto sincero. «Y ahora, ¿qué piensas

hacer?»

Page 252: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

El novel doctor, con cierto aire de

despreocupada indiferencia, pero dejando

claramente entrever que ya le había preocupado

este asunto y tenía dispuestos sus planes, dejó

como caer las siguientes palabras,

encuadrándolas en un movimiento significativo de

hombros:

-¡Psch...! ¡Casi no sé! Quizá haga

oposiciones a castrense y me vaya al Ejército.

D. Manuel, al oír esta respuesta, no pudo

contener un gesto de desagrado; lo cual,

advertido por el avispado subdiácono, que no

quería desagradarle en lo más mínimo, se

apresuró a cambiar de camino y añadió

-Tampoco me desagrada el coro. Ahora que hay

vacante una canonjía, quizás haga oposiciones a

canónigo.

No disminuyó la extrañeza y el desagrado de

D. Manuel, que entonces le dijo:

-¡Pobre hombre! ¡También tú atacado de

canonjitis!

El pobre subdiácono con su doctorado sin

estrenar, no sabía por dónde salir, pues veía

todos sus planes en tierra, y creyendo

tontamente que para estar al frente de una

parroquia no merecía la pena haberse graduado,

dio otro paso en falso diciendo:

-Pues entonces, profesor de la Normal.

-Y ¿por qué no ir a una parroquia?-repuso,

por fin, D. Manuel-.¡Con tanto bien como puede

hacerse en ellas!

-Pues bien, iré a parroquia-contestó decidido

el joven doctorado, para quien los deseos de D.

Manuel tenían fuerza de imperativo-. Iré a

parroquia.

Había hallado, al fin, su vocación

específica, donde él no la buscaba. Y desde

entonces no volvió a pensar más que en la cura

de almas, siendo en la actualidad un dignísimo y

benemérito párroco de una capital de España,

cargo que viene ejerciendo desde hace mucho

tiempo con aplauso de, sus superiores

jerárquicos y satisfacción general de sus

feligreses.

Page 253: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

¿SERÉ YO DE LOS ÚLTIMOS ?

Lo cuenta el Excmo. Sr. Dr. D. Leopoldo Eijo

y Garay, actual Obispo de Madrid Alcalá y

Patriarca de las Indias.

«Un amigo mío, cuyos secretos no lo son para

mí, andaba hacía tiempo muy preocupado

estudiando el negocio de su vocación y creyendo

que el Señor le llamaba a estado más perfecto.

Su Director espiritual y el Superior creían que

no. Sus relaciones familiares, su pensión

diocesana, su carácter y el conjunto de

circunstancias que constituyen la voz fría de la

realidad, que no por ser fría es menos voz de

Dios que los vehementes deseos y los encendidos

fervores piadosos, parecían indicar que no. Pero

¡eran tan claras las voces internas con que Dios

llamaba!

-Consúltalo con D. Manuel-le dijo D.

Benjamín, el Rector del Colegio Español, y allá

fue mi amigo.

D. Manuel le recibió lleno de afecto, y

cuando se enteró del asunto, elevó sus ojos a lo

alto, como si pidiera a Dios luces, escuchó,

preguntó, volvió a escuchar, y después de una

breve pausa, poniendo su mano sobre la cabeza de

mi amigo y toda la fuerza persausiva de su

autoridad y de su afecto en las palabras, le

dijo: -Mira, hijo, el secreto de la

correspondencia a la vocación está en una sola

cosa: obedecer. Obedece a tus directores y

habrás atinado.

-¡Ese es mi deseo, D. Manuel, y esa es mi

norma. Obedecer a mil Superiores por Dios. Pero

como son contradictorias sus voces. obedezco

siguiendo las indicaciones de la voz más clara,

la del Superior; mas, me consumo interiormente

no pudiendo seguir la voz que de Dios me parece.

-No digas que son contradictorias, aunque

tales las creas. En negocio tan capital, si con

Page 254: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

corazón a intención pura se acude a Dios, Dios

no deja que se engañen sus encargados de

guiarnos al cielo.

-Entonces, D. Manuel, ¿serán ilusiones

mías?...

-No, chico, no; yo creo que Dios lo llama; y

creo también que tienen razón tus Superiores, al

menos por ahora. Pero, para que veas que no hay

contradicción en esto, fíjate bien, y no olvides

lo que lo voy a decir. Dios llama a los jóvenes

a la vida religiosa de tres maneras: a unos los

llama para que entren y se queden; son los que

constituyen los Institutos Religiosos; a otros

los llama para que entren y se salgan. ¿No

conoces la vida del Venerable Padre Claret? y a

otros los llama...¡para que no entren! ¿Te

sorprende?, pues esa es una prueba de amorosa

providencia del Señor; con esa idea el joven

vive enfervorizado y observante, atento sólo a

Dios, despegándose por él de todo afecto

terrenal, ganando con su deseo grandes méritos,

y sobre todo, defendido de los peligros de la

juventud.

-¿Y seré yo de los últimos?

-No lo sé, ni lo conviene saberlo. Ponte por

entero en manos de tus Superiores, y no creas

que su voz está en contradicción con la del

Señor... Más adelante, ya veremos; tal vez ellos

cambien... tú no tengas voluntad propia.

Así lo hizo aquel seminarista, viéndose en

adelante libre de tales dudas, porque descansó

plenamente en las palabras de D. Manuel.

CONFIANZA DE LA FUNDADORA

Corría el año 1905. Hallábanse las Siervas de

Jesús edificando el hermoso edificio que

actualmente poseen en Tortosa, en cuya

construcción intervino tan directamente D.

Manuel.

A pesar del sesgo favorable que llevaban las

Page 255: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

obras no estaba el siervo de Dios satisfecho,

porque en las proximidades del nuevo convento

había unos lavaderos públicos, y sabido era que

a ellos acudía gente poco recatada, que con sus

gritos estentóreos y sus palabras insolentes

podrían turbar la paz de las humildes

religiosas.

Preocupado por aquel asunto no sosegaba,

queriendo darle una solución favorable.

Un día le dice todo resuelto a su colaborador

D. Buenaventura Pallarés

-¡Oye, Ventura, eso no puede seguir así! Hay

que comprar todo el terreno que circunda los

lavaderos públicos.

-¡Sí, hombre, no ves que vendrán las

lavanderas a lavar y, como son tan libres en la

lengua, van a molestar a las monjas!

-¡Pero si no es posible! ¡Si acaban de

comprar la casa y han tenido que pedir dinero

prestado! ¡No es posible!

-¡No importa, hombre, no importa! ¡Hay que

hacerlo! ¡Hay que comprar esos terrenos y

levantar una tapia!

D. Buenaventura, apremiado por la insistencia

de D. Manuel, se lo dijo a la Superiora, Madre

Asunción Eguiluz, y ésta, que tomaba las

decisiones de D. Manuel como si fueran de un

santo, sin esperar más, lo puso en conocimiento

de la Superiora General y fundadora del

Instituto, Rvma. Madre María del Corazón de

Jesús, con quien a D. Manuel le unían relaciones

cordiales.

Aquella religiosa al saber que éste había

tornado camas en el asunto y que aquella era

decisión suya, sin pararse a pensar en las

ventajas o inconvenientes, escribió

inmediatamente a sus hijas diciendo: «Si es cosa

de D. Manuel, háganlo», y las mandó que se

presentaran cuanto antes en Barcelona, para

hablar con D. Francisco Marchenat que era el que

las había proporcionado el terreno para la

construcción de la casa que estaban levantando.

Empujadas por la obediencia, pero con cierto

reparo por tener que dar un nuevo asalto a la

Page 256: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

bolsa de D. Francisco, emprendieron el viaje

hacia la Ciudad Condal.

Llegadas a Barcelona se dirigieron a la

residencia del Sr. Marchenat, el cual, al

enterarse del motivo de la visita y saber que el

proyecto era cosa de D. Manuel, sin permitirlas

que continuaran exponiéndole los motivos que

avalaban sus planes, las dio el dinero que

necesitaban.

Llenas de alegría regresaron a Tortosa, y las

faltó tiempo para comunicárselo al Siervo de

Dios; el cual, dando gracias al Señor por la

solución satisfactoria de aquel enojoso asunto,

mandó que inmediatamente mandaran levantar la

tapia de circunvalación del convento.

LISTA DE FICHADOS

Era por los últimos años de su vida, cuando

él andaba ocupado en propagar entre sus paisanos

la devoción al Beato Gil de Federich. Quería

levantarle una estatua, y no contaba con

recursos para ello. Mas no paraba mientes en las

dificultades económicas que pudiera ofrecer una

empresa, cuando la creía de la gloria de Dios.

Pensando en el medio de salir de aquel apuro

se hallaba, cuando se le presentó el que después

fue Superior General de la Hermandad, D. Joaquín

Jovaní, para decirle que aquel mismo día salía

con dirección a Tarragona, por si se le ofrecía

algo.

-¡Sí, hombre; me vienes al pelo. Siéntate y

escribe.

-¿Y qué he de escribir?

-Lo siguiente: Corominas 10 pesetas; Mosén

Cucala, 10 pesetas... y así fue diciendo muchos

nombres hasta formar una lista respetable, para

sacar el dinero que se había propuesto en

Tarragona. Y se la has de llevar tú.

-¿Y si alguno se opone o se excusa?

-¡Ca!, ¡no lo harán!, diles que es cosa de

Page 257: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Mosén Sol.

El encargado de la póstula cumplió

perfectamente las recomendaciones de D. Manuel,

viendo con gran asombro suyo que todos los

fichados entregaban sin dificultad la cantidad

que se les asignaba en la lista, cuando se

enteraron de que era cosa de D. Manuel.

DUEÑO ABSOLUTO

A veces no encontraba en sus bolsillos lo que

buscaba, y disponía libremente del de sus

amigos.

Pasaba en cierta ocasión por la estación de

Alcalá de Chivert y acudieron algunas personas

del pueblo a saludarle, entre ellas dos niñas,

hermanas de un seminarista. Quiso hacerles un

obsequio. Registró minuciosamente todos sus

bolsos y con gran sorpresa suya vio que se había

olvidado del dinero, pero volviéndose a unos

señores que tenía al lado, les dijo:

«Mis bolsillos están vacíos, ¿me hacen el

favor de los suyos? “ Varios de ellos echaron

mano de sus cameras, que generosamente

ofrecieron a D. Manuel, el cual, cogiendo la del

más diligente, sacó unas cuantas pesetas y se

las entregó como propina a aquellas niñas,

devolviendo después satisfecho el portamonedas a

su dueño.

¡HOY RENOVAMOS LOS VOTOS, HÁGALOS

USTED

Influía extraordinariamente en aquellos a

quienes trataba. Como consejero era una cosa

acabada. Los pusilánimes a su lado se tornaban

enérgicos, y los indecisos o atormentados por la

Page 258: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

duda quedaban totalmente aquietados con sus

decisiones.

Era un sacerdote que estaba preocupado con el

negocio de su vocación. Quería ingresar en

cierta Congregación religiosa y ya había dado

los primeros pasos para entrar en el noviciado,

pero no acababa de decidirse, porque tenía una

dificultad bastante seria.

