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Literatura colombiana, un fraude a la nación

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    LA LITERATURA COLOMBIANA, UN FRAl.JDE A LA NACION - - .

    En junio de 1959 se vendieron en ds cidades de Colom~ bia, y en solo cinco das, 300.000 _volmenes d~ autm:es na-cionales. La avidez COQ que el pblico_se precipit sobre -los expendios sobrepa~ los ambiciosos clculos de los .editores, que. aspir~ban a agotar el tiraje ms altO que de-libros colom-bianos se haba hecho jams, no en dos ciudades, sino en las capitales ms rportantes del pas, y lo en cinco das sino. en dos semanas. . . .

    El lector colombiano, a quien de or

  • fesional, no podria considerarse como un creador. Carrasquilla, nuestro esplndido narrador, no alcanz tructurar en casi 50 anos de nuestro intenso ejercicio literar;... una obra capaz de defenderse universalmente, no por fa de talento creador, sino por las limitaciones de su idioma ~ localista. Ningn autor colombiano, hasta hoy; tiene una obra _ robusta, que pueda compararse, apenas por ejemplo, a la de( venezolano Rmulo Gallegos, o a la del chileno Pablo Neru-da, o a la del argentino Eduardo Mallea.

    Los festivales del libro, que restablecieron el prestigio del comprador colombiano, requebrajaron en menos de un ano el falso prestigio de la literatura nacional. Es probable que el prximo certamen de esa clase se aplace indefinidamente mientras se encuentran los libros colombianos para integr~ la nueva coleccin. .' '"" \ No hay, sin eq1bargo, en la rida llanura de las letras nacionales, un solo indicio de que esos libros aparecern eri los prximos aftos. Basta ser un lector exigente para compro-bar que la historia de la literatura colombiana, desde los tiem-pos de la Colonia, se reduce a tres o cuatro aciertos indivr: duales, a travs de una maraa de falsos prestigios. . ...

    Se suele combatir este argumento con el asfixiante inveii1 tario de los libros publicados en Colombia en los tres siglos pasados. Antonio Curcio Altamar, el ms honrado conta1:5ii lista d la novela colombiana, alcanz a clasificar cerca d 800 novelas aparecidas entre 1670 y 1953, en un pas donde la narracin no ha sido el gnero ms fecundo. Pero el pro-blema no es de cantidad sino de nivel. , .. :, Seis grandes puntos de referencia podran servir de apoy

    para establecer los colosales vacos de la literatura colombia: na. Desde El carnero. de Rodrguez Freyle, hasta Maria. de Jorge Isaac, transcurrieron 200 aos, y 60 ms hasta la apa-ricin de La vorgine. de JoS Eustasio Rivera. Desde fa muerte de Hernando Domnguez Camargo, en 1669; hubo que esperar 200 aos la aparicin de Rafael Pombo y Jos Asuncin Silva, y otros 60 aos la aparicin de Porfirio Bar-ba Jacob. Una critica seria, en un pas en el cual slo puede hablarse con justicia de libros sueltos, se habra detenido a esperar en Toms Carrasquilla, hace 20 aftos, y an seguira esperando.

    La reaccin ms saludable de la poesia colombiana en el presente siglo, fue la irrupcin del grupo identificado con la insignia de Piedra y Cielo. Ellos tuvieron el mrito colec-tivo de haber puesto al pas, no sin cierta violencia necesaria y no sin cierto retraso, en la onda de la poesa universal. En virtud de aquella subversin, la poesa colombiana sali del carril formal por donde vena rodando, y se incorpor con una sensibilidad nueva a una nueva manera de expresin. Pero a 20 aftos del fogonazo piedracielista, que tuvo un va-lor ms histrico que esttico, no parece que el cambio de carriles hubiera conducido a un territorio ms frtil. 310

    No hemos sido ms afortunados en el campo de la ficcin. Hace unos meses, el suplemento literario de ELTiempo pa-trocin un concurso nacional de cuentos. En el trmi.no ~tablecido, 315 trabajos se presentaron a la consideracin del jurado. Pero los tres . cuentos premiados despus de un dis-pendioso proceso de eliminacin, no revelaron al cuentista indito que se supona en la provincia remota, asfixiado por el centralismo intelectual. Frente a los cuentos premiados, de uria calidad corriente, una pregunta se impona: Cmo se-ran los 312 descartados?

