Guijarro, S.- Salvador, M. (Eds.), Comentario Al Antiguo Testamento II. Profetas

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COMENTARIO al Antiguo Testamento II «A

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COMENTARIO al

Antiguo Testamento II

«A

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COMENTARIO

al

Antiguo Testamento

- I I -

f a Casa de la Biblia

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© La Casa de la Biblia 1997

© Coeditan:

ATENAS Mayor, 8 1 . 28013 Madrid Tomo II. ISBN 84 7020 437 8 Obra completa. ISBN 84 7020 427 0

PPC E. J . Poncela, 4. 28016 Madrid Tomo II. ISBN 84 288 1438 4 Obra completa. ISBN 84 288 1378 7

SIGÚEME García Tejado, 23-27. 37007 Sa lamanca Tomo II. ISBN 84 301 1346 0 Obra completa. ISBN 84 301 1345 2

VERBO DIVINO Avda. de Pamplona, 4 1 . 31200 Estella (Navarra) Tomo II. ISBN 84 8169 2 1 3 1 Obra completa. ISBN 84 8169 183 6

Impresión: Gráficas Lizarra, S.L., Crta. de Tafalla, km. 1. 31200 Estella (Navarra).

Depósito Legal: NA. 669-1997 Impreso en España .

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COMENTARIO

al

Antiguo Testamento

- I I -

ATENAS PPC

SIGÚEME VERBO DIVINO

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COMITÉ DE EDICIÓN

Santiago Guijarro Oporto y Miguel Salvador García

AUTORES

Antonio González Lamadrid Horacio Simian Yofre

José María Ábrego de Lacy Julio Lámelas Míguez

José Héctor Lüdy Pedro Jaramillo Rivas Gonzalo Flor Serrano

J u a n Bautista Lobato Fernández Víctor Moría Asensio

Gabriel Pérez Rodríguez Joaquín Menchén Carrasco

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PRESENTACIÓN

Los treinta pequeños volúmenes de comentarios a los libros de la Biblia publicados por la Casa de la Biblia y su equipo de colaboradores con el título de "El Mensaje del Antiguo Testamento" y "El Mensaje del Nuevo Testamento" tuvieron en su día una ex­celente acogida por parte de sacerdotes, catequistas y animadores de grupos bíblicos a quienes iban preferentemente dirigidos. Han sido, sobre todo, estos destinatarios pre­ferentes los que nos han sugerido la conveniencia de publicar dichos comentarios agru­pados en tres volúmenes -dos para el AT y uno para el NT- con el fin de disponer de un comentario relativamente breve, pero solvente y actualizado, a toda la Biblia. Es­te tipo de comentario, que no va acompañado del texto bíblico y que está dirigido no a lectores especializados sino a un público deseoso de profundizar en el mensaje de la Biblia, no existía hasta ahora en lengua castellana. Esta ha sido una razón más pa­ra animarnos a llevar a cabo el presente proyecto.

Al pensar en esta nueva edición y presentación de los comentarios originales he­mos pedido a los autores de cada uno de ellos que los revisaran con detenimiento y esmero a fin de corregir errores o imprecisiones, de enriquecer algunos de sus pasa­jes con datos y aportaciones procedentes de los últimos estudios e investigaciones, y de ampliar allí donde la explicación anterior pudiera ser demasiado concisa. El re­sultado de esta revisión detallada y cuidadosa ha sido una obra en cierto modo nue­va y en cualquier caso notablemente mejorada.

Hasta el momento presente habían visto la luz el tomo correspondiente al NT y el primero de los dedicados al AT. El volumen que ahora ofrecemos a nuestors lecto­res es el segundo de los dos dedicados al AT y contiene los comentarios a los libros pro-féticos, sapienciales y poéticos del mismo. Con él culmina el proyecto al que nos he­mos referido más arriba y por tanto el lector dispone ya del comentario completo a la Biblia. Un comentario que puede utilizar, por supuesto, como libro de consulta rápi­da sobre textos bíblicos concretos; pero sacará mayor provecho si lee estos comenta­rios de manera seguida, deteniéndose en las introducciones a cada libro en particu­lar y a los distintos bloques o secciones de cada libro.

Agradecemos a los autores la dedicación y diligencia con que han revisado y com­pletado sus anteriores estudios y esperamos que esta nueva obra pueda contribuir a u n mayor conocimiento de la Palabra de Dios entre todos los que desean encontrar el tesoro escondido en ella. Agradecemos también a los lectores de los dos volúmenes ya publicados el aprecio que han mostrado por estos comentarios y la difusión que de ellos han hecho entre sus amigos y conocidos. Esperamos que este volumen sea también de su agrado

Santiago Guijarro Miguel Salvador

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CARACTERÍSTICAS

Los comentarios contenidos en este volumen han sido realizados por un equipo de expertos en Sagrada Escritura bajo la dirección y coordinación de La Casa de la Biblia.

Estos comentarios intentan proporcionar, en un lenguaje ágil y sencillo, las prin­cipales claves para comprender adecuadamente el texto bíblico, evitando complicadas explicaciones que pudieran distraer al lector no especialista. En este sentido se han evi­tado intencionadamente las notas eruditas a pie de página, y sólo en contados casos -los que se consideran imprescindibles o al menos muy convenientes- se recurre a ci­tar autores con sus respectivas opiniones o reflexiones sobre un pasaje o un término bíblico concreto. Esto no significa, ni mucho menos, que el presente Comentario carezca de la debida profundidad y solvencia exegéticas. Simplemente no está dirigido de for­ma directa a investigadores o a lectores especializados en temas bíblicos. Los destina­tarios directos son, como se indicaba en la presentación, sacerdotes y religiosos/as en general, catequistas, animadores de grupos bíblicos, cristianos de base interesados por conocer y vivir comprometidamente el mensaje de la Biblia. De hecho, cualquier lector atento podrá comprobar fácilmente el esfuerzo de todos y cada uno de los autores de este Comentario por acercar el texto bíblico a la vida concreta del hombre de hoy y a las exigencias de la Iglesia de nuestros días. Dicho esto, hay que añadir también que en esta nueva edición de los Comentarios al Antiguo Testamento, los autores han pro­curado elevar uno o varios puntos el nivel exegético del comentario sin perder en nin­gún momento de vista su carácter prioritariamente divulgador.

En la presente edición, el comentario a cada pasaje no va acompañado del co­rrespondiente texto bíblico que, como es natural, deberá tenerse siempre a mano pa­ra seguir con fruto el hilo de las consideraciones que se hacen sobre él. Al respecto, cualquier buena traducción de la Biblia puede ser válida y por tanto utllizable para acompañar la lectura provechosa de estos comentarios. Sin embargo, el texto bíblico concreto en lengua castellana que los comentaristas han tenido como obligado punto de referencia es el preparado por la Casa de la Biblia en su edición del año 1992. Sal­vo ligeras modificaciones, se ha seguido la estructura de dicha traducción con las co­rrespondientes divisiones, subdivisiones, títulos y subtítulos. Las palabras y expresiones concretas a las que remiten los distintos comentaristas son también por lo general las que figuran en la traducción preparada por la Casa de la Biblia. Esto significa que la lectura del presente Comentario será mucho más fluida si se utiliza preferentemente como texto bíblico de referencia el de dicha traducción.

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La estructura general del presente Comentario al Antiguo Testamento (I) consta de varios elementos que se complementan entre sí:

-Introducciones generales:

Son de dos tipos. En primer lugar, una introducción general a cada uno de los dos principales bloques literarios del Antiguo Testamento (I), a saber, Pentateuco y Libros Históricos. Y en segundo lugar una introducción especial a todos y a cada uno de los libros en la que el lector puede encontrar tres tipos de informaciones: unas de tipo his­tórico, encaminadas a situar el escrito en cuestión en su contexto dentro de la histo­ria religioso-civil tanto bíblica como extrabíblica; otras de tipo literario que ayuden al lector a identificar los recursos literarios propios de cada autor, las fuentes que ha uti­lizado y las partes o secciones en que puede dividirse su escrito; y finalmente infor­maciones de tipo teológico que pretenden subrayar los grandes temas que se abordan en cada libro. Es muy conveniente y será de gran utilidad leer cada una de estas in­troducciones antes de adentrarse en el respectivo comentario.

-Introducciones a partes o secciones:

El texto de cada uno de los libros ha sido dividido en partes y secciones tenien­do en cuenta los indicios teológicos y literarios. Es una forma de facilitar la lectura y de situar cada pasaje en su contexto inmediato. Cada una de estas partes o secciones lleva en el comentario una breve introducción, que pretende orientar al lector sobre su lectura. En este tipo de introducciones se pone de manifiesto la unidad literaria y teo­lógica de cada sección y se proponen ciertas pistas que sirvan de guía para leer la sec­ción en su conjunto.

-Comentario:

El comentario a cada uno de los pasajes va introducido por un título y la cita del pasaje que se va a comentar. Sigue inmediatamente el comentario propiamente dicho cuyo objetivo es ofrecer una explicación breve del párrafo correspondiente con un len­guaje sencillo, proporcionando todas aquellas informaciones que puedan ser útiles al lector para comprender mejor el mensaje del texto que se comenta. Normalmente el co­mentario se refiere a todo el párrafo y trata de explicar su sentido. En él pueden en­contrarse explicaciones referidas a costumbres, circunstancias históricas, etc., así co­mo una exposición del mensaje contenido en el texto. Siempre que es posible, se alu­de a la relación entre el escritor y sus destinatarios, y se sugiere alguna aplicación para la situación actual.

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SIGLAS DE LOS LIBROS BÍBLICOS

Abdías Ageo Amos „_, Apocalipsis Baruc Cantar de los Cantares Carta de Jeremías Colosenses 1 Corintios 2 Corintios 1 Crónicas 2 Crónicas Daniel Deuteronomio Eclesiastés Eclesiástico Efesios Esdras Ester Éxodo Ezequiel Filemón Filipenses Gálatas Génesis Habacuc Hebreos Hechos de los Apóstoles Isaías Jeremías Job Joel Jonás Josué J u a n 1 J u a n 2 J u a n

Abd Ag Am Ap Bar Cant CJr Col 1 Cor 2 Cor 1 Cr 2 C r Dn Dt Ecl Eclo Ef Esd Est Ex Ez Flm Flp Gal Gn Hab Heb Hch Is J r Job J l Jon Jos J n U n 2 J n

3 J u a n Judas Judit Jueces Lamentaciones Levítico Lucas 1 Macabeos 2 Macabeos Malaquías Marcos Mateo Miqueas Nahum Nehemías Números Oseas 1 Pedro 2 Pedro Proverbios 1 Reyes 2 Reyes Romanos Rut Sabiduría Salmos 1 Samuel 2 Samuel Santiago Sofonías 1 Tesalonicenses 2 Tesalonicenses 1 Timoteo 2 Timoteo Tito Tobías Zacarías

3 J n J d s Jd t Jue Lam Lv Le 1 Mac 2 Mac Mal Me Mt Miq Nah Neh Nm Os 1 Pe 2 Pe Prov 1 Re 2 Re Rom Rut Sab Sal 1 Sm 2 S m Sant Sof I T e s 2 Tes 1 Tim 2Tün Tit Tob Zac

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN 5 CARACTERÍSTICAS 6 SIGLAS 8

ESCRITOS PROFETICOS Antonio González Lamadrid

Introducción general 13

ISAÍAS Horacio Simian Yofre

Introducción 23 Comentario 35

JEREMÍAS José María Ábrego de Lacy

Introducción 105 Comentario 116

BARUC Y CARTA DE JEREMÍAS José Héctor Lüdy

Introducción 157

BARUC José Héctor Lüdy

Introducción 159 Comentario 161

CARTA DE JEREMÍAS José Héctor Lüdy

Introducción 175 Comentario 177

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ÍNDICE

E Z E Q U I E L

Julio Lámelas Miguez Introducción 181 Comentario 189

DANIEL José Héctor Lüdy

Introducción 239 Comentario 245

PROFETAS MENORES Pedro Jaramülo Rivas

Introducción 301

OSEAS Pedro Jaramülo Rivas

Introducción 305 Comentario 307

JOEL Pedro Jaramülo Rivas

Introducción 319 Comentario 321

AMOS Pedro Jaramülo Rivas

Introducción 325 Comentario 327

ABDIAS Pedro Jaramülo Rivas

Introducción 337 Comentarlo 338

JOÑAS Pedro Jaramülo Rivas

Introducción 341 Comentario 343

MIQUEAS Pedro Jaramülo Rivas

Introducción 345 Comentario 346

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ÍNDICE

NAHUM Pedro Jaramillo Rivas

Introducción 353 Comentario 355

HABACUC Pedro Jaramillo Rivas

Introducción 359 Comentario 360

SOFONIAS Pedro Jaramillo Rivas

Introducción 365 Comentario 367

AGEO Pedro Jaramillo Rivas

Introducción 371 Comentario 373

ZACARÍAS Pedro Jaramillo Rivas

Introducción 375 Comentario 377

MALAQUIAS Pedro Jaramillo Rivas

Introducción 387 Comentario 389

ESCRITOS POÉTICOS Joaquín Menchén Carrasco

Introducción 393

SALMOS Gonzalo Flor Serrano

Introducción 397 Comentario 402

CANTAR DE LOS CANTARES Gonzalo Flor Serrano

Introducción 525 Comentario 527

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ÍNDICE

LAMENTACIONES José María Ábrego de Lacy

Introducción 537 Comentario 540

ESCRITOS SAPIENCIALES Joaquín Menchén Carrasco

Introducción 545

JOB Juan Bautista Lobato Fernández

Introducción 555 Comentario 562

PROVERBIOS Víctor Moría Asensio

Introducción 593 Comentario 596

ECLESIASTES Joaquín Menchén Carrasco

Introducción 671 Comentario 678

SABIDURÍA Gabriel Pérez Rodríguez

Introducción 697 Comentario 701

ECLESIÁSTICO Víctor Moría Asensio

Introducción 729 Comentario 737

CRONOLOGÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO 803

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ESCRITOS PROFETICOS

Antonio González Lamadrid

INTRODUCCIÓN

No nos faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni la palabra del profeta (Jr 18,18).

Este texto de Jeremías engloba las tres instituciones que, junto con la monarquía, son las más importantes del Antiguo Testa­mento, a la vez que señala la tarea o misión que cada una de ellas desempeñaba. Los sa­cerdotes estaban adscritos a los santuarios, donde ejercían el ministerio cultual y ense­ñaban la ley y la tradición. Los sabios se de­dicaban al estudio, al consejo y a la instruc­ción. Los profetas eran los pregoneros de la palabra de Dios. Mientras que el sacerdote (como el rey) lo era por herencia y el sabio por propia iniciativa y dedicación personal, el profeta lo era por vocación. Lo que mejor define al profeta frente al sacerdote y al sa­bio es precisamente su carácter carismático, .es decir, su condición de elegido y llamado directamente por Dios.

1. La identidad profética

El abuso de las palabras (y, más en con­creto, de las "grandes palabras") provoca el deterioro, la devaluación de su sentido y la ambigüedad. Es lo que sucede actualmente con la palabra "profeta", que para una gran

mayoría es sinónimo de adivino, futurólogo, visionario y todo un repertorio de personajes esotéricos que pescan en los ríos revueltos de estos tiempos tan escasos de esperanzas y expectativas de futuro. Es verdad que los pro­fetas bíblicos se refieren al futuro, anticipán­dolo y abriéndolo; pero también se refieren, mucho más frecuentemente, al presente y al pasado. Para aclarar confusiones y deshacer ambigüedades es preciso recuperar defini­ciones y perfilar identidades. Es lo que pre­tendemos hacer con los profetas bíblicos, a sabiendas de que no es tarea fácil (por la gran variedad de personajes y mensajes proféticos que nos ofrece el Antiguo Testamento) y cons­cientes de los riesgos (simplificación y con­ceptualismo) que ello comporta.

Para definir con un mínimo de objetividad a los profetas es preciso recurrir a los relatos de vocación, ya que son el mejor medio de que disponemos para saber cómo se compren­dieron a sí mismos y cómo los vieron sus dis­cípulos y contemporáneos. Aunque no dis­ponemos de los relatos de vocación de todos los profetas, contamos con ejemplos abun­dantes y suficientemente representativos (Is 6; J r 1; Ez 1-3; Os 1-3; Am 7,10-17; Jon 1,1-3; 3,1-4). Estos relatos coinciden en destacar cuatro rasgos principales que nos permiten reconstruir el "perfil del profeta".

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PROFETICOS

lamente "a posteriori", el paso del tiempo, el refrendo de la comunidad y el veredicto de las obras, colocan a cada uno en su sitio.

El tiempo es el juez supremo que da y qui­ta razones. Mientras viven, los profetas, los de ayer, los de hoy y los de mañana, precisa­mente por serlo, están sometidos a debate y discusión. ¡Ay de mí, madre mía, que me en­gendraste hombre de pleitos y contiendas con todo el mundo!, clamaba Jeremías (15,10). Si­meón le anuncia a la Virgen que el Hijo será signo de contradicción (Le 2,34).

Junto con el veredicto del tiempo, la que acredita a unos profetas y reprueba a otros es la comunidad creyente, presidida por sus pastores. La comunidad ha sido la que ha conservado las predicaciones y los escritos de unos y ha desechado y olvidado los de otros. La coexistencia de verdaderos y falsos profetas fue muy numerosa en el AT, sobre todo en tiempo de Miqueas y Jeremías. Pe­ro solamente los verdaderos fueron recono­cidos como auténticos y sólo sus escritos en­traron en el catálogo de los libros canónicos.

Jesús de Nazaret, el profeta por excelencia, apela a las obras. "Yo tengo a mi favor un tes­timonio de mayor valor que el de Juan. Una prueba evidente de que el Padre me ha en­viado es que realizo la obra que él me en­cargó" (Jn 5,36). E l veredicto de las obras es el que Jesús propone como criterio universal en el Sermón del Monte: Cuidado con ¡os fal­sos profetas que vienen a vosotros disfraza­dos de ovejas, pero por dentro son los lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Aca­so se cosechan uvas de ¡os espinos o higos de las zarzas? (Mt 7,15-20).

3. Historia del profetismo bíblico

Tradicionalmente se creía que el fenóme­no profético era un producto propio y pecu­liar de la religión yahvista. Sin embargo, los recientes hallazgos arqueológicos y literarios han sacado a la luz, aquí y allá, por todo el antiguo Oriente Medio indicios y ejemplos de manifestaciones proféticas más o menos afi­nes al profetismo israelita. Se pueden citar, entre otros, los videntes y mensajeros no pro­fesionales de los archivos de Mari, el relato

del viaje de Wen Amón a Fenicia, la estela de Zakir, rey de Jamat. El adivino Balaán (Nm 22-24) y los profetas de Baal (1 Re 18) se mueven asimismo en un contexto similar.

Al lado de los paralelismos y coinciden­cias estructurales, e incluso literarias, que existen entre los videntes y mensajeros ex-trabíblicos y los profetas israelitas, se dan a su vez diferencias esenciales. La fe en un Dios único y personal, creador del cosmos y Señor de la historia, junto con la referen­cia a la alianza como base de las relaciones especiales entre el Señor y su pueblo, colo­can al profetismo bíblico en una categoría aparte.

Orígenes del profetismo en Israel. Aunque algunos textos tardíos pretenden remontar a Moisés el origen del profetismo (véase Dt 18,15-20), en realidad el fenóme­no profético hace acto de presencia en Israel de la mano de Samuel, coincidiendo con el nacimiento de la monarquía (finales del s. XI a. C) . Se podría decir que la monarquía y el profetismo nacen juntos y mueren juntos. Son dos instituciones estrechamente rela­cionadas entre sí. De hecho, la edad de oro del profetismo coincide con los tres últimos siglos de la monarquía (VIII-VI a. C) , que a su vez corresponden a los llamados profetas clásicos, canónicos o escritores.

De los profetas anteriores al siglo VIII, que constituyen el llamado profetismo preclásico o precanónico, la Biblia (especialmente los li­bros 1-2 Sm y 1-2 Re) ha conservado algu­nos relatos sueltos o agrupados en ciclos. El conjunto de datos nos permite diferenciar tres modelos proféticos:

- Profetas individuales, vinculados a la corte y muy cercanos al rey (incluso adscri­tos a su servicio). Es el caso de Natán (2 Sm 7; 12; 1 Re 1), Gad (1 Sm 22,5; 2 Sm 24,11) o Miqueas hijo de Yimlá (1 Re 22), que sólo intervienen en asuntos relacionados con la política y las intrigas cortesanas.

- Grupos o fraternidades de profetas, que aparecen como discípulos en torno a un gran maestro, como Samuel, Elias y Elíseo (1 Sm 10,10; 19,20; 1 Re 22,10; 2 Re 2,3.5; 4,38). Actúan poseídos por el espíritu de Dios (1 Sm

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PROFETICOS

19,20-24; 1 Re 22,24) y llegan a estados de éxtasis contagiosos, provocados por ritmos musicales, danzas y gesticulaciones (1 Sm 10,5; 19,20-24; 1 Re 22,10-11).

- Profetas independientes, que viven entre el pueblo, alejados de la corte, aunque oca­sionalmente intervengan ante los reyes. En­tre estos podemos citar a Ajías de Silo (1 Re 11,29-39; 14,1-18), u n profeta anónimo de Judá (1 Re 13), a Elias (1 Re 17-2 Re 2), y fre­cuentemente a Elíseo (2 Re 2-8). Este será se­guramente el modelo que más influirá en los profetas escritores.

El profetismo clásico. A mediados del s. VIII a. C. se produce un fenómeno nuevo en la historia del profetismo: Entran en escena toda una pléyade de profetas, cuyas predi­caciones serán consignadas por escrito (a ini­ciativa propia o de los discípulos) en los lla­mados libros proféticos. Por eso reciben el nombre de profetas escritores, aunque tam­bién se los conoce como profetas clásicos o canónicos. Cronológicamente hablando se pueden agrupar en tres momentos:

1) Profetas preexílicos:

a) Periodo asirio (s. VIII): Amos, Oseas, Isaías 1-39 y Miqueas.

b) Periodo babilónico (ss. VII-VI): Sofonías, Nahún, Jeremías y Habacuc.

2) Profetas exilíeos (586-538 a. C):

Ezequiel e Isaías 40-55.

3) Profetas postexílicos (ss. VI-II a. C) :

Ageo, Zacarías 1-8, Isaías 56-66, Ab-días, Malaquías, Jonás, Joel, Zacarías 9-14, Baruc y Daniel.

Los ocho profetas preexílicos, especial­mente Isaías y Jeremías, señalan el mo­mento de mayor esplendor del profetismo ca­nónico. Coinciden con momentos críticos de la historia de Israel, como son la caída de Sa­maría (722 a. C.) y la caída de Jerusalén (587 a. C.) en poder de Asiria y Babilonia

respectivamente. De estos ocho profetas, só­lo Oseas procede del reino del Norte, donde ejerce su ministerio, junto con Amos (oriun­do del reino del Sur). Los seis restantes pro­ceden del reino de Judá y allí ejercen el mi­nisterio.

Con Ezequiel, el primer profeta del exilio, se produce un cambio de tono: menos fuego y espontaneidad, predominio de grandiosas y complicadas visiones, preocupación cada vez mayor por los últimos tiempos. Se trata, en una palabra, de una serie de rasgos que anuncian la literatura apocalíptica. Sin em­bargo, en el Segundo Isaías (Is 40-55) rea­parece enriquecida la corriente profética re­presentada por el Isaías del s. VIII a. C.

Entre los profetas postexílicos sólo son identificables Ageo y Zacarías (el autor de Zac 1-8), cuya actuación se mueve dentro de un horizonte limitado: la restauración del templo. El Tercer Isaías (Is 56-66), Malaquías y el Segundo Zacarías (Zac 9-14) son colec­ciones de oráculos de tono cultual, apologé­tico y apocalíptico, detrás de los cuales no se descubre ninguna personalidad histórica concreta. Abdías y Joel no se sabe si son es­critos proféticos o más bien textos litúrgicos. Jonás no es una profecía, sino una parábo­la de carácter didáctico y de autor descono­cido. Baruc es una antología de fragmentos de distintas procedencias, reunidos por un autor-redactor, que poco o nada tiene de profeta. Finalmente, Daniel entra de lleno en el género apocalíptico (véase la introducción especial a este libro).

En resumidas cuentas, podemos decir que el movimiento profético en el sentido es­tricto de la palabra termina con el destierro. Los llamados profetas postexílicos carecen de la fuerza, la creatividad y las inquietudes características del profetismo clásico (ss. VIII-VI a. C) . En los libros proféticos poste­xílicos, incluidos Ageo y Zacarías, se hacen presentes temas y preocupaciones ajenos al profetismo canónico, como son el culto y la liturgia, la moral legalista, la apología y la apocalíptica. Este último dato confirma la convicción antes apuntada de que el profe­tismo nace con la monarquía y muere con ella.

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PROFET1COS

4. Formación de la literatura profética

La actividad literaria en Israel comenzó hacia el s. X a. C. Si embargo, cronológica­mente hablando, los primeros libros del An­tiguo Testamento no fueron ni los del Pen­tateuco ni los libros históricos, sino los libros profé ticos. Como generalmente suele ocurrir en la Biblia, los libros proféticos no fueron escritos por un solo autor ni de una sola vez, sino que son el resultado de un largo proceso de formación, en el que podemos distinguir, al menos, tres momentos decisivos:

- Los profetas. En el origen de la mayoría de los libros está la predicación oral y la ac­tuación de los profetas. Detrás de cada libro se descubre la huella literaria y teológica de una personalidad histórica concreta. Algu­nos profetas pusieron por escrito (ellos mis­mos o con la ayuda de secretarios o discí­pulos) parte de sus predicaciones (Is 8,1.16; 30,8; J r 30,2; 36; 51,60; Ez 43,11; Hab 2,2). Sin embargo, hay que tener en cuenta que los profetas no son hombres de la palabra escrita, sino que su ministerio es predomi­nantemente oral.

- Los discípulos, a su vez, transmitieron oralmente y fueron poniendo por escrito la predicación de sus maestros (Is 8,16; J r 36,4. 32), dando paso así a las primeras agrupa­ciones del material profético en colecciones temáticas y literarias. Esta transmisión no fue meramente material y mecánica, sino vi­va, personal y creadora, tanto en el fondo co­mo en la forma. Sirvan como ejemplo las co­lecciones del libro de Amos:

• Am 1-2: Siete oráculos contra las na­ciones

• Am 3-6: Seis oráculos contra Israel • Am 8-9: Cinco visiones.

- Los editores o redactores últimos com­pusieron finalmente, con los materiales re­cibidos y sus propias aportaciones, los libros proféticos. Siguiendo con el ejemplo de Amos, las aportaciones más importantes del editor debieron ser las siguientes:

• Introducción (Am 1,1-2) • Conclusión (Am 9,11-15)

• Oráculo contra Judá (Am 2,4-5) • Las doxologías (Am 4,13; 5,8-9; 9,5-6).

Tal es el proceso de formación, un tanto simplificado y esquematizado, que siguió la literatura profética hasta cristalizar en los actuales libros, después de pasar por suce­sivas ediciones y reediciones, en las que to­davía conocieron retoques, reinterpretacio­nes y ampliaciones (véase la introducción ge­neral al Antiguo Testamento).

5. Géneros literarios proféticos

Los libros proféticos contienen las palabras de los profetas y las palabras sobre los pro­fetas. Esta doble clase de material da lugar a dos grandes géneros literarios: oráculos pro­féticos (las palabras de los profetas) y narra­ciones proféticos (las palabras sobre los pro­fetas). Cada uno de estos dos grandes grupos se subdivide, a su vez, en múltiples formas, algunas de las cuales señalamos a conti­nuación.

Oráculos proféticos. El oráculo es una "declaración solemne hecha en nombre de Dios". Unas veces son sentencias breves; otras son exposiciones más amplias. En su estado puro, el oráculo presenta la siguien­te estructura:

Introducción: Suelen empezar con éstas o parecidas ex­

presiones: "Así dice el Señor". "Oíd lo que di­ce el Señor". "Escuchad esta palabra". "La palabra del Señor me fue dirigida en estos términos".

Cuerpo: Contenido del oráculo, que puede ser de

condena o de salvación, según se trate de "arrancar y destruir" o de "edificar y plan­tar", como dice J r 1,10.

Conclusión: Suelen terminar con una rúbrica final de

este tenor: "Así dice el Señor"."¡Oráculo del Señor!".

En Am 1-2 se hallan agrupados un total de ocho oráculos que se ajustan exactamente a este paradigma. Pero no siempre sucede

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PROFETICOS

así. Con frecuencia los oráculos p r e s e n t a n formas mixtas y libres. E n todo caso, son fá­cilmente identificables, porque b ien al pr in­cipio o al final, suele encon t ra r se la expre­sión: "¡Oráculo del Señor!".

Oráculos de condena. Los oráculos de condena coinciden prác t icamente con la lla­m a d a "denuncia profética", que recae sobre todas las á reas de la vida (religiosa, social, po­lítica, económica). La mayor par te de las con­denas proféticas es tán dirigidas contra el pue­blo elegido en general. Existen secciones en­teras de esta clase de oráculos; por ejemplo en Am 3-6 se hal lan agrupados seis oráculos de condena con t ra Israel. Son n u m e r o s o s asi­mismo e n Oseas , Miqueas , Isaías , J e r e m í a s y la p r imera pa r t e de Ezequiel. O t r a s veces los des t ina ta r ios de l a s c o n d e n a s proféticas son los dir igentes del pueblo: los reyes, los sacerdotes, los jueces , los falsos profetas (Jr 22 ,10-30; Os 4 ,4-14; Am 5,7; J r 23,9-40) . Son m u y conocidos los oráculos con t r a l a s naciones , porque v ienen a g r u p a d o s en sec­ciones aparte , por ejemplo: Am 1-2; Is 13-23; Sof 2 ,4-15; J r 4 6 - 5 1 ; Ez 25-32 .

U n a forma m u y afín a l oráculo de conde­n a e s la requisitoria judicial. E s u n a especie de pleito, que p r e s e n t a la s iguiente e s t ruc ­tura . Tomemos como ejemplo J r 2 ,4-37:

I o Test igos y p resen tac ión de personajes (Jr 2,4). Aquí se pone por testigo del juicio que Dios tiene planteado contra s u pueblo al propio Israel. Otras veces se apela a todos los pueblos de la tierra, incluso a la creación (ver Miq 1,2; 6,1-2).

2° Declaración de la rec t i tud del Señor y breve interrogatorio (Jr 2,5)

3 o Requisitoria propiamente dicha (Jr 2,6-11).

4o Declaración de culpabilidad (Jr 2,12-13). 5o Sentencia final, mi tad condenación mi­

tad exhortación, con el fin de susc i t a r y mo­ver al pueblo a la conversión (Jr 2,14-37).

Otros ejemplos de requisitoria judicial pue­den verse en: Os 2,4-15; 4 ,1-3; 4.4-6; Is 5,3-7; Miq 1,2-7; 6 ,1-5 .

Exis ten u n a s c u a n t a s ag rupac iones de oráculos de condena que empiezan con la in­terjección ¡Ay!, por lo cual reciben el nombre

de ayes: E n c o n t r a m o s t res en Am 5,7-6,14; siete e n Is 5,8-24; 10,1-4; seis en Is 28 -33 ; cinco e n Hab 2 ,6-20 .

Oráculos de sa lvac ión . Los profetas no son los adivinos del porvenir, como se cree vu lgarmente , pero sí son los c reyentes es­pe ranzados abier tos a l futuro. Los profetas denuncian , pero también anunc ian . Más allá del pecado y del castigo, los profetas esperan el perdón de Dios y el triunfo de la gracia. La úl t ima pa labra no la t ienen el juicio y la con­dena , sino la salvación. Inc luso el libro de Amos, que es el m á s severo de los escr i tos proféticos, t e rmina con dos oráculos de sal­vación (Am 9,11-15). Los oráculos de salva­ción t ienen presenc ia relevante en todos los Profetas. Merecen atención especial Is 40-55 y J r 30 -33 , que reciben el significativo nom­bre de "libros de la consolación".

Narraciones profét icas . A diferencia del oráculo , genera lmente e n verso , l a s n a r r a ­ciones proféticas aparecen en p rosa y t ienen por objeto la vida, las acciones y experiencias de los profetas. Sue len ser re la tos biográfi­cos (en tercera persona) o autobiográficos (en pr imera persona) . Ent re s u s formas m á s ca­racteríst icas hay que des tacar los relatos vo-cacionales , l as vis iones y las acc iones sim­bólicas. E s t a s ú l t i m a s o c u p a n u n lugar im­portante en la predicación profética (Is 20; J r 13 ,1-11 ; 18,1-12; 32 ,1 -15 ; Ez 4; 12). A ve­ces, la m i s m a p e r s o n a del profeta y s u s ex­per iencias existenciales se convier ten e n símbolo profético (Is 8,1-4; J r 16; Ez 2 4 , 1 5 -27; Os 1 y 3), abr iendo as í los l ímites de la pa l ab ra al horizonte m á s amplio de la vida, e levada a lenguaje profético privilegiado.

Géneros importados de otros c a m p o s . A d e m á s de e s t a s formas, espec ia lmente tí­p icas y represen ta t ivas del lenguaje proféti­co, los profetas ut i l izan otros géneros y for­m a s que t o m a n de ot ros contextos no espe­cíficamente proféticos como son la sabidur ía familiar y t r ibal (exhortaciones, pa rábo las , alegorías, en igmas , bendic iones y maldicio­nes , etc.), el culto (himnos y oraciones, con­fesiones, ins t rucc iones , l i turgias pen i ten-

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ciales, etc.), la corte y la diplomacia (edictos, cartas, tratados, etc.), el ámbito judicial (dis­curso acusatorio, fórmulas casuísticas, etc.) o la vida diaria (cantos de amor y de traba­jo, lamentaciones, etc.). Mención aparte me­rece el género apocalíptico que, sin ser es­pecíficamente profético, adquiere especial importancia en el período postexílico.

6. £1 mensaje de los profetas

El mensaje de los profetas viene determi­nado por los rasgos que configuran su per­sonalidad, especialmente por su condición de hombres de Dios, por la dimensión pública de su ministerio y por las dos direcciones predominantes de su palabra: denuncia y utopía. Como "hombres de Dios", han pro­fundizado en el conocimiento de la divinidad, han interiorizado y personalizado la vida cul­tual y han contribuido al avance cualitativo de la religiosidad de Israel. Su "ministerio pú­blico" los ha puesto, además, en contacto con la historia de su pueblo y con los problemas de su tiempo, sobre todo en las esferas social, política, económica y jurídica, a través de vi­gorosas denuncias y lúcidas reflexiones. Co­mo "mensajeros de salvación", han abierto la historia hacia el futuro, contribuyendo deci­sivamente a la doctrina escatológica.

Desde el punto de vista religioso, el profe-tismo se sitúa en el corazón del Antiguo Tes­tamento. Los profetas son los centinelas de la alianza (Ez 3,16-21), los paladines del yah-vismo frente a los dioses extranjeros, a las creencias y a las prácticas politeístas cana-neas. Son los creyentes y teólogos que han profundizado en el conocimiento del Dios único y han expresado con mayor claridad y perfección verdades tan importantes como el monoteísmo, la creación, la elección, la alian­za, el mesianismo, el culto auténtico, etc.

Pero esta profunda experiencia religiosa nunca alejó a los profetas de los problemas de su tiempo, ni los aisló al margen de la histo­ria de Israel. El asentamiento en la tierra pro­metida y, sobre todo, la monarquía habían in­troducido en el antiguo Israel un progresivo desequilibrio económico y social Con ello, la corona y las familias allegadas a la corte se

enriquecieron a costa del pueblo (1 Sm 8,10-18). Por su parte, las clases dirigentes en­cargadas de elaborar las leyes y presidir las instituciones no siempre se condujeron con la equidad y justicia que exigían sus responsa­bilidades. Por éstas y otras muchas razones la sociedad del tiempo de los profetas llegó a sufrir escandalosos desajustes sociales. De ahí que una buena parte de la predicación profética vaya encaminada a denunciar estas situaciones de injusticia y a defender los de­rechos de los pobres y desvalidos frente a los abusos de las clases dominantes.

La mayoría de los profetas desempeñaron, además, un papel relevante en el ámbito po­lítico de su tiempo. Se hicieron presentes en momentos críticos de la vida del pueblo y su actuación fue decisiva para los destinos de la nación. En general, el profetismo signifi­caba el elemento carismático que recordaba a los reyes y dirigentes que toda la vida del pueblo elegido y todas sus instituciones, in­cluida la monarquía, debían estar atentos a los designios y a la voluntad de Dios, mani­festada a través de la voz de los profetas.

Finalmente, los profetas fueron auténticos forjadores de esperanzas, que abrieron la his­toria y los horizontes de su pueblo hacia un futuro de salvación y plenitud. Basados en las grandes verdades y experiencias del éxo­do, de la alianza, de la elección de Jerusalén como ciudad santa y de la elección de la ca­sa de David como dinastía eterna, los profe­tas anuncian y esperan un nuevo éxodo, una nueva alianza, una nueva Jerusalén, y un nuevo David que instaure sobre la tierra el reino de Dios (mesianismo). Estas son las es­peranzas que, junto con las promesas de un nuevo pueblo e incluso de una nueva crea­ción, constituyen los grandes ejes de la uto­pía o escatología profética.

Aunque, como hemos visto, el profetismo en cuanto fenómeno histórico concreto se extingue tras el exilio, sin embargo en Israel nunca se extinguiría del todo la esperanza de nuevos profetas. El mismo Jesús de Nazaret será considerado como profeta por muchos de sus contemporáneos (véase Mt 21,11; Me 8,28; J n 4,19; 6,14; 9,17). Igualmente, entre las primeras comunidades cristianas se le

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consideró como el profeta escatológico (Hch 3,22; 7,37), y en su vida y obra vieron el cum­plimiento definitivo de las antiguas profecías (Le 24,25).

7. Bibliografía

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ISAÍAS

Horacio Simian-Yofre

INTRODUCCIÓN

I. EL LIBRO Y SU FORMACIÓN

El libro de Isaías es uno de los más largos de la Biblia, junto con Jeremías, Génesis y los libros de Samuel y de Reyes, si se pres­cinde de la división en dos volúmenes de los dos últimos. A causa de su riqueza teológica es, además, uno de los libros del Antiguo Tes­tamento que el Nuevo Testamento cita más frecuentemente, y el más usado en la liturgia católica.

Como ocurre con casi todos los libros del Antiguo Testamento, y en particular con aquellos más largos, la historia de su naci­miento y crecimiento es compleja y discutida.

Desde hace ya mucho tiempo ningún es­tudioso, y ningún lector atento del libro de Isaías, niega que hay en él materiales que responden a trasfondos históricos, intereses teológicos e intenciones pastorales diferen­tes. Tales materiales están redactados con estilos diversos y pertenecen a diferentes maneras de expresarse (géneros literarios) del mundo antiguo.

El texto bíblico del libro de Isaías que te­nemos presente en este comentario está di­vidido en tres grandes partes, siguiendo una opinión que está apoyada en una larga tra-lición exegética y que en la actualidad es prácticamente unánime. Esas tres partes

son designadas como el Primer Isaías (capí­tulos 1-39), el Segundo Isaías (capítulos 40-55) y el Tercer Isaías (capítulos 56-66).

Esta división no significa que el texto de cada una de esas grandes secciones sea ho­mogéneo, ni que pertenezca todo él a un mis­mo autor.

El Primer Isaías contiene textos atribuidos a un profeta del siglo VIII a. C. No existe nin­guna razón para considerarlos pseudoepi-gráficos, es decir, escritos en un determina­do momento histórico pero atribuidos a un personaje de otra época (como ocurre con el libro de Daniel). Hay que reconocer así que un núcleo importante del Primer Isaías pro­viene del profeta del mismo nombre, que ac­tuó en Jerusalén en la segunda mitad del si­glo VIII a. C.

Esos textos del profeta Isaías se encuen­tran principalmente en los capítulos 1-11, y en los capítulos 28-32. También en la sec­ción de oráculos contra diferentes naciones y pueblos (capítulos 13-24) hay varios textos que se pueden atribuir al profeta Isaías: los oráculos contra Asiria y contra Egipto, con­tra la nación filistea, contra Siria y Damas­co, y contra los habitantes de Jerusalén mis­ma. Es menos probable y más difícil de ex­plicar que los oráculos contra Babilonia, contra Tiro y Sidón, contra los pueblos ára-

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ISAÍAS

bes y contra Moab hayan sido pronunciados por el profeta. Esas naciones no tenían en los años del profeta Isaías ni el peso políti­co ni una relación importante de amistad o enemistad con Judá, que hubiera justifica­do dirigirse a ellas.

Los estudiosos están generalmente de acuerdo en no atribuir los capítulos 24-27 al profeta Isaías. La falta de coordenadas his­tóricas no permite referirlos a ningún acon­tecimiento preciso, dato éste que establece ya una diferencia notable con los textos del profeta Isaías, que tienen siempre presente una situación concreta. Estos pasajes de Is 24-27 se interesan más por el universo que por la tierra de Judá , tanto cuando anun­cian castigos como cuando hacen promesas. Además recurren a un estilo diverso y pre­sentan motivos literarios diferentes a los que caracterizan a Isaías. Los estudiosos piensan que tales textos son claramente posteriores al exilio.

Menos acuerdo reina sobre los capítulos 34-35, si bien cada vez más se reconoce la estrecha relación del estilo de Is 35 con el Segundo Isaías. El capítulo 34 forma una cierta unidad con el capítulo 35, y el capítulo 33 se aproxima más al estilo de ambos que al de los textos precedentes. Es verosímil, pues, aunque no sea opinión común, que los capítulos 33-35 pertenezcan a un período en el cual se insiste en la consolación de Israel-Judá, y al mismo tiempo en el castigo del enemigo, personalizado en Edom, el para­digmático hermano enemigo (véase Am 1,11-12; Ez 35). Sin embargo, su autor no tiene por qué ser necesariamente el mismo del Se­gundo Isaías, sino alguien que ha asimilado su estilo. Ciertos rasgos de los capítulos 33-34, de hecho, difieren decididamente del Se­gundo Isaías. Por otra parte la asociación del castigo cruel de Edom con las promesas pa-

4 ra Israel se encuentra después en Is 63. fe Los capítulos 36-39 retoman casi literal­

mente el relato de 2 Re 18,13-20,19. Es más verosímil que el texto del libro de Isaías de­penda de los libros de los Reyes, y no al con­trario. El texto de Isaías añade la oración del rey Ezequías (Is 38,10-20), que no figura en el libro de los Reyes.

El Segundo Isaías es, en cambio, un tex­to fuertemente homogéneo, por lo que no pa­rece probable que haya sido compuesto en un largo período de tiempo por diferentes autores. Inclusive textos tan particulares por su tema, como los "Cantos del Servidor del Señor", no difieren en el estilo de un modo tal que sea necesario suponer un autor di­ferente.

El Tercer Isaías, finalmente, muestra tam­bién rasgos, aunque no tan evidentes como el Primer Isaías, de composición en diferen­tes momentos y por diferentes autores. En particular los capítulos 60-62 se asemejan claramente al Segundo Isaías, tanto por su tema, la restauración de Jerusalén, cuanto por su estilo. Los otros capítulos, en cambio, reflejan inquietudes diversas de las del tiem­po del exilio y primer postexilio, y por ello es necesario atribuirlos a otro u otros autores.

No hablamos por tanto en nuestro co­mentario de tres sino de varios autores del libro de Isaías, uno de los cuales, el que da origen al proceso de crecimiento del libro, es el profeta Isaías que actuó en Jerusalén en el siglo VIII a. C. Otra personalidad indivi­dual parece el autor del Segundo Isaías.

Tanto del profeta del siglo VIII a. C. como de los otros autores no sabemos sino lo que se puede deducir de los escritos mismos. El recuerdo de la personalidad y doctrina del profeta Isaías debió ser conservado con tan­ta devoción en la tradición de Jerusalén, que pareció justificado poner bajo su nombre también otros textos anónimos, bellos e im­portantes, que se referían también a Judá y a Jerusalén, aunque fueran ciento cincuen­ta, doscientos o doscientos cincuenta años posteriores. El proceso de formación del li­bro, en efecto, debió durar largo tiempo, al menos tres siglos.

En los últimos treinta años la exégesis se ha vuelto progresivamente escéptica frente a la concepción de los profetas como escrito­res de sus propios oráculos sobre la base de "notas de predicación" que habrían elabo­rado antes. Se mira también críticamente la teoría de los "discípulos" de los profetas, y sobre todo se desconfía de la existencia de "escuelas proféticas", vagamente imaginadas

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como escuelas de pensamiento, semejantes a las que se formaban en torno a las gran­des figuras de la teología en el medioevo, o en torno a los filósofos en los tiempos mo­dernos.

Ni siquiera es claro si la mención de "mis discípulos" en Is 8,16, significa los discípu­los del profeta, o si -y es más probable- es el Señor que se refiere a "sus" propios discí­pulos. Is 50,4 presenta al Servidor como un discípulo del Señor.

Los textos proféticos deberían ser conce­bidos como los Evangelios, en los cuales la palabra de Jesús es relatada por un evan­gelista. Así los textos de los profetas, han si­do recogidos por algunos de sus seguidores, y finalmente elaborados por u n redactor, o por sucesivos redactores hasta llegar al libro actual.

En el caso de Isaías, su libro debió estar constituido originalmente por los capítulos 2-11 y 28-32, y por algunos oráculos contra las naciones. A estos textos se sumaron su­cesivamente los del Segundo y Tercer Isaías, la leyenda en prosa sobre Isaías (capítulos 36-39) y finalmente los capítulos 24-27 y tal vez 33-35. Los capítulos 1 y 66 pueden ha­ber sido elaborados como marco final del texto, pero es más probable que Is 1,perte­nezca a los textos originales, y que el capi­tulo 66 haya sido compuesto en equilibrio con el capítulo 1.

n. EL PROFETA ISAÍAS DE JERUSALEN

1. Su actividad

Teniendo en cuenta la cronología pro­puesta por el redactor final del libro en Is 1,1, y la información de Is 6,1, se puede afir­mar que la actuación del profeta Isaías se desarrolla en Jerusalén, entre el 740 a. C. -año probable de la muerte del rey Ozías- y el final del reinado de Ezequías, hacia el 687 a. C. Isaías era probablemente muy joven en el momento de sentirse llamado a proclamar la palabra del Señor. Nuestra interpretación del capítulo 6 sugiere también que Isaías era uno de los jóvenes de la "aristocracia" de Je­

rusalén, educados en la corte y destinados a los oficios de la misma. Su presencia en la corte se hace más verosímil si se piensa en el lenguaje exquisito de Isaías, en su fami­liaridad con el rey Acaz (véase Is 7), en la probabilidad de que Is 9,1-6 sea u n elogio del nuevo rey Ezequías con motivo de su co­ronación, en sus esperanzas sobre Jerusa­lén -ciudad amada a pesar de su decaden­cia- y en la habitual moderación de sus de­nuncias y críticas.

La actividad de Isaías cubre probablemente tres períodos. El primero es breve, cuatro o cinco años, y abarca prácticamente todo el reinado de Jotán (739-734 a. C), sucesor del rey Ozías. Es un período de paz en el cual el país goza todavía de los resultados del exi­toso gobierno de Ozías, que había dado al país poder y riqueza. Véase en 2 Cr 26 la descripción detallada de la grandeza y trá­gico final del reinado de Ozías. Pero la mis­ma situación de prosperidad favorecía sin duda la injusticia social y la corrupción cul­tual y religiosa. Varios de los oráculos de los capítulos 1-5 se pueden situar en este am­biente. Ellos se refieren en buena parte a la moral personal, a la ética de la ciudad, y a la corrupción del culto. En los capítulo 2-3 se nota además la creciente amenaza del po­der extranjero, en forma de bienes y de in­flujos culturales (magia y adivinación) que llevará finalmente al sometimiento del país en tiempos del rey Acaz.

El segundo momento histórico importan­te que le toca vivir a Isaías es la crisis siro-efraimita (734-733 a. C). Siria y Efraín (Israel del norte) buscan aliados para resistir al po­der de Asiria. Ante la negativa de Judá a par­ticipar en la coalición, deciden llevar la lucha primero contra el país hermano, imponiendo allí un gobernante favorable a sus planes, y continuar luego la estrategia planeada.

Acaz, contra el parecer de Isaías que in­tuye los riesgos implicados por la presencia de un aliado poderoso en la propia tierra, so­licita la ayuda de Asiria. Teglatfalasar III (747-727 a. C.) somete Siria y Efrain. A es­ta intervención y a sus previsibles conse­cuencias se refieren Is 7-8. La presencia de Asiria en el cercano Oriente será ya continua

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a partir de ese momento hasta la caída mis­ma del imperio asirio en 606 a. C. Las alu­siones de Is 2-3, algunos de los textos que se refieren a naciones conquistadas en Is 13-23 (oráculos sobre el país filisteo y sobre Da­masco), y el oráculo contra Samaría de Is 28 reflejan esa presencia progresivamente peli­grosa y dominante, también en la tierra de Judá .

El tercer período de la actividad de Isaías cubre una buena parte del reino de Ezequías (716-687 a. C), el rey anunciado y tal vez sa­ludado con tantas esperanzas en Is 9,1-6, y que probablemente inspira también Is 11,1-9. Este rey, celoso de la libertad de su nación y de la pureza de la religión, solicita ayuda a Egipto para liberarse del peso de la "protec­ción" asiria. Pero "Egipto no puede ayudar" (Is 30,5), y el resultado final será la pérdida de cuarenta y seis plazas fuertes de Judá, y el pago de tributos a Senaquerib. Si Jerusa-lén sitiada no llegó a caer en manos de los asirios, fue solamente porque en el último momento el asirio debió levantar el sitio pa­ra volver a resolver sus problemas internos.

A estos acontecimientos se refieren los textos contra Egipto, inútil aliado, de Is 13-23 y 28-31, los textos contra Asiria, que ha sobrepasado los límites de la misión que el Señor le había asignado (Is 10,5-15), y los textos contra Jerusalén (en particular Is 22), irresponsable e incapaz de leer el sentido de los acontecimientos ocurridos. A éste perío­do se refieren los capítulos 36-39.

A partir de este momento la situación se­rá cada vez más dura para Judá , hasta lle­gar a la sumisión en tiempos del rey Mana­ses. Pero entretanto Isaías habrá ya desa­parecido de la escena.

2. La teología del profeta Isaías

Isaías es un modelo del hombre religioso que, a partir de una experiencia profunda e intensa, interpretará toda su vida y la vida de la sociedad guiado por esa experiencia.

La experiencia es su vocación (Is 6), mo­mento en el que el joven Isaías, que ya conoce los atractivos y la falsedad de la corte -en me­dio de un pueblo de labios impuros- decide

ponerse al servicio de un Señor que no esté sujeto a la muerte como el rey Ozías: Aquí es­toy, envíame. La visión de Isaías en el tem­plo coincide con la experiencia del Dios te­rrible y fascinante. Como ocurre con algunos santos, es una experiencia mística la que marca el resto de su vida y su "predicación".

A partir de esa experiencia Isaías percibe todas las circunstancias y juzga las posi­ciones. Tal vez con un menor contacto di­recto que Amos con las necesidades de la gente sencilla, y con una mayor confianza en la importancia de las ideas y de las estruc­turas, Isaías no insiste de modo particular sobre las injusticias y los vicios sociales -aunque llama la atención sobre el derecho de viudas y huérfanos (Is 1,17), y contra la acumulación de bienes (Is 5,8-9)- pero sí vuelve decididamente sobre la raíz de la in­justicia social: la falta de una justa organi­zación del reino. De ahí derivan sus críticas abiertas tanto a las autoridades, funciona­rios, jueces y consejeros (por ejemplo Is 1,22-23; 3,14-15) como a la corrupción generali­zada en la administración de la justicia. Isaías no condena directamente al rey: esto se explica por su propia teología, respetuo­sa con el rey como representante del Señor, pero también por su conciencia de que el rey tampoco puede nada si todo el sistema está corrompido. Por eso se preocupa también por la organización del poder del Estado, y por el riesgo de que gente incompetente - tan peligrosa como los malintencionados- pue­da asumir el gobierno en una situación de crisis (capítulo 3).

Las injusticias internas provienen con fre­cuencia de la política exterior: guerras inú­tiles, cuyos eventuales beneficios son para la clase dirigente, pero cuyo peso real cae so­bre el pueblo sencillo que debe pagar con bienes y sangre. Las guerras en el mundo antiguo estaban -y están hoy también- vin­culadas a pactos y alianzas. Isaías protesta sistemáticamente contra las alianzas por va­rias razones.

Tácticamente, las alianzas son inútiles cuando el aliado elegido es más débil que el enemigo; políticamente, las alianzas con los más fuertes son peligrosas porque se intro-

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duce en casa un enemigo del cual no será fácil deshacerse; socialmente, las alianzas con unos y otros son dañosas porque impli­can guerras con frecuencia más crueles que la ocupación de un enemigo ilustrado (por eso la repetida invitación de Isaías a no po­ner la confianza en "carros y caballos"); re­ligiosamente, las alianzas conducen a la in­fidelidad, porque significan entrar en una re­lación cultural y religiosa con pueblos de fe diferente que, al ser más fuertes, concluirán por imponer su propio modo de vida.

La repetida exhortación a mantenerse tranquilos y confiar en el Señor (Is 30,15) ex­presa la clara conciencia del profeta, de que la situación del más débil no mejora con el patriotismo a ultranza.

Justamente porque Isaías rechaza la sim­plicidad de las oposiciones -libertad o so­metimiento, rebelión o sumisión- u n punto central de su doctrina es la invitación a la "discreción de los espíritus", a juzgar cada si­tuación en sí misma desde la voluntad del Señor, sin aceptar soluciones-tipo, iguales en cada caso. Pertenecen al vocabulario fre­cuente de Isaías las palabras "consejo, pla­nes, decisión". El pueblo en general, pero quienes son responsables de la sociedad de modo particular, deben confrontar siempre sus propios planes con los planes del Señor para ver si coinciden. Un rey verdaderamente justo es el que merece el título de consejero prudente en las obras maravillosas del Señor (Is 9,5); el que ve cuáles son los planes del Señor y pone sus fuerzas a su servicio.

Isaías ejemplifica lo que supone la falta de "consejo", de prudencia y discreción, no só­lo con los efectos sobre la propia nación si­no también sobre otras. Asiría se ha creído propietaria del universo, cuando era sólo ins­trumento del Señor (Is 10,5-19). Otro reino deberá reemplazarla. También otras nacio­nes, como Judá, han buscado sus solucio­nes al margen de la voluntad del Señor: Sa­maría (Is 28,1-4), Siria (Is 17,1-3) o Egipto (Is 19,1-15). Los resultados están a la vista.

La importancia de esta capacidad de ver, prever y decidir según la voluntad del Señor es tal, que Isaías hablará en diferentes opor­tunidades sobre la inutilidad de los falsos

consejeros y la insensatez de quienes confían más en los susurros de adivinos y agoreros (Is 8,19; 19,3.12) que en los signos que el Se­ñor propone en la historia de las naciones. El castigo del Señor, más terrible que la gue­rra y la misma muerte, es la incapacidad de ver y comprender (Is 29,11-12). Ya en su vo­cación (Is 6), Isaías advierte que cuando la gente se obstina en no ver termina por con­vertirse en ciega. Borrachera y estupidez son para Isaías sinónimos de la incapacidad de comprender los caminos del Señor.

En dos oportunidades (Is 1,10-15; 29,13-14) Isaías se refiere explícitamente al culto, para criticar su vacuidad e hipocresía. No so­lamente los vistosos sacrificios, sino también las asambleas cultuales y hasta las oraciones personales caen bajo la designación de puro precepto humano, simple rutina (Is 29,13). Pe­ro la solución que el Señor ha elaborado no es un nuevo orden cultual, sino un nuevo or­den social (Is 1,17), y aún más, una nueva in­tervención en la historia de su pueblo, de ma­nera que leyendo los signos de la historia, el pueblo llegue al verdadero culto del Señor.

Isaías no es un profeta que anuncie sola­mente la condenación del pueblo rebelde. Aunque tiene pocas exhortaciones a la con­versión (por ejemplo Is 1,16-17) y no muchas palabras de consuelo, deja abierta para ca­da uno la posibilidad de elegir el camino de fidelidad o infidelidad al Señor: si obedecéis y hacéis el bien... si os resistís y sois rebel­des... (Is 1,19-20).

Pero para el pueblo como conjunto, el ca­mino de la salvación pasa por un duro cas­tigo (Is 1,27-28; 5,25). Solamente quedará un "resto", un grupo de supervivientes, co­mo testigos de la benevolencia del Señor y de la posibilidad de conversión (Is 4,3; 10,20-23); a partir de ese "resto" el pueblo podrá renacer.

Más que esperar en la conversión del pue­blo, el Señor parece esperar solamente el mo­mento oportuno, conocido sólo por él, para manifestar su compasión, sin otro motivo que su propia decisión de manifestarla. Is 30,18-19 presenta con toda crudeza la antinomia entre la incapacidad de la conversión y la ne­cesidad del Señor de mostrarse compasivo.

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La tensión entre justicia y misericordia no puede ser resuelta, solamente afirmada.

La compasión del Señor se manifiesta a través de la promesa del rey mesiánico, como se anuncia en Is 9,1-6 y de modo diferente en Is 11,1-9; y a través de la "teología de Sión". El monte Sión, montaña del templo, y por tanto símbolo de la presencia del Señor, que­dará inconmovible, no obstante los sufri­mientos que pueda experimentar el pueblo y la destrucción que pueda sufrir Jerusalén. Sión es la piedra de cimiento del pueblo del Señor, establecida con el derecho y la justi­cia (Is 28,16-17) contra la cual se estrellan y bajo la cual sucumben los enemigos de fue­ra y los de dentro. Por eso la montaña san­ta podrá ser el destino de la peregrinación de todas las naciones, unidas finalmente en la adoración del único Dios (Is 2,2-4).

III. EL SEGUNDO ISAÍAS

1. La situación histórica y religiosa

Con la segunda parte del libro de Isaías es­tamos ante una realidad histórica, literaria y espiritual muy diferente. Habían pasado ape­nas ciento cincuenta años desde el final de la actividad del profeta Isaías, y durante ese período había sucumbido el imperio asirio en el año 606 a. C. A partir de su victoria con­tra el faraón egipcio Necao -responsable de la derrota y muerte del rey Josías de Jerusalén, sucesos con los que comienza el último acto de la tragedia de J u d á - Nabucodonosor, rey de Babilonia, se convierte en el amo indis-cutido del cercano Oriente desde el 605 has­ta el 562 a. C. Como sucesor del poder asi­rio, Nabucodonosor se apodera también de los reinos que Asiria tenía sometidos a tri­buto, entre ellos Judá. En el segundo libro de los Reyes se puede leer el relato de los últi­mos y atormentados años de vida indepen­diente de Judá y Jerusalén, hasta la caída de ésta y la deportación de numerosos hebreos (2 Re 23,29-25,30).

Pero esos ciento cincuenta años habían visto también la caída de Babilonia en ma­nos de Ciro el persa, que entra triunfante en

Babilonia en el 539 a. C. y proclama la li­bertad de los deportados, a quienes se per­mite regresar a su país.

El Segundo Isaías es tal vez uno de esos deportados; pero también puede ser uno de los que habían quedado en Jerusalén. O qui­zás es mucho más joven de lo que pensamos habitualmente; ha nacido en Jerusalén du­rante el tiempo de la deportación y no per­tenece a la generación que mereció el casti­go de la destrucción del templo y del destie­rro. Tiene la libertad interior para meditar y celebrar con sus poemas la liberación pró­xima mediante la lírica y el entusiasmo de quien no ha vivido la tragedia. Es probable que su actividad comience poco antes de la caída de Babilonia. Sus textos demuestran por una parte la completa seguridad de la li­beración próxima, pero por otra no consi­deran que ya haya tenido lugar. En todo ca­so, en numerosos textos -como hacemos no­tar en el comentario- el punto de vista parece el de Jerusalén, no el del destierro.

Literariamente, su colección de poemas tiene una tal unidad que es difícil imaginar una pluralidad de autores. Sus textos, ade­más, están cuidadosamente elaborados y su­gieren la actividad del autor que compone, más que la del profeta que proclama.

Espiritualmente, el Segundo Isaías es un israelita piadoso, un justo que mira con sim­patía a quienes han sufrido los años del des­tierro, y se alegra en el Señor con los que se preparan a regresar. Pero es también un agu­do crítico de la sociedad. No se engaña sobre la situación real de los deportados que vuel­ven con su inseguridad frente a lo que deben afrontar y con su confusión emocional y teo­lógica frente a lo que dejan. Tampoco se en­gaña sobre los distintos sentimientos de quie­nes deberán recibir a los deportados en Je­rusalén, teniendo que compartir con ellos bienes que antes disfrutaban solos. Baste pensar en los confusos sentimientos de ge­nerosidad, estrechez y resentimiento, que surgen en nuestro tiempo en una sociedad desarrollada, cuando se ve amenazada por la invasión de los que nada tienen.

Los autores suelen distinguir dos momen­tos en la actividad del Segundo Isaías. El pri-

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mero estaría reflejado en los capítulos 40-48. El profeta se dirige a los desterrados que de­ben emprender el camino de regreso y pro­cura alentarlos para que tomen la decisión. Les explica el sentido que ha tenido el des­tierro, cómo el Señor no los ha olvidado, cuál es la función de Ciro y cómo es posible que el Señor lo haya elegido para su misión, por qué los ídolos de Babilonia no valen nada y es necesario abandonarlos.

El segundo momento de su actividad es­taría reflejado en los capítulos 49-55. Aquí se dirigiría a los repatriados, y en particular a u n grupo que no ha encontrado en Jerusa-lén la acogida esperada, que ha sido inclu­sive perseguido por los residentes, y que, a pesar de todo, ha permanecido fiel. Los te­mas de esta segunda parte serían los cánti­cos del Servidor, los cantos de la restaura­ción de Sión y la apertura de las naciones paganas al Dios de Israel.

Pero esta división es probablemente de­masiado esquemática. El primer canto del Servidor (Is 42,1-7) se encuentra en la pri­mera parte, y ya esto rompe el esquema pro­puesto. Igualmente Is 45,14-17 habla ya de la peregrinación de las naciones. Is 49,8-13 es todavía una exhortación a la partida, e Is 51,17-23 supone una situación precedente a todo proceso de liberación y reconstruc­ción.

Si, como hemos sugerido, toda la activi­dad del Segundo Isaías se desarrolla en y desde Jerusalén, lo verdaderamente fruc­tuoso no es intentar reconocer momentos de su actividad, sino reconocer el carácter pro­pio de cada uno de los textos, organizados luego temáticamente pero con gran libertad. El texto del Segundo Isaías no se desarrolla como una tesis o como un relato, sino que contempla la situación del pueblo y de Je­rusalén desde ángulos diferentes.

El Segundo Isaías recurre a toda su ca­pacidad de hombre religioso y teólogo para reflexionar, a partir de las tradiciones teo­lógicas de Israel, sobre esta situación com­pletamente nueva que se presenta en la vi­da de su pueblo: recomenzar. Es esta refle­xión la que determina los acentos de su teología.

2. Los acentos teológicos del Segundo Isaías

La consolación del pueblo desterrado, pe­ro también la consolación de Jerusalén, cu­ya suerte debía cambiar con la caída del po­der de Babilonia, es el objetivo de la activi­dad del Segundo Isaías y el tema de su libro. Consolad a mi pueblo (Is 40,1) es la frase que abre el libro, y se repetirá, como orden o co­mo constatación (El Señor consuela, Is 51,12; 52,9) a lo largo del libro, llamado por ello también "Libro de la consolación".

La consolación no se agota en las pala­bras. Son las obras mismas del Señor las que consuelan: el retorno, la reconstrucción de Jerusalén, el crecimiento del pueblo, la integración con las naciones, y sobre todo el abandono de todo pensamiento que des­confíe del Señor y de toda práctica idolátri­ca con la cual podían haberse contaminado con el paso de los años en el destierro. La consolación es reconciliación y perdón.

Para que el pueblo crea que el Señor pue­de llevar a término su obra, es necesario po­ner de relieve nuevamente su poder. El des­tierro había significado para muchos is­raelitas la confesión de debilidad del Señor, incapaz de salvar a su pueblo frente a los dioses de Babilonia. Por eso es necesario afirmar que el Señor todo lo puede, y que los ídolos no son nada (Is 41,24).

El pensamiento del Señor en cuanto Crea­dor es uno de los ejes del libro. Quien ha creado el universo sin ayuda ni consejo (Is 40,12-22), puede recrear al pueblo otorgán­dole los dones que había dado primero a la humanidad, y luego a Israel en particular. Por el contrario, los ídolos, hechura de hom­bre y dependientes de la buena voluntad y de la pericia del orfebre (Is 44,9-20), no son competidores para el Señor.

Cuando se habla del Señor y de los ídolos en contraposición, no son solamente los he­chos de la creación los que cuentan. Ade­más, el Señor ha anunciado los "hechos an­tiguos" que ya ocurrieron, entre ellos -así lo piensa probablemente el Segundo Isaías-también el destierro. Y ahora anuncia cosas nuevas, que se cumplirán como las antiguas.

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En algunas expresiones particulares los ver­bos "anunciar", "hacer oír", "dar a conocer" se podrían traducir como "interpretar". No se trata tanto del anuncio de un hecho, cuan­to de comprender el sentido del mismo, co­menzando por la creación. Por eso el Se­gundo Isaías insiste en que el Señor no es un Dios del caos, sino del universo habita­ble y comprensible {Is 45,18-19). En este punto el Segundo Isaías se asocia al Primer Isaías en la insistencia sobre la necesidad de comprender los planes divinos.

En la temática de los ídolos contrapues­tos al Señor, tiene una particular importan­cia el motivo de los "testigos". Los testigos son los "discípulos", del Señor o de los ído­los, que han comprendido, o no han com­prendido, bajo la dirección de sus dioses, el sentido de la creación y de los acontecimien­tos, y por ello son capaces, o no, de inter­pretar la historia. Los ídolos quedan al mar­gen de la vida, como objetos cultuales muer­tos. El Señor guía la historia de su pueblo. Comprender el sentido de esa historia es ya una afirmación del poder del Señor.

Con frecuencia se afirma la importancia del tema del "nuevo éxodo" en el Segundo Isaías. Algunos textos contienen, en efecto, alusiones que se pueden interpretar en tal sentido. Pe­ro este motivo no tiene la importancia que se le atribuye generalmente. El tema preponde­rante es la creación, y con ella el dominio so­bre todos los elementos del caos. Cuando se alude al éxodo no es a causa de la semejanza física de la partida del Egipto con la partida de Babilonia, sino porque el acontecimiento na­rrado en el libro del Éxodo es una victoria so­bre los poderes caóticos de Egipto (cocodrilo y dragón) y del mar (véase Is 51,9-10). Hablar de la transformación del desierto como imagen de la conversión de Israel hace más justicia a los textos que la búsqueda de eventuales seme­janzas puntuales con el éxodo.

La nueva creación del pueblo significa tam­bién una recreación de las instituciones de Is­rael. Por eso el Segundo Isaías no menciona la idea, central para el Primer Isaías, del nue­vo rey justo. Su concepción parece teocrática, y en tal sentido, utópica. Es el Señor mismo quien toma a su cargo la dirección de su

pueblo (Is 42,16). Sobre justos jueces, bue­nos gobernantes, reyes sabios, no hay nin­guna palabra. La única vez que se recuerda la tradición de las promesas hechas a David (Is 55,1-5) es para introducir un pensamiento nuevo: las gracias concedidas a David son ahora la garantía de una nueva alianza, que se establece directamente con el pueblo, de­positario nuevo de la esperanza mesiánica.

Esta concepción, que se aparta de las tra­diciones que unían autoridad terrena y fi­delidad al Señor, abre la esperanza a una nueva manera de concebir las relaciones del Señor con todas las naciones. Puesto que ya no es necesario pasar por la aceptación de un régimen humano determinado, el Señor se vuelve accesible para todas las naciones.

El pensamiento universalista del Segun­do Isaías ha sido favorecido, sin duda, por la circunstancia histórica y teológica de que haya sido un pagano, Ciro, el instrumento de la liberación de Israel. El universalismo no es tal que excluya por completo rasgos nacionalistas. De las naciones se habla tam­bién como de ayos y nodrizas de Israel, y los opresores son obligados a comer su propia carne y embriagarse de la propia sangre (Is 49,23.26). Pero es verdad que Is 51,4-6 es uno de los textos más claramente universa­listas del Antiguo Testamento. Tres veces se menciona a los pueblos, y dos a las naciones para invitarlos a una salvación eterna y a una liberación que dura para siempre, para hacerlos partícipes de la ley y del derecho del Señor. Es verdad también que este texto es ambiguo en su original hebreo. ¿Se había planteado ya en la elaboración final del An­tiguo Testamento la posibilidad de aceptar como canónico un texto de tal resonancia universal, y se ha procurado introducir va­riantes restrictivas?

En todo caso, el Servidor del Señor se vuel­ve íuz de las naciones (Is 42,6; 49,6), y el "co­ro" que medita sobre el destino del Servidor en Is 53 parece estar formado por los reyes de las naciones (véase Is 52,15).

El último gran "tema" del Segundo Isaías es justamente el del Servidor del Señor. No faltan autores que consideran los cuatro "cantos del Servidor sufriente" como obra de

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un autor diferente del Segundo Isaías. El vo­cabulario y el conjunto del tema, es sin em­bargo, coherente con el conjunto del libro. Aunque ninguno de los cuatro cantos se in­serta con naturalidad en el contexto inme­diato, lo mismo se podría decir de otros tex­tos de Is 40-55.

Estos cuatro cantos presentan un perso­naje misterioso. El término "servidor" se uti­liza en el Segundo Isaías diecinueve veces en singular y en una cierta relación con el Se­ñor. Además, una vez aparece en plural, y en una ocasión significa "esclavo". La mayoría de esas diecinueve veces se reñere explícita­mente a Israel-Jacob (singular colectivo). El problema que se presenta es la identificación del Servidor en los otros casos, entre los cua­les se encuentran (¡pero no solamente!) los cuatro "cantos del Servidor" tradicionalmente aceptados como tales (Is 42,1-7; 49,1-7; 50,4-9; 52,13-53,12, según la delimitación esta­blecida en nuestro comentario).

Diferentes hipótesis se han presentado so­bre la identificación del Servidor. La prime­ra disyuntiva es si estos cantos se refieren una vez más a Israel o a otro personaje. Y si a otro personaje ¿se trata de un grupo (por ejemplo un grupo de fieles dentro de Israel, o un grupo particular de repatriados) o se trata de un persona individual, que podría ser Ciro, el mismo Segundo Isaías, o algún otro personaje histórico (véase también el co­mentario a Is 42,1-7)? O finalmente ¿se tra­ta de un personaje simbólico, que represen­ta un modo de ser y de actuar ante el Señor?

Una lectura cuidadosa de los textos pa­rece llevar a la conclusión de que ésta últi­ma es la solución mejor. Ciertos aspectos co­munes a casi todos los "cantos del Servidor", como su sufrimiento actual y el valor repre­sentativo de ese sufrimiento, la importancia de su vida delante del Señor, y el lenguaje con alusiones litúrgicas, con el cual se habla del Servidor, establecen una clara diferencia con todos los otros grupos o personajes in­dividuales con los cuales teóricamente se po­dría identificar al Servidor sufriente.

Es necesario recordar, además, un im­portante logro de los estudios de los últimos años sobre las narraciones bíblicas. Cuan­

do u n texto (como los cánticos del Servidor) se preocupa tan poco por establecer la iden­tidad de un personaje, es probablemente porque no existe tal identidad, y porque el texto quiere quedar "abierto" a diferentes in­terpretaciones. Cuando el Segundo Isaías ha querido hablar de Israel como Servidor... lo ha hecho.

Lo importante es que estos textos del Ser­vidor anónimo abren una perspectiva com­pletamente nueva en el Antiguo Testamento y en el mundo religioso. El sufrimiento es un camino hacia Dios, no solamente una reali­dad de la cual hay que pedir la liberación (como en los salmos). Y ese sufrimiento pue­de tener valor no solamente para quien su­fre, sino también para otros.

El que la imagen del Servidor anónimo es­té abierta a distintas posibilidades ha per­mitido a los autores del Nuevo Testamento identificarlo con Jesús , servidor fiel del Se­ñor, que ha muerto por los demás (véase Mt 12,18-21; 8,17; Le 22,37; Hch 8,32ss). Le 1,54 cita uno de los textos que también el Segundo Isaías aplica a Israel. Nótense igual­mente las alusiones a los cantos del Servidor, por ejemplo, en Mt 5,14.16.39; Hch 26,18, hablando de los discípulos de Jesús .

IV. EL TERCER ISAÍAS

1. El tiempo y la situación

Is 56-66 son considerados por muchos es­tudiosos como una unidad redaccional, in­dependiente en su origen de Is 40-55 y tam­bién de Is 1-39. Los puntos de contacto li­terarios y teológicos con uno y otro permiten suponer que, al menos algunos textos del Tercer Isaías, han sido compuestos tenien­do cuenta las dos primeras partes del libro de Isaías.

Es materia de discusión, probablemente sin solución, si Is 56-66 se debe atribuir o no al mismo autor del Segundo Isaías. En todo caso, aún para aquellos capítulos más se­mejantes con el Segundo Isaías hay que re­conocer una problemática diferente, que su­pone también una situación diferente.

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Para la comprensión del texto, más im­portante que la determinación del autor es la descripción tanto de la comunidad en la cual el texto tuvo su origen como de los proble­mas a los cuales el autor-profeta procuraba responder.

Esta comunidad se sitúa en un momen­to de la historia del cercano Oriente que no difiere de la situación del Segundo Isaías: el imperio babilonio ha desaparecido, el impe­rio persa es aún potente, y los pueblos de­portados por los babilonios pueden tornar a sus lugares de origen. Pero en este marco de acontecimientos internacionales se ha pro­ducido una situación diferente en la peque­ña historia doméstica de Jerusalén.

Is 56-66 reflejaría el conflicto que surgió a la vuelta del exilio entre el partido hiero-crático monárquico (sadoquita) y el partido levítico, teocrático profético, por el control del poder en Jerusalén. Sobre este problema el estudio más importante es aún el de P. D. Hanson {The Dawn of Apocalyptic, Phila-delphia 1975, véase sobre todo pp. 94-100; 220-228). Su hipótesis, con variantes de de­talle, ha sido retomada por numerosos co­mentarios y estudios. Ha sido también ata­cada numerosas veces con argumentos de­masiado generales. En todo caso quienes la atacan, no alcanzan a proponer una des­cripción mejor del mundo del Tercer Isaías.

Cuando David traslada el arca desde Si­lo a Jerusalén e inaugura así el culto del Se­ñor en la ciudad santa, establece el culto ba­jo la dirección de los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Este último, de origen levita, era miembro de una familia sacerdotal que ha­bía protegido a David cuando era persegui­do por Saúl (1 Sm 22,22-23). De Sadoc no se conoce claramente el origen. Tal vez estu­viera vinculado al sacerdocio jebuseo que existía ya en Jerusalén antes del traslado del arca.

Cuando Adonías, legítimo heredero del trono, es asesinado por orden del rey Salo­món, Abiatar, que había tomado partido por Adonías, es desterrado a Anatot, patria del profeta Jeremías (véase 1 Re 2,26-27). Sa­doc, por el contrario, que ya había ungido rey a Salomón, es confirmado como sacer­

dote del templo, que a partir de ese momento queda bajo el control del grupo sadoquita.

En la Biblia no faltan testimonios de es­ta tensión. En 1 Re 2,27.35 el nombramiento de Sadoc y el desplazamiento de Abiatar es justificado como el cumplimiento de una promesa que el Señor había hecho de sus­citar un sacerdote fiel en lugar de los infie­les descendientes inmediatos de Eli (véase 1 Sm 2,27-36).

Los escritos sacerdotales, elaborados al menos en parte durante el exilio en Babilo­nia, reservan el servicio sacerdotal a los des­cendientes de Sadoc, mientras los levitas, de la familia de Abiatar, son considerados como donados al servicio del templo (Nm 3,6-10; 8,19; 18,1-7).

También la constitución civil y eclesiásti­ca propiciada por Ez 40-48, vinculada al am­biente sacerdotal, declara que solamente los sacerdotes sadoquitas pueden acercarse al altar (Ez 40,46), mientras los levitas quedan excluidos por haber adorado los ídolos (Ez 44,10-14).

Esta tensión debió agudizarse durante el exilio. Probablemente los sadoquitas, como personas de influjo en el templo, fueron de­portados, junto con los oficiales militares y funcionarios civiles (véase 2 Re 25,8-21; J r 52,29-30). Según las listas de los que vuel­ven del exilio, pocos levitas habrían sido de­portados en comparación con los sadoquitas (véase Esd 2,36-40; Neh 7,39-43). Esto sig­nifica que el culto en Jerusalén durante el exilio, aunque probablemente reducido, que­dó en manos de los levitas (sobre los sacri­ficios en este período véase J r 41,5; sobre las liturgias penitenciales, Zac 7,1-5; 8,18-19).

Con el regreso de los desterrados (véase Esd 1,5-11), entre los que se encuentran los sadoquitas, se reproduce la tensión. El pre­dominio de los sadoquitas se consolida defi­nitivamente con la consagración del templo en el año 515 a. C , y la instalación de Zoro-babel como gobernador y de Josué como su­mo sacerdote. 1 Cr 24, hacia el año 400 a. C , testimonia aún el malestar de los levitas an­te esta situación.

Detrás del conflicto político y eclesiástico descrito, hay un conflicto humano y religio-

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so que es también conflicto de dos mentali­dades: una ideológica-conservadora y otra utópica-apocalíptica.

La mentalidad ideológica es la de los gru­pos que estando en el poder defienden el mantenimiento de la situación que funda­menta su preeminencia. Emplean todas las interpretaciones posibles de la realidad que permitan evitar cualquier reforma o modifi­cación. Cuando la presión se hace irresisti­ble y es necesario cambiar algo, la reforma será tan neutra como sea posible; se buscará su justificación en el pasado inmediato que menos se aparte de la realidad presente, de manera que, cuando cambien las circuns­tancias, se pueda restablecer la situación precedente.

La mentalidad utópica rechaza radical­mente el orden establecido, desconfía de la política realista, y busca sus modelos en los orígenes de la institución o realidad que se procura modificar. No queda satisfecha con una reforma, ni siquiera profunda, sino que busca la destrucción del orden existente pa­ra recomenzar con un orden nuevo.

En el momento de una crisis religiosa o social profunda, la mentalidad utópica atrae por un cierto tiempo. Pero como ella tiene en sí la tendencia a recomenzar permanente­mente, puede volverse incapaz de establecer el nuevo orden que pretendía, ya que todo orden establecido se vuelve sospechoso. De aquí a la anarquía institucional hay sólo un paso. Como ninguna sociedad puede sobre­vivir y crecer en la inestabilidad y en la anar­quía, el sentido común concluye por des­confiar de esta mentalidad. Abandonada del apoyo popular, no le queda sino refugiarse en una concepción apocalíptica de la socie­dad y del universo, como absolutamente in­capaces de solución y salvación. Sólo la des­trucción y la nueva creación pueden ser u n camino.

En este momento la mentalidad ideológica ofrece su apoyo a la mentalidad apocalíptica, porque ésta proyecta las soluciones radicales para un futuro tan lejano, que le deja el es­pacio a aquella para sus tímidas reformas.

Así, la solución de los problemas de la co­munidad se encuentra delante de dos cami­

nos sin salida: la mentalidad ideológica tie­ne los medios necesarios, y también el rea­lismo para cambiar las estructuras, pero le falta el interés para hacerlo. La mentalidad utópica ve la dirección en la cual tendría que ir la reforma, pero le faltan los medios ne­cesarios, comenzando por el realismo estra­tégico para encontrar la solución.

Is 56-66 refleja este conflicto entre la men­talidad ideológica conservadora del grupo vinculado al partido sacerdotal sadoquita, y la mentalidad del grupo visionario, vincula­do tal vez a la comunidad del Segundo Isaías y al grupo sacerdotal levítico.

El primer grupo regresa del exilio con la fuerza política que le concede la autoridad persa, tal vez también con bienes obtenidos durante los años del destierro, y con el sen­timiento de haberse purificado a través de esa experiencia y de ser por tanto la autén­tica comunidad del Señor. Desprecian a los residentes porque se han contaminado con los extranjeros ocupantes de Jerusalen, y por el enriquecimiento ilegítimo con los bie­nes de los deportados.

Por su parte el grupo residente considera al primero contaminado en el destierro por el contacto con una cultura y religión ex­tranjera. Además, los que regresan del des­tierro están únicamente preocupados por restablecer el templo como su lugar de cul­to y fuente de su poder, en lugar de atender a las exigencias éticas de la ley y de las an­tiguas tradiciones.

Estos dos grupos caracterizan la situación de Jerusalen en el tiempo del Tercer Isaías. Es posible que otros grupos, extranjeros re­sidentes en Judá desde el tiempo de las in­vasiones asirias y babilónicas, y judíos vuel­tos de la diáspora pero no de Babilonia, se sumaran a esta población de Jerusalen, he­terogénea racial y sobre todo espiritualmen-te. Pero de estos otros grupos sólo podemos imaginar su existencia, y nada sabemos de su estructura o mentalidad.

2. La palabra del Tercer Isaías

Probablemente no se puede decir que el li­bro del Tercer Isaías tenga una estructura

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definida o un mensaje completamente pe­culiar. Se nota una cierta organización de los textos en tres grandes grupos: los capítulos 56-59; 60-62; 63-66. El primer grupo y el tercero se corresponden en general. En am­bos se integran las denuncias de los aspec­tos negativos de la vida del pueblo o de gru­pos particulares, con la expresión de espe­ranzas para el futuro.

Los capítulos 60-62 son los más seme­jantes al Segundo Isaías, y participan de su ambiente de optimismo, esperanzas y pro­mesas: la gloria del Señor vuelve a habitar en medio de su pueblo; se anuncia el regre­so de los desterrados, lo que parece situar el texto en un momento anterior a la liberación; se predice un futuro espléndido para Jeru-salén, reconstruida y enriquecida, y para su pueblo, nueva esposa del Señor.

Fuera de estos capítulos, los otros textos reflejan un lúgubre ambiente de tensiones, división e infidelidad.

Hay promesas para los excluidos del pue­blo del Señor, pero ellas suponen tensiones y lamentaciones. Nuevamente se critica dura­mente a los responsables del pueblo, auto­ridades y "pastores", que en el Segundo Isaías habían desaparecido para dejar paso a la única figura del Señor como guía de su pue­blo. La idolatría no ha desaparecido, como se esperaba. Por el contrario, parece más grave e incluye sacrificios humanos. Las prácticas piadosas como el ayuno, la observancia del sábado y los sacrificios cultuales, favorecidas sin duda por los grupos restauradores del culto, están contaminadas por la injusticia, la opresión de unos sobre otros, por disputas y crímenes, y hasta por el incumplimiento de las leyes rituales. Los pecados de Israel son denunciados nuevamente con la energía de los antiguos profetas. La división entre jus­tos y pecadores resulta demasiado tajante para poder reflejar la realidad; en cuanto a las promesas de la intervención libertadora del Señor y del castigo tanto de las naciones enemigas y opresoras como de los infieles dentro del pueblo mismo, se mueven entre la retórica y la utopía.

Probablemente el texto más propio y teo­lógicamente elaborado del Tercer Isaías sea la unidad constituida por Is 63,7-64,11, donde se alternan el reconocimiento de los pecados del pueblo con la súplica, el repro­che al Señor que no interviene con el re­cuerdo de sus promesas, y la conciencia de las tradiciones religiosas del pueblo con la perplejidad frente a la situación presente.

Fuera de este texto, el Tercer Isaías, a me­dio camino entre la actitud conservadora restauracionista, y la utópica apocalíptica, procura ayudar a su pueblo a encontrar sus soluciones apoyándose en sus grandes pre­decesores.

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ISAÍAS 1

COMENTARIO

PRIMER ISAÍAS

i ORÁCULOS SOBRE JUDA E ISRAEL

(1,112,6)

1. Denuncias y esperanzas (1 ,1-6 ,13)

1,2-9 Requisitoria y confesión del pue­blo. El capítulo primero de Isaías está cla­ramente estructurado. Después de un verso que describe el tiempo en el cual actuó el profeta, sigue una introducción general al li­bro, dos oráculos de condenación, una la­mentación sobre Jerusalén y una amenaza contra los cultos de la vegetación.

Como ocurre frecuentemente en los profe­tas, Is 1,1 es obra de un redactor que pre­senta las coordenadas históricas del libro de Isaías (véase la Introducción). También Is 1,2-3 constituye una especie de introducción ge­neral, esta vez no de carácter histórico sino espiritual. La convocación de los cielos y la tie­rra (un motivo literario que aparece también, por ejemplo, en Dt 32,1 y Miq 1,2), prepara al mensaje general de la primera parte del libro. La triple repetición de verbos de conocimien­to ("reconocer, comprender"), acompañados de los verbos "educar" y "criar", subraya un tema central de la profecía de Isaías, sobre el cual el profeta volverá varias veces: el pueblo que el Señor ha escogido no es capaz de com­prender sus obras. Tanto la comparación del pueblo con los hijos rebeldes como la mención del buey y del asno tienen sabor sapiencial. La tradición cristiana se ha inspirado en es­te texto para introducir junto a la cuna de Je­sús en Belén un buey y un asno, capaces de reconocer al único Señor.

Is 1,4-9, oráculo pronunciado por el pro­feta en primera persona, no es el anuncio de

un castigo divino, sino la constatación de una situación desesperada: la desolación del país, del campo y de las ciudades abando­nadas por sus habitantes. Todo ha ocurrido porque el pueblo ha abandonado a su Señor, pero a pesar de ello no se manifiestan signos de conversión. El tono del oráculo no es el de quien se alegra porque finalmente se ha cas­tigado a u n culpable, sino el de conmisera­ción frente a quienes, aunque son culpables, no reconocen su propia responsabilidad res­pecto a la situación actual. En estos versos se presenta también otro motivo constante de Isaías: la seguridad de que el Señor con­tinúa fiel a sus promesas, y de que el "res­to" de Israel, aquellos que el Señor ha pre­servado, constituye el núcleo de la esperan­za en la restauración del pueblo y la nación.

1,10-20 Un culto que Dios no soporta. Es muy significativo que Is 1,10-20, el pri­mer oráculo del Señor que el profeta tras­mite, sea una crítica del culto sin términos ambiguos. La discusión frecuente de los es­tudiosos sobre el carácter de esta crítica, si se refiere al culto en cuanto tal o bien a una forma concreta de culto, aquel que descuida la justicia, no tiene, frente a este texto, nin­guna justificación. Isaías transmite una con­dena decidida del culto (Is 1,11-15) y una ex­hortación igualmente decidida a evitar el mal y buscar el bien, que concretamente se iden­tifica con la justicia frente al oprimido, la viuda y el huérfano (Is 1,16-18). Si en de­terminadas circunstancias el culto pueda es­tar justificado, es un problema que en este momento -y en el conjunto del libro- no se presenta. Pero es evidente que, en todo ca­so, el culto legítimo no puede coexistir con la injusticia. La condena del culto incluye tan­to la cantidad de los sacrificios cuanto la va­

fe

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riedad de asambleas cultuales. Es expresi­va la contraposición entre la abundancia de la sangre derramada por los animales sa­crificados (Is 1,11) y la sangre de injusticias que mancha las manos de los sacriñcadores (Is 1,15). Esta concentración de interés so­bre los que sacrifican obliga a pensar, aun­que no exclusivamente, en la función de los sacerdotes, no solamente en los devotos que se presentan para cumplir con las prescrip­ciones de la ley.

Aunque extrema en su formulación -los acusados son presentados como jefes de So-doma, pueblo de Gomorra, las dos ciudades prototipo de una gente corrompida (véase Gn 19; Dt 29,22; Am 4,11)- sin embargo, la con­dena no excluye toda esperanza. La invita­ción del Señor a "venir y discutir", a pre­sentarse en un proceso con él, deja abierta la posibilidad de salvación, no por modifi­cación de la sentencia, sino del comporta­miento que la había provocado. Lo que el Se­ñor espera de u n proceso contra su pueblo, es la decisión de éste de modificar su con­ducta (Is 1,19). En el momento de la con­versión, el Señor podrá olvidar la infidelidad de su pueblo, y el rojo de la sangre derra­mada se convertirá en el blanco de la re­conquistada inocencia (véase Sal 51,9). El perdón ofrecido no consiste solo en ignorar las consecuencias del pecado (el castigo), si­no en anular el pecado mismo. El pecado no existe sino delante de Dios, y cuando éste lo perdona no existe más.

1,21-31 Sin derecho no hay fidelidad. La purificación. La lamentación sobre Je-rusalén (Is 1,21-28) comienza con un "¡có­mo!", exclamación retórica propia de las la­mentaciones, que interroga sobre la situa­ción o el destino de aquel que es objeto de la lamentación. Así se lamenta David por la muerte de Saúl y Jonatán (2 Sm 2,1). Re­cuérdense al respecto, en la poesía españo­la, las preguntas de las célebres coplas de Jorge Manrique con motivo de la muerte de su padre: "¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Carrión ¿qué se hicieron?...".

La lamentación está casi delimitada por la doble mención de la "ciudad fiel" y se arti­

cula en dos partes, la primera de las cuales describe la situación de la ciudad. Dos imá­genes, la de la ciudad prostituta y la de los metales y vinos adulterados, se alternan con la denuncia concreta de injusticias, princi­palmente contra viudas y huérfanos, proto­tipos de los desamparados en Israel. Ni si­quiera la triste situación de éstos mueve a justicia y rectitud. Aunque Is 1,23 acusa en modo genérico a las "autoridades" de la ciu­dad, Is 1,26 pone en claro que el grupo del cual se trata son precisamente los magis­trados que se dejan sobornar con regalos. Consejeros se puede referir a otros funcio­narios, probablemente también relacionados con la administración de justicia.

Los versos 27-28 no se pueden excluir de la unidad textual, aunque la nueva mención de la justicia y de la rectitud no agrega ya nada a cuanto estaba dicho en Is 1,26. El anuncio del castigo de los pecadores llama la atención sobre un aspecto que no es el cen­tral en el texto precedente.

Is 1,29-31, finalmente, se concentra sobre los cultos idolátricos relacionados con la ve­getación, cultos de origen cananeo relacio­nados probablemente con los dioses y dio­sas de la fertilidad. Este es un tema que en Isaías, a diferencia de Oseas, aparece solo raramente.

2,1-5 Visión sobre Jerusalén. Este pasaje introduce los capítulos 2-4 de Isaías que, a diferencia de de Is 1, no constituyen una cla­ra unidad. Se trata de textos diferentes, pro­nunciados tal vez en diferentes oportunida­des, alguno de los cuales no es atribuido unánimemente al profeta Isaías. Estos textos han encontrado progresivamente su lugar en esta gran unidad textual, de modo que se puede reconocer por lo menos una unidad homilética del texto actual.

Is 2,1 es un nuevo título del libro después de Is 1,1; encabeza el conjunto de textos in­cluidos en los capítulos 2-12 e introduce los capítulos 2-4. Es posible que los capítulos 2-12 hayan constituido, en un determinado momento de la evolución del libro de Isaías, una unidad independiente, a la cual se aña­dió después el capítulo primero, como in-

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ISAÍAS 2 troducción a una nueva y más amplia edi­ción de las profecías.

Los capítulos 2-4 están constituidos por cuatro tipos de textos, que se alternan de un modo bastante regular. Dos anuncios de sal­vación futura, el primero centrado sobre la imagen de la montaña del templo (Is 2,2-4) y el segundo sobre la purificación de Jeru-salén (Is 4,2-6), enmarcan esta sección en la cual se alternan cuatro exhortaciones (Is 2,5; 2,9b-10; 2,22; 3,9b-12) con tres descripcio­nes de la situación del país (Is 2,6-9a; 3,1-9a; 3,13-15) y dos anuncios del juicio futu­ro que se prepara sobre Jerusalén y Judá (Is 2,11-21; 3,16-4,1).

La lectura de este conjunto no permite re­conocer una progresión lógica, como si un texto respondiera precisamente a otro. Es probable, en todo caso, que los dos anuncios de futura salvación sean los textos más tar­díamente incorporados a esta sección, con el deseo de ofrecer una salida y una esperan­za frente a una situación extremadamente difícil. Es posible también descubrir dos se­cuencias triples de descripción de la situa­ción-exhortación-anuncio de juicio futuro en Is 2,6-21 y 3,1-4,1.

Is 2,2-4 puede resultar, en una primera lectura, privado de contexto, porque de hecho responde a una problemática que no se ha explicitado todavía. Los cuatro motivos teo­lógicos allí presentes (la montaña del Señor, la peregrinación de las naciones junto con Is­rael hacia la montaña santa, la actividad de la palabra del Señor, y la paz entre las na­ciones) anuncian una modificación de la si­tuación que será inmediatamente descrita. Frente a la dispersión del pueblo, el caos in­terior del país, y la tentación de la idolatría como solución, el templo del Señor se cons­tituye en el único centro, hacia el cual con­fluyen Israel y las naciones para que el Se­ñor sea maestro de unos y arbitro de otros y todos puedan convivir en paz.

2,6-22 El día del Señor. Is 2,6-9a des­cribe con desdeño y amargura la situación de corrupción del país, originada por la pre­sencia de adivinos y magos extranjeros, por la profusión de riquezas (oro y plata) que

conduce a la introducción de ídolos, y por la exuberante presencia de caballos y carros de guerra (fuerzas militares extranjeras). La cuádruple repetición del verbo hebreo "abun­dar", "estar lleno de", sugiere la imagen de un país que tal vez no ha sido conquistado por la fuerza -Jerusalén no cayó propiamente en manos enemigas hasta el momento del exilio, un siglo y medio después- pero que sí ha perdido completamente su identidad en manos de un enemigo poderoso y rico, al cual se somete servilmente. Esta pérdida de identidad lleva consigo, en el mundo antiguo y especialmente con respecto al pueblo de la Biblia, la negación de la fidelidad a su Dios.

El texto parece pronunciado por el profeta. El uso de la expresión estirpe de Jacob (lite­ralmente "casa de Jacob") en Is 2,6 permite suponer que en dicho texto el profeta se diri­ge directamente a la "casa de Jacob", como se sugiere en Is 2,5, más bien que al Señor, co­mo habitualmente se da por supuesto. La "ca­sa de Jacob" significaría aquí las autoridades del país, e incluiría al rey, a los sacerdotes y a los jueces. A ellos se acusa de "haber re­chazado" al pueblo, dejándolo sin ayuda, y permitiendo así que cayera en la situación an­tes descrita. Del mismo modo, la exhortación de Is 2,9 (que incluye una expresión hebrea ambigua traducida conjeturalmente a veces por "no los perdones", como si estuviera diri­gida al Señor, o bien de forma impersonal por nadie los levantará) se debería comprender como dirigida a la "casa de Jacob" a la que se invitaría a "no levantar los ojos", es decir, a no buscar ayuda en los ídolos, mencionados in­mediatamente antes en Is 2,8.

La expresión de Is 2,9b se continúa en Is 2,10, que es al mismo tiempo una amenaza: exhortación a buscar refugio donde sea po­sible: en el polvo, entre las fisuras de las ro­cas, en las grutas y cavernas subterráneas (véase Is 2,19.21), porque llega el "día del Se­ñor". Esta expresión designa habitualmen­te en el Antiguo Testamento un día de terri­ble castigo, que manifiesta la espléndida ma­jestad de Dios (Is 2,10.19). Tanto más lógica es la exhortación a buscar refugio en las pro­fundidades de la tierra porque el castigo se dirige contra todo lo que es "elevado", contra

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todo lo que pretende ser algo o alguien de­lante del Señor: árboles, montañas, torres y naves de lujo representan todas las formas del poder y de la pretensión de poder, polí­tico, militar, económico o religioso (Is 2,12-18).

Is 2,22 es, en cambio, una distanciada re­flexión de tipo sapiencial, y probablemente no de Isaías, que saca a un nivel antropoló­gico general las consecuencias de la conde­na precedente: el hombre es débil, en él no se puede depositar confianza alguna.

3,1-12 Anarquía en Jerusalén y Judá. También Is 3,1-9 describe la situación de Je­rusalén, y en particular la anarquía política, que es parte del castigo del Señor y se ma­nifiesta en la ausencia de personas compe­tentes para guiar la nación. La enumeración de personajes es ilustrativa para comprender la situación. Algunos pertenecen al ámbito militar (guerrero, capitán), otros al político (jueces, ancianos, notables y consejeros), o religioso (profetas, adivinos, magos, encan­tadores). Unos son personajes oficiales, otros menos oficiales; hay autoridades legítimas y las hay también discutibles. En medio de la anarquía ninguno de estos personajes estará en grado de asumir la conducción del país. Como consecuencia, los más audaces e irres­ponsables (adolescentes) pretenderán ser los guías del país. Bastará que uno tenga una cantidad mínima de bienes para hacerlo can­didato deseable a los ojos del pueblo. Pero incluso éste, consciente del caos social, re­chazará la función.

Is 3,8-9 establece de modo sentencioso y desnudo la causa de esta situación.

Is 3,10-11, de acuerdo al texto hebreo, es una exhortación a tomar conciencia del bien y del mal, y a llamar a las cosas por su nom­bre. El texto griego, seguido por muchas tra­ducciones, prefiere leer una contraposición entre una bienaventuranza [¡Dichoso el jus­to!) contrapuesta a un "ay": ¡Ay del malvado! Is 3,12 añade una lamentación del Señor por su pueblo, que establece una vez más la dis­tinción entre pueblo y guías (véase antes la explicación de "casa de Jacob" en Is 2,6.9, y en seguida Is 3,13-15), y retoma el pensa­

miento de los gobernantes incompetentes (Is 3,4).

3,13-15 El Señor procesa a los dirigen­tes. A la descripción de la situación y a la ex­hortación o bienaventuranza de Is 3,10-11 si­gue en Is 3,13-15 el juicio del Señor, dirigido explícitamente contra los ancianos y funcio­narios. "Juzgar" en Is 3,13 se debe compren­der por tanto en el sentido de determinar la responsabilidad de las autoridades en la si­tuación a la cual ha llegado el pueblo.

Is 3,14-15 no admite duda en la interpre­tación y explicita el verso anterior. La devas­tación de la viña (Israel) es obra de las auto­ridades. El Señor se refiere, en cambio, a "su pueblo" de modo particularmente tierno.

3,16-24 Contra las mujeres. Is 3,16-24 presenta una cierta ambigüedad. La des­cripción de las mujeres de Sión (literalmen­te "hijas de Sión") y la mención de objetos que parecen referirse al lujo femenino (mu­chos de estos términos aparecen solamente aquí en el Antiguo Testamento y es difícil de­terminar exactamente su sentido) han su­gerido a la mayoría de los comentadores que Isaías critica aquí el lujo y vanidad de las mujeres de los poderosos, con todo lo que es­to supone de injusticia, y opresión (véase Am 4,1). Aunque esta interpretación no es com­pletamente improbable, sorprende en todo caso que Isaías centre su atención en este te­ma, cuando su interés en los capítulos pre­cedentes y siguientes está puesto casi ex­clusivamente en el caos político y religioso, y en la responsabilidad de las autoridades. No es por tanto inverosímil que "hijas de Sión" designe aquí (como en Jos 15,45; Jue 11,26; Sal 48,12; 97,8, y más adelante en Is 4,4, en paralelo con Jerusalén) las ciudades vasallas de la capital. Este sentido es confirmado por la presencia del verbo "ensoberbecerse" (ser orgulloso, Is 3,16) que en el Antiguo Testa­mento se refiere a las pretensiones de otras ciudades (Sodoma, Tiro o la misma Jerusa­lén cuando se aparta de su Señor). En el mis­mo sentido orienta el término "adorno", o mejor ornato, ornamento, gloria (Is 3,18; véa­se Is 4,2), que Isaías aplica habitualmente a

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la pretendida gloria de ciudades o naciones (Babilonia, Asiria, Egipto, Samaría) en opo­sición a la gloria concedida por Dios a su ciudad.

3,25-4,1 Las viudas de Jerusalén. El texto parece condenar así la actitud de las ciudades vasallas ("hijas") de Jerusalén, que viendo ahora la debilidad de la metrópoli, co­quetean con otros señores, y buscan su pro­tección (Is 3,16). Los objetos enumerados en Is 3,18-24 podrían ser muy bien los signos de poder de las autoridades de tales ciuda­des. El castigo será la sumisión que estas ciudades deberán prestar al nuevo amo (Is 3,25-26). Is 4,1 es ambiguo. O se puede com­prender del mismo modo que los versos pre­cedentes, (las "siete mujeres" se referirían a las mismas ciudades que desesperadamen­te buscan protección), o pensar que el dis­curso anterior ha llevado a hablar directa­mente de las viudas abandonadas, perma­nente testimonio del horror de la guerra.

4,2-6 Restauración escatológica. El es­tilo se modifica completamente con este tex­to, que está en estrecha relación con el pre­cedente por la mención de las "hijas de Sión", con Is 3,12-15 por la oposición entre el es­píritu de justicia y purificación y la opresión judicial de los que pisotean la viña del Señor, y con Is 2,2-5 por la mención de la monta­ña de Sión. La tienda que protege del calor del mediodía y provee refugio contra el tem­poral reemplaza la cabana abandonada que era Jerusalén (Is 1,8-9). De este modo el tex­to se debe leer como resumen y conclusión de los capítulos 1-4.

Is 4,2 no se refiere a una promesa de fer­tilidad de la tierra. Este pensamiento está au­sente de los primeros 4 capítulos de Isaías. Por el contrario, Is 1,7 "los extranjeros devo­ran la tierra" supone más bien que la ferti­lidad de la tierra está a disposición de los ex­tranjeros, y no que la tierra esté devastada. La desolación se refiere más bien a la situa­ción general del país, y no particularmente a la fertilidad de los campos.

El sustantivo "retoño", "germen" o "vasta­go", que utiliza Is 4,2, tiene (a diferencia del

verbo "germinar") tiene un uso muy limitado en el Antiguo Testamento. Cuando se utiliza en sentido vegetal (véase Gn 19,25; Is 61,11) el contexto no deja dudas: se habla del cam­po y de la tierra, del secarse o de la espiga. En J r 23,5 y 33,15 tampoco quedan dudas de que se trata, en sentido figurado, del "jus­to vastago", descendiente de la casa de David, que reinará con prudencia y justicia. En Is 4,2, la expresión retoño del Señor, en paralelo conjrutos del país (véase Nm 13,20.26; Dt 1,25), y en el contexto de términos como es­plendor, orgullo y grandeza (véase Is 28,1-6 donde se refieren a la ciudad como lugar de la vida humana y de la manifestación del Se­ñor), no puede referirse a la materialidad del fruto de la tierra. El texto piensa por tanto en alguien al cual le será concedido llevar el tí­tulo de retoño -o vastago- del Señor. Proba­blemente no se trata todavía del pensamiento de un Mesías que debe llegar al final de los tiempos, sino de un rey que, en oposición a las autoridades presentes de Judá, podrá cumplir su misión con espíritu de justicia y purificación. El texto prepara así Is 9 y 11.

La insistencia de Is 4,2-3 en los supervi­vientes sugiere que el texto es posterior a Is 2-3, y ha sido pronunciado cuando los efec­tos de la catástrofe son ya evidentes. Pero la catástrofe nacional que Isaías anuncia y de la cual se lamenta no es la destrucción ex­terna del país, sino la pérdida de identidad nacional y religiosa, efecto de una cierta prosperidad que trajo al país la buena rela­ción entre el rey Acaz y Asiria hacia el año 735 a. C. En este momento de su profecía, Isaías ha llegado ya a la conclusión de que es necesario un hombre nuevo para sacar al país de su crisis.

5,1-7 Canción de la viña. El capítulo 5 es­tá constituido por tres secciones claramente diferentes: el cántico de la viña (Is 5,1-7), seis maldiciones (Is 5,8-24) y el anuncio de u n castigo por la intervención de un pueblo gue­rrero (Is 5,26-30). Is 5,25, está aquí fuera de sitio y debe ser leído con Is 9,7-10,4.

El cántico de la viña, a pesar de su senti­do general aparentemente claro, presenta una seria dificultad de interpretación: no es

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evidente quienes son los personajes impli­cados en él. Alguien expresa en primera per­sona su intención de componer un poema-canción relacionado con la viña de su ami­go. Si el texto se lee a partir de Is 5,7, como se hace habitualmente, parece claro que el cantor es el profeta, el amigo es el Señor, y la viña Israel. Pero es difícil aceptar que los términos hebreos utilizados ("amigo", "ama­do") puedan ser aplicados al Señor. El pri­mero de ellos se aplica a los "amigos del Se­ñor", y expresa la predilección de éste por alguien y su elección de una persona (Dt 33,12; Sal 60,7) o de una ciudad (Jerusalén, J r 11,15). El rol pasivo de amigo difícilmen­te se puede aplicar al Señor. El otro término tiene connotaciones eróticas fuertes, como manifiesta el Cantar de los Cantares, donde es la amada quien lo dice del amado (trein­ta y cinco veces); empleado por el profeta la referencia al "Santo de Israel" resultaría tam­bién bastante inadecuado. Una discusión detallada del problema debe llevar a la si­guiente solución: el cántico de la viña es pro­nunciado por el profeta, que asume imagi­nariamente el papel de una mujer que can­ta el cántico de su esposo por la viña que es propiedad común. Esto explica también que a partir de Is 5,3 el propietario de la viña ya no es "el amigo", sino el propio cantor (o can­tora). La viña en Is 5,1-6 no es todavía Israel sino la viña en sentido vegetal. El canto re­lata que el propietario de una viña ha hecho grandes esfuerzos por ella, y ha puesto una gran esperanza en ella para verse final­mente desilusionado. Una desilusión que el protagonista de Is 5,4 expresa preguntán­dose admirado: ¿Cómo es posible que yo ha­ya puesto tal esperanza en que la viña die­ra buenas uvas, cuando estaba en su natu­raleza que tenían que ser agraces? "Cómo es posible" es la exclamación que en el Antiguo Testamento (como en castellano) expresa, no la búsqueda de una causa concreta (no "¿por qué?") sino la admiración porque un hecho ilógico, increíble o absurdo ha ocurrido. El sujeto habitual de "esperar" es el hombre, y nunca el Señor; su objeto son las grandes esperanzas: se espera la salvación, la justi­cia, las maravillas, la consolación, la inter­

vención de Dios. No se pone la esperanza "en viñas".

El cantor-propietario de la viña finalmente no acusa a ésta de haber producido agraces, sino que se reprocha a sí mismo el haber he­cho tanto esfuerzo y haber puesto tanta es­peranza por lo que no era sino solamente una viña.

El texto adquiere así el carácter de una parábola, un relato donde se cuenta una pe­queña, curiosa historia, y donde se quiere decir otra cosa, que solamente se sugiere, y que el lector o el oyente finalmente deben descubrir. Como en las parábolas de Jesús la pregunta envuelve a los oyentes. Por esto se convoca a los habitantes de Jerusalén y a los hombres de Judá a plantearse la cuestión y a juzgar entre la viña y su propietario.

La parábola antropológica, abierta a nu­merosas posibles interpretaciones, ha sido "cerrada" por la interpretación teológica y alegórica de Is 5,7 (como también ocurre con algunas parábolas de Jesús). Apoyándose en un motivo teológico y literario conocido por el Antiguo Testamento, la viña es identifica­da ahora con la "casa de Israel", y el pro­pietario con el Señor. Pero el verso traiciona su origen adventicio. El claro paralelismo de Is 5,3 (habitantes de Jerusálén-hombres de Judá) es reemplazado aquí por un ambiguo pueblo de Israel-hombres de Judá, que no constituyen términos equiparables. Decir en este verso que la viña es el pueblo (literal­mente "la casa") de Israel, y la gente de Ju ­dá su plantación favorita llega demasiado tarde cuando en Is 5,5-6 la viña ha sido so­metida ya a u n terrible castigo. También aquí el uso del verbo "esperar" por parte del Señor contradice el uso normal en el Antiguo Testamento. La contraposición entre "justi­cia-derramamiento de sangre" y "rectitud-opresión" obedece a una voluntad retórica de rima que más bien debilita la fuerza del dis­curso profético.

5,8-25 Los que provocan la ira del Se­ñor. Is 5,8-25 está constituido por seis mal­diciones, que son al mismo tiempo lamenta­ciones. A ellas habría que agregar Is 10, l-4a, que tiene una estructura similar, y comple-

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ta el número preferido de siete maldiciones. En su situación actual, esta lamentación ha sido completada con un refrán presente en Is 9,7-20 para adecuarla a la sección anterior.

Estas lamentaciones o maldiciones son oráculos de condenación encabezados por la interjección "ay" que nos pone en contacto con el destinatario del oráculo; a renglón se­guido viene la acusación y el anuncio del cas­tigo. Los "ay" introductorios evocan la la­mentación por los difuntos, y añaden así un elemento de aflicción y tristeza. La lamenta­ción se refiere a una situación de destruc­ción, culpa y condena que no es inmediata­mente evidente para la mayoría, o porque no la ven como tal, o porque no la aceptan. La lamentación tiene una función de clarifica­ción y establece así una distancia y contras­te entre la interpretación del pueblo y la in­terpretación del profeta. El oráculo en "ay" se presenta como irrevocable: aquellos sobre los cuales se pronuncia son considerados como ya muertos delante del Señor. Pero la parti­cipación del profeta en el dolor del castigo anunciado y a veces ya ocurrido, procura ha­cerlo aceptable y fructífero.

No todas las siete lamentaciones tienen exactamente la misma forma. La primera (Is 5,8-10) condena el amasar riquezas, campos y casas. El castigo toca ambos puntos: los palacios quedarán desolados, las tierras es­tériles.

La segunda (Is 5,11-13) condena la acti­tud superficial e irresponsable de quienes -probablemente autoridades y nobles, como sugiere la mención de banquetes acompa­ñados de música-, dándose a la buena vida, no asumen su responsabilidad por el pueblo ante un peligro inminente. Entretanto la "obra" del Señor progresa y culmina en la de­portación del pueblo (la expresión mi pueblo sugiere que el Señor lo considera más una víctima que un culpable) y de los poderosos, en la sed y el hambre. También aquí el cas­tigo corresponde a la culpa. Is 5,14-17 am­plifica el tema del castigo, pero mientras Is 5,14 se refiere aún estrictamente al pueblo y a los nobles, Is 5,15-16 es una condena­ción general de la soberbia humana y pare­ce inspirarse en Is 2,9.11.17.

Is 5,17 retoma la imagen tradicional de las ciudades convertidas en campos de pasto (véase Is 17,2). Como ocurre con los elemen­tos retóricos, la amplificación más bien de­bilita que refuerza el rigor austero del oráculo inicial (Is 5,11-13).

Las cuatro lamentaciones que siguen a partir de Is 5,18 tienen un color más teológico y modifican la forma. Son breves, y están re­lacionadas estrechamente unas con otras, con un único anuncio de castigo (Is 5,24), que debe corresponder a las cuatro acusaciones. La primera (Is 5,18-19) está dirigida contra quienes desafían la voluntad del Señor, pre­tendiendo fijar la hora del cumplimiento de sus obras y proyectos. En el fondo este de­safío significa que no creen en la capacidad del Señor para llevar adelante sus obras. Y por ello esos tales se animan a establecer un orden propio para las acciones humanas, pretenden decidir sobre el bien y el mal (Is 5,20) y terminan considerándose sabios por­que no se preocupan de la voluntad del Se­ñor (Is 5,21). Is 5,22-23 retoma una acusa­ción sobre el comportamiento, probablemente de los jueces venales que se dejan corromper en la administración de la justicia. La men­ción del vino tiene aquí un sentido diferente del que tenía en Is 5,11. Los jueces se em­briagan con el vino que les ofrecen como so­borno los culpables poderosos.

Es verosímil que a este contexto perte­nezca la séptima lamentación que aparece más adelante en Is 10,1-4a y que describe con detalle la actitud de los jueces inicuos. Is 5,3-4a sería una buena transición hacia el castigo anunciado en Is 5,24, que original­mente habría venido a continuación.

Is 5,24, al proclamar el castigo con la ima­gen de la paja quemada en el campo cuan­do la cosecha ha concluido, retorna sobre el núcleo de la acusación: han despreciado las decisiones y la palabra del Santo de Israel (comparar con Is 5,19.20.21).

5,26-30 La invasión asiría. El capítulo concluye con la descripción de un ejército, probablemente el de Asirla, eficaz, veloz y te­rrible, llamado por el Señor (Is 5,24) para cas­tigar a su pueblo. Es probable que Is 5,3011a-

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me la atención sobre el castigo que a su vez caerá sobre el pueblo-instrumento de castigo. El pensamiento del instrumento que se ex­cede en sus funciones, y por ello es castiga­do, es expresado con detalle en el capítulo 10.

6,1-13 Vocación de Isaías. La vocación de Isaías se sitúa el año de la muerte del rey Ozias (o Azarías), hacia el 740 a. C. Como las vocaciones de Jeremías y Ezequiel, el texto es­tá constituido por tres secciones: la visión, la reacción del profeta, y la misión que recibe.

La visión (Is 6,1-4) parece tener lugar en el templo, pero trasciende al mismo tiempo la escena terrestre. Es una visión de Dios mis­mo sobre un elevado trono. Los serafines, se­res alados de fuego (o serpientes de fuego, se­gún la evocación etimológica del término), han tomado el lugar de los querubines que apa­recen en la descripción del templo (véase 1 Re 6,23 y la versión teológica de Ez 1) y rodean el trono divino como servidores y casi pro­tectores de la divinidad, según la concepción del oriente antiguo que sigue presente en los monstruos de piedra que adornan con fre­cuencia las catedrales medievales. El ele­mento auditivo de la visión es la triple acla­mación "santo" que los serafines se dirigen uno a otro. El sentido del término se com­prende a partir de expresiones como El Dios santo revelará su santidad actuando conjus­ticia (Is 5,16), o El Dios Santo... arderá y de­vorará en un solo día zarzas y espinos (Is 10,17), que manifiestan la estrecha unión en­tre la santidad de Dios y una dura purifica­ción. La santidad del Señor en el AT no se de­fine como el carácter consagrado de un obje­to o persona, de un lugar o tiempo, como en las leyes sacerdotales del Levítico; ni por la bondad, humildad o paciencia, como en la es­piritualidad cristiana, sino como una verda­dera fuerza, como una energía que proviene de Dios y lo hace infinitamente atractivo, dig­no de respeto y peligroso al mismo tiempo.

La reacción del profeta (Is 6,5-8) pone su acento en la impureza del propio profeta y del pueblo con el cual vive, y en la necesidad de purificación que uno de los serafines lle­va a cabo. La expresión al comienzo de Is 6,5, traducida con frecuencia estoy perdido,

parece aludir al riesgo de muerte que tiene el encuentro con el Señor (véase Ex 3,6; 33,20). Pero la continuación del verso da co­mo motivo el tener labios impuros. El verso puede significar también (siguiendo el otro sentido del verbo hebreo) "Ay de mí que he estado callado". Por medio de la visión Isaías comprende su culpa anterior, no haber ha­blado cuando hubiera debido hacerlo. Por eso sus labios están manchados con un si­lencio culpable. La continuación del verso es una contraposición: pero ahora sus ojos han visto al Señor, y por eso está en condiciones de ponerse a su servicio.

En la misión que el profeta recibe (Is 6,9-11) se concentran los términos que definen el carácter de su profecía: ver y oír; ojos y oídos; discernir y saber.

El profeta ha visto al rey, Señor de los po­deres, ha escuchado su palabra y respon­dido positivamente. El humo deja lugar a la visión, la multiplicidad de voces de los se­rafines a la voz solista del Señor. El profeta comprende la palabra que debe trasmitir a este pueblo: una declaración eficiente de que oirán sin poder discernir, y verán sin poder comprender. El profeta, que ha percibido la gloria del Señor (Is 6,3) debe ahora tapar ("hacer pesados") los oídos de este pueblo de modo que no comprendan. "Gloria" y "hacer pesados" juegan con la misma raíz hebrea.

El énfasis de Is 6,10 sobre los adjetivos posesivos {sus ojos, sus oídos, su corazón) implica la existencia de otra posibilidad de salvación: ver con los ojos iluminados por la visión de la Gloria, oír con los oídos llenos de la aclamación "santo, santo, santo".

El insólito mandato de endurecer y cegar a los destinatarios del mensaje para que no vean y no comprendan, un mandato al cual el Nuevo Testamento hace frecuente refe­rencia, ha de comprenderse en el marco de las misteriosas relaciones entre la libertad humana y la libertad divina.

Isaías tiene la conciencia de que la pala­bra de Dios no es neutra ni puede quedar sin efecto (véase Is 55,11). Si no produce la conversión, debe producir necesariamente el endurecimiento y preparar así al sujeto pa­ra el castigo.

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Isaías sabe también que una palabra de conversión no escuchada se vuelve palabra de condenación. Como en las relaciones huma­nas, toda acción que no mejora dicha relación la empeora. El rechazo de una invitación a la conversión hace más difícil que haya una nue­va invitación, y que quien la rechaza retorne sobre sus pasos para aceptarla.

Isaías, finalmente, tiene conciencia de la paradoja de su propia misión. Sabe, como Jeremías y Ezequiel lo sabrán también, que su presencia y su palabra conduce tal vez a la conversión de unos pocos, y al endureci­miento de muchos más.

La misión de Isaías define el carácter de to­da su profecía. Todo el libro está organizado en torno al tema del escuchar y ver, discer­nir y comprender. Véase antes Is 1,3.10.19; 5,12-13.19.21; y más adelante Is 7,15; 11,1-2; 19,12; 22,11; 28,7-13; 29,9-14; 30,9-11. El pensamiento vuelve una y otra vez sobre la capacidad o incapacidad de comprender la palabra del Señor y aceptar sus obras y pro­yectos.

En diferentes momentos de la vida del país, la profecía de Isaías aparece como una verdadera teología de la palabra de Dios. El procura no solamente ni primeramente dar una solución a una concreta situación de pe­ligro o angustia del pueblo, sino sobre todo despertar en la gente, en particular en aque­llos que tienen la responsabilidad sobre el destino del pueblo, el deseo de escuchar y poner en práctica la palabra del Señor.

Esa palabra se manifiesta frecuentemen­te en acusaciones, "ayes" y lamentaciones que denuncian una situación de infidelidad, injusticia o transgresión; y en descripciones de la situación real de la gente, que consti­tuyen una revelación de las actitudes delante de Dios.

Pero el profeta no declara en nombre de Dios qué es lo que el pueblo debe hacer. El "conocimiento" de Dios y de sus intereses so­lamente puede ser alcanzado por el discer­nimiento de las situaciones históricas.

El endurecimiento que el profeta provoca con su palabra no es definitivo (Is 6,11-13). La obstinación deberá concluir cuando la destrucción profunda del pueblo manifieste

claramente el camino que el Señor se pro­pone recorrer con su pueblo. Los anuncios de obstinación por una parte, y de salvación por otra, encuentran su punto de contacto en el pensamiento del "resto" de Israel, por medio del cual la historia de condenación se cambia en historia de salvación.

2. El libro del Enmanuel (7 ,1-12,6)

7,1-9 El primer niño: Un resto volverá. Is 7,1-8,20 se debe leer como una gran uni­dad narrativa y teológica. Solamente después de comprender su sentido total y propio en el Antiguo Testamento se podrá comprender cómo y por qué el Nuevo Testamento cita al­gunos de esos versos relacionándolos con el nacimiento de Jesús .

La unidad está encabezada por un prólo­go histórico (Is 7,1-2) y constituida por tres escenas (Is 7,3-9; 7,10-17; 8,1-4) en las cua­les se trata de tres niños que llevan nombres significativos. Is 8,11-15+16-20 es el epílo­go de la narración.

En tres puntos del texto se añaden dos comentarios histórico-teológicos (Is 7,18-25; 8,5-10) que clarifican puntos particulares de la narración, y que pueden ser atribuidos al mismo profeta Isaías o, en casos particula­res, a comentadores teológicos posteriores.

El prólogo del relato sitúa la acción en el momento en que Siria y Efraín (Israel del Norte), después de haber procurado sin éxi­to una alianza con Judá para marchar con­tra Asina (véase 2 Re 15-16), se deciden a imponer en Judá , por la fuerza, un rey títe­re que favorezca sus planes.

La primera escena (Is 7,3-9) muestra el diá­logo entre el profeta y el rey Ajaz. El oráculo del Señor trasmitido por Isaías es que aun­que Damasco sea la capital de Aram (Siria) y Rasín su rey, y aunque Samaría sea la ca­pital de Efraín (Israel del Norte) y Pécaj su rey, el rey de Judá no debe temer ante ellos. El argumento implícito es que Jerusalén es la capital de Judá, y el Señor Dios es su rey (véase Is 6,5). El profeta está acompañado por su hijo Sear Yasub (="un resto volverá")

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como para anunciar al rey -si es capaz de comprender el mensaje- que aunque pueda haber momentos difíciles en la historia de Judá, el Señor se ha comprometido a man­tener a su pueblo en vida. Los sentidos po­sitivo y negativo del término "resto" están testimoniados en Is 10,20-23.

7,10-25 El segundo niño: Dios con no­sotros. Invasión. Se puede suponer que la segunda escena del relato (Is 7,10-17) ocu­rre sin solución de continuidad. Ante la per­plejidad e incredulidad del rey, el profeta, en nombre del Señor, lo exhorta a pedir un sig­no que confirme su decisión. Pero el rey, que probablemente ha tomado ya sus decisiones (de hecho está controlando la provisión de agua de la ciudad para el caso de asedio), se niega con una excusa teológica: no poner a prueba (tentar) al Señor. La respuesta de Isaías es ambigua. El signo que anuncia no puede ser simplemente una promesa de sal­vación, que el rey, por su incredulidad no merece, y que estaría en contradicción con el reproche de Is 7,13; la joven (esposa del rey, o esposa de Isaías, ¿o en sentido figu­rativo la ciudad misma?) dará a luz un hijo. El nombre Enmanuel incluye un aspecto de esperanza, "El Señor está con nosotros", y probablemente también un aspecto de sú­plica: "El Señor esté con nosotros". La ex­presión en hebreo es nominal, sin verbo ex­plícito, y puede ser comprendida en ambos sentidos, como ha ocurrido en los comenta­rios teológicos (Is 8,8.10). En Is 8,8 no se de­be leer probablemente un nombre propio, si­no una exclamación. Cuando la amenaza del invasor haya llegado a tal punto, "¡Enma­nuel!", "¡Dios esté con nosotros!".

La interpretación de esta segunda escena, cuando se tiene en cuenta también la pri­mera y la tercera, hace irrelevante, en un primer momento, la discusión sobre la iden­tidad del niño. No es el niño, sino su nom­bre, el portador del ambiguo mensaje. Los otros elementos del signo confirman la am­bigüedad del mismo. "Leche y miel" pueden ser los alimentos del tiempo mesiánico (Dt 32,13), pero son también los alimentos na­turales de la vida nómada, los únicos posi-

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bles después del paso devastador del ene­migo (véase Is 7,21-22, que en medio de una clara descripción de la invasión enemiga, po­dría interpretarse como parte del castigo).

El niño recibe esta alimentación de casti­go y austeridad a fin de aprender (mejor que hasta que sepa), junto a su pueblo, a elegir el bien y rechazar el mal (Is 7,15). También Is 7,16-17 son ambiguos. Mientras en Is 7,16 anuncia el fin de los enemigos dentro de un breve plazo, en Is 7,17 vuelve al pensamien­to de un día terrible como Judá no ha cono­cido desde hace mucho tiempo.

8,1-20 El tercer niño. Los hijos de Isaías como signos. La tercera escena (Is 8,1-4) describe un nuevo gesto simbólico: el profe­ta debe poner a su tercer hijo un nombre que le ha sido revelado meses antes y que significa: Pronto al saqueo; presto al botín. El sentido del texto es claro: el nombre del ni­ño es el anuncio de la derrota y saqueo de Samaría y Damasco, los enemigos de Judá.

El epílogo consta de dos secciones dife­rentes: Is 8,11-15 presenta un tema típico de la doctrina de Isaías: sólo el Señor es Santo, solamente a él hay que temer. Lo que los hombres temen como conjura no merece atención. La única temible conjura es la del Señor, que puede hacer trastabillar y caer a quien no se apoya en él. Is 8,16-20 estable­ce el carácter del texto precedente (Is 7-8). Al sellar el documento delante de sus discípu­los (el único texto bíblico que explícitamen­te menciona los discípulos de un profeta), Isaías toma distancia de cuanto ocurrirá a continuación, por la incompetencia y endu­recimiento del rey. Su misión concluye por el momento. El testimonio escrito debe re­cordar a la gente "que os lo había predicho" cuando los hechos ocurran. Isaías tiene cla­ra conciencia de que al menos el mensaje de los dos capítulos anteriores se ha trasmiti­do por medio de él y por medio de sus hijos. Esto explica también por qué Is 8,3 llama "profetisa" a la mujer de Isaías, consciente de que también ella participa en el gesto profé-tico de Is 8,1-4 y por tanto en el mensaje del Señor. El Señor no se revela por medio de ni­gromantes y adivinos que susurran y mur-

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muran, ni por medio de consultas a los muertos (Is 8,19), u n reino inasequible pa­ra el ser humano, sino que se revela en el reino de los vivos, en los acontecimientos personales, en la historia de su pueblo (véa­se Is 45,19, no he hablado en secreto ni en lu­gares tenebrosos).

El epüogo resume así el sentido de toda es­ta historia. Dios habla con un lenguaje de sig­nos, que frecuentemente es ambiguo. Isaías se ha abierto a ese lenguaje y ha comprendi­do cada vez más el sentido de sus acciones, de su vida, y de la historia del pueblo. El rey Ajaz, por el contrario, se ha cerrado desde el primer momento a esta revelación. No ha prestado atención a los signos presentes y ha rechazado el ofrecimiento de otros signos que lo habrían ayudado a comprender. Por eso el Señor esconderá su rostro ante la casa real.

Con el paso del tiempo la figura del En-manuel como persona pasó a concretizar la esperanza del pueblo, y probablemente fue identificado con un rey, Ezequías hijo de Ajaz, que debería hacer posible el cumplimiento de las esperanzas que su padre había despre­ciado. Esta identificación abría el paso ulte­riormente a la identificación que el Nuevo Testamento hece del Enmanuel con el Señor Jesús, en quien la comunidad cristiana po­ne toda su esperanza.

8,21-9,6 Se enciende una luz en medio de las tinieblas: Un niño nos ha nacido. El núcleo de este pasaje (Is 8,23-9,6) está com­puesto minuciosamente, y es de gran belle­za. Está enmarcado por una gran inclusión temporal, en un primer momento (Is 8,23) y desde ahora y para siempre (Is 9,6), expre­siones que se oponen a otra de sentido ge­néricamente temporal [sin límites, Is 9,6). Una tercera referencia temporal se encuen­tra en el centro de la composición [el día de Madián, Is 9,3).

El texto está introducido por Is 8,23, un verso difícil, que inserta el anuncio de Is 9,1-6 en un contexto histórico concreto de peli­gro. No es evidente si el sentido del verso es una contraposición, o una doble afirmación. Un estudio de las numerosas dificultades del texto permitiría llegar a la siguiente traduc­

ción parafrástica: "En el tiempo en que to­dos, del primero al último, humillaban y tra­taban duramente la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, las provincias de Dor, Gi-lead y Meguido, el pueblo que marchaba en las tinieblas vio una gran luz".

El profeta, interesado en su mensaje de esperanza, reúne en una descripción global los ataques y humillaciones. En tal situación de opresión llegará la luz.

Is 8,21-22 sirve de introducción al pasaje y le da toda su dimensión de angustia hu­mana radical, no solamente de peligro políti­co o militar. No hay por qué negar al profeta Isaías la paternidad de estos versos. El voca­bulario es isaiano, en particular la asociación de angustia y tinieblas (Is 30,6; véase Prov 1,27), así como la contraposición entre luz y tinieblas, designada con tres vocablos dife­rentes (nótense las ricas implicaciones de la imagen de la oscuridad comparando las mal­diciones de Dt 28,28-29 con Dt 1,33). Is 8,21-22 constata ahora la realización de las mal­diciones contra el pueblo. La impresión es de terrible desolación, realzada por la ausencia de un específico sujeto: en medio de la deso­lación de una tierra anónima, pasa vagando por el país "uno", superviviente de una tra­gedia, hambriento y oprimido, que ni es gru­po ni tiene nombre. El hambre obliga a aban­donar la propia tierra y perderse en tierra ex­tranjera (véase 2 Re 8,1-2 y la historia de Rut).

La situación descrita en Is 8,21 es parti­cularmente terrible porque no se entrevé la posibilidad de fuga. Este hombre hambriento se llena de ira, maldice a su rey y a su Dios, y busca un signo de esperanza mirando ha­cia lo alto o en torno. La mención neutra de "su Dios" sin duda tiende a evitar la proxi­midad del santo nombre del Señor con el verbo maldecir. Pero acentúa también la le­janía de Dios, también sin nombre como el peregrino hambriento.

Es en este momento de angustia profun­da, cuando no hay esperanza alguna ni en la tierra, ni en la autoridad, ni en la fe, cuan­do la situación se modifica radicalmente con el tono exultante de Is 9,1-6.

Is 8,23 y 9,1 están construidos sobre opo­siciones: "humillar / glorificar", "tierra / mar",

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"tinieblas = sombras / luz". Is 9,2 desarrolla el tema de la alegría. Is 9,3 está constituido por imágenes de opresión: el yugo que pesa sobre el pueblo, la vara de los capataces, el cetro de mando de los poderosos. A las imá­genes de guerra de Is 9,4 (botas y vestidos manchados de sangre y consumidos por el fuego) se opone la dulce imagen del niño en Is 9,5, realzada por el color sonoro del verso. Las formas verbales pasivas manifiestan que el ni­ño es verdaderamente un don.

Is 9,5-6a emplea el vocabulario de la rea­leza: principado, trono, reino, establecer, afianzar, justicia y derecho. Hay también una cierta correspondencia entre los títulos de Is 9,5 y las funciones descritas en Is 9,6; se da una clara contraposición entre "destruir" (Is 9,4) y "establecer o afianzar" (Is 9,6), entre la destrucción y fin implicados por Is 9,4 y la ausencia de límites del Is 9,6 (sin fin, para siempre), y entre los instrumentos de Is 9,4 (sangre y fuego) y los de Is 9,6 (derecho, jus­ticia).

El poema se resume en la contraposición entre "el yugo sobre su hombro" (Is 9,3), y "el poder que descansa sobre su hombro" (Is 9,5).

Estamos probablemente ante un texto lí­rico o litúrgico compuesto y pronunciado con ocasión de la coronación del nuevo rey, e inspirado en los documentos de ascensión al trono de los faraones de Egipto (véase, por ejemplo, los documentos citados en ANET 446-447). En efecto, en Israel existía un "protocolo" o documento en el cual se esta­blecía la legitimidad del nuevo rey (véase 2 Re 11,12). Probablemente este documen­to incluía la mención de los títulos con los cuales el nuevo rey gobernaría (Is 9,5).

El primer título, consejero prudente, no es simplemente u n elogio general, sino la de­signación de una persona capaz de estable­cer planes conforme a la voluntad del Señor (véase Is 1,26; 19,11-15; 29,11-24; 30,1-2), planes que pueden producir obras de sal­vación (véase Ex 15,11; Sal 77,12.15; 78,12; 88,11; 89,6; Is 28,29). Consejero no designa por tanto un cargo sino una función que el mismo rey puede y debe ejercitar (Miq 4,9).

Dios fuerte aparece como título del Señor en Dt 10,17; J r 32,18; Neh 9,32. Solamen­

te en I s 10,21 podría referirse al Mesías. La aplicación del título Dios al rey se debe leer en el contexto del Sal 45,7. Fuerte es apli­cado tanto al Mesías (Sal 45,4; 89,20) como a Dios (Is 33,13; Sal 89,14).

Padre es en Is 22,21 el título de Elyaquim, constituido gobernador en lugar de Shebna. El epíteto eterno es usado generosamente hablando del rey en el Antiguo Testamento (2 Sm 7,16; Sal 72,5.17; 132,11.14) y debe­ría ser comprendido de un modo general co­mo "perenne, duradero".

En el título príncipe de paz, "príncipe" es una peculiaridad. Isaías 1-39 lo usa en sin­gular solamente aquí y en Is 3,3. En plural designa los oficiales de justicia del rey o los funcionarios reales en general (Is 1,23; 3,4.14; 32,1), enviados de Israel a Egipto (Is 30,4), je­fes de un ejército del Señor (Is 21,5). En los otros textos se trata de príncipes o autoridades de Asiría (Is 10,8; 31,9), Egipto (Is 19,11.13), Tiro (Is 23,8) y Edom (Is 34,12).

, La paz puede designar bien u n estado de ánimo opuesto a la angustia (Is 38,7), bien la paz política (Is 39,8) o bien el acuerdo con el Señor (Is 27,5). Es un don del Señor que solamente él puede asegurar (Is 26,3.12).

En resumen, Is 8,21-9,6 expresa la espe­ranza de que una situación de guerra, opre­sión y hambre se modifique radicalmente a partir del momento en que un personaje his­tórico y concreto, es decir un heredero real y no una figura mítica o escatológica, as­cienda al trono.

El contenido de esta esperanza es en par­te político, pero incluye una modificación sustancial de la vida del pueblo, que ocurre sin transición ni conversión alguna. El texto subraya la gratuita intervención del Señor en favor de los suyos. Pero la modificación de la situación histórica (victoria sobre el enemigo, presencia del nuevo rey) puede ser la causa o condición de la renovación interior del pue­blo que se expresará en una monarquía ejer­cida en el derecho y la justicia (véase 2 Sm 8,15; 1 Re 10,9; J r 22,15-16; Ez 45,9).

También por esta razón hay que conside­rar la esperanza expresada en Is 9 como his­tórica y no escatológica. No se trata de una nueva creación que inaugura un nuevo eón.

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La actividad que se espera del futuro rey es una concreta preocupación por la situación del pobre y del oprimido, una actividad vin­culada a la vida cotidiana del pueblo, no un estadio definitivo de la historia. La justicia y el derecho son necesarios precisamente co­mo correctivos permanentes de una situa­ción de injusticia que no ha desaparecido de­finitivamente.

El sentido realista del profeta conecta de modo estrecho las más profundas esperan­zas del hombre (luz y alegría) con la pre­sencia de un orden temporal de justicia y ar­monía. Este punto de vista ha recibido, sin embargo, una corrección en Is 9,6b que, con un vocabulario diverso del de Isaías [amor ar­diente; desde ahora y para siempre, expre­sión característica de la literatura postexíli-ca, véase Sal 113,2; 115,18; 121,8; 125,2; 131,3; Is 59,21; Miq 4,7) pone el acento so­bre la actividad casi hipostática del amor y del celo del Señor. El nuevo rey se ha, re­pentinamente, esfumado. Is 9,6b expresa así un escrúpulo teológico. No obstante las gran­des esperanzas depositadas, tal vez con jus­tas razones, en el nuevo rey, es necesario re­cordar al lector de la profecía que la última esperanza se debe poner solamente en el amor del Señor. Tal vez entre el Is 9,6a y 9,6b media la distancia de una profunda de­cepción frente al rey, a quien en Is 9,1-6a se saludaba con tanta alegría e ilusión. Tal vez Is 9,6b inicia la orientación del mesianismo en sentido escatológico.

Le 2,1-14 es una relectura fiel de Is 8,21-9,6, acentuando el aspecto solemne, casi ju­rídico del nacimiento de un personaje im­portante. Esa atmósfera es creada por la mención del decreto del emperador con su nombre, del censo, del nombre del gober­nador, de la ciudad y casa de David, y en particular de los títulos atribuidos a Jesús . Estos títulos son los de Salvador y Cristo Se­ñor. El primero es un título reservado a Dios y aplicado algunas veces a los jueces de Is­rael; los Evangelios lo usan solamente aquí y en J n 4,42, aunque también aparece en al­gunos pasajes de Hechos y Cartas. El se­gundo título -Cristo Señor- tiene que ver so­bre todo con la resurrección de Jesús (Flp

2,9-11). Las expresiones gloria del Señor y ejército celestial que alaba a Dios, presente en Le 2,9.13, orientan igualmente a la pro­clamación solemne de una autoridad su­prema, en contraposición a la autoridad del emperador y del gobernador, y hacia la rea­lización de las promesas dirigidas desde an­tiguo a la casa de David.

Is 8,21-9,6 y Le 2,1-14 coinciden así en la esperanza puesta en un personaje extraor­dinario, íntimamente ligado a Dios, que es fuente de alegría para todo el pueblo (Le 2,10; Is 9,2) y que convierte la noche en luz (Le 2,9; Is 9,1). El efecto último de su presencia es la paz sin límites (Is 9,6) para los hombres bie­namados de Dios (Le 2,14).

Hay sin embargo dos importantes dife­rencias entre los dos anuncios: la primera es que el de Isaías tiene connotaciones corte­sanas y parece destinado a los poderosos que viven en los palacios. El anuncio de Lu­cas, en cambio, está destinado explícitamen­te y en primer lugar a pastores que cuidan del rebaño. La segunda es que en Isaías la misión de paz recae sobre un personaje que ejercerá el poder temporal, que gobernará con justicia y derecho. En Lucas, por el con­trario, esta misión es asignada a alguien que no tiene poder alguno. El evangelista, escri­biendo después de la muerte de Jesús, sa­be que efectivamente ése ha sido el camino de su Maestro y muestra así un camino nue­vo de salvación, no ligado al poder, ni si­quiera al poder bien ejercido. La tentación de imponer por el ejercicio del poder bienes con­siderados verdaderos (la fe, disciplina, una cierta verdad, la paz), amenaza a toda per­sona e institución que tiene acceso al poder y a la riqueza. Los discípulos de Jesús ten­drán que saber encontrar el camino para lle­var la luz, la alegría y la paz, sin recurrir al poder, ni siquiera al poder de la propagan­da y del gran espectáculo.

9,7-10,4 Ira devoradora contra el pue­blo. La suerte de los explotadores. Tene­mos aquí en primer lugar una unidad lite­raria constituida por tres estrofas delimita­das por el refrán de Is 9,11.16.20; a estas estrofas hay que añadir Is 5,25, que en al-

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ISAÍAS 10

guna trasmisión del texto debió quedar fue­ra de su sitio natural.

Is 10,l-4a, en cambio, a pesar de la pre­sencia del refrán en Is 10,4b no pertenece a esta unidad sino a las lamentaciones o ayes de Is 5,8-24, como lo manifiesta la estructu­ra del texto y ha quedado dicho en su lugar.

El texto está dirigido contra Samaría, cuan­do, después de la muerte de Jeroboán II, ya ha comenzado la crisis interna que llevará a la desaparición del reino del Norte y a su caí­da en manos de Asiría. Dicho por Isaías, en Jerusalén y al comienzo de su actividad, equi­vale a una meditación sobre el destino del pueblo hermano, de manera que Jerusalén pueda sacar con tiempo las consecuencias. (Un proceso similar se percibe en el profeta Oseas, donde un autor anónimo aprovecha las vicisitudes de Samaría para sacar las con­secuencias para el reino del Sur). En un es­quema de "crescendo" o intensificación, se­mejante a Am 4,4-13, el profeta enumera una serie de desgracias que han caído sobre Sa­maría o están aún destruyéndola, y que el pueblo, apoyado en una falsa seguridad, no quiere ver. Es necesario que el Señor aumente el rigor de su castigo, ya que el pueblo se niega a ver el sentido del mismo y, sin mo­dificar su actitud, pretende recomenzar una reconstrucción que no podrá llevar a cabo. Cada estrofa alterna una referencia a una ac­titud del pueblo, con una referencia al casti­go que se aproxima, y concluye con el refrán.

La campaña de pueblos de oriente y occi­dente (asirios y filisteos) contra Samaría es el castigo por la obstinación del pueblo (Is 9,8-11). La falta de conversión al Señor, el dejarse guiar por autoridades incompetentes, la im­piedad y perversión son las causas del cas­tigo que consiste en la desaparición de esas autoridades, pero cuyas consecuencias, se­gún la dura pero realista concepción del An­tiguo Testamento, caen también sobre grupos no directamente responsables (viudas, huér­fanos, jóvenes, Is 9,12-16).

El tercer crimen (Is 9,17-20) es designado genéricamente como un incendio de iniqui­dad que todo lo quema, pero se concretiza en las luchas internas de pueblos hermanos (Efraín, Manases, Judá).

Is 5,25 puede haber sido la última estro­fa de esta sección, donde se resume el cas­tigo del Señor. La imagen del fuego devora-dor aplicada tanto a la iniquidad del pueblo como a la ira del Señor desemboca en la ex­presión tradicional "el ardor de su ira".

10,5-19 Contra Asiría. Is 10,5-19 es una imprecación contra Asiría. Este género lite­rario consta de una acusación y de una pro­clamación. En comparación con las impre­caciones de Is 5,8-24, el texto presente está más desarrollado literariamente. Is 10,5-7 introduce el destinatario y el motivo de la acusación. Asiría estaba destinada a casti­gar a un pueblo impío, probablemente Sa­maría, pero se ha extralimitado en sus fun­ciones, y ha sometido o procurado someter a su dominio también otras numerosas na­ciones. Dos discursos, puestos en boca del rey o del país mismo personificado, descri­ben la culpa de Asiría.

En el primero (Is 10,8-11) Asiría se jacta con altanería de su poder militar, capaz de conquistar numerosos pueblos, aún aquellos cuyos ídolos (dioses) eran más numerosos y poderosos que los de Samaría y Jerusalén. El texto supone la caída o al menos una de­rrota de Samaría, y es una amenaza respecto de Jerusalén. La mención de los ídolos no es, en boca de Asiría, despectiva. Haber venci­do a las naciones que ellos protegían enal­tece la victoria de Asiría. Desde el punto de vista de Isaías, en cambio, la referencia es una crítica a los ídolos, incapaces de defen­der sus propias ciudades. No será así con el Señor, que castigará a Asiría cuando ésta, su instrumento, haya concluido la obra de pu­rificación (Is 10,12). Esta explicación en pro­sa parece el escrúpulo de un glosista, que no quiere dejar duda sobre el sentido del texto.

En el segundo discurso (Is 10,13-14) el rey de Asiría se jacta de su sabiduría e in­teligencia, capaz de cambiar los límites de los pueblos, de deponer sus reyes, y apode­rarse de sus riquezas. Is 10,15 es una re­flexión sapiencial sobre la ridicula pretensión del instrumento de rebelarse contra quien lo maneja, y sirve para introducir la procla­mación del castigo (Is 10,16-19). Es proba-

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ble que el texto esté alterado, y que se deba leer Is 10,18b entre Is 10,16 y 10,17. El cas­tigo es expresado con la imagen del fuego, al cual se refieren ocho términos: fuego idos ve­ces), abrasar, arder, extinguirse, llama, de­vorar, consumir. La primera imagen, la en­fermedad y fiebre enviadas contra el ejército invasor, lleva a la segunda: el Señor, san­tuario de su pueblo, es luz, pero se convier­te en fuego que destruye al enemigo, com­parado con un bosque del cual no quedan, después del incendio, sino unos cuantos ár­boles.

Is 10,5-19 parece haber inspirado los si­guientes cuatro textos del capítulo 10, rela­cionados con el primero.

10,20-23 Un resto volverá. La mención de los pocos árboles restantes (Is 10,19) ha facilitado el siguiente oráculo de consolación (Is 10,20-23), que pone de relieve los rasgos antagónicos del Resto. Por una parte el con­cepto positivo, el Resto santo de Israel que se apoya en el Dios fuerte (Is 10,20-21); por otra la conciencia de que "resto" significa que una gran parte de la población ha caído ba­jo el decreto de castigo (Is 10,22-23). Este concepto ambiguo de "resto" es el que había introducido ya Is 7,3-9.

10,24-27 Liberación respecto a Asiría. Este oráculo vuelve sobre el castigo de Asiría, pero ahora con la intención de consolar a Ju-dá. El bastón y la vara, que en Is 10,5 defi­nían a Asiría como instrumento en manos del Señor, son en Is 10,24 los símbolos del cas­tigo que aplica Asiría, contra la cual el Señor alzará su propio látigo (Is 10,26). El bastón in­troduce la referencia a dos acontecimientos paradigmáticos de la salvación, el cruce del mar en Egipto, y la victoria de Madián.

La mención de Madián, del peso sobre las espaldas y del yugo sobre el cuello recuerdan las imágenes de opresión de Is 9,3, a la cual pone término la entronización del nuevo rey.