Consultó el caso con D. Manuel, y éste, en

una de aquellas resoluciones tan suyas, que no

por ser rápidas dejan de ser fundadas, le dijo

con todo aplomo

«¡Hoy renovamos nosotros los votos. hágalos

usted! “

«Y sin ocurrírseme reparo de ninguna clase,

dice el interesado. los hice descansando

plenamente en el parecer de D. Manuel, y viendo

después en el correr de los años que aquella

era, en efecto, la voluntad de Dios.»

¡MIRE QUE LE REGAÑARÉ!

Estaban de tertulia en la casa de un capellán

de monjas un buen número de sacerdotes, entre

los que se encontraban el cura más anciano de la

población y D. Manuel.

Animados unos con otros empezó cada uno a

contar retazos de su vida, empezando por las

trapisondas de los primeros años, y terminando

por las últimas aventuras que les habían

acaecido en el desempeño de su ministerio

sacerdotal: éste de vicario y aquél de capellán

de monjas, el uno en sus predicaciones y el otro

en su cátedra de profesor. Ni faltó quien

comenzó a relatar su vida y milagros abriendo el

libro de su historia por las travesuras que

hacía ya en el Seminario y los malos ratos que

hacía pasar a profesores y superiores.

D. Manuel gozaba viendo la jovialidad de

aquellos compañeros que, sin faltar a la

caridad, respiraban alegría y optimismo, y

ponderaba los quilates de su virtud que, aun en

Page 259: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

medio de las cruces que continuamente les

deparaba su vida sacerdotal, sabían ver siempre

el lado bueno de los acontecimientos.

En esto, intervino el sacerdote, en cuya casa

se desarrollaba la escena, cargado de años y de

desengaños:

«¡Bah, bah! Vosotros todavía sois jóvenes, no

sabéis lo que es la vida. Yo he vivido mucho.

Cuando tengáis mi experiencia y mis años,

respiraréis de otra manera.» Y empezó a nublar

aquel cielo de santas ilusiones con las sombras

de un negro pesimismo.

«Mas no había pronunciado dos docenas de

palabras. dice uno de los interlocutores, cuando

se vio atajado por Mosén Sol. Pero...¡de qué

manera tan hábil, tan dulce, tan insinuante, tan

graciosamente apremiante! , como si Mosén Sol se

hubiera convertido en la madre más cariñosa y el

anciano cura fuese un tierno infante, le dijo

estas palabras, que voy a transcribir, pero que

no lo repetirán todo, porque les faltará el

acento y el espíritu que en ellas puso el santo:

«No quiero que se diga esto.¡Mire que le

regañaré!... “ Quedando con ello encarrilada de

nuevo la conversación por los derroteros del más

sano optimismo.

¿QUE SERIA ?

Además de ser devotísimo del Sagrado Corazón

de Jesús, fue un apóstol incansable y un

propagandista fervoroso de esta bendita

devoción. Llevaba siempre junto al suyo el

escapulario del Sagrado Corazón, que prendía en

la parte interior del chaleco. El escapulario

tenía la conocida inscripción: «¡Detente el

Sagrado Corazón de Jesús está conmigo! »

Cada noche, después de besarlo repetidas

veces con muestras muy sensibles de gran afecto,

lo ponía debajo de la almohada para mayor

tranquilidad y por la facilidad de poder besarlo

Page 260: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

siempre que se despertaba.

Estas muestras interrumpidas de afecto le

valieron en cierta ocasión en favor del

Sacratísimo Corazón de Jesús, que debió ser

verdaderamente extraordinario, pero que él se

cuidó muy bien de ocultar.

Sólo una vez en que, después de haber pasado

mala noche, besaba con mayor fervor aún que el

ordinario en presencia de D. Juan Estruel su

querido detente, para justificar sus ósculos

encendidos y no llamar la atención de aquél, le

dijo con mucho misterio: «Este me ha dado un

gran consuelo, que yo me callaré...», y fue tal

el acento que imprimió a sus palabras y la

emoción que se retrató en su semblante, que

parecía cierto que se trataba de un hecho

plenamente sobrenatural.

ESTE NIÑO SERRA SACERDOTE

Fue en Villafranca del Cid. Se hallaba

incidentalmente D. Manuel en aquel pueblecito de

la provincia de Castellón, cuando se le acercó

una señora, que llevaba un niño en brazos, a

hablarle de ciertos asuntos.

El pequeñín jugaba con la cara de su madre,

mientras ésta charlaba con el sacerdote.

-¡Hay que crío tan juguetón! -murmuró la

madre-.¡Es más trasto...! ¡Si el Señor le

llamara al sacerdocio, qué feliz sería yo!

-Esté usted segura-repuso D. Manuel-. Este

niño llegará a ser sacerdote.

Y lo fue, en efecto. Ingresó en la Compañía

de Jesús. Todo el mundo conocía al P. Francisco

Tena, en Tortosa, de cuyo Seminario fue varios

años profesor de Moral. Lo que no conocía todo

el mundo era la predicción de D. Manuel respecto

a su futuro sacerdocio.

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PINITOS DE PROFETA

Habiendo enfermado de gravedad una dirigida

suya y siguiendo la enfermedad su curso

ascendente, llegaron a temer sus familiares por

una solución desfavorable y al parecer pronta.

No faltó una persona impresionista que, al

enterarse del cariz alarmante de la enfermedad,

lanzó la especie de que se hallaba en estado

preagónico, y recogida esta noticia por una

segunda persona, tan alarmista como la primera,

dijo que la joven aquella era ya cadáver.

Lo oyó un amigo de D. Manuel que se dirigía

al Colegio de San José y, al encontrar allí a

Mosén Sol, le faltó tiempo para lanzarle a

bocajarro tan infausta nueva. Recibióla éste sin

alterarse ni afectarse en lo más mínimo; al

contrario, con toda tranquilidad y aplomo, y,

con una seguridad tal, que dio mucho que pensar

después a su amigo, le contestó:

«¡No. Cinta no morirá hasta que no lo pace

todo! “

Cuarenta años más tarde y algunos después de

la muerte de D. Manuel, la presunta cadáver

comentaba este suceso que a ella le contaron

luego de ocurrido, como la mejor medicina que

pudieron dada en su enfermedad, y añadió: «Ya

entonces lo tuve y continúo teniéndolo ahora

como una verdadera profecía de Mosén Solo

Y DEL CUERPO SALÍA CIERTO RESPLANDOR

La escena tuvo lugar poco después de la

fundación de la Hermandad, cuando todavía D.

Manuel vivía con su familia en la casa de la

calle del Ángel.

-Oye, Roberto, ¿querrás ir a las cuatro de la

tarde a mi casa?; porque tengo que hacer una

Page 262: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

visita y quisiera que tú me acompañaras-decía D.

Manuel a un colegial de Tortosa, al

encontrársele en uno de los pasillos del

Colegio.

-¡Sí, señor; descuide, que a esa hora estaré

a su disposición

El seminarista no echó en olvido la

invitación. Diez minutos antes del tiempo

señalado subía las escaleras de la casa de D.

Manuel, pensando en quién sería el señor a quien

habían de visitar.

-¡Tan, tan!...

-¿Qué quieres, muchacho?

-Me ha mandado venir Mosén Sol a esta hora

para acompañarle a una visita.

-¡Ah, muy bien, pasa, que él está ahí en esa

habitación!

Entró el colegial, y cuál no sería su

admiración al encontrar a D. Manuel orando ante

una imagen de la Virgen, o más bien hablando con

Ella en voz clara y perceptible y ver que del

cuerpo de D. Manuel salía cierto resplandor que

alumbraba toda la habitación de suyo oscura y

que además tenía las ventanas medio entornadas.

-¡Buenas tarde, D. Manuel! -murmuró en plan

de saludo el atemorizado muchacho. Pero aquél,

abstraído en sus coloquios con la Santísima

Virgen, no se dio cuenta de que le llamaban.

-¡D. Manuel! -repitió con más fuerza el

colegial.

Levantóse rápidamente al oírle y, viendo al

seminarista, le dijo:

-Ah, ¿eres tú? ¡Bien hombre! ¡Qué puntual has

sido! ¡Tan pronto no lo esperaba! Y cogiendo el

sombrero y el manteo, salieron al punto sin

mentar D. Manuel para nada aquel suceso, ni

atreverse el muchacho a preguntar coca alguna

sobre él.

UNA VISIÓN

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Se hallaba convaleciente de una de sus

enfermedades y le asistía una Sierva de Jesús.

Para pagar de algún modo las atenciones de la

buena religiosa y hacerla pasar un rato ameno,

la contaba anécdotas de su vida, siempre

ejemplarísima e interesante.

Seguía la monjita con verdadero interés el

relato de D. Manuel, cuando en un momento de

silencio dijo éste:

-Si no dices nada a nadie, lo contaré otra

cosa...

-Nada, D. Manuel, contestó inmediatamente sor

Adolfina, que así se llamaba. creyendo por el

prólogo de D. Manuel que se trataba de algo

excepcionalmente interesante.

-¿Me lo prometes de veras?

-¡Sí, sí! , prometido.

-Pues, mira, empezó diciendo mientras

perfumaba sus palabras con una leve sonrisa.

Estaba yo en Santa Clara, donde acostumbraba a

celebrar la santa misa, y empecé a ver muchos

sujetos vestidos con roquetes blancos y a un

venerable anciano, con su cayadito, que iba con

ellos...

Entonces se oyeron pasos, un golpecito en la

puerta, y la figura de D. Juan Calatayud, que

penetraba en la estancia para preguntar por la

salud del enfermo. Al verle D. Manuel,

interrumpió su relato. Después de unos momentos

salió de la habitación el importuno interruptor,

aunque caritativo visitante. La monja ardía en

deseos de que D. Manuel continuara hablando.

Pasaron unos minutos de silencio, que por fin

se atrevió a romper la religiosa, diciendo, como

para dar ocasión a D. Manuel de que reanudara su

grata conversación

-Don Manuel, ¿esa gracia sería estando

celebrando?

Y él, como arrepentido de su ligereza en

haber estado a punto de revelar el regalo con

que el Señor le había mimado, se limitó a

contestar

-No, no fue en la misa; fue dando gracias...

Sor Adolfina, aunque quemada por el deseo de

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saber aquel misterio, ya no se atrevió a

preguntar más viendo a D. Manuel dispuesto a no

rasgar el velo del secreto.