    Por supuesto, era ingenuo aspirar a que un concurso des-pejara el misterio del cuento nacional. Una de las ms com-pletas antologas del gnero que se han publicado en Colom-bia -la de Eduardo Pachn Padilla, editada en 1959 por el Ministerio de Educacin- revel que en el pas se han escri-to algunos cuentos buenos, pero no ha habido un buen cuen-tista. En realidad, los pocos cuentos buenos no los han escri-to los cuentistas; y a la inversa, los cuentistas consagrados no han escrito los mejores.

    El caso de la novela se presta a otro curioso examen. J or-ge Isaac slo escribi Maria. Eustaquio Palacios slo escribi El alfrez real. Eduardo Zalamea Borda, por circunstancias que slo sus lectores diarios y sus amigos podemos entender; escribi Cuatro aos a bordo de mi mismo hace ya un cuartO de siglo. En cambio, Arturo Surez escribi seis novelas Y. J ~ M. Vargas Vila, escribi 27.

    La conclusin podra parecer superficial, pero es perfecta-mente demostrable: slo los malos novelistas colombianos han escrito ms de una novela. De manera que quienes esta-ban capacitados para estructurar una obra slida, que contri-buyera a enriqu~r con valores reales la literatura nacional, se han quedado en la anunciacin, mientras que el gran torrente novelstico se ha nutrido de la mediocridad.

    Sin duda, uno de los factores de nuestro retrato literario, ha sido esa megalomana nacional -la forma ms estril del conformismo- que nos ha echado a dormir sobre un colchn de laureles que nosotros mismos nos encargamos de inventar. Pases latinoamericanos, que tienen de su propia literatura un concepto menos grandilocuente que el que nosotros tene-mos de la nuestra, han alcanzado modestamente la merecida atencin de un pblico internacional. Nosotros en cambio seguimos nutrindonos del sentimiento de superioridad que heredamos de nuestros antepasados por la versin a cinco idiomas de Maria. escrita hace 109 afios, y por la versin a ocho idiomas, inclusive el chino, de La vordgine, escrita hace 35. Es hora de decir que es absolutamente falso que el mun-do est pendiente de nuestra literatura. El poeta espaftol Ge-rardo Diego deca alguna vez en privado: Los colombianos no han dado un grande escritor; y lo merecan, porque han trabajado mucho. Acaso hayamos trabajado mucho, cierta-mente, pero no por el camino acertado.

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  • fesional, no podria considerarse como un creador. Carrasquilla, nuestro esplndido narrador, no alcanz tructurar en casi 50 anos de nuestro intenso ejercicio literar;... una obra capaz de defenderse universalmente, no por fa de talento creador, sino por las limitaciones de su idioma ~ localista. Ningn autor colombiano, hasta hoy; tiene una obra _ robusta, que pueda compararse, apenas por ejemplo, a la de( venezolano Rmulo Gallegos, o a la del chileno Pablo Neru-da, o a la del argentino Eduardo Mallea.

    Los festivales del libro, que restablecieron el prestigio del comprador colombiano, requebrajaron en menos de un ano el falso prestigio de la literatura nacional. Es probable que el prximo certamen de esa clase se aplace indefinidamente mientras se encuentran los libros colombianos para integr~ la nueva coleccin. .' '"" \ No hay, sin eq1bargo, en la rida llanura de las letras nacionales, un solo indicio de que esos libros aparecern eri los prximos aftos. Basta ser un lector exigente para compro-bar que la historia de la literatura colombiana, desde los tiem-pos de la Colonia, se reduce a tres o cuatro aciertos indivr: duales, a travs de una maraa de falsos prestigios. . ...