10,28-32 Avance del invasor. Is 10,28-32 se refiere a una invasión enemiga, que avanza hacia Jerusalén. Con excepción de dos, todos los lugares geográficos mencio­

nados son identificables con relativa segu­ridad, y se sitúan en un orden general nor­te-sur, desde una distancia de 15 kms. al norte de Jerusalén. La enumeración quiere poner de relieve la rapidez de esta campaña militar que el contexto del capítulo parece atribuir a Asiría, aunque faltan los datos que permitan una segura identificación. Es difí­cil imaginar qué función podría tener aquí una mención de otra campaña, por ejemplo, de Aram o Efraín contra Judá.

10,33-34 La tala de Dios. La conclusión del capítulo retoma el motivo de los árboles elevados, imagen del poder, incapaces de substraerse al poder del Señor (véase Is 2,12-17).

11,1-9 Reinado del nuevo David. El ca­pítulo 11 está constituido por dos oráculos de consolación (Is 11,1-9+10-16) unidos por la referencia al tronco y a la raíz de Jesé. La mención del padre del rey David conecta la nueva monarquía con la antigua, pero esta­blece al mismo tiempo una cierta distancia con ella. Como si se anunciara una dinastía real de la misma dignidad de la davídica, pe­ro no dependiente de ella.

El primer oráculo está centrado en la fi­gura del nuevo rey, presentada con rasgos semejantes a los de Is 9,1-6. Aquí se habla explícitamente de la presencia del espíritu del Señor sobre el descendiente davídico, mien­tras Is 9 aludía solo a dicha presencia por la mención de Madián y su referencia implíci­ta al juez Gedeón (Jue 8-9), guiado por el es­píritu del Señor. Los dones de sabiduría, in­teligencia, consejo y fortaleza son los que ci­ta Prov 8,14; por medio de ellos reinan los reyes, juzgan los jueces, y se gobierna con justicia (Prov 8,15-16; Is 11,3-4). Isaías se detiene en describir los rasgos de la justicia del rey: no juzgará por apariencias o según la opinión de moda, y sobre todo procurará hacer justicia a los pobres y oprimidos. Re­vestido de justicia y fidelidad al Señor y a sus leyes, el rey es más poderoso que un guerrero, sus palabras y decisiones son más eficaces que una espada para la destrucción de los violentos e impíos.

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La descripción de este feliz reinado con­cluye con la visión de una naturaleza reno­vada, donde hasta los animales de suyo ene­migos conviven pacíficamente, sometidos a la raza humana representada por un niño que los conduce. Una visión similar de pacto en­tre Dios y la naturaleza en favor del hombre ofrece Os 2,20, y retoma con lenguaje seme­jante Ez 34,25.28. Véase también Is 65,25.

11,10-16 Retorno de los desterrados. En el segundo oráculo (Is 11,10-16) el inte­rés se pone en la reunión de los israelitas dispersos por las naciones, atraídos por un estandarte que es el descendiente de Jesé (véase Is 66,19-20), y en el fin de la ene­mistad entre Judá y Efraín (Israel del Norte). Contrasta con esta imagen de pacificación la pretensión de reconstituir el gran reino de David, sometiendo una vez más, violenta­mente, las naciones vecinas (Edom, Moab, Amón y los filisteos). La dificultad de olvidar las injusticias sufridas lleva también a Israel a una actitud de injusticia, que abre la puer­ta a una nueva cadena de violentas reac­ciones. Los temas del retorno concebido co­mo un nuevo éxodo, y del camino abierto pa­ra los exiliados (temas que recuerdan textos del Segundo Isaías y de Is 35) así como la mención de los países de residencia de los is­raelitas dispersos, sugieren una fecha bas­tante tardía para este oráculo, posterior al gran exilio del año 587-586 a. C. El conjun­to de la profecía de Isaías es más respetuo­sa con los derechos de las otras naciones de cuanto lo sean los escritos postexílicos.

12,1-6 Cántico al Dios salvador. Con es­te capítulo concluye la primera sección del li­bro de Isaías (Is 1-12). El texto es una exhor­tación para que la comunidad alabe a Dios, que constituye en sí misma una alabanza y cita o evoca otros textos líricos, en particu­lar salmos. Ha sido introducido aquí tal vez porque la salida de Egipto y el cruce del mar mencionados en Is 11,15-16 llevaba natu­ralmente a pensar en el cántico del mar (Ex 15,lss). Is 12,2 cita en efecto Ex 15,2, reto­mado por Sal 118,14. El texto se articula en

dos partes, marcadas por la expresión Diréis I diréis en aquel día. "Aquel día" indica fre­cuentemente el día de la manifestación del Señor y parece aludir de modo concreto a la manifestación anunciada en Is 11,10.11.

Is 12,1-3 se refiere a los motivos de la ala­banza: el Señor ha retirado su cólera, su ira se ha calmado, expresión que suena como una respuesta a la pregunta angustiosa de Sal 79,5; 85,6: ¿hasta cuándo, Señor? ¿Es que vas a estar siempre airado con nosotros? o de Is 6,11. Con esta seguridad, el cantor puede entonces proclamar la salvación del Señor.

Mi fuerza y mí alegría (o "mi canto") es el Señor (Is 12,2) ha sufrido numerosos inten­tos de corrección, con recurso a textos pa­ralelos de la literatura del Antiguo Oriente. Parece en efecto que junto a "fuerza" una pa­labra como "centinela" establecería un pa­ralelo mejor. Pero en los salmos el reconoci­miento del poder del Señor está estrecha­mente vinculado a la alabanza (Sal 59,17). Decir que el Señor es "mi canto" es afirmar que él es el motivo de la alabanza, y que la alabanza no es sino el reconocimiento de su salvación. Como si Dios mismo cantara su alabanza por la voz del salmista. Is 12,3 crea una imagen que no tiene paralelo en el An­tiguo Testamento, cuando modifica la ex­presión habitual "sacar agua de las fuentes" con la referencia a la salvación.

La segunda parte del canto es un himno imperativo, donde un cantor se dirige a un grupo que debe exhortar a la comunidad al canto y a la alabanza. En esta parte desa­parece cualquier referencia a la comunidad misma, para concentrarse en la manifesta­ción de la acción salvífica del Señor, a la cual se refieren casi todos los verbos (agradecer, invocar, proclamar pregonar, cantar). Esta inesperada conclusión hímnica de la prime­ra sección del libro de Isaías pone de relie­ve la conciencia que tenían los redactores de la Sagrada Escritura, ya en el momento mis­mo de la composición del libro, de que los textos sagrados no tenían otra finalidad que confrontar a la comunidad que los leía o es­cuchaba con la palabra de Dios, para exci­tar su alabanza.

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ISAÍAS 13

n ORÁCULOS CONTRA LAS NACIONES

(13,1-23,18)

13,1-22 Contra Babilonia. Con este ca­pítulo comienza una nueva sección del libro de Isaías, que llega hasta el capítulo 23. Es­tá constituida por oráculos dirigidos en su mayor parte contra diferentes pueblos. La presencia de un nuevo epígrafe (Is 13,1), que se suma a los de los capítulos 1 y 2 y que por tercera vez menciona como autor a Isaías, hi­jo de Amos, sugiere que Is 13,1 puede haber sido el comienzo de toda una colección de textos atribuidos a Isaías, que se refieren a las demás naciones y fueron recogidos de modo independiente, antes de integrarse con los otros capítulos. El término hebreo tra­ducido aquí como "oráculo" se repite al co­mienzo de los capítulos 15, 17, 19, 21, 22 y 23, pero no es utilizado fuera de esta sección, ni en textos atribuidos con seguridad al pro­feta del siglo VIII.

Is 13,2-22 está constituido por dos sec­ciones, que no se relacionan entre sí de mo­do estrecho. Is 13,2-16, presenta múltiples semejanzas con J r 6,22-24; J l 2,1-10 y Sof 1,7.14-16; 2,1-2, alguna de ellas comunes también con otros textos. Pero tanto Jere­mías como Sofonías ofrecen textos más ori­ginales que el de Isaías, que parece una ver­dadera "composición" en base a otros textos precedentes.

Después de una solemne convocación a un ejército (Is 13,2-5) que el Señor, como "Dios de los ejércitos", elige y pone a sus propias órdenes, se describen los efectos de su veni­da contra "toda la tierra" (Is 13,5) más bien que contra "todo el país". Expresiones como pediré cuentas al mundo (Is 13,11), "cielo y tierra", "hombre", "humanidad", indican que no se trata de un castigo concreto contra un pueblo. Es cierto que la expresión puertas de los nobles (Is 13,2), que existe también en la literatura babilónica, podría aludir a Babilo­nia; pero la descripción de la destrucción de la tierra y sus habitantes con el vocabulario del día del Señor (Is 13,6.9), un vocabulario que incluye catástrofes cósmicas (Is 13,10), hace pensar más bien en un castigo que afec­

ta a todo el mundo. Los déspotas o tiranos (Is 13,11) significan siempre en Isaías (Is 25,3.4. 5; 29,5) una nación poderosa o la muche­dumbre de las naciones que marchan contra Israel o Jerusalén, pero no individuos parti­culares. El Señor saldrá entonces en defen­sa de los derechos de su pueblo. El terrible pueblo del norte que Jeremías describía co­mo castigo para Judá, es ahora quien casti­ga a los opresores de Israel.

La segunda parte del texto (Is 13,17-22) ejemplifica con una situación concreta el cas­tigo descrito: el pueblo castigado es Babilo­nia, y el instrumento del castigo son los me-dos. Si el autor simplemente confunde a los medos con los persas, el texto podría ser de la segunda mitad del siglo VI a. C , cuando Ciro se apresta a conquistar la Mesopotamia (véase Is 45,1). Más hipotético es suponer que el texto sea del siglo VIII a. C , y que con Babilonia se quiera aludir a Asiría, que tu­vo efectivamente conflictos con los medos. Pero en el siglo VIII a. C. los medos estaban aún en período de organización.

Típico del lenguaje apocalíptico es el voca­bulario que describe la desolación del país vencido (Is 13,20-22).

El texto contrapone el ejército del Señor (los convocados para la guerra santa) y los "tiranos-déspotas", pueblos que se alian con­tra Jerusalén. Is 13,17-22 no aludiría a una concreta situación histórica, sino que sería una ejemplificación válida para todos los pueblos. Babilonia es el enemigo tipo y los medos son el concreto instrumento de la sal­vación, como lo había sido antes Asiria con­tra Efraín y Siria (Is 10).

Este tipo de teología, que procura identi­ficar quién es concretamente el aliado del Se­ñor y quién el enemigo que debe ser des­truido, nos resulta hoy difícil de aceptar. Con una mayor sensibilidad hacia la dificultad de determinar las motivaciones que guían el or­den político, y por tanto de entrever quién está "de la parte de Dios", y con la experien­cia de numerosos errores político-religiosos en la apreciación de la función histórica de cada pueblo y de cada hecho, nos hemos he­cho más prudentes para determinar las res­ponsabilidades. El texto inspirado quiere tam-

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ISAÍAS 14

bien llamar nuestra atención sobre estas ambigüedades.

14,1-2 Vuelta del destierro. En oposi­ción a Is 13,18, que hablaba de la falta de misericordia del enemigo, Is 14,1 declara que el Señor sí tendrá misericordia de su pueblo. Y en contraposición al capítulo 13, cuyo in­terés era el castigo de una nación designa­da como "Babilonia", ahora el interés se cen­tra sobre Israel. La relación de Israel con las naciones parece por una parte armoniosa. Las naciones ayudarían a Israel a retornar a su tierra (véase Is 60,4; 66,20). Por otra par­te, Israel reacciona esclavizando a las na­ciones que lo ayudan (véase Is 61,5-6). Hay que pensar que "unirse" (Is 14,1) no descri­be una actitud positiva, sino la actitud in­teresada de las naciones que viendo el cam­bio de destino de Israel procuran asociarse a él para obtener algún beneficio. El autor del texto justifica así la reacción de Israel, que esclaviza a estos falsos compañeros de viaje. El texto se relaciona con una formu­lación semejante de Zac 2,14-16 que, sin embargo, habla de modo explícito de la cons­titución de un único pueblo, y también con Lv 25,44-46 que establece que Israel no de­be hacer esclavos a los miembros de su pue­blo, sino sólo a los extranjeros.

14,3-23 Sátira contra el rey de Babilo­nia. Is 14,3-4a retoma algunos de los tér­minos de Is 14,1-2 (establecer, hacer repo­sar, opresión) para introducir una elegía sa­tírica (Is 14,4b-20) dirigida contra el rey de Babilonia. Este género literario aparece tam­bién en otros lugares del Antiguo Testamen­to, como Is 37,22-29 o Nm 21,27-30. Sus ca­racterísticas son: un ritmo métrico preciso; la introducción del tema por medio de una pregunta retórica o de una exclamación (Is 14,4b), que pone de relieve la admiración que causa el presente estado de una perso­na o nación que en otro tiempo fuera pode­rosa; y finalmente la oposición entre el es­tadio precedente y el estadio actual de esa persona o nación. La elegía, género propio de la lamentación por una persona muerta y querida, se aplica ahora a una nación re­

presentada por su rey, y no excita senti­mientos de compasión, sino de alegría fren­te a la destrucción política de un enemigo que ha hecho sufrir y ahora paga sus culpas.

La elegía incluye diferentes expresiones y motivos que se encuentran también en otros textos de Isaías en particular, o del Antiguo Testamento en general: la imagen en para­lelo del bastón de los malvados y del cetro de los déspotas (Is 14,5-6; véase Is 9,3; 10,5.15. 24; 30,32); la mención de la morada divina (Is 14,13, literalmente "las profundidades del Zafón", montaña de Siria que el Sal 48,3 identifica con el monte Sión para hacer el elogio de la ciudad del Señor); los nombres divinos pre-israelitas Dios altísimo (Is 14,14), que juntos o separados se encuentran tam­bién en los salmos y en Gn 14,22. Otras ex­presiones como lucero del alba (Is 14,12, li­teralmente "Helal, hijo de la aurora") no tie­nen equivalente en el Antiguo Testamento pero sí en la literatura del Antiguo Oriente. También Ez 28 menciona la pretensión del rey de Tiro de querer equipararse a Dios por su sabiduría, poder y riqueza.

La elegía sobre este rey de Babilonia, que ha querido equipararse con Dios estable­ciendo su trono en la asamblea de los dioses (Is 14,12-14) y que hacía temblar la tierra de temor (Is 14,16), tiene un eco evidente en la descripción que hace Ez 32,18-32 de la caí­da del faraón y de su gente, recibidos ahora en las profundidades del abismo, pero no en­tre aquellos que han muerto gloriosamente, sino entre los que murieron con infamia.

Si el autor de este texto no es el profeta del siglo VIII a. C , sino un autor del siglo VI a. C. que escribe bajo la autoridad del nom­bre de Isaías, es verosímil que quiera des­cribir el castigo y destrucción de Babilonia, de la cual no quedará ni apellido ni posteri­dad, niprogenie niprole (Is 14,22), tal vez en la vigilia de su caída como gran imperio.

Pero en todo caso, el empleo de motivos e imágenes de amplia significación y resonan­cia en el mundo antiguo da a la composición un valor paradigmático. El objeto de la con­denación son las potencias de este mundo, también las potencias políticas aparente­mente intangibles, cuya caída es tanto más

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resonante cuanto más grande era su pre­tensión de establecer un poder definitivo.

14,24-27 Contra Asiría. Este oráculo con­tra Asiría carece del vuelo lírico del oráculo contra Babilonia. El lenguaje tiene la preci­sión teológica de las composiciones de Isaías, como lo manifiesta la triple mención de la "decisión" del Señor, que se cumple inexo­rablemente (un tema predilecto de Isaías), así como la doble repetición de Señor todo­poderoso (Is 24,27) y de la mano extendida (Is 14,26.27; se recuerde el estribillo en Is 5.25+9,7-10,4).

14,28-32 Contra Filistea. El oráculo con­tra el país filisteo (Is 14,28-32) retoma tam­bién el vocabulario y temas de Isaías: el bas­tón del castigo, la estabilidad del monte Sión que sirve de protección para quienes se re­fugian en él, y el tema del Resto. La mención de los pobres que se apacientan en las pra­deras del Señor (Is 14,30) es, sin embargo, más propia del lenguaje de la segunda par­te del libro de Isaías; y la mención del ene­migo que viene del norte es típica de Jere­mías. El texto está estructurado por medio de la contraposición de la raíz que continúa dando sus frutos (Judá) -aunque esos frutos sean de violencia- y la raíz que se extingue, es decir, el pueblo filisteo.

15,1-9 El luto de Moab. Los capítulos 15-16 de Isaías se refieren a Moab, uno de los pueblos vecinos de la TransJordania, cu­ya historia, como la de Edom y la de Amón, se entrecruza permanentemente con la de Is­rael. La proximidad geográfica, histórica y según la tradición popular también étnica, hace que los oráculos contra estos tres pue­blos tengan un carácter particular, diferen­te de los oráculos contra Asiria, Egipto, Ba­bilonia o el país filisteo.

Is 15 es una lamentación sobre Moab, más bien que un oráculo contra él. Aunque los que se lamentan sean -comprensible­mente- los habitantes mismos de Moab, y no sus vecinos de Israel, sin embargo el texto asume más bien el color del dolor compar­tido que el del anuncio de castigo o, menos

aún, la alegría frente al castigo recibido por un enemigo.

La lamentación está estructurada por la mención de diferentes lugares geográficos de Moab (ciudades, montañas y ríos), de cuyos habitantes se describe el dolor y los gestos de duelo. Llanto, lamentación, lágrimas, ge­midos, clamor, gritos, alaridos, son los tér­minos que aparecen en casi cada estrofa y crean el sentimiento de la composición. La descripción de Moab desde el punto de vis­ta de sus habitantes crea un ambiente de compasión, ausente en otros oráculos con­tra naciones enemigas. Es expresivo en par­ticular Is 15,5, mi corazón gime por Moab. Obviamente, el personaje que habla en este verso no se identifica con el de Is 15,9 aña­diré males a Dimón, les mandaré un león a los supervivientes de Moab.

16,1-14 Moab acude a Judá. Lamenta­ción por Moab. Si este capítulo no mani­fiesta exactamente compasión hacia Moab, expresa en cambio la preocupación de en­contrar una solución para sus males (Is 16,1-5). Esta solución se entrevé en la bús­queda de ayuda en Israel, al cual se consi­dera un país fuerte (sé tú un refugio frente al devastador, Is 16,4). El enemigo no es por tanto Israel, sino un tercero.

Israel no responde con comprensión, sino reprochando a Moab su antigua soberbia e in­solencia (Is 16,6), causa de todos los males que ahora (justamente, en el pensamiento del autor del oráculo) afligen a Moab (Is 16,7-8). No obstante, hay todavía una compasión que se expresa en Is 16,9. La descripción del fin de la alegría de un país que ya no vendimia evoca Is 24,7-13. El texto concluye con un re­proche más sobre los cultos idolátricos e inú­tiles de Moab (Is 16,12) y un nuevo anuncio de castigo (Is 16,13-14), compensado en par­te con el anuncio de un pequeño resto que, semejante al Resto de Israel, podrá sobrevivir.

17,1-3 Damasco desaparecerá. Este ca­pítulo reúne cuatro unidades textuales he­terogéneas, que no desarrollan un tema úni­co, sino que están unidas por el pensamien­to general del castigo de los enemigos de

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Judá y de la supervivencia de éste, aunque deba atravesar aún tiempos difíciles por su falta de fidelidad al Dios Salvador.

La base del capítulo es un oráculo dirigi­do contra Damasco (Is 17,1-3), que recurre al tema tradicional de la ciudad convertida en pastizales y concluye con la expresión Oráculo del Señor todopoderoso. La mención de Efraín (Israel del Norte) junto con Da­masco en Is 17,3 permite suponer que am­bas naciones son condenadas en el contex­to de la guerra en la cual Siria y Efraín se aliaron contra Judá (véase Is 7).

17,4-11 Destino futuro de Judá. Al oráculo sobre Damasco se añaden tres previsiones para el futuro de Judá (Is 17,4-11) que co­mienzan con la expresión aquel día (Is 17,4. 7.9). La primera de ellas (Is 17,4-6) describe con dos imágenes agrícolas la ruina de Ja­cob, del cual quedará tan poco en pie como quedan pocas espigas después de la siega, o pocas aceitunas después del vareo de los oli­vos. La esperanza se expresa con las mismas imágenes. Un "resto" quedará sin embargo como superviviente. Aunque el texto habla de Jacob, que es una manera amplia de desig­nar a Israel en particular desde el punto de vista religioso, la alusión a los supervivien­tes hace pensar en Judá (recuérdese Is 4). El oráculo concluye también con la fórmu­la Oráculo del Señor, Dios de Israel

La segunda previsión (Is 17,7-8) anuncia el final de la idolatría (altares hechos con las propias manos, imágenes sagradas y piedras votivas). Después del castigo la gente volve­rá su mirada al Santo de Israel, su Hacedor.

En contraposición a ese anuncio, Is 17,9-11 vuelve sobre el castigo de Judá, conse­cuencia de haber olvidado al Dios en el cual debía buscar su salvación. La imagen de Is 17,10-11 contrapone el fruto fácil de los cul­tos extranjeros, que produce una inmedia­ta satisfacción, a la solidez de una verda­dera cosecha, que en cambio se pierde pa­ra siempre.

17,12-14 Invasor efímero. El capítulo concluye con la mención de naciones fuertes y numerosas que amenazan al pueblo del

Señor. Como los temores de la noche y como las tropas del faraón que perseguían al pue­blo hebreo, causando el horror en las tinie­blas, así desaparecen en la mañana los ene­migos ante la amenaza del Señor (véase Ex 14,14).

18,1-7 Contra Etiopía. Este capítulo es un expresivo ejemplo del tipo de reflexión teológica que el profeta Isaías desarrolla a partir de los hechos históricos.

Probablemente hacia el 705 a. C , aprove­chando la muerte de Sargón II de Asiría, el fa­raón Sabaka, de origen etíope y perteneciente a la XXV dinastía egipcia, procura organizar una gran coalición para debilitar definitiva­mente el imperio asirio. Con este motivo en­vía sus embajadores a los países vecinos, probablemente también a Judá. Encabezado por un "Ay", que define los textos de lamen­tación, el oráculo se dirige a los mensajeros del faraón, "etíopes", anunciando la suerte que espera al país a causa de la coalición que organiza.

Marchad, en Is 18,2, parece una exhor­tación desde el punto de vista de la gente de Judá ("marchaos" de vuelta a vuestra tierra). Los mensajeros se identifican así con la ra­za de gente esbelta y bronceada, que en la antigüedad tenía fama de ser la más bella del mundo (Herodoto III, 20).

A partir de Is 18,3, sin embargo, el desti­natario del oráculo que el profeta ha recibi­do incluye a todos los habitantes del país y de la tierra, convocados como espectadores de la guerra que se va a desencadenar. El profeta asume él mismo la palabra del Señor y la función de espectador. Las imágenes de Is 18,4 sugieren de modo confuso la situa­ción del mediodía caluroso, cuando el re­verbero del sol sobre los campos produce la impresión de completa inmovilidad. La men­ción de la lluvia pone de relieve el bochorno de la estación de la siega. Desde esta posi­ción de inmovilidad y seguridad que produ­ce el apoyarse en el Señor (recuérdese el con­sejo de Isaías al rey Ajaz en Is 7,4) el profe­ta percibe que hay un tiempo para cada cosa, como el tiempo previsto para las ope­raciones de la vendimia (recuérdese la ima-

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gen vegetal de Is 28,23-29 sobre el mismo te­ma). La poda de los sarmientos arrojados por el campo sugiere también la imagen del cam­po de batalla cubierto de cadáveres. La ima­gen evoca la realidad, sin terminar de expli-citarla. No son los sarmientos de la vid los que quedan abandonados a las aves y bes­tias de rapiña, sino los cadáveres humanos. La sucesión de un verano y un invierno es el tiempo requerido para concluir la macabra operación de devorarlos.

Is 18,7 retoma literalmente la descripción inicial del pueblo esbelto y bronceado, pero modifica completamente el tema. No puede pertenecer por tanto a la misma unidad tex­tual, sino que parece una glosa de un autor muy posterior, que anuncia también para la nación etíope su conversión al Dios de Israel, en la línea de los anuncios de Is 60 y 62.

19,1-15 Contra Egipto. Is 19,1-15 es un oráculo contra el Egipto, cuyo nombre apa­rece trece veces. Tiene forma de tríptico y la primera escena (Is 19,1-4), que concluye con la fórmula Oráculo del Señor Todopoderoso, describe los efectos de la "entrada" del Señor en Egipto: los ídolos se llenan de temor y los hombres se confunden en una lucha fratri­cida sin que hechiceros, nigromantes o adi­vinos puedan ayudarlos de ningún modo. Caen así bajo el dominio de un rey extran­jero, tal vez Sargón II de Asiria o bien Sena-querib.

La segunda escena (Is 19,5-10) describe los efectos de la presencia punitiva del Señor sobre la naturaleza: sequía del Mar Rojo, del Xilo y de los canales y, como consecuencia, aridez de la tierra. Los pescadores y los tra­bajadores de la tierra, que viven del cultivo y la elaboración del lino, gimen y se afligen.

La tercera escena (Is 19,11-14) atribuye to­da la desgracia a la insensatez de príncipes y consejeros, que han pretendido actuar sa­biamente y han conducido el país a la ruina. Tres veces resuena la palabra "sabios, sabi­duría" y otras tres "consejo, aconsejar, deci­sión" (Is 19,11-12), que hace eco a los "planes" de Is 19,3 (la misma raíz en hebreo para am­bos términos). Los sabios son puestos al mis­mo nivel de los hechiceros, nigromantes y adi­

vinos del primer cuadro, y contrapuestos a los "planes del Señor" (Is 19,12), los únicos que se cumplen. Como consecuencia de la falta de guías, Egipto entero se tambalea (la raíz verbal se repite tres veces en Is 19,13-14). El resultado final es la decadencia del país (Is 19,14). Cabeza y palmera representan, por una parte, a la gente importante; y por otra, cola y junco representan al pueblo sencillo (véase Is 9,13).

El texto evoca de diferentes maneras el re­lato de la opresión de los hebreos en el Egip­to de las plagas y de la liberación. Ya la lle­gada del Señor sobre una nube ligera hace pensar en la columna de nube que guiaba al pueblo de Israel por el desierto. La lucha fra­tricida recuerda el paso del exterminador. El culto de sus ídolos, y la consulta a magos, adivinos y consejeros no ayudan ahora a Egipto más que cuanto lo habían ayudado en los tiempos de Moisés. El mar que se había secado para permitir el paso de los hebreos, se seca ahora para castigar a los egipcios. La falta de agua hace pensar en la contamina­ción del agua por la sangre en Ex 7,14-24; la destrucción de las fuentes de alimentación y trabajo evoca la peste que destruía el gana­do en Ex 9,1-7 y las langostas que devoraban los cultivos en Ex 10,1-15. El gemido de los pescadores recuerda los gemidos del pueblo hebreo oprimido que se elevaban hasta el Se­ñor y lo movían a intervenir. Y así como los hebreos habían estado sometidos a un faraón poderoso y sin misericordia, así ahora los egipcios son entregados a un amo implacable, a un rey cruel (Is 19,4).

Como en otros textos, Isaías vuelve aquí sobre el tema del comprender los planes del Señor y adaptarse a ellos. Y lo mismo que sucede en Is 3, con el cual este texto tiene varias semejanzas, también aquí la respon­sabilidad de la situación de desgracia en la cual se encuentra el pueblo es atribuida a la falta de responsabilidad y buen sentido de sus guías-ciegos, guías de ciegos.

La falta de toda precisión histórica que po­sibilite entrever cuál es la culpa de Egipto que requiere tal castigo, y por otra parte la precisa elaboración teológica de Is 19,1-15, permiten preguntarse si este texto, que equi-

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para los sufrimientos de Egipto a los de Is­rael, no es la preparación para introducir el texto siguiente, Is 19,16-25, donde Egipto aparece como compañero no solo de los su­frimientos, sino también de la fe de Israel. Los sufrimientos comunes, aunque por ra­zones diferentes y en diferentes momentos de la historia, permiten que los pueblos se hermanen en la adoración del único Dios.

19,16-25 Conversión de Egipto y de Asiría. Is 19,16-25 está amalgamado por la séxtuple repetición de la fórmula: Aquel dio, que la literatura profética utiliza frecuente­mente para colocar textos diferentes, y a ve­ces también concepciones diferentes, bajo un tema central.

Cuatro son los personajes que aparecen en esta sección: Egipto, del cual se habla en todos los versos; Judá, mencionado sola­mente una vez en Is 19,16; Asiria, presente en Is 19,23-25, e Israel, mencionado en Is 19,24-25.

El texto comienza aún con sentimientos despectivos hacia Egipto, que se estremece de terror delante de Judá (Is 19,16-17). Es­tos dos versos parecerían una reflexión en prosa sobre el texto anterior, acentuando la enemistad entre Judá y Egipto, y sin tener en cuenta su posible sentido teológico, al cual hemos aludido antes.

Pero a partir de Is 19,18 cambia comple­tamente el tono (y tal vez el autor) del texto: se constata ahora un progresivo acercamiento entre Egipto y Canaán. Egipto comienza a hablar la lengua de éste, construye un altar y levanta una piedra conmemorativa (estela) en honor del Señor, Dios de Israel, y se con­vierte completamente a su culto. Así como el Señor se había manifestado a Israel en Egip­to en medio de sus sufrimientos, así ahora se manifiesta a Egipto, purificado por sus pro­pios sufrimientos. La semejanza entre la sal­vación experimentada por Israel y la anun­ciada a Egipto, se manifiesta también en la formulación cuando al verse oprimidos cla­men al Señor, él les enviará un salvador que los defienda y los libere (comparar Ex 3,7-10). El comienzo de Is 19,22, sin embargo, no disimula un resto de enemistad hacia los

egipcios, para los cuales se anuncia un du­ro castigo.

Pero la reconciliación no solamente al­canza a Egipto, sino también a Asiria. La alianza entre ambos no es ahora para la des­trucción de enemigos comunes, sino para adorar conjuntamente al único Dios. En es­ta reconciliación Israel es "el tercero" (como dice literalmente el hebreo) que recibe, jun­to con Egipto y Asiria, una bendición que no establece diferencias: mi pueblo-mi obra-mi heredad.

20,1-6 Anuncio de la derrota de Egipto. El breve capítulo 20 concluye la sección de oráculos contra Egipto que había comenza­do en el capítulo 18.

La amenaza es ilustrada por un gesto pro-féüco, semejante a los que se encuentran en Ez 3-4 ó J r 13. Bajo la orden del Señor, el profeta Isaías había recorrido sin sayal y descalzo durante tres años, el tiempo que duró la crisis militar en torno a Asdod, las calles de Jerusalén. De este modo anuncia­ba a Judá el castigo que se cernía sobre Egipto cuyos jóvenes y ancianos serían de­portados desnudos a Asiria.

Egipto, bajo el gobierno del faraón de ori­gen etíope Sabaka, al cual aludía también el capítulo 18, había pretendido ayudar en el año 711 a. C. a Asdod, nación filistea de la costa. Esta, tras rechazar el rey impuesto por Sargón de Asiria, se había empeñado en or­ganizar una coalición contra Asiria. La coa­lición no tuvo éxito y Asdod fue duramente castigada. Un castigo igualmente duro anun­cia Isaías contra Egipto, desanimando así a Judá -que alimentaba peligrosas esperanzas-de unirse a coaliciones contra Asiria.

21,1-10 Caída de Babilonia. Este oráculo o proclamación anuncia la caída de Babilo­nia como si ya hubiese ocurrido -y tal vez, de hecho, ya había ocurrido-. Aunque no sería imposible que el texto se refiriera a un ata­que contra Babilonia por parte de Asiria, ba­jo el rey Sargón hacia el 710 a. C , y por tan­to en el tiempo de Isaías, sin embargo algu­nos particulares del estilo hacen pensar más bien en la caída definitiva bajo los persas. La

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mención de medos y elamitas en Is 21,2 se justifica también en este período como alia­dos de los persas.

El oráculo llama literalmente a Babilonia en hebreo "Desierto del Mar" (Is 21,1a), título que corresponde al de "rey del país del mar" que se asignaba al rey de Babilonia.

El oráculo está compuesto de dos escenas diferentes (Is 21,1-5 y 21,6-10), la segunda de las cuales se situaría, en una lectura realista, antes de la primera. El profeta-vidente (Is 21,2 habla de una dura uisión) establece u n vigía para anunciar las noticias que reciba (Is 21,6). El vigía, desde su puesto (Is 21,8), per­cibe, como le ha sido anunciado, la llegada de jinetes mensajeros que anuncian la caída de Babilonia y la destrucción de sus ídolos (Is 21,9). Pero ya antes de esta comunicación, el vidente mismo había entrevisto la llegada contra Babilonia de los terribles ejércitos ene­migos. El traidor traicionado se refiere a Ba­bilonia, que había actuado ambiguamente frente a Asiría, y ahora recibe su castigo de un nuevo imperio surgente, los persas, asis­tidos por medos y elamitas. Is 21,5 alude a la situación que la tradición histórica ha tras­mitido como el momento de la caída de Ba­bilonia, en medio de grandes celebraciones (véase Dn 5; y la historia de Herodoto).

El oráculo incluye dos referencias a la si­tuación del pueblo hebreo en el exilio de Ba­bilonia: una al principio del oráculo (Is 21,2) en la que se celebra el hecho de que los de­portados pueden cesar de lamentarse, y otra en la conclusión del oráculo (Is 21,10) que anuncia el fin de sus sufrimientos al pueblo, por largo tiempo sometido a la "trilla" (cas­tigo) del Señor.

Tanto la imagen del vigía que reemplaza al profeta en el anuncio de las buenas noticias (comparar con Is 52,7-12), como la mención de las estatuas de los dioses destruidas y dispersas, nos ponen en el ambiente del Se­gundo Isaías.

21,11-12 Sobre Duma. La brevedad de este sugestivo oráculo contra Duma no per­mite una fácil interpretación. Duma era un oasis en Arabia del Norte al este de Seir, montaña que designa el país de Edom, así

como el monte Sión designa a Judá. A un vi­gía establecido en Duma, puesto de avan­zada, se le manda un mensaje preguntando sobre la situación, frente a posibles enemi­gos del este. La noche es siempre signo y ocasión de peligro. El centinela responde si­bilinamente: pasará la noche y llegará la ma­ñana con sus esperanzas. Pero hay que sa­ber que después vuelve otra vez la noche con sus temores. No es posible tener una com­pleta seguridad cuando uno pone sus espe­ranzas en las tácticas militares. La imagen del vigía aparecía ya en el texto precedente, si bien con un término distinto.

21,13-17 Sobre Arabia. El oráculo sobre los pueblos de la Arabia (Is 21,13-17) esta­blece una contraposición entre los fuertes guerreros y experimentados arqueros de Ca-dar por una parte, y dos grupos pacíficos por otra, a saber los habitantes de Didán, nó­madas de la región de Ela (véase Gn 10,7), fugitivos de guerra, y los habitantes de Te­ma, que los ayudan. Cadar y Tema aparecen como descendientes de Ismael, y por tanto de Abrahán, en la genealogía de Gn 25,13. 15. Como el castigo toca solamente a los de Cadar (Is 21,16-17), el oráculo parece refe­rirse a luchas internas de los grupos de la Arabia, más bien que a una campaña de un enemigo extranjero, como habría sido la del último rey de Babilonia, Nabonidas, hacia el año 552 a. C , el cual habría sometido y des­truido todo el país.

22,1-14 Contra la euforia de Jerusalén. Is 22,1-14 es un texto que pertenece proba­blemente al período de la crisis provocada por Senaquerib, en el año 701 a. C , cuan­do este rey asirio renunció a apoderarse de Jerusalén, pero redujo en la práctica el rei­no de Judá a la capital, enseñoreándose del resto del país.

El texto coincide con referencias históricas que conocemos por otras fuentes: la partici­pación de otros pueblos que se alian con Asi­ría en el ataque a Jerusalén, las obras de de­fensa de la ciudad (véase Is 7,2), la liberación provisoria, las injustificadas celebraciones de la liberación, con generoso dispendio de co-

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mida y bebida a pesar de las circunstancias. El texto tiene también algunos puntos de con­tacto con Is 1,4-9.21-26, y en particular el to­no de lamentación. Como en Is 1,10-17, tam­bién aquí se da una gran importancia a la res­ponsabilidad de las autoridades (Is 21,3).

Como lo indica la abundancia del vocabu­lario militar: arcos, aljaba, escudos, carros, ji­netes, armamentos, arsenal, muros, al cual se suman los nombres de pueblos y de lugares geográficos (Elam, Quir), este texto es la des­cripción de una acción de guerra, presentada de un modo particular.

Is 21,1-5 describe la situación actual de la ciudad, que, no obstante haber sufrido una catástrofe, como sugiere la mención de la fu­ga, la muerte y la prisión de muchos, se de­dica despreocupadamente a una celebración. El profeta expresa su lamentación, que con­cluye reconociendo la acción del Señor en los acontecimientos mencionados.

Is 21,6-1 la se remonta a la historia del ataque, y describe la participación de dos pueblos, Elam y Quir, en el asedio de la ciu­dad. Estos despliegan sus fuerzas en el valle vecino a Jerusalén, llegando hasta las puer­tas mismas de la ciudad. Las autoridades de Jerusalén reaccionan con múltiples prepa­rativos: fortificación de las murallas, cons­trucción de reservas de agua, provisión de armas.

Is 21,1 Ib-14 devuelve al lector al momento presente. El Señor había invitado, también por medio del profeta, a la lamentación y al duelo, pero la ciudad continúa con sus fies­tas y celebraciones. Is 21,14 concluye con la amenaza terrible de la total destrucción.

En conjunto, pues, el texto es un recorri­do del presente, pasando por dos referencias al pasado en orden cronológico inverso: el asalto de la ciudad primero, los preparativos para evitarlo luego.

El punto sobre el cual el profeta insiste es por una parte la insensibilidad de la pobla­ción de Jerusalén frente al sufrimiento de sus compatriotas sometidos, y por otra la in­capacidad de reconocer el sentido de cuan­to está ocurriendo en el país. Mientras se pueda comer y beber el pueblo se declara sa­tisfecho, entregándose así a un inmediatis-

mo irresponsable, incapaz de evaluar los he­chos con los cuales se confronta.

22,15-25 Contra Sobná, el mayordomo de palacio. Este pasaje se ocupa de un acon­tecimiento doméstico de la vida de palacio, y parece independiente del texto anterior. Pe­ro existe una semejanza entre los dos pasa­jes, lo que puede haber determinado la in­clusión del presente texto en este lugar de la profecía. Ambos textos reflejan la insensibi­lidad de quien se encuentra en una situación privilegiada, se aprovecha de ella para su be­neficio personal, y olvida las obligaciones ha­cia los demás que tal situación implica.

Sobná, un mayordomo de palacio (homó­nimo del escriba que aparece en 2 Re 18,18. 37), parece, por su nombre, u n funcionario de origen arameo que se ha construido una tumba en un lugar particularmente apre­ciado. De acuerdo a la cultura del mundo an­tiguo la posesión de tierras, aunque fuera la del sepulcro, aseguraba la pertenencia a un grupo nacional, y por consiguiente convali­daba todas las propiedades adquiridas. Isaías anuncia su deposición del cargo, su exilio y su muerte en tierra extranjera. Será subs­tituido por otro personaje, Eliaquín, al cual se confía el "poder de las llaves" del palacio (Is 22,22). Eliaquín es descrito con el elo­gioso título de padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá (Is 22,21) y apodado con el curioso mote de clavo (o "clavija"). La imagen sugiere en un primer momento la firmeza (Is 22,23). Pero un co­mentarista, que probablemente ha sabido del ulterior desarrollo de la actividad de Elia­quín, ha construido sobre la misma imagen una crítica a su venalidad: de ella "depen­den" todos sus familiares y herederos que aprovechan su posición para medrar. Elia­quín mismo, a causa del peso de cuantos dependen de él, caerá, y todos sus bienes se destrozarán.

23,1-18 Contra Tiro y Sidón. Is 23 está compuesto por dos oráculos relativos a Tiro (Is 23,1-14 y 23,15-18). Tiro es el puerto-ciu­dad, famoso en la antigüedad por su seguri­dad y riqueza. Sidón (mencionada en Is

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23,4.12) designa en este texto probablemen­te la región costera, y se utiliza como sinó­nimo de Tiro.

La dificultad de comprensión de Is 23,1-14 proviene de la presencia de diferentes per­sonajes que hablan unos a otros. Por una parte la palabra se dirige a los navios de co­mercio, llamados Navios de Tarsis por su ca­pacidad de navegar hasta remotos lugares. Tarsis era considerado en efecto el "Finís Te-rrae", la extremidad del mundo, hipotética­mente situada en España. La exclamación ¡Gritad [gemid] navios de Tarsis! Vuestro puer­to está destruido, al comienzo y al final de la composición, advierte a las naves que vienen del extremo del mundo que no encontrarán acogida en el otrora puerto famoso pues ya no existe. La noticia ha alcanzado a las na­ves a su partida de Chipre (Is 23,1), al co­menzar la última etapa de navegación.

El destinatario cambia inmediatamente y los versos 2-4 se dirigen a Tiro-Sidón, con­minándola al silencio y a la vergüenza al re­cordar, por una parte, su pasada grandeza y riqueza y, por otra, su actual destrucción (véase Is 23,7). La contraposición entre gran­deza pasada y desgracia presente es propia de las lamentaciones sobre naciones o per­sonas. Is 23,4 contiene una alusión simbó­lica o tal vez mítica al mar, considerado es­posa de Tiro-Sidón, que no le dará más hi­jos, condenándolo así a la esterilidad.

También es típico de estas lamentaciones (se puede comparar Ez 26-28) el convocar a otros pueblos como testigos de la decadencia y desgracia actual de una nación o ciudad. Esta vez el testigo es Egipto, antiguo aliado comercial y también militar en los conflictos con Asiría (por ejemplo en el 702-701 a. C) . Los egipcios se horrorizan de la noticia, y convocan a su vez a los habitantes de Tarsis a unirse a su lamentación.

La segunda parte de la composición se pregunta por el motivo de esta desgracia que ha ocurrido a Tiro. El verso central (Is 23,9) contiene la respuesta. El Señor todopodero­so que humilla a los grandes de la tierra ha tomado esta "decisión" (el término predilec­to del libro de Isaías para hablar del destino de las naciones). Y como prueba de esta

afirmación se cita el ejemplo de la destruc­ción del país de la costa (Fenicia-Canaán), y de los caldeos (Babilonia) sometidos por los Asirlos en el 703 a. C. La mención de Chipre se inserta en el mismo contexto de países so­metidos.

Is 23,15-18 constituye un texto diferente y extraño, que se refiere a una época diver­sa de la anterior. El texto, que no se puede atribuir al profeta Isaías, anuncia la res­tauración de Tiro después de 70 años. La re­ferencia es equivalente a los 70 años de so­metimiento de Jerusalén a Babilonia que anuncia J r 25,11. En nuestro caso, si se tie­ne en cuenta que Tiro cayó en poder de Na-bucodonosor en el 572 a. C , los 70 años lle­varían al tiempo de Darío I, que potenció nuevamente la flota fenicia para utilizarla en sus guerras contra los griegos. En todo ca­so esta restauración no es gloriosa. Es po­sible leer en el texto una alusión a Tiro co­mo una vieja prostituta que vuelve a su "su­cio negocio". Esto, sin embargo, no impide al autor del texto afirmar que las ganancias de su trcifico (literalmente "el salario de su pros­titución") servirán como ofrenda en el tem­plo (contra la ley de Dt 23,19) y para el sus­tento y vestido de los sacerdotes (los que ha­bitan ante el Señor).

m APOCALIPSIS DE ISAÍAS

(24,1-27,13)

24,1-6 La tierra quedará devastada. Con este capítulo comienza el así llamado "Apo­calipsis de Isaías", un título impreciso, ya que estos capítulos no tienen los rasgos pro­pios del género apocalíptico (sueños, visiones con explicaciones) que caracterizan por ejem­plo el libro de Daniel en el Antiguo Testa­mento y el libro del Apocalipsis en el Nuevo Testamento.

Los cuatro capítulos que constituyen es­ta sección no tienen una clara organización, de manera que los estudiosos han propues­to múltiples esquemas diversos. Un princi­pio de organización y lectura podría ser la distinción entre los textos donde se narra la

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intervención del Señor por sus obras o sus palabras, y los textos donde la atención se centra en las palabras del profeta o de la co­munidad (cánticos y oraciones) que reaccio­na frente a las obras y palabras del Señor. Con este principio formal procuraremos leer el conjunto de esta difícil sección.

La primera unidad (Is 24,1-6) es la des­cripción de la destrucción que amenaza al país. Siete veces se menciona la palabra tie­rra, que en hebreo como en castellano pue­de designar el mundo o el país. No es posi­ble determinar qué sentido prevalece. La mención de las categorías de personas que sufren hace pensar en un país concreto que, según la descripción de las culpas (trans­gresión de la ley, preceptos y la alianza), no puede ser otro que Israel. Pero no se exclu­ye una referencia cósmica en Is 24,4 que ha­bla del universo que se marchita, del cielo y la tierra que se resecan.

24,7-12 Ciudad desolada. En Is 24,7-12 el anuncio de una gran destrucción se con­centra en la descripción de una ciudad, apo­dada "ciudad del caos" (Is 24,10). La insis­tencia sobre las viñas recuerda Is 16,7-10, que elogiaba las viñas de las ciudades de Moab. Además, las dos palabras traducidas por ciudad (Is 24,10.12), y que en hebreo son distintas, sugieren los nombres propios de dos ciudades moabitas de Is 15,1 (Ary Quir). Moab, por lo demás, aparece imprevistamente en Is 25,10-12.

En todo caso las viñas son la alegría de la tierra en el cercano oriente (también Jeru-salén es designada como viña en Is 5,1-7). La agonía de una ciudad debe incluir los moti­vos tradicionales de la desaparición de las vi­ñas, y por tanto del vino, de las fiestas y de la alegría. Mosto, vino, bebidas, canciones, alegría y algazara son las palabras que ca­racterizan esta sección.

24,13-16a El resto aclamará al Señor. Is 24,13-16a retoma la imagen de la vid, pero ahora como un eco de Is 17,4-6 para indicar la supervivencia de unos pocos, como uvas que quedan después de la vendimia o como olivas que no cayeron con el vareo. Estos po­

cos supervivientes aclaman al Señor, desde el occidente (la costa del mar) hasta el orien­te (probablemente Babilonia) y hasta las is­las (del Mediterráneo).

24,16b-23 Juicio y destrucción. Este pasaje no puede ser la lógica continuación del texto precedente. Se confirma así la im­presión de que los capítulos de esta sección han reunido materiales heterogéneos.

En primera persona el profeta anuncia una catástrofe de proporciones universales. Los efectos cósmicos son la apertura de las compuertas del cielo (como en el diluvio: Gn 7,11), la conmoción y agrietamiento de la tie­rra (como en un terremoto), y el juicio con­tra los ejércitos celestiales (los astros pro­bablemente). A ellos se juntan los efectos históricos: el juicio contra los reyes de la tie­rra y su prisión.

El texto es fuertemente retórico, como se nota en la quíntuple repetición de "traición" y formas semejantes en Is 24,16. El texto de Is 24,17-18 está construido sobre una ali­teración ("terror, terraplén, trampa") y un "crescendo": quien se salva de un peligro cae en el siguiente. En Is 24,19-20 se repite por cuatro veces el recurso de emplear verbos y adverbios de la misma raíz para enfatizar el contenido, un recurso que las traducciones no pueden reflejar.

Con la afirmación del poder y del dominio como rey que el Señor ejerce sobre su ciudad y su montaña santa concluye el capítulo. La mención del monte Sión abre el camino al capítulo 25.

25,1-5 Cántico al Dios liberador. El ca­pítulo 24 se había desarrollado en un am­biente de desolación. En la primera parte se anunciaba una catástrofe sobre el pueblo del Señor y sobre toda la tierra. Pero a partir de Is 25,14 se comenzaba a contraponer el des­tino del pueblo del Señor al de los reyes de las naciones. Esta contraposición se hace más evidente en el capítulo 25.

Is 25,1-5 es un cántico de alabanza a Dios y de acción de gracias porque él es fortaleza para el débil y para el pobre. El sentido del cántico no es inmediatamente evidente, por-

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que contrapone la ciudad, fortaleza y ba­luarte de los "bárbaros" (extranjeros, Is 25,2) que han oprimido al pueblo del Señor, a otro grupo, igualmente fuerte, que está al servi­cio del Señor y actúa en beneficio de su pue­blo. Este segundo grupo, designado como pueblo fuerte (Is 25,3), difícilmente se puede identificar con los pobres y débiles de Is 25,4. La ciudad de los tiranos (Is 25,3) se podría identificar tanto con el pueblo fuerte al ser­vicio del Señor ("tiranos" no tiene siempre en hebreo la connotación negativa moderna), o más bien con el pueblo bárbaro, que reve­rencia al Señor después de haber reconoci­do su derrota. En este segundo caso, la ciu­dad de los tiranos (o ciudad de los bárbaros) designaría al último enemigo tradicional de Israel, Babilonia (véase Ez 21,24-27).

25,6-10a Festín en el monte Sión. Con Is 25,6- 10a, que describe un banquete sobre la montaña de Sión, cambia completamen­te la escena.

Se pueden reconocer en este texto cuatro motivos diferentes: la montaña como esce­nario del banquete (Is 25,6.10a); el banque­te mismo (Is 25,6); la presencia de la multitud de pueblos y naciones (Is 25,6-7); y la trans­formación de la situación de duelo, lágrimas y muerte (Is 25,7-8). El Señor aparece como el agente principal de este cambio profundo.

El texto de Isaías deja una impresión am­bigua. Por una parte la muerte, las lágrimas y la vergüenza parecen superadas (y esto co­rrespondería al probable momento histórico de la composición del texto, en el período des­pués del exilio de Babilonia). Por otra parte, sin embargo, el texto sugiere que solamente por la participación en el banquete se crean las condiciones necesarias para la eliminación de la muerte y de sus tradicionales compa­ñeros, el duelo, y las lágrimas. En ambos ca­sos, el cambio de situación parece definitivo.

25,10b-12 Humillación de Moab. Este pasaje se distingue claramente del texto pre­cedente, con el cual tiene un único punto de contacto: la mano, que en Is 25,10a era la mano del Señor que bendecía su montaña, es ahora la mano de Moab, sometida a hu­

millación. Resulta chocante que en esta es­cena de bendición y reconciliación sobre la montaña se incluya el imprevisto y no ex­plicado castigo de Moab. Inútiles serán sus esfuerzos por salvarse, extendiendo las ma­nos, como un nadador que sucumbe, y como quien suplica en vano.

Isaías recuerda en varios textos el castigo del orgullo humano y de la arrogancia de los pueblos, que se manifiesta de modo parti­cular en su fuerza militar (véase por ejemplo Is 2,11, con un vocabulario semejante al de este texto, e Is 34,13). Pero en el tiempo en el cual hay que situar la composición de es­tos versos, Moab, que había sido conquis­tado por Nabucodonosor en el 582 a. C. y había permanecido sometida a Babilonia des­de entonces hasta su desaparición, no tenía ninguna importancia militar.

Textos probablemente contemporáneos de Is 25, como Esd 9,1 ó Neh 13,1-3.23-27, acusan a sacerdotes, levitas y al pueblo en general, de mezclarse con otras naciones, de aceptar a extranjeros en el culto del templo, de contraer matrimonio con ellos y de per­mitir que se corrompan así la fe y las tradi­ciones de Israel. Estos textos mencionan pue­blos que habían desaparecido muchos siglos antes. Los nombres, entre los cuales figura Moab, designan simplemente naciones de re­ligión y costumbres diversas, que aparecen como un peligro para la integridad de la pro­pia fe. Es posible que estos nombres desig­naran también a miembros del pueblo de Is­rael que de algún modo se habían hecho in­fieles a la ley.

A la generosa promesa de un encuentro de las naciones en un banquete de reconcilia­ción universal, expresada en los versos pre­cedentes, Is 25,10b-12 contrapone así un sentimiento fuertemente nacionalista. Este se había insinuado ya tímidamente en la afir­mación de que el Señor quita la vergüenza de su pueblo, y se manifiesta ahora del todo en la condena de Moab. Todos aquellos que no sean justos como nosotros, serán pisoteados como la paja en el muladar.

La presencia de estos versos en la Sagra­da Escritura es una advertencia frente a la tentación permanente de distinguir entre

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justos y pecadores y de situarnos entre los justos.

También el Señor Jesús ofrece un ban­quete en el Nuevo Testamento (Mt 15,29-37). Pero sus destinatarios son cojos, ciegos, y mudos. La participación en este banquete no es la celebración del triunfo de los fuertes, si­no el camino de salvación de los débiles. El banquete del Evangelio no cierra la historia, sino que ayuda a continuar en el camino del seguimiento del Señor.

26,1-6 Cántico triunfal. También Is 26,1-6 es un cántico de acción de gracias seme­jante a Is 25,1-5. A la ciudad fortificada de Is 25,2 corresponde aquí la ciudad encum­brada, que es arrasada y convertida en pol­vo (Is 26,5), y pisoteada por los pobres y hu­mildes (Is 26,6) como era pisoteada y arra­sada Moab (Is 25,10b-12).

Jerusalén, a la cual alude la mención de Judá, ha sido convertida, en cambio, en una ciudadfuerte, protegida por murallas, en la cual encuentra refugio el pueblo ñel (Is 26,2-3). Las dos secciones del cántico se articulan por medio de Is 26,4 que exhorta a la con­fianza en el Señor, roca perpetua.

26,7-19 Oración. Después de los dife­rentes textos que anuncian castigo contra los enemigos del Señor y de su pueblo, y la restauración de éste, Is 26,7-19 es una ora­ción, semejante a un salmo, una meditación sobre la profundidad de la decisión divina que subyace a los hechos históricos de sal­vación y condenación.

La primera sección está dominada por un vocabulario judicial (justicia, rectitud, dere­cho: Is 26,7-11). El salmista reflexiona en primera persona sobre el carácter bivalente de la justicia de Dios, que es camino recto para quienes caminan por él. Pero los mal­vados no alcanzan a comprenderla ni quie­ren ajustar a ella su conducta (véase el final sapiencial de Os 14,10).

La segunda parte de la oración (Is 26,14-19), después de una confesión de fe y con­fianza en el Señor (Is 26,12-13), medita so­bre las actitudes de castigo y perdón del Se­ñor hacia su pueblo. Is 26,14 y 26,19 se

corresponden y dan el sentido total del tex­to: Los muertos no reviven-revivirán tus muer­tos. La vida está en las manos del Señor, no en la de otros dominadores (Is 26,13), y quie­nes mueren fuera del camino del Señor de­saparecen hasta del recuerdo. Pero quienes caminan en sus senderos (sus muertos) re­viven.

No es evidente que se trate aquí de la re­surrección, tal como la comprendemos los cristianos. Es posible que el texto se refiera de modo más genérico y figurativo a la res­tauración-resurrección del pueblo, que es­taba casi destruido y es restablecido en su tierra. El pueblo no podía, por cuenta propia, traer la salvación al país (Is 26,18), pero es el Señor quien ha multiplicado al pueblo (Is 26,15). La imagen de la resurrección del pue­blo es semejante a la visión de los huesos que reviven en Ez 37.

26,20-27,1 El Señor viene a pedir cuen­tas. Nos encontramos ante el penúltimo anuncio de castigo contenido en los capítulos 24-27. El verbo castigar aparece aquí dos ve­ces y establece un contacto con Is 26,14.16. Pero el castigo anunciado aquí no afecta al pueblo del Señor sino solamente a sus ene­migos. El Señor exhorta a "su pueblo" a en­trar en sus casas y cerrar la puerta por den­tro para protegerse: es una alusión al arca de Noé cuya puerta el Señor mismo cierra antes del diluvio (Gn 7,16), y también al paso del ángel exterminador en Egipto, cuando los is­raelitas no debían salir de sus casas para evi­tar el castigo (Ex 12,22-23). Es posible tam­bién que la sangre que la tierra ha bebido y ahora vomita sea alusión a la de Abel (Gn 4,10).

Esta apretada y alusiva síntesis a las cul­pas y castigos arquetípicos prepara el anun­cio del castigo final, cuando Leviatán -el co­codrilo símbolo del Egipto- y Leviatán -el monstruo del mar- serán definitivamente destruidos. Estos monstruos son símbolos del caos primordial (véase, por ejemplo, Sal 74,13-14). Su destrucción final implica una creación nueva (véase Is 65,17), con la cual Dios triunfa definitivamente sobre el caos. En el Nuevo Testamento el libro del Apoca-

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lipsis (capítulos 12, 20 y 21) ha retomado y desarrollado este tema.

27,2-5 La viña del Señor. Is 27 está constituido por un canto y dos anuncios de restauración, en medio de los cuales apare­ce aún u n breve texto de reproche.

Is 27,2-5 es un breve cántico dedicado a Je-rusalén, que evoca el cántico de Is 26,2-6. A diferencia tanto del otro cántico de la viña (Is 5,1-7) como en particular de Is 26,5-6 donde se anunciaban los castigos por los amargos frutos producidos, aquí el Señor y propietario promete agua abundante, custodia perma­nente y cuidados especiales para que espinas y zarzas no ahoguen la viña. La doble mención de la paz evoca el nombre de Jerusalén (ciu­dad de paz en la etimología popular), así como los espinos arrancados y quemados evocan en hebreo el nombre de Samaría.

27,6-9 Flores y frutos de Israel. Is 27,6-9 se comprende mejor si "Jacob-Israel" se refieren al reino del Norte, con frecuencia designado de este modo en el Antiguo Tes­tamento, por ejemplo en el profeta Oseas. Después de las promesas a Jerusalén y Judá, este texto deja abierta también la puerta de la esperanza para el reino del Norte. La imagen vegetal del crecimiento constituye el nexo li­terario con el texto anterior. También Israel florecerá y fructificará como la viña de Judá. El Señor no lo ha exterminado, como ha ex­terminado a otras naciones, pero lo ha so­metido al castigo del destierro, y espera to­davía una conversión definitiva. Israel debe­rá destruir sus imágenes sagradas, estelas, y altares idolátricos. Tal vez casi doscientos años después de los anuncios de Oseas y de la caída de Samaría, se cultiva aún la espe­ranza de una restauración que alcance a to­do Israel.

27,10-11 La ciudad desierta. A Samaría puede referirse efectivamente la breve com­posición Is 27,10-11, que describe la ciuda-dela abandonada, motivo de tristeza y es­cándalo para el israelita que de camino con­templa la ciudad destruida. Estos dos versos se unen a los anteriores en el sentimiento de

perplejidad, que afirma por una parte la fe en la restauración final, y constata por otra el largo tiempo del castigo. La mención de la plaza fuerte o ciudad fortificada, se asocia a las diferentes menciones de "ciudades" que constituyen el hilo conductor de los capítu­los 24-27.

27,12-13 Reunión de los dispersos. Co­mo para reforzar la esperanza de una res­tauración y reunificación final Is 27,12-13 anuncia el retorno de los israelitas, desde Asiria hasta Egipto (mencionados dos veces cada uno). El Señor los recoge cuidadosa­mente, como espigas, uno por uno. El soni­do de la trompeta anuncia la gran liturgia de acción de gracias en el templo de Jerusalén.

IV ORÁCULOS CONTRA JUDA

(28,1-33,24)

28,1-6 La caída de Samaría. Los capí­tulos 28 al 33 constituyen una nueva sec­ción, organizada, al menos parcialmente, por medio de la interjección "ay" que aparece en Is 28,1; 29,1.15; 30,1; 31,1; 33,1, aunque el capítulo 33 tiene un carácter particular. Mu­chos de los textos reunidos aquí provienen del profeta Isaías mismo, y se refieren a J u ­dá y a Jerusalén como advertencias, críticas y anuncios de castigo, en particular por las opciones político-religiosas de Judá.

El primer texto de esta sección, Is 28,1-4, sin embargo, es una violenta invectiva con­tra Samaría. Esto apoya la sugerencia pre­cedente, de que los textos de restauración de Is 27 probablemente incluyen también a Sa­maría entre sus destinatarios y beneficiarios.

Dos imágenes, repetidas dos veces cada una, encierran y constituyen este oráculo, que obviamente no se dirige contra el vicio de la embriaguez. La esplendorosa corona de los borrachos de Efraín (Is 28,1.3) es la ciu­dad misma de Samaría, que como una co­rona formada por sus murallas se alza sobre una colina. Si sus habitantes son designados como "borrachos", es por la abundancia de vino, por el cual la región era famosa (véase

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Ara 6,4-10; Os 7,5-7), y del cual sin duda go­zaban en particular las autoridades. El pre­cioso atavío de una flor ya marchita (Is 28,1. 4) alude a la decadencia de esta ciudad aún rica, que se debate en la crisis de sus últi­mos reyes, y está a punto de ser sometida por la invasión de un enemigo poderoso, Asi­ría (Is 28,2), que se apoderará de la ciudad en el 722 a. C. También Is 28,4 recuerda una imagen de Oseas (Os 9,10-11).

Is 28,5-6 resulta un tanto incoherente con lo que precede y proclama la presencia del Señor como verdadera corona y diadema en medio del Resto de su pueblo. Esta termino­logía se aplica habitualmente a Judá y no a Israel del Norte.

28,7-13 Contra los que se burlan del profeta. Is 28,7-13 es una réplica violenta del profeta contra los sacerdotes y profetas (Is 28,7) que, borrachos inclusive en el momento de tener sus visiones y proponer sus deci­siones, se permiten injuriar a Isaías (¿a quién pretende instruir éste?: Is 28,9) y consideran su enseñanza como balbuceos de un recién nacido. La respuesta de Isaías es tajante. El Señor responderá con balbuceos ininteligi­bles (Is 28,13) a quienes no han querido es­cuchar sus palabras (Is 28,12). No es ya so­lamente que los responsables no compren­derán lo que está ocurriendo, porque no quieren ver, sino que escucharán "palabras" que se han convertido para ellos en acertijos. El Señor parece tomar parte activa en la con­fusión que caerá sobre los dirigentes y ma­estros del pueblo. Se cumple así lo anun­ciado en la vocación de Isaías: por más que escuchéis, no entenderéis (Is 6,9).

Is 28,12 recuerda cuál era la actitud que el Señor esperaba de los dirigentes de su pueblo: la tranquilidad que nace de la con­fianza en Dios. Sobre este mensaje vuelve Is 7,4; 8,6; 30,15; 32,17.

28,14-22 Contra los jefes de Jerusalén. Is 28,14-22 confirma que el texto preceden­te se refiere en modo particular a las auto­ridades de Judá. Este texto está también di­rigido contra los insolentes gobernantes de Jerusalén (Is 28,14).

El texto está sólidamente organizado por la correspondencia entre Is 28,15, que cita las palabras de las autoridades y Is 28,18 que proclama el castigo repitiendo las ex­presiones pacto con la muerte, abismo, azo­te avasallador. Las autoridades pretenden haber hecho un pacto con estos poderes, de tal modo que la muerte pasará de largo sin tocarlos {no nos alcanzará, y en esto consiste la insolencia de las autoridades). El pacto con la muerte puede interpretarse en senti­do propio, como pacto con Mot, el dios ca-naneo de la muerte, o en sentido figurado, como pacto con Egipto, donde el culto de los muertos tenía particular importancia. En Is 28,18-19 la palabra del Señor denuncia la ilusión de estas pretensiones (os arrollará).

Entre ambas partes del texto se sitúa la palabra del Señor (Is 28,17-18), sobre la pie­dra a toda prueba, capaz de constituir el fun­damento inconmovible de una construcción. Como este fundamento se encuentra en Sión, la metáfora parece aludir a la solidez del templo, y por tanto, de la presencia del Se­ñor en medio de su pueblo. Su solidez está dada por "la técnica" de la construcción, por medio del "derecho y la justicia", los térmi­nos que designan en Isaías y en los profetas las virtudes propias del buen gobierno. No las actuales autoridades, sino aquellas que por medio de la justicia y del derecho harán presente al Señor en medio de su pueblo, son las que permitirán a Jerusalén y al pue­blo resistir ante el peligro.

Is 28,20-22 no tienen la misma rigurosa estructura de los versos precedentes. Se unen allí un proverbio sapiencial sobre la inutilidad de ciertas pretendidas soluciones (si la man­ta es corta, por más que se estire, quedarán descubiertos los pies o la cabeza), con la ame­naza de la venida triunfante y guerrera del Señor, como en ocasión de las guerras de Da­vid, y con una exhortación a las autoridades a sacar las consecuencias de este oráculo, que concluye con una amenaza: la destruc­ción está ya decretada.

28,23-29 Origen de la sabiduría del agricultor. En el texto anterior Isaías ha­blaba de aprender la lección a fuerza de terror

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(Is 28,19). Aunque Isaías haya sido segura­mente u n hombre de cultura, relacionado con los niveles más altos de la población, co­noce y no desprecia el lenguaje del campo pa­ra trasmitir su mensaje. Ahora emplea una parábola agrícola. Como en las parábolas de Jesús, son los oyentes quienes tienen que sa­car las consecuencias. En la vida del campo cada operación tiene su momento adecuado, cada cereal y cada vegetal su modo particu­lar de ser tratado. Sin aplicar la parábola, Isaías quiere decir a sus oyentes: cada mo­mento de la historia es diferente, es necesa­rio actuar frente a él del modo adecuado. Pe­ro sólo en el Señor se encuentra esta sabi­duría y esta capacidad de decidir. Tal vez hay un punto más que se insinúa: no siempre es dempo de siembra, de esperanzas y de futu­ro. Hay un tiempo de cosecha, cuando se ma­nifiesta qué y cómo se había sembrado (véa­se también Os 10,12-13).

29,1-8 Asedio y liberación de Jerusalén. En la primera parte de este oráculo (Is 29,1-5a) se describe un imponente ataque contra .a ciudad de Jerusalén. Pero cuando se es­peraría el anuncio de su caída, el profeta :ambia el registro para constatar el fracaso ie tal expedición (Is 29,5b-8). El ataque del :ual se trata es probablemente el de Sena-querib en el 701 a. C , que tuvo que levantar rl sido por problemas políticos y militares in-emos, cuando Jerusalén estaba a punto de :aer en su poder.

El profeta llama a la ciudad Ariel, que po-iría significar "león de Dios" (y sería una re­ferencia a David) o "ciudad de Dios", o "mon-aña de Dios", o simplemente "altar" (véase

Lz 43,15-16). El uso de este nombre podría Tstar determinado por el deseo de aludir a 3S diferentes sentidos del término. Con es-e nombre se recuerda la dignidad de Jeru-

>alén a la que David había constituido ca-oital del reino; con este nombre se recuerda a presencia del templo, montaña y sede del >eñor; con el mismo nombre se recuerda que la ciudad se puede convertir en altar de sa­crificio para sus habitantes.

El asalto de la ciudad es atribuido direc­tamente al Señor (yo asaltaré: Is 29,2), y cal­

culado para un momento impreciso, pero se­guro. Pueden pasar años y fiestas, pero la amenaza está allí presente, como un león en acecho. Cuando el ataque tenga lugar, la ciudad se convertirá en morada de fantas­mas que susurran desde el polvo (véase Is 8,19), pues como polvo serán sus más in­signes habitantes. Pero cambia la escena, in­terviene el Señor, y los enemigos que pre­tendían devorar la ciudad se encuentran, de pronto, frustrados, con el estómago vacío. El oráculo pone de relieve el rigor del castigo del Señor, pero al mismo tiempo la estrecha unión con su ciudad a la que no abandona definitivamente. Y pone de relieve la espe­ranza inquebrantable de Isaías en el Dios de su pueblo.

29,9-24 Los incomprensibles planes de Dios. Las situaciones y acontecimientos alu­didos en esta sección son incomprensibles, como son incomprensibles los planes de Dios. Por eso el profeta añade inmediatamente, un largo discurso, constituido por oráculos dife­rentes cuyos límites precisos es difícil deter­minar. Pero todos ellos comulgan en la te­mática del comprender o no comprender los planes de Dios.

Is 29,9-10 introduce la sección, como una pseudo-exhortación, que es en realidad un desafío y constatación de la incapacidad de ver y de comprender del pueblo (véase Is 6,10), descrito como un grupo de ebrios a quienes no puede ayudar la interpretación de profetas y videntes. Isaías insiste en otros pasajes sobre esta desconfianza acerca de profetas y videntes (véase Is 8,19).

El letargo (Is 29,10) que el Señor utiliza para dar una compañera a Adán (Gn 2,21), y una revelación a Abrahán (Gn 15,12) o a Elifaz (Job 4,13), sirve también para perder al enemigo (1 Sm 26,12), y se opone al es­píritu de discernimiento y consejo (véase Is 11,2b).

A partir de Is 29,11, hay una fuerte con­centración de términos que se refieren al co­nocimiento: las palabras del libro (Is 29,11. 18); el libro mismo (Is 29,11.12); la sabiduría y el conocimiento (Is 29,14.16.24); el saber (Is 29,11-12.15.24) y el aprender (Is 29,13-14).

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El texto está constituido por dos oráculos (Is 29,13-14 e Is 29,17-21), cada uno de ellos organizado con una motivación o promesa y una reacción. Ambos oráculos están unidos por una lamentación (Is 29,15-16) y prece­didos por una comparación (Is 29,11-12).

La referencia de Is 29,11 a las visiones ha­ce pensar en Is 1,1. El término visiones po­dría aludir a la totalidad del libro de Isaías, que se ha convertido, con el paso del tiempo, en un libro cerrado e ininteligible. Esta men­ción del libro supondría que este texto se añade en u n momento en el cual existe ya un "libro de Isaías", que debe convertirse en punto de referencia y guía para una comu­nidad, no mejor que aquella comunidad pri­mera a la cual Isaías se había dirigido.

El texto contrapone una sabiduría y una ciencia que parten de los labios, y un temor que tiene origen en el mandato de los hom­bres (Is 29,13, empleando el vocabulario pre­sente también en Is 6: "este pueblo", "boca", "labios", "glorificar", "corazón"), a un conoci­miento y aprendizaje que provienen del reco­nocimiento de las obras del Señor (Is 29,14. 23-24). Esta contraposición se expresa en Is 29,18 con la metáfora de los sordos que oyen y de los ciegos que recuperan la vista.

Para modificar una situación de ceguera e incomprensión de sus caminos, y contrastar la pretensión de poder esconder en la oscu­ridad los propios proyectos (Is 29,15), el Se­ñor multiplicará sus prodigios extraordina­rios. La expresión se refiere en particular a las obras de salvación ligadas a la liberación del Egipto (véase Ex 15,11; Sal 77,12.15; 78,12; 88,11; 89,6).

Los prodigios extraordinarios mencionados en Is 29,17-18 no se refieren a una modifica­ción maravillosa de la naturaleza, a pesar de la primera impresión que produce el texto.

La transformación de la majestuosa be­lleza de los bosques del Líbano en la domés­tica utilidad de un vergel (véase Is 32,15b) no significa de por sí una bendición. El bosque tiene en el Antiguo Testamento un sentido notablemente positivo (véase Dt 19,5; Jos 17,15.18; Is 44,14; Cant 2,3; Ecl 2,6). La imagen de Is 29,17 podría incluir por tanto dos aspectos. Uno positivo: el huerto que se

convierte en bosque sería equivalente al cam­bio de situación de sordos y ciegos, humildes y pobres (Is 29,18-19). Y otro aspecto nega­tivo: el Líbano, símbolo del orgullo y de la pre­tensión de rebelarse contra Dios (véase Is 2,13; 10,34; 37,24), rebajado a la categoría de huerto, sería la imagen de la desaparición de insolentes, cínicos y opresores (Is 29,20-21).

Pero también los sordos y ciegos en Is 29,18-19 tienen un sentido figurado, ya que sordera y ceguera tienen frecuentemente en el Antiguo Testamento la connotación del vo­luntario rechazo del ver o del oír. Aquellos que voluntariamente no habían escuchado ni ha­bían querido ver, escuchan ahora las palabras del libro, con una alusión al libro de la Ley (véase 2 Re 22,8. 13.16 / / 2 Cr 34,21.30) o al libro de la afianza (2 Re 23,2.21; 2 Cr 34,30). En Is 29,18 se modifica así la situación des­crita por Is 29,10 y 29,11.

Is 29,20-21 describe el fin de los opreso­res: el adversario, el enemigo extranjero y fe­roz, el hombre violento (véase Is 25,4). La tra­ducción frecuente tirano podría hacer pensar en la autoridad suprema dentro de un sis­tema, dar lugar por tanto a una cierta con­fusión. El fanfarrón es el hombre semejan­te al malvado que ignora la sabiduría y la inteligencia, y por ello actúa con violencia (véase Prov 9,8; 13,1; 15,12; 22,10).

El tercer grupo de opresores incluye aque­llos que aprovechan su influencia en el ám­bito público (los tribunales, Is 29,21) para obstaculizar la administración de la justicia.

El texto concluye con la mención de tres promesas del Señor (Is 29,22-24), introducidas con una explícita mención de la presencia del Señor en la historia de la humanidad -así di­ce el Señor-y otra del destinatario del texto, la estirpe de Jacob (literalmente "casa de Jacob"), que en el libro de Isaías puede referirse al con­junto del país unificado en la figura del pa­triarca. En este texto la presencia de Abrahán (Is 29,22; véase Is 41,8; 51,2; 63,16) acentúa la solemnidad de la declaración.

La fidelidad del Señor a los patriarcas es el argumento decisivo para continuar en el camino de la esperanza.

Is 29,23-24 declara cómo finalmente el pueblo llegará a santificar el nombre del Se-

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ñor, con renovada insistencia sobre el voca­bulario del ver, saber, aprender, inteligencia. Los que realizaban sus obras en las tinie­blas, confiando en el anonimato, ven ahora las obras del Señor.

La obra del Señor evoca en Isaías el acon­tecimiento histórico que el Señor quiere rea­lizar y que puede ser reconocido por los hom­bres porque ocurre en medio de ellos, en el curso de la propia historia. En el reconoci­miento de esta obra se confiesa la santidad del Señor. "Santificar", cuando se refiere di­rectamente a Dios como su destinatario, equi­vale a creer y obedecer (Nm 20,12; 27,14), y también a temer (Is 8,13).

Las expresiones que describen a quienes aprenderán a reconocer al Señor (insensatos, murmuradores, Is 29,24), evocan también los hechos del desierto (véase Sal 95,10; 106,25), donde se manifestó la salvación del Señor.

30,1-7 Contra el pacto con Egipto. Is 30,1-5 retoma el vocabulario y la temática del conocimiento y cumplimiento de la vo­luntad del Señor (nótense las expresiones proyectos y consultaren Is 30,1-2) en el ám­bito de la política, y en particular de la bús­queda del apoyo de Egipto por medio de pac­tos (véase ya antes Is 18,2; 20,6; 28,15). Is 30,2-4 repite el nombre de Egipto y del fa­raón, y menciona dos de las ciudades im­portantes. Egipto es un pueblo que de nada les servirá (Is 30,5, repetido en Is 30,6), y por eso la ayuda de Egipto es inútil (Is 30,7). So­bre la incapacidad de Asiría para ser un apoyo había hablado ya Is 10,20. No se tra­ta, pues, ni de Asiría ni de Egipto; se trata de que solamente en su Señor puede Israel en­contrar ayuda.

Is 30,6-7 insiste sobre el mismo tema, pe­ro tiene un título propio: oráculo sobre los animales del Négueb, y describe imaginati­vamente el paso de las caravanas que mar­chan por el desierto hacia Egipto para llevar su tributo.

30,8-17 Testimonio para la posteridad. Is 30,8-11. El profeta recibe la orden del Se­ñor de escribir sobre una tablilla el conte­nido de su predicación (véase Is 8,16) de ma­

nera que quede como testimonio. Tal vez la orden afecta solamente al texto de Is 30,1-5, como sugiere la mención de hijos rebeldes e hijos renegados en Is 30,1.9. Pero más allá de éstos y uniéndose con ellos en el arco de toda la profecía, están los hijos corrompidos de Is 1,4. No es por tanto imposible una alu­sión a la totalidad de la profecía.

El motivo de esta acusación solemne, que transciende las circunstancias concretas de los oráculos pronunciados, es el rechazo de las visiones y palabras que el Santo de Israel podría enviar por medio de sus videntes y profetas, y la búsqueda de palabras que ha­lagan el oído. En Is 29,10 el castigo del Se­ñor era la ceguera de profetas y videntes, que no podían ayudar al pueblo. Ahora es la gen­te misma la que rehusa escuchar las deci­siones del Señor (Is 30,9b) y pretende ma­nipular visiones y palabras proféticas. El rechazo de esta enseñanza se convierte en rechazo formal del Santo de Israel

Is 30,12-14.15-17, encabezados por la fór­mula: Así dice el Santo de Israel / el Señor, son dos sucesivas explicitaciones de los ver­sos precedentes. El desprecio de la palabra del Señor es como una brecha en el muro, que se alarga y profundiza hasta que todo el muro cae. La gente de Judá (probablemen­te Isaías piensa de modo particular en las autoridades) ha rechazado la palabra del Se­ñor que lo exhortaba en varias ocasiones a poner su confianza en el Señor y mantener la tranquilidad (Is 7,4; 8,6; 28,12), y ha pre­ferido intentar soluciones desesperadas que solo pueden conducir a la destrucción total de la nación.

30,18-26 El Señor se apiadará de Sión. Este pasaje se distingue claramente de los versos precedentes y siguientes y tiene una cierta unidad, dada por el motivo de la re­novación del universo en relación con el te­ma de la nueva creación. Está dividido en cuatro secciones que presentan una dife­rente concentración de vocabulario.

Is 30,18 establece la unidad con los ver­sos precedentes y con la repetición del ver­bo "esperar", referido al Señor y al pueblo in­troduce el tema de la sección, la esperanza.

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A la esperanza del Señor de poder manifes­tar su misericordia corresponde una biena­venturanza para quienes esperan en él.

Is 30,19-21 tiene una estructura seme­jante al verso 18. A la actitud del Señor que escucha el grito de súplica del pueblo co­rresponde la de los habitantes de Jerusalén que escuchan la voz de su Maestro que guía su camino.

Is 30,22 introduce el tema del rechazo de los ídolos, la actitud con la cual el pueblo de­be responder al Señor.

Is 30,23-26 finalmente emplea el voca­bulario de la lluvia, de la fertilidad de la tie­rra, de la abundancia de agua y de la luz. Estas promesas adquieren un valor escato-lógico por la triple repetición de la expresión aquel día, el día en que... Mientras Is 30,23-24 expresa una promesa concreta, Is 30,25-26 tiene en cambio sabor apocalíptico.

En el contexto de u n capítulo que critica a un pueblo que se fía de sus propios planes más que de la palabra del Señor, y que con­tra esta palabra busca la ayuda inútil de Egipto, se comprende que el vocabulario alu­da de diferentes maneras a la gesta del Éxo­do, la gran campaña que demostró la supe­rioridad del Señor sobre todos los pretendi­dos dioses, poderes y sabiduría.

El Dios que espera apiadarse y manifestar su compasión (Is 30,18) no es otro que el Dios lleno de "gracia" y "misericordia" que se pre­senta en Ex 34,6 (en hebreo son los mismos términos). El gemido del pueblo (Is 30,19) re­cuerda Ex 3,7 (véase también Dt 26,6-7 con un vocabulario muy semejante a Is 30,19).

También Is 30,20 alude a la gesta del Éxo­do por la mención de la estrechez u opresión (véase Ex 3,9; Dt 26,7).

El pensamiento del Señor como el maestro que enseña no está ausente de Isaías (véase Is 2,3; 28,26). Para los hijos rebeldes que no quieren escuchar las enseñanzas del Señor (Is 30,9.12), el mismo Señor se convierte en su Maestro, de un modo tan directo que has­ta será posible "verlo", alusión probable a Ex 33-34, donde el Señor permitía a Moisés ver sus espaldas antes de entregarle por se­gunda vez las tablas de la ley. Is 30,21 ase­gura al pueblo que el Señor, que camina jun­

to a su pueblo, le indicará el camino (véase Lv 26,11-12).

A partir de Is 30,23 el texto se concentra sobre los dones del Señor. La tierra se ha vuelto tan fecunda que, apenas regada, ya produce su fruto. También los animales par­ticipan de esta abundancia, alimentados en amplios prados con forraje condimentado.

La abundancia de agua indicada en Is 30,25 puede hacer pensar aún en la fertili­dad de la tierra. Pero en el contexto del libro de Isaías la imagen de las corrientes de agua nos pone en el ámbito de las promesas es-catológicas de la presencia del Señor (véase Is 33,21; 35,6). Para Is 41,18 la abundancia de agua en el desierto es símbolo del Señor mismo, fuente de fertilidad y conversión.

Is 30,25b interrumpe la descripción de los dones de Dios con una curiosa mención del día de la gran matanza que no se sabe si hay que referirla a Judá o a sus enemigos. En el contexto del libro de Isaías sería una refe­rencia al día en el cual el Señor manifiesta su poder.

A este mismo "día" se refiere Is 30,26 con la promesa de la luz. La abundancia de la luz (mencionada cuatro veces en el texto he­breo de Is 30,26) es propia de la literatura apocalíptica, pero en Isaías se refiere más concretamente al cambio de la situación de derrota militar, de destrucción o de disper­sión del pueblo (véase Is 5,30 + 8,22-23 en contraposición a Is 9,1).

La cantidad de esta luz, siete veces mayor, puede aludir a los siete días de la creación. Esta nueva creación supera a la anterior por siete veces. La luz que abría el proceso de la primera creación (Gn 1,2), cierra aquí, en una inclusión cósmica, la segunda creación. Los actos creadores en el texto de Isaías se co­rresponden en modo inverso con el orden de la primera creación (plantas, animales, agua, luz, Is 30,23-26).

Nuestro texto parece retratar un Dios per­plejo, que no habiendo podido atraerse al pueblo por el camino del castigo, como apa­recía en la primera parte del capítulo, deci­de conquistarlo por medio de dones. Pero el Señor no quiere simplemente comprar la conversión con sus dones, sino que tiene la

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esperanza de poder actuar a través de su "gracia y misericordia".

La misericordia del Señor tiene un carác­ter activo que se manifiesta en sus conse­cuencias: la benevolencia, el perdón, el con­suelo, la compasión, el fortificar y salvar. Pero no se identifica con ninguno de estos términos, sino que significa una actitud fun­damental del Señor que viene al encuentro de una situación de sufrimiento, necesidad, culpa, angustia, peligro, debilidad.

La misericordia del Señor actúa en el re­ducido espacio que queda entre la culpa y la justicia divina. En último término, ejercitar la misericordia es la decisión divina de no juzgar según las culpas, sino de tener en cuenta la debilidad estructural del ser hu­mano y su incapacidad de reconocer las pro­pias culpas.

El modo con el cual el Señor procura hacer comprender al hombre su misterio es con­virtiéndose en su Maestro. El Señor no quie­re ser un Dios que se esconde, una sombra fugitiva delante de Moisés, sino un Dios com­prensible que mira al hombre cara a cara.

En Is 30,18-26 no se acentúa tanto que el hombre debe abrir sus ojos para compren­der los planes de Dios, cuanto que es el mis­mo Dios quien en la abundancia de su mi­sericordia encuentra el camino de ser reco­nocido.

30,27-33 Teofanía y castigo de Asina. Is 30,27-33, por su parte, es u n anuncio del castigo contra las naciones y contra Asiria, expresado con el lenguaje de las teofanías, con una breve referencia a Israel que celebra su salvación con cantos de alegría.

31,1-3 Contra el pacto con Egipto. Is 31,1-3 es otro oráculo en contra de los pro­yectos de alianza con Egipto con un desa­rrollo similar al de Is 30,1-7. Se contrapone la confianza puesta en carros, caballos y ji­netes a la confianza puesta en el Santo de Is­rael. Esta confianza en recursos puramente humanos, y el proceder sin consultar al Se­ñor, acarrearán la desgracia al que protege y al protegido (la raíz "proteger", "socorrer", aparece tres veces).

31,4-9 El Señoi protegerá a Sión. Is 31,4-9 es u n oráculo del Señor -esto me ha dicho el Señor- que asegura su protección, y sucede al reproche anterior, del mismo modo que la exhortación del profeta en Is 30,18-26 completaba el reproche de Is 30,1-7.

Con dos imágenes el Señor se presenta como león que no suelta su presa aunque griten los pastores (comparar Os 5,14) y co­mo ave que protege a sus pequeños. Así el Señor protegerá Jerusalén y no soltará su presa (Asiria) hasta haberla devorado. Des­pués de una exhortación a volver a él, el orá­culo insiste en la victoria en cuanto acción divina (no por espada de hombre). La pro­gresión de Is 31,8 (quien escapa de la espa­da termina en trabajos forzados) es propia de estas descripciones de victoria. Ya la pre­sencia del estandarte del Señor produce pá­nico. A la "roca" (el rey de Asiria) que aban­dona los suyos, se opone la roca de Sión, donde habita el Señor. Is 31,7 es semejan­te a Is 2,20 y 30,22, y no se integra de mo­do lógico en el oráculo.

32,1-8 El rey justo. Is 32,1-8 es un anuncio de tono genérico sobre la venida de un rey justo. La descripción del rey y sus go­bernantes evoca la descripción del Señor co­mo refugio en Is 25,4. Los efectos de este buen gobierno se manifiestan en un cambio de conducta de diversos personajes (Is 32,3-5). No parece que haya que interpretar estos versos como milagros de curación (los ciegos ven, los sordos oyen) sino como el cambio de conducta de diversos personajes. Los que ven son los videntes de Is 29,10 que habían quedado sin visiones por su infidelidad, y a los cuales el pueblo procuraba atraer a sus intereses en Is 30,10 (no tengáis visiones). Del mismo modo ¡os oídos que estarán aten­tos no designan a personas sordas con an­terioridad sino a aquellos que no han que­rido escuchar las palabras de los profetas (Is 30,10, decidnos cosas halagüeñas). En este contexto, y después de mencionar a los alo­cados (término con el que se alude tal vez a los malos gobernantes), los tartamudos no son otros sino aquéllos que se burlaban del

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profeta, imitando el balbuceo de los niños (Is 28,10-11) y que por ello se hacían indignos de las palabras del profeta y del Señor. Is 32,5 prevé el restablecimiento del orden éti­co en la sociedad, que volverá a llamar a ca­da uno por su nombre: honesto al honesto, corrompido al trapacero. Is 5,20 había de­nunciado la actitud reprobable de quienes llaman bien al mal, y luz a las tinieblas.

Is 32,6-8 constituye una paráfrasis eru­dita, de tipo sapiencial, sobre lo que signifi­ca ser noble, necio o trapacero.

32,9-15a Advertencia a las mujeres confiadas. Se describe en este pasaje la tris­teza de una ciudad derrotada (la ciudadela y la torre están destruidas) y casi abando­nada, donde ha cesado la alegría de las fies­tas, donde no se vendimia ni cosecha, y don­de los campos fértiles se han convertido en campos de maleza. La exhortación está di­rigida a las mujeres de la ciudad, las que más participan en la vida ciudadana del tra­bajo y la fiesta. El texto carece de toda in­serción histórica, y sería válido para cual­quier situación de peligro que amenaza una ciudad. Concluye con una apertura de es­peranza: hasta que se derrame sobre noso­tros un espíritu de lo alto.

32,l5b-20 La paz, fruto de la justicia. El comienzo de este pasaje enlaza de tal modo con el final del anterior que es imposible sa­ber si Is 32,15 pertenece completamente a esta perícopa, o se debe dividir como hace­mos aquí. Es una promesa de restauración semejante en su generalidad a Is 11,2-9. La progresión desierto-vergel-bosque recuerda Is 29,17, donde el sentido sin embargo no era el mismo. El derecho y la justicia se con­vierten en los habitantes del desierto y del vergel. La contraposición entre desierto y vergel es una expresión de totalidad que quiere significar "todo lugar". La paz apare­ce como fruto de la justicia y las tres rea­lidades -paz, derecho y justicia- configuran el lugar de habitación del pueblo. Es el ám­bito de la acción del rey esperado (Is 32,1; véase también Is 9,6, donde aparecen los mismos términos. Nótese además la expre­

sión seguridad perpetua, es decir "para siem­pre"). El texto suena así como una paráfra­sis de Is 9,5-6, menos lírica y con mayor de­seo de concreción.

Mientras Is 32,1 supone la organización política habitual (rey y funcionarios), Is 9,5-6 no designa al nuevo rey sino como princi­pe de paz, estrechamente dependiente del Señor, y que puede garantizar una paz defi­nitiva, cumpliendo con las obligaciones del derecho y la justicia.

33,1-6 Oración litúrgica. Is 33, integra­do por textos diferentes, es habitualmente considerado el último capítulo de la sección Is 28-33, que trata, en buena parte, de la fi­delidad e infidelidad de Judá al Señor, tal co­mo se manifestaba en sus relaciones con Egipto y Asiria. Pero la orientación escatoló-gica de este capítulo, que rompe las dimen­siones históricas para hablar de un futuro indeterminado -una tendencia que se nota­ba ya en el capítulo 32- sugerirían más bien asociar este capítulos a Is 34-35.

Is 33,1-6. Después de una imprecación contra los pueblos conquistadores (Is 33,1), probablemente Asiria que no ha sufrido aún el castigo que merece, Is 33,2 es una súpli­ca al Señor en el estilo de los salmos (Sal 67,2; 123,3; véase también Is 12,2-3; 25,9), que afirma su confianza en él. El autor-sal­mista, que representa a la comunidad oran­te, sabe del poder del Señor (Is 33,3-5a). El final de la oración se refiere a Sión, a quien se auguran los dones de fidelidad, sabiduría, ciencia y temor del Señor (véase Is 11,2, don­de estos dones son los del rey mesiánico de los últimos tiempos).

33,7-9 Luto por Jerusalén. De senti­mientos opuestos a la oración anterior es Is 33,7-9, una lamentación por Ariel-Jerusalén, por la desolación en la cual se encuentra (hay una referencia no solo a la ciudad sino también al país con la mención de los ca­minos). Pero es su propia culpa (ha roto la alianza con el Señor) la causa de esta si­tuación. El duelo y la languidez, términos clásicos para designar la desolación pro­funda de un país o de toda la tierra (véase Os

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4,3; Is 24,4), alcanza no solamente a la ca­pital, sino también a regiones distantes, co­mo la fértil planicie del Sarón a lo largo del Mediterráneo, los bosques majestuosos del Líbano, la fértil montaña del Carmelo y las ricas planicies de Basan en la TransJordania, que alimentaban rebaños y ganado. Todo ha quedado reducido a un desierto, como el de­sierto de Arabia.

33,10-16 Intervención judicial de Dios. Is 33,10-16 representa el anuncio que el mismo Señor hace de su juicio inminente y terrible, como lo sugiere la imagen del fuego (Is 33,11.12.14, y allí también la mención de la hoguera). Pero si este juicio alcanza a las naciones enemigas como conjunto (Is 33,12), no ocurre lo mismo en Sión, donde los únicos que deben temer son los pecadores. Quien pueda pronunciar su confesión de haber ac­tuado justamente (Is 33,15) podrá encontrar refugio en la fortaleza rocosa (Is 33,16). La semejanza con los Sal 15; 24,3-5, en los cua­les la confesión es requerida para el ingreso al templo, permite descubrir también aquí una referencia al santuario. Esta concepción ideal de un castigo que distingue entre jus­tos y pecadores nos aleja de los males de la guerra histórica, que alcanzaban a todos, y nos introducen en la concepción teológica del juicio de Dios.

33,17-24 El Señor reina en la Jerusalén liberada. Is 33,17-24 cierra el capítulo con un cántico a la Jerusalén liberada y restau­rada, donde ya no quedan huellas del opre­sor que todo lo controlaba, del pueblo ex­traño de lenguaje bárbaro (todavía una alu­sión a Is 28,11). La exaltación de Jerusalén lleva al cantor a considerarla no solamente como tienda segura, que no es necesario vol­ver a levantar porque no ha sido preciso huir de ella, sino también como lugar de ríos y canales. Pero no habrá naves de guerra que los recorran (signo también de la presencia de extranjeros enemigos).

El cántico concluye con una confesión de fe: el Señor es juez, legislador, rey y liberta­dor, que produce la seguridad de que el pe­cado de Jerusalén ha sido absuelto.

V PEQUEÑO APOCALIPSIS

(34,1-35,10)

34,1-17 El juicio contra Edom. Is 34,1-17 es una composición unitaria (con excep­ción de Is 34,16), de tono apocalíptico, en la cual se anuncia el castigo definitivo de todas las naciones (Is 34,1-4) y de Edom en parti­cular (Is 34,5-17). Edom, el pueblo surgido de Esaú (Gn 25,30) ha quedado en los escritos proféticos del Antiguo Testamento como pro­totipo del hermano-enemigo de Israel (véase Is 63,1-6; Ez 35; Am 1,11-12). Una excepción es probablemente la dura crítica de Os 12 contra Jacob, que coincide con el relato del Génesis en atribuir menos culpas a la mal­dad de Esaú que a los engaños de Jacob.

El oráculo comienza solemnemente con una convocatoria de las naciones (véase Is 1,2; 41,1), no para asistir a un juicio o par­ticipar en él con un cierto derecho a defen­sa (véase Os 4,1; Miq 1,2), sino para escu­char la terrible condena.

El castigo del Señor es descrito con rasgos tradicionales: muerte de los enemigos (Is 34,2-3.6-7) y desolación del país, represen­tada por la invasión de animales salvajes y maleza (Is 34,11.13-15). Pero en este oráculo se añade también la catástrofe cósmica. El ejército de los cielos (los astros) será des­truido (Is 34,4) y el país quedará convertido en un desierto de azufre y brea (Is 34,9-10), alusión a la destrucción de Sodoma y Go-morra (Gn 19). El Señor lleva a cabo su pro­yecto de destrucción con el nivel del vacío y la plomada del caos (Is 34,11), los dos tér­minos que describen en Gn 1,2 la situación del universo antes de la creación. El castigo hará que Edom retorne al caos primitivo.

Todo el castigo está envuelto en un am­biente sagrado: se habla de "consagración al exterminio" (Is 34,2.5) que era la destrucción completa del enemigo en la guerra, inclu­yendo mujeres, niños y animales, conectada con un mandato religioso (véase Jos 6,17). Se emplean los términos sacrificio y matan­za (u holocausto, Is 34,6), propios del servi­cio del templo. Carneros y toros (Is 34,6.7) son animales sacrificiales, pero pueden de-

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signar también a los jefes y soldados de los ejércitos de Edom. También es particular de este texto la mención del monstruo nocturno, Lilit, un demonio femenino de origen meso-potámico, incorporado en la cultura siro-pa-lestina como demonio de la noche.

Is 34,16 no tiene importancia en el orácu­lo, pero es literariamente curioso, porque se distrae del argumento principal para citar u n "Libro del Señor", en el cual se describirían los hábitos de los buitres.

35,1-10 La vuelta a Sión. Is 35 se con­trapone casi rasgo por rasgo al texto prece­dente, con el cual comparte el tono apoca­líptico de promesas para el fin de los tiem­pos, y promete el regreso (del exilio o de la diáspora) del pueblo de Israel a Sión.

El texto no es estrictamente unitario, como lo indica la falta de fusión de los diferentes motivos en un conjunto orgánico. Su unidad está dada sobre todo por el sentimiento de alegría exultante que recorre todo el texto, ex­presado al comienzo y al final (Is 35,1-2.10) por la presencia de nueve términos.

El texto comienza con el anuncio de una situación de fiesta y alegría que llena el de­sierto y la estepa, pero que no se ha verifi­cado aún. Un grupo, aún no identificado con precisión, será el testigo de esta alegría. Ellos verán, podrán reconocer y comprender cosas que quedarán ocultas para aquellos que no quieren abrir sus ojos.

El grupo se vuelve progresivamente re­conocible: hay en él débiles, vacilantes, co­bardes (Is 35,3.4a). Hay también otros, más fuertes, que deben animar a los más débi­les.

El fundamento de éste ánimo es la segu­ridad de que el Señor está próximo, que vie­ne. No se puede determinar si el grupo está ya en movimiento, o si, más probablemente, está aún paralizado por la desesperación, in­capaz de emprender nada.

El anuncio de la cercanía del Señor lo des­pierta de su parálisis espiritual y hace que se ponga en camino. En ese momento hasta los cojos, llevados por el entusiasmo general y por la ayuda de los demás, pueden mante­ner el ritmo de la marcha. Y todos los que

hasta ahora estaban ciegos y sordos pueden ver y comprender lo que está ocurriendo.

El tema del agua abundante (Is 35,6b.7a) debe ser interpretado en este mismo con­texto. Tanto el vocabulario del agua en el de­sierto como del dominio sobre las aguas (Is 41,17-20; 43,19-20) ponen de relieve el po­der del Señor. El desierto es el lugar de la confrontación entre el Señor y sus enemigos míticos (los elementos, véase Dt 32,10; Sal 68,8; 107,48), o sus enemigos históricos, sin excluir el propio pueblo que quiere ponerlo a prueba o rechazarlo (Sal 78,40; 106,14). El desierto es también el lugar del posible en­cuentro con su pueblo (Dt 32,10). La salva­ción implica convertir el desierto en tierra de aguas, y la abundancia de agua significa que el castigo ha concluido y que las promesas de restauración comienzan a cumplirse.

A las promesas pertenece también la ima­gen de la "vía sacra" que los impuros, pre­cisamente porque es sagrada, no pueden re­correr. Cultualmente impuro es, en la con­cepción del texto, todo no-israelita (véase Is 52,1, pero en sentido contrario Is 62,9 y más claramente Is 56,1-8).

La mención de los inexpertos, que a pesar de su inexperiencia no se pierden, hace pen­sar en el Sal 107,40. Signo del poder del Se­ñor es hacer que se extravíen en el caos pre­cisamente los "nobles" y sabios, aquellos que por cultura y riqueza están naturalmente destinados a encontrar el lugar mejor en la vida, mientras los débiles y tontos encuen­tran su camino.

Is 35,9b. 10 se encuentra con variantes mí­nimas en Is 51,11, sin que sea posible esta­blecer cuál es el texto que depende del otro, o si ambos reflejan un himno precedente.

El centro de la composición parece en­contrarse en Is 35,3-4, que con sus cuatro imperativos se destaca claramente del con­junto y atrae la mirada de los destinatarios del texto hacia la mención de vuestro Dios (Is 35,4).

El texto prevé por tanto una situación de restauración y felicidad, que depende en par­te del cumplimiento de estos imperativos. Solamente cuando los débiles, los vacilantes y los cobardes sean fortalecidos, se puede es-

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perar que todos comprendan, que el Señor muestre su poder en favor de su pueblo, y que éste responda poniéndose en marcha por el "camino" que se encuentra allí, como una "salida" que el pueblo no estaba antes en condiciones de ver.

VI APÉNDICE HISTÓRICO

(36,1-39,8)

Is 36-39 contiene una versión casi idénti­ca de los hechos que se narran en 2 Re 18,13-20,19. Las dos diferencias importantes entre ambos textos son por una parte la informa­ción de 2 Re 18,14-16 que falta en Isaías, y por otra la oración de Ezequías (Is 38,9-20) que falta en el Libro de los Reyes. Fuera de estas diferencias solamente hay algunas omi­siones de detalle en Is 38,1-8. En cuanto al valor histórico de las informaciones propor­cionadas en estos textos se puede afirmar con relativa seguridad lo siguiente:

1) La información históricamente más fia­ble sobre la campaña de Senaquerib contra Judá y Jerusalén se encuentra en 2 Re 18,13-16. No ha sido retomada por el libro de Isaías (con excepción de Is 35,13) pero coincide con los anales de Senaquerib, donde se cuenta la tercera campaña contra la Palestina (Hatti, véase ANET 287b-288a). En ambos textos se relata la capitulación del rey Ezequías sin que fuera necesario atacar la ciudad, y se in­cluye la descripción del tributo pagado. La minuciosa información de ambos relatos y la coincidencia de los hechos es garantía de su verosimilitud. El Libro de los Reyes ha co­nocido y utilizado probablemente una cróni­ca del templo, particularmente interesada en conservar el recuerdo de los bienes pagados y perdidos.

2) 2 Re 18,17-19,9a.36-37 / / Is 36,1-37,9a.37-38 es un relato constituido por ma­teriales diversos, algunos de los cuales re­flejan tradiciones antiguas con un auténti­co contenido histórico. A estos elementos se han añadido otros elementos "modernos" o creados por el autor deuteronomista. El con­junto es u n relato unitario. En esta misma

categoría hay que ubicar el relato sobre la embajada de Merodac Baladam, 2 Re 20,12-19 / / Is 39,1-8.

3) 2 Re 19,9b-35 / / Is 37,9b-36 es un re­lato perteneciente a una fuente legendaria, y tiene como finalidad presentar al rey Eze­quías como prototipo del rey fiel. Este rela­to no puede ser utilizado como fuente his­tórica. En esta categoría hay que situar tam­bién el relato de la enfermedad y curación de Ezequías, 2 Re 20,1-11 / / Is 38,1-8.

Sobre los particulares históricos y senti­do teológico de cada uno de los textos que componen esta sección, véase el comentario de J . Menchén a Libros de los Reyes en Co­mentario al Antiguo Testamento, vol. I. Y so­bre la historicidad de estos textos véase B. S. Childs, Isaiah and the Assyrian Crisis, Lon-don 1967, pp. 69-103. Aquí nos limitamos a comentar el único texto de esta sección que falta completamente en los Libros de los Re­yes, a saber Is 39,9-20.

38,9-20 Cántico de Ezequías. Is 38.9-20. el "cántico de Ezequías", es una composición literaria semejante a los salmos de lamen­tación individual. Una persona que sufre, por enfermedad o persecución, se dirige al Señor, presenta sus sufrimientos y quejas, recibe finalmente la seguridad de que su ora­ción ha sido escuchada, y concluye su ora­ción con una acción de gracias.

La primera sección de la oración está en­cerrada por la dramática referencia a la mi­tad de mis días y al curso de mi vida. La que­ja del salmista es intensa, porque no se tra­ta solamente de una enfermedad, sino que se siente condenado a muerte. Su vida no tiene más estabilidad que la tienda del pas­tor, que alguien imprevistamente levanta, o que el tejido del tejedor, que de pronto se des­garra en el telar. La concepción teológica del tiempo de Isaías se manifiesta en Is 38,11. La vida delante del Señor es la vida en este mun­do, en el cual uno se regocija con la compa­ñía de sus semejantes. Esta concepción se manifiesta también en Is 38,18-19. La ala­banza del Señor es obra de los vivos, no de los muertos. En Is 38,14-15 el salmista pa­rece haber llegado al límite de su resistencia

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ISAÍAS 39

y de su confianza en la oración que pro­nuncia. Sus ojos se cansan de mirar al cie­lo esperando una respuesta.

Es precisamente en este momento cuan­do se cambia su situación. Is 38,16 es pro­nunciado por el salmista mismo a partir de la convicción que lo invade, o -al menos las dos primeras líneas- por otra persona (¿un sacerdote en el templo?) que le da seguridad: El Señor está con los suyos, es él quien ha­ce revivir a los fieles.

El salmo concluye con la alabanza del Se­ñor, el reconocimiento de su fidelidad, y la promesa de alabar al Señor en su templo. Con este salmo casi concluye también la pri­mera parte del libro de Isaías.

39,1-8 Embajada de Merodac Baladán. Para Is 39,1-8 véase igualmente el comen­tario de J . Menchén a 2 Re 20,12-19 del Li­bro de los Reyes en Comentario al Antiguo Testamento, vol. I.

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SEGUNDO ISAÍAS

ISAÍAS 40

40,1-11 Prólogo: Anuncio de liberación. Entre la predicación del profeta Isaías y la obra del Segundo Isaías pasan al menos ciento cincuenta años. La obra del Segundo Isaías debe ser situada en un momento de incertidumbre, probablemente hacia el final del exilio o en el período inmediatamente su­cesivo al exilio.

El "Segundo Isaías" es probablemente un individuo, a juzgar por el estilo fuertemente unitario de su texto, que reside en Jerusa-lén y que probablemente no ha estado nun­ca en el exilio. O bien pertenece a los prime­ros grupos que han tenido el ánimo de afron­tar el regreso a un país y a una situación que no corresponden a los sueños elaborados en el exilio. Las dificultades provienen tanto de aquellos que no habiendo ido al exilio se han apropiado de propiedades ajenas, cuanto de los mismos exiliados, que no solamente de­sean recuperar lo propio, sino que alientan la convicción de ser ellos los justos y por tan­to los legítimos herederos del país.

Es posible además que quienes habían quedado en Jerusalén pensaran que los exi­liados eran culpables y por ello habían sido castigados, y al contrario, que los exiliados juzgaran a los otros como culpables de su­misión al enemigo infiel.

La situación de unos y otros está agrava­da probablemente por la pobreza extrema de un país reducido en sus fronteras, no culti­vado en gran parte, y sometido al pago de pesados tributos.

Frente a esta situación el mensaje del Se­gundo Isaías no puede ser sino de consola­ción. A la exhortación con la cual comienza el texto (Is 40,1): Consolad a mi pueblo, co­rresponde en Is 49,13; 51,3; 52,9 la cons­tatación de que el Señor ya ha consolado a su pueblo y que solamente él puede ser ver­daderamente u n consolador (Is 51,12.19).

El Señor no puede delegar en nadie la mi­sión de consolar. El profeta, en cambio, ex­horta a comunicar que la consolación del Se­ñor está próxima.

La consolación del Señor viene a poner fin a la situación de angustia, transgresión y cul­pa en la cual se encuentra el pueblo (véase Gn 50,21; 2 Sm 19,8; Rut 2,13). El término de esa situación de sufrimiento es expresa­do con una imagen militar; el pueblo ha cum­plido su tiempo de servicio, su condena (véa­se Job 7,1-2). Is 40,10 contrapone a esta ima­gen la del Señor que trae consigo su salario generoso y su recompensa. A la imagen mi­litar se añade otra de carácter litúrgico. El castigo por la culpa del pueblo ha sido acep­tado por el Señor como se acepta una ofren­da (véase Lv 22,23.25.27; Is 42,1).

La consolación que el profeta anuncia por medio de los centinelas está acompañada por una exhortación a preparar un camino para el Señor. Como lo manifiesta el uso de la ex­presión "camino" y "camino del Señor" en el Antiguo Testamento y en el Segundo Isaías (véase Gn 18,19; Jue 2,22; 2 Sm 22,22; Is 40,14.27; 42,24; 48,17; 53,6; 55,7-9) no se habla aquí de trazar un camino físico para el retorno del pueblo, sino de que el pueblo se comporte de tal manera que permita al Señor acercarse nuevamente a él. En otras pala­bras, el autor habla de la preparación del es­píritu para recibir al Señor, no de un cami­no físico que el Señor prepara para el regre­so de su pueblo.

Pero la palabra del profeta no se agota ni en la consolación ni en la exhortación. El to­no exultante de los primeros versos cambia en Is 40,6-8a, que habla de caducidad y co­rrupción con las imágenes de la hierba (véa­se Sal 37,2; Is 51,12; Job 8,9b. 12), laJZor, la carne (véase Gn 6,13; Ex 19,21; 20,19; Dt 5,26).

El profeta ha recibido una misión y ha co­menzado a cumplirla. Pero ahora se pregunta si tal misión tiene verdaderamente sentido. Si el hombre es solo hierba que se seca -y el profeta afirma que ciertamente el pueblo no es sino hierba- ¿de qué sirve reconstruir cuan­to ha sido destruido? El profeta comparte la situación de abatimiento, casi de desespera-

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ISAÍAS 40

ción del pueblo. ¿Es que el pueblo podrá es­ta vez ser más fiel al Señor que antes del exi­lio?

El profeta encuentra su respuesta en el pensamiento de la eficacia de la palabra del Señor, y después de haber superado su cri­sis, está en condiciones de dirigirse nueva­mente al pueblo, lleno de optimismo y entu­siasmo. Los mensajeros de Sión deben alzar su voz y comunicar su mensaje no solamen­te a los habitantes de Jerusalén, sino a todas las ciudades de Judá, que han participado del mismo sufrimiento.

I LIBERACIÓN Y RETORNO A JERUSALÉN

(40,12-48,22)

40,12-26 Nadie puede compararse a Dios. Delante de un pueblo escandalizado por el fracaso de su Dios, que ha permitido la des­trucción de su templo y el exilio de su pueblo, el Segundo Isaías procurará demostrar en va­rios textos que el Señor es Dios, y que cuan­to ha ocurrido tiene su sentido, aunque sea difícil comprenderlo. Su teodicea recurre fun­damentalmente siempre a los mismos argu­mentos.

Comienza proclamando el poder de Dios, capaz de crear el cielo y la tierra, las monta­ñas y el mar, sin que ningún otro poder pue­da permitirse sugerir que ha tenido parte en ello. Del poder se pasa a la sabiduría del Se­ñor que se manifiesta en su gobierno de la historia de los hombres. El vocabulario de Is 40,13-14 se mueve en el ambiente del ins­truir, discernir, enseñar, saber, entender.

La mención despectiva de la insignifican­cia de las naciones (Is 40,15.17) tiende a sub­rayar que no son éstas las que por su poder o decisión han interferido en la historia del pueblo israelita. Si ello ha ocurrido, habrá otras razones que el profeta expone más ade­lante. Is 40,16 contrapone al pensamiento de la nulidad de las naciones el de la grandeza de Dios, para cuyo culto no bastaría ni la le­ña de los bosques del Líbano, ni todos sus animales.

Is 40,18-25 está comprendido dentro de la doble pregunta: ¿Con quién podréis compa­rar a Dios? ¿Con quién podréis compararme? La imposible comparación del Señor con los ídolos es otro tema recurrente (Is 40,18-20). Después de mencionarlo, se vuelve al poder cósmico del Señor que supera el poder de príncipes y jueces.

40,27-31 Dios, fortaleza y esperanza de su pueblo. La grandeza de Dios se mani­fiesta también en que él no se cansa, ni permite que se agoten quienes esperan en él. En este texto el pensamiento está ordenado a deshacer la objeción del pueblo según la cual el Señor lo ha olvidado y ya no se pre­ocupa de él. La repetición de la pregunta: ¿Es que no lo sabes / sabéis? ¿Nunca lo has I habéis oído? (Is 40,21.28) es una clave de interpretación de todo el texto. El problema de Israel es haber olvidado, en medio de sus penurias, quién es el Señor.

41,1-7 Ciro, instrumento de Dios. Is 41,1-5. La disputa del Señor con las nacio­nes o con los dioses paganos es el género li­terario de este texto, un género literario que se encuentra también, y de modo más explí­cito, en Is 41,21-29; 43,8-13; 44,6-8 y 45,20-22. Estos textos comparten algunos rasgos comunes: a) la convocación autoritativa de los participantes en el juicio por medio de verbos como "comparecer", "presentarse", ha-bitualmente en imperativo; b) la designación de los convocados al juicio (pueblos lejanos, islas, naciones, dioses); c) el desafío, expre­sado con una pregunta retórica: "quién" ha si­do capaz de hacer, realizar, y sobre todo "anunciar" y "proclamar", y confirmado con una constatación: "nadie" ha sido capaz de hacer, anunciar o, aún más radicalmente, "no había nadie", no sois lo que pretendéis; d) la proclamación del Señor: yo soy el Señor, yo soy Dios, yo soy el que es capaz de realizar o proclamar; e) dos de los cinco textos (Is 43,8-13; 44,6-8) agregan además otro elemento co­mún, la mención de los testigos del Señor.

De este modo queda configurado u n tex­to que es una imitación de un proceso judi­cial, con una peculiaridad: el mismo Señor,

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que no renuncia a su autoridad, es parte que presenta su propio caso y juez que dicta sen­tencia.

En Is 41,1-5 la disputa con las naciones es a propósito de un libertador que el Señor se ha elegido para llevar adelante sus planes. Se trata de Ciro el persa, el conquistador de Babilonia que devolvió la libertad a los is­raelitas y que será mencionado por su nom­bre en Is 44,28; 45,1. No han sido las cir­cunstancias históricas de las naciones, sino únicamente el Señor quien ha convocado al libertador de su pueblo y lo ha llevado de vic­toria en victoria hasta concluir su obra.

Is 41,6-7 se ha desprendido probablemente de la burla contra los ídolos (Is 40,19-20), y no pertenece a este contexto.

41,8-16 Dios en persona librará a Israel. Is 41,8-16 es el primer texto del Segundo Isaías donde se menciona al Servidor del Se­ñor. La identificación, que aquí se establece, del Servidor con Israel ha tenido una in­fluencia decisiva sobre una línea de inter­pretación de los cuatro "Cantos del Servidor del Señor", la que identifica siempre al Ser­vidor con Israel.

Al pueblo, en su condición "regia", se apli­ca un tipo particular de oráculo bien testi­moniado en la literatura del antiguo cerca­no Oriente: nos referimos al oráculo dirigido al rey en una situación de peligro. No es po­sible determinar si el texto ha sido utilizado en una situación precisa (una fiesta o cere­monia cultual).

Aceptando la hipótesis tradicional sobre el tiempo de actuación del Segundo Isaías, en el período final del exilio en Babilonia o po­co después, en los primeros años del retorno, el texto habría sido dirigido bien a aquellos que habían regresado al país, o bien a quie­nes estaban aún en Babilonia, sin decidirse a regresar a la patria, o bien finalmente a to­dos los que en sucesivas deportaciones des­pués de la muerte del rey Josías se habían dispersado por múltiples países.

No parece que el texto se refiera precisa­mente a una situación de peligro concreto, sino más bien a la situación general de su­frimiento, desengaño, desesperación, ante la

cruel realidad (en el exilio después de la li­beración o en Jerusalén) que no correspon­día a las expectativas que se habían creado en el paso de los años.

Este carácter general del consuelo se ma­nifiesta en el modo de dirigirse a Israel, como elegido (véase Dt 7,6-8) y como descendien­te de los patriarcas, y en la referencia al apo­yo prestado al pueblo en los tiempos anti­guos: te fortalezco y te ayudo es la expresión del apoyo del Señor a Josué (Jos 1,6.7.9.19) o al pueblo (Dt 31,6.7.23).

También la referencia a la derrota y desa­parición de los enemigos utiliza el lenguaje de los salmos "avergonzarse, ser aniquilados, pe­recer" (véase Sal 35,26; 40,15; 70,3). En va­no buscarás a los que te hostigan (Is 41,12a) encuentra un eco solamente en el oráculo contra Tiro, Ez 26,21.

En Is 41,14-16 cambia ligeramente la orientación del texto. De la actitud de Israel, servidor y gusanillo, temeroso y necesitado de la protección del Señor, se pasa a un Israel-trillo, capaz de reducir las montañas y los enemigos a polvo y paja que lleva el viento.

41,17-20 El desierto convertido en ver­gel. Existe una tendencia muy difundida, que los maestros judíos medievales contri­buyeron a consolidar, a interpretar este pa­saje como una promesa hiperbólica de mo­dificación del desierto. Los israelitas deste­rrados retornarían a Israel en una marcha gloriosa, por medio de un desierto converti­do en jardín. El sentido de diferentes expre­siones obliga a concluir, sin embargo, que éste texto apunta a un sentido espiritual.

En el Antiguo Testamento se opone de ma­nera casi sistemática el mundo del agua, que es el mundo de la amistad con el Señor, de la bendición y de la gracia, al desierto, morada de "dioses", pero también lugar de tentacio­nes y de purificación. En particular las ex­presiones tierra áriday estepa no se refieren sino excepcionalmente (Jr 2,6) al desierto geográfico. Habitualmente designan la lejanía del Señor y el peligro de muerte como situa­ciones penosas en las que se encuentra el pueblo de Israel (véase Os 2,5-7). La sed o la sequedad son, en la tradición profética, con-

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secuencia y castigo de la idolatría. El pueblo de Israel ha estado buscando el agua donde no podía encontrarla, en los ídolos. La ex­presión traducida como no la encuentran (Is 41,17) es en hebreo un sustantivo que sig­nifica "nada". "Nada" es el término con el cual el Segundo Isaías designa también a los ído­los (Is 41,24). El agua que el Señor da es su propio espíritu (Is 44,3). No son los alimen­tos conseguidos con esfuerzo los que dan vi­da, sino aquellos que otorga el Señor, co­menzando por el agua (Is 55,1-3).

En este conjunto de imágenes se com­prende mejor el sentido de Is 41,19. Es el pue­blo mismo quien, habiendo corrido el riesgo de convertirse en un árbol seco, cuando se convierta al Señor se transformará en un par­que de árboles lozanos, como lo prometía la bendición de Balaán (Nm 24,6). En ese mo­mento estará en grado de reconocer la acción del Señor, que no se distrae en milagros es­pectaculares, sino que está orientada a la con­versión de su pueblo.

41,21-29 Pleito contra los ídolos. Esta­mos ante el segundo texto del Segundo Isaías que comparte con otros el esquema de un proceso judicial (véase antes Is 41,1-5). El pleito que se presenta aquí no es contra las naciones, sino contra los ídolos. "Nada, nu­lidad, ninguno" (Is 41,24.26-28) correspon­den al mismo término hebreo, que se repite siete veces en la composición y designa a los ídolos (véase antes comentario a Is 41,17). La disputa gira en torno a la capacidad de pre­ver los acontecimientos futuros, para poder reconocer el plan de Dios cuando se cumplen las previsiones (Is 41,22-23.26). El Señor tie­ne esa capacidad. Los ídolos en cambio son sorprendidos por los acontecimientos, no pueden disponer de ellos. Una probable nue­va alusión a las campañas de Ciro (yo lo sus­cito desde el norte y viene) es la prueba con­creta de que el Señor retiene en sus manos los hilos de la historia.

Es probable que Is 42,8-9 sea la conclu­sión desplazada de este texto, ya que el Se­ñor afirma aquí su gloria y honor frente a los ídolos, y retoma el vocabulario de las pre­dicciones cumplidas (véase Is 41,22.26).

42,1-7 Primer poema del siervo del Se­ñor. Is 42,1-7 es el primero de los así lla­mados "Cantos del Servidor del Señor" (véa­se también Is 49,1-7; 50,4-9; 52,13-53,12), que la liturgia cristiana, siguiendo al Nuevo Testamento, ha asumido y aplicado a Jesús. La discusión sobre la identidad de este Ser­vidor se ha manifestado interminable. Unos piensan en un personaje individual, y en tal caso los candidatos propuestos son múlti­ples: desde Moisés y David, pasando por los reyes Ezequías y Josías, por los profetas Jere­mías, Ezequiel y el mismo Segundo Isaías, por personajes literarios como Job, hasta lle­gar al conquistador Ciro y al gobernador Zo-robabel. Otros sugieren que se trata de un personaje colectivo, el pueblo de Israel (véa­se después Is 49,1-6). Otros proponen final­mente una ñgura simbólica, que no se iden­tifica con ningún personaje concreto, aunque se puede reconocer en muchos, sino que re­presenta un modo peculiar de actuar delante de Dios, que Jesús llevará a su plena expre­sión. Esta es la posición que presenta este comentario.

El texto que ahora comentamos presenta a un personaje ligado de un modo particu­larmente estrecho al Señor. El lo ha elegido, lo sostiene y lo considera una "victima acep­table" (en quien me complazco). El Servidor tiene que traer la salvación a las naciones (Is 42,1). La traducción más frecuente "para que traiga el derecho a las naciones" otorga un colorido jurídico a la figura del Servidor, que no es corroborado ni por esta composición, ni por los otros Cánticos del Servidor. Es más bien la persona misma del Servidor del Señor la que progresivamente se manifestará como decisiva para la historia de su propio pueblo y de las demás naciones. La traducción que nosotros proponemos y que habla de "traer, proclamar, implantar la salvación", procura ofrecer un sentido claro y evita precisar de qué aspecto de la salvación se trata aquí.

Las imágenes de Is 42,2-3 describen a al­guien que no se lamenta, que no se expresa exteriormente, que pasa casi Inadvertido. Se encuentra en una situación de debilidad y sufrimiento, pero su "llama" no se extingui­rá hasta haber llevado a término su misión.

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La atención del texto no se detiene sobre es­ta misión, a la cual alude la frase de Is 42,4 traducida frecuentemente por "hasta haber establecido el derecho", o tal vez mejor "has­ta haber manifestado la voluntad" del Señor.

La importancia de este personaje es su­brayada por la declaración del Señor, que se proclama creador y conservador del universo (Is 42,5) antes de reafirmar que ha sido él quien se ha elegido este Servidor para consti­tuirlo alianza del pueblo y luz de las naciones.

Alianza es un término que indica en pri­mer lugar la obligación que asume quien es­tablece un pacto; de esa obligación derivan las obligaciones recíprocas de un pacto bilateral. En el marco de las relaciones de Dios con el hombre, tal como aparecen en el Antiguo Tes­tamento, la alianza significa por tanto tam­bién la obligación que el Señor se impone a sí mismo de actuar en favor de su pueblo.

Que el Servidor sea una alianza del pue­blo significa que ha sido concedido a Israel y a las naciones como una parte o como la totalidad del don del Señor, y como expre­sión de la obligación que el Señor asume de "hacer el bien" a su pueblo y a las naciones. Sobre el sentido tanto de la expresión iuz de las naciones como de Is 42,7 véase más ade­lante Is 42,18-25.

Is 42,1-7 no es, pues, una escena en la cual el Señor presenta al Servidor delante de un grupo como un profeta, sino la descripción que el Segundo Isaías hace de un personaje, asumiendo la palabra de Dios, y que se com­pletará en los otros cánticos del Servidor.

42,8-9 Nuevas predicciones. Is 42,8-9 es la continuación de Is 41,21-29, como hemos indicado antes.

42,10-13 Himno de victoria. Los dos pri­meros versículos de este pasaje constituyen un himno que cierra la primera sección de la primera parte del Segundo Isaías. Después de haber oído hablar sobre el poder del Se­ñor que desafía a naciones y a ídolos, que guía la historia de su pueblo y que ha otor­gado a su pueblo y a las naciones un mis­terioso Servidor como luz y alianza, la tierra y el mar, los habitantes de las regiones ve­

cinas y lejanas, son invitados a unirse en un cántico nuevo de alabanza a Dios. Canto nue­vo, porque celebra la gran novedad que es la salvación que trae el Señor (véase en el mis­mo sentido Sal 33,3; 40,4; 96,1; 98,1; y el li­bro del Apocalipsis: Ap 5,9; 14,3).

En cuanto a Is 42,13, que habla del Señor en tercera persona, habría que conectarlo con el pasaje siguiente (Is 42,14-17) que con­tinúa la imagen de Is 42,13, aunque pre­sentando al Señor no en tercera sino en pri­mera persona.

42,14-17 Promesa de salvación. Esta unidad textual vuelve sobre temas ya tratados y no parece tener una función precisa. El Se­ñor es presentado como un guerrero (véase Sal 24,8; Dt 10,17; Is 10,21) que ha perma­necido en la inacción por largo tiempo. De pronto, viendo la necesidad de su interven­ción, se lanza a la acción, dirigida contra aquellos que han puesto su confianza en los ídolos (Is 42,17). Is 42,14 es curioso: la par­turienta no es en la Biblia imagen de fertili­dad, sino del dolor de quien sufre un castigo (Babilonia, Sión o la casa real de Jerusalén, véase Is 13,8; J r 6,24; 22,23). La conversión de ríos en desiertos (Is 42,15), contraria a la transformación del desierto en estanque (Is 41,18), expresa claramente que no es la trans­formación del desierto en cuanto tal lo que constituye el centro de interés de estos textos, sino la manifestación del poder del Señor que utiliza todos los medios según sus propias in­tenciones. El hecho de guiar a los ciegos por un camino desconocido y la transformación de las tinieblas en luz (Is 42,16) recuerdan la misión del Servidor de Is 42,6 (luz de las na­ciones) y requieren una ulterior precisión, que será ofrecida parcialmente por Is 42,18-23).

42,18-25 Ceguera y sordera de Israel. El Señor se confronta con su pueblo, incapaz de ver y comprender la situación en la cual se encuentra, descrita genéricamente con los términos "saqueo y despojo", que caracteri­zan a un pueblo vencido (Is 42,22).

El pueblo tampoco comprende que hay ciertas situaciones donde ninguna ayuda humana es posible. Tal vez por esto el texto

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hebreo parece hablar del pueblo como de un grupo de "jóvenes", inexpertos, cansados e indefensos (Is 42,22a). Su incomprensión no es, sin embargo, definitiva. Por eso el texto comienza con una exhortación a ver y com­prender, y termina con la esperanza de que, al menos las generaciones siguientes, serán capaces de comprender lo que ha ocurrido (Is 42,23).

Pero la cosa verdaderamente extraordina­ria es la presencia, entre aquellos que no ven y no oyen, de un "servidor", enviado y men­sajero del Señor, que no se puede simple­mente identificar con el pueblo. Este servidor, en efecto, parece más ciego y sordo que el pueblo mismo. En cierto modo él asume so­bre sí toda la incapacidad de comprender del pueblo, haciéndose ignorante con los igno­rantes. El texto hebreo de Is 42,22 subraya­ría que este "servidor" es un pueblo saquea­do y despojado. Los títulos atribuidos al ser­vidor: el mensajero que envío, mi enviado (palabra ésta que tal vez debería traducirse por "castigado") otorgarían al verso un cier­to tono de conmiseración: ojalá alguien pu­diera ser ciego y sordo del mismo modo que lo es el servidor. El servidor participa de la in­capacidad de ver del pueblo, y esto lleva al Señor a expresar su conmiseración.

Muchas cosas (Is 42,20) significa todas las inútiles explicaciones que se proponen para comprender el propio destino, sin detenerse en la única explicación que tendría sentido. En Is 47,9.12.13 el adjetivo muchos se refiere a la inútil cantidad de sortilegios y encan­tamientos en los cuales Babilonia ha pues­to su esperanza.

La nota de esperanza está dada por Is 42,21: el Señor quería manifestar su salva­ción por medio de él. El texto hebreo sugie­re también otra posible lectura: "se ha com­placido en el humillado por su justicia". Por­que el Señor ha encontrado complacencia en este servidor que se ha humillado a fin de que la justicia (salvación) del Señor pudiera manifestarse, por eso hará aún más amplio y maravilloso su plan de salvación.

Is 42,24-25 no está estrechamente unido a los versos precedentes a pesar de la se­mejanza retórica (la pregunta ¿quién?) y de

vocabulario. Estos versos no tratan de com­prender la situación del pueblo y su relación con Dios, sino de explicar con claras palabras quién ha entregado Israel a sus enemigos. La respuesta es tan precisa como la pregunta. Ha sido el Señor. Estos versos son una con-cretización de una problemática mucho más profunda. "Entender" y "hacer caso" en Is 42,25 establece, sin embargo, la unión con los versos anteriores.

43,1-7 El Señor rescata y congrega a Is­rael. No se trata aquí tanto de la promesa de un nuevo éxodo por medio del cual el pueblo será liberado del cautiverio en Babilonia, cuanto de una afirmación más amplia, que asegura la ayuda del Señor a su pueblo en todo momento y circunstancia. "Agua y fue­go" (Is 43,2) es un merismo, figura literaria habitual en la Biblia, que indica por medio de expresiones contrarias la totalidad de los pe­ligros de los cuales el Señor librará a su pue­blo (véase Sal 66,12). Egipto, Etiopía, Sabá, son países-ejemplo de cuanto el Señor está dispuesto a conceder a cambio de su pueblo. Como merismos hay que interpretar también "hombres-pueblos" (Is 43,4), "oriente-occi­dente, norte-sur" (Is 43,5-6), "hijos-hijas" (Is 43,6), "de lejos-del confín" (Is 43,6). El texto quiere confirmar a los israelitas en su fe de que el Señor es fiel a su elección y a aquellos que ha "creado y formado" (Is 43,1.7, que en­marcan la composición). Esta universalidad de la ayuda del Señor no excluye una refe­rencia a la reunión del pueblo, vista proba­blemente desde Jerusalén y no desde Babi­lonia como punto de partida.

43,8-13 El Señor es Dios e Israel es su testigo. Este pasaje tiene aspectos comunes con los otros textos de disputa que hemos descrito a propósito de Is 41,1-5. Pero no hay aquí un proceso contra los dioses, que no son mencionados explícitamente, para establecer la supremacía del Señor delante del pueblo, sino una declaración del Señor en el solem­ne escenario de las naciones (mencionadas dos veces en Is 43,9).

El eje de la disputa es la capacidad de po­der presentar testigos. Los testigos de los

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cuales se habla no son los testigos de la acu­sación o de la defensa y tampoco los testigos presenciales. 'Testigos" significa aquí el ar­gumento probatorio mismo.

El desafío de Is 43,9 (que presenten sus testigos) significa: si los dioses son capaces de presentar un testigo adaptado al argumento en discusión, tendrán razón. Como el argu­mento es la capacidad del Señor o de los dio­ses de hacer comprensible la historia de la nación, y en particular los hechos inmedia­tamente precedentes (esto, Is 43,9), el testi­go de la autoridad de su maestro será aquel que haya comprendido los hechos misterio­sos de la historia. Is 41,26 afirma que nadie escucha las palabras de los dioses, justa­mente porque ellos no han sido capaces de anunciar los hechos futuros, ni de interpre­tar los pasados (véase Is 41,23).

El Señor, en cambio, puede presentar sus testigos (Is 43,10.12). La fórmula de nombrar testigos es la habitual del Antiguo Testamento (Jos 24,22; Rut 4,9.10), pero acentuando aquí la identidad de los testigos (como Gn 31,50). La cosa extraordinaria es que un pueblo cie­go y sordo (Is 43,8) esté en grado de com­prender de algún modo la historia, como pa­ra testimoniar sobre su Señor. El Señor elige como sus testigos lo que es débil en este mun­do (véase 1 Cor 1,26-31). El discurso se diri­ge a sus propios testigos, para convencerlos de que su débil presencia es la mejor prueba de la presencia del Señor.

¿Quién es el testigo? Israel no es men­cionado explícitamente, aunque también se habla de él. Pero se lo designa solamente co­mo un "pueblo ciego", como para poder in­cluir entre los testigos del Señor todos los "pueblos ciegos" de la historia.

Hay también una ambigua mención de un misterioso personaje, un Servidor, "mi Sier­vo" (así literalmente en singular según el tex­to hebreo de Is 43,10), al cual se atribuye también la categoría de "testigo". Las tra­ducciones optan frecuentemente por otra po­sibilidad del texto hebreo y refieren "siervo" al plural precedente, "testigos", y traducen así en plural por "siervos" o "servidores". Cuando Is 41,8-9 y 44,1-2 hablan de Israel como del servidor que el Señor ha elegido, Is­

rael es identificado como Jacob-Israel, y tra­tado sistemáticamente en singular. Si Is 43,10 se comprende según esta otra posibi­lidad, "vosotros sois mis testigos, y mi ser­vidor (es también mi testigo) que he elegido", la continuación del verso gana en claridad: para que sepáis, comprendáis y podáis en fin ser, verdaderamente, mis testigos.

Esta disputa en torno a la capacidad de te­ner testigos encuentra su última razón en dos aspectos del testigo: por una parte, la re­lación estrecha que une al testigo con aquel sobre el cual testimonia, una relación que puede significar vida o muerte; por otra par­te, el testigo implica en el Antiguo Testamento un elemento de continuidad. Un altar o una estela pueden ser testimonio "hasta el día de hoy". Con la constitución de su pueblo y del Servidor como sus testigos, el Señor quiere li­gar su destino al de su pueblo, al destino hu­mano.

La declaración del Señor concluye -pero no es esto lo propio de este texto- con la afir­mación de que él es el único Salvador.

43,14-21 Evocación del éxodo y nueva liberación. He aquí otro texto que, por la pre­sencia de expresiones como camino en el mar, y carros y caballos haría pensar en el tema de un segundo éxodo en el Segundo Isaías. Pe­ro el relato del primer éxodo habla más fre­cuentemente de carros y jinetes que de ca­rros y caballos; "poner en movimiento" (Is 43,17) corresponde a "hacer salir", que en el libro del Éxodo, se refiere a Israel, y en el Se­gundo Isaías al enemigo. El Éxodo no habla de un "camino en el mar". "Caminar sobre el mar" es una expresión que designa el poder del Señor sobre el caos (Hab 3,8; Job 9,9). Am 4,13 y Miq 1,3 hablan de pisotear las al­turas o las "espaldas" de la tierra que, como el mar, es un elemento que tiende al caos y debe mantenerse sometido al creador. El tér­mino senda tiene, en todo caso y en parale­lo con camino, un sentido ético y no físico.

El poderoso ejército de soldados -así en la mayor parte de las traducciones- traduce dos expresiones complementarias: una [fuer­za] se aplica exclusivamente al Señor (Sal 24,8), o a la guerra del Señor (Is 42,25) o de-

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signa la fuerza de sus obras admirables (Sal 78,4; 145,6). La otra significa un ejército, pe­ro también aparece como título de Dios (Hab 3,19).

Cuando la palabra estepa aparece acom­pañando al término desierto (Is 43,19), lo de­termina en un sentido teológico: la estepa es el lugar de la confrontación del Señor con los elementos primordiales (Sal 68,8) o con su pueblo que lo tienta (Sal 78,40; 106,14). Dt 32,10 asocia la "estepa" con el "caos" del mis­mo modo que el Sal 107,40.

Todos estos datos, y el título de Creador con el cual el Señor se presenta (Is 43,15) hacen pensar que el texto quiere subrayar la capacidad de crear que tiene el Señor, el úni­co fuerte que es capaz de ayudar a Israel.

Cuando Is 43,18 exhorta a no recordar las cosas pasadas, y a poner atención en las co­sas nuevas, que ya están surgiendo, tal vez se refiere a la liberación de Israel de Babilo­nia, mencionada en Is 43,14, pero dentro del contexto de una nueva creación que el Señor prepara. Por eso la mención de la glorifica­ción por parte de las bestias salvajes y de su propio pueblo (Is 43,20-21).

43,22-28 Pecado y reconciliación. Is 43,22-28 se aparta de la línea teológica ge­neral del Segundo Isaías porque es casi el único texto en el cual el Señor asume una actitud decididamente crítica frente a su pue­blo, mientras habitualmente consuela y pro­mete, y reserva ira y castigo para los ene­migos. Algunos textos indican las deficien­cias de Israel (como cuando Is 42,18-23 lo considera ciego y sordo) pero para prever in­mediatamente el modo de curarlo.

Algunos versos son ambiguos. Así en par­ticular Is 43,23a.24a se pueden interpretar como una queja del Señor porque las ofren­das de Israel para honrarlo no han sido su­ficientes en cantidad o calidad. Is 43,23b, por el contrario, indica que el Señor no tenía ningún interés por las ofrendas o el incien­so de Israel. Esta segunda línea teológica es­tá más en consonancia con la tendencia ge­neral del Segundo Isaías, que no parece in­teresarse particularmente por los sacrificios y ofrendas. Además, esta declaración expli­

caría las suposiciones del texto: Israel se ha­bría quejado ante el Señor por el castigo re­cibido y no merecido ya que él había sido siempre fiel en el cumplimiento cultual. La respuesta es que al Señor no le interesan esas ofrendas. Son otras las razones por las que Israel ha sido castigado. Sus represen­tantes se han rebelado contra el Señor. En esto han seguido la conducta de Jacob, an­cestro de Israel, cuya culpa recuerda Os 12.

44,1-5 Dios bendice a su pueblo. En con­traposición al texto anterior, Is 44,1-5 es una bendición para Israel-Jacob, elegido desde el seno materno. El motivo del agua vivificante, en paralelo al don del espíritu del Señor, po­ne de relieve la amplitud de la metáfora de la fecundidad en el Segundo Isaías. Véase an­tes la explicación de Is 41,17-20.

44,6-8 Sólo el Señor es Dios. Estos ver­sos retoman el argumento y el vocabulario de Is 43,8-13. Es otro de los cinco textos de dis­puta que presentan una estructura similar (véase antes Is 41,1-5). El fundamento de la confianza que el Señor quiere despertar en su pueblo es su capacidad de anunciar y hacer conocer el futuro. Is 44,8 vosotros sois mis testigos cierra la primera afirmación (mis tes­tigos de que ya lo he anunciado) y abre la se­gunda, sois testigos de que no hay otro Dios fuera de mí.

44,9-20 Inconsistencia de los ídolos. Is 44,9-20 es una larga polémica contra los fa­bricantes de ídolos, y no contra los ídolos mismos. La expresión de Is 44,9 habría que traducirla, según el texto hebreo, por "sus testigos" (véase Is 43,8-13; 44,6-8). Sin em­bargo, aquí aparece en una posición difícil y ha ocasionado por ello diferentes correccio­nes del texto tales como quienes los adoran (sus adoradores).

En realidad hay en Is 44,9 un sutil movi­miento de los fabricantes de ídolos (artesa­nos) a su obra, los ídolos, y de vuelta a los testigos (de los ídolos), que no son otros que los mismos artesanos. En Is 44,18-20, cli­max del texto, la incapacidad de reflexionar y comprender de los artesanos es descrita

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como ofuscación de la vista y la mente. Is 44,9 habla de ciegos e insensatos.

La crítica a los artesanos golpea también, indirectamente, a los ídolos. Porque, como ya sabemos, un testigo incapaz de ver es un mal testigo. Los artesanos son incapaces de ver que su obra no es más que eso, un pe­dazo de madera tallada. La conclusión im­plícita es la misma de Is 43,8-13: los ídolos no son sino testigos incapaces de compren­der el curso de la historia y su propia fun­ción en ella.

El texto se deleita en los detalles de la fa­bricación de los ídolos, y en oponer el buen sentido del campesino, que utiliza la leña pa­ra cocer el pan y calentarse, a la ideología de quien, de la misma leña, se fabrica un dios, ante el cual se postra.

44,21-23 El Señor no se olvida de su pueblo. El presente texto incluye una ex­hortación del Señor a Jacob-Israel invitán­dole a no olvidar que ha sido formado como su siervo, y que debe retornar a él. Incluye también una gozosa convocatoria del profe­ta a toda la naturaleza, en nombre del pue­blo, a exultar de alegría, porque el Señor ha rescatado a su pueblo.

44,24-28 Jerusalén será reconstruida. El Señor, libertador de Israel, declara su fi­delidad a su palabra, que trasmite por me­dio de sus siervos (probablemente hay que comprender un plural, referido a los profe­tas). Su promesa de restaurar Jerusalén, el templo, y las ciudades de Judá se completa con la mención de la misión de Ciro, esta­blecido como su mayoral (es decir "su pas­tor principal") y representante.

45,1-8 Investidura de Ciro. Se describe en este oráculo la investidura de Ciro como instrumento de la acción del Señor. Su nom­bre había sido mencionado al final del texto precedente, y de él se había hablado ya en Is 41,2 aunque sin nombrarlo expresamente. Ahora se explícita su misión: someter nacio­nes y destronar reyes, y todo por causa de Ja­cob mi siervo, de Israel, mi elegido. Ciro mis­mo es designado con el título de Ungido, que

el Antiguo Testamento aplica a reyes y sa­cerdotes. Su relación con el Señor es descri­ta con las expresiones que se aplican por una parte a Israel, y por otra, en nuestra inter­pretación, al misterioso personaje llamado el Servidor del Señor que no siempre se identi­fica con Israel: te he tomado de la mano, te llamo por tu nombre, camino ante ti. El Se­ñor fundamenta su acción con la triple re­petición Yo soy el Señor, acompañada por una explicitación (que llama, hace, crea, Is 44,3.7.8), a la cual se agrega la doble repeti­ción de la fórmula solemne Yo soy el Señor y no hay otro (Is 45,5.6). Is 45,8 concluye la in­vestidura con una invocación a los cielos y a la tierra, para que las nubes derramen libe­ración y la tierra produzca justicia, sin duda en el sentido de "salvación" como se despren­de del paralelismo con brote la salvación.

45,9-13 Poder soberano de Dios. El Se­ñor confirma su decisión de utilizar a Ciro para liberar a su pueblo. El nombre de Ciro no es mencionado aquí explícitamente, se habla solamente de "él". La autoridad del Se­ñor es confirmada una vez más por su ca­rácter de creador del cielo y de la tierra. Por eso no admite réplicas ni se siente en la obli­gación de dar explicaciones. Se recurre otra vez a la comparación del alfarero y la vajilla (véase Is 29,16).

45,14-17 Las naciones acudirán a Israel. El proyecto del Señor incluye el reconoci­miento de las demás naciones que, al acatar su autoridad, confiesan al mismo tiempo el vínculo estrecho existente entre él y su pue­blo. El reconocimiento comporta el rechazo de los dioses y el desprecio de los artesanos de ídolos. Sentimientos nacionalistas de des­quite no son completamente ajenos a este texto. Las naciones reconocen al Señor pero lo consideran un Dios escondido, oculto.

45,18-25 Invitación a las naciones. El Señor toma posición frente a los temas men­cionados en el texto anterior. El Señor res­ponde a la afirmación de las naciones eres un Dios escondido (Is 45,15). El es el Creador, y como tal se deja encontrar en el orden de

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la creación. El universo que ha creado no es un desierto ni un caos, sino una tierra ha­bitable. "Caos" es la palabra de Gn 1,2 pa­ra designar el estado del universo antes de la creación.

Is 45,20-22 recurre al esquema de polé­mica contra los ídolos y las naciones que he­mos observado ya a partir de Is 41,1 -5. Aquí (los supervivientes de) las naciones, como en Is 43,8-13, son convocados como testigos y observadores de la disputa. Esta se dirige con­tra los devotos que cargan sobre sus hombros con las imágenes de los ídolos, pero también se dirige indirectamente contra los ídolos mis­mos. La capacidad de anunciar los aconteci­mientos es presentada nuevamente como ar­gumento contra los ídolos (Is 45,21). La po­lémica contra los ídolos concluye con una exhortación a las naciones para que se con­viertan al Señor, el único en quien se puede encontrar la salvación. El pensamiento se re­pite con los mismos términos en Is 45,20-22.

46,1-13 Ineficacia de los ídolos y fide­lidad de Dios. Is 46,1-13 es casi un resu­men de las polémicas que el profeta ha man­tenido en los capítulos anteriores contra los ídolos y sus fabricantes.

La argumentación contra los ídolos en el Segundo Isaías se desarrolla en dos direc­ciones. Por una parte se pone en ridículo su dependencia material de los artesanos, que deben fabricarlos y "cargarlos, llevarlos, trans­portarlos" (Is 46,1.2.7). Al mismo tiempo se ridiculiza a los devotos, encorvados bajo el peso material de los ídolos. Y todo este es­fuerzo es inútil, porque los ídolos no pueden "salvar" (Is 45,7). Por el contrario es el Señor quien "ha cargado" con los suyos (Is 45,3-4) durante toda la historia de su pueblo.

Por otra parte, la argumentación se apo­ya en la incapacidad de los ídolos de anun­ciar lo que está por ocurrir, o de interpretar lo que ya ha ocurrido (Is 46,9-10, y véase an­tes Is 41,26; 42,9; 43,12; 44,8; 45,21). El Se­gundo Isaías no piensa en la incapacidad fí­sica de hablar de los ídolos de madera, una realidad demasiado obvia como para men­cionarla. Su argumento insiste en la inutili­dad de tales dioses, ausentes de la historia

de las naciones, y por tanto "mudos" cuan­do se trata comprenderla. La intervención del Señor en la historia se ha manifestado en estos "últimos tiempos" con la llamada de "un hombre" que realizará su designio (Is 46,11), y por medio del cual llegará la sal­vación para Sión e Israel (Is 46,13).

47,1-15 Anuncio de la caída de Babilo­nia. Este poema, que canta la caída de Ba­bilonia, está organizado en tres secciones. La primera (Is 47,1-5) es muy homogénea. Está determinada por las expresiones siéntate en el suelo I en el silencio -capital de los caldeos-porqué no te volverán a llamar exquisita ... I soberana (Is 47,1.5). Babilonia es como una reina que ha perdido su trono, y debe ahora compartir las humildes tareas de las campe­sinas, moler el trigo, buscar el agua.

La segunda sección (Is 47,6-11) incluye la acusación y el castigo: El Señor había en­tregado a su pueblo en poder de Babilonia, pero ésta no ha tenido piedad de los exilia­dos. En su orgullo ha pensado que su im­perio sería permanente, que no sufriría -otra vez la imagen femenina- ni viudez ni esteri­lidad. Estas se abatirán ahora sobre la ciu­dad, y de nada servirán a Babilonia su cien­cia y sabiduría, sus sortilegios y encanta­mientos (Is 47,9-10).