Y LE VIO LEVANTADO EN ALTO

Tuvo lugar el caso en Tortosa y lo cuenta el

que fue coadjutor de Roquetas, D. Glicerio

Gamundi Vicente: «D. Manuel Domingo y Sol fue un

día a celebrar en las religiosas de Santa Clara,

acompañado de un estudiante, íntimo mío, quien

le ayudó la santa misa. Una vez terminada ésta,

despidióse el estudiante y D. Manuel púsose de

rodillas para dar gracias. El seminarista, en

vez de marchar inmediatamente, se detuvo un

ratito en un rincón, arrodillado, v de momento

ve que D. Manuel se levantó en alto, de rodillas

como estaba, y así permaneció mucho rato. Y el

chico, altamente impresionado y curioso, esperó

a ver en qué paraba todo aquello. Y como si nada

hubiera ocurrido, se levantó D. Manuel de dar

gracias, y al marcharse, nota que el estudiante

estaba en la iglesia y nadie más había. Le llamó

y díjole con severidad: «No digas nada de lo que

has visto.¡Cuidado con decir nada! “

El hecho ocurrió cuando nadie había en el

templo. Sólo el estudiante que Mosén Sol creía

haber marchado. Este seminarista, como éramos

tan íntimos, que no teníamos secretos, con toda

reserva y con riguroso sigilo me lo comunicó. Y

he guardado hasta hoy el sigilo. Hoy, que me es

permitido el comunicarlo, o mejor, es

obligatorio manifestar lo ocurrido, ya que tal

estudiante murió hace unos dos años de desgracia

de un auto en Zaragoza, siendo sacerdote y

párroco en Todolella, lo declaro.

Y como dadas las buenas cualidades de aquel

mi amigo; que era de los más buenos del Colegio,

es fácil que habría guardado el secreto

prometido a Mosén Sol, y haya muerto sin saberlo

nadie más que yo; por lo mismo, créome más

Page 265: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

obligado en conciencia a dar noticia del hecho.

El estudiante se llamaba José Mampel y murió

siendo cura de Todolella.

El hecho calculo que ocurrió aproximadamente

entre los años de 1898 a 1900.»

CESA EL VIENTO Y EL MAR SE CALMA

Fue a bordo de un vapor de la matrícula de

Asturias. Había embarcado en Almería al

atardecer del 28 de abril de 1898 y se dirigía a

Cartagena en compañía de otros dos Operarios.

Cuando se habían alejado de la costa y se

hallaban ya en alta mar, el Mediterráneo, de

ordinario tan tranquilo, empezó a alborotarse.

Soplaba un viento impetuoso y se desencadenó una

tempestad horrible. El barco parecía juguete de

los elementos. Bailaba como una paja, subiendo y

bajando al compás de las olas.

D. Manuel, medio mareado, bajó con los suyos

al comedor, donde se acomodó en un sofá, para

ver si pasaba el temporal. Al contrario, cada

vez era más fuerte la tempestad. Los oficiales

del barco andaban alarmados de una parte a otra,

sin esperanza alguna de que aquello amainara,

porque las indicaciones barométricas eran cada

vez más alarmantes.

Hacia las doce de la noche arreció

furiosamente el viento y hubo un momento en que

creyeron naufragar. Al verse en aquel apuro, D.

Manuel exclamó con todo el fervor de su corazón:

«¡Señor, compadeceos de nosotros! A lo menos,

que no perezcan estos dos que son jóvenes aún...

Yo soy viejo...¡¡Jesús, estos angelitos!! ».

Dios oyó su clamor desinteresado y aquellos

gemidos salidos del fondo de su espíritu, y en

medio de la admiración de todos, particularmente

de los marinos, que no se explicaban el caso, el

viento se calmó, desapareció la tempestad,

volvió la serenidad al mar y a aquellos

corazones atribulados, gracias, según creían, al

Page 266: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

poder de intercesión de las oraciones del siervo

de Dios.

LUCES DE OCASO

VIVIENDO DE MILAGRO

Don Manuel, fisiológicamente, fue siempre un

anormal», es afirmación de su médico de

cabecera, Dr. Vilá, el cual, a su vez, las

recogió de su padre, que le había tratado

durante muchos años.

«Siendo yo todavía muy niño, dice, recuerdo

que mi padre se preocupaba por el más

insignificante trastorno que sufría Mosén Sol.

Estudiando los últimos cursos de mi carrera,

fueron muchas las ocasiones en que mi buen padre

me hablaba del anómalo y raro organismo de D.

Manuel. En las excursiones que el benemérito

sacerdote realizó a los distintos colegios por

él fundados, cuando, por cualquiera

indisposición que sufría se llamaba al médico,

éste, si por primera vez le asistía, no podía

menos de alarmarse al observar un caso tan raro

y tan poco observado en la práctica; pues la

constitución del ilustre enfermo y el

funcionamiento de su organismo tenían ciertas

particularidades que sorprendían a todos los

médicos, extrañándoles cómo de aquella manera

podía vivir. La particularidad principal de

aquel organismo era, indudablemente, la

bradicardia, tan rata, que son contados los

casos en que se presenta un caso igual al del

Dr. Sol. Su corazón, algo hipertrofiado, mas sin

soplo alguno que demostrase lesión orgánica en

orificios ni válvulas, latía de una manera

perfectamente rimada, pero con una frecuencia de

Page 267: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

treinta y seis sístoles por minuto.»

Habla después el Dr. Vilá de los trastornos a

que debieron dar lugar éstas y otras

anormalidades fisiológicas: atonía de vigor

físico y, sobre todo, del cerebro. Sin embargo,

«nada de esto ocurría, pues resistía un trabajo

cotidiano capaz de fatigar a cualquier individuo

joven y perfectamente organizado... No se

trataba de un individuo enclenque y enfermizo

que arrastrara una vida pobre y artificiosa; por

sus manifestaciones exteriores, su cerebro

percibía clara y distintamente las sensaciones y

las graduaba; su ideación era de las

privilegiadas; su memoria, envidiable; su

voluntad queda manifiesta en los actos por él

realizados: las obras por él emprendidas y

desarrolladas demuestran lo gigantesco de sus

facultades psíquicas... ¿Cómo se explica que un

cerebro tan pobre, tan sujeto a los continuos

embates de congestión a izquemia y tan mal

nutrido, pudiera soportar un trabajo intelectual

tan grande como el que ejecutaba? ¿Cómo cabe

comprender que un corazón tan vulnerable pudiera

resistir los continuos sufrimientos que le

proporcionaba el desarrollo de aquellos

maravillosos proyectos por él realizados? ¿Cómo

un ser que tenía sus dos órganos principales

expuestos a enfermar, pudo resistir hasta la

edad de setenta y tres años con una inteligencia

clara y una voluntad firme, como si se tratara

de un hombre en plena y perfecta salud, de un

organismo privilegiado? El porqué y la

explicación de todo ello, ingenuamente confieso

que no acierto a comprenderla ni adivinarla.

¿Eran todos sus actos y todas sus obras hijas de

sus propias energías y de sus facultades? Creo

que no: Pues obsérvase una gran desproporción

entre su constitución, así como su funcionalismo

físico, y las obras por él emprendidas y

realizadas. ¿Existía algo extraño a su

organización que le impulsaba a planear y

ejecutar las obras por él llevadas a cabo?¡Así

lo creo! Pues si tales fenómenos no se explican

racional y humanamente, no es aventurado afirmar

Page 268: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

que D. Manuel mereció y obtuvo gracias

abundantes y especialísimas del Supremo Hacedor

para concebir y realizar las múltiples y

sorprendentes obras ligeramente apuntadas».

Esta era también la convicción de D. Manuel.

Y así lo afirmó más de una vez diciendo que «su

vida era un milagro de Jesús Sacramentado».

EL EMBARQUE DE LA NARANJA

Su salud empezaba a resquebrajarse,

reblandecida por su extremada actividad. fue por

el 1902 cuando tuvo una de las primeras amenazas

serias de derrumbamiento.

Estaba en el coro de la capilla de Tortosa,

mientras los alumnos cantaban solemnemente el

Magnificat por hallarse aquel día, 8 de

noviembre, en vísperas de la fiesta del

Reservado. Tuvo un ataque de anemia cerebral,

que le derribó al suelo sin sentido. No tardó en

volver en sí, pero poco después se repitió el

ataque.

El médico le mandó reposo absoluto durante

una temporada. Le prohibió decir misa, que no

pudo celebrar hasta el 2 de mayo del año

siguiente. Repuesto un poco, le permitió

trasladarse a Valencia, donde le redujo a la más

absoluta inactividad. No podía rezar el oficio

ni celebrar la santa misa, ni recibir ni

despachar correspondencia, ni admitir visitas ni

preocuparse de ninguna cosa.

Esto era un verdadero martirio para el

temperamento de D. Manuel, acostumbrado a una

vida de vértigo apostólico; pero ofrecía a Jesús

su «vita abscondita» por los intereses de su

gloria.

Sólo le permitió el doctor durante su

estancia en la ciudad del Turia salir a dar un

paseo por el Grao, para ver cómo embarcaban la

naranja. Y allí iba D. Manuel acompañado de D.

Juan Estruel con frecuencia, se entretenía

Page 269: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

viendo el mar y los barcos, y de cuando en

cuando dejaba volar un poquito su imaginación

para pensar en sus hijos que, allende los mares,

se hallaban promoviendo los intereses de la

máxima gloria de Dios.

¿COMO VIVE ESTE HOMBRE ?

Consumíase D. Manuel durante su larga

enfermedad pensando en la inactividad a que se

hallaba reducido, y añorando los días en que

podía planear a sus anchas y moverse con

libertad, decía: «No sé cómo se me pasa el día

sin hacer nada y, sobre todo, nada bueno. Jesús

me quiere muerto y mortificado, y yo quisiera

vivir para maniobrar, y me mortifica no poder

hacer ni siquiera mis Oficios de Semana Santa

tan queridos.»

En 1904 la enfermedad amainó; y tan pronto

como le dieron licencia los médicos, emprendió

un viaje de visita a sus Colegios y Seminarios,

pasando por Valencia, Murcia, Orihuela, Toledo,

Cuenca, Madrid, Sigüenza, El Escorial, Astorga y

Burgos, admirándose él mismo de sus fuerzas y de

la protección del Señor para con él, pues, a

pesar de haber pasado en el tren dos noches sin

dormir, no sentía malestar alguno.

Pero ya no podía hacer pinitos. El 8 de

junio, hallándose en Burgos, sintióse mal y se

metió en la cama. Hubo consulta de médicos.

Además del Colegio, que ya le había visitado en

otras ocasiones, se avisó al del Sr. Arzobispo,

que gozaba fama de ser el mejor de entre todos

los de la ciudad; el cual, al hacer las primeras

auscultaciones, tomar el pulso, y ver la

alarmante bradicardia que padecía, volviéndose

espantado a los circunstantes, exclamó

«¡Cómo vive este hombre! ¿Cómo no piensan en

darle el Viático ?¡Está muy mal, y para morirse!

» Y no se explicaba cómo le permitiesen que

anduviera por el mundo hallándose en tal

Page 270: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

peligro.

Subió aún su admiración cuando, interviniendo

el médico del Seminario, le dijo que ese era su

estado habitual, y que él había sufrido la misma

impresión al reconocerle por primera vez,

rubricando los dos galenos con un encogimiento

de hombros su ingnorancia ante un fenómeno tan

raro, como inexplicable.

EL CANTO DEL CISNE

Tenía lugar la escena en el locutorio de un

convento el día de la Ascensión del Señor.