    Se suele combatir este argumento con el asfixiante inveii1 tario de los libros publicados en Colombia en los tres siglos pasados. Antonio Curcio Altamar, el ms honrado conta1:5ii lista d la novela colombiana, alcanz a clasificar cerca d 800 novelas aparecidas entre 1670 y 1953, en un pas donde la narracin no ha sido el gnero ms fecundo. Pero el pro-blema no es de cantidad sino de nivel. , .. :, Seis grandes puntos de referencia podran servir de apoy

    para establecer los colosales vacos de la literatura colombia: na. Desde El carnero. de Rodrguez Freyle, hasta Maria. de Jorge Isaac, transcurrieron 200 aos, y 60 ms hasta la apa-ricin de La vorgine. de JoS Eustasio Rivera. Desde fa muerte de Hernando Domnguez Camargo, en 1669; hubo que esperar 200 aos la aparicin de Rafael Pombo y Jos Asuncin Silva, y otros 60 aos la aparicin de Porfirio Bar-ba Jacob. Una critica seria, en un pas en el cual slo puede hablarse con justicia de libros sueltos, se habra detenido a esperar en Toms Carrasquilla, hace 20 aftos, y an seguira esperando.

    La reaccin ms saludable de la poesia colombiana en el presente siglo, fue la irrupcin del grupo identificado con la insignia de Piedra y Cielo. Ellos tuvieron el mrito colec-tivo de haber puesto al pas, no sin cierta violencia necesaria y no sin cierto retraso, en la onda de la poesa universal. En virtud de aquella subversin, la poesa colombiana sali del carril formal por donde vena rodando, y se incorpor con una sensibilidad nueva a una nueva manera de expresin. Pero a 20 aftos del fogonazo piedracielista, que tuvo un va-lor ms histrico que esttico, no parece que el cambio de carriles hubiera conducido a un territorio ms frtil. 310

    No hemos sido ms afortunados en el campo de la ficcin. Hace unos meses, el suplemento literario de ELTiempo pa-trocin un concurso nacional de cuentos. En el trmi.no ~tablecido, 315 trabajos se presentaron a la consideracin del jurado. Pero los tres . cuentos premiados despus de un dis-pendioso proceso de eliminacin, no revelaron al cuentista indito que se supona en la provincia remota, asfixiado por el centralismo intelectual. Frente a los cuentos premiados, de uria calidad corriente, una pregunta se impona: Cmo se-ran los 312 descartados?

    Por supuesto, era ingenuo aspirar a que un concurso des-pejara el misterio del cuento nacional. Una de las ms com-pletas antologas del gnero que se han publicado en Colom-bia -la de Eduardo Pachn Padilla, editada en 1959 por el Ministerio de Educacin- revel que en el pas se han escri-to algunos cuentos buenos, pero no ha habido un buen cuen-tista. En realidad, los pocos cuentos buenos no los han escri-to los cuentistas; y a la inversa, los cuentistas consagrados no han escrito los mejores.

    El caso de la novela se presta a otro curioso examen. J or-ge Isaac slo escribi Maria. Eustaquio Palacios slo escribi El alfrez real. Eduardo Zalamea Borda, por circunstancias que slo sus lectores diarios y sus amigos podemos entender; escribi Cuatro aos a bordo de mi mismo hace ya un cuartO de siglo. En cambio, Arturo Surez escribi seis novelas Y. J ~ M. Vargas Vila, escribi 27.

    La conclusin podra parecer superficial, pero es perfecta-mente demostrable: slo los malos novelistas colombianos han escrito ms de una novela. De manera que quienes esta-ban capacitados para estructurar una obra slida, que contri-buyera a enriqu~r con valores reales la literatura nacional, se han quedado en la anunciacin, mientras que el gran torrente novelstico se ha nutrido de la mediocridad.

    Sin duda, uno de los factores de nuestro retrato literario, ha sido esa megalomana nacional -la forma ms estril del conformismo- que nos ha echado a dormir sobre un colchn de laureles que nosotros mismos nos encargamos de inventar. Pases latinoamericanos, que tienen de su propia literatura un concepto menos grandilocuente que el que nosotros tene-mos de la nuestra, han alcanzado modestamente la merecida atencin de un pblico internacional. Nosotros en cambio seguimos nutrindonos del sentimiento de superioridad que heredamos de nuestros antepasados por la versin a cinco idiomas de Maria. escrita hace 109 afios, y por la versin a ocho idiomas, inclusive el chino, de La vordgine, escrita hace 35. Es hora de decir que es absolutamente falso que el mun-do est pendiente de nuestra literatura. El poeta espaftol Ge-rardo Diego deca alguna vez en privado: Los colombianos no han dado un grande escritor; y lo merecan, porque han trabajado mucho. Acaso hayamos trabajado mucho, cierta-mente, pero no por el camino acertado.