Estos dos términos, se retoman en la ter­cera sección (Is 47,12-15). A ellos se agregan otros como consultas, conjuros, adivinos, ob­servación de los astros y predicciones, para poner de relieve la inutilidad de la magia ba­bilonia. Todo su esfuerzo no ha podido pre­ver ni podrá evitar el desastre que ahora se cierne sobre la ciudad. Las llamas que la amenazan -tal vez con alusión a los ídolos de madera que vuelven a ser solamente leña- no serán como las brasas útiles para cocer el pan, ni como la lumbre para calentarse (re­cuérdese Is 44,15-16), sino el incendio de-vorador que todo lo destruye (Is 47,14).

48,1-11 Dios revela su plan salvador. Al final de la primera parte del libro (capítulos 40-48) parecería que su autor o editor quie­re presentar una enseñanza particularmen­te importante. El texto está dirigido al pue-

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blo, que es nombrado solemnemente con tres títulos diferentes (Jacob, Israel, Judá). Mi­nuciosamente se repite el motivo del prede­cir, proclamar y realizar las cosas que toda­vía no han ocurrido (Is 48,3-8; véase antes Is 41,26; 42,9; 43,12; 44,8; 45,21; 46,9-10), prueba de que el Señor es Dios, y que no son los ídolos quienes controlan los aconteci­mientos (Is 48,5). Dos aspectos son nuevos en la presentación del tema: la obligación de Israel de convertirse en mensajero para tras­mitir lo que ha visto y oído (Is 48,6); y la apertura hacia las cosas nuevas que el Se­ñor está por revelar.

No es suficiente reconocer las obras que el Señor ya ha operado; es necesario tener el co­razón abierto hacia los nuevos e imprevisibles proyectos con los cuales el Señor manifiesta su grandeza. Israel no aparece aquí como el predilecto del Señor, ni es tratado tierna­mente. Si no ha sido ya aniquilado es sólo pa­ra conservarlo como testigo de la grandeza del Señor.

48,12-16 Ciro, enviado de Dios. Se repite el tema de la presencia del Señor en la his­toria de su pueblo, proclamada delante de las naciones reunidas, o delante de los israelitas (congregaos todos, Is 48,14). Ciro, que no es mencionado por su nombre, recibe, sin em­bargo, el título de amigo del Señor (¡como Abrahán y Moisés!), encargado de llevar a tér­mino sus planes. Todo este texto está dicho por el Señor, que despliega sus títulos de­lante de su pueblo. Solamente la última línea de Is 48,16, de difícil traducción, lleva la fir­ma del profeta: El Señor y su espíritu me en­vían para proclamar todas estas cosas.

48,17-22 Destino de Israel. Este pasaje incluye dos temas diferentes. Is 48,17-19 son un reproche a Israel y trata de explicar y jus­tificar los sufrimientos y estrecheces sopor­tados por el pueblo durante sus años en el exilio. En Is 48,20-22 el profeta exhorta a proclamar la salvación y liberación que el Se­ñor ha llevado a cabo. Es tiempo de dejar Ba­bilonia. Difícilmente se trata aquí de una ver­dadera orden dada en Babilonia para co­menzar la partida (orden que tendría una

cierta semejanza con Ex 11,8; 12,31), sino que se trata de la orden litúrgica de anunciar, proclamar y publicar la liberación del Señor. El grupo que recibe esta orden, tal vez en Je-rusalén, parece diferente del otro grupo, men­cionado en la tercera persona del plural, que efectivamente deberá dejar Babilonia. El ca­rácter litúrgico del texto está subrayado, a propósito del agua que brota de la roca, por la semejanza del vocabulario no con el rela­to de Ex 17,6, donde Moisés "golpea" la roca y "sale" el agua, sino con el Sal 78,15-16, donde, como aquí, se "escinde" la roca y el agua "brota a raudales".

El final del capítulo 48 introduce un cam­bio de ambiente en el Segundo Isaías. Como reconoce la mayoría de los estudiosos, desa­parecen, a partir de este momento, ciertos temas, por ejemplo la polémica contra los ído­los y contra sus artesanos, o la necesidad de convencer a Israel de que el Señor es quien lleva adelante sus planes; por otra parte, dis­minuyen los reproches contra su pueblo por no percibir lo que está ocurriendo. A partir del capítulo 49 la profecía del Segundo Isaías pa­rece tener como destinatario principal un gru­po fiel al Señor, diferente tal vez del conjun­to del pueblo de Israel, al cual es necesario alentar, pero no convertir.

n RETORNO A JERUSALEN

Y MISIÓN DEL SIERVO DEL SEÑOR (49,1-55,13)

49,1-7 Segundo poema del siervo del Señor. En este canto el Servidor del Señor es identificado con el pueblo de Israel (Is 49,3). Algunos autores suponen que la determi­nación "Israel" no es original en el texto y que ha sido añadida como una interpreta­ción. El Servidor sería entonces, también aquí, una figura individual de carácter pro-fético, regio, o mesiánico.

Sin embargo, tanto la descripción y fun­ción de este personaje como el sentido del texto llevan a la conclusión de que, pres­cindiendo de la identificación del Servidor en los otros cantos, aquí se habla efectivamen-

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te de Israel. Más aún, porque este texto ha­bla de Israel, y porque el modo de hablar es diferente del de otros textos que mencionan al Servidor, es posible mantener que el Se­gundo Isaías habla del Servidor en dos mo­dos diferentes. Por los demás, el texto tiene numerosas dificultades de comprensión, que las traducciones procuran a veces limar pa­ra lograr un sentido coherente.

El Servidor del Señor, es decir Israel, ha­ce la presente declaración solemne a los ojos de las "islas" y de las "naciones lejanas" (Is 49,1, véase antes Is 43,9). Tiene, además, conciencia de ser un elegido del Señor des­de el primer momento. Desde el seno ma­terno (véase Sal 22,10-11; 71,6) es una ex­presión apta para referirse a los orígenes de Israel (véase Is 44,2.24).

La misión del Servidor parece estar en re­lación con una proclamación (Is 49,2a). Sin embargo, las expresiones no tienen que ver propiamente con un "ministerio de la pala­bra". La imagen de la "lengua" y "los labios" (más que la boca) como espada afilada, tiene con frecuencia en el Antiguo Testamento un sentido negativo: así labios de la mujer adúl­tera (Prov 5,4) o los de los malvados (Sal 64,4).

Is 49,4 no es propiamente una declara­ción del Servidor que en un primer momen­to se sentiría desanimado por lo que consi­dera un fracaso de su misión, y luego sería confortado por el Señor. Las expresiones usadas no tienen que ver con obstáculos ob­jetivos. El Servidor se había esforzado por lo que era (siguiendo el hebreo) "vacío, caos, va­nidad". En vano debe comprenderse proba­blemente como un sustantivo. El Servidor se había cansado "por lo que es vano" (véase Is 30,7). "Caos" designa en el Segundo Isaías lo que vanamente procura oponerse al Señor y a su soberanía: las naciones, sus jefes, los ídolos, los artesanos que los construyen. "Va­nidad" aparece solo aquí en el Segundo Isaías, pero Jeremías y el Eclesiastés lo emplean fre­cuentemente para indicar todo lo que no tie­ne consistencia (la vida humana, las leyes de las naciones, la belleza femenina). "Cansar­se" expresa en el Segundo Isaías un aspecto profundo de las relaciones entre Dios y el hombre: seguimiento o abandono. El Señor

no se cansa, y los que se apoyan en él parti­cipan de su fuerza (Is 40,28.30.31). Se can­san quienes no siguen al Señor sino a magos y encantadores (Is 47,12.15). El Señor acu­sa a Israel de haberse "cansado" de él, mien­tras que él no lo ha agobiado (cansado) con sus exigencias (véase Is 43,22.23.24).

Concluyendo, pues, Is 49,4a no es una de­claración de desánimo del Servidor que no ha tenido éxito en sus proyectos y comprueba que los resultados no corresponden a las ex­pectativas y esfuerzos; es más bien una con­fesión de culpa. El Servidor-Israel ha gasta­do sus fuerzas (véase Sal 71,9) siguiendo al­go que no era sino vacío, caos, vanidad: los ídolos, las naciones, los gobernantes infieles. A la luz de esta interpretación de Is 49,4 el verso anterior (Is 49,3) no indicaría la satis­facción del Señor con respecto a su siervo Is­rael [estoy orgulloso de tí); indicaría más bien la determinación del Señor (más allá de los vanos esfuerzos de Israel) de glorificarse a través de su propia acción, llevando a tér­mino una tarea casi imposible, la conversión de Israel.

Habiéndose dado cuenta del sin sentido de sus esfuerzos y de su vida, el Servidor re­conoce (Is 49,4b) que su causa, su destino (véase la explicación de Is 42,1) y su activi­dad y recompensa no pueden encontrarse si­no en el Señor. En esta misma línea Is 41,4; 43,13, manifiestan que la actividad que tie­ne sentido es la obra de Dios. La recompen­sa del Señor es uno de sus atributos que lo acompañan en Is 40,10.

Cuando el Servidor-Israel ha reconocido sus errores anteriores, está en condiciones de recibir otra misión, la de colaborar en ha­cer retornar Jacob-Israel al Señor (Is 49,5). La confesión en Dios se halla mi fuerza se contrapone ahora a la confesión de Is 49,4 "había gastado mis fuerzas por lo que no era nada".

Is 49,6 tiene solamente una conexión ge­neral con Is 49,1-5 y amplía la función del Servidor, convirtiéndolo en luz de las nacio­nes. Llama la atención la mención arcaizante de las tribus de Jacob, así como el sentido de supervivientes de Israel Es difícil sobre to­do la frase literal del texto hebreo "para que

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seas mi salvación hasta los extremos de la tierra"; es como si la salvación, que es la obra del Señor, fuese puesta en las manos del Servidor-Israel.

Esta misión evoca la del Servidor de Is 42,1-7, que se expresaba allí de modo más coherente y matizado. El segundo elemento de la misión de Is 42 aparece más adelante en Is 49,8 [alianza del pueblo), en una posi­ción que no se integra bien con Is 49,8-12.

Is 49,7 concluye el poema con una exal­tación de Israel, en la línea de Is 49,1-5.

Como conjunto este texto se diferencia de los textos en los cuales probablemente se ha­bla de un Servidor individual, que üene una especial relación con Dios, y que lleva a ca­bo su misión por medio del sufrimiento. Es­te segundo canto del Servidor, en cambio, exalta a Israel que, después de haber reco­nocido sus errores, es antepuesto a reyes y príncipes a los ojos de todas las naciones.

49,8-13 Retorno glorioso a Palestina. Como se ha dicho en el comentario al pasa­je anterior, Is 49,8, y con ello la presente unidad textual, completa, con la mención de la alianza del pueblo, la misión del Servidor luz de las naciones (Is 49,6, y antes Is 42,6). Esta unidad se distingue de la precedente por la presencia de la fórmula que introdu­ce la palabra del Señor: Así dice el Señor. Is 49,8 en todo caso explícita Is 49,6, reto­mando su vocabulario.

A partir de Is 49,9 el interés está puesto en la salida de los que están en las tinieblas (en sentido figurado, y menos probablemente en "cárceles", que la antigüedad apenas conoce para grandes grupos de personas). Is 49,9-11 describe el camino de los que retornan, un camino transformado (pastos, agua, sombra) para facilitar el paso del pueblo. La imagen del pastor no se refiere tanto al éxodo, cuan­to al guía del pueblo, asociado al mesías da-vídico, como aparece en Jeremías y Ezequiel. Sal 77,21; 78,52 asocian al éxodo la compa­ración del guía del pueblo como un rebaño, en el contexto más amplio de las manifesta­ciones del Señor en favor de su pueblo. El punto de vista de la composición (salid., vie­nen) orienta probablemente hacia Jerusalén,

desde donde el profeta ve, imaginativamen­te, la partida de los desterrados. Is 49,13 ex­horta a la alegría, y hace eco al comienzo del libro (Is 40,1): efectivamente el Señor ha con­solado a su pueblo.

49,14-26 Fidelidad eterna de Dios. La probable referencia a Jerusalén al final del texto anterior ha podido servir de ocasión pa­ra componer este texto, donde se entrelazan tres temas. El primer tema, centrado en el re­cuerdo de la fidelidad del Señor, enmarca to­da la composición (Is 49,14-16.25-26). El Se­ñor no olvida a su ciudad, como una madre no puede olvidar a su hijo. En los dos últimos versos el Señor recuerda que él es el Salva­dor de Jerusalén.

El segundo tema es el cambio de la suer­te de Jerusalén, que será reconstruida y re­poblada (Is 49,17-21). El peligro de la ex­tinción de un pueblo, amenazadora conse­cuencia de toda guerra en la antigüedad, se disipa. Jerusalén no tiene casi posibilidad de acoger a todos sus hijos que retornan del exilio. El tercer tema es la relación de Israel con las naciones que han sido sus verdugos (Is 49,22-26). Bajo la orden del Señor que "alza su estandarte" (véase Is 11,10-11), los reyes de las naciones se convierten en los ayos del pueblo israelita, al cual llevan de re­greso en brazos. La imagen de la fidelidad del Señor que no deja escapar su presa -mien­tras los antiguos dominadores pierden su presa y sus prisioneros (Is 49,24-25)- de­semboca en la imagen cruel de Is 49,26: los antiguos opresores son obligados a comer su propia carne y a emborracharse con su san­gre. Las imágenes de desquite en la Biblia nos recuerdan que la revelación tenía que re­correr un largo camino hasta proclamar el amor a los enemigos.

50,1-3 Pleito contra el pueblo. El Señor, que recuerda aquí su poder, no con su ca­pacidad de hacer fértil el desierto, sino de se­car los ríos y los mares y de obscurecer el cie­lo, denuncia los pensamientos de los is­raelitas. No ha sido él quien ha despedido a la madre (Jerusalén, Israel) y ha vendido co­mo esclavos a los hijos (los israelitas), sino

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que son las culpas de madre e hijos las que han conducido al repudio y castigo de ambos. En modo breve, y con menos implicaciones personales, el texto recuerda Os 2,4-15.

50,4-9 Tercer poema del siervo del Se­ñor. Is 50,4-9 es una declaración en prime­ra persona de un personaje anónimo, que no es llamado "Servidor", cuya situación y des­tino coinciden, sin embargo, en diferentes as­pectos con los del misterioso personaje que se entreveía en Is 42,1-7; 42,18-23 y 43,8-13.

Este texto pone de relieve, más que los an­teriores, que este personaje es plenamente consciente de su misión y de su destino. Por ello la insistencia sobre el "aprender", y "abrir el oído".

El Servidor sabe que debe enfrentarse en un juicio con sus enemigos. Así lo sugiere el vocabulario judicial de Is 50,8-9a: defensor, denunciar, comparecer, acusar, condenar. Sa­be que dispone de los medios necesarios pa­ra hacer frente a la situación y salir victo­rioso. Pero sabe también que no tendrá ne­cesidad de utilizar esos medios (véase Is 54,17 y Mt 10,19-20). El Señor mismo to­mará a su cargo su defensa, y él no se rebela a su destino.

La imagen de Is 50,4-9 sugiere la de un prisionero que después de haber sido mal­tratado (Is 50,6} espera el momento del jui­cio. Por la mañana muy temprano (Is 50,4) se ha despertado con la seguridad de que Dios lo ayuda, y de que por ello será capaz de de­rrotar a sus enemigos. Espera ese momen­to con alegría, como u n momento de triun­fo propio y de glorificación de Dios. Le falta, sin embargo, todavía la experiencia final de los tribunales corrompidos, del triunfo de la injusticia, del silencio de Dios.

50,10-51,8 Llega la salvación para Je-rusalén. El precedente "Cántico del Servidor" ha dado lugar a esta meditación. El pueblo de Sión debe poner su confianza en el Señor, del mismo modo que el Servidor tenía con­fianza en él, en medio de sus persecuciones, y no ha sido defraudado.

Is 50,10 se puede leer -así en muchas tra­ducciones- como una pregunta retórica con

el sentido de una exhortación ("temed-obe-deced"), y también como la prótasis de una proposición condicional o normativa: "el que teme al Señor ... aunque camine en tinieblas", etc. Esta actitud no es otra que la del Servi­dor de los versos precedentes.

Solamente Is 50,11 se refiere a los enemi­gos de Sión o del Señor, que caen víctimas de la violencia o injusticia que han promovido.

El carácter exhortativo de Is 51,1-8 es puesto de relieve por la abundancia de im­perativos que llaman la atención de los oyen­tes: escuchad, mirad, atended, levantad los ojos. La afirmación central es que la libera­ción y salvación del Señor están próximas (Is 51,5) y duran para siempre (Is 51,6.8). Esa salvación se manifiesta en el consuelo que el Señor lleva a las ruinas de Sión, convirtién­dolas en un jardín.

La exhortación se dirige ciertamente a los israelitas (Is 51,1-3), a los cuales el Señor re­cuerda sus promesas de posteridad hechas a Abrahán y Sara, la roca de la cual el pue­blo ha sido tallado, promesas a las cuales él se mantiene fiel. Pero se dirige también a las naciones (Is 51,4-5), y esta vez no solamen­te como testigos de acontecimientos que no los benefician directamente, sino como ver­daderos destinatarios de sus promesas. El verbo hebreo "juzgar" (Is 51,5) debe com­prenderse en el sentido positivo de "hacer justicia" (de ahí que pueda traducirse por "li­brar") ya que de las naciones se dice que confían y esperan en el Señor, y en Is 51,4 se afirmaba que la ley y el derecho serán luz de las naciones.

Is 51,6-8 explícita la solidez de las pro­mesas del Señor, contrapuestas tanto a la caducidad del universo, cuanto a la fragili­dad de la persecución de los enemigos.

51,9-16 Acción liberadora de Dios. Tres poemas están incluidos en esta sección que abarca Is 51,9-52,6. Los tres tienen en co­mún el comienzo con un doble imperativo: Despierta, brazo del Señor / Despierta, Je-rusalén / Despierta, Sión (Is 51,9; 51,17; 52,1). El hemistiquio se completa cada vez con una expresión adecuada al destinatario: ármate de fuerza / ponte en pie / vístete de

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tujuerza. Los tres poemas concluyen con un bello cántico al Señor que vuelve para res­taurar Jerusalén (Is 52,7-12).

En el primero de los tres poemas {Is 51,9-16), la exhortación al Señor a "despertar" y actuar expresa la confianza puesta en Dios (aunque recuerde también la sátira de Elias contra los profetas de Baal, exhortándolos a gritar más fuerte para despertar a Baal a fin de que manifieste su poder, 1 Re 18,26-27). Despierta es el grito dirigido al Señor por el individuo (Sal 7,7; 35,23; 59,5) o por la co­munidad (Sal 44,24) para que intervenga en su favor. La expresión aparece también en el Cántico de Débora (Jue 5,12), en el contex­to de las guerras del Señor. También los ci­tados Sal 7,13-14 y 59,6 (y recuérdese antes Is 42,13) presentan al Señor como guerrero. La exhortación a "revestirse de fuerza" utili­za como argumentos el poder que el Señor ha manifestado en otro tiempo -el tiempo de la creación- contra el caos (véase Sal 93,1). El mar no es aquí, como en el éxodo, el lugar de la victoria del Señor contra los enemigos egip­cios, y por tanto su instrumento de salvación (véase Ex 14,9.21.27; 15,1-18.21), sino el ene­migo mítico que es vencido ("secar el mar"). Hab 3,15 y Sal 77,20 expresan cómo el "ca­mino por el fondo del mar" pertenece a la ter­minología de la lucha contra el caos. En es­te contexto se comprenden las expresiones "despedazar al monstruo marino" y "atrave­sar al dragón" (Is 51,9).

A esta apremiante súplica responde el Se­ñor con una solemne declaración, descri­biendo la procesión triunfal que acompaña a los redimidos que retornan a Jerusalén. El Señor consuela (Is 51,12; véase antes Is 40,1; 49,13; 51,3). Y para garantizar la se­guridad de su intervención, repite los títulos de poder que el pueblo suplicante le atribuía (el que agita el mar y hace bramar las olas, Is 51,15), contraponiéndolos a la debilidad del opresor humano (Is 51,13), que pasa co­mo la hierba (Is 51,12; véase Is 40,6-8).

51,17-23 ¡Despierta, Jerusalén! Segun­do poema en el que el Señor se dirige a Je­rusalén con un cántico que integra tres ele­mentos. El primero es la exhortación a po­

nerse en pie, después de tantos sufrimientos (Is 51,17). Jerusalén es como una mujer em­briagada (Is 51,21) y sola (Is 51,18), a la cual nadie puede o quiere guiar. El segundo es la lamentación por la desgraciada situación de la ciudad (Is 51,18-20). El tercero, la conso­lación, expresada con la promesa de cambiar la situación de la ciudad. Una metáfora con dos términos, repetida dos veces, estructura la composición: Jerusalén ha bebido hasta las heces la copa de la ira del Señor. Ahora el Señor retira de su mano la copa del vérti­go, el vaso de su ira, para darla a beber a los enemigos.

52,1-6 ¡Despierta, Sión! También el ter­cer poema está dirigido por el Señor a Sión-Jerusalén, cuyos nombres se alternan, tal vez para poner de relieve el aspecto religio­so de la ciudad, mencionando la colina del templo. El texto está constituido por una ex­hortación (Is 52 1-2), una constatación de la situación (Is 52,3-5) y una promesa (Is 52,6).

Este poema continúa el precedente. Si en el anterior se anunciaba el fin de la ira del Señor y se exhortaba a Jerusalén a ponerse de pie, ahora se pide algo más: Jerusalén de­be ponerse sus vestidos de fiesta, lavarse, quitarse los signos de la esclavitud -ios co­yundas-. Se prevé la expulsión de los im­puros de la ciudad.

El texto no se refiere solamente a la si­tuación actual, sino que hay también un re­cuerdo de las antiguas emigraciones o de­portaciones a Egipto y Asiría. Al lamentarse por el conjunto de la historia de Israel y por una situación presente cuyo fin no parece inmediato (ultrajan mi nombre sin cesar, Is 52,5), el texto pierde la efectividad que tenían los dos precedentes. Por eso mismo, tampo­co la promesa tiene la fuerza de los textos anteriores, o del siguiente. La promesa de que llegará un día en que mi pueblo me re­conocerá es un consuelo para tiempos futu­ros, demasiado vago, con el cual no se pue­de contar ahora.

52,7-12 Cántico al Señor por la restau­ración de Jerusalén. En este poema, que es de una admirable expresividad y belleza, po-

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demos percibir el eco de Is 40,9-10; sirve pa­ra cerrar una sección importante del libro y anticipa el oráculo de Is 62,6-7.

Hay una serie de personajes que se ponen en relación unos con otros. El personaje que habla podría ser el poeta mismo, no nece­sariamente el Señor. El poeta-profeta elogia la actividad de un mensajero que trae un mensaje de salvación, reina tu Dios. A este mensajero responde un coro de centinelas, que desde las murallas alcanzan a distinguir la caravana de desterrados que retorna, sig­no concreto del Señor que llega (Is 52,8). Los centinelas exhortan a su vez a las ruinas mismas de la ciudad a unirse al coro, porque el Señor rescata a su pueblo. Y esa salvación se hace visible en todo el país, y ante todas las naciones. Los dos últimos versos son co­mo la orden concreta, dada idealmente des­de Jerusalén, de ponerse ya en camino pa­ra retornar a la tierra prometida. Pero esta salida, y aquí sí hay alusiones a la noche de la partida del Egipto, no será una fuga, en secreto, o a la desbandada. Porque como en la marcha por el desierto, el Señor abre la marcha y forma la retaguardia de la proce­sión de desterrados.

52,13-53,12 Cuarto poema del siervo del Señor. Entre los cánticos de alegría que celebran la restauración de Jerusalén en los capítulos 51, 52 y 54 del Segundo Isaías, se sitúa este sombrío texto teológico, como pa­ra indicar que la rehabilitación de Israel y de sus habitantes presupone el sufrimiento com­partido.

El cuarto poema del Servidor del Señor es­tá organizado en tres secciones, que corres­ponden a tres escenas. En la primera (Is 52,13) y tercera (Is 53,11-12) habla el Señor, que comienza presentando a su Servidor y termina anunciando su destino. Is 52,14-15 podría también ser atribuido a la palabra ini­cial del Señor; pero si se sigue más de cer­ca el texto hebreo, parece que también estos versículos deben ser atribuidos a un grupo que se dirige al Señor.

En la larga sección central (Is 52,14-53,10) un grupo, "nosotros", como si fuera un co­ro, habla meditativamente del Servidor. Es­

ta sección recuerda la relación del Servidor con el coro, con otros ("muchos", Is 53,11) y con el Señor. También la exaltación final del Servidor (Is 53,12: Le daré un puesto de ho­nor, un lugar entre los poderosos) menciona a muchos. El tema central del texto es la re­lación entre el Servidor y el grupo. Esta re­lación está sugerida por numerosas expre­siones que hablan de una presencia, activi­dad o sufrimiento del Servidor junto a los demás o (Is 53,4.5.12) o en su lugar.

Algunas de esas expresiones se pueden entender como la participación de alguien inocente en los sufrimientos y en el destino de u n grupo; o como una acción interceso-ra (Is 53,12) semejante a la de Moisés o Jere­mías. Pero otras confieren al texto un ca­rácter único en el Antiguo Testamento: son las que ponen de relieve que el Servidor re­presenta a un grupo {muchos), asumiendo tanto sus culpas como el castigo y la expia­ción de las mismas.

Cargando con sus culpas (Is 53,11), o car­gó con sus pecados (Is 53,12) (de ellos), son expresiones que manifiestan que el Servidor se asocia o asume la culpa en la cual otros habían incurrido. Como en Ez 23,49, estas expresiones manifiestan una verdadera res­ponsabilidad moral sobre las acciones que cada uno, individuo o grupo, debe asumir. De u n modo semejante, el sumo sacerdote Aarón no solamente lleva ante el Señor los símbolos que representan los nombres de las tribus de Israel, sino que, como represen­tante del pueblo, lleva también la "flor de oro", signo de las culpas cultuales que el su­mo sacerdote expía (véase Ex 28,36-39 y en particular Is 53,38).

Una función semejante tiene el macho ca­brío expiatorio (Lv 16,22), sobre el cual el su­mo sacerdote descarga de modo simbólico todas las culpas del pueblo, para que sean llevadas al desierto. El pensamiento de la asunción de la culpa que se anuncia en esos textos adquiere toda su fuerza en este cán­tico del Servidor.

Si se acepta la asunción de la culpa de otros, el pensamiento de la substitución de los culpables en el castigo se vuelve también aceptable.

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Con sus llagas nos curó (Is 53,5) corrige con audacia principios profundamente en­raizados en la cultura religiosa antigua, y también en la del Antiguo Testamento. El Servidor no responde herida por herida como permitía e incluso ordenaba la ley del talión (Ex 21,25); mucho menos trata de vengarse desproporcionadamente de la herida recibi­da (Gn 4,23-24). Por el contrario, sorpren­dentemente sus propias heridas llevan la cu­ración a un cuerpo cubierto de ellas, el cuer­po de Israel y de cada uno de sus miembros. Sal 38 incluye las heridas del cuerpo como parte de la descripción de la figura repug­nante de uno que implora la misericordia del Señor.

También Is 53,6, el Señor cargó sobre él to­das nuestras culpas, se refiere probablemente al castigo infligido por causa de las culpas. La lengua hebrea puede utilizar el mismo tér­mino para varios conceptos relacionados en­tre sí en el orden jurídico y religioso, como transgresión, culpa y castigo. "Cargar", cas­tigar, es el verbo que utiliza Is 59,16 para in­dicar una intervención salvífica del Señor que pone remedio a una situación extrema, aun­que para ello sea necesario recurrir al dolor. Is 53,6b significa que el Señor ha "tocado" con una intervención salvífica la transgresión de todos por medio del Servidor.

El tercer elemento teológico de este texto es la presencia del Servidor en la expiación de la culpa y en la reconciliación entre el Señor y su pueblo ("nosotros"). Por haberse entre­gado en lugar de los pecadores (Is 53,10) tra­duce la expresión hebrea "entregarse como expiación". El término hebreo jurídico reli­gioso que traducimos como "expiación" tiene también múltiples significados: la transgre­sión, la obligación y responsabilidad que sur­gen de la culpa, la culpa misma, el reato, y por extensión la expiación de la culpa, y has­ta la compensación (véase Lv 5, y en parti­cular Is 53,15-16.18-19, donde aparecen los diferentes sentidos del mismo término).

También Is 53,11 habla de la expiación: Mi siervo traerá a muchos la salvación. La ex­presión traduce la expresión hebrea "decla­rar justo" o "justificar" (Ex 23,7; Dt 25,1). El Servidor no convierte en justo al injusto, un

pensamiento completamente ausente del An­tiguo Testamento. Para ser "justificado" es necesario tener en sí un elemento de justi­cia, es decir, participar en la justicia del Se­ñor, que es el único Justo (Is 45,24-25). El Señor puede borrar la rebelión y olvidar el pecado (Is 43,25; 44,22), de manera que per­mita al hombre presentarse a juicio con él, "justificarse", y así "ser justificado" en su presencia (Is 43,26).

La función del Servidor en este contexto no es declarar justo a alguien que no lo es, ni es olvidar o borrar el pecado. Pero él pue­de asumir la culpa de los demás como ar­gumento para que el Señor pueda olvidar y borrar el pasado aceptando como justo lo que ante él no podría serlo.

Como recompensa por haberse ofrecido para asumir y expiar la culpa, el Servidor ten­drá descendencia, prolongará sus días (Is 53,10). El Servidor ha muerto verdadera­mente, ha abandonado la tierra de los vivos (Is 53,8; véase el contraste del reino de los vi­vientes con el sheol, reino de las tinieblas, en Ez 32,23-27). Su supervivencia no significa, sin embargo, que el concepto de resurrección en sentido cristiano esté ya presente, pero sí implica que quien se pone al lado de los pe­cadores para asumir su culpa y buscar la ex­piación de la misma, participe de un modo especial de la bendición del Señor. Precisa­mente porque el Servidor ha cumplido esa condición, el Señor permite que continúe pre­sente de algún modo en aquellos con quienes se ha identificado.

Por su riqueza teológica, este texto ha si­do utilizado frecuentemente por el Nuevo Testamento para procurar comprender la fi­gura de Jesús, que ha muerto "por la salva­ción del pueblo".

54,1-10 De nuevo, un pueblo fecundo. Is 54,1-10 es u n cántico de alegría pronun­ciado por el profeta, aunque en su forma li­teraria parezca más bien una exhortación a pronunciar ese cántico. Está dirigido a Je-rusalén, cuyo nombre no se menciona, pero a la que el profeta personifica en una mujer que se ha creído sucesivamente soltera, es­téril, abandonada y viuda, y ahora vuelve a

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encontrar a su esposo y a sus hijos. La com­posición está dividida en cuatro estrofas de­siguales (Is 1; 2-6; 7-8; 9-10) que terminan todas ellas con la misma afirmación desa­rrollada sucesivamente desde dice el Señor en Is 54,1, pasando por dice tu Dios en Is 54,6 y dice el Señor, tu libertador en Is 54,8, hasta dice el Señor que está enamorado de ti (que te ama, que tiene misericordia de ü) en Is 54,10. El Señor recibe además los títulos de creador, santo de Israel y libertador. La primera estrofa es la invitación al canto, con una referencia a la situación dolorosa de es­terilidad que ahora está a punto de concluir. La segunda estrofa describe la abundancia de la nueva prole con imágenes semejantes a las de Is 49,20-21. La tercera estrofa can­ta las nuevas relaciones entre el esposo y la esposa, es decir, entre el Señor y su ciudad-pueblo. El Señor, que había abandonado por un momento a su esposa, ahora vuelve a ella. Las imágenes recuerdan Is 49,14-15 y Os 2,4-15. La cuarta estrofa evoca Os 11,8-9, y hace una explícita referencia al relato del diluvio. Como en el tiempo de Noé, el Señor repite su juramento de no volver a castigar el país de este modo (véase Gn 8,21-22) y re­afirma su alianza de paz (Gn 9,9-17).

54,11-17 Reconstrucción de Jerusalén. Casi sin interrupción, la composición ante­rior desemboca en otro canto. Si el anterior hablaba de la ciudad bajo la imagen de una mujer, ahora se dice explícitamente que la protagonista es una ciudad y las imágenes utilizadas se concentran en su reconstruc­ción material (Is 54,11-13). La descripción es manifiestamente hiperbólica pues los mate­riales de construcción. serán nada menos que piedras preciosas. Is 54,13 alude pro­bablemente a los constructores de la ciudad que reciben del Señor las instrucciones pa­ra su trabajo; el término hebreo utilizado es ambiguo y no exige referirlo necesariamen­te a los habitantes/hijos de la ciudad.

La segunda parte de la composición pre­senta los motivos de porqué la ciudad esta­rá completamente a saluo: es el Señor mismo quien crea el herrero que construye la de­fensa, y dispone del destructor que quiere

atacarla (Is 54,16-17). Por eso, si él no envía a los atacantes, la ciudad no corre peligro (Is 54,15). Pero la última garantía de su defen­sa es que la ciudad está fundada sobre la justicia salvadora de Dios (Is 54,14; véase Is 1,26-27).

55,1-5 La alianza del Señor. Is 55,1-5 es un texto complejo, que integra en pocas lí­neas elementos tan dispares como una serie de alimentos (trigo, vino, leche) que se ad­quieren sin dinero, (Is 55,1-2), una prome­sa solemne y amplia [viviréis) y otra de una alianza con vosotros (Is 55,3), el recuerdo de David (Is 55,3-4), y la mención de un pueblo desconocido que viene (Is 55,5). La unidad de pensamiento del texto parece dada por las connotaciones de los términos.

Is 55,1 se debe leer teniendo como trans­fondo a J r 31,12-14, oráculo de restauración que anuncia, con términos semejantes, el re­greso de los desterrados a Sión. De los bie­nes temporales se habla en el marco de la re­lación al Señor, el dador de los bienes.

En Dt 2,4-6 Moisés transmite y cumple la prescripción del Señor de no hacer daño a los habitantes de Edom, en el camino hacia la tierra prometida; los hebreos deben comprar los alimentos e inclusive el agua. La exhor­tación del Segundo Isaías a recibir ahora ali­mentos de balde, recuerda a los israelitas que han vuelto a su tierra, donde el Señor les concede los bienes que les pertenecen.

Gastar el dinero se encuentra también en Is 46,6 como acción necesaria para adquirir un ídolo que es inútil, porque no puede sal­var ni sirve para quitar el hambre.

El término hebreo de Is 55,2 qie siele tra­ducirse por salario (o "jornal") significa lite­ralmente "esforzarse", "cansarse" en la bús­queda de lo que no vale la pena (la ayuda de los adivinos, las exigencias inútiles). El can­sancio se opone a la energía del Señor (véa­se Is 40,28-31; 43,22-24; 47,12.15; 49,4; 65,23).

Hasta la expresión comeréis bien, comeréis lo que es bueno, sugiere la plena asimilación del verdadero bien de Israel, su alianza con el Señor. "Bien" con el sentido de "alianza" aparece en 2 Sm 7,28; 23,5; Dt 23,7; Os 8,3.

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Deleitarse con manjares (Is 55,2) es una expresión cuyo alcance puede comprender­se mejor en el contexto de Is 58,13-14: el verdadero "deleite" de Israel es el sábado, día de la celebración del Señor, que otorga todos los bienes.

Is 55,1-3a pasa así, por medio de alusio­nes, de una exhortación a poseer legítima­mente los bienes de la tierra (Is 55,1), a otra exhortación que invita a dejar de lado todo lo que no es el Señor (Is 55,2a), concluyen­do con una tercera exhortación a escuchar la palabra del Señor e interiorizar el pacto, de manera que puedan deleitarse en la abundancia y gozar de la vida en plenitud (Is 55,2b.3a).

Con esta preparación, el segundo mo­mento del texto (Is 55,3b-5) habla clara­mente de la alianza perpetua, o "promesa in­quebrantable", como la que hizo el Señor a Noé (Gn 9,16), Abrahán (Gn 17,7.19); Aarón (Nm 18,19) y David (2 Sm 23,5). Is 55,3 mar­ca el cambio de destinatario de la promesa inquebrantable hecha a los patriarcas y a David; a partir de este momento la promesa de una alianza perpetua se dirige a todo el pueblo (véase también Is 61,8; J r 32,40). Es­ta promesa se apoya sobre los favores antes prometidos a David.

Dt 28,33 amenazaba a Israel, si no cum­plía los preceptos de la alianza del Señor, con la venida de un pueblo desconocido que devoraría sus esfuerzos. Constituido en el nuevo destinatario de la promesa del Señor,

Israel está ahora en condiciones de entrar en una nueva relación con las naciones, y de llamar a pueblos desconocidos para un en­cuentro donde ni quien llama ni quien acu­de conoce a la otra parte, pero donde ambos se encuentran en el nombre del Señor. La desaparición de la monarquía en el tiempo del Segundo Isaías no significó la supresión de toda esperanza sino su renovación den­tro de una concepción diferente de la rela­ción entre Israel y las naciones.

55,6-11 Epílogo: Invitación a la con­versión. El libro del Deuteroisaías que ha­bía comenzado con la exhortación a conso­lar a su pueblo, concluye con otra exhorta­ción al pueblo para que busque e invoque al Señor. Cinco veces se repite la palabra ca­minos y otras cinco planes, para oponer los del Señor a los de los hombres. Este pensa­miento está destinado, una vez más, a con­vencer al pueblo de que nada escapa de la previsión del Señor, y que sus más incom­prensibles decisiones tienen un sentido.

La palabra del Señor es eficaz, como la lluvia que hace germinar la tierra.

55,12-13 Salida de Babilonia. Una na­turaleza transformada es testigo de la par­tida de Israel, que retorna a casa. El final de Is 55,13, que habla de una señal imperece­dera que haráfamoso para siempre al Señor podría establecer una relación de este texto con el siguiente (Is 56,5).

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ISAÍAS 56

TERCER ISAÍAS

56,1-8 Culto universal. Is 56,1-8 es un texto de reconciliación y compromiso, en cua­tro sentidos diferentes. El primero es la re­conciliación entre el templo como casa de ora­ción y como lugar de sacrificios. En el tiem­po del exilio, los sacrificios rituales se habían vuelto imposibles (en el destierro) o al menos difíciles (en Jerusalén). La gente había co­menzado a tomar conciencia de una relación con Dios mediante la oración, y probable­mente también mediante la lectura y la ex­plicación de la Tora. Los desterrados que ha­bían vuelto a Jerusalén debieron sentir sin duda la obligación y la tentación de restau­rar el culto en su aspecto de mayor vitalidad y esplendor que no era otro sino el de los sa­crificios rituales. Pero estaban las dificulta­des económicas de una comunidad nacional que resurgía, y estaba sobre todo la concien­cia de haber sobrevivido, en Jerusalén o en el exilio, no con la seguridad que proporcio­naban los sacrificios, sino con la fuerza de la fe en un Dios que se esconde. El texto bus­ca la reconciliación entre una tendencia que hubiera querido reconstruir el culto exacta­mente como lo había dejado antes de la par­tida al destierro, y otra tendencia, que tal vez hubiera querido modificarlo radicalmente si no suprimirlo. La mención de los sacrificios agradables a Dios tiende la mano a una de estas tendencias, pero la subsiguiente men­ción del templo como casa de oración, en una frase adversativa, pone de relieve los nuevos elementos irrenunciables (Is 56,7). El signo explícito de la reconciliación entre ambas ten­dencias es el sábado. Por una parte no se re­nuncia al día sagrado, y por ello se amones­ta contra su profanación. Pero la santidad de este día está marcada sobre todo no por la ausencia del trabajo, sino por la renuncia a hacer el mal, algo que obliga todos los días y no solamente los sábados (Is 56,2.4.6).

El texto propicia también la reconciliación entre puros e impuros. Se niega al templo el carácter de lugar al que tienen acceso sola­mente quienes reúnen ciertos requisitos cul­

tuales (purificación ritual), raciales (perte­nencia a un grupo) y biológicos (integridad del cuerpo). Tales condiciones cuadran en una concepción del templo como morada de la divinidad; pero en cuanto casa de oración, está abierto a todos los que tienen necesidad de ella (Is 56,4.6-7)

El signo palpable de la apertura de este "nuevo templo" a todos es la aceptación tam­bién de eunucos y extranjeros, tradicional-mente excluidos. Es posible que entre los eu­nucos hubiera también israelitas, que se ha­bían vuelto tales en el servicio de la corte del rey de Babilonia. El texto propugna así la re­conciliación entre grupos que de otro modo estarían condenados al odio mutuo por cier­tas leyes sacerdotales (Ex 12,43; Dt 23,2; Ez 44,7-9). Esta reconciliación se extiende a to­dos los pueblos invitados a la montaña san­ta (Is 56,7).

El texto favorece en tercer lugar una re­conciliación entre un modo de concebir a Dios como quien nos provee de cuanto con­sideramos necesario y buscamos en la ora­ción, y una aceptación de los caminos de Dios, aún cuando no coincidan con los nues­tros. Al extranjero no se le promete la per­tenencia al pueblo, sino el acceso a la mon­taña santa; al eunuco no se le promete una descendencia física, como a las mujeres es­tériles de las historias patriarcales, sino que se les promete ser célebres, poderosos y fa­mosos para siempre (Is 56,5; el texto hebreo habla literalmente de hacerles un "monu­mento" y darles un "nombre" que los man­tenga siempre en la memoria de los hom­bres). Como Elcaná a Ana (véase 1 Sm 1,8), el Señor les manifiesta que vale mucho más él que los posibles hijos e hijas que pudieran haber tenido de no ser eunucos.

Hay finalmente en el texto una reconci­liación entre una concepción apocalíptica de la religión y de la fe, que espera la modifi­cación de la historia a partir de intervencio­nes extraordinarias de Dios, y otra concep­ción que descubre esa presencia y esa acti-

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vidad de Dios en los hechos cotidianos. Es­ta concepción era tanto más necesaria en u n momento en el cual se hubieran deseado so­luciones inmediatas y milagrosas, pero en el que fue necesario aceptar los pasos lentos de la reconstrucción nacional y religiosa.

56,9-57,2 Malos dirigentes. Oráculo con­tra los dirigentes de Israel, por cuya culpa pe­recen ñeles y justos. Es muy probable que los destinatarios sean no solamente las auto­ridades civiles, sino también las religiosas, y en particular los profetas. Así lo sugiere la comparación con centinelas ciegos (véase Is 52,8; Ez 33), con videntes somnolientos (Is 56,10; véase Is 30,10), con pastores preocu­pados de su propio interés (Ez 34,2), y con borrachos esclavos de su embriaguez (véase Is 28,7). El resultado es que los inocentes, sin protección alguna, perecen por mano de los injustos. La promesa de felicidad de Is 57,2 para los que caminan por el sendero recto no puede disimular la violencia del ataque (pe­rros mudos y hambrientos) contra los res­ponsables de la comunidad que se compor­tan indignamente.

57,3-13 Contra la idolatría. Después de haber denunciado la responsabilidad de los grupos dirigentes, este texto se dirige pro­bablemente a todo el pueblo acusándolo de idolatría. El lenguaje crudo recuerda Ez 16 y 23. Como Oseas, Jeremías y Ezequiel cuan­do tratan de la idolatría, este texto utiliza las metáforas de la infidelidad matrimonial, de la prostitución y del adulterio, y las alusiones a cultos idolátricos relacionados con la fertili­dad (Is 57,5-6; véase Os 4,12-13). Is 57,10 menciona el cansancio, una imagen predi­lecta en el Segundo y Tercer Isaías para ha­blar de la frustración cuando se camina detrás de otros dioses. Is 57,11 es el único dato con cierta precisión sobre el contexto histórico de este texto: la reacción del pueblo y su búsqueda de otros dioses es consecuen­cia de su incapacidad de comprender el si­lencio de Dios, que permitiendo la tragedia del exilio, parecía haberse alejado de su pue­blo. La búsqueda de seguridad lejos del Se­ñor lo ha conducido a la idolatría. El texto no

propone propiamente un castigo sino la aus­tera constatación de que esos dioses no pue­den ayudar (Is 57,13). Como el texto prece­dente, también éste concluye con una aper­tura de esperanza para quienes buscan su refugio en el Señor.

57,14-21 El Señor consuela a su pueblo. Este texto, en cambio, está dirigido al pueblo para consolarlo. Is 57,14, con su metáfora de allanar el camino, familiar al Segundo Isaías (véase Is 40,3, y luego Is 62,10) hace pensar en grupos que todavía debían regresar del destierro, más que en aquellos ya instalados en el país, o que nunca lo habían abandona­do. La autopresentación del Señor (Is 57,15) recuerda la visión de Is 6, y la misión del pro­feta en Is 61,1. El Señor justifica su enojo y su decisión de alejarse temporalmente del pueblo en la perversidad del mismo y en su actitud de reincidencia (Is 57,16-17). Es és­te un tema ya presentado en Is 54,8 y en am­bos lugares encontramos una alusión al di­luvio y a la promesa del Señor de no repetir sus castigos. El Señor sabe que el hombre es­tá inclinado hacia la perversión desde pe­queño (Gn 8,21), y por ello multiplica su mi­sericordia. La metáfora del Señor como mé­dico de su pueblo (Is 57,18-19; véase Os 6,1) promete consuelo y alivio.

Invirtiendo el esquema de los dos textos precedentes, éste concluye con una palabra de condenación que repite lo que se dice en Is 48,22.

58,1-12 El ayuno que agrada a Dios. El profeta proclama una palabra del Señor con­tra el pueblo a propósito del ayuno. El texto se divide en tres secciones. Is 58,1 es una or­den del Señor para que el profeta denuncie ciertos pecados y rebeldías del pueblo, y en particular la práctica de algunas formas de piedad sin tener en cuenta sus exigencias profundas (Is 58,2-5). Hay dos actitudes que están estrechamente unidas en la mente y en la práctica del pueblo: la búsqueda de la vo­luntad del Señor y el ayuno. Pero es probable que el pueblo espere del Señor sólo las sen­tencias y decisiones que le convienen (véase Is 30,10-11). Cuando el Señor responde de un

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modo diferente al previsto, el pueblo se que­ja de no ser escuchado. Esta búsqueda de la voluntad del Señor está enturbiada por com­portamientos injustos (explotación, violencia e hipocresía: Is 58,3-5) que acompañan la práctica del ayuno.

En contraposición a esta manera forma­lista y meramente ritual de practicar el ayu­no, el Señor describe cuál es el auténtico ayuno que él espera: liberación de la opre­sión y la tiranía, dar de comer al hambrien­to, vestir al desnudo y evitar la calumnia (Is 58,6-7.9-10). En tales condiciones el Señor se hace presente y acompaña el camino de su pueblo. Como en el desierto, lo precede y lo sigue, se convierte para él en luz en me­dio de la noche, lo guía y lo alimenta. La mención del desierto (Is 58,11) desemboca en una afirmación de sabor sapiencial: el pue­blo mismo se convierte en huerto y en fuen­te de aguas (véase Is 41,17-20; Sal 1,3).

La promesa de Is 58,12 implica que la jus­ticia del pueblo en sus relaciones mutuas es la condición para poder reconstruir la nación.

58,13-14 Guardar el sábado. Is 58,13-14 vuelve sobre el tema de la observancia del sábado, que había sido introducido ya por Is 56,1-8. No es imposible que estos dos versos procuren establecer un equilibrio entre una concepción del ayuno, que alguien habría considerado demasiado espiritual y poco concreta, y una práctica cultual verificable, como son las prescripciones que describen el descanso sabático.

59,1-21 Pecado del pueblo e interven­ción liberadora del Señor. Is 59,1-21 cons­tituye una gran unidad textual, en el estilo de un salmo, con tres secciones claramente diferentes.

La primera, Is 59,1-8, contiene los repro­ches que el profeta dirige al pueblo en nom­bre del Señor. Y es que los pecados de Israel son tantos que se ha abierto un abismo ca­si insalvable entre Dios y su pueblo. Toda la sección se mueve en el vocabulario de la cul­pa: culpas, pecados, sangre, crímenes, men­tira, perfidia, falsedad, perversidad, maldad, son los términos que se repiten. Los críme­

nes se atribuyen a miembros del cuerpo: ma­nos (palmas), dedos, labios, lengua, pies. To­do el cuerpo de Israel está cubierto de crí­menes. En oposición a esta descripción, tam­bién la mano del Señor está tendida para la salvación, y su oído atento para escuchar las súplicas. Cuando se utilizan términos posi­tivos [justicia, sinceridad, paz) es para negar su existencia en el pueblo.

En la segunda sección, Is 59,9-15, el pue­blo reconoce sus pecados. El vocabulario que utiliza el profeta para referirse al pueblo cul­pable repite los términos de la primera sec­ción [delitos, pecados, mfldelidad, violencia y rebelión). Pero a diferencia de la situación de Is 58,10, donde las tinieblas se convertían en luz, y la oscuridad en mediodía para quienes habían comprendido las exigencias del Señor, aquí la situación del pueblo, a pesar de re­conocerse culpable, sigue siendo calamitosa y es descrita como andar a tientas en las ti­nieblas, en la oscuridad y la noche. También en esta sección los términos positivos (dere­cho, justicia, honradez, honestidad), son men­cionados solamente para indicar que se los olvida o rechaza. En Is 59,9.11.14, la libera­ción y la salvación están caracterizadas por su lejanía.

La situación se modifica en Is 59,15b-20 con la entrada en acción del Señor. Esta in­tervención divina tiene un doble efecto: li­beración y salvación para quienes se con­vierten de su rebeldía; venganza, castigo y furor para sus enemigos. Las imágenes en esta sección -coraza, casco, traje, manto- in­dican que el Señor está revestido de la fuer­za necesaria para llevar a cabo su obra. El texto hebreo de Is 59,18 añade una última línea que habla de "dar a los extranjeros (las islas) su merecido"; posiblemente se trata de una glosa, ya que todo el texto está centra­do sobre la situación del pueblo de Israel.

También Is 59,21 (en prosa) es una glosa que recuerda la perennidad de la alianza es­tablecida por el Señor con su pueblo.

60,1-22 Canto a Jerusalén, la ciudad del Señor. Is 60,1-22 es u n canto a la ciu­dad de Jerusalén, en el cual se entretejen motivos que aparecen en diferentes textos

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del Segundo y Tercer Isaías. La ciudad no ha sido aún restablecida en toda su gloria, pe­ro el apremio del anuncio supone que su res­tauración ocurrirá en muy breve tiempo. La composición presenta algún rasgo univer­salista, pero no esconde sus sentimientos nacionalistas de desquite.

El canto está encuadrado por Is 60,1-3.19-22, pasajes en los que aparece la luz como motivo central. Luz e iluminar, resplandor, amanecer y aurora, sol y luna, son los tér­minos que dominan estos versos, a los cua­les se contraponen noche, oscuridad y tinie­blas. La gloria del Señor (es decir, el Señor mismo) se convierte en luz perpetua para Je-rusalén que es invitada a surgir de las ti­nieblas y a convertirse en luz esplendorosa recordando el oráculo de Is 9,1. En Is 60,3 se sugiere que el beneficio del Señor como luz se extiende no solo a Israel, sino a todas las naciones y sus reyes.

Pero Jerusalén tiene otra razón para sen­tirse dichosa y saltar de júbilo: los desterra­dos retornan y, a lomos de camellos y dro­medarios o cargados en naves que vienen de tierras lejanas, afluyen a la ciudad dones va­liosos y abundantes, entre los que no faltan animales de primera calidad para contribuir al esplendor de los sacrificios del templo (Is 60,4-9).

Is 60,10-18 repite el tema de las riquezas que llegan a la ciudad (Is 60,11, tesoros; Is 60,13, maderas preciadas; Is 60,17, mine­rales). Con esta descripción de la riquezas se entrelaza la afirmación del sometimiento de extranjeros, naciones y reyes, que vienen a ponerse al servicio de Jerusalén para re­construirla.

La paz y la justicia permitirán a los habi­tantes de Jerusalén gozar de todos estos bie­nes. La restauración es el efecto de la fide­lidad del Señor, que ha castigado a su pue­blo en su cólera, pero ahora se compadece de él (véase Is 54,7-8; 57,17-18).

61,1-11 Anuncio de liberación y salva­ción. Este capítulo es una unidad textual, que comienza y concluye con la mención so­lemne del nombre divino "Señor mi Dios" -Yahvé Adonai en hebreo- y se divide en tres

secciones. En la primera (Is 61,1-3a) el pro­feta expresa en primera persona el sentido de su vocación. La segunda sección (Is 61,3b-9) se refiere al pueblo y se puede considerar pronunciada por el Señor, aunque esto es evidente solamente a partir de Is 61,8. La tercera sección (Is 61,10-11) es una declara­ción de alegría, probablemente de Jerusalén misma, que concluye con una comparación de tipo sapiencial.

La primera sección comienza presentan­do al profeta que es movido por el espíritu del Señor, como los jueces y como los anti­guos profetas (véase Nm 11,25-26; 24,2). Pe­ro también Is 11,2 y frecuentemente Eze-quiel hablan de la función profética en rela­ción con la presencia del espíritu divino. No es propia de la función profética en cambio la unción, que pertenece a los reyes (1 Sm 16,1. 12-13) y sacerdotes. Según 1 Re 19,16 Elias debía ungir a Eliseo como profeta y al mismo tiempo como su sucesor, pero de he­cho, en la historia de ambos, la unción no se encuentra.

A continuación una serie de proposiciones que indican finalidad, describen la misión del profeta: es el "evangelista" que anuncia buenas noticias (véase Is 52,7), el que cura, consuela y alegra a los afligidos habitantes de Sión, el que proclama la liberación de los prisioneros (nótese cómo esta última acción se expresa con dos frases sinónimas).

Destinatarios de su mensaje son los po­bres, condición que implica al mismo tiem­po pobreza física, opresión, humildad y dul­zura. Los cautivos a los cuales se anuncia la liberación podrían ser todavía los residentes en Babilonia, si el texto ha sido compuesto y pronunciado en los primeros años del re­torno. Pero es posible que el profeta se re­fiera a una situación de injusticia, que se habría originado a causa de las tensiones entre los israelitas retornados del exilio y los habitantes que habían quedado en Jerusa­lén. La consolación de los afligidos es el cum­plimiento de la misión a la cual se aludía desde Is 40,1.

Los afligidos son, en el lenguaje bíblico, los que hacen duelo por una desgracia per­sonal, como la muerte de un ser querido. Es-

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to explica la imagen de la "ceniza" (que de suyo se esparce sobre la cabeza como signo de luto) cambiada en corona, y del traje de duelo cambiado en vestido de fiesta.

El anuncio del año de gracia alude a los años jubilares (cada cincuenta años, véase Lv 25,10-17) y sabáticos (cada siete). Según la ley, estos años llevaban consigo una res­tauración completa de la justicia, la libera­ción de esclavos (véase Ex 21,2; Dt 15,1.12), el perdón de las deudas y la restitución de los bienes enajenados. Pero si para unos el año será de gracia, para otros será de ven­ganza. El concepto moderno de venganza in­cluye dureza de corazón y crueldad. En el Antiguo Testamento, en cambio, la "vengan­za" ejercida por Dios mismo o por los hom­bres, designa con frecuencia la defensa de los derechos de los débiles y la reparación de la injusticia. Según la concepción del Anti­guo Testamento, estas acciones de repara­ción y de defensa puede realizarse por pro­pia mano cuando falta la instancia jurídica necesaria; en cuanto al Señor, debe hacer­lo personalmente porque no puede someter su caso a un tribunal humano.

Una cierta semejanza entre la descripción de la vocación del profeta, y la del Servidor del Señor en Is 42,1.7, o la de Ciro en Is 45,1-2, ha hecho pensar que se trata aquí del mis­mo personaje. Pero las diferencias con uno y otro son suficientes como para desechar la idea. Más bien es necesario mantener que la concepción de profeta que aquí aparece es sobre todo la del que proclama buenas noti­cias, como el personaje anónimo de Is 35.

A partir de Is 61,3b, el interés se centra en los habitantes de Jerusalén, no ya en el pro­feta mismo. El sujeto pasivo o activo, y en to­do caso el término de referencia de Is 61,3b-9 es el pueblo, destinatario de la misión del profeta, y del cual, o al cual, se habla en plu­ral, en tercera o segunda persona.

El pueblo de Jerusalén es comparado con encinas (Is 61,3). Los grandes árboles son signo de belleza y estabilidad (véase Is 2,13; 60,13). Los habitantes, auxiliados y servidos por extranjeros, reconstruirán las ruinas de la ciudad y del país (Is 61,4-5). El título de sacerdotes y ministros del Señor es el que

justifica que el pueblo reciba ahora los "diez­mos" con que las naciones contribuyen a su reconstrucción (Is 61,6). Ya Is 40,1 hablaba del "doble" de castigo que había merecido Is­rael. Ahora el pueblo recibe una doble re­compensa (Is 61,7). La alegría perpetua que el Señor promete (Is 61,7-8), y la promesa o pacto indefectible que quiere establecer con su pueblo compensan las "antiguas ruinas" ("perpetuas", Is 61,4, la misma palabra en hebreo) con las cuales el pueblo había con­vivido largo tiempo.

El texto concluye con el reconocimiento agradecido del pueblo. La ciudad personifi­cada habla en primera persona singular y ex­presa su alegría. El Señor, que se revestía de liberación y venganza, indignación y salva­ción para acudir en socorro de su pueblo (Is 59,17), concede ahora a su ciudad los vesti­dos de la salvación y liberación (Is 61,10). La seguridad de la ayuda del Señor se expresa finalmente con la imagen vegetal de la fe­cundidad.

62,1-12 Jerusalén se desposa. El texto es­tá constituido por tres secciones diferentes. En la primera, Is 62,1-7, es el profeta quien habla de su ciudad amada. La segunda, Is 62,8-9, introducida también por el profeta, re­fiere el juramento del Señor de no abandonar a su pueblo. La tercera sección (Is 62,10-12), en la que sigue hablando el profeta, tiene mu­chos contactos con Is 40,3.9-10.

La importancia del profeta que habla en Is 62,1-7 está subrayada por la organización sintáctica de Is 62,1-3, que constituye una fuerte unidad. A dos proposiciones princi­pales, no callaré, no descansaré se encade­nan siete proposiciones subordinadas, que deberían ser leídas en una sola tirada: no descansaré hasta que "brille, llamee, vean, pongan, seas", dos de las cuales comparten el mismo verbo. Si no se respeta esta lectu­ra, Is 62,2-3 aparece como promesa para el futuro y no como súplica vehemente, y esto disminuye la tensión del grito del profeta, que da el sentido de esta primera parte.

Estos versos están dominados por un sen­tido de urgencia, expresado por la contrapo­sición "no-hasta que", reforzada por el doble

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"ya no" de Is 62 ,4 . La urgencia se manifies­t a t an to e n la decisión del profeta de no ca­llar, cuan to e n la de establecer centinelas (Is 62,6) que deben acompañar lo en s u misión. Lo mismo que en Ez 33,1-9, "centinela" es tí­tulo y función del profeta. Solamente que aquí los cent inelas no deben advertir al pue ­blo, como allí, sino al mismo Señor, s in dar­le reposo, h a s t a que cumpla s u s p romesas . La imagen se relaciona por t an to con la de "desper tar al Señor" (Is 51,9; Sal 121,3-5).

La tens ión y urgencia de Is 62,1-3.6-7 es ­t á compensada con la seguridad que tiene el profeta, de que el Señor no a b a n d o n a r á a s u c iudad, porque la ama . S u amor se man i ­fiesta a par t i r de Is 62 ,2b con t res expresio­nes . El Señor fija u n nombre nuevo p a r a s u ciudad, como son "nuevas" t odas las cosas que el Señor anuncia y realiza (Is 42,9; 43,19; 48,6). El Tercer Isaías habla también de nue ­vos cielos y nueva t ierra (Is 65,17; 66,22). El nombre nuevo de J e rusa l én manifiesta la es­pe ranza del profeta de que la c iudad será par te de e s a nueva creación anunc iada . La c iudad es descri ta como corona y diadema, té rminos que hacen pensa r en los m u r o s de la ciudad (véase Is 28,1). Es t rechamente uni­d a al Señor, esa corona se encuen t r a en s u palma. La corona de que se hab la aquí no es la de la esposa o la de la novia, sino en sen­tido propio la corona real de David (véase 2 S m 12,30; J r 13,18; Ez 21 ,31 ; C a n t 3 , l l ) , símbolo de honor y poder (Job 19,9). La dia­dema o tiara, el otro término usado por el tex­to hebreo en Is 62,3 (véase Is 3,23; J o b 29,14; Sab 3,5) es u n signo de autor idad, no u n adorno de la esposa.

E n Is 62,5a, que debería leerse con el tex­to hebreo "te desposan t u s constructores", el p lura l mueve la a tenc ión de la imagen m a ­tr imonial incipiente a la imagen de la re­cons t rucc ión y repoblación de la c iudad.

La imagen del mat r imonio en es te verso a c e n t ú a el aspecto de la alegría del encuen­tro. El Señor se alegra por s u c iudad como se alegra el esposo por la presencia de la es­posa . R e s u e n a aquí , por con t ras te , la ex­pres ión de J e r e m í a s (Jr 7,34; 16,9; 25 ,10; 33,11), donde la desapar ic ión de la alegría, de la voz del esposo y del can to de la espo­

sa, son el signo de la desolación de las ciu­d a d e s de J u d á .

Is 62 , a diferencia de Is 54,1-10, no es u n cánt ico que celebra las b o d a s del Señor con su ciudad, sino en pr imer lugar el cántico de e spe ranza del profeta por s u c iudad, espe­r anza que se manif iesta e n u n a incansab le in terces ión an te el Señor.

E n el pun to culminante de la composición (Is 62,7b), el profeta re toma el hasta que del comienzo, y expresa s u esperanza de que el Señor haga de s u ciudad la admiración de to­da la t ierra. La idea de "admiración" referida a u n a pe r sona u objeto es t ambién la que se a t r ibuye a los que par t ic ipan en la gloria del Señor, y se alegran de ella (véase Is 60 ,18; 6 1 , 1 1 ; J r 13,11; 33,9).

El j u r a m e n t o del Señor de Is 62 ,8-9 c rea u n ant ic l ímax que des t ruye la tens ión pre ­sente en Is 62,1-7 . El centro de interés de la composición se mueve de la esperanza de lo que no se posee a la s egu r idad que exige. Se in t roducen también sent imientos de con­frontación con los enemigos. El pensamien ­to de los a t r ios del s an tua r io compor ta u n a preocupación cul tual que es t aba ausen t e en Is 62 ,1-7 .

Is 62 ,11-12 parece u n a cita de Is 40 ,3 .10 y 54,12 que no se integra fácilmente en la composición. Mientras que Is 62 ,1-7 procla­m a la e spe ranza de s u p e r a r la p resen te si­tuac ión de a b a n d o n o , desolación y tr is teza, Is 62 ,11-12 s u p o n e que ese cambio de si­tuación ya se h a producido y d a rienda suel­t a a sent imientos de alegría y opt imismo. La población puede ser exhor tada a salir de los l ímites de su propia segur idad, pa r a dirigir­se a todos los otros pueblos y consti tuirse en mensajero de b u e n a s noticias y pun to de en­cuen t ro con el Señor que viene. También Is 62 ,12 t ra ic iona u n a preocupac ión cu l tua l a u s e n t e de Is 62 ,1-7 , y que se manif iesta aquí en el verbo "buscar , buscada" , té rmino técnico pa ra indicar la visita al santuar io (Dt 12,5), a u n q u e no exclusivo (véase J r 30,17).

Is 62,1-5 es u n o de los textos que pertene­cen a la liturgia de Adviento (actualmente la primera lectura de la misa de la Vigilia de Na­vidad) desde los tiempos más antiguos. Su uso está testimoniado ya en el siglo VII. Por su par-

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te Is 62,11-12 se lee en la misa de la aurora, junto al relato de los pastores de Le 2,15-20.

63,1-6 La victoria del salvador. Is 63,1-6 es un diálogo retórico entre un personaje anónimo, que puede ser el profeta, con otro personaje igualmente anónimo. Cabe tam­bién imaginar un diálogo entre centinelas que atisban el horizonte. El Señor responde y anuncia el cumplimiento de su venganza contra Edom. La imagen central del texto -que hace juego con el significado etimoló­gico de Edom, "rojo"- es la del lagar, la cu­ba, el mosto, el vino, la sangre. El Señor ha cumplido su venganza sin ayuda alguna.

63,7-14 Amor de Dios a su pueblo y añoranza del pueblo. Comienza aquí una amplia composición con una cierta unidad, que se extiende hasta Is 64,11 y está orga­nizada en dos grandes secciones. La prime­ra (Is 63,7-14) relata las grandes hazañas del Señor como si fuera un himno; la segunda (Is 63,15-64,11) tiene el tono de una la­mentación, y se articula aún en dos partes, la invocación del Señor, Is 63,15-64,4a, y la confesión, Is 64 ,4b- l l .

En Is 63,7-14 el profeta reflexiona sobre las relaciones entre Dios y su pueblo, e in­siste sobre el amor y los beneficios de aquel, y la infidelidad de éste. Is 63,10-11 contra­pone la acción del pueblo, a la del Señor, y nuevamente a la del pueblo.

Is 63,7 constituye la introducción y en ella el cantor expresa su deseo de conmemorar los beneficios del Señor. En Is 63,8-10 refiere la actitud del Señor, comenzando con una cita de sus palabras, continúa con su modo de proceder, y concluye con la descripción de la reacción del Señor ante la infidelidad del pue­blo. Adviértase el contraste entre la reacción negativa del pueblo frente a los beneficios del Señor (Is 63,8-10) y la acción benéfica del Se­ñor recordada con añoranza por el pueblo (Is 63,11-14).

Is 63,14b se dirige al Señor en segunda persona, e introduce así la segunda gran sec­ción del texto (Is 63,14b-64,11), donde el Se­ñor es permanentemente interpelado (única excepción es Is 64,5).

63,15-64,11 Invocación al Señor como Padre. En esta sección se entrecruzan in­terpelaciones al Señor (Is 63,15a. 17b; 64,8), preguntas retóricas (Is 63,15b. 17a; 64,11), la conmemoración de la paternidad del Se­ñor (Is 63,16; 64,7), la descripción de la si­tuación del pueblo Is 63,18-19; 64,5-6.9-10) y el recuerdo de las acciones del Señor (Is 64,1-4). Todos estos elementos se encuen­tran en Is 63,15-17 de manera concéntrica:

Is 63,15a: Invocación al Señor: Míranos Is 63,15b: Pregunta retórica: ¿Dónde es­

tás? Is 63,16: Paternidad del Señor Is 63,17a: Pregunta retórica: ¿por qué nos

tratas así? Is 63,17b: Invocación al Señor: ¡Vuelve! Esta subsección resulta así como un mo­

delo en pequeño de la totalidad de la com­posición.

Dos expresiones llaman la atención en es­ta parte central del texto. La pregunta de Is 63,15: ¿es que tus entrañas se han cerrado para mí? podría traducirse más precisa­mente como una exhortación negativa: "No cierres ya más tus entrañas (de misericor­dia)...". El verbo "cerrar" (presente solamente en Is 63,15 y 64,11, por tanto al comienzo y final de esta sección, y en otros cinco textos del Antiguo Testamento), se puede traducir también por "contenerse". Expresa la tensión violenta de quien siente o sabe que debe ha­cer algo, y sin embargo, por otras razones no llega a hacerlo (véase en la historia de José: Gn 43,31 y 45,11).

Solamente Is 42,14 y nuestro texto afir­man que el Señor ha esperado largo tiempo, y finalmente no ha soportado más la situa­ción de opresión y se ha puesto en acción co­mo un guerrero para sacar al pueblo de las tinieblas.

Para convencer al Señor se recurre al su­premo argumento de la sangre: tú eres nues­tro Padre (Is 63,16; 64,7).

La figura de Abrahán es el recurso que el pueblo utiliza con frecuencia para apoyar sus derechos y peticiones (véase Is 29,22), y que el mismo Señor propone para justificar sus obras de salvación ante un pueblo que no las merece. Ahora el argumento se in-

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vierte: Abrahán no nos reconoce como hijos. Quien habla en nombre del pueblo estable­ce su rotura con la tradición de Israel, para afirmar con más fuerza su unión a la pater­nidad del Señor.

El Antiguo Testamento habla poco, y ca­si siempre en contextos negativos, de la pa­ternidad del Señor: lo hace para exhortar a la obediencia filial o a una actitud fraterna (Dt 32,6; Mal 2,10), o para advertir al pue­blo que no se haga ilusiones y piense que in­vocar a Dios como Padre podrá evitar el me­recido castigo (Jr 3,4.19; Mal 1,6). Solamente en J r 31,9 el Señor afirma su paternidad como el fundamento de su intervención en favor de Israel.

La dramática invocación de Is 63,16 y 64,7 parece que tiene por objeto forzar la in­tervención liberadora de Dios. En todo el largo texto la generación "presente" no re­conoce culpa alguna (tal vez únicamente en Is 64,5b, nuestras maldades nos arrastra­ban como el viento). El recurso a la paterni­dad del Señor hace pensar que todo el tex­to incluido entre ambas invocaciones, más que una confesión de culpa, es un reproche al Señor que ha olvidado sus obligaciones de padre con el pueblo.

Esta impresión se debe completar con un segundo punto de vista. Las apremiantes in­terpelaciones al Señor para que "mire", "vea" y "cambie de actitud", y las preguntas: ¿dón­de están tu ardor, tu fuerza, tu ternura y mi­sericordia?, explicitan una única súplica: no te acuerdes de quiénes somos nosotros, acuérdate de quién eres tú. Este "recuerdo" es como el eje de todo el texto.

i Se recuerda la "magnanimidad" o amor del Señor (Is 63,7), que tiene una relación con el recuerdo de la liberación de Egipto (Is 63,11). A ésta aluden expresiones como se­parar las aguas (Is 63,12; Ex 14,16); o imá­genes como la de andar por el fondo del mar o de los abismos (Is 63,13; Ex 15,5.8.13). Is 63,9: No fue un mensajero ni un enviado, si­no él personalmente quien los salvó, puede ser un intento de matizar el pasaje de Ex 14,19 donde se dice que: El ángel -mensa­jero- de Dios iba delante de ¡as huestes de Israel.

Is 64,4 marca la división del texto entre el sentimiento de esperanza en la manifesta­ción del Señor Tu acoges ... a ¡os que no se olvidan de tus preceptos, que significa la li­beración (Is 63,19b-64,4a), y los confusos sentimientos de culpabilidad originados por el castigo (Is 64,4b-11).

En Is 64,8 finalmente el Señor es el suje­to del recuerdo. A él se pide que no recuer­de y no se irrite.

El recuerdo, de los hombres y del Señor, aparece así en la composición como el co­rrectivo, tanto del presente deficiente y lleno de miserias (Israel ha conocido un tiempo de mejores relaciones con el Señor) como de un futuro ilusorio, que pretendiera olvidar la historia concreta de infidelidades del pueblo. La mentalidad y los textos bíblicos apoca­lípticos son los que reflejan esa actitud de re­chazar la historia como el fundamento del presente y del futuro.

La memoria histórica permite al pueblo re­cuperar el pasado, valorarlo y apoyarse en él para sacar alegría y seguridad de las expe­riencias positivas, y advertencias y correc­ciones de las experiencias frustrantes. Véase en particular el Salmo 105, un ejemplo es­pecialmente rico en relación con esta "teolo­gía de la memoria" tan presente en el Antiguo Testamento. Dios que recuerda sus promesas, y el pueblo que recuerda los hechos funda­dores de su historia, son los dos constitutivos de la fe de Israel. También Jesús anuncia a sus discípulos su muerte y resurrección, de modo que cuando ocurra recuerden que él lo había predicho. Y el Espíritu que el Señor de­be enviar, será el encargado de recordar a la comunidad de Jesús todo lo que él había di­cho (Jn 14,26).

Is 63,7-64,11 expresa una tensión entre la memoria de los hechos ocurridos y la espe­ranza de la intervención del Señor. Esa ten­sión se vive en el hoy de una situación de­sesperada. La historia de Israel se presenta como una continuidad en la que no se es­peran rupturas radicales, como una síntesis armoniosa de un presente que no rechaza la memoria de los hechos cumplidos por Dios en su pueblo, ni tampoco se olvida de las propias experiencias negativas. Precisamente

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por eso, es una historia abierta a la espe­ranza.

65,1-7 Dios denuncia y amenaza al pue­blo. Is 65,1-7 es - a diferencia del texto pre­cedente, donde un grupo invocaba al Señor-una palabra de éste en primera persona. En su posición actual dentro del Tercer Isaías este discurso del Señor puede ser conside­rado como una respuesta a la pregunta an­gustiada con la cual se cerraba el capítulo 64. El Señor justifica su actitud. El siempre se "había hecho encontrar" aún por aquellos que no lo buscaban, y había tenido los bra­zos abiertos frente a un pueblo rebelde. Los pecados del pueblo que se mencionan aquí son la idolatría y el falso culto: sacrificios y ofrendas ilegítimas, extrañas relaciones con los muertos (la alusión a vivir en grutas y se­pulcros), no observancia de las leyes de pu­reza en las comidas. Este comportamiento del pueblo ha llevado al Señor a la exaspe­ración, y lo ha hecho decidir su condena. En el conjunto del libro de Isaías, y también en la tercera parte, no son los pecados contra el culto los más frecuentemente o fuertemen­te condenados. Pero es verdad que estos pe­cados implican también haber falseado com­pletamente la imagen del Señor.

65,8-25 El distinto destino de fieles e infieles. La nueva creación. Is 65,8-25 constituye una unidad. Si el texto prece­dente condenaba un pueblo rebelde ... que me provocaba sin cesar (Is 65,2-3), y de es­te modo parecía condenar a todos sin ex­cepción, ahora se establece una clara dife­rencia entre justos y pecadores. La imagen de la vid, apenas sugerida (véase Is 5,1-7), sirve como punto de partida: también en una vid moribunda se puede encontrar un raci­mo jugoso (véase Os 9,10). También en Israel se encuentran buenas uvas. Precisamente los destinatarios de las bendiciones que hablan de la descendencia (Is 65,9) y de bienes abun­dantes (Is 65,10), son ellos, los que buscan al Señor, los fieles, mis siervos (el término se repite siete veces en el capítulo, otras tres ve­ces se habla de mis elegidos, y dos de mi pue­blo). Pero los que "abandonaron" al Señor pa­

ra dar culto a la Fortuna y al Destino son condenados a la espada. La culpa de los in­fieles se resume en la frase llamé y no res­pondisteis - hablé y no escuchasteis (Is 65,12), que pone en relación la primera parte del tex­to con la segunda (Is 65,24) y aún con Is 66,1-4 (Is 65,4).

La contraposición entre el premio de unos y el castigo de otros se hace explícita en Is 65,13-15: mis siervos... pero vosotros, repeti­do cuatro veces, que concluye con una frase más amplia: el recuerdo de los condenados será usado por los elegidos para maldecir.

En la segunda parte del texto (Is 65,16b-25) la atención se centra en el destino de los elegidos. Una generosa amplificación descri­be su futuro con términos que recuerdan los textos escatológicos: se prometen cielos nue­vos y tierra nueva, gozo y alegría (estos tér­minos se repiten seis veces), salud y longevi­dad. Las promesas de Is 65,21-23 se contra­ponen a las maldiciones de Dt 28,33 (véase también Is 62,8-9). No se cansarán en vano retoma, en cambio, la misma expresión de Is 49,4. El Señor se apresura a responder a los suyos antes de que terminen de hablar (Is 65,24, y véase antes la culpa de los infieles en Is 65,12). La promesa de la paz universal (Is 65,25) está representada por la desaparición de la violencia entre los animales (Is 11,7). Aquí sin embargo la serpiente, el antiguo ene­migo, no participa del mundo nuevo, sino que cumple su condena de comer polvo (Gn 3,14).

66,1-4 Oráculo sobre el templo. Is 66,1-24 ha reunido como conclusión del libro de Isaías tres temas teológicos particularmen­te importantes en el momento de la restau­ración de la ciudad y de la reconstrucción del templo hacia el año 520 a. C.

Is 66,1-4 es un oráculo sobre el templo y un anuncio de condena. Con expresiones de la teología deuteronomista sobre el templo, tal como aparece en el oráculo de Natán (1 Sm 7) y en la oración de Salomón (1 Re 8), el texto, explícitamente introducido con la fórmula Así dice el Señor, presenta las dos grandes objeciones del Señor a la (recons­trucción del templo y a su uso. Efectivamen­te, si todo pertenece al Señor, ¿con qué de-

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ISAÍAS 66

recho el pueblo le reserva solamente una parte de la creación (un lugar y ciertas ofren­das)? Además, el culto que presentan los de­votos ni siquiera es puro y respetuoso con las normas establecidas. Se sacrifican ani­males puros junto con animales impuros (perros y cerdos), se ofrece incienso al Señor pero también a los ídolos. Y lo que es más grave, el mismo que sacrifica puede ser un asesino (véase la expresión ambigua y se­mejante de Os 13,2). El Señor repite la acu­sación principal de Is 65,12 (llamo y nadie responde), y a la hora de castigar se reserva el derecho de proceder con la misma libertad que emplean sus devotos en la elección de sus cultos.

66,5-6 Juicio sobre Jerusalén. Este bre­ve pasaje pertenece probablemente al mismo contexto de problemas relativos al templo y explicita los actores de una controversia. De la parte del Señor están los que tiemblan an­te su palabra. Ellos eran, en Is 66,2, junto con los humildes y afligidos, el objeto de la particular atención del Señor. Ahora la mis­ma terminología se usa para oponerlos a vuestros hermanos que os detestan. Se trata sin duda de una controversia entre los varios grupos israelitas existentes a la vuelta del destierro. El segundo grupo parece desafiar con arrogancia al primero, pidiendo una ma­nifestación del Señor. El Señor la promete, pero será una manifestación de castigo.

66,7-14 Nacimiento del pueblo. Is 66,7-14 es, en cambio, una promesa de prospe­ridad para Jerusalén, y una exhortación a alegrarse con la ciudad rejuvenecida. Todo el vocabulario empleado en esta sección tiene relación con la maternidad: madre e hijos,

dar a luz, nacer, estar en dolores de parto, matriz y pechos, amamantar y mamar. Je ­rusalén es una madre fecunda, que bajo la bendición del Señor vuelve a abrir su seno para multiplicar sus hijos. La preocupación por la repoblación de la ciudad ya había apa­recido en Is 49,20-21; 54,1-4. La promesa de la consolación del Señor cierra el gran arco comenzado con la exhortación de Is 40,1.

66,15-24 Juicio contra las naciones. Reunión de todos los pueblos. Los dos úl­timos textos del libro (Is 66,15-17.18-24) presentan dos aspectos de las relaciones del Señor con los demás pueblos: el castigo y la misericordia. El castigo tiene que ver otra vez con idolatría. Los pecados indicados en Is 66,17 hacen pensar en Israel, y en los crí­menes denunciados en Is 66,3. Pero la men­ción de todos los seres vivientes deja supo­ner que el castigo alcanza también a pueblos idólatras no israelitas. El castigo se produ­ce a través del fuego, mencionado tres veces.

La misericordia, en cambio, implica la reu­nión de pueblos y naciones que contemplan la gloria del Señor. Mensajeros enviados por Israel llegarán a los más lejanos rincones de la tierra, para invitar a todas las naciones a subir a la montaña del Señor en compañía de los israelitas. También de entre los extranje­ros se elegirán sacerdotes y levitas (véase an­tes Is 56,1-8, y en contraste Is 61,5-6). La per­manencia de la estirpe (de Israel) es tan se­gura como los nuevos cielos y la nueva tierra (véase antes Is 65,17) que el Señor está dis­puesto a crear (Is 66,22).

El oráculo y el libro terminan en tono lú­gubre, con la imagen de los cadáveres de los "rebeldes" roídos por gusanos y quemados por u n fuego que arde sin fin.

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JEREMÍAS

José María Ábrego de Lacy

INTRODUCCIÓN

1. El tiempo histórico de Jeremías

El exilio constituyó una de las experien­cias más profundas para el pueblo hebreo. A su luz los creyentes tuvieron que refor-mular su fe: el pueblo que ha puesto su ori­gen en un acto salvador de Dios, que los li­bró de la esclavitud de Egipto, debe enfren­tar desde esa fe la experiencia de la derrota, de la humillación y de una nueva esclavitud. Esta crisis teológica ha dejado una huella cultural indeleble en la fe y, por lo tanto, en la literatura del pueblo israelita.

Jeremías vivió esta experiencia en sus co­mienzos, cuando todavía no se había asen­tado la esperanza en las fórmulas que más tarde acuñaron Ezequiel o el discípulo de Isaías (Is 40-55). Los mensajes creyentes, cu­yo rastro reconocemos en los textos proféti-cos citados, indican que muchos habían su­cumbido en su fe; por ello, era necesario alimentar la esperanza. Pues bien, en este momento inicial conviene situar a Jeremías, si queremos hacer justicia a su mensaje. To­do mensaje profético guarda relación con la historia; el de Jeremías es incomprensible fuera de ella. La tradición, que ha atribuido a Jeremías la composición de las lamenta­ciones, ha contribuido a distorsionar la ima­gen de este profeta. Es necesario, por lo tan­

to, resumir brevemente los hechos más fun­damentales de la historia universal y de J u -dá, para entroncar en sus líneas el mensa­je de Jeremías.

I SITUACIÓN INTERNACIONAL

La situación internacional se caracteriza por el cambio de potencia dominadora: el im­perio asirio cede el paso al nuevo imperio ba­bilónico. Todo cambio de estas proporciones produce convulsiones ideológicas, políticas y culturales, que influyen en la vida de los con­temporáneos. El diferente criterio sobre el po­derío o decadencia del imperio de turno ya di­vidía a los habitantes del pequeño reino de Judá.

ASIRÍA

Senaquerib, conocido en el ámbito bíblico por el intento de conquista de Jerusalén (2 Re 18-19), murió el 681 a. C , asesinado por sus hijos. Le sucedió Asaradón (681-669 a. C), que conquistó Egipto y se preocupó por dominar esa región. Murió al intentar so­focar un levantamiento egipcio. Asurbanipal (669-627 a. C), enfrascado en guerras con-

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JEREMÍAS

tinuas, logró mantener la situación del im­perio. El año 652 a. C , su hermano Sha-mash-Shum-Ukin se sublevó en Babilonia. Por el Norte los Medos comenzaron a hacer­se notar. En Siria y Palestina crecía el des­contento. Quizás el mismo Manases colabo­ró en alguna rebelión, pues 2 Cr 33,11-13 di­ce que fue llevado detenido a Babilonia (?), aunque pronto le permitieron regresar. Ocu­pado en tantas guerras, el rey de Assur tuvo que desistir de luchar contra Egipto, en don­de Psammético I fundó la dinastía XXVI (663 a. C). Desde el año 630 a. C. su dominio so­bre Egipto fue simplemente nominal. A su muerte, un hijo suyo {Sinsariskuri) a quien había dejado al frente de Babilonia, cedió el trono al caldeo Nabopolasar y marchó contra un hermano suyo que reinaba en la capital. Sinsariskun se hizo con el poder y reinó has­ta el 612 a. C; a él le tocó conocer la caída de Assur (614 a. C.) y la destrucción de Nínive (612 a. C.) por Medos y Caldeos. Tras él, Asu-rubalit (612-609 a. C.) se refugió en Jarán, siendo el último rey de los asirios.

BABILONIA

A pesar de anteriores intentos indepen-dentistas, podemos considerar a Nabopolasar (626-605 a. C.) como fundador del imperio ba­bilónico. Logró expulsar a los asirios (Sinsa­riskun) y se alió con los Medos. El año déci­mo de su reinado (616 a. C.) atacó el corazón de Asiria, pero los egipcios vinieron en ayuda de sus antiguos señores y tuvo que desistir. Junto con los medos destruyó Assur el año 614 a. C. y Nínive el 612 a. C. tras sólo 3 me­ses de asedio. En todo este período los asirios contaron con la ayuda de Egipto. De hecho el Faraón Necao II, hijo de Psammético, vino en su ayuda el 609 a. C. y lo intentó al menos otra vez el 605 a. C. Este año, por enferme­dad, Nabopolasar dejó el mando del ejército caldeo a su hijo Nabucodonosor, que en Car-quemis infringió una severa derrota a los alia­dos. Desde este momento Babilonia fue la única potencia política y militar de la región. Nabucodonosor no pudo perseguir entonces a los derrotados, porque tuvo que regresar inmediatamente a Babilonia a causa de la

muerte de su padre; pero el año 604 a. C. ya estaba de nuevo en la llanura filistea y el 603 a. C. convocó a todos los reyes en Siria pa­ra que le rindieran vasallaje. Era rey de Ju ­dá Joaquín. Nabucodonosor es el rey que tu­vo mayor influjo en el reino de Judá y quien causó la destrucción de Jerusalén.

II HISTORIA DE JUDA

La historia del reino de Judá fluctuó en­tre el sometimiento o la independencia res­pecto a la potencia dominante. Todo depen­día de la presión mayor o menor que pudie­ran ejercer Asiria o Babilonia en este ángulo de su imperio. El juicio bíblico sobre los re­yes de Judá (libro de los Reyes) suele califi­car negativamente a quienes más se some­tieron (o tuvieron que someterse); sólo los re­yes que aprovecharon algunas coyunturas políticas favorables para reformas religiosas y administrativas son alabados.

El largo reinado de Manases (698-643 a. C) , que gobernó durante 55 años en Je­rusalén y coincidió con una fuerte presión de los asirios, es uno de los que merecen peores juicios. Políticamente se mantuvo sometido a Asiria: pagó tributo, permitió y practicó la re­ligión dominante, de modo que, según 2 Re 21,9-15, casi desapareció la religión judía. Le sucedió su hijo Amón (643-641 a. C.) que si­guió la política de su padre, hasta que ciu­dadanos de tendencia anti-asiria le asesina­ron. Pero o eran pocos o muy débiles, porque la población mató a los asesinos y pusieron en el trono a su hijo Josías (641-609 a. C) .

Este rey llena, personalmente o en sus hi­jos, el período hasta la caída de Jerusalén. De sus primeros años sabemos muy poco, qui­zás porque era muy joven (¿tenía 8 ó 18 años, cuando comenzó a reinar?). Para el deutero-nomista es uno de los mejores reyes de Ju­dá, probablemente por la reforma que em­prendió en un momento en que la situación internacional se lo permitió. Según 2 Cr 34, comenzó a mostrarse independiente el año 12 de su reinado (el 628 a. C , a punto de morir Asurbanipal), aprovechando las ten-

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JEREMÍAS

siones del imperio. Celebró la Pascua y co­menzó ciertas reformas cultuales. El año 18 de su reinado (622 a. C.) encontró el "rollo de la ley" (probablemente, el núcleo del Deute-ronomio, véase 2 Re 22-23), que fue el motor de la reforma. También reconquistó el terri­torio del Norte, hasta lograr restablecer casi íntegras las fronteras de David. La euforia en Judá era grande. Según la teología deutero-nómica, la promesa de Dios estaba condicio­nada al buen comportamiento del hombre. Por lo mismo si todo iba bien, era porque el rey era bueno y el Señor estaba con él. En resumen, la admiración que Josías provo­caba entre la gente era muy grande. Un día (año 609 a. C.) intentó cortar el paso de unos cuantos pelotones egipcios, guiados por el fa­raón Necao II, que venían en ayuda de los Asirios, refugiados en Jarán. Lo intentó en la estratégica fortaleza Megiddo, pero murió en la batalla. Este hecho provocó en el pueblo una especie de crisis colectiva de fe: o Dios había abandonado a su buen servidor o la re­forma que había emprendido no era buena. De hecho el movimiento de reforma se frenó de modo definitivo.

Quienes tenían el poder no nombraron rey a su hijo Elyaqin, sino que prefirieron a otro hermano de éste, Joacaz (609 a. C) , tal vez por asegurar mejor la línea política mante­nida por su padre. Reinó tres meses, mien­tras el faraón anduvo por Siria y Mesopota-mia; al volver, le llamó a Rlbla, en Siria, y de allí lo llevó a Egipto como rehén. En su lu­gar, puso en el trono a su hermano mayor con el nombre de Joaquín. En tres meses Judá conoció a tres reyes y sólo disfrutó de veinte años de relativa libertad.

Joaquín (609-597 a. C.) tuvo que estar so­metido varios años al faraón, pagándole un fuerte tributo. La situación contribuyó a ha­cer de Joaquín un rey frío y despótico, que mereció una cordial antipatía por parte de Jeremías. Le tocó vivir la consagración del dominio babilónico en la batalla de Carque-mis (605 a. C) . Joaquín ofreció vasallaje a Nabucodonosor en Ribla (603 a. C) . El año 601 a. C. Nabucodonosor sufrió una derro­ta en Egipto y Joaquín aprovechó la ocasión

para rebelarse. O Nabucodonosor no le con­cedió mayor importancia o se entretuvo en otras luchas, porque no apareció hasta Di­ciembre del 598 a. C. En ese momento mu­rió Joaquín, probablemente asesinado por los partidarios de someterse al poder caldeo. No tenía muchos amigos (Jr 22,18; 36,30). El caso es que su hijo Yehoyaqim, con sólo tres meses en el trono, se rindió ante Nabu­codonosor y éste, tras cambiarle el nombre por Jeconías, se lo llevó a Babilonia, ponien­do en el trono de Jerusalén a un hijo de Jo­sías, Mattanías, con el nombre de Sederías. Jeconías es el rey que treinta y siete años más tarde sería amnistiado en Babilonia por Evü-Merodak (2 Re 25,27-30). Así tuvo lugar la primera deportación, en la que los perso­najes más notables de Jerusalén acompa­ñaron al rey al destierro. Entre ellos había, probablemente, una conocida familia de la clase sacerdotal que tenían un niño llama­do Ezequiel. El que regresaran estos depor­tados a Babilonia constituía una de las fuen­tes de esperanza para los que todavía que­daban en Jerusalén.

Sederías (597-586 a. C.) era hijo de Josías y, por lo tanto, tío de Jeconías. Fue el últi­mo rey de la dinastía de David. Jeremías le trató con cierta benevolencia. Era de carác­ter débil y fue objeto de presiones por parte de los bandos de la época: de quienes pro­pugnaban la sumisión o la resistencia fren­te a Babilonia. El año 594 a. C. tuvo lugar en Jerusalén una reunión internacional (Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón) para organizar la resistencia, pero la ayuda de Egipto era dé­bil, lo que oscurecía el futuro. Sedecías se vio obligado a enviar una embajada a Babilonia para asegurar su lealtad (quizás fue él per­sonalmente). Jeremías aprovechó la ocasión para enviar una carta a los desterrados (Jr 29). El año 589 a. C , cinco años más tarde, Egipto decide intervenir en Asia. Sedecías no supo qué hacer y consultó a Jeremías repe­tidas veces (Jr 21,1-7; 37,3-10.17; 38,14-23). El profeta le desaconsejó siempre la re­belión. Sedecías no pudo resistir las presio­nes de la corte y se rebeló. El 5 de Enero del 587 a. C. vinieron los caldeos y sitiaron Je-

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JEREMÍAS

rusalén. La noticia de que los Egipcios ve­nían en ayuda hizo que se levantara breve­mente el cerco y se aliviara la ciudad. Pero el 19 de Julio del 586 a. C. los caldeos abrie­ron brecha en la ciudad. Sedecías escapó, pero lo capturaron junto a Jericó. Lo lleva­ron a Ribla y allí lo cegaron, tras hacerle ver la ejecución de sus hijos. Tal vez fue depor­tado, pero se desconoce el lugar y el tiempo de su muerte. Un mes más tarde el general Nebuzardán destruyó el templo y el palacio y puso de gobernador a Godolías.

Con Godolías comienza el epílogo de la his­toria del reino. Como gobernador puso su se­de en Mispá, lugar en donde había sido ele­gido Saúl, según 1 Sm 10,17-18. No perte­necía a la dinastía de David y, quizás por ello, lo asesinó Ismael con la ayuda de los amoni­tas. Ismael se llevó algunos cautivos hacia el territorio de Amón, entre los que figuraban el profeta Jeremías y su secretario Baruc. Juan, un cabecilla de la región, les dio alcance y los prisioneros se pasaron a su bando, camino de Egipto. Así, la historia del reino de Judá na­rrada en el libro de Jeremías concluye allí donde había comenzado, en Egipto.

En esta época conviene no olvidar un da­to histórico que completa el ciclo de depor­taciones: el año 582 a. C , Nabucodonosor decide una tercera deportación a Babilonia de 745 judíos (Jr 52,30), completando así el número de 4.600 exilados en Babilonia. Se­gún Flavio Josefo (Ant. X, IX, 7) en esa fecha coincide una campaña de Nabucodonosor por Moab y Amón; algunos autores (Herr-mann) la ponen en relación con el asesina­to de Godolías. No tenemos constancia fe­haciente de cuál fue la razón.

2. La persona y la actividad profética de Jeremías

Se suele generalmente aceptar que Jere­mías nació hacia el año 650 a. C. (durante el reinado de Manases), en Anatot, ciudad ben-jaminita situada a 6 Kms. al Norte de Jeru-salén (Jr 1,1; 11,21; 32,6-12). El nombre, de etimología incierta ("Yahvé exalta" o "Yahvé abre" -el útero-), no era raro en su época

(véase J r 35,3; 52,1). Pertenecía a una fa­milia sacerdotal, que, tal vez a causa de la reforma de Josías, se habría tenido que ins­talar en Jerusalén y a la que se le habría asig­nado un turno de servicio en el templo (véa­se comentario a J r 1,1). A pesar de vivir en la capital, él siguió ligado al campo: se preocu­pó por la sequía (Jr 14,4.5), por la viña (Jr 8,13), rescató un campo de un tío suyo en Anatot (Jr 32), etc. La vocación profética ha tenido en todos los profetas repercusiones personales. Amos para ser profeta fue arran­cado de su ganado (Jr 7,15); Isaías dio a sus hijos nombres relacionados con su mensaje (Jr 7,3; 8,1); Oseas formuló la historia entre el pueblo y Dios con la ayuda de su propia ex­periencia matrimonial. La predicación influ­yó en la vida personal de todos estos profetas, al menos en ciertos momentos. Jeremías nun­ca pudo deslindar su vida personal del men­saje que predicó: por la palabra sufrió cárcel, persecución, incomprensión, incluso su mi­sión profética le exigió una vida cellbataria (Jr 16,1-13). Llegó a identificar su llamada al profetismo con su nacimiento. Podemos ras­trear su lucha interior con Dios gracias a las llamadas "confesiones" de Jeremías. Nor­malmente se citan como tales: J r 11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-20. Son textos autobiográficos, sin relación clara con el contexto, que reflejan agudas crisis voca-cionales en las que el profeta presenta su que­ja al Señor. En ellas abunda un vocabulario relacionado con el usado en la narración de la vocación. Por otra parte, mantienen un cier­to tono jurídico, que confiere fuerza a la pro­testa, ya que la presencia de Dios había sido prometida en la vocación. Su ausencia apa­rece como incumplimiento. Tales crisis de vo­cación se convierten en crisis existenciales.

A.- ACTIVIDAD PROFÉTICA

En la vida de Jeremías se suelen recono­cer cuatro etapas, que marcan su actividad profética. Evidentemente los textos que los autores asignan a cada etapa depende de la cronología que adoptan. El punto más de­batido es, sin duda, el saber qué textos pro­nunció Jeremías en tiempos de Josías, ya

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JEREMÍAS

que éste es precisamente el punto en que difieren las distintas cronologías. Indepen­dientemente de esta discusión, siempre se han interesado los investigadores por cono­cer el contenido del libro de oráculos jere-mianos, quemado por Joaquín (Jr 36). Con todas las salvedades del caso, creemos que el intento de atribuir algunos textos del libro de Jeremías a determinados períodos históricos de su vida, puede ayudar al lector a colocar al profeta en su historia. Por ello no preten­demos ser exhaustivos y mucho menos dejar zanjadas cuestiones debatidas. En verdad, las etapas vienen dadas por la historia de la época y no varían fundamentalmente en los autores; los textos que a cada una se atri­buyen sí. Nos limitamos a citar aquellos que en general han suscitado mayor consenso entre quienes han defendido la cronología tradicional. No hay opiniones comunes que permitan ser más precisos.

1. Primera actividad: bajo Josías (627 has­ta el 622 a. C.)

El año trece de Josías (627 a. C.) sitúa el libro su vocación (Jr 1,2; 25,3). A esta pri­mera época se atribuyen algunos oráculos que se encuentra en J r 2-6 (especialmente en 2-3) y 30-31 del libro. Son oráculos que originalmente fueron dirigidos al reino de Is­rael y que posteriormente se adaptaron tam­bién para Judá.

En esta época Jeremías predica la nece­sidad de una conversión interna y amenaza con la indefinida figura del "enemigo del Nor­te" (Jr 1,13-16; 4,5-6,30; 10,22 etc.), que só­lo a partir del año 605 a. C. se podrá iden­tificar con el imperio caldeo.

No hay ninguna alusión directa a la re­forma de Josías, a pesar de que en su libro abunda el lenguaje deuteronómico. Es éste uno de los mayores enigmas en torno a Jere­mías, pues la reforma supuso u n aconteci­miento de tal magnitud que difícilmente pu­do obviar en su predicación. Se supone, por lo tanto, que en el tiempo de la reforma (622-609 a. C.) calló. Su silencio para unos sig­nifica apoyo a la reforma; para otros es cla­ra oposición a la misma.

Cuando Joacaz (=Salún) fue llevado a Egip­to, Jeremías lo lloró (Jr 22,10-12).

2. Segunda actividad: bajo Joaquín (609-597 a. C.)

Cuando el año 609 a. C. Joaquín se ins­taló, por ñn, en el trono de su padre, Jere­mías reemprendió -al parecer- su actividad. Se aducen tres tipos de razones para explicar el hecho: a) por el desastre final de la reforma o por dificultades económicas, sus conciu­dadanos vuelven al culto a los dioses paganos (Jr 7,17.30-32); b) otros confían supersticio­samente en el templo (Jr 7,1-15); c) Joaquín es un rey injusto por el lujo desmedido al que se entrega y por los duros impuestos a que somete a la población (Jr 22,13-19).

Los textos que pertenecen a esta época se concentran en J r 7-25. En concreto suelen atribuirse a esta época:

a) Comienzo de Joaquín (609 a. C):

J r 7,1-15 Discurso contra el templo, "cueva de ladrones";

J r 26 Narración sobre el mismo su­ceso, visto desde las reaccio­nes al discurso.

J r 22,1-19 Aviso a la casa real.

b) Año cuarto de Joaquín (605 a. C.)

En torno al año de la subida al trono de Nabucodonosor y de su victoria en Carque-mis se suelen datar:

J r 46,2-12 Oráculo contra Egipto por la muerte de Josías;

J r 25,1-14 Discurso contra el templo: Jeremías es encarcelado (Jr 19,1-20,6); y se le prohibe la entrada en el templo.

J r 36 Negado el acceso al templo; escribe un libro.

c) Año quinto de Joaquín (604 a. C.)

J r 47,2-7 Invasión de Palestina y conquista de Ascalón;

J r 36,5ss. Según TM, Baruc lee el libro ante el pueblo.

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JEREMÍAS

d) Años de la sublevación de Joaquín (601-600 a. C.)

J r 12,7-13 Daños de la guerra y del tributo subsiguiente.

e) Año undécimo de Joaquín y séptimo de Nabucodonosor (597 a. C.)

Primera conquista de Jerusalén y depor­tación:

J r 35,1-19 Los Recabitas como ejemplo de obediencia. Ultimo episo­dio con Joaquín.

J r 22,24-30 Jeconías y su madre van al exilio, según lo había predi-cho Jeremías (Jr 10,17-21; véase J r 13,15-17; 22,20-27)

J r 15,5-9 Daños de la invasión y del sitio de la ciudad.

La época de Joaquín es, quizá, la más ri­ca en la predicación de Jeremías, por ser la más crucial. La conversión es todavía posi­ble y aseguraría al pueblo la permanencia en la tierra. El discurso contra el templo mar­ca el comienzo de la persecución. Cuando los caldeos aparecen como los dueños militares del imperio, Jeremías exige la sumisión a Na­bucodonosor; sería señal de aceptación del castigo. La rebelión de Joaquín, tal vez tras la derrota de los babilonios en Egipto (601 a. C), le sirve de ocasión para hablar contra las alianzas. La oposición de los falsos pro­fetas y la consumación de la rebelión le lle­van a considerar el castigo irrevocable.

3. Tercera actividad: Bajo Sedéelas (597-586 a. C.)

a) Año cuarto de Sedecías (593 a. C.)

J r 27-29 (Corregir T*M, que los data en tiempo de Joaquín). Al comienzo del faraón Psam-mético II (594 a. C), que su­cedió a Necao, se alienta la sublevación; una conferencia internacional en Jerusalén (Jr

27) no logra resultados. Em­bajada a Babilonia (Jr 51,59-64) y carta de Jeremías (Jr 29).

b) Año noveno de Sedecías (588 a. C.)

- Rebelión por instigación del faraón Ho-• fra; comienza el cerco de Jerusalén (587

a. C): J r 34,1-7 sólo resisten Laquis, Azeca

y Jerusalén; J r 34,8-10 rito de remisión para apla­

car al Señor.

- Se interrumpe brevemente el cerco por el aviso de llegada de los egipcios:

J r 34,11-12 vuelven a recuperar a los siervos liberados;

J r 37,1-10 embajada a Jeremías para que interceda;

J r 37,11-16 Jeremías quiere ir a Ana-tot para Yedimir' un campo (Jr 32,1-15), pero es en­carcelado;

J r 38,1-13 + 21,8-10 intento de matar a Jeremías en el pozo;

J r 38,14-23 última entrevista con el rey.

- Conquista y destrucción de la ciudad: J r 39 (véase J r 52 y 2 Re 25).

Jeremías sigue aconsejando la sumisión a los Babilonios como medio de salvar el rei­no, la ciudad y la tierra. No hay otro cami­no. En la aceptación del castigo está la es­peranza para el futuro. Los exilados perma­necerán mucho tiempo, pero de ellos vendrá la salvación. Las persecuciones arrecian y su vida peligra.

4. Cuarta actividad: bajo Godolías (586... a. C.)

J r 39-40 Godolías en Mispá; asesinado. J r 42-43 Consultan a Jeremías, junto

a Belén. J r 44 Ultimo oráculo de Jeremías

en Egipto.

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JEREMÍAS

Destruida la ciudad, la sumisión a Nabu-codonosor es el único modo de salvaguardar los campos. Hay que evitar, a toda costa, vol­ver a Egipto. Allí se produce el final del pueblo.

B.- CRONOLOGÍA 'BAJA' PARA JEREMÍAS

1. Dificultades de la cronología tradicional

Una serie de dificultades han colaborado en la elaboración de otra hipótesis cronoló­gica para los oráculos de Jeremías. 1) La pri­mera y principal es la misteriosa relación que se establece entre Jeremías y la reforma deuteronómica. Dada la importancia social que tuvo dicha reforma, es impensable que el profeta no hubiera aludido a ella, si la co­noció personalmente. No hay más remedio que suponer una época de silencio en el pro­feta. ¿Cómo entender este silencio? ¿Se de­bió a que estaba de acuerdo con la reforma? ¿O estaba en desacuerdo, pero consideró im­posible convencer al pueblo, que tan fer­vientemente la seguía? Es verdad que sus discursos contra el templo no dejan en buen lugar a la mentalidad deuteronomista, pero nadie puede imaginar que Jeremías dejase de hablar porque considerara el momento 'misión imposible'. ¿Acaso era posible la aceptación de su mensaje en otras épocas? 2) Otra dificultad, menos comentada pero igualmente seria, la plantea la imposición del celibato a Jeremías (Jr 16). Se suele identi­ficar el año decimotercero de Josías (Jr 1,2) con el de la vocación profética (Jr 1,4-10) y a ésta con la orden de mantenerse célibe. To­do ello supone excesivas identificaciones. Pe­ro no está ahí el problema, pues podría asu­mirse que con veintitrés años el profeta se sienta llamado por Dios a no casarse y a re­nunciar a tener descendencia. El problema radica en el sentido de su celibato, expues­to con claridad en J r 16,4 en términos de ausencia de futuro e inutilidad de la vida en el presente. Pero no fue esto lo que predicó Jeremías en u n primer momento. Anunció más bien la posibilidad de conversión (Jr 2,1-4,4), no la irrevocabilidad del castigo, que es el mensaje de su celibato (Jr 16,3-4).

Esto no lo predicó hasta, por lo menos, el año 604 a. C. o incluso el 601 a. C , con una edad (entre 45 y 50 años) en la que la orden de mantenerse célibe carece ya de sentido. 3) Finalmente, no se suele hacer notar, pero la cronología tradicional coloca a Jeremías con más de 60 años en el momento de la caída de Jerusalén. Pues bien, con esa edad y con tantos años de cárcel, cepos y fosas, debe emprender viaje a Egipto. No es imposible, pero son pocas las personas de su época, re­yes incluidos, de quienes nos conste una vi­da tan larga. Es verdad que una vida de pri­vaciones puede endurecer el cuerpo y pro­porcionarle resistencia, pero este dato nos pesa en la cronología tradicional.

2. Base de la nueva cronología

El principal dato biográfico sobre Jere­mías, incluso para la cronología tradicional, es que recibió su vocación el "año decimo­tercero de Josías", es decir, el 627 a. C. (De ahí se deduce el nacimiento hacia el 650 a. C). Pero preguntémosle a Jeremías con qué ocasión empezó a ser profeta. Responderá: Antes deformarme en el vientre me conoció, antes que saliera del seno me consagró, me constituyó profeta de las naciones (véase J r 1,5). Cuando alude a su vocación, alude a su nacimiento (Jr 15,10; 20,14-18). Esto puede ser una alusión totalizante de una experien­cia profunda que comenzó en un momento determinado (como Pablo en Gal 1,15). Pero nada nos impide entenderla en su valor cro­nológico. Si aceptamos esta hipótesis y pen­samos que Jeremías nace el 627 a. C , varios problemas quedan resueltos a la vez:

a) La ausencia de oráculos sobre la refor­ma es perfectamente explicable ¡tenía 5 años!

b) El primer texto fechado que poseemos es el discurso contra el templo del año 609 a. C. (Jr 7,1-15). Tenía Jeremías 18 años. Para entonces había compuesto otros orá­culos. ¡Con razón objeta para su misión que es joven! (véase J r 1,6).

c) En tiempos de Josías, ya había predi­cado. A esa época podrían pertenecer los orá­culos que normalmente se supone dedicados al reino del Norte (Jr 2-3 y 30-31). Su men-

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saje sería de optimismo: ¡es posible recomen­zar! ¡volved a Sión! ¿Podía Dios olvidarse de Israel? ¡Judá debe aceptar a su hermana! Es­tos oráculos, en su formulación original, re­flejaban posiblemente la ilusión generada en el corazón de un joven benjaminita por la reu­nificación política y cultual conseguida bajo Josías.

d) Cuando en el año 604 ó 601 a. C. en­durece su mensaje (Jr 15,1), Jeremías tiene 23 o 26 años. A esa edad su celibato se con­vierte en el signo por excelencia de la falta de esperanza para el pueblo: Voy a hacer callar en este lugar... los gritos de gozo y algazara, los cantos del novio y de la novia (Jr 16,9).

e) Finalmente, en el momento de la caída de Jerusalén Jeremías tenía unos 40 años.

Alguien ha objetado a esta cronología dos cosas: la juventud de su comienzo y la fun­ción de los textos atribuidos al tiempo de Jo­sías. La última la acabamos de explicar (le­tra c). W. L. Holladay acepta con dudas la fe­cha del 615 a. C. (cuando Jeremías contaba con 12 años), como indicativa de la acepta­ción por parte de Jeremías de su vocación profética. Entonces comenzaría a pronunciar oráculos dirigidos a Israel, con la función que acabamos de señalar (letra c). Jeremías era muy joven, es cierto. Pero él se veía lla­mado como Moisés o Samuel (Jr 15,1) y en la tradición se acepta que Dios elige desde el seno materno (Sansón, Jue 13,5; véase Sa­muel, 1 Sm 1,22) y habla a personas muy jó­venes (precisamente a Samuel: 1 Sm 3). Den­tro de esta tradición encajaría también el evangelista Lucas (Le 2,42), cuando presen­ta a Jesús en el templo entre los doctores con 12 años. En esa época Jeremías pudo cantar, como benjaminita, la reunificación política y cultual del norte y el sur.

El mencionado autor, principal defensor de esta cronología, defiende que a partir de la reforma de Josías cada cinco años se pro­clamaba públicamente la ley (Dt 31,9-13) con ocasión de la fiesta de las Tiendas de campaña (Septiembre-Octubre). Tales pro­clamaciones habrían tenido lugar los años 622, 615, 608, 601, 594 y 587 a. C. Estos serían los hitos cronológicos de la actividad profética de Jeremías, aunque les reconoce

una fuerza argumentativa desigual: convin­cente para el 594 a. C , plausible para el 587 a. C. y meramente ilustrativa para los años 608 y 601 a. C.

3. El libro de Jeremías

A) Problemas

Es uno de los libros proféticos más com­plejos y ricos:

a) por la variedad de géneros: oráculos contra Judá, narraciones de Jeremías, na­rraciones sobre Jeremías, 'confesiones', car­ta, oráculos contra las naciones, acciones simbólicas, narraciones históricas...

b) por el desorden cronológico en el que se presentan los textos;

c) Por las diferencias entre el TM y LXX: El texto griego es un octavo más breve (2.700 palabras menos). Es verdad que el TM pre­senta numerosas repeticiones (6,22-24 = 50,41-43; 7,1-14 = 26; 6,12-15 = 8,10-12; 10,12-16 = 51,15-19; 15,13-14 = 17,3-4; 16,14-15 = 23,7-8; 23,5-6 = 33,15-16; 23,19-20 = 30,23-24; 30,10-11 = 46,27-28; 31,35-37 = 33,25-26; 39,4-10 = 52,7-16; 49,19-21 = 50,44-46), pero no todo se ex­plica por ellas. Las diferencias entre ambos textos parecen exigir redacciones distintas del libro de Jeremías. De hecho los descu­brimientos de Qumrán apoyan esta solución, pues 4QJrb (Jr 9,22-10,18) está de acuerdo con el texto de LXX, mientras 4QJra , 4QJr c

y 2QJr son más cercanos al TM. Y, lo que es más serio, en ambas recensiones se conser­va un orden textual distinto, que varía a par­tir de J r 25 y que consiste fundamentalmente en la transposición de lugar de los oráculos ele las naciones. Hoy en día se va imponien­do la idea de que el orden de los capítulos de la redacción griega es anterior y más correc­to. Esta opinión no priva de sentido al orden hebreo; algún objetivo pretendería la supuesta corrección.

B) División

Tal y como lo conocemos hoy, el libro se Suele generalmente dividir en las siguientes

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secciones, aunque con títulos variados para cada una de ellas:

a) J r 1-24: Juicio contra Israel y J u d á Esta sección se subdivide a su vez en J r

1-6: redacción compacta y homogénea de oráculos; J r 7-24: complejo textual menos compacto, donde se mezclan los oráculos con otros géneros y que comienza con un discurso (Jr 7). Otros prefieren subrayar la inclusión entre J r 1 y 20 (vocación de Jere­mías) y la unidad de J r 11-20, centrada en el compromiso personal del profeta en su predicación; en ella están las "confesiones". Varios autores alargan la sección hasta J r 25,13.

b) J r 25-45: Palabra e Historia Jeremías no es siempre el sujeto de los

sucesos narrados; en ellos se está jugando el destino de la palabra de Dios y de su profe­ta. A este respecto conviene notar que J r 36 y 45 (la historia de u n libro de oráculos pro-féticos) sirven de marco que unifica y en­cuadra la que se ha llamado "pasión de Jere­mías" (Jr 37-44) o "últimos días de Jerusa-lén". Antes de este bloque se narran los peligros del profeta y la discusión con los profetas falsos (Jr 26-29), el libro de la con­solación (Jr 30-33) y dos capítulos en los que se narra el primer ataque de Nabuconodosor a Jerusalén (Jr 34) y se contraponen a los desobedientes judíos con los obedientes re-cabitas (Jr 35). También esta sección co­mienza con un discurso de Jeremías (Jr 25).

c) J r 46-51: Oráculos contra las naciones Constituyen la última parte del libro y su

introducción es la escena de la "copa de las naciones" (Jr 25,15). Algunos de los orácu­los contienen dataciones redaccionales (Jr 46,2; 47,1; 49,34).

d) J r 52: Apéndice histórico Repetición de 2 Re 24,18-25,30 y en par­

te de J r 39. Conviene notar que el texto he­breo de J r 51,64 dice literalmente: "se fati­garon. Hasta aquí las palabras de Jeremías"; parece una glosa de J r 51,58 (la fatiga de las naciones) donde terminaba el libro.

C) Fuentes

La discusión sobre la formación del libro de Jeremías ha estado presidida por la obra de S. Mowinckel. Desde la cárcel y, por lo tanto, con la única ayuda de una Biblia he­brea revolucionó los estudios sobre este libro profético, estableciendo cuatro fuentes in­dependientes en su formación, a las que de­nominó con letras:

A. La fuente A es el origen de los textos poé­ticos, oráculos o discursos, auténticos del profeta. Principalmente se encuentra en J r 1-6 y en J r 25.

B. Los textos en prosa, que hablan de Jere­mías en tercera persona los atribuyó a la fuente B. Se suele citar el nombre de Ba-ruc como autor de estos textos, expresan­do así la convicción de que pertenecen a una escuela de discípulos de Jeremías. Sus textos se encuentran fundamental­mente en J r 26-45.

C. La fuente C habría originado los textos en prosa caracterizados por el lenguaje deu-teronomista y en los que Jeremías habla en primera persona. Se trata preferente­mente de discursos y se encuentran u n poco por todo el libro, a partir de J r 7. Se suelen citar como textos C: J r 7,1-8,3 (so­bre el templo y el culto); 11,1-14.23 (sobre la alianza rota); 16,1-13 (sobre la soledad del profeta); 17,19-27 (sobre el sábado); 18,1-12 (Dios, actúa libremente); 21,1-10 (sobre el destino de Jerusalén); 22,1-5 (a los reyes de Judá); 25,1-14 (sobre el cas­tigo inminente); 34,8-22 (el juramento ro­to); 35,1-19 (acerca de los recabitas). Pe­ro se podrían añadir más.

D.La fuente D estaría constituida por los oráculos contra las naciones (Jr 46-51) y J r 52. Los primeros serían auténticos en su núcleo, pero habrían sufrido una fuer­te reelaboración.

Siempre se ha discutido la extensión exac­ta de un texto concreto y su pertenencia a

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una fuente o a otra. Fundamentalmente los estudios se han centrado en: 1) delimitar la extensión de los oráculos auténticos (=fuen-te A) o, lo que es lo mismo, la extensión del 'rollo primitivo"; 2) establecer la relación en­tre los autores de la fuente B y la C; 3) ñjar la autenticidad de algunos textos C, o estudiar la relación entre los textos C y A. Siempre, pues, se han mantenido en lo fundamental las fuentes establecidas por Mowinckel. Esta teoría no ha resuelto el problema de la for­mación del libro de Jeremías, pero ha mar­cado su discusión. Hoy en día se trabaja más en la teología de la redacción del libro y en su intencionalidad.

4. Teología de Jeremías

La base teológica de la predicación del ben-jarninita Jeremías hay que ponerla en la teo­logía de la alianza. Todo lo bueno que tiene Is­rael le viene de ella y, por quebrantarla me­recerá el castigo. No es extraña la importancia de la alianza en su predicación: Anatot es el lugar que conserva las tradiciones propias del santuario de Silo; en Jeremías han influido necesariamente tradiciones del norte tan im­portantes como la de Oseas y del Deuterono-mio. Como en los demás profetas preexñicos, el vocablo "alianza" no se repite demasiado en el libro de Jeremías: se encuentra repetidas veces en J r 11,1-17 y 31,31-34 (ambos pa­sajes relacionados con Dt 5,2-3), además de en J r 14,21; 22,9; 50,5. La recurrencia del vo­cablo en J r 34 no está relacionada con la re­lación Dios-pueblo, sino con el compromiso de manumitir a los esclavos.

La realidad de la alianza se supone tam­bién en varias imágenes que sirven para acu­sar o para provocar la conversión: Israel es la esposa del Señor que, si fue fiel al comienzo, ahora es infiel (Jr 2,2-3.5; 3,1), rea de traición (Jr 3,20; 5,11) y prostituta (Jr 2,20; 3,2-3.13; 4,30); al comienzo "caminó tras" el Señor (Jr 2,2), pero ahora "camina tras" otros dioses (Jr 2,5.8.23), sin responder al "amor" del Señor (Jr 2,3; 31,3). El cumplimiento de las estipu­laciones de la alianza hace que Dios "habite" entre ellos y ellos en el país (Jr 7,3.7). La leal­tad a la alianza exige "conocer" al Señor (Jr

9,2; 22,16), "temerle" (Jr 5,22.24), "obedecer su voz" (Jr 7,23), permanecer "en su presen­cia" (Jr 4,1); Israel debe circuncidarse el co­razón (Jr 4,3) y observar la Tora (Jr 5,4-5; 8,7); su reflejo en la vida social es esencial y exige verdad (Jr 9,4), justicia (Jr 5,28; 22,13) y preocupación por el pobre y el huérfano (5,27-28). Los responsables mayores de la rup­tura de la alianza son los jefes religiosos (Jr 2,8; 5,31; 6,13; 10,21; 14,18) y los profetas (Jr 23,13-14). Por lo mismo ha sido castigado el reino del Norte (Jr 7,15); Judá debe aprender la lección y convertirse (Jr 4,1-2.14; 6,8; 7,3.5); pero la perversión fue general (Jr 5,1-5) y el Señor denunció la alianza (Jr 14,2), de­cidiendo el castigo (Jr 9,9-10).

El mensaje de salvación

Lo primero que hay que decir es que Jere­mías predicó salvación. Lo hizo en todos los tiempos y de modos distintos. Salvación pre­dicaba cuando se alegraba de la reunifica­ción de los reinos (Jr 30,3.27), especialmente de la vuelta de Israel (Jr 30-31), cuando exi­gía conversión a Judá, cuando le invitaba a aceptar el yugo de Nabucodonosor (Jr 32,1-15; 37,17-18) o cuando se refería a los des­terrados en Babilonia (Jr 29,4-7). Era parte de su misión, expresada con los verbos "edi­ficar y plantar" (Jr 1,10; Véase J r 24,4-10; 29,4-7; 32,1-15).

Se trata de una salvación paradójica, con­secuencia de la obediencia (Jr 7,23) o de la aceptación del castigo (Jr 29; 32,1-34,7; véase "y viviréis" en J r 21,9; 27,12.17; 38,2). Los falsos profetas, que predicaban "paz" sin paradoja engañan al pueblo (Jr 4,10; 6,13-14; 8,10-11; 29,32). La novedad de la res­tauración tendrá las características de una nueva alianza (Jr 30,22; 31,31-34). Pero es­ta novedad hay que aceptarla en toda su du­reza: Si la nueva alianza es indefectible por sus instrumentos de ratificación (el corazón) y por el doble juramento divino (Jr 31,35-36.37), también significa que la del Sinaí ha fracasado y ya no vale. Tal vez por su dure­za, la expresión únicamente ha sido acep­tada en Qumrán y en el Nuevo Testamento.

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5. Jeremías y Moisés

La figura de Jeremías, tal y como aparece en su libro, presenta varios puntos de con­tacto con la figura de Moisés. Esta relación dota de rasgos muy peculiares el perfil pro-fético de Jeremías. Aunque no podamos des­lindar con facilidad si la relación ya la había establecido el mismo Jeremías o si es fruto exclusivo de la comprensión que de su figu­ra tuvieron sus discípulos, debemos notar que Jeremías conoció la reforma deuteronó-mica y la proclamación del libro de la ley (2 Re 22-23). Ciertamente, para comprender J r 36 hay que leerlo como contraposición al éxito del libro encontrado en el templo en tiempos de Josías. Pero también recuerda la doble es­critura de la ley de Moisés (Ex 24,4; 34,1; Dt 10,1) y la ley deuteronómica sobre el rey (Dt 17,14-20). En el relato de su vocación Jere­mías es el "profeta como Moisés", anunciado en Dt 18,15-18; así se desprende de los va­rios parecidos formales y de la similitud de objeciones de ambos personajes. También ambos personajes tuvieron relación con la alianza: Moisés medió la del Sinaí y Jeremías predicó la "Nueva Alianza".

Esta relación se presenta en varios mo­mentos como antitética. Moisés fue modelo de intercesor (Ex 32,30-35), pero a Jeremías se le prohibe interceder (Jr 7,16; 11,14; 14,11; véase J r 15,1). Moisés sacó al pueblo de Egipto; en el libro de Jeremías los aconteci­mientos ocurridos entre la caída de Jerusa-lén y la llegada a Egipto (Jr 40-44) están na­rrados como anti-éxodo. Los elementos del éxodo inicial se narran en orden inverso se­gún el cual tras la destrucción del templo, de la ciudad y de la dinastía de David: a) se abandona la tierra (Jr 41,10); b) dos altos en el camino (junto a Belén y al "gran lago") se presentan como lugar de desobediencia a Dios (Jr 41,17.21); c) esta desobediencia se consuma con la ida a Egipto (Jr 43,7); d) allí desaparece el nombre del Señor de la boca de los judíos (Jr 44,26). El profeta esperado llega, pero es el momento final, el tiempo de

la desaparición del pueblo como consecuen­cia de su pecado.

6. Bibliografía

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COMENTARIO

1,1-3 Introducción. El capítulo 1 suele considerarse como una introducción a todo el libro de Jeremías. Contiene fundamental­mente dos secciones bien diferenciadas: una presentación histórica del profeta y la na­rración de su vocación personal. Ofrece, así, las claves que permiten comprender mejor su ministerio. Este comprende los oráculos, dis­cursos y narraciones de todo el libro.

Según J r 1,1-3,la actividad de Jeremías comienza el año 627 a. C. (año decimotercero de Josías) y concluye varios (indeterminados) años después del 586 a. C , fecha de la de­portación a Babilonia. El problema está en saber si la primera fecha corresponde a su vocación o a su nacimiento. En el primer ca­so hay que suponer una época de silencio del profeta durante la reforma de Josías (a partir del 622 a. C); la segunda se basa fun­damentalmente en que Jeremías es profeta desde el seno materno (véase en la Intro­ducción: cronología 'baja'). Jeremías com­partió con su pueblo gran parte del reinado de Josías y los avatares que sucedieron du­rante los reinados de Joaquín, Sedecías y los gobernadores que impuso Nabucodonosor tras la conquista de Jerusalén.

Los sacerdotes de Anatot descienden de Abiatar, exilado por Salomón a Anatot (1 Re 2,26-27), para favorecer a la familia sacer­dotal de Sadoq. En esas querellas familiares se escondía la vieja oposición de los fieles al santuario de Silo, anexionado por Jerusalén al comienzo de la monarquía. Así cobra realce la cita que Jeremías hace de Silo en su famoso discurso contra el templo {Jr 7,12; 26,6). Su origen benjaminita explica las re­laciones culturales de Jeremías con las tra­diciones del Norte: sus coincidencias con Oseas ("amor" o "fidelidad" -hesedt- en J r 2,2; 9,23; 16,5; 31,3; 32,10; 33,11; alusiones a la esposa infiel, J r 3,1-5.20; la relación padre-hijo con Dios, J r 3,19. 22; el conocimiento de Dios, J r 2,8; 4,22; la conversión, J r 3,22-25; 14,7-10.19-22); su interés por las tradicio­

nes de Raquel (Jr 31,15-22); las relaciones de Jeremías con la monarquía se entienden me­jor, si consideramos que Saúl era benjamini­ta; el tema de la Alianza de Dios (Jr 31,31 ss.) con su pueblo es también típico de las tra­diciones del Norte.

VOCACIÓN Y MISIÓN DEL PROFETA (1,4-19)

La vocación de Jeremías responde perfec­tamente a los relatos de vocación profética. La palabra que en hebreo designa habitual-mente al profeta (nabfí significa etimológi­camente "llamado". De ahí la importancia de los relatos de vocación en los libros proféti-cos. Para lo que vamos a decir en adelante se pueden comparar las vocaciones de Gedeón (Jue 6), Moisés (Ex 3.6-7), Isaías (Is 6), Eze-quiel (Ez 1-3), el Siervo de Yahvé (Is 49). Aun­que la forma literaria parezca estereotipada, dichos relatos se basan en la vida. Por ello contienen habitualmente los siguientes pun­tos: a) Manifestación divina: expresa una ex­periencia de cercanía vivida como irrupción inesperada, diferente a la vivencia cotidiana de la presencia divina. Dios entra en la vida del llamado en un momento concreto de su historia; b) Palabra introductoria: la fórmu­la "la Palabra de Dios se dirigió a", utilizada muy a menudo, indica el carácter personal de la comunicación entre el Señor y el elegido. Su relación no se diluye en la impersonalidad del conjunto, es algo personal y concreto; c) Encargo: la misión que el Señor encomienda suele expresarse en imperativo para subrayar el carácter irresistible de la experiencia. La mi­sión de portavoz, de embajador personal, no se la arroga nadie, pero una vez conferida tampoco se relega en el olvido; d) Objeción: en todo relato de vocación aparece una ob­jeción. No es humildad y mucho menos fal­sa modestia; es señal de libertad en la acep­tación del encargo, pero muy a menudo re-

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coge las dificultades reales del llamado. Ave­ces suena como un grito de impotencia y tie­ne algo que ver con la función mediadora del profeta; e) Confirmación: el encargo de Dios supera la debilidad, los impedimentos e in­cluso las incoherencias del llamado. La mi­sión se confirma, pues no dependía de las cualidades del profeta. Especialmente im­portante en este momento es la fórmula Yo estoy contigo (Gedeón, Moisés y Jeremías), f) Signo: no se encuentra en todos los relatos de vocación, pero sí en la mayoría. El signo ex­terno que se ofrece no pretende satisfacer la curiosidad personal, ni siquiera proporcionar seguridad al llamado. Supone para él una es­pecie de credencial de que el Señor ha ha­blado y se ha comunicado con él. El signo confirma la realidad de la experiencia vivida; el relato de vocación le acredita ante los oyen­tes. El profeta es un hombre indefenso, per­trechado únicamente con la fuerza y la de­bilidad de la Palabra.

Toda vocación es una vivencia compleja que abarca la vida entera en profundidad, aunque se coloque en el momento inicial. Siempre conviene releerla desde el final, pa­ra captar la profundidad humana y espiritual que encierra: entonces se comprenderá que el encargo desinstala, que el mensaje resul­ta duro de pronunciar, que las objeciones son un eco de crisis serias (que en Jeremías lee­mos en las "confesiones") y que la promesa de presencia divina se conjuga con una expe­riencia de silencio divino. La seguridad de la llamada conlleva búsqueda, opción, riesgo... y plenitud de sentido y de vida.

Tal vocación consagra al profeta como por­tavoz de Dios encargado de transmitir la pa-laba divina [pongo mis palabras en tu boca: J r 1,9), que habla de salvación en la historia. Tiene, por tanto, que escuchar esa palabra en los acontecimientos, leerla con los ojos de Dios y desvelar su ambigüedad, escuchando en ella el plan divino. La escucha continua le obligará a olvidar sus planes personales -irás adonde yo te envié- y sus intereses particu­lares -dirás lo que yo te ordene- (Jr 1,7).

La narración de vocación del libro de Jere­mías comprende la llamada propiamente di­cha (Jr 1,4-10), dos visiones (Jr 1,11-12.13-

16) y una exhortación complementaria para llevar adelante su misión. Es posible que to­das estas secciones tengan orígenes litera­rios independientes, pero el conjunto ofrece una visión completa de su vocación.

1,4-10 Vocación. La vocación de Jere­mías se caracteriza por el protagonismo de la palabra. Frente a otras vocaciones que van acompañadas de la majestuosidad de una visión, como son las de Isaías (Is 6) o la de Ezequiel (Ez 1), la de Jeremías sucede en la palabra y en forma de diálogo. La palabra lo elige, lo consagra y lo nombra; precede al na­cimiento y a la historia. La misma palabra le confirma en su vocación y le promete la asis­tencia divina: Yo estaré contigo (Jr 1,8. Véa­se J r 15,20). La objeción que pone Jeremías es su dificultad con la palabra: es joven y no sabe hablar.

A pesar de su desamparo la palabra con­tiene exigencias de totalidad: abarca la vida entera del profeta, se extiende a todos los pue­blos, comprende todos los aspectos de la his­toria, tanto los amenazantes como los espe-ranzadores [arrancar y arrasar, destruir y de­rribar, edificar y plantar Jr 1,10; 18,7; 31,28. Véase J r 24,6; 31,40; 42,10; 45,4). Desde la eternidad Jeremías era conocido del Señor, había contado con él en sus planes; desde antes de nacer estaba consagrado al Señor (leer J r 16), separado de su pueblo y relacio­nado con la santidad de Dios; desde siempre estuvo constituido como profeta de las na­ciones. Ser profeta no era un oficio añadido, sino parte de su existencia. Por eso, cuando quiere olvidar el encargo, no puede y sufre su crisis existencial más aguda (Jr 20,9).

La consagración de los labios es similar a la de Isaías (Is 6,6-7), pero no se debe a mo­tivos de impureza. Las dificultades de un pro­feta en materia de lenguaje no tocan su re­lación con Dios, sino el punto central de su misión. Pero el cumplimiento de la misma no depende de sus cualidades; no ha sido ele­gido por ellas. La tarea profética depende de Dios: El pone la palabra, señala el auditorio, concede la fuerza necesaria. En la vocación de Jeremías se subraya la iniciativa divina. El toque en los labios transforma los pensa-

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mientos humanos en mensaje divino; el por­tavoz queda constituido. La confirmación cie­rra el diálogo. Toma en serio la objeción del profeta y le prepara para dificultades futuras; no debe sentir miedo cuando lleguen. Tam­bién vuelve a colocar las cosas en su sitio, re­forzando la iniciativa divina y reiterando sus planes. Su nombramiento como profeta de las naciones (Jr 1,5) alude probablemente al conjunto de los oráculos contra las naciones y más en concreto a la relación de su men­saje con la nación babilónica.

La narración de vocación de Jeremías es, por tanto, específica y al mismo tiempo pa­recida a los demás relatos de vocación. Tie­ne también indicios que introducen en una comprensión totalizante de la vida profética de Jeremías: él era el profeta anunciado en el Deuteronomio (Dt 18,15-22). No es un da­to trivial; es probablemente el punto central de comprensión de la figura profética de Jere­mías. Ya hemos aludido en la introducción al paralelismo entre las figuras de Moisés y Jeremías; ahora nos referimos específica­mente a sus vocaciones. El par de verbos "mandar-decir" de J r 1,7 (dirás todo lo que yo te ordene) sólo se repite en Ex 7,2 y en Dt 18,18, referido en ambos casos a Moisés. La frase pongo mis palabras en tu (su) boca de J r 1,9 se repite también exclusivamente en Dt 18,18. Ambos expresan en su vocación una objeción parecida: tras una invocación al Señor manifiestan la imposibilidad de ha­blar (Jr 1,6; Ex 4,10. Véase Ex 6,12.30). La referencia de Jeremías a su madre es única entre los profetas y se relaciona con la im­portancia de la madre en Moisés y Samuel. En todo caso, el par de substantivos "vien-tre"-"seno" de J r 1,5 es significativo: el pri­mero sólo aparece aquí en Jeremías; el se­gundo tres veces más en su última confesión (Jr 20,17.18). Ambos se encuentran juntos seis veces más en el AT: cuatro usos son pos­teriores a Jeremías (Job 3,11; 10,18; 31,5; Is 46,3) y dos son de los Salmos (Sal 58,4; 22,10-11). El Salmo 22 ha sido aplicado al nacimiento de Moisés y de Samuel. El con­junto de similitudes establece una relación incontrovertible entre Moisés y Jeremías. Más aún, es el anti-Moisés que, elegido desde el

seno materno, será conducido por su pueblo a Egipto (Jr 42-44).

1,11-19 Primeras visiones y misión. Dos visiones dan un tono amenazante a la tarea de Jeremías. La primera visión (Jr 1,11-12) üene como objeto una rama de almendro. Es­te árbol {shaqed] florece pronto y permite en hebreo un juego de palabras: el Señor está atento (shoqed) para cumplir su palabra. En otras ocasiones se compara el oficio proféti-co con la tarea de un vigía (Hab 2,1; Ez 3,17-21): debe estar atento para comunicar al pue­blo el inminente juicio de Dios. Aquí el pro­feta y Dios identifican su misión de vigilancia. La imagen debe inquietar al pueblo y tran­quilizar al profeta con la seguridad de que su anuncio se cumplirá. Por desgracia, no siem­pre lo ha sentido así Jeremías. En las "con­fesiones" del profeta hay abundantes ecos del desasosiego que producía en Jeremías la tar­danza en cumplirse su anuncio. En la vi­vencia interna de Jeremías el Señor no siem­pre estuvo alerta. Los enemigos de Jeremías aseguraban que Dios no les veía (Jr 12,4); lle­garon incluso a pretender convercer a Jere­mías de que estaba equivocado en su anun­cio, pues éste no se cumplía (Jr 17,15). Es­ta tardanza enconaba la herida de Jeremías y convertía a Dios en arroyo engañoso, seco cuando debía llevar agua (Jr 15,18). Ahí na­ce el grito del profeta: No dejes que me arre­baten abusando de tu paciencia (Jr 15,15)

En la segunda visión (Jr 1,12-16) el profeta contempla una olla hirviendo. La descripción no es clara, su sentido sí. La olla, inclinada desde el Norte, vierte su contenido sobre Ju -dá. Así se visualiza la amenaza del enemigo. El Norte es el lugar de las fuerzas ocultas, desconocidas, anti-divinas. Pero la historia confirma también el sentido de la imagen: Je-rusalén ha sido siempre invadida desde el Norte. En tiempos de Jeremías el enemigo del Norte irá progresivamente tomando el as­pecto de los Babilonios. Algún autor recuer­da a este propósito la descripción que en el capítulo 4 se hace de una invasión. El ejem­plo es ilustrativo, pero el "enemigo del Norte" es tópico en la primera predicación de Jere­mías (Jr 4,5-6,30; 10,22, etc.).

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Las dos visiones resumen el tema del ine­vitable cumplimiento del plan de Dios, que da sentido a todo el libro. Con el Señor y los babilonios en contra, el mensaje profético no va a ser benévolo.

En J r 1,17-19 la misión recibida obliga al profeta a hacer acopio de entereza interna y externa para superar los obstáculos. El hie­rro (dureza interna) y la plaza fuerte (exter­na) son las imágenes usadas. La exhortación suena reconfortante, pero anuncia las difi­cultades y el profeta sentirá el ataque en el transcurso de su misión. Su fortaleza está garantizada por Dios. Pero ahí reside su pro-blematicidad: no siempre sentirá la presen­cia divina cercana y efectiva. La dificultad de traducir J r 15,12 no impide escuchar un re­proche divino, parecido a J r 15,19-21. La pa­ciencia de Dios hace temblar a Jeremías (Jr 17,17-18). Todos los textos imprecatorios de las confesiones dan fe de la debilidad profé-tica, cuando no siente cercana la presencia reconfortante del Señor. Y la única promesa que recibe es la de dicha presencia.

I JUICIO CONTRA JUDA Y JERUSALEN

(2,1-24,10)

Esta sección comprende una serie de tex­tos en los que prevalece la temática de jui­cio contra el pueblo. La división interna en secciones -y, por lo tanto, la dinámica de su contenido- no está clara ni unánimente pro­puesta por los comentaristas. Es de destacar la inclusión que establece la alusión al seno materno en J r 1,4 y en 20,17-18; el naci­miento de Jeremías y su constitución como profeta desde el seno materno serían el mar­co literario del conjunto. W. Holladay la es­tablece y es sugestiva.

De momento, presentamos otra opinión más generalizada, aceptando el corte que es­tablece la datación de J r 25,1. La sección se puede articular como sigue, si bien los títu­los que ofrecemos son indicativos:

1) J r 2-6: PRIMEROS ORÁCULOS DE JE­REMÍAS

A) J r 2,1-4,4: Requisitoria profética B) J r 4,5-6,30: El enemigo del Norte

2) J r 7-10: EL FALSO CULTO A) J r 7,1-8,3: Culto y Justicia B) J r 8,4-9,25: Falsa sabiduría C) J r 10,1-25: Castigo

3) J r 11-24: HISTORIAS DE LA VIDA DE JE­REMÍAS

A) J r 11-13: Predicación sobre la Alianza B) J r 14,1-16,13: La imagen del agua C) J r 16,14-17,27: Oráculos sueltos D) J r 18-20: Acciones simbólicas y Con­

fesiones E) J r 21-24: Contra reyes y profetas

Estas tres secciones coinciden con divi­siones más o menos aceptadas. Más pro­blemática resulta la descripción de la diná­mica interna y del paso de una a otra.

1. Primeros oráculos de Jeremías (2 ,1-6 ,30)

Casi todos aceptan la relativa homogenei­dad de los primeros capítulos. En ellos se en­cuentra la predicación más primitiva de Jere­mías. La composición de gran parte de estos capítulos se suele fijar en tiempos del rey Jo-sías, aunque no se excluye una reelaboración posterior. Predomina el estilo poético. En es­ta sección se distinguen dos partes: a) la re­quisitoria profética (Jr 2,1-4,4) y b) oráculos sobre el enemigo del norte (Jr 4,5-6,30).

REQUISITORIA PROFÉTICA (2,1-4,4)

En estos capítulos (Jr 2,1-4,4), aunque desdibujada textualmente, tiene lugar una requisitoria o controversia jurídica (ríb) entre Dios y el pueblo. El uso de este género jurí­dico es muy habitual en la profecía. No tie­ne fácil entrada en nuestra mentalidad. Pe­ro no debe extrañarnos, ya que los hebreos basan su relación con Dios en la "alianza" o "testamento" y ésta es una institución de ori-

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gen jurídico. Por ello, cuando el pueblo no cumple las estipulaciones de la Alianza, Dios le acusa. Pero también debe señalarse el ca­so en que es el pueblo (en Jeremías lo hará varias veces el profeta) quien acusa a Dios de desinterés e incumplimiento. La controver­sia concluye con el perdón, si la parte acu­sada se reconoce culpable y confiesa su cul­pa. Cuando rechaza la acusación y proclama su inocencia, no queda más recurso que pro­ceder al juicio y dictar sentencia condena­toria para el culpable y absolutoria para el inocente. Esa es tarea del tribunal o en úl­tima instancia de Dios mismo.

Aquí el Señor convoca a su pueblo para un juicio. Les recuerda sus dones (su fideli­dad al pacto) y les reprocha una conducta injusta, aunque la pretendan sustituir con actos cultuales. Israel rechaza la conversión, con el pretexto de su inocencia y recto obrar. La sentencia condenatoria cierra la unidad. En estos capítulos se encuentra con toda probabilidad la predicación más antigua de Jeremías, dirigida en un primer momento al reino de Israel. En edición posterior (hacia el 604 a. C.) se aplicó también a Judá (Jr 2,2. 28; 3,6-12.14-18 en prosa; 4,3.4). La con­troversia consta de dos partes: a) J r 2,1-37 como denuncia de la infidelidad y b) J r 3,1-4,4 como invitación al regreso.

En la primera parte de esta requisitoria (Jr 2,1-37) se denuncia la infidelidad o aposta-sía de Israel, que ha roto la alianza, a pesar de los dones del Señor. En la primera sección (Jr 2,1-19) se denuncia el pecado; en la se­gunda (Jr 2,20-37) la falsa interpretación que hace Israel del castigo. Resulta impresionante recoger los deseos de libertad y las protestas de inocencia que en esta sección se ponen en boca de Israel: no seguiré siendo esclavo (Jr 2,20); no estoy contaminada, no he seguido a ¡os ídolos (Jr 2,23); queremos ser libres, no volveremos más a ti (Jr 2,31); soy inocente, su ira se alejará de mi (Jr 2,35). protestas que una a una va refutando el Señor.

2 , 1 1 9 Infidelidad de Israel. En J r 2,1 3 el desierto es el lugar de la prueba y de la tentación. Pero en la tradición de Oseas (Os 2,16) y de Jeremías el desierto es el lugar de

la luna de miel del Señor con su pueblo, sin dioses rivales.

En J r 2,4-9 Egipto - desierto - tierra del Carmelo. Se sigue el esquema del Éxodo. ¿Qué más podía hacer el Señor? La queja, de valor jurídico, plantea el juicio de Dios al pueblo en toda su crudeza.

En J r 2,10-13 el pueblo ha abandonado a su Dios. Este es un hecho, inimaginable en los demás pueblos. El agua es claro símbo­lo de fecundidad y alegría, especialmente en culturas nómadas o vecinas al desierto.

En J r 2,14-19 la libertad es el don que ca­racteriza al pueblo hebreo, que confiesa ha­ber surgido de un acto liberador de su Dios. Una continua política de alianzas le ha ido mermando su libertad: Egipto y Mesopota-mia, Asiria y Babilonia han sido las grandes tentaciones históricas de Israel en su bús­queda de seguridad.

2,20-37 Acusación y defensa. A partir de aquí el Señor no echa en cara a Israel el mal cometido, sino la interpretación falsa que ha­ce de lo sucedido. Israel defiende su inocen­cia, rechazando la acusación: primero afirma su libertad (introducción a la sección) y no se considera manchada (Jr 2,23); por eso, de­vuelve la acusación contra el Señor (Jr 2,29) y, como prueba de su inocencia, alega su his­toria de posesión de la tierra (Jr 2,35). El Se­ñor no puede callar y con su palabra descu­bre la verdad: Israel es una prostituta (Jr 2,20) que utiliza su libertad para ir tras otros señores o baales (Jr 2,23); es sorprendida adorando ídolos inútiles (Jr 2,26-28); no ha aprendido de la historia. Como castigo, estará sometida a Egipto. J r 2,28 en la versión grie­ga añade: y los altares de Baal, tantos como las calles de Jerusalén.

3,1-5 Llamada a la conversión. Consti­tuyen estos versículos el comienzo de la sec­ción que más arriba hemos denominado In­vitación al regreso (Jr 3,1-4,4). En esta sección el verbo hebreo sub (volver, regresar, conver­tirse) se repite insistentemente. Pretenden estos pasajes restablecer la relación anterior (de alianza). Para ello se utilizan los esque­mas marido-mujer, padre-hijo.

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J r 3,1-5 es un caso legal que subraya la di­ficultad del arreglo: después del divorcio no es posible restablecer la relación, pues lo prohi­be la ley (Dt 24,1-4). Es el mismo problema planteado en Os 3; pero allí el amor prevale­ce sobre la ley. El pecado de Israel no se limita al ámbito interno: ha perturbado la natura­leza y ha roto la unidad personal, aunque aparentemente el pueblo afirme que mantie­ne la fe (Jr 3,4-5).

3,6-13 Parábola de las dos hermanas. El desastre del reino del Norte, conquistado por Asiría el año 722 a. C , no ha servido de es­carmiento para el del Sur. Si aquel fue infiel, éste es peor. Por eso, será más fácil el per­dón para el primero (Jr 3,12-13).

3,14-18 El nuevo pueblo de Dios. El re­greso del perdonado da pie a soñar con la restauración del Sur. Resuenan las mayores tradiciones de Judá: Sión, como lugar de reunión del pueblo y trono del Señor, así co­mo la monarquía de David, restaurada se­gún el primitivo designio. La alusión al tem­plo es indirecta. J r 3,18 supone el destierro del 586 a. C , por lo que debe datarse en fe­cha posterior. El perdón se visualiza como reunificación de los dos reinos.

3,19-4,4 Retorno de Israel al Señor. En la relación marido-mujer era imposible la so­lución (Jr 3,1-5). Tal vez la relación Padre-hi­jo lo permita. En la primera los dones de la tierra son un regalo de bodas; en la segun­da son una herencia, a cuya posesión nun­ca se pierde derecho; siempre se puede ro­turar de nuevo la heredad. La confesión del pueblo (Jr 3,22-25) parece sincera, pero la conversión debe ser profunda e interna, pa­ra que sirva de bendición a todos los pueblos (Jr4,2; Gn 12,3).

EL ENEMIGO DEL NORTE (4,5-6,30)

Este conjunto se presenta como un tríp­tico de tres paneles, uno por capítulo. Cam­bia el destinatario. Ya no es Israel, sino Ju­

dá y más en concreto Jerusalén que se men­ciona varias veces (Jr 4,5.6.10.11.16). Judá va a ser atacada por un genérico enemigo del Norte, que el Señor enviará contra ella. Si no hay conversión, el pecado del pueblo mere­cerá la destrucción total. Pero todavía es po­sible la salvación.