-¿Qué tal les ha sabido a ustedes el fervorín

de Don Manuel en la misa de comunión?,

preguntaba a las religiosas un sacerdote que

también le había oído.

-¡Ah!..., suspiraron a coro las buenas

monjitas que, emocionadas por el fervor del

predicador, aun no habían dejado de llorar.

-¿Qué tal les ha sabido a ustedes el sermón

de D, Manuel?, volvió a insistir el curioso

visitante.

-A mí, dijo una, rompiendo el ensimismamiento

en que parecía estar continuamente sumida, me ha

parecido oír al buen Jesús platicando

sabrosamente con la Samaritana sobre el brocal

del pozo de Jacob.

-Yo, añadió otra, creía oír al divino Maestro

cuando, apareciéndose resucitado a María

Magdalena, prorrumpió en aquella extática

exclamación: ¡María!

-Pues a mí, contestó una tercera, las

palabras de D. Manuel me parecían como los

rumores de las alas de los ángeles que velaban

los místicos sueños del prisionero del sagrario,

batidas sobre nuestras cabezas para despertarnos

de nuestras soñolencias espirituales.

Y así una en pos de otra, todas las

religiosas fueron desgranando las frases más

laudatorias que pudieron hallar en su

Page 271: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

repertorio, para expresar la inmejorable

impresión que les había causado el fervorín de

D. Manuel.

Y cuando hubo terminado la última, atrevióse

la Superiora a preguntar a su vez:

-¿Y a usted, señor Magistral, que tan atento

le escuchaba arrodillado en el presbiterio, qué

le ha parecido?

-Sencillamente, que a D. Manuel le sucede lo

que al cisne...

-¿Y qué le sucede al cisne? , preguntaron

varias voces a un mismo tiempo.

-Al cisne le pasa que canta más suave cuanto

más se acerca la hora de su muerte. Hacía tiempo

que no había oído a D. Manuel ningún

fervorín.¡Anda el pobre tan quebrantado de

salud! Pero, al oírle esta mañana, me ha gustado

más que nunca. Me ha parecido un nuevo profeta

de los salmos. cantando a la puerta del sagrario

los himnos que el David auténtico cantaba

mirando al cielo.

En aquel momento llegó al locutorio D.

Manuel, que hasta entonces había estado en la

iglesia dando gracias después de la celebración

de la misa; y al enterarse de aquel florilegio

de frases hermosas deshojadas en su honor,

bajando humildemente los ojos al suelo, limitóse

a repetir con admiración de todos su cantinela

favorita

«¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Dulce Jesús

Sacramentado! »

UNA CALAVERADA A LOS SETENTA AÑOS

Arrullada su cuna al compás de las tranquilas

aguas del Ebro. desde pequeño fue un entusiasta

«tomador de baños». Andando el tiempo los mismos

médicos, para combatir los humores herpéticos

que padecía, le habrían de aconsejar el ambiente

refrescante de la playa. Esa y no otra fue la

razón de sus idas periódicas a Benicasim.

Page 272: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Sucedía muchas veces, dice un Operario que le

acompañó más de una vez, quedar D. Manuel

completamente inútil para todo lo que fuera

trabajo mental, y esto le apenaba, porque había

de intervenir como elemento principalísimo en

asuntos que no admitían dilación ni espera. Pues

en estas circunstancias, salir de Tortosa en el

tren del mediodía, llegar a media tarde a las

playas de Benicasim, zambullirse en el mar,

calmarse los nervios de D. Manuel y sentirse

entonado su organismo, era todo uno; tanto, que

aquella misma tarde podía ya despachar la

correspondencia de asuntos ordinarios y dejar en

turno para el día siguiente la de más

compromiso.»

Una tarde de verano estaba en la playa de

Benicasim con Don Julián Ferrer, Canónigo de

Tortosa. Se hallaban indecisos sobre tirarse al

mar o no, porque estaba un poco revuelto y,

sobre todo, porque el cielo amenazaba tormenta.

Para salir de esta indecisión preguntó D.

Manuel: «¿Qué hacemos?» Recibida respuesta

afirmativa, ambos se metieron en el agua.

Mientras se estaban bañando, se desencadenó un

tremenda tempestad junto con un fuerte aguacero.

Salieron del mar y se refugiaron en las casetas

de la playa, pero aun allí dentro se mojaron, y

hasta el calzado se les había empapado de agua.

Como pudieron, y con las ropas completamente

caladas, llegaron a casa; y D. Manuel, con

ingenuidad y candor propios de un niño,

exclamaba: «¡Ay, chico, chico, no digas a nadie

que Mosén Sol ha hecho a los setenta años esta

calaverada! »

¿QUIÉN ES ESE OBISPO?

Sucedió en la estación de Valencia, momentos

antes de coger D. Manuel el tren para regresar a

Tortosa. Habían acudido a despedirle, además de

los Superiores del Colegio levantino, un buen

Page 273: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

grupo de sacerdotes amigos.

Uno de ellos estaba ocupado en colocar las

maletas y encargos de D. Manuel en el

departamento correspondiente, cuando se le

acercó un señor, bien trajeado y de porte

distinguido, que con mucha amabilidad le

preguntó

-¿Tendrá usted la bondad de decirme quién es

ese Obispo?

-¿Qué Obispo?, contestó, lleno de admiración

y mirando a todas partes el interrogado.

-¡Ese señor Obispo que está ahí rodeado de

sacerdotes!, y señaló a D. Manuel.

-No se trata de ningún señor Obispo, pues no

es más que lo que usted ve, un sacerdote.

-No me entiende usted; me refiero a ese más

fuerte que está en medio de todos, insistió el

desconocido señor,;que no había quedado

satisfecho con la primera respuesta, y se acercó

hasta casi tocar el grupo de sacerdotes con la

mano.

-Le repito, señor mío, que no es ningún

Prelado, que se trata de un simple sacerdote y

nada más. Es de la diócesis de Tortosa y se

dirige a esa ciudad.

-Es inútil que usted trate de ocultarme que

aquí viaja un Prelado. Ese señor que le digo,

sin duda que es un Obispo que, para pasar de

incógnito, no lleva anillo ni pectoral, ni algún

otro de los atributos que pudieran delatar su

condición episcopal; porque su fibra tan

venerable, sus modales, su manera de hablar, la

impedimenta que lleva, el cariño con que le

trata todo ese grupo de sacerdotes, en fin...

todo ello está pregonando a voz en grito su

dignidad...¡'.Mire, le suplico de nuevo y

encarecidamente que me diga su nombre y la

diócesis que rige! ¡Es lo único que me interesa!

-¡Pues, no señor! Está usted completamente

equivocado...

En vista de que no había obtenido respuesta

satisfactoria, como de último recurso echa mano

a la cartera y enseña el título de redactor de

«La Correspondencia de Valencia».

Page 274: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

- ¡Ah! ¿De modo que es usted periodista?

Ahora me explico su insistencia. Pues ese señor

no es Obispo; es D. Manuel Domingo y Sol,

Fundador de la Hermandad y Director General de

los Operarios Diocesanos; el que ha puesto en

marcha la Obra de los Colegios de Vocaciones; el

que...

-¡Ya, ya! ¡Mosén Sol! ¡Acabáramos! ¡Pues eso

debiera haberme dicho usted!

Y mientras sacaba la pluma para tomar nota,

añadía:

-Ya decía yo que ese sacerdote era algo

especial, Obispo o... cosa parecida, pero algo

especial.

ES MAS QUE OBISPO

Durante su estancia en Vinaroz acostumbraba

D. Manuel salir un rato de paseo con D. Esteban

Monfort y Mosén Falcó.

Estos dos buenos sacerdotes, prendados de la

virtud y de la valía de D. Manuel, cuando se

quedaban a solas no sabían cómo ponderar a aquel

hombre extraordinario que, por otra parte, se

les presentaba tan sencillo; y con frecuencia

entablaban entre ellos diálogos como el

siguiente

-¡Cuántas veces, decía uno, reflexiono lo que

vale este hombre y veo que no le sabemos

apreciar debidamente en la diócesis cuando es

una lumbrera que tendrá fama nacional! Si fuera

de otra diócesis nos admiraría más.

-Es cierto, añadía el otro. Es una gloria de

Tortosa, ¿Qué lo parece, vale más que Ossó?

-Tal vez sí, aunque no haya escrito tantos

libritos como él. Son dos glorias de la

diócesis.

-¿Por qué no han de hacerle Obispo?

-¡No, hombre! ¡Eso sería achicar su figura!

¡Es más que Obispo!...

Y al día siguiente volvían a admirar las

Page 275: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

virtudes de D. Manuel y a apreciar su valer en

un rato de conversación íntima en que éste

desfogaba su corazón, sin sospechar las

cavilaciones que, cuando estaban a solas, se

traían aquellos dos buenos amigos y entusiastas

admiradores.

LA VISITA «AD LIMINA»

León XIII, aquel glorioso Pontífice que tan

generosamente se había portado en la fundación

del Colegio Español, moría el 20 de Julio de

1903.

Sucedióle Pío X, elevado al Pontificado el 4

de agosto del mismo año. No le fue en zaga a su

antecesor en obsequiar y mimar a los colegiales

españoles. Ya el 22 de diciembre les recibió en

audiencia particular. Durante casi media hora

les habló de la necesidad de ser aplicados y

virtuosos. Terminadas sus palabras, los chicos

aplaudieron al Papa con aquel entusiasmo y aquel

fervor que siempre ha caracterizado a los

españoles.

Pío X les miraba sonriendo de gusto, y al fin

exclamó: « ¡O come sono terribili questi

spagnoli! ¡Sono bollenti!... »¡Qué terribles son

estos españoles! ¡Son ardorosos!

D. Manuel no pudo asistir a aquella

audiencia, en la que tanto hubiera deseado

hallarse, para ponerse a los pies del nuevo

Romano Pontífice, ofrecerle humildemente el

obsequio de reverencia y veneración de la

Hermandad entera con sus Colegios y Seminarios,

y recabar de él para sus empresas su benéfica

bendición.

Preguntó el Papa por él, y al contestarle que

una larga enfermedad le había impedido acudir a

Roma, le bendijo con bendición especial, y

expresó al Rector del Colegio sus deseos de que

cuanto antes curase, para que fuera a hacer su

visita «ad limina», porque tenía muchas ganas de

Page 276: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

verle.

EL ULTIMO PINITO

Con la notable mejora que experimentó a

primeros de 1907, empezaron a reverdecer en su

imaginación los deseos de volver a Roma. Era el

mismo Romano Pontífice el que le invitaba a

ello. Le atraían enormemente las noticias que

recibía del Colegio, y por si estos motivos no

bastaran, le estaban empujando desde España a

que emprendiera el viaje.

El, no obstante, tenía sus reparos. «Para

primer vuelo o pinito, me parece mucho. Tengo

aprensión.» Por fin se decidió, saliendo de

Barcelona el 10 de mayo y llegando a Roma el 12.