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    Hablando en trminos generales, en tres siglos de li ra colombiana no se ha empezado todavia a echar las de una. ~radicin; ~o han. surg_ido n! siquiera los elementOS;:.({C una cntlca valorattva sena, m comtenzan a crearse las oondi~ cion_es para qll:e se produzca entre nosotros el fenmeno deh escntor profesiOnaL -,...,.- -"';,::,,.~

    En Colombia se han ensayado todas las modalidades' ' -i .. tendencias de la novela y la narracin. Se han experimntaB~ todos los manerismos poti~s e inclusive buscado de bueii fe nuevas formas de exprestn. Pero, aparte de que las _mQJ das nos han llegado tarde, parece ser qu~ nuestros escritoreS han carecido de un autntico sentido de lo nacional, que erii sin duda la condicin ms segura para que sus obras tuvieran una proyeccin universal. -~'1

    \ En la segunda mitad del siglo XIX, mientras el hombt~. colombiano padeca el drama de las guerras civiles, los eSch'=' tores se haban refugiado en tina fortal~za de especulacion~ filosficas y averiguaciones humansticas. Toda una literatu:.: ra de entretenimiento, de chascarrillos y juegos d~ saln prs'-1 pero en el pas, mientras la nacin hada el penoso t.rnsito hacia el siglo xx. Los costumbristas no se interesaron p9i .ei: hombre sino en la medida en que constitua el elemento ' fu~ pintoresco del paisaje. -En la edad de oro de la poesa . colonft biana, se escribieron algunos de los mejores poemas euro~" del contin~_nte. Pero no se hizo liter~tu.ra nacion~l. . / ~:~

    Es expttcable por tanto que la umca explostn hteraiia de legtimo carcter nacional que hemos tenido en nuestra historia -la llamada

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    En Colombia se han ensayado todas las modalidades' ' -i .. tendencias de la novela y la narracin. Se han experimntaB~ todos los manerismos poti~s e inclusive buscado de bueii fe nuevas formas de exprestn. Pero, aparte de que las _mQJ das nos han llegado tarde, parece ser qu~ nuestros escritoreS han carecido de un autntico sentido de lo nacional, que erii sin duda la condicin ms segura para que sus obras tuvieran una proyeccin universal. -~'1

    \ En la segunda mitad del siglo XIX, mientras el hombt~. colombiano padeca el drama de las guerras civiles, los eSch'=' tores se haban refugiado en tina fortal~za de especulacion~ filosficas y averiguaciones humansticas. Toda una literatu:.: ra de entretenimiento, de chascarrillos y juegos d~ saln prs'-1 pero en el pas, mientras la nacin hada el penoso t.rnsito hacia el siglo xx. Los costumbristas no se interesaron p9i .ei: hombre sino en la medida en que constitua el elemento ' fu~ pintoresco del paisaje. -En la edad de oro de la poesa . colonft biana, se escribieron algunos de los mejores poemas euro~" del contin~_nte. Pero no se hizo liter~tu.ra nacion~l. . / ~:~

    Es expttcable por tanto que la umca explostn hteraiia de legtimo carcter nacional que hemos tenido en nuestra historia -la llamada

  • La generalidad de los estudios crticos que se _,..-.:~ Colombia son eruditos anlisis de una obra, de cas del autor, y hasta de su personalidad psicolgica{:.~ mos, por esos estudios, que Guillermo Valencia parnasiano, que sus hemistiquios eran perfectos, y una ventana por donde entr el viento modernista a el aire enrarecido del romanticismo. Pero nadi nos mostrado, de un modo autoritario y definitivo, si era: ta bueno o malo, ni por qu fue necesario el post.;;~:: esplndido terrorismo potico de Luis Carlos Lpez . . tica colombiana ha sido una dispendiosa tarea de clasifffi cin, una labor de ordenamiento histrico, pero slo sos excepcionales u~ trabajo de valora~in. En tres siE.I~: , an no se nos ha dtcho qu es lo que strve y qu es no sirve en la literatura colombiana. De este modo; el 'tor est obligado, a ser responsable slo ante s .mQwu:

    La literatura colombiana, en conclusin general, ha un fraude a la nacin.

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    MAYO DE 1960

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