4,5-31 Alarma y amenaza. Constituye es­te pasaje el primero de los tres paneles se­ñalados más arriba. La descripción es tan vi­va que reproduce el sonido de la amenaza; la sonoridad y la concisión acompañan al men­saje. El Señor manda dar la alarma; el toque de trompeta anuncia la llegada del enemigo; su devastación horroriza y angustia; aunque los falsos profetas pretenden evitar el caos, éste es inevitable y la angustia se apodera de la población; la capital, Sión, entra en agonía.

En J r 4,5-18 Jerusalén escucha el sonido de la trompeta, porque no ha escuchado la voz del Señor. El iza el estandarte que con­voca al enemigo. El estandarte es un térmi­no guerrero ya utilizado por Isaías (Jr 5,26; 11,12). En la guerra sufren primero los res­ponsables de la maldad: rey, sacerdotes y profetas. La mayoría de éstos anuncian paz, engañando al pueblo. De ahí la acusación de engaño lanzada contra el Señor (Jr 4,10). El viento ardiente, que todo lo seca, y el viento impetuoso, inútil para el campesino, consti­tuyen los elementos del juicio divino.

Llegan las tropas enemigas en J r 4,19-21. Se recoge el lamento del pueblo. El dolor tie­ne signos externos (tierra devastada, tiendas destruidas, pabellones derribados), pero pe­netra hasta lo más profundo del corazón.

Frases lapidarias describen el resultado (Jr 4,22-31): la naturaleza vuelve al caos inicial (Jr 4,23-28), las ciudades quedan vacías (Jr 4,29), no hay salvación (Jr 4,30-31). Siem­pre queda flotando la pregunta ¿por qué? El Señor explica la causa: el pueblo es insen-tato al no reconocer al Señor. Si no ha que­rido conocer al Señor de la bendición, tendrá que reconocer al Señor del juicio.

5,1-31 Motivos de la invasión. El se­gundo panel (Jr 5,1-31) se abre con una in­vestigación, promovida por el Señor, juez jus-

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to que no se deja llevar de apariencias. El re­sultado de la misma será negativo y la sen­tencia inapelable.

En J r 5,1-17 asistimos a los siguientes pa­sos: a) la investigación comienza convocan­do a los testigos de la defensa y ordenando que se busquen personas justas (Jr 5,1. Véa­se Gn 18,16-33); b) la investigación da re­sultado negativo. Impresiona comprobar que hasta los sencillos son colaboradores del mal (Jr 5,2-6); c) el Señor debe sentenciar la si­tuación (Jr 5,7-9); d) debe ordenar que se cumpla el castigo de la traición (Jr 5,10-14); e) interpela al acusado y explica la sentencia (Jr 5,15-17): la destrucción alcanza a todo lo que puede inspirar vana confianza.

Sigue una explicación en J r 5,18-19 (véa­se J r 16,10). Probablemente estos versículos han sido añadidos posteriormente. En el tex­to actual, el poeta busca un momento de re­flexión para comprender. La justicia no bus­ca destruir sin más; el castigo no es mera aniquilación y las generaciones futuras deben comprender lo ocurrido. La palabra viene en ayuda de la escasa memoria generacional.

Finalmente, en J r 5,20-31, Dios se encara con el pueblo. La escena es impresionante. El pueblo pensaba que a través de los dioses ca-naneos de la fertilidad podría someter la na­turaleza. El Señor se presenta como único autor de la creación, pero interesado sobre to­do en la justicia. Esta es la gran diferencia en­tre el Dios de Judá y otros dioses. Un repaso al decálogo, leído en clave profética (Jr 5,26-28), descubre el pecado del pueblo (crímenes, rapiñas, fraudes, robos) y desenmascara a los responsables: profetas y sacerdotes.

6,1-30 Amenazas sobre Jerusalén. En el tercer panel (Jr 6,1-30) del tríptico las imá­genes de la guerra se entremezclan con unas palabras del Señor a Jeremías sobre el ofi­cio profético: mientras el enemigo se acerca, el profeta hace de "rebuscador" (Jr 6,9) de lo que se puede salvar; cuando ya están enci­ma (Jr 6,22-23), es "fundidor" (Jr 6,27-30) que debe separar lo bueno de lo malo.

Esta sección comienza con un poema (Jr 6,1-8) que describe la venida del enemigo y el asedio a Jerusalén. Jeremías grita a sus com­

patriotas benjaminitas que abandonen la ciu­dad y den la alarma; ya se oye al enemigo que sitiará la ciudad (Jr 6,3) y la atacará (Jr 6,4-5). La hermosura de Sión (Jr 6,2) se trocará en desierto (Jr 6,8). ¡Aún puede haber salva­ción, si aprenden! (Jr 6,8).

Realizada la investigación y promulgada la sentencia, el Señor habla al profeta (Jr 6,9-15). Le invita a rebuscar. Es una prueba de la paciencia divina e imagen del oficio profé-tico en momentos de calamidad. El éxito ne­gativo contagia al profeta de la ira divina. La mentira embaucadora (Jr 6,13) les impide ver la realidad; alegran los oídos e impiden la conversión y la cura.

La afirmación clave de J r 6,16-21 es ta­jante: el rito no suple a la obediencia. Ya lo había afirmado Oseas (Os 6,6. Véase 1 Sm 13,10-14). Los senderos tradicionales identi­fican los caminos balizados por la ley y posi­bilitan el comportamiento correcto. Los pro­fetas son como esos centinelas que avisan del inminente peligro (Ez 3,17; 33,2-7). Pues bien, los senderos han sido olvidados, los profetas desoídos. El pueblo es obstinado y se ha re­fugiado en un culto estéril, que no justifica.

Otra vez el invasor (Jr 6,22-26). El ene­migo del Norte es militarmente fuerte; entre los habitantes de Sión cundirá el desánimo. Al dolor externo se añade el dolor interior del terror y el llanto (Jr 6,25-26).

El Señor vuelve a dirigirse al profeta (Jr 6,27-30) y le nombra fundidor o examinador del pueblo. Con su presencia y su palabra de­berá separar la maldad como escoria y puri­ficar al pueblo como la plata. Si impresiona ver la corrupción del pueblo, duele intuir la inutilidad del esfuerzo prof ético.

2. El falso culto (7,1-10,25)

A partir de aquí domina la prosa y es más evidente la mano del redactor deuterono-mista. Aquí comienzan los discursos de Jere­mías con estilo deuteronomista y encontra­remos ya alguna narración. Los "discursos" son composiciones largas, puestas en boca de Jeremías (véase lo dicho en la introduc-

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ción sobre la Fuente C). Se ha discutido la autenticidad de los mismos. Es posible que un núcleo provenga de boca del profeta. Cier­tamente su temática sí resulta profética, pues coinciden generalmente con denuncias de desviaciones religiosas muy importantes (Jr 44 formula una apostasía expresa del pue­blo). Al comienzo de dichos discursos se sue­len indicar las circunstancias que lo provo­can y normalmente concluyen con una per­secución del profeta. De todos modos, hasta J r 10 todavía podemos encontrar una cierta unidad bajo el tema del culto.

Hemos subdividido el conjunto en tres sec­ciones importantes. Una primera centrada en el tema del culto y ¡ajusticia (Jr 7,1-8,3); otra, cuyo denominador común podría ser la falsa sabiduría (Jr 8,4-9,25); y una conclusión con el tema del castigo (Jr 10,1-25).

EL CULTO Y LA JUSTICIA (7,1-8,3)

Esta sección está compuesta casi exclusi­vamente en prosa (excepto J r 7,29) con una retórica, habitual en el libro de Jeremías, que recuerda en vocabulario y expresiones al li­bro del Deuteronomio. Resulta casi impen­sable poder reconstruir lo propio de Jeremías y lo que debemos al redactor final del libro. El conjunto de la sección se divide en cuatro secciones que denuncian la confianza mági­ca en el templo, el culto pagano a la diosa As-tarté, el formalismo cultual y la aceptación de sacrificios humanos. Concluye con tonos sar­cástocos.

7,1-15 Sermón sobre el templo. Se trata de un discurso de Jeremías ante el pueblo. Así lo sugiere el triple grito "¡Templo del Se­ñor!" (Jr 7,4), la comparación con una "cue­va de ladrones" (Jr 7,11), el decálogo proféti-co J r 7,9) y las consecuencias que tuvo que sufrir el profeta (Jr 26). Sin embargo, el tex­to tal y como ahora lo conocemos es obra del redactor deuteronomista del libro de Jere­mías. Debemos tener presente que el templo era de importancia capital para la teología deuteronómica. Es posible que este discurso

constituya la primera intervención pública de Jeremías (véase la cronología 'baja' en la In­troducción general) o, al menos, la ruptura de un largo período de silencio (cronología tra­dicional). También el momento histórico es crítico: acaba de morir el rey Josías (véase in­troducción) que había unificado todo el culto en el templo de Jerusalén. Contra este tem­plo se vuelve ahora Jeremías, porque lo han convertido en cueva de ladrones (Jr 7,11). La reacción provocada por este discurso fue ne­cesariamente fuerte y sus consecuencias se narran en J r 26.

El esquema del discurso es sencillo: a) te­ma: o se convierten o se están engañando (Jr 7,3-4); b) desarrollo: conversión a la justicia (Jr 7,5-7) o engaño ilusorio (Jr 7,8-11); c) alusión al templo de Silo como ejemplo (Jr 7,12-15). Silo fue un santuario muy conoci­do en los primeros tiempos de la ocupación de la tierra, pero del que conocemos poco con exactitud; se menciona en Jos 18,1; Jue 18,31; 1 Sm 1-4; Sal 78,60. El pueblo se con­sideraba seguro con el culto del templo (Jr 7,10), pero su relación con Dios no se mide en sacrificios, ofrendas y oraciones, sino en justicia.

7,16-20 El Señor no escucha ya. La in­tercesión es característica del oficio proféti-co (Am 7,2.5), pero la obstinación del pueblo la inutiliza. Todos los esfuerzos de Jeremías por animar a la conversión y frenar el casti­go han resultado vanos; acabado el tiempo de instrucción del sumario, llega el de la sen­tencia. La prohibición de intercesión se repite en J r 11,14; 14,11 (véase J r 15). La razón que se aduce en este texto es la obstinada idola­tría. Los otros dioses tienen exigencias emi­nentemente cultuales, sin relación con el comportamiento ético. En dicho culto parti­cipa toda la familia. La reina del cielo es pro­bablemente la diosa Astarté (=Istar), venera­da en Mesopotamia (Jr 44,17), cuyo culto se popularizó en Judá durante el reinado de Manases (2 Re 21; 23,4-14; Am 5,26). Aña­didos al discurso contra el templo, estos ver­sos recuerdan que el culto de los habitantes de Jerusalén, desligado de la justicia, es tam­bién idolátrico (Jr 7,4).

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7,21-28 El pueblo no quiere escuchar. El Señor de la alianza es el Señor del dere­cho y de la obediencia, no el de los sacrificios y holocaustos. La liberación del pueblo opri­mido en Egipto fue un primer acto de justi­cia, al que se debe responder con obediencia. Los profetas continuamente lo han recorda­do, pero la negativa del pueblo se ha ido acu­mulando en la historia. Les falta sinceridad, cuando hablan del Señor.

7,29-8,3 Duelo en el valle de Ben-Hinón. Una invitación a llorar la suerte del pueblo introduce la tercera forma del pecado de Ju-dá: no sólo disimulaban la injusticia bajo máscara de piedad o mantenían cultos ido­látricos, sino que habían sustituido la obe­diencia por los sacrificios cruentos. Tafet (= horno o quemadero de basuras), con las vo­cales de Boset (= vergüenza, aplicada a los ídolos), resulta Tofet. Este lugar se cita cua­tro veces en el AT (2 Re 23,10; Is 30,33; J r 7,31-32: y en J r 19,6-14). Se refiere proba­blemente al Valle de Hinnon, donde Israel practicó sacrificios humanos (Jr 19,5; 22,5; Jue 11,29-39; 1 Re 16,34; 2 Re 16,3; 17,17; 21,6. Véase Sal 106,38), aunque nunca los aceptó oficialmente (Lv 18,21; 20,2; Dt 12,31; 18,10) y sus profetas los criticaron con fuer­za (Miq 6,7; Ez 16,20-21; 20,26).

La sección concluye con una reflexión sar-cástica sobre los enterramientos, introduci­da ya en J r 7,32. Toda la ciudad se convierte en u n enorme cementerio desacralizado. La razón de la deshonra sepulcral es el culto a las divinidades astrales. Amar, servir, con­sultar y adorar a los astros o señores de la fecundidad equivale a preferir la muerte a la vida. Los responsables de tales prácticas (re­yes, príncipes, sacerdotes, profetas y habi­tantes de Jerusalén) no encontrarán reposo tras la muerte, sino que yacerán inermes an­te sus ídolos impotentes.

FALSA SABIDURÍA (8,4-9,25)

Varias piezas sueltas, predominantemente en verso, se asocian en trágica dinámica: El

Señor juzga la maldad de su pueblo y pro­nuncia sobre ella una sentencia condenato­ria. Jeremías pasa de "rebuscador" (Jr 8,13) a "fundidor" (Jr 9,6. Véase J r 6,1-30).

8,4-12 Extravío de Israel. El Señor la­menta la obstinación del pueblo. Los ani­males saben adaptarse a los tiempos, mien­tras que el pueblo permanece en el engaño. Se sienten seguros con su sabiduría (Jr 8,8-9), tranquilizados con las palabras de sa­cerdotes y profetas (Jr 8,10-11). Sabios, pro­fetas y sacerdotes resultan creadores de in­movilidad y falsa confianza (Jr 18,18), en vez de motivadores del cambio. La desobedien­cia convierte los dones del Señor en impe­dimentos. Los últimos versículos recuerdan J r 6,12-15. En cuanto a J r 8,8-9 es muy di­fícil de interpretar, pues parece contraponer la "palabra del Señor" y la "ley del Señor". Posiblemente ya entonces se realizaban ta­reas de escribir leyes y decisiones judiciales, al tiempo que se conservaban documentos históricos como las Crónicas de los Reyes de Judá mencionadas en el libro de los Reyes (1 Re 11,41; 14,19.29; 2 Re 20,20). Pero no está de ningún modo claro que se pueda identificar la "ley del Señor" con el libro del Deuteronomio.

8,13-17 Amenaza contra Judá. La expe­riencia de Jeremías coincide con la del Señor: en su oficio de rebuscador (Jr 6,9) no ha en­contrado nada bueno. El pueblo, desanima­do al escuchar el bullicio enemigo, pretende encerrarse. Acusa al Señor de haberles en­gañado y pretende morir en su impotencia. El castigo les alcanzará también dentro de las murallas.

8,18-23 Aflicción del profeta. Jeremías nunca ha sido testigo desapasionado del su­frimiento de su pueblo, ni frío transmisor de solemnes amenazas divinas. Solidario con su pueblo y cercano a su Dios, a Jeremías le al­canza el dolor de ambas vertientes, le estalla el corazón y rompe en llanto. Su expresión "mi pueblo" podría ser de Dios o de u n ciu­dadano cualquiera. La hora de la cosecha es tiempo de vacío y de angustia.

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9,1-8 Corrupción de Judá. El Señor se si­gue expresando en la desesperación del pro­feta. Hasta sintácticamente se mezclan sus voces. Si Jeremías pretende huir al desierto (como Elias en 1 Re 19,4} para morir allí, el Señor parece añorar los tiempos iniciales del desierto, cuando no estaba ligado al templo de Jerusalén sino que habitaba en medio del pueblo. Tanto el profeta como Dios denuncian los pecados del pueblo, especialmente los de la lengua, fuente de trampas, fraude, calum­nia, engaño y mentira. Comienza el profeta su tarea de "fundidor" (véase J r 6,27-29).

9,9-15 Lamentación por Sión. La diná­mica de este conjunto se repetirá a conti­nuación. 1) Una invitación al llanto fúnebre (Jr 9,9) abre el conjunto: el añorado desier­to (Jr 9,1) se convierte en imagen de castigo; los cantos de victoria en llanto y elegía. Lla­no, abrasador y vacío, el desierto recuerda por contraposición los montes, pastizales y rebaños. Los escombros de Jerusalén pro­longan el desierto en el interior de la tierra (Jr 9,10). 2) En J r 9,11-13 tenemos una ex­plicación tardía del hecho consumado. El sa­bio no alcanza a comprenderlo; sólo los pro­fetas lo revelan en su anuncio (véase Am 3,7; Os 14,10; Is53, l) . 3) En J r 9,14-15 de nue­vo aparece el desierto como castigo, en el que el ajenjo sustituye al maná y el agua enve­nenada a la que brota de la roca (Jr 9,14). En este desierto, en vez de pueblo, encon­trarán dispersión y exilio (Jr 9,15).

9,16-25 Nueva invitación al llanto y a conocer al Señor en quien radica la ver­dadera sabiduría. J r 9,16-25 repite la invi­tación al llanto de J r 9,9. El pueblo que se ha negado a escuchar la voz del Señor, de­berá oír el llanto de las plañideras; ignoran­tes para el bien, serán diestros en llanto. Una mujer cantó la victoria, ahora varias en­tonan la elegía; ellas sufren al alumbrar la vida y al descubrir la muerte. Las imágenes son vivas: la muerte escala murallas y pe­netra por ventanas; cadáveres humanos sir­ven de estiércol para una inútil cosecha.

En J r 9,22-23 el verdadero sabio en su cer­canía a Dios descubre tres valores auténticos

(fidelidad, derecho y justicia), frente a otros tres que falsamente pretenden adornar al hombre (ciencia, fuerza y riqueza). Lo que agrada al Señor coincide con la auténtica glo­ria del hombre (1 Cor 1,31; 2 Cor 10,17; Sant 1,9).

Quien se gloría de la circuncisión corpo­ral como signo de pertenencia al pueblo ele­gido (Jr 9,24-25; véase Gn 17), debería aver­gonzarse de ser incircunciso de corazón. Si la lista de pueblos que aquí se ofrece (y en los que se practicaba la circuncisión) coin­cide con una alianza militar contra Babilo­nia, no es extraño que se pida también pa­ra ellos el castigo.

CASTIGO (10,1-25)

Tres partes componen el capítulo: a) Los ídolos son vaciedad; sólo el Señor es omni­potente y creador (Jr 10,1-16); b) el Señor va a concluir el asedio ordenando una deporta­ción (Jr 10,17-22); c) una oración de inter­cesión (Jr 10,23-25), para que el castigo no sea total, cierra el capítulo.

10,1-16 El Señor y los ídolos. La polé­mica contra los ídolos es habitual en el exi­lio. La melodía se repite: los ídolos son na­da, hechos por manos de hombres y no de­ben inspirar temor. Por el contrario, el Señor ha hecho el cielo y la tierra. Donde hay vida y fortaleza, allí se manifiesta el verdadero Se­ñor. Israel es propiedad de éste único Dios, aunque ahora deba soportar un castigo.

10,17-22 El rebaño se dispersa. En la primera deportación (597 a. C.) Nabucodo-nosor se llevó al rey (Jeconías), a la familia real y a los principales del pueblo. La tienda de Israel se quedó sin las cuerdas que la ten­saban, el rebaño sin sus pastores. El ene­migo del Norte ha comenzado a cumplir las amenazas del Señor.

10,23-25 Oración de intercesión. El castigo no ha sido todavía total, pero sí su­ficiente como para que Jeremías interceda

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por su pueblo. Las palabras son de los Sal­mos (Sal 6,2; 79,6-7), pero el contenido es profetice

3. Historias de la vida de Jeremías (11,1-24,10)

Bajo este título englobamos una serie de secciones muy variadas, pero que en su con­junto ilustran la vida y vivencias del profe­ta. Destacan entre ellas las "confesiones" (que se encuentran entre los capítulos 11-20) y algunas acciones simbólicas.

Las "confesiones" de Jeremías constituyen un caso único en los textos proféticos. Son oraciones dirigidas a Dios, formuladas en pri­mera persona. Permiten adentrarnos en las vivencias íntimas del profeta, pues reflejan momentos de turbación y lucha. En el as­pecto literario no ofrecen una clara relación con el contexto inmediato en el que están in­sertas, pero no es difícil comprenderlas en re­lación con la vocación, como experiencia de crisis. No constituyen un mero desahogo, si­no que su lenguaje jurídico, e incluso foren­se, invita a leerlas como una queja del profe­ta por la carencia de la prometida ayuda di­vina. Estos gritos de desgarro recuerdan los salmos conocidos como "lamentación indivi­dual". Con todo, la intensidad espiritual y emo­cional que invade estas oraciones, las exclu­ya de cualquier función cultual. Más especí­ficamente las "confesiones" encuentran su continuidad literaria dentro de la Biblia en los cánticos del Siervo y en el libro de Job, al­canzando incluso con tonalidad neotesta-mentaria hasta escenas de la pasión.

Las acciones simbólicas constituyen un gé­nero literario específico. Se trata de unos ges­tos más o menos públicos que realiza el pro­feta (o se narran como realizados, pues no siempre es posible ejecutarlos), a los que ge­neralmente acompaña una explicación de su sentido. El uso que de ellas han hecho los profetas ha propiciado que algunos comen­taristas relacionasen profetismo y magia. Pe­ro no parece que sea el caso. No se trata de acciones que produzcan efectos en los oyen­tes, ni en nadie; únicamente pretenden dar

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plasticidad al mensaje y hacerlo visible. En Jeremías se conocen varias: la faja de lino, J r 13; la visita al alfarero J r 18,1-12; el botijo de barro, J r 19,1-13; el yugo, J r 28; el libro con­tra Babilonia, J r 51,59-64. No es fácil deci­dir si son acciones simbólicas las narradas en otros textos con imágenes pedagógicas co­mo la copa de vino (Jr 25,15-38), la compra de un campo (Jr 32), la escritura de un libro (Jr 36), o la visión de las cestas de higos (Jr 24). De otros profetas se pueden leer Is 20,2-6; Ez 4,1-13; 5,1-4; 12, etc.

El conjunto se divide en cuatro secciones mayores. La primera gira en torno a la predi­cación de la alianza por parte del profeta (Jr 11-13); la segunda está articulada por la ima­gen del agua (Jr 14-17); la tercera contiene una serie de acciones simbólicas y confesiones (Jr 18-20); y la última reúne dos colecciones de oráculos contra reyes y profetas (Jr 21-24).

PREDICACIÓN SOBRE LA ALIANZA (11,1-13,27)

Excepto J r 3,16 esta es la primera refe­rencia a la alianza en el libro de Jeremías. En estos tres capítulos prosigue el diálogo entre Jeremías y Dios sobre la seriedad de la ruptura. Jeremías se encuentra en situación complicada: es parte del pueblo y tiene que encararse con él.

11,1-17 Exigencias de la alianza. Escu­chad los términos de esta alianza (Jr 11,2.6) es el lema divino de la historia: a) Lo pro­nunció al sacar al pueblo de Egipto y cumplió su bendición prometida (Jr 11,3-5); b) lo re­pitió por boca de los profetas y castigó la obs­tinación de los rebeldes (Jr 11,6-8); c) ahora pronuncia la sentencia definitiva (Jr 11,9-11), d) que no podrá ser frenada ni por los dioses, inútiles aliados (Jr 11,12-13), ni por la in­tercesión profética (Jr 11,14), ni por el culto (Jr 11,15), ni por la elección (Jr 11,16).

Se vuelve a pedir al profeta que no inter­ceda por el pueblo pues tal intercesión re­sulta inútil (véase J r 7,16-17). Ni cabe acu­dir a la alianza que es una institución esta­blecida entre aliados para momentos de

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crisis. Sirve cuando la parte culpable con­fiesa su pecado; la obstinación la inutiliza.

11,18-12,6 Primera confesión. Hemos escuchado a Jeremías desahogarse (Jr 8,18-23) e interceder (Jr 10,23-25). El motivo era la desgracia del pueblo. Ahora cambia la ra­zón: él mismo es perseguido. Y en estos mo­mentos no siente cercana la presencia re­confortante que el Señor le había prometido (Jr 1,8); su vocación entrará en crisis. Así hay que entender estos lamentos personales que llamamos "confesiones" y que revisten un cierto tono jurídico de reproche al Señor, por una promesa de cercanía aparentemen­te incumplida. En estas explosiones líricas aflora el cansancio y el dolor profundo de un profeta fiel a su misión.

Esta confesión tiene dos partes: J r 11,18-23 y J r 12,1-6. En la primera se trata de un diálogo entre el Señor y su profeta. Dios le descubre un complot contra él. Como los ma-quinadores quedan anónimos, se suele-acu-dir a J r 12,6 para identificarlos con sus pa­rientes y vecinos. El profeta se asusta al des­cubrir su ingenuidad juvenil. Su predicación causa problemas y pretenden hacerle callar. Pero hacer callar a Jeremías es como matarlo (Jr 20,9). El Señor debe defender al injusta­mente perseguido, pagando a los persegui­dores con la misma moneda. Por esta vez, el Señor responde y promete salir en defensa de su profeta. La imagen del cordero llevado al matadero (Is 53,7) ha llegado hasta el Nuevo Testamento (Hch 8,32). En la segunda parte Jeremías entabla un careo con el Señor. El to­no jurídico es explícito: "pleitear", "sondear", "inocente". Incluso la frase discutir este ca­so (Jr 12,1) se debería traducir por "llevar­te ajuicio" o "entablar pleito"; así se tradu­ce en J r 1,4; 4,12; 39,5. Resultaría así: "Aun­que sueles resultar inocente cuando pleiteo contigo, te voy a llevar ajuicio...". Jeremías acusa a Dios de dejarse llevar por las apa­riencias, sin llevar la investigación hasta lo profundo del corazón. Jeremías pretende pre­sentar el problema en términos objetivos, pe­ro evidentemente es su caso personal: Yah-vé está en el fondo de su corazón... y, aun así, los suyos le persiguen. La respuesta del Se­

ñor (Jr 12,5) no es muy consoladora: no pa­rece admitir los términos del problema y le asegura que esto no es nada para lo que le espera. Tampoco ha pronunciado todavía las amenazas más duras contra su pueblo.

12,7-17 Dios se lamenta por su heredad. La tierra es la heredad que cada pueblo ha recibido de su dios. También cada pueblo se considera la porción elegida, el patrimonio de su respectivo dios. La heredad del Señor, tan amada y regalada, abandona a su Señor y, por lo tanto, debe abandonar su tierra. Otros reyes la invaden, pisotean y conducen fuera. Ha resultado inútil la siembra de los años y el Señor lo lamenta (Jr 12,7-13). La reflexión posterior añade un retorno (Jr 12,14-17): ca­da pueblo volverá a su heredad e Israel tam­bién a la suya. La distancia física (exilio) y el horizonte universal vuelve a colocar las cosas en su sitio. Entonces aprenderá a conocer a su dueño, como ahora ha aprendido las cos­tumbres de los pueblos.

13,1-11 La faja de lino. Se trata de una acción simbólica (Jr 13,1-7; véase lo dicho en la introducción a J r 11-24) seguida de su explicación (Jr 13,8-11). La imagen del cin-turón o la faja evidencia la estrecha vincu­lación del pueblo con Dios. La vanagloria ter­mina en orgullo inútil; la auténtica gloria del pueblo es su íntima relación con el Señor (véase J r 9,22-23) y se identifica con la glo­ria de Dios. Si en vez de ligarse al Señor, Ju-dá se alia al poderoso imperio babilónico, se convertirá en utensilio inútil.

13,12-14 Los cántaros. Un odre se llena de vino; la hartura de vino produce borra­chera; un borracho no entiende. Esta es la lógica del odre, aplicada a un pueblo insen­sato. Pero cambia el tercer miembro: no in­teresa su pérdida de conocimiento, sino su castigo; más que la borrachera se subraya la consiguiente inestabilidad. Borrachera pro­vocada por el Señor es imagen de castigo (Jr 25,15-29).

13,15-27 Advertencias. Trozos sueltos con dos líneas temáticas que se cruzan: so-

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berbia-humillación y pastor-rebaño. La so­berbia les deja sin pastor (Jr 13,15-17), el rey se queda sin corona (Jr 13,18-19), la grey se dispersa y la capital queda avergonzada y vacía (Jr 13,20-27). La soberbia, pecado fun­damental del pueblo (Is 2,11-19), convierte la luz en tinieblas (Am 5,18-20). El rey hu­millado, sin trono ni corona, recuerda a Je-conías y a su madre, desterrados en Babi­lonia (2 Re 14,8; véase Lam 1,1.3.7). La ca­pital avergonzada es Jerusalén. Orgullosa de su condición se olvidó del Señor y ahora se lamenta con sonrojo. Causa: su infidelidad. Instrumento: el enemigo del Norte.

LA IMAGEN DEL AGUA (14,1-16,13)

Agrupamos en esta sección una serie va­riada de oráculos, cuya unión se basa en la necesidad de fecundidad. El símbolo natural es el agua. Su carencia causa sequía en la tierra (Jr 14,1-15,9). Dios es la única fuente de vida para el profeta; su paradójica lejanía significa infecundidad (Jr 15,10-21; 16,1-13).

14,1-15,9 La gran sequía. La naturaleza y el hombre no son extraños. La sequía es una calamidad natural que alcanza al hom­bre y a todo ser vivo. Si en ambiente desér­tico Dios es fácilmente imaginable como co­rriente de agua, es sencillo entender la se­quía como un castigo para quien abandone a ese Dios. El texto se articula en dos series con tres partes cada una:

14,1-6 Descripción de la plaga 14,17-18 14,7-8 Lamento 14,19-21 14,10.11-16 Respuesta del Señor 15,1-4.5-9

Se describe una catástrofe (Jr 14,1-6), no un daño leve. Las relaciones sociales, el tra­bajo humano, la vida animal sufren las con­secuencias. Todos buscan con ansia el agua necesaria. Al presentar el lamento ante el Se­ñor (Jr 14,7-9) se comienza confesando la culpa (Jr 14,7); luego se lamenta la falta de ayuda del Señor (Jr 14,8), para finalmente expresar la confianza en él (Jr 14,9) y pedirle

ayuda. El comienzo de J r 14,8 se podría tra­ducir como invocación: ¡Alberca de Israel, su salvador en tiempo de sequía! (véase J r 2,13; 17,13; 50,7; Ex 7,19; Gn 1,9.10).

La búsqueda angustiosa de agua da pie a que el Señor aluda en su respuesta (Jr 14,10. 11-16) al continuo vagabundear del pueblo o a su caminar tras otros dioses. La respuesta es negativa: por tercera vez se prohibe la in­tercesión al profeta (véase J r 7,16; 11,14); como los falsos profetas continúan, Jeremías los denuncia (Jr 14,13); el Señor reconoce el hecho y los condena de forma inequívoca (Jr 14,14-16).

La descripción de la catástrofe (Jr 14,17-18) no se hace esta vez en términos objetivos, sino a través del espanto que produce en un testigo, que bien podría ser el mismo profe­ta. Hay huellas del desastre en el campo y en la ciudad; el dolor del testigo no conoce des­canso. J r 14,18 es de difícil traducción. La desorientación de los sacerdotes y profetas refleja la intensidad con la que buscan el ri­to correcto que aplaque al dios de la lluvia (véase J r 8,7; 2 Re 17,26). Tratan de poner fin a la sequía fuera del Señor y no lo consiguen.

La intervención del pueblo (Jr 14,19-22) comienza con un lamento en forma de dos preguntas que suponen una cierta espe­ranza (Jr 14,19). Es indispensable que re­conozcan su culpabilidad, acumulada en la historia a través de generaciones (Jr 14,20). Solicitan finalmente ayuda, aduciendo el sig­nificado de Jerusalén ("trono de su gloria") y la alianza, para confesar que el Señor es úni­co (Jr 14,21-22).

La respuesta del Señor es muy dura (Jr 15,1-9): no admite la súplica del pueblo, ni la intercesión del profeta. Ni los intercesores consagrados tendrían éxito (Moisés en Ex 32,11-14.30-32; Nm 14,13-19; Dt 9,13-29; Samuel en 1 Sm 7,8-9; 12,19-25). Salen del templo juzgados. Su destino es ya definitivo: la destrucción. Los instrumentos de ésta pueden variar: peste, espada, hambre y cau­tiverio; o bien espada, perros, aves y bestias. La idolatría, que ha conocido su apogeo du­rante el reinado de Manases (2 Re 21,10-15; 23,26; 24,3), es la causa. El destino de Je­rusalén sigue la misma pauta (Jr 15,5-9). Ha

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pasado el tiempo de la indulgencia. La ca­pital es la matrona que llora por sus hijos muertos.

15,10-21 Segunda confesión. La sequía penetra también al interior de la persona. El texto está estropeado y la ayuda de la versión griega no sirve, pues provoca otras compli­caciones. La traducción que utilizamos como base reproduce un doble diálogo, como en el texto hebreo: a) Jeremías se lamenta de tan­ta persecución (Jr 15,10); b) el Señor le res­ponde que tiene razón, pero que todo es pa­ra su bien por lo que, aunque no entienda, debe ser fuerte (Jr 15,11. J r 13-14 proviene de J r 17,3-4); c) vuelve a tomar la palabra el profeta pidiendo justicia (Jr 15,15-18) para lo que aduce tanto su intimidad con la palabra (Jr 15,16) como su soledad, una soledad exi­gida por Dios (Jr 15,17; véase J r 16,5.7) y no compensada con su presencia prometida en la vocación (Jr 1,8.17-19); d) Dios le exige inesperadamente la conversión (Jr 15,19-21). El texto presenta diversas dificultades tex­tuales. Según varios autores, J r 15,16 podría traducirse: cuando encontraron tus palabras, haciendo referencia al descubrimiento del ro­llo de la ley (2 Re 22,13; 23,2), mientras que el yo ¡as devoraba aludiría a la aceptación de su vocación por parte del profeta (véase Ez 2,8-3,3; Dt 8,3; Is 55,1-11; Am 8,11). Al adu­cir su consagración al Señor (Jr 15,16) y su soledad, forzada por el Señor (Jr 15,17), an­ticipa la orden de celibato, que le hace dejar en manos del Señor su descendencia y su futuro (Jr 16). Si no se siente la presencia del Señor, el "manantial de agua viva" se con­vierte para el profeta en arroyo engañoso (véase J r 14,3; 17,3), no disponible cuando se le necesita. Conviene recordar que una de las imágenes utilizadas para denunciar el pe­cado de Israel era la del agua (Jr 2,13.18).

16,1-13 La vida del profeta, signo de su mensaje. El profeta testimonia en la vida su mensaje. Ya el profeta Oseas, desde su ex­periencia personal, había predicado un men­saje de perdón tras la ruptura de la alianza. Jeremías, por su parte, lo ha recogido en J r 3. El mensaje de los "últimos tiempos" exige

el signo del celibato: en el momento final no merece la pena engendrar hijos (Jr 16,1-4.8-10), ni compadecer a quienes son visitados por la muerte (Jr 16,5-7). Normalmente el pueblo se congrega para funerales o bodas (véase Mt 11,16-17). A Jeremías se le exige un distanciamiento total de su pueblo (Jr 15,17), incluso en la forma de vida. La razón es co­nocida: el pecado ha llegado al colmo y no hay lugar para la misericordia (Jr 16,11-13). De­bemos caer en la cuenta de que la fe judía del tiempo esperaba la eternidad en la abundante descendencia. Para el profeta la exigencia de no tener descendencia pone su futuro en ma­nos del Señor y de él depende la perdurabili­dad de su nombre (véase J r 15,16). Además de la implicaciones personales que tal orden supone, el celibato de Jeremías tuvo que cau­sar hondo impacto e incomprensión entre sus contemporáneos. Esta narración pone de re­lieve el valor escatológico (definitivo, podría­mos decir) del celibato, sobre su aspecto de li­beración para el ministerio.

ORÁCULOS SUELTOS (16,14-17,27)

Esta sección está formada por una serie de ocho textos sueltos, sin relación mutua. Sobresale entre ellos una confesión más de Jeremías.

16,14-15 El nuevo éxodo. En medio del juicio por la maldad tanto pasada como pre­sente, se da una mirada esperanzada a la fu­tura actuación de Dios, tomada de J r 23,7-8. En el pasado sus obras fueron admirables; las que realizará en el futuro harán olvidar a las antiguas. El Señor cambiará de apela­tivo concreto, pero su característica inmu­table seguirá siendo la de liberar y reunir. En ella se muestra su fidelidad.

16,16-18 Anuncio de invasión. Pescado­res eran los egipcios en Is 19,8. Cazadores po­drían ser los babilonios (grietas de ¡as rocas de J r 16,16 aparece en J r 13,4). Se anuncian sucesivas invasiones punitivas a causa de la idolatría. S. Jerónimo advierte que los judíos

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de su tiempo aplicaban la imagen de "pes­cadores" a los caldeos y la de "cazadores" a los romanos.

16,19-21 Oración de confianza. Des­truido el pueblo, el Señor recibe una visita de las naciones. Heredad vacía, dioses de men­tira, éste era el legado de sus antepasados. ¿Supone esta vuelta de los extranjeros al Se­ñor una amenaza implícita para Israel?

17,1-4 Pecados de Judá. La herencia de Israel era, por el contrario, auténtica. Pero la despreciaron, por lo que tienen que aban­donar la tierra y salir desterrados. Su roca y su refugio (Jr 16,19) se ha vuelto contra ellos. Unos versos que explican claramente el castigo del pueblo, al que se privará de fu­turo (Jr 17,3-4), fueron posteriormente apli­cados a Jeremías como respuesta del Señor (Jr 15,13-14).

17,5-11 Oráculos sapienciales. Tres orá­culos de estilo sapiencial. El primero (Jr 17,5-8) parafrasea el Sal 1. El hombre mortal es mala base de confianza; el Señor hace fruc­tificar a quien confía en él. El segundo (Jr 17,9-10) expresa la capacidad del hombre pa­ra engañarse y engañar. Sólo el Señor pene­tra hasta lo más recóndito del corazón. El te­ma de las riquezas, como apoyo falaz, centra el tercer oráculo (Jr 17,11).

17,12-13 Confianza en el templo. El templo es la gloria de Jerusalén, pero pue­de convertirse en riqueza injusta para los in­sensatos.

17,14-18 Tercera confesión. Como trans­fondo puede servir la historia de J r 37: Jere­mías pronuncia amenazas de parte del Se­ñor, pero éste alarga el tiempo del cum­plimiento de tales amenazas, esperando la conversión. La paciencia de Dios se convierte en burla contra el profeta, porque su pala­bra no se cumple. Probablemente "ellos" son los falsos profetas que irónicamente piden que el Señor ratifique a su profeta. Se pare­cen a quienes, según Mt 27,44, gritaban en el Calvario: ¡Que baje de ¡a cruz! Jeremías no

se inventó su mensaje (Jr 17,16), ni le agra­daba pronunciarlo (Jr 20,8); se le ha con­vertido en herida y llaga. Pide su curación, que la historia le dé la razón y confunda a sus perseguidores. Esta vez no hay respuesta del Señor... y ya no habrá más.

17,19-27 El sábado. Este pasaje en pro­sa explica la ley del sábado. Las puertas de la ciudad sirven como lugar de reunión del pueblo, hacen de foro judicial y para tran­sacciones comerciales. Si las usan mal, en ellas se congregarán los pueblos invasores. El humo de los holocaustos y el incienso del templo atraen la imagen del fuego castigador.

ACCIONES SIMBÓLICAS Y CONFESIONES (18,1-20,18)

En estos tres capítulos no es fácil descu­brir una dinámica clara, pero presentan una estructura paralela:

a) 18,1-17 Acción simbólica b) 19,1-20,6 a')18,18-23 Confesión del profeta b') 20,7-18

Véase lo dicho sobre las acciones simbó­licas al comienzo de la sección J r 11-24.

18,1-17 En casa del alfarero. Dios mol­deó al hombre del barro de la tierra (Gn 2,7). Pero la libertad del alfarero respecto a la ar­cilla es sólo análoga a la total libertad de Dios, que quiso contar con la libertad del hombre. Arrancar, arrasar y destruir (Jr 18,7), edifi­car y plantar (Jr 18,9) son verbos constitu­tivos de la vocación de Jeremías (Jr 1,10) y marcan etapas distintas en la historia de los pueblos: la conversión evita la primera, la obstinación imposibilita la segunda. De mo­do que la libertad humana conlleva respon­sabilidad; por encima está la libertad de Dios. Los versículos finales (Jr 18,13-17) ilustran el absurdo comportamiento del pueblo (véase Is 29,16) y motivan la sentencia de Dios. Han hecho lo que parecía imposible. Su pecado los condena: por abandonar el agua, se con­vertirán en desierto; por seguir otros cami­nos, serán dispersados.

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18,18-23 Cuarta confesión. Los adver­sarios de Jeremías le persiguen, basándose en la tradición: sabios, sacerdotes y profetas serán su apoyo. Jeremías ve cerrarse el cír­culo de enemigos a su alrededor y sube de grado su angustia. El ha intercedido por ellos mientras podía. Ahora su defensa está en manos del Señor (Jr 18,20). El liberador de los oprimidos conoce la realidad; basta que abra los ojos (Jr 18,23).

19,1-20,6 El botijo de barro. El botijo de barro empalma con el capítulo anterior. El tema se centra en la polémica anti-idolátri-ca. La similitud de J r 19,5-7 con J r 7,31-33 permite a algunos comentaristas suponer que estos versículos constituyen la base na­rrativa de J r 7,30-34 (como J r 26 es la na­rración base del discurso del templo J r 7,1-15). La fragilidad de la arcilla hace visible el desastre que se avecina. Los ancianos sirven de testigos. La primera parte de la acción tie­ne lugar en el basurero de la Gehenna. Los horrores cometidos en el valle de Hinnón (Tó-fet, véase comentario a J r 7,29-8,3) dan sen­tido al nuevo nombre (Jr 19,6). Tras unos versículos de transición (Jr 19,14-15) la ac­ción transcurre en la explanada del templo. Aquí interviene el jefe de la guardia del tem­plo: ¡el mensaje de Jeremías turba la paz que allí se predica! Una vez liberado, el profeta cambia el nombre de Pasjur; al Cerco de Te­rror o "terror por doquier" (Jr 20,3) se alude también en J r 6,25; 20,10; 46,5; 49,29 y en Sal 31,14.

20,7-18 Quinta confesión. La oposición contra Jeremías crece; su lucha interna al­canza su cota más elevada. Las tres partes de esta confesión marcan los extremos del desgarramiento sicológico en el que se en­cuentra inmerso el profeta.

La primera parte (Jr 20,7-10) es una que­ja dirigida a Dios. La secuencia "seducir-vio­lentar-poder" expresa una acción de fuerza, a base de engaño, similar a la que se cuen­ta de los enemigos de Jeremías (Jr 20,10). La traducción todos mis familiares es con­jetural y común con otras traducciones. No es fácil traducir " 'enosh shlómT (hombre de

mi paz); a veces se ha traducido por "ami­gos", pero más exactamente en un ambien­te de seducción y engaño se refiere a quie­nes pretenden aparentemente su bien, obligándole a callar (véase J r 38,22 y Sal 41,10). El profeta se queja de tener que pre­dicar lo que no le gusta, de ser por ello ob­jeto de burla y de no poder dejar de hablar. La misión profética es connatural a su per­sonalidad.

La segunda parte (Jr 20,11-13) es un ines­perado himno de alabanza al Señor que le sal­va. Quien introdujo aquí estos versos no ofre­ció un final feliz al momento de dolor, sino que expresó el fondo real del momento de cri­sis: también el Señor sondea el corazón afli­gido (véase J r 11,20) y tiene planes de salva­ción. Se mantiene el ambiente forense de la confesión.

Finalmente, en la tercera parte (Jr 20,14-18), el profeta se pregunta por el sentido de su vida y su respuesta es desesperada. La ley prohibe maldecir al padre o a la madre (Lv 20,9; 24,10-16); Jeremías no lo hace expre­samente, pero roza el límite. El Señor no res­ponde. ¿Qué respuesta podría ser válida en tal momento? Penas, tormentos y vergüenza (=fracaso) resumen la vida de Jeremías (Jr 20,18). Ningún profeta consiguió nada en su vida; ni Jesús.

ORÁCULOS CONTRA REYES Y PROFETAS (21,1-24,10)

Esta sección contiene una serie de orá­culos contra los reyes de Judá y contra los falsos profetas que alientan vanas esperan­zas de paz y de tranquilidad. En el relato de vocación del primer capítulo se mencionaba la autoridad del profeta sobre reyes, prínci­pes, sacerdotes y terratenientes (Jr 1,18). Nada se decía de los profetas y son, sin em­bargo, quienes mayor oposición le produje­ron y mayores conflictos (incluso internos) le crearon. La primera parte de la sección (Jr 21,1-23,8) va dirigida a los reyes; la segun­da (Jr 23,9-24,10) a los profetas. El hecho de que en cada sección se reúnan distintos tex­tos de temática similar ilustra la composi-

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ción de colecciones temáticas, previamente a su incorporación en la obra final.

En J r 21,1-23,8 se pasa lista a los reyes conocidos por Jeremías, sin orden cronoló­gico (abre la lista Sedecías, el último rey). El castigo alcanza a toda la casa real (Jr 21,11) y a Jerusalén. Forman una colección que ilus­tra la compleja relación de Jeremías con la monarquía.

21,1-10 Contra Sedecías. Se ofrece la circunstancia histórica que motiva el orá­culo. El rey Sedecías pide la intercesión del profeta en su favor. La respuesta del profe­ta es contundente: no hay salvación en la forma que esperan; es el momento de la de­rrota. La única salvación posible está en ren­dirse ante el ejército caldeo: son el instru­mento del Señor (Jr 21,5). La resistencia ar­mada significa que no se reconoce la propia culpabilidad y acarreará muerte a espada, por peste o de hambre (Jr 15,2; 14,5; 16,4; 32,24; 42,17). Esta respuesta debe hacerse pública para que el pueblo la conozca (Jr 21,8-9; véase J r 38,4.25).

21,11-22,9 Contra la casa real. Bajo el tí­tulo: A la casa real de Judá, dos oráculos re­cuerdan al monarca sus obligaciones y la suerte que va a correr Jerusalén. Al no estar identiflcado el destinatario, podemos suponer que sigue siendo Sedecías, que era el desti­natario del oráculo anterior. La tarea del rey es hacer justicia (véase Sal 72). Si el reino se destruye, es porque se ha destruido la justi­cia. Así lo exigía la alianza, cuya lógica era: si queréis que os haga justicia (= os salve), obrad mi justicia entre vosotros (véase J n 13,14-15; 1 J n 1,6-7; 3,10; 4,8). La importancia de Je­rusalén radicaba en ser sede de los tribuna­les de Justicia (Sal 122,5). Ahora ya no es el lugar seguro que suponen: será destruida, pues ella misma ha quebrado la justicia.

22,10-12 Contra Joacaz. El rey Joacaz {= Salún) fue llevado a Egipto por el faraón Necao, a los tres meses de haber sucedido a su padre Josías. De allí no volverá. De los desterrados en Egipto no brotará ninguna tradición de esperanza (véase J r 24).

22,13-19 Contra Joaquín. Joaquín fue entronizado por el faraón en lugar de su her­mano Joacaz. Estando sometido a Egipto pri­mero y a Babilonia después, impuso grandes impuestos al pueblo para pagar los tributos. Por lo visto él no quiso sufrir las consecuen­cias en su propia carne y no escamoteó el lu­jo en su vida y, consiguientemente, la opre­sión. La injusticia en que vivía le impidió co­nocer al Señor. Jeremías le dedica los más apasionados improperios (Jr 36,30).

22,20-23 Destino de Jerusalén. Los fal­sos profetas tienen mensajes lisonjeros, pe­ro vacíos de contenido; los reyes les escu­chan complacidos. Son como viento que apa­cienta a los pastores y los guía al cautiverio. Los verdaderos profetas, que exigían cam­bios, no fueron escuchados. Jerusalén des­garrada, tendrá que sufrir; sus dolores alum­brarán, quizás, una nueva etapa de vida.

22,24-30 Contra Jeconías. Jeconías su­cedió a su padre Joaquín y a los tres meses Nabucodonosor lo deportó a Babilonia, jun­to con su madre y los altos cargos de Jeru­salén. Más tarde, a partir de su persona, re­nacerá la esperanza (Jr 24,5-8; 52,31-34; 2 Re 25,27-30). Pero no le sucederá su hijo, sino su tío Sedecías. Su destierro (primera deportación) adelanta la deportación general del pueblo que tendrá lugar el año 586 a. C. Su caso no ha servido de escarmiento.

23,1-8 El rey futuro. Los reyes han pas­toreado mal al pueblo y lo han dispersado. El Señor lo reunirá de nuevo mediante pas­tores como David que, ejerciendo el derecho y la justicia, devolverán al pueblo el des­canso (= la tierra). Jugando con el nombre de Sedecías (="E1 Señor, mi justicia"; véase Is 9,6), se evoca al rey ideal (Jr 23,6): por su medio el Señor hará justicia (=salvará) a su pueblo. El regreso será tan admirable como la entrada original en la tierra y hará olvidar el antiguo Éxodo (Jr 16,14-15).

23,9-40 Sobre los profetas. La "carga" del Señor. Los oráculos se dirigen ahora a los falsos profetas, como indica el título que

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JEREMÍAS 25

abre la sección: Sobre los profetas. J e r e m í a s les acusa de engañar al pueblo y a éste le acu­sa de dejarse e m b a u c a r por ellos. J u n t o con los capítulos 28-29 forman u n pequeño libro sobre el t ema .

E n J r 23,9-40 Je remías no contempla im­pasible el proceso de engaño que e s t á ocu­r r iendo. J e r e m í a s t iembla, como u n bor ra ­cho (Jr 23,9), al queda r se sólo con s u orá­culo de juicio. Pero le duele m á s ver cómo s u pueblo se va extraviando y va a l imentando falsas seguridades. Las profetas de J u d á lle­v a n vida depravada , peor que los de S a m a ­r ía (Jr 23,14). E s u n motivo p a r a descubr i r que son falsos. Pero, a d e m á s , p roc l aman lo que se les ocurre y no la pa l ab ra del Señor; él no los h a enviado (Jr 23,21.32) y ellos no conocen s u p l an (Jr 23,18). El mensaje de J e r e m í a s e ra difícilmente aceptable p a r a u n judío; resul ta m u c h o m á s agradable suponer que el Señor dice: ¡Gozaréis de prosperidad! ¡No os pasará nada malo! (Jr 23,17). ¿ E s el Señor ú n i c a m e n t e Dios c u a n d o todo resu l ­t a comprens ib le o t a m b i é n c u a n d o algo e s mis ter ioso? (véase Is 55,8-9). E s necesar io distinguir la pa labra del hombre y la palabra del Señor (Jr 23,25-32): é s t a exige cambios de c o n d u c t a (Mt 23,37).

El n o m b r e técnico de u n orácu lo c o n t r a u n a n a c i ó n ex t ran je ra [massa': J r 2 3 , 3 3 -40) p u e d e significar "carga". Con ese doble sen t ido j u e g a el profeta. El pueb lo pide u n oráculo con t ra los enemigos, pero la "carga" p a r a el Señor son ellos. No deben pedir pa­l ab ra s con t ra otros , sino p r e s t a r oídos a la que el Señor les dirige a ellos.

2 4 , 1 - 1 0 Los c e s t o s de h igos . El t r a n s ­fondo histórico n o s s i túa en t re la p r imera y la s e g u n d a depor tac ión (597-586 a. C ) . Un grupo, por lo t an to , h a sido llevado y a a Ba­bilonia; el res to del pueblo sigue en J e r u s a -lén con Sedecías . ¿ Q u é grupo t iene de lan te u n futuro de e spe ranza? ¿Con qu iénes e s t á el Señor? E n J e r u s a l é n podr ía a lguien pen­sar que los depor tados e ran los higos malos, castigados por s u pecado, mient ras que ellos e r an los b u e n o s , al no h a b e r sufrido el cas ­tigo. Je remías no piensa así. Los primeros ya h a n cumplido de hecho la exigencia proféti-

ca de someterse a Nabucodonosor: son higos buenos. Los de J e r u s a l é n evitan someterse : son higos malos. Aquellos ya pueden esperar la salvación del Señor y el establecimiento de la n u e v a a l ianza (Jr 24,5-7); a és tos sólo les cabe ser somet idos con mayor violencia. No b a s t a es tar cerca de J e r u s a l é n pa ra gozar de s u s frutos y privilegios. E s necesar ia la obe­diencia al Señor. La referencia a los que se han establecido en Egipto (Jr 24,8) n o indi­ca necesa r i amen te que ya h a p a s a d o el a ñ o 586 a. C. (véase J r 42-44). Siempre h a n man­tenido los j u d í o s relaciones con Egipto: tal vez algunos huyeron el 609 a. C. o bien acom­p a ñ a r o n a J o a c a z en s u depor tación.

II ÚLTIMOS MOMENTOS DE JERUSALÉN

(25 ,1-45 ,5)

A partir de este pun to comienza lo que po­d r í amos cons idera r s e g u n d a pa r t e del libro de J e r e m í a s . E n ella o c u p a n u n luga r rele­vante l as nar rac iones sobre J e remías . E s t a s na r rac iones de tono biográfico (hablan del profeta en te rcera persona) t ienen la pecu­l iaridad de con tener u n a s da tac iones que pe rmi ten el s iguiente cuadro :

1) J r 2 5 : Año cuarto de Joaquín (Naciones) Libro

2) J r 2 6 - 3 5 : 2 6 Comienzo de Joaquín 27-31 Cuarto de Sedecías l ibros 3 2 - 3 4 Décimo de Sedecías l ibros 3 5 En los días de Joaquín

3) J r 36 -45 : 3 6 Año cuarto de Joaquín Libro 37-39 Sedec ías 4 0 - 4 4 Godolías 4 5 Año cuarto de Joaquín Libro

4) J r 4 6 - 5 1 : Año cuarto de Joaquín (Naciones) Libro

Antes de saca r conclus iones de este cua ­dro, u n a aclaración. Hemos corregido el error que contiene el texto hebreo de J r 27,1 al re-

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petir la fecha de J r 26,1. Es un error mani­fiesto que se intenta corregir en J r 28,1 con la aclaración de que donde dice "ai comienzo" debe decir "el año cuarto de Sedeóos". Aun así, en la traducción dejamos sonar la pala­bra "comienzo" [bere'shü}, pues a varios auto­res les ha parecido significativa.

La conclusión más evidente consiste en constatar la importancia que en la sección adquiere la relación de Judá con las nacio­nes extranjeras. J r 25, con el tema de Na-bucodonosor, y el bloque J r 46-51, con la se­rie de oráculos contra las naciones, consti­tuyen el marco que encuadra la narración de los sucesos que acontecieron durante los úl­timos años de independencia de Jerusalén. Los extranjeros, y en concreto, los babilonios van a ser los instrumentos que el Señor uti­lice para castigar el pecado de Judá. Muchos autores consideran que J r 25, o al menos J r 25,1-14, pertenece a la primera parte del li­bro. Nosotros lo mantenemos en la segunda por la razón que estamos mencionando.

Otra característica notable de este con­junto es el valor emblemático que reviste el reinado de Joaquín y especialmente el año 4a

de su reinado: su persona encuadra cada una de las secciones narrativas. Conviene recordar que el año cuarto de Joaquín es el 605 a. C , año en que Nabucodonosor de­rrotó en Carquemis a los aliados, encabeza­dos por los restos asirios.

Finalmente conviene añadir que esta dis­tribución del material narrativo impide cali­ficarlo de mera crónica informativa y confiere al conjunto un valor teológico: en la narra­ción de los últimos momentos del reino se plantea el sentido de la actuación de las na­ciones y el papel del profeta como garante de la palabra. La vida de Jeremías y su mensaje están marcando el acontecer histórico. Es la palabra de Dios la protagonista, el motor que mueve la historia y le confiere su sentido. Este punto quedará más claro en el comen­tario a cada una de las secciones narrativas. Simplemente adelantamos la significativa co­locación de "bendiciones a extranjeros" en J r 35 o en J r 39,15-18; 43,8-13. También es característica la ausencia del profeta en los sucesos narrados en J r 40,7-41,18.

El valor teológico de la narración queda subrayado por dos hechos que simplemen­te indicamos: a) la oferta paradógica de sal­vación ofrecida en J r 30-34, incluso con ma­terial que se supone pronunciado en tiempos de Josías; y b) la función de los diferentes "li­bros" mencionados en el conjunto, que con­fieren perdurabilidad a la palabra pronun­ciada (Jr 25,13 paralelo a 51,60; 29,1; 30,2; 36,1.28 paralelo a 45,1).

Aunque en el cuadro reseñado más arriba aparece clara la relación de J r 25 con la se­rie de oráculos a las naciones (Jr 46-51), da­da la longitud de éstos últimos, los trataremos como tercera sección del libro de Jeremías.

2 . Las naciones extranjeras (25 ,1-38)

Este capítulo da paso a una sección en la que el Señor anuncia y cumple sus planes en la historia. El conduce las etapas históricas de los pueblos: unas veces para castigar a su pueblo, otras para liberarlo. Nada escapa a su poder. El capítulo tiene dos partes: a) J r 25,1-14; b) J r 25,15-38. La Biblia griega, con distinta intencionalidad teológica, intercala entre ambas los oráculos contra las naciones que la Biblia hebrea trae en J r 46-51.

25,1-14 Nabucodonosor, el siervo. La desobediencia del pueblo ha sido continua: Jeremías lleva veintitrés años predicando en balde; los profetas, siervos del Señor, no han sido escuchados, no han producido la con­versión. El pueblo deberá someterse a otro 'siervo', esta vez extranjero: Nabucodonosor (Jr 25,9). Todo lo conduce el Señor. Sus pla­nes no son de destrucción eterna: primero se cumplirá lo que el pueblo ha elegido libre­mente mediante desobediencia: su destruc­ción y destierro (Jr 25,9-11); después la pa­labra recobrará su fuerza creadora y se posi­bilitará un nuevo comienzo con la destrucción del invasor (Jr 25,12-14).

El año cuarto de Joaquín es importante. Históricamente significa el asentamiento del imperio babilónico; proféticamente el anun­ciado "enemigo del Norte" (Jr 1,13-16; 4,5-

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6,30) adquiere rostro y nombre: los caldeos. Ellos ejecutarán la sentencia. Joaquín es el rey malvado (Jr 22,13-19) y en su tiempo se dicta la sentencia. Entronizado por los egip­cios, deberá someterse a su pesar a los ba­bilonios. Su rebelión pondrá en marcha la ejecución de la sentencia, que culminará en tiempos de Sedecías. Literariamente este año cuarto de Joaquín aparece citado en mo­mentos clave: J r 25,1; 36,1; 45,1; 46,2. En J r 26,1 y en 35,1 sólo se menciona el reinado de Joaquín.

En J r 25,9 el texto hebreo llama "mi sier­vo" al extranjero Nabucodonosor. Lo hará dos veces más (Jr 27,6; 43,10). El profeta del des­tierro aplicará el mismo calificativo a otro ex­tranjero, Ciro (Is 45,1), considerará siervo del Señor a Israel (Is 41,8.9; 44,1.21; 45,4...) y creará la genial figura del Siervo de Yahvé (Is 42; 49; 50; 52,13-53,12). El siervo del Señor no vacilará hasta implantar el derecho en ¡a tierra (Is 42,4) y lograr que la salvación al­cance hasta el confín de la tierra (Is 49,6). En esta dinámica entra Nabucodonosor; él no es el señor de la historia, sino el siervo del Señor.

El exilio no será eterno; tiene establecida su duración: 70 años. Más tarde se man­tendrá la cifra (Jr 29,10). Es un número re­dondo: en 70 años no queda nadie de esta ge­neración; 70 significa "muchos" en Jue 1,7; 8,14; 1 Sm6,19; 2 Sm 14,25; Sal 90,10; Mt 18,20). No sirve, por lo tanto, de consuelo, pero marca un límite. La cifra se usó y dis­cutió posteriormente (2 Cr 36,21; Esd 1,1; Zac 1,12; Dn 9,2); finalmente se interpretó como 70 "semanas de años" (Dn 9,24-27).

El libro escrito por Jeremías contra las naciones (Jr 25,13) y, en particular, contra Babilonia, volverá a aparecer más tarde (Jr 51,60), cerrando en inclusión toda la se­gunda parte del libro de Jeremías.

25,15-38 Oráculos contra las naciones. Los imperios pasan; a uno duro sucede otro brutal. En la perspectiva de los profetas, eso sucede porque el Señor va pasando de boca en boca la copa de su ira (Jr 13,12-14; Hab 2.16; Lam 4,21; Ez 23,32-34; Is 51,17.21). El primer invitado a apurar la copa es Judá. Después le siguen todos, desde Egipto has­

ta Babilonia; constituyen los polos que limi­tan la historia de Judá. Bajo este punto de vista, la ira del Señor contra su pueblo al­canza a todos los reinos; es un juicio univer­sal (Jr 25,31). El pecado de Judá acarrea la destrucción al mundo, así como en su ben­dición deberían gozarse las naciones (Gn 12,3). Que el Señor esté airado puede extra­ñar al cristiano, pero expresa que no le deja impasible el pecado de su pueblo. La relación de Dios con el hombre es bíblicamente una relación apasionada. En J r 25,25 se evita el nombre de Elam y en J r 25,26 el de Babel, sustituyendo sus consonantes por las opues­tas del alefato hebreo; el procedimiento se de­nomina 'atbash (véase también J r 51,1, en donde Leb-Cambay sustituye a Caldeos).

2. Palabra e historia: Anuncio prqfético

(26,1-35,19)

La sección se encuadra en el reinado de Joaquín. Se abre con las reacciones al dis­curso de Jeremías contra el templo (Jr 26) y se cierra con una bendición a los Recabitas (Jr 35). Sin embargo, la parte central acon­tece en tiempos de Sedecías, es decir ocu­rrida ya la primera deportación, y contiene dos claras secciones: J r 27-29, un opúscu­lo de discusión con los falsos profetas en tor­no al papel de Babilonia en esta situación; y J r 30-34, una serie de oráculos predomi­nantemente de salvación.

¿Qué sentido tiene el conjunto? Propongo que se trata de enunciar un principio funda­mental: "Yo doy todo a Nabucodonosor... el pueblo que no le sirva morirá, el pueblo que acepte el yugo vivirá" (véase J r 27,5-11). Es­te principio se aplica a los desterrados en Ba­bilonia y a los que siguen en territorio de Ju­dá. Conviene tener presente que dicho prin­cipio en su primera parte es substancialmente un anuncio de salvación para quien lo acep­te. Esto conviene tenerlo presente para quie­nes imaginan a Jeremías como predicador de calamidades. Lo que sí ocurre es que el anun­cio es paradójico: salvación en la sumisión. No es extraño que los profetas contemporáneos

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suyos no compartan su predicación. Esta hostilidad pone en peligro a Jeremías. Pro­ponemos el siguiente esquema teológico-li-terario para la sección:

A) Introducción (Jr 26): Profeta salvado de la muerte

B) Principio General (Jr 27-28) J r 27,5-6: "Yo doy todo a Nabucodonosor" J r 27,8: "El pueblo que no le sirva, morirá" J r 27,11: "El pueblo que acepte el yugo, vi­

virá"

C) Aplicación (Jr 29-34) a) a los desterrados: Anuncio de salvación paradógica (Jr 29) Consecuencia: libro de la consolación (Jr 30-31) b) a los de Judá: Anuncio de salvación paradógica (Jr 32,1-34,7) Consecuencia: desobediencia sentenciada (Jr 34,8-22)

D) Epílogo (Jr 35): Extranjeros bendecidos (Recabitas).

26,1-24 Jeremías, verdadero profeta. Es el comienzo del reinado de Joaquín. Acaba de morir inesperadamente Josías, el rey que unificó todo el culto en el templo de Jerusa-lén. El pueblo está desconcertado. Jeremías en el templo pronuncia un discurso contra el mismo templo (Jr 7,1-15). Tal vez se trate de su primera intervención pública (véase In­troducción, "cronología baja") o, en todo caso, de la ruptura de un largo silencio. Primero se resume su intervención (Jr 26,1-6): el templo no tiene valor de talismán; su uso debe con­sagrar la obediencia y la justicia; la historia del santuario de Silo sirve de ejemplo. Lo que ahora interesa es la reacción (Jr 26,7-24). El escándalo de sus palabras se amplifica por el desconcierto reinante. Los más fanáticos le consideran blasfemo y reo de muerte. Otros aducen algún precedente en su favor (Jr 26,16-19; véase Miq 3,12), aunque al­guien tema la reacción del violento rey Joa­quín (Jr 26,20-24). En las persecuciones que

va a sufrir el profeta todo el pueblo jugará un papel equívoco (Jr 26,9.16); los enemigos cor­diales serán los sacerdotes y profetas; entre los jefes y mandatarios unos estarán a favor, otros en contra. Jeremías no tiene más de­fensa que la de ser el enviado del Señor. Cuando todo parece perdido, esa defensa lo­gra salvarlo.

PRINCIPIO GENERAL: EL YUGO DE BABILONIA

(27,1-28,17)

Pasamos al reinado de Sedecías. En Je-rusalén unos embajadores extranjeros tratan de organizar la resistencia al imperio babi­lónico. Jeremías les declara los planes del Señor. Su mensaje es claro: hay que some­terse al yugo de Nabucodonosor, porque ése es el castigo de Dios para su pueblo. Así se lo anuncia a los embajadores (Jr 27,1-11), al rey (Jr 27,12-15) y a los profetas que pro­pagan falsas esperanzas (Jr 27,16-22). Esta última intervención le acarrea un conflicto con el profeta Jananías (Jr 28). Una acción simbólica hace visible que la no aceptación del plan divino supondrá un castigo mayor: si rompen un yugo de madera, se encontra­rán con otro de hierro.

27,1-22 Someteos al yugo de Babilonia. En J r 27,1-11 se formula el principio gene­ral que da sentido a los capítulos siguientes: es necesario someterse a Nabucodonosor (Jr 27,1-7). Quien no lo acepte, será aniquilado (Jr 27,8-10); quien obedezca conservará su tierra (Jr 27,11). Todo creyente judío sabe y cree que su existencia está ligada a su li­bertad; nació como pueblo en una liberación. Exigirle la sumisión a un poder extranjero como medio de supervivencia, es paradógi-co. Será más fácil escuchar la voz de quienes borran la paradoja: profetas, adivinos, so­ñadores, agoreros y magos sin esta visión de la historia.

En el texto hebreo de J r 27,1, como ya he­mos dicho (véase introducción a la segunda parte), la datación de la escena se atribuye al reinado de Joaquín, cuando la época es de

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Sedéelas. La errata alcanza también al año de reinado: debe ser su cuarto año. A pesar del error, en la traducción vamos a dejar que resuene el triple "al comienzo" (bereshit) que en hebreo se encuentra en J r 26,1; 27,1 y 28,1.

En J r 27,12-15 el anuncio afecta también al rey. De la obediencia de Sedecías depen­derá la suerte del pueblo. No debe hacer ca­so a los falsos profetas, pues no son envia­dos del Señor y predican mentira.

En J r 27,16-22 se recuerda que hace cua­tro años Nabucodonosor se llevó a Babilonia al rey Jeconías y a los notables de Jerusalén. Junto con ellos, llevó los utensilios de oro del templo. Los profetas (falsos) piensan que se trata de un error de la historia: por eso anun­cian que pronto volverán el oro y el rey. Jere­mías no piensa así (Jr 27,22.24-30): lo que dicen es mentira y crea esperanzas falsas que no ayudan a aceptar el castigo a su pe­cado. El incorrecto discernimiento entre el verdadero y el falso profeta será trágico pa­ra el reino y le conducirá al exilio.

28,1-17 Enfrentamiento con el profeta Jananías. En esta discusión con Jananías dos palabras se oponen en un momento con­creto de la historia con la idéntica pretensión de provenir de Dios (Jr 28,1.13). Jananías representa a los falsos profetas. Ellos anun­cian que el Señor reparará pronto el daño que ha sufrido su pueblo; se apoyan en Is 9,3; 14,25. Jeremías invita a aceptar el mo­mento presente como obra de Dios y no como fallo de la historia; son tiempos dis­tintos a los de Isaías. A Jeremías no le gus­ta el mensaje que le toca predicar (Jr 17,16; 20,8); personalmente preferiría que Jana­nías tuviera razón (Jr 28,6). Es que también el profeta debe discernir la veracidad de su mensaje y a Jeremías le cuesta aceptar que él anuncia la verdad: los profetas antiguos invitaban, como él lo hace, a convertirse (Jr 28,8-9; véase Dt 18,22) y él sabe que real­mente le envía el Señor (Jr 28,12.15). Si no se convierten y aceptan el castigo de su re­belión, si no aceptan el yugo de Nabucodo­nosor y rompen el de madera, deberán so­portar uno de hierro.

APLICACIÓN (29,1-34,22)

En J r 29-34 el profeta hace la aplicación del Principio General, predicado en los capí­tulos anteriores. La sección consta de dos partes: a) J r 29-31 en que aplica el "principio general" a los ya desterrados en Babilonia; ellos sufren de hecho el yugo del someti­miento (Jr 29), de modo que podrán alegrar­se en el futuro con las consecuencias de la restauración (Jr 30-31); y b) J r 32-34 en los que el profeta se dirige a quienes todavía re­siden en Jerusalén.

29,1-23 Carta a los judíos deportados. Jeremías aparece enviando una carta a los judíos que están exiliados en Babilonia des­de el año 609 a. C. (Jr 29,4-23). En primer lugar se relatan las circunstancias históri­cas (Jr 29,1-3) y al final las reacciones que provoca (Jr 29,24-32).

En J r 29,1-3 el pueblo está dividido en dos grupos: el rey Jeconías y los notables están sufriendo el exilio; la mayoría sigue en Jeru­salén con el rey Sedecías (Jr 29,16). Aquellos desean volver pronto; éstos se sienten prote­gidos por el Señor. Entre ambos grupos debía existir algún tipo de comunicación habitual (Jr 29,3.24-25). Jeremías lo aprovecha para anunciar su mensaje y cambiar actitudes.

En J r 29,4-23 el mensaje de Jeremías es positivo para quienes están en Babilonia (Jr 29,4-14) y negativo para quienes siguen en Jerusalén (Jr 29,16-20). Pero resulta para­dójico. El judío desterrado odia a Babilonia y espera u n cambio de su situación que suce­da pronto. Jeremías saca otras consecuen­cias desde la fe: deben bendecir a Babilonia como instrumento del plan de Dios (Jr 29,7, invitación de una dureza notable, compara­da con Sal 122), buscar al Señor más que a Jerusalén (Jr 29,13-14) y esperar en el cam­bio de situación, aunque no sucederá pron­to (Jr 29,4-6.10). No deben alegrarse de te­ner entre ellos profetas que alimenten sus vanas esperanzas (Jr 29,15). Son profetas de mentira que el Señor no ha enviado (Jr 29,8-9) y sufrirán las consecuencias de su arro­gancia (Jr 29,21-23). Su alegría debe basarse

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en los planes del Señor, que en definitiva son planes de dicha y esperanza (Jr 29,11). "Cons­truir y plantar" (Jr 29,5; 1,10) adquieren sentido real, aunque paradójico, en el men­saje de Jeremías. Quienes están en Jerusa-lén no deben creerse mejores, ni sentirse se­guros: son como higos podridos (Jr 29,17; 24,8-10).

29,24-32 Profecía contra Semayas. En Babilonia Semayas no pudo soportar el men­saje de Jeremías. Le pareció blasfemo. ¿No cumplen las autoridades de Jerusalén su misión de vigilancia? Exige que se tomen me­didas contra el atrevido profeta de Anatot. Espera que el regreso suceda pronto y le pa­rece que el mensaje de Jeremías desanima; pero lo que pronto tendrá lugar es su propio castigo y no podrá ver el bien que el Señor piensa hacer (Jr 29,31-32).

30,1-24 Promesa de restauración. Co­mienza aquí el que podemos llamar Libro de la restauración (Jr 30-31). Se trata de una serie de oráculos de restauración, proba­blemente dedicados en un principio al reino de Israel y que se encuentran ahora coloca­dos tras la carta de Jeremías a los deste­rrados y sirven de colofón a su predicación de esperanza. La palabra del Señor queda­rá escrita, abriendo un futuro de esperanza (Jr 29,11). En la temática de este libro se en­tremezclan varias líneas: el cambio de suer­te (Jr 30,3.18; 31,23), la sensación de gozo (Jr 30,19; 31,13), el tiempo futuro (Jr 30,3; 31,27.38), el modo paradójico de la restau­ración (Jr 30,6; 31,15.22), el uso de los ver­bos "construir" (Jr 30,18; 31,4.28.38) o "plan­tar" (Jr 31,5.28). Como fácilmente se puede suponer, no hay opinión unánime sobre la amplitud del material primitivo.

J r 30,1-3 sirve de introducción al conjun­to del opúsculo. "Cambiar la suerte" supone la inauguración de una nueva etapa históri­ca: Volverán a su tierra. Esa etapa se carac­terizará por un profundo cambio interno.

El terror y el espanto de J r 30,4-9 se co­rresponden con la tormenta y el torbellino de la ira, mencionados al final del capítulo (Jr 30,23-24). En el interior de esta inclusión

encontramos el anuncio de un nuevo alum­bramiento: en el dolor nacerá la libertad so­ñada, custodiada por un nuevo David.

En J r 30,10-24 los dos primeros versos están tomados de J r 46,27-28,y recuerdan al segundo Isaías (Is 41,8-10; 43,1-6; 44,2-5...). El nombre de Jacob, aplicado a Israel, re­cuerda que Dios bendijo al patriarca cuan­do todavía habitaba fuera de su tierra (Gn 30,25-43). La actual herida sólo la puede cu­rar el Señor (Me 10,27): otras esperanzas son inútiles cuando el Señor castiga (Jr 30,12-15); pero él se preocupa por su pueblo y sa­nará su herida (Jr 30,16-20); su jefe no se­rá ya un extranjero, sino cercano al Señor (Jr 30,21) y se restablecerá la alianza (Jr 30,22). Los planes del Señor (Jr 30,23-24) son finalmente de dicha y esperanza. Los ver­sículos finales siguen el orden canónico del Éxodo: mutiplicación del pueblo (Jr 30,19-20) - un jefe como Moisés (Jr 30,21) - alian­za (Jr 30,22). El Señor sigue fiel.

31,1-14 Regreso a la tierra. Todo el capí­tulo es una rica antología de oráculos salvífi-cos, encuadrados en el tema de la nueva alian­za (Jr 31,2.31-34). El destierro es como un de­sierto en donde el pueblo encuentra a su Dios (Os 2; Dt 8). A través de la prueba se mani­fiesta el amor eterno del Dios fiel; el Señor es Dios en la cercanía del amor y en la lejanía del misterio (Jr 23,23). El pueblo debe ponerse en marcha, venciendo el miedo y la inercia. Los centinelas van repitiendo el mensaje. La ale­gre romería transforma el desierto.

Es desconocido el destinatario de J r 31,7-9. Si se mantiene la hipótesis de que el con­junto fue predicado originalmente en refe­rencia a Israel, pueden ser entendidos como una invitación a Judá para que reciba con alegría a su hermano que vuelve. Finalizado el destierro, son conducidos por el desierto y llegan a la patria. Este nuevo éxodo cantado por la fe es alegre (Sal 126,5), pero no disi­mula la realidad: está formado por una pro­cesión de inválidos que regresan (Jr 31,8). El nombre Efraín históricamente se refiere al reino del Norte; conceptualmente recuerda la concesión de la primogenitura al hermano pequeño (Gn 48,8-20; véase J r 31,20; Os 11).

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A partir de J r 31,10-14,se amplía el esce­nario. Los pueblos deben ser testigos de es­te triunfo del Señor, como fueron testigos (e instrumentos) del castigo que envió (Jr 2,10; 6,18). Rescatar o redimir supone parentesco o cercanía entre el Señor y el pueblo (la alian­za). La omnipotencia del Señor puede resca­tar a su pueblo, por muy fuerte que sea el opresor. El rescate concluye con la devolu­ción de los bienes, que son don del Señor y no regalos de los amantes (Os 2,7.10). Vol­verá al pueblo la alegría que el castigo le ha­bía quitado (Jr 16,9; 25,10).

31,15-22 Llanto y consolación. J r 31,15-20 evoca a Raquel, la esposa amada de Jacob (=Israel). Según la tradición Raquel llora su esterilidad (Gn 29,31). Por fin logra dar a luz a José (Gn 30,22-24), pero muere en Rama, al alumbrar a Benjamín (Gn 35,19). Jeremías modifica la tradición: Raquel llora la caren­cia de hijos, pero porque han muerto. El Se­ñor la consolará al devolvérselos (Jr 31,16-17). Así se entronca el regreso a la tierra en la tradición. En el abrazo del reencuentro surgen espontáneas la confesión de culpa (Jr 31,18-19) y la emoción paterna (Jr 31,20).

En J r 31,21-22 el Señor habla a su pue­blo invitándole a volver. No valen objeciones ni desconfianzas. Si duda del camino, las se­ñales le ayudarán. Debe aprender de su his­toria. Pero no vuelven al pasado, sino a la no­vedad. La imagen final del abrazo resulta misteriosa para los comentaristas. Tal vez pretenda transmitir el mismo asombro que la imagen del soldado que parece sentir dolores de parto (Jr 30,6). ¿Se refiere al aumento de la fecundidad? ¿Simboliza la vuelta de Israel, la adúltera, a su primer esposo (véase Os 1-3; J r 2,20-21; 3,1)? San Jerónimo contempla a María abrazando al Salvador.

31,23-30 Restauración de Judá. Dos añadidos para Judá . Según el primero (Jr 31,23-26), la restauración unirá a Israel y Judá como las unió el castigo. Labradores y pastores son grupos tradicionalmente en­frentados (recuérdese la historia de Caín y Abel). La reunificación será como u n sueño placentero, realidad de reposo.

El segundo añadido (Jr 31,27-30) es más complejo. Presupone una catástrofe que se debe reparar con nuevos frutos. Tanto la des­trucción como la sementera son obras del Se­ñor. También presupone una queja: "Hemos pagado la culpa de nuestros padres" (Ez 18,2. 25). El profeta responde, señalando la res­ponsabilidad de cada uno (véase Dt 5,3).

31,31-34 Nueva alianza. El castigo ha so­brevenido por el incumplimiento de la alian­za. La nueva situación exige una nueva alian­za; sus cláusulas no serán ni parecerán ex­trínsecas, sino que estarán grabadas en el corazón. Su ruptura será imposible en vida y todo hombre conocerá al Señor. No se tra­ta de restablecer lo antiguo, sino de crear al­go nuevo (Jr 31,22). El término "nueva alian­za" debió resultar muy duro para el oído ju­dío. De hecho, en el interior del AT existen restos de una reinterpretación: Ezequiel (Jr 36,25-28) habla de interiorización de la alian­za, y el segundo Isaías (55,10-11) reivindica la perdurabilidad de la palabra divina. El tér­mino "nueva alianza" sólo ha sido usado por sectas judías disidentes: Qumrán y cristianos.

31,35-37 Israel permanecerá. Dos ju­ramentos sellan la alianza nueva (véase J r 33,19-28). Será estable como las leyes cós­micas e indestructible como el inagotable misterio de la naturaleza (Jr 31,37).

31,38-40 Reconstrucción de Jerusalén. Tras los juramentos se han añadido unos planos de la Jerusalén reedificada. No po­demos encontrarles función clara en el con­junto, como no sea la de efectuar el cambio de dirección que se opera: a partir de aquí, el mensaje se dirige a los judíos que viven en Jerusalén.

32,1-44 Un porvenir venturoso. El "prin­cipio general" predicado por Jeremías (Jr 27-28) se va a aplicar ahora en J r 32-34 a los ju­díos que todavía residen en Jerusalén, por­que no fueron deportados el año 597 a. C. Ha pasado el tiempo (seis años; véase J r 27,1; 28,1) y los judíos siguen debatiéndose entre la resistencia y la sumisión. Para la primera

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se basan en las promesas tradicionales. En favor de la segunda Jeremías argumenta que significa aceptar el castigo por el pecado y que es el único modo de conservar la tierra y la capital. Es, pues, un anuncio paradójico de la salvación. No aceptarlo así significará el desastre total. El incidente final (Jr 34,8-22) pone de relieve el tema de la libertad y las consecuencias de la desobediencia.

J r 32,1-44 se centra en el rescate de u n campo familiar. Jeremías está en la cárcel por anunciar la venida victoriosa de Nabu-codonosor y la inutilidad de la resistencia contra él (Jr 32,1-5). Su mensaje es claro: aunque la ciudad esté sitiada, todavía se comprarán campos y viñas en esta tierra (Jr 32,15). El complejo sistema notarial da fe de la autenticidad de su postura (Jr 32,6-15). Es un acto profético de indudable sentido es-peranzador, aunque a primera vista resulta absurdo. Esta actitud no está exenta de lu­cha interna. El profeta, para seguir con­fiando en la palabra del Señor, tiene que re­montarse en su oración a los fundamentos de la fe, a los prodigios del éxodo y de la li­beración inicial (Jr 32,16-25). La respuesta de Dios consta de dos partes: la primera (Jr 32,26-35) motiva el castigo en el pecado de Jerusalén y Judá; la segunda (Jr 32,36-44) anuncia la salvación, incluso tras la des­trucción. La salvación se dibuja con las si­guientes pinceladas: regreso, alianza, dones de la tierra. Sigue el esquema del éxodo.

El derecho y la obligación del "rescate" de campos están regulados en la Ley (Lv 25,25. 47-55). La legislación trata de evitar que los campos escapen del ámbito de la familia. Di­cha institución se fundamenta en la solida­ridad del parentesco (Rut 3-4). Su significa­do profético es más amplio. Los judíos poseen la herencia de la tierra. La solidaridad im­pedirá que ésta pase definitivamente a manos extranjeras. El Señor será en el futuro el "res-catador" o "redentor", que devuelve a los su­yos sus posesiones (véase Mt 3,11; Me 1,7; Le 3,16; J n 3,28).

33,1-13 Promesas de restauración. En J r 33 se distinguen dos secciones bien dis­tintas, en las que la omnipotencia del crea­

dor se ordena a la restauración de Jerusalén y de la monarquía davídica. La primera sec­ción (Jr 33,1-13) da impresión de mayor uni­dad en torno al tema de la restauración. La segunda (Jr 33,14-26) falta en la Biblia grie­ga; en hebreo conserva marcas de un origen plural y su denominador común es la pe­rennidad de la salvación.

En la primera sección (Jr 33,1-13) se anun­cia, tras la compra del campo, un futuro de bendición. El Señor es el creador y quien es capaz de suscitar la novedad. Al profeta se le invita a interceder por su pueblo, cosa que ha tenido prohibida (véase Jr 7,16; 11,14; 14,11). La resistencia al plan de Dios es inútil. El Se­ñor puede cambiar la suerte de su pueblo cuando quiera, y lo hará cuando el castigo purifique al pueblo. Jerusalén será entonces reedificada y habitada; los cantos de alaban­za se entonarán dentro y fuera de sus muros. El reino reposará tranquilo en sus fronteras, conducido por pastores del Señor. Como sím­bolo de bendición sirven los rebaños abun­dantes.

33,14-26 Salvación duradera. La función principal de la monarquía es la administra­ción de la justicia; Dios la ejerce por medio del rey. En dicha función se fundamenta la promesa a la casa de David (2 Re 2,4; 8,25; 9,5). El judaismo posterior acercó las figuras del rey y del sacerdote.

En J r 33,19-26 dos juramentos dan es­tabilidad y sellan la alianza con la descen­dencia de David (véase J r 31,35-37). Aunque el castigo parezca un rechazo por parte de Dios, la restauración despejará las dudas: la fidelidad del Señor no ha faltado nunca; el fallo ha estado por parte del pueblo.

34,1-22 Destino de Sedecías. Libera­ción de los esclavos. El tema de la libertad adquiere protagonismo momentos antes de que el pueblo pierda definitivamente esa li­bertad. Jerusalén está sitiada. Todos los po­deres del mundo están en contra (Jr 34,1). Quizás se esperaba con ansia la ayuda egip­cia (Jr 37,5). El profeta transmite al rey un doble anuncio: derrota y destierro, pero tam­bién una muerte en paz. Al rechazar el mo-

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narca la primera parte del anuncio, se vuel­ve trágica la formulación del segundo, que era de relativa salvación (véase J r 22,18-19): ver cara a cara se transforma en ceguera; hablar boca a boca enjuicio (Jr 39,4-7).

Al verse cercados, los judíos manumitie­ron a sus esclavos. No se trata de un cum­plimiento normal de la ley (Ex 21,1-11; Lv 25,39-46; Dt 15,12-18), sino de un jubüeo especial, quizás con intención de conjurar el peligro de la sumisión. Al acercarse la ayu­da egipcia, los babilonios aflojaron el cerco (Jr 21; 37,5-9) y los judíos, al verse libres, no mantuvieron su palabra y volviendo a so­meter a sus esclavos. El incidente sirve a Jeremías para explicar otra vez el sentido de la historia y para acusarlos de no haber mantenido la palabra que dieron en la alian­za (Jr 34,18. Véase Gn 15,7-10.17). Por no servir al Señor, salvando la libertad de los hermanos, deberán ser esclavos del ejército extranjero. Por no aceptar tampoco esto, pe­recerán.

35,1-19 El ejemplo de los recabitas. En el epílogo de la sección, volvemos al reinado de Joaquín. El salto atrás en el tiempo nos sitúa de nuevo en el momento en el que el Señor sentencia a su pueblo con un castigo; la sentencia desoída se agravará en tiempos de Sedecías.

El capítulo empalma, pues, con J r 26. La obediencia de los Recabitas a las leyes de sus padres subraya por contraposición la deso­bediencia de los judíos a las leyes del Señor. Para los primeros será la bendición; para los otros la condena. Los Recabitas son un pue­blo que habita en medio de Israel, con quien mantienen relaciones amistosas. Tratan de mantener vivos los ideales nómadas tradi­cionales: no habitan en casas, no prueban el vino, no trabajan los campos. Sólo circuns-tancialmente se encuentran ahora en Jeru-salén (Jr 35,11), quizás por miedo a las tro­pas extranjeras, pero aun allí pretenden mantenerse ñeles a sus costumbres. Son un ejemplo para los habitantes de la capital. Por su fidelidad conservarán la descendencia (Jr 35,19). Así, al contraponer las actitudes de los dos pueblos, se contraponen también: a)

los legisladores: Jonadab (véase 2 Re 10,15-27) obedecido, el Señor desoído (Jr 35,16); b) las consecuencias: descendencia para los nó­madas Recabitas, destierro y esterilidad pa­ra el pueblo judío (Jr 35,17). La bendición a extranjeros cerrará otras dos secuencias pos­teriores (Jr 39,15-18; 43,8-13).

3. Palabra e historia: Cumplimiento (36,1-45,5)

Una doble referencia a la historia de u n libro que dictó Jeremías y destruyó el rey Joaquín encuadra la narración de los suce­sos referentes a la caída de Jerusalén en po­der de los caldeos. La narración central cons­ta de dos partes: a) sucesos inmediatamen­te anteriores a la derrota, bajo Sedecías (Jr 37-39); b) sucesos posteriores, bajo Godolías, hasta la huida a Egipto (Jr 40-44).

Diversos indicios formales permiten el si­guiente esquema de la estructura:

A) J r 36 (Introducción) El libro de Jeremías J r 36,1-26: Libro destruido J r 36,27-32: Baruc: condena y testimonio

B) J r 37-39 El profeta y Jerusalén J r 37,1-39,14: Destrucción de Jerusalén J r 39,15-18: Extranjero bendecido

C) J r 40-43 El anti-éxodo J r 40,1-43,7: Abandonan la tierra J r 43,8-13: Extranjero bendecido

D) J r 44-45 (epílogo) Oráculos finales J r 44: Palabra desoída J r 45: Baruc: condena y testimonio.

Volvemos a encontrar de nuevo una es­tructura que subraya el carácter teológico de estos capítulos. El interés por la biografía de Jeremías o la importancia de los sucesos na­rrados incitan a veces a desdibujar el carác­ter de la narración y a entenderla como me­ra crónica de acontecimientos. Nada más le­jos de la realidad. Baste para ello recordar que J r 36 y J r 45 se refieren a un suceso que comenzó el año 605 a. C. y culminó el año

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604 a. C. (siguiendo la datación hebrea) o el 601 a. C. (según los LXX); suficientemente alejados de la época de la destrucción de Je-rusalén como para pensar en otra intencio­nalidad. De modo que no valen los títulos que algunos autores han aplicado a la sección: "Pasión de Jeremías" o "Sucesos en torno a la caída de Jerusalén". Lo que realmente es­tá en juego en estos capítulos es el cumpli­miento de la "palabra" en la historia. La pa­labra es la auténtica protagonista: ella anun­cia y acompaña a los acontecimientos; por ella sufre Jeremías, ocupando personalmente el lugar que el pueblo obediente debería ha­ber ocupado.

El capítulo 36 enuncia el tema del conjunto y, en ese sentido, hace la función de Intro­ducción. La reedición del libro quemado por Joaquín contiene la condena al pueblo y al rey. Su valor es de testimonio para cuando se cumpla el anuncio de Jeremías: Va a venir el rey de Babilonia (Jr 36,29). Como más ade­lante veremos, la primera sección narrativa se caracteriza externamente por su reiterada conclusión: Jeremías quedó en la cárcel Con­cluye con una bendición al extranjero Abde-mélec, que no ha merecido ningún otro de los servidores de palacio. La segunda sección es­tá narrada como una contraposición al Éxo­do. También concluye con una bendición al extranjero Nabucodonosor, cuya llegada a Egipto se anuncia. El discurso final en Egip­to (Jr 44) califica la desobediencia de idolatría y va acompañado de un oráculo a Baruc (Jr 45) en el que éste, salvando su vida, testifica que la palabra se ha cumplido.

36,1-32 La palabra renacida. Volvemos a estar en el año cuarto de Joaquín. A Jere­mías se le prohibe el acceso al templo, por lo que recopila en un libro, dictado a Baruc, to­dos los oráculos pronunciados hasta la fecha. Pretende que el pueblo se convierta al escu­charlos. ¿No los había oído antes? Tal vez el ambiente de ayuno colabore en crear la aco­gida necesaria. Baruc lo lee ante el pueblo (un año después, según el TM; ocho más tar­de según LXX) y algunos se asustan; lo vuel­ve a leer ante los mandatarios. Cuando, por fin, se lee ante el rey, éste lo quema. Jeremías

vuelve a dictar otro, al que se le añadieron otras cosas semejantes (Jr 36,32).

Para la historia redaccional del libro de Jeremías se trata de un capítulo importante. La única dificultad ha consistido siempre en conocer la exacta extensión de las "cosas se­mejantes" que fueron añadidas. Tarea im­posible a todas luces y no excesivamente im­portante, porque el centro de la narración no se establece en el contenido del libro; sólo al final y de modo indirecto se anuncia en par­te: Vendrá el rey de Babilonia (Jr 36,29). El texto se centra en la existencia del libro: se escribe, se destruye y se vuelve a escribir. Por eso se subraya la identidad del segundo libro con el primero (Jr 36,28.32). Este segundo no pretende ser proclamado; sólo existir. Tal vez, para servir de testimonio el día en que su pa­labra se cumpla. También en Jeremías es im­portante su existencia: su vocación desde el seno de su madre, su celibato, sus prisiones, sus acciones simbólicas, su descenso a Egip­to, etc. Incluso su crisis interna es tan im­portante, o más, que su mensaje monocorde.

El libro en cuestión es en sí mismo un pro­feta. No sólo ocupa el lugar de Jeremías, lle­gando con su mensaje a donde él no podía. Es profeta por vocación divina, porque Dios lo llama a la existencia (Jr 36,1.27), por su misión de provocar la conversión (Jr 36,3.7) y por su trágico final en el fuego (Jr 36,23). Su contenido se identifica como "Palabra del Señor" (Jr 36,4.11), "Palabras de Jeremías" (Jr 36,10) o "Palabras del libro" (Jr 36,32).

La doble edición del libro recuerda la do­ble escritura de la Ley mosaica (Ex 34). El pe­cado del pueblo tiene una fuerza destructo­ra real que dimana de la palabra pronun­ciada por Dios, pero la omnipotencia divina asegura su resurrección. La relación entre el libro y la Ley refuerza el paralelismo antité­tico que en otras partes del libro se estable­ce entre Moisés y Jeremías.

La frase Afo se estremecieron... ni se ras­garon las vestiduras (Jr 36,24) afirma, sin duda, que ni el rey, ni sus ministros hicieron penitencia. Pero establece una clara contra­posición con 2 Re 22,11: también aquí se tra­ta de un libro proveniente del templo y que fue leído hace diecisiete o veintiún años an-

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te el rey Josías (año 622). Este, el padre de Joaquín, sí se rasgó las vestiduras al escu­char el mensaje del libro (que se suele iden­tificar con el núcleo del Deuteronomio, el li­bro de la segunda ley). Ambas escenas tienen varios puntos de contraposición: el de Josías apareció en el templo y se leyó primero ante el rey y luego ante el pueblo, mientras que el de Jeremías va perdiendo publicidad a me­dida que se realizan sus sucesivas lecturas; fundamentalmente se contraponen las reac­ciones de ambos reyes y así se subraya en las consecuencias: Josías, por haber escuchado, será enterrado con sus padres; Joaquín no. No se trata de mera casualidad. La relación entre el rey y un libro se subraya en la teo­logía deuteronómica en la escena tipo ofre­cida por Dt 17,14-20:

"Pero (el rey) no tendrá muchos caballos, ni hará volver al pueblo a Ekjipto para aumentar el número de caballos, pues el Señor dijo: 'no volveréis jamás por ese camino'... Cuando suba al trono real, mandará que le escriban una copia de esta ley, según el ejemplar que guardan los sacerdotes levitas. La tendrá con­sigo y la leerá todos los días de su vida... No se creerá superior a sus hermanos...".

Este texto dibuja una imagen del rey con­traria a la de Joaquín (Jr 22,13-19). Evoca también la prohibición de volver a Egipto, que Jeremías aplicará en su momento (Jr 42,15. 19), aunque personalmente tendrá que re­correr a la fuerza ese camino. Lo importan­te es que la citada ley deuteronómica sobre el rey y la narración sobre la reforma de Jo­sías son las pautas según las cuales debe­mos leer J r 36.

Este capítulo literariamente es como un tríptico con tres partes, en las que la prime­ra y la última son paralelas: a) orden del Se­ñor de escribir el libro (Jr 36,1-8); b) diversas lecturas del mismo (Jr 36,9-26); c) orden de volverlo a escribir (Jr 36,27-32). El panel cen­tral presenta tres lecturas del libro (en el tem­plo ante el pueblo - J r 36,10-, en una sala an­te los jefes - J r 36,15- y en el palacio de in­vierno ante el rey - J r 36,21-) en las que sucesivamente se va restringiendo el círculo de oyentes. También Jeremías y Baruc deben

pasar a la clandestinidad (Jr 36,26). La frial­dad y el silencio del rey contrastan con el apasionamiento y la insistente invitación di­vina al cambio y a la conversión. La mala ac­tuación del rey hará caer en su día sobre la ciudad el fuego del castigo (Jr 39,8), ya que él ha arrojado al brasero la palabra del Señor. La condena de Joaquín es el único añadido al libro que se especifica: se verá privado de descendencia en el trono y de sepultura.

EL PROFETA Y LA SUERTE DE JERUSALEN (37,1-39,18)

Una primera lectura de estos capítulos nos informa de lo que ocurrió en los últimos días antes de la destrucción de Jerusalén. Una lectura más atenta revela la siguiente estructura:

a) 37,1-2 Introducción. b) 37,3-16 alivio de Jerusalén y prisión de

Jeremías, c) 37,17-21 diálogo entre Sedecías y

Jeremías. d) 38,1-13 Jeremías introducido y

sacado del aljibe, c') 38,14-28a diálogo entre Sedecías y

Jeremías, b') 38,28b-39,14 caída de Jerusalén y li­

beración de Jeremías, a') 39,15-18 Oráculo al extranjero Abdemélec.

Como se ve, se narra la caída de Jerusa­lén (b-b'), pero no se trata de una crónica, si­no de una interpretación del suceso a la luz de la palabra y del mensaje del profeta. Pre­cisamente su peligro más inmediato de muer­te ocupa el centro de la narración (d) y es uno de los temas de diálogo con el rey (c-c'). Los sucesos históricos acarrean al profeta con­secuencias contrarias a las experimentadas por el pueblo (b-b'). Al final de cada escena se reitera que Jeremías está en la cárcel. Por eso, estos capítulos se han titulado a veces "Pasión de Jeremías"; mejor sería denomi­narlos "Historia de la palabra", a la que el pueblo cierra su oído y que los extranjeros es­cuchan (Jr 38,9; 39,18; 40,3).

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37,1-2 Reinado de Sedecias. Volvemos al reinado de Sedecias. En cierto modo se ha cumplido la amenaza a Joaquín (Jr 36,31): no ha tenido descendencia en el trono de Da­vid. A Sedecias le entroniza Nabucodonosor, no el Señor. Su reinado merece un juicio ne­gativo. La esperanza se fundamentará en el desterrado Jeconías (Jr 24; 52,31-34); el cas­tigo final se consuma en Sedecias.

37,3-16 Alivio de Jerusalén y prisión de Jeremías. Sedecias parece sincero: consul­ta al profeta, le pide su intercesión (Jr 37,17-21; 38,14-28). Pero no escucha la palabra (Jr 37,2). La paradójica salvación que ofrece Jere­mías (Jr 27,1-11) choca con la interpretación superficial de la historia. En apariencia la palabra de Jeremías no se cumple (se levan­ta el cerco de la ciudad). En realidad la ayu­da militar es efímera, el alivio militar es tem­poral y la interpretación de la gente es falsa. Jeremías adquiere ante el pueblo equivoca­do los rasgos de un traidor (Jr 37,13; 38,4; 43,2-3), aunque la historia desmentirá tal in­terpretación (Jr 39,14; 40,1-6). Pero la falsa interpretación hará que el profeta sufra en su piel la suerte contraria a la que parece ex­perimentar el pueblo: si se siente alivio por la mitigación del cerco, Jeremías conocerá la estrechez de la cárcel.

37,17-21 Jeremías ante Sedecias. Primer diálogo entre el rey y el profeta. El primero tie­ne el poder de la autoridad, el segundo la autoridad de la palabra verdadera. El rey puede disponer de la vida de Jeremías y a él se le pide clemencia; el profeta comunica la "vida" que da Dios y a él se le pregunta por la actitud correcta. El profeta responde ante el rey sin ambigüedades (Jr 37,17) y añade tres preguntas que suponen otras tantas afirma­ciones: 1) la injusticia de su prisión; 2) la inu­tilidad de los falsos profetas; 3) la necesidad de ser clemente.

38,1-13 Jeremías en el aljibe. Es el cen­tro de la sección narrativa y estructuralmen-te tiene dos partes (Jr 38,1-6.7-13), cons­truidas de modo paralelo: comienzan con un verbo de "escucha" y finalizan recordando las

sogas con que lo descuelgan o lo sacan de la cisterna. En medio, lo acusan ante el rey que confiesa no tener poder y tiene que defenderlo un extranjero para que el rey ordene su libe­ración. Temáticamente se oponen, por tanto, los mandatarios judíos y un extranjero.

¿Jeremías predica desde la cárcel? Más que una crónica esto parece una anticipa­ción histórica de la posterior proclamación paulina: La palabra de Dios no está encade­nada (2 Tim 2,9). Su mensaje de salvación en el sometimiento (Jr 38,2) ya es conocido en esta época. Le vale una acusación seria y una petición de condena a muerte (Jr 38,4). La base de la acusación es una interpreta­ción falsa de los jefes del pueblo, no com­partida por un funcionario extranjero, que pide y obtiene la salvación de Jeremías. Ju ­díos y extranjeros se contraponen ante la "palabra" y se comportan de distinto modo ante el profeta. Esta escena es central en to­da la secuencia narrativa. En ella se subra­ya la carencia: el pueblo no tiene ánimo (Jr 38,4), el rey no tiene poder (Jr 38,5), en la cisterna no hay agua (Jr 38,6), en la ciudad falta el pan (Jr 38,9). Un funcionario salva al profeta: la aceptación de la propia carencia de libertad podría salvar la vida del rey y del pueblo. El extranjero recibirá más tarde una bendición por su actuación (Jr 39,15-18). Jeremías aguarda en la cárcel el cumpli­miento de la palabra.

38,14-28a Jeremías ante Sedecias. En este diálogo el secreto se opone a la palabra. Todos quieren saber todo, pero en secreto. Todos parecen disponer de la vida; sólo Jere­mías no amenaza con la muerte. El profeta se encuentra entre la espada y la pared: si ca­lla, la palabra le devorará por dentro (Jr 20,9); si habla, lo matarán o no le harán caso. El secreto parece asegurarle la vida, pero prea-nuncia la no aceptación del mensaje. La vi­sión lo confirma: las mujeres entonan una elegía por la muerte del reino que ha caído, engañado por los falsos profetas a los que consideraba "amigos". Textualmente en J r 38,22 se hace referencia a los falsos profetas con la expresión irónica: tus buenos amigos (literalmente: hombres de tu paz; véase J r

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JEREMÍAS 40

20,10; Abd 7 y Sal 41,10) por la predicación embaucadora de paz con la que consiguen engañar al pueblo (Jr 6,14; 8,11; 23,17). El profeta había ocupado en el aljibe el puesto que ahora ocupa el pueblo en la historia. Pe­ro al profeta le salvó un extranjero. ¿Quién salvará al pueblo? Sólo el Señor (Sal 28,1; 69,15-16; Is 28,18) por medio de Nabucodo-nosor. Jeremías aguarda en la cárcel el cum­plimiento de la "palabra".

Muchos autores consideran que el capítulo concluye con la primera parte de J r 39,28, dejando a Jeremías en el patio de la guardia. La alusión a la conquista de Jerusalén será el arranque de J r 39. Aunque compartimos esa hipótesis, preferimos prescindir ahora de esta posibilidad del texto hebreo y respetar la traducción que nos sirve de base.

39,1-14 Caída de Jerusalén y liberación de Jeremías. Ha llegado el momento anun­ciado. La palabra se cumple en la historia. Nabucodonosor conquista la ciudad (Jr 39,1-3). Cada estamento recibe su merecido: por un lado Sedecías y el pueblo (Jr 39,4-10); por otro Jeremías (Jr 39,11-14).

J r 39,1-3 evoca un momento histórico fun­damental; la fecha no se olvida. Jerusalén se rompe y personajes extranjeros la juzgan en nombre de Nabucodonosor. La escena im­pone silencio.

J r 39,4-10 narra el cumplimiento del orá­culo de J r 34,1-7 con respecto a Sedecías. Su ciega actitud de desobediencia (Jr 37,2; 52,2-3) selló su suerte; escapó del jardín y le atraparon en el desierto. No puede escapar al castigo. La última visión de sus ojos es la tragedia familiar y dinástica; las cadenas del miedo se convierten en cadenas de hierro (véase J r 38,13).

También se cumple el destino de la ciudad (Jr 39,8): palacio, templo, murallas, son de­rribados. No queda nada de lo que constru­yeron o embellecieron David y Salomón (Jr 7,10; 2 Re 25,9-10).

Finalmente llega la hora del pueblo. El cas­tigo distingue entre los culpables de desobe­diencia y quienes no poseían nada. Los po­bres de solemnidad reciben las tierras. Ellos serán el resto, testigo del cumplimiento de la

"palabra". Ellos garantizan que se ha cum­plido el castigo, pero que el sentido último del anuncio era la salvación y la posesión de los bienes del Señor.

En J r 39,11-14 el destino de Jeremías va en dirección opuesta: en medio de la trage­dia recobra la libertad. Apartado del pueblo violenta y forzosamente por el propio rey, puede ahora a causa de la magnanimidad de un extranjero mostrar su solidaridad con los suyos quedándose con ellos en la tierra.

39,15-18 Conclusión. Un extranjero fue capaz de entender la palabra de Dios pro­nunciada por Jeremías y de ayudarle con efi­cacia (Jr 38,3-13). Ahora recibe vida como premio a su confianza, con palabras muy se­mejantes a las que recibirá Baruc en J r 45. Con la bendición al extranjero concluye la sección narrativa de la caída de Jerusalén.

ELANTI-EXODO (40,1-43,13)

J r 40,1 indica con claridad el comienzo de una nueva sección narrativa, cuyo límite in­ferior parece estar marcado por el carácter introductorio de J r 44,1. La temática de la sección se centra en los sucesos que ocu­rrieron a Jeremías y al pueblo tras la caída y destrucción de Jerusalén, hasta la llegada del pueblo a Egipto. Su mensaje consiste en ofrecer una nueva -aunque mínima- posi­bilidad de salvación, si se quedan en la tie­rra. Formalmente, varios indicios revelan las partes siguientes:

J r 40,1-6: Nabuzardán y Jeremías J r 40,7-41,18:

J r 40,7-12 J r 40,13-41,9 J r 41,10-18 J r 42,1-43,7:

J r 42,7-6 J r 42,7-22 J r 43,1-7

El pueblo desorientado. Con tres escenas: Godolías Asesinato de Godolías Hacia Amón o Egipto

No vayáis a Egipto. Con tres unidades: Petición de oráculo El oráculo

Reacciones al oráculo

J r 43,8-13: El trono de Nabucodonosor

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JEREMÍAS 40

La estructura vuelve a ser significativa: El marco (a-d) pone en relación a Jeremías con los extranjeros caldeos; en las dos secciones narrativas centrales (b-c) el texto sigue el dis­currir atolondrado del resto del pueblo.

Hemos titulado la sección entera con la de­nominación "anti-éxodo". Para mayor exac­titud, dicho título debería abarcar también a J r 44, en el que el Señor retira su nombre (=Yahvé) de las bocas de los judíos. El hecho es que, concluida la monarquía, el resto del pueblo se encamina hacia Egipto; Jeremías, que libremente ha escogido manifestar su so­lidaridad con los que se quedaron en la tie­rra, se opone; a la fuerza le obligan a ir con ellos a Tafnis, en Egipto. Dos altos en el ca­mino permitirán al pueblo recapacitar: el gran estanque de Gabaón (literalmente "aguas abundantes", J r 41,12) y las cercanías de Be­lén ("Casa-el-pan", J r 41,17). Ambas paradas recuerdan las dos tentaciones clásicas del de­sierto, tras la salida de Egipto, que obligaron a sendos prodigios del Señor: el agua de la roca y el maná.

En vez de seguir con interés la marcha de los deportados a Babilonia, que son la se­milla de la futura esperanza, el libro de Jere­mías se detiene a contarnos la historia de los que quedaron, de los higos podridos (Jr 24). ¿Por qué? Jerusalén ha caído, pero los po­bres del pueblo aún siguen en la tierra. ¿Ca­be esperar una palabra de alivio para ellos o todavía pueden perder más? De hecho, el pueblo desaparecerá en Egipto, donde había nacido, y con él estará el representante de la "palabra", el profeta.

40,1-6 Jeremías se queda con el pueblo. Jeremías ha predicado la sumisión al rey de Babilonia. El general extranjero le concede la libertad, pues entiende la palabra del Señor. Pero la supone totalmente acabada. Por eso, ofrece su favor al profeta en Babilonia. Jere­mías escoge libremente la solidaridad física con los que quedan. La clave está en J r 45,1, en donde se anuncia una palabra de Dios a Jeremías, que no aparece por ningún lado; hasta el profeta guarda un riguroso süencio. Su actuación desvela la palabra: si el Señor no tiene ya nada nuevo que decir, puede ir­

se tranquilamente a Babilonia; el "resto" no significa nada. El hecho de que prefiera que­darse, denota que acepta la posibilidad de que en el "resto" pobre exista una nueva pa­labra salvífica del Señor, y él sigue siendo su profeta. La capital ha sido destruida, pero puede que acepten la situación y conserven la tierra. En J r 40,5 hay una expresión enig­mática: Y ni aun así se retiraba, que en la tra­ducción que nos sirve de base se empalma con el resto, pero que más bien manifiesta una explosión admirativa del redactor del tex­to. En esta escena asistimos a una tentación para Jeremías; el profeta se resiste de modo admirable.

40,7-41,18 El resto en torno a Godolías. En esta sección el profeta no sólo calla, sino que desaparece de la escena. El centro lo ocupa Godolías. De este personaje se dice al comienzo (Jr 40,7), en el centro (Jr 41,2) y al final (Jr 41,18) que fue nombrado goberna­dor en el país por Nabucodonosor. Su figura supone una nueva posibilidad para mantener la posesión de la tierra. El texto reitera la ne­cesidad de no temer a los caldeos (Jr 40,9; 41,18). La geografía se vuelve significativa: la tierra (el país) se encuentra entre Babilonia y Egipto; la primera como enemiga, la se­gunda como ensueño. En medio el secreto y la mentira: los altos en el camino se produ­cen en Gabaón (Jr 41,12), lugar en el que se firmó un pacto con engaño (Jos 9) y en Mis-pá, lugar de residencia de Godolías, al que cuadran las palabras de Oseas: Escuchad, sacerdotes; atiende, pueblo de Israel; presta oídos, casa real contra vosotros es el juicio, pues habéis sido trampa en Mispá (Os 5,1).

En J r 40,7-12 se produce un movimiento de concentración del "resto" del pueblo en torno a Godolías. Que se reúnan con él los oficiales que estaban dispersos por el campo (Jr 40,7) parece ser natural. Más extraño re­sulta que vengan los demás judíos que esta­ban... dispersos (Jr 40,11). De todas formas, la abundante cosecha recogida (Jr 40,12) co­rrobora la promesa de bienestar que Godo-lías había hecho (Jr 40,9).

En J r 40,13-41,9 se narra el asesinato de Godolías. En un primer momento (Jr 40,13-

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JEREMÍAS 42-43

16) los oficiales, encabezados por J u a n , acep­t a n la s i tuación política dejada por Nabuco-donosor y d e s e n m a s c a r a n el p l an de Baalís de Amón. Godolías ni cree e n la traición, ni acepta u n p lan secreto pa ra evitar la posible dispersión.

El centro de este pasaje (Jr 41,1-3) es so­lemne: primero se indica la fecha (Septiembre-Octubre, mes de dos fiestas importantes, la de las Tiendas de campaña y la de la Expiación), después se n o m b r a a los personajes con dos apellidos y acompañados de escolta de hom­bres leales, finalmente en la sacralidad del banquete asesinan a Godolías. La gravedad de la acción se subraya deteniendo la acción y ampl iando la lista de los caídos.

La misteriosa escena de J r 41,4-9 nos h a ­ce pensar en las grandes peregrinaciones del m e s sépt imo (Jr 41,1) y sirve como celebra­ción de duelo por el templo des t ru ido (Esd 3,1-2; Zac 7; 1 Mac 4). Desde luego, no e s u n a m e r a anécdota . La ú n i c a pa l ab ra que n o s q u e d a de Ismael es la invitación falsa que hace a los peregr inos p a r a que s a l u d e n a Godolías, ya muer to . También es tos pere ­gr inos del Norte "venían a Godolías" y en­cont ra ron la muer te . Se h a imposibilitado la reunificación en la vida; los b ienes que al­gunos esconden impiden la solidaridad en la muer t e : No los mató como había hecho con ¡os demás dice J r 41 ,8 . La c i s t e rna a la que arrojó los cadáveres h a b í a sido testigo t a m ­bién de la gue r r a fratricida (Jr 41,9).

E n ade lan te (Jr 41,10-18) y a nad ie a c t ú a como guía; el único motor es la a t racción de segur idad que ejercen los pueb los vecinos. Como a m a n t e s engañosos , a u n o s gus tan , a o t ros no. El te r reno se convierte en u n de­sierto de m e t a s y esperanzas . Los cabecillas siguen siendo los mismos: Ismael, asesino de Godolías, prefiere Amón; J u a n , a qu ien la gente prefería, t iende hacia Egipto. Bueno es p a r a r y t omar aliento en el corazón. La con­su l ta a J e r e m í a s vendrá de spués . Ahora los nombres geográficos r e su l t an significativos: El g ran e s t a n q u e de Gabaón (Aguas a b u n ­dantes) y Belén (Casa-el-pan) r e c u e r d a n las p a r a d a s e n el desier to , el lugar de las t en ­taciones, de la p rueba del agua y del p a n (Ex 15,22-17,7; Nm 20,1-13) .

4 2 , 1 - 4 3 , 7 Huida a Egipto . Ante el des ­concierto se hace necesar ia u n a pa l ab ra de luz. Vuelve a aparece r J e r e m í a s . El pueblo , d i spues to a e scapa r de los caldeos, le pide u n oráculo (Jr 42,1-6); J e r e m í a s lo p r o n u n ­cia (Jr 42,7-22); la reacción e s inespe rada ­mente negativa y se van a Egipto (Jr 43,1-7). J e r e m í a s l es p r o p o n e confiar e n la m i s e ­ricordia de N a b u c o d o n o s o r . E s s u ú l t imo recurso ; será la ú l t ima y definitiva desobe­diencia p a r a la historia. J e r e m í a s va a prac­t icar por ú l t ima vez s u oficio de intercesor , a pesa r de todas las prohibiciones anteriores ( J r 7 , 1 6 ; 11,14; 14,11).

El res to del pueblo acude al profeta como úl t imo recurso y solicitan de él u n oráculo. Le p iden s u in terces ión y s u pa labra . Hay gentes de t odas las c lases (Jr 42,1), q u e d a n pocos (Jr 42 ,2 ; véase Ex 1) y pa recen s ince­ros (Jr 42,5-6). La rei terada p romesa de obe­diencia recuerda la firma de otros pactos (Ex 19,8; J o s 24,18.21.24) y resa l t a la so lemne desobediencia final (Jr 4 2 , 2 1 ; 43,4). Pa ra Jeremías su postura no parece del todo abier­t a y confiada; an t e ellos se m u e s t r a algo re­ticente: a u n q u e no saben qué camino tomar, Je remías intuye que no p iensan quedarse en la tierra. Acepta la mediación y explícitamente les a segu ra que les c o m u n i c a r á todo lo que el Señor le diga. El Señor será testigo del com­por tamien to del pueblo que e s c u c h e s u pa­labra .

La s i tuación es confusa y J e r e m í a s no ve c lara la pa l ab ra de Dios; n o d ispone de ella a s u antojo y t a r d a diez d ías e n poder co­municar la . No obs tan te la complejidad lite­raria, s u mensaje es claro. Deben queda r se en la tierra y confiar en la misericordia de Na­bucodonosor , que se rá el signo de la miseri­cordia de Dios (Jr 42,12). El pe rdón prolon­ga el doble sentido de la t ierra: como suelo donde será posible cons t ru i r y p lan ta r (Jr

42.10) y como lugar de salvación y liberación p a r a el pueblo (Jr 42,11). Al expresar el per­dón e n té rminos de "compasión", "miseri­cordia", "consuelo" se man t i ene el tono apa­sionado que provocó el castigo ("ira", "cólera", J r 42,18). El pe rdón n o sólo e s el cese de la cólera, sino u n a nueva presencia salvífica (Jr 42.11) con tonalidades de nuevo comienzo. Si

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el miedo - m a l consejero- los vence, no se li­b r a r á n de la desgracia. Si huyen , la e spada será m á s veloz; si i n t en tan evitar el hambre , éste se les pegará a la piel (Jr 42,16). Todos morirán. Los m i s m o s males que ahora ame­n a z a n se rán m á s ta rde test imonio. El Señor cumplirá también s u oficio de testigo fiel y ve­raz con t ra ellos (Jr 42,19). Si se d a n c u e n t a del engaño, e s t án salvados.

Finalmente el engaño se consuma . Cuan­do la pa labra del Señor ofrece n u e v a s posi­bilidades de comienzo, la pa labra del hombre con tumaz encuen t ra siempre nuevas formas de rebelión: a c u s a n a J e r e m í a s de ser profe­t a falso, de e s t a r influenciado por Baruc (Jr 43,2-3). Negando la au ten t ic idad de la pala­b r a de J e remías , se niega s u papel de inter­cesor e intermediario. Romper la pa labra e s negar la posibilidad de comienzo, afirmar que el Señor no p u e d e salvar. Dos pa lab ras se oponen: la del Señor y la del pueblo. A m b a s a c u s a n de engaño a la otra parte . Tras la dis­cusión, los despojos del "resto" van a Egipto; Baruc y J e r e m í a s i rán con ellos. La mención de Godolías (Jr 43,6) cierra e n inclusión los relatos referidos a s u época.

4 3 , 8 - 1 3 J e r e m í a s anunc ia la invas ión de Egipto por Nabucodonosor. Casi todos los comentar is tas niegan la relación de es tos versículos con lo que precede. Alguien pro­pone t r asponer los t r a s J r 41 ,16 -18 . Ya he ­m o s indicado m á s a r r iba la función na r r a ­tiva que d e s e m p e ñ a n aquí , en relación con J r 40 ,1 -6 . La e s c e n a cons t a de u n a acción simbólica (Jr 43,9) y de u n oráculo que la explica (Jr 43,10-13). También en Egipto hay u n a pa l ab ra del Señor . Pero es pa l ab ra de juicio, s in el m e n o r indicio de salvación. El dominio de Nabucodonosor se extenderá h a s ­ta Egipto y su trono será sólido y estable. Las piedras grandes de u n al tar marca ron la en­t r a d a e n la t ierra (Dt 27,2; J o s 4 ,3 ; 7,26; 8,29) y a h o r a sos t ienen la acción puni t iva del siervo del Señor (Jr 43,10; véase J r 25,9; 27,6). Egipto p a g a r á en s u s dioses el h o s ­pedaje b r indado a los rebeldes . E n el texto hebreo se u s a e n var ios verbos la p r imera persona, de modo que, por ejemplo, la acción de incendiar (Jr 43,12) parece a t r ibui rse di­

rec tamente a Dios. Toda la acción parece di­rigida con t ra Egipto, pero se realiza en pre­sencia de los judíos (Jr 43,9). Si todavía te­n í a n a lguna esperanza , deben sabe r que ni Egipto ni s u s d ioses los protegerán.

ORÁCULOS FINALES (EPILOGO) (44 ,1-45 ,5)

Como en J r 36 (con referencia expresa en J r 45), la pa l ab ra se convierte de nuevo e n protagonista. Un discurso (Jr 44) es pa ra los judíos que bajaron a vivir a Egipto; el otro (Jr 45) e x t r a ñ a m e n t e es tá dirigido a Baruc .

44 ,1 -30 Palabras de Jeremías en Egipto. Este capítulo h a sido cont inua fuente de dis­cusión para quienes investigan la historia que h a sufrido su composición literaria. De hecho existen varias incongruencias gramaticales y de sentido. Seña lamos a lgunas : las repeti­ciones (Jr 44 ,11-14 = 44 ,26-27; 44 ,2-6 = 44,20-23); el salto inesperado de la 2 a a la 3 a

persona en los verbos (menos visible en la tra­ducción de J r 44,2-3); el papel de las mujeres en J r 44,19 parece contradecir al de J r 44,15-18; a lgunas añad idu ra s textuales que pre­tenden mitigar el castigo (Jr 44,14.28). Todas e s t a s incongruencias permi ten elaborar va­riadas hipótesis sobre la composición del ca­pítulo. E n cuanto a la temática, podemos afir­m a r que se t r a t a de u n r e s u m e n en clave de idolatría de toda la historia de rebelión y de­sobediencia. S u forma es de controversia pro-fética ("rib"), a u n q u e el lugar de la e sperada confesión del pecado lo ocupa u n a profesión blasfema de idolatría. Basándonos en varios indicios y especialmente en el cambio de su­jeto, proponemos la siguiente división del ca­pítulo en t res secciones:

a) J r 44 ,1 .2-14: Discurso de J e r e m í a s b) J r 44 ,15-19 : Respuesta-diá logo c) J r 44 ,20-30 : Discurso de J e r e m í a s .

a) J r 44 ,1 .2-14: Discurso de Jeremías. El profeta echa e n ca r a al pueblo que es ­

t á en Egipto toda s u historia de maldad y re­chazo de la palabra de Dios. Les acusa de u n

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pecado, cuya enormidad se mide por la abun­dancia de sinónimos (maldad, abominación, pecado, idolatría) y por su duración en el tiempo (Jr 44,9). Continuos y extensos ha si­do también los intentos del Señor en la his­toria para conseguir la conversión (Jr 44,5): la ley y los profetas los resumen (Jr 44,4.10). La terquedad ha sido, pues, constante (Jr 44,5). En el centro del discurso, la acusación toma forma de dos preguntas retóricas (Jr 44,7.9). En el aspecto geográfico conviene notar que J u d á (Jr 44,7) ha dejado de ser u n lugar para convertirse en un concepto corporativo del que no va a quedar ni un res­to. Finalmente el Señor da su sentencia (Jr 44,11-14): va a actuar contra quienes deci­dieron ir a Egipto. Hasta ahora la ira divina parecía estar provocada por una maldad ge­nérica y por una no menos genérica idolatría. Ahora hay indicios de una causa más con­creta: la ida a Egipto. Con el recuerdo del cas­tigo de Jerusalén se cierra en inclusión la sec­ción (Jr 44,13; 44,2). Quienes vieron su cas­tigo son testigos que añoran tiempos mejores (Jr 44,14; véase 44,18). La acusación ha si­do amplia: abarca toda la historia en la tie­rra hasta la llegada a Egipto.

b) J r 44,15-19: Respuesta-diálogo. En la parte central del capítulo el pueblo

responde a la acusación aduciendo sus mo­tivos. Su estructura es simple. Tras u n a introducción (Jr 44,15), desproporcionada­mente larga, todo el pueblo pronuncia una profesión de rebeldía contra la palabra del Señor. Solemnemente y por vez primera el pueblo se niega a hacer caso a la palabra del profeta, pronunciada en nombre del Señor. Hasta ahora sólo se habían atrevido a negar la autenticidad de la misión profética. Adu­cen una razón para la desobediencia: el cum­plimiento de la ley. Han hecho una promesa y deben cumplirla: los hombres, según man­da Nm 30,3; las mujeres, porque sus maridos no les han liberado de la promesa (Nm 30,8). Es claro que las cosas les han ido mal, pero ahora están pervirtiendo el sentido de la his­toria: piensan que sus desgracias se deben no a la desobediencia al Señor, sino a no ha­ber cumplido sus promesas a Istar (o Astar-

té) la reina del cielo. Hace poco acusaban a Jeremías de falsedad y ahora pervierten la ley, desvirtúan sus dones y desconocen al do­nante: teníamos pan en abundancia, nos iba bien y no conocíamos la desgracia (Jr 44,17). Contraponen al Señor y a la reina del cielo; pronuncian la anti-palabra. ¿Qué puede res­ponder Jeremías?

c) J r 44,20-30: Discurso de Jeremías. Jeremías intenta poner las cosas en su si­

tio, explicando las verdaderas razones de la desgracia (Jr 44,20-23). El ambiente es ten­so: una doble invitación a escuchar (Jr 44,24. 26) recuerda y rebate la anterior negativa a obedecer: no podemos hacer caso a la palabra que nos has transmitido (Jr 44,16). El Señor va a sentenciar la situación. Comienza opo­niendo un juramento suyo a los votos del pueblo y la desaparición del nombre divino al comportamiento idolátrico del pueblo (Jr 44,25-26). Estremecedora palabra bíblica es­ta negación del gran don de Ex 3,14. ¡Ya no estará el Señor ni en medio del pueblo ni en la boca de sus profetas! A continuación se sentencia la desaparición del pueblo en Egip­to. ¡No puede desaparecer u n pueblo que in­voca al Señor! El nombre y el pueblo desa­parecen juntos. Los socios de la alianza, sellada conjuramento, se oponen por dos pa­labras solemnes: los votos del pueblo y otro juramento del Señor. La historia decidirá qué palabra prevalece. El Señor comunica el sig­no que le dará la victoria: entrega al faraón en manos de Nabucodonosor (Jr 44,29-30). El Señor se muestra como gobernador del mun­do y de la historia: él premia y castiga; él garantiza el cumplimiento de su palabra (Jr 1,12). El anti-éxodo ha culminado en Egipto.

45,1-5 Oráculo a Baruc. Culminada la re­belión, se vuelve a recordar el libro destrui­do en tiempos de Joaquín. Baruc personifi­ca la descendencia espiritual de Jeremías y de su palabra. A él se dirige este oráculo. La queja de Baruc (Jr 45,3) suele entenderse co­mo preocupación por su futuro personal. Mo­tivos no le faltan, pero esa interpretación re­duce el sentido del capítulo. Depende de có­mo se interprete su esperanza: ¡Y tú pides

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para ti cosas extraordinarias! (Jr 45,5). Esas "cosas extraordinarias" (literalmente, "cosas grandes") en J r 33,3 significaban la recons­trucción. Cuando se confiesa que sólo el Se­ñor hace "cosas maravillosas" (Sal 71,19; 106,21; 111,2; 136,4; Job 5,9; 9,10; 37,5) nor­malmente se recuerdan las maravillas reali­zadas por Dios en la creación y en el Éxodo. ¿No podrá realizarlas ahora? ¿No las había anunciado ya el mismo Jeremías (véase J r 21,2, etc.)? ¡No lo esperes ahora!, responde el oráculo. Construir, arrasar, plantar, destruir aparecen en J r 45,4 y en otros cinco lugares del libro de Jeremías (Jr 1,10; 18,7; 24,6; 31,8; 31,40 y 42,10; especialmente relacio­nados con este texto están J r 24,6; 31,40 y 42,10), donde anuncian un giro en la histo­ria, cuando el Señor se arrepiente del mal causado y hay que esperar en su poder pa­ra recomenzar. Aquí afirman lo contrario. Ba-ruc, representante de la palabra, no debe es­perar ahora un nuevo comienzo; basta con salvar la vida. No es tiempo de esperanza, si­no de reconocimiento. La calamidad actual alcanza a toda la tierra (Jr 45,4) y a todo vi­viente (Jr 45,5). La falta de reposo (Jr 45,3), que produce angustia, dolor y llanto a Baruc es la carencia de la tierra: Por eso juré en mi cólera: "[jamás entrarán en mi descansoF (Dt 12,9; Sal 95,11; Hch 3,11). Baruc salvará la vida como botín, pero será una vida errante; quedará como testigo de la destrucción anun­ciada y cumplida. A Baruc se le pide aceptar este viaje sin retorno. Se le concede la posi­bilidad de vivir, para testimoniar que el pue­blo ha muerto por no aceptar la pequenez y la muerte del sometimiento a una potencia ex­tranjera en su territorio. La salvación estaba en aceptar la muerte como nueva vocación.

Reflexión final sobre Jr 25-45

Sin testigos, el cumplimiento de la palabra es inútil pues pierde toda capacidad de co­municación. Los pocos testigos sufrirán en su piel el dolor de la condena, tendrán que reconocer que nada ni nadie es capaz de des­truir la palabra del Señor (véase J r 36). Pe­ro la existencia de estos testigos es interpe­lación para el futuro: el testimonio engendra

reconocimiento, el reconocimiento la alaban­za. El grupo de testigos, personificados en Ba­ruc, puede provocar una palabra verdadera de respuesta a la palabra del Señor que siem­pre se comunica. Testimonian el cumplimiento de su palabra de condena. Toda la etapa fi­nal de la historia se ha narrado como anti­éxodo no sólo por coincidencias externas: a) la oposición entre Jeremías y Moisés; b) las etapas recorridas (tierra, pan y agua, nombre de Dios, Egipto), contrarias a las del Éxodo (Egipto, desierto, nombre de Yahvé, tierra). Esta narración constituye una constante con­fesión de fe: el autor de la desgracia es el mis­mo Dios del éxodo, el que creó a su pueblo de la nada en Egipto. Se ha cumplido la palabra de condena, escrita en el libro (Jr 36). Pero ésta no es la única -ni la primera- palabra anunciada por Jeremías. Hay otra anterior: Cumpliré mis promesas (Jr 33,14); hay otro li­bro, cuyo contenido de restauración precede a la condena (Jr 30,2). Y debe cumplirse. La salvación ha sido anunciada por Jeremías co­mo nueva creación (Jr 33,2-4), nueva ben­dición patriarcal (Jr 33,22), reinstauración de la casa de David (Jr 33,15-18). Pero novedad no es repetición; la novedad presupone la destrucción de lo anterior, su transforma­ción. Es novedad paradójica, no lineal. Hay que volver a dar a luz y eso será tarea de hombres y con dolor (Jr 30,6); hay que re­hacer la fecundidad y las mujeres tendrán una misteriosa iniciativa (Jr 31,22). El cum­plimiento de la amenaza sirve de prueba pa­ra esperar la salvación. El grupo de testigos vuelve, así, a posibilitar un nuevo comienzo en el futuro. Tal vez los oráculos contra las naciones, que siguen a continuación, prepa­ran el camino.

m ORÁCULOS CONTRA LAS NACIONES

(46,1-51,64)

Los oráculos contra las naciones tienen un origen controvertido. Desde antiguo los pro­fetas estaban asociados a las decisiones so­bre guerras (Nm 22-24; 1 Sm 1-12; 1 Re 22). Se suponía que a ellos tocaba impetrar del

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JEREMÍAS 47

Señor la victoria, pronunciando un oráculo contra el enemigo.

En todos los profetas mayores y en Amos los oráculos contra las naciones forman co­lección. El libro de Amos comienza con ellos, mientras que en Isaías y Ezequiel ocupan el centro de sus respectivos libros; esto mismo ocurre en la versión griega de Jeremías, que coloca la serie tras J r 25,13 -no existe J r 25,14-, aunque en distinto orden: Elam, Egip­to, Babilonia, Filistea, Edom, Amón, Cadar, Damasco y Moab. El orden del texto hebreo tiene mayor sentido geográfico. Varios auto­res modernos defienden la originalidad de la ubicación griega y del orden hebreo (que se­guiremos); señalan que en el s. II a. C. los lectores entendían el oráculo contra Babilo­nia (Jr 50-51) como dirigido contra el impe­rio seléucida.

La colección jeremiana de oráculos contra las naciones presenta las siguientes carac­terísticas:

a) Judá no aparece en la lista, quizás por­que acaba de narrarse su desaparición (véa­se J r 25,18, donde ocupa el primer lugar);

b) en los dos extremos se mencionan a Egipto y Babilonia, que constituyen los po­los de la historia del pueblo;

c) literariamente suponen la ampliación a toda la tierra de la desgracia de Judá (véa­se la glosa en J r 45,4);

d) al mismo tiempo suponen una cierta esperanza de alivio para el pueblo (Jr 50,27-28; 50,4-7.17-20.33-34; 51,34-36). Algunos oráculos concluyen anunciando un "cambio de suerte" (Jr 46,25; 48,47; 49,6.39). Al me­nos los primeros oráculos se datan en el año cuarto de Joaquín (Jr 46,2. Véase J r 49,34; 51,59).

46,2-28 Egipto. El capítulo contiene dos oráculos: en el primero (Jr 46,2-12) se men­ciona la derrota de Carquemis; en el segun­do (Jr 46,13-24) una invasión de los Babi­lonios. No se aducen motivos para la des­gracia. Dos pequeños fragmentos cierran el capítulo: uno pone límite al castigo de Egip­to (Jr 46,25-26), el otro aprovecha el mal de Egipto para cantar el alivio de Israel (Jr 46,27-28).

a) J r 46,1-12: Egipto ha intrigado en Pa­lestina contra los imperios mesopotámicos. El faraón Necao atravesó Palestina con sus tropas el año 609 a. C. y mató a Josías. Así cayó inesperadamente el artífice de la refor­ma (véase J r 7,1-15; 26,1-24). Pero el faraón no contaba con el Señor. En su marcha gue­rrera camina hacia la derrota (Jr 46,3-6). Se hizo fuerte en la margen occidental del Eu­frates y allí asentó a sus aliados, hasta que el año 605 a. C. Nabucodonosor les infringió una grave derrota. También conocerá el te­rror (Jr 6,25; 20,3.10; 49,5.29) que viene del Norte (Jr 1,13-15; 3,12; 4,5-6,30). Los mag­níficos preparativos bélicos (Jr 46,2-3) se convierten de repente en desbandada gene­ral (Jr 46,5). Egipto ya no podrá servir de ayuda a quienes pretendan oponerse a los caldeos. El oráculo recoge una imagen típi­ca de Egipto, como son las inundaciones del Nilo, para dibujar los planes imperialistas egipcios que el Señor transforma en fracaso.

b) J r 46,13-24: Después de Carquemis, Nabucodonosor invade Egipto. Los vecinos deben avisarle, pero ya es tarde. El toro Apis no resiste el empuje del Señor (Jr 25,9; 27,6; 43,10): la palabra hebrea "toro" se utiliza pa­ra "guerrero" y también como nombre del Se­ñor (Gn 49,24; Sal 132,5; Is 49,26; 60,16). Dos toros se oponen. Tampoco el faraón so­portará al enviado del Rey de la historia (Jr 45,7 juega con el nombre del faraón Hofra). Egipto era una hermosa novilla, su comercio florecía como un rebaño de novillos, su fuer­za parecía la de un bosque. Todo su poder será entregado al pueblo del Norte.

c) J r 46,25-28: Dos versículos en prosa (Jr 46,25-26), añadidos posteriormente, comen­tan el castigo y anuncian el cambio de suer­te para Egipto. Recuerdan a Ez 29,13-16.19. Por contagio, Israel no será menos (Jr 46,27-28) y volverá del destierro. Este no es el sitio adecuado para semejante oráculo. De todos modos, y a pesar de su parecido con temas del segundo Isaías (Is 41,8-13), pudieran ser originales de Jeremías (Jr 30,10-11).

47,1-7 Filistea. El título especifica una fecha poco concreta. Sabemos que Nabuco­donosor conquistó Ascalón el año 604 a. C.

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Podemos suponer un ataque egipcio para re­cuperarla. Los caldeos respondieron ata­cando a Egipto el 601 a. C , pero fueron re­chazados. (Esta derrota alentó la rebelión de Joaquín). Este oráculo, por tanto, pudo ser pronunciado entre el 604 y el 601 a. C. Los filisteos son enemigos de Judá desde el tiem­po de los "jueces" y sólo fueron dominados por David. Ocupaban la zona costera occi­dental y en el momento de pronunciarse es­te oráculo estaban reducidos a la mínima expresión. Las imágenes recuerdan las uti­lizadas en el oráculo contra Egipto: la inun­dación que pretende restablecer el caos pri­migenio, la descripción viva y brillante de la batalla, la victoria caldea como "el día" pre­parado por el Señor. Para que el enemigo del Norte alcance territorio filisteo debe pasar antes por las ciudades aliadas fenicias de Si-dón y Tiro (Jr 47,4). La lectura que hacemos de J r 47,5, siguiendo al texto griego, rela­ciona Gaza y Ascalón con los enaquitas (Nm 13,22-23; Dt 1,28); según Jos 11,22 queda­ron allí algunos de estos gigantes (véase 1 Sm 17,4; 2 Sm 21,16-22). Tres preguntas retó­ricas cierran el oráculo (Jr 47,5b-7). Las dos últimas tienen como tema la "espada del Se­ñor" (véase J r 12,12).

48,1-47 Moab. La vista se dirige ahora a los vecinos orientales y se comienza por Moab. Es un enemigo tradicional de Israel, a quien los profetas dedican varios oráculos (Am 2,1-3; Is 15-16; Ez 25,8-11; Miq6,5; Sof 2,8-9). Llama la atención la inesperada extensión del oráculo y el ingente número de ciudades nombradas. El orden de las ideas no admi­te lógica, debido a la complejidad literaria. A partir de J r 48,29 gran parte del material se repite en Is 15-16. Toda división resulta ar­tificial. Para una lectura puede ayudar la si­guiente propuesta:

a) J r 48,1-13: Moab es una región de ele­vadas llanuras y valles (Jr 48,8), que por su situación geográfica nunca ha conocido el dominio extranjero (Jr 48,11-12). Ahora va a ser destruida. Probablemente Madmén (Jr 48,2), "estercolero", es un juego de palabras para referirse a la ciudad de Dimón (Is 15,9) o Dibón (Jr 48,18). Camós, su dios, tiene fa­

ma de terrible (2 Re 3,21-27); ahora le toca ir al destierro, pues no puede nada contra el Señor, que ordena su destrucción (Jr 48,10).

b) J r 48,14-28: Varias unidades pequeñas de distinto origen componen esta sección. Por lo visto, su población todavía no ha conoci­do el destierro. Pero esta situación no se de­be a la fuerza de sus soldados (Jr 48,14). Los pueblos vecinos serán testigos de su derrota (Jr 48,17). Las mismas ciudades de Moab (Jr 48,18-20) parecen entonar un canto funera­rio ante el cadáver de Moab. Las ciudades nombradas en J r 48,21-27 aparecen en la es­tela de Mesa. Forman parte de un texto en prosa añadido posteriormente; el brazo y el cuerno son imagen de la fuerza, que Moab va a perder. La borrachera (Jr 48,26-27) es ima­gen de castigo (Jr 25,17-29) y el borracho ob­jeto de burla.

c) J r 48,29-39: Los primeros versos (Jr 48,29-33) aparecen repetidos casi al pie de la letra en Is 16,6-10; los siguientes (Jr 48,34-39) también se encuentran sueltos en Is 15-16. El conjunto explica el motivo de la derrota en la tradicional soberbia de Moab (véase Is 16,6-12; 25,10-11; Sof 2,8-11). Sus lamentos llegarán a contagiar al poeta, que llorará su desgracia. Su rica producción de vino se true­ca en borrachera altiva que produce risa y es­panto a los vecinos.

d) J r 48,40-47: También estos versos son eco de otros conocidos (Is 24,17-18; Nm 21,28-29). El vuelo del águila sirve para re­presentar la facilidad de movimientos del ejército enemigo por la altura de Moab. En la condena terror, fosa y cepa se suceden en trágica cadena. Nadie puede huir. Al final, de nuevo se anuncia un cambio de destino (Jr 48,47; véase J r 46,25; 49,6.39).

49,1-6 Amón. Amón está situado en la zona oriental del Mar Muerto, al norte de Moab. Sus relaciones con Israel no han sido especialmente buenas (Dt 2,37; Jue 11,4-33) y tampoco con Judá (2 Sm 10; 1 Re 4,13-19). Tras la deportación asiría del reino de Israel (2 Re 15,19) Amón se anexionó parte de los territorios de Gad, tribu israelita (Jr 49,1). Baalís de Amón estuvo implicado en el ase­sinato de Godolías (Jr 40,13-41,15). Su dios

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se llamaba Malcom ("mi rey") y se identifica con Molok ("mi sacrificio"), para favorecer un juego de palabras. Sus ciudades Raba, Jes-bón, Ay (diferente de la citada en Jos 7) se­rán destruidas; su confianza se trocará en terror (Jr 49,5; véase J r 46,9; 49,29); su se­guridad en dispersión y destierro. Pero un día el Señor volverá a cambiar su suerte (Jr 49,6; 46,25; 48,47; 49,39).

49,7-22 Edom. Edom es el vecino del Sur. Desciende de Esaú (Gn 36), hermano de Ja­cob (Gn 25,21-34; 27; 32,4-21). Estuvo so­metido a Judá desde los tiempos de David hasta el s. VII a. C. Tantos años de someti­miento crearon un ambiente muy negativo. Aprovechó la destrucción de Jerusalén para desquitarse y ocupar parte del territorio de Judá (Lam 4,21-22; Abd 1-14; Ez 35,1-15; Am 1,11-12; Sal 137,7). El texto presente consta de dos poemas. El primero (Jr 49,7-16) parece réplica de Abd 1-9. Comienza ci­tando la proverbial sabiduría de Edom (Abd 8), que se está consumiendo y llega el casti­go. La vendimia será escrupulosa y nadie se salvará. También a Edom le alcanza la copa del castigo.

El segundo poema (Jr 49,17-22) recoge frases de otras secciones del libro de Jere­mías (Jr 50,40; 50,44-46; 48,40-41). Las na­ciones son invitadas a acabar con el orgullo de Edom. Babilonia es un águila que vuela más alto que sus ciudades. La imagen del león y el pastor ha sido utilizada bíblica­mente en ambas direcciones: aquí (y en Am 1,2; 3,8.12) Dios es el león que viene a ata­car; otras veces (Ez 34) es el pastor que de­fiende. Sodoma y Gomorra son un ejemplo de destrucción, geográficamente cercano. A Edom no se le anuncia al final un cambio de suerte.

49,23-27 Damasco. De repente saltamos al Norte. La capital de Siria y de todo el rei­no Arameo fue conquistada por los Asirlos en el último tercio del s. VIII a. C , pocos años antes de la toma de Samaría. En la época de Jeremías no quedan más que las sombras de su grandeza. Tal vez las ciudades de Jamat y Arpad fueron aliadas de Nabucodonosor.

La fraseología utilizada aporta pocas nove­dades en el libro de Jeremías. El último ver­sículo (Jr 49,27) recuerda los oráculos de Amos (véase Am 1,4.7.10.12.14; 2,2.5). Tam­poco a Damasco se le anuncia un futuro cam­bio de suerte.

49,28-33 Árabes. Las tribus que habitan al norte de la península arábiga (Cadar) re­ciben también sus oráculos. Se discute la in­terpretación de Jasor. No es la gran ciudad cananea contra la que luchó Josué (Jos 11), pero tampoco hay rastros de ella por terri­torio árabe. Alguno opina que se trataba de un apelativo (Jazer) para los nómadas se-dentarizados. Sus costumbres nómadas se aprovechan para dibujar los contornos del desastre: tiendas sin puertas, marchas con­tinuas, paisaje desértico, rebaño en busca de pastos, camellos como botín. La marcha ha­cia el desastre se ofrece espontánea al poe­ta. Viviendo a la intemperie, por todas par­tes les vendrá el terror (Jr 49,32; véase J r 6,25; 20,3.10; 46,9; 49,5). No se aducen los motivos para el castigo, ni se espera un cam­bio de destino.

49,34-39 Elam. La vista se aleja hacia Oriente; la fecha se adelanta al tiempo de Se­déelas. Elam estaba situada en las regiones más bajas del Eufrates y Tigris, en la zona sudoccidental del actual Irán. Lejos de Judá, en los confines del mundo, su capital, Susa, dada su situación geográfica, sufrió pronto el dominio babilónico. La Biblia da a cono­cer poco de Elam: tal vez su habilidad como arqueros (Is 22,6; J r 49,35); este oráculo no aporta ningún dato específico: ni nombres de ciudades, ni de dioses, ni de dinastías. To­dos los verbos están en primera persona del singular, subrayando la acción de Dios en persona. Particularmente llaman la atención dos acciones: el fuerte viento de los cuatro extremos del mundo (Jr 49,36), que disper­sará a los habitantes por los cuatro puntos cardinales, y el asentamiento del trono del Señor en Elam (Jr 49,38). Ambas imágenes subrayan la amplitud y extensión del seño­río de Dios. La suerte de Elam cambiará en el futuro (Jr 46,6; 48,47; 49,6).

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JEREMÍAS 50-51

50,1-51,58 Babilonia. Le llega el turno a Babilonia. Con ella se cierra el ciclo que abrió Egipto (Jr 46). El pueblo israelita que nació en Egipto desapareció bajo el imperio babi­lónico. La caída de éste significará el perdón (Jr 50,20) y la rehabilitación de aquel. El tex­to incluye varios oráculos (Jr 50,1-51,58) y una narración (Jr 51,59-64) contra Babilonia.

Los oráculos contra Babilonia son des­proporcionadamente largos y dan idea del carácter prototípico de "enemigo", que se ha ganado Babilonia tras el exilio judío. Aun­que Jeremías haya pronunciado personal­mente oráculos contra Babilonia (véase J r 27,7; 29,10; 51,59-64), no todos los versículos de estos capítulos pueden ser considerados auténticos del profeta. Las ideas se repiten, sin presentar desarrollo orgánico. Tal vez sea mejor dejarse impresionar por su lectura, que intentar descubrir una lógica de pensamien­to. La temática no es oscura: a) el "resto" del pueblo se encuentra sometido al poder cal­deo; b) el Señor es el único Interesado en ha­cer justicia a los suyos (venganza, salvación, J r 50,15; 51,10); c) por eso, castiga a Babi­lonia, restituyendo la libertad a su pueblo, d) al que manda salir de allí en dirección a Sión; e) la rehabilitación será completa y se logra­rá la reunificación de Israel y Judá (Jr 50,34; 51,4). Toda división literaria resulta hipoté­tica, pero puede ayudar a la lectura.

a) J r 50,1-7: Comienza el oráculo con el anuncio del desastre de Babilonia. Marduk, señor de Babilonia (distorsionado en el tex­to bíblico como Merodak) ha sido vencido y está avergonzado ante todo el mundo. El "enemigo del Norte" se convierte en víctima de otro "enemigo del Norte" y Yahvé sigue siendo el señor del mundo. J r 50,4-7 hace la primera aplicación a Israel de la derrota de Babilonia: israelitas y judíos buscarán jun­tos al Señor en Sión. Del extravío de su pue­blo se han aprovechado todos y ahora les to­ca devolver el botín. La alianza será eterna e irrevocable. El lenguaje recuerda al de los discípulos de Isaías (véase Is 49,14-18; 59,20-21; 60,14) y al de los salmos del perío­do exüico (Sal 126,4-6).

b) J r 50,8-32: Continúa con una invita­ción a los exilados para que abandonen Ba­bilonia, pues una coalición de naciones (Jr 50,9) arrasará el imperio por orden del Se­ñor de la historia. Algún comentarista rela­ciona a la coalición con la gran multitud de J r 31,8, identificándola con Israel (véase más abajo J r 51,35-38). Una invitación irónica a la alegría (Jr 50,11) señala la conversión del triunfo sobre Israel en derrota y abre una sección (Jr 50,11-16) en la que se canta la ira del Señor. Babilonia, madre de hijos po­derosos y valientes, es la víctima en la ba­talla definitiva. De instrumento de la acción de Dios pasa a ser el objeto de su ira: las nu­bes de flechas, el desplome de torres y mu­rallas, su desolación ante la espada son los rasgos de su derrota.