Los alumnos del Colegio le recibieron con un

aplauso cerrado. Hicieron en su honor una

sentida velada, a la que asistieron los

Cardenales Vives y Casañas. D. Manuel se atrevió

a decides la misa, darles la comunión y no pudo

resistir la tentación de dirigirles la palabra,

contra la severísima prescripción médica que

tenía clausurados sus labios hacía ya cuatro

años.

«El Señor, en sus bondades, me ha concedido

el consuelo, que no confiaba ya, de visitar otra

vez esta amada Casa, de tantos recuerdos para

mí... ¿Cómo, pues, no dirigiros un saludo

afectuoso, y deciros unas palabras, siquiera

Sean breves, lo que desde hace cuatro años me

tienen prohibido los médicos, y son las segundas

que dirijo, pues sólo he saludado brevemente y

por primera vez a los seminaristas de Barcelona?

¿Qué os diré, pues?» Les habló de la necesidad

de la santidad para el sacerdote. «Os obliga a

ser santos, no solamente buenos, el haber sido

llamados a Roma. Porque es una elección

especial».

El 18 le recibió el Papa en audiencia

privada, de la que salió satisfechísimo y

Page 277: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

sumamente consolado. Le impresionó notablemente

la sencillez y asequibilidad de Pío X, que

contrastaba con la majestad y dignidad de su

predecesor León XIII.

Con el presentimiento de que era su última

visita a Roma, se despidió de aquel querido

Colegio, que le había costado tantas penas y

tantos desvelos, pero que él, en sus atisbos de

fundador, veía que había de dar a la Iglesia

española sazonados frutos de santidad

sacerdotal.

LA TÍA BARANA

Era muy famosa en el mundo estudiantil

tortosino y sólo se la conocía por el apodo de

«la tía Barana».

Hacía de «ordinario» entre Vinaroz y Tortosa

y llevaba al Seminario y Colegio de San José los

encargos que para los estudiantes vinarocenses

la daban sus respectivas familias: talegos de la

ropa, libros que suelen quedarse olvidados y, de

cuando en cuando, golosinas y alguna cosilla de

comer, de esas que vienen tan bien a los jóvenes

y... a los viejos.

Tenía la tía Barana un carro destartalado y

un mulo de segunda mano que ella había comprado

por cuatro cuartos, cuando el primer dueño le

quiso vender por haberle llegado la edad de la

jubilación. Ella, no obstante, estimaba a

entrambas prendas como a la niña de sus ojos,

porque eran el único sostén de su vida.

El caso es que allá por los últimos días de

octubre del año 1907 se desbordó el Ebro

anegando en sus aguas, además de casi toda la

ciudad de Tortosa, su riquísima vega. Estaba

entonces allí la tía Barana y solía parar en una

posada situada en la calle del Mercado, cercana

al río, y que por consiguiente fue una de las

primeras a las que llegó el agua.

Al ver la tremenda crecida del río y

Page 278: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

barruntar el peligro que se avecinaba, se dio el

grito de «sálvese quien pueda», y desde el

posadero hasta el último viajante, todos tomaron

«las de villadiego», para ponerse en salvo;

todos... menos la tía Barana, la cual, al ver

que no podía llevarse consigo su carro y su

mulo, se quedó ella sola para guardarlo con el

mismo cariño con que se guarda un tesoro.

La riada subía y era muy fuerte el ímpetu de

la corriente, que de momento en momento iba

ganando en velocidad. Tapias y terrados se

hundían reblandecidos por las aguas. El río,

cada vez más crecido, arrastraba utensilios y

árboles que había arrancado en su camera.

La pobre señora esperaba que de un momento a

otro la llegara su última hora, como la hubiera

sucedido, de no haber acertado a pasar por allí

una de las barcas que el Ayuntamiento había

mandado equipar, para salvar a las personas que

se hallaban en peligro y que dieron con la tía

Barana. Gruesos lagrimones corrieron por sus

mejillas al tener que separarse de sus tan

queridas prendas, que sin duda quedarían

enterradas de agua y perecerían en la

inundación.

En efecto: el carro quedó hecho un guiñapo y

el mulo murió ahogado. Cuando lo supo la tía

Barana, lloró a lágrima viva la muerte de aquel

animal que la ayudaba a ganarse el pan de cada

día. Y no se recataba en ocultar su llanto, al

contrario, hacía de él un magnífico medio de

propaganda. Decidida a continuar con el mismo

empleo, visitaba a las personas conocidas de

Tortosa pidiéndoles una limosna para comprarse

otro jamelgo. Uno la daba una peseta, otro un

duro, y para enternecer el corazón y ablandar el

bolsillo de los donantes, entre lágrima y

lágrima, la tía Barana les contaba el triste

episodio de la muerte de su machito.

También fue a pedir a D. Manuel, a quien

conocía por sus frecuentes visitas al Colegio de

San José para llevar los recados de los chicos.

La recibió con su característica amabilidad y la

alargó una buena propina de 20 pesetas. Y

Page 279: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

también a él le debió de espetar la triste

historia de la catástrofe fluvial; porque él

mismo describía después le pena hondísima que

había afligido a aquella mujer, y la

extraordinaria alegría que había experimentado

al ver la respetable limosna que la daba.

«Hasta me parece, decía D. Manuel, que habrá

perdido mérito delante de Dios mi limosna por la

satisfacción que me produjo ver la alegría con

que la recibía.»

TIRANDO DEL CARRITO

Nació para trabajar y no descansaría sino

después de muerto. El último período de su vida

fue de plena lucidez y de gran actividad. Estaba

ya al borde del sepulcro, y todavía se sentía

con bríos para remover a Coda Tortosa.

A fines de 1908 hallábase empeñado en

propagar entre sus paisanos la devoción al

tortosino Beato Gil de Federich, a quien el Papa

acababa de beatificar. El mismo se ofreció

voluntariamente al Cabildo para adquirir una

hermosa imagen del Beato, con la única condición

de que le buscasen un sitio acomodado en la

Catedral para poder exponerla a la pública

veneración de los fieles.

Aceptada esta condición por los capitulares,

D. Manuel se dedicó con el brío de sus años

juveniles a hacer ambiente en torno al Beato.

Reunió a los periodistas, les animó y documentó

lo mejor que pudo, sugiriéndoles temas a

publicar en sus periódicos respectivos. Se ganó

por su medio el ambiente público. Organizó con

este motivo grandes fiestas. Comprometió a dos

predicadores de fama, que no pudieron rehuir la

invitación por tratarse de D. Manuel, a quien

amaban con delirio. Trabajó en la impresión y

corrección de pruebas del oficio y misa del

Beato Federich. Quiso hacer una tirada numerosa

de estampas y hojas volanderas de propaganda en

Page 280: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

honor del mártir. Mandó esculpir su imagen,

encargando encarecidamente al artista que

hiciera una cosa digna y devota. Le presentaron

el boceto y, no fiándose de sus propios

conocimientos ni de su gusto artístico, lo

enseñó a unos técnicos, y únicamente se aquietó

cuando éstos le dieron su aprobación y visto

bueno. Pero no pudo verla terminada. La muerte

le andaba rondando. Poco antes de sentir el

mordisco de su última enfermedad, había escrito

al Obispo de Málaga, expresándole los deseos que

tenía de verle cuanto antes. Y con aquella

jovialidad que conservó hasta el último momento,

le decía que estaba hecho una ruina, y que no

podía hacer otra cosa que «ir tirando del

carrito, aunque con la cabeza de joven».

Llegó en efecto, a edad avanzada, con la

cabeza y corazón rebosando juventud, ya que su

alma de apóstol no supo nunca nada de desmayos

ni abatimientos seniles. Días antes de morir aun

soñaba con obras de celo y su imaginación volaba

por los campos de la gloria de Dios.

«Al recibir peticiones de personal, y ante el

vasto campo que se abre aquí y ahí (Méjico) me

contristo, y quisiera lanzarme a abrazarlo todo;

pero, puesto en la presencia de Dios me quedo

tranquilo, porque ya ve El que no podemos...»

Palabras que expresan los sentimientos de aquel

corazón enamorado de Dios que hervía de celo a

borbotones.

PRESINTIENDO LA MUERTE

Fue pocos días antes de meterse en cama,

vencido por la enfermedad que le llevó al

sepulcro.

Iba por una de las canes de Tortosa, y se

encontró con una señora de la que había sido

director espiritual por los tiempos en que se

hallaba de ecónomo en la parroquia de Santiago.

Después de saludarla atentamente la dijo muy

Page 281: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

quedo y con mucho misterio «Quiero que vayas a

verme al Colegio; pues deseo regalarte una

cosa.»

La buena señora, llena de contento, no se

hizo invitar dos veces, y tan pronto como tuvo

ocasión se presentó en el Colegio de San José

preguntando por D. Manuel. Hablaron largo y

tendido de cosas espirituales, que era

probablemente lo que él pretendía. Entonó a

aquella alma, la dio los últimos consejos, y

como recuerdo de aquella conversación y

cumplimiento de la promesa que la había hecho,

sacó un crucifijo y se lo entregó, diciendo:

«Mira, toma este regalo y guárdatelo siempre,

pues será el último que lo haré.»

A los pocos días se puso enfermo D. Manuel y

no tardó en morir. Aquella señora acordándose

del aplomo y seguridad con que la dijo que sería

el último obsequio que la había de hacer,

exclamaba: «Mosén Sol presentía ya su pronta

muerte. Estoy tan contenta de poseer este

crucifijo, que no lo cambiaría por todas las

riquezas que hay en el mundo... »

Y por nada del mundo lo cambió, pues lo

conservó durante toda su vida con el afecto y

veneración con que se guardan las reliquias de

los santos.

TRES HORAS ANTES DE MORIR

Hasta el último momento conservó la serenidad

de espíritu, la lucidez de entendimiento y la

alegría de carácter.

Era el último día de su vida, 25 de enero de

1909; tres horas antes de morir. Hablando con la

Sierva de Jesús que le atendía, contaba algunas

anécdotas en las que abundaba su ajetreada vida

de apóstol, viniendo a parar la conversación en

los no pequeños inconvenientes que le habían

ocasionado los distintos nombres con que la

gente le conocía.

Page 282: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

«¡Sí, no todos me llaman lo mismo!

Cuando voy por la calle y oigo que me llaman

Mosén Manuel, seguro que es alguna devotita; los

nuestros me llaman D. Manuel; si me dicen Mosén

Sol, o son antiguos discípulos, colegiales o

tortosinos; si oigo Dr. Sol, ya sé que el que me

llama o es catalán o educado en Cataluña; Mosén

Domingo no me lo dicen más que los amigos

contemporáneos y condiscípulos; Pare Vicari...,

sin duda que se trata de algún vecino del pueblo

de la Aldea o del barrio de Santa Clara».

Y la buena religiosa para no herir su

humildad y no excitarle en los últimos momentos,

no se lo decía a él, pero pensaba para sus

adentros:¡Distintos nombres! ¡Qué importa!

¡Mejor! Cada uno busca el que más le llena y el

que le parece más apto para expresarle su cariño

y veneración.

¡HA MUERTO UN SANTO!

Ese fue el grito que, al saberse la noticia

de la muerte de D. Manuel, resonó en todos los

rincones de nuestra patria. «¡Ha muerto un

santo!», decían con grandes titulares los

periódicos de muy diversos puntos de España,

como si se hubieran puesto de acuerdo para

rotular del mismo modo sus primeras páginas.

«¡Ha muerto un Santo!», decían llorando los

pobres que de él recibieron tantas limosnas, las

monjas que le conocieron, los seminaristas que

le trataron, los religiosos, los sacerdotes, los

Obispos... Los altos y los bajos, todos decían

profundamente apenados: «¡Ha muerto un santo!»

De todas partes empezaron a llover sobre

Tortosa telegramas y cartas de pésame,

redactados todos en el mismo tono, de

sentimiento por su muerte, pero de jubilosa

exaltación de sus admirables virtudes.

«El luto ha de ser general, escribía al

Superior del Colegio de Tortosa el P. Ludovico

Page 283: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

de los Sagrados Corazones, C. D. La Iglesia

española pierde el sacerdote que más ha hecho

por ella. El clero secular, un modelo de eximias

virtudes, ocultas con el velo de la modestia más

grande. La Congregación ha perdido... a D.

Manuel. Usted sabe muy bien que en esta palabra

subrayada está contenido todo lo que puedo

decir. D. Manuel era un padre, un corazón tan

grande como su fe».

Por santo, en efecto, le tenían cuantos le

trataron. El insigne moralista P. Juan Bautista

Ferreres, S. I. , dice: «Juraría que D. Manuel

es hombre de virtudes heroicas». Lo mismo afirma

el no menos ilustre P. José M.ª Bover, S. I.:

«¡Cuánto he deseado la introducción de su causa

de beatificación. Porque D. Manuel era hombre, a

todas luces, de virtudes heroicas».

Hermoso florilegio el que se podría formar

con las frases que hombres eminentes, sobre todo

del sector eclesiástico, ofrendaron en la tumba

de D. Manuel.

Valgan por todas, las palabras del entonces

canónigo de Sevilla, D. Federico Roldán: «Yo,

que podría escribir todo un libro de lo que

siento acerca del venerable sacerdote, gloria de

España y prez de la ilustre ciudad de Tortosa,

en estos momentos de angustia y de aflicción,

apenas sé decir otra cosa que era un Santo. En

su semblante exterior, yo no me lo imagino más

dulce, más venerable, más atractivo, más

revelador de un alma grande, llena de Dios, en

un San Alfonso María de Ligorio, en un San José

de Calasanz, en un San Felipe Neri, en un Beato

Bernardino Realino... en todos esos santos, cuyo

exterior dulce, suave, apacible, es proverbial

en la Iglesia, y abona bastantemente para poder

decir el que contempla sus venerandas

imágenes:¡era un Santo! y el que, después de

haber visto a D. Manuel Sol hubiera tenido la

dicha de tratarlo, aunque no más que a la

ligera, hubiera salido de su presencia, diciendo

para sí:¡Es un santo!... Sí, D. Manuel Domingo y

Sol ¡era un Santo!"

Page 284: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

EL SIEMPRE ME DABA

Toda la ciudad de Tortosa, el día de su

muerte, desfiló ante el cadáver de D. Manuel,

expuesto en la capilla ardiente del Colegio de

San José. Los ricos porque le querían y

veneraban como a un santo, y los pobres porque

le miraban como a un padre, a quien podían

siempre acudir en todas sus necesidades.

Bajaba llorosa de besar por última vez

aquella mano que tantas limosnas había

depositado en las suyas, una pobrecita mujer de

un barrio tortosino. En el pasillo se topó con

un Operario que se trasladaba de prisa de un

sitio a otro, y le pidió limosna.

No eran, por cierto, aquellos los momentos

más oportunos, y éste se excusó diciendo que no

tenía tiempo entonces para satisfacer los deseos

de la pobre señora; la cual, acordándose en

seguida de la generosidad de D. Manuel, exclamó

toda afligida

«¡Ah, si hubiera sido él! » «¡El siempre me

daba! »

HASTA DESPUÉS DE MUERTO

Consagrado de por vida totalmente a la

salvación de las almas, parece que, hasta

después de muerto, interpone su valimiento para

conseguir la conversión de los pecadores.

Una religiosa del convento de Sancti-Spíritus

de Astorga se hallaba santamente empeñada en

obtener la mejora de vida de un alma empecatada

que la habían encomendado. El pecador en

cuestión era un hombre ya de edad y hundido en

el vicio. Hacía veinte años que se había casado

y desde entonces no se había vuelto a acercar al

Page 285: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

sacramento de la penitencia ni cumplía tampoco

con el precepto dominical. Y si alguno le

recriminaba su conducta poco edificante, le

echaba con cajas destempladas, de modo que no le

quedasen ganas de repetir su oficio de

sermonero.

La religiosa oraba y oraba, ofrecía

sacrificios y hacía alguna penitencia particular

por esta intención. Durante un año consecutivo

había estado encomendando aquel asunto a la

Virgen del Perpetuo Socorro, con resultado

negativo. Así las cosas, oyó un día hablar de D.

Manuel y de las gracias obtenidas por su

intercesión y se la ocurrió la idea de ponerlo

todo en manos del varón de Dios. Le hizo tres

novenas a este fin y prometió publicar la

gracia, si la obtenía, en la revista «La

Reparación».

Al poco tiempo, un mes escaso, se verificó la

transformación de aquella pobre alma. Confesó y

comulgó con la admiración de todo el pueblo, que

se hacía lenguas del caso no sabiendo cómo

explicárselo, y se convirtió en un católico

fervoroso, fiel cumplidor del precepto

dominical.

No contento desde entonces con cumplir las

obligaciones de todo buen cristiano, para

deshacer el mal ejemplo que había dado, empezó a

realizar no pocas obras de supererogación. Aquel

año sufragó él solo todos los gastos de la

solemne función sacramental que anualmente se

celebraba en el pueblo y cogió la santa

costumbre de asistir a misa muchos días entre

semana, siempre que se lo permitían sus

ocupaciones.

EL TIC TAC DEL RELOJ

Se hallaba el Sr. Párroco de Llácoba, D. José

Mampel, profundamente apenado porque, después de

unos días de dolores intensos, había perdido

Page 286: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

completamente el oído quedando con ello en parte

inutilizado su ministerio sacerdotal.

Los remedios que le recetó el médico del

pueblo, y que no fueron pocos, no habían

producido ningún efecto positivo. En vista de lo

cual terminó por aconsejarle que fuera a un

especialista. Una noche, en que le molestaba más

que de ordinario y el dolor era intensísimo,

estaba el buen párroco medio desesperado sin

saber qué remedio tomar, cuando se le ocurrió

ponerse al oído una estampa de D. Manuel, de las

que se habían editado en recuerdo de su funeral.

Invocó al varón de Dios confiando en su

valimiento y prometiendo que, si curaba, lo

publicaría para glorificación suya.

El dolor se le calmó, en efecto, y se quedó

profundamente dormido. Y,¡oh, sorpresa! , al

despertarse observó que oía perfectamente el tic

tac del reloj de la habitación, que hacía ya más

de un mes que no podía oír.

Lleno de satisfacción por la mejoría lograda

se marchó a Morella a un especialista que gozaba

de mucha fama. Le expuso el caso y le dijo que

el médico del lugar le había recomendado que

cuanto antes fuese a un especialista, pero

haciendo caso omiso de todo lo relacionado con

D. Manuel.

El especialista le miró detenidamente, y

después de haberle hecho un examen minucioso

terminó por decide

«No sé cómo el médico de su pueblo le ha

mandado aquí, pues no tiene usted nada en el

oído. Está completamente sano.”

Volvió a casa el párroco y, ante el temor de

ser tachado de visionario y excesivamente

crédulo, no cumplió el propósito que había hecho

a D. Manuel de publicar el caso, si le curaba.

Pero pasó el tiempo y, al hacer cabalmente el

año, empezó otra vez el oído a molestarle y a no

oír bien.

Pidió perdón a Mosén Sol por el

incumplimiento de la promesa y la renovó de

nuevo, si desaparecía aquella dolencia que otra

vez se iniciaba, como sucedió en efecto,

Page 287: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

quedando completa y definitivamente

restablecido.

AFINANDO EL OÍDO

Llamada para declarar en el proceso de

beatificación de D. Manuel Sor Adolfina Sierra,

tenía no pequeños reparos por el rubor natural

que sienten ciertas personas a tener que actuar

en público, y, sobre todo, a presentarse delante

de un tribunal. Aumentaba las dificultades la

enfermedad que hacía tiempo venía padeciendo, de

ser bastante tarda de oído.

Citada para actuar al día siguiente, pasó

aquella noche en un estado de semivigilia. Por

una parte tenía vivos deseos de decir cuanto

sabía, y ¡no era poco! sobre la santidad de D.

Manuel.¡Le había conocido tan de cerca! ¡Había

palpado tantas veces su fervor y percibido sus

afanes de perfección! Ella era una de las

Siervas de Jesús que le habían asistido en sus

enfermedades y habían visto la alegría con que

las soportaba. Mas por otra las dificultades

antedichas amenazaban convertir en veleidades

sus deseos. El pensamiento de D. Manuel la

asaltaba de continuo en aquella noche de

insomnio y parece que la echaba en cara su

cobardía y sus reparos en ir a declarar.

El temor de mostrarse desagradecida a tantos

beneficios como de él había recibido, la movió a

decidirse por fin. Pidióle a D. Manuel que,

puesto que tan empeñado estaba en que fuera a

declarar, la quitase la sordera, al menos

durante el rato que estuviese sometida al

interrogatorio del tribunal.

Llegó la mañana siguiente y empezó la

actuación. Sor Adolfina, aunque confiaba en que

D. Manuel atendería su petición, temblaba de

pies a cabeza al verse en presencia de los

jueces. Comenzaron éstos a preguntarla y ella,

no sólo siguió con todo detalle y sin

Page 288: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

entorpecimiento alguno el interrogatorio

oficial, sino que hasta captaba los comentarios

que de cuando en cuando hacían los jueces entre

sí. Se maravillaban éstos de que respondiera tan

fácilmente a las preguntas que ellos la hacían,

sin necesidad de levantar la voz. Y oyó que en

cierta ocasión uno decía a los demás

«¿Pues no decíais que estaba sorda? ¿Cómo oye

con tanta naturalidad?¡Llevará algún aparato

acústico!»

Un encogimiento de hombros fue la respuesta

de sus compañeros de tribunal, con la que

manifestaban su extrañeza ante aquel fenómeno

que no acertaban a explicarse.

No a un aparato, sino a la protección de D.

Manuel atribuía Sor Adolfina el haber podido

seguir el interrogatorio con tanta facilidad, y,

como la petición de aquella gracia había sido

hecha para solo el tiempo que estuviese en

presencia del tribunal, para ese tiempo le fue

concedida, pues llegada al convento, volvió el

oído a su dureza habitual.

INTERPRETANDO SU PENSAMIENTO

Se distinguió D. Manuel por el amor

ardentísimo que profesaba a la Sagrada

Eucaristía, y entre todos los matices

eucarísticos sobresalía en él el de la

reparación.