La suerte de Israel da sentido a toda esta acción punitiva (Jr 50,17-20). Primero cayó Asiria; igualmente le toca el turno a Babilo­nia. También a Israel la destrozó su pecado, dejándola a merced de las naciones extran­jeras; la rehabilitación será signo del perdón total. La guerra que sufrirá Babel (Jr 50,21-28) es la guerra del Señor, la auténtica gue­rra santa, en la que no hay espacio para el botín, sino sólo para el exterminio (Jr 50,26). Nadie debe aprovecharse de la victoria del Señor. Conviene recordar que Babilonia ha sido el martillo de toda la tierra (Jr 50,23). La insolencia y el orgullo (Jr 50,29-32) en su ac­tuación contra Israel han sido la causa de su desastre.

c) J r 50,33-46: El "redentor" o "salvador" (go'eQ de Israel es el Señor (véase la legislación sobre el "goel"=redentor en Lv 25,47-50). En esencia es volver a repetir su actuación del Éxodo (Ex 6,6; 15,13), cuando rescató a su pueblo oprimido por Egipto. Dios en persona llevará a cabo la salvación. El "cántico a la es­pada" (Jr 50,35-38) confirma la eficacia de su acción y su poderío. Lo que resta de capítu­lo resuena también en otros lugares: la com­paración con Sodoma y Gomorra tenía mejor relación geográfica contra Edom (Jr 50,40; véase J r 49,18); el ataque del pueblo del Nor­te (Jr 50,41-42) ya había sido anunciado an­tes contra Israel (Jr 6,21-22); el terror del

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león que surge de la espesura (Jr 50,44-46) también lo conoció Edom (Jr 49,19-21).

Este capítulo confirma que el Dios de Israel controla el destino de los pueblos. Su plan se realiza en la historia y no es definitivamente negativo para Israel (véase Is 51,19^28,21; 29,15; 30,1). r 7

d ) J r 5 1 , l - 1 4 : A Israel y J u d á las defien­de su Dios. No son viudas indefensas. Man­tenerlas desterradas es una ofensa que Ba­bilonia va a pagar. Varios temas o recursos conocidos recorren de principio a fin este conjunto de versículos, si bien no faltan pe­culiaridades que lo caracterizan. Son co­nocidos el tema de las langostas (Jr 51,14; véase 46,23), la venganza divina (Jr 51,6) o el bálsamo curativo (Jr 51,8; véase J r 8,22), la copa de la ira (Jr 51,7; véase J r 13,12-13; 25,15-29; 49,12-13), así como el recurso al Atbash (Leb-Camay en vez de Caldeos, J r 51,1; véase J r 25,25-26 y 51,41). Respecto a las peculiaridades se pueden señalar: a) el cambio de persona en los verbos: comienza hablando Dios en primera persona (Jr 51,1-2), se pasa a hablar de él en tercera perso­na (¿el profeta? J r 51,3-8) y toma la palabra un coro que se expresa en primera persona del plural (Jr 51,10-11), para concluir con unos versículos dirigidos a Babilonia y pro­nunciados por el profeta o el coro (Jr 51,12-14); b) sólo en los últimos cinco versículos se constata una quíntuple invocación del nom­bre del Señor; c) resulta conmovedor el in­tento del pueblo por curar la herida de Ba­bel (Jr 51,9-10) y su invitación a la alabanza divina. La alusión a los medos como instru­mentos de la victoria del Señor (Jr 51,11) evi­dencia un origen posterior. De todos modos la madre de Ciro era de Media y siempre se consideran como aliados los medos y los per­sas (véase Dn 5,28; 6,8.12.15).

e) J r 51,15-33: El conjunto es notable­mente heterogéneo. J r 51,15-19 está toma­do casi al pie de la letra de J r 10,12-16. La potencia del Dios creador hace vano el poder atribuido a los ídolos babilónicos. El am­biente de polémica anti-idolátrica utiliza fre­cuentemente el mismo tema, al que une el

derecho de propiedad sobre Israel (Is 44,9-20; 40,12-23).

Llama la atención el cántico del martillo (Jr 51,20-23; véase el cántico a la espada en J r 50,33-38). En contraposición con el an­terior, éste presenta una clara estructura concéntrica:

a) naciones y reinos b) símbolos de guerra: caballos-jinetes,

carros-aurigas c) hombres y mujeres

d) ancianos y jóvenes c. mozos y doncellas

b. símbolos de paz: pastores-rebaños, labradores-aperos a. gobernadores e intendentes.

No es tan claro el sentido de la estructu­ra. Tal vez este cántico se entonó original­mente contra Israel. Queda también oscuro quién es el instrumento del Señor para tri­turar: en J r 23,29 era su propia palabra, en J r 50,23 había sido Babilonia; varios auto­res modernos lo entienden dicho del "resto" del pueblo, por las continuas alusiones a Sión en el contexto.

La oposición entre el monte de Sión y la montaña de Babel (posible alusión a sus tem­plos "elevados" o zigurat (Jr 51,24-26) da pa­so a otra escena guerrera (Jr 51,27-33). Es­ta vez se convoca a todas las naciones y se los invita a aliarse contra Babilonia, pero no hay batalla. Babel es u n terreno de escombros y cenizas. La rapidez con que se suceden las noticias del desastre no permite la sucesión ordenada de los mensajeros (Jr 51,31).

f) J r 51,34-58: Un diálogo entre Jerusalén y el Señor (Jr 51,34-44) aclara las razones: el castigo de Babilonia es un acto de justicia por la sangre de Jerusalén (véase J r 51,6. 11). Jerusalén pidió ayuda a su redentor y éste se la brindó. El castigo (Jr 51,36b-40) se describe como sequía estéril, abundancia de fieras, borrachera eterna o matanza sacrifi­cial. En el fondo es repetición de la lucha pri­migenia de Dios contra las fuerzas del caos: bajo éstas sucumbe Babilonia, permitiendo el rescate de Israel. Alguien ve en J r 51,44 la

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imagen básica cuyo midrash o comentario daría lugar al libro de Jonás. J r 51,41 vuel­ve a evitar pronunciar el nombre de Babilo­nia mediante el procedimiento atbash (véa­se J r 25,26).

En J r 51,45-53 se confiesa la justicia di­vina. El señor (Bel) de Babilonia va a ser ani­quilado, pero el pueblo del Señor no debe te­mer; todo va suceder para su salvación. El orgullo y la osadía del opresor van a ser cas­tigados (Jr 51,49). En medio del exilio no de­ben olvidarse de Jerusalén (véase Sal 137); que es la fuente de su esperanza, porque el Señor no perdonará que la hayan humillado.

Los versículos finales (Jr 51,54-58) apor­tan el testimonio de un testigo ocular del de­sastre. Su testimonio es completo: destruc­ción, silencio, demolición de muros, soldados presos, jefes confundidos como borrachos, muerte y fuego. En el último versículo, a mo­do de moraleja, el profeta cita un conocido refrán (citado también en Hab 2,13) sobre la inutilidad de los esfuerzos de las naciones.

51,59-64 Envío de las profecías a Ba­bilonia. Los oráculos contra Babilonia con­cluyen con un apéndice (Jr 51,59-64) na­rrativo que trata de confirmar el contenido de aquellos: la caída de Babilonia es irrevo­cable. Que se trata de un apéndice, lo dice expresamente la frase final que aparece tra­ducida como: Hasta aquí las palabras de Jeremías (Jr 51,64). En hebreo se indica el lugar exacto citando la última palabra de J r 51,58 (véase introducción al libro de Jere­mías, apartado 3,B.d).

Jeremías encarga a Serayas, hermano de Baruc (véase J r 32,12), llevar a Babel el con­tenido de los oráculos y pronunciarlos con­tra la ciudad; atar el libro a una piedra y hundirla en el Eufrates. Al valor de la pala­bra divina escrita se añade la efectividad de una oración pronunciada (Jr 51,62) y de un gesto simbólico. El texto hebreo de la narra­ción plantea un problema histórico, pues pa­rece indicar que Sedecías viajó a Babilonia. En griego, quizás con mayor acierto, se corri­

ge: Sedecías envió una misión a Babilonia, de la que formaba parte Serayas. El suceso se data en el año cuarto de Sedecías (604 a. C), año de la fracasada reunión internacional contra Babilonia, a la que se opuso Jeremías (Jr 27). Jeremías exigía someterse a Nabu-codonosor porque sólo de la aceptación del castigo cabía esperar la futura salvación. La caída de Babilonia, al llegarle su turno, mar­cará el comienzo de una nueva etapa histó­rica para su pueblo. Así se completa su mi­sión de "edificar y plantar" (Jr 1,10). El libro arrojado al Eufrates está estructuralmente relacionado con el escrito en J r 25,13.

IV APÉNDICE HISTÓRICO

(52,1-34)

Concluido el libro de los oráculos, narra­ciones, confesiones, etc. de Jeremías, se aña­de este capítulo histórico. Es copia del se­gundo libro de los Reyes (2 Re 24,18-25,30), excepto en lo relativo a Godolías y en los da­tos del censo de exiliados (Jr 52,28-30) y am­pliación-resumen de lo narrado en J r 39. ¿Por qué esta repetición y clara añadidura? el caso no es único: también el texto del pri­mer Isaías (Is 1-39) concluye con unos capí­tulos copiados del libro de los reyes (Is 36-39 = 2 Re 18,13-20,19). En el caso de Isaías, al menos se citaba el nombre del profeta; en el de Jeremías, no. La única razón puede estar en el deseo de dejar constancia escrita del cumplimiento (Jr 52,31-34) de la restaura­ción del pueblo, al menos en esperanza, en la amnistía concedida a Jeconías. Para poder contarlo, había que repetir el conjunto. La es­peranza cierra, en todo caso, el cumplimiento de la profecía de Jeremías.

Si el orden de capítulos originalmente era el del texto griego (véase Introducción), este capítulo seguiría siendo el cierre del libro de Jeremías, pero estaría colocado después de la caída de Jerusalén, narrada en el bloque J r 36-45.

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BARUC Y CARTA DE JEREMÍAS

José Héctor Lüdy

INTRODUCCIÓN

Como los demás pueblos del territorio pa­lestino también los habitantes del pequeño reino de Judá y su capital Jerusalén, vivieron y sufrieron la dominación y las luchas por el poder entre los imperios de turno. A partir del siglo VI a. C. se hicieron sentir sobre el terri­torio palestino los imperios babilonio y per­sa a los que sucedió el de Alejandro Magno con los enfrentamientos por el poder entre sus sucesores, los seléucidas en Siria y los tolomeos en Egipto.

En varias ocasiones durante el período de dominación babilonia los habitantes de Judá y Jerusalén fueron desterrados y de­bieron adaptarse a nuevos lugares y modos de subsistencia (véase J r 52,15-16.28-30). Muchos desterrados debieron establecerse en sitios pobres y desolados, probablemen­te a causa de la devastación provocada por las guerras entre el poder asirio y el babi­lonio. Algunos se asentaron en Tel-Abib, a orillas del río Quebar, uno de los canales que unían el Tigris y el Eufrates, en las cer­canías de la antigua ciudad de Nippur (véa­se Ez 3,15), en Tel-Melaj y Tel-Jarsá (véase Esd 2,59).

Muchos judíos se adaptaron a su nuevo habitat construyendo poco a poco sus casas y adaptándose al nuevo ambiente tanto en Babilonia y los demás sitios de la región me-

sopotámica donde fueron deportados, como en Alejandría, en Egipto y en los demás lu­gares en torno al mar Mediterráneo donde se asentaron huyendo de la destrucción y po­breza económica a la que fue sometida la re­gión de Palestina por las guerras y los pesa­dos tributos que los dominadores impusie­ron a sus pobladores.

Sin la posibilidad de una cierta indepen­dencia política y sin poder participar en la celebración del culto del templo de Jerusa­lén, el suelo natal y el templo del Dios de los padres se volvieron lugares de referencia co­mún para las comunidades judías dispersas; pero al mismo tiempo dejaron de ser para muchos el único ámbito de realización de las promesas divinas.

El período del exilio-postexilio puso a prue­ba la fidelidad de los judíos desterrados. Mu­chos de ellos una vez instalados en las po­blaciones donde fueron deportados y sobre todo cuando se mitigaron las durísimas con­diciones que hubieron de soportar a comien­zos del exilio, no quisieron retornar a la tierra de sus antepasados. Se presentó entonces el problema de cómo vivir la religión de los pa­dres haciéndola propia y actualizándola, y de cómo transmitirla a los hijos. Se dio así un intenso trabajo de relectura y reformulación de las promesas divinas hechas a Israel en

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BARUC Y CARTA DE JEREMÍAS

medio de un contexto universalista y pluri-cultural.

En este ambiente surgió un nuevo tipo de profecía preocupada por la transmisión y re­estructuración de la fe judía en torno a la ob­servancia de la ley de Moisés en el contexto de u n imperio universal. En pocas palabras, se preguntaron cómo vivir la particularidad de la propia fe en un contexto politeísta y sin-cretista. Este período de cierta apertura se vio profundamente convulsionado con la lle­gada al poder político de los seléucidas, su­cesores de Alejandro Magno en el dominio sobre el territorio palestino y con la revuel­ta religiosa nacionalista conducida por los Macabeos en Palestina.

En este período exílico-postexílico de re­lativa paz, en parte previo a los aconteci­mientos que desencadenaron la rebelión de los Macabeos y en parte paralelo a la al­ternativa de restauración nacionalista, se originó y desarrolló una cierta actividad li­

túrgica y literaria, entroncada de alguna manera con la profecía clásica. Con el de­sarrollo de la vida religiosa judía postexíli-ca estamos ya en los albores del culto de la sinagoga judía y en esta línea de tradición se pueden situar el libro de Baruc y la Car­ta de Jeremías, aunque ambos escritos re­flejan ya la problemática del judaismo del siglo II a. C.

Bibliografía

M. García Cordero, Baruc, en Biblia Comen­tada, III. Madrid 1967. F. Asensio, Baruc y Carta de Jeremías, en La Sagrada Escritura, V. Madrid 1970. A. Fitzgerald, Baruc, en Comentario Bíblico San Jerónimo, II. Madrid 1971. L. Alonso Schókel-J. L. Sicre, Baruc y Carta de Jeremías, en Profetas II. Madrid 1980. A. Lefévre-M. Delcor, Baruc, en Introducción Crítica al AT. Barcelona 1981.

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BARUC

José Héctor Lüdy

INTRODUCCIÓN

Ambientación del libro

El libro de Baruc, ambientado ficticiamente en la época exílica, refleja la estructura de una asamblea litúrgica celebrada en una reu­nión sinagoga!. Por momentos deja aflorar un cierto restauracionismo de sabor naciona­lista, pero en otros momentos parece estar más preocupado por el afianzamiento de la fe judía en la observancia de la ley de Moisés, vivida en medio de las naciones. Probable­mente el texto hasta alcanzar su redacción definitiva recibió numerosos retoques y aña­didos que explicarían las diversas perspecti­vas históricas y religiosas.

La obra ha sido atribuida a Baruc, nom­bre con el que la tradición judía conoció al sercretario del profeta Jeremías. Y efectiva­mente, este librito de cinco capítulos está fuertemente vinculado a los escritos de ins­piración jeremiana: refleja la preocupación del profeta Jeremías por la suerte de los des­terrados y, como él, anuncia que Dios hará una alianza eterna con su pueblo. En tér­minos absolutos, una parte del escrito po­dría haber sido compuesta por el secretario de Jeremías; pero es cosa harto difícil de pro­bar, y en todo caso la redacción final es cla­ramente postexílica. En la mayor parte de las ediciones de la Biblia el libro de Baruc ha ve­

nido figurando con seis capítulos; pero el ca­pítulo 6 es considerado actualmente por una inmensa mayoría de estudiosos como un es­crito independiente al que se denomina Car­ta de Jeremías (Cjr); así lo consideramos en este comentario, por lo que el libro de Baruc consta únicamente de cinco capítulos.

A este mismo personaje conocido como Baruc fueron atribuidos además numerosos escritos judíos del período helenista, que no entraron en el canon hebreo. La obra que ahora nos ocupa no forma parte de la Biblia hebrea -sólo se nos ha conservado en grie­go- y no fue considerada como Escritura Sa­grada por los judíos palestinenses. Sí lo fue por las comunidades judías de la diáspora que la colocaron a continuación del libro de Jeremías, entrando así a formar parte del ca­non griego de las Sagradas Escrituras. La tra­ducción latina de la Vulgata interpuso entre ambos libros las Lamentaciones, atribuidas al profeta Jeremías.

Corrientes literarias presentes en el li­bro de Baruc

En este escrito confluyen las grandes ver­tientes de la espiritualidad del AT que se ma­nifiestan en la diversidad de los géneros li­terarios usados.

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-Como en el grupo de los Salmos denomi­nados penitenciales, aparece aquí una par­ticular forma de plegaria hebrea: la confesión pública del pecado.

-Se da una reflexión sobre los aconteci­mientos y un elogio de la sabiduría, partici­pando así de la vertiente sapiencial de la es­piritualidad judía.

-Se percibe también un cierto influjo de la preocupación deuteronomista por la exhor­tación al cumplimiento de la ley.

-La exhortación de estilo profético pre­sente especialmente en el oráculo de res­tauración, no deja de tener un cierto sabor escatológico.

Todas estas corrientes literarias indican que Baruc es una obra bastante tardía de la tradición judía. Confirman esta apreciación las numerosas afirmaciones referentes al culto que se celebraba en el templo de Je-rusalén, lo cual hace suponer que ya ha te­nido lugar su reconstrucción postexílica.

Organización del contenido del libro

Atendiendo a los diversos estilos literarios que encontramos en Baruc, a las diversas perspectivas históricas y teológicas que se reflejan en él y al uso de la diferente fraseo­logía, se puede considerar que el libro cons­ta de dos grandes secciones:

- La primera, escrita en prosa, contiene una introducción y una súplica penitencial (Bar 1,1-3,8).

- La segunda, escrita en verso, contiene un poema a la sabiduría y un canto de con­solación (Bar 3,9-5,9).

El autor del libro de Baruc j

El autor de Baruc no se identifica perso- i nalmente, pero coloca su obra en referencia j al escrito elaborado por un judío exilado en j Babilonia, de nombre Baruc que significa el j "Bendito". De aquí que muchos han identifi- ! cado al autor de este libro con el personaje Baruc, por él citado, que vivió en el período exílico y vislumbró el comienzo del postexilio. No parece probable, sin embargo, esta hipó­tesis. Más bien debemos pensar en un judío • anónimo de finales del siglo III o principios j del II a. C. como se ha indicado en los apar- i tados anteriores. Incluso cabría pensar en más de un autor, dadas las peculiares ca- \ racterísticas lingüístico-literarias de las dis- i tintas secciones del libro. j

Por otra parte, no parece que estemos ante u n simple caso de seudonimia, pro­cedimiento literario usual en los escritores judíos postexílicos, por el cual se ponía un escrito bajo la autoría ficticia de u n perso­naje importante de la antigüedad. Pues en los casos evidentes de seudonimia se es­cribía la obra en primera persona: Yo, Ba­ruc... y aquí, en cambio, se da comienzo a la obra diciendo que este escrito es el tex- \ to del libro que Baruc... escribió en Babilonia I (Bar 1,1).

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BARUC 1

COMENTARIO

1,1-14 Introducción histórica. La intro­ducción histórica que abre el libro (Bar 1,1-14) ofrece una serie de datos sobre la redac­ción de la obra atribuida a Baruc, sobre es­te personaje y su actividad en Babilonia y sobre el desarrollo de una asamblea celebra­da por judíos desterrados. Incluye además el texto de una carta que los desterrados en­viaron a los sacerdotes y a la comunidad que residía en Jerusalén.

Bar 1,1-9: Los datos cronológicos ofrecidos son desconcertantes. Según Bar 1,2 Baruc habría escrito esta obra en el año quinta, el día siete del mes en que los caldeos conquistaron e incendiaron Jerusalén. El mes al cual se ha­ce referencia, dada la alusión al mes en que las tropas babilonias incendiaron Jerusalén {véase J r 52,12; 2 Re 25,8) podría ser el quin­to, aunque algunos comentaristas piensan en el primer mes del año. Si se tratase del quin­to mes, Baruc habría escrito su libro en el transcurso del año 582 a. C. con ocasión del quinto aniversario de la caída de la capital ju­día en manos de las fuerzas babilonias. Usar la fecha de la caída y ruina de Jerusalén, co­mo referencia para datar una obra literaria o un acontecimiento, encontró gran eco en los escritores apocalípticos judíos del siglo II a. C.

Ahora bien, si Baruc leyó ante el rey Je-conías las palabras del libro que él mismo había escrito (Bar 1,3), esto implica la libe­ración de este rey. Tal liberación acaeció treinta y siete años después de haber sido deportado y encarcelado en el año 598-597 a. C , es decir alrededor del año 561 a. C. (véase 2 Re 25,27-30 y J r 52,31-34). ¿Cómo compaginar esta fecha del año 561 a. C. con la del 582 a. C. señalada más arriba como fecha de la lectura del libro ante el rey Je -:t>nías? Podemos pensar que el redactor del :bro de Baruc distingue entre la redacción ¿el libro (año 582 a. C.) y la lectura solem­ne del mismo (año 561 a. C) . Pero también r*e puede pensar que un redactor posterior,

evidentemente postexílico, ha intentado ac­tualizar el escrito atribuido a Baruc refle­jando en él situaciones más cercanas sus lectores.

Es imposible establecer el motivo, o la ce­lebración a raíz de la cual se habría realizado esta asamblea de judíos deportados en Babi­lonia. La presencia de todo el pueblo indica que los judíos de Babilonia podían reunirse li­bremente y gozaban de cierta paz. Pero ¿se trata realmente de "todos" los desterrados is­raelitas en Babilonia? La referencia al río Sud (imposible de localizar) haría pensar sólo en aquellos que habitaban junto a ese río. Todas estas imprecisiones permitirían poder adap­tar el esquema del desarrollo de la reunión a otras asambleas judías. La reunión que tuvo lugar en Babilonia serviría así como modelo no sólo para la comunidad de Jerusalén (Bar 1,14) sino también para las otras comunida­des judías dispersas. La lectura del libro de Baruc durante una reunión religiosa expli­caría las características litúrgicas del mismo.

El texto presenta dos comunidades judías intercomunicadas: la de Babilonia y la de Je­rusalén. Por una parte se afirma la identidad común de ambas a través de la estrecha re­lación y comunicación que mantienen. Esta comunicación implica una preocupación mu­tua por el bienestar de ambas. La comunidad establecida en Babilonia reza en común y or­ganiza una colecta que es enviada a la co­munidad de Jerusalén, reconociendo así la solidaridad que las unía. Esta ayuda econó­mica bien podría estar destinada a los tra­bajos de la comunidad jerosolimitana que se encontraba abocada a la reconstrucción de la capital judía.

Al afirmar la identidad propia de cada co­munidad se afirma también su diversidad. Una, localizada en Babilonia, celebraba con Baruc, el rey, los jefes y el pueblo una asam­blea litúrgica solemne. La otra, en Jerusalén, constituida por u n grupo sacerdotal cele­braba el culto del templo, pero debía tam-

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bien celebrar el tipo de asamblea litúrgica que tenían los desterrados. Quizás se pueda entrever aquí una afirmación de las comu­nidades judías de la dispersión contra un in­tento centralizado de reestructuración teo­crática, posiblemente de carácter naciona­lista, organizado desde Jerusalén.

Con la presencia del rey, demás auto­ridades y todo el pueblo, el autor tal vez quie­re significar que en la experiencia del exilio se ha logrado la unidad del pueblo de Dios en torno a la proclamación de la fe. Los reyes de Judá, que sólo en contadas ocasiones ha­bían obedecido a la palabra de los profetas y se habían solidarizado con su pueblo, en­cabezan ahora esta manifestación de fe. Es­ta unidad, finalmente encontrada después de tantas experiencias de división y discor­dias, es fundamentalmente espiritual -todos lloraron, ayunaron y suplicaron al Señor- pe­ro se extiende también de forma solidaria a la colecta de dinero, donde cada uno con­tribuyó según sus posibilidades.

Respecto del sacerdote Joaquín no se en­cuentran datos. Y en cuanto a la devolución de los utensilios sagrados del templo (véase 2 Re 24,13; 25,13-16; Dn 1,2), había sido un deseo permanente de la comunidad judía que ahora Baruc ha hecho realidad; la aparente contradicción con lo afirmado en Esd 1,7-11 podría resolverse considerando que muy bien puede tratarse de dos acciones distintas y distantes en el tiempo.

Excursus: ¿Quién es el personaje Baruc mencionado en la introducción del libro que lleva su nombre?

Tal como lo presenta el libro este personaje Baruc gozaba de gran autoridad, tanto entre los deportados como entre los judíos que ha­bían retornado a la tierra de los antepasados:

- celebra una liturgia penitencial en una asamblea solemne de deportados.

- envía como donación el dinero recolec­tado en esa reunión a los sacerdotes de Je­rusalén.

- ha recuperado una cierta cantidad de los utensilios sagrados transportados a Ba­bilonia, que habían pertenecido al templo de Jerusalén, devolviéndolos al culto yahvista.

- envía, junto con la comunidad reunida, ¡ una carta a los habitantes de Jerusalén don- j de los instruye sobre la oración en común, I organizando de este modo la estructura de la I plegaria judía que debía rezarse en las asam- j blea litúrgicas. !

Siguiendo las genealogías mencionadas en j Bar 1,1 y J r 36,2 se ha identificado al Baruc j de nuestro libro con el secretario del profeta I Jeremías. En el libro del profeta Jeremías se | habla bastante de la actividad de su secre- ] tario: fue testigo de la compra de un campo l por parte del profeta (véase J r 32,12-16), con- l signó por escrito los oráculos de Jeremías y j se encargó de leerlos ante el pueblo y las i autoridades; todos estos hechos tuvieron lu- ¡ gar probablemente entre los años 605-604 ¡ a. C. (véase J r 36,1-19.26-27). j

Baruc, el secretario, no sólo escribió y pro- i clamó las profecías que le fueron dictadas por j Jeremías, sino que posteriormente volvió a ] escribir tales profecías, después que el libro j fuera destruido por el rey Joaquín, agregan- \ do otras muchas cosas parecidas (véase J r ! 36,32). Es evidente que el secretario del pro- j feta, al actuar así, se sentía continuador de ¡ la actividad del mismo Jeremías. i

Pero este Baruc, secretario de Jeremías, j corre la misma suerte que su jefe a raíz de la j destrucción de Jerusalén en el año 587 a. C. ! y ambos son obligados a trasladarse a Egip- j to (véase J r 43,3.6-7) donde se supone que j mueren. ¿Cómo es posible colocar a este Ba- ' ruc entre los deportados de Babilonia? Pre- • cisamente esta dificultad dio origen entre los j judíos a una serie de leyendas que trataban i de explicar el desplazamiento de Baruc des- j de Egipto hasta Babilonia. j

j Bar 1,10-14: Se refiere sólo el núcleo de la j

carta enviada, le faltan la mención de los i destinatarios y los saludos inicial y final, tí- ; picos de toda correspondencia epistolar. En Bar 1,14 se pone de manifiesto claramente la finalidad cultual del escrito de Baruc y su carácter normativo.

En Bar 1,12 habla de Nabucodonosor y su hijo Baltasar, sucesión en el trono de Babi­lonia que también ofrece el libro de Daniel, razón por la cual algunos comentaristas da-

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tan la composición de esta sección en el período macabeo.

La introducción decía que la colecta fue enviada al sacerdote Joaquín, a los demás sacerdotes y al resto del pueblo que estaba con él en Jerusalén, pero no se especificaba cómo debía emplearse. En la carta, en cam­bio, se especifica que el dinero debe usarse para el culto del templo. Al mismo tiempo se indica a la comunidad de Jerusalén cuáles son las intenciones por las que se debe rezar. Del conjunto de la carta se deduce una cier­ta supremacía espiritual y económica de la comunidad establecida en Babilonia con res­pecto a la de Jerusalén.

Los datos nuevamente son desconcertan­tes. En primer lugar, de hacer caso a Bar 1,2 y 2,26, el templo se encontraba destruido o al menos en un estado lamentable. Sin em­bargo, la carta supone que en Jerusalén se desarrollaba ya una plena actividad cultual (holocaustos, sacrificios de expiación, in­cienso, ofrendas) en el marco de un templo plenamente reconstruido. En segundo lugar en la carta se aconseja rezar por los gober­nantes dominadores (Bar 1,11). Es cierto que ya Jeremías había aconsejado la sumisión al poder babilonio y pedir por su prosperidad (véase J r 21,8; 28,14; 38,2; 29,7); pero la au­dacia de Baruc al proponer lo que propone a la piedad judía parece que va todavía más allá. Hay en la exhortación de Baruc una cier­ta dosis de ironía y tal vez hay también algún oportunismo en acomodarse a los gobernan­tes de turno; pero fundamentalmente, al pe­dir a la comunidad judía que no se rebelara contra el poder babilonio, Baruc estaba su­giriendo la aceptación concreta de lo que ha­bía predicado el profeta Jeremías y manifes­tando el deseo de que el tiempo del exilio transcurriese en paz. Es importante recordar que una cierta corriente apocalíptica de la es­piritualidad judía, desarrollada después de la caída de Jerusalén, predicaba aceptar la pér­dida de la independencia como sujeción al juicio negativo de Dios viviendo en una acti­tud penitencial, en la esperanza de una fu­tura restauración. Estamos lejos de la acti­tud macabea que resaltaba el pecado de los mueles dominadores, iniciaba una restaura­

ción de marcado sello nacionalista y procla­maba la lucha armada para conquistar la in­dependencia política como signo de la adhe­sión a la voluntad de Dios.

1,15-3,8 Oración penitencial de los des­terrados. Los exegetas han discutido mucho acerca de la posible fecha de composición de la entera sección. Algunos llegan incluso a sostener que se puede datar en el período de dominación romana, bajo Domiciano (año 86 d. C) , o poco después de la caída de Jeru­salén y el saqueo del templo por parte de Ti­to (70 d. C) . Otros retienen imposible fechar esta composición en el período romano y pre­fieren el período de dominación tolomea so­bre Palestina (aproximadamente en el año 300 a. C) . Por la similitud que la sección tie­ne respecto de la oración penitencial de Dn 9,4-19 algunos prefieren datarla en el perío­do macabeo. Otros retienen como lo más pro­bable que la entera sección haya sido varias veces retocada y la discusión sobre la data-ción sería de nunca acabar.

Toda la súplica presenta u n claro influjo de la doctrina del profeta Jeremías. Por mo­mentos el tono, con las abundantes refe­rencias al "día de hoy" como claro recurso de actualización, se asemeja a la exhortación de estilo deuteronomista; encontramos además u n cierto paralelismo con la súplica de Dn 9,7-19.

En la lectura de la oración penitencial se puede seguir el siguiente esquema:

A) Confesión del pecado (Bar 1,15-2,10). Primer momento: Reconocimiento de la fi­

delidad de Dios a lo que había anunciado en la ley de Moisés. El pueblo, en cambio, no ha cumplido los mandamientos, no ha escu­chado a los profetas, ha sido idólatra y la des­gracia ha caído sobre él (Bar 1,15-2,5).

Segundo momento: Reconocimiento de la fidelidad de Dios y de la obstinación del pue­blo en el pecado. Incumplimiento de los man­damientos (Bar 2,6-10).

B) Súplica del perdón (Bar 2,11-18). Primer momento: Memoria de la salvación

operada por Dios (Bar 2,11-15).

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Segundo momento: Descripción de la des­gracia actual de Israel (Bar 2,16-18).

A') Nueva confesión del pecado (Bar 2,19-35). Primer momento: Reconocimiento de la fi­

delidad de Dios a lo que había anunciado por los profetas. El pueblo no aceptó la predica­ción de Jeremías (Bar 2,19-26).

Segundo momento: Reconocimiento de la fidelidad de Dios a lo que había anuncia­do a Moisés. Esperanza de restauración (Bar 2,27-35).

B') Nueva súplica del perdón (Bar 3,1-8). Bar 1,15-2,10: Confesión pública del pe­

cado que se articula en dos momentos, cada uno de los cuales comienza con una confe­sión existencial de fe: Reconocemos que el Se­ñor es inocente; nosotros, en cambio, estamos hoy abrumados de vergüenza (Bar 1,15-16; 2,6) y termina con una reflexión sobre las consecuencias históricas del pecado y la re­velación que Dios ha hecho, en ellas, de su fidelidad (Bar 2,2-5.9).

La confesión del pecado constituye una vi­sión existencial de la relación entre Dios y su pueblo. Por eso la revelación de la situación que vive el pueblo y de su pecado, se inicia con el reconocimiento de Dios. El ritmo de la plegaria está marcado por un profundo re­conocimiento de la historia común y de la propia infidelidad respecto del cumplimien­to de la voluntad de Dios.

El primer momento de la confesión pú­blica del pecado (Bar 1,15-2,5) comienza con una especie de confesión general (Bar 1,15-19). Atañe a todo el pueblo y abarca toda la historia de Israel desde que el Señor lo sacó de Egipto hasta el día de hoy. Es importan­te destacar que el pecado no consiste en la incredulidad sino en la infidelidad del pue­blo al compromiso contraído en la alianza con Dios, en la falta de obediencia a los man­damientos que el Señor le había dado.

Luego se reconoce que por causa de esta rebelión ha sobrevenido la desgracia, sin men­cionar cuál sea y se reconoce además que se ha cumplido así la maldición que Dios había anunciado a Moisés (Bar 1,20-22). En esta confesión se sigue la doctrina del profeta Jere­

mías respecto del pecado como desobediencia (véase J r 7,21-28) y de la justificación del des­tierro como castigo de la idolatría (véase J r 7,30-31; 32,30-35).

Al reconocer las desgracias como cumpli­miento de la voluntad de Dios se mencionan concretamente las consecuencias del pecado y el anuncio que Dios había hecho de ellas en la ley: se llegó incluso a comer la carne de los propios hijos e hijas (Bar 2,3). Hechos de es­ta naturaleza se verificaron en varias ocasio­nes a lo largo de la historia de Israel y Judá: mucho antes de la predicación de Jeremías, durante el asedio de Samaría por las tropas asirías, aproximadamente alrededor del año 722 (véase 2 Re 6,24-29); durante el sitio de Jerusalén por los ejércitos babilonios entre los años 588-587 a. C. (véase Lam 2,20; 4,10) y más recientemente durante el asedio romano del año 70 d. C , previo a la caída de la ciu­dad en manos de Tito (véase Flavio Josefo La guerrajudíaVÍ, 201ss). Todas las desgracias que aquí se recuerdan fueron anunciadas por Jeremías (véase J r 19,6-9; 42,7-18) y son per­cibidas por el pueblo como respuesta de Dios al pecado, revelándose así, en ellas, como el Dios fiel a su palabra tal como está escrito en la ley de Moisés.

En el segundo momento de la confesión del pecado (Bar 2,6-10) se vuelve a hacer una alusión general a la situación de pecado y a las calamidades que ha acarreado a Israel. Pero se da un paso adelante en esta revela­ción del pecado del pueblo y la misericordia de Dios. Se afirma la actitud pertinaz, la obs­tinación en seguir el camino errado por par­te del pueblo. A pesar de las desgracias no han aplacado al Señor ni han cambiado los proyectos de su corazón obstinado. Esta con­fesión de la pertinacia implica la afirmación de la imposibilidad que tenía el pueblo de al­canzar, por algún mérito, la salvación. Esta se revelará como posible por la absoluta gra-tuidad de la bondad de Dios.

Las fórmulas: reconocemos que el Señor es inocente (Bar 2,6) y el Señor tiene razón en to­do lo que nos ha mandado (Bar 2,9), no deben entenderse como un intento de justificar la bondad de Dios. Tampoco hay que entender la expresión: el Señor tiene razón en todo lo

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que nos ha mandado, conclusión de la con­fesión del pecado (Bar 2,9), como una justi­ficación de la acción de Dios. Nada está más lejos de la piedad judía que intentar "salvar" la bondad divina o su acción respecto de los hombres. Esto haría del Dios de Israel un ídolo que necesita ser defendido y protegido por los hombres. Tampoco deben entender­se como una justificación de Dios ante el pro­blema del mal pues no estamos ante una ex­plicación racionalista de la realidad sino an­te una visión creyente de la historia. Por lo demás es evidente en Baruc el influjo de la doctrina de numerosos pasajes del AT que presupone la existencia de una culpa que se debe expiar como causa que ha atraído sobre el pueblo la desgracia y la prueba. También es evidente que está lejos de la teología de Ba­ruc el tema del sufrimiento del justo. La con­fesión de la justicia de Dios, actuada en el castigo, implica la vergüenza del pueblo por el pecado cometido.

¿Cómo entender esta confesión existencial de fe? Como la afirmación de una revelación de Dios mismo. El pueblo desterrado, a tra­vés de la experiencia del sufrimiento y la opresión, ha adquirido una nueva concien­cia de su pecado y de la fidelidad de su Dios. Equivale a afirmar: "Dios se nos ha revela­do en el destierro, en nuestro pecado de re­belión y en nuestro castigo, como el Dios fiel a sus promesas". La justicia de Dios, junto con su misericordia, es uno de los atributos más trabajados en la teología de la revelación del AT. Dios se ha revelado a Israel de este modo, como el Dios justo y salvador. La fi­delidad de Dios no sólo caracteriza a Dios mismo, sino que se manifiesta en su acción y en su palabra.

En este sentido la liturgia penitencial ce­lebrada por el pueblo en el exilio no sólo im­plica la confesión del pecado, sino el descu­brimiento de una nueva revelación del Dios de Israel. Y porque el reconocimiento y la confesión del pecado implican una revelación del Dios de Israel, fiel y misericordioso, aho­ra, después de la confesión de la infidelidad del pueblo y de la fidelidad de Dios, se pue­de justamente esperar en una nueva mani­festación de su misericordia.

Bar 2 , l l -18 :Ala confesión del pecado si­gue la plegaria que se dirige a aquél contra quién se ha pecado y del cual se espera mi­sericordia. El reconocimiento del pecado no termina en una actitud trágica o en una amarga resignación ante la realidad, sino que se abre a la esperanza, pues el reconocimiento del pecado es la otra cara de la moneda del re­conocimiento de la bondad de Dios. Como en el tipo de exhortación a la conversión que di­rigían los profetas al pueblo, conocido como "rib profético", el proceso es bilateral, entre Dios y su pueblo. Pero en este caso no es Dios quien acusa, es el mismo pueblo el que reco­noce su pecado. Y, como en la exhortación de los profetas, se apela a la bondad divina co­mo motivo principal para que Dios aparte su ira y su indignación.

La súplica se puede articular en dos mo­mentos: el primero insiste en la memoria del pasado y en las ventajas que Dios obtendrá de una nueva manifestación de su miseri­cordia para con Israel; el segundo insiste en la desgracia que vive el pueblo y la ligazón que existe entre este resto y la revelación di­vina. En ambos momentos se van señalan­do con un ritmo creciente de intensidad los motivos para seguir invocando y esperando la misericordia de Dios sobre el pueblo que vive la angustia del destierro y la opresión.

Primera motivación: la súplica apela a la memoria de la historia de la salvación. El pri­mer gesto misericordioso de Dios para con su pueblo fue sacarlo de una situación de opre­sión y esclavitud, la de Egipto, semejante a la vivida nuevamente con ocasión del exilio ba­bilonio. El recuerdo de la epopeya del éxodo fundamenta la esperanza de liberación del pueblo. A través de esta experiencia el pue­blo había manifestado su debilidad e infide­lidad, pero Dios había manifestado su gran bondad y su misericordia. Numerosas súpli­cas del AT hacen referencia a este aconteci­miento salvífico de los orígenes como funda­mento de esperanza de una nueva manifes­tación divina (véase Es 9,6-9; Neh 9,5-37; Dn 9,4-19).

Segunda motivación: se fundamenta en la condición actual del pueblo: hemos quedado bien pocos en medio de las naciones donde tú

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nos dispersaste. La descripción que se hace de la situación del pueblo desterrado está muy lejos de ser aquélla que presenta la in­troducción. En vez de enviar dinero para los numerosos sacrificios que debían ofrecerse en Jerusalén, este pueblo sufre la opresión y el hambre. Esta mención de que los judíos supervivientes son bien pocos constrasta con la promesa que Dios había hecho a los pa­triarcas de una posteridad numerosa como la arena del mar y las estrellas del cielo. La súplica manifiesta así que la desgracia ac­tual del pueblo compromete no sólo la fama que Dios se ha ganado entre las naciones si­no la misma revelación. Con la superviven­cia de Israel está en juego el reconocimien­to del Señor entre las naciones. Por otra par­te, al pedir a Dios no sólo que libere al pueblo sino también que le conceda la benevolencia de los dominadores, se está dejando entre­ver una visión providencialista de la historia: el mismo Dios que ha manifestado su ira per­mitiendo la deportación, manifestará ahora su bondad a través del cambio de actitud de los dominadores. Esta misma visión provi­dencialista de la historia fue manifestada con insistencia por parte de Jeremías (véa­se J r 32,27-44).

Tercera motivación: la manifestación de la gloria de Dios depende de la supervivencia de Israel, pues sólo los que viven, los «salvados» pueden dar gloria a Dios. Esta idea de que sólo los vivos pueden glorificar a Dios hace suponer que el autor de esta súplica vivió an­tes de que se desarrollara la doctrina sobre la resurrección de los muertos como mani­festación definitiva de la justicia de Dios y de la glorificación de los justos. La plegaria pa­rece más bien entroncar con la doctrina de algunos salmos: los muertos ya no pueden celebrar las acciones salvíficas del Señor, ni pueden darle gloria confesando sus pecados (véase Sal 88,4-19; 115,17-18; Is 38,18-19).

El pueblo adquiere así en el destierro cla­ra conciencia de que la revelación de Dios es­tá inexorablemente unida a su pervivencia en medio de las naciones. Pero esto no se fundamenta en los méritos de Israel; se ba­sa en la misma revelación que Dios ha he­cho, en su bondad y misericordia. Israel, por

su parte, adquiere así conciencia de su mi- > sión entre las naciones.

Bar 2,19-35: Siguiendo con la temática iniciada en la súplica, se da un nuevo reco­nocimiento de la acción de Dios en las des­gracias que han sobrevenido al pueblo. A tra­vés de esta visión del destierro se hacen dos afirmaciones que parecen contradictorias, pero que manifiestan el modo como Dios se ha revelado a Israel:

- El pueblo reconoce que Dios lo ha cas­tigado con ira y furor, como lo había anun­ciado por los profetas.

- Y al mismo tiempo reconoce que Dios lo ha tratado con bondad y misericordia, como lo había anunciado y escrito Moisés.

El pasaje, pues, se puede dividir en dos secciones:

En la primera sección (Bar 2,19-26) se re- \ toma la confesión del pecado volviendo a • afirmar que no se espera alcanzar la salva- j ción por vía de algún mérito del pasado, ya j sea de los patriarcas ya de alguno de los re- j yes que hicieron lo agradable a los ojos de i Dios. La historia judía según narra el AT co- j noció reyes que actuaron en conformidad j con la voluntad de Dios; es imposible, por j ejemplo, olvidar la entrega del rey David o la i plena dedicación de Josías a la reforma re- \ ligiosa yahvista (Bar 2,19). Pero ni siquiera | estos gestos, a los cuales siguieron nuevas j infidelidades, sirven de apoyo a la esperan- i za manifestada por Israel; ella se basa en la \ sola misericordia y fidelidad de Dios.

En cuanto a la desgracia del destierro, en- j cuentra su justificación en la desobediencia j del pueblo a los profetas. El sometimiento ali poder babilonio fue predicado con insistencia j por Jeremías (véase J r 27,12; 40,9; 42,11-19) i y en todo el pasaje resuenan textos jeremia- j nos que son evocados como confirmación de ] que se ha cumplido lo que Dios había anun-! ciado. Se evoca la ausencia del canto del no- < vio y déla novia (Jr 7,34) como signo de que i la promesa de una descendencia numerosa j ha quedado interrumpida (véase también J r ¡ 16,9; 25,10). Se evoca la muerte de muchos judíos por hambre, espada y peste como cas­tigo por no haberse querido someter a los de-

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signios de Dios (Jr 14,12; 24,10; 34,17; 38,2; 42,22); a esto hay que añadir el tremendo cas­tigo de "no ser sepultado" (Jr 7,33; 8,1-2; 16,4-6; 34,20; 36,30). Se evoca finalmente el estado de ruina a que ha sido reducido el templo, co­mo última prueba de que se han cumplido las profecías que anunciaban el castigo (véase J r 7,14-15).

En la segunda sección del pasaje (Bar 2,27-35) se resalta una vez más que la fidelidad de Dios a su palabra está muy por encima de las infidelidades del pueblo. Lo anunciado y pro­metido a Moisés se cumplirá. La bondad de Dios se manifestará sobre todo en la conver­sión de su pueblo. La súplica se dirigía al Se­ñor reclamándole que escuchase la plegaria de Israel... recordara su bondad y misericor­dia... y mirase la opresión de su pueblo. Y el Señor responde, afirmando que dará a su pueblo oídos, mentes dóciles para que reco­nozcan que el Señor es su Dios.

El destierro adquiere así una doble pers­pectiva en el escrito:

- Por un lado es el tiempo y el lugar del castigo que, por la misericordia de Dios, se se convierte en lugar y tiempo favorables pa­ra volver a Dios por parte de su pueblo.

- Por otra parte se anuncia u n futuro re­torno a la tierra de los antepasados. Surge desde aquí una perspectiva de restauración, quizás no desprovista de rasgos nacionalis­tas.

El destierro es visto así como la ocasión en la cual Dios manifiesta su benevolencia ha­cia el resto de Israel, otorgándole la espe­ranza de una alianza renovada y eterna. Si bien la desgracia sufrida es inmensa, toda­vía hay lugar para la esperanza y esta se ba­sa en la misma revelación que Dios ha he­cho. Así como Dios cumplió su palabra de castigo, los desterrados pueden esperar aho­ra el cumplimiento de sus palabras de res-Lauración.

Bar 3,1-8: La oración penitencial concluye con una nueva súplica de perdón inspirada en el lenguaje dialogal e intenso que se en­cuentra en algunos salmos (véase Sal 51; 70; 79|. Se retoman brevemente argumentos an­teriores: la bondad y la fidelidad de Dios en

vez de constituir agravantes del pecado co­metido son los motivos de la esperanza del perdón. Se vuelve a reconocer la desgracia co­mo castigo y a invocar la fama de Dios y su alianza con Israel como los fundamentos de esta esperanza.

El orante se dirige a Dios con un título cargado de afecto: Señor todopoderoso, Dios de Israel Este título, que se repite en Bar 3,4, destaca la omnipotencia divina y su estrecha relación con el pueblo que Dios se había ele­gido. El contraste es evidente: Dios todopo­deroso permanece para siempre mientras su pueblo desfallece agónicamente.

La referencia a la súplica de los muertos de Israel no hay que entenderla como si los muertos intercediesen por los vivos ya que en la propia perspectiva del autor (véase Bar 2,17-18) esto no es posible. Más bien se tra­taría de acentuar dramáticamente la des­cripción de abandono que viven los judíos en el destierro, tema que reaparece en la exhor­tación sapiencial (Bar 3,11). La comparación de los exiliados con los muertos se encuentra bellísimamente descrita en algunos pasajes de los profetas (véase Is 59,10; Lam 3,6.43; Ez 37,1-14).

Es importante destacar que en esta se­gunda súplica penitencial ya no encontra­mos ninguna referencia a la posibilidad de un retorno. Es claro que la conversión (que según Bar 3,7 ya se ha realizado haciendo que los desterrados vuelvan a alabar a Dios y a serle fieles) es un don otorgado po'r Dios, que hace comprender la experiencia del exi­lio. Pero este don de la conversión no se di­rige a una vuelta al pasado en una especie de restauración nacionalista, sino que se en­camina hacia algo nuevo: Israel alaba a Dios, reconociendo su justicia y anuncia su mi­sericordia en medio de las naciones donde ha sido desterrado.

Atendiendo a una lectura unitaria del li­bro de Baruc podemos seguir un cierto es­quema litúrgico: Con la lectura de la súplica penitencial se concluye la primera parte de la liturgia y se inicia ahora un segundo mo­mento: a través de una exhortación homilé-tica de tipo sapiencial se interpela directa­mente a la asamblea.

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3,9-4,4 Elogio de la sabiduría. La sec­ción constituye una alabanza de la sabidu­ría divina que se ha comunicado a Israel a través de los mandamientos de vida. En la súplica penitencial han resonado citas y alu­siones de textos proféticos y del pentateuco. En esta nueva sección los paralelismos más frecuentes se establecen con los libros sa­pienciales (véase Prov 8; Job 8; Eclo 24) y con el capítulo 4 del Deuteronomio.

En la elaboración de la doctrina sobre la sabiduría básicamente se pueden destacar tres "niveles" en el AT:

-El primer nivel se refiere a la vida coti­diana. En el actuar concreto de los hombres la sabiduría enseña lo que sirve, lo que tie­ne eficacia para alcanzar el éxito en la vida. La sabiduría, en este nivel, sirve para dis­tinguir lo útil de aquello que no sirve para lo­grar el éxito. Este nivel se encuentra ejem­plificado en el libro de los Proverbios. Tam­bién en el Qohelet, aunque éste se muestra más escéptico pues "el hombre nunca sabrá cómo vivir".

-El segundo nivel tiene relación con los grandes interrogantes que se plantean en la vida del hombre: la justicia de Dios, la po­sibilidad del pecado y el sufrimiento del jus­to. En este nivel se constata que a algunos problemas e interrogantes de la vida huma­na ninguna sabiduría puede responder ple­namente. Esta dimensión inaccesible, propia de la sabiduría, abre y comunica al hombre con el misterio (véase Job). Muchos "sabios" responden ante estos interrogantes: "Tu si­tuación negativa se debe a que pecaste -al menos de omisión-". Pero como esta res­puesta no resuelve el problema del sufri­miento del inocente, su explicación no sa­tisface.

-El tercer nivel: Los interrogantes que plantea la vida, en especial la pregunta por el sentido del sufrimiento del hombre justo, abre al tercer nivel de la sabiduría divina: Dios mismo enseña al hombre cómo vivir. El principio de la verdadera sabiduría es el "te­mor de Dios", que en la fase final de forma­ción del AT debe entenderse como la fiel ob­servancia del yahvismo tal como lo prescri­be la ley de Moisés.

En Baruc es clara la presencia de la te­mática de los niveles primero y tercero, como es clara la ausencia de la pregunta por el su­frimiento de los inocentes. El pueblo en el destierro confiesa su pecado de infidelidad como justificación de la desgracia y de los sufrimientos que sobrevinieron. El destierro no sólo significó el lugar donde Israel expe­rimentó las consecuencias de haberse aleja­do de su Dios y donde encontró la oportuni­dad de volver a él; fue también la ocasión de una interiorización de su propia experiencia espiritual, de renovación interior y de relec­tura de las promesas divinas.

Esta interiorización, esta reflexión sobre la propia experiencia política, social y religiosa constituyó un verdadero avance en la sabi­duría judía. En este contexto, después de la confesión del pecado y la súplica del perdón divino, se da una exhortación a vivir la ver­dadera sabiduría.

Es de advertir que en esta sección ya no encontramos rasgos antropomórficos referi­dos a Dios como en la anterior súplica pe­nitencial (Señor, mira... escucha... atiende). Ahora Dios se manifiesta por medio de su sabiduría comunicándola a Israel a través de los mandamientos que se revelan como fuen­te de vida, como el camino trazado por Dios para su pueblo, como sendas que conducen a la paz.

Siguiendo un esquema homilético pode­mos establecer algunas secciones:

A) Exhortación inicial (Bar 3,9-14). B) ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Su

inaccesibilidad (Bar 3,15-31). C) La sabiduría como atributo del Dios de

Israel (Bar 3,32-36). B') La sabiduría fue comunicada a Jacob-

Israel y a Moisés (Bar 3,37-4,1). A') Exhortación final (Bar 4,2-4).

Bar 3,9-14: El principio anuncia ya el fi­nal de la exhortación. Se trata de escuchar los mandamientos, de aprender a reconocer que en ellos se encuentra la vida y de cum­plirlos.

Al comienzo resuena el estilo deuterono-mista (véase Dt 4,1; 5,1; 6,1; 8,1; 10,12) que

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encuentra cierta semejanza con la exhorta­ción típica del libro de los Proverbios y la di­rigida a Ezequiel (véase Prov 1,8; 2, lss; 3,1; 4,1.20-22; Ez 33,15).

Ante la reiterada pregunta por la causa del destierro, la respuesta es clara: Israel aban­donó la sabiduría que se le había comunica­do. El abandono del camino del Señor, fuen­te de la vida, fue denunciado insistentemen­te por los profetas como el motivo de la ruina y del exilio (véase Is 48,17-19; J r 2,5-19).

El destierro sigue siendo comparado con el ámbito de la muerte. La alternativa para alcanzar la vida y seguir viviendo es, una vez hallada la respuesta a las desgracias, vol­verse a la fuente de la vida y seguir sus pre­ceptos (véase Dt 4,5-6; 30,15-16).

Bar 3,15-31: En los interlocutores surge entonces lógicamente la pregunta ¿dónde se encuentra la sabiduría para que volvamos a ella, cuál es el camino que conduce a ella? En este contexto sapiencial de invitación a la reflexión, al reconocimiento de la sabiduría, se hace un largo discurso tratando de inves­tigar dónde se encuentra esta sabiduría.

Se recorren diversos ámbitos de realización humana y numerosas actividades, pero la conclusión es siempre la misma: los hom­bres no han conocido el camino de la sabi­duría que no se encuentra en el poder, ni en las riquezas, ni en el dominio sobre los ani­males. El tema de los poderosos de este mun­do que no son capaces de reconocer la sabi­duría aparece con frecuencia en las Escri­turas; se aplica incluso al rechazo de que fue objeto Cristo por parte de las autoridades ju­días y romanas (véase 1 Cor 1,21-23; 2,8). Por lo demás, en toda esta sección de Baruc resuenan los temas desarrollados en Job 28,1-22.

Descendiendo a detalles concretos debe­mos advertir que Bar 3,18 es de difícil in­terpretación. Se puede referir a los podero­sos cuyos esfuerzos por multiplicar sus ri­quezas no tienen medida, o a sus mismas riquezas que son incalculables. Se trataría así de una crítica a los que poseen riquezas y poder, pero no han alcanzado la sabiduría en la vida ni se la han transmitido a sus hi­

jos. Si se trata en cambio de una referencia a los orfebres, con la mención de los hábiles artesanos de la plata, se podría indicar una crítica a los constructores de ídolos. De es­te modo se afirmaría que la sabiduría no se encuentra en desarrollar un arte con maes­tría y habilidad, aunque con éste se tratase de dar culto a la divinidad. Y tampoco en el progreso en cuanto tal -dice Bar 3,20-21- re­side el verdadero saber.

A renglón seguido se nombran diversas re­giones y pueblos -los fenicios, los ismaelitas-que a pesar de su actividad comercial, siem­pre asociada a la sabiduría por cuanto se re­quiere habilidad y conocimiento para alcan­zar el éxito en los negocios y consecuen­temente en la vida, sin embargo no fueron capaces de conseguir la auténtica sabiduría.

Al decir en Bar 3,23 que la sabiduría no se encuentra en los que cuentan fábulas po­siblemente se alude a quienes pretendían hallar una explicación del sentido de las ac­ciones de los hombres en los relatos simbó­licos de la mitología.

En la inesperada exclamación admirativa de Bar 3,24 no se trata de una referencia al templo de Jerusalén puesto que se dice que esta morada de Dios no tiene límites. Se tra­ta de la entera creación como manifestación de la sabiduría y el poder de Dios. La creación como manifestación de la sabiduría infinita de Dios es un tema frecuente del AT sobre todo en los salmos y los escritos sapienciales.

La sabiduría tampoco se encuentra en una condición especial de seres; aquí se hace re­ferencia a los gigantes, famosos personajes de la literatura del cercano oriente antiguo por su insensata rebelión contra la divinidad. En las Sagradas Escrituras son mencionados con frecuencia, así como en los libros apó­crifos intertestamentarios (véase Sab 14,6; Eclo 16,7; Gn 6,1-4; Nm 13,27-33; Dt 1,28; 2,10-11.20-21; 3,11; 2 Sm 21,15-22; 1 Hen 7,1 -6; 3 Mac 2,4; Jub 7,22s). Perecieron por su necedad es la conclusión del autor, que los asemeja así al común de los mortales.

La conclusión del discurso es clara: nin­guno ha conocido esta sabiduría ni puede en­contrar el camino que conduce a ella. Nin­guna actividad, esfuerzo, o logro humano pue-

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de conquistar la sabiduría porque es inacce­sible a los hombres (véase Dt 30,11-13).

Bar 3,32-36: Sorprendentemente, después de haber llegado a la conclusión de la inac­cesibilidad de la sabiduría, cuando todos han reconocido que este camino se encuentra ce­rrado a los hombres, se afirma categórica­mente que la sabiduría se ha revelado.

No se trata de un discurso sofista donde primero se lleva a afirmar una proposición pa­ra luego manifestar que la proposición con­traria es verdadera. Se trata de un recurso ho-milético para afirmar la absoluta gratuidad de la revelación. Los hombres no pueden com­prar ni conquistar la sabiduría, pero sí pue­den encontrarla como don del Altísimo.

Después de afirmar que la sabiduría se manifiesta en toda la creación y es inagotable como ella, se llega al reconocimiento del lugar donde se encuentra. La sabiduría se mani­fiesta en la grandeza de la creación y, así co­mo la creación es inagotable al conocimiento de los hombres, así también lo es la sabidu­ría que sólo puede ser comprendida por Dios, que todo lo sabe; por el único Dios, que es el Dios de Israel (véase Sab 1,5-7).

Bar 3,37-4,1: La sabiduría no ha perma­necido en su inaccesibilidad; por el contrario, ha querido comunicarse. Dios, que la conoce enteramente y la posee como cosa propia, se la ha comunicado a su pueblo (véase J r 10,1-16; Eclo 1,1-20; 24,10-12; 45,1-5; Sab 9,17-18). Ella se encuentra en la ley de Moisés.

La identificación de la sabiduría con Dios y con la ley de Moisés es frecuente en el AT (véase Job 28,23-28; Prov 1,1-7.28-33; 2,1-5; 8,12-36; Eclo 14,20-27; 15,1-10; 24,1-23; Sab 7,15-27; 8,3; 9,9; Sal 119). No se trata de un pensamiento de apertura universal pues Dios se ha comunicado a través de la ley ju­día sólo a Israel (véase Sal 147,19-20; Bar 4,3).

Los padres de la Iglesia han aplicado Bar 3,38 al misterio de la encarnación de Jesús, sabiduría de Dios (véase 1 Cor 1,18-25).

En Bar 4,1 se vuelve a la exhortación típi­camente sapiencial de abrazar la vida y ca­minar a la luz del esplendor de este conoci­

miento, que se ha manifestado concretamente en la ley mosaica (véase Sal 19,8-9; Is 2,3b-5; Sab 18,4).

Después de haber reconocido donde se encuentra la sabiduría, como todo discurso sapiencial judío, se concluye con una ex­hortación práctica, con una invitación a una determinada vía de acción: cumplir los man­damientos.

Bar 4,2-4: Si los demás pueblos no han conocido esta sabiduría, Israel sí la ha co­nocido. Por tal motivo el abandono de este ca­mino por parte de Israel implicó la muerte y la desgracia; por eso Israel debe convertirse de su pecado, debe volver al camino de la vi­da, al cumplimiento de la voluntad de Dios.

La exhortación había comenzado desta­cando la desgracia y la desdicha de Israel en tierra extranjera porque se había alejado del Señor; ahora culmina con una llamada a la dicha y a la felicidad. La felicidad de Israel es­tá en conocer al Dios único y cumplir su vo­luntad manifestada en los mandamientos (véase Dt 4,35-40; Sal 1,1; 2,11-12; 119,1-8).

Es importante señalar que en esta última exhortación a la fidelidad se anuncia vela-damente la posibilidad de que Dios podría comunicar a otros su sabiduría e Israel ten­dría que renunciar a sus privilegios si no res­ponde afirmativamente abrazando la reve­lación que Dios le ofrece.

4,5-5,9 Oráculo de restauración. De he­cho esta sección puede leerse a continuación de la súplica penitencial, saltando por enci­ma de la extensa exhortación sobre la sabi­duría. Las desgracias descritas aquí se ase­mejan a las de la súplica. Si mantenemos el esquema litúrgico unitario, la obra encuen­tra esta armazón: a la súplica penitencial si­gue la exhortación a buscar la sabiduría y a ésta sigue el oráculo que promete la restau­ración.

El tono de todo el discurso está dado por la exhortación a recobrar ánimo (Bar 4,5.21. 27.30.36). Desaparece toda preocupación re­ferida a la restauración del templo. Se vuel­ve a señalar la no observancia de los man­damientos como causa del destierro pero to-

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do el discurso gira sobre el retorno. Dios ha­rá retornar el tiempo de su misericordia y cambiará la suerte de Israel y de sus domi­nadores. Israel debe volver al Señor, pero es­ta vuelta a Dios no es sólo espiritual, se con-cretiza en el retorno a la tierra de la cual fue­ron deportados.

El anuncio de la caída de Babilonia en­cuentra pasajes paralelos en J r 50-51 y en Is 47. El anuncio del retorno y la restauración se asemeja a los capítulos 40-45 de Isaías. Dios es denominado con dos títulos que apa­recen sólo en esta sección: el eterno, el san­to y responden a un momento bastante avan­zado de la espiritualidad judía.

Esta sección presenta la concepción di­fundida ampliamente en el judaismo pales­tino del siglo II a. C. sobre la justicia de Dios y sobre los justos, es decir aquellos que han vuelto a la alianza con Dios por la penitencia y reciben la salvación por pura iniciativa de la misericordia divina. Sobre los justos el mal no es definitivo; en cambio sí lo es para los opresores, que se perderán para siempre. Is­rael recibe en esta vida su castigo, pero se salvará en definitiva. Esta doctrina encuen­tra cierto paralelismo en los escritos judíos apócrifos llamados Salmos de Salomón.

El pasaje, según los discursos y los in­terlocutores a los cuales se dirigen, puede di­vidirse de la siguiente manera:

A) El profeta consuela su pueblo (Bar 4,5-9a).

B) Lamento y consuelo de Jerusalén, la ciudad madre y sus hijos (Bar 4,9b-29).

- Jerusalén, la ciudad madre, se dirige a sus vecinas (Bar 4,9b-16).

- Jerusalén habla a sus hijos desterrados (Bar 4,17-29).

C) Oráculo del profeta sobre Jerusalén y sus enemigos (Bar 4,30-37).

Bar 4,5-9a: Comienza el pasaje con una invitación a la esperanza y un recuerdo de las causas que provocaron el destierro. Se relee esta desgracia a través de dos verbos habéis sido vendidos... fiasteis entregados; la explicación de esto es: Dios ha manifestado de este modo su cólera porque ofrecisteis sa­crificios a los demonios y no a Dios... olvi­

dasteis al Dios eterno... y afligisteis a Jeru­salén. Esta acusación de no haber ofrecido sacrificios a Dios sino a los demonios, afli­giendo a Jerusalén, podría indicar no sólo el pecado de idolatría sino también un des­cuido del culto del templo de Jerusalén por parte de los desterrados. El culto de los de­monios parece indicar el culto de las divini­dades paganas, concepción difundida du­rante la dominación persa y helenista que llegó hasta el NT.

Bar 4,9b-29: Al hacer intervenir el lamento y la súplica de Jerusalén, la ciudad-madre, el discurso adquiere un tono claramente fa­miliar. Aunque Dios no es denominado como padre, todo el desarrollo del discurso hace evidente que a Dios pertenece la paternidad sobre el pueblo. Es él quien lo ha plasmado y hecho crecer, quien ahora castiga y corri­ge; él es el que lo instruye, lo consuela y lo hará volver.

Jerusalén, personificada como madre, con­tinúa el discurso iniciado por el profeta, ele­va una súplica penitencial por sus hijos des­terrados y los invita a esperar la vuelta del tiempo de la misericordia del Señor (véase Os 2,4.7; Ez 19,2ss). Jerusalén es la ciudad ma­dre porque ha nutrido los hijos que Dios le ha dado y es la madre que ahora se lamenta y suplica por sus hijos afligidos. La descripción de la desgracia encuentra numerosos para­lelos con las Lamentaciones de Jeremías.

Por la temática desarrollada el discurso de Jerusalén contiene un largo reconocimiento de su desgracia, de su pecado y de su con­dición actual (Bar 4,9b-20) y una invitación a la súplica penitencial y a la conversión (Bar 4,21-29).

Al comienzo del libro de Baruc era la co­munidad judía de Babilonia la que se había reunido en asamblea, suplicaba y hacía pe­nitencia; ahora es Jerusalén quien convoca a sus vecinas, hace penitencia y suplica por los desterrados. La comunión espiritual en­tre ambas comunidades judías queda ple­namente manifestada y confirmada. La uni­dad espiritual y la relación de mutua de­pendencia y pertenencia están realizadas a través de la súplica común. La unidad entre

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las comunidades de la diáspora y la de Je-rusalén se hace evidente. El libro de Baruc presenta así el nacimiento de una de las ca­racterísticas religiosas del judaismo poste-xílico.

En un primer momento, Jerusalén, la ciu­dad madre, se dirige a las poblaciones de Ju-dá. Como mujer se humilla y reconoce ante sus vecinas su desgracia. Su condición la ha­ce semejante a la mujer viuda y desampara­da (Bar 4,12-16); se encuentra desolada y abandonada y esto se debe a la maldad de sus hijos, que se han desviado de los cami­nos de Dios y fueron reducidos a esclavitud.

En esta confesión de la desgracia se re­produce la estructura de la súplica peni­tencial de los desterrados.

En un segundo momento, Jerusalén, con­suela a sus hijos desterrados asegurándoles que Dios los salvará. Jerusalén acepta su humillación, acepta su castigo, se viste de penitencia y suplica la salvación de sus hi­jos (Bar 4,19-20). El destierro ha significado la conversión de la ciudad madre; ya no es la ciudad arrogante y pagada de sí misma por su belleza y el esplendor de su templo. Es la ciudad humilde que se vuelve a Dios, apoyada en la esperanza de la misericordia renovada y hace una súplica penitencial por sus hijos, anunciándoles la pronta libera­ción. Notemos que la descripción del retor­no en Bar 4,23 y 29 adquiere un cierto sa­bor escatológico. La alegría y la consolación de la vuelta durará para siempre. La salva­ción será definitiva (véase Is 51,11; J r 31,10-12; 32,37-41).

Bar 4,30-37: El profeta vuelve a invitar a Jerusalén a la esperanza (véase Bar 4,5). Augura la dicha a su pueblo y la desgracia a los opresores, afirmando que Dios mos­trará su justicia en la desgracia de los do­minadores y su elección en la alegría de sus hijos que vuelven con honor. Resuenan aquí los oráculos del segundo y tercer Isaías y de Jeremías sobre la restauración (véase Is 51-52; 56ss; J r 30-33).

El oráculo contra los enemigos se aseme­ja a los oráculos contra las naciones de los antiguos profetas (véase Is 13; J r 50-51) y

puede entroncar con la temática apocalípti­ca que anuncia la condenación definitiva de las naciones y la salvación eterna de Israel (Bar 4,23; 5,4).

La experiencia del destierro es compren­dida así como castigo de los hijos y como prueba de la madre. El gozo perverso de los opresores (Bar 4,33-34), que les hacía com­placerse del mal ajeno, es transitorio y se transmutará en aflicción y duelo. En cambio, el consuelo y la alegría de Israel se anuncian como camino y manifestación de la gloria del Señor para Israel.

Bar 5,1-9: Aunque la lectura entre la sec­ción precedente y ésta no presenta disconti­nuidad, esta última sirve de conclusión. El pa­saje se articula en dos momentos: El primero está indicado con los imperativos a abandonar el luto y vestirse de fiesta por lo que Dios ha­rá. El segundo está dado por el imperativo a salir del estado de postración y contemplar el retorno de los desterrados (véase Is 51,17; 52,1-2; 60,4; 61,3.10; 62,3-4).

¿Por qué no se encuentra en este orácu­lo de restauración ninguna alusión a la re­construcción del templo? ¿Estaba ya res­taurado y lo que aún no había ocurrido era la vuelta de los hijos? Esto es probable si atendemos a la perspectiva que ofrecía la carta de la introducción.

Israel recibe un nuevo nombre de parte de Dios, será la ciudad donde rebosa la paz co­mo fruto de la justicia y la gloria divina por su relación especial con Dios. Jerusalén, co­mo novia radiante, es nuevamente despo­sada por su marido (sobre el nombre nuevo de Jerusalén véase Is 1,26; 60,14.18; 62,1-5; J r 33,14-16; Ez 48,35).

En numerosos textos del AT y de la lite­ratura del cercano oriente antiguo se habla, con expresiones semejantes a las que en­contramos en Baruc, del camino triunfal, o procesión religiosa, que se preparaba a los héroes victoriosos, o a los dioses en sus días de fiesta. Esto se aplica ahora a la nueva ma­nifestación victoriosa del Dios de Israel y al retorno de los exiliados a la tierra de los an­tepasados (véase Is 41,8-20; 46,3-4.12-13; 48,20-21).

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BARUC 4-5

Baruc concluye su obra volviendo a confe­sar la misericordia de Dios y la salvación otor­gada a Israel. Dios concede el regreso y él mis­mo lo dirige con premura. En este caminar a la luz del Señor, resuenan los textos de Ex 13,21-22; Is 60,1-3.19-20; Sab 10,17. Sobre el tema del retorno dé Babilonia como nuevo éxodo véase Is 36,1-10; 40,1-4; J r 16,14-15.

La desgracia se cambia en manifestación de la gloria, el luto en fiesta, el gozo de los enemigos en lamento (véase Is 51,22-23). Con el anuncio del retorno de los desterra­dos el discurso adquiere un cierto sabor de restauración nacionalista, pero es inne­gable la resonancia escatológica de todo el oráculo.

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CARTA DE J E R E M Í A S

José Héctor Lüdy

INTRODUCCIÓN

Vinculada a la actividad literaria del pro­feta Jeremías se encuentra esta copia de una carta dirigida a los judíos que iban a ser de­portados a Babilonia. Constituye un precio­so documento de la apologética judía contra el paganismo.

Situación del escrito

El texto ha llegado hasta nosotros a tra­vés de las versiones griegas de las Sagradas Escrituras. Algunos estudiosos creen puede haber existido un texto original en hebreo o en arameo.

En la mayoría de las antiguas versiones griegas está colocada después de las Lamen­taciones de Jeremías. En algunas versiones griegas se encuentra después de Baruc. Pa­ra la Vetus Latina constituye el capítulo final de dicho libro (Bar 6). La situación de la Car­ta de Jeremías en las traducciones modernas de la Biblia depende de los distintos criterios adoptados para realizar dichas versiones. En la traducción de la Casa de la Biblia, que sir­ve de base a este comentario, se encuentra después de los libros de Jeremías y Baruc y antes del de Ezequiel.

Si atendemos al contenido la Carta de Jere­mías depende de la doctrina antiidolátrica del segundo Isaías, aunque no alcanza la pro­

fundidad teológica de éste (Is 40,12-24; 42,12-16; 44,6-20; 46,1-7). Correspondería datar la composición de la Carta de Jeremías, al igual que el capítulo 10 de Jeremías del que de­pende doctrinalmente, en el período postexí-lico, quizás hacia el final del imperio persa. Se ha descubierto en las cuevas de Qumrán un papiro, del año 100 a. C. aproximadamente, que contiene algunas palabras de Cjr 43-44.

Algunas notas sobre el estilo

El estilo del escrito no corresponde a la forma epistolar: no trae el encabezamiento característico de toda carta y en ningún mo­mento se hace mención de los destinatarios de la misma. Constituye más bien un escri­to de tipo doctrinal que presenta algunos rasgos de la diatriba y de la polémica antii­dolátrica haciendo de forma casi sarcástica una crítica de la idolatría pagana. Por mo­mentos por el tipo de crítica que hace se ase­meja a un panfleto. El título actual del es­crito es, pues, un añadido posterior.

Así se entiende mejor el carácter irónico y burlesco con el que son atacadas las formas del culto del paganismo. El recurso a la iro­nía y al humor ya había sido utilizado en la crítica profética contra el culto de los Baales, y con gran éxito como nos lo cuenta el rela-

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CARTA DE JEREMÍAS

to del enfrentamiento del profeta Elias con los profetas de Baal en el monte Carmelo (1 Re 18,20-40). También el capítulo 14 de Daniel nos presenta un relato satírico sobre el pa­ganismo del imperio babilonio.

La argumentación antiidolátrica gira en torno a dos temas: La falsedad de la religio­sidad pagana y la inutilidad de sus dioses. Esto se manifiesta en los mismos que los ado­ran puesto que no creen en lo que celebran, pero son incapaces de reconocerlo. Los ju­díos en cambio conocen la vacuidad y la hi­pocresía de este culto.

El desarrollo de la argumentación es pobre pero el conjunto de imágenes e ideas con el que se ataca la idolatría es creativo. La es­tructura de este conjunto se puede esque­matizar así: en torno a los ídolos hay una multitud de adoradores que los reverencian con temor, pero terminarán por abandonar­los como un cadáver en la oscuridad, carco­midos por la corrupción, y serán la irrisión de la gente (Cjr 3.5 y 70-71). Incluso las es­tructuras de los mismos templos están car­comidas por los gusanos que salen de la tie­rra (Cjr 19). Es decir que el centro de la re­ligión pagana -los ídolos y sus respectivos templos, aparentemente llenos de esplendor-no es más que corrupción. En la religión pa­gana se pretende disimular la decrepitud a través del oro y la plata, pero en realidad no se puede impedir la actuación de la muerte. Todo está construido sobre una gran men­tira y se mantiene por la hipocresía, pero la verdad finalmente se manifestará (Cjr 41.44-47.71-72).

Es interesante el contraste entre la mul­titud de adoradores de ídolos y la singulari­dad del hombre recto, que nada tiene que ver con los ídolos. Entre los que integran esa multitud de adoradores de ídolos se enu­meran los sacerdotes corruptos, las prosti­

tutas, las mujeres en estado de impureza le­gal y los ladrones.

En ningún momento se valora positiva­mente o se intenta salvar algo de la religio­sidad pagana y las representaciones de la di­vinidad. Todo se centra en afirmar la falsedad del culto idólatra de los dioses del imperio y en exhortar a no actuar como la masa de gente que los adora, siendo evidente que ni ellos mismos creen en lo que celebran. A par­tir de esta crítica se puede suponer que la carta podría estar dirigida a una comunidad judía que vivía bajo la presión de un am­biente que tendía a la asimilación social de los diversos pueblos deportados, a una ho-mogeneización político cultural o, al menos, a un respetuoso sincretismo religioso que po­nía en peligro la observancia de la ley de Moi­sés respecto de la idolatría.

La conclusión de la pretendida carta, en sintonía con todo el escrito, no pretende ser una reflexión teológica sino más bien una consecuencia y una exhortación, una especie de moraleja. En ella se sintetizan los dos ar­gumentos de la polémica contra el paganismo: lo que verdaderamente tiene valor y lo que verdaderamente salva es la rectitud de vida.

Estructura

Una exhortación projetica inicial (Cjr 1-6). Explica la causa del destierro y exhorta a

la fidelidad ante el peligro de idolatría. Argumentación contra la idolatría (Cjr 7-71). La argumentación se desarrolla sobre los

argumentos de la falsedad e inutilidad del culto de los ídolos, retornando siempre a la conclusión: Puesto que es evidente que no son dioses, no tengáis temor de ellos.

Conclusión parenético-sapiencial (Cjr 72). Exhortación a la rectitud de vida, apar­

tándose de la idolatría.

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CARTA DE JEREMÍAS

COMENTARIO

1-72 Alegato contra la idolatría. El titulo de la carta constituye una nota agregada al texto. Aclara que se trata de la copia de un escrito atribuido al profeta Jeremías. Esta atribución se puede fundamentar además en las semejanzas doctrinales sobre la polémi­ca antiidolátrica (véase J r 10,1-16) y la for­ma epistolar que en alguna ocasión parece haber usado el profeta (véase J r 29,1).

En contra de esta atribución a Jeremías hay que tener en cuenta la diferente dura­ción que se da al destierro babilonio según J r 25,12; 29,10 y la Carta de Jeremías. Tam­bién hay que tener en cuenta la pseudoepi-grafía, muy común en los escritos exílicos-postexflicos.

Por el contexto que deja entrever la exhor­tación profética inicial, la comunidad judía a la cual se dirige este escrito parece constituir una minoría que debía vivir en una ambien­te pagano e idólatra. Esto se puede aplicar prácticamente a cualquier comunidad de la diáspora del siglo II d. C. La mención de los deportados en Babilonia quizás tiene valor pa­radigmático puesto que para el judaismo pos-texílico el período del exilio babilonio signifi­có la superación de la divinización del poder imperial dominante, del entorno politeísta y el robustecimiento y profundización de la propia experiencia religiosa.

Cjr 1-6: Exhortación profética inicial. Co­mienza el escrito evocando la doctrina ex­puesta abundantemente por J r y Bar respec­to del destierro como consecuencia del peca­do. Cjr 2 habla de siete generaciones como el tiempo que los desterrados habrían de per­manecer en Babilonia; el dato quizás hace re­ferencia a una totalidad, a un período acaba­do, y no tanto a un número determinado de años (en J r 25,12 y 29,10 se habla de seten­ta años; en Ez 4,6 y Dn 9,2.24 también se ha­bla simbólicamente de la duración del destie­rro). De todas maneras es claro que el autor de la Carta de Jeremías prevé una larga duración del destierro pero anuncia un nuevo éxodo.

Cjr 3-5 sintetiza la temática que se desa­rrollará a partir de Cjr 7: los judíos no deben dejarse llevar por la apariencia deslumbran­te de la idolatría ni deben imitar el compor­tamiento reverencial de los paganos. Es im­portante destacar que no se predica una actitud combativa frente al paganismo y la idolatría, sino el rechazo de las prácticas idó­latras y el desarrollo de una actitud interior de adoración al único y verdadero Dios, a lo que se unirá la exhortación a la rectitud de vida (Cjr 72). Quizás esto sea señal de que la comunidad judía a la cual se dirige la Carta de Jeremías debía vivir en un ambiente don­de constituía una minoría.

Cjr 6 al hacer mención del ángel de Dios en medio de su pueblo responde a un perío­do bastante evolucionado de la espirituali­dad judía que intenta salvar la trascenden­cia divina. Esta misma concepción está pre­sente en Ex 23,20-25.

Cjr 7-71: Argumentación contra la idola­tría. Esta larga requisitoria contra los ídolos puede inspirarse en la predicación anti-ido-látrica de Isaías y Jeremías. También res­pecto de la impotencia e inutilidad de estos dioses es claro el influjo de la doctrina de am­bos profetas (véase Is 41,21-29; 46,7-10; J r 10,5). La descripción de los ídolos encuentra paralelos en Sal 115,4-8; 135,15-18.

Cjr 9 insiste sobre el uso indebido de las ofrendas hechas a los dioses como señal de la falta de una sincera piedad en el cumpli­miento de la propia religión por parte de los paganos. Los ídolos descritos en Cjr 12-13 corresponden a divinidades mesopotámicas.

A partir de Cjr 15 se argumenta sobre la insensibilidad total de los ídolos que llega a su máxima expresión en su insensibilidad respecto de los necesitados (véase Cjr 23.33-37).

En Cjr 18-20 se juega con los contrastes: iluminación de los santuarios frente a la ce­guera de los ídolos; resplandor del oro y la plata frente a la suciedad del polvo y del ho-

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CARTA DE JEREMÍAS

Din. En cuanto a la mención de los gatos en Cjr 21, podría aludir a los cultos egipcios da­do que este escrito estaba destinado a cir­cular también entra las comunidades judías de Egipto.

Las procesiones en honor de los dioses ba­bilonios eran reconocidas en la antigüedad por su fastuosidad y magnificencia. Aquí, a través de la imagen del ídolo que cae y nece­sita ayuda de los hombres para levantarse, se pone en ridículo su impotencia. Esto con­trasta con el Dios de Israel que no necesita de los hombres ni de sus sacrificios (véase Is 46,6-7; J r 10,3-5).

El sacerdocio pagano es presentado ávido de riquezas y lujurioso, no se interesa de la pureza del culto y sólo le interesa negociar con lo sagrado {Cjr 9.27).

Tanto la mujer que daba a luz como la que se encontraba en los días de su menstruación no podían siquiera acercarse al santuario se­gún la ley judía, cosa que, según la Carta de Jeremías, en cambio aceptaban los paganos. Si estos dioses fueran verdaderos tendrían que darse cuenta de la indignidad de quie­nes los sirven, parece ser el pensamiento del autor de la Carta de Jeremías (véase Lv 12,2-4; 15,19-31; 21).

Cjr 29 condena la participación de las mu­jeres en el culto del templo, cosa aceptada en la antigüedad pagana pero rechazada por la casta sacerdotal judía.

En Cjr 30-31 se hace quizás referencia a las celebraciones paganas de la muerte-re­surrección de los dioses. Entre las fiestas ba­bilonias de este tipo se celebraba el culto del dios Tamuz, el hijo de la vida, divinidad me-sopotámica y fenicia de la vegetación y la fer­tilidad (véase Ez 8,14-15). En el cercano oriente antiguo la celebración de la divinidad que muere y resucita se difundió especial­mente en el culto del dios griego Adonis.

El dios Bel corresponde a una denomina­ción tardía de la divinidad suprema del pan­teón babilonio conocida como Marduk (véa­se Is 46,1-2; J r 50,2 y el relato del desen­mascaramiento de los sacerdotes de este dios en Dn 14). Así como antes se insistía en la in­capacidad de ver de los ídolos, ahora se in­siste en su incapacidad de escuchar y de sal­

var. El culto pagano provoca risa; se trata de la relación entre un hombre mudo y un dios sordo.

Cjr 49 quizás hace referencia a las entra­das triunfales de los ejércitos babilonios que volvían victoriosos de las guerras y hacían desfilar entre los prisioneros los ídolos de los pueblos conquistados. Esto no pudo verifi­carse con la conquista de Jerusalén, puesto que el único Dios vivo y verdadero no tiene un ídolo que lo represente. Como señal de con­quista Nabucodonosor sólo pudo hacer llevar a Babilonia los vasos sagrados del templo ju­dío, que después toda la tradición judía in­siste en afirmar que fueron devueltos al cul­to original (véase Bar 1,8).

En Cjr 54, con la imagen del ídolo-trozo de madera carbonizado por el fuego, se esta­blece un contraste con la teofanía de Dios a Moisés en la zarza que ardía sin consumir­se (véase Ex 3,lss).

En cualquier circunstancia los ídolos per­manecen inertes; son incapaces de defen­derse, sea del poder de los reyes, sea de la mano de ladrones (Cjr 26.29.33-34.55-57). Reyes y ladrones tienen más poder que estos dioses, y un cacharro u otro objeto domésti­co tiene más utilidad que estos ídolos. Su va­lor está determinado por los materiales con los cuales fueron construidos, oro y plata, y por eso atraen a los ladrones. La impotencia y la inutilidad de estos ídolos y de la religión que representan es total. No son capaces de velar por su propia gloria ni de salvar o ayu­dar a los hombres (Cjr 33-34.63).

Cjr 59-61 hablan de la sumisión de la na­turaleza a Dios contrastando así el poder de Dios con la impotencia de los ídolos (véase Cjr 12-13). Si los fenómenos de la naturale­za, con su poder devastador no son dioses, cuanto menos lo serán estos trozos de ma­dera recubiertos de metal (véase Sab 13,1-5). En la relación entre el sol, la luna y las es­trellas y la impotencia de los ídolos que los representaban como dioses, quizás se critica el pretendido influjo astral sobre la vida hu­mana, concepción muy difundida en la cul­tura y religión babilonias. La belleza de la na­turaleza como manifestación de la grandeza de Dios y la sumisión que tiene respecto de

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CARTA DE JEREMÍAS

él son motivos recurrentes de la literatura sa­piencial del AT.

El ámbito de la exhortación se amplía. La idolatría es inútil a los reyes y pueblos de la tierra. Después de comparar a los ídolos con las fuerzas de la naturaleza se baja a com­pararlos con las bestias. La conclusión es ca­tegórica: los animales valen más que estos ídolos. Al comparar la inutilidad de los dio­ses con la majestad y belleza de la creación y después con la irracionalidad de las bes­tias, que siguiendo su instinto se manifies­tan más inteligentes que los ídolos, la ironía es evidente.

Estos dioses son inútiles como un espan­tapájaros inservible (véase J r 10,5), no tie­nen vida como u n cadáver abandonado. O

mejor, la única vida que pueden tener es la de los gusanos de la corrupción que se ali­mentan de ellos.

Cjr 72: Conclusión parenético-sapiencial. La vida de los desterrados está en la rectitud de vida. La conclusión se refiere a la rectitud del hombre que se aparta de la idolatría cumpliendo así el mandamiento divino ex­presado en Ex 20,2-6; ése no será objeto de burla y desprecio (véase J r 23,39-40; 24,9; 25,9). Esta rectitud de vida, manifestada en no contaminarse con el culto pagano, pro­viene según la doctrina del AT del fiel cum­plimiento de los mandamientos divinos, puesto que el único Dios vivo y verdadero es santo y recto y no tolera junto a sí el culto de los ídolos.

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EZEQUIEL

Julio Lámelas Míguez

INTRODUCCIÓN

1. El profeta Ezequiel

"Cuando en su William Shakespeare ha­ce Víctor Hugo el recuento de los más altos genios de la Humanidad, no se olvida de Ezequiel: le consagra un breve canto que, si no del todo atinado, es al menos fervoroso. En la pluma de Víctor Hugo son realmente incisivos los encomios a ese adivino monta­raz, genio de caverna -así le llama-, que ru­ge para anunciar el progreso y que 'declara la paz como otros declaran la guerra'. No es Víctor Hugo solo; Schiller hubiera querido aprender el hebreo nada más que para leer a Ezequiel" (Tomado del prólogo del libro de P. AUVRAY, Ezequiel, Cartagena 1960, p. 9). No hay por qué ocultarlo: Ezequiel fue lo que hoy llamamos "un upo original". Su mímica, sus gesticulaciones, sus extrañas posturas, sus atormentadas actitudes, sus largos pe­ríodos de mutismo e inmovilidad, e incluso sus éxtasis y sus experiencias sobrenatura­les, sorprenden y desconciertan al lector.

A lo largo de la historia, Ezequiel siempre ha sido considerado como un profeta enig­mático y misterioso. Tanto su personalidad como sus diversas acciones simbólicas han hecho de él un personaje de tremenda ac­tualidad no sólo para exegetas y teólogos, si­no también para estudiosos de la psiquiatría

y del psico-análisis: personalidad enfermiza y esquizofrénica para éstos (véase Ez 3,15; 4,4-6; 24,27; 33,22) y una de las mayores fi­guras espirituales de todos los tiempos pa­ra aquéllos. Todos, sin embargo, subrayan el carácter insólito de su vida y de su misión más que sus aspectos anormales.

Aunque tenemos pocos datos biográficos sobre el profeta, se conoce al menos el tiem­po y el lugar de su actuación a través de su libro. Era hijo del sacerdote Buzi, por lo tan­to de familia sacerdotal. Es probable, por lo que se lee en su libro, que él ejerciese el mi­nisterio sacerdotal en Jerusalén antes de que la ciudad fuera tomada por los Babi­lonios. No conocemos la fecha de su naci­miento ni de su muerte, pero se supone, a partir de los acontecimientos que nos cuen­ta en su libro, que nació en la segunda mi­tad del siglo VII a. C. Sin embargo aparece sólo en escena desde el momento en que re­cibe su vocación profética. Como sacerdote y profeta, poeta y teólogo, organizador reli­gioso y predicador, vivió e interpretó la épo­ca más trágica y más dura de la historia de Israel: el exilio.

Fue deportado a Babilonia juntamente con otros muchos judíos en el año 597 a. C. y allí residió en la población de Tel-abib, junto al río Quebar, probablemente un canal que va

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EZEQUIEL

de Babilonia a Uruk (véase Ez 1,3; 3,15). Su ministerio profético duró alrededor de vein­te años, desde el 593 al 571 a. C. y su men­saje va dirigido especialmente a los exiliados, aunque también le preocupa la situación y la suerte de su patria y de Jerusalén, a la que visitó varias veces a través de visiones extá­ticas (véase Ez 8-11; 40 ss).

2. Contexto histórico

Gracias a un texto procedente de la cor­te de Babilonia llamado "La Crónica Babiló­nica" y a numerosos datos que se encuen­tran en el segundo libro de los Reyes, en el libro de Jeremías y en el del propio Ezequiel, podemos reconstruir a grandes rasgos la his­toria de la época en que vivió Ezequiel.

Para empezar, debemos remontarnos al 722 a. C , año en el que Samaría, capital del reino de Israel, es sitiada por el ejército asirio. Con su caída desaparece el reino del Norte. En Asiría reina Sargón II (722-705 a. C.) y en Judá (también llamado reino del Sur) Eze-quías (727-698 a. C) . Asiria se convierte en una potencia que ejercerá su dominio en to­do el Oriente próximo, mientras que Babilo­nia con Merodac Baladán trata de indepen­dizarse de Asiria. Sin embargo, Judá queda­rá sometida al imperio asirio durante veinte años en los que vive relativamente tranquila pagando sin protestas de ninguna clase tri­buto a Asiria, a pesar de haber intentado emanciparse en diversas ocasiones, pero sin resultado.

Cuando Ezequías alcanza su mayoría de edad y sube al trono en el año 714 a. C , la situación se complica. Movido por sus de­seos de reforma religiosa y de independencia política, el nuevo rey intentará mostrar su de­sacuerdo con Asiria y mezclarse en diversas revueltas. Babilonia y Egipto también eran partidarias de una rebelión contra Asiria. Pe­ro de hecho solamente la pequeña ciudad de Asdod se rebela creyendo contar con el apo­yo de los egipcios, que nunca aparecieron en la batalla. La reacción de Sargón II fue con­tundente. Realizó una rápida campaña con­tra Asdod, Gaza y Asdudimmu, con su hijo Senaquerib como general del ejército. Judá

queda sometida y Ezequías se apresura a pa­gar tributo para evitar el castigo (véase 2 Re 18,13).

Siguieron unos años de calma hasta la muerte de Sargón II en el 705 a. C. De nue­vo los judíos se confabularon con los egipcios para rebelarse contra Asiria. Sin embargo la ayuda de éstos no les sirvió de nada pues Senaquerib, sucesor de Sargón II (704-681 a. C) , invadió de nuevo Judá y asedió Jeru­salén. Pero antes de que la ciudad fuese to­mada, Senaquerib y su ejército, diezmado por la peste, tuvieron que retirarse (véase 2 Re 18-19). Estamos en el año 701 a. C. A partir de este año, Asiria empieza a perder presti­gio y dominio.

Según 2 Re 19,37, Is 37,28 y los anales asirios, Senaquerib fue asesinado por dos de sus hijos en NSnive y le sucede su hijo más jo­ven, Asaradón (680-669 a. C), que hacia el año 671 se apodera de Egipto. En Judá rei­na el impío Manases (698-643 a. C.) que si­gue sometido a Asiria, con Asaradón, prime­ro, y luego con Asurbanipal III, también rey asirio (669-630 a. C) . A Manases le sucede en el trono su hijo Anión (643-640 a. C.) que siguió en todo los pasos de su padre (véase 2 Re 21,19-26; 2 Cr 33,21-25).

Solamente con Josías cambiará la situa­ción religiosa y política del país. Determina­das tensiones internas y externas fueron produciendo en el imperio asirio un gran de­terioro y un enorme vacío político. Fue en­tonces cuando, con fuerza y habilidad polí­tica, Josías extendió la esfera de su poder a los territorios del antiguo reino del Norte. Uno de los logros más importantes de su rei­nado (640-609 a. C.) fue la reforma religio­sa llevada a cabo alrededor del año 622 en conformidad con la ideología y las normas prácticas encontradas en el libro del Deute-ronomio. Las indicaciones referentes a las medidas del templo, así como la idea de ser éste el lugar de la presencia de Dios sobre la tierra, serán retomadas por Ezequiel en sus oráculos y en sus visiones sobre la restau­ración definitiva (véase Ez 40-48) y sobre la gloria de Dios que se va del Templo (Ez 11,23), para retornar luego definitivamente (Ez 47,5-7a).

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La caída de Nínive, en el año 622 a. C , sig­nificó el derrumbamiento definitivo del im­perio asirlo. Es ahora Babilonia, su vecina, la que va adquiriendo protagonismo y dominio sobre el noreste de Judá. Por otra parte, Egip­to va también consolidando su fuerza; bajo el gobierno del faraón Necao II (610-595 a. C.) se hace presente en toda el Asia occidental y entra en confrontación con Babilonia debi­do a su poder e influencia sobre algunos pe­queños estados de Siria y Palestina. Egipto no ve con buenos ojos los progresos de los babilonios que quieren acabar con Asiría y paradójicamente Egipto intenta salvar lo que queda del imperio asirio. Es esta lucha la que dificulta la tranquilidad del rey Josías y la que acaba definitivamente con la paz de Judá. En efecto, en el año 609 a. C , en Me-guido, territorio del antiguo Israel, Josías in­tenta detener a los egipcios que suben hacia Mesopotamia para ayudar al último rey asi­rio, pero es derrotado por el ejército de Necao II y Josías muere en la batalla (véase 2 Re 24,28-30).

El rey que le sucede, Joacaz de Judá (609 a. C), reina poco tiempo. Depuesto a los tres meses por Necao, es llevado prisionero a Egip­to y allí muere cautivo. Su sucesor, su her­mano mayor Joaquín, es colocado sobre el trono de Judá por mandato imperioso de Ne­cao. Su reinado dura alrededor de diez años (609-598 a. C). Ezequiel no habla de él, pe­ro sí Jeremías, uno de sus más temibles ad­versarios. Judá sigue bajo el poder egipcio hasta que surge Nabucodonosor (605-562 a. C), rey de Babilonia y derrota a Necao en Carquemis, en el año 605 a. C. A partir de es­te momento los babilonios se convierten en los nuevos señores y dominadores de todo el Oriente Medio.

En Judá, después de los tiempos gloriosos ie Josías y el entusiasmo por la ley deutero-nomística, las costumbres se relajan y el pue­do comienza a perder la fe. Políticamente, : orno consecuencia de la victoria de Nabuco-zonosor en Carquemis, el reino de Judá pa­sa a depender de Babilonia y durante algún ~<empo el rey Joaquín paga el correspondiente .nbuto a Nabucodonosor. Pero después de "jres años de fidelidad a Babilonia, se niega a

seguir pagándolo lo que acarrea la fulminan­te invasión militar de Judá por parte del ejér­cito de Nabucodonosor. Parece que durante la campaña militar, probablemente asesinado por sus adversarios políticos, muere el rey Joaquín en el año 598 a. C. Le sucede su hi­jo Jeconías que apenas tiene ocasión de rei­nar unos meses pues el ejército babilónico pone sitio a la ciudad de Jerusalén y la con­quista. Estamos en el año 597 a. C. y es el momento de la primera deportación a Babi­lonia: un grupo importante de judíos, sobre todo jerosolimitanos, entre ellos el rey, los notables de la ciudad, los trabajadores es­pecializados, y también el mismo Ezequiel son llevados al destierro. Nabucodonosor quiere demostrar claramente su autoridad y coloca en el trono a Matatías (tercer hijo de Josías y tío, por tanto, del deportado Jeco­nías). En señal de dominio Nabucodonosor le cambió el nombre y le puso el de Sedéel­as. Su reinado se prolongó durante diez años (597-587 a. C) .

Los primeros años de Sedecías, desde el 597 al 594/3 a. C , transcurren en calma y en plena obediencia al poder babilonio. Pe­ro en el año 588 a. C. el rey se niega a pagar el tributo a Nabucodonosor. Este le declara la guerra inmediatamente y asedia Jerusa­lén el 5 de Enero del 587 a. C. Tras año y medio de resistencia, la capital se rinde el 19 de Julio del 586 a. C. Sedecías y los jefes mi­litares huyen, pero son capturados cerca de Jericó y conducidos ante Nabucodonosor, que manda ejecutar a los hijos de Sedecías y a éste lo deja ciego y lo destierra a Babilo­nia (2 Re 25,1-7).Un mes más tarde tiene lu­gar el incendio del templo, del palacio real y de las casas; las murallas son derruidas y se produce la segunda y más famosa deporta­ción. Esto sucede en el año 586 a. C. En la región devastada se nombra un gobernador llamado Godolías.

El profeta Ezequiel y sus oyentes perma­necieron contemplando, como desde una ven­tana, las dolorosas vicisitudes de su patria. Los deportados a Babilonia en este segundo momento traían ahora noticias frescas de la patria que había quedado vacía y desolada, y de su organización bajo Godolías. Estaban

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m á s in te resados , sin duda , po r la s i tuación de aquella su tierra lejana, que por las cosas que sucedían en la tierra de exilio y en su vi­da cotidiana. Desde aquí Ezequiel dirige su mensaje a los hombres de su pueblo que permanecen en Jerusalén y en toda la tierra santa, y al mismo tiempo ejerce su ministe­rio entre los deportados con los que convive (Ez 1,2.3; 11,24.25).

Ezequiel pertenecía, como sabemos, a la clase sacerdotal. Muchos de sus intereses y preocupaciones, y de las características de su personalidad y de su mensaje dependen de este hecho. Así se explica, por ejemplo, que con frecuencia se sirva de la casuística para sus preceptos y enseñanzas morales y religiosas, y que su mayor preocupación sean el culto y el templo. El influjo de Eze­quiel sobre los deportados y sobre aquellos que luego retornaron del exilio fue decisivo y determinante: a los primeros infundió áni­mo y esperanza; a los segundos les aseguró la fundación no de un nuevo estado político, sino de una nueva comunidad, cuyo funda­mento estaría en el templo de la nueva Je­rusalén.

3. Actividad literaria del profeta

Aunque la redacción actual del libro pue­da no ser del profeta, la sustancia del libro sí es considerada hoy como de Ezequiel. Todo ello porque sustancialmente su actividad pro-fética es oral, encaminada sobre todo a la re­citación, y conservada en la memoria y en la repetición oral, transmitida por el profeta y sus discípulos, y por lo tanto con muchas adiciones, con frecuencia poco felices.

Parece indudable que Ezequiel consignó por escrito gran parte de su predicación: sus experiencias extáticas, sus acciones simbó­licas, sus oráculos; pero lo primero fue la transmisión oral de enseñanzas y mensajes que luego sus discípulos o redactores poste­riores agruparon y estructuraron, sirviéndo­se como criterio para ello del mismo carácter del escrito (acciones simbólicas, experiencias extáticas, visiones), de las palabras o temas de enlace (espada, ídolo, abominaciones...) y del contenido de los oráculos.

En relación a las peculiaridades literarias de Ezequiel cabe destacar los siguientes ele­mentos:

1.- La fórmula en la que se destaca la pre­sencia de la palabra de Dios: recibí esta pa­labra del Señor, fórmula que manifiesta una particular concepción de la revelación divi­na y de su concretización histórica.

Siempre en relación con la fase de la re­cepción del mensaje, se narra frecuentemen­te la orden de profetizar: di habla, canta una lamentación, entona una elegía.

En cuanto a la fase de transmisión del mensaje es muy frecuente la fórmula de anuncio: esto dice el Señor, muy antigua y ya utilizada por los embajadores de los reyes de Oriente, al referir mensajes de sus sobera­nos. Tal fórmula da autoridad al mensaje y en ella está implícita la referencia a una ex­periencia interior precedente de la que pro­viene el mensaje profético. A veces el men­saje divino aparece reforzado ulteriormente por la expresión oráculo del Señor, normal­mente al final de cada unidad literaria. Otra fórmula para expresar este reforzamiento es el juramento: por mi vida.

La conclusión de los oráculos se realiza con toda solemnidad a través de otra expre­sión muy corriente en el lenguaje profético: Yo, el Señor he dicho o he hablado. Pero la conclusión más frecuente es: reconocerán que yo soy el Señor, la llamada fórmula de "re­conocimiento" .

2.- Una amplia gama de géneros literarios entre los que sobresalen los oráculos de acu­sación y condena (Ez 5,5-11,13; 13; 21-22; 31,1-18), los discursos jurídicos (Ez 3,17-21; 14,1-11; 18; 33,10-20; 22,1-16), las dispu­tas y controversias con ciertas característi­cas tomadas de la praxis procesual (Ez 11,3; 12,27; 20,32; 25,3; 26,2; 28,2; 29,39; 33,10; 36,2.13; 37), lamentaciones o elegías (Ez 19; 26,17-18; 27; 28,11-19; 32,2-16), algunas secciones poéticas sobre un determinado te­ma (Ez 7; 30; 34; 35-36), pasajes homiléti-cos según las distintas categorías de la po­blación (Ez 13; 22,23-31), secciones legisla­tivas (Ez 43,18-27; 44,17-51; 45,18-46,12),

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descripciones geográficas (Ez 45,1-8; 47,15-20; 48) y el llamado sermón penitencial (Ez 20). Todos estos géneros parecen caracte­rísticos de la instrucción o tora impartida por los sacerdotes y levitas a los fieles.

3.- El material narrativo de Ezequiel está constituido sobre todo por acciones simbó­licas y visiones.

En cuanto a las acciones simbólicas no­temos que no se pueden separar de los ges­tos simbólicos, como el volver la cara hacia ciertos lugares o personas, el batir palmas... y ciertas pantomimas.

Las visiones, por su parte, se encuentran en los momentos clave de la actividad del profeta. Las principales son cuatro narradas enEz 1,1-3, 15; 8-11; 37,1-14; 40-48 y sir­ven para marcar las distintas fases de su predicación.

El estilo literario del profeta se caracteri­za sobre todo por la frecuencia de las imá­genes utilizadas (véase Ez 15; 16; 17; 19; 22,17-22; 23; 29,1-6.17-20). Son imágenes más elaboradas que las de los profetas an­teriores y que las de su contemporáneo Jere­mías, del que depende en algunos temas.

La riqueza de su cultura y el contacto con otras, especialmente con la de Babilonia es notable. Es el primer profeta que se sirve de tradiciones extrabíblicas, muchas de ellas de carácter mitológico, debido a su situación de deportado en Babilonia donde descubre nue­vos elementos culturales que le sirven para elaborar su pensamiento. No sólo recoge ma­terial fenicio-cananeo (Ez 17; 23; 26; 29), si­no también motivos, imágenes y prácticas cultuales mesopotámicas (Ez 1-3; 9, lss; 14,21; 16,23-24; 17,3-4; 31; 32), sobretodo cuando habla de idolatría. De la historia y de la literatura de Israel toma sobre todo moti­vos legendarios (Ez 14,12ss; 21,13ss), la ben­dición de Jacob (Gn 49; véase Ez 15; 17,1-10) y alude con frecuencia a Amos, Oseas, Isaías y Miqueas. Tiene puntos de contacto con su contemporáneo Jeremías y presenta una cierta dependencia del Código de Santidad (Lv 17-26) y de la teología deuteronomística.

Pero a pesar de la insuperable riqueza de las imágenes, de la amplitud de la realidad

que evoca y de la profundidad y novedad de su mensaje, Ezequiel es un profeta difícil de leer, porque su estilo es generalmente mo­nótono, gris, frío y pobre respecto a la pureza vigorosa de Isaías y al calor conmovedor de Jeremías.

4.- La estructura del libro de Ezequiel es bastante clara, a grandes rasgos, y respon­de a las distintas etapas de su actividad: Mensaje de severa invitación a la conversión, hasta la caída de Jerusalén (Ez 1-24), con la interesante introducción de vocación (Ez 1,1-3,15); oráculos contra las naciones cómpli­ces en la infidelidad del pueblo (Ez 25-32); después de la caída de Jerusalén, mensaje de consuelo dirigido al pueblo, al que le pro­mete un futuro mejor (Ez 33-39); y final­mente evocación de la comunidad renovada, por medio de la visión sobre el templo y la tierra (Ez 40-48).

Todo el material estructurado de esta ma­nera ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración, muerte- re­surrección de un pueblo.

4. Actividad profética de Ezequiel

El breve recorrido sobre los principales acontecimientos históricos vividos por el pro­feta Ezequiel, nos permite una aproximación cronológica para distinguir en su actividad profética o predicación dos etapas significa­tivas: una, antes de la caída de Jerusalén (597-586 a. C.) y otra, después de la caída de Jerusalén y de la segunda deportación (586 a. C); dos etapas que contienen dos tipos distintos de mensaje. El primero, correspon­diente a la primera etapa, es de condenación y de invitación a la conversión; el segundo, en relación a la segunda etapa, es de con­suelo y restauración.

a) Antes de la caída de Jerusalén (597-586 a. C) .

En este primer momento de su mensaje, el profeta se preocupa de manera especial de la conversión del pueblo. Para ello utiliza el lenguaje de la amenaza. Describe, de manera

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enigmática, la destrucción de la ciudad y del templo, los sufrimientos consecuentes, los pecados causantes de tal desastre y la se­guridad del cumplimiento de la palabra de Dios, de la cual el profeta es heraldo y cen­tinela. Esta identificación entre palabra del profeta y voluntad de Dios es el punto de par­tida de su actividad profética.

Destacan en esta primera parte cuatro ac­ciones simbólicas características:

La acción de comerse el libro, como gesto inicial de su vocación (Ez 2,9-3,3). Se trata del libro que contiene la palabra de Dios, que el profeta ha de asimilar para poder trans­mitirla en toda su integridad. Esta acción es más real y profunda que la de Isaías, a quien un serafín había tocado sus labios con un as­cua (Is 6,5-7), y que la de Jeremías, en cuya boca el Señor mismo había puesto sus pala­bras (Jr 1,9).

Acciones en relación con el asedio de Je-rusalén. Se trata de varias acciones usadas por Ezequiel para inducir a la conversión: destacan el diseño de un asedio sobre un la­drillo, como ejemplo del Inminente asedio de la ciudad de Jerusalén, y los tres modos dis­tintos de cortar los pelos de la cabeza y de la barba, dejando solamente unos pocos (el res­to) (Ez 4,1-5,4).

La olla llena de herrumbre. El pueblo se jactaba de que estaba completamente segu­ro en Jerusalén, comparándose a la carne dentro de la olla. Sin embargo, Ezequiel, cam­biando el significado de esta imagen, afirma: seréis cocidos dentro de vuestra ciudad, co­mo sucede con la carne en la olla cuando se pone al fuego. Aún más, ni la roña ni la he­rrumbre de la olla, es decir, la ciudad san­guinaria, desaparecerán (Ez 24,3b-7.9-12).

La visión de una desolación y profanación. Se trata de aquellos capítulos (Ez 8-11) que presentan la desaparición de la gloria de Dios, después de algunos actos graves de profa­nación realizados en el templo. Ezequiel ve las distintas abominaciones que tienen lugar en el templo de Dios, el culto a los animales que allí se realiza, las lamentaciones por el dios Tamuz y, en fin, los ritos de adoración al sol y la muerte de la vegetación. Tanta es la profanación que la sentencia es radical y rá-

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pida: un grupo de seis ángeles marca con una "tau" a los elegidos, mientras otro gru­po mata a todos aquellos que no han sido se­ñalados.

b) Después de la caída de Jerusalén (586 a. C.)

Ahora el profeta hace una pausa para re­flexionar y permanece mudo durante un período de unos seis meses. Silencio por la muerte de su esposa y dolor por la caída de la ciudad. Permanece sin moverse ni hablar hasta que el mensajero escapado del desas­tre de Jerusalén llega a Babilonia para anun­ciar a los desterrados que la ciudad ha caído en manos de los Babilonios. En ese momen­to (Ez 24,26-27), Ezequiel recobra el movi­miento y el habla (Ez 33,21-22) y comienza una nueva función profética. Cambia el tono de su predicación. Ya no se basa en las ame­nazas de castigo, ni el mensaje es condena­torio; ahora prevalece el mensaje de consue­lo tan necesario para un pueblo en otro tiem­po desobediente, pero ahora arrepentido.

Su mensaje, en estos momentos, va diri­gido de manera especial a los deportados, a los que anuncia la salvación si se convierten al Señor su Dios, y a las naciones, a las que condena por su actitud de colaboración en la destrucción de Jerusalén y por haberse sen­tido satisfechas por su caída (Ez 25 ss.).

Al mismo tiempo, Ezequiel denuncia los pecados del pueblo y a los responsables de la catástrofe: príncipes, sacerdotes, nobles, profetas, terratenientes (Ez 22,23-31), pas­tores (reyes) y poderosos (Ez 34). Con rela­ción al pecado del pueblo introduce una nueva idea: la de la responsabilidad indivi­dual. En adelante, Dios juzgará a cada uno según su conducta (Ez 18 y 33,12-20).

Después de denunciar los pecados y de acusar a los responsables de la situación des­graciada de la ciudad, anuncia que será Dios mismo el que apaciente a sus ovejas. En ade­lante no serán los pastores (reyes) de Israel, injustos y explotadores, quienes las apacien­ten, sino que el propio Dios las buscará si­guiendo su rastro y las cuidará (Ez 34,11-16). Sólo así surgirá un orden nuevo, un nuevo

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mundo, una nueva vida hecha de observan­cia de las leyes del Señor, de purificación de toda idolatría, de cambio de corazón y de una restauración en la relación entre Dios y su pueblo (Ez 36,24-28).

La visión majestuosa de los huesos secos (Ez 37) anuncia la reunión del pueblo y la restauración nacional, gracias a la interven­ción de Dios (Ez 37,12-14). La fuerza de Dios creará un pueblo nuevo y vivo. En esos hue­sos y en esos esqueletos de Israel está sim­bolizada la historia de una humanidad muer­ta, pecadora y rebelde, que recupera el gus­to por vivir, amar y esperar. Esta esperanza se hace realidad en la vuelta de la gloria de Dios a Jerusalén (Ez 43), donde habrá un culto y una vida social distinta y nueva, cen­trada en el nuevo templo cuya construcción (Ez 40), estructura (Ez 41) y partes (Ez 42), describe Ezequiel bellamente.

Con el retorno de la gloria de Dios se trans­forma también la geografía de Palestina que se convertirá en un jardín regado por el agua que mana del altar (Ez 47,1-5). La abundan­cia de agua es el símbolo de la riqueza y del resurgir de la esperanza, al tiempo que ex­presa la unión total de un pueblo (Ez 48), ca­da uno en su tribu, en torno al templo, con un territorio determinado en la ciudad del Se­ñor está aquí

5. Teología

El tema central en torno al cual gira toda la predicación de Ezequiel es el de la "santi­dad de Dios". Alrededor de él se mueven rea­lidades, tan aparentemente distantes, como la transcendencia y la inmanencia, la soli­daridad y la responsabilidad individual en la culpa y el pecado. Dios, Inaccesible en sí mis­mo, está presente en el mundo a través de su gloria, descrita como realidad luminosa, que se realiza sobre todo cuando el hombre con arrepentimiento acepta la liberación ofrecida por Dios y no aquella que vanamente ofrecen los ídolos.

La santidad de Dios es ofendida por el pe­cado que es de dos tipos: profanación de las criaturas tal como sucede en la idolatría y profanación del culto en el santuario. Es el

del culto uno de los principales intereses de Ezequiel que sueña en un nuevo Israel como comunidad cultual y teocrática, bajo el cetro del sumo sacerdote y en torno al templo. No hay duda que el profeta recibe sus ideas más importantes de la tradición sacerdotal.

La historia del pueblo es vista como una total infidelidad. Esta no inicia en Canaán, como afirman Oseas y Jeremías, sino en Egipto, donde los israelitas dieron culto a otros dioses, y en el desierto donde se pro­fanó el sábado y se rechazó la ley del Señor. Esta total depravación se expresa en dos ca­pítulos paralelos, el 16 y el 23, en los que, alegóricamente, a través de la imagen de dos muchachas, se describe la infidelidad de Sa­maría y la más grave de Judá. El pueblo no sólo se ha prostituido, sino también ha pa­gado a sus amantes.

Aquí introduce Ezequiel el tema de la re­tribución individual: cada uno recibirá según su conducta (Ez 18,20-24). Sin renunciar al principio de la solidaridad, admite que las ac­ciones del individuo particular pueden sus­traerlo del ambiente que lo rodea, sea bueno o malo. Particularmente responsable es la mo­narquía, por lo que ha de ser transformada profundamente. De ahí que el nuevo rey no se preocupará tanto de política y conquistas mi­litares, sino más bien del culto, de la santidad y la pureza. Será, como Yahveh, el buen pas­tor. Por eso el término utilizado por Ezequiel para designar al rey no es "melek", sino "na-si'", nombre premonárquico de los principa­les responsables de una nación y que pode­mos traducir por "príncipe" (Ez 21,17; 22,6; 26,16; 27,21; 45; 46; 48). Descenderá de la línea davídica, pero será muy distinto a sus antecesores (Ez 17,1-24). Como un pastor re­construirá la unidad del pueblo, hasta que exista un solo rebaño y un solo pastor (Ez 34; véase J n 10).

6. Bibliografía

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COMENTARIO

i VOCACIÓN Y MISIÓN DEL PROFETA

(1,1-3,27)

El libro de Ezequiel comienza con el rela­to de una experiencia personal en el marco de una teofania. Independientemente de la dificultades textuales que presenta, se trata de un relato de visión en el que se desarro­llan internamente dos temas fundamentales: el de la vocación del profeta (Ez 2,1-3,3) y el de su misión al pueblo de Israel (Ez 3,4-27). El relato de la vocación, aunque presenta pe­culiaridades ezequielianas propias, encuen­tra paralelos en Is 6,1-8 y J r 4,1-10. Se dis­tingue de ellos por el especial contexto teo-fánico donde adquieren gran significación los elementos simbólicos del firmamento o cielo (con sus vientos y nubes que vienen del Nor­te) lugar de la morada divina y también de la estrella polar, el fuego, la luz y cuatro seres vivientes, símbolo de la totalidad del mundo. Estos elementos están también presentes en otras teofanías veterotestamentarias (Ex 14,24; Nm 16,35; Sof 1,18; Is 9,1; 60,1-3).

El relato de la misión comienza con una serie de consejos y exhortaciones que Dios da al profeta relativas a las características del pueblo al que es enviado y a las dificul­tades de la misión.

Lo esencial en este relato de visión con que empieza el libro es la presencia de la gloria de Dios. Para describirla Ezequiel se sirve de ele­mentos tomados de la tradición sacerdotal. El Antiguo Testamento considera la gloria de Dios de dos maneras: en relación con el com­portamiento, en cuanto que reconocer la glo­ria de Dios es cumplir su voluntad, serle fiel; y en relación con el culto, en cuanto recono­cer su gloria es adorarlo.

La tradición sacerdotal emplea el término "kabod" (gloria) de la raíz hebrea "kbd" (pesar) para describir la presencia de Dios (Ex 16,10; 24.15b-18; 40,34-36; Lv 9,23-24), que apa­rece en momentos de especial importancia: el

alimento en el desierto (Ex 16), la revelación del Sinaí (Ex 24 y 40), el momento en que los sacerdotes comienzan a desempeñar su fun­ción (Lv 9). En tal descripción casi siempre están presentes la nube y el fuego.

Este tema es clave en todo el libro, seña­lando los tres momentos más importantes de la vida del profeta:

La gloria de Dios llega a Babilonia, para instalarse en medio de los desterrados (Ez 1,1-3,15).

Abandona el templo (Ez 8,11). Vuelve al templo renovado (Ez 43). Aunque el lugar normal de su presencia es *

el templo, y Ezequiel, como buen sacerdote, insiste sobre esto, como profeta comprome­tido no deja también de destacar que el Dios de Israel no está ligado al templo, y a una tie­rra determinada, sino a un pueblo donde­quiera que esté, en el destierro, en otros pa­íses, en Babilonia. La gloria de Dios también se manifiesta en el extranjero.

1,1-28 Introducción. Visión inaugural de la gloria del Señor. Ezequiel, mientras par­ticipa en una de las asambleas litúrgicas de los exiliados (véase Sal 137), o mientras pasea absorto en profunda meditación, vive una ex­periencia en la que ve la gloria de Dios como un viento huracanado que viene del Norte. Se trata de la llegada de la gloria de Dios a Ba­bilonia (Ez 1,4), junto al río Kebar, afluente del Eufrates o canal próximo a Nipur, para ins­talarse cerca de los exiliados, que viven allí probablemente como colonos.

La situación de los exiliados según los da­tos de J r 29 era bastante positiva. No eran cautivos, como Jeconías y los nobles de la aristocracia. Poseían tierras y las cultivaban, prestaban determinados servicios públicos, tenían libertad de movimientos en el interior del país (aunque evidentemente no se les permitía regresar a su tierra), ejercitaban el comercio y constituían colonias agrícolas cerca de Babel. Poseían bienes muebles y su

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condición no era inferior a la de los habi­tantes del lugar. Sin embargo estaban mar­cados por la ignominia de la deportación. A ellos Jeremías escribe una carta exhortán­doles a que no se dejen engañar por falsos profetas (Ajab y Sedecías) ni por adivinos; y les promete también, después de que pasen setenta años en Babilonia, la liberación de­finitiva con el consiguiente retorno a Pales­tina y la nueva reunión en su patria.

Estamos en el momento inmediatamente posterior a la primera deportación, año 597 a. C , cuando en Jerusalén Sedecías (597-587), joven inexperto y débil, vacila entre dos facciones políticas. Con gusto escuchaba los consejos de Jeremías; sin embargo las cosas iban mal en Judá como consta por Ez 8; 10; 13. El grupo de Jeremías propugnaba la su­misión al rey de Babilonia, Nabucodonosor (Jr 27; 28), mientras que el grupo egiptófilo, al que más tarde se unió Sedecías desoyen­do los consejos de Jeremías, se rebelaba con­tra Babilonia y su poder. La consecuencia de esta actitud de Sedecías y de los partidarios de una coalición con Egipto para ir contra Babilonia fue la segunda deportación del año 586 a. C. en la que Sedecías es cegado y des­terrado a Babilonia.

Entre los exiliados de la primera deporta­ción se encuentra Ezequiel, que en una pers­pectiva universalista, se dirige al pueblo ase­gurándole que la gloria de Dios actúa sobre toda la tierra y no sólo sobre Jerusalén y el templo. Los elementos utilizados por Ezequiel para describir la escena de la presencia de la gloria son el viento, la nube, el fuego y el re­lámpago. En medio de éste, cuatro seres mis­teriosos con alas (Ez 1,5-14) sostienen una plataforma semejante a una carroza (Ez 1,15-21), donde tiene lugar la teofanía. Es la glo­ria visible de un ser divino, tan serena y tan humana (figura de hombre) que el viento hu­racanado se transforma en piedra de zafiro, que a su vez tiene forma de trono, el trono que va a ocupar la divinidad (véase Ex 24,10; 1 Re 22,19).

Fuego y relámpago, truenos y rayos, son elementos que regularmente acompañan a las teofanías o manifestaciones divinas en el Antiguo Testamento. Expresan el poder de

Dios y su intangibilidad y provocan en el hombre respeto y sensación de temor ante la divinidad. Con el elemento viento se indica también la transcendencia de Dios y su dis­tancia espacial respecto a la realidad cós­mica. El relato de la visión manifiesta clara­mente cómo el poder extraordinario de Dios, expresado a través de estos elementos, irrum­pe en la vida y en la conciencia de Ezequiel cuando recibe su misión profética.

Ezequiel probablemente se sirvió de imá­genes muy antiguas (2 Sm 22; Sal 18), ins­pirándose además en la visión de serafines de Isaías (Is 6) y en las figuras aladas bi-frontes y tetrafontes de los templos y mo­numentos babilonios y asirios, para cons­truir a su Dios el mejor "trono" posible. Ta­les imágenes serán retomadas por el autor del Apocalipsis (Ap 4).

Los cuatro seres, con sus cuatro caras, han ocupado el puesto de los querubines, elementos sagrados y míticos de Babilonia y Mesopotamia y nos sugieren que el mundo entero en todas sus direcciones está some­tido a Dios, ya que cada punto es accesible al carro portador de la gloria.

Esas cuatro criaturas vivientes sostienen una plataforma o bóveda o firmamento (véa­se Gn 1; Sal 150,1; Eclo 43,1) sobre el que hay u n trono en el que se sienta un ser di­vino. La parte más importante de la visión se encuentra en Ez 1,26-28, en donde se des­cribe la presencia de ese ser divino, sentado en el trono, y con aspecto humano. Es la glo­ria de Dios que para Ezequiel y para los tex­tos de tradición sacerdotal del Pentateuco presenta una forma luminosa pero velada a los ojos humanos. En los textos sacerdota­les del Pentateuco se encuentra solamente la tienda del desierto, predecesora del templo de Jerusalén. Aquí, esta gloria divina se ex­tiende más allá del espacio sagrado del tem­plo; llega al espacio pagano de Babilonia, donde se hallan los exiliados, y a toda la vas­ta extensión del mundo creado.

2,1-3,15 Vocación del profeta. En Ez 2,1-3,11, la teofanía destinada al profeta tie­ne como objetivo una palabra dirigida al pue­blo y que el profeta ha de tragar: Abre la bo-

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ca y come lo que te doy (Ez 2,8). Yo abrí la bo­ca, y él me hizo comer el rollo (Ez 3,2). Como Isaías (Is 6,1-8) y Jeremías (Jr 1,4-10), Eze­quiel es llamado a una misión muy impor­tante. En su condición ínfima de hijo de hom­bre es enviado a los israelitas, a los rebeldes de Israel, tercos y obstinados. Rebeldes por su apostasía e idolatría y también por su opo­sición contra Nabucodonosor, hecha realidad en la actitud de Jeconías y Sedecías y en la de sus subditos contra el rey de Babilonia.

"Ben 'adam"=hi/o de hombre, se encuentra noventa veces en Ezequiel, y su significado no ha de entenderse en el sentido mesiáni-co de Dn 7,13, como figura del pueblo me-siánico y del Mesías mismo, sino en la línea de Dn 8,17, como hombre, ser humano de carne y hueso, solidario y semejante a todo hombre: "adam", indica la colectividad hu­mana, y "ben", el hombre concreto y singu­lar. Ambos términos en el lenguaje bíblico expresan distancia entre Dios y el hombre, y al mismo tiempo confianza, pues el hom­bre es criatura de Dios.

Lo esencial de la misión profética de Eze­quiel está expresado en Ez 2,3-7. Ezequiel, como verdadero profeta, debe ser y ahora es, enviado por Dios. Cuando habla como pro­feta, está pronunciando u n mensaje que no es suyo propio sino de Dios. Consecuente­mente, sus oráculos proféticos a lo largo de todo su libro, serán introducidos por la fór­mula: Así dice el Señor o recibí esta palabra del Señor, porque es de él de quien viene el mensaje. Un mensaje para "Israel", o mejor, como se dice en Ez 3,4 y en todo el libro, pa­ra el pueblo de Israel, porque Ezequiel no es enviado solamente a Judá, el reino político en el que Joaquín y Sedecías eran reyes, si­no también a todos los miembros del primi­tivo reino del Norte, suprimido por Asiría 130 años antes, y a los exiliados en Babilonia.

En Ez 2,8-3,3 se describe un rito simbó­lico consecratorio, como en J r 1 e Is 6, se­mejante a la "traditio instrumentorum" de las ordenaciones rituales o a la entrega de llaves para u n cargo oficial. Como profeta, Ezequiel ha de transmitir palabras de Dios, especialmente palabras de juicio, que Dios le entrega en un rollo y que él ha de comer y

asimilar para hacerlas propias. El resultado de estas palabras de juicio será para el pue­blo de Israel, lamentaciones, gemidos y ame­nazas (Ez 2,10), pero para el profeta será al­go dulce como la miel (Ez 3,3). Esto mani­fiesta el implícito contraste de la obediencia de Ezequiel a la voz divina con la rebeldía del pueblo de Israel, sobre la base de sus res­pectivas reacciones ante la palabra de Dios. Al mismo tiempo expresa la compenetración y familiaridad de Ezequiel con Dios pues el volumen es dulce porque, a pesar de conte­ner amenazas, es palabra de Dios, de su Dios (véase Sal 19,11; 119,103; J r 15,16).

A partir de Ez 3,4 se nos habla de la si­tuación particular en la que se encuentran los miembros de la casa de Israel que están en el exilio. Se da un fuerte contraste entre la fal­ta de receptividad por parte de los judíos exi­liados hacia las palabras de su Dios y la pa­radójica receptividad de los pueblos paganos en medio de los cuales viven los exiliados. Pero, como claramente se dice en Ez 3,11, el profeta dirige directamente su mensaje divi­no a los deportados, la gente de su pueblo, ex­tendiéndose a todo el pueblo de Israel, no só­lo en el exilio sino también en su propia tie­rra. La historia de Israel, distante y reciente, ha dejado su marca sobre el destino de los exiliados y es evidente que, tanto para Eze­quiel como para Jeremías, los acontecimien­tos que suceden en Jerusalén son objeto de ardiente interés para los judíos deportados a Babilonia.

En Ez 3,12-15 cesa la experiencia visio­naria; la gloria de Dios desaparece en medio de un gran terremoto y Ezequiel vuelve a la realidad, no sin antes sentir la irrupción de Dios en su interior; después llega a Tel Abib, junto al río Quebar, donde vivían los depor­tados. Aquí descubrirá que una fuerza espe­cial le posee interna y externamente. De es­te modo, cuando él hable, no lo hará en nom­bre propio, sino en el de Dios. Por eso sus oráculos serán siempre introducidos por la fórmula recibí esta palabra del Señor.

3,16-21 Centinela de Israel. Concluye el relato de la visión con la imagen del centi­nela aplicada al profeta, encargado de vigi-

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lar el pulso religioso y moral de Israel, y de anunciar los posibles peligros con los que se va a encontrar en su situación de exiliado. Esta imagen se desarrolla en Ez 33 y está presente también en otros textos proféticos (Is 21,6-12; J r 6,17).

3,22-27 Un profeta que no puede hablar. Ez 3,22-27 probablemente habría que situarlo después de Ez 24,5-27. Los redactores lo co­locaron aquí para darle un sentido metafóri­co en relación a la misión del profeta. Su si­lencio o mudez temporal y su inmovilidad, consecuencias o no de una enfermedad men­tal o física (tal vez una parálisis sufrida poco después del asedio de Jerusalén cuando per­dió a su mujer; véase Ez 24), son acciones simbólicas que representan ese momento en el que la comunicación entre Dios y su pue­blo se ha roto por un tiempo. Es el tiempo del asedio de Jerusalén por las fuerzas invasoras.

Este silencio del profeta (Ez 3,26) nos re­cuerda el silencio del Siervo del Señor (Is 53,7). Más aún, Ezequiel es tratado mal por los suyos (Ez 3,25) y afligido por el mismo Dios con una situación de parálisis (¿inca­pacidad moral de hablar a un pueblo rebel­de?), que se hará también manifiesta en la ac­ción simbólica indicativa de la duración del exilio (Ez 4,4-8). Durante este período de tiem­po Ezequiel tendrá que expiar las culpas de Israel y de Judá, como el mismo Siervo del Se­ñor (Is 52,13-53,12). Una expiación que se vislumbra cuando simbólicamente tiene que comer el libro enrollado (es decir, la "megui-llah" como signo representativo de la identi­dad profética) que contiene lamentaciones, ge­midos y amenazas (Ez 2,10), para soportar y llevar sobre sus hombros el sufrimiento y el pecado del pueblo de Dios. Algo así como los sacrificios de expiación realizados por los sa­cerdotes levitas (véase Lv 6,16ss.; 10,17-19), que tenían que comer la carne de la víctima inmolada (macho cabrío) en lugar sagrado pa­ra borrar las culpas de la comunidad.

En silencio también realizará más accio­nes simbólicas. La primera de ellas se pre­senta inmediatamente en Ez 4.

Estos tres primeros capítulos de Ezequiel, reelaborados y retocados por los redactores,

nos han dado una síntesis completa de la vo­cación y de la misión del profeta-sacerdote, que se irá desarrollando a lo largo de los si­guientes capítulos. Dios que se revela, Dios que envía para una misión difícil, el profeta-sacerdote que acepta el duro deber de llevar la palabra de Dios, gustando, sin embargo, la dulzura de la misma, son rasgos caracte­rísticos de su actividad profética.

II ORÁCULOS DE CONDENACIÓN

CONTRA JERUSALÉN (4,1-24,27)

Estos capítulos recogen fundamentalmen­te el primer período de la actividad profética de Ezequiel, que se sitúa entre dos fechas sig­nificativas: año 597 a. C , primera deporta­ción, y año 587 a. C , segunda deportación a renglón seguido de la caída de Jerusalén (19 de Julio del 586 a. C). Ezequiel, desterrado con Jeconías el 597 a. C , desarrolla en me­dio de los exiliados toda su actividad proféti­ca. Desde Babilonia se dirige a los que quedan en Judá para reprocharles sus pecados, su rebelión contra las leyes y mandamientos del Señor (Ez 5,6), su idolatría (Ez 6,4), su inso­lencia y maldad (Ez 7,10s). Desde allí, a pe­sar del optimismo y esperanza de los depor­tados de que el castigo enviado por Dios se­rá pasajero, que Jeconías será liberado pronto y todos volverán a Palestina, anuncia una ca­tástrofe: la destrucción de Jerusalén y el au­mento del número de los deportados. Todo gi­ra en torno al mismo tema: el castigo de Je­rusalén y de Judá, producido por el pecado del pueblo: injusticias, pactos con potencias extranjeras que conducen a la desconfianza en Dios, búsqueda de seguridad sólo en lo te­rreno, abominaciones de diversos tipos, ido­latría, sincretismo, alianzas con egipcios, asi­rlos y babilonios... Pecados todos ellos pre­sentes en la historia de Israel.

Los capítulos 4-7 nos presentan el conte­nido del mensaje; los capítulos 8-11 con­cretan algo más las causas del castigo; y desde el capítulo 12 hasta el 24 Ezequiel va desarrollando su mensaje, a través de ac-

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ciones simbólicas, pantomimas, parábolas, alegorías, imágenes y discursos teóricos, pa­ra cerrar la primera etapa de su actividad, como la había empezado, en silencio y con la acción simbólica más trágica: la muerte re­pentina de su mujer; no podrá llorar ni la­mentarse, deberá afligirse en silencio. El día de la caída de Jerusalén, quedará mudo e in­móvil (Ez 3,25-26) hasta que un fugitivo le comunique la noticia (Ez 24,26-27).

Los dos primeros capítulos de esta sección, es decir Ez 4-5, pueden dividirse en dos par­tes: Ez 4,1-5,4a y 5,4b-17. La primera nos presenta a través de cuatro acciones simbó­licas el castigo del pueblo elegido. La segun­da un oráculo de condenación, que ayuda a interpretar las acciones simbólicas anteriores.

4,1-5,4a La suerte del pueblo elegido. Las cuatro acciones simbólicas de este pa­saje representan varios aspectos de la suer­te del pueblo de Israel y del castigo.

La primera acción simbólica (Ez 4,1-3) re­presenta el asedio de Jerusalén. El objeto emblemático es un ladrillo o adobe utilizado en la construcción. Sobre él Ezequiel dibuja una ciudad. La plancha de hierro que apa­rece a continuación simboliza la dureza y se­paración hostil. La ciudad dibujada es Jeru­salén; los que la asedian, no son nombrados, pero son, sin duda, los soldados babilonios.

La segunda acción (Ez 4,4-8) simboliza la culpa y la maldad del pueblo pesando sobre el profeta. A pesar de que en el libro de Eze­quiel el pueblo de Israel generalmente desig­na el pueblo elegido como totalidad, aquí (Ez 4.5) hace referencia al reino del Norte cuya independencia había sido suprimida al ser tomada por los asirios su capital, Samaría, en el año 722 a. C. Mientras que Judá (Ez 4.6) se refiere al reino del Sur cuyo destino quedará marcado por la toma de la capital, Jerusalén, por los babilonios en el año 586 a. C. Ezequiel, en el presente texto, a través de un gesto hace hincapié en los largos años de culpa o castigo para los dos reinos. Cuan­do está acostado hacia el lado izquierdo car­ga con las maldades de Israel y cuando lo es­tá hacia el derecho carga con los pecados de Judá. La duración de los años del castigo o

culpa seguramente tiene una gran significa­ción histórica para los exiliados, pues les re­cuerda su primer éxodo. Más que hablar de años de castigo, habría que hablar de años de culpa. Los trescientos noventa años ven­drían a representar los años que van desde el comienzo de la monarquía hasta la gran re­forma de Josías, años de apostasía y pecado hasta la destrucción del altar de Betel (des­de el 1017 a. C. con Saúl hasta el 627 a. C. con Josías). Los restantes cuarenta años, que son los años de una generación, irían desde el 627 a. C. hasta la destrucción del Templo y consiguiente exilio en el año 587 a. C. Se trataría de un período comparable al de la servidumbre en Egipto que también duró cuatrocientos treinta años, de modo que po­dríamos considerar esta etapa mencionada por Ezequiel como un segundo éxodo (véase Ex 12,4; Gal 3,17). Pero en Ez 4,7-8 el ho­rizonte cambia: geográficamente los dos an­tiguos reinos se reducen a la ciudad de Je­rusalén, y cronológicamente los largos años de pena o castigo se convierten en el breve período de tiempo del asedio de Jerusalén.

El profeta pronuncia oráculos contra esta ciudad con su brazo desnudo (véase Is 52,10), para manifestar frente al enemigo la máxima claridad de Dios (Jr 21,5), pero atado con cuerdas, porque se encuentra muy restringi­do u obligado por la fuerza divina que lo en­vía (véase Ez 3,25).

La tercera acción (Ez 4,9-17) gira en torno al alimento racionado. Su trasfondo es la mi­seria del pueblo provocada por el asedio al que fue sometida Jerusalén por los babilo­nios. La comida del profeta se vuelve impura por mezclar diferentes clases de grano (véase Lv 19,19) y por estar en contacto con los ex­crementos sobre los que se cocina. Ezequiel, como sacerdote, era especialmente sensible al peligro de contraer impureza. El contacto de Israel con las naciones vecinas de Babilonia y Asiria, impuras por sus prácticas idolátricas (véase Ez 36,18b), produce un permanente estado de impureza en el pueblo de Dios. La compleja separación entre lo sagrado y lo pro­fano, lo puro y lo impuro, de la que nos habla el Levítico, que abarca toda la vida del pueblo y permite su entrada y contacto con lo sacro,

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desaparece después del asedio para arrojarlo en el caos de lo profano, donde la idolatría con sus impurezas se constituye en realidad vital.

La cuarta acción (Ez 5,1-4) desarrolla, a través de la imagen del rapado, el tema de las consecuencias del asedio: matanza y des­trucción. El cabello y la barba eran signo de distinción y dignidad (véase 2 Sm 10,4-5) y como crecen de manera visible, más que cual­quier otra parte del cuerpo, eran considerados como manifestación especial del poder vivifi­cador de Dios y síimbolo de vitalidad. Con el gesto de ser cortados a espada el profeta quie­re expresar la destrucción de la vida en la ciu­dad. Esta imagen (véase Is 7,20) y su sentido penitencial o de luto (véase 2 Sm 10,4s; J r 41,5; 48,37; Is 15,2), así como la imagen de los pelos esparcidos y atados (sólo unos cuan­tos) al borde del manto, introducen el tema del resto de Israel.

Tres agentes que funcionan como fuerzas vengadoras son los encargados de señalar los tres actos fundamentales de la acción: la espada para cortar, el fuego para quemar y el viento para esparcir. Solamente el viento no es destructor y aparece como agente que posibilita para algunos la liberación del cas­tigo inminente y alienta la esperanza. Este vocablo ("ruah") aparece una sola vez en es­tos cuatro versículos y en el centro de los mis­mos, mientras que espada y fuego aparecen tres veces cada uno.

La esperanza no ha muerto, pero el pa­norama será ciertamente desolador entre los habitantes de Jerusalén: unos perecerán en la ciudad a causa del fuego, otros morirán a espada junto a las murallas y otros serán es­parcidos al viento en la huida o en el exilio forzado. Pero algunos, un resto, serán pre­servados, aunque incluso unos pocos de es­tos perecerán más tarde en medio del fuego.

5,4b-17 Anuncio de castigos. Después de una presentación, en cuatro cuadros, de la que será la suerte del pueblo elegido, en Ez 4,5b-17 comienzan los oráculos de conde­nación. En este primero se da una interpre­tación de las anteriores acciones simbólicas mediante el uso del "rib profético" que pre­senta la forma de una controversia jurídica

con los elementos característicos de acusa­ción (Ez 5,5-7.11) y condena (Ez 5,8-17).

La acusación o denuncia va dirigida con­tra el pecado del pueblo que es rebelión con­tra las leyes divinas (Ez 5,6), abominación (Ez 5,9) y, más en concreto, idolatría (Ez 5,11) que es la forma más grave de abominación, pues lleva consigo la violación de obligacio­nes, objetos y lugares sagrados relacionados con el culto (véase Dt 7,25s; 13,15; 17,4).

Después de la acusación viene la condena o sentencia. Esta se hace efectiva en el ase­dio, ocupación forzosa y destrucción de la ciudad, con la consiguiente muerte, disper­sión o exilio de la mayoría de sus habitantes. Conocemos este hecho por 2 Re 25; 2 Cr 36; J r 52. Del asedio y destrucción de Jerusalén nos hablará también Ez 24, l s y 33,21. Otras consecuencias de este juicio serán: el ham­bre -"los padres comerán a sus hijos"- (2 Re 6,29; J r 19,9; Lv 26,29; Lam 2,20; 4,10), pes­te, espada, devastación, escarnio e ira contra el pueblo elegido (véase J r 14,21; 21,7.9; Ez 6 , l i s ; 7,15; 12,16; 14,21; 33,27).

6,1-14 Contra los montes de Israel. Mientras que las acciones simbólicas de Ez 4,1-5,4a y su interpretación (Ez 5,4b-17) es­taban dirigidas a la ciudad de Jerusalén, ahora, sin embargo, el segundo oráculo de Ez 6,1-14 se dirige a los montes, colinas, gargantas y valles del país y, por lo tanto a todos sus distritos rurales, que se extienden desde el desierto, entre Judá y Egipto, al sur, hasta Ribla, al norte, en Siria, es decir a to­da la tierra prometida.

Las montañas y los lugares altos eran es­pacios favoritos del pueblo cananeo que allí daban culto a las distintas divinidades de la vegetación. A pesar de la centralización del culto en Jerusalén con Ezequías (2 Re 18,4) y con la reforma de Josías (2 Re 23), estos lu­gares persistieron sin perder todo su carác­ter idolátrico y a causa del sincretismo reli­gioso entre cananeos y judíos eran una cons­tante tentación para el pueblo de Israel que sólo podía por ley y religión acudir al único monte que Dios había escogido para habitar (véase Sal 68,16-17) y adorar a un único Dios frente a los ídolos. También en las gargantas

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y los valUes (Ez 6,3) existían estos montícu­los construidos como elevaciones artificiales donde se instalaban los ídolos: una pilastra de piedra que representaba la divinidad mas­culina y un tronco o poste de madera que co­rrespondía a la femenina, consorte de Baal (véase Ex 34,11-16).

Aquí Israel se ha dejado atraer por los dioses, la religión y los ritos estacionales de fecundidad cananeos. Un culto que pervive como un tumor en el mismo corazón de la re­ligiosidad hebrea, es decir en el templo, y que produce auténticos desastres en el pueblo de Israel. El castigo divino caerá, no sólo sobre Jerusalén, sino también sobre los montes y colinas de Palestina y sobre todos los habi­tantes del país (véase Ez 6,14; 1 Re 8,65; 2 Re 14,25; Am 6,14; Nm 13,21). A ellos Ezequiel anuncia la profanación y destrucción de sus lugares idolátricos de culto (Ez 6,3b-7), lla­mados "altos". Estos eran lugares de culto se­veramente prohibidos en Israel (véase Dt 12,2-4) y en ellos se desarrollaban ritos muy li­cenciosos, donde Dios era manipulado, la realidad divina reducida a sus propias con­cepciones humanas, a sus gustos, al ciclo de la naturaleza y de las estaciones. En la raíz de esta tendencia está probablemente el egoísmo perverso del hombre, que adquiere su máximo grado cuando se reviste de reli­giosidad. La antigua religión cananea era atractiva porque su práctica llevaba consigo la satisfacción desenfrenada de los instintos humanos. El pueblo adoraba a Baal y a las otras divinidades, masculinas y femeninas, y gozaba haciéndolo, mientras que el culto a Yahvé, vinculado a ciertos ritos, como el sa­crificio y el uso del incienso, era más auste­ro y no tenía como objetivo la satisfacción personal, egoísta y placentera. Yahvé impo­nía sobre los que le adoraban un sistema de exigencias éticas que eran la expresión de su propia voluntad en las relaciones sociales y en las relaciones del hombre con él. Pero la población rural se ha ido tras otros dioses y ha abandonado el culto que el Señor pedía. La infidelidad del pueblo, expresada aquí en el texto en términos de infidelidad sexual, co­mo contemplación sensual dirigida a otros Soses, será castigada con el exilio además de

con la espada, el hambre y la peste (Ez 6,11b-12).

El exilio contribuirá a cambiar su corazón, porque en el exilio la nostalgia de su Dios se­rá tan fuerte que el pueblo, a través de las palabras del profeta, descubrirá la necesidad de la conversión.

7,1-27 Se acerca la tragedia. El desas­tre final se anuncia en estos dos oráculos, uno breve y otro largo, de Ez 7,1-27. El tex­to presenta algunas dificultades de lectura debido a las correcciones sufridas, así como a las repeticiones y duplicaciones que apa­recen en el mismo. No obstante, se pueden distinguir dos partes muy ligadas entre sí. En la primera (Ez 7,1-9) se anuncia el fin, "el turno, el momento, el día". El fin es el tiem­po de la ira de Dios. La palabra clave es "fin" y en torno a ella giran expresiones como "día, hora, tiempo" (Ez 7,7), que después se repiten insistentemente en Ez 7,10.12.19. Se trata del "día" de la ira divina, que tiene su causa en las muchas abominaciones del pueblo. En la segunda parte de este capítu­lo (Ez 7,10-27) se describe esta ira divina en sus manifestaciones concretas y con imá­genes violentas (véase Is 11,12; Job 38,13). La población se ha creído demasiado auto-suficiente en relación con Dios. Ha confiado demasiado en su esplendor, en su potencia comercial, económica y militar, en sus ri­quezas personales y en el templo. Todo ello se ha convertido en objeto de orgullo y arro­gancia, pero nada quedará de ellos.

A partir de Ez 7,10 se extiende el orácu­lo a un grupo más amplio. Del "tú" de los versos precedentes, referido a la tierra y a Jerusalén, la capital de Judá, se pasa a la tercera persona, "ellos", aplicado a sus ha­bitantes. El profeta, después de dirigir su mensaje a Jerusalén, habla directamente a sus compañeros de exilio para explicarles la situación de "aquellos" sus conciudadanos que quedaron en su patria y que en ella re­cibirán el castigo de Dios por sus muchos pecados. De este modo el oráculo va dirigi­do no sólo a Jerusalén (Ez 4-5) y a los mon­tes de Israel (Ez 6), sino también a toda la tierra santa (Ez 7).

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El día del Señor, del cual ya hablaba Amos, casi dos siglos antes de Ezequiel, y en el que esperaban los hebreos ya antes del siglo VIII a. C , entendiéndolo en sentido positivo y fa­vorable, ha cambiado de significado en el si­glo VI, época exílica. Al principio indicaba el momento de una especial y particular epifa­nía divina que comportaba el triunfo para el pueblo de Israel y la derrota para todos sus enemigos. Desde Amos hasta el exilio el día del Servar tiene connotaciones negativas has­ta el punto de significar también para Israel castigo y desastre en proporciones cósmicas. Después del exilio adquiere de nuevo, como en tiempos de los profetas no escritores, ca­racterísticas positivas y optimistas, con cla­ros matices escatológicos, de modo que el día del Señor se identifica con el fin del mundo, que es manifestación divina en el premio y en el castigo al final de la historia. Muchos as­pectos del día del Señor profético se encon­trarán luego en el discurso escatológico de Jesús: Mt 24 y par.

8,1-18 Culto idolátrico en el templo. Es­te pasaje es el comienzo de una amplia uni­dad literaria constituida por cuatro capítulos (Ez 8-11), encuadrados por una breve narra­ción inicial que refiere el repentino traslado en visión de Ezequiel a Jerusalén (Ez 8,1-4), y una conclusión en la que Ezequiel de nuevo es llevado a Babilonia para dirigirse a los de­portados (Ez 11,24-25). En medio de estos márgenes se describen diversas visiones. La primera es la visión de la idolatría y abomi­naciones cometidas por el pueblo de Israel en el templo, visión que concluye con un orácu­lo de amenaza dirigido por el Señor contra su pueblo (Ez 8,5-18). En la segunda se descri­ben las matanzas efectuadas por seis hom­bres provistos de armas destructoras y la ac­ción de uno, situado en medio de ellos, ves­tido de lino, poniendo una señal en la frente de los inocentes. Esta visión se concluye tam­bién con un oráculo de amenaza (Ez 9). En el capítulo 10 se continúa narrando la acción del hombre vestido de lino que ahora ha de esparcir brasas ardientes sobre la ciudad de Jerusalén; el capítulo termina relatando có­mo la gloria de Dios abandona el templo.

Los tres primeros capítulos de este bloque constituyen una especie de sumario del que se saca la impresión de que la narración del triple castigo es incompleta. No se habla de la ejecución del exterminio ni del incendio de la ciudad. Quizá porque los destinatarios del mensaje, exiliados, esperarán con mayor an­siedad el fin que se cumplirá en Jerusalén después de algún tiempo. Sin embargo, el tercer castigo está perfectamente desarrolla­do con sus consecuencias. Se trata del aban­dono de la gloria de Dios, con detalles sobre el carro, sobre el que el trono divino es trans­portado y con repeticiones sobre querubines, ruedas, etc. provenientes del cap. 1.

El conjunto de estos tres capítulos (de los cuales el 11 será un apéndice), presenta el esquema básico de los oráculos de conde­nación, en sus dos partes fundamentales: acusación (Ez 8) y condena (Ez 9-10).

En la introducción a este bloque de capí­tulos se describe una visión del profeta que es transportado al templo de Jerusalén don­de ve el ídolo rival del Señor. Desde este mo­mento va contemplando progresivamente las abominaciones e idolatrías que se desarrollan en el templo. En cuatro escenas sucesivas Ezequiel describe cuatro tipos de abomina­ciones cultuales perpretadas por los ciuda­danos de Jerusalén. Las escenas se suceden de acuerdo con un determinado movimiento: puerta interior que mira al norte (Ez 8,3), en­trada del atrio (Ez 8,7), entrada del pórtico del templo que mira al norte (Ez 8,14) y atrio in­terior del templo entre el vestíbulo y el altar (Ez8,16).

La primera escena (Ez 8,3-5) describe bre­vemente la realidad abominable de un culto no regular sobre un altar fuera del templo di­rigido a un ídolo rival del Señor o ídolo de los celos. La segunda abominación (Ez 8,7-13) consiste en un culto antiyahvista realizado por no-sacerdotes, entre los cuales sobresa­le el hijo de Safan, famoso canciller de Josías. Se trata de un culto a reptiles y animales im­puros de origen egipcio. Las escenas de rep­tiles y animales impuros se repiten frecuen­temente en las pinturas egipcias llamadas "ni-lóticas" (véase Dt 4,17-20). Recuérdese que a nivel político se estaba tramando por aquel

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entonces una alianza entre Israel y Egipto contra el imperio babilonio (véase J r 37-38; Ez 23). La tercera abominación (Ez 8,14-15) es cometida por mujeres que lloran a Tam-muz, divinidad mesopotámica de la vegeta­ción, y también nombre del mes estivo de Ju­nio-Julio en Mesopotamia. Cuando Tammuz desciende al mundo inferior provoca la desa­parición de la vegetación. Este acontecimiento era celebrado con manifestaciones de due­lo a cargo, especialmente, de las mujeres (véase Is 24,23). En primavera, al renovar las bodas con la diosa Istar, Tammuz resurge de nuevo trayendo la fecundidad a los campos. Quizá en el templo existía u n rito babilonio en el que se lloraba, como si fuese la muer­te de Tammuz, el agostamiento de la vege­tación. Y finalmente, la cuarta abominación (Ez 8,16-18) es la adoración al sol (véase 2 Re 23,11). El culto de los idólatras, como lo in­dica la orientación de los veinticinco hom­bres, probablemente sacerdotes, hacia orien­te, es opuesto al culto yahvista, que había de practicarse hacia occidente, donde se en­contraba el templo de Jerusalén. La idolatría desde sus manifestaciones periféricas diag­nosticadas por Ezequiel en Ez 6 ha llegado al centro vital, al mismo templo.

Las cuatro escenas de este "tour" visio­nario de las abominaciones cultuales con­cluyen con una determinación del Señor, la de descargar su ira sobre Jerusalén.

9,1-11 El castigo. Desde la puerta alta que mira al norte, es decir, la de entrada al atrio del templo, llegan los exterminadores convocados por el fuerte grito de Dios. La vi­sión de Ez 9,1-11 es la de una destrucción completa de la ciudad y recuerda el exter­minio de los egipcios en la noche en la que Dios liberó a su pueblo (véase Ex 12). El de­sastre comienza en el santuario, especial fo­co de idolatría, dentro del cual el mal ya era crónico, y termina en las calles, que han si­do escenario de grandes violencias. En esta visión el profeta intercede por el pueblo pe­cador, pero es demasiado tarde. Sin embar­go, para Israel queda un resquicio de espe­ranza. Los señalados con la letra Tau, última del alefato hebreo (véase Ap 7), los yahvistas

ñeles no verán el castigo. Siete hombres, sím­bolo de totalidad, serán los encargados de las ejecuciones. Nadie podrá librarse de esta des­trucción, excepto los marcados o señalados, aquellos que no contemporizaron con la ido­latría. Entre esos siete hombres encargados del exterminio, el que está vestido de lino va armado, no de un instrumento destructor, si­no de una cartera de escribano, porque su misión principal es escribir la letra Tau en la frente de todos los que han sido fieles. La marca que ha impreso en su frente, símbo­lo de fidelidad, los salva del exterminio. Los marcados son propiedad del Señor, parte sa­grada y por ello intocable (véase J r 2,3; Sal 105,15).

10,1-22 El Señor se retira de la ciudad en llamas. Ez 10,1-22 es uno de los pasajes más complicados del libro por las repeticio­nes, añadidos y manipulaciones que ha su­frido. El Señor da una última orden al escri­ba vestido de lino: después de marcar y libe­rar a los inocentes, ha de quemar la ciudad con fuego. Pero antes de la ejecución, la glo­ria de Dios abandonará el templo y la ciudad. De nuevo aparece el tema del carro, instru­mento importante en este capítulo, primero como portador del fuego que va a consumir la ciudad y luego para transportar la gloria de Dios que abandona el templo. La imagen del carro, instrumento clásico utilizado para lle­var el arca (véase 1 Sm 6; 2 Sm 6; Ex 25) ad­quiere nuevos matices en Ezequiel, quizá re­cibidos de la tradición sacerdotal. Aquí se en­cuentra combinada con repetidas alusiones a los seres misteriosos de los que habla Ez 1, denominados querubines.

Del incendio de la ciudad casi únicamen­te se menciona la orden. En cuanto a la eje­cución no se dice otra cosa que el encarga­do se dirige a coger las brasas ardientes de entre los querubines, las coge y se marcha (Ez 10,7). El fuego, elemento purificador y escatológico contra Jerusalén y sus hijos, es un castigo que será anunciado en casi todos los oráculos de condenación (véase Ez 15; 16; 19; 21; 22; 23; 24) y ya ha sido mencio­nado en la acción simbólica de Ez 5. La no­vedad es que este fuego de las brasas ar-

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dientes parte del trono divino, presente en el carro, para indicar con mayor insistencia que el castigo viene de Dios mismo, como un "incendio de su ira".

Pero el máximo castigo que puede sufrir el pueblo israelita es la partida de la gloria de Dios, mayor incluso que su exterminio o el incendio de la ciudad santa. Ha llegado el tiempo de la ira divina; Dios abandona su templo y los impíos extranjeros lo destruirán. El horizonte parece condenado a la deses­peranza (véase Ez 11,22-25).

A esta visión habrá que añadir Ez 11,22-25 que viene a ser una conclusión de Ez 10,1-22, interrumpida por la inserción de Ez 11,1 -21. La gloria después de abandonar Je-rusalén se dirige al Monte de los Olivos si­tuado al oriente de la ciudad y se traslada a Babilonia para acompañar y proteger a los deportados, de los que saldrá el nuevo Israel, el resto.

Antes de que la gloria de Dios se dirija al Monte de los Olivos (Ez 11,23), etapa con la cual se concluye la visión, los redactores in­sertan Ez 11,1-21.

11,1-25 Anuncio de deportación y pro­mesa de un nuevo pueblo de Dios. Ez 11,1-21 contiene dos oráculos que tratan un te­ma semejante: el de la relación entre los des­terrados y los habitantes de Jerusalén. El primero (Ez 11,1-13) con la imagen de la olla y la carne, símbolo de la destrucción de Je­rusalén (véase J r 1,13), tiene la forma típi­ca de un oráculo de condenación con fórmula de reconocimiento al final (Ez 11,10-12). De­nuncia el optimismo de los israelitas que no han sido deportados y de sus jefes, y profe­tiza la ruina de la ciudad. Palatías, uno de los más optimistas jefes políticos sobre la suerte de Jerusalén, pues había sobrevivido al primer ataque y deportación, acaba de mo­rir; esto constituye un signo muy elocuente de la verdad de la profecía de Ezequiel. El profeta, asustado por la ruina total que ame­naza a su patria, no es capaz de ver ningu­na esperanza de salvación y de su boca sa­le un fuerte grito de lamento que es al mis­mo tiempo pregunta a Dios, una pregunta exactamente igual a la hecha en Ez 9,8: ¡Ah,

Señor! ¿Vas a exterminar al resto de Israel? La respuesta se da en el segundo oráculo, que ahora es de salvación (Ez 11,14-21). Es una respuesta divina personal al lamento del profeta: Os recogeré de entre las naciones... os reuniré... y os daré la tierra de Israel Les daré un corazón de carne para que observen mis preceptos... Ellos serán mi pueblo y yo se­ré su Dios (Ez 11,17.19.20; véase Ez 36). Co­mo en el Éxodo Dios quiere repetir su sal­vación original en un plano más profundo y personal: el del corazón. El único "Goel" quie­re la salvación para los oprimidos, los aban­donados, los sin patria... pero exige un co­razón nuevo, indiviso (véase Ez 36,26-27; J r 24,7), con una lealtad total, opuesto a los co­razones de piedra entregados al culto abo­minable, tan extendido en Israel, de ídolos de piedra y de madera. Carne-piedra, unidad-división, cercanía-lejanía, humano-mate­rial..., son hermosos contrastes utilizados por el profeta para indicar esa presencia de un Dios cercano, amigo, que busca el bien del hombre, que le acompaña y le mueve des­de el interior a cambiar de actitud y a aban­donar el absurdo, el vacío que produce la ido­latría que hace al ser humano más frío y más duro incluso que una piedra.

El templo material pasa ahora a un se­gundo plano. Dios ha abandonado Jerusa­lén, pero los deportados seguirán adorán­dole. Se necesita un sustitutivo: el culto si-nagogal de los deportados o exiliados. Al final en Ez 40-48 Ezequiel incidirá de nuevo en la importancia del culto en el templo.

12,1-20 Presagio para el príncipe y la ciudad. Este pasaje nos presenta un nuevo anuncio en forma de oráculo sobre la próxi­ma deportación. Los anuncios precedentes no habían bastado; los destinatarios a los que se dirige el profeta siguen siendo pueblo rebelde, como Dios mismo los llamaba cuan­do la vocación de Ezequiel (Ez 2,3-4). La fór­mula recibí esta palabra de Ez 12,1.8.17.21. 23, fórmula de introducción de u n oráculo, la de reconocimiento deEz 12,15.16.20 y la del oráculo propiamente tal al final del ca­pítulo (Ez 12,25.28), junto con su contenido, nos permiten hablar de un texto bien arti-

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culado en el que se desarrollan dos acciones simbólicas con su respectivo mensaje (Ez 12,1-16.17-20} y dos oráculos (Ez 12,21-25. 26-28) en forma de proverbios populares.

Ez 12,1-16 anuncia una próxima depor­tación del pueblo. La primera deportación, de la que formaba parte Ezequiel, ya ha tenido lugar. El año 597, lo mejor del pueblo em­prendió el camino del destierro, cada uno con su equipaje al hombro, al atardecer, cuando el sol es menos fuerte, sin mirar a la tierra que tienen que dejar. Pero los desterrados no comprendieron que el juicio de Dios contra su pueblo era severo y que el castigo estaba ya decidido. La ciudad va a ser destruida. To­do ello porque tienen ojos para ver y no ven; oídos para oír y no oyen; son un pueblo re­belde (Ez 12,2).

En el período entre las dos deportaciones (597-586), tanto los desterrados como los que quedaron en Judá siguen creyendo que se trata de una situación provisional y que la destrucción de la ciudad, del templo y de la nación va para largo. El ministerio de Eze­quiel así como el de Jeremías consiste en ha­cerles ver que el final está próximo. Para ello Ezequiel, a través de una representación mí­mica, cuenta a su pueblo la historia del rey Sedecías, que tanto impresionó a los habi­tantes del país. Su fuga, a través de una aber­tura realizada en la pared (véase 2 Re 25,3-7; J r 39,1-7; 52,6-11), en el año 586 a. C. cuan­do los babilonios entraron en la ciudad, es­tá simbolizada en la partida de los exiliados por un boquete abierto en la pared (Ez 12,5). Nótese que probablemente la fuga del rey, se­gún los textos citados, no fue a través de un boquete, sino por la puerta que hay entre las dos murallas junto al jardín del rey (Jr 39,4) cuando el enemigo abrió una brecha en la ciu­dad (Jr 39,2). Pero su fin fue lamentable y vergonzoso. En la huida fue capturado, ce­gado y llevado a Babilonia. Las alusiones a su suerte y a la de sus compañeros se encuen­tran en Ez 12,10.12-14, y lo que sucedió al príncipe y a sus tropas servirá para que los israelitas sepan que yo soy el Señor (Ez 12,15). El encargo de partir con la cara cubierta para no ver la tierra (Ez 12,6) se refiere probable­mente a la ceguera de Sedecías.

A pesar de todo, este mensaje no es úni­camente de castigo. El Señor de Israel se manifiesta también en la certeza de que la salvación será posible para "unos pocos", pa­ra el resto. Si son capaces de reconocer al Señor también en el castigo, podrán enton­ces encontrarlo en la esperanza (Ez 12,16).

Ez 12,17-20 es una nueva acción simbó­lica que anuncia la catástrofe del asedio de Jerusalén. Se puede entender en conexión con el símbolo del alimento y la bebida ra­cionados de Ez 4,9ss, pero con la diferencia de que allí se pone el énfasis en la ira divi­na, mientras que aquí se centra la atención sobre los efectos y el pavor que producen los diversos castigos divinos. La inquietud y la angustia se produce en los habitantes de Je­rusalén a causa de la inminente destrucción de la ciudad en el 586 a. C , cuando el ejér­cito de Babilonia la ataque. La mención del pan y del agua, del alimento y la bebida, en Ez 12,18-19, hace referencia al hambre y a la desolación que llegarán a Judá .

12,21-28 Visiones proféticas. Estos ver­sículos finales del capítulo 12 están estre­chamente relacionados con el pasaje anterior (Ez 12,1-20) y constituyen dos oráculos en los que se combate expresamente el escep­ticismo de los exiliados ante el mensaje del profeta Ezequiel; al propio tiempo sirven de enlace para introducir en los capítulos si­guientes (Ez 13 y 14) la descripción de la ac­tividad profética de Ezequiel en contraposi­ción a la de los falsos profetas.

A la confusión creada por los falsos pro­fetas con sus palabras vanas y oráculos men­tirosos (vése Ez 13-14; 1 Re 22; Is 30,10; J r 23,9ss) hay que añadir la causa del escepti­cismo, que se encuentra en la incredulidad con la que, por egoismo, irreligiosidad u otros motivos, no se cree en los profetas, por ver­daderos o falsos que sean, ni en la realidad del cumplimiento de sus anuncios, en con­creto de los de Ezequiel. Quizá la actitud in­diferente de los habitantes de Jerusalén y la situación desesperanzada de los exiliados, les lleva a esa incredulidad y cerrazón. Sin em­bargo, todos deberán reconocer la verdad de las profecías de Ezequiel cuando el castigo se

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haga realidad en el año 586 a. C. Todo ello suscitará en los exiliados una esperanza, por­que si el profeta se revela veraz en la predi­cación del castigo, lo será también en la de la restauración.

13,1-16 Contra los falsos profetas. El ca­pítulo 13, considerado unitario y genuino del profeta, presenta un importante discurso contra los falsos profetas (Ez 13,1-16) y las profetisas o adivinas (Ez 13,17-23); está in­troducido por dos lamentaciones (Ez 13,3.18) y dividido en cuatro partes, con la estructu­ra de un oráculo de condenación compues­to por los siguientes elementos: a) motiva­ción o acusación (Ez 13,5.10-13.14-17.18. 19); b) condena introducida por la partícula laken=por eso (Ez 13,8.13.20.23); c) y la con­clusión en forma de fórmula de reconoci­miento (Ez 13,9.14.21.23).

En Ez 13 se descubre la fuerza pastoral -profética del sacerdote que tiene que luchar, además de contra la indolencia de su pue­blo, contra tantas insinuaciones falsas y mentirosas con las que en nombre de la misma religión se frena la escucha sincera de la verdadera palabra de Dios. Se trata para el profeta de una situación de tormen­to escatológico: el momento final, en efecto, es descrito como un período de extrema con­fusión religiosa, provocado por los falsos pro­fetas.

A éstos y también a las profetisas se los denuncia porque tienen visiones vanas y pronuncian oráculos mentirosos (Ez 13,3.6-9), prometen falsamente la paz (Ez 13,10), engañan a la gente con sus adivinaciones (Ez 13,8-11) y afligen a los buenos confortando a los malos e impíos (Ez 13,22).

En las dos acusaciones dirigidas contra los falsos profetas se utilizan dos interesan­tes metáforas: son zorras o chacales entre ruinas, porque así como las zorras en las ruinas encuentran infinitos y maravillosos escondrijos, estos profetas tienen como lugar de su actividad las ruinas materiales y es­pirituales del pueblo que se siente abando­nado de Dios. La otra imagen es la de la pa­red o muro que amenaza con caerse. Caben dos actitudes: o contentarse con recubrirla

de cal y hacer algún arreglo para salvar las apariencias, o ponerse a levantar la pared con mayor solidez. Los falsos profetas no han hecho otra cosa que recubrirla de cal, enlu­cirla con ilusiones vanas e inconsistentes; no han sido capaces de levantarla de nuevo pa­ra que sirviese de defensa para el pueblo, an­te la amenaza babilonia y también ante la amenaza del Señor, como castigo del peca­do. La tarea de los auténticos profetas ha si­do siempre, ante la amenaza y la condena di­vina, convocar a Dios a la misericordia y al pueblo a la penitencia. En cambio, los falsos profetas cultivan las falsas ilusiones y esto produce el derrumbamiento del muro. Tam­bién se han negado a subir a las brechas pa­ra ser centinelas y portavoces de Dios. No han vigilado bien y han seguido su propio espíritu y su propia inspiración, sin prevenir al pueblo ante el mal que se avecinaba y an­te la dura realidad de que de nada servía re­belarse contra el poder babilonio. La salva­ción y la supervivencia del pueblo tenían ne­cesariamente que pasar por una situación de sumisión al poder ocupante.

13,17-23 Contra las profetisas. La des­cripción de la actuación de las profetisas (Ez 13,17-23) es bastante concreta a pesar de ser oscura. Se hace alusión a ritos mágicos en uso entre los asirio-babilonios u otros pueblos más o menos religiosamente primi­tivos. El profeta las acusa de practicar ma­gia, pues al apelar a fuerzas ocultas para disponer de la vida y de la muerte, profanan al Señor de la vida, único dueño de la mis­ma. Contra ellas no hay amenaza de casti­go en este oráculo, pero sí la promesa de que Dios librará a su pueblo de las manos de esas brujas hechiceras.

Raramente encontramos en el Antiguo Testamento profetisas, al menos en sentido negativo como aquí. Sin embargo, entre las profetisas ilustres de Israel se nombra a Mi­riam, hermana de Moisés (Ex 15), Débora (Jue 4-5) y la mujer de Isaías (Is 8,3). En to­dos estos casos "profetisa" es una denomi­nación honorífica. Más cerca de la época de Ezequiel se nos habla de buenas y honradas profetisas que dirigen verdaderos mensajes

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de Dios a personas importantes: Huida (2 Re 22,14-20) y Noadía (Neh 6,14).

En Ezequiel se trata de mujeres seducto­ras que intentan cazar a las personas con prácticas adivinatorias y buenaventuras, pe­ro que no han recibido ningún conocimien­to de Dios, ni pueden interpretar la existen­cia humana. Las profundidades de la exis­tencia humana, expresada en la antítesis vida y muerte (Ez 13,18-19), no pueden ser pe­netradas por charlatanes o charlatanas que reclaman un conocimiento que no les per­tenece y que sólo puede venir de Dios. Dios ama a su pueblo de tal manera que no pue­de dejar que se convierta en víctima de la magia o la brujería.

Ez 14,1-23 presenta algunos casos en los que el Señor subordina la consulta del pro­feta y su propia palabra al comportamiento global de los israelitas e incluso del profeta que se deja seducir. El lenguaje utilizado es el típicamente profético de acusaciones y ex­hortaciones mezclado con la fraseología es­pecíficamente jurídica y sacerdotal.

14,1-11 Contra la idolatría. Este capí­tulo se divide claramente en dos partes: Ez 14,1-11 y Ez 14,12-23, determinadas por el tema y por la fórmula típica de oráculo: Re­cibí esta palabra del Señor, al inicio de cada unidad (Ez 14,2.12).

Ez 14,1-11 es un oráculo dirigido contra los idólatras, invitándolos a la conversión. Presenta unas expresiones peculiares se­mejantes a las que se encuentran en el de­recho cultual de Israel característico de la le­gislación sacerdotal, de manera especial en el Código de Santidad (véase Lv 16-26). Es­tas peculiaridades son sobre todo las si­guientes: a) La fórmula de Ez 14,4.7: a todo aquel que... yo... b) Y la condena expresada con los términos exterminar de mi pueblo (Ez 14,8.9), que consiste en la exclusión o ex­comunión de la comunidad israelítica, por la muerte, destierro o prohibición de asistir al culto (véase Lv 20,3.5.6; 26,22.30), y con la expresión: sufrirán la misma pena (Ez 14,10).

En este primera parte el profeta dirige su denuncia contra los ancianos, representan-íes del pueblo en el exilio. Estos, así como un

gran grupo de exiliados, no practican el cul­to que Dios pide a través de su profeta-sacer­dote Ezequiel. Arrancados del templo, en tie­rra extraña, se han ido con otros dioses. El texto no especifica de qué dioses se trata, pe­ro genéricamente hablando se pueden incluir entre ellos a todos los ídolos dejados en Pa­lestina, que vuelven a tentarlos en forma de recuerdo y nostalgia; también los de Babilo­nia, por los que se sienten atraidos. El men­saje de Ezequiel está en la línea de lo que se pide en Dt 6,5: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, porque Dios es solamente uno. Este mandato pide dos cosas: la exclu­sión absoluta de otros dioses y la entrega in­terna a Dios. El sincretismo religioso signi­fica lo contrario: posibilidad de adorar y de entregarse externa e internamente a otros dio­ses. El profeta pide la conversión interna, es decir, del corazón (Ez 14,5-6). Los israelitas alejados del templo, de su tierra y de Dios mismo, tienen que aprender a buscar a su Dios desde dentro y han de luchar contra la idolatría de la nostalgia y la ansiedad.

14,12-23 Responsabilidad individual. Este pasaje de Ezequiel, utilizando también la terminología casuística jurídico-sacerdotal, presenta cuatro casos de intercesión. A Je-rusalén, de la que se habla en Ez 14,21-23 son enviados cuatro castigos: el hambre (Ez 14,13-14), bestias feroces (Ez 14,15-16), la espada (Ez 14,17-18) y la peste (Ez 14,19-20).

Ezequiel habla a sus compañeros de exi­lio, que han sufrido la ruina del año 597 a. C. y como sabe que el castigo será selectivo, puede enseñar también que un grupo esca­pará a esta ruina: el grupo de los que hayan rehusado participar en tantas iniquidades e infidelidades (véase Ez 9,4). ¿Cuál es el prin­cipio fundamental que ha de establecer a ese pequeño grupo como liberado de la ruina? El principio de la estricta responsabilidad indi­vidual.

Ni la intercesión de los tres justos Noé, Da­niel y Job servirá para liberar del castigo a un pueblo infiel. A lo sumo se salvarán ellos so­los. Cada uno es responsable de sí mismo. Noé y Job son suficientemente conocidos en la Biblia. Noé, un hombrejusto y honrado en-

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tre sus contemporáneos, un hombre fiel a Dios (Gn 6,9), consiguió librar del diluvio a sí mis­mo, a su mujer, a sus hijos y a sus nueras (Gn 6,18); Job, un hombre recto e integro, que temía a Dios y se guardaba del mal (Job 1,1. 8), se aplicaba a purificar a sus hijos e hijas (Job 1,5) y a ofrecer sacrificios por ellos. Da­niel era un héroe de la mitología cananea de Ugarit famoso por la eficacia de su intercesión ante los dioses, por la atención que prestaba a los deseos de aquéllos y por su rectitud co­mo juez. En tiempos de Ezequiel, tales hom­bres, cuya justicia había redundado antaño sobre sus hijos e hijas, no podrían salvar más que su propia vida. Si sólo ellos fuesen justos, sólo ellos se salvarían (Ez 14,14-20). Cada uno es responsable de sí mismo.

Parece que Ezequiel en su argumentación prescinde del hecho de la elección de Israel y de la promesa y pacto de Dios con su pue­blo, para indicar que la gracia de la elección divina no puede convertirse nunca en moti­vo que justifique la arrogancia del pueblo y su liberación del castigo, por encima de to­do. Israel no tiene ningún derecho humano para lamentarse del castigo. Aunque parez­ca contrario a la fidelidad divina a la prome­sa, lo ha merecido totalmente por su actitud rebelde e infiel. Solamente si reconoce su pe­cado y sus deméritos, y al mismo tiempo el carácter gratuito del título de "pueblo elegi­do", la gracia de Dios volverá de nuevo al ca­mino salvífico de la historia sagrada marca­da por la alianza.

El tema de la retribución personal será tratado de nuevo en el capítulo 18.

15,1-8 Parábola de la vid. La parábola de la vid de Ez 15,1-8 incide directamente en el argumento anterior: de la conciencia de pue­blo escogido se pasa al pensamiento de pue­blo privilegiado, a la idea de pueblo superior. Dios ha escogido el pueblo que más lo mere­cía. De las plantas, la vid; de los pueblos, Is­rael. Ezequiel, en tono irónico y en forma de alegoría, utiliza la imagen de la vid para lan­zar un duro ataque contra Israel. Esta ima­gen, símbolo del pueblo de Israel, es muy fa­miliar en la literatura bíblica (véase Os 10,1; Is 5,1-4; J r 2,21; Sal 80,9ss). En Ezequiel ad­

quiere una especial peculiaridad al retorcer dicha imagen contra los que están orgullosos de ella. La madera de la vid, según él, es inú­til, no sirve más que para ser quemada. En­tre los árboles del bosque, es decir, en relación a las poderosas naciones de su alrededor (véase Jue 9,8-15), la vid cultivada, que es Is­rael, resulta inútil en cuanto a producciones de valor material, como si fuese una vid no cultivada. Sólo tiene sentido y valor si es cul­tivada por Dios. Cuando sus extremos (Israel, al norte, en su destrucción del 722 a. C. y Ju-dá, al sur, en el asedio y primera deportación del 597 a. C.) ya han sido quemados se hace todavía más inútil. Sólo queda su centro cha­muscado, los habitantes de Jerusalén, desti­nado al fuego por ser improductivo, por haber quebrantado la fidelidad al Señor (Ez 15,8).

El fuego del que se habla aquí es la ira de Dios, el castigo escatológico. Se supone que ya ha sucedido el primer ataque contra Je­rusalén y ahora se anuncia el definitivo (Ez 15,6-7).

16,1-63 Alegoría sobre la historia de Je­rusalén. Ez 16,1-63 es una hermosa alego­ría en la que Ezequiel presenta la realidad de Jerusalén a través de una imagen matrimo­nial que se remonta a los profetas Oseas (Os 1,2; 2,4) y Jeremías (Jr 3,6-25). A ella tam­bién hace referencia Isaías en Is 1,21.

Ezequiel utiliza el simbolismo conyugal para expresar las relaciones de Dios con su pueblo. La imagen fue creada por el profeta Oseas y en él toma un colorido patético, ya que fue su propia experiencia personal la que le llevó a comprender así las relaciones del Señor con Israel. Jeremías recogió luego esta imagen. Y Ezequiel, heredero de los dos, la utiliza pero con matices diversos.

Dios habla en primera persona y Jerusa­lén está personificada en la mujer, que en el oráculo primitivo representa claramente a to­do el pueblo de Israel. Los elementos alegó­ricos de este oráculo tienen referencias his­tóricas. Las relaciones entre Dios y su pue­blo son analizadas en el pasado y ahora en el presente.

No todos los detalles tienen un significa­do alegórico. Muchos de ellos, en su forma

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original, son simplemente imágenes coloris­tas que realzan la descripción de las distin­tas etapas de desarrollo del pueblo de Israel; su función es poética y evocadora. La alego­ría procede por períodos, como la evolución histórica del pueblo de Israel, esbozada a tra­vés del nacimiento y crecimiento de una mu­chacha que es objeto del amor de Dios.

Otros profetas se han inspirado en el uso de metáforas de amor e infidelidad entre el hombre y la mujer para expresar las rela­ciones entre Dios y su pueblo (Jr 2,1; 3,6-12; Os 1-3) y Ezequiel lo hará de nuevo en el ca­pítulo 23.

Para Oseas, en los comienzos de la histo­ria de Israel hubo una época buena y posi­tiva en las relaciones entre los esposos. Sin embargo, para Ezequiel Israel se alejó del Se­ñor ya desde el principio. En Oseas, la es­posa creía que eran los amantes los que le hacían regalos. En Ezequiel, la esposa sabe muy bien de dónde le vienen los regalos, pe­ro los luce para sus amantes. En Oseas, la alianza entre los esposos tenía algo de "don mutuo". En Ezequiel, la alianza es un don total del Señor.

Para Ezequiel, Jerusalén (Israel en defini­tiva) se alejó de quien le había hecho vivir ne­gándose a aceptar el don gratuito de la alian­za ofrecido por Dios. Su comportamiento fue una infidelidad, un deshonor, un adulterio o prostitución en relación al esposo-Dios (Ez 16,30; 23,44). La imagen del adulterio, tan utilizada por los profetas y desarrollada es­pecialmente por Ezequiel en este capítulo y en el 23, hace reflexionar no sólo sobre el destino del pueblo hebreo sino también so­bre la fluctuación de cada hombre en su re­lación con Dios: sobre el insensible y fatal alejamiento de él que periódicamente carac­teriza la vida espiritual de cada uno en as­pectos graves o en cosas ligeras. El carácter cíclico de estos alejamientos será subrayado especialmente en Ez 20. Ezequiel, sin em­bargo, carga las tintas, insistiendo, a propó­sito de la gratuidad de la elección, en los orí­genes bastardos de Jerusalén, determinantes de un triste preludio para su posterior his­toria. Si sus comienzos han sido así, su his­toria terminará mal.

Brevemente, partiendo de esta alegoría, se pueden descubrir las siguientes etapas del pueblo de Israel. La primera es la de sus orí­genes (Ez 16,3-7). Israel tiene un origen pa­gano y sus raíces son pobres. Antes de su lle­gada a Palestina ya existían en este país los cananeos, de muy mala fama por sus prác­ticas religiosas y por su inmoralidad (véase Lv 18,3.24-30), los amorreos, grupos semíticos occidentales (véase Nm 21,13; Jos 10,5), y los hititas o héteos, grupos de población es­tablecidos en Palestina en tiempos de los pa­triarcas, en el segundo milenio a. C. (véase Gn 23; 25,9-10; 26,34; 27,46). La descrip­ción de este primer período de la vida de Is­rael enfatiza el nacimiento pobre y humilde del pueblo, como el de la muchacha cana-nea, que no habría sobrevivido si no fuera porque Dios lo ha mirado con piedad y ha determinado su vida y su crecimiento.

El segundo período (Ez 16,8-14) comien­za cuando Israel llega a la edad del desarro­llo y se encuentra preparado para recibir el adorno cultural y económico que Dios con amor le regala. Dios establece un pacto con Israel. La alianza matrimonial de la alegoría es símbolo del pacto histórico entre Dios e Is­rael realizado por medio de Moisés.

Sin embargo, el contraste entre la actitud de Dios para con la amada -pueblo- y la de la amada para con su Dios es muy fuerte. Mientras él distribuye sus beneficios con amor, ella se va con otros "amantes-dioses" y despilfarra los dones que Dios le ha entre­gado. El final del proceso es negativo, porque Israel ha respondido negativamente al amor de Dios (Ez 16,15-52). Como nación y como pueblo ha permanecido inmaduro humana y espiritualmente, narcisista a causa de su confianza en su propia gloria, desagradecido en relación con los favores que ha recibido de Dios y preparado para volverse a otros dioses en lugar de mantenerse fiel a su propio Dios. El uso de la metáfora de la prostitución pa­ra expresar la infidelidad a Dios a través de un recurso cultual a otros dioses es común en todo el Antiguo Testamento. En el contexto cananeo la metáfora presenta una gran agu­deza porque la palabra "baal" utilizada ge­neralmente para designar una divinidad mas-

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culina cananea, era también una palabra de respeto usada por la mujer al referirse a su marido.

Ez 16 es un texto de un gran dinamismo, sobre todo, en su núcleo probablemente más original de Ez 16,1-43, marcado por el ver­bo "pasar" ("br): el Señor pasa (Ez 16,6.8) jun­to a la niña que acaba de nacer, junto a la jo­ven que ha llegado a la madurez, hace alian­za con ella, la toma por esposa, la cubre en su desnudez, es para ella vida y amor. Je-rusalén se prostituye con los que pasan (Ez 16,15.25) y se deshace de sus hijos "pasán­dolos por fuego" (Ez 16,21), es decir, ofre­ciéndolos en sacrificio a dioses falsos. Reci­be regalos de Dios (Ez 16,11.12.17) pero ella los utiliza (Ez 16,16.17.18.20) para prosti­tuirse con ellos, para provocar e insultar al donante con sus infidelidades, exhibiéndo­los ante sus amantes, que la desnudan y la despojan. Todo este proceso expresa el paso de la muerte (Ez 16,4-5) a la vida (Ez 16,6-7) y el paso de la vida en plenitud (Ez 16,8-13) a la muerte (Ez 16,40). Dios transforma para la vida, Jerusalén con su comporta­miento para la muerte y la desgracia.

Se trata de un proceso contra Jerusalén que presenta todas las características de un "rib" profético: Se enumeran en primer lugar todos los beneficios que ha recibido la acu­sada por parte del acusador (Ez 16,3-14); lue­go vienen las acusaciones sobre el compor­tamiento de la acusada (Ez 16,15-25) y fi­nalmente se anuncia la sentencia y castigo según la fórmula clásica: Por tanto... por eso... (Ez 16,35ss). La sentencia y castigo corres­ponden a la legislación bíblica tal como apa­rece en Dt 22,21.24: los adúlteros son ape­dreados por los asistentes al juicio. En este proceso judicial el juez y querellante es Dios, y los que ejecutan la sentencia son los "aman­tes" de Jerusalén y la asamblea del pueblo; el acusado es Jerusalén y en concreto su com­portamiento que es de prostitución.

Por lo que se desprende de la lectura del texto esta prostitución de Jerusalén presenta dos formas: una es la reflejada en las abo­minaciones cometidas por la esposa infiel, consistentes fundamentalmente en gestos idolátricos, al utilizar los dones recibidos pa­

ra realizar determinados ritos cultuales con el objeto de encontrar en ellos su autosatisfa-ción, incluso sexual (Ez 16,15-22), hacién­dose estatuas de hombres y realizando sa­crificios de niños (véase 2 Re 16,3; 17,17; 21,6; 23,7-10; J r 7,31; 32,35; Dt 12,31; 18,10; Lv 18,21; 20,1-5).

La otra forma de prostitución es la políti­ca. Efectivamente las alianzas políticas con los países extranjeros y con las grandes po­tencias, denunciadas en Ez 16,23-30 no se pueden identificar con el pecado puramente idolátrico descrito en Ez 16,15-22; de hecho a propósito de la condena de la adúltera se dice que ella ha ido detrás de sus amantes (Ez 16,35-43) y éstos son principalmente, si no exclusivamente, "amantes" políticos. Y ella, imagen de Israel, paga a sus amantes, en vez de conseguir de ellos el precio de la prostitución. Es probable que el profeta, al utilizar esta imagen, piense en los tributos que ha pagado Israel a las grandes potencias, como se lo reprocha en Ez 16,26-30. Este te­ma se repite en el capítulo 23, donde se ha­bla propiamente de la fornicación política, producida por la alianza con potencias ex­tranjeras. Posiblemente Ez 16 represente un estadio posterior en el pensamiento del pro­feta, un estadio de más madurez con res­pecto a Ez 23,1-20, como veremos después.

Para Jerusalén, Israel, existe una conde­na, como la de Dt 22,21-24: es repudiada por su esposo que ya no siente amor ni ce­los por ella (Ez 16,42); luego será tratada con desprecio y crueldad por sus amantes que, después de haberla explotado, la lapidarán por adúltera. Es lo que hicieron los babilo­nios cuando en el año 586 a. C. conquista­ron y arrasaron Jerusalén (Ez 16,35-43).

El final de Ez 16 constituye un comple­mento respecto a lo anterior y está clara­mente influenciado por las ideas del capítu­lo 23. En Ez 16,44-52 se insiste de nuevo en el tema de la acusación y la condena pre­sentando la historia de las dos hermanas, Je­rusalén y Samaría, a las que se añade una tercera hermana: Sodoma. Con esto la ima­gen se amplía y el comportamiento de Jeru­salén al compararlo al de Sodoma resulta aún más escandaloso que en el cap. 23. So-

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doma, ciudad no israelita, es símbolo del pe­cado y del castigo (véase Gn 19). Quizá los re­dactores de este complemento, no hablan de sus típicos libertinajes, sino del excesivo y su-perfluo lujo y bienestar, para hacer eco a Dt 32,13-15, donde aparece la abundancia y bienestar del pueblo elegido como causa de su perversión.

En Ez 16,53-63 inicia el mensaje de con­suelo y de esperanza. La repudiada por sus amantes, la despreciada y expoliada, volve­rá a ser buscada por su esposo que renova­rá su matrimonio con ella. Ella reconocerá por una parte su ingratitud y por otra, el amor fiel del esposo, Dios, y volverá a él en una fidelidad total.

17,1-24 Alegoría del águila. Ez 17,1-24 es una alegoría en forma de discurso con una sencilla estructura: presentación del enigma o acertijo (Ez 17,2-10) y aplicación del mis­mo (Ez 17,llss). Presenta también las ca­racterísticas de un oráculo de condenación con la acusación, de la cual forma ya parte el enigma, la sentencia condenatoria (Ez 17,19) y la fórmula de reconocimiento como con­clusión (Ez 17,21).

Se trata de la alegoría del águila y el cedro aplicada al rey. 2 Re 24 nos dice que Jeco-nías acababa de ascender al trono cuando fue deportado a Babilonia en compañía de Eze­quiel a raíz del primer sitio de Jerusalén en el año 597. Nabucodonosor coloca en el trono de Judá a su tío Sedecías que reinará durante diez años, hasta que en el año 586 a. C. es conducido a Ribla, cegado y deportado (véa­se 2 Re 24,17-25,7). Teniendo presentes es­tos acontecimientos históricos puede enten­derse la alegoría de la siguiente manera: el águila mayor (Ez 17,3) es Nabucodonosor, que corta la copa del cedro (el rey Jeconías) y la lleva a tierra de mercaderes y comerciantes, Babilonia. En su puesto planta un árbol, es decir, pone un nuevo rey, Sedecías, tío de Je­conías, pobre en recursos materiales, débil y con un poder muy limitado (véase J r 38,5). Se descubre en este aspecto la poca simpatía que este rey tenía para Ezequiel. La otra águila es Psammético II de Egipto (594-588 a. C). Se trata, por lo tanto, del drama de Sedecías, el

rey débil, preso entre las exigencias del rey di Babilonia, por un lado, y las del faraón d( Egipto, por el otro. Al ponerse de parte d< Egipto, Sedecías quebrantó un juramento dt fidelidad a Nabucodonosor. Su actitud anti-babüónica ha sido duramente criticada poi Jeremías (véase J r 27; 34; 37-38) y Ezequiel que la consideran como una ruptura de] pacto querido por Dios. En efecto, Ezequiel, haciendo una interpretación teológica de la política, considera el pacto de Sedecías con Nabucodonosor como el pacto de Dios (Ez 17,16-19). Si el grupo de los exaltados con­tra el poder babilonio hubiese sopesado la si-¡ tuación política objetivamente, preguntán­dose cuál era la voluntad divina que se ma­nifestaba a través de los compromisos de justicia establecidos con los babilonios, si hubiesen escuchado y llevado a la práctica las enseñanzas y orientaciones de los verda­deros profetas, Jeremías y Ezequiel, la situa­ción política habría sido mejor. Si se hubiesen sometido a Babilonia, en lugar de aliarse con Egipto para luchar contra Nabucodonosor, la situación habría cambiado.

Pero la alegoría del capítulo 17 no termi­na simplemente en una condena y una de­rrota que hará que el pueblo y su rey reco­nozcan al Señor (Ez 17,21). Queda aún la pregunta: ¿Qué pasa con la promesa de Na­tán sobre la descendencia mesiánica de Da­vid (véase 2 Sm 7)? Ezequiel, completando el discurso de los trasplantes del cedro, lo di­ce expresamente en los versos siguientes (Ez 17,22-24): será Dios mismo y no ya un águi­la, el que restablezca la dinastía davídica en Jerusalén, y de nuevo la ciudad de David se convertirá en un árbol o faro religioso para toda la humanidad.

18,1-32 Nadie carga con culpas ajenas. Ez 18,1-32 es una disputa profética que es­tablece un corte en el material alegórico de los capítulos 17 y 19. Consta de los elemen­tos comunes a toda disputa: introducción (Ez 18,1-2), cita en forma de proverbio (Ez 18,2b), exposición de principios donde se incluyen las refutaciones u objeciones (Ez 18,4-18), in­terpelación a los presentes y respuesta a sus objeciones (Ez 18,19-29).

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Se ha de leer con el capítulo 33, pues tie­nen un tema común: la responsabilidad in­dividual. El refrán popular: Los padres co­mieron los agraces y los hijos sufren la den­tera (Ez 18,2b), es rechazado por Ezequiel en su teoría. Lo desmiente en un lenguaje pre­ciso y casuístico. El aserto del Decálogo, en Dt 5,7-10 y Ex 20,4s, sobre la retribución del Dios celoso que castiga "hasta la cuarta ge­neración" en caso de trasgresión, y protege con piedad "por mil generaciones" a los que guardan y aman sus preceptos, era uno de los más conocidos entre la gente y uno de los más puestos en discusión por estar relacio­nado con el pecado de idolatría. Los aconte­cimientos del destierro han confirmado la primera parte, pero el mismo destierro pro­bará también la segunda. La misericordia de Dios atraviesa la historia sin término, por mil generaciones. En esto insiste Ezequiel. Dios ofrece un nuevo comienzo, una nueva lla­mada, para empezar a formar la nueva co­munidad de Israel. Es posible romper la ca­dena del pasado y comprometerse a rehacer el futuro. Aunque el principio de la respon­sabilidad personal no tiene su origen en Eze­quiel (véase 2 Re 14,6; J r 31,29 ss.; Dt 24,16), es él quien le da la formulación más clara y precisa. No cabe duda de que en su inter­pretación resuenan algunos textos utilizados en las liturgias de acceso al templo en las que se pide pureza de intención y de acción individuales ("manos inocentes y puro co­razón"; véase Sal 15; 24; Is 33,14-16; Miq 6,6-8).

Junto a la responsabilidad colectiva que une solidariamente a los miembros de la co­munidad entre sí y con sus antepasados, se anuncia, sin anular la anterior, la respon­sabilidad personal del individuo, dueño y se­ñor de su destino por voluntad de Dios. No vale echar la culpa a padres y abuelos, ni menos burlarse de la justicia divina.

Para el profeta los dos caminos, el de Dios y el de su pueblo, deben converger, si no coin­cidir; Ezequiel comprueba con amargura las divergencias que los separan: el Señor sigue su camino, que es justo, mientras Israel se obstina en andar por senderos diferentes (Ez 18,25.29; 33,17).

El elenco de los preceptos observados o transgredidos que se reseña en Ez 18,5-8. lOss. 15ss formaba parte de una especie de rito al que los fieles tenían que someterse en forma de confesión (véase Sal 15). Ezequiel conocía bien este rito, pero ahora le da un carácter muy humano, enumerando sola­mente preceptos morales (nuestras "obras de misericordia") y no las prescripciones ritua­les sobre lo puro y lo impuro del tipo de Lv 15. En este sentido presenta muchos as­pectos comunes con el Código de Santidad de Lv 17-26. Idolatría y falta de respeto o de amor al prójimo son las faltas más graves y a ellas se refieren los preceptos. El adulterio, el uso del matrimonio en tiempo inoportuno para la mujer, la violencia, la ruindad, la re­tención de prenda, la rapiña, la negación de limosna, la usura, el préstamo con interés, el falso testimonio, la idolatría... todos son pecados que dañan al prójimo y apartan del camino de Dios. De ellos cada uno es res­ponsable, de modo que el que peca morirá (Ez 18,4.18.20.24.26), el hijo no cargará la culpa del padre, ni el padre la del hijo (Ez 18,20). Sólo queda la posibilidad de conver­tirse para vivir (Ez 18,32) y hacerse un co­razón nuevo y un espíritu nuevo (Ez 18,31).

19,1-14 Elegía por los reyes de Israel. El poema de Ez 19,1-14 en forma de lamenta­ción o "qina" sobre la monarquía consta de dos partes marcadas por la presencia de dos imágenes: la de la leona (Ez 19,1-9) y la de la vid (Ez 19,10-14). Ambas ilustran paralela­mente una misma verdad.

La monarquía davídica se había conver­tido en un elemento básico en la estructura del pueblo elegido. Cualquier ruptura de la línea monárquica significaba para Israel una prueba evidente de castigo.

Con relación a este tema tratado en Ez 19, consideremos en primer lugar la imagen de la leona de Ez 19,1-9. La leona es Judá y sus dos cachorros son los reyes de Judá: Joacaz (Ez 19,3-4), primer hijo de Josías, deporta­do a Egipto por Necao en el 609 después de un breve reinado (2 Re 23,31-34) y, proba­blemente, Sedecías (Ez 19,5-9), otro hijo de Josías, nombrado rey por Nabucodonosor en

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sustitución de Jeconías, que había sido lle­vado a Babilonia en la primera deportación.

Sedecías, en el momento en que fue can­tada esta lamentación, que al mismo tiem­po es profecía, aún no había sido capturado, cegado y llevado al exilio; aún no se había re­belado contra el rey de Babilonia. No es pro­bable que el segundo cachorro sea Jeconías, rey legítimo para Ezequiel y último vastago de la dinastía davídica, porque era muy querido por los exiliados y no era lógico que Ezequiel hiciese una elegía de tono negativo sobre él.

Los dos príncipes a los que se aplica esta primera imagen: Joacaz y Sedecías, víctimas del juego político de Egipto y Babilonia, ad­quieren en este texto un valor ejemplar. Uno es deportado a occidente y el otro a oriente. Joacaz paga la rebelión de su padre y Sede-cías, que no es más que un lamentable tras­plante (véase Ez 17,5; Jue 9,12), añade su propio delito.

La vid descepada de Ez 19,10-14, reto­mando la imagen de Ez 15,2-6; 17,8-10, evo­ca al pueblo de Israel, próspero en otro tiem­po y del que salieron reyes poderosos, pero que ahora va a ser destruido. La referencia al trasplante de la vid en el desierto, además de expresar la condición desolada de la monar­quía davídica y una restauración de la mis­ma después del 586 a. C , podría indicar los dos vastagos juntamente: Sedecías, ciego y arruinado, y Jeconías, en quien los exiliados aún depositan sus pocas débiles esperanzas.

20,1-44 La historia de Israel bajo el sig­no de la rebelión. Ez 20,1-44 presenta una estructura bastante orgánica y unitaria, ba­sada en una narración de la historia de Israel en cuatro etapas: Israel en Egipto (Ez 20,5-8), Israel en el desierto (Ez 20,9-16), Israel en la tierra (Ez 20,17-21) e Israel en la última fase histórica (Ez 20,22-26). Se trata de un es­quema similar al utilizado por el Deuterono-mista, especialmente en el libro de los Jueces y paralelo a Lv 26,14-46. Es probable que for­mase parte de la liturgia penitencial en forma de sermón en el que se evocaba la historia pa­sada, resaltando sobre todo la historia del pe­cado y rebeldía del pueblo. Estas caracterís­ticas de rito penitencial, el estilo sacerdotal,

así como determinadas expresiones, como yo soy el Señor vuestro Dios (Ez 20,5.7.19. 20), el tema de la rebelión (Ez 20,8.13.16.21.24), del sábado (Ez 20,12.13.16.20.21.24) y el de la posteridad de Jacob (Ez 20,5) nos muestran un fuerte influjo de la fuente sacerdotal en es­te texto (véase Nm 14,27-35; Lv 26).

La fecha en la que el profeta pronunció es­te oráculo, según Ez 20,1, es la de 14 Agos­to del año 591 a. C , dos años después de su vocación. En él Ezequiel hace un diagnósti­co bastante pesimista de la perpetua rebel­día de Israel contra Dios, indefectiblemente obligado a "juzgar" y a castigar. Una histo­ria de pecado y de juicio como también lo afirmarán no menos negativamente Am 4,6; Is 5,25; 9,7-20; 10,1-4. En tres períodos de esa historia, Israel se enfrenta con los de­signios de Dios y se rebela contra él no cum­pliendo sus leyes y mandamientos, no guar­dando el sábado.

En Egipto se dejaron seducir por sus ído­los (Ez 20,7-8; véase Jos 24,14), y su idola­tría fue castigada con la esclavitud (Ez 20,9); en Israel y en su tierra no han respetado los sábados. La ley del sábado mencionada en Ez 20,12.13.16.20.21.24 era especialmente sig­nificativa para la comunidad del exilio y pa­ra la tradición sacerdotal, que proyecta el sá­bado a los orígenes de la creación, haciendo a Dios su fundador ejemplar (véase Gn 2,2s; Ex 31,12-17; 35,lss). En este texto de Eze­quiel se hace alusión al episodio de la viola­ción del sábado de Nm 15,32-36 y se ve una clara coincidencia con Lv 26,34ss. Según Lv 26 el exilio es presentado como una serie de siete períodos consecutivos sabáticos o de descanso de la tierra, suma simbólica de to­dos los sábados y de todos los años sabáticos no observados a lo largo de los siglos. El año sabático tenía lugar cada siete años. Después de estos siete años sabáticos, es decir, des­pués de cuarenta y nueve años, en el año cin­cuenta, se llegaba al año jubilar, en el que el pueblo entraría de nuevo en posesión de su tierra (véase Lv 25,10).

La observancia del sábado (Ez 20,20) es una proclamación de la soberanía y santidad de Dios; al respetar el sábado, señal estable­cida entre Dios y su pueblo, Israel reafirma-

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ba su fe en el Señor (Ez 20,12) y es portador también de un testimonio ante los paganos de que el Señor es su Dios, el Santo de Israel.

El sacrificio de los primogénitos (Ez 20,25-26) del que se habló ya en Ez 16, es el peca­do más característico de la tercera etapa his­tórica. Esta praxis en un primer momento era admitida por la ley, que la consideraba como una ofrenda a Dios (véase Ex 22,28s; 34,19s), pero este sacrificio no se aplicaba a ciertos primogénitos de los animales (por ejemplo, el asno, véase Ex 34,20), ni a los primogénitos de los hombres (véase Ex 34,20). Sin embar­go, a partir del contacto con los cultos cana-neos, los israelitas volvieron a esta práctica abominable a los ojos de Dios.

Ez 20,34-39 está escrito en perspectiva exílica y presenta la historia futura sobre la misma pauta de la historia pasada. El pue­blo elegido repetirá, y esta vez sin traiciones y de manera definitiva, la antigua historia: liberación de la esclavitud, purificación en el desierto (ahora en Siria y no en el Sinaí), entrada en la tierra. Estas son las mismas ideas "sacerdotales" de Nm 14,27ss y Lv 26,34-45. Bajo la fuerza de sus guías espi­rituales, sobre todo del Segundo Isaías, se hará realidad el Nuevo Éxodo, la nueva li­beración, que es restauración definitiva. En la tierra entregada de nuevo por Dios a su pueblo (Ez 20,40-44), Israel no caerá más en la idolatría, sino que será fiel a su Dios.

Se trata de un oráculo de salvación que sirve de complemento al precedente, que es de juicio o condenación (Ez 20,1-31). El pe­simismo se disipa ahora a través de un men­saje de esperanza en el que se presenta a Dios como el único rey de su pueblo (Ez 20,33), de modo que Israel no se confundi­rá ni se disolverá entre las naciones; no irá tras los ídolos y adorará a su Dios en el mon­te más alto de Israel, para santificar su nom­bre (Ez 20,39-40).

21,1-12 La espada contra Jerusalén. Con este pasaje inicia el profeta un bloque li­terario (Ez 21,1-37) en el que presenta una serie de cuatro oráculos de condenación en torno a la imagen de la espada, uno de los instrumentos tradicionales del juicio divino

(véase Ez 14,21; Is 34,5; J r 47,6; 50,35ss; Ap 6,8); estos cuatro oráculos están enmarca­dos por el tema del "fuego" (Ez 21,1-4 y Ez 21,36-37). Tres van dirigidos contra Israel (Ez 21,1-12.13-22.23-32) y uno contra Amón (Ez 21,33-37); se distinguen por la fórmula característica de los oráculos ezequelianos: recibí esta palabra del Señor (Ez 21,1.6.13. 23). El tema central de estos cuatro oráculos es el de la espada que, sin embargo, no apa­rece ni al principio (Ez 21,1-4) ni al final (Ez 21,36-37) de este bloque literario. Como se ha dicho más arriba el tema de los versículos iniciales y finales es el del "fuego", elemento no menos destructor que la espada.

En cuanto al tema del día del Señor con­tra Israel, que parece estar claramente pre­sente en Ez 21,30ss, nos remite a otros dos capítulos de Ezequiel (Ez 4 y 7) donde se ha­bla también del mismo.

Ez 21,1-12 comienza con el vaticinio con­tra el bosque del Négueb, que el profeta si­túa al sur, y al que se dirige con la amena­za de que será quemado con fuego. Ante es­te gesto los oyentes reaccionan de manera negativa considerándolo "charlatán" (Ez 21,5), por lo que se ve obligado a dar una explica­ción del mismo (Ez 21,6-12): el bosque del Négueb no es sino una representación de Je­rusalén, víctima de una espada (el elemen­to fuego se convierte ahora en espada), de la cual nadie se librará, ni siquiera los justos (Ez 21,8-9), arrastrados por los malvados a la catástrofe (véase Ez 18). La matanza ser­virá de lección para todos los hombres (Ez 21,10). El fuego que abrasa todo árbol tan­to seco como verde en el bosque del Négueb, ahora se convierte en espada. El bosque si­gue siendo la ciudad de Jerusalén y los ár­boles verdes y secos representan a todo el pueblo, justos y pecadores, contra quien se dirige esa espada.

Desde el Sur al Norte, del Négueb a Je­rusalén, la espada, símbolo de la ira de Dios y ahora puesta en manos de los babilonios, será desenvainada para ejecutar el juicio de Dios sobre todos los hombres. El rey de Ba­bilonia se dirige contra Jerusalén movido por el delito de Israel que se ha rebelado contra él y ha pedido ayuda a Egipto (Ez 21,28); y

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también contra Ammón asociado en la lucha contra Nabucodonosor.

Los lamentos del rjr.oie.ta.., eK5jresAá<&. es­pontánea de su corazón, son símbolo del su­frimiento de los castigados y de su partici­pación en su destino trágico.

21,13-22 La espada contra el pueblo y los principes de Israel. El canto de la es­pada de Ez 21,13-22 repite el tema del dolor y lamento del profeta, solidario con su pue­blo (Ez 21,17-19), por lo que se une a Ez 21 , l l - 12ya l mismo tiempo introduce un te­ma nuevo: la derrota de los príncipes (Ez 21,17) y no sólo del pueblo. De esta mane­ra se enlaza con la unidad siguiente, Ez 21,23-37.

El lamento del profeta en el poema ad­quiere un carácter mágico (Ez 21,19; véase Ez 6,11) a través del gesto de batir palmas; con una expresión simbólica de alegría ma­liciosa o irónica el profeta pretende mani­festar la satisfacción de Dios desahogando su ira sobre el pueblo de Israel. Y la espada en este canto presenta una particular con­sistencia. Actúa por sí sola hasta convertir­se en instrumento en manos del rey de Ba­bilonia para el castigo divino. Precisamente en este momento comienza un nuevo orá­culo contra Israel, unido a los anteriores me­diante el repetido tema de la espada del rey de Babilonia (Ez 21,24.25).

21,23-37 La espada del rey de Babilonia y la espada contra los amonitas. Ez 21,23-37 presenta un gesto simbólico, constituido por el trazado sobre una tablilla de dos ca­minos, uno hacia Jerusalén y el otro hacia Ammán, y algunos gestos simbólicos de con­sulta de adivinos, en las tres formas que in­dica el texto (véase Ez 4).

En esta escena Nabucodonosor es repre­sentado recurriendo a estas tres clases de adivinación. Las distintas alternativas se ins­criben en unas flechas barajadas en un car­caj que luego se van sacando; se van toman­do al azar unos "terafim" -figuritas objeto de culto (véase Jue 17,5) usadas en los orácu­los o necromancias, habitualmente inter­pretados como dioses familiares ("penates")-

en los que se habrían marcado también las distintas alternativas.

^ ^ f 3 S ^ ^ ^ m ^ \ ^ ^ ^ ^ í í s t i nga ­do de las víctimas sacrificiales y se buscan en ellas señales que puedan tener relación con las alternativas para el rey. El hígado, sede de la vida (véase Prov 7,23; Is 10,16; Sal 7,6), de los sentimientos (Lam 2,11; Sal 16,9) y de los pensamientos (véase Gn 49,6), desempeña un papel importante en el culto babilónico para averiguar la voluntad de los dioses o predecir el futuro, a partir de la observación de sus diversas partes, forma y colocación de las mismas. Este arte adivinatorio fue tam­bién empleado por el rey de Babilonia para decidir sobre su actuación futura. Esta se ha­rá realidad en su decisión de ordenar la des­trucción de Jerusalén, lo cual sólo puede ser un castigo de Dios y por lo tanto la ciudad es culpable. Nabucodonosor es presentado aquí como acusador, fiscal y alguacil del Señor (Ez 21,28).

El infame y malvado rey de Israel, del cual habla Ez 21,30-31, es Sedecías. Ha de ser despojado de todas sus insignias reales y destronado y su castigo coincidirá con el ge­neral del "día del Señor". Destronado el rey y sentenciado el pueblo, la ciudad cae en la anarquía total. El juez, Nabucodonosor, es el ejecutor de la sentencia y actúa como un me-sías, aplicándosele todas las prerrogativas de David y su dinastía (véase la utilización en este texto de Ez 21,32 de Gn 49,10).

Ejecutada la sentencia contra Jerusalén, la espada se dirige contra los amonitas, ene­migos tradicionales de Israel (Ez 21,33-34).

Pero repentinamente el oráculo del profe­ta se revuelve contra la espada, es decir con­tra Babilonia, de la que Dios se ha servido co­mo instrumento de castigo contra Israel y contra Amón. Babilonia se ha sobrepasado en sus atribuciones, y el castigo de Dios, sim­bolizado aquí en el fuego, se abatirá sobre ella. Este bloque literario del libro de Ezequiel ter­mina así como había comenzado: con la evo­cación del fuego como elemento destructor.

22,1-31 Jerusalén en el crisol. La sec­ción de Ez 22,1-31 es una unidad literaria formada por tres oráculos distintos pero con

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un mismo tema común: la denuncia de los pecados de Jerusalén y el juicio severo y to­tal sobre el pueblo.

El primer oráculo (Ez 22,1-16) va dirigido contra Jerusalén, la ciudad sanguinaria (Ez 22,2). Sin utilización de imágenes alegóricas y sin denuncias relativas a la historia pasa­da, Ezequiel centra ahora su atención en los pecados actuales de Israel.

El oráculo comienza denunciando la cul­pa general: la ciudad se ha hecho impura por su idolatría. Se hace especial referencia a la sangre como causante de impureza. Piénse­se en las impurezas legales que la sangre, es­pecialmente la de las que están en mens­truación y la de los cadáveres, provoca según la ley judía. Aquí no se trata de una culpa meramente ritual, como lo demuestra el elen­co detallado de culpas sin un orden deter­minado en Ez 22,6-12: 1) Desprecio de las re­laciones con el prójimo y con Dios (Ez 22,7-9a): calumnia, desprecio y maltrato de los padres, de los extranjeros, las viudas y los huérfanos; desprecio de los sábados (véase Ez 20) y profanación de las cosas santas. 2) Pecados sexuales (Ez 22,9b-11): incesto ba­jo diversas formas, adulterio, violación... 3) Codicia, usura (Ez 22,12). Todo esto parece inspirarse en los mandamientos de Lv 18-20. Pecados que en el fondo son un olvido de Dios: Os habéis olvidado de mí Oráculo del Señor (Ez 22,12; véase Ez 23,35; J r 2,32; 3,21; 13,25; 18,15; 23,27).

El segundo oráculo (Ez 22,17-22) se diri­ge contra todo el pueblo de Israel, a los is­raelitas de todo el país que son comparados a la escoria, residuo que queda después del proceso de fundición de los metales.

Jerusalén ha sido pasada por el fuego co­mo por un crisol en el que el metal fundido va poco a poco soltando su escoria. Ezequiel utiliza esta imagen tomada de la tradición. Es Isaías (Is l,22ss) el que se la suministra, lo mismo que a Jeremías (Jr 6,28-30). Pero mientras en Isaías tiene una finalidad posi­tiva (Is 1,26), en Ezequiel presenta matices más pesimistas pues concentra su atención en el aspecto negativo de la purificación, co­mo una realidad que abrasa, y por tanto des­truye. Probablemente la imagen se aplique a

la ciudad de Jerusalén, arrasada por el fue­go, y a toda la gente sometida al poder de Nabucodonosor. Ante la ciudad incendiada, el templo destruido, las gentes diezmadas y dispersas, el desconcierto es grande. Muchos piensan que todo ha concluido, que ya no le queda a Israel ninguna esperanza de su­pervivencia.

El tercer oráculo (Ez 22,23-31) es una de­nuncia dirigida a las distintas categorías de la población de Jerusalén. Tiene sus modelos en Miq 3,11; J r 5,31; Sof 3,3s. Nos da una idea de cómo estaba estructurado socialmente el pueblo hebreo y de las distintas clases so­ciales, con sus respectivas conductas peca­minosas. Los gobernantes o príncipes como "leones rugientes" abusan de su poder con­fiscando las riquezas e imponiendo medidas que conducen a los ciudadanos a la pérdida de sus vidas. Los sacerdotes, responsables de establecer la distinción entre lo sagrado y lo profano, de determinar la pureza ritual y de garantizar la observancia del sábado, han ol­vidado sus responsabilidades. Los profetas han violado la santidad de Dios, se dedican a transmitir oráculos mentirosos. El pueblo y más en concreto los miembros activos de aquellas familias que controlan el campo, en lugar de proteger y ayudar a los humildes y a los pobres de la tierra, e incluso a los ex­tranjeros, los explotan y oprimen. Pero nadie escapará del juicio, de la ira divina.

A través de las imágenes del león rugien­te y del lobo voraz, aplicadas a los dirigentes que ostentan el poder, es decir los príncipes y los nobles (Ez 22,25.27), el profeta expre­sa una situación de opresión dura y desga­rradora en la que vive el pueblo. Los culpa­bles de esta situación, así como de la rebel­día contra Dios, son los dirigentes que tienen en sus manos el poder y que son los prime­ros que se han corrompido con abominacio­nes, robos y asesinatos. La comparación de estos dirigentes con leones rugientes y lobos voraces subraya aspectos importantes de la relación entre opresores y oprimidos. De es­tos últimos recuerda el miedo, las intentonas de huida, la sensación de impotencia. De los opresores el acoso, la amenaza, la potencia destructora, el acecho, la avidez, la voracidad,

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ma austera: no llores, no te cubras la barba, no comas pan de luto, y se convierte así en signo simbólico del mensaje de castigo para Jerusalén. La parálisis del profeta, que es consecuencia del dolor, no sólo por la muer­te de su compañera y otras causas no preci­sadas, sino también por la desgracia nacional, son, junto con su silencio, medios para la pre­sentación del mensaje divino. Este relato con­tinúa luego en Ez 33,21 después de los largos capítulos intermedios Ez 25-32 donde se pre­sentan los oráculos contra las naciones.

III ORÁCULOS CONTRA LAS NACIONES

(25,1-32,32)

Por lo dicho hasta aquí sabemos que la primera actividad profética de Ezequiel se desarrolla a partir de la primera deportación en el año 597 a. C. y se prolonga hasta la caída definitiva de Jerusalén en el año 586 a. C. Este trágico acontecimiento marcó un rumbo nuevo en la vida y en la predicación del profeta y constituye el punto de partida de una segunda etapa en la actividad profé­tica de Ezequiel (véase Ez 33-39). Entre am­bas etapas debió darse un período interme­dio de pausa y reflexión en el que tal vez Eze­quiel pronunció o escribió la mayor parte de los oráculos contra las naciones que figuran en Ez 25-32. Sea lo que sea de la fecha exac­ta en la que Ezequiel pronunció estos orácu­los, en el libro actual ocupan el lugar central después de los oráculos de amenaza y antes de los de esperanza, y están ordenados te­máticamente y no cronológicamente por un redactor o colector final. La fecha de los tres oráculos contra Egipto (Ez 29,l-6a; 30,20-26; 31,1-18) es anterior a la de los oráculos contra Tiro (Ez 26-28). Incluso al final de es­tos oráculos contra Tiro se da ya una pri­mera conclusión (Ez 28,24-26).

Es probable que los oráculos contra Egip­to formasen una colección independiente y que posteriormente se añadieran al resto del libro con un criterio geográfico. De esta ma­nera los primeros enemigos contra los que se dirige el profeta son los vecinos de Israel, des­

de el Este siguiendo el sentido de las agujas del reloj: Amón, Moab, Edom y Filistea (Ez 25); luego, Tiro y Sidón (Ez 26-28), y, por úl­timo, Egipto (Ez 29-32), el peor enemigo se­gún Ez 23. Así se llega al número simbólico de los siete enemigos de Israel. Los pecados que denuncia Ezequiel son o rencor contra el pueblo escogido o soberbia frente a Dios. El castigo es o una catástrofe o el final como imperio dominador.

I . Contra los pueblos limítrofes (25,1-17)

Ez 25,1-17 está constituido por cuatro oráculos de condenación (Ez 25,1-7.8-11.12-14.15-17) con la estructura de acusación, condena y fórmula de reconocimiento. Este último elemento es característico de Ezequiel.

La ruina del pueblo elegido contrasta cla­ramente con la supervivencia, posiblemente breve, de los pueblos que lo rodean; y la pros­peridad de los impíos gentiles contrasta con la situación precaria de los justos judíos. Este contraste hace poner en duda la autenticidad de la religión judía y tambalear sus funda­mentos. Pero es quizá la toma de conciencia de este contraste la que mueve al profeta a anun­ciar un mensaje de esperanza y le estimula a comprender mejor el designio de Dios. El se­creto para resolver las dificultades creadas por este contraste es la oración y la gracia. Dios, a pesar de todo, protegerá a su pueblo.

25,1-11 Oráculos contra Amón y contra Moab. Los dos primeros oráculos (Ez 25,1-11) van dirigidos contra Amón y Moab, res­pectivamente, por su desprecio hacia las ca­racterísticas religiosas de Israel, pueblo sa­grado del Señor. También existían ya desde antiguo motivos políticos o sociales de lucha y hostilidad, entre Israel y estos pequeños rei­nos vecinos, como lo atestigua la estela de Mesa, rey Moabita del siglo IX, y 2 Re 24,2 en el año 598 a. C, un poco antes de que el pro­feta marchase al exilio.

Los amonitas habitaban en la parte cen­tral de la TransJordania. La actual Ammán en Jordania, que conserva el nombre, era el

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corazón de su reino. Los moabitas, por su parte, habitaban en TransJordania a la al­tura de \a parte septentrional del Mar Muer­to . Seír es la parte montañosa de E,dom y las ciudades Bet-Jerimot, Baal Meón y Quiriat Jearim, se encuentran, la primera en el án­gulo nororiental de la costa del Mar Muerto y las dos últimas en los montes de la Trans-jordania, cerca de Medaba.

Amón se caracterizó siempre por una gran hostilidad contra los israelitas ya desde el tiempo de los Jueces (Jue 3-13; 10-11) has­ta el tiempo de los Macabeos (1 Mac 5,1-3). La Biblia recuerda esta hostilidad particu­larmente en tiempos de Saúl (1 Sm 11), Da­vid (2 Sm 10 y 12), Joaquín (2 Re 24,2) y Go-dolías (Jr 14). Moab, tratada por los israelitas como nación hermana de Amón, ambas des­cendientes del incesto de las hijas de Lot con su padre (véase Gn 19,30-38), también fue hostil a Israel desde tiempos de Sijón, conti­nuando la hostilidad en tiempos de los Jue­ces y de la monarquía (Jue 3,12-30; 1 Sm 14,47; 2 Re 3).

El pecado de ambas, además de no reco­nocer el papel de Judá en la historia, es el de despreciar sus características religiosas y principios básicos de su religiosidad: el tem­plo y la tierra (Ez 25,3). El castigo será la dis­persión y el exterminio, pues Dios hará jus­ticia contra ellas.

25,12-17 Contra Edom y contra Filis-tea. En los oráculos de Ez 25,12-17 contra Edom y contra los filisteos se pasa de las acusaciones religiosas a las políticas, for­muladas de manera muy genérica: Edom y Filistea, como fruto de una enemistad y un odio ya de siglos, se han vengado cruelmente de Israel. Contra ellas también Yahvé ejer­cerá terribles venganzas.

Edom se encuentra en la parte meridional de la TransJordania, al oriente y al sur del Mar Muerto. El pueblo de Edom descendía de Esaú, hermano de Jacob. Sus hostilida­des con Israel también se extendieron a lo largo de la historia, pero su espíritu venga­tivo se hizo más intenso al caer Jerusalén en mano de los babilonios (véase Nm 20; 2 Sm 8; 1 Re 11; 2 Re 14; Sal 137; Is 34).

En la condena de los filisteos, se alude a su origen geográfico: los cereteos, es decir los oriundos de la isla de Creta. Este era también, el nombre de u n cuerpo mflitax posiblemen­te filisteo del rey David. Los filisteos habitaron luego en una zona costera del Mar Medite­rráneo, en la parte meridional de Palestina. Del término hebreo aplicado a este pueblo, "pelistim", deriva el nombre de Palestina

2. Oráculos contra la ciudad y el rey de Tiro

(26,1-28,26)

Los oráculos de Ez 26-28 se refieren a Ti­ro, y constituyen una rotunda condenación de la ciudad y de su rey. Tiro, situada en una isla, gozó de un gran esplendor y fortuna co­mercial, marinera y militar. En el siglo VI a. C. era una gran potencia comercial cuyos navios dominaban el Mediterráneo. Una de sus apor­taciones más importantes fue nuestro alfa­beto, que adoptaron los griegos. La ciudad se vio envuelta en las intrigas antibabilonias junto con Judá antes del 587 a. C.

26,1-21 Contra Tiro. Este oráculo de Ez 26 consta de una acusación contra Tiro (Ez 26,2) y una condena: la destrucción terrena y ultraterrena de la ciudad (Ez 26,3-21). Construida sobre una isla rocosa, a unos ocho kms. de tierra firme, resultaba casi inexpugnable. Ofrecía su puerto a las naves y mercancías de todos los países mediterrá­neos y era intermediaria mercantil entre el continente y el mar. Por todo ello era objeto de envidia para los grandes imperios: Asiría, Babilonia, Persia, Macedonia y constituía una especie de límite humillante para la am­bición de poder de Babilonia. Aunque Na-bucodonosor no logró conquistarla total­mente, Tiro quedó muy debilitada, perdien­do sus apoyos costeros y mucho de su influjo marino.

Estamos probablemente en el año 586 a. C. Jerusalén acaba de ser destruida y Ti­ro corre el mismo peligro. A Ezequiel aún no le ha llegado el mensajero de Ez 24, pero ya está informado de la catástrofe.

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Se trata de la destrucción terrena de Tiro y de sus ciudades costeras llevada a cabo por el ejército de Nabucodonosor (Ez 26,7-14); ante ella los príncipes del mar no pue­den menos de lamentarse. Pero se trata tam­bién de una destrucción eterna y definitiva, descrita con las imágenes míticas de las aguas del caos primordial y del océano en es­trecha conexión con el sheol, el abismo y la ultratumba (véase Gn 1,1; Sal 18,5; Jon 2,1-9). Es la destrucción total en la que la ciu­dad quedará convertida en desierto, después de haber sido cubierta y arrasada por las aguas del océano. Sus habitantes bajarán a la fosa, al lugar de las eternas soledades (Ez 26,18-21). Será el castigo más duro.

27,1-36 Elegía sobre Tiro. Tiro, como lo habían hecho antes Amón y Moab, constata con satisfacción la catástrofe de Jerusalén, calcula las ventajas que puede reportarle y se alegra de su caída, a pesar de que en cierto momento trató de aliarse con Jerusalén en contra de Nabucodonosor (véase J r 27,3).

En este segundo oráculo contra Tiro (Ez 27,1-36) se describe en primer lugar el es­plendor de la ciudad, presentada como un na­vio de hermosura sin igual (Ez 27,3), porque es una isla en medio del mar (Ez 27,3-9). Luego se relata su ruina y la lamentación de sus contemporáneos acompañada con ritos fúnebres de duelo realizados por los mari­neros: echar polvo en la cabeza, revolcarse en las cenizas, raparse el pelo, vestirse de saco... (Ez 27,26-36) (véase 2 Sm 1,11-12; 3,31-35; J r6 ,26;Ez24,16-17; 26,16-17; Am 8,10).

En Ez 27,10-24, texto en prosa o al menos con un ritmo diferente, leemos una lista de pueblos y ciudades cuya relación con Tiro sirve para ampliar el tema del esplendor y prosperidad de la ciudad.

Se destacan dos fenómenos literarios in­teresantes. El primero es la existencia del gé­nero literario de lamentación. En medio de las palabras de lamentación dirigidas por Dios a Ezequiel, que comienzan en Ez 27,3 y terminan en Ez 27,36, hay una descripción de unos ritos ejecutados por los marineros y cargados de un gran simbolismo (Ez 27,30-36) en los que se coordinan la palabra y el

gesto. El segundo fenómeno literario es la al­ternancia de la representación metafórica de Tiro como una nave, y su representación no metafórica como una ciudad comercial es­trechamente relacionada con ciudades como Sanir, en Fenicia, Basan, al oriente del lago de Galilea, Kittim, en las costas meridionales de Chipre, Elisa, en Cartago; precisamente de esas ciudades se reciben los lujosos mate­riales para la construcción de la nave. Y tam­bién Sidón, Arvad, una islita al norte de Ti­ro, Gebal, puerto de la famosa Byblos, Persia, Lud (Lidia), Put (Libia), de las que recibe re­meros, timoneles, peritos especialistas en ave­rías, marineros y hombres de guerra. Tarsis, en la costa meridional de España, Javán (Jo-nia, Grecia), Tubal (Cilicia), Mesek (Mosoc, Frigia), Bet-Togarma al oriente de Cilicia, De-dán al sur de Palestina, Edom, Judá, Israel, Damasco: con todas estas naciones y ciuda­des, además de otras ciudades de Arabia y Mesopotamia (a excepción de Babilonia) tenía Tiro excelentes relaciones comerciales.

Con curiosos detalles geográficos se ex­presa el lenguaje religioso de condena dirigi­do contra una ciudad tan rica y esplendoro­sa. El contraste en el paso de Ez 27,3-25 a Ez 27,26-36 es fuerte: una ciudad tan rica y fa­mosa puede convertirse en objeto de terror y desaparecer para siempre (Ez 27,25b.36b).

28,1-19 Contra el rey de Tiro. El oráculo de Ez 28,1-19 ya no va dirigido contra la ciu­dad sino contra el rey de Tiro. Su estructu­ra literaria presenta dos partes: Ez 28,1-10, oráculo de condenación contra el rey en su forma clásica de acusación y condena, pero sin la fórmula de reconocimiento típica de Ezequiel; y Ez 28,11-19, lamentación sobre el rey.

El centro de la acusación en el oráculo de condena es el orgullo que siente el rey ante una ciudad ciertamente rica y esplendorosa, un orgullo que ha excedido los límites de lo que es tolerado en las criaturas. Tiro y su rey, presumiendo de su sabiduría e inteli­gencia, han olvidado su subordinación al su­premo sabio y rey del universo. Por ello y por su actitud insolente sufrirán un castigo di­vino anunciado en Ez 28,7-10: la invasión y

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la bajada a la fosa. Esta última se explica y desarrolla en la lamentación (Ez 28,11-19), en la que se describe el esplendor del rey (Ez 28,12b-15a), su culpa (Ez 28,15b-16a; 17a. 18a) y el castigo (Ez 28,16b. 17b. 18b. 19). Vio­lencia, soberbia, injusticia, profanación del santuario, pecados de todo tipo son mere­cedores de la expulsión del paraíso, abati­miento en la tierra y reducción a cenizas.

Es importante destacar el color mitológico de esta lamentación ya preparado antes por la presencia de Daniel, mítico sabio de Ba­bilonia (véase Ez 14,14), y ahora por la evo­cación del propio Daniel (Ez 28,3), del Edén, jardín de Dios (Ez 28,13) y del querubín, guar­dián en el monte de Dios entre las piedras de fuego (Ez 28,14.16; véase Gn 2-3; Is 4,4-21). Esto nos hace pensar que en el trasfondo se encuentra un mito, el del héroe caído, com­binado con elementos extraídos de la misma historia del estado de Tiro, su comercio y sus negocios injustos. El rey representaría el pa­pel del hombre primordial que empleó su sa­biduría sólo para adquirir riquezas y es­plendor. Tiro quizá alguna vez gozó del favor de Dios, pero por su tendencia orgullosa de llegar a ser como Dios, violó la santidad de Dios. La violación es simbolizada por la pro­fanación del santuario por el rey de Tiro (Ez 28,18). Por consiguiente, Dios ha rechazado al rey y a su nación. El rey de Tiro, que re­presenta toda la ciudad y la sociedad, ter­minará sus días en el abismo. La muerte y la concepción hebrea del abismo (sheol, hades, lugar de los muertos), como hemos visto en Ez 26, están unidas a las ideas de las aguas primordiales y de las luchas mitológicas de los hombres contra Dios. La muerte de un in­dividuo y de una colectividad es el castigo por la culpa primitiva (véase Gn 3). La condena que Ezequiel hace se refiere también al cul­to idolátrico babilonio de entronización real en el que se le daban al rey prerrogativas di­vinas como si fuese un Dios. No se descarta la ironía y malestar del profeta respecto al rey y a la ciudad que en un momento gozó de una relación amistosa con Israel, pero que después se enriqueció tanto que se convirtió en orgullosa, rica y cargada de desprecio ha­cia el humilde pueblo de Dios. Un miembro

de su familia real, corrupto en sus gestiones comerciales, fue expulsado del templo y de la tierra. Con esta acción quedó sellada su se­paración del pueblo de Israel y su destino de condenación se hizo firme.

28,20-23 Contra Sidón. En tiempos muy antiguos Sidón era la principal ciudad de los fenicios, situada al norte de Tiro. De ella se habla en las cartas de Amarna y en los tex­tos de Ugarit. Mantuvo una cierta hegemonía con su rival Tiro hasta que los Asirios, des­pués de apoyarla a fin de debilitar la poten­cia de Tiro, la destruyeron por rebelarse con­tra ellos. Para Ezequiel es una ciudad que también será castigada por despreciar a Is­rael y participar en las intrigas contra Babi­lonia (véase J r 27,3).

En el breve texto de Ez 28,20-26 podemos destacar dos oráculos: uno de condena con­tra Sidón (Ez 28,20-23) y otro de liberación o salvación para Israel (Ez 28,24-26).

En el primero, contra Sidón, están de nue­vo presentes la clásica fórmula de reconoci­miento, característica de Ezequiel y del esti­lo sacerdotal: sabrán que yo soy el Señor (Ez 28,22.23; véase Lv 22,32; Nm 20,15; Is 5,16) y una fórmula de anuncio (Ez 28,22), mani­festaré mi santidad, que se repiten en el se­gundo oráculo (Ez 28,24.26 y 28,25), todo ello marcado por la fórmula de Ez 28,20: re­cibí la palabra de Dios, como dando unidad al discurso.

28,24-26 Promesa de salvación. Ez 28,24-26 contiene una promesa de salvación para Israel. A pesar de toda la maldad del pueblo de Israel, que provocó la ira y el cas­tigo de Dios contra Jerusalén y Judá (véase Ez 1-24), todos sus miembros son elegidos de Dios en medio de las naciones. Y sabrán que yo, el Señor, soy su Dios.

3. Oráculos contra Egipto (29,1-32,32)

Los oráculos contra Egipto están reunidos en cuatro capítulos, Ez 29-32. El primero y tercero (Ez 29 y 31) resaltan el orgullo de es-

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ta potencia; el segundo (Ez 30) habla de su derrota. Ezequiel, enemigo como Jeremías de la rebelión contra Babilonia, condena a Egip­to por haberla fomentado y apoyado.

Estamos en el año 587. Estaba comen­zando el asedio de Jerusalén, pero la ciudad aún no había sido tomada. Sedecías pidió ayuda a Egipto que envió su ejército obli­gando a los babilonios a abandonar tempo­ralmente Judá (véase J r 37,5 y 34,21). Pero la alegría, confianza y seguridad del pueblo de Israel puesta en el ejército de Egipto era vana porque los caldeos sólo temporalmen­te se retirarían de la ciudad, como dirá Jere­mías (Ez 37,5-10): ...los caldeos volverán a atacar esta ciudad, la conquistarán y la in­cendiarán... No os hagáis ilusiones pensan­do que los caldeos levantarán el cerco, porque no se marcharán. Puede ser esta circuns­tancia la que movió al profeta, que pasaba por filobabilonio, como Jeremías, a iniciar estos oráculos contra Egipto.

29,1-21 Oráculo contra Egipto. Ez 29,1-21 consta de dos partes: Ez 29,1-16 y Ez 29,17-21.

En la primera (Ez 29,1-16) se desarrollan tres oráculos de juicio o condenación contra el faraón con sus respectivas conclusiones en forma de fórmulas de reconocimiento: Y sabrán que yo soy el Señor (Ez 29,6a.9a. 16), así como los otros dos elementos típicos de esta clase de oráculos: acusación y condena (Ez 29,3-6a.6b-9a.9b-16). Van dirigidos di­rectamente contra los faraones, pero el cas­tigo se extiende a toda la población y a toda la tierra de manera progresiva. Se condena el pecado de soberbia del faraón, semejante al pecado del rey de Tiro (Ez 29,3b), su pe­cado de falta de apoyo a Israel (Ez 29,6b-7) y de nuevo, en el tercer oráculo de condena, su actitud orgullosa (Ez 29,9b).

En el primer oráculo (Ez 29,3-6a) hay ele­mentos mitológicos como en Ez 28. El faraón es comparado a un cocodrilo gigante echado en medio de ríos, un dragón mítico que go­bierna las aguas del caos y que dice "míos son los ríos, yo los he hecho", y, por lo tan­to que se sitúa al nivel de Dios, el único cre­ador y señor del Nilo y de todo el universo.

Como el rey de Tiro, el faraón ha cometido un gran pecado, el del orgullo y la soberbia al considerarse como un Dios. El Señor casti­gará este orgullo reduciendo al dragón de un mítico y misterioso monstruo a una absurda y horrorosa bestia fluvial arrancada del agua y arrojada a la tierra desértica. El orgullo se­rá reducido a ignominia.

Egipto es la única gran potencia que in­tenta oponerse a los planes de Babilonia per­mitidos por Dios para hacer surgir luego "los cielos nuevos y la tierra nueva". En última instancia pretende obstaculizar los planes divinos que se orientan a una restauración en la que el mismo poder de Babilonia será aniquilado sólo por Dios. Por eso también el segundo oráculo (Ez 29,6b-9a) se dirige con­tra Egipto.

En el tercer oráculo (Ez 29,9b-16) se abre una esperanza de salvación. Después de cuarenta años de desierto, de desolación y dispersión, tendrá lugar una cierta restau­ración que se reduce a poca cosa: Egipto vol­verá a su tierra de origen, Patrós, y se con­vertirá en un humilde y pequeño reino me­ridional. No será fastidio para ninguna nación, ni Israel buscará en él la esperanza de la sal­vación.

Ez 29,17-21, oráculo tardío, probablemente del año 571 a. C, unos dieciseis años después de que los otros fueran pronunciados, nos da la clave de lectura de los anteriores contra Egipto y contra Tiro. Dios ha alterado sus planes. La suerte para Tiro ha sido transfe­rida a Egipto. A esto se añade una promesa (Ez 29,21). Cuando el poder de Egipto se que­brante, el pueblo de Israel será fortalecido (li­teralmente: "recibirá un cuerno", símbolo de poder y de fuerza) en medio de las naciones, y reconocerán que yo soy el Señor (véase Sal 132,17).

30,1-26 El día del Señor contra Egipto. Este nuevo oráculo de Ezequiel sobre Egip­to nos va a mostrar claramente lo que ya se había anticipado en Ez 29,17-21. El presen­te oráculo se divide en dos partes: La prime­ra (Ez 30,1-19) presenta el día del Señor so­bre Egipto como tiempo del juicio decisivo de Dios sobre esta nación. La segunda (Ez 30,20-

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26) recrea, de manera alegórica, la derrota del ejército egipcio a manos del babilonio.

Ez 30,1-19 desarrolla tres momentos: el anuncio del día del Señor para Egipto, con el espanto que produce en los pueblos aliados, introduciendo el tema de la espada (Ez 30,2-9), la concretización de la amenaza mencio­nando a Nabucodonosor (Ez 30,10-12) y la extensión geográfica del castigo a ciudades en gran parte del delta del Nilo, potentes y famosas en otro tiempo, con interesantes alusiones a la historia de las plagas (Ez 30,13-19).

Las ideas sobre el "día del Señor" descri­tas y comentadas a propósito de Judá en Ez 7 y sobre la "espada" en Ez 21, son ahora aplicadas al caso egipcio. En la convulsión política mundial provocada por Nabucodo­nosor, Ezequiel ve el día del Señor o, más bien, una de sus típicas realizaciones. Pero el profeta va más allá: el castigo trasciende la victoria del rey de Babilonia. Las ciudades mencionadas (véase Ez 27 y 29), muchas de las cuales en el momento del oráculo ya se encontraban destruidas desde hacía bastante tiempo, indican que se engloban aquí los de­sastres de los siglos precedentes. Se trata de la suma de todos los castigos, es decir, el cas­tigo total o escatológico. El nombre de las mismas, en un tiempo famosas y poderosas, contrasta con la idea de la destrucción anun­ciada. El elenco de éstas no presenta un or­den determinado, al contrario de las men­cionadas en Ez 27.

La ciudad de Patrós está en el alto Egip­to (véase Ez 29,14). Las ciudades que en la traducción que utilizamos como base son lla­madas Menfls, Tanis, Tebas, Pelusio, Helió-polis, Bubastis y Dafnes, reciben respecti­vamente en el texto hebreo los nombres de Soan, No, Sin, On, Pi-Boset y Dafnes. La ciu­dad de Menfis estaba situada en la orilla oc­cidental del Nilo, cerca del delta; Tanis se en­contraba en el delta oriental, más al norte; Tebas en la zona centro meridional de Egip­to junto a Luxor y Karnak; Pelusio (como es designada en la versión latina de la Vulgata) estaba enclavada en el delta; Heliópolis en las cercanías de lo que hoy es el Cairo; y Bu­bastis y Dafnes también en el ámbito del del­

ta. Contra la ciudad de Dafnes profetizó tam­bién Jeremías.

El castigo de estas ciudades del delta pa­rece evocar la penúltima plaga del Éxodo (Ex 10,21): la de las tinieblas.

La segunda parte del oráculo (Ez 30,20-26) aparece fechada en el año 587 a. C , tres meses después del primer oráculo contra Egipto y tres meses antes de que Jerusalén sea tomada totalmente.

El brazo roto de Egipto es el ejército des­trozado y despedazado por los invasores ba­bilonios a los que Dios da fuerza no sólo pa­ra destruir al faraón y a su ejército, sino tam­bién para castigar a Judá que había puesto su confianza y seguridad en Egipto, su aliado, contra los planes de Dios. Los egipcios serán dispersados entre las naciones (Ez 29,9b-12), y sabrán que yo soy el Señor (Ez 30,25.26).

31,1-18 Egipto abatido como un cedro. Ez 31,1-18, oráculo contra el faraón, está distribuido en las dos partes clásicas de acu­sación (Ez 31,2-9) y condena (Ez 31,10-14). Compuesto mientras todavía duraba el ase­dio de Jerusalén, se dirige contra la preten­ciosa potencia del faraón (Ez 31,2).

No faltan tampoco elementos mitológicos en este texto. Se habla del árbol cósmico, por ejemplo. No parece que se trate de un árbol normal como el de la alegoría de Ez 17. Aho­ra estamos ante un cedro superior a los de­más árboles, más alto que todos los árboles del campo y del jardín de Dios (Edén); su co­pa llega hasta las nubes. Un árbol sagrado, al que en Eridu, ciudad sumeria al sureste de Babilonia, junto al Golfo Pérsico, se le daba culto porque era portador de longevidad y pro­ducía ansias de inmortalidad. La literatura babilonia describe este árbol con grandes pro­porciones cósmicas, manteniendo unidas to­das las esferas del universo: desde el caos subterráneo, en el que hunde sus raíces, has­ta las nubes alcanzadas por su copa.

El faraón aquí es comparado alegórica­mente a este árbol centro y fuente de vida compenetrado profundamente con las fuer­zas de la naturaleza. Las ideologías reales del Oriente Próximo antiguo nos hablan de es­ta integración total del rey con la naturale-

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za. De ella y del mismo rey, árbol fecundo, irradian la abundancia y fertilidad para la tierra y para su pueblo (véase Sal 72).

Pero este árbol cósmico se convertirá en árbol normal a causa de su engreimiento y soberbia, como puede leerse en la segunda parte de este poema (Ez 31,10-18). Será aba­tido por los babilonios (Ez 31,10-12) y ter­minará sus días con los demás árboles en las profundidades del abismo, en el sheol (Ez 31,14ss). Se trata de una destrucción polí­tica (Ez 31,10-14) y de un castigo ultrate-rreno (Ez 31,15-18); no se trata simplemen­te de la muerte, sino de un final entre los in­circuncisos (Ez 31,18). Nótese también la invitación a la humildad de Ez 31,14, porque los reyes orgullosos que se creen dioses, ca­paces de asegurar vida y prosperidad a su pueblo, han de recordar que son mortales y que la vida de sus naciones no dura siempre.

32,1-32 Dos elegías sobre el faraón. En Ez 32,1-32 se concluye la serie de oráculos contra Egipto con otros dos, ambos del año 586 a. C , cuando Jerusalén ha caído ya en manos de los babilonios, ha sido arrasada, y por lo tanto ha experimentado el día del Se­ñor. Se divide en dos secciones (Ez 32,1-16 y 32,17-32).

La primera sección (Ez 32,1-16) es una la­mentación o elegía sobre el faraón, rey de Egipto, que quiere oponerse, como en tiem­pos de Moisés, a los planes divinos. El faraón, a pesar de creerse u n león real, es compára­lo a un cocodrilo, como en Ez 29,3-6a, pre­so y muerto, de cuya carroña brota sangre y un líquido que cubre toda la tierra donde ya­ce. La metáfora adquiere matices míticos, vis-:os ya en Ez 29, donde se habla también de '.a. imagen del cocodrilo. Aquí, en este texto, asume interesantes elementos pertenecientes a las plagas del Éxodo: la oscuridad (Ex 32,7s) y quizá también el enrojecimiento de las aguas de Ex 7,14ss (Ex 32,6), la peste de los ganados de Ex 9,11 (Ex 32,13). En Ez 32,14 las aguas de Egipto, reducidas a riachuelos, indican la sequía más que la tranquilidad.

Este oráculo concluye con la típica fór­mula de reconocimiento (Ex 32,15): sabrán que yo soy el Señor.

En la segunda sección (Ez 32,17-32) con­cluye toda la serie de oráculos contra las na­ciones. También data del año 586 a. C. La idea de Ez 31,15-18 es desarrollada aquí en Ez 32,17-32. El simbolismo del árbol es re­emplazado por una alusión directa a las na­ciones históricas que ahora caminarán hacia su destrucción y que yacen en sus tumbas, en el sheol, en la fosa profunda: Asina; Elam, al Norte del Golfo Pérsico, en Irán; Mesek y Túbal, al Noroeste de Mesopotamia; Edom en la TransJordania y rival de Judá; Sidón, ciu­dad estado de Fenicia y otros estados del Nor­te de Judá. Todas ellas yacerán en el abismo, la zona más repugnante del mundo donde habitan los incircuncisos y sus cadáveres. Nótese la mentalidad sacerdotal al juzgar re­pugnantes a los incircuncisos y a los cadá­veres. Ahí irán también los habitantes de Egip­to para ser consolados por la compañía de otras naciones muertas, como los árboles del Edén serán confortados por la llegada del ce­dro simbólico de Egipto de Ez 31,16.

En este oráculo el instrumento del que se sirve Dios para hacer bajar a la fosa a Egip­to no es la espada del rey de Babilonia, sino la palabra profética de Ezequiel (Ez 32,18).

Aquí terminan los oráculos contra Egipto y también los oráculos contra las naciones que constituyen la segunda parte del libro de Ezequiel.

¿Por qué el profeta no se dirige también contra Babilonia? Porque en aquel momen­to Babilonia era instrumento del castigo de Dios y no uno de los castigados. Babilonia es como una tromba de aire que en tiempos de Ezequiel ha devastado el mundo oriental y de la que se sirve Dios para "juzgar al mun­do". Sin embargo, ella no escapará del cas­tigo escatológico, al igual que la humanidad entera (véase Ez 38-39 donde se introducen unos oráculos contra Gog).

IV MENSAJE DE ESPERANZA

(33,1-39,29)

Después de la caída de Jerusalén, en Ju­lio del año 586 a. C , al recibir la noticia de

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la destrucción de la ciudad, Ezequiel recobra el habla (Ez 33,21-22). Comienza una etapa totalmente nueva. Es la segunda etapa de su misión. El conjunto de sus predicaciones so­bre la restauración ha quedado estructura­do en tres partes, no determinadas cronoló­gicamente, precedidas por un discurso pro­gramático (Ez 33), en el que nuevamente se insiste en la característica del profeta como portavoz de Dios, como centinela en medio de los desterrados. Las tres partes son: res­tauración del orden político-religioso (Ez 34: el pastor), restauración de la tierra (Ez 35-36) y restauración de los israelitas (Ez 37: los huesos revitalizados y las varas unidas).

Los capítulos 38-39, suponen ya a los exi­liados en su patria, y por lo tanto son la par­te más tardía del libro.

33,1-20 El profeta centinela de su pue­blo. En Ez 33,1-9 el profeta se presenta co­mo centinela para describir su función entre los exiliados. No es el primero en utilizar es­ta imagen para caracterizar su misión pro-fética. Ya Jeremías hablaba de estos centi­nelas que el Señor ha dado a su pueblo pa­ra que den la alerta en caso de peligro (véase J r 6,17). De profetas centinelas también ha­blan Oseas (Os 5,8; 6,5), Habacuc (Hab 2,1) e Isaías (Is 21,6). Ser centinela es una de las características de los verdaderos profetas, porque los falsos no acuden a las brechas pa­ra ver lo que pasa y avisar inmediatamente al pueblo (véase Ez 13,5). Los falsos profetas son adivinos, magos y embusteros; el profeta ver­dadero es el centinela que vigila y está aten­to a la palabra de Dios; no adivina, sino que lee los acontecimientos de la historia para ilu­minarlos a través de la palabra de Dios que anuncia. Pero la imagen del centinela evoca también la urgencia y el peligro, porque el profeta aparece en los momentos más difíci­les y más dramáticos, en los períodos de cri­sis del pueblo. Por eso escruta todo aquello que haga referencia a la vida y a la muerte. Este es el problema fundamental que se le plantea al pueblo: Sufrirnos el castigo que me­recen nuestro delitos y pecados, y por eso nos estamos consumiendo. ¿Cómo vamos a poder vivir? (Ez 33,10; véase Ez 18). Sin embargo

para Ezequiel, con la señal de alarma, toda­vía hay tiempo para evitar lo peor. Todavía es posible cambiar el curso de los aconteci­mientos. El centinela está ahí para que los malvados a quienes se les dirige la adverten­cia puedan desandar sus malos caminos. El Señor quiere la vida del hombre no su muer­te (Ez 33,11). Pero es necesaria la conversión a la que invita frecuentemente el profeta.

Ez 33,10-21 desarrolla el tema de la res­ponsabilidad moral del individuo y la justicia del castigo de Dios tal como se hacía en Ez 18, aunque con algunas diferencias. Allí se ha­blaba de la solidaridad de los padres y los hi­jos en la culpa y en la retribución. Aquí se afirma simplemente la retribución personal. Un centinela que debe dar la alarma para sal­var a un pueblo es exactamente la definición de Isaías y Jeremías. Pero se percibe que Eze­quiel no se interesa, en estos momentos por el pueblo en sí, sino por cada uno de sus ha­bitantes. El hombre concreto, si es justo, se salva (Ez 33,13); si es malvado, se condena, pero puede convertirse (Ez 33,14-16). El pro­feta después de haber rechazado las antiguas teorías sobre la solidaridad en el pecado, so­lidaridad con los habitantes contemporáneos de u n mismo país (Ez 14,12-20) y solidaridad con los antepasados (Ez 18,1-20), recibe aho­ra una revelación complementaria: su papel es advertir a los malvados y conducirlos a la conversión, porque en la vida del hombre no hay necesariamente continuidad; la vuelta, el retorno, la conversión siempre es posible (Ez 33,1-9.10-11.12b. 14-16). Ezequiel es ese cen­tinela que proclamará el deseo eficaz de Dios de que el pueblo de Israel no muera a causa de sus pecados, sino que viva.

33,21-22 El profeta recobra el habla. El año duodécimo de nuestro cautiverio, el día cinco del mes décimo (Ez 33,21-22). Es ésta una de las fechas más significativas del libro de Ezequiel. Es la fecha del encuentro del fu­gitivo o refugiado con Ezequiel, en torno al 8 de Enero del 585 a. C. El profeta relata la lle­gada de este personaje a Babilonia para tra­erle noticias de la caída de Jerusalén, de có­mo sus muros fueron quebrados en Julio del 586 a. C. (véase J r 39,2; 52,6-7) y el templo

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d e s t r u i d o u n m e s m á s t a r d e ( v é a s e 2 R e 25,8-9; J r 52,12).

Ezequiel aparece de nuevo en escena en medio de su pueblo y sus vicisitudes, después de una interrupción causada por la inserción de los oráculos contra las naciones extranje­ras, entre el final de Ez 24 y comienzo de Ez 33. El profeta se había quedado mudo a cau­sa del profundo dolor que le había producido la muerte de su mujer, pero a la llegada del fugitivo, como ya se había anunciado en Ez 24,25-27, recupera el habla. Se abre de nue­vo su boca, cerrada físicamente por la enfer­medad y dolor de los últimos meses, e inicia una nueva etapa en su predicación. Todo su­cede después de una preparación espiritual muy rigurosa, constituida por pruebas fami­liares, por la constatación del fracaso de su misión precedente y del final desastroso de Jerusalén, por la enfermedad y por las refle­xiones y oraciones que han condimentado sus trágicos sufrimientos

33,23-33 Doble denuncia profética. Es­te pasaje tiene las características de un orá­culo de condenación que arranca de un dicho de los judíos que no perecieron en la catás­trofe del año 586 a. C. y se quedaron en Pa­lestina: Abraham era uno solo y recibió la tie­rra en herencia; con mayor razón a nosotros que somos muchos, se nos ha dado la tierra en posesión. Dios había dado a Abrahán la tierra y una descendencia numerosa; los israelitas, remontándose a sus orígenes, se sienten he­rederos de estas promesas, pero para que se hagan realidad es necesario cumplir unas condiciones: escuchar la palabra de Dios que les llega a través del profeta (Ez 33,30-33) y llevarla a la práctica, dejando de practicar la idolatría, no cometiendo asesinato, ni cosas detestables, ni profanando la mujer del pró­jimo (Ez 33,25-27). Pero está claro que ellos no cumplen estas mínimas estipulaciones pa­ra poder poseer la tierra; por eso la denuncia del profeta es tajante como "espada de doble filo", como la misma palabra de Dios, para los que sólo se apoyan en sus espadas (Ez 33,26; véase Heb 4,12).

La acusación (Ez 33,25-26) se dirige di­rectamente contra los pecados de idolatría,

EZEQUIEL 33

v i o l e n c i a , i m p u r e z a , a d u l t e r i o : l a c o n d e n a ­c i ó n (Ez 3 3 , 2 7 - 2 8 ) s e e x p r e s a e n el c a s u g o : muerte a espada, desierto, soledad...; y, co­mo en casi todos los oráculos de este profe­ta, no falta la fórmula de reconocimiento (Ez 33,29): y sabrán que yo soy el Señor.

Como en Ezl8, es el hombre el que viene a menos, degenera en su conducta malvada y perversa, mientras que la palabra de Dios permanece siempre. Ezequiel siempre lo ha entendido así, de modo que su predicación sobre los castigos divinos no debe entender­se como un renegar de la voluntad salvífica de Dios,

Ez 33,30-33 (junto con Ez 33,1-20) cons­tituyen una introducción a la nueva misión del profeta, explicando cuándo comienza y a quién se dirige: en favor de los exiliados y contra los judíos supervivientes que han que­dado en Palestina. La actitud de los oyentes no será como antes del exilio (véase Ez 2 y 3,1-11). Ahora admirarán el mensaje, pero no por ser divino, sino por otras cualidades estéticas o éticas; ni tampoco por venir de Dios, de modo que: vienen en masa, escu­chan tus palabras pero no las practican. Eres para ellos como un trovador de uoz hermosa... (Ez 33,31.32).

Esta nueva etapa en la misión profética de Ezequiel incluye también el anuncio de cas­tigos para el pueblo, a pesar de que el más grave de ellos ya se había hecho realidad ca­si totalmente. Se trata de nuevas amenazas dirigidas contra los supervivientes que ha­bían quedado en su patria y que desprecia­ban la suerte de los exiliados cautivos y se jactaban de ser los únicos que podían gozar de los restos de esperanza que las antiguas promesas aún alimentaban. Las desgracias que con Godolías continuaban haciendo estragos en Palestina después del 586 a. C. (véase J r 40ss.) confirman estas nuevas amenazas de Ezequiel. Esto nos indica que esta nueva fase en su actividad profética, lla­mada la fase de la restauración, no ha de en­tenderse en un sentido simplicista como si las amenazas ya no fueran a tener lugar. Lo mismo que en el primer momento de su mi­sión la amenaza de castigo no ocultaba com­pletamente la esperanza, la presente pro-

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mesa de restauración no puede hacer olvidar que existe el peligro de nuevos castigos. En la historia de la salvación la época de la ira y la época de la misericordia no van sepa­radas una detrás de otra, sino casi siempre entrelazadas. Incluso en tiempos de Pablo se puede decir que la separación completa no existe, y si se da, no es cronológica sino es-catológica (véase Rom ls.).

Es sorprendente que la antigua fe en las promesas ni siquiera con el desastre de la na­ción y el destierro babilonio ha desaparecido de las mentes de los supervivientes judíos, in­dependientemente del hecho de que aquéllas promesas hayan sido interpretadas a su gus­to y para su comodidad. Esta manera inte­resada de interpretar las promesas divinas fue un mal endémico en el pueblo de Israel. Y Ezequiel no rechaza ni niega las promesas sino solamente el modo de interpretarlas. No hay que mecerse negligentemente en ellas si­no, como el profeta enseña en este capítulo 33, es necesario comportarse bien, evitando la idolatría, la violencia, la impureza, el adul­terio y toda clase de pecados (Ez 33,25-26).

34,1-31 Juicio contra los pastores de Is­rael. Ez 34,1-31 es uno de los grandes dis­cursos de la segunda actividad pastoral de Ezequiel, desarrollo quizá de J r 23,1-8 y en cierta manera modelo del discurso que Jesús pronunciará en J n 10. Dios "ha hecho salir" a su pueblo de los diversos países en donde estaba disperso (Ez 34,12) y lo lleva de nue­vo a su tierra (Ez 34,13). Se trata de la pro­mesa de la vuelta del destierro: el pueblo de Israel es comparado a un rebaño que, de­jando los parajes tenebrosos, va a encontrar buenos y nuevos pastos (Ez 34,12-14). Esta nueva migración del pueblo se realizará ba­jo la dirección del Señor que en persona se­rá el pastor del rebaño-Israel. Ocupará el lu­gar de los pastores de antaño cuyas funcio­nes habían ejercido tan lamentablemente (Ez 34,2-10). Son aquellos reyes y autoridades civiles que habían desempeñado funciones bastante negativas e injustas en relación al pueblo. Por eso Ezequiel, opuesto a Sedecías (véase Ez 21,30), pero simpatizante y com­pañero de exilio de Jeconías a quien consi­

dera descendiente legítimo de David, aplica a éste no el título de "melek" (rey) pues no de­jaba de tener ciertas connotaciones negati­vas, sino el de "nasi" (príncipe) y "ebed" (sier­vo), para expresar su subordinación al Se­ñor, el auténtico y único rey-pastor de su pueblo Israel. La actitud de Dios-pastor es to­talmente opuesta a la de los reyes políticos de aquel momento: cuidaré y reuniré a mis ove­jas (Ez 34, lOss). Recordemos que el título de pastor es de los que se atribuyen más co­rrientemente a los reyes y a los dioses del An­tiguo Oriente, sobre todo porque gran parte de la población de estos territorios vivía de la agricultura y la ganadería. Al célebre rey de Babilonia Hammurabi (siglo XVIII a. C.) y al rey asirio Asurbanipal (siglo VII a. de C.) se les aplica este título. También ls 44,28 lo atri­buye a Ciro.

Pero los reyes son llamados "pastores" de su pueblo en cuanto representan a la divi­nidad, ya que el verdadero pastor del pueblo es el Dios de ese pueblo; él es el pastor su­premo que encomienda a sus lugartenientes, los pastores subordinados, el que reúnan a su rebaño y se ocupen de él.

En Israel el título se aplica con frecuencia a Dios, especialmente en los salmos. Pero ningún rey de Israel es llamado directa y per­sonalmente "pastor". Solamente se atribuye a los hombres en este texto de Ez 34,1-31, en J r 2 3 , l - 8 , enZac 10,3; l l ,4s ; 13,7yenMiq 5,3, que lo aplica al rey futuro. No se puede olvidar el carácter mesiánico de este texto, para el que es interesante ver 2 Sm 7.

La primera parte (Ez 34,1-15) es un ataque directo contra las autoridades políticas de Ju-dá, a las que el profeta considera responsa­bles del destierro de Babilonia. Las acusa­ciones recaen sobre esta realidad: los pas­tores se han aprovechado del rebaño; éste ha quedado abandonado, se ha dispersado y ha sido presa de los animales salvajes. Ellos se han convertido en devoradores del rebaño. No lo han apacentado. En lugar de alimen­tarlo, los gobernantes y líderes religiosos se han alimentado a sí mismos y han hecho de la ovejas su propio bocado. En vez de gober­nar con justicia, han oprimido al rebaño con brutalidad de trato.

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Pero la responsabilidad de esta dispersión no es sólo de los dirigentes políticos, sino también de todos aquellos miembros del pue­blo ricos y fuertes que han explotado a los pobres y débiles. Esta idea se desarrolla en la segunda parte del capítulo (Ez 34,16-24). En medio del rebaño existen unos carneros y machos cabríos, que son para el profeta los representantes de la clase alta, aquellos que en el pueblo tienen poder, riquezas y privile­gios. Gente con poder opresor, violentos, eco­nómicamente fuertes e influyentes, que se co­men lo mejor y pisotean el resto con sus pe­zuñas. La situación de los débiles se describe mediante la obligada necesidad de tener que comer lo pisoteado -una porquería-, y beber el agua enturbiada -una ponzoña-.

En un lenguaje profundamente simbólico Ezequiel presenta aquí la situación de una sociedad caracterizada por una fuerte ten­sión entre explotadores y oprimidos, pasto­res crueles y ovejas débiles. Solamente la in­tervención salvadora de Dios podrá realizar una transformación liberadora de esa so­ciedad insolidaria.

Ez 34,25-31 es la conclusión de este orá­culo sobre los pastores y el rebaño. Aquí se habla de una promesa de paz y prosperidad cuya descripción en términos paradisíacos hace referencia al reino mesiánico y se basa en el esquema de la alianza donde los bienes mesiánicos son vistos de manera positiva (Ez 34.25-27), como bendición, y negativa (Ez 34.28-29), como maldición (véase Lv 26); pe­ro todo ello sin olvidar que sabrán que yo, el Señor, soy su Dios (fórmula de reconoci­miento, Ez 34,27b.30a).

El prometido príncipe-pastor David de Ez 34,23-24 adquiere aquí una función de so­berano que asegura las bendiciones de la na­turaleza en Ez 34,25-30. Esta antigua aso­ciación del rey con las bendiciones cósmicas encuentra ecos en el Sal 72. La esperanza no ha quedado destruida: el pueblo todavía tie­ne por delante una posibilidad de vida. Libre de los malos dirigentes políticos y religiosos, encontrará la paz y la prosperidad bajo la di­rección del buen pastor, el Señor mismo, en el país adonde Dios lo hará regresar. Dios ha­rá de la alianza con su pueblo no ya un con­

trato jurídico, sino el principio de unas rela­ciones que han de ser más familiares y de una comunión más íntima. Y al mismo tiem­po seguirá colmando a Israel de nuevos be­neficios, simbolizados en un príncipe que vi­virá como intermediario entre Dios y su pue­blo, un nuevo David.

Este es un tema tradicional que, con unos u otros matices, hallamos en todos los pro­fetas. Ya, dos siglos antes de Ezequiel, Amos describía en términos casi iguales los es­plendores de esa era mesiánica (Am 19,13-15). Sin embargo, el libro de Ezequiel, como se verá en Ez 38, no se termina con esa apa­cible visión de los tiempos de paz y prospe­ridad mesiánicas. La profecía contra Gog nos situará en una atmósfera de guerra y es anuncio para Israel de nuevas tribulaciones.

35,1-15 Oráculo contra Edom. Ez 35-36 pueden leerse juntamente. Se trata de dos oráculos: uno de condenación contra Seír (Edom) (Ez 35) y el otro de consolación (Ez 36), dirigido a los montes de Israel.

El objeto de la acusación en Ez 35,1-15 es el odio y la envidia contra Israel, es decir, con­tra las dos naciones, Judá y Samaría, y es­pecialmente, la concupiscencia sobre la tierra.

Se trata en primer lugar de una maldición contra Edom, ese pueblo rival que parece ha­berse alegrado de la destrucción de Israel y sacado provecho de su exilio. También a Edom llegará el turno de la invasión y el sa­queo (Ez 35,1-4.14-15). Esta región se ex­tendía al sur del mar Muerto por ambos la­dos del desierto de Araba, hasta el golfo de Aqaba. A través de ella pasaba u n impor­tante camino comercial, única salida posible al mar Rojo para los israelitas. Esta situa­ción así como los abundantes yacimientos de metales, muy apetecibles para los israelitas, provocaron pronto enfrentamientos guerre­ros entre ambos pueblos (véase Nm 20,14-21). Saúl luchó contra los edomitas (1 Sm 14,47) y David los sometió después de una batalla en el valle de la Sal (2 Sm 8,13-15). Contra Salomón quisieron rebelarse sin éxi­to (1 Re ll,14-22.25b). Tras la división del reino parece que se independizaron, pero en torno al año 800 a. C. pasaron a depender

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de Asiria y dos siglos después fueron some­tidos por Nabucodonosor (Jr 27,6; 49,7-22; Ez 32,29). Después de la destrucción de Je-rusalén, se extendieron hacia el norte por la región antiguamente judía (Ez 35,10; 36,5), apoderándose de la tierra para explotarla y saquearla; de ahí las amenazas de los pro­fetas contra este pueblo (véase Abd 1,1-21 -toda su profecía-; Ez 25,12-14; Sal 137; Is 34,5-17; 63,1-19 y todo Ez 35).

Este oráculo contra Seír-Edom se compo­ne a su vez de tres oráculos semejantes so­bre el mismo tema: el primero (Ez 35,1-4) ex­pone brevemente las características del cas­tigo, recurriendo a la imagen de la mano del Señor y a la realidad de la desolación; el se­gundo (Ez 35,5-9) habla de nuevo de desier­to y desolación, introduce el tema de la es­pada y la imagen vigorosa de la sangre ven­gadora de sí misma; el tercero (Ez 35,10-13) está animado por las palabras desafiantes e insolentes que, llevado de su arrogancia con­tra Dios y su envidia y odio contra Israel, pro­nunció Edom contra el Señor. Estas palabras desafiantes han sido escuchadas por Dios que castigará a Edom y dará la tierra a quien corresponde, es decir a Israel, a pesar de ha­ber sido temporalmente expulsado de ella a causa de sus pecados.

Ez 35,14-15 es la conclusión que da paso al capítulo 36. En ella se señala que el cas­tigo contra Edom será según la ley del Taitón: Edom se alegró de la destrucción de Israel, ahora Dios destruirá a Edom.

Mientras que Edom, el país de los impíos, se convertirá en un desierto, Israel, salvado por su Dios será colmado de nuevo de ben­diciones; volverá a ser un país próspero, fe­cundo en frutos y totalmente renovado. Eze-quiel celebra su renacimiento en una poética estrofa que dedica a las montañas de Israel en Ez 36,1-15 y luego al pueblo de Israel en Ez 36,16-38.

36,1-15 Promesa de restauración. Ez 36,1-15 desarrolla el tema de las acusaciones contra Edom de Ez 35. Edom se ha alegrado ante las desgracias de la tierra santa, y ante la desolación del pueblo israelita que ha sido convertido en el oprobio y el hazmerreír de las

naciones (Ez 36,6.15). Ahora Dios transfor­mará la desolación en florescencia (Ez 36,8-12) para el pueblo de Israel, mientras que las otras naciones sufrirán el ultraje (Ez 36,7). Además hará que no se desprecie más la tie­rra como devoradora de sus habitantes (Ez 36,13-15).

36,16-38 Un corazón nuevo y un espí­ritu nuevo para Israel. Dios hará regresar a su pueblo del exilio de Babilonia, los cam­pos devastados serán repoblados de nuevo, las ciudades destrozadas serán reconstrui­das. Será un retorno definitivo, en cierto sen­tido "escatológico".

En esta perspectiva la tierra santa, des­preciada, pero también soñada y deseada se convertirá en algo ultraterreno, fundamento de la felicidad del pueblo, aquella que los pa­triarcas habían visto desde lejos: la patria ce­leste (véase Heb 11,13-16). En este sentido y con este fin lucharán Ciro y luego Esdras y Nehemías.

Sin embargo, las montañas de Israel ha­rían mal si se enorgulleciesen de sus destinos. Desde el punto de vista moral, Ezequiel vuel­ve a recalcar que la futura restauración no se deberá a los méritos del pueblo, sino só­lo a la voluntad del Señor. Porque Israel no tiene ningún derecho; antes al contrario, sus faltas han continuado multiplicándose y se han agravado con un pecado de escándalo en medio de unos infieles cuya curiosidad está siempre pendiente de los recién llegados. To­do lo que en el lenguaje de los profetas se de­signaba por rebelión, prostitución, infidelidad, consiste ahora en profanar el santo nombre del Señor en medio de las naciones (Ez 36,22). Lo mismo que, por la gloria de su nombre, ha­bía estado perdonando durante siglos al pue­blo culpable, de igual manera ese pueblo dis­perso entre las gentes será reunido y traído a su país, a pesar de sus pecados. Será purifi­cado para que así pueda dar testimonio de Dios, tres veces santo (Ez 36,23-25). La san­tificación del nombre de Dios se llevará a ca­bo en tres etapas.

Primero, el Señor liberará a su pueblo del destierro (Ez 36,24). El tema estaba ya pre­sente en Ez 34 y lo estará en Ez 37. El re-

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torno del exilio es expresado en términos de reunión como en Ez 11,17; 20,34-41; 28,25; 34,13; 37,21 y 39,27.

Luego, Dios purificará a su pueblo con una aspersión de agua pura (Ez 36,25). La purificación es descrita con la mentalidad crítica del sacerdote que tiene presentes ri­tos como los de Nm 19,9-22 y Lv 1,5-11, en los que se habla de las leyes de purificación a través del rociamiento con agua o con san­gre. El simbolismo del agua como fuente de vida y elemento purificador es llevado has­ta el fondo por Ezequiel (véase Ez 47).

En tercer lugar, la santidad del nombre de Dios exige un cambio completo. La transfor­mación de lo que mueve al hombre en su más profunda intimidad: el corazón de piedra se transforma en corazón de carne. Para el is­raelita el corazón es la sede de la inteligencia y la comprensión, de los sentimientos y de la voluntad humana. Este corazón, hasta aho­ra de piedra, endurecido y sin capacidad de comprender ni sentir, se convertirá para los miembros del nuevo pueblo de Dios, en co­razón de carne, que irá acompañado de un espíritu nuevo. De esta manera el hombre dotado de este corazón y este espíritu nuevos no volverá a caer más en la impureza, tanto cultual como sobre todo moral-social, ni en la idolatría, culpa capital de Israel. Al ser transformados internamente, los israelitas acogerán la ley divina del amor y del respe­to a Dios y al prójimo. Y entrarán en posesión de un espíritu nuevo que es el espíritu de Dios, algo más que la sola vida espiritual ex­presada con la palabra "ruah". Sobre el hom­bre será infundida una potencia extraordi­naria de Dios, aquella que ha llenado a tan­tos hombres del pasado: Moisés, Josué (Nm 11,17; Dt 34,9); que ha invadido a los profe­tas y al mismo Ezequiel (véase Ez 3,12-14; 8,3; 11,1-24; 43,5).

La novedad está en que esta fuerza so­brenatural ahora no se da sólo a las personas excepcionales, sino a todos (véase Ez 31,31-33). Estas ideas del corazón, del agua y del espíritu se desarrollarán en Ez 37.

En ese nuevo reino lleno de las bendiciones que ya Dios había prometido en otros tiempos (Os 2,23-24; Is 27,6; Lv 26,3-13) y en el que

destaca sobre todo la cantidad de habitantes, lo más importante es esa realidad que re­percute en el interior del hombre: la consti­tuida por la purificación, por el corazón y el espíritu nuevos, por el espíritu de penitencia, necesario para arrepentirse después de re­conocerse pecador. Este es el secreto, según Ezequiel, para no cometer más pecados.

Nótese cómo el tono utilizado ahora por Ezequiel es diferente al de las discusiones morales de la primera parte del libro. Mien­tras que el profeta ponía entonces el acento en la responsabilidad individual y afirmaba que la justicia de Dios daría a cada uno es­trictamente conforme a sus obras, ahora prescinde de todo lo que se pueda referir a los méritos del hombre y se limita a procla­mar los beneficios gratuitos que Dios con­cedería en su libre arbitrio. ¿Por qué este cambio de ideas? Porque han mediado nue­vas experiencias que contradicen las intui­ciones demasiado esquemáticas del pasado.

En el exilio Ezequiel descubre que Israel no ha llegado a ser el pueblo santo que se es­peraba. En medio de las gentes ha conti­nuado "profanando el nombre del Señor". No merece la restauración prometida. Sin em­bargo, ante esta nueva decepción, el profeta no renuncia a los principios que Dios le ha­bía revelado y se niega a admitir que la de­bilidad de los hombres pueda comprometer los planes que Dios tiene para con su pueblo. Así que no ve otra solución que no sea la de apelar a la libre voluntad de Dios: más fuer­te que las exigencias de la ley y por encima de la justicia está la gloria de Dios. Dios ha de darse a conocer a las naciones, ha de glo­rificar su nombre y va a salvar a su pueblo, a pesar de sus faltas. De este modo, colma­do por la protección divina, el pueblo res­taurado no va a seguir siendo siempre re­belde. Su conversión no ha precedido a los beneficios divinos, pero será, al menos, su consecuencia. Esta transformación interior se debe también a Dios (Ez 36,26-27), sin que eso quiera decir que Ezequiel desconozca lo que atañe a la iniciativa humana (Ez 36,31). Se trata, por lo tanto, de una conversión en el sentido más riguroso del término. Tardía y a duras penas, esa conversión no hace sino

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resaltar de modo más patente el triunfo final de Dios.

Ez 36,33-38 son dos suplementos a Ez 36. En el primero (Ez 36,33-36) se ve cómo el escándalo indicado en Ez 36,20-21 será alejado de las naciones extranjeras. Cuando ellas vean las ciudades de Israel restauradas, llegarán a la conclusión de que el Señor es fiel, a pesar de todo, a su promesa de la tie­rra. En el segundo (Ez 36,37-38) el tema de Israel como rebaño (Ez 34) sale de nuevo a relucir y se aplica a las ciudades restauradas de las que acaba de hablar Ez 36,33-36. Is­rael-rebaño prosperará en estas ciudades, pero sólo si es suñcientemente humilde pa­ra admitir que la prosperidad sólo viene de Dios y para pedir a Dios ese favor.

37,1-14 Visión de los huesos secos. Ez 37,1-28 pertenece al grupo de oráculos de es­peranza y consolación de los capítulos 33-37. Está compuesto de dos partes: Ez 37,1-14 o visión de los huesos calcinados que reviven a la voz del profeta; y Ez 37,15-25 o acción simbólica de las dos varas empalmadas re­presentado la reunificación definitiva de los dos reinos, el del Norte (Israel) y el del Sur (Judá). Todo termina con la promesa de una alianza nueva (Ez 37,26-28).

Ez 37,1-14, expresa claramente que el pueblo no se encuentra actualmente en si­tuación de escuchar las promesas de libe­ración de las que se hablaba en Ez 36. Sin embargo, a pesar de considerarse muerto y sin futuro aparente, el pueblo escucha u n conjuro que lo devuelve a la vida: Os voy a infundir espirita para que viváis (Ez 37,5). Se­rá una nueva existencia en la que se supe­rarán las antiguas tensiones y divisiones re-gionalistas como va a significarse expresa­mente en la siguiente acción simbólica.

Esta visión de los huesos de Ez 37,1-14 es uno de los trozos más conocidos de Ezequiel. En él se descubre la fuerza con que el profe­ta ha de luchar contra el desaliento del pue­blo y al mismo tiempo una profunda tensión entre los huesos secos, sin vida, y el espíri­tu, aliento, del Señor, que es capaz de trans­formar la muerte en vida, a través de una li­beración y una vuelta a la patria.

El Espíritu del Señor se apodera de nuevo de Ezequiel. Vuelve a hallarse el profeta en la vasta llanura del río Quebar para recibir allí una visión prodigiosa, el anuncio de un ma­ñana mejor. La ruina en que se halla el pue­blo es tan completa que los mismos exiliados la expresan con esta imagen: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, estamos perdidos (Ez 37,11). La metáfora es muy expresiva y, en la visión, Dios se sirve de ella para responder a esos ra­zonamientos de desesperación. Muestra al profeta un campo de huesos de los que, ha­cía tiempo, se había retirado la vida.

Es probable que en la memoria de Ezequiel estuviese presente la imagen de aquellos ca­dáveres calcinados por el sol con los que pu­do encontrarse a su paso por el desierto de Judá y por la llanura de Jericó camino del exilio; cadáveres procedentes de los muertos en la lucha y también de los mismos depor­tados que no aguantaban el rigor del camino. Aunque es cierto que en la antigüedad se en­terraban cuidadosamente los cadáveres y siempre a distancia de los lugares habitados, muchas veces resultaba imposible hacerlo cuando se estaba en plena batalla o en me­dio del desierto. Después de una campaña militar o detrás de una caravana de cautivos, los muertos se amontonaban en el suelo has­ta que las fieras los destrozaban.

Ahora el espectáculo es análogo. Desde hace meses el sol y las bestias voraces han cumplido su tarea; los huesos que cubren el suelo están completamente secos. Dios va a devolverles la vida, explicándole al profeta que esos huesos son el pueblo de Israel En el diálogo entre Dios y el profeta, Ezequiel va a recorrer las etapas de esa resurrección de los muertos que han de levantarse como un inmenso ejército. No podrá así olvidar que el autor de tan impresionante resurrección es sólo Dios (Ez 37,3-12). El dramatismo inicial de la escena es resuelto a través de un mo­vimiento dinámico que viene de la palabra de Dios pronunciada por el profeta en dos tiem­pos: en una teofanía y en el silencio. Ezequiel en primer lugar llama al espíritu y éste se convierte en aliento para "los muertos"; en segundo lugar toma la palabra para profeti-

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zar, que en este contexto significa alentar a los suyos (Ez 37,12-14), intentando dar ex­presión a las ansias más radicales del ser humano: la victoria de la vida sobre al muer­te, del espíritu sobre lo inerte.

El anuncio de un retorno próximo y la afir­mación de que el pueblo será al fin vencedor de sus enemigos, no podían dejar indife­rente al grupo de los desterrados. Pero este anuncio, esta predicación, provocó, al menos en sus comienzos, más desaliento que espe­ranza. La idea de la vuelta, la perspectiva de una nueva instalación en la tierra prometida no podía seducir más que a una comunidad que fuera bastante fuerte para soportar la incertidumbre. Los exiliados se desespera­ban, se sentían próximos al aniquilamiento (Ez 33,1 Os), veían sus sepulcros abiertos (Ez 37,12s). En tal contexto de desesperación, el profeta proclama este anuncio vibrante de que Israel, en una situación tan lamentable como pueda ser la de un amasijo informe de huesos resecados, volverá pronto a la exis­tencia, al movimiento, a la vida, por obra de Dios. Ezequiel en una visión hace venir de los cuatro vientos el soplo que recorre la tierra (Ez 37,9) y él es el que penetrando en los orga­nismos reconstruidos, pero aún inanimados, les da vigor, comunicándoles su hálito; les da vida, una vida especial, diversa de la normal del hombre, compuesto de cuerpo y fuerza vi­tal, les da un "rúan" (véase Gn 2,7, donde Dios infunde en el hombre un soplo de vida, mientras que en los cuerpos reconstruidos "infunde su espíritu" (Ez 37,14). Este "ruah" es simbolizado por el soplo de los cuatro vien­tos (Ez 37,9), y es algo más que la simple fuerza vital, es algo que anima al cuerpo ma­terial y que transforma su corazón y su es­píritu hasta hacerlos nuevos (Ez 36,26s).

37,15-28 Unificación de los dos reinos. En la segunda parte del capítulo (Ez 37,15-28) encontramos en primer lugar el relato de una acción simbólica (Ez 37,15-19) y luego dos desarrollos de tipo teológico.

El relato de la acción simbólica de las dos varas es de una gran sencillez. Las varas re­presentan el cetro real. Ezequiel anuncia de esta manera el hecho que Dios va a llevar a

cabo: reunir los dos cetros, el del reino del Norte y el del reino del Sur, en una sola ma­no, bajo la autoridad de un solo rey, des­cendiente de David. Se trata de la recons­trucción del antiguo reino davídico, roto con Jeroboán a la muerte de Salomón. La división del pueblo en dos reinos, Israel y Judá, trá­gicamente consumada una vez muerto Sa­lomón, ha pesado sobre la conciencia de mu­chos. Guerras, divisiones de culto e intereses políticos han hecho más fuerte esta división. Ahora un doble destierro parece haber uni­do en la desgracia a los miembros divididos del mismo pueblo. Pero no puede haber res­tauración sin unificación de los pueblos. Ezequías y Josías no la habían logrado; so­lamente la mano del Señor todopoderoso se­rá la única capaz de conseguirlo a través de la instauración de un nuevo pueblo, uno e indivisible. El profeta será el encargado de anunciar esta restauración.

En una de las varas de madera Ezequiel escribe: Judá y su pueblo (las tribus del rei­no del sur), y en la otra: José y su pueblo (las tribus del reino del norte) (Ez 37,16). Las presenta por separado a su pueblo y luego las junta fuertemente. Al preguntarle los es­pectadores qué significaba aquello, les da es­ta explicación, hablando en nombre de Dios: Haré de los hijos de Israel un solo pueblo en mi tierra, en los montes de Israel; tendrán to­dos un solo rey, y ya no serán dos naciones, dos reinos divididos (Ez 37,22).

De esta manera se hace realidad aquella nostalgia de unidad que desde la lejana épo­ca del cisma no había dejado de torturar la conciencia de Israel.

Una vez restaurada la nación, purificada de sus manchas y fiel por fin al Señor, no caerá más en idolatría, ni crímenes ni acciones per­versas. Dios le dará un rey, un nuevo David, que será para ella el pastor ideal; establece­rá con ella una nueva alianza de paz; la ha­rá próspera y estable en su tierra santa y pon­drá en medio de ella su morada, el santuario que antes había sido eliminado (Ez 37,24-27). Todos reconocerán la gloria de Dios de la que Israel es mediador (Ez 37,28).

Sin embargo, el libro de Ezequiel no se ter­mina con esa apacible visión de la restaura-

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clon meslánica. La profecía contra Gog, que encontramos en los dos capítulos siguientes (Ez 38-39) nos sitúa de nuevo en una atmós­fera de guerra y es un anuncio para Israel de nuevas tribulaciones.

38,1-23 Profecías contra Gog. Ez 38-39 desconciertan por su colocación en el libro y difieren de los capítulos precedentes y de los siguientes por el contenido. Describen un ené­simo asalto de los enemigos misteriosos del Norte contra Israel reconstruido. Asalto con su consiguiente ruina. Tienen las caracterís­ticas propias de las llamadas escatologías apocalípticas (véase Is 24-27; 34-35; 65-66; J l 3-4; Miq 4-5; Dn 7-12; Zac 9-14). Presen­tan un juicio definitivo antes del estableci­miento del orden nuevo y reflejan la situación de la comunidad después del exilio, disfru­tando ya de una cierta seguridad en el país. Si bien Babilonia era, para Ezequiel, un ins­trumento en manos de Dios para el castigo del pueblo, es probable que él también hu­biese afirmado que el hecho de ser instru­mento del castigo divino no tenía por qué dis­pensar a los babilonios del mismo. Por eso los discípulos del profeta, o los redactores pos­teriores del libro, han completado su pensa­miento advirtiendo que si, para castigar a los pueblos-instrumento, Dios hubiese seguido utilizando pueblos-instrumento, el castigo di­vino nunca sería definitivo. Es necesario que, al final, Dios destruya también directamen­te a los mismos pueblos que han sido ins­trumento de la ira divina. Este es el mensa­je de estos dos capítulos. Las potencias ene­migas ya no son destruidas por ejércitos de hombres, sino por Dios mismo. El pueblo ele­gido no tendrá que recurrir a la fuerza mili­tar, sino simplemente quemar las armas de los enemigos, derrotados solamente por Dios. Así se hará realidad el día del Señor.

El destinatario de los oráculos que aquí se presentan es Gog, del país de Magog, prínci­pe soberano de Mosoc y Túbal, donde habi­tan los temibles escitas. Magog era descen­diente de Jafet (véase Gn 10,2ss). Muy pro­bablemente Gog es el nombre simbólico de un conjunto de poderosos enemigos, el prín­cipe de los poderes enemigos que al final de

los tiempos establecerán una lucha feroz con­tra el pueblo de Dios, pero que serán derro­tados por el mismo Dios. El pueblo elegido lo único que tendrá que hacer es quemar el ar­mamento de esos enemigos. Después de to­do este proceso, el pueblo de Dios gozará de una paz estable (Ez 38,2s. 14.16.18 y 39,11-16; véase Ap 20,7ss). El desastre y la derro­ta de los enemigos se expresa en la com­bustión del armamento (Ez 39,9.10) y en la sepultura o entierro de Gog y su ejército (Ez 39,11.12) hasta que todo el territorio quede purificado (Ez 39,12.14.15) como si se tratase de un sacrificio (véase Ex 29,38-42). Los ani­males serán invitados al banquete sacrificial a comer las víctimas. No falta en estos dos oráculos la fórmula de reconocimiento al fi­nal de cada capítulo: sabrán que yo soy el Se­ñor (Ez 38,23) y el pueblo de Israel sabrá, a partir de aquel día, que yo, el Señor, soy su Dios (Ez 39,22).

Llama la atención cómo un profeta hebreo parece no tener ninguna dificultad en consi­derar a un príncipe pagano como instru­mento de Dios, al mismo tiempo que como enemigo del pueblo elegido. Pero lo que más le importa es destacar que Dios, al infligir al conquistador un severo castigo, va a tener ocasión de manifestar una vez más su poder y su fidelidad hacia Israel. El espectacular fra­caso de un conquistador poderoso y temido no será únicamente una victoria de Dios y, en consecuencia, la glorificación de su nombre; es ya, por anticipado, la consolación de Is­rael. En medio de las miserias del presente, Ezequiel se empeña, desde su llegada a Ba­bilonia, en prometer a los exiliados un por­venir mejor. Pero no parece que la resurrec­ción del pueblo, su vuelta a Palestina, su res­tauración política, incluso las perspectivas mesiánicas que se entreven, basten para sa­ciar la sed de revancha que tortura a Israel, tan humillado y mortificado. Se necesita la derrota del enemigo y su aplastamiento de­finitivo. La derrota completa de Gog, símbo­lo de todos los enemigos presentes y futuros.

39,1-20 Derrota de las tropas de Gog. Ez 39 hace una pintoresca descripción de la rui­na de Gog y de toda su multitud: cadáveres

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por tierra que, mientras no llegan los ente­rradores, serán pasto de aves y ñeras. Todos los animales serán invitados a un banquete sacrificial para comer la carne y beber la san­gre de las víctimas. Los huesos humanos de Gog y su multitud no serán revitalizados, mientras que los "huesos secos" del pueblo de Israel, gracias al soplo divino, se levanta­rán a la vida (Ez 39,9-20).

39,21-29 Resumen. La conclusión del oráculo contra Gog se nos da en Ez 39,21-24: la derrota del enemigo tiene como fina­lidad la manifestación de la gloria de Dios en medio de las naciones a través de la restau­ración del pueblo israelita, que también su­frió el destierro y la muerte a espada a cau­sa de sus maldades y perversiones.

Ez 39,25-29 manifiesta una clara diferen­cia entre la suerte Gog y la de Israel. Para Is­rael habrá un cambio en su suerte, mientras que Gog y su multitud serán totalmente ani­quilados. Estos versículos finales del capítu­lo podrían ser considerados como la conti­nuación lógica de Ez 37 y su paso a Ez 40-48. La estructura de esta interesante "escatologia" de Ez 38-39 podría organizarse, siguiendo la propuesta de L. Alonso Schókel, en Profetas II, págs. 824-825, de la siguiente manera:

1) Habla el Señor, juez y rey, Señor de la historia y protagonista del nuevo orden (Ez 38,1-9).

2) Habla Gog dando su versión mezquina de supuesto protagonista (Ez 38,10-12).

3) Coro de pueblos espectadores (Ez 38,13). 4) Habla de nuevo Dios resumiendo y pre­

parando el paso a la sentencia de castigo QLz 38,14-16).

5) Castigo con acompañamiento de teofa-nía cósmica (Ez 38,18-23).

6) Castigo de Gog en el país de Israel (Ez 39,1-5) y de su territorio (Ez 39,6-8).

7) A la derrota y matanza sigue la reco­gida de las armas como leña (Ez 39,9-10; véase Is 9,4; Sal 46,10), el entierro de los ca­dáveres para dejar limpio el país (Ez 39,11-16), porque los cadáveres manchan la tierra (véase Nm 19,16; 31,19; y toda la legislación del Levítlco sobre la impureza de los cadá­veres), y el festín de las fieras (Ez 39,17-20)

al que son invitados todos los animales, pu­ros e impuros, porque impura es la carroña.

8) Por último, la restauración de Israel, re­cordando la purificación del destierro (Ez 39,21-24) y prometiendo la restauración (Ez 39,25-29).

V VISION SOBRE EL NUEVO TEMPLO

Y LA NUEVA TIERRA (40,1-48,35)

La unidad literaria Ez 40-48 constituye la última parte del libro de Ezequiel, la llama­da visión de la restauración. Ezequiel ve en ella cómo la gloria de Dios retorna al nuevo templo de Jerusalén; ve también la estruc­turación de este nuevo templo y la regulación del culto. Se caracteriza por el argumento le-gislativo-cultual; de ahí que a esta unidad li­teraria se la denomine también la "tora" de Ezequiel. Su núcleo original está formado por la descripción de las partes esenciales del templo, el retorno de la gloria de Dios y el agua vivificadora que sale del nuevo templo (Ez 40-42; 47).

Estos capítulos son como la carta oficial del judaismo; pero no se trata de u n código legislativo análogo al Código de Santidad o a determinados capítulos del libro del Levítico. Este final del libro no es más que una larga visión, comparable a tantas otras experien­cias sobrenaturales que ha tenido el profeta. Y no se trata de una simple "tora" entendida sólo como ley, sino que además el profeta con esta visión pretende impartir una enseñan­za, instrucción y amonestación afectuosa, porque eso es también el significado del tér­mino hebreo "tora".

Al núcleo original (Ez 40-42; 47) se aña­dieron los textos que describen los distintos detalles del santuario y del altar, las carac­terísticas del príncipe y de los sacerdotes, en conexión con la gloria divina que ha vuelto de nuevo. Estos añadidos se hicieron probable­mente en su mayoría antes del retorno del exilio en el año 538 a. C. Entre los añadidos postexílicos destacan aquellos que denotan antipatía hacia los levitas y preferencia por

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los sacerdotes de Sadoc, así como las partes relativas al tema de los rituales (Ez 43,18-27; 45,18ss). Algunos pasajes (posiblemente só­lo Ez 41,15b-26; 42,1-14) son posteriores a la construcción del templo postexflico.

Estos capítulos se presentan como una gran visión, la última del libro, en la que el profeta presenta los planos de la comunidad restaurada. Un templo "ideal", un culto y una estructura social serán los elementos claves para descubrir la verdadera naturaleza de la comunidad postexílica y de sus relaciones con el Señor. Una visión que se convierte en men­saje de esperanza que anuncia y contempla la presencia de Dios en medio del pueblo, fuen­te de vida y renovación, de gozo y confianza.

Esta visión revela la veneración que el pro­feta siente por el templo de Jerusalén y es tes­timonio al mismo tiempo de sus experiencias y preocupaciones. Como sacerdote de Jeru­salén, Ezequiel tiene preocupación por el ho­nor del santuario y por la decencia del culto. A lo largo de su ministerio ha visto el templo invadido por la idolatría, la superstición, los cultos extranjeros. Se sabe que la proximidad del palacio real y la autoridad que el monar­ca tenía sobre los lugares y personas sagra­das habían sido la causa de los más graves pecados de Israel. Ahora había que evitar to­dos esos peligros. Por eso el templo futuro se­rá absolutamente independiente, aislado en lo alto de una montaña, separado del palacio, que será relegado a buena distancia, en otra parte de la ciudad.

El antiguo templo era un simple edificio, en medio de una corte que estaba abierta a todo el que llegase, sin defensa contra la in­vasión de la idolatría. El templo futuro esta­rá protegido mediante un sistema de atrios, muros y puertas, destinadas a filtrar a los vi­sitantes. No entrará ya todo el que quiera. Dos muros en cuadro circundarán dos atrios, cada uno de los cuales tendrá tres solas puer­tas. Unos pórticos estrechos, flanqueados por las cámaras, estarán dispuestos de manera que la vigilancia sea más fácil.

No se trata de una reproducción o un per­feccionamiento del antiguo templo de Salo­món. Solamente la parte central -el lugar san­to y el lugar santísimo- coinciden y por eso

Ezequiel no se preocupa demasiado de ana­lizar detalladamente esa parte central. Tam­poco se extiende en la descripción del san­tuario propiamente dicho. Lo que le interesa es lo nuevo: los atrios, las cámaras, los pór­ticos, es decir, todos aquellos elementos ad­yacentes que van a ayudar a asegurar la pu­reza del culto y permitir que el Señor vuelva a habitar en su templo.

En la visión de este nuevo templo de Ez 40,1-43,27 nos encontramos con los siguien­tes elementos constitutivos o relativos a él: descripción general del mismo; descripción de sus patios, puertas, edificios anejos, cons­trucciones occidentales y perímetro del tem­plo; descripción de algunos instrumentos en la puerta interna septentrional para lavar los holocaustos y para las víctimas del sacrificio y de algunas habitaciones para los sacerdo­tes ministros; descripción de la decoración, de las puertas del templo y de una serie de habitaciones al norte y al sur del edificio de detrás del templo; finalmente descripción del altar y de las disposiciones para la consa­gración del mismo. Interrumpiendo, en cier­to modo, esta descripción, Ez 43,1-12 narra la visión de la gloria del Señor que retorna al nuevo templo.

En estos cuatro capítulos el movimiento general de la descripción parte del exterior, llega al centro de los edificios que es el tem­plo, luego se aleja hacia occidente para las construcciones que se encuentran detrás del templo y, en fin, vuelve de nuevo al exterior, al perímetro total, concluyendo con la des­cripción de la llegada de la gloria del Señor. El movimiento de las puertas de los patios es: este-norte-sur para la externas, y sur-es­te-norte para las internas. En el exterior se parte de la puerta principal, la oriental, que es utilizada por el Señor para salir (Ez 8-11) y para entrar (Ez 43). Después de medir las puertas exteriores se pasa a las interiores, allí donde se ha quedado, al sur. Se supone que Ezequiel conoció bien el templo antes de de ser destruido y luego en ruinas pues las indicaciones que da, probablemente tenien­do presentes algunos planos, componen un modelo perfecto (véase plano en la página si-guente).

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EZEQU1EL 40

PLANO DEL TEMPLO SEGÚN EZEQUIEL

(Tomado de A. Cody, Ezekiel, with an Excursus on Oíd Testament Priesthood, Oíd Testament Message 11, Wilmlngton, Delaware 1984, p. 266-267).