«Si algún día la Iglesia le eleva al honor de

los altares, decía poco después de su muerte su

entrañable amigo a inseparable colaborador en

empresas eucarísticas, D. Antonio Sánchez

Santillana, el título que yo le daría sería

éste: «San Manuel, el Reparador».

Locamente enamorado de Jesús, heríanle

profundamente a D. Manuel las injurias inferidas

al Señor y particularmente las que recibe en el

sacramento del Amor. De ahí que todo su

apostolado lo enfocara a través del prisma de la

Page 289: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

reparación. Con ese fin recorría las calles de

San Mateo buscando adoradores, a intentaba

llamar a sus Sacerdotes Operarios «Reparadores

del Corazón de Jesús», y quería levantar un

Templo de Reparación en cada ciudad... No es

extraño, por tanto, que pensara también en

publicar una revista destinada a sembrar estas

inquietudes eucarísticas, que hormigueaban en su

corazón.

No lo pudo realizar él. Era empresa reservada

a uno de sus hijos predilectos, el distinguido

Operario D. Juan Bautista Calatayud. Fundóla

éste poco después de la muerte de D. Manuel, y

consiguió hacer de ella una cosa tan lograda y

perfecta en su género, que era ávidamente leída

por todos aquellos a cuyas manos casualmente

llegaba, y encomiásticamente alabada por todos

los que periódicamente la recibían, entre ellos

el Papa Benedicto XV.

En sus viajes a Roma, en compañía de D.

Manuel, había intimado el fundador de la revista

con el entonces Mons. Della Chiesa. después Papa

con el nombre de Benedicto XV. Aquellas

relaciones de amistad, aunque matizadas de

reverencia y de respeto, no se apagaron al subir

a la Silla de San Pedro Mons. Della Chiesa, y un

día, en que, por celebrar las bodas de plata de

su sacerdocio y rumiar a solas las finezas del

Señor para con él, se había retirado D. Juan

Bautista al Desierto de las Palmas, le llevó el

cartero una carta venida de Roma y con membrete

pontificio.

Era una caricia del Papa, el cual,

acordándose de aquella fecha tan fausta para D.

Juan, le enviaba hasta aquel rincón del Desierto

una bendición especial y un sartal de piropos,

sinceros por venir de donde venían, para su

revista.

En aquella carta, guardada como oro en paño

por su sobrino, el actual párroco de la de San

Sebastián de Valencia, hasta que la revolución

roja de 1936 se la llevó con todas sus cosas, en

aquella carta le decía el Papa que estaba

complacidísimo del enfoque de la revista, que no

Page 290: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

se podía decir más sobre temas eucarísticos en

tan corto número de páginas, ni con mayor

precisión. «Que la leía con verdadera fruición

desde el título hasta el pie de imprenta.»

Y terminaba diciendo: «Creo que interpreta

usted maravillosamente el pensamiento de D.

Manuel, que la verá complacido desde el cielo».

LOS AMIGOS DE D. MANUEL

Dime con quién andas y lo diré quién eres»,

dice el adagio queriendo significar el influjo

decisivo que suele ejercer la amistad en la

configuración moral de los individuos.

Si no falla el refrán castellano, algo debió

pegársele sin duda a D. Manuel en su trato

frecuente con amigos tan santos como los que le

rodearon, sobre todo en los últimos años de su

vida, cuando su prestigio y su fama le abrían

los corazones de cuantos le trataban.

Empezando por los más caracterizados, podemos

hablar de la amistad que le unía con el Papa Pío

X, que de cuando en cuando le enviaba

bendiciones especiales y caramelos para sus

seminaristas de Roma, y le regaló profusamente

en la última visita que hizo a la Ciudad Eterna

en 1907.

Como a Padre cariñoso le trataban los

Purpurados curiales romanos, Cardenales Merry

del Val y Vives y Tutó. Del primero decía D.

Manuel que era un verdadero Operario auxiliar,

porque sufría y trabajaba por la Hermandad como

el más fervoroso miembro de la misma. Otro tanto

hubiera podido decir del Eminentísimo Cardenal

Vives, aquel insigne Capuchino que desde que le

fue conferida la Púrpura cardenalicia vivió en

el Colegio Español, sirviendo de edificación a

todos los colegiales, y el cual, en lenguaje

semiestudiantil, pero salpicado de cariño, solía

llamar a D. Manuel «nuestro venerable Patriarca»

y «nuestro queridísimo Rector Rectorum».

Page 291: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Lazos de verdadera amistad le unían a otros

insignes fundadores, entre ellos D. Enrique de

Ossó, su paisano y amigo íntimo, Padre de la

Compañía de Santa Teresa, en cuya fundación le

ayudó cuanto pudo. Con razón se ha dicho de

estos dos insignes tortosinos que formaban un

solo corazón.

El Padre Carlos Ferrís, fundador de la

Leprosería de Fontilles, le amaba

entrañablemente y le profesaba verdadera

devoción. Conservaba como preciada reliquia un

gorro que había usado Don Manuel, el cual se

ponía en la cabeza como medio de inspiración,

cuando había de resolver algún asunto difícil y

espinoso.

La fundadora de las Adoratrices, Santa María

Micaela del Santísimo Sacramento, le conoció en

sus primeros años de sacerdocio y saboreó ya

entonces la dulzura del trato de D. Manuel y la

madurez de sus consejos, tan preciosos en

aquella ocasión para el naciente Instituto de

Adoratrices, que atravesaba por entonces la

crisis de los tiempos primerizos, y para gozar

más tiempo de su presencia ejemplar y de su

palabra edificante, le invitaba a desayunar con

ella.

En Valencia conoció también a la fundadora de

las Oblatas del Santísimo Redentor, Madre

Antonia de Oviedo, a donde se trasladó para

tratar de la instalación de dichas religiosas en

Tortosa. Cuando la nueva fundación fue un hecho

y las Oblatas se instalaron en aquella ciudad,

bañada por el Ebro, la Madre Superiora se

dirigió a Tortosa para ver en sus comienzos la

marcha de la nueva casa. Entonces palpó de cerca

la obsequiosidad extraordinaria de D. Manuel,

como se lo cuenta en una de sus cartas al

ilustrísimo Padre Serra, O. S. B., Obispo de

Daulia y cofundador de las Oblatas. La carta

termina así: «El Dr. Sol nos ha proporcionado

una criadita, quien, cuando se la da dinero para

la compra, lo devuelve y trae cestos llenos de

cosas; de modo que no me deja pagar nada».

Cordiales eran también las relaciones que le

Page 292: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

unían con la Reverendísima Madre María del

Corazón de Jesús, fundadora de las Siervas de

Jesús, la cual tenía tanta confianza en D.

Manuel que. cuando en cierta ocasión sus hijas

la pedían consejo sobre una fundación en la que

se hallaba interesado el varón de Dios, no supo

responder otra cosa que estas palabras,

altamente expresivas del aprecio en que le

tenía: «Si es cosa de D. Manuel, háganlo.»

De su amistad se preciaban otros insignes

varones, como el Padre Xercavins, S. J., el cual

ocupó altos cargos en la Compañía. Este Padre

decía entusiásticamente: «Su Obra es preciso que

prospere, porque es obra de un santo.»

De igual modo le piropeaba su íntimo amigo y

consejero, el Cardenal Sanz y Forés: «Santa es

su Obra y Dios la bendecirá. Me avergüenzan

trabajando tanto por la gloria de Dios y les

envidio. Sea Dios bendito por haberla inspirado,

y benditos ustedes porque les ha escogido.»

Lazos de verdadera amistad le unían también

con D. Antonio Sánchez Santillama, director

nacional de la Adoración Nocturna, con quien

colaboró tan estrechamente en propagar la

devoción a la Sagrada Eucaristía. Siempre que le

escribía, el saludo obligado era éste: «Mi

querido D. Antonio, mi operaria y mis

operarines», refiriéndose a su esposa a hijos.

Íntimamente le trataron y quedaron prendados

de su valía el ilustre escritor Sardá y Salvany,

que tenía siempre su pluma puesta al servicio de

D. Manuel, de quien decía que «él solo bastaba

para honrar a Cataluña entera», y el no menos

prestigioso a infatigable publicista Clavarana,

fervoroso admirador de la Hermandad, de quien

son estas palabras: «Yo, que conozco bastante a

fondo esta Obra, entiendo que en ella estriba

quizá el porvenir del sacerdocio en España y aun

en otras partes, desde el momento que vayan a

sus manos los seminarios.»

A éstos podrían añadirse, entre otros, los

nombres de los famosos pensadores, Cardenal

Mazzella y Padres Urráburu y Ferreres, que se

expresaron en términos parecidos a los

Page 293: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

precedentes.

Por ese trastocando un poco aquella frase que

las gentes decían de San Francisco de Sales:

«Cuán bueno debe ser Dios, cuando Francisco es

tan bueno» , podemos decir: «Cuán bueno debió

ser D. Manuel cuando tenía tan buenos amigos.»

Algo se le debió pegar en su trato con personas

tan santas y prestigiosas, pero algo debieron

éstas recibir a su vez de D. Manuel cuando le

quedaron tan unidas de por vida, y cuando aquel

amor que viviendo le profesaban, se convirtió en

devoción después de muerto.

Como todos los santos, D. Manuel ejercía un

poder de imantación sobre cuantos le trataban,

una fuerza de atracción inexplicable, pero real,

como la que movió a D. José María Caparrós a

dejarlo todo, siendo canónigo arcipreste de la

Catedral de Madrid y a renunciar a la sede

episcopal de Zamora para ingresar en la

Hermandad o la que le atrajo a D. Vicente Vidal

Mompó, el cual, cuando le preguntaron cómo,

siendo abogado, fiscal del Tribunal eclesiástico

y profesor del Seminario de Valencia, y teniendo

un porvenir tan brillante y esperanzador, se

decidía a seguir a D. Manuel para llevar una

vida de ocultamiento en un seminario, respondía

sonriendo: «Es que con este hombre se va derecho

al cielo.»

GOZO Y CORONA

Su paso por la tierra fue realmente fecundo.

La principal de sus obras, la Hermandad de

Sacerdotes Operarios Diocesanos; la cual, si

bien hasta el presente casi no ha podido abarcar

más que uno de los objetos que el fundador se

propuso al instituirla, ha cosechado, no

obstante, frutos en abundancia.

Los Romanos Pontífices repetidas veces la han

bendecido y alabado.

Page 294: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

Durante su coma existencia ha dado ya a la

Iglesia de Dios más de veinte mil sacerdotes

formados en los Seminarios de España, Italia,

Portugal, Argentina, Méjico y Uruguay, donde ha

trabajado.

Pasan del millar los mártires que,

amamantados a sus pechos, supieron teñir sus

vestiduras sacerdotales en la sangre del

Cordero.

Solamente del Colegio Español de Roma han

salido dos Cardenales, un Patriarca, seis

Arzobispos, treinta Obispos y una pléyade de

esclarecidos sacerdotes, que dirigen en gran

parte los destinos espirituales de nuestra

Patria.