(Norte) CLAVE DE LECTURA:

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¡i e E2*

tor­

il

(Sur)

40,1-46 Proyecto idealizado de un nue­vo templo. Comienza la visión (Ez 40,1-4), con una fecha: 28 de abril del 573 a. C. Por lo tanto no se trata del último escrito del pro­feta. Es trasladado en visión hasta la tierra de Israel y allí ve algo así como los edificios de una gran ciudad, sin duda Jerusalén. Allí Ezequiel es testigo de la vuelta de la gloria del Señor (Ez 43,4s). Dios había abandonado la ciudad antes de su destrucción (Ez 8-11), de­bido a los pecados de su pueblo; ahora, des­pués de la purificación, es decir después de la destrucción del templo, Dios puede estar de nuevo presente. El profeta es acompañado por un misterioso personaje (Ez 40,3-4) e inicia su recorrido por los alrededores del templo cuya descripción comienza en este momento.

En primer lugar (Ez 40,5-16) se describe la visión del muro exterior del templo, casa

El edificio (Ez 41,12-13.15) Puertas Salas de los sacerdotes (Ez 40,44-46) Recinto Interior o "lugar santísimo" (Ez41,3-4.15b-20.23) Cocinas o salas para los sacerdotes donde se preparan las víctimas (Ez 46,19-20) Treinta habitaciones para uso de los laicos (Ez40,17ss) Nave central (Ez 41,l-2.15b-25) Salas para uso de los sacerdotes (Ez 42,1-14) Salas laterales (Ez 41,5-9.11) Vestíbulo (Ez 40,48-49; 41,15b-16.25-26) Habitaciones de los Sadoquitas (Ez 40,44-46)

a Altar del sacrificio (Ez 40,47; 43,13-27) b Corredor Interior (Ez 42,4) c Pasillo a lo largo del muro (Ez 42,7.9-10) f Espacio libre todo alrededor entre las salas

laterales y las habitaciones (Ez 41,9.11) i Patio interior k Hornos donde los servidores del templo preparan

las víctimas de los sacrificios del pueblo (Ez 46,21-24)

o Patio exterior p Pavimetno o empredado (Ez 40,17-18) v Vestíbulos de las puertas w Espacio libre (Ez 41,10.11) yi/2 Atrios

o morada de Dios en la tierra, y el pórtico oriental, así como sus dimensiones. También se mencionan las distintas estancias provis­tas de ventanas enrejadas que dan al interior. Estas ventanas servían para que los guar­dianes pudieran vigilar a fin de que no en­trara en el santuario nadie que pudiera pro­fanarlo. La unidad de medida utilizada es el codo que equivale a u n poco más de medio metro y la vara o caña que mide aproxima­damente tres metros (en la traducción que sirve de base a este comentario se ofrece sis­temáticamente la equivalencia en metros).

Para facilitar la lectura de los textos que describen la estructura del templo hemos de imaginar la planta del templo como un cua­drado perfecto de 250 metros por cada lado y con una puerta a cada lado excepto hacia oc­cidente. En medio de este gran espacio hay

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i.

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EZEQUIEL 40-41

otro de unos 25 metros por cada lado, rodea­do de un muro también con tres puertas. En la parte occidental de este recinto se levanta el templo propiamente dicho, edificio rectan­gular con un pequeño zaguán o vestíbulo, una gran sala llamada el lugar santo y una nave interior llamada el "santo de los santos" o lu­gar santísimo. El suelo de este edificio está levantado algo más de u n metro respecto al atrio interior. Ezequiel describe detallada­mente las puertas de estos dos patios, el ex­terior y el interior, que a diferencia del templo de Salomón están fortificadas como las de las ciudades, teniendo a cada lado una serie de troneras, desde donde vigilan los guardianes. En contra de las normas que se practicaban en el templo de Salomón, el patio exterior se considera también como lugar sagrado. De es­te modo se ensancha el espacio sagrado. Al mismo tiempo que se avanza se va subiendo: siete escalones para llegar al patio exterior, ocho para llegar al patio interior y diez para penetrar en el templo propiamente dicho.

La descripción de todas estas partes así como de las respectivas funciones de los sa­cerdotes y sirvientes del templo se hace en los textos que se presentan a continuación:

Ez 40,17-27: Visión del atrio exterior y sus pórticos, con sus respectivas medidas y es­tructura; y descripción de un enlosado y las treinta estancias alrededor del muro exterior.

Ez 40,28-37: Visión del atrio interior y pór­ticos. Las dimensiones de las puertas inte­riores y exteriores son las mismas: puerta sur (Ez 40,28-31), este y norte (Ez 40,32-37); tam­bién su estructura y orientación. Los vestí­bulos de las puertas exteriores daban al atrio interior, mientras que los de las interiores da­ban al exterior. El atrio interior estaba más elevado que el exterior y a él se subía por unas escaleras (Ez 40,31).

Ez 40,38-46: Descripción de los comple­mentos y edificaciones anejas a los pórticos. Probablemente este texto sea tardío y aña­dido. En él se describen los utensilios del cul­to sacrificial que tenía lugar en el vestíbulo donde había cuatro mesas, dos a cada lado de la entrada, en las que se degollaban las víctimas para tres clases de sacrificios: el ho­locausto, ofrenda de aroma que aplaca a Dios

(Lv 1,9.13.17), en el que las víctimas eran quemadas (véase Lv 1,3-17), y otras dos cla­ses de sacrificios que se ofrecían por el pe­cado y por el delito, en los que los sacerdotes se comían la carne de las víctimas, además de llevarse consigo alguna porción de la mis­ma (véase Lv 4,1-5; 13; 5,14-6,7). Se trata de sacrificios de reparación y de expiación por el pecado, a los que Ezequiel da tanta impor­tancia como a los principales tipos de sacri­ficio de la época preexílica que eran el de "co­munión" y el "holocausto".

Se describen también las habitaciones des­tinadas a los sacerdotes que hacen el servicio del templo y del altar (Ez 40,45.46); hay que destacar la presencia de una casta sacerdotal especial, los sadoquitas, o hijos de Sadoq (Ez 40,46), a los que se les reserva el servicio del altar, a un nivel superior a los levitas a quie­nes corresponde el servicio o cuidado del tem­plo, como se verá en Ez 44.

Originariamente los sadoquitas eran pro­bablemente sacerdotes del templo pagano de Jerusalén antes de David. Luego se dejaron absorber por el yahvismo de Israel y se con­virtieron en yahvistas fieles, lo cual les per­mitió seguir manteniendo su poder en el santuario.

40,47-41,4 Edificio central del templo. En este momento de la visión, Ezequiel des­cribe el templo propiamente tal, el punto más central en torno al cual giran los otros ele­mentos, y sus medidas. Es llamado la casa de Dios, aunque en el texto de Ezequiel re­ciba una denominación más amplia de tem­plo, como un complejo, donde se incluyen atrios, puertas y otros espacios sagrados. Es­tá separado del mundo profano por un gran muro exterior.

El edificio del templo estrictamente tal, lo que llamaríamos casa de Dios, consta de tres salas, una a continuación de otra, en direc­ción este-oeste. La primera es el vestíbulo, a la entrada (Ez 40,48-49), al que se sube des­de el atrio interior por unas escaleras o gra­das. Se dice que en él hay dos columnas,que ya se mencionan en el templo de Salomón (1 Re 7,15-22), pero de las que no se habla para nada en el templo postexílico (Esd 5,1-

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6,15; Ag 1,1-2,9; Zac 4,7-10). A continuación sigue otra sala, la nave central, también con sus dimensiones (Ez 41,1-2), que se deno­minaba "lugar santo". Según 1 Re 6,20-22; 7,48-49 en tiempos de Salomón en ella es­taban el altar del incienso, la mesa para el pan de la ofrenda y diez candelabros de oro, con una lámpara cada uno. Mientras que en el templo postexílico en dicha nave había un candelabro de oro con siete brazos y con sie­te lámparas que debían arder sin interrup­ción, símbolo de la presencia de Dios (véase Zac 4, lss ; Ex 25,31-40; 27,20ss; 37,17-24; Lv 24,3s). Finalmente la última sala es el "santo de los santos o lugar santísimo", es­pacio sagrado por excelencia (Ez 41,3-4). Mientras el guía penetra en el "lugar santí­simo", Ezequlel contempla desde fuera en ac­titud de respeto y reverencia, la santidad del lugar. En el templo de Salomón aquí estaba el arca de la alianza, cubierta por las alas de dos querubines (véase 1 Cr 28,18). El arca desapareció con la destrucción del templo en el año 586 a. C. y fue sustituida por una plancha de oro llamada "propiciatorio", men­cionada en el día de la Expiación (Lv 16,2.13-15) y a esta sala se la llama habitación o cá­mara del propiciatorio en 1 Cr 28,11. Esta ta­pa "propiciatoria" ("kapporet" de "kipper" = cubrir), además de indicar el lugar santo don­de ahora en época postexílica reside Dios, de­sempeña una función ritual muy importan­te: la de cubrir, tapar el pecado. Por eso es el lugar donde Dios perdona los pecados y ma­nifiesta su misericordia.

41,5-26 Edificaciones anejas al templo y otros complementos. Se describen en es­te pasaje otras construcciones anejas, a sa­ber, las cámaras laterales alrededor del tem­plo y superpuestas (Ez 41,5-11) y el edificio posterior hacia el oeste, a continuación de las tres salas principales del templo, después de un patio o atrio (Ez 41,12).

Con esto se completa la descripción del complejo. La descripción relativa a las cá­maras laterales es bastante difícil de enten­der. Probablemente el templo se levantaba sobre un basamento elevado a una altura de diez escaleras o gradas de la entrada. Ade-

EZEQUIEL 42;

más, a las paredes del templo había adosa- \ do una especie de contrafuerte con tres ni- i veles, cada uno de ellos con un rellano o pía- : taforma sobre el que se apoyaban una serie de salas, de modo que había tres niveles o pi- ; sos de salas. Estos anejos también existían • en el templo salomónico (1 Re 6,5s). En cuan­to al edificio de Ez 41,12 es utilizado por Eze-quiel para sustituir el palacio real.

En Ez 41,15b-26, tardío y de difícil tra­ducción, se habla de algunos complementos más: ornamentación interior, mobiliario y puertas. El altar de madera puede referirse a la mesa de los panes ofrecidos (véase Ex 25,23-30; 1 Re 6,21). Ez 41,15b-26 se apro­xima mucho a Ez 40, aunque la descripción sea más detallada y atienda más a los ele­mentos decorativos. Parece una vuelta atrás. Se vuelve a hacer referencia al interior del templo, pero de manera más minuciosa, sin olvidar detalles mencionados en el primer li­bro de los Reyes (1 Re 6,4; 6,29-31.36; 7,6). El profeta ha descrito con más cuidado que en un primer momento tanto el "lugar san­to" como el "lugar santísimo".

42,1-20 Dependencias del templo. Se­mejante a Ez 41,5-15a es Ez 42,1-14; lo mis­mo que aquél, también este pasaje es difícil de entender por ser impreciso y estar escri­to en un estilo bastante desmañado. Se des­criben una serie de construcciones secun­darias al norte y al sur del edificio que está detrás del templo, una especie de dos sa­cristías o cámaras santas donde se colocan las cosas santísimas: oblaciones, ofrendas, vestiduras litúrgicas, etc.

Ez 42,15-20: Dimensiones del atrio del ex­terior que marca la separación entre lo sa­grado y lo profano, es decir, perímetro total del templo.

El complejo del templo con la perfección de sus medidas, quiere indicar la perfección de la religión del Señor en la nueva fase de la historia de la salvación. La separación de este complejo de la esfera profana, subra­yada ya por la estructura de las puertas, se recuerda explícitamente en Ez 42,20. Esta es una de las peculiaridades del templo de Eze-quiel respecto al templo histórico preexílico.

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O t r a p e c u l i a r i d a d e s s u c l a u s u r a h a c i a occidente, donde toda puerta ha sido supri­mida, lo cual indica una orientación del culto opuesta a la adoración del sol, hacia oriente, condenada en Ez 8,16. Se subraya también la supresión de toda construcción real en el ámbito del templo. Véase al con­trario 1 Re 6s.

Después de esta detallada descripción de las distintas partes y elementos del nuevo templo, Ezequiel asiste a una nueva visión: el regreso solemne y definitivo de Dios al tem­plo restaurado, reorganizado e inmunizado contra la impureza y la idolatría. En otra ocasión (véase Ez 11,22-25) había asistido a su partida de la ciudad de Jerusalén en vís­peras de la destrucción de la misma.

43,1-12 La gloria del Señor vuelve al templo. En Ez 43,1-12 se narra el retorno de Dios al nuevo templo. La desaparición de construcciones para el rey en el área del templo se expresa claramente en las pala­bras dirigidas por Dios al profeta (Ez 43,7-9) como coronación de la visión del retorno de la gloria de Dios al templo, reedificado con criterios que excluyen toda profanación. Nó­tese la correspondencia entre la visión de la partida de la gloria (Ez 10,18-19; 11,22-23) y ésta del retorno al nuevo templo.

En esta visión no se habla del arca de la alianza, sino sólo de templo, trono y escabel de los pies de Dios (Ez 43,7); en cambio el ar­ca está presente en el relato de la contem­poránea fuente sacerdotal (Ex 25-31; 35-40). En el templo salomónico las cosas eran dis­tintas (1 Re 7,8).

Ahora es Dios quien habla, no el ángel que hasta aquí hizo de guía al profeta. Aho­ra no hay seres vivientes, ni ruedas, ni tro­no, ni apariencia de un hombre; sólo se oye la voz de "alguien que habla desde el templo" (Ez 43,6). Y es el mismo Dios quien explica las enseñanzas de esta visión: insiste en pre­cisar que la pureza es el homenaje que su santidad exige y asegura que, cumplida tal condición, sus fieles gozarán siempre de su presencia (Ez 43,6-9).

A continuación nos encontramos con nue­vas descripciones, como si retomásemos la

narración que habíamos dejado tras el bre­ve paréntesis de Ez 43,1-12.

43,13-17 El altar. Descripción del altar de los sacrificios, ya brevemente mencionado en Ez 40,13-27. El movimiento parte desde aba­jo, subrayando la altura; según se va ascen­diendo, se describen las superficies de los distintos elementos para bajar de nuevo al zócalo. Las dimensiones son grandiosas. Es­te pasaje parece estar colocado fuera de lugar. Iría mejor después de Ez 40,47. Se ha colo­cado aquí a modo de ratificación y testimonio de las promesas hechas por el Señor: "yo viviré en medio de ellos para siempre". De esta ma­nera quedaban confirmadas las anteriores alianzas, en conexión con las teofanías (véase Gn 8,20; Ex 17,14-16; 24,4-6; Jos 8,30-34). El altar estaba construido en forma de "zi-gurat" babilonio y los términos empleados para describirlo sugieren un trasfondo babi­lónico. Constaba de tres plataformas, y en la última estaba el hogar, "la montaña de Dios".

43,18-27 Consagración del altar. Normas para la consagración del altar muy análogas a las de Ex 29,36s y Lv 8 y 16. Se describe un sacrificio por el pecado para los sacerdotes de Sadoq cuya preeminencia con relación a los otros sacerdotes y a los levitas es clara, como puede comprobarse en Ez 40,38-46; a conti­nuación se prescribe el sacrificio de un macho cabrío, un novillo y un carnero sin defecto por el pecado durante siete días, y la propiciación o purificación del altar. El sacrificio va acom­pañado de la oblación o "minha" que es una ofrenda vegetal cocinada.

44,1-3 Servicio del pórtico oriental. Ins­trucciones sobre la puerta externa oriental que ha de permanecer cerrada siempre por respeto al paso del Señor.

El príncipe, a pesar de que los reyes de la antigua dinastía fueron los principales res­ponsables de los pecados de Israel, y por tan­to de la destrucción del templo, sigue teniendo un estatuto privilegiado.

44,4-9 Reglas de admisión en el san­tuario. La gloria de Dios llena de nuevo el

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templo. Vuelve, pues, a ser el lugar santo por excelencia y es preciso señalar cuáles son los derechos y obligaciones de las distintas cla­ses de personas con respecto a él. En primer lugar está el caso de los extranjeros que en el antiguo templo llegaron a ejercer ciertas funciones; en el nuevo quedan completa­mente descartados. Es radical aquí Ezequiel al excluir a los extranjeros del santuario, por­que no llevan la señal de la circuncisión, que distingue al pueblo elegido y además son "in­circuncisos" de corazón. No podrán entrar a formar parte de la Nueva Alianza, mientras no adquieran un corazón y un espíritu nue­vos, cuyo paso previo es la circuncisión de la carne. Un fuerte exclusivismo moral y reli­gioso que choca con otras consideraciones más positivas sobre los extranjeros en el An­tiguo Testamento. De ellos se habla en el Có­digo de la Santidad donde se advierte a los is­raelitas que no opriman a los extranjeros (Ex 22,20; 23,9). La ley deuteronomista los com­para igual que a los huérfanos y a las viudas (Dt 14,29). La legislación sacerdotal los in­cluye en el precepto del amor al prójimo (Lv 19,33s), les concede importantes derechos (Lv 19,10; 23,22; Nm9,14; 15,14ss; 35,15) y les impone, por otra parte, diversas obliga­ciones religiosas y cultuales: el ayuno, los sa­crificios de comunión y holocaustos, no blas­femar, leyes de pureza, etc. (Lv 16,29; 17,8ss; 20,2; 22,18ss; 24,14ss; Nm 19,10). También pueden ser admitidos al servicio del templo y ser ayudantes de los levitas (véase Jos 9,23-27; Nm 31,30-47; Esd 2,43-48; 8,20; Neh 7,46; 11,3-21). Ezequiel, sin embargo, es más exigente y exclusivista, especialmente para los extranjeros "incircuncisos de carne y de corazón".

44,10-14 Servicio de los levitas. En el nuevo ordenamiento del templo se establece una clara distinción entre los sacerdotes de Sadoc y los simples levitas. Estos últimos que­dan relegados a un rango secundario, como ya se constata en el documento sacerdotal. Las causas históricas de tal degradación son bas­tante complejas. El presente pasaje se limita a insinuar una cierta complicidad de los le­vitas en los pecados de idolatría cometidos

por Israel. Podría aludirse a los levitas que en la reforma religiosa promovida por Josías, con la consiguiente centralización del culto en el templo de Jerusalén (2 Re 23), siguie­ron dando culto a Yahvé, el Señor, en los pe­queños santuarios existentes fuera de Je­rusalén, conocidos con el nombre de "luga­res altos" o "altozanos".

44,15-31 Servicio de los sacerdotes. En este pasaje se describe la situación privile­giada de los sacerdotes, descendientes de Sa­doc, en el ordenamiento cultual del nuevo templo. De hecho este concreto clan sacer­dotal que se remite a Sadoc, sacerdote con­temporáneo de David, es el único aquí men­cionado y sólo a él se confían las funciones cultuales más nobles. Después de afirmar es­ta posición privilegiada de los sacerdotes sa-doquitas, Ezequiel baja a detalles concretos en relación con su servicio cultual en el tem­plo y les marca una serie de normas relativas a las vestiduras cultuales (Ez 44,17-19; véa­se Ex 28,42; 39,28; Lv 6,3; 16,4) y al arreglo del pelo (Ez 44,20; véase Lv 19,27; 21,5-10). Se les prohiben ciertas prácticas de duelo con resabios paganos, y se les pide que se­an sobrios y se abstengan de determinadas bebidas (Ez 44,21; véase Lv 10,9). Sólo po­drán contraer matrimonio con una virgen del pueblo de Israel o a lo sumo con la viuda de un sacerdote (Ez 44,22; véase Lv 20). Se pre­cisa cuáles han de ser sus funciones, qué clase de impurezas legales no deberán con­traer y cuáles serán sus rentas (Ez 44,23-30). Además enseñarán la "tora", declaran­do lo que es sagrado y profano, puro o im­puro y actuarán como jueces (Ez 44,23-24; véase Lv 19,10s; Dt 17,8-13).

45,1-8 Reparto de la tierra. Contiene es­te pasaje una serie de normas relativas al re­parto de la tierra santa, una vez que se haya recuperado y los israelitas hayan regresado a ella. Se trata de un reparto ideal en el que de­ben ser tenidos en cuenta: la zona reservada al templo, los terrenos destinados a sacerdo­tes y levitas, y dos porciones especiales de te­rreno, una para uso comunitario de todos los habitantes de la ciudad y otra para disfrute

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particular del príncipe. Son cuatro franjas de tierra que están alrededor del santuario y por lo tanto han de ser consideradas sagradas. Estamos ante una especie de tributo santo (véase Ez 20,40; 44,30) de contribución reli­giosa, consistente en la donación de un te­rreno del cual se priva Israel para ofrecérse­lo a Dios con destino a personas e institu­ciones que revisten un carácter sagrado.

45,9-46,15 Deberes del príncipe con respecto al culto. En este pasaje el profeta comienza explicando los deberes y obliga­ciones de los príncipes y les amonesta a que dejen la rapiña y la violencia y practiquen la justicia y el derecho (Ez 45,9).

Después de una premisa sobre las medi­das y las pesas, en la que se repite, precisa y amplía lo que dice Lv 19,35-36, se establece la entidad del tributo que el pueblo debe dar al príncipe (Ez 45,13-17), el cual a su vez pro­veerá la materia de los sacrificios que se ha­rán en las fiestas de la Pascua (Ez 45,18-24), comprendidos los sacrificios de los días pre­paratorios y sucesivos de los Ácimos, fiesta de siete días, y en la de las Tiendas o Taber­náculos, el día quince del mes séptimo (Ez 45,25; véase Ez 46,4) o fiesta de la recolec­ción, que el Deuteronomio llama "Sukkot" {véase Ex 23,16; 34,22; Dt 16,13). Y también para los sacrificos que deben hacerse los sá­bados (Ez 46,1-5). Los sacrificios de los sába­dos (Ez 46,4) y novilunios (Ez 46,6), no eran por el pecado ni expiatorios, sino holocaus­tos. En sábado se abría la puerta oriental del atrio interior del templo, cerrada durante los seis días laborables; permanecía abierta has­ta la tarde y el pueblo venía a postrarse so­bre el umbral (Ez 46,3). El príncipe, a su vez, debía ofrecer el sacrificio prescrito con todos sus aditamentos (Ez 46,4-7). El príncipe es­taba autorizado para entrar en el santuario y salir de él por la misma puerta (Ez 46,8); el pueblo, en cambio, debía en las solemnida­des utilizar dos puertas opuestas, siguiendo el recorrido previsto en una especie de pro­cesión que habría de ser lo más ordenada po­sible (Ez 46,9). Con relación a las fiestas de segundo orden, el rito sacrificial es el mismo que para los novilunios (Ez 46,11). Pero pa­

ra las dos grandes fiestas, Pascua y Tiendas, las diferencias son notables como puede ver­se en el texto (Ez 45,21-25). En ellas se da una gran insistencia en los sacrificios ex­piatorios. Se insiste también en el holocaus­to diario al Señor de un cordero de un año; debía ofrecerse cada mañana según el ritual prescrito (Ez 46,13-15) y perduró hasta el año 70 d. C.

46,16-18 Obligaciones del príncipe en el reparto de los bienes. Ez 46,16-18 contie­ne unas regulaciones sobre la adquisición y enajenación de las propiedades del pueblo (Ez 45,7-8; 48,21-22). Las reglas que apare­cen aquí sobre la transmisión hereditaria de los bienes terrenos tienen el objetivo de evi­tar que la propiedad del príncipe desaparez­ca, o también que aumente demasiado en perjuicio del pueblo. El año de la remisión del que se habla en Ez 46,17 es probablemente el año sabático que tenía lugar cada siete años (véase J r 34,8.15.17). Según algunos se trata del año jubilar que tenía lugar cada cin­cuenta años (véase Lv 25).

46,19-24 Las cocinas del templo. Este pasaje bien podría unirse a Ez 44,1-3 para continuar la descripción del templo y sus partes. Aquí concluye y en él se habla de las cocinas del templo y de cómo hay que dis­tinguir entre el sacrificio en general que pue­de ser consumido también por el pueblo, y algunos sacrificios especiales de reparación y por el pecado, en los que las víctimas han de ser sólo consumidas por los sacerdotes.

47,1-12 El torrente del templo. Con Ez 47,1-12 volvemos al tema de la 'Tora". Con­tinúa la larga visión de los caps. 40-43 y se habla del agua que sale del templo y se con­vierte en torrente impetuoso que sana y da vi­da a las zonas más áridas y más aisladas de la tierra santa. Uno de los fundamentos de la riqueza de Babilonia era el río Eufrates, muy conocido por Ezequiel. El profeta se sirve de la imagen del agua, y contempla a Sión toda ella recreada por los brazos de un río abun­dante (véase Sal 46,5) y ve cómo del templo mana una fuente de agua que corre impe-

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tuosa desde los cimientos de ese lugar en el que Dios habita y donde se celebra su culto. Ya no es aquel apacible fontanar de Siloé que corría hace tiempo del flanco de la sagrada colina (Is 8,6-8) y que rudimentarios acue­ductos canalizaban fácilmente; es una olea­da inmensa que todo lo vivifica de modo que incluso la tierra más seca se convierte en productiva. Así sucede con la zona más muer­ta de la tierra, el mar Muerto, en el que ac­tualmente la vida de los peces es imposible, y al que están ligados los recuerdos de los an­tiguos pecados y castigos del pueblo (Sodoma, Gn 19). El caudal de este agua supera al de aquella otra agua, ya superabundante, que manaba de la roca del Éxodo (Ex 17,1-7); es tanto como el caudal del jardín del Edén (Gn 2,10-14) que hace germinar árboles de frutos maravillosos que comunican y devuelven la vida (Gn 2,8s; Ap 21,6; 22, ls). "Agua viva" (véase J r 2,13; 17,13), agua regalada por el Señor (Sal 65,10), presencia vivificadora de Dios, como antes lo había sido a través del viento (Ez 37). Viento y agua como principios de una nueva creación, de una nueva vida. Se comunica a los animales, haciendo que el mar Muerto pulule de seres vivios; se comunica al hombre en forma de alimento y medicina, y se comunica a las plantas produciendo un par­que maravilloso. El Nuevo Testamento reco­gerá esta gran símbolo aplicándolo a Cristo (Jn 7,38) y a la vida celeste (Ap 22,1-2).

47,13-48,29 Las fronteras y el reparto de la tierra. En Ez 47,13-48,29 el profeta pone en boca del Señor cuáles serán las fronteras de la tierra santa recuperada y cuál la porción de tierra que corresponderá a ca­da tribu cuando los israelitas retornen a Pa­lestina. Una distribución puramente artifi­ciosa, teórica y geométrica. Todas las partes son iguales y consisten en franjas de terre­no que llegan desde el Mediterráneo hasta el Jordán o hasta el Mar Muerto. Se excluyen las tierras de la TransJordania, como en Nm 34,1-12 y de acuerdo con la tradición sacer­dotal.

Salvo el terrro reservado a los sacerdotes, a los levitas y al príncipe, se establece una igualdad absoluta. Esto es lo que pretende

Dios: destacar la igualdad de todos ante él j la inutilidad de las situaciones anteriores Todo lo demás no es más que la presenta­ción simbólica de esa idea. ]

48,30-35 Las puertas de Jerusalén. El li­bro del profeta Ezequiel, y en particular es-i ta sección final sobre la visión del nuevo tem-̂ pío y la nueva tierra, termina con esta desJ cripción de la nueva Jerusalén, la Jerusaléni celestial, que tiene un marcado carácter sim-i bólico. La capital dispone de doce puertas si-; métricas que están orientadas en las cuatro; direcciones; llevan los nombres de las doce; tribus -cada puerta el de una tribu- con lo que la ciudad se convierte en la síntesis per­fecta de todo el territorio y de todo el pueblo. ¡ Es importante recordar que la puerta tiene aquí un especial simbolismo como foco de la vida ciudadana.

Significativo es el nombre de las puertas, pero más significativo es el de la ciudad: El Señor está aquí, uniendo y consagrando con su presencia un pueblo y una ciudad (véa­se Is 60,14.18; 62,2.4.12). Piénsese en toda la predicación de Ezequiel, negativa y ame­nazadora con relación a la marcha o parti­da de la gloria del Señor y, positiva y con­soladora, especialmente desde Ez 43, sobre la vuelta o retomo de la gloria de Dios. Con estas palabras de El Señor está aquí se po­ne un sello a todo, no sólo al argumento de los muros de la ciudad, sino también a toda su restauración completa y perfecta.

Toda esta extraña y larga visión (Ez 40-48) tenía un objetivo claro: excluir del templo -y, en particular, de la comunidad- a todos los extranjeros e idólatras, organizar el culto, mantener en su puesto al soberano tempo­ral, que ya no será llamado rey -sólo Dios es rey- sino príncipe. Un programa encamina­do a evitar los yerros que habían llevado a Jerusalén a la ruina.

¿Se llevó a cabo toda esta reforma ideal? Los datos que tenemos sobre el templo de Nehemías y la organización de la comunidad después de su retorno del exilio, nos mues­tran que si no hubo un templo y una ciudad perfectos como proponía Ezequiel, sí es cier­to que hubo una reforma religiosa en la que

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la Tora" de Ezequiel era muy tenida en cuenta y en la que su mensaje sí fue muy considerado. Su influencia se extendió, sin duda, hasta la época de Jesús y el judaismo posterior. Sus espléndidas imágenes han in­fluido en el libro de Daniel y en el Apocalip­sis, ya en tiempos neotestamentarios.

Todas las visiones, todos los símbolos que han nacido de sus maravillosas experiencias se han ido abriendo camino, directamente o a través del Apocalipsis, hasta extenderse por la iconografía, las miniaturas medieva­les, el arte y la teología cristianas.

Se puede considerar a Ezequiel el funda­dor e inspirador del judaismo postexüico: la organización material de la comunidad, su estructura espiritual y su organización so­cial, bastante cerrada y hostil al extranjero, parten de los proyectos de Ezequiel.

Además de sus imágenes, ciertos aspectos de su teología, su sentido de la misericordia de Dios y de su acción salvífica, el tema de la justicia de Dios y de la autonomía del hom­bre en la responsabilidad individual, infun­den a su libro un interés perdurable, que aún hoy impresiona al hombre actual.

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DANIEL

José Héctor Lüdy

INTRODUCCIÓN

Para dar una explicación más o menos co­herente del libro de Daniel hay que comenzar aceptando que este libro provoca desorien­tación y al mismo tiempo curiosidad por com­prenderlo. Desorientaba ya a los comenta­ristas antiguos y sigue desorientando a los actuales; sin embargo, no por eso hay que re­nunciar a comentarlo y actualizarlo.

Otro hecho importante a tener en cuenta es que siempre se ha considerado al libro de Daniel como un libro que revela algo sobre Dios y algo sobre la historia.

Es imposible en una introducción, que pre­tende ser breve, dar una explicación acaba­da y unitaria del conjunto del libro de Daniel y de la problemática que plantea. Esta in­troducción sólo pretende ayudar a una pri­mera lectura global del libro; el posterior co­mentario irá dando y explicando las princi­pales claves de lectura del texto bíblico de Daniel en orden a la más acertada com­prensión del mismo.

1. Ambientación histórica

¿Qué Israel existía al tiempo de la apari­ción del libro de Daniel en su forma defini­tiva? ¿Qué acontecimientos históricos fueron acompañando y marcando de manera deci­siva la formación de este libro?

Como los demás pueblos de la región si-ro-palestina, también el pueblo hebreo sufrió la dominación de las grandes potencias de turno que sucesivamente hicieron sentir su dominio sobre el ámbito del cercano oriente antiguo. Cada uno de estos imperios influ­yó de manera duradera sobre la historia de la entera región y de cada uno de los pueblos que la habitaban. La nación israelita, afin­cada en Palestina, no fue una excepción. Pri­mero los asirios, luego el imperio macedó­nico de Alejandro Magno y sus sucesores los lágidas de Egipto y los seléucidas de Siria, y finalmente los romanos fueron sometiendo al pueblo israelita a una dominación más o me­nos despótica con momentos esporádicos de una relativa autonomía.

El período de control seléucida sobre Pa­lestina da comienzo a principios del siglo II a. C. y constituye con toda probabilidad el verdadero trasfondo histórico del libro de Da­niel. En efecto, tras un período de cierta be­nevolencia por parte de los seléucidas hacia la comunidad judeo-jerosolimitana, la situa­ción cambia radicalmente con la ascensión de Antíoco IV Epífanes al trono de los seléu­cidas. Este rey pretende apoderarse de Egip­to para lo que comienza conquistando el rei­no de Judea al que somete a un proceso de progresiva e intensa helenización. La resis-

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tencia a este proceso de helenización fue una y otra vez reprimida por Antíoco IV con ex­trema dureza (véase 1 Mac 1,20-24.29-36. 41-61), lo que hizo que no pocos israelitas renegaran de su fe o al menos la disimula­ran (1 Mac 1,11-15). Pero otros muchos re­accionaron con gran valor, y la persecución, lejos de acobardarlos, contribuyó a que re­cuperaran la conciencia de su identidad co­mo pueblo del Señor.

Entre estos miembros de la comunidad que mantuvieron inquebrantable su adhe­sión a la fe de sus antepasados, hubo posi­ciones diferentes y enfrentadas respecto a qué actitud a adoptar frente a la violencia del poder seléucida y a la fascinación que pro­vocaba el helenismo. Unos optaron abierta­mente por la insurrección armada: tal fue el caso de Judas Macabeo y sus heroicos se­guidores. Otros en cambio, sin renunciar a confesar no menos heroicamente su fe en el Señor, optaron por hacer frente con su pa­labra al poder de turno. Dentro de este últi­mo grupo, en el que renacía con nuevo es­píritu la palabra de los antiguos profetas, de­bemos contar al autor y redactor final del libro de Daniel.

2. Las lenguas usadas en la redacción de Daniel

El libro de Daniel tal como se encuentra en las Biblias católicas es una obra literaria lingüísticamente compleja. Escrita en he­breo, arameo y griego, contiene además mu­chas palabras de origen dudoso, quizás asi-rio o egipcio. La lengua de la sección aramea corresponde al arameo imperial que se ha­blaba durante la dominación del imperio persa; el texto en hebreo usa palabras de ori­gen persa y griego.

La estructura lingüística del libro es la si­guiente:

- La Introducción: redactada en hebreo, la lengua sagrada (capítulos 1,1-2,4a).

- El Cuerpo: parte redactado en arameo, la lengua del pueblo en Palestina (capítu­los 2,4b-7); y parte redactado en hebreo (capítulos 8-12).

- Los Anexos: redactados en griego, la len­gua de los helenistas y de algunas co­munidades de la diáspora judía (capí­tulo 3,24-90 y los capítulos 13-14). Es importante destacar que las antiguas traducciones griegas de todo el libro ya contenían estos anexos, lo que indicaría que fueron insertados antes del primer siglo de nuestra era; y que una de las traducciones griegas adelanta el capítulo 13 al principio de todo el libro.

El proceso lingüístico de formación del li­bro no es claro. Para las secciones escritas en hebreo y arameo algunos comentaristas sugieren la existencia de un texto íntegro ori­ginal en arameo que luego fue traducido al hebreo. Otros sugieren lo contrario. También para las secciones griegas se piensa en la existencia de un original hebreo. Otros co­mentaristas afirman que el libro bien pudo haber sido escrito ya desde su origen al me­nos en dos lenguas, el arameo y el hebreo.

3. Los géneros literarios usados en Da­niel

Los géneros literarios usados por el autor del libro de Daniel responden a la literatura hagádica y a la literatura apocalíptica.

Literatura hagádica. Los capítulos 1-6 al igual que los capítulos 13-14, redactados en tercera persona, constituyen un conjunto de historias que responden al relato de tipo ha-gádico, un género literario especial de la li­teratura judía. Son relatos ejemplares que tienen una clara finalidad didáctica. La lec­tura de cada uno de los capítulos destaca un aspecto particular del personaje Daniel o de sus compañeros. Cada uno de los relatos puede leerse independientemente de los de­más, lo cual hace pensar que, en su origen, estas historias han podido circular separa­damente y sólo después han sido agrupadas en una colección o ciclo daniélico.

Literatura apocalíptica. Los capítulos 7-12, redactados en primera persona, consti­tuyen verdaderas parábolas o alegorías que requieren un gran esfuerzo de interpreta­ción. Responden a algunas características de

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la literatura apocalíptica judía. (Especial­mente se entroncan con las secciones cono­cidas como El libro de ios sueños y el Apo­calipsis de las semanas del Libro de Henoc).

¿Qué se entiende por pensamiento y lite­ratura apocalípticos? En primer lugar son una serie de escritos y de ideas recibidas por tradición, muy difundidos en la diáspora ju­día y en grupos cristianos de los comienzos de nuestra era. Actualmente los teólogos es­tán dividos a la hora de valorar la impor­tancia de la apocalíptica, sobre todo en su significación e influencia en la formación de los libros del NT.

La apocalíptica en cuanto género literario pretende desvelar el sentido último de algu­nos acontecimientos históricos en particular y de la historia en general. A través de la apo­calíptica el libro de Daniel nos ofrece una particular teología de la historia, teología que nace de la experiencia de un pueblo que su­fre los abusos de la pretensiones imperia­listas del poder político dominante.

El libro de Daniel no constituye una teo­dicea, una justificación de Dios ante la exis­tencia del mal y del sufrimiento de los jus­tos. En cambio sí ofrece una explicación teo­lógica de la persecución como desmesura del poder humano, como autodivinización del poder.

Por lo tanto, la perspectiva apocalíptica de Daniel no debe entenderse como la revela­ción de una visión fundamentalista de la his­toria, que proyecta sobre ella esquemas pre­fijados de antemano por la sabiduría divina, ni como una serie de predicciones fatalistas acerca del futuro que llegan incluso hasta el final de los tiempos. La revelación ofrecida por Daniel constituye el intento de compren­der a la luz de la fe judía la dura realidad presente de la persecución provocada por las pretensiones imperialistas de Antíoco IV Epí-fanes. Investigando en la historia pasada y en las Sagradas Escrituras, Daniel busca com­prender el sentido último y definitivo de la propia existencia.

Algunos comentaristas del libro de Daniel han comprendido y comprenden esta teolo­gía de la historia como una especie de "evan-gelización por el terror": se anuncia el final

del mundo como destrucción y la venida in­minente del reino de Dios, que instaura la justicia sobre la tierra y establece su reino con los justos, para despertar una mayor preocupación individual por la propia con­ducta, por la propia salvación. Este tipo de interpretación moralizante, acompañada mu­chas veces de una predicación fundamenta-lista, destaca sobre todo la piedad del per­sonaje Daniel y de sus compañeros judíos en medio del ambiente pagano y politeísta. En­tender el mensaje de Daniel de este modo lle­va a desinteresarse de la historia y, sobre to­do, a despreocuparse de su transformación. En definitiva, conduce a posturas ahistóricas y enajenantes, opuestas diametralmente a la que el libro de Daniel ofrece de los jóvenes ju­díos, a quienes vemos colaborando compro­metidamente en el gobierno y la buena ad­ministración del imperio babilonio.

Otros comentaristas del libro, en cambio, han comprendido la visión apocalíptica del libro de Daniel, como una "paráclesis", una exhortación que pretende confirmar en la fe. Daniel es un libro que pretende confortar, consolar, a quienes se hallan sumergidos en la prueba, en la persecución. La apocalípti­ca se entiende así como "una teología del martirio".

El libro de Daniel pertenece a la literatu­ra parenética. Busca confortar en la prueba a los que son perseguidos, les revela el sen­tido de la persecución, les ofrece el testimo­nio de personas que en el pasado han su­frido los excesos de la dominación extranje­ra, personas que han sufrido la persecución y sin embargo no abandonaron la fe ni de­jaron de interesarse por el curso de la his­toria. Les ofrece además un modelo de com­portamiento ante el poder temporal.

El libro de Daniel intenta confortar, intenta confirmar en el testimonio que debe darse an­te los poderosos de este mundo. Especial­mente para los momentos difíciles de la his­toria, para los momentos en que el poder temporal se extralimita y pretende ocupar es­pacios y ámbitos que no le corresponden, es­pacios que son sagrados y corresponden só­lo a Dios, el mensaje de este libro alienta a dar testimonio de la soberanía de Dios sobre

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la historia y sobre las vidas de las personas, anima a denunciar los abusos del poder. Pe­ro sin renunciar a caminar en la historia y a intentar cambiar a los mismos que detentan el poder. ¿Cómo se entiende si no la pers­pectiva del libro de Daniel según la cual Dios mismo comunica a través de sueños sus de­signios al emperador babilonio, y concede al personaje Daniel la capacidad de interpre­tarlos para que manifieste este misterio al poderoso señor del mundo?

El libro de Daniel entiende la salvación co­mo una intervención necesaria de Dios. No en el sentido de que Dios se vea obligado a in­tervenir por algo ajeno a sí mismo. Dios tie­ne que intervenir porque es el único Dios y no hay otro. En una situación donde el poder humano se diviniza y pretende ocupar el lu­gar de Dios, sólo Dios puede salvar. En pri­mer lugar, mostrando los límites del poder humano y, en segundo lugar, revelándose él mismo como el único Dios vivo y salvador.

Para el libro de Daniel la persecución a la que se ven dramáticamente sometidos los ju­díos porque permanecen ñeles al único y ver­dadero Dios, tiene su origen en la desmesura del poder humano. Pero Dios es más fuerte que ese poder y no puede dejar de salvarlos. Dios no abandona a los que creen en él, con­fían en él y dan testimonio de él en medio de la persecución.

Revela además el libro de Daniel que se requiere la intervención divina no sólo para acabar con el poder del "dominador de tur­no" que se ha extralimitado, sino con este entero "sistema de dominación". Al mismo tiempo el libro de Daniel anuncia que es ne­cesaria esta intervención divina para llevar a plenitud la historia humana y anuncia también que el plan de Dios no fracasará, ya que una intervención nueva y definitiva de Dios hará que la historia vuelva a tener un rostro humano y dará lugar al reino eterno de los santos. Dios interviene salvando de la persecución presente, e intervendrá con la fuerza necesaria para llevar la historia hu­mana a buen fin. Daniel en definitiva anun­cia que sólo la gratuita intervención divina llevará la historia a su plenitud. Para tiem­pos de prueba y de persecución es central y

decisivo este anuncio de que Dios interviene e intervendrá en el curso de la historia. Hay lugar a la esperanza; la liberación está ga­rantizada.

4. La estructura literaria del libro de Daniel

Aunque los comentaristas no están de acuerdo sobre la estructura literaria del libro de Daniel, se puede dividir globalmente su contenido del siguiente modo:

- DANIEL A (Dn 1-6): SEIS HISTORIAS. LAS PRUEBAS DE DANIEL Y SUS COMPAÑEROS. Son re­latos en tercera persona que narran las prue­bas y dificultades por las que tuvieron que pasar Daniel y sus compañeros en la corte de Babilonia. Su confianza en Dios les hace sa­lir airosos de todas las pruebas, mientras el juicio divino se abate sobre los dominadores de turno que pretenden ocupar el lugar del verdadero Dios.

- DANIEL B (Dn 7-12). LAS CUATRO VISIONES DE DANIEL. Relatos en primera persona en los que Daniel cuenta sus visiones junto con la interpretación de las mismas en relación con el desenlace de la historia y los aconteci­mientos de los últimos tiempos.

Los comentaristas no están de acuerdo so­bre si el capítulo 7 pertenece a esta segunda sección o más bien a la primera. Cabría con­siderarlo como conclusión de la primera par­te y al mismo tiempo introducción de la se­gunda.

- DANIEL C (Dn 13-14). TRES NARRACIONES EN LENGUA GRIEGA. Se trata de tres relatos, de nuevo en tercera persona, que destacan la sabiduría de Daniel. A pesar de la lengua distinta y de su carácter de relatos añadidos, mantienen una unidad temática con el res­to del libro.

5. Una propuesta de lectura global. Vie­jas historias, historia vieja e historia nueva

El libro de Daniel presenta una proble­mática claramente anclada en el ambiente judío palestino del siglo segundo a. C. Este período de confrontación del judaismo con la

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pretensión política imperialista de los reyes seléucidas, poco o nada tenía que ver con el período histórico del exilio babilonio que el autor del libro toma como marco de referen­cia. Sin embargo, a pesar de que histórica­mente ambos períodos eran diversos, tomar el exilio babilonio como ámbito de los acon­tecimientos narrados en torno al personaje Daniel, presentaba algunas ventajas.

Viejas historias e historia vieja

Los relatos del libro de Daniel, al ser am­bientados históricamente en el pasado, de­sorientaban y revelaban al mismo tiempo.

¿Por qué narrar viejas historias? Al colocar los acontecimientos narrados en

el libro de Daniel en un espacio lejano (Ba­bilonia) y en un tiempo ya remoto (durante el destierro), el autor de Daniel convierte a sus relatos en recuerdos, en historias viejas del judaismo.

Las viejas historias del libro de Daniel de­sorientaban: en primer lugar desorientaban a los poderosos de turno en el gobierno. Al narrar estas viejas historias el autor de Da­niel no hacía una crítica directa y abierta al poder de turno; con ello desorientaba al do­minador seléucida, que de otra forma podría haber interpretado estas historias como una crítica excesiva al actual poder dominante. Siempre ha sido peligroso criticar abierta­mente a los que detentan el poder y más aún en tiempos de violencia y desmesura en el ejercicio de este poder.

Pero estas viejas historias también podían desorientar a los judíos. Sobre todo las de los capítulos 1-6 donde la ficción sirve de mar­co y de medio para transmitir la enseñanza de la colaboración con los imperios domi­nantes y la posibilidad de la supervivencia pacífica de algunos judíos observantes en las cortes de los poderosos.

Al mismo tiempo estas viejas historias del libro de Daniel revelaban algo: a los pode­rosos de turno les revelaban una enseñan­za profunda y les anunciaban el destino trá­gico que espera a la lógica del poder huma­no que pretende desplazar a Dios y ocupar su lugar. Y a los judíos fieles, que a través de

estas historias recordaban cómo el pueblo de Israel había superado en otro tiempo la prueba del exilio, les revelaban una vez más que Dios premia siempre la fidelidad de los suyos.

Probablemente el libro de Daniel recibios su forma definitiva durante el levantamien-i to de los macabeos contra la opresión se-í léucida (167-164 a. C) . La denuncia que el? libro de Daniel hace de la arbitrariedad y la^ crueldad del poder dominante, revelando la¡ lógica que entraña la desmesura del poder y ; el trágico destino que le espera, es probable j que haya sido bien vista por la comunidad \ judía que sufría la persecución del poder se- ; léucida. En cambio, quizás no haya sido bien i recibido el anuncio que hace el libro de Da­niel de la posibilidad de colaboración con el poder dominante y sobre todo el anuncio de la posibilidad de su conversión; sobre todo por aquella parte de la comunidad judía que optaba más bien por organizar una reacción revolucionaria.

Probablemente el autor del libro de Da­niel, al mismo tiempo que exhortaba a la fi­delidad a la fe mosaica, aún a riesgo de la vi­da, confiando en que Dios cuida de sus fie­les y es el único que verdaderamente puede salvar, intentó también defender una actitud de acatamiento del poder extranjero; al fin y al cabo el Señor es quien guía la historia y otorga el poder a quien quiere. Presentaba así su teología martirial como una alterna­tiva al levantamiento armado propuesto por los macabeos.

Historia vieja e historia nueva

El libro de Daniel es una repuesta litera­ria judía a la realidad de la persecución del imperio seléucida; es literatura que surge en tiempos difíciles y para explicar tiempos di­fíciles. Esa historia vieja del pueblo de Dios que es la persecución, ahora se renueva; es la historia que se repite, pero al mismo tiem­po se renueva en la fe del pueblo de Dios y en el testimonio de cada uno de los mártires. En este sentido el libro de Daniel constitu­ye una crítica severísima a la divinización del poder humano.

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DANIEL

Pero toda esta historia vieja del poder de los hombres que pretenden ocupar el lugar de Dios y desplazarlo de la historia, un día acabará. Esta vieja historia se hará defini­tivamente nueva por la intervención nueva de Dios en favor de sus santos.

Para no desorientarse, la clave de lectu­ra del libro de Daniel puede ser ésta: el li­bro de Daniel nos cuenta varias historias antiguas, nos hace comprender una histo­ria vieja, y nos hace esperar una historia nueva.

6. Bibliografía

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DANIEL :

COMENTARIO

i HISTORIA DE DANIEL

(1,1-6,29)

DANIEL Y SUS COMPAÑEROS EN LA CORTE DE BABILONIA

(1,1-21)

1,1-2 Ambientación. A modo de marco histórico global de los episodios que narra­rá a continuación, el autor ofrece algunos datos como referencia al período en el que el personaje Daniel y algunos jóvenes judíos fueron llamados a servir en la corte imperial de Nabucodonosor, rey de Babilonia.

Problemas de dotación histórica. El dato de Dn 1,1 no se puede comprobar históri­camente. Joaquín reinó sobre Judá desde el 609 al 598 a. C. El año tercero sería el 606-605 a. C. En este año es difícil colocar un asedio de Jerusalén por parte de Nabuco­donosor que acababa de derrotar en la ba­talla de Karkemis al faraón Necao (año 605 a. C.) y que tuvo que regresar urgentemen­te a Babilonia para asegurarse la sucesión en el trono a la muerte de su padre Nabo-polasar.

Los comentaristas medievales han inter­pretado el texto como "el año tercero de la re­belión de Joaquín contra Nabucodonosor". Y efectivamente, el libro de los Reyes habla de un sometimiento de Joaquín al rey babilonio durante tres años, al cabo de los cuales se rebeló (2 Re 24,1), rebelión que se habría prolongado por tres años según la tradición judía. Por otra parte, el libro segundo de las Crónicas hace referencia a una deportación del rey Joaquín y al transporte de numero­sos utensilios del templo de Jerusalén al pa­lacio real en Babilonia {véase 2 Cr 36,5-7). Todo ello nos hace pensar que la datación de Dn 1,1 no es muy rigurosa y que las refe­rencias históricas son genéricas, algo por lo demás propio de la literatura apocalíptica. Procediendo así, el autor del libro de Daniel

apunta hacia otra situación histórica con-i creta de opresión y de "fracaso" de la fe ju-i día, es decir hacia su propio tiempo que es; el de la dominación seléucida en los siglos III-II a. C.

Otro dato importante a tener en cuenta es que el autor de Daniel inicia su relato con una perspectiva de fe ante las desgracias que suceden al pueblo y a su rey: es el Señor quien entregó a Joaquín, rey de Judá, en po­der de Nabucodonosor. Indica así que es Dios quien conduce la historia, aunque ésta sea de sufrimiento y opresión para su pueblo.

Si el libro de Daniel comienza su parti­cular historia con la dominación de Nabu­codonosor sobre el reino de Judá, con el sa­queo del templo de Jerusalén y el traslado a Babilonia de los utensilios del templo, es porque la historia concreta que el autor de Daniel y sus contemporáneos viven y sufren, es un eslabón de la cadena que comenzó con el destierro y la pérdida de la independencia. Lo que pasó antes no interesa porque no ex­plica nada de la situación presente de per­secución.

La elección de Babilonia/Babel como mar­co histórico y literario del libro de Daniel es significativa. Se trata de la más antigua ci­vilización que, según el relato de Gn 11, se ensoberbeció y consiguientemente fue con­fundida por Dios. Es también paradigmáti­co que el libro de Daniel haya elegido una ci­vilización que fue grande y soberbia, pero que'Sin embargo fue destruida y ya pasó.

El país de Senaar se menciona en Gn 10,10; 11,2; Jos 7,21; Is 11,11 y Zac 5,11. El libro de Daniel indica que los utensilios sagrados fueron llevados a la misma región donde los hombres, en los albores de la hu­manidad, habían levantado la torre de Babel y fueron confundidos por Dios.

¿Por qué se adelanta a esta introducción el tema de los vasos sagrados? Con el trans­porte de los vasos sagrados al país de Se­naar, el libro de Daniel hace una clara alu-

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DANIEL 1

sión a la presencia de los objetos sagrados en un ambiente de politeísmo e idolatría, e incluso parecería indicar una sumisión de Dios al poder del rey y de sus ídolos. Segu­ramente con esta mención anticipa el tema del capítulo 5.

1,3-7 Daniel y sus compañeros. El per­sonaje que desencadena este episodio de la vi­da de un grupo de judíos desterrados es el propio rey pagano. Es el rey quien toma la ini­ciativa de elegir a los jóvenes para que entren a su servicio. El mismo rey que había hecho prisionero a Joaquín, ordenado el saqueo del templo de Jerusalén y el destierro de parte de los habitantes de Judá y de Jerusalén.

En la antigüedad los hijos de los reyes vencidos eran transformados en cortesanos y futuros vasallos del dominador de turno; con esto se pretendía afianzar la continuidad en el poder.

El rey babilonio exige sumisión y los ju­díos se la prestan sin objeción. Exige y ofre­ce una instrucción en la cultura babilonia, en la lengua y la literatura del imperio, que en gran parte era religiosa, y los jóvenes des­terrados aceptan. No exige, por el momento, una conversión religiosa a los dioses babi­lonios.

El episodio está fuertemente anclado en la problemática del siglo II a. C. y evoca la con­frontación entre los judíos y el helenismo do­minante. Los jóvenes de la corte babilonia re­cuerdan los jóvenes de las cortes helenistas, costumbre heredada de Alejandro el Grande. El historiador Polibio menciona seiscientos jóvenes en la corte del rey Antíoco Epífanes.

El rey establece los criterios de selección. Los jóvenes seleccionados debían ser:

- de estirpe real ofamüias nobles. Las per­sonas que servían en la corte imperial debían pertenecer a un alto rango, bien por la fa­milia de la cual descendían, bien por el ofi­cio que ejercitaban. Ninguno de los cuatro jóvenes hebreos mencionados parece perte­necía al linaje real.

-jóvenes sin ningún defecto físico. Esta observación quizás tenga alguna connota­ción sacerdotal. Como prescribe Lv 22,17-25 para los sacerdotes israelitas y los animales

del sacrificio, los jóvenes elegidos no debían tener defectos físicos.

- de buen parecer. Este rasgo podría alu­dir a personas de rango real o relacionados con la corte; de hecho se asigna a Saúl y Da­vid en 1 Sm9,2 ; 10,23-24; 16,12.

- bien instruidos, cultos, inteligentes. Se trata, sin duda, de ser buenos conocedores de la propia cultura. En el caso de los jóve­nes judíos deportados esto significa que ha­bían sido instruidos en la observancia de la ley de Moisés y en la lectura de los escritos de los profetas, cosa que manifestarán en su conducta Daniel y sus compañeros (véase capítulos 2, 3, 6, 9).

- aptos para estar en el palacio del rey. Aptos, literalmente confortaleza. Los jóvenes debían tener la suficiente capacidad física para afrontar tal tipo de educación y para so­portar el trabajo que iba a suponer entrar al servicio del gobierno del imperio.

Supuestas estas cualidades, el rey pide que se les enseñe la lengua y la literatura de los caldeos. La instrucción de los jóvenes im­plica el aprendizaje de la escritura cuneifor­me y la práctica de dos lenguas muertas, el acádico y el sumerio. Estas lenguas se con­servaron en el ámbito de la religión babilonia hasta el período de la dominación romana.

Los jóvenes serían educados en la cultu­ra del imperio babilonio, cultura que repre­sentaba uno de los puntos culminantes de la historia de la civilización, de la sabiduría, de las ciencias y del poder político de la huma­nidad.

El rey les asignó una ración diaria de su , mesa Los jóvenes participarían de este mo­do de la mesa real, lo que significaba un gran honor. El rey Jeconías, una vez libera­do de la cárcel, come de la mesa del rey ba­bilonio, y esto es visto positivamente (véase 2 Sm 11,8 y 2 Re 25,29-30).

Pero no basta la educación "literaria". Pa­ra entrar al servicio del rey, hace falta una conveniente educación "política", ya que el proyecto del emperador implica no sola­mente la educación de los jóvenes israelitas en la cultura babilonia, sino un verdadero adoctrinamiento para que sirviesen a los in­tereses del poder babilonio. El período de

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tres años que debía durar la educación de los jóvenes parece remontarse más bien a una costumbre persa que babilonia.

Entre los jóvenes seleccionados se encon­traban Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El autor de Daniel destaca que todos estos jó­venes pertenecen a la tribu de Judá. ¿A qué responde esta observación? Es difícil decir­lo. Tal vez el autor de Daniel intenta sub­rayar la particularidad que representa este grupo de judíos en medio de u n ambiente marcadamente pagano. Por otra parte, si es­tos jóvenes pertenecían a la nobleza ¿Por qué Daniel no los presenta con una genealogía? Es raro que el autor no ofrezca ninguna re­ferencia a los antepasados de los jóvenes, costumbre tan cara al judaismo postexílico.

Los jóvenes deben cambiar sus nombres por determinación del jefe de la corte. El cam­bio de nombres tenía de suyo lugar cuando los jóvenes eran admitidos al servicio del rey. Si aquí se adelanta al comienzo de su for­mación, es para significar que fueron some­tidos a una completa reeducación, que co­menzaba por la pérdida de la propia identi­dad. Quizás la ausencia de una genealogía, junto con este cambio de nombres quiera in­dicar que los jóvenes debían negar incluso sus propias raíces. Daniel no parece ver negati­vamente este cambio de nombres; su preo­cupación se centra en la prescripción ali­menticia del rey, porque eso sí entra en con­flicto con la observancia de la ley de Moisés.

En lugar de los nombres teóforos origi­nales que hacían referencia al Dios de Israel, Daniel y sus compañeros reciben nombres que hacen referencia a los dioses de los do­minadores. No es fácil identificar la divini­dades babilonias cuyos nombres llevan los jóvenes judíos. Se puede suponer que el autor ha querido hacer irreconocibles las etimologías de tales nombres.

Con este proyecto Nabucodonosor intro­duce en su corte, sin saberlo, a judíos fieles, provocando así la confrontación de su poder con el poder de Dios.

1,8-16 Los manjares prohibidos. La nue­va educación que deben recibir todos los jó­venes elegidos para servir al imperio impli­

ca para los cuatro judíos una primera prue­ba a su condición de israelitas fieles a la ley de Moisés. Es importante destacar que los jóvenes no se rebelan ni por el cambio de nombres ni por la educación que reciben. Solamente no admiten aquello que les obli­gue a transgredir la ley de Moisés.

La comida como signo de dominación es el tema central del relato. ¿De quién se re­cibe la vida y la salud? ¿Del rey o de Dios? La comida servirá para manifestar la fideli­dad de los jóvenes a la ley de Moisés, su con­fianza en la protección divina, de la cual da­rá testimonio el mismo rey Nabucodonosor con su juicio sobre los jóvenes.

Las prescripciones alimenticias se remon­tan a un período muy antiguo de las religio­nes semitas, pero sobre todo en la época de la persecución de Antíoco IV adquirieron pa­ra el judaismo una significación particular re­ligiosa y cultural. En ese período el tipo de co­mida y la manera de comer testimoniaba la adhesión a la nueva cultura helenista o a la tradición judía, la fidelidad a la ley de Dios o el sometimiento a la imposición del tirano. También la resistencia a comer determinados alimentos estuvo relacionada con un pro­yecto de fidelidad (véase 2 Mac 6,18-31).

En el caso presente la razón por la cual Da­niel y sus compañeros deciden no comer los manjares de la mesa del rey, puede ser doble: porque algunos alimentos podían ser impuros según la ley de Moisés, o porque se supone que tales alimentos han sido presentados pre­viamente como ofrenda a la divinidad pagana. De hecho la palabra hebrea que designa la ra­ción alimenticia destinada por el rey a los jó­venes cortesanos deriva de la palabra persa patibaga que significa ofrenda, tributo y que sólo aparece en Daniel (véase Dn 1,8.13.15. 16; 11,26).

Para llevar adelante su decisión, Daniel trata primero de ganarse la simpatía de su jefe; al respecto, el autor del relato subraya que en realidad es Dios quien le concede ha­llar gracia ante su superior. En su respues­ta al requerimiento de Daniel, el jefe del per­sonal -un personaje típico de los ámbitos del poder- destaca que su propia vida está en juego por cuanto depende de que los jóvenes

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judíos presenten o no un buen aspecto, y és­te a su vez depende de la alimentación que reciban.

Forma parte de la teología de Daniel la afirmación de que junto con la vida de los ju­díos se juega también el destino de los pa­ganos. No puede ser de otro modo ya que el monoteísmo judío no puede considerar la vi­da de los que no conocen a Dios indepen­diente de la soberanía del único Dios. El que el jefe de palacio no responda de forma con­creta a la pretensiones de Daniel, es inter­pretado por éste como una especie de vía li­bre y, de acuerdo con su superior inmedia­to, él y sus compañeros llevan adelante una experiencia que tiene pleno éxito.

Notemos que el rey Nabucodonosor per­manece extraño a la solución del problema. Daniel muestra en esto mucho tacto, no pro­testa ante quien dio la orden, sino que bus­ca un camino de solución sin llevar las co­sas hasta el extremo. Aunque desobedece la determinación real, demuestra que satisfa­ce ampliamente lo que con esta orden se pre­tendía respecto de la salud. La sumisión a las determinaciones del poder del rey está sujeta a la determinación de los jóvenes de mantenerse en la fidelidad a la ley de su Dios. Los jóvenes judíos no comen de la me­sa del rey sino de lo que les da Dios a través de la tierra.

Al final de la prueba la condición física y el aspecto de los jóvenes satisfacía y supe­raba ampliamente el deseo del rey respecto a la salud y a la buena presencia de sus ser­vidores. El rey sin saberlo sufre una prime­ra derrota: los jóvenes que se alimentaban se­gún las normas de la corte real no gozan de tan buen aspecto como los que se alimenta­ban según las prescripciones de Dios. De es­ta manera el relato deja entrever una cierta presentación caricaturesca del poder huma­no que en última instancia se ve burlado por los designios del único y verdadero Dios.

1,17-21 Prestigio de los jóvenes judíos. Al final del período de instrucción de los jó­venes se ven los resultados de su fidelidad en la observancia de la ley de Moisés, de su educación en la cultura babilonia y de la ac­

ción de Dios en ellos. Dios no sólo concedió la salud a los jóvenes, les concedió también un alto grado de perfeccionamiento en la ciencia y en la comprensión de la literatura babilonias.

El mensaje del libro de Daniel es claro: existe también sabiduría en la cultura ex­tranjera, ésta se puede aprender y esto es bendecido por el Señor (los jóvenes entran al servicio del rey y prosperarán en el gobierno del reino). No hay por qué demonizar la sa­biduría y la cultura paganas.

Daniel se ve especialmente favorecido con el don de interpretar todo tipo de visiones y de sueños. Participa así del carisma proféti-co pues, por medio de sueños y visiones, Dios da a conocer su voluntad a los profetas (Nm 12,6). En Daniel el término visiones hay que entenderlo en sentido amplio y com­prende todo medio de revelación divina. Los sueños tenían en la antigüedad oriental un valor sobrenatural; en el pueblo hebreo eran considerados como un medio de revelación de Dios (véase Nm 12,6; J r 23,28; Jos 3,1; Zac 10,2).

La relación entre sabiduría y ciencia de los sueños es destacada en las Sagradas Escri­turas a partir del sueño de Salomón en el cual Dios le concedió la sabiduría (1 Re 3,4ss). Con la referencia a la sabiduría de los jóvenes y al particular carisma de Daniel, se anticipa el contenido del libro: los sueños interpretados por Daniel (Dn 2-7) y las visiones que recibió (Dn8-12).

El reconocimiento por parte del rey de la sabiduría eminente de los jóvenes judíos, im­plícitamente indica la aceptación del poder de Dios. En este momento el libro de Daniel in­troduce a otros personajes en el relato: se tra­ta de los adivinos y magos del imperio, pre­parando así el capítulo 2. A lo largo de sus re­latos, la primera parte del libro de Daniel menciona diversos grupos de personas que desarrollan artes, oficios y ciencias muy di­fundidos en la antigüedad y relacionados con la sabiduría. En diversos momentos de esta primera parte del libro se contrapone la in­capacidad de estos grupos de personas (ma­gos, adivinos, encantadores, astrólogos, ago­reros, sabios) con la capacidad de Daniel.

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El pasaje concluye con una afirmación he­cha como de paso: Daniel permaneció com­portándose así en la corte babilonia hasta el año primero del rey Ciro, que fue el año de la caída de Babilonia y del retorno del destie­rro. Esta constatación es importante pues indica que la actividad de Daniel ocupó to­do el tiempo del exilio, que nuestro personaje contempló la caída de reyes poderosos, y que el libro del que es protagonista se abre al período postexílico de la historia judía.

Resumiendo el contenido de este primer capítulo del libro de Daniel, es preciso decir que en él descubrimos ante todo la presen­cia de un proyecto de Dios que el propio Na-bucodonosor, sin saberlo, introduce en su gobierno. El destino de los jóvenes judíos desterrados no depende del poder babilóni­co, ni del emperador, ni de sus subalternos. Depende de Dios que se sirve de ellos para llevar adelante sus planes. Es éste un tema recurrente en el libro de Daniel: el hombre más poderoso después de haber puesto a prueba la fidelidad judía, deberá someterse al poder del único y verdadero Dios. Al mis­mo tiempo el autor de Daniel, a través del protagonista de su obra, ofrece a los lectores de su época, que es la de la persecución se-léucida, una enseñanza acerca del modo de comportarse ante la cultura y el poder de los paganos, sin dejar de ser fieles a las pres­cripciones alimenticias de la ley judía.

Finalmente, no debe pasarse por alto el cla­ro paralelismo existente entre José, el hijo del patriarca Jacob, cuya historia se narra en Gn 37-50, y el protagonista del libro de Daniel:

a) José llega como esclavo a Egipto; Daniel como cautivo de guerra llega desterrado a Babilonia.

b) José supera la prueba de la seducción; Daniel la de no contaminarse.

c) José triunfa en una confrontación con la sabiduría local; Daniel lo mismo.

d) La vida de José como la de Daniel es­tá marcada por sueños y su interpretación.

e) José ocupa el puesto de virrey de Egip­to; Daniel ocupa un cargo importante en el gobierno del reino babilonio.

f) José ayuda a superar la carestía de los egipcios y salva a sus hermanos; Daniel ayu­

da en la administración del imperio babilo­nio y anuncia la salvación a su pueblo.

PRIMER SUEÑO DE NABUCODONOSOR (2,1-49)

Se inicia aquí la sección del libro escrita en lengua aramea, sección que se extiende has­ta el final del capítulo séptimo. Detrás de es­te relato se puede ver el influjo de Gn 41. Pre­senta puntos de contacto con narraciones babilonias sobre el rey Nabonido.

Los capítulos 2 y 7 del libro de Daniel tie­nen muchos rasgos en común: los sueños perturban a los dos protagonistas de sendos relatos; tienen tres momentos: visión, inter­pretación, y realización; comparten la visión cuatripartita de la historia.

El texto tiene numerosas secciones agre­gadas (Dn 2,14-23), contradicciones (Dn 2,16. 24), expresiones recargadas (Dn 2,41-44), y pasajes duplicados (Dn 2,27-30) que hacen que el relato no sea fluido.

La enseñanza fundamental del pasaje es que Dios se sirve de los sueños del empera­dor del mundo y de un judío desterrado pa­ra revelar el sentido de la historia y su pro­yecto de salvación.

Este episodio de la vida del personaje Da­niel presenta rasgos comunes con la sección apocalíptica del libro: pretende dar el senti­do de la historia y anunciar el advenimien­to del reino de Dios. En la profecía quien re­cibe el sueño y la interpretación es, común­mente, el mismo profeta. En la apocalíptica, un personaje recibe el sueño o la visión y otro (a veces un ángel), la interpreta.

2,1-13 Recurso a los sabios y adivinos. Dn 2,1-2: El primer problema que plantean estos versículos es el de la datación del epi­sodio. Si Daniel y los otros jóvenes han ter­minado el período de formación y han sido presentados ante el rey, según se indica al fi­nal del capítulo primero, ¿cómo es que Na-bucodonosor parece no conocer a Daniel que debe ser presentado ante el rey (Dn 2,25)? ¿Cuándo tiene lugar este episodio del capí­tulo segundo? ¿Antes o después de comple-

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tado el período de formación? A decir verdad, la desarmonía de las fechas es algo frecuente en la redacción de Daniel. ¿Se trata de im­precisiones que pasaron inadvertidas al re­dactor final? En todo caso constituyen un signo de la formación estratificada del libro pues los episodios narrados tienen a la vez cierta continuidad y cierta autonomía.

El tema del capítulo parece ingenuo: se tra­ta de lo que se vivió en torno a unos sueños que tuvo un poderoso dominador de este mundo, que lo habían dejado preocupado y no le permitían dormir. ¿Qué sueño habrá sido? Para descubrirlo el rey convoca todas las ramas del saber babilonio: hace llamar a los magos, los adivinos, los encantadores y los "caldeos". (Con el término caldeos se de­signaba en el período helenista a los astró­logos). Ya en los textos cuneiformes sobre los reinos asirios de Asahardón y Asurbanipal se mencionan los intérpretes de sueños, lleva­dos prisioneros desde Egipto para el servicio de la corte de los reyes asirios.

Daniel y sus compañeros no entran en es­ta convocatoria, pero sí les afectará la deci­sión real de exterminar a todos los sabios de Babilonia. En este capítulo los representan­tes de la sabiduría babilónica no se presen­tan nunca junto a Daniel y sus compañeros. ¿Constituye esto una preocupación del na­rrador por manifestar que estos jóvenes, for­mados en la sabiduría babilónica y repre­sentantes de la sabiduría judía, no se con­taminan con el grupo de los sabios paganos?

Dn 2,3-11: Entre el rey y el grupo de sa­bios babilónicos se establece un diálogo a través del cual Daniel destaca dos cosas: pri­mero, la cuestión planteada por el rey es un asunto importantísimo al punto que el rey la hace una cuestión de carácter público; se­gundo, la incapacidad de la sabiduría hu­mana para resolver esta cuestión sin la in­tervención divina.

A través del relato se percibe la ironía ju­día que critica la sabiduría pagana. Pero es­to no debe alejarnos del interés principal del relato: no se trata de la confrontación entre la sabiduría pagana y la sabiduría judía, si­no de la incapacidad de la sabiduría huma­

na para alcanzar lo que únicamente se pue­de obtener por la revelación otorgada por Dios. Daniel destaca la incapacidad de la sa­biduría representada por el grupo de sabios formado por los magos, adivinos, encanta­dores y astrólogos para resolver la cuestión planteada por el rey.

En el intercambio de preguntas y respues­tas entre Nabucodonosor y los sabios babi­lonios (tres veces habla el rey y cuatro los adivinos) destaca el hecho de que la decisión del rey parece depender no de la equidad, si­no exclusivamente de su poder. Su determi­nación parece arbitrarla y desproporcionada. Así parece también a los ojos de Daniel (Dn 2,15). ¿Se trata solamente de un capricho del rey? La verdad es que si un sueño lleva a tomar tales determinaciones al poderoso dominador del imperio babilónico se debe sin duda a que el rey percibe un mensaje im­portante en su sueño. Y si el rey exige que se le revele no sólo la interpretación del sueño, sino el sueño mismo, lo hace para garanti­zar que la interpretación será verdadera y no arbitraria.

Por su parte, cuando los astrólogos reco­nocen que no hay ciencia humana capaz de responder satisfactoriamente a la cuestión planteada por el rey, están reconociendo, sin saberlo, la superioridad de la revelación que dará a conocer Daniel. Superioridad que re­conocerá también el rey, al final del relato, sa­cando las consecuencias de esta declaración de los sabios babilonios. Al mismo tiempo es­tán insinuando que Nabucodonosor, con to­do su poder, está sujeto a limitaciones pues plantea cuestiones sin sentido. Está pidien­do algo sobrehumano, algo que ni siquiera él puede pedir y por tanto está poniendo en pe­ligro su propia estabilidad.

Los astrólogos no sólo afirman el origen divino de los sueños sino que reconocen im­plícitamente la imposibilidad del mundo pa­gano de comunicarse con los propios dioses: "la morada de los dioses no se encuentra en­tre los hombres". Confiesan la incomunica­ción con sus propios dioses, revelando así la inutilidad de su ciencia y de su religión. Iró­nicamente el redactor hace confesar a los magos que la religión pagana, sustento de su

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saber, de su poder y de sus propias vidas es vacía e incapaz. Por contraste Daniel desta­cará que los judíos, desterrados y condena­dos a muerte, tienen comunicación con su Dios, en su casa y a través de la sola oración (17-23).

Para los astrólogos no hay otra instancia superior al rey para resolver el problema y la decisión del rey los condena a la impotencia. El rey, por su parte, se condena a no cono­cer la interpretación de su sueño. El diálo­go está cerrado y concluido.

Con fina ironía el escritor judío descubre la incapacidad y la fragilidad del sustento del poder pagano, apoyado en el discurso hipó­crita y adulador de una ciencia incapaz y en una religión impotente para dar un sentido y u n fundamento sobrenatural a la cuestión planteada por el rey, cuestión que, como ex­plica más adelante el libro de Daniel, atañe a su propio poder y a su destino último.

Dn 2,12-13: La impotencia de los sabios provoca la ira del rey que, por una parte, no ve satisfecho su deseo y, por otra, constata la ironía de las palabras de los magos. Pero su decisión es justa: toda la sabiduría del reino, toda la maquinaria ideológica del im­perio, están enfocadas a hacer que se per­petúe y prolongue el régimen. El rey se da cuenta de que su reino no puede subsistir apoyándose en una sabiduría inepta y deci­de deshacerce de ella.

La decisión del rey es justa respecto de sus sabios pero implica, sin saberlo, la muerte de los jóvenes judíos. Su sentencia comprende a todos los sabios de Babilonia. (Herodoto 111,79 refiere una matanza de magos bajo el domi­nio persa). ¿Qué sueño es éste y cuál su in­terpretación que es capaz de poner en juego la supervivencia no sólo de los sabios repre­sentantes de la más alta cultura de la anti­güedad sino también la de los jóvenes judíos que encarnan la fidelidad de los desterrados a su Dios? El sueño del rey se hace ahora el sueño del exiliado Daniel y sus compañeros.

2,14-25 Intervención y visión de Da­niel. La sección anterior se cerraba con la constatación de la impotencia del rey para

conseguir la interpretación verdadera de su sueño, el reconocimiento hecho por los as­trólogos de la incapacidad de la sabiduría humana para dar a conocer la cuestión plan­teada por el rey y el reconocimiento de que solamente una intervención divina podría re­solver dicha cuestión.

En la perspectiva del libro de Daniel, la voluntad misericordiosa de Dios lo revelará a sus fieles y, a través de ellos, al rey.

Dn 2,14-16: Daniel consigue que el rey re­tarde la ejecución de su orden. A partir de Dn 2,14 y hasta Dn 2,24 se destaca la actuación de Daniel, su iniciativa y su fe en medio de una situación que ya parece irreversible. De nuevo Daniel convence a un funcionario re­al y logra hacerse escuchar aún cuando to­do ya parece determinado y resuelto. La de­terminación de Daniel de dar al rey la inter­pretación no significa tentar a Dios como lo prueba el recurso posterior a la súplica. Bus­ca ganar tiempo. Se supone que daría tam­bién una exposición del sueño.

Daniel se asombra de la severidad de la orden del rey. Quizás la enseñanza del libro de Daniel es que frente a las determinacio­nes severas y tajantes de los poderosos de este mundo se debe implorar la misericordia del Dios del cielo (Dn 2,18). No es la volun­tad del rey ni su determinación la que re­solverá el problema.

Sorprendentemente Daniel obtiene un tiem­po para dar respuesta a la cuestión plantea­da por el rey, cosa que no habían obtenido los magos. Estos buscaban hacer tiempo para se­guir sustentando su discurso mentiroso. Da­niel busca tiempo para dar lugar a que Dios hable. Sin decirlo expresamente, se manifiesta en esto una providencia del Dios de Israel res­pecto de su fieles que no desesperan o se re­signan ante una orden despiadada y consi­guen de este modo ser escuchados por sus dominadores (véase capítulo 1).

Dn 2,17-25: Daniel hace intervenir en la súplica a sus compañeros. Queda manifies­ta la piedad de los jóvenes judíos y espe­cialmente de Daniel. El texto griego añade a la súplica el ayuno, cosa improbable dado el

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tiempo disponible que parece limitarse a las horas de la noche. Es de notar que los com­pañeros de Daniel "en casa", son mencio­nados con sus nombres judíos; en cambio, cuando se presentan "en la corte", se los de­nomina con sus nombres babilonios.

Para Daniel la cuestión planteada por el rey no es difícil ni insoluble como lo era pa­ra los astrólogos; percibe claramente que el asunto le debe ser revelado por la miseri­cordia de Dios pues se trata de un misterio. El libro de Daniel enseña así que Dios reve­la este misterio a quienes se lo piden con fe, confiando sus vidas en sus manos. No es la voluntad del rey, ni la magia, ni la ciencia de los hombres sabios -todos ellos medios in­capaces- lo que descifra el sueño del rey. Só­lo la gratuita iniciativa y la determinación misericordiosa de Dios hará posible que sea conocido y revelado este misterio.

La revelación está enmarcada por la ple­garia de súplica y de bendición-acción de gra­cias. Para conocer el sueño y la interpreta­ción se invoca la misericordia de Dios. El me­dio de revelación es una visión nocturna. A través de la plegaria se reconoce a Dios como Señor de la historia y revelador de los secre­tos más profundos.

La palabra aramea que traducimos por misterio, aparece en el AT sólo en el libro de Daniel (véase Dn 2,18-19.27-30.47; 4,6). Se refiere a un asunto que atañe especialmen­te al rey pero es desconocido por los demás. Esta calificación se debe sin duda a la natu­raleza misma del sueño cuyo carácter sim­bólico contribuye a hacerlo misterioso. Como el contenido del sueño se refiere a las reve­laciones divinas sobre lo que sucederá aLfinal de los días y, a fin de cuentas, al designio di­vino sobre el acontecer humano, no es im­posible que la palabra misterio revista aquí el sentido de misterio de salvación que se en­cuentra a menudo en los textos de Qumrán, particularmente en los himnos. En la oración de alabanza, después que Dios le revela el mis­terio, Daniel no habla de misterio, sino sólo de cosas secretas y escondidas.

También en el himno entonado por Daniel (Dn 2,20-23) el misterio tiene que ver con el poder y la sabiduría, los cambios de los tiem­

pos y las vicisitudes de la historia, y la capa­cidad de comprenderlos. Y se refiere en defi­nitiva al advenimiento escatológico del reino de Dios que sustituirá los reinos humanos.

En el libro de Daniel Dios conduce los tiempos y cambia los momentos, especial­mente en la vida de Daniel y sus compañe­ros. Esta concepción tiene como trasfondo una polémica contra la astrología babilóni­ca, que fijaba y establecía el destino de los hombres, y contra la concepción del destino, prefijado de antemano e inexorable, propia del mundo helenista.

La concepción que manifiesta esta plega­ria de bendición de Daniel es que Dios tiene el poder y la sabiduría como cosas propias; él da el poder a los poderosos, la sabiduría a los sabios y otorga la revelación a quien él quiere, en este caso a Daniel, a quien Dios ha hecho conocer el sueño del rey. Para la relación entre sueños y revelación véase Job 33,14-16; 1 Sm28,6; Zac 1,8. (La interpre­tación de los sueños no se menciona entre las prácticas condenadas en Dt 18,9ss).

¿Aparece cierto dualismo en el himno? El poder es otorgado a los reyes, la sabiduría a los sabios. Ambas cosas fueron dadas por Dios a Salomón que constituye un caso ex­cepcional. (¿Hay aquí una crítica irónica del libro de Daniel a la monarquía?). Ambas co­sas también son otorgadas a Daniel, agre­gándose que a éste se la ha concedido la re­velación del asunto que preocupa al rey. En todo caso el himno entonado por el personaje Daniel refleja la espiritualidad del autor del libro de Daniel, que corresponde al siglo II.

Comienza el himno por una introducción con un verbo en pasiva (Dn 2,20): Bendito sea por siempre el nombre de Dios. La divi­nidad a la cual se dirige parecería ser anó­nima, pero este tipo de plegaria, que hace únicamente mención del santo nombre de Dios e invita a bendecirlo, es una forma de oración judía que se desarrolló sobre todo a partir del período postexílico. Bendecir el nombre de Dios significa alabar a Dios mis­mo tal como se ha dado a conocer a los hom­bres, tal como se ha revelado. Los atributos con los cuales se ha revelado son el poder y la sabiduría.

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Después de la introducción se narran los beneficios divinos (Dn 2,21-22) y se termina en Dn 2,23 con una acción de gracias por el beneficio particular concedido (véase Sal 41,14; Neh 9,5; Job 12,13.22). Daniel se di­rige a Dios llamándolo Dios de mis antepa­sados; se trata del título usado por los pa­triarcas del pueblo israelita para denominar al propio Dios; de esta manera Daniel ex­presa la solidaridad histórica y espiritual de su generación con las precedentes genera­ciones judías.

A partir de Dn 2,24 el interés del relato se desplaza a la interpretación del sueño del rey.

2,26-49 Daniel cuenta y descifra el sue­ño del rey. Dn 2,26-30: Vista la incapacidad de los astrólogos, agoreros, magos y adivi­nos, el rey comienza preguntando a Daniel si es capaz de darle a conocer el sueño. En el anterior diálogo con los adivinos había quedado claro que sólo los dioses podían dar a conocer el asunto planteado por el rey. Y efectivamente, así es. Sólo que Daniel con­vierte a los "dioses" de los adivinos babilo­nios en el único Dios del cielo.

Es importante destacar el paralelismo y la progresión que hay entre la pregunta de Na-bucodonosor y la respuesta de Daniel: el rey lo interroga acerca de su capacidad para co­nocer el sueño, Daniel le responde que se tra­ta de conocer lo que sucederá al fin de los dios, conocimiento que sólo puede obtenerse como una revelación hecha por el Dios del cielo.

Ahora el libro de Daniel aclara por qué es­te misterio (que gira en torno a la sabiduría, al poder y a la revelación misma), preocu­paba tanto al rey. Este misterio se refiere al conocimiento de lo que ha de suceder, al co­nocimiento de la historia y su futuro.

La expresión: Hay un Dios en el cielo que revela los misterios, se podría entender así en contexto politeísta: "existe un dios (entre otros) que se ocupa de la revelación de los misterios y se ha comunicado con el rey". Pe­ro puesto en boca de un judío la fuerza de la confesión recae sobre "un Dios" entendién­dola como "Hay un único Dios en el cielo...". Se trata así de la afirmación del monoteísmo delante del rey pagano.

La expresión: lo que sucederá al fin de los días designa el período final situado en el fu­turo en la perspectiva del escritor que la em­plea. El final de los tiempos es en el libro de Daniel el final de la opresión. Aquí, sin em­bargo, es claro que la expresión se refiere no solamente al futuro próximo sino a la era es-catológica.

El advenimiento escatológlco del reino de Dios es el motivo central del sueño del rey y es éste evento el que turba su reposo.

¿Por qué tiene que intervenir Dios para re­velar la historia? El conocimiento de la his­toria sirve en Isaías para discernir entre la ca­pacidad de los ídolos y la del Dios de Israel. El Dios de Israel conoce y da a conocer la his­toria, y si la predice es porque él mismo la di­rige (véase Is 41,21-29; 43,9-13; 44,6-8; 45,20-21; 46,8-11). El libro de Daniel enfrenta aquí la incapacidad de los magos y adivinos con la capacidad concedida a Daniel, pero también critica una sabiduría judía. Quizás haya que ver en esto una crítica del libro de Daniel a al­gunos sabios judíos que predicaban una his­toria distinta de la que él propone.

En Daniel comunicar el sentido de la his­toria al rey es visto como positivo, ayuda a su conversión. Dios quiere comunicarse a los poderosos y dominadores de este mundo, aunque sean paganos, para revelarles su lu­gar en la historia.

Que los magos sean incapaces de conocer el futuro y que, en cambio, Dios se lo haga co­nocer al rey indica la incapacidad de ambos y su condición de criaturas. Según la doctri­na de Isaías únicamente Dios conoce y pue­de dar a conocer lo que sucederá; en esto mis­mo se revela la impotencia y nulidad de los dioses y los ídolos del paganismo (véase Is 41,21-29; 44,6-8; 45,21). Así como en Isaías el Señor se enfrenta a los ídolos, aquí Daniel se enfrenta a los magos.

Dn 2,31-35: Daniel expone el sueño. El sueño es eminentemente visual: el rey ve... una estatua... una piedra. En el sueño todo parece transcurrir en süencio, como si el rey asistiese a una escena muda.

La estatua impresiona al rey por su enor­midad y su esplendor; su aspecto era terri-

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ble. ¿Representa una divinidad, un hombre o una bestia? Probablemente una divinidad, quizás con forma humana; no parece tra­tarse de la representación de un animal o de una bestia. Tampoco parece tratarse de una estatua del mismo rey, pues "estaba delan­te del rey". Está forjada en diversos metales en orden decreciente. (En la historia de la re­ligiones es frecuente representar al mundo, o la historia, como una gran estatua). Daniel hace la descripción de la estatua de arriba hacia abajo y concluye con su caída apara­tosa. El rey asiste al derrumbamiento ins­tantáneo de un largo proceso. El movimien­to viene de fuera, de la piedra que se des­prende y que reduce la estatua a polvo dando lugar a la formación de una montaña enor­me que cubre toda la tierra. (Dn 2,35 evoca los Sal 1,4; 18,43; 82,14; Job 21,18).

La brevedad y lucidez de la exposición de Daniel convencen al rey y al lector.

Dn 2,36-45: Daniel expone la interpreta­ción del sueño. Como trasfondo se encuen­tra la sólida convicción de que en la historia no cuentan sólo la voluntad y el poder hu­manos; en ciertos momentos la voluntad di­vina es la que toma decisivamente la direc­ción de los hechos. Curiosamente Daniel co­mienza la interpretación expresándose en primera persona del plural: Ahora interpre­taremos el sueño al rey. Con esto quizás Da­niel se refiere a que habla en nombre de los tres compañeros que lo habían ayudado a descifrar la clave del sueño (véase Dn 2,17-18.23). Se puede pensar que los compañeros estaban presentes en esta audiencia como parece suponer el final del relato (Dn 2,49). Pero hay otra interpretación posible de este uso del plural: ¿se refiere Daniel a una in­terpretación autoritativa del sueño? (Sería como decir: "puesto que Dios me ha dado a conocer su interpretación...").

El esquema histórico que el libro de Da­niel usa aquí para la explicación de las dis­tintas partes de la estatua se repite en el ca­pítulo 7: se trata de los imperios que han do­minado el antiguo cercano oriente desde el siglo VI hasta el siglo II a. C : babilonio, me-do, persa, macedónico (con la división des­

pués de la muerte de Alejandro en los se-léucidas de Siria y los lágidas de Egipto).

La división de la historia en cuatro perío­dos es muy común en la literatura de la an­tigüedad. En el mundo antiguo se encontra­ba muy difundida la idea de la distribución de los eventos en u n orden cerrado de cua­tro períodos: quizás como una tendencia a transponer a la historia la configuración del año en cuatro estaciones. A menudo los cua­tro períodos fueron simbolizados en los cua­tro metales, oro, plata, bronce, hierro (véase Hesíodo, Los trabajos y los días, 109 ss. Ovi­dio, Metamorfosis 1,89 ss. etc.).

Respecto de la identificación histórica de los reinos simbolizados en la estatua, la dis­cusión entre los comentaristas es amplísima y está lejos de encontrar solución. Entre las diversas respuestas es interesante la pro­puesta de Junker: piensa que no se trata de cuatro reinos que haya que ubicar en la his­toria, sino de una serie no precisada de po­tencias humanas que en su conjunto expre­san la oposición a Dios; el número cuatro se­gún las concepciones del antiguo Oriente con indicios en la Biblia (Zac l,8ss; 2,1 ss) sig­nificaría la totalidad. La profecía no preten­dería indicar el momento de la historia en el cual comienza la acción de Dios, sino sólo afirmar que cuando se llega al colmo de la maldad, en sus varias manifestaciones, cier­tamente Dios tiene que intervenir.

¿Por qué comienza con Nabucodonosor? ¿Porque con él comienza el tiempo del poder de las tinieblas? La cabeza de oro de la es­tatua ¿es una ironía más de Daniel? ¿una adulación al poder? ¿o es una valoración po­sitiva del imperio babilonio?

Daniel reconoce que el poder y el dominio que Nabucodonosor posee son dones de Dios. Nabucodonosor tiene dominio sobre la crea­ción como el hombre en el Génesis (véase Gn 1,28; 2,19-20; Sal 8,7-9). El poder sobre hombres y bestias que tiene el rey está ins­pirado en J r 27,6; 28,14 y reaparece como referencia en Bar 3,16. (Será un tema clave en el capítulo 4). Está enjuego aquí como en Jeremías una analogía funcional entre el hombre primordial y el rey en base a la do­minación universal. Esto destaca una línea

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de relación entre el capítulo segundo y el Hi­jo del Hombre del capítulo séptimo.

Del segundo imperio se dice que será in­ferior al primero. Esto dificulta identificarlo con el imperio persa, y haría recaer este se­gundo imperio sobre el imperio medo. Pero esta hipótesis presenta una dificultad ya que según la historiografía fue Ciro, al frente del imperio medo-persa, quién conquistó Babi­lonia y dominó sobre el imperio babilónico. En el libro de Daniel aunque muchas veces son denominados juntamente ambos pue­blos, medos-persas, no se puede sostener que los confunde.

Si el segundo imperio es el medo-persa, el tercero sería el de Alejandro Magno, lo que concuerda con la descripción de Dn 2,39. Pero si se acepta esta explicación surge otra dificultad, la de identificar al cuarto imperio con los sucesores del imperio macedónico, los seléucidas y los tolomeos, pues ¿cómo se podría decir de este imperio que destrozará a todos los demás lo mismo que el hierro des­troza y pulveriza todo? (Dn 2,40).

Del cuarto reino se destaca la fuerza y la agresividad simbolizadas por el hierro. Res­pecto de los pies de la estatua podría tratar­se de un revestimiento metálico sobre terra­cota. (En la interpretación se hace mención de los dedos, miembros que no aparecen en la descripción del sueño). La segunda caracte­rística de este reino es su división porque co­existen elementos de fuerza y elementos de debilidad. La mezcla de poder y debilidad, simbolizados por los pies de la estatua, qui­zás hace alusión a las inestables relaciones entre tolomeos y seléucidas.

Llegados al momento más débil se preci­pita la inauguración inminente del reino de Dios. Una piedra se desprende, golpea los pies de la estatua y los quiebra. El texto no dice de dónde se desprende la piedra. Según algunas versiones la estatua se encontraba al pie de un monte del cual se desprendió la piedra. Aunque en los textos del AT consi­derados mesiánicos la piedra es interpretada como el rey mesías, aquí la piedra que se des­prende y golpea la estatua significa la omni­potencia divina que interviene de manera im­prevista y eficazmente, pero no simboliza una

persona sino un reino (en Sal 118,22 e Is 28,16 se refiere a la acción de Dios).

Esto podía avivar la esperanza de los Ma-cabeos y sus huestes, aunque no justificaba su táctica violenta. De hecho el mensaje im­plícito en Dn 2,34 -sin intervención de mano alguna- es que Dios obrará fuera de toda po­lítica humana, comprendida sin duda la de los Macabeos. Ni Nabucodonosor con todo su poder... ni todos los imperios que le se­guirán, ni ninguna realización nacionalista judía, llenarán una medida de perpetuidad que únicamente el reino de Dios puede dar.

La piedra que todo la ha pulverizado, se convierte a su vez en una gran montaña que llena toda la tierra (véase Is 2,1). El reino que Dios suscitará tiene la solidez de la piedra o de la roca, será estable y duradero como la montaña (véase Gn 49,26; Hab 3,6). Por otra parte, el transformarse en una montaña que cubre toda la tierra, significa la universali­dad del reino de Dios. La fecha de este acon­tecimiento en los días de estos reyes es di­fícil de precisar. En cuanto a los detalles, el autor del libro de Daniel los deja intencio-nalmente en la penumbra.

En la interpretación del sueño Daniel in­cluye cada elemento de la estatua, pero no da la interpretación de la paja y del viento. ¿Por qué? Quizás porque en las Sagradas Escri­turas la paja y el viento constituyen una cla­ra referencia al destino de los paganos, lo que podría irritar al rey. De la piedra y la monta­ña hace sólo una explicación única y genéri­ca. ¿No le interesa describir el reino escato-lógico? ¿Por qué omite una posible referencia a la universalidad del reino de Dios, sugerida en el sueño, por la montaña que cubría toda la tierra? Además es extraño que el libro de Daniel anuncie la venida del reino de Dios sin ninguna clara alusión al pueblo que será su depositario. Quizás esto se deba a que el per­sonaje Daniel hace esta exposición ante oídos paganos. De haberla hecho para judíos difí­cilmente habría dejado de evocar el simbo­lismo de la montaña o el de la piedra-roca en cuanto representaciones de Israel (véase Gn 28,11-22; 49,24; Ex 2,2ss.; 28,17; Zac 3,9; 4,7; 14,10; Sal 17,23; 20,40; 36,7; 40,2; 50,2; 118 22). ¿Aludirán a esta piedra del libro de

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Daniel los textos de Mt 16,18; 21,44 y Le 20,17-18?

Concluye Daniel su intervención afirman­do de manera rotunda la veracidad del sue­ño y de su interpretación (Dn 2,45b). Así lo garantiza la revelación que ha recibido de Dios. Por su parte el redactor del libro ga­rantiza a sus lectores a través de Daniel la veracidad de la revelación.

Dn 2,46-47: A la vista de lo sucedido Na­bucodonosor reconoce la autoridad de Da­niel, hace que lo colmen de honores e in­cluso se postra ante él. Es hasta cierto pun­to sorprendente que Daniel no rechace estos honores. Quizás se deba a que para el autor del libro, Daniel representa a su pueblo, y el pueblo de Israel representa al único y ver­dadero Dios del cielo. Postrarse ante Daniel es en realidad postrarse ante Dios de quien ha recibido sus poderes. P a r a d autor del li­bro de Daniel parece claro que no se puede tener una actitud neutral ante el judaismo (representado en Daniel): o se le persigue a muerte o se le rinde honor como represen­tante de Dios. De ahí la profesión de fe que el autor del libro pone inmediatamente en labios de Nabucodonosor. Esta vez no se le exige al rey que libere al pueblo israelita, co­sa que sí se exigía al faraón de Egipto en el relato del Éxodo. Pero sí se le exige el reco­nocimiento del poder soberano del Dios de Daniel; la liberación del pueblo está proyec­tada para un futuro que sólo Dios conoce y será obra exclusiva de Dios.

La confesión de fe de Nabucodonosor lo dignifica (lo humaniza según los capítulos 4 y 7) porque es espontánea y no arrancada a la fuerza como la del faraón (Ex 9,27). Es, en parte, un calco en arameo de la confesión de Dt 10,17.

Dn 2,48-49: El autor concluye este epi­sodio refiriendo cómo el rey recompensó a Daniel y a sus compañeros (ver paralelos en Gn 41,37-44 y Est 8,1-2). No sería incorrecto pensar que la recompensa que reciben Da­niel y sus compañeros responde más al es­tilo del relato hagádico que al rigor histori-cista. Cabría preguntar, por otra parte, si los

puestos de gobierno que, según el relato, ob­tiene Daniel para sus compañeros, son dis­tintos del cargo que le ha sido conferido a él o suponen una simple delegación en sus ami­gos de la administración de Babilonia. Algu­nos comentaristas han entendido este pasa­je como una renuncia de Daniel a los cargos políticos, dejándolos en manos de sus com­pañeros judíos, lo que explicaría porqué no se encuentra entre los convocados a adorar la estatua en el capítulo tercero y sí se pre­sentan sus compañeros.

Excursus: La opinión de que la historia de la humanidad vive un progresivo deterioro se encuentra tanto en la literatura pagana co­mo bíblica. Aunque la concepción de la de­generación progresiva de la historia y de la humanidad se difundió con la literatura clá­sica grecolatina (Hesíodo, Trabajos y días, 109-210; Ovidio, Metamorfosis, Y.89-150; Ci­cerón, DeRep. VI, 24; Horacio, Odas 111,6,45 ss) y también se encuentra en las Sagradas Escrituras, no se ve por qué haya que hacer una interpretación pesimista de la sucesión de los imperios presentada según el esque­ma de los metales en Daniel.

En el texto no se hace ningún juicio mo­ral sobre cada uno de los imperios y la su­cesión de los metales señala únicamente el desarrollo del tiempo.

Por otra parte nada hay en el capítulo 2 que haga suponer una persecución dirigida contra el pueblo judío. La ausencia de refe­rencia a persecuciones permite situar el ho­rizonte histórico del capítulo en el reinado de Antíoco III (223-178 a. C.) o unas décadas an­tes. Ciertamente un período de sometimiento y opresión, pero no de persecución en la his­toria judía.

La estatua del libro de Daniel simboliza sin duda la sucesión de los imperios pero al mismo tiempo es la representación simbóli­ca del paganismo (la estatua adquiere en contexto israelita connotaciones de idolatría puesto que el judaismo prohibe la elabora­ción de estatuas, y los mismos materiales usados en la estatua implican la elaboración humana); por eso no sorprende que emplee representaciones usadas por los propios pa-

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ganos para describir la historia. En cambio, cuando describe la intervención de Dios, la representación del libro de Daniel es bíblica. El reino de Dios, el monoteísmo, vienen de fuera de esta historia, como la piedra.

El capítulo constituye la respuesta a la angustia del alma judía frente a la opresión dominante del paganismo mundial. Entre Nabucodonosor y la piedra del capítulo se­gundo, y el Hijo del Hombre del capítulo 7, todos los reinos de la tierra no son más que un interludio destinado a desaparecer y dar lugar al reino de Dios.

El autor del libro de Daniel es contempo­ráneo de los reyes simbolizados por los pies de la estatua y afirma que la opresión ter­minará, que el imperio que reina actual­mente es el último y que será remplazado por el reino de Dios, que es sin duda un rei­no terrestre con pretensiones universales, pero a propósito del cual no ofrece ningún dato preciso, al menos en este capítulo.

Una última nota sobre la ironía. La ironía de Dios se manifiesta desde el principio del relato: Dios desencadena (en la noche) el dra­ma, a través de un sueño. Es Dios quién per­turba al rey más poderoso con un sueño, de­senmascara las limitaciones de su poder y el fundamento de la ciencia que lo sustenta.

LA ESTATUA DE ORO (3,1-97)

En el capítulo primero el libro de Daniel relata la prueba de los jóvenes judíos que de­bían comer de la mesa del rey; en el segun­do la prueba es conocer el sueño del rey; aho­ra la prueba consiste en no adorar la esta­tua, obra de las manos del rey.

El capítulo presenta una temática seme­jante a la del capítulo sexto. El libro de Da­niel anuncia en este capítulo la presencia salvíflca de Dios en el destierro. Dios que en­tregó el reino judío en manos de Nabucodo­nosor, que acompañó a los jóvenes judíos durante su período de educación en la cul­tura babilonia, que les reveló su misterio sal-vífico a través del sueño del rey, se hace aho­ra presente para salvarlos del horno ardiente

al que son condenados por su rotunda ne­gativa a secundar los designios idolátricos del rey.

La redacción final del texto arameo refle­ja el influjo de las versiones griegas. En las secciones griegas se aprecia un claro uso li­túrgico; probablemente el texto era procla­mado como anuncio de la resurrección.

Las versiones griegas del libro de Daniel (la de los LXX y la de Teodoción) y la versión siríaca sitúan este episodio en el año 18 del reinado de Nabucodonosor (587 a. C.) ha­ciendo coincidir este acto de culto idólatra y la intervención de Dios en favor de sus fie­les arrojados al horno ardiente con la caída e incendio de Jerusalén a manos de los ejér­citos babilonios.

De la estatua del sueño del capítulo an­terior Daniel pasa a la estatua que se hace realidad en la historia por decisión del rey. ¿Pretende Nabucodonosor hacer realidad lo que ha visto en su sueño? Daniel indica que comienza la realización del sueño que tuvo el rey Nabucodonosor.

A algunos comentaristas llama la atención que Daniel sitúe la persecución a la fe is­raelita durante la administración babilonia que en general fue muy tolerante. Pero la di­ficultad desaparece si aceptamos como trans­fondo histórico de este relato la situación de persecución existente en tiempos de la do­minación seléucida. En concreto este capítulo podría hacer referencia a la colaboración de algunos judíos en la corte seléucida de An-tíoco IV Epífanes que en el año 168 a. C. im­puso a todos sus subditos, judíos incluidos, bajo pena de muerte un culto idólatra para consolidar así la unidad de su reino espe­cialmente amenazada por los sectores re­ligiosos intransigentes tanto nacionalistas como proegipcios de la nación judía (véase 1 Mac 1,41-50).

3,1-7 El rey ordena adorar la estatua. Dn 3,1-3: El episodio aquí narrado podría ser una reminiscencia de lo realizado por el rey Na-bonido, hijo de Nabucodonosor, en Babilonia: hizo levantar la estatua del dios Sin después de un sueño que tuvo, esperando poder reins­talarla en su templo destruido de Jarran.

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El autor del relato insiste en que todo el episodio se desencadena por el mandato del rey. De la Iniciativa de Dios, que habló a Na-bucodonosor a través de un sueño, Daniel pasa a la iniciativa del rey. Después del re­conocimiento que Nabuconosor ha hecho del Dios de Daniel en el capítulo anterior, ahora el autor del libro pasa a narrar una actividad idolátrica del rey. ¿Por qué Nabucodonosor hace construir la estatua? ¿No comprendió el mensaje del sueño? ¿Lo comprendió par­cialmente, reteniendo sólo aquella parte se­gún la cual la cabeza de oro de la estatua y aquél a quien Dios dio dominio sobre hom­bres y bestias era él mismo? ¿O lo compren­dió perfectamente y comienza la realización del sueño?

Salida de manos del rey, la estatua se convierte en instrumento de opresión. El rey no da razones, sólo ordena: la razón es su propio querer y determinación. La determi­nación real es perversa al exigir la adoración de los hombres.

Paradógicamente la estatua "soñada" del episodio anterior era real ya que era comu­nicación de Dios y tenía un sentido. En cam­bio, la estatua "real y regia" del presente epi­sodio es falsa, es obra de manos humanas, es un ídolo, representa algo que no Üene existencia; por eso es un sinsentido, sea que represente a una divinidad o al rey divini­zado (véase Dn 3,4.7.29.31; 5,19; 6,26).

El texto arameo de Daniel no describe la estatua ni dice si es imagen de una divinidad o del emperador. Únicamente dice que es de oro y da sus dimensiones: las medidas son de sesenta por seis codos, si el codo equivale a 45 cm. sus proporciones en metros serían 27 m. x 2,70 m. Podría tratarse de un obe­lisco con inscripciones sobre las hazañas del rey, o de una estatua erigida en lo alto de una columna. Las versiones griegas entien­den que se trataría de una imagen del mis­mo rey como denota la denuncia de los cal­deos ante el rey: No adoran la estatua que has erigido. Pero como no se ofrece una des­cripción detallada de la estatua, los lectores del libro de Daniel siguen pensando en la es­tatua del capítulo segundo, si bien el autor del libro desplaza el interés del relato a la

obediencia debida al poder del rey (la esta­tua se convierte en símbolo del poder real).

La llanura de Dura, en la provincia de Ba­bilonia, es imposible de localizar y los nom­bres de los funcionarios son acádicos, per­sas y árameos; las funciones administrativas que se mencionan son difíciles de precisar. La dedicación de la estatua se celebra con una gran fiesta. Los funcionarios convocados por el rey a la dedicación de la estatua son los funcionarios del estado babilonio. En el capítulo anterior el rey convocó a un grupo de sabios de la cultura babilonia para que le diesen a conocer su sueño; ahora convoca a los representantes del poder. Se trata de to­dos aquellos funcionarios de los cuales de­pende la dominación babilonia sobre los pueblos y que al mismo tiempo dependen del estado babilonio. Representan la dominación ejercida por el poder imperial de Nabucodo­nosor. La estatua representa de algún modo la divinidad vinculada al culto imperial.

Para los judíos el culto de la estatua era un acto más de la veneración tributada a los ídolos por parte del paganismo; el drama del relato está en que esta adoración es im­puesta a todos los funcionarios estatales de­pendientes del poder imperial, afectando en­tonces a los tres jóvenes judíos con cargos importantes de la provincia de Babilonia. El tema de la sumisión de los jóvenes relacio­na este capítulo con los capítulos 1 y 6.

Dn 3,4-7: Una vez levantada la estatua, todos los subditos del rey son convocados a la fiesta de su dedicación, un heraldo pro­clama bajo pena de muerte que todos han de adorar la estatua y se constata la ejecución del decreto quedando consumada la liturgia idolátrica. Estamos ante un acto exigido vio­lentamente por el poder: o se acepta la im­posición estatal o se es exterminado.

El heraldo en cuestión, que aparece sú­bitamente en el relato, puede ser uno de los típicos personajes del entorno de los pode­rosos que siempre aparecen como grandes proclamadores de las decisiones de sus jefes.

La proclama sigue el modelo helenista, se dirige a todos los pueblos (razas-tribus) y len­guas expresión que indica una unidad políti-

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ca conformada por diversidad de etnias (véa­se Dn 3,7; 5,19; 7,5).

Los instrumentos musicales son hebreos, fenicios y griegos (Dn 3,5.7.10.15). Son ins­trumentos de cuerda y de viento, faltando instrumentos de percusión; con esto Daniel describe una típica orquesta de procedencia siro-helenista (véase 1 Mac 1,54; 2 Mac 6,2. Para los instrumentos israelitas véase Sal 150; 2 Cr 13 8; 15,9).

Se puede establecer u n paralelismo su-gerente entre el elenco de los oficiales del es­tado y los instrumentos musicales. Todo lo que son y todo lo que hacen los funcionarios estatales está determinado por el poder y la decisión del rey. Adorar la estatua es adorar la determinación del emperador y bailar al son de la música del poder. El culto pagano es sólo música, es adorar u n ídolo sin nom­bre que representa la determinación y el do­minio del poderoso de turno, y es aceptado sólo por la imposición del terror (véase 2 Mac 7,18-42).

Después de la proclamación del heraldo, Daniel continúa el relato diciendo: En efecto... en cuanto se escuchó... adoraron; con estas palabras se indica que si los funcionarios es­tatales adoran la estatua y se someten al ca­pricho del rey es porque temen perder la vi­da que es para ellos el supremo valor. Se su­braya esta actitud de los funcionarios para destacar a continuación, por contraste, la de los tres jóvenes judíos amigos de Daniel que no se inclinan ni adoran la estatua de oro.

3,8-23 Condena de los amigos de Da­niel. Dn 3,8-12: Los caldeos denuncian a los jóvenes funcionarios judíos por no cumplir el mandato del rey. Daniel no es nombrado junto a sus compañeros. Si era un funcio­nario del aparato estatal babilonio estaba obligado a participar. Algunos comentaristas argumentan la ausencia de Daniel como in­dicio de la independencia original del relato o por motivos literarios. Los comentaristas judíos medievales explican la ausencia de Daniel diciendo que no podía ser arrojado al horno por el mismo rey que se había pos­trado ante él y le había concedido tan gran­des honores en el capítulo segundo. En cam­

bio, si Daniel había declinado los cargos en favor de sus amigos y permanecía en la cor­te como una especie de consejero, se le pue­de considerar ajeno a este acto burocrático al que fueron convocados los representantes del poder estatal babilonio.

Los funcionarios caldeos, utilizando el ha­bitual tono adulador para con el poder, acu­san a los jóvenes judíos a quienes el rey ha confiado la administración nada menos que de Babilonia, el corazón de su imperio, no de una mala administración, sino de negarse a adorar la estatua del rey por fidelidad al ju­daismo. De esta manera se insinúa que to­do judío es potencialmente un rebelde. En efecto los jóvenes funcionarios judíos son acusados de un triple delito: no obedecen al rey, no siguen a los dioses del rey, no ado­ran su estatua. Es claro que la acusación re­cae sobre el no reconocimiento del poder real, de su apoyo divino y de su manifesta­ción concretizada en la estatua. La acusa­ción tiene significación política y religiosa. Nabucodonosor reina apoyado en la idolatría y en la denuncia.

Dn 3,13-15: Al interrogar a los tres jóvenes funcionarios judíos, el rey Nabucodonosor sa­be perfectamente que la estatua que ha man­dado erigir no es Dios, que es obra de sus manos y lo reconoce. Exige su adoración pe­ro él no la adora. Esa estatua representa su poder, por eso exige a los funcionarios judíos que la adoren. El emperador no exige de sus funcionarios judíos que renuncien a su pro­pio Dios, sino que reconozcan al dios que ha hecho erigir. Para ello apela a la obediencia, a la amenaza, a la sensatez de los jóvenes que deben reconocer que no existe otro poder más grande que el del rey. La estatua, soña­da e interpretada del capítulo segundo, libe­ró al rey de su angustia; la estatua, obra de sus manos, lo convierte ahora en u n perso­naje grotesco que se atreve a desafiar al Dios de Israel -¿qué dios podrá libraros de mi fu­ror?- con lo que su derrota va a hacerse ine­vitable.

Dn 3,16-18: Los jóvenes judíos desafían la muerte decretada. Ellos sólo adoran al Dios

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del cielo y este testimonio de fe los lleva a la situación de perder la vida. Aunque en tiem­pos del AT, y sobre todo en el período que le tocó vivir a Daniel, era impensable separar política y religión, es claro que en este caso el libro de Daniel critica la divinización del poder y la instrumentalización política de la religión.

La respuesta de los judíos subraya que el único Dios del cielo siempre puede librarlos de la ira del rey, lo mismo que en el capítu­lo anterior la piedra desprendida de la mon­taña pulverizó la estatua del sueño real sin intervención de mano alguna de hombre (Dn 2,34).

La expresión si nuestro Dios quiere no cons­tituye una desconfianza en Dios sino un de­safío lanzado por los jóvenes al rey. Este sen­tido se confirma con la expresión: No tenemos necesidad de responderte; es Dios quien res­ponderá al rey. Los jóvenes renuncian a de­fenderse, será Dios quien se encargará de de­fenderlos.

Dn 3,19-23: Nabucodonosor entiende la respuesta de los jóvenes judíos como un de­safío y hace uso de todo su poder para eje­cutar a los jóvenes: el horno es encendido al máximo de su capacidad, los jóvenes son atados por los hombres más fuertes del ejér­cito imperial y son arrojados al horno con to­das sus ropas para que de ninguna manera puedan escapar a las llamas. Los jóvenes "fuertemente atados" recuerdan la imagen sacrificial del culto judío {véase Gn 22,9).

Sorprendentemente los ejecutores del cas­tigo ordenado por el rey son los primeros en experimentar el poder del horno. Con este hecho el autor del relato anuncia anticipa­damente el cambio de suerte de los jóvenes judíos. La salvación de Dios comienza a ha­cerse presente en el castigo de los que arro­jaron a los jóvenes al horno.

3,24-45 Oración de Azarías. Comienza aquí una de las secciones griegas del libro de Daniel (Dn 8,24-90) que consta de dos tro­zos litúrgicos acompañados de sendas in­troducciones. Parece que ninguna de las ver­siones griegas que transmiten esta sección

puede considerarse una traducción de un texto original arameo o hebreo.

Al culto idólatra de la estatua de oro Da­niel contrapone la imagen del sacrificio de los jóvenes en el horno de fuego ardiente; a la música que acompaña la idolatría pagana opone la voz de los jóvenes judíos que con­fiesan la propia fe y alaban a Dios. Con es­tas plegarias el libro de Daniel enseña un modo de rezar en las pruebas: confesar hu­mildemente el propio pecado y la bondad de Dios, confiarse a él, bendecirlo en toda cir­cunstancia.

La primera parte de esta sección griega (Dn 3,24-45) contiene la súplica de Azarías (nombre hebreo de uno de los tres jóvenes) precedida de una breve introducción. (Según la versión griega de los LXX la súplica la ha­ce Azarías "en pie con los otros jóvenes").

La súplica de Azarías tiene en cuenta los sufrimientos de todo el pueblo israelita en el exilio. Es difícil establecer si tiene un origi­nal semita. Presenta dos partes: una confe­sión del pecado y una súplica implorando la salvación. Presenta muchas semejanzas con otras plegarias del período postexílico (véa­se Bar l,15ss; Esd 9,6ss; Tob 3,lss).

Primera parte (Dn 3,26-32): confesión del pecado. El pueblo se ha alejado de Dios. Aza­rías se convierte en portavoz de la comuni­dad litúrgica. En su oración contrasta la jus­ticia y la bondad de Dios con el pecado del pueblo: las faltas del pueblo de Dios han ori­ginado la ruina de Jerusalén. Las desgracias descritas corresponden al período de la cau­tividad babilonia y también a la época de la dominación de Antíoco IV Epífanes. En Dn 3,32 y 44 se puede ver una alusión a la per­secución de Antíoco IV.

Segunda parte (Dn 3,33-45): súplica de li­beración. Después de recordar y confesar los pecados del pueblo y sus dirigentes la ple­garia cambia a la petición actual de la sal­vación: Pero ahora...

Los motivos que apoyan esta súplica se fundamentan en:

- la bondad de Dios. - la elección que Dios hizo de Israel y los

méritos de los antepasados del pueblo (Isaac

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es denominado tu siervo... como los jóvenes judíos. El paralelismo sacrificial es claro).

- la desgracia y humillación presentes. - el arrepentimiento del pueblo. Hay peticiones "negativas" y "positivas".

Las primeras señalan lo que Dios no tiene que hacer; las segundas indican lo que el pueblo espera positivamente de la interven­ción salvíflca de Dios. El tema del "cambio de suerte", tan caro a la piedad judía postexfli-ca, está claramente presente. Con las peti­ciones finales de Azarías, el autor del libro re­toma y pone en claro la temática del capítu­lo: el trato injusto de los judíos es provocado por la desmesura del poder humano; la sal­vación manifestará el poder de Dios, humi­llará el poder de los hombres por muy fuer­tes que se crean y hará que Dios sea reco­nocido como el único Dios en toda la tierra.

Para la historia de la espiritualidad judía es importante el texto de Dn 3,39-40 donde el libro de Daniel habla del "sacrificio de no­sotros mismos" que toma el lugar de los sa­crificios del templo.

3,46-90 Cántico de los tres jóvenes. Dn 3,46-51: En esta introducción narrativa a la segunda parte de la sección griega que es­tamos comentando, aparece una contradic­ción en el relato: los ejecutores de la orden del rey que habían arrojado a los jóvenes y habían muerto devorados por las llamas aquí aparecen vivos. En cuanto al dato so­bre la altura que alcanzaron las llamas qui­zás quiera Daniel contraponerlo a la altura de la estatua. Por su parte, la versión grie­ga de Teodoción añade en Dn 3,46 un elen­co de combustibles usados para encender el horno. En Dn 3,49 es significativa la men­ción que se hace de la intervención del án­gel del Señor.

Dn 3,52-90: Cántico de los tres jóvenes. Sería un texto litúrgico más antiguo que la súplica de Azarías. Esta adoración que los jóvenes rinden al Señor por medio de un cántico contrasta con la adoración muda que debía prestarse a la estatua. El culto idóla­tra es sólo música y terror ante una estatua y una orden. El culto del Altísimo es el sa­

crificio y la alabanza de sus fieles, es pre­sencia salvífica de Dios.

Tanto la plegaria de Azarías como este cántico y el himno de Daniel del capítulo an­terior comienzan con una bendición e invo­can a Dios como el Dios de nuestros antepa­sados.

El cántico constituye una especie de ora­ción letánica en el que el segundo miembro de cada verso parece ser u n añadido sina­goga! Temáticamente se divide en dos partes:

- Bendición de Dios por parte de los jó­venes (Dn 3,52-56). Está caracterizada por el uso de superlativos.

- Los jóvenes invitan a unirse a su ala­banza valiéndose de motivaciones tanto ge­nerales (Dn 3,57-88b) como personales (Dn 3,88c-90).

En cuanto a la estructura concreta del himno, no se ponen de acuerdo los distintos comentaristas: unos hablan de seis estrofas de cinco versos cada una, otros de cinco es­trofas de siete versos cada una, y otros ofre­cen una diferente distribución.

La referencia al templo de Dios en Dn 3,53 hay que entenderla del templo celeste pues según Dn 3,38 el de Jerusalén estaría des­truido.

3,91-97 Asombro de Nabucodonosor. Digamos en primer lugar que Dn 3,91-97 de nuestro texto actual corresponde a Dn 3,24-30 del texto arameo. En cuanto al asombro del rey, Daniel no explica su causa. La ver­sión griega de Teodoción entiende que el rey se levantó asombrado porque escuchó can­tar a los jóvenes judíos.

El rey comprueba la nulidad de su poder en confrontación con el de Dios. Los jóvenes atados pasean libremente. En la más gran­de estrechez y restricción del horno y de las ligaduras se da la más grande libertad de los jóvenes que caminan y cantan al verdadero Dios, que los hace pasearse entre las llamas. (Esta imagen evoca otros episodios sacrifi­ciales del AT. Véase Gn 15,10-18; 22).

El rey ve un cuarto hombre que tiene as­pecto de un dios (literalmente: "un hijo de los dioses"). Para Daniel el rey padecía una ce­guera especial al no reconocer los límites de

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su poder. Sólo la revelación de Dios descu­bre al poderoso sus límites. Al rey se le revela que el poder de Dios es infinitamente supe­rior al poder humano ¿JVo arrojamos nosotros a tres hombres atados...? yo veo cuatro. El poder de Dios es de u n orden diferente: tie­ne capacidad para librar de la muerte, para dar la vida y para intervenir en la historia en favor de sus fieles.

En Dn 3,93-94 el rey y sus funcionarios que antes habían adorado la estatua de oro, se acercan ahora asombrados a contemplar el espectáculo de los mártires judíos sanos y salvos. Se convierten así en testigos oculares de la salvación que Dios ha obrado en sus fie­les. Los jóvenes no han sufrido ninguna que­madura y ni siquiera huelen a chamuscado. Quizás el libro de Daniel hace referencia al olor para vincular el testimonio de los jóvenes al olor del sacrificio de las víctimas.

El episodio concluye con el reconocimien­to de Dios por parte de Nabucodonosor. El rey bendice al Dios de los judíos y es el pri­mero que se asocia a la invitación cantada por los jóvenes judíos en medio del horno. En su bendición habla de la intervención de Dios a través de un "ángel"; antes había hablado de uno "con apariencia de hijo de los dioses". Probablemente el libro de Daniel quiera esta ambivalencia: el hijo de los dioses en boca del rey pagano es para la piedad judía un ángel; con esto prepara la sección apocalíptica.

El rey reconoce en primer lugar el poder de Dios, manifestado en la supervivencia de los judíos ñeles. Claramente afirma que el motivo por el cual habían sido condenados es la desobediencia al mandato real que or­denaba el culto idólatra, pero no menciona la estatua. Es claro que el motivo por el cual los judíos fueron condenados es porque li­mitaban la pretensión del poder real.

Finalmente el rey impone el reconocimiento del Dios de los judíos a todos los hombres, de cualquier lengua, pueblo o nación; de esta ma­nera exige que los mismos que antes debían adorar la estatua, ahora respeten la religión judía. Y como antes había aparecido de im­proviso el heraldo que proclamaba la obli­gación de adorar la estatua, ahora el rey pro­clama el respeto al culto judío, haciéndose

heraldo del verdadero Dios. Este respeto del Dios de los judíos también es impuesto ba­jo un castigo que implica la muerte. La con­dena que amenaza a los transgresores es la misma que el rey había pronunciado en el capítulo segundo contra los sabios incapa­ces de reconocer su sueño.

La expresión: No hay otro Dios que pueda salvar como este, que el autor pone en boca de Nabucodonosor, constituye para los ju­díos, aunque no para el rey pagano, el re­conocimiento del monoteísmo.

Concluye el episodio relatando que el rey dio nuevamente autoridad a los jóvenes so­bre la provincia de Babilonia. Literalmente hizo prosperar es comprendido por los co­mentaristas judíos como una confirmación en sus cargos y u n ascenso en su rango.

La enseñanza del capítulo es clara. El hom­bre, aún el más poderoso de la tierra, no es Dios ni puede pretender un reconocimiento divino.

NUEVO SUEÑO DE NABUCODONOSOR (3,98-4,34)

3,98-4,15 Visión del árbol. Los últimos versículos del tercer capítulo (Dn 3,98-100) forman parte temáticamente del capítulo si­guiente (en el texto arameo corresponden a Dn 3,31-33, en la versión griega de Teodo-ción se incluyen en el capítulo cuarto -Dn 4,1-3-, y faltan en la versión de los LXX). En ellos el rey Nabucodonosor en persona, a través de un comunicado real, se constitu­ye en heraldo de las señales y los prodigios que el Dios altísimo ha realizado. Como en toda proclama real de la antigüedad se in­dican: el remitente, los destinatarios, el sa­ludo de paz y la bendición divina, elementos típicos del encabezamiento de la documen­tación oficial.

La proclama se dirige a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan sobre la tie­rra; son los destinatarios habituales de los decretos oficiales del imperio. El augurio de paz es también usual, así como la invocación a las divinidades del imperio. En esta pro­clama de Nabucodonosor, el Dios invocado

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es el Dios Altísimo, nombre con el que se de­signaba sobre todo a partir del período de la dominación persa al Dios de los judíos. Ade­más hay que destacar que en la "proclama" está prácticamente ausente cualquier refe­rencia polémica al politeísmo.

Con este comunicado Nabucodonosor, el rey más poderoso de la antigüedad, que ha­bía sojuzgado y desterrado al pueblo judío, que había saqueado el templo del Altísimo, que hizo incendiar Jerusalén y redujo a es­clavitud la casa real davídica, el rey de la ci­vilización que alcanzó una de las cimas más altas de la cultura de la antigüedad, reco­noce y públicamente afirma la intervención del Dios altísimo en la historia, hecho que ha descubierto a través de su historia personal.

Nabucodonosor es presentado como un adepto a la religión judía. En su confesión de fe en el Altísimo, Nabucodonosor habla de se­ñales y prodigios, lenguaje característico de las confesiones de fe deuteronomistas (véase Dt 4,34; 6,22; 7,19; etc.}. Esta profesión de fe otorga la clave del relato: el señorío de Dios sobre los reinos humanos de edad en edad y destaca la característica principal del reino del Altísimo: la perdurabilidad, su rei­no es un reino eterno.

Dn 4,1-6: Estos versículos sirven de in­troducción al episodio que se va a narrar y presentan al rey tranquilo en su palacio, "flo­reciente" en su dominio. El relato deja en­trever semejanzas entre este episodio de la vida de Nabucodonosor y la del rey David: la prosperidad de ambos viene de Dios, el pe­cado de ambos se da cuando se encuentran paseando por la terraza de su palacio (Dn 4,25; véase 2 Sm 7,1; l l ,2ss) .

Como en el capítulo segundo del libro, el rey tiene un sueño que lo asusta y lo turba. Esta vez convoca a todos los sabios de Ba­bilonia para que le expliquen su sueño; se lo expone, pero se encuentra de nuevo ante la incapacidad de la sabiduría babilónica para interpretarlo. ¿Por qué el rey convoca a quie­nes ya antes se habían revelado incapaces de satisfacer su pedido? ¿Daniel se encuen­tra incluido en el grupo de sabios babilo­nios? Son dificultades del relato que no in­

teresan al redactor de Daniel. En este capí­tulo Daniel no se presenta separadamente de los magos, adivinos, astrólogos y agoreros, pero sólo interviene después, una vez reco­nocida la incapacidad de la sabiduría hu­mana para interpretar el sueño del rey.

Sólo Daniel puede revelar el misterio. Nin­gún misterio se te resiste. Lo extraordinario del sueño queda destacado por la incapacidad de los sabios para interpretarlo y la capacidad de Daniel en quien alientanjuerzas divinas. Es­ta última frase hay que entenderla no tanto en sentido de afirmación del politeísmo, cuan­to como una afirmación de la comunión de Daniel con la divinidad. El sentido del pasa­je es que el sueño que ha perturbado al rey no presenta dificultad a la capacidad interpre­tativa de Daniel, porque vive en comunión con Dios. Este reconocimiento formal, hecho por el rey a través de esta comunicación a todos los pueblos, naciones y lenguas, tiene con­notaciones teológicas: Dios se da a conocer al rey Nabucodonosor, y a través del rey a todos los pueblos, en medio de la prueba del exilio que sufren los judíos.

Dn 4,7-15: La descripción que el rey ha­ce de su sueño tiene dos momentos: visual el primero (Dn 4,7-9) y auditivo el segundo (Dn 4,10-14).

En primer lugar, el rey ha visto u n árbol plantado en el centro de la tierra, su altura era extraordinaria (como la estatua de los capítulos 2 y 3), crecía hasta tocar el cielo (véase Gn 11,4; Is 14,13-15), llenaba la tie­rra y podía verse desde cualquier ángulo de la tierra; además protegía y alimentaba a to­dos los vivientes. Aunque la terminología he­brea es diversa, el paralelo espontáneo que reclama es el del árbol de la vida de Gn 2,9. 22-23. El sueño del árbol cósmico es un te­ma frecuente en la literatura antigua. El te­ma del árbol como elemento de comparación para aludir al poder y al dominio se encuen­tra también en Nm 9,8-15; Is 2,11-13; 10,16-19.33-34; Ez 17,22-24; 31,1-14; Zac 11,2.

En u n segundo momento se narra la in­tervención de un vigilante que baja del cielo. Este personaje, que sólo aquí aparece en to­do el AT, quizás encuentre antecedentes en

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los centinelas de Is 62,6 y los guardianes del Sal 121. Los vigilantes, en cambio, son fre­cuentemente nombrados en la literatura apó­crifa de la apocalíptica judía: se trata de án­geles que sirven a Dios constantemente, no duermen jamás, velando y vigilando sobre los hombres. Para la interpretación judía poste­rior el vigilante santo es un ángel guardián.

La intervención del vigilante determina el destino del árbol y la suerte del tocón que permanece enraizado: el árbol es talado y el tocón es encadenado. El árbol que llenaba la tierra, unía el cielo y la tierra y daba la vida a los seres vivientes queda reducido a tron­co y es encadenado. El árbol no vuelve a su plenitud pero permanece enraizado, com­parte su destino con la hierba de la tierra y se le da la posibilidad de un rebrote (véase Is 6,13; Job 14,7-9).

El árbol resulta ser un hombre que será transformado en animal (Dn 4,13). Según la antropología y la cosmovisión judías el co­razón del hombre es la sede de la inteligen­cia y el del animal es la sede del instinto.

No se dice quienes son los ejecutores de la determinación proclamada por el vigilante. El castigo debe durar siete años (literalmente "siete tiempos"), es decir un período indeter­minado, largo, de años. El vigilante explica además el porqué de este decreto divino y de la intervención de otros vigilantes; es para que los vivientes reconozcan:

- que el Altísimo domina sobre el reino de los hombres (véase Ez 21,31);

- que Dios da el reino a quien quiere; - y que coloca sobre él al más humilde de

los hombres (véase 1 Sm 2,7-8).

4,16-24 Daniel interpreta el sueño. Da­niel es turbado por el significado del sueño. En otras ocasiones Daniel experimenta esta turbación, sobre todo cuando se trata de sue­ños o visiones que afectan desgraciada o vio­lentamente a aquellos con quienes compar­te su vida y su destino (véase Dn 7,15; 8,17-18; 10,8.11.15-18).

La interpretación del sueño tiene dos par­tes:

El árbol... eres tú, rey, que te has hecho grande y poderoso.

El vigilante... es la decisión del Altísimo so­bre el rey, mi Señor.

Se da un paralelismo entre el rey y el ár­bol: el rey "florecía" en su palacio (Dn 4,1), el árbol se hizo grande y fuerte (Dn 4,8) su grandeza alcanzó al cielo (Dn 4,8 y 19). En la interpretación Daniel destaca la prospe­ridad del rey, que se contrapone a la humi­llación descrita en el cumplimiento del sue­ño; por otra parte, en la interpretación del sueño omite varios temas: el encadenamiento del tronco, la transformación del hombre en bestia y el poder que Dios tiene para en­cumbrar al más humilde de los hombres (Dn 4,14). En cambio, Daniel acentúa el abati­miento del árbol y sólo al final mencionará la decisión divina de que permanezcan sus raíces.

El tema central del relato vuelve a expo­nerse en Dn 4,22-23: se trata del dominio de Dios sobre los hombres, incluyendo a los po­derosos del mundo: Hasta que reconozcas que el Altísimo tiene poder sobre el reino de los hombres... y que es Dios quien tiene el po­der (véase 2 Mac 9,11-12).

La intervención del vigilante no se dirige a hacer caer al soberano, aunque de hecho esto ocurre, sino a que sea reconocida la so­beranía divina sobre los hombres. En las pa­labras del vigilante este reconocimiento del poder divino deben hacerlo todos los vivien­tes; en la interpretación dada por Daniel es el rey quien debe reconocer la soberanía di­vina.

Al final de la interpretación, Daniel retoma el tema del tocón del árbol que permanece enraizado: es el anuncio de la restauración de Nabucodonosor en su reinado.

La admonición de Daniel dirigida al rey si­gue los consejos de la piedad judía (véase Prov 10,2). Ante la determinación divina res­pecto del rey, Daniel le aconseja que expíe sus pecados, que ofrezca limosnas y tenga piedad de los desdichados; quizás así pueda aplazarse el castigo. (Esta es la primera men­ción de los pobres en el libro de Daniel). No habla de la posibilidad de u n cambio de es­ta determinación, el decreto divino es irre­vocable. El texto no dice si el rey siguió o no este consejo.

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4,25-34 Cumplimiento del sueño. La pri­mera parte de este pasaje (Dn 4,26-30) pre­senta alguna semejanza con el texto conoci­do como Plegaria de Nabonido encontrado entre los manuscritos de la gruta cuarta de Qumram: el rey Nabonido pasó siete años en Teman, en la región de Arabia, y enfermó de una inflamación maligna. Además de ser de­rrotado, el rey fue objeto de burla y difama­ción hasta que un judío, descrito como gazir (conjurador), le explica que la enfermedad le fue enviada por el Altísimo a causa de sus pe­cados, lo exhorta a la conversión y le promete la curación. El rey da entonces gracias al Dios verdadero y denuncia la incapacidad de los dioses a quienes había acudido primero.

Daniel pasa a relatar el cumplimiento del sueño haciendo la aclaración que eso ocurrió doce meses después. Como en todo oráculo que se dirige a la conversión se da un tiempo entre el anuncio de lo que va a suceder según el sueño y la realización de lo anunciado.

El rey se encontraba paseando por la te­rraza del palacio que está en Babilonia. Es­ta observación podría indicar que el relator no se encuentra en Babilonia. El rey con­templa la ciudad que ha fundado con su po­der soberano. La arrogancia de la reflexión real desencadena la respuesta divina: aque­llo de lo cual se vanagloriaba no le pertene­ce más, le ha sido quitado el poder. La voz del cielo repite la interpretación dada por Daniel (Dn 4,22). Esto significa que la in­terpretación dada era exacta y que Dios ha­bla a través de Daniel. Y notemos que entre lo anunciado por la voz del cielo y su rea­lización no existe dilación (véase Dn 4,26); su cumplimiento es inmediato: la palabra se cumplió inmediatamente en Nabucodonosor.

La enseñanza es clara y se dirige a todos los hombres: sobre los reyes que se ensober­becen pesa un misterioso decreto divino, pre-anunciado en el sueño y en su interpretación. Pero el cumplimiento de este decreto sólo tie­ne efecto cuando la voz del cielo lo decide.

Dn 4,31-34: A partir de este momento el autor del libro vuelve al discurso directo. El rey Nabucodonosor habla en primera per­sona y cuenta el cumplimiento de la nueva

exaltación al poder anunciada en el sueño y en su interpretación. Por haber recuperado la razón y el poder, el rey bendice y adora al Dios altísimo. No se trata en el pasaje de la oposición entre politeísmo y monoteísmo, si­no de reconocer que el poder y la soberanía divinas están por encima del poder y la ra­zón humanas. Nabucodonosor reconoce la soberanía del Altísimo permaneciendo en su concepción politeísta. El restablecimiento del rey en su salud y en su poder se da cuando reconoce el poderío del Altísimo.

La enseñanza del libro de Daniel es que la soberbia del corazón del hombre constituye una pérdida de la razón que lo asemeja a la vida instintiva de los animales. Pero la locura humana se vuelve instrumento de glorifica­ción de Dios que puede devolver la razón al hombre extraviado y exaltarlo. Por lo demás, es posible que detrás de esta locura de Na­bucodonosor, Daniel haga referencia a An-tíoco IV Eptfanes ("Dios manifiesto") llama­do Epímones ("el loco") por sus adversarios y enemigos.

Al subrayar que el rey recupera de ma­nera inmediata su poderío cuando reconoce el poder de Dios, el autor del relato está en­señando a sus lectores que los reinos hu­manos dependen de Dios y que los reyes en vez de ensoberbecerse deben reconocer la so­beranía divina. De ello depende su salud, su poder, su crecimiento.

Concluye el episodio (Dn 4,34) con el re­conocimiento por parte de Nabucodonosor tanto del pecado de orgullo como, una vez más, del poder de Dios. Y aunque es rey, ahora al final del documento, se comporta más bien como un fiel creyente educado en la escuela deuteronomista. Culmina así todo un proceso de revelación en que Nabucodo­nosor reconoce la soberanía del Dios de los judíos e incluso actúa como emisario suyo.

La enseñanza de todo este episodio es cla­ra: Dios humilla al soberbio (Dn 4,34) y exal­ta al humilde (véase Dn 4,14). Lo que Dios ha hecho con Nabucodonosor no tenía más objeto que provocar la humillación del rey para hacerle reconocer que el Altísimo es el dueño de los reinos humanos y concede su poder a quien quiere.

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DANIEL 5

LA CENA DE BALTASAR (5,1-6,1)

Este relato del capítulo 5 abre una nueva perspectiva en el libro de Daniel. El rey que gobierna el imperio babilonio ya no es Na-bucodonosor sino Baltasar, Daniel manifiesta nuevamente su capacidad como intérprete, aunque ahora no interpreta un sueño sino una inscripción enigmática escrita sobre el muro del palacio real. Aparece, además, en escena un nuevo personaje de la corte im­perial: la reina.

Toda esta nueva perspectiva gira en torno a la última noche de un imperio, preparada ya en la introducción del libro (véase Dn 1,2). La falta de datación al comienzo del capítu­lo nos lleva a pensar que este episodio tiene como trasfondo el tiempo del rey Antíoco IV Epífanes, que profanó el templo de Jerusalén en el año 169 a. C. confiscando el tesoro del templo para pagar el déficit de su adminis­tración, los gastos de sus campañas milita­res de conquista y los impuestos de guerra, añadiendo a este pecado el sacrilegio de mez­clar el culto del Dios altísimo con el culto de sus dioses.

Según los datos históricos el rey Naboni-do fue el último soberano del imperio babi­lonio. Dejó el gobierno de Babilonia en ma­nos de su hijo Baltasar y se retiró a Teman, en el Norte de Arabia, por varios años. Se­gún los historiadores Herodoto [Historia I, 188.191) y Jenofonte (CtropediaVíl, 5, 11-31) la víspera de la caída del reino babilonio en poder de los persas el rey Nabonido ofre­ció un gran banquete. Todo este episodio del libro de Daniel puede considerarse un co­mentario al oráculo de Jeremías contra Ba­bilonia (véase J r 51,56-68).

5,1-6 El banquete. Al gran banquete or­ganizado por el rey (véase en Est 1,5-8 una descripción de este tipo de banquete real) han sido invitados mil dignatarios del reino; este número de convidados hay que enten­derlo como referencia a una idea de plenitud. El relato destaca el papel del vino en el com­portamiento de Baltasar: en la fiesta lo be­be delante de todos los dignatarios invitados,

bajo su influjo hace traer los vasos sagrados del templo de Jerusalén y luego bebe en ellos, junto con sus invitados, alabando a los dioses paganos (sobre el uso y los efectos del vino véase Prov 20,1; 23,20-21.29-35; Eclo 34,25-31). Destaca el relato que por orden del rey se traen los vasos sagrados, que son profanados y puestos al servicio de los ído­los, y que con este gesto se consuma el des­precio del Dios altísimo.

El relato insiste reiteradamente en la re­lación padre-hijo entre Nabucodonosor y Bal­tasar, en el transporte de los utensilios del templo por parte de Nabucodonosor y en el uso sacrilego que hace de ellos "su hijo". Se trata de un artificio literario: Baltasar nunca fue rey, sino sólo gobernador de Babilonia en ausencia de su padre Nabonido y éste fue el cuarto sucesor de Nabucodonosor II al fren­te del imperio neobabilonio, después de Amel Marduk, Neriglisar y Labashi Marduk. Qui­zás detrás de esta insistencia en la relación entre padre e hijo y en el tema de los objetos sagrados el libro de Daniel haga una refe­rencia implícita a la relación entre Antíoco III, el rey seléucida que había saqueado el san­tuario del dios Bel en Elam y fue linchado por la población en el año 187 a. C. y Antíoco IV Epífanes, que saqueó el templo de Jerusalén en el 169 a. C.

La orgullosa conducta del rey, transfor­mada en ofensa del Altísimo, exige la res­puesta inmediata de Dios. La iniquidad co­metida suscita la intervención divina. Como en el capítulo cuarto con Nabucodonosor, la respuesta divina a la soberbia del rey no se hace esperar: en ese mismo momento, mien­tras el rey Baltasar festeja y usa sacrilega­mente los vasos sagrados, ve como se de­creta el fin de su fiesta, anticipo del fin de su imperio.

La aparición de la mano que escribe en la pared presagia un acontecimiento funesto. Esto es inmediatamente percibido por el rey que queda profundamente turbado. La ins­cripción es realizada frente al candelabro: po­dría tratarse simplemente del candelabro que iluminaba el salón, aunque también po­dría tratarse de una referencia al candelabro del templo judío hecho transportar por Na-

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bucodonosor a Babilonia (véase 2 Cr 36,17-18). El que la inscripción sea hecha en pú­blico y a plena luz, de manera que el rey no pueda menos de verla, encaja bien con el he­cho de que en el libro de Daniel es siempre el poderoso de turno quien recibe los men­sajes de Dios. Y que el acontecimiento sea percibido por el rey como algo verdadera­mente importante, lo pone de manifiesto la inmediata y angustiosa reacción del sobe­rano (Dn 5,7).

5,7-16 Consulta del rey. Dn 5,8-9: Los personajes convocados por el rey son los adi­vinos, los astrólogos y los magos. El autor del relato vuelve a destacar la importancia de la interpretación de la inscripción por los ho­nores que ofrece el rey a quien lea e inter­prete el escrito. El honor que ofrece es el ter­cer puesto en el gobierno del reino y la dig­nidad real significada por las vestiduras de púrpura y el collar de oro. El paralelo con los honores conferidos por el faraón de Egipto al patriarca José es evidente (véase Gn 41,42).

Así como Nabucodonosor se encontró an­te la incapacidad de los magos y adivinos pa­ra referirle e interpretar su sueño de la es­tatua, que significaba la sucesión de los im­perios y el sentido último de la historia, así ahora Baltasar se encuentra ante la inca­pacidad de sus sabios para leer el escrito e interpretarlo, esto es, con la incapacidad pa­ra dar a conocer al rey el futuro inmediato del soberano y del reino. La imposibilidad para leer e interpretar el escrito produce per­plejidad y confusión en el rey y en los dig­natarios de su imperio. Nuevamente apare­ce la imposibilidad humana para compren­der los designios divinos.

Dn 5,10-16: De manera imprevista apa­rece en escena un nuevo personaje: la reina se presenta ante el rey. Probablemente par­ticipaba de la fiesta en otro salón del palacio real junto con las mujeres y concubinas de los dignatarios del reino (véase Est 1,9-12).

El nuevo rey, Baltasar, no conoce a Daniel (como en el relato de Ex 1,8 sobre José); en cambio, sí lo conoce la reina que recuerda el papel desempeñado por Daniel en tiempo de

Nabucodonosor. Muchos comentaristas pien­san que se trata de la reina, madre de Bal­tasar, presentada por el libro de Daniel como testigo que recuerda cuanto había sucedido en tiempos del rey Nabucodonosor.

El papel de la reina consiste en señalar que Daniel es un hombre inspirado por fuer­zas divinas, en el que alienta un espíritu su­perior; con ello el autor del libro la está ha­ciendo decir implícitamente que la sabiduría judía está por encima de la sabiduría babi­lonia.

A la intervención de la reina sigue la pre­sentación personal de Daniel ante el rey quien reitera al joven judío el ofrecimiento de con­cederle honores reales si es capaz de desci­frar la inscripción y darle un significado.

5,17-6,1 Interpretación de Daniel. Dn 5,17-24: De nuevo se retrasa la interpreta­ción de la inscripción (véase un primer re­traso en Dn 5,13-16) mediante tres gestos realizados por Daniel:

- rechaza los honores ofrecidos por el rey. Este rechazo, dado que al final del relato acep­ta los regalos, debe entenderse como la ex­presión de la libertad del profeta que no con­diciona la interpretación que debe dar a los premios que se le ofrecen.

- afirma que leerá y dará una interpreta­ción al rey. Con esto señala que es capaz de leer e interpretar la inscripción y que debe hacerlo, no como una concesión al rey sino porque lo exige la palabra que ha salido del designio del Altísimo (véase Am 3,1-9).

- compara las actitudes del rey actual con las del rey Nabucodonosor: Tu padre, cuya so­berbia hizo que se degradase en bestia (véase Dn 4,27-30), terminó reconociendo a Dios. Pe­ro tú no has humillado tu corazón, te has le­vantado contra el Señor del cielo, has adora­do dioses de metal y no has glorificado al Dios que tiene en su mano tu vida y tus caminos.

Nabucodonosor en persona había reco­nocido el poder del Altísimo sobre los reinos de los hombres, constituyéndose él mismo en signo y heraldo de la soberanía de Dios ante todos los hombres (véase Dn 4,33-34). Este signo debía ser percibido también por "su hijo" Baltasar. Pero no ha sido así. Por

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más que la historia enseñe que ningún dic­tador o emperador vive para siempre, los po­derosos no aprenden la lección; la lógica del poder los lleva a la soberbia y a la necedad.

Daniel acusa al rey Baltasar por tres ac­titudes: orgullo, sacrilegio e idolatría. El sa­crilegio es un pecado añadido por Baltasar a los de su padre: usando sacrilegamente los vasos consagrados al culto de Dios se ha al­zado contra el Altísimo en persona; por eso Dios envió la mano que escribió estas pala­bras, dice Daniel al final de la larga intro­ducción que hace a la lectura e interpreta­ción de la inscripción.

Dn 5,25-28: La inscripción se compone de cuatro palabras en el texto original semita de las cuales la primera está repetida por lo que la interpretación de Daniel se concentra en las tres que son distintas. Son palabras de origen incierto y de significación confusa. Sin embargo, la significación que Daniel les da es tajante y no admite dudas. Las interpre­ta como formas verbales: Mene = contado; te-quel = pesado; peres = dividido.

En cuanto a los comentaristas del libro de Daniel avanzan distintas conjeturas sobre el significado de las palabras que componen la inscripción. Son palabras de origen arameo, que podrían indicar medidas de peso, mo­nedas, o formar incluso un juego de palabras o acertijo conocido en época del libro de Da­niel. Probablemente la última palabra: peres (o parsin), haga referencia a los persas que conquistaron el reino neobabilonio. También a través de la referencia a la escritura hecha por dedos de mano humana el libro de Daniel probablemente quiere indicar que el final del reino de Baltasar, decidido por Dios, acon­tecerá por la intervención de un poder hu­mano: la conquista del reino babilonio por parte del creciente poderío del imperio persa.

¿A qué situación del libro de Daniel se re­fieren las palabras de la inscripción y la in­terpretación? ¿En qué momento recibió es­te relato del libro de Daniel su forma defini­tiva? Es imposible saberlo con precisión. Se pueden presentar dos posibilidades:

La primera, atiende más a la índole pare-nética del capítulo y relaciona este pasaje del

libro de Daniel con la sucesión al trono se-léucida entre Seleuco IV y Antíoco IV Epífa-nes en el año 175 a. C. Con este relato el li­bro de Daniel pretendería advertir al nuevo soberano sobre las graves e inevitables con­secuencias de alzarse orgullosamente con­tra el Dios altísimo: de hecho su antecesor Seleuco IV, que había ordenado la confis­cación del tesoro del templo de Jerusalén y que no pudo llevarla a cabo, murió asesi­nado por su jefe de finanzas, Heliodoro, en el año 176 a. C.