¡He ahí su gozo y su corona!

Don Manuel tuvo la ilusión de sembrar el

cielo de almas y la Iglesia de sacerdotes.

Soñó con sec "padre de padres", pares dar a

su actuación apostólica la mayor trascendencia

posible, y sus sueños no resultaren fallidos.

ÍNDICE GENERAL

PROLOGO

PRESENTACIÓN

I. AMANECER

UN VIERNES SANTO

LUMEN CHRISTI

A LOS PIES DE LA VIRGEN

MANOLÍN

EN EL TALLER DE FORJA

CAPULLO ENTREABIERTO

EL DOMINE SENA

NADANDO EN EL EBRO

UN MES DE MAYO EN EL SEMINARIO

AMOR DE MADRE

EL REPROCHE DE SU HERMANO

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PRIMERAS ESCARAMUZAS

A LAS PUERTAS DEL SACERDOCIO

II. PRIMAVERA SACERDOTAL

LA PRIMERA MISA

¡VOLUNTARIOS!

ANTES DEL ALBA

EL CURA Y EL SACRISTÁN DE LA ALDEA

LA COMUNIÓN Y EL DESAYUNO

DESAYUNO DE LOS SANTOS

PROFESOR DEL INSTITUTO

LA CALAVERA DEL ARMARIO

LE ENCONTRÉ ABRAZADO A UN POBRE

LADRÓN DE MONJAS

Y SALIÓ PISTOLA EN MANO

LOS CIELOS DE UN VICARIO

CATADOR DE ESPÍRITUS

A VECES SE EQUIVOCABA

NO HAY OTRO COMO EL DOCTOR SOL

BATALLANDO POR SUS MONJAS

NO LO PIENSES MÁS Y OBEDECE

EL CÓLERA

ECLIPSE DE NUESTRO SOL

EL CHISPAZO

ES TACHADO DE VISIONARIO

PLATICA DE LADRILLOS

COLECTAS EN ESPECIE

DE PUERTA EN PUERTA

PEREGRINO DE SU IDEAL

FARÁNDULA AMBULANTE

SANTAMENTE AMBICIOSO

EN EL CONCILIO VATICANO

ENCUENTRO DE TRES SANTOS

LA VISIÓN DE LEÓN XIII

CASTIGO MERECIDO

SE CAE POR UN BARRANCO

III. EN EL CENIT DE SU CARRERA

LA OBRA DE LAS OBRAS

EN EL DESIERTO

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GENERAL SIN SOLDADOS

SENTANDO PLAZA DE PERIODISTA

LA CATEDRAL JOSEFINA

EL REBUZNO DEL SEMINARISTA

EL OFICIO DE TINIEBLAS

LAS AGUSTINAS

TRESCIENTOS ALELUYAS

ENSEÑANDO COSAS BUENAS

UNA CORAZONADA

ESPÍRITU FRANCISCANO

LAS TÓRTOLAS Y EL LORITO

EL ENFADO DE LAS MONJAS

EL CARTERO DE BENICASIM

EL FONÓGRAFO DE DON MANUEL

EN LISBOA

RETIRADA GLORIOSA

PLUMA EN RISTRE

EN LAS COMUNIDADES NO ENSEÑES TUS HABILIDADES

¡ESTA USTED PERDIDO !

EN TODOS LOS GUISOS

BUSCANDO ADORADORES

¡CURARÁ USTED!

EN LA BOCA DEL INFIERNO

BOCAS CERRADAS

LA BENDICIÓN DE UN SANTO

LAS ENVIDIAS DE LA GENTE

FORMANDO COLA

LA PAGA DE UN PREDICADOR

LA BANDERA DEL DIABLO

318 ESCALONES

LA MIRRA DE JESÚS

POR QUE DUDAS, HOMBRE DE POCA FE ?

¿EN QUE PUEDO SERVIRLE?

OBSERVANDO TRAS LAS CELOSÍAS

ROMEROS DE ESPAÑA EN ROMA

ESTE SACERDOTE ES UN SANTO

HACIENDO DE ENTONADOR

EL ELOGIO DE UN PONTÍFICE

¡EN BUSCA DE UNA CANONJÍA !

EL GOLPE DE ESTADO

EN EL JANÍCULO

CALAVERADAS DE JOVEN

EL NIETO Y LOS BIZNIETOS DEL SEÑOR CARDENAL

EN LA CUMBRE DEL CALVARIO

Page 297: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

COMIENZA A ESCAMPAR

«LOS UMBRELLATI»

LOS CARAMELOS DEL PAPA

Y LLEGO A SER MAGISTRAL

PASANDO EL CHARCO

LA VOZ DE AQUEL BARÍTONO

QUEMANDO SUS NAVES

YENDO AL DESTIERRO

FELICES ENSUEÑOS

EL APURO DE LAS FACTURAS

LA SIEMBRA DE LOS BOTONES

EL PAPA SOL Y EL PAPA LUNA

EL LLANTO DE UNA VELA

MAESTRO CONSUMADO

EL PESO DE LA MOCHILA

IV. PERFUME DE SUS VIRTUDES

ESPLÉNDIDA LIMOSNA

LA EXPLOSIÓN DE UNA BOMBA

DERRAMANDO ABUNDANTES LAGRIMAS

«LOS TRES MOSQUETEROS»

TRABAJANDO POR SU ALMA

SAN MANUEL EL REPARADOR

PRESIENTE A JESÚS SACRAMENTADO

ENTRE TREN Y TREN

¡QUE ENVIDIA LE TENGO !

AQUELLA IGLESIA DE MADRID

Y LE ENCONTRABA ARROBADO

DON MANUEL DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

LO MAS IMPORTANTE

EL JESÚS DE SU SAGRARIO

FERVORES MARIANOS

LOS 150.000 DUROS DE SAN JOSÉ

UN BELLÍSIMO DESATINO

¡AL HABLA CON EL ÁNGEL DE LA GUARDA !

EL ÁNGEL CUSTODIO DE ESPAÑA

EL TOQUE DEL ÁNGEL

EL TESORO

LOS LLAMADOS Y LOS ESCOGIDOS

MI PRINCIPIO SE LO DAIS TAMBIÉN

EL CURILLA DEL REGIMIENTO

LA COSECHA DEL DIABLO

Page 298: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

¡SI USTED LOS HUBIERA DE GOBERNAR !

LAS BIBLIAS PROTESTANTES

ENCUENTRO DE TRES SOLES

UNA JOTA ARAGONESA Y UN CHISTE EPISCOPAL

CON CARA DE PASCUAS

LA MONJA FLAUTISTA

EL DIA DE INOCENTES

SU AMOR A LOS POBRES

LA CASA DE LA PROVIDENCIA

ESCABULLÍANSE POR LAS ESCALERAS

POR LAS CALLES DE BURGOS

LOS MAS NECESITADOS

POR TERCERA VEZ

EL CHOCOLATE DEL PADRE ESPIRITUAL

HUEVOS Y LONGANIZA

EL CERDO DE LAS MONJAS

BIENVENIDAS SEAN

EL RESULTADO DE LA LOTERÍA

LA PAGA DEL DENTISTA

EL SOBRE DE LAS QUINIENTAS PESETAS

¡QUIEN FUERA MONAGUILLO !

LA CONFESIÓN DE UN CHAMARILERO

LOS APUROS DE UN PAYES

LA OCASIÓN LA PINTAN CALVA

LAS NÍSPOLAS DEL HUERTO

SOLICITUD MATERNAL

UN DIA DE CONFESIONES

COMO MADRE CARIÑOSA

UNA NOCHE DE TORMENTA

SU MUCETA DE DOCTOR

LIMPIÁNDOLE LOS ZAPATOS

A PRECIOS ABUSIVOS

LA VOCACIÓN DEL CARTUJO

¡PUES VETE A LA COMPAÑÍA !

ADMIRABLE DESPRENDIMIENTO

NO DIGAS NADA

ESTE NO SOY YO

LOS SANTOS NO SE HACEN TAN A POCA COSTA

EL SERMÓN DE SAN MANUEL

APRECIACIONES TONTAS

SU TEMA FAVORITO

PREPARANDO LA HORCHATA

DÉJELO ESTAR

EL PESO DE LOS BENEFICIOS DE DIOS

Page 299: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

LA IMPRESIÓN DE UNA PALABRA

SUS PESADILLAS

TOCANDO LOS CORAZONES

¡QUE CARA DE SANTO!

LA IMPRESIÓN DE AQUEL FILOSOFO

LA CURIOSIDAD DE UN MONAGUILLO

¡SI TODOS FUERAN COMO MOSEN SOL !

YA PASA DON MANUEL

LA JUBILACIÓN DE UNA SILLA

¡ES USTED UN SANTO !

LOS APUROS DE UN BARBERO

COSAS DEL CHANTRE

LA PLATICA AQUELLA

¡ES LO QUE MAS ME GUSTA !

¡ESTO NO PUEDE SER !

EL ACEITE DE LA LÁMPARA

UN CAMARERO IMPROVISADO

LA OVEJA ROÑOSA

Y DON MANUEL SE HIZO EL SORDO

EL RECUERDO DE AQUEL VAPOR

¡ESO SI QUE NO LO VERÁN TUS OJOS!

COLEGIOS DE CAÑAS

DIOS ES EL AMO

SI YO FUERA OBISPO, LE ORDENARÍA

TU SERÁS MONJA

EL ASPIRANTE A CANÓNIGO

¿SERÉ YO DE LOS ÚLTIMOS ?

CONFIANZA DE LA FUNDADORA

LISTA DE FICHADOS

DUEÑO ABSOLUTO

¡HOY RENOVAMOS LOS VOTOS, HÁGALOS USTED

¡MIRE QUE LE REGAÑARÉ!

¿QUE SERIA ?

ESTE NIÑO SERRA SACERDOTE

PINITOS DE PROFETA

Y DEL CUERPO SALÍA CIERTO RESPLANDOR

UNA VISIÓN

Y LE VIO LEVANTADO EN ALTO

CESA EL VIENTO Y EL MAR SE CALMA

V. LUCES DE OCASO

VIVIENDO DE MILAGRO

Page 300: Fulgores un Sol por D. Julián García Hernando Tortosa 1934

EL EMBARQUE DE LA NARANJA

¿COMO VIVE ESTE HOMBRE ?

EL CANTO DEL CISNE

UNA CALAVERADA A LOS SETENTA AÑOS

¿QUIÉN ES ESE OBISPO?

ES MAS QUE OBISPO

LA VISITA «AD LIMINA»

EL ULTIMO PINITO

LA TÍA BARANA

TIRANDO DEL CARRITO

PRESINTIENDO LA MUERTE

TRES HORAS ANTES DE MORIR

¡HA MUERTO UN SANTO!

EL SIEMPRE ME DABA

HASTA DESPUÉS DE MUERTO

EL TIC TAC DEL RELOJ

AFINANDO EL OÍDO

INTERPRETANDO SU PENSAMIENTO

LOS AMIGOS DE D. MANUEL

GOZO Y CORONA

ÍNDICE GENERAL