La segunda posibilidad de datación de la redacción final del capítulo atiende más al ca­rácter sacrilego del gesto soberbio del rey y al modo imprevisto y definitivo de la interven­ción divina en el relato, es decir a sus ca­racterísticas apocalípticas: Antíoco IV no só­lo repitió la historia de "sus padres" cuando confiscó el tesoro del templo de Jerusalén en el año 169 a. C. y profanó el nombre de Dios con el uso indebido de los vasos del tesoro del templo (véase 1 Mac 1,20-24); además Antío­co IV consumó la abominación de la desola­ción cometiendo el sacrilegio de introducir el culto de los dioses en el templo sagrado de Jerusalén (véase Dn 11,31; 1 Mac 1,54.59; 2 Mac 6,1-7). Con esta perspectiva el relato del libro de Daniel anuncia que el final del imperio del rey sacrilego está escrito, decidi­do y es difinitivo.

Dn 5,29-6,1: El último acto del gobierno de Baltasar es el reconocimiento de la sabi­duría y la capacidad de Daniel. Pero el rey Baltasar no reconoce al Dios de Daniel como lo hizo su padre. El redactor del libro anun­cia el cumplimiento irreversible del escrito: aquella misma noche Baltasar jue asesinado, afirmando con esto la autenticidad de la in­terpretación dada por Daniel, que anunció el fin inminente de un imperio cuyo dominio pretendía ser perpetuo.

Para Daniel la fiesta del rey Baltasar es el banquete del hombre necio, contrapuesto al banquete de la sabiduría (véase Prov 9, lss). El vino de la embriaguez del rey, bebido en los vasos del templo de Dios, se ha conver­tido en el vino del juicio definitivo de Dios so­bre la vida del rey y el destino de su reino.

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Daniel hace coincidir la exaltación sacrilega del rey babilonio Baltasar con su muerte.

Como en los capítulos anteriores, el libro de Daniel enseña que Dios actúa en la historia, da a conocer su designio a través de un judío desterrado y su poder a través de los aconte­cimientos políticos, pone límites al poder de los hombres, otorga el dominio sobre los rei­nos y lo quita, humilla y castiga al soberbio y enaltece al hombre humilde. Esto queda cla­ramente ejemplificado en la muerte del rey Baltasar y en la exaltación de Daniel.

El primer versículo del capítulo 6 puede considerarse como conclusión del episodio anterior e inicio del siguiente; en todo caso contiene u n dato que no se compagina con la historia conocida ya que el imperio babilonio cayó en manos de Ciro, rey de los persas, en el año 539 a. C. y no de Darío el medo, de cu­ya existencia nada se sabe. En Dn 6,29 otra vez el autor parece considerar a Darío como predecesor de Ciro. El problema es insoluole con los datos que poseemos. No obstante, ca­bría decir en primer lugar que el libro de Da­niel considera frecuentemente los reinos me­do y persa como una única potencia domi­nadora (véase Dn 5,28; 8,20); y en segundo lugar, tal vez con esta referencia a la caída de Babilonia en poder de los medos, el autor del libro de Daniel pretenda aludir al cumpli­miento de las profecías que así lo indicaban {véase Is 13,1-22; 21,1-9; J r 51,11-12.28-30).

CONJURA CONTRA DANIEL (6,2-29)

El libro de Daniel concluye la sección de los relatos hagádicos presentando a su per­sonaje como un hombre excepcional, de es­píritu superior, intachable en su adminis­tración del imperio persa e inquebrantable en su fe. El relato de la prueba a la cual se ve so­metido Daniel es la última historia edifican­te que confirma la fidelidad de nuestro pro­tagonista a la fe judía, antes de ser él mismo el receptor de las revelaciones divinas de la segunda parte del libro.

En la literatura del cercano oriente anti­guo se conoce el relato sobre un personaje de

nombre Ajicar, escriba y ministro de la cor­te de Senaquerib que fue calumniado, arro­jado a un foso y luego nuevamente agracia­do. Tenía capacidad de descifrar enigmas. El texto original se encuentra en arameo, con­tiene proverbios y máximas, fue refundido y editado por un judío. Es probable además que este episodio de la vida de Daniel tenga como trasfondo temático el mito del des­censo a los infiernos.

El autor de Daniel trata en este capítulo el tema de la persecución contra el judío ob­servante, tomando como ocasión de ella la contraposición entre la ley de los medos y los persas y la ley del Dios de los judíos. A tra­vés de esta oposición entre ambas legisla­ciones se enfrentan dos religiones, el culto del emperador y el culto del Dios vivo.

La problemática de la persecución religio­sa que en última instancia oculta la preten­sión hegemónica del poder, bien podría am­bientarse bajo la dominación de Antíoco IV Epífanes (véase 1 Mac l,41ss; 2 Mac 6-7). La exclusión del culto judío como consecuencia de la monolatría exigida por el poder imperial se dio en la historia judía durante la domi­nación de este rey seléucida, hecho que po­líticamente incentivó la revuelta nacionalis­ta judía de los Macabeos y religiosamente dio origen a una larga lista de mártires.

La semejanza entre este capítulo 6 y el ca­pítulo 3 parece evidente: En ambos casos la intervención de Dios salva a sus ñeles de una muerte segura, muerte en la que son preci­pitados sus perseguidores. Ambos relatos ter­minan con el reconocimiento del verdadero Dios por parte del rey pagano.

Hay, sin embargo, dos diferencias funda­mentales: en el relato del capítulo 3 la ini­ciativa de la adoración de la estatua parte del rey, se trata de la idolatría del propio poder; en el episodio del capítulo 6 la iniciativa de la divinización del emperador parte del entorno del poder, de los intereses de los propios sub­ditos. La segunda diferencia consiste en que en el capítulo 3 la orden pública de adorar el ídolo no excluía la adoración de otros dioses y por tanto no excluía la religión judía; se tra­taba de aceptar el culto imperial admitiendo un cierto sincretismo religioso; en cambio en

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el capítulo 6 la pretensión del culto del em­perador es excluyente y se dirige a eliminar al judío observante.

6,2-10 Asechanzas contra Daniel. Este pasaje del capítulo 6 se conecta con el capí­tulo anterior por la referencia a la estructura política del imperio medo. Ya el imperio asi-rio había dividido los territorios conquistados en ciento dieciocho regiones adrninistrativas, que fueron conservadas durante la domina­ción neobabilonia y los comienzos del impe­rio persa. Fue Darío I (522-485 a. C.) hijo de Histaspes, segundo sucesor de Ciro, quien or­ganizó el imperio persa en satrapías (véase Est 1,1; 8,9; Esd 7,4; Herodoto, Historia III, 89). Se sabe de la presencia de funcionarios de origen judío que ejercieron cargos de res­ponsabilidad en la administración del impe­rio persa, por ejemplo el caso de Nehemías.

Con las determinaciones tomadas respec­to a la nueva organización del gobierno de su imperio -poner a Daniel al frente de todo el rei­no dividido en ciento veinte satrapías-, el mismo rey desencadenará sin saberlo el con­flicto contra su joven subdito. Un conflicto parecido al que desencadenó Nabucodonosor en el capítulo 1 cuando ordenó que unos jó­venes judíos entraran al servicio de su cor­te y en el capítulo 3 al decretar la adoración de la estatua por parte de los funcionarios imperiales. Ambos capítulos terminaron con el reconocimiento de la capacidad de los jó­venes funcionarios judíos y del poder de su Dios. ¿Cómo terminará este nuevo episodio de la vida de los desterrados?

El autor del libro sitúa la confabulación contra Daniel, el joven judío observante de sus tradiciones religiosas y a la vez alto fun­cionario real, en el marco de las intrigas de palacio, quizás en la lucha interna entre los servidores reales por la hegemonía del poder. Hay quien considera este complot como un intento de centralización del poder contra el ministro de origen extranjero que tendería a una organización de tipo federalista del go­bierno monárquico.

Los conspiradores no pudieron encontrar nada de que acusar a Daniel, ni siquiera de negligencia en el cumplimiento de la misión

que le fue encomendada por el rey; deben consecuentemente crear una situación en la cual puedan acusarlo. El plan que se propo­nen los enemigos de Daniel es obligarlo a de­sobedecer al rey utilizando un motivo reli­gioso; con ello los sátrapas persas denotan conocer las prescripciones del monoteísmo judío contenidas en la ley mosaica. Los cons­piradores proceden con evidente agresividad (actúan casi como un grupo de presión fren­te al poder real) y lo hacen con total seguri­dad sabiendo que Daniel no abandonará en ningún caso la ley judía. Presentan al rey un decreto redactado ya en todos su detalles; el rey no tiene más opción que aprobarlo. El decreto en cuestión proclama la exclusividad del culto del emperador y presenta algunos rasgos a destacar:

- se fundamenta en una gran mentira. En realidad la divinización del emperador obe­dece sólo a los intereses de un grupo de po­derosos que lo rodean.

- es un decreto que prohibe todo culto aje­no al culto del emperador y no deja margen de acción. La referencia a una plegaria diri­gida a hombres es extraña y su interpreta­ción harto difícil.

- exige una aceptación universal y su ob­jeto es la oración. Se trata en consecuencia de u n decreto de máxima universalidad que se refiere a la esfera personal y pretende afectar al ámbito de la conciencia indicando incluso a quién se debe rezar y a quién no. Ningún subdito puede reconocer otro poder, humano o divino, fuera del poder imperial. Se trata, aparentemente, de una medida de fuerza que intenta afirmar el poder absolu­to del soberano.

- debía tener vigencia sólo por treinta días. Es probable que los conspiradores hiciesen esta salvedad convencidos de que ese espa­cio de tiempo era suficiente para echar ma­no a Daniel. Pero también cabe pensar que, al no tener demasiado sentido este decreto tanto para los instigadores como para el pro­pio rey, los conspiradores soliciten su vigen­cia sólo durante unos pocos días.

- el reo de incumplimiento del decreto se­ría castigado con la muerte, siendo arrojado al foso de los leones. Con frecuencia en el AT

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los leones representan el poder del rey o de los príncipes y el foso de los leones repre­senta el sheol, el lugar de los muertos (véa­se Ez 19,2-9; 1 Re 13,23-28; Sal 91,13). En el presente relato, el autor del libro llama la atención con frecuencia sobre la avidez con que se abalanzan los poderosos sobre el ino­cente Daniel.

- en conformidad con la ley de los medos y los persas el decreto era inalterable e irre­vocable, aunque fuese injusto y con él se per­judicase a un inocente y al mismo rey que lo promulgaba (véase Est 1,19; 8,18).

Así como era extraña la ausencia de Da­niel en el capítulo 3, cuando fueron someti­dos a la prueba sus compañeros, los tres jó­venes funcionarios judíos, así es de extrañar que ahora éstos no vengan mencionados en este episodio de la confabulación contra Da­niel, episodio que determinó una nueva per­secución contra el judaismo. Es claro que la persecución religiosa en este capítulo se di­rige sólo contra Daniel.

6,11-19 Daniel en el foso de los leones. Al decreto nacido de la iniquidad Daniel opo­ne la dedicación a la plegaria. Daniel no es un rebelde sin causa; como sus enemigos, también él procede con determinación y se­guridad. Sabe que le han tendido una tram­pa, pero lo mismo que tiene conciencia de haber sido fiel sirviendo al imperio, está de­cidido a ser ñel a las prácticas de su religión, como ha hecho siempre. Con ello Daniel en­seña que se puede servir al rey extranjero, pero subordinando siempre este servicio al de Dios.

A diferencia de sus enemigos, Daniel no cae en la tentación de utilizar la religión en interés propio; para él la religión es la expe­riencia suprema de lo que une al Dios vivo, lo único absoluto, y por lo tanto no puede so­meterla a otras motivaciones, intereses o va­lores, ni siquiera a la conservación de la pro­pia vida.

Los confabulados contra Daniel lo sor­prenden invocando a su Dios e inmediata­mente exigen al rey que se cumpla el decre­to real. A pesar de su voluntad de salvarlo, el rey, presionado por los que han promovi­

do su divinización y lo han sometido a su propia ley, no tiene más remedio que hacer ejecutar a su fiel servidor.

La ironía del episodio es evidente: se tra­ta no sólo de proclamar la divinización del emperador sino de querer imponerla por de­creto. El rey, al pretender someter la con­ciencia de sus subditos al propio poder, se vuelve esclavo de este poder. El que, según el decreto promulgado, aparece como "úni­co dios de medos y persas" se encuentra ahora obligado a cumplir contra su voluntad una ley que él mismo ha dado para todos los hombres y se revela impotente para salvar del atropello de sus enemigos al mejor sub­dito que tiene. El rey, que divinizado por su entorno ha pretendido excluir a todos los otros dioses del culto, es manipulado por sus propios adoradores como un ídolo.

Increíblemente es el propio rey quien es­pera y desea que la salvación de Daniel sea operada por el Dios a quién Daniel sirve con tanta fidelidad. Con esta afirmación el rey proclama que Daniel con su trabajo en favor de la administración del imperio y su fideli­dad a la propia religión sirve a su Dios. La muerte de Daniel parece segura, pero a tra­vés de la esperanza manifestada por el rey queda en claro que en la vida de Daniel se juega la autenticidad de su Dios; en el foso de los leones se verá si la religión de Daniel es auténtica, si su Dios es capaz de salvar de la muerte, o si esta religión es inútil. La vi­da de Daniel es el triunfo de Dios. La gloria de Dios es el hombre vivo.

El decreto es ejecutado y la suerte del ser­vidor fiel de Dios está sellada, como la pie­dra puesta a la boca del foso de los leones donde fue arrojado. Pero como en realidad Daniel ha sido arrojado al foso de los leones en contra de la voluntad del rey, éste mani­fiesta su disgusto negándose a comer y a re­cibir concubinas (la traducción de este últi­mo término es conjetural; el arameo parece hablar de "alimentos", pero esto supondría una repetición); la negativa a tomar alimen­tos puede evocar un cierto paralelismo entre el rey que renuncia a comer y los leones que no van a devorar la presa que les ha sido arrojada.

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6,20-29 Daniel sale ileso del foso. Dn 6,20-25: Con la actitud del rey reseñada en el párrafo anterior el autor del relato prepa­ra el desenlace del episodio que no es otro si­no el cambio de suerte en relación con Da­niel y el reconocimiento final por parte del rey de la religión judía. El cambio de suerte o cambio repentino de un destino negativo en uno positivo es un tema frecuente de la li­teratura judía del período exüico-postexílico (véase Sal 30; 37; 57; 126; Is 25; Ez 36-37; E s t y J d t ) .

Milagrosamente los leones no han obede­cido a la ley de su instinto, han obedecido al designio salvador del Dios de Daniel y han sido sometidos al poder del Dios de los ju­díos, que envió su ángel y les cerró la boca. Los leones, como el rey, han ayunado y ni si­quiera lastimaron la carne de Daniel (véase Dn 3,27; 14,41). Los leones, como Daniel, también han desobedecido el decreto real y han obedecido sólo a Dios.

Ante el evidente prodigio del que es pro­tagonista Daniel, el rey hace arrojar al foso de los leones a los servidores inicuos junto con todas sus familias. También para los enemigos de Daniel llegó la hora del cambio de suerte. Darío en la práctica aplica la ley del talión, doctrina muy difundida en la le­gislación del cercano oriente antiguo, que se encuentra además formulada en la ley judía (véase Dt 19,16-21). La ejecución de los cul­pables junto con sus familias era un casti­go aplicado en ocasiones por los reyes del antiguo oriente; este castigo tenía lugar so­bre todo para con los que habían atentado contra el poder real o la seguridad del impe­rio (véase Dn 14,21; 2 Re 25,6-7; Herodoto, Historia, III, 11).

Dn 6,26-29: El nuevo decreto de Darío surge espontáneamente del rey. Se funda­menta en la intervención salvífica del Dios de Daniel, reconoce el poder de este Dios y es­tablece la religión judía como culto admiti­do oficialmente en el imperio.

Este decreto de Darío presenta semejan­zas con el decreto del capítulo 3 y la carta del capítulo 4 dados por Nabucodonosor. El sa­ludo inicial del decreto de Darío es semejante

al de Nabucodonosor en Dn 3,31. El temor, expresión que designa la actitud religiosa fundamental del hombre ante Dios en el AT, aparece por primera vez en el capítulo. Así como Nabucodonosor en el capítulo 3 reco­nocía el valor de los tres jóvenes que no te­mieron desobedecer la orden del rey, así tam­bién Darío reconoce ahora, después del tes­timonio valiente de Daniel, al verdadero Dios a quien hay que temer. Pero en este decreto de Darío se da un progreso con respecto al de Nabucodonosor. El rey de Babilonia había re­conocido el poder salvífico del Dios de los jó­venes judíos y ordenado que no se denigra­se su culto; se trataba en consecuencia de un decreto prohibitivo. El decreto de Darío, en cambio, es positivo: admite el culto del Dios de Daniel en todo el ámbito de su imperio, porque ha reconocido la intervención del po­der salvador de ese Dios.

El reconocimiento del Dios de Daniel por parte de Darío constituye una confesión de fe en el único Dios. Reviste esta confesión de fe la forma de un breve himno en el cual se afirma que el Dios de Daniel es el Dios vivo que vive para siempre, su reino es un reino que no será destruido y su imperio no tendrá fin. Estas expresiones puestas en boca del rey sólo pueden entenderse como anuncio y reconocimiento del advenimiento del reino mesiánico (véase Dn 2,44; 3,33; 4,31; 7,14). El himno repite temas muy queridos para la teología deuteronomista: Dios es quien libra y salva, realiza signos y prodigios. Final­mente el decreto de Darío proclama que al li­berar de la muerte a su siervo, el Dios de Da­niel se ha revelado como el Dios que vive pa­ra siempre, dador de vida y vencedor de la muerte. El libro de Daniel proclama ya así, aunque en este pasaje de manera indirecta, su esperanza en la resurrección de entre los muertos. En efecto, el relato de la liberación de Daniel de la fosa de los leones constitu­ye un anuncio implícito de resurrección al constatar que Dios ha hecho triunfar la vi­da sobre la muerte.

El presente episodio, y con él la primera parte del libro de Daniel, termina con la afir­mación de la prosperidad continuada de Da­niel. Con Ciro se llevará a cabo el proyecto de

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Darío. Después de la persecución retorna la tranquilidad y la prosperidad es mayor.

A lo largo de los capítulos 1 al 6 el libro de Daniel enseña que Dios se ha manifestado a través de las vicisitudes por las que hubieron de pasar algunos judíos desterrados que co­laboraron en las cortes neobabilonia y medo-persa. Precisamente a través de esas vicisi­tudes se dio a conocer, con sabiduría y poder, a los reyes y poderosos de turno. La teología martirial del libro es clara: los judíos, dis­persos en medio de las naciones y sufriendo las intrigas que se dan en los acontecimien­tos humanos, deben testimoniar sin ningu­na duda su propia fe, esperando el adveni­miento del reino de Dios.

A través de esta primera sección del libro, el Dios de Daniel se ha revelado Señor de la historia: la conoce y la dirige, ha acompa­ñado y salvado a sus fieles y se ha manifes­tado a los paganos con poder y sabiduría. El Dios de Daniel humilla al soberbio y enalte­ce al humilde, se manifiesta presente y ope­rante donde y cuando menos se lo espera: en los sueños que turban a los poderosos, en el horno ardiente como rocío refrescante, en un escrito sobre un muro de palacio, en una fo­sa de leones. Las fuerzas del mal pueden re­tardar el cumplimiento del proyecto de Dios, pero no pueden evitar su realización.

II LAS VISIONES DE DANIEL

(7,1-12,13)

Un sueño del protagonista del libro inicia la sección apocalíptica del libro de Daniel que se extiende hasta el capítulo 12 inclu­sive. Comprende esta sección apocalíptica un sueño-visión en el que aparecen cuatro bestias y se concluye con el advenimiento del reino de Dios (Dn 7), una visión de la pelea entre u n carnero y u n macho cabrío (Dn 8), un mensaje celeste en el que un ángel ex­plica a Daniel la profecía de las setenta se­manas de Jeremías (Dn 9), y una revelación final centrada en la visión de un hombre ves­tido de lino (Dn 10-12).

Daniel ve y hace ver la historia como teo-fanía, es decir como manifestación podero­sa de Dios. No reduce la historia, en una vi­sión miope de los acontecimientos políticos y de la misma religión, a una dimensión in-tramundana. Los capítulos 7-12 son clara­mente apocalípticos, constituyen la última forma literaria de la profecía y la sabiduría judías y pretenden revelar el sentido de la historia y su destino definitivo.

Si Daniel quiere anunciar que Dios inter­viene e intervendrá en la historia ¿por qué re­curre a sueños y visiones y no a oráculos pro-féticos? Con sus oráculos los profetas pre­tendían iluminar, desde Dios, un momento histórico preciso, desbloquear una determi­nada situación. Estos mensajes de Dios a su pueblo eran ordinariamente breves, directos y entendióles a primera vista; se dirigen a evi­tar un error, rechazar una práctica, condenar un abuso, a orientar en la toma de una de­cisión. Si se trataba de anunciar el juicio de­finitivo de Dios sobre su pueblo y las nacio­nes ¿no hubiese bastado al autor del libro de Daniel retomar los oráculos que se refieren al día del Señof? Si pretendía proclamar el cas­tigo de los opresores ¿no le bastaba retomar los oráculos contra las naciones? Si quiere anunciar la definitiva intervención divina en favor de su pueblo ¿no hubiese logrado su objetivo simplemente recordando a su pueblo los oráculos mesiánicos?

Los mismos libros bíblicos ofrecen datos importantes que ayudan a comprender el ámbito histórico en que debió moverse el autor real de este concreto libro y que ex­plican su opción por esta revelación en sue­ños. Poco antes de la catástrofe del destierro el profetismo se encontraba desacreditado, los profetas se contradecían en sus anuncios respecto del futuro del pueblo. También en el período exüico y postexílico es frecuente en las Escrituras la mención de la falta de pro­fetas; todo esto indica que el profetismo, en su forma tradicional de profecía oracular se hallaba desacreditado, agotado y práctica­mente extinguido (véase Dn 3,38; Lam 2,9; Ez 7,25-26; Miq 3,6; Sal 74,9; 77,9). Otra ra­zón atendible es que en tiempos de perse­cución, como el que le tocó vivir al redactor

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final de Daniel, la protesta y el "hablar cla­ro" no siempre es posible ni eficaz para lo­grar un cambio de la situación y muchas ve­ces constituye una temeridad que esconde una presunción.

Pero ¿por qué el libro de Daniel recurre a sueños como medio de revelación? Eviden­temente los sueños y su interpretación exi­gen un mayor y evidente esfuerzo personal de interiorización por parte del que acepta su mensaje e intenta interpretarlo. A través de los sueños de Daniel, el judío desterrado, el autor del libro refleja los deseos y esperan­zas de su pueblo, partiendo de la dura rea­lidad de la opresión. El libro de Daniel reto­ma simbólicamente la historia de opresión del pueblo israelita y a través de los sueños de uno de sus hijos le hace profundizar en esta nueva experiencia de sufrimiento y opre­sión que vive por su fidelidad a la fe y le ha­ce descubrir la presencia de Dios precisa­mente en medio de esa situación de sufri­miento y opresión.

PRIMERA VISION (7,1-28)

Dentro de la serie de visiones, esta pri­mera de Dn 7 presenta varias semejanzas y diferencias con Dn 2 y 4. En Dn 2 y 4 es el rey quien sueña y se angustia mientras Da­niel es el intérprete. En el capítulo 7 es Da­niel quien sueña y se siente turbado, se le estrecha el corazón y necesita le sea revela­da la significación de las cuatro bestias, la intervención del anciano y la venida del hi­jo del hombre a quien se le confiere el poder y el reino del Altísimo. La interpretación que le viene dada forma parte del mismo sueño.

Es importante destacar que en este capí­tulo 7 el libro de Daniel no dice que el sue­ño del judío desterrado constituya una re­velación, pero las semejanzas que establece con el capítulo 2, donde claramente habla de la revelación concedida a Daniel para que pudiera conocer e interpretar el sueño que preocupaba al rey, hacen que este capítulo retome dicha perspectiva.

La revelación sobre los reinos humanos y

el advenimiento del reino del Altísimo, como en el capítulo 2, se da en u n sueño, en una visión nocturna. Pero a diferencia del capí­tulo 2, el que ahora sueña no es el rey Na-bucodonosor, poderoso dominador de bes­tias y pueblos, sino Daniel, el judío deste­rrado. Daniel cuenta en primera persona el sueño que tuvo, como lo había hecho antes el rey Nabucodonosor. En vez de la enorme estatua del sueño de Nabucodonosor, cons­truida con cuatro materiales diversos, Daniel sueña con cuatro bestias enormes, diferen­tes entre sí, que representan otros tantos reinos. En vez de la piedra del sueño del rey, que se desprende y destruye la estatua dan­do origen a una montaña enorme, el judío desterrado sueña con la intervención de Dios que hace justicia y establece su reino confi­riendo el poder y el reino eterno a un hijo de hombre que viene del cielo.

En este capítulo y en los siguientes el autor del libro de Daniel entronca con la li­teratura apocalíptica judía, en especial con el libro de Henoc. Este libro, cuya compilación actual se realizó posiblemente hacia el año 64 a. C , presenta algunas partes que podrían ser contemporáneas o anteriores al libro de Daniel: la sección del Apocalipsis de las se­manas (aproximadamente del 170 a. C.) que está escrita en arameo y hebreo; la sección de la Caída de los Angeles y la Asunción de He­noc (de aproximadamente el 167 a. C); la sección del Apocalipsis de Noé (inserto en la Asunción de Henoc) que parece pertenecer a una época todavía anterior; y la sección del Libro de los sueños (antes del 161 a. C). Con posterioridad a la aparición del libro de Da­niel la literatura apocalíptica judía continuó floreciendo, pero su origen y su núcleo inicial parecen estar vinculados al período de la do­minación seléucida y la persecución de An-tioco IV Epífanes. De toda esta abundante li­teratura sólo Daniel entró a formar parte del canon de las Escrituras.

7,1-8 Las cuatro fieras. Da comienzo el capítulo en tercera persona refiriendo que Daniel tuvo un sueño que puso por escrito. El autor del libro indica claramente el co­mienzo y el final del relato del sueño de su

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personaje (Dn 7,1.28). Luego traspasa a Da­niel el papel de contar en primera persona el sueño que tuvo y la impresión que tal sue­ño le produjo (Dn 7,2.28).

El sueño de Daniel, más que en aparicio­nes sensitivas, se centra en visiones que lla­maríamos "psicológicas". Estas visiones que perturbaron y continuaron influyendo ínti­mamente en Daniel, después que hubo des­pertado, giran en torno a dos momentos: el caos y las cuatro bestias por una parte y el juicio del anciano que traspasa su poder eterno al hijo del hombre, por otra.

En el conjunto de las imágenes contem­pladas por Daniel en la primera parte de la visión, resalta la falta de una palabra que las explique y les dé un sentido. Este silencio contrasta con las palabras insolentes que profiere el pequeño cuerno (Dn 7,8).

La visión de Daniel es cósmica y terio-mórfica: los cuatro vientos del cielo agitan violentamente el mar haciendo que surjan cuatro bestias que habitaban en su interior.

La primera bestia, como un león con alas de águila, correspondería al imperio neoba-bilonio. Hay, pues, una correspondencia con la cabeza de oro de la estatua del sueño de Nabucodonosor en el capítulo 2. En cambio, hay una contraposición con respecto al re­lato del capítulo 4: allí el orgulloso rey Na­bucodonosor fue expulsado de entre los hom­bres para vivir con las bestias (Dn 4,29); aquí el monstruo que surge del mar vive un pro­ceso de hominización: se pone en pie como un hombre y se le da una mente humana.

La segunda bestia era semejante a un oso medio erguido. Podría representar al reino medo o al imperio medo-persa. El oso es un típico animal feroz y voraz (véase Is 11,7). Las tres costillas son las sobras de una co­mida abundante. La posición de la bestia me­dio erguida se puede interpretar como una cierta debilidad de este poder que no termi­na de alzarse hasta que recibe la orden de hacerlo; pero también podría indicar una ac­titud de fortaleza, de resistencia e incluso de cierta hostilidad.

La tercera bestia, como leopardo con cua­tro alas y cuatro cabezas, simbolizaría el do­minio del imperio persa o más probablemente

el del imperio de Alejandro Magno. La ins tencia sobre el número cuatro probablemei quiera indicar la vastedad de las región conquistadas y la rapidez con la cual Aleja dro Magno extendió su dominio sobre ella En este caso, este número podría indicar 1< cuatro reinos en los que se dividió su imp rio a la muerte de Alejandro.

La cuarta bestia no es asemejada a nii gún animal pero tiene una enorme capac: dad de destrucción. El cuerno es frecuer, temente usado como imagen del poder en t AT (véase 1 Sm 2,10; Ez 29,21). El numen de cuernos de la bestia destaca la multipli cidad de su poder pero al mismo tiempo si debilidad que es la división; podría habei una semejanza con la debilidad de los pies de la estatua del sueño de Nabucodonosoí (véase Dn 2,41-43). Existe sin duda una ve­lada referencia a Antíoco IV Epífanes lo mis­mo que en Dn 3,32; esta referencia se hará cada vez más clara a lo largo del relato de% sueño y volverá en Dn 11,36. ,

Las tres primeras bestias son terribles pe-; ro Daniel no dice de ellas que se levantasen; contra el cielo. Con especial detenimiento in- j siste en la cuarta bestia y en el pequeño! cuerno que profiere blasfemias. Con esto, el j autor de Daniel anticipa que el fin de este i poder monstruoso y arrogante ya está de- i terminado por el solo hecho de haberse abre- i vido contra el cielo, como sucedió al rey Bal- \ tasar en el capítulo 5. Las cuatro bestias son i monstruosas por su tamaño, su aspecto y su ; voracidad. Son mezclas de animales creados por Dios, diferentes entre sí y tienen un va­lor decreciente, como los metales de los cua- ¡ les estaba construida la estatua del sueño del rey Nabucodonosor. También es impor­tante destacar que todas las bestias, aunque potentes, obedecen a una determinación que les es impuesta. Aunque no se diga expre­samente que sea Dios quien asigna a las bestias sus poderes, así lo sugiere el uso de la voz pasiva -le fue dado el poder-, recurso frecuente en el período postexílico para de­signar la acción divina.

7,9-14 El anciano y el hijo del hombre. Por el contexto se desprende que Daniel asis-

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te "en sueño" a una sesión del juicio de Dios. La descripción del anciano es solemne. Por otra parte, es difícil precisar el origen de es­ta imagen de Dios como un "viejo juez"; po­siblemente encuentre antecedentes en algu­nas expresiones del AT usadas para referir­se al contraste que existe entre la caducidad de la vida del hombre y la perennidad de Dios (véase Sal 102,25-26; Is 41,2-4; Job 36,26). Entre los tronos puestos para juzgar desta­ca el trono de fuego del anciano: un río de fuego salía delante de él; por las ruedas que posee se asemeja a la descripción de la teo-fanía que hace el profeta Ezequiel (véase Ez 1 y 10).

Daniel describe la apertura de la sesión judicial del tribunal supremo indicando que los libros se abrieron. Es frecuente en el AT la mención de libros que tienen que ver con el juicio de Dios sobre los que tendrán ac­ceso a la vida (véase Dn 12,1; Ex 32,32-33; Sal 69,29; 139,16; 1 Sm 25,29).

Cuando todos esperan la proclamación de una sentencia, inesperadamente Daniel pasa a relatar el destino de las bestias, empezan­do por la última. El juicio de Dios sobre las bestias no consiste en someterlas a un pro­ceso judicial, ni en la proclamación de u n ve­redicto divino sobre ellas; sólo se dirige al cumplimiento de la voluntad divina con res­pecto a ellas. La ejecución del designio divino sobre las bestias no encuentra ninguna opo­sición; en esto el relato de Daniel se aleja de los relatos creacionales babilonios donde se da una lucha entre la divinidad y el monstruo que surge del caos. En el libro de Daniel la omnipotencia divina no encuentra oposición alguna en el cumplimiento de sus designios.

En el proceso de aniquilamiento de la cuarta bestia se dice que la mataron, destro­zaron su cuerpo y lo arrojaron a las llamas ar­dientes. Con frecuencia el fuego designa la ira de Dios y ser arrojado al fuego es el castigo destinado a los impíos (véase Am 7,4; Sal 50,3; Ez 1,13; 21,1-4.36-37; 39,6; Is 30,33). Daniel pasa de una descripción simbólica del juicio de Dios sobre la cuarta bestia a una ejecución de la sentencia divina sobre las de­más bestias más acorde a la realidad histó­rica de los reinos que representan: a las otras

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bestias se les quitó también el dominio y só- j lo por un tiempo se les permitió seguir con vi­da. Con esto el autor de Daniel quiere indi- \ car que estos reinos humanos no son des- | fruidos pero pierden su hegemonía y tienen señalado un término; en cambio, el poder que se ha levantado contra Dios es aniquilado to­tal y definitivamente.

La segunda visión de este pasaje es muy i importante y refiere que alguien semejante a \ un hijo de hombre viene entre las nubes del cielo y se dirige hacia el anciano que le con­cede un poder, una gloria y un reino eternos. La acción se desarrolla rápidamente: el ori­gen y la actividad de este hijo de hombre es trascendente, viene de lo alto entre las nubes del cielo (véase Ex 13,21; 19,9; 1 Re 8,10; Is 19,1; Nah 1,3; Sal 18,10) y, presentado an­te el anciano, recibe un reino eterno cuyo do­minio es universal. La contraposición entre el origen de las bestias que surgen del mar y el hijo del hombre que viene del cielo es clara.

En el desarrollo de las acciones del ancia­no se destaca la ejecución de su designio so­bre las bestias y la entrega del poder y el rei- ¡ no a este hijo de hombre. Esta sección del sueño encuentra su paralelo en la piedra del sueño de Nabucodonosor que, después de ha­ber destruido la estatua, se convierte en una montaña que llena toda la tierra (véase Dn 2,35.44-45a). El autor de este pasaje tiene claro que para devolver el carácter humano a \ la historia es necesaria la intervención divina | a través de uno semejante a hijo de hombre. \

7,15-28 Interpretación de las visiones. Daniel, que sufrió pacientemente la persecu- ' ción de los poderosos del entorno del poder, que desobedeció con valentía el inicuo decreto del poderoso rey Nabucodonosor, que no te­mió ser arrojado a la fosa de los leones y con­vivió pacíficamente con ellos durante toda una noche, porque se apoyaba en Dios, ante las vi- j siones de su sueño no puede sino experi- i mentar espanto y turbación. ¿De dónde vie- ¡ ne esta turbación? Una primera respuesta es I que ha sido provocada por el carácter violen- j to de las imágenes del sueño. ¿Cuál es la sig- j nificación de las visiones del sueño que per-; turban al protagonista del relato?

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Lo primero que llama la atención es que quien interpretaba los sueños de Nabucodo-nosor en los capítulos 2 y 4, ahora necesita él mismo un intérprete. Daniel pregunta por el significado de las visiones que ha tenido du­rante su sueño, y uno de los personajes que asisten a la sesión del juicio divino se lo da: las cuatro bestias son cuatro reyes. Al res­pecto debe tenerse en cuenta que, según la ideología monárquica de la antigüedad, el rei­no se basaba en la persona del rey hasta el punto de identificarse prácticamente con él.

En medio de la exposición del significado de las visiones, se vuelve a hacer una des­cripción de la cuarta bestia con sus diez cuernos y el cuerno que crece y blasfema. En esta nueva descripción se dan algunas pre­cisiones y diferencias. En la primera des­cripción se hablaba de un cuerno pequeño; ahora, en cambio, se dice que parecía mayor que los otros cuernos, que declaraba la guerra a los fieles y estaba apunto de vencerlos has­ta que vino el anciano e hizo justicia. En esta nueva descripción son cada vez más claras las alusiones al rey Antíoco IV Epífanes que pa­rece representado por el décimo primer cuer­no: en concreto, a la actitud blasfema del rey se agrega, por una parte, la mención del en-frentamiento violento con la comunidad judía, y, por otra parte, se afirma que ese rey no só­lo oprimirá a los creyentes sino que querrá cambiar las festividades religiosas y la ley. Es­te último dato constituye una nueva y clara referencia a Antíoco IV Epífanes que ordenó se cambiara el calendario de la fiestas y ce­lebraciones judías en los años 168-167 a. C. (véase 1 Mac 1,11-14.39.43-45; 2,32). El libro de Daniel afirma también a través del intér­prete de las visiones que tanto el poder del rey representado por el undécimo cuerno, como consiguientemente la opresión de los fieles del Altísimo tienen los días contados; la expresión literal aramea "un período, dos períodos y me­dio" puede entenderse como un período de tres años y medio y señalaría aproximada­mente el año 164 a. C. como el momento fi­nal de esta opresión. Corresponde al año en que se realizó la nueva dedicación del templo de Jerusalén un año después de la muerte de Antíoco fV.

¿Cómo deben entenderse las expresiones hijo de hombre y el pueblo de los fieles del Al­tísimo a quienes es entregado el poder y el reino? ¿En sentido personal o en sentido co­lectivo? Según la concepción monárquica del Próximo Oriente antiguo no se podría des­cartar una interpretación personal de este hi­jo de hombre, interpretación que por otra parte encontró amplia aceptación en el ju­daismo antigo. No olvidemos que dicho ju­daismo entendió y aplicó este texto a la ins­tauración del reinado de Dios a través de la venida del Mesías.

El relato concluye haciéndose eco de la tur­bación de Daniel (Dn 7,28). ¿Por qué esta tur­bación de Daniel ante el sueño que ha tenido? ¿Acaso no se le ha ofrecido en el mismo sue­ño la interpretación? Es claro que estas bes­tias vivían en su interior, en el fondo de su al­ma de judío desterrado que sufría la opresión del poder de los gentiles. El autor del libro co­loca en el sueño y en las actitudes del judío desterrado su propia historia de persecución y sufrimiento: las bestias y la intervención di­vina a través del hijo del hombre son la ex­presión de los temores y las esperanzas de los judíos desterrados y oprimidos. Seguramen­te la preocupación del personaje Daniel se orientaba a cómo se desarrollarían histórica­mente los acontecimientos que le fueron da­dos a conocer en sueños y vive con angustia el desenlace de su sueño. Pero también, a tra­vés de él, con esta visión simbólica de la his­toria, el redactor final de Daniel da que pen­sar y ofrece un sentido a la persecución y a la resistencia de sus contemporáneos ante la so­berbia y la crueldad del dominador seléucida. El mensaje del libro de Daniel es claro: las bestias son imperios, o los imperios son bes­tias, y el desenlace del designio divino con la instauración del reino de Dios se vuelve cen­tro de gravedad de la expectativa presente.

A través del sueño de Daniel la historia se presenta como un sueño profético sobre el fu­turo, como una historia que todavía debe acontecer. Y esta historia, que la ficción del género apocalíptico usado por el redactor de Daniel presenta como futuro predicho por el vidente, es vista como sucesión de imperios violentos, como un período de lucha tremen-

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da entre un poder blasfemo y los creyentes, previo al establecimiento del reino de Dios.

Esta esperanza de liberación se vuelve jui­cio último, clave de interpretación de la his­toria y de su sentido. Esta esperanza en el juicio divino es la afirmación de la soberanía histórica de Dios, que conoce e interviene en la historia en todas sus etapas. Y la espe­ranza en este juicio "final" de Dios sobre la historia, con la instauración definitiva de su reinado como Señor de la historia a través del hijo del hombre, se vuelve fundamento últi­mo y definitivo de la historia de los creyentes.

En la perspectiva histórica actual que es­tá viviendo el redactor final del libro de Da­niel, el sueño del protagonista del libro -el judío Daniel desterrado en Babilonia- forma parte de una historia pasada de violencia, opresión y liberación que llega a la dolorosa historia presente de la persecución y se abre a una historia futura de liberación, puesto que el sueño todavía debe encontrar su ple­na realización.

El autor de Daniel enseña que en el pasa­do hay algo sobre el futuro y lo que se espe­ra brota y se alimenta de lo que ya fue. Como dice el Eclesiatés: Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará: nada nuevo hay bq/o el sol Si hay oigo de que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aun eso ya era en ¡os safios que nos precedieron (véase Ecl 1,9-10). De este modo el libro de Daniel fundamenta la espe­ranza de los desesperados, de aquellos que en vez de resignarse a morir en la desesperanza resisten, sueñan y, si fuera necesario, están dispuestos a morir manteniéndose fieles.

Podría decirse que el sueño de Daniel es­tá aún por cumplirse de forma definitiva y que, por tanto, sigue esperando su plena rea­lización en el interior de todo fiel que se sien­te oprimido, pero que continúa esperando la intervención salvífica de su Dios.

SEGUNDA VISION (8,1-27)

En este momento el autor del libro de Da­niel retoma la lengua hebrea para la redac­ción de esta sección de su libro y el paso a

un vocabulario y a un estilo literario de tipo más abiertamente apocalíptico es evidente. El mismo personaje Daniel del capítulo 7 continúa ahora el relato, pero ya no habla de una experiencia onírica sino de una "visión"; llama "santo" a uno de los personajes que in­tervienen en ella, habla de un ejército del cie­lo y denomina la ciudad de Jerusalén como "la perla". En la interpretación de la visión hace intervenir a un nuevo personaje de ori­gen trascendente, Gabriel, que actúa como intérprete del mensaje divino contenido en la visión.

A través de la visión de la pelea entre el carnero y el macho cabrío Daniel refiere un importante acontecimiento de la historia del cercano oriente antiguo: la caída del imperio persa bajo el poder de Alejandro Magno, el emperador macedónico. Dentro de este mar­co Daniel destaca la división del poder a la muerte de Alejandro: el surgimiento de los cuatro reinos helenistas que le sucedieron y el reinado de Antíoco IV Epífanes en quien el autor del libro concentra sobre todo la aten­ción.

Particularmente llaman la atención en es­te capítulo las referencias a la profanación del templo de Jerusalén por parte de Antío­co IV. Algunos comentaristas consideran que estas referencias han sido añadidas por un redactor vinculado al culto y al sacerdocio judíos. Desde la perspectiva del protagonis­ta del libro, el Daniel que habría vivido hacia el final del imperio neobabilonio, el culto del templo jerosolimitano se vio reducido casi a la nada después del saqueo que siguió a la conquista e incendio de Jerusalén. No obs­tante, las ruinas del templo seguían siendo punto de referencia para las peregrinaciones de israelitas supervivientes que acudían a hacer oblaciones, ofrecer incienso y partici­par en una liturgia penitencial (véase Bar 1,10-15; 2,26). Estas referencias constituyen un nuevo dato del libro de Daniel sobre la persecución antijudía del poder seléucida.

8,1-14 El carnero y el macho cabrio. Los dos primeros versículos (Dn 8,1-2) in­troducen la visión. Y lo mismo que en el ca­pítulo 7, tampoco aquí la datación de la vi-

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sión corresponde a los datos historiográñcos que se tienen sobre el cercano oriente anti­guo. El propio protagonista del relato rela­ciona esta visión con la del capítulo anterior. Ambas visiones, aunque diferentes en cuan­to a las imágenes utilizadas, se refieren al acontecer histórico del cercano oriente an­tiguo deteniéndose especialmente en la des­cripción de la opresión seléucida sobre la co­munidad judía, agregando nuevos datos so­bre la persecución de Antíoco IV Epífanes. Al señalar que entre ambas visiones se dio un lapso de dos años, probablemente el autor de Daniel quiera indicar a sus lectores que el cumplimiento del sueño necesita todavía ulteriores explicitaciones y se debe continuar esperando su plena explicación y realización.

El redactor del libro traslada a su perso­naje, que vive ficticiamente bajo la domina­ción neobabilonia, a Susa, la capital del fu­turo imperio persa y le hace ver el final de un imperio que todavía no ha surgido en la his­toria. Esta ciudad fortificada había sido des­truida en el 645 a. C. y fue reedificada por la administración persa a partir del 521 a. C. por orden de Darío I.

Este desplazamiento imaginario del viden­te forma parte de la experiencia religiosa de los profetas (véase Dn 14,36.39; 1 Re 18,12; 2 Re 2,16). A través del relato de esta se­gunda visión, recibida junto a un río, la ex­periencia de Daniel presenta algunas seme­janzas con las visiones concedidas al profe­ta Ezequiel (véase Dn 9,4; 12,5; Ez 1,1-3; 3,12-15; 8,3; 11,1.24-25; 43,5). Ya en el ca­pítulo anterior el relato del libro de Daniel presentaba algunos paralelos con las visio­nes del profeta que anunció el destierro y acompañó con su ministerio a los judíos de­portados en Babilonia.

El relato de la visión -que en su primera parte (Dn 8,3-8) refiere la pelea entre el car­nero y el macho cabrío- se abre con la ex­presión típica de los videntes: levanté la ins­ta y u¿ (véase Zac 1,8; 2,1-5; 5,1; 6,1).

En la geografía astral que se remonta a la astrología babilonia el carnero representa a Persia y el macho cabrío a Siria; para el autor de Daniel y sus contemporáneos era clara la conexión entre Siria y el poder se­

léucida, sucesor del imperio helenista de Ale­jandro Magno, que dominaba esta región. Ambos animales aparecen mencionados fre­cuentemente en las Escrituras (véase Is 14,9; 34,6; Ez 34,17; 39,18; Zac 10,3; 2 Cr 29,21-24; Esd 8,35).

El carnero simboliza el dominio del impe­rio persa, sus dos cuernos desiguales indi­can su conformación por la unión de los rei­nos medo y persa. Este animal indica con su embestida la dirección de las conquistas re­alizadas por el imperio persa; en cuanto a los animales que ataca sin encontrar oposición representan los demás reinos del cercano oriente que cayeron bajo esta dominación. Esta parte de la visión del carnero no es re­tomada en la interpretación que se dirige so­bre todo a explicar la segunda parte.

El macho cabrío que venía del oeste sim­boliza el imperio macedónico. En su descrip­ción Daniel destaca la velocidad con que se desplaza por toda la tierra, indicando con es­to la rapidez y la amplitud de las conquistas de Alejandro Magno.

En la pelea entre ambos animales Daniel destaca la potencia del macho cabrío que do­minó completamente sobre su adversario: Ale­jandro Magno venció a Darío III, después de la batalla de Gránico (334 a. C.) en Issos (333 a. C.) y finalmente en Arbelas (331 a. C.) al es­te de la ciudad de Nínive. Alejandro extendió aún más su poder sobre el cercano oriente pero de improviso, en el momento de su ma­yor apogeo, este gran cuerno se partió y en su lugar surgieron otros cuatro cuernos. Con es­to Daniel alude sin duda a la muerte del em­perador macedónico acaecida en Babilonia (323 a. C.) y a la disgregación de sus dominios en los reinos de sus generales: Filipo en Ma-cedonia, Antígono en Asia Menor, Tolomeo en Egipto y Seleuco en Siria y Babilonia.

En la segunda parte de la visión (Dn 8,9-14) el autor del libro de Daniel pasa de una referencia a las campañas militares de An­tíoco IV a una descripción apocalíptica del enfrentamiento entre el emperador seléuci­da y la comunidad judía. Este paso se nota particularmente en las expresiones que usa para referirse a la tierra de Palestina y a la comunidad judía.

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Las campañas de conquista realizadas por Antíoco IV se dirigieron hacia Egipto (el sur), hacia el reino de los partos (el este) y hacia Palestina.

Los versículos 10-12 son de difícil lectura e interpretación. Probablemente se refieren al nuevo culto imperial impuesto en el templo de Jerusalén. Cabe pensar en una alusión a la deposición del sumo sacerdote Onías III, un personaje muy querido por la comunidad judía; igualmente las estrellas que son piso­teadas serían los mártires de la comunidad judía que resiste en medio de la persecución (véase Dn 12,3 donde "las estrellas" designan a los sabios judíos que se mantienen fieles a la ley mosaica). Pero también esta sección puede entenderse en un sentido escatológi-co y trascendente, pues al atacar la religión judía, Antíoco IV desafiaba al mismo Dios que velaba sobre su pueblo; con esta interpreta­ción parecerían estar más de acuerdo los ca­pítulos siguientes. Siguiendo esta interpre­tación y teniendo presente, además, que en Daniel el uso del título de "jefe" o "príncipe" designa siempre un personaje del ámbito di­vino (véase Dn 10,13.20-21; 12,1), es posible referir el título jefe del ejército al personaje ce­leste Miguel que aparecerá más adelante.

La profanación del santuario, la supresión del sacrificio perpetuo y el establecimiento de la iniquidad constituyen claras referencias al comportamiento de Antíoco IV con respecto al culto judío (véase 1 Mac 1,21-24.41-53; 2 Mac 6,1-7).

El sentido de arrastró por los suelos la ver­dad (o lafidelidad) se puede entender tanto de la persecución de Antíoco contra la verdade­ra religión como del abandono de las cos­tumbres patrias por parte de todos aquellos judíos que se pasaron al helenismo siguien­do la política religiosa del gobierno seléucida.

En el diálogo entre los dos santos con que se concluye el relato de la visión (probable­mente el santo -en el sentido de jieí- que pre­gunta es el propio Daniel), se menciona la ini­quidad devastadora. Es muy probable que con esta expresión se aluda a la entroniza­ción de la estatua del dios Baal Shamem en el templo de Jerusalén por obra del poder se­léucida. El personaje de la visión conoce exac­

tamente el tiempo que durará la opresión del poder de la iniquidad sobre la comunidad ju­día y se lo revela a Daniel: dos mü trescientas tardes y mañanas; después será restablecido el santuario. Las diferentes fechas dadas en Daniel respecto del tiempo del fin de la per­secución no concuerdan entre sí: las expre­siones son enigmáticas y, aunque todas in­dican un período bien limitado, no se sabe con precisión cómo deben ser comprendidas. La cifra que ahora es revelada puede enten­derse al menos de dos modos: se trata de dos mil trescientos días, entendiendo la sucesión "tarde-mañana" como un único día, o se tra­ta de mil ciento cincuenta días, entendiendo la expresión "tardes y mañanas" como una referencia al sacrificio ritual que debía cele­brarse en el templo dos veces al día y ahora había sido suprimido por imposición del em­perador Antíoco IV. En este segundo caso el cómputo indicaría un período aproximado de tres años. Esta manera de contabilizar el tiempo por parte del "santo" indica que la opresión üene los días contados. Finalmente se le revela a Daniel que el final de la opresión coincidirá con el restablecimiento del San­tuario; este dato puede interpretarse como una alusión a la revuelta macabea y a la nue­va dedicación del templo (165-164 a. C), pe­ro también puede interpretarse en un senti­do mesiánico, entendiendo la expresión como reivindicación de la presencia de Dios entre los hombres.

8,15-27 Interpretación de la visión. Es­ta segunda parte del relato de visión comienza reclamando una interpretación que dé senti­do a la misma. Daniel la recibe de un perso­naje llamado Gabriel nombre que significa "fuerza de Dios". La voz humana que surge del río Ulay es difícil de interpretar; probable­mente esté en relación con el hijo de hombre del capítulo 7 y con el hombre vestido con una túnica de lino que aparece en el relato de la gran visión final de Daniel (Dn 12,6-7).

La presentación de Gabriel ante Daniel re­cuerda la aparición del jefe del ejército del Señor a Josué (véase Jos 5,13-15) y las re­acciones de Daniel ante el personaje celes­te son semejantes a las experimentadas por

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el profeta Ezequiel en ocasiones similares (véase Ez 1,28-2,2).

Gabriel comienza la interpretación afir­mando que la visión se refiere a lo que habrá de suceder cuando la cólera alcance su pun­to culminante. El tiempo de la cólera de Dios con su pueblo se inició con la dominación ba­bilonia, la destrucción de Jerusalén, el sa­queo del templo y la deportación de los judíos (Dn 1,1-2); su final corresponde a la perse­cución de Antíoco IV. Esta expresión desig­na la intervención divina que sojuzgará a los enemigos del pueblo de Dios y establecerá su reino mesiánico y eterno. Es éste un tema re­currente en Daniel y en la literatura apoca­líptica posterior.

La explicación de la pelea entre el carne­ro y el macho cabrío es sucinta, se refiere al enfrentamiento entre el imperio persa y el imperio macedónico. El interés del relato se desplaza rápidamente hacia la descripción de la opresión seléucida sufrida por los con­temporáneos de Daniel. Opresión que está representada por la actividad del cuerno pe­queño, es decir de Antíoco IV Epífanes. La descripción que hace Daniel de lo que lleva­rá a cabo Antíoco IV es sorprendente: triun­fará en todo cuanto emprenda... y aniquilará al mismo pueblo de Dios. Esta perspectiva tan negativa sólo encuentra una esperanza en la afirmación de que el poder del opresor será aniquilado sin intervención humana. Es­ta última expresión designa la intervención divina y recuerda el desprenderse de la pie­dra que golpea la estatua en el sueño del rey Nabucodonosor e inaugura el reino mesiá­nico. La insistencia de Daniel en la derrota del opresor sin intervención humana mani­fiesta tal vez su postura contraria al levan­tamiento armado de los Macabeos.

La mención de la astucia de este poder opresor es una referencia más a Antíoco IV, famoso por las intrigas mediante las cuales conquistó el trono seléucida y por las intrigas que urdió en torno al establecimiento de un sumo sacerdote judío más adicto a su polí­tica de dominación. Según el relato del libro de los Macabeos en el año 167 a. C. un re­caudador de impuestos enviado por Antíoco IV llegó a Jerusalén con un engañoso proyecto

de paz e hizo una matanza de fieles judíos; probablemente a este hecho se refiera la men­ción de que este rey hará perecer a muchos que vivían confiados (véase 1 Mac 1,29-36).

Puede ser que el príncipe de los príncipes de Dn 8,25 sea el mismo personaje que elj'e-fe del ejército de Dn 8,11. Algunos comenta­ristas lo identifican con el sumo sacerdote ju­dío Onías III; otros, en cambio, se orientan hacia una explicación de tipo trascendente y escatológica aplicando la expresión a Miguel, el personaje de quien se habla en la visión fi­nal del libro (véase Dn 10,13.20-21; 12,lss).

A través de la orden dada a Daniel de man­tener en secreto la visión, el redactor del libro explicaría a sus contemporáneos, los judíos que sufrían la persecución del poder seléuci­da, por qué una revelación tan antigua, dada a un judío que vivió bajo la dominación neo-babilonia, no había sido dada a conocer an­tes al pueblo judío, sino sólo en el momento en que la opresión del poder seléucida se ha­cía sentir con toda su violencia: la visión de­bía permanecer en secreto por disposición di­vina. El libro de Daniel la da a conocer en el momento en que comienzan a verificarse los hechos revelados, en el momento de mayor intensidad de la persecución seléucida, para así confortar al pueblo fiel en la prueba y con­firmarlo en la esperanza.

El redactor del libro concluye el pasaje constatando que la visión y su interpretación impresionó tanto a Daniel que desfalleció, en­fermó y quedó desconcertado. Desconcierto que no se refiere tanto a la explicación de la visión, que ya ha recibido, cuanto a la com­prensión de su realización. Será necesaria una ulterior explicación. De esta manera Da­niel invita a sus lectores a continuar la bús­queda del sentido pleno de la visión y los ani­ma a no claudicar en la esperanza, aunque al presente deban trabajar en medio de anun­cios de desgracias y desfallecimientos per­sonales. No hay que quedarse en el simple anuncio del fin del opresor y por tanto de la desgracia; hay que seguir indagando sobre có­mo se manifestará el designio divino de forma definitiva. Además, el redactor del libro de Da­niel prepara así a sus lectores para que en­tiendan correctamente el siguiente capítulo.

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LAS SETENTA SEMANAS (9,1-27)

En el capítulo precedente el protagonista del relato quedaba perplejo por el sentido de la visión que tuvo en el año tercero del rey Baltasar. Ahora, después de la caída del rei­no babilonio bajo la dominación persa, Da­niel se pregunta por el cumplimiento de las profecías que se refieren a la duración de la opresión del poder babilonio sobre Jerusalén y su restauración. Es la primera mención que se hace en las Sagradas Escrituras de una lectura de los escritos proféticos para descubrir en ellos el mensaje divino. El pri­mer intento explícito de exégesis bíblica.

Inaugura así el libro de Daniel un procedi­miento literario nuevo en el ámbito del ju­daismo conocido como pesher. la interpreta­ción de las Escrituras atendiendo especial­mente a la actualización de su mensaje. Todo el capítulo constituye una aplicación y un co­mentario al capítulo 25 del libro del profeta Jeremías: Daniel, el judío desterrado en Ba­bilonia, reconoce los pecados denunciados por el profeta, se pregunta por el cumplimiento de la promesa divina de restauración y recibe la interpretación del mensaje contenido en las profecías de Jeremías.

El sabio judío Daniel, capaz de leer e in­terpretar la inscripción enigmática grabada por disposición de Dios en el muro del pa­lacio del rey Baltasar y en la que se anun­ciaba el fin del imperio neo-babilonio, nece­sita le sea revelada la interpretación de las Escrituras que anuncian el fin de la opre­sión.

El oráculo de Jeremías viene a responder la pregunta que se hacían tanto los judíos desterrados en Babilonia como los oprimidos por la persecución del poder seléucida; pre­gunta que Daniel retoma del capítulo pre­cedente y reformula a través de la reflexión sobre las Sagradas Escrituras: ¿Hasta cuán­do Señor durará la opresión?

Este capítulo del libro de Daniel constitu­ye así un claro ejemplo, dentro de las mismas Sagradas Escrituras, de la necesidad de su relectura y actualización a la situación que vive la comunidad creyente.

9,1-19 Oración de Daniel. Una brevísima introducción narrativa ofrece el marco cro­nológico en el cual el personaje Daniel in­daga sobre el cumplimiento de las profecías: el año primero del reinado de Darío, hijo de Asuero, del linaje de los medos y rey del im­perio de los caldeos. El dato no corresponde a la información historiográfica que se tiene sobre el cercano oriente antiguo pues un Da­río, hijo de Asuero, rey de ¡os caldeos no exis­tió. Darío I rey del imperio persa (522-486 a. C), fue el padre del rey Jerjes conocido en las Sagradas Escrituras como Asuero (véa­se Est 1,1; Esd 4,6). Quizás el autor de Da­niel quiera apartarnos de una lectura his-toricista del relato para indicar otra línea de lectura e interpretación.

Dn 9,2-4a: Lo primero que llama la aten­ción es el interés de Daniel por señalar el tiempo en que comienza a indagar en los es­critos del profeta Jeremías que hacen refe­rencia al plazo de setenta años que debían transcurrir antes que Dios liberase a Jeru­salén del yugo de la opresión del poder im­perialista babilonio. La caída del reino ba­bilonio bajo la dominación medo-persa tuvo lugar en el año 539 a. C ; en ese año, para los judíos desterrados se abrió la posibilidad del retorno a la tierra, iniciándose así, al me­nos en parte, el cumplimiento de la profecía de Jeremías (véase 2 Cr 36,21-22). La fecha indicada por Daniel se vuelve significativa y la pregunta que se hace por la duración de la ruina de Jerusalén adquiere un sentido claro: se ha cumplido la destrucción del rei­no babilonio pero la promesa de la restau­ración de Jerusalén todavía debe esperar cumplimiento.

En la perspectiva del redactor final del li­bro de Daniel, que vive bajo la opresión del poder seléucida y asiste a la destrucción de los muros que rodeaban la ciudad de Jeru­salén y a una nueva profanación del templo por orden de Antíoco IV Epífanes, la vuelta del destierro, la reconstrucción de Jerusalén y la reorganización del culto del templo des­pués del exilio no podían constituir el cum­plimiento de la profecía de Jeremías. La co­munidad judía tiene que pasar todavía un

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largo período de pruebas y sufrimientos an­tes que llegue el fin de la desolación.

La mención de los setenta años que debía durar la opresión de los desterrados bajo el poder babilonio y el estado ruinoso de Jeru-salén se encuentra en dos pasajes del actual libro de Jeremías: en J r 25,11-12, oráculo fe­chado en el año cuarto del reinado de Joa­quín sobre Judá, coincidente con el prime­ro del reinado de Nabucodonosor en Babi­lonia (605 a. C); y en J r 29,10 dentro del texto de la carta que el profeta Jeremías envió ha­cia el año 593 a. C. a los judíos que se en­contraban deportados en Babilonia.

Quizás ya el propio Jeremías al hablar de setenta años no pretendía señalar una cifra exacta sino la duración aproximada de la vi­da de una persona, por lo que el oráculo anunciaría que la generación de los deste­rrados no habría de volver a la tierra de los antepasados, sino las generaciones futuras.

En la perspectiva del redactor final del li­bro de Daniel es más evidente aún que al preguntarse por el modo de entender esta profecía de los setenta años que debía durar la opresión del imperio neobábilónico y la rui­na de Jerusalén, el redactor no considera el dato en cuestión como una cifra que deba in­terpretarse al pie de la letra. Ello no impide que la pregunta por el cumplimiento de la profecía resulte ahora más acuciante, si ca­be: dada la nueva situación desastrosa de la comunidad judía y de Jerusalén bajo la opre­sión del dominio seléucida ¿cuándo habrá de realizarse la promesa de prosperidad hecha por el Señor? El autor de Daniel a través de este pregunta sobre el desastre de Jerusalén y el cumplimiento de las profecías afirma que no es posible que Dios no tenga una palabra sobre el desastre actual y su final.

Dn 9,4b-19: El autor de Daniel inserta aquí una preciosa plegaria que pone en la­bios del protagonista del libro y en la que se hace eco del lenguaje y del estilo deutero-nomistas. Toda la súplica presenta u n cla­ro influjo de la doctrina del profeta Jeremías.

La calamidad que sirve de trasfondo a la súplica es el destierro y la dispersión judías y el motivo que la desencadena es la ruina

de Jerusalén. Daniel busca comprender el sentido del oráculo del profeta Jeremías y acude en primer lugar a la plegaria; el sen- i tido de esto es claro: sólo Dios, que comu-1 nicó su palabra al profeta, puede dar a co­nocer su plena significación.

En la perspectiva del redactor final del li- ' bro de Daniel la ruina de Jerusalén corres- ] ponde a la opresión de Jerusalén bajo el po­der de Antíoco IV Epífanes.

Esta plegaria penitencial, con paralelos en otras súplicas del AT que reflejan una línea de la espiritualidad judía postexílica (véase Dt 7,9-12; Neh 1,5-11; Bar 1,15-2,9), se ar­ticula en dos momentos: a) reconocimiento del pecado (Dn 9,4b-14) y b) súplica de li­beración (Dn 9,15-19).

En el primer momento Daniel hace una oración personal en la que confiesa el peca­do que, según la teología deuteronomista, ha sido la causa de las calamidades que han so­brevenido al pueblo: la transgresión de la ley de Moisés y no haber prestado atención a lo que Dios hablaba a través de los profetas.

La súplica del perdón presenta el lengua­je dialogal e intenso que se encuentra en al­gunos salmos (véase Sal 51; 70; 79). Se re­toman brevemente los argumentos que se de­sarrollaron con anterioridad: la bondad y la fidelidad de Dios, en vez de constituir agra­vantes del pecado cometido, son los motivos de la esperanza del perdón. Se vuelve a re­conocer la desgracia como castigo y a invocar la fama de Dios y su alianza, es decir la re­velación que Dios ha hecho, como los fun­damentos de esta esperanza.

Lo mismo que al comienzo de la primera súplica, el orante se dirige a Dios con un tí­tulo cargado de afecto: Señor, Dios nuestro; este título destaca la estrecha relación entre Dios y el pueblo que se ha elegido.

Es importante observar que en esta sú­plica penitencial no se encuentra ninguna referencia a la posibilidad de un retorno del exilio y en cambio son numerosas las refe- \ rencias a la ruina de Jerusalén y al oprobio que sufre el pueblo de Dios. De este modo la súplica de Daniel, el judío desterrado en Ba­bilonia, encaja perfectamente con la opresión sufrida por los judíos contemporáneos del li- j

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bro de Daniel que sufren bajo la dominación de Antíoco IV Epífanes.

La desgracia del pueblo es percibida como consecuencia de haber incumplido los com­promisos contraídos en la alianza con Dios. El pueblo ha sido infiel a la alianza; no ha cum­plido la ley de Moisés ni ha escuchado los re­querimientos de los profetas; se ha hecho, por tanto, merecedor del castigo. Y como Dios sí es fiel a su palabra contenida en la ley de Moi­sés y en los oráculos de los profetas (espe­cialmente en el profeta Jeremías: véase J r 7,4-15.30-31; 19,6-9; 25,1-13; 32,26-35), la rui­na de la nación, de Jerusalén y del templo se ha hecho inevitable. Ahora bien, lo mismo que por fidelidad a su justicia Dios ha hecho caer sobre el pueblo la maldición prescrita en la alianza (véase Le 26,27-32; Dt 28,15-68; 30,1-2), por la misma fidelidad a su pa­labra no abandonará al resto de supervi­vientes. En este sentido la plegaria peniten­cial de Daniel no sólo implica la confesión del pecado y del correspondiente castigo, sino que supone también una nueva revelación y afirmación del Dios de Israel como un Dios fiel y misericordioso. De ahí que ahora, des­pués de la confesión de la infidelidad del pue­blo y de la fidelidad de Dios, se pueda justa­mente esperar en una nueva manifestación de su misericordia.

El segundo momento de la plegaria peni­tencial (Dn 9,15-19) contiene una súplica de liberación en la que se hace memoria de la elección y la salvación operadas por Dios en favor de Israel, se recuerda una vez más la infidelidad del pueblo como causa del casti­go, y se solicita de manera apremiante la res­tauración.

La plegaria se dirige a aquél contra quién se ha pecado y del cual se espera misericor­dia. El reconocimiento del pecado no termina en una actitud trágica o en una amarga re­signación ante la realidad; todo lo contrario, se abre a la esperanza, pues el reconocimiento del pecado es la otra cara de la moneda del re­conocimiento de la bondad de Dios. En este caso, Daniel reconoce el pecado de su pueblo y el justo castigo divino y apela a la bondad divina como motivo principal para que Dios aparte su ira y su indignación.

Comienza por recordar aquel primer ges­to misericordioso de Dios para con su pue­blo cuando lo sacó de Egipto donde vivía en situación de opresión y esclavitud; una si­tuación semejante a la vivida con ocasión del exilio babilonio y a la que ahora está vivien­do nuevamente bajo la opresión de Antíoco IV Epífanes. El recuerdo de la epopeya del éxodo fundamenta la esperanza de liberación del pueblo. A través de esta experiencia el pueblo había manifestado su debilidad e in­fidelidad, pero Dios había manifestado su gran bondad y su misericordia. Numerosas súplicas del AT hacen referencia a este acon­tecimiento salvífico de los orígenes como per­manente fundamento de esperanza en nue­vas manifestaciones liberadoras por parte de Dios (véase Esd 9,6-9; Neh 9,5-37).

En segundo lugar se insiste en la desgra­cia que vive el pueblo y la ligazón que exis­te entre la ciudad de Jerusalén y Dios mis­mo: es la ciudad donde se invoca su nombre.

Los motivos para invocar y esperar la mi­sericordia se basan en la revelación que Dios mismo ha hecho. El Señor se ha revelado en la historia como el Dios de Israel y se ha da­do a conocer con este nombre en su templo de Jerusalén. La relación de pertenencia mu­tua entre Dios y el pueblo de Israel, esta­blecida por iniciativa de Dios y consagrada solemnemente con la alianza, se manifiesta indisoluble en toda la estructura de la sú­plica penitencial y constituye el fundamen­to último de la esperanza de liberación.

Daniel tiene clara conciencia de que la re­velación de Dios está inexorablemente unida a la supervivencia de Jerusalén y del pueblo elegido; por eso la súplica de liberación no se ¡ fundamenta en los méritos de Israel, sino en I la bondad y en la misericordia de Dios. i

El final de la súplica de Daniel manifiesta j toda la angustia y la esperanza de los judíos j que sufren la opresión y la persecución ba- j jo Antíoco IV: ¡Señor, escucha! ¡Señor, per­dona! ¡Señor, atiende y actúa sin tardanza! Hazlo en defensa de tu honor, pues tu ciudad y tu pueblo están consagrados a tu nombre. La invocación del nombre de Dios sobre su! pueblo, sobre la ciudad de Jerusalén y sobre' el santuario indica que éstos le pertenecen de

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un modo especial, que él mismo los ha con­sagrado para sí dándoles a conocer su nom­bre. La súplica manifiesta así que la desgra­cia actual del pueblo compromete la fama que Dios se ha ganado entre las naciones, comprometiendo así la misma revelación.

Por su parte, la desgracia adquiere una do­ble perspectiva en el escrito: es el tiempo de la cólera y del cumplimiento del castigo di­vino con la consiguiente invitación a la con­versión, y es la ocasión en la cual Dios ma­nifiesta su benevolencia hacia el resto de Is­rael, otorgándole la esperanza de una alianza renovada. Si bien la desgracia sufrida es in­mensa, todavía hay lugar para la esperanza y esta se basa en la misma revelación que Dios ha hecho. Así como Dios cumplió su pa­labra de castigo, los oprimidos pueden es­perar el cumplimiento de sus palabras de li­beración.

9,20-27 Las setenta semanas. Dn 9,20-23: Daniel y Gabriel protagonistas de la es­cena. Lo primero que se destaca es que la in­tervención de Gabriel y la interpretación que éste da a la profecía de Jeremías acontece cuando Daniel aún está orando. Con esto se subraya la prontitud de la respuesta divina a la súplica y que tal respuesta se da en el ámbito de la plegaria. Como en los capítulos 7 y 8 en los que la interpretación era dada dentro de la misma experiencia de sueños y visiones.

La conexión de esta interpretación con la visión del capítulo precedente es puesta en evidencia por la mención de Gabriel, el per­sonaje que se me había aparecido en la vi­sión. Esta aparición acontece aproximada­mente hacia las tres o cuatro de la tarde, ho­ra de la oblación incruenta ofrecida cada día en el templo de Jerusalén.

La descripción de Gabriel como un perso­naje que se acerca volando ha influido en la representación angélica y en los oficios que la piedad judía ha atribuido a estos servidores celestes de los designios del Altísimo. Gabriel será el ángel, el mensajero, enviado por Dios encargado de dar a conocer los mensajes di­vinos; Rafael, el encargado de los favores di­vinos; y Miguel, el gran protector del pueblo

de Dios. En el sueño del patriarca Jacob los ángeles necesitan de una escalera para subir y bajar de la tierra al cielo. En el libro de He-noc aparecen los ángeles representados con alas {véase Gn 28,12; 1 Hen 61,1). El libro de Daniel con esta imagen del personaje angé­lico manifiesta una sólida concepción de la trascendencia divina.

La relación que establece la última frase del pasaje (Dn 9,23b) entre la palabra y la vi­sión, reafirma a su vez la relación entre la explicación de la profecía de Jeremías y la vi­sión de Daniel del capítulo precedente.

Dn 9,24-27: Cumplimiento de las visiones y la profecías. El texto es oscuro y complica­do; la profecía de Jeremías es interpretada por Gabriel del siguiente modo: los setenta años deben entenderse como setenta sema­nas de años. Entre los comentaristas al libro de Daniel no hay consenso respecto de cómo debe interpretarse este nuevo cómputo de años revelado a Daniel; no existe, pues, una tradición en la interpretación de este pasaje. La interpretación judía posterior al libro de Daniel y al año 70 d. C. hace llegar este cóm­puto hasta la destrucción del templo por el general romano Tito en el año 70. Los intér­pretes cristianos pretendieron hacerla llegar hasta la muerte de Cristo.

Dado que Daniel se pregunta por el senti­do de la cifra de setenta años, ya esto indica que las cifras no deben comprenderse de un modo matemático. Cada semana de años co­rresponde a u n período de siete años; se dis­cute si este computo se refiere a años nor­males, sabáticos o jubilares (véase Lv 25,4-5.8-18), si se trata de años solares de 365 días o de años lunares de 354 días, si el comien­zo del año corresponde al cómputo real o al oficial, seguido por los cronistas de las cor­tes imperiales babilonias, que Iniciaba el año en la primavera (marzo-abril).

Una aplicación posible de esta interpre­tación dada por Gabriel, en la perspectiva del redactor final del libro de Daniel que vi­ve en tiempos de Antíoco IV Epífanes, es la siguiente:

-Las setenta semanas de años Jijadas pa­ra tu pueblo y tu ciudad santa corresponden

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a 490 años que se contabilizan a partir del cumplimiento de la profecía de Jeremías: el comienzo de la cautividad en Babilonia y la destrucción de Jerusalén (587 a. C) . Este período debe transcurrir hasta que sucedan seis acontecimientos, tres de características negativas y tres de carácter positivo:

1.- se ponga fin al crimen, esto es, hasta que cese la opresión que sufre el pueblo de parte de sus dominadores;

2 . - sea sellado el pecado, es decir hasta que se cumpla plenamente el período del do­minio de la abominación;

3 . - y sea expiada la culpa, es decir hasta que el pueblo de Dios sea purificado me­diante el castigo debido;

4 . - llegue la justicia eterna, esto es, has­ta que Dios establezca de modo definitivo la justicia;

5.- se cumplan las visiones y profecías, es decir hasta que reciban pleno cumplimiento el fin de la opresión y el establecimiento del reino de Dios anunciados en las visiones de los capítulos 7 y 8 y en la profecía de Jere­mías a la que se refiere el presente capítulo de Daniel.

6.- y sea consagrado el lugar santísimo. Esta expresión puede entenderse de la nue­va consagración del templo de Jerusalén, aplicándola al recinto más sagrado del tem­plo, profanado por Antíoco IV, o en un sen­tido personal y mesiánico (véase 1 Cr 23,13).

-Las siete semanas de años (es decir 49 años) que deben transcurrir entre el orácu­lo de Jeremías sobre la reconstrucción de Je­rusalén y la llegada de un príncipe ungido pueden referirse a la duración del tiempo del destierro (que fue exactamente de 49 años). El príncipe ungido puede ser o bien Ciro, el rey persa que dictó en el año 539 a. C. el de­creto que permitió a los desterrados judíos la vuelta a la tierra y la reconstrucción de Je­rusalén (véase 2 Cr 36,21-22), o también po­dría referirse a la muerte del sumo sacerdote judío Josué (538 a. C) . La contabilidad de­be iniciarse en el año 587 a. C , año en que comenzó a cumplirse la profecía y no en el año en que fue proclamada a los habitantes de Judá y Jerusalén (605 a. C.) o consigna­da en la carta a los desterrados (593 a. C) .

-Las sesenta y dos semanas de años (es decir 434 años) necesarias para reconstruir los fosos y las calles parecen aludir nueva­mente a la reconstrucción de Jerusalén. Es­to ocurrió a la vuelta del destierro babilonio; pero dado que esta reconstrucción de las de­fensas de la ciudad de Jerusalén, anuncia­da por Gabriel, se realizará en difíciles cir­cunstancias, en la perspectiva del libro de Daniel probablemente se refiera a la fortifi­cación de Jerusalén por parte de Judas Ma-cabeo ante la invasión del ejército seléucida en el 165 a. C. (véase 1 Mac 4,60-61). Este período concluirá con la eliminación de un ungido a pesar de ser inocente, probable re­ferencia al sumo sacerdote judío Onías III que fue desplazado de este cargo y condu­cido a Antioquía, capital del imperio seléu­cida, para poner en su lugar al sacerdote prohelenista Jasón (175 a. C). Onías III, sin poder volver a Jerusalén, fue asesinado en la localidad de Dafne, en las cercanías de An­tioquía el año 170 a. C.

En cuanto a Jerusalén y al santuario, Ga­briel anuncia que serán arrasados por el ejér­cito de un príncipe que vendrá. Referencia clara al poder helenista que arruinó la capi­tal judía y el templo bajo la dominación de Antíoco IV.

-Con la expresión de Dn 9,27: todavía du­rante una semana (de años), Gabriel se refie­re a la última de las setenta semanas de años, período en el cual el príncipe que arrasará Je­rusalén y el santuario establecerá un sólido pacto con muchos. La persecución de Antíoco IV duró desde el 170 a. C. hasta el 164 a. C , año de la muerte del opresor; es clara la alu­sión del libro de Daniel al apoyo que encon­tró Antíoco IV a su política de dominación por parte de un grupo de la aristocracia sacer­dotal judía. La indicación: a mitad de la se­mana (de años) pondrá fin al sacrificio y ala ofrenda se refiere a la prohibición dada por Antíoco IV Epífanes de celebrar el culto yah-vista. Esta supresión del culto divino en el templo de Jerusalén duró desde el día 25 del mes de Casleu (hacia la mitad de diciembre) del año 167 a. C. hasta la misma fecha del año 164 a. C , cuando fue restablecido el cul­to de Yahvé en la fiesta de la dedicación del

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templo realizada por los Macabeos (véase 1 Mac 1,41-64; 4,36-61; 2 Mac 10,1-8). La frase: y levantará sobre el altar el ídolo abo­minable constituye la más clara referencia del libro de Daniel a la estatua del dios pagano Baal Shamem hecha erigir por Antíoco IV en el templo de Jerusalén.

-La interpretación de la profecía termina con un nuevo anuncio del desastre final del opresor Antíoco IV Epífanes: hasta que la rui­na decretada se abata sobre el devastador. Así concluían también los capítulos 7 y 8. Por tanto, más allá de la desgracia, que ha de to­marse como una llamada a la conversión, se abre paso el anuncio de que Dios pondrá fin a la opresión.

Sorprende un tanto, en la cuidada redac­ción del libro de Daniel, que este capítulo no termine con una conclusión de tipo redac-cional como los anteriores. Con esto el libro de Daniel destaca la importancia de la pro­fecía interpretada por el mensajero celeste y da a sus lectores la impresión de u n inmi­nente cumplimiento.

Gabriel ha comunicado a Daniel el fin de la opresión y de la ruina de Jerusalén, temas centrales del capítulo, pero falta todavía la respuesta a la plena realización de los deseos de los ñeles. La nueva manifestación de Dios no significará una mera restauración sino el comienzo de algo nuevo y eterno: el adveni­miento del reino de Dios y la alianza eterna que establecerá con el resto de fieles super­vivientes, tal como lo había anunciado Dios mismo en la ley de Moisés y a través del pro­feta Jeremías (véase Lv 26,42-45; J r 30,3-11; 31,23-34; 32,36-44; 33,6-11.23-26).

Este final abierto del capítulo invita a con­tinuar la lectura del libro que interpreta el momento presente de los judíos oprimidos y los abre a la esperanza.

LA GRAN VISION FINAL (10,1-12,13)

Los capítulos 10-12 del libro de Daniel for­man un conjunto articulado en torno a una extensa visión que concluye la edición en len­gua hebrea del mismo libro.

Bajo esta forma de una visión y u n men- \ saje reveladores, tenidos por el personaje Da- i niel cuando éste vivía bajo la dominación per- i sa y que debieron permanecer ocultos has- \ ta que llegase el período final (véase Daniel 10,1-12,4), el redactor del libro de Daniel re­fleja su propia experiencia histórica, anun­cia la salvación y la futura resurrección. Los j motivos dominantes y los temas que ya apa- : recieron en los capítulos 7, 8 y 9 son reto- ; mados y reformulados dentro de esta última ; visión apocalíptica.

Esta sección final del texto hebreo del libro ] de Daniel describe la historia contemporánea \ del mismo redactor y compositor del libro de ; Daniel y de la comunidad judía de Palestina ! que vive bajo el dominio del poder seléucida. Estos capítulos constituyen una unidad li­teraria y reflejan claramente una teología del ; martirio. El autor del libro escribe cuando el opresor Antíoco IV Epífanes y sus aliados fa­vorables a la helenización de la pequeña re­gión de Judea, incluidos algunos sectores autóctonos, llevaban adelante su proyecto de hacer desaparecer las manifestaciones reli­giosas del tradicionalismo yahvista, inten­tando consolidar la hegemonía del poder po­lítico seléucida, y su propio poder, median­te la implantación del helenismo a todos los niveles, incluido el religioso. '

El libro de Daniel describe la opresión que ; vive la comunidad judía bajo el poder de An­tíoco IV, denuncia la dura realidad de la per- \ secución y, conforme se aproxima a su tiem­po narra acontecimientos y ofrece detalles concretos que describen el período de opre- ¡ sión que vive la comunidad judía, pero lo ha- i ce a través de expresiones genéricas y pre­tendidamente confusas. Esto dificulta una lectura historiográfica clara de los datos que ofrece el libro de Daniel, de manera que se hace difícil seguir el proceso histórico e iden­tificar con precisión personajes y aconteci­mientos.

10,1-11,1 El hombre vestido de lino. Es­ta sección sirve para presentar todo el con­junto y el mensaje que en él se transmite. En el marco de una breve introducción narrati­va (Dn 10,1), el redactor del libro coloca la úl-

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tima revelación tenida por'Daniel en el año tercero del reinado de Ciro, el emperador per­sa que había permitido el retorno a los judíos exilados y la reconstrucción del templo de Je-rusalén. El mismo redactor vuelve a señalar que este judío era llamado por su nombre de origen babilonio: Baltasar (véase Dn 1,7; 2,26; 4,5.15-16; 5,12} y destaca que este personaje alcanzó la comprensión de la revelación di­vina que se refería a una gran confrontación: Daniel estuvo atento a la palabra y compren­dió la visión.

Es el propio Daniel quien, en primera per­sona, refiere la visión y las circunstancias de la misma. Tiene lugar el dia veinticuatro del mes primero (posiblemente el mes llamado Nisán en el que se celebraba la pascua), a orillas del gran río Tigris (posible alusión a la visión de la gloria de Dios que tuvo el profe­ta Ezequiel cuando se encontraba desterra­do en Babilonia junto al río Quebar: Ez 1,1. 26-28), y después de un período de duelo y abstinencia. El ayuno para predisponerse a una gracia y obtener la respuesta divina a una súplica era una práctica habitual en Da­niel y aparece también en el libro de Esdras (véase Dn 9,3.23; 10,3.12 y Esd 8,21-23.31). En respuesta a las súplicas, sacrificios y des­velos de Daniel, Dios le concede una nueva revelación a través de un personaje de ca­racterísticas extraordinarias. Todo da a en­tender que Daniel se encuentra ante una ex­periencia teofánica semejante a las descritas por el libro de Ezequiel (véase Ez 1,26-2,2). El personaje que se presenta ante Daniel lle­va vestiduras sacerdotales (véase Lv 6,3) y sólo Daniel es capaz de contemplarlo. Como en otras ocasiones (véase Dn 7,28; 8,27) tam­bién ahora Daniel se siente desfallecer ante la nueva visión y su mensaje.

Pero el personaje celeste reconforta a Da­niel, hace que se incorpore progresivamente de su postración y le dice que puesto que se había decidido a esforzarse por comprender, humillándose ante Dios, ahora le viene co­municada la respuesta que ha pedido.

Antes de comunicar a Daniel el mensaje divino, este hombre celeste habla de una ex­traña lucha que hubo de librar primero con­tra el príncipe de Persia y después contra el

príncipe de Grecia; refiere además a Daniel que en esta lucha no está solo sino que es ayudado por Miguel, vuestro príncipe y une de los prícipes más excelsos (Dn 10,13.21).

Estos versículos introducen una caracte­rística propia de la visión apocalíptica judía de la historia: el combate terrestre es com­partido por personajes trascendentes. Este enfrentamiento celeste según la observación de 2 Mac 5,1-4 responde a los preparativos bélicos de los reyes del tiempo del redactor del libro de Daniel. Esta visión de la historia humana, compartida con personajes celes­tes y que depende de alguna manera de un combate librado en la esfera divina, indica una concepción trascendente de la historia de la humanidad y de su destino. La creen­cia según la cual cada pueblo, nación o rei­no tiene un ángel protector es muy antigua en la tradición judía y se encuentra testimo­niada en Dt 32,8-9 según la versión griega de los LXX. De acuerdo con esta creencia Mi­guel es el ángel protector del pueblo de Israel (véase Dn 10,13.21; 12,1).

A través de esta revelación, ficticiamente otorgada al personaje Daniel que vivió bajo la dominación persa, el redactor del libro de Daniel, contemporáneo de los sucesos que narra como revelación, quiere dar a conocer la visión divina de la dura realidad que le to­ca vivir junto a los judíos que permanecen fieles a su fe y confortarlos con la seguridad de que Dios lucha con ellos.

11,2-20 La guerra entre seleúcidas y lá-gidas. Se relata en esta sección la historia previa a la persecución seléucida: se repite la vieja historia de las luchas por el poder y se narran los acontecimientos protagonizados por los reinos helenistas, su influjo sobre el territorio palestino y sus consecuencias so­bre la comunidad judía. Los reyes seléucidas de la región de Siria son denominados reyes del norte y los tolomeos de Egipto son deno­minados reyes del sur.

Junto con la sección siguiente constituye la parte más "histórica" de esta revelación. Aunque se discute mucho sobre la identifi­cación de los datos ofrecidos por el libro de Daniel, se puede establecer un mínimo de

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correspondencias historiográficas. La histo­ria es dividida en etapas y las referencias son las siguientes:

-El imperio persa (Dn 11,2). Según este dato los tres reyes que sucedieron a Ciro se­rían Cambises (530-522 a. C) , Pseudo Es­meráis (522 a. C.) y Darío I (522-486 a. C) . El cuarto rey sería Jerjes I (486-464 a. C.) que preparó una gran campaña militar con­tra Grecia; esta campaña terminó desastro­samente en la batalla de Salamina (año 480 a. C.) y marcó el progresivo debilitamiento del imperio persa.

-El imperio macedonio de Alejandro Mag­no, dividido entre sus generales sucesores (Dn 11,3-4). Sin preocuparse de consignar todos los datos históricos, el redactor del li­bro de Daniel salta los últimos reyes persas y pasa al nuevo dominador de la escena del cercano oriente antiguo: el macedonio Ale­jandro Magno (336-323 a. C.) y destaca, co­mo ya lo ha hecho anteriormente, la rapidez de sus conquistas y su muerte imprevista (Dn 7,6; 8,8). Con la desaparición de Ale­jandro Magno el imperio macedónico fue di­vidido por sus generales en cuatro reinos.

-La dominación de los reinos helenistas so­bre el territorio palestino (Dn 11,5-20). El re­lato del libro de Daniel se concentra en dos de los cuatro reinos surgidos a raíz de la muer­te de Alejandro Magno: precisamente los dos reinos -reino del sur y reino del norte- que ejercieron sucesivamente su dominio sobre Palestina, a saber los lágidas o tolomeos de Egipto y los seléucidas de Siria.

En un primer momento (Dn 11,5-10) el re­dactor del libro va aludiendo a las relaciones primero amistosas pero luego conflictivas en­tre Tolomeo I Lagos Soter (323-283 a. C.) y Se-leuco I Nicátor (311-281 a. C); al matrimonio de conveniencia entre Antíoco II Teós (261-247 a. C.) y Berenice, hija de Tolomeo II Fi-ladelfo (285-247 a. C), matrimonio que no surtió el efecto deseado de pacificación pues la primera esposa de Antíoco II reconquistó la influencia perdida, envenenó a su ex-marido, hizo asesinar a Berenice con toda su familia y colocó en el trono de Siria a su hijo Seleu-co II Calínico (246-226 a. C); finalmente el re­lato del libro de Daniel alude a las victoriosas

campañas militares de Tolomeo III Evergetes (246-221 a. C.) contra Seleuco II, a una po­sible ineficaz contraofensiva de este último que está poco documentada, y a una campa­ña de conquista emprendida por Seleuco III Cerauno (226-223 a. C.) contra Egipto.

En un segundo momento (Dn 11,11 -20) el redactor se centra en Antíoco III el Grande (223-187 a. C.) y su política de dominación sobre el cercano oriente incluido el territorio palestino. Los comienzos de Antíoco III no fueron felices pues sufrió una gran derrota por parte de Tolomeo IV Filopátor (221-204 a. C.) en la batalla de Rafia en el año 217 a. C. (Dn 11,11); pero prosiguió con sus cam­pañas militares durante ocho años para for­talecer su reino (Dn 11,12) y cuando Tolomeo V Epífanes subió al trono de Egipto (204-180 a. C.) Antíoco III reinició sus campañas de conquista, fortalecido con la alianza que ha­bía establecido con Filipo V de Macedonia y por las luchas internas del poder lágida. Dn 11,14 alude probablemente a los judíos per­tenecientes a la rica y poderosa familia de los Tobías, prohelenista, aliada del poder seléu-cida y contraria a la dominación egipcia de los lágidas. Dn 11,15-16 narra el asedio de Gaza por parte de Antíoco III y la derrota que infligió a los ejércitos egipcios en la batalla de Panión en el año 198 a. C ; esta batalla de­terminó el dominio del poder seléucida sobre el territorio palestino, denominado por Dn 11,16 como la tierra del esplendor.

Posteriormente, previendo el avance del poderío romano sobre Oriente, Antíoco III hi­zo la paz con Egipto y casó a su hija Cleo-patra con Tolomeo V en el año 194 a. C ; de esta unión nació Tolomeo VI Füométor (181-145 a. C). La hija de Antíoco III no siguió los deseos de su padre y se dedicó por entero a fortalecer el poder egipcio, por lo que Antío­co III volvió a emprender sus campañas mi­litares de conquista, esta vez sobre la región de la costa del Asia Menor (Dn 11,17-18). Pe­ro esta forma de actuar lo llevó a enfrentar­se con el expansionismo del poder romano. De hecho el cónsul Lucio Cornelio Escipión, llamado "el asiático" lo derrotó en la batalla de Magnesia (año 190 a. C.) y Roma le im­puso una fuerte indemnización por gastos de

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guerra en el tratado de Apamea (Dn 11,18). Antíoco III intentó entonces fortalecer su po­der dentro del propio reino para lo cual em­prendió nuevas campañas militares. Cuan­do quiso saquear el tesoro de un templo del dios Bel en Elimaida fue asesinado por la po­blación en el año 187 a. C.

Finalmente en Dn 11,20 se menciona el fallido intento de Seleuco IV Filopátor (187-175 a. C.) de confiscar el tesoro del templo de Jerusalén para pagar los gastos de gue­rra impuestos por la república romana a su derrotado antecesor. Para esto envió a He-liodoro, su ministro de finanzas, a Jerusalén pero éste no pudo llevar a cabo su misión. Según 2 Mac 3 una visión sobrenatural se lo impidió. Algún tiempo después el mismo He-liodoro dirigió una conspiración contra el rey y lo hizo envenenar.

11,21-45 El reinado de Antíoco Epífa-nes. Al poder seléucida le interesaba favore­cer la difusión de la cultura helenista como instrumento de unificación y homogeneiza-ción del inmenso conglomerado de pueblos y naciones que estaban bajo su hegemonía y esto determinó la violenta persecución de­satada contra el pueblo judío ñel a sus cos­tumbres y a su tradición religiosa monolá-trica y monoteísta.

Dn 11,21-45 narra la experiencia de la persecución que sufre la comunidad judía bajo la opresión del monarca seléucida An­tíoco IV Epífanes (175-164 a. C). El redactor de Daniel escribe durante esta persecución, la denuncia, la condena y proclama su fin. Describe el tiempo en que vive con una gran cantidad de datos y detalles sobre los acon­tecimientos políticos contemporáneos, pero lo hace con un estilo impreciso y oscuro, propio de la literatura apocalíptica que surge preci­samente como resistencia a la desmesura del poder (véase 1 Mac 1,10-6,13 y 2 Mac 4,7-9,29).

Dn 11,21 se refiere a Antíoco IV como un hombre despreciable ironizando sobre su ape­lativo Epífanes que significa espléndido o ilus­tre. Antíoco había usurpado el trono su­plantando a Demetrio, hijo de su hermano Seleuco IV Filopátor. Probablemente el mis­

mo año de su ascensión al trono, Antíoco IV depuso del oficio de sumo sacerdote a Onías III y nombró en su lugar a Jasón. Este ges­to preanunciába la política de helenización de la cultura que se proponía llevar a cabo el monarca seléucida. Onías III fue primero des­terrado a Antioquía y poco tiempo después fue asesinado en Dafne, acontecimiento que ya había sido narrado por Dn 9,26.

Antíoco IV había accedido al poder con as­tucia pero contaba con pocos partidarios; pa­ra aumentarlos recurrió a una hábil política de favoritismo de los aliados y de crueldad para con los adversarios. Una vez consoli­dado su poder se propuso reeditar los pro­yectos de conquista de su padre Antíoco III el Grande. A todos estos acontecimientos alu­de Dn 11,23-24.

En Dn 11,25-28 se evoca la primera gue­rra (años 170-169 a. C.) entre Antíoco IV y su sobrino Tolomeo VI Filométor. El rey lá-gida fue traicionado: su hermano Tolomeo Físico estaba comprometido en una conspi­ración de palacio contra él mientras sus mi­nistros, que habían organizado deficiente­mente los proyectos bélicos, lo impulsaban a aceptar un tratado de paz que establecía condiciones humillantes. Tolomeo VI fue he­cho prisionero cuando intentó huir. Al volver de esta campaña militar Antíoco IV trató con cierta benevolencia a la comunidad judía, pero ya abrigaba planes respecto de la he­lenización progresiva del territorio judío. El libro de Daniel anota que Antíoco IV no pu­do realizar entonces sus planes porque to­davía no había llegado el tiempo fijado; se re­fiere a la política de helenización de Judea que habría de terminar en la persecución antijudía.

En Dn 11,29-30 se describe la segunda campaña militar de Antíoco IV contra Egip­to realizada en el año 168 a. C. Esta expe­dición fue interrumpida por la intervención en Oriente de un nuevo poder con preten­siones universales: Roma cuyos ejércitos son denominados en Dn 11,30 como navios de Chipre haciendo referencia a su provenien­cia, a través del mar, de los territorios del oc­cidente del Mediterráneo (véase Gn 10,4; Nm 24,24; Is 23,1.10; Ez 27,6). El cónsul Gayo

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Popilio Lenas en nombre del senado romano obligó a Antíoco IV a retirarse.

Al regreso de esta fracasada segunda gue­rra de conquista, Antíoco IV atacó y saqueó la ciudad de Jerusalén comenzando así el proceso de opresión y helenización radical del pueblo judío (Dn ll,30b-39). Confiscó parte del tesoro del templo y estableció una guar­nición militar siria en la parte de la ciudad denominada Akra. Antíoco IV pretendía así consolidar su poder contra el creciente ex­pansionismo romano, para lo cual se apoyó en los grupos judíos favorables a su política de dominación; a estos judíos los llama el li­bro de Daniel desertores de la santa alianza (véase 2 Mac 5,1.5.11-16.21-26; 1 Mac 1,11-15.43.52).

La persecución tendrá un ñn, pero antes los planes del impío dominador conocerán momentos de ilimitada exacerbación (Dn 11,36). No se dice claramente cuál es el dios adorado por Antíoco IV. Dn 11,38 lo deno­mina él dios de las fortalezas (probablemen­te Zeus olímpico) y dice que su veneración es­taba ligada a las riquezas; luego añade que a quienes ¡o reconozcan como rey, Antíoco IV les otorgará poder y tierras. Posiblemente con es­te paralelismo Daniel quiera indicar la auto-divinización del rey seléucida que había em­prendido tantas campañas de conquista con­tra las fortalezas y había saqueado tantas veces los templos del cercano oriente. Para Daniel, Antíoco IV no tuvo otro dios que sí mismo; se sabe que en su vejez Antíoco IV hi­zo acuñar monedas que lo representaban con los rasgos de Zeus olímpico.

Con Dn 11,40-45 el relato llega al mo­mento JinaL Es el tiempo concreto en que se está escribiendo el libro.

La interpretación de esta sección es dis­cutida: para algunos comentaristas se trata de una verdadera proclama profética del li­bro de Daniel que se refiere al anuncio de una futura tercera campaña militar de An­tíoco IV para asegurar su poder en el cerca­no Oriente. Como la historiografía no ofrece datos acerca de una tercera campaña de conquista emprendida por Antíoco IV contra Egipto, algunos comentaristas, apoyados en la interpretación de algunos padres de la

Iglesia, aplican esta profecía al fin del mun­do.

En el año 164 a. C , último año de vida de Antíoco IV, se rebelaron contra su dominio los Partos y Armenios -son los noticias alar­mantes del Oriente y del Norte citadas por el libro de Daniel-, y Antíoco IV se dispuso in­mediatamente a sofocarlos: partirá enfureci­do, dispuesto a sembrar destrucción y exter­minio por doquier. Este es el último dato his-toriográñco que el libro de Daniel ofrece de su tiempo. Antíoco IV murió durante esta cam­paña militar a causa de una extraña enfer­medad pero el libro de Daniel parece desco­nocer este dato. Esto permite suponer que el libro de Daniel haya sido dado a conocer y di­fundido poco antes de la muerte del opresor y del restablecimiento del culto yahvista en Jerusalén, entre los años 165-164 a. C.

En consonancia con la explicación ofreci­da en la introducción a este comentario so­bre la interpretación de la apocalíptica, de­jamos de lado la aplicación del pasaje al fin del mundo y preferimos entender esta sección como una previsión de los acontecimientos, situados en un futuro inmediato. Siguiendo la lógica de "la desmesura del poder" mani­festada en tantas ocasiones por Antíoco IV, el autor del libro anuncia un nuevo período de guerras y enfrentamientos y destaca la cruel­dad y el poder destructivo que desplegará el opresor; lo hace con el mismo estilo y la mis­ma fuerza con que había descrito la insolen­cia del pequeño cuerno y la violencia de las bestias en los capítulos 7 y 8 (véase Dn 7,7-8.24-25; 8,9-12.23-24).

La última descripción que hace el libro de Daniel de Antíoco IV estableciendo su cam­pamento entre el mar y ¡a montaña santa de la tierra del esplendor hace una referencia cla­ra a Jerusalén y puede evocar a la montaña que simboliza el advenimiento del reino de Dios en el capítulo 2 (Dn 2,34-35.44-45); pue­de también aludir a las profecías del AT que anuncian y sitúan la destrucción de los po­deres hostiles a Dios y al establecimiento de su reino cerca de Jerusalén, entre las mon­tañas de Israel o en el valle de Josafat (Ez 38,14-16; 39,1-11; Jl 3,2-4,2; Zac 14,2ss). En cualquier caso, el ñn de la opresión y del opre-

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sor está inexorablemente decretado pues Dios mismo se encargará, como lo ha hecho en otras ocasiones, de humillar al soberbio y en­salzar a los humildes.

12,1-4 Tiempos de angustia y promesa de resurrección. Para muchos judíos con­temporáneos del autor del libro que escribió en un tiempo de angustia como no hubo otro desde que existen las naciones, el fin de la opresión del poder seléucida debía coincidir con la manifestación escatológica de Dios.

En medio de la persecución Daniel procla­ma proféticamente la salvación que Dios tra­erá a su pueblo en el tiempo de la angustia. Dios no dejará desprotegido a su pueblo du­rante la persecución: Miguel, jefe del ejército celestial y protector de Israel, se levantará pa­ra ejercer su misión de defender al pueblo ju­dío. El hombre vestido con túnica de lino y en­cargado de comunicar la revelación a Daniel (Dn 10,5.11-12) proclama que Dios salvará a los que estén escritos en el libro (véase Dn 7,10), resucitará incluso a los muertos y ten­drá lugar el juicio divino que será definitivo: castigo eterno para unos, vida eterna para otros. En la perspectiva de Daniel la inter­vención divina significa castigo de los que tra­maron la ruina de sus fieles y salvación de los que confiaron y esperaron en ella (véase Dn 3,22.48; 6,24-25). La salvación luminosa pro­clamada para los sabios y para los que con­dujeron a muchos por el buen camino es una imagen de la salvación eterna concedida a los fieles. Los sabios no constituyen un grupo es­pecial dentro del mismo pueblo, sino aquella parte de la comunidad judía que permaneció fiel al cumplimiento de la ley de Moisés en medio de la persecución provocada por la am­bición del poder de Antíoco IV y a pesar de la deserción de muchos judíos que traicionaron su fe y su cultura (véase Dt 4,5-8; Is 53,11).

La orden que recibió en su día Daniel, el vidente de Babilonia, de mantener oculto el mensaje que le había sido revelado y de se­llar el libro hasta que Uegue el momento final justifica que sólo ahora, llegado ese momen­to final, el autor del libro comunique a sus contemporáneos lo que fue revelado al sabio judío en el destierro.

12,5-13 El momento final. Como suce­de en tiempos difíciles, de confusión y de persecución, muchos de los judíos fieles, contemporáneos del autor del libro, se pre­guntaban por la realización de la salvación prometida por Dios y seguramente no falta­ban quienes querían hacerla coincidir con la intervención escatológica, ligándola al mo­mento presente de la persecución seléucida.

A estas preguntas viene a responder esta última sección del libro de Daniel. Dos nue­vos personajes acompañan ahora al hombre vestido con túnica de lino y uno de ellos le pregunta: ¿cuándo se cumplirán estas cosas prodigiosas? La presencia de estos dos nue­vos personajes parece responder al precepto de la ley que establecía la asistencia de dos testigos para la validez de un juramento.

La respuesta, bajo solemne juramento que compromete al Dios vivo, indica un tiempo preciso: dentro de tres años y medio, cuando haya terminado la persecución. Aunque es­ta respuesta parece clara, Daniel no logra comprenderla y vuelve sobre el argumento: Señor, ¿en qué terminará todo esto?

Esta última sección de Daniel podría con­siderarse como una segunda conclusión del li­bro. Para algunos comentaristas presenta va­rios agregados de redactores posteriores que intentan releer y precisar la respuesta ofre­cida al personaje que pregunta sobre el mo­mento en que se cumplirán estas cosas prodi­giosas (Dn 12,6), es decir estas profecías.

El mensajero de la revelación vuelve a ase­gurar a Daniel sobre la veracidad del mensa­je que le ha transmitido. Sólo en el tiempo fi­nal este mensaje será plenamente compren­dido. Este tiempo será un período de prueba, purificación y perfeccionamiento; los planes de los inicuos prosperarán, sin que ninguno en­tienda lo que sucede. El libro de Daniel vuel­ve a referirse con estas expresiones al tiempo de persecución y de confusión que vive la co­munidad judía bajo Antíoco IV, pero agrega que los sabios sí comprenderán; se refiere con esto a los judíos que manteniéndose fieles a la ley de Moisés buscarán comprender el senti­do de la prueba y de las profecías.

El tiempo de la prueba vuelve a ser men­cionado como un período largo descrito en

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días: mil doscientos noventa (posiblemente tres años y medio) y se anuncia la superación de la prueba y la realización de la salvación después de mil trescientos treinta y cinco días. Las diferencias entre las diversas cifras dadas respecto del tiempo del cumplimiento de este mensaje que recibe Daniel quedan sin explicación y no concuerdan con las cifras ofrecidas en otras partes del libro. Esta difi­cultad podría indicar la intención del redac­tor final del libro de dejar abierta su lectura a ulteriores reflexiones, lo que fue claramente percibido por los comentaristas antiguos y actuales del libro que siempre han tratado de precisar el tiempo de este cumplimiento.

Conclusión abierta

¿El libro de Daniel carece de conclusión? Para algunos comentaristas el libro de Da­niel anuncia el inminente advenimiento del reino de Dios que pone fin a la sucesión de los imperios temporales e instaura en su lu­gar el reino eterno.

Si bien es literariamente posible encontrar elementos que parecen apoyar esta inter­pretación, habría entonces que afirmar que, si esa es la conclusión, teológicamente el li­bro de Daniel ha fallado. En efecto, la his­toria ha continuado su curso y la interven­ción inminente y definitiva de Dios que po­ne fin a la historia humana no tuvo lugar. Prueba de este fallo serían las numerosísi­mas posteriores relecturas e interpretaciones del libro de Daniel que trataron y tratan de precisar y corregir esta venida inminente, acomodando este final de la historia anun­ciado por Daniel, a otros diversos momentos de la historia humana.

¿Es el libro de Daniel una obra abierta? ¿Y en este caso cuál sería la conclusión?

El libro inicia su interpretación de la his­toria desde el exilio en Babilonia y llega has­ta el presente del autor. Desde esa experien­cia pasada hasta el período actual de la per­secución antijudía todo es visto como lucha entre los poderes de este mundo y el poder de Dios.

La historia es vista como u n proceso de degradación creciente con momentos de vio­

lencia desmesurada; este proceso de degra­dación de los poderosos y de los imperios es­tá simbolizado sobre todo en la degradación de la estatua del sueño de Nabucodonosor del capítulo segundo y en la violencia cre­ciente de las bestias, hasta llegar a la bestia que profiere blasfemias, del capítulo séptimo.

A partir del capítulo séptimo todo comien­za a girar en torno a la violenta realidad pre­sente. El sueño de la estatua de Nabucodo­nosor, que sólo intranquilizó al rey pero no a Daniel, dio paso al sueño que dejó turba­do y demudado al mismo Daniel. Toda esta revelación que preocupó tanto a Daniel se inició el año primero del rey Baltasar, el rey que fue condenado a muerte y perdió el rei­no por haber despreciado al Altísimo, así co­mo ahora desprecia al Altísimo el rey que vi­ve y actúa en el momento presente, es decir Antíoco rv Epífanes.

El libro de Daniel no necesita una con­clusión. Ya ha logrado su objetivo, ha reve­lado la lógica de la desmesura del poder y ha anunciado el cumplimiento indefectible de la esperanza de los fieles. Por eso, cuando a punto de concluir el libro, el autor pone en labios de Daniel, su protagonista, la gran pre­gunta: Señor, ¿en qué terminará todo esto?, se le responde por boca del mensajero divi­no que siga adelante y permanezca fiel has­ta el final en la seguridad de que, aunque muera, participará de la resurrección para recibir su recompensa.

Detrás de las actitudes a las que es invi­tado el personaje Daniel puede leerse la ex­hortación final que el redactor del libro de Daniel dirige a sus contemporáneos y a sus lectores a mantenerse fieles hasta la muer­te anclados en la promesa de la resurrección y la salvación.

m RELATOS GRIEGOS

(13,1-14,42)

Los capítulos 13 y 14 de Daniel fueron con­servados por la tradición en dos versiones griegas diferentes: la de los LXX y la de Teo-doción; ambas presentan una gran diversidad

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DANIEL 13

respecto de su contenido y podrían haberse basado en un relato hebreo o arameo. La gran mayoría de la Biblias actuales sigue la cos­tumbre, que arranca del siglo III d. C , de tra­ducir el texto de la versión de Teodoción.

13,1-64 Historia de Susana. La historia de Susana, uno de los añadidos griegos al tex­to hebreo-arameo de Daniel, es un relato en prosa de carácter edificante: una haggadá, co­mo los relatos de los capítulos 1-6 de la pri­mera parte del libro. Responde a una temática general de orden sapiencial: La sabiduría del joven Daniel confunde a los ancianos que juz­gan a Israel. Puede haber constituido inicial-mente un relato independiente del resto del actual libro de Daniel. La versión denomina­da de Teodoción coloca esta narración antes del libro de Daniel.

El capítulo constituye un "midrash hag-gádico": detrás de una "historia ejemplar" aparentemente sencilla se esconde una fuer­te crítica a los ancianos judíos que, bajo apa­riencia de fidelidad y justicia y en conformi­dad con la ley de Moisés, condenan a muer­te a una mujer fiel e inocente.

El relato presenta cierto paralelismo con otros casos del AT. Como David ante Saúl y Jacob ante su hermano Esaú, así también Susana, mujer temerosa de Dios, se encuen­tra enfrentada a los jueces judíos encargados de juzgar a la comunidad en el destierro. Dos tipos de personaje que no están en un mismo plano, puesto que uno se halla en inferioridad de condiciones, desprotegido ante el otro. En este caso Susana se encuentra indefensa an­te la violencia de los ancianos encargados de hacer justicia según la ley de Moisés.

Para algunos comentaristas el autor del relato sería un judío observante de la ley de Moisés (tal vez perteneciente a la línea de los fariseos) que escribió en tiempos del rey y sumo sacerdote Alejandro Janneo, entre los años 103-76 a. C. La finalidad del relato se­ría criticar, a través del uso de la sátira, al grupo de los saduceos que detentaban el po­der y se habían corrompido en la adminis­tración de la justicia.

Bajo esta sátira el relato tiene al menos dos niveles posibles de interpretación:

-Uno constituiría una durísima crítica a la corrupción de las autoridades religiosas del pueblo judío, velada bajo la trama ingenua de una novela edificante.

-El otro, más profundo, refleja un drama espiritual. Se trata del reconocimiento de la verdadera fidelidad y de la verdadera sabi­duría. Se trataría aquí del enfrentamiento en­tre dos grupos religiosos que se acusan mu­tuamente de adulterio-infidelidad y en últi­ma instancia de idolatría. La acusación de idolatría estaría dada en la imagen del adul­terio cometido bajo un árbol. En la predica­ción de los profetas que acusaban al pueblo de Dios de idolatría, esta infidelidad al úni­co Dios frecuentemente tenía lugar bajo los árboles (véase J r 2,20; 3,6.13).

El relato no puede situarse al principio del destierro babilónico pues supone una co­munidad judía que goza de libertad y auto­nomía para regirse por su propia ley, datos claros que ambientan la historia narrada en el período postexílico. Esta situación de la comunidad judía refleja la vida de muchas comunidades judías que vivían fuera de Pa­lestina, en la diáspora de la época helenista. Aunque este capítulo no tiene en cuenta la persecución sufrida por la comunidad judía por parte de Antíoco IV Epífanes, se puede pensar que el relato fue insertado por el re­dactor final del libro de Daniel porque cons­tituye una crítica a los abusos del poder, ejercido por los encargados de juzgar según la ley de Moisés, dentro de la misma comu­nidad judía.

Así se puede leer este capítulo como una crítica de Daniel a la falsa piedad y a la apa­rente justicia de los ancianos que juzgaban al pueblo pero en realidad se habían apar­tado del cumplimiento de la voluntad divina y de la observancia de la ley de Moisés. Los protagonistas del relato son:

-Susana: la mujer hermosa, temerosa de Dios y fiel a su esposo, que es objeto de un testimonio falso por parte de los ancianos de Israel que la acusan de adulterio-infidelidad (de "traicionar a su esposo con un joven"). En realidad ella es la mujer que permanece fiel ante la corrupción y por esta misma fi­delidad es acusada de infidelidad y traición.

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-Los dos ancianos: que alegando fidelidad a la ley, adulteran verdaderamente la justi­cia y dan falso testimonio (como los falsos profetas). Su adulterio consiste precisamente en dar u n juicio falso sobre la fidelidad.

-Daniel ("Dios mi juez"): es quién en rea­lidad acusa al pueblo y a los ancianos y des­cubre a los verdaderos adúlteros. A través de la intervención de Daniel, Dios acusa y de­senmascara la violencia del poder de los lí­deres religiosos judíos que vigilaban el cum­plimiento de la ley de Moisés y la adminis­tración de la justicia.

El relato puede estructurarse de la si­guiente manera:

Introducción: Ambientación y presenta­ción de personajes (Dn 13,1-6).

Primera parte: Confabulación contra Su­sana (Dn 13,7-27).

Segunda parte: Juicio y condena de Su­sana (Dn 13,28-43).

Tercera parte: Intervención divina a través de Daniel (Dn 13,44-62).

Conclusión: Acción de gracias por la sal­vación de Susana y reconocimiento de la sa­biduría de Daniel (Dn 13,63-64).

Dn 13,1-6: Ambientación y presentación de personajes. El relato, según la versión de Teodoción, coloca la historia de Susana en Babilonia. Susana es presentada como es­posa de Joaquín, del cual se dice que era muy rico y el mas ilustre de los judíos por lo cual todos los judíos se reunían en su casa; quizás el libro de Daniel quiera relacionar a este Joaquín con el rey judío exiliado en la capital del imperio babilonio (Dn 1,1-2) para destacar que Susana, la mujer hermosa y fiel defendida por Dios, literariamente represen­ta a Israel. Susana es el nombre hebreo del lirio o azucena; con esta flor compara el ama­do a su enamorada en el poema del Cantar de los Cantares y el profeta Oseas al pueblo de Dios (véase Cant 2,1-2; Os 14,6).

Daniel destaca en Susana la piedad y la belleza, la religiosidad de sus padres y la educación en la ley de Moisés; todo el drama de esta prueba a la cual Susana se ve so­metida nace, gira y se resuelve en torno al

cumplimiento de la ley de Moisés (véase Dn ; 13,2-3.21.41.49. 54-55.59.62). j

Antes que se desencadene el drama Da- ; niel advierte que ya el mismo Dios había pre-dicho la corrupción de los ancianos y de jue­ces dentro del pueblo. La cita puede ser una relectura de J r 23,15.

Dn 13,7-27: Confabulación contra Susa­na. El autor del relato, hace uso de su arte de narrador excepcional. Toda la acción trans- i curre en el jardín de la casa de Joaquín. Los i dos ancianos jueces, dominados por el deseo ¡ de poseer a Susana y satisfacer su pasión, I perdieron la cabeza y desviaron sus ojos de i forma que no miraban al cielo ni se acordaban \ de los juicios justos; estas expresiones que describen las actitudes de los jueces se ase­mejan a las usadas por Daniel cuando narra la soberbia del rey Nabucodonosor en el ca­pítulo 4.

En Dn 13,10-13 se describe con sutileza la actitud de los jueces determinada por su pa­sión y en Dn 13,14-16 se destacan, en cam- \ bio, el recato y la virtud de Susana. Los an- I cíanos recurren a la amenaza y la extorsión para lograr su propósito, mientras Susana decide mantenerse fiel a la ley de Dios por en­cima de todo. La insistencia con la cual Su- \ sana habla de caer en las manos de los an- ¡ cíanos recuerda la amenaza de Nabucodo­nosor contra los tres jóvenes judíos que se ! habían negado a adorar la estatua que el rey había hecho erigir como símbolo de su poder (Dn 3,15). Como los jóvenes judíos también Susana se mantiene fiel en el cumplimiento de la ley de Moisés. En el relato contrasta el grito de angustia de Susana con los gritos acusadores de los ancianos y su prisa en ac­tuar contra ella. Al dolor de Susana se agre­ga el dolor de sus familiares al escuchar la acusación de los viejos.

Dn 13,28-43: Juicio y condena de Susana. En el proceso se cumplen las amenazas de los ancianos contra Susana. Parece que hasta Dios está de parte de los inicuos; pero el llan­to y la plegaria de Susana harán que se ma­nifieste una vez más la bondad y la fidelidad divinas. En el juicio contra Susana los dos

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viejos se presentan como testigos acusado­res de la mujer ante el pueblo convocado en asamblea; el gesto de imponerle las manos so­bre la cabeza obedece a la prescripción del Le-vítlco en casos semejantes (Lv 24,14).

Este relato del libro de Daniel presenta muchas semejanzas con la narración del ca­pítulo 3 del Génesis. La acción se desarrolla en un jardín y el supuesto adulterio fue co­metido, según la acusación de los ancianos, bajo u n árbol. Según esto la afirmación de los ancianos de que se encontraban pase­ando por eljardín cuando descubrieron a la pareja de transgresores, podría indicar por parte del autor del libro de Daniel que estos jueces pretenden ocupar el lugar que co­rresponde a Dios (véase Gn 3,8).

Ante la reacción pasiva del pueblo que acata el testimonio de los ancianos, Susana reacciona fiándose del juicio de Dios, que co­noce lo oculto y sabe todas las cosas antes que sucedan (véase Dn 2,22; Bar 3,32). La fi­delidad de Susana es heroica: admite una sentencia injusta que la condena a muerte y por permanecer fiel a Dios acepta incluso el sacrificio de la propia vida.

Dn 13,44-62: Intervención divina por me­dio de Daniel. Esta parte del relato trata el tema del reconocimiento de la verdadera fi­delidad y de la verdadera sabiduría. La doc­trina de Daniel es clara: la verdadera fideli­dad y la sabiduría divina se manifiestan y quedan en evidencia sólo gracias a la inter­vención de Dios.

La súplica de Susana evoca otras plega­rias presentes en el libro de Daniel (Dn 2,17-19; 3,24-45; 9,20-23), y lo mismo que su­cede en esas súplicas, también aquí Susana recibe inmediata respuesta. Como en otros momentos difíciles de la historia del pueblo judío, Dios interviene salvíficamente de un modo inesperado e insólito.

Esta vez la novedad consiste en que hizo reaccionar el santo espíritu, de un joven: la expresión puede indicar la rectitud de ánimo de Daniel, en oposición a la doblez y co­rrupción con que actúan los ancianos.

La reacción de Daniel es contundente: no aprueba ni participa de la ejecución decre­

tada por los ancianos judíos. De esta manera critica la pasividad con que la comunidad ju­día reaccionaba ante las sentencias de de­terminados responsables de la comunidad.

Así como en los capítulos iniciales del libro la sabiduría de Daniel sobresalía por encima de la sabiduría pagana, así también ahora la sabiduría del joven supera la sabiduría de los mismos ancianos judíos. La elección del joven Daniel por parte de Dios constituye la mani­festación de una sabiduría nueva, reconoci­da incluso por los ancianos de Israel y es es­ta sabiduría la que dará espacio a la mani­festación salvífica de Dios en la historia. La sabiduría nueva de Daniel que surge en me­dio de la confusión y la consternación del pue­blo por las decisiones de la vieja y corrompi­da sabiduría judía, será finalmente la segura portadora de la revelación del Dios único.

A través de un breve proceso judicial Da­niel pone en evidencia la falsedad de las acu­saciones de los ancianos contra Susana. Se puede pensar que bajo las denuncias del jo­ven Daniel se esconde una crítica del re­dactor final del libro a la actitud de los diri­gentes judíos que detentando el poder y con el apoyo de la interpretación de la ley de Moi­sés intentaban inducir al pueblo de Dios a la infidelidad. Esta crítica del libro de Daniel re­caería así sobre la clase dirigente que apo­yándose en las Sagradas Escrituras empu­jaba al pueblo a aceptar la seducción del he­lenismo. Pero también se puede aplicar esta crítica del libro de Daniel a la violencia de los judíos piadosos y observantes, los jasidim, que cegados por su pasión nacionalista, se­ducidos por su ideal de independencia y am­parados en la ley de Moisés cedieron a la tentación de la violencia, arrastrando en su pasión por la justicia al pueblo de Dios y condenándolo a una muerte segura.

Al quedar en evidencia la calumnia de los jueces, el pueblo que había asistido en si­lencio y con dolor a la sentencia dada contra Susana se vuelve protagonista del relato. Ala­ba a Dios porque ha salvado a quien real­mente había sido fiel y decreta la ejecución de los dos ancianos, cumpliendo con las deter­minaciones de la ley de Moisés respecto de los testigos falsos (véase Dt 19,16-21).

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Con esta historia edificante, el autor del li­bro de Daniel afirma que la confusión, la opresión y la violencia sobre los hijos de Is­rael y de Judá no viene sólo de los domina­dores extranjeros; a veces es suscitada por los mismos encargados de guiar a la comu­nidad creyente. En este caso se trata de re­conocer la acción divina, de reconocer quién actúa según el espíritu de Dios y quién, ba­jo apariencia de piedad, justicia y fidelidad a la ley de Moisés, sólo esconde una pasión inconfesable.

Dn 13,63-64: Acción de gracias por la sal­vación de Susana y consolidación del presti­gio de Daniel. Llegamos a la conclusión del relato. Jelcías y su mujer, los padres de Su­sana, que prácticamente no han intervenido en esta historia, pero que habían dado una sólida educación en la fe a su hija, dan gra­cias a Dios, junto con su marido y toda su fa­milia, por haberla salvado. Representan a la comunidad judía que canta la salvación de Dios que no deja sea vana su esperanza y asegura la vida de sus hijos, como ya anti­guamente se había manifestado en favor de los hijos de Israel, en la tierra de Egipto cuan­do los primogénitos fueron condenados a muerte por el poder del faraón.

El relato termina con el reconocimiento por parte del pueblo de la sabiduría divina que alienta en Daniel y que ha puesto en evi­dencia la iniquidad que se escondía bajo la aparente aplicación de la justicia de la ley de Moisés. Todo ello constituye una especie de canto a la intervención de Dios que salva a sus fieles de la muerte y dirige los pasos de su pueblo en la esperanza.

14,1-22 Daniel y los sacerdotes de Bel. Es éste el primero de los dos episodios na­rrados en el último capítulo del libro de Da­niel y que se inscriben dentro de la polémi­ca judía contra los ídolos. La versión de los LXX dice haber tomado estas historias edi­ficantes de la profecía de Habacum, hijo de Josué, de ¡a tribu de LevU sólo en el segun­do relato Daniel menciona a un personaje de nombre similar. Por el estilo y el recurso a la sátira ambos relatos presentan algunas se­

mejanzas con otros escritos del judaismo postexílico como la Carta de Jeremías, con algunos pasajes de los profetas Isaías y Jere­mías en los que se critica el culto idólatra, con el relato del enfrentamiento entre el pro­feta Elias y los profetas del dios Baal en el monte Carmelo y con algunos salmos (véa­se Is 40,12-24; 42,12-16; 44,6-20; 46,1-7; J r 10; 1 Re 18,20-40; Sal 115; 135,15-18).

Estos relatos del capítulo 14 presentan una imagen pobre de la religiosidad pagana y del emperador Ciro (rey de los persas que accedió primero al trono de los medos des­pués de la muerte de Astiages en el año 550 a. C.) hasta el punto de que la fe judía se per­mite burlarse de la religiosidad pagana y des­truir sus representaciones. Estamos, pues, lejos de la presentación que hacía Daniel del culto imperial neobabilonio y del rey Nabu-codonosor. También es notable el contraste que presenta el autor de estos relatos entre su concepción del Dios vivo y dador de vida, Señor y salvador de la historia, con las re­presentaciones paganas de la divinidad. Al respeto que podía inspirar el culto pagano, Daniel opone el humor; y a la veneración de los dioses, la confianza en que sólo el Dios de los judíos es el Dios viviente y el que puede dar la vida a sus fieles.

El primer relato -Dn 14,1-22 que ahora co­mentamos- comienza constatando una ópti­ma relación del joven protagonista del libro con el emperador Ciro: Daniel vivíajunto al rey y era más honrado que el resto de sus amigos.

La acción se desarrolla en la ciudad de Ba­bilonia, conocida por su sincretismo religioso. Al dios Bel, que con el tiempo se fusionó con el culto del dios Marduk, estaba consagrado en Babilonia un grandísimo templo denomi­nado E-sag-üa (véase Is 46,1; J r 50,2; 51,44).

La gran cantidad de alimentos que se le ofrecen y el hecho de que el rey asista todos los días al culto del Dios Bel, indican la im­portancia que tanto la ciudad como el em­perador daban al Dios. Daniel, en cambio, só­lo adoraba a su Dios. Precisamente el que Daniel no venere al ídolo hace iniciar el diá­logo entre el rey y su amigo judío: ¿Por qué no adoras a Bel? En su respuesta Daniel afirma la falsedad de la idolatría: los ídolos venera-

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dos por los paganos son un objeto, obra de manos humanas. Este argumento de la po­lémica antiidolátrica judía -los ídolos son simple manufactura del hombre- comenzó a utilizarse poco antes del exilio y se desarro­lló durante la convivencia de la religión judía en el ambiente idólatra y sincretista de la cautividad en Babilonia. A la idolatría Daniel contrapone la adoración del Dios vivo que ha creado el cielo y la tierra y que tiene poder so­bre todos los hombres. Con esta respuesta Daniel da a entender al rey que es Dios quien ha hecho todo lo que existe y por esta razón todos los hombres, incluido el emperador, es­tán sometidos al poder divino.

La argumentación propuesta por el em­perador como signo de la vida del dios, re­presentado en el ídolo, es simple: ¿No crees que Bel es un dios vivo? ¿No ves cuánto come y bebe cada día? En la perspectiva de la re­ligiosidad judía la argumentación del rey en favor de la divinidad es absurda y revela jus­tamente lo contrario: tomar alimento es un rasgo propio de las criaturas; el Dios vivo no necesita alimentarse, como los hombres o las bestias, para vivir; él es la vida, el Dios vi­vo y dador de vida, el que da el alimento a to­dos los vivientes (véase Is 40,28-31; 41,17; Job 34,14). Si Bel necesita alimentarse es prueba evidente de que no es Dios.

El rey emplaza a Daniel y a los sacerdotes a que demuestren sus respectivas posturas y ambos aceptan el desafío. Y es de notar que en el relato no se menciona ninguna inter­vención especial de Dios para desenmasca­rar a los sacerdotes adoradores del ídolo; basta una estratagema sagaz de Daniel pa­ra poner en evidencia el engaño de los sa­cerdotes paganos.

La prueba se realiza conforme a la pro­puesta de los sacerdotes de Bel; los embau­cadores aparecen confiados en su trampa y, después de un primer momento en el cual parece triunfar el paganismo, se manifiesta la verdad. Daniel ironiza una vez más ante los argumentos visibles de la divinidad de Bel reconocidos por su amigo el emperador que, a indicación de Daniel, en seguida advierte el fraude de los sacerdotes. En el castigo que estos reciben se cumple la justicia del rey que

los mismos sacerdotes habían aceptado y se cumple la justicia del Dios de Daniel que tie­ne poder sobre todos los hombres. A través del gesto del emperador que entrega el ídolo y el templo pagano en manos de Daniel se da el reconocimiento de la vacuidad de tal culto. Los sacerdotes paganos, el ídolo y el mismo templo consagrado a esta divinidad son des­truidos; estaban sustentados en la mentira y la consecuencia de esto es su desaparición. La destrucción del ídolo y del santuario pa­gano llevada a cabo por Daniel corresponde al cumplimiento de una prescripción de la ley de Moisés (véase Dt 7,5-6; 12,2-3; Nm 33,52).

La versión de los LXX ofrece algunos as­pectos diferentes del relato: el culto de Bel se relaciona con el gasto que significa para el imperio el mantenimiento de su culto, las puertas del templo son selladas por el rey y algunos sacerdotes notables, los alimentos, después de desaparecidos son hallados en la casa de los sacerdotes, es Daniel quien des­cubre el pasadizo secreto que conducía al templo. También el final es diverso: el rey de­ja vacío el templo de Bel, saca a los sacerdo­tes paganos del templo, da a Daniel una cier­ta suma de dinero y hace destruir al ídolo.

14,23-42 Daniel y el dragón. Este se­gundo episodio de Dn 14 critica la adoración de la divinidad vinculada al culto de ani­males, característica muy extendida en las religiones paganas comenzando por los cul­tos egipcios. Critica además la creencia en animales fantásticos como representaciones de la divinidad, rasgo muy difundido en los cultos mesopotámicos.

La versión de los LXX coloca este nuevo episodio de confrontación de Daniel con la idolatría en el mismo lugar que el anterior, puesto que según esta variante del relato el templo pagano no fue destruido, sino sólo el ídolo que representaba a la divinidad.

El relato presenta dos secciones claras que podrían haber circulado originalmente en forma independiente:

-la primera se centra en el culto babilonio de u n gran dragón y termina con la muerte del mismo provocada por Daniel (Dn 14,23-27).

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-la segunda refiere la reacción de los ba­bilonios ante el suceso y ante la actitud del rey. Se inicia una persecución contra Daniel que es arrojado al foso de los leones, pero Da­niel supera milagrosamente la prueba, el em­perador reconoce al Dios de Daniel como el único verdadero y castiga a los que habían tramado la muerte del judío (Dn 14,28-42).

Es nuevamente el emperador Ciro quien inicia el diálogo con su amigo judío sobre el argumento religioso. Ante un gran dragón que los babilonios adoraban (el término griego drá-kon en la versión de los LXX se refiere nor­malmente a serpientes) el rey Ciro dice a Da­niel: De éste no dirás que también es de bron­ce; está vivo y come y bebe. Así que adóralo. El rey ha comprendido sólo parte de la ense­ñanza del episodio anterior: Dios no se iden­tifica con los ídolos obra de manos humanas, pero tampoco es una criatura que necesita del alimento para sobrevivir. La respuesta de Da­niel corresponde a la enseñanza judía recibi­da según la ley de Moisés (véase Dt 6,13-15).

El autor del relato desarrolla en él un tema religioso frecuente de la literatura pagana: só­lo los dioses tienen vida inmortal, la vida de las criaturas está sujeta a la muerte. Acep­tando en principio esta premisa, Daniel pide al rey poner a prueba la vida inmortal del ani­mal adorado como dios. El bocado desagra­dable, hecho con pez, grasa y pelos, que ofre­ce Daniel como alimento a la serpiente cons­tituye un gesto claro de desprecio hacia esta grotesca representación de la divinidad. La pasividad del animal que come este mejunje y después muere reventado es clara señal de que su culto es nada más que el fruto de la veneración ofrecida por los hombres. Ahí te­néis lo que adoráis es la constatación sar-cástica de Daniel respecto del culto pagano.

La reacción de los babilonios no se hace esperar: esta reacción no se dirige en primer lugar contra el judío sino contra el rey que ha cambiado de religión y se ha hecho judío (la versión latina de la Vulgata traduce este versículo: un judío hace de rey). El motín de los idólatras amenaza la estabilidad y con­tinuidad del gobierno del emperador que se ve obligado a entregar a su amigo judío pa­ra aplacar la ira de los idólatras.

DANIEL 14

El relato se prolonga con una nueva ver- , sión del episodio de Dn 6,11-25 en el que el ! protagonista del relato es arrojado al foso de \ los leones. A diferencia de Dn 6 el autor de Daniel no destaca el contexto de persecu­ción contra el judío desterrado sino la pre­sión ejercida contra el rey. El gesto de los idólatras de arrojar a Daniel al foso de los leones significaba darle muerte y ni siquie- ;

ra darle sepultura. La intervención de Dios consiste en aplacar la voracidad de los leo­nes durante seis días. Daniel destaca el hambre de estos animales a los que todos i los días se alimentaba con los cuerpos de l dos ajusticiados y con dos ovejas; pero en aquella ocasión no se les dio nada para que devorasen a Daniel

El relato adquiere todavía un mayor tono legendario con la referencia al profeta Ha-bacuc transportado por los aires, llevado desde Judea hasta Babilonia por el ángel del Señor y luego vuelto a su país. El pasaje puede inspirarse en un episodio semejante del profeta Ezequiel (véase Ez 8,3); la inter­vención del profeta Habacuc se puede en­tender en el relato como el cumplimiento del pasaje de Is 51,14.

Esta inserción del tema del alimento en­viado por Dios a Daniel tiene por finalidad destacar el cuidado y la protección que Dios dispensa a sus fieles y manifiesta además, ante los ojos paganos, que si Daniel conserva la vida es porque recibe alimento, como los demás mortales.

El relato concluye con la liberación de Da­niel del foso de los leones, el castigo de los que trataron de eliminarlo y que ahora son ellos mismos arrojados al foso, y el reconocimiento del Dios de Daniel como el único y verdadero Dios por parte del emperador persa. El rey que iba a llorar por su amigo a quien no podía me­nos de considerar devorado por los leones después de siete días en el foso, prorrumpe en un grito de júbilo que es a la vez oración de alabanza y confesión de fe: el Dios de Daniel es grande y no hay otro Dios fuera de él.

Esta historia ejemplar adquiere así una fi- | nalidad nueva, diversa de la polémica judía | contra la idolatría. Enseña que Dios prote­ge siempre a los fieles judíos, los salva de la

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muerte, los alimenta, castiga a los idólatras que se oponen a la verdadera piedad y hace de los judíos sus testigos en medio de las na­ciones paganas.

Así como el autor del libro de Daniel ha­bía iniciado su obra presentando a Dios co­mo alimento y vida de los jóvenes judíos, sus testigos en medio de la corte neobabi-lonia (Dn 1), así lo concluye con el cuidado que Dios pone en alimentar y salvar la vida de Daniel, su testigo en la corte persa (Dn 14).

En consonancia con esta perspectiva y con el reconocimiento hecho por Darío al fi­nal del capítulo 6 (véase Dn 6,26-27), la ver­sión latina de la Vulgata añade un versículo al final del relato traducido del griego: En­tonces el rey dijo: Teman todos los habitantes de toda la tierra al Dios de Daniel, porque él es quien salva, realiza signos y prodigios en la tierra, quien liberó a Daniel de la fosa de los leones (Dn 14,43). Este añadido extien­de así a nivel universal el reconocimiento del Dios de los judíos de parte del emperador.

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PROFETAS MENORES

Pedro Jaramiüo Rivas

INTRODUCCIÓN

Quizás sea útil, antes de Introducir cada uno de los libros de los Doce Profetas Me­nores, hacer una breve reseña global, que nos permita tener una visión de conjunto.

La colección de los "Doce Profetas" tal co­mo nosotros la leemos hoy, la conocía ya Ben Sirá (hacia el año 180 a. C). El canon hebreo la llamaba simplemente "Los Doce". La tra­dición griega le añade "Profetas", y es la tra­dición cristiana la que completa la designa­ción, añadiendo "Menores". Se trata, quizás, de un añadido poco feliz. Lo de "Menores" ha­ce sólo relación a la brevedad de estos escri­tos (comparados con los profetas "mayores", mucho más extensos), y no necesariamente a la calidad y altura del contenido. Podríamos decir: "menores" en extensión, pero, algunos de ellos (p. e.: Amos, Oseas, Miqueas) "no me­nores" en la importancia de su mensaje. Ahí reside la poca fortuna de la adjetivación: po­dría pensarse que se trata de profetas de "menor cuantía", casi como de "segunda ca­tegoría".

El orden en que aparecen en este comen­tario es el mismo del texto hebreo: Oseas, Joel, Amos, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Mala-quías. Sin embargo, ni éste es el orden en que fueron escritos, ni estos doce libros for­man un conjunto homogéneo. Deudores de

situaciones sociales, políticas y religiosas di­ferentes, transmiten un mensaje que res­ponde a circunstancias concretas de la vida del pueblo de Israel al que intentan iluminar desde la Palabra de Dios.

Un orden cronológico, con una breve alu­sión a las circunstancias históricas que en cada profeta se reflejan, nos puede ofrecer una buena visión de conjunto. En algunos casos la datación de la época del profeta es segura; en otros, se trata de conjeturas muy probables. Teniendo en cuenta este criterio, podemos distinguir:

1. Profetas Menores preexílicos

a) Un primer grupo estaría compuesto por los "tres grandes" entre los "Menores": Amos, Oseas y Miqueas. Los tres pertenecen al tiem­po de la profecía clásica; y ellos mismos son clásicos entre los profetas. En los tres se pue­den encontrar los temas proféticos tradicio­nales, correspondientes a la situación social, religiosa y política del pueblo (justicia social, idolatría, culto vacío, alianzas políticas...).

Amos, el primer profeta escritor, predicó durante el reinado de Jeroboán II (782-755 a. C.) en el Reino del Norte. Fue una época económicamente próspera en la que, sin em­bargo, comenzaron a percibirse dramática-

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PROFETAS MENORES

mente las contradicciones sociales a las que abría la puerta la monarquía: la riqueza se Iba concentrando en manos de unos pocos y comenzaba a crecer el empobrecimiento de la mayoría. La predicación de Amos es un grito de defensa de los débiles en nombre de Dios.

Oseas, casi contemporáneo de Amos, ejer­ce, sin embargo, un ministerio profético más prolongado. Probablemente se extiende has­ta la destrucción de Samaría, en el año 722 a. C. Su tema dominante fue el de la idolatría. Acostumbrados a la experiencia de Dios en la vida nómada, los israelitas tenían problemas para percibir la intervención del Señor en la vida agrícola; su tendencia los llevaba al re­conocimiento de los dioses cananeos, que sí conocían las artes de la agricultura. La pro­fecía de Oseas es un alegato apasionado con­tra estas prácticas e inclinaciones idolátricas. Como material literario recurre a la imagen simbólica de su propia experiencia matri­monial para expresar todo el dramatismo del amor frustrado de Dios.

Miqueas profetiza en el Reino del Sur y es, en parte, contemporáneo de Oseas, aunque coincide, sobre todo, con Isaías. Su minis­terio profético tiene lugar unos años antes y unos años después de la caída de Samaría (año 722 a. C) . Es un tiempo marcado por la hegemonía de Asiria cuyo rey, Salmana-sar V, después de tomar Samaría, convierte también a Judá en reino vasallo. Miqueas, de origen campesino, está muy cercano a Amos en la crítica social y en la denuncia de la injusticia.

b) Un segundo grupo preexílico estaría compuesto por Sqfonías y Habacuc, profetas de la segunda mitad del s. VII a. C. cuya ac­tividad pudo coincidir, al menos en parte, con la de Jeremías. Después de la profecía de Miqueas entramos en un largo período de silencio profético. O, más exactamente, de "reducción al silencio": parece, en efecto, que el silencio de los profetas es provocado por el impío rey Manases, durante el largo perío­do de su reinado (689-642 a. C) . Puede ser que únicamente la profecía de Nahum inte­rrumpiera este prolongado silencio; hay en

ella una velada crítica a la política pro-asi­ría de Manases.

Sqfonías profetiza una vez terminados los reinados de Manases (689-642 a. C.) y de Amón (642-639 a. C) , período sombrío de la historia de Israel, llamado "época de tiniebla espiritual". Con su profecía, es muy probable que Sofonías intentase apoyar y promover la reforma que iba a emprender el rey Josías, en un momento de esperanza de restauración nacional, debida al debilitamiento de Asiria.

Y éste es, precisamente, el problema que atormenta a Habacuc. el pueblo de Israel es­tá siempre a merced del imperio opresor de turno. Habacuc profetiza en un período que se mueve a caballo entre el imperio asirio y el nuevo imperio babilónico-caldeo (finales del s. VII a. C) . Es consciente de la injusti­cia en el interior del pueblo de Israel, pero ¿se puede restaurar la justicia con un ins­trumento injusto y opresor? ¿Acaso es la his­toria una sucesión de opresores? Entre que­jas e interrogantes se desarrolla la profecía de Habacuc.

2. Profetas Menores postexílicos

En el período que sigue al exilio, cambia por completo la situación del pueblo y, por tanto, el contenido y el tono de la profecía. La experiencia del destierro es tan fundamen­tal que, en la profecía, podemos hablar de antes del destierro, en el destierro y después del destierro. Resumiendo en una sola pa­labra el contenido profético de cada uno de estos períodos, podríamos decir: antes del destierro: castigo; en el destierro: consuelo; después del destierro: restauración.

a) Los Profetas de la restauración. En esta época de restauración nos coloca ya Ageo (su profecía está rigurosamente datada en el año 520 a. C) . Su preocupación: la restauración de la comunidad judía. Su punto central: la reconstrucción del templo. Por no haber to­mado esta reconstrucción con el neceario en­tusiasmo, llegan a Israel los desatres natu­rales que padece.

Contemporáneo y prolongador de Ageo es Zacarías (el Primer Zacarías: caps. 1-8). Le

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preocupa también la reconstrucción del tem­plo y el retraso que sufre, debido a que no se materializó de inmediato el mesianismo anun­ciado por Ageo. Por eso, Zacarías da un pla­zo más largo de cumplimientoa su profecía, a las expectativas mesiánicas, lo que da a su profecía un tono y estilo escatológico que no tiene la de Ageo. Éste es mucho más prácti­co y está preocupado prioritariamente por la reconstrucción material del templo.

Reconstruido ya el templo y reorganizado el culto, comenzó, probablemente con entu­siasmo, la actividad de los sacerdotes y levi­tas. Pero al tiempo del entusiasmo, sucedió pronto un período de crisis y cansancio, pro­bablemente el tiempo que precedió a la re­forma de Esdras y Nehemías (entre los años 445 y 398 a. C) . Malaquías intenta salir al paso de esta situación y profetiza probable­mente entre 480 y 450 a. C. Es un tiempo de gran escepticismo por el incumplimiento de las grandes esperanzas suscitadas por Ageo y Zacarías. Frente a este escepticismo de­sesperanzado, reacciona Malaquías como re­formador valiente. Lo hace en un momento importante: cuando se estaba fijando la de­finitiva fisonomía del judaismo postexílico.

b) El resto de los Profetas Menores post-exí-licos. La profecía de Abdías habría que colo­carla muy cerca del regreso del exilio. Es un alegato duro contra el comportamiento cruel y antifraterno de Edom, con motivo de la caí­da de Jerusalén, en 587 a. C. Su grito apa­sionado de venganza hay que entenderlo en este contexto preciso. En todo el contexto del movimiento profético, es una exaltada de­fensa de la justicia de Dios, excesivamente te­ñida del particularismo nacionalista propio del post-exilio. Precisamente contra ese par­ticularismo reacciona el singular libro de Jo­ñas, narración acerca de un profeta más que narración profética, que un autor del s. V a. C. compone en estilo de parábola, para afir­mar, con una fina ironía y de manera con­tundente, el universalismo: los opresores

pueden convertirse, e Israel debe admitir que! Dios sea misericordioso con ellos.

Con la mayoría de los autores, situamos; también a Joel en esta época (siglos V-IV: a. C). Ya pasó la gran catástrofe -la caída de; Jerusalén- y van quedando también en el re­cuerdo el destierro y la desaparición de la!

monarquía. En esta situación, lo que hace-falta es ayudar a esperar la irrupción deflni- i uva de Dios. Y a esta misión consagra Joel su profecía.

Desde esta perspectiva general, será des­pués más fácil poder entroncar a cada uno: de los Profetas Menores con sus concretas i circunstancias históricas para poder com­prender mejor su mensaje. A ello se enea- \ minan las introducciones específicas de ca­da uno de ellos.

3. Bibliografía

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OSEAS

Pedro JaramiUo Rivas

INTRODUCCIÓN^

¿Cómo expresa el hombre sus relaciones con Dios? Tiende a la distancia, a fijar lími­tes, a establecer lugares. En la revelación bí­blica se había abierto camino el símbolo de la alianza. A pesar de lo afortunado de la fór­mula y del papel decisivo que ha jugado en la constitución del pueblo de Dios, su origen po­lítico y su posible contexto jurídico en los pactos de vasallaje orientales rodeaba el sím­bolo de una cierta frialdad, de un posible for­malismo vacío. La infeliz experiencia matri­monial de Oseas, un hombre amante a pesar de todo, sirvió de contexto para una profun-dización en la relación de Dios con su pueblo desde la incomprensible psicología del amor.

Necesitó Oseas un valor teológico excep­cional para actualizar la teología de la alian­za y su ruptura en términos matrimoniales. La influencia cananea en la vida religiosa de Is­rael es el blanco de su acusación. El matri­monio de Baal con la tierra, a la que fecunda con la lluvia, había persuadido a los israelitas de que los cultos cananeos, que incluían la prostitución sagrada, eran la opción religiosa más apropiada para un pueblo agrícola, pen­diente de la fecundidad de la tierra. El lenguaje matrimonial de Oseas podía ser malentendi­do en este contexto. Pero no se arredra, reali­zando una viva actualización de este lenguaje, que lo hace contemporáneo de su audiencia.

1. Contexto histórico de Oseas

Oseas vive en el reino del Norte, en tiem­pos de Jeroboán II (782-753 a. C.) y su ac­tividad profética se extiende probablemente hasta la destrucción de Samaría (722 a. C) . Coincide, por tanto, la actividad profética de Oseas con la de Amos, al principio, y con las de Isaías y Miqueas, al final. El reino del Nor­te conoce con Jeroboán un período de pros­peridad, acompañado, sin embargo, de una profunda crisis social: la injusticia y la co­rrupción se extienden por todas partes, los ricos oprimen y explotan a los pobres (Amos denunciará con fuerza este aspecto). Políti­camente las cosas no andan mejor: Oseas es testigo de las intrigas, destronamientos y su­cesivos asesinatos de los últimos reyes que precedieron a la caída de Samaría (se suce­derán siete reyes en treinta años). En el pa­norama internacional comienza la amenaza de Asiría que incita a Israel a buscar su sal­vación en otras alianzas al margen de Dios. A la crisis social y política se une la crisis reli­giosa. Una palabra define la situación: idola­tría, o lo que es lo mismo: adoración de Baal, dios fenicio-cananeo de la naturaleza y la fer­tilidad, y adoración del becerro de oro man­dado fabricar por Jeroboán I a raíz de la di­visión del reino salomónico.

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OSEAS

2. Experiencia y ministerio profético de Oseas

De la biografía de Oseas sólo nos ha lle­gado una lista de nombres (su padre, su mu­jer Gomer, los nombres simbólicos de sus tres hijos y los de los reyes de Judá e Israel) y una profunda y dramática experiencia personal. La opinión más común es que Oseas, en los primeros capítulos de su libro, no nos trans­mite una ficción literaria, sino una verdade­ra historia de amor no correspondido, su pro­pia historia personal: la de un hombre que, amando intensamente a su esposa Gomer, pa­sa por la amarga experiencia de su infideli­dad y no encuentra otra salida que la de se­guir amando, a pesar de todo.

Lo teológicamente sorprendente es que Oseas presentó su propia historia personal como símbolo. Su experiencia se convierte así en revelación de miseria y de grandeza. Por una parte la miseria de los pecados cul­tuales, sociales y políticos del pueblo carac­terizados como idolatría e infidelidad; y por otra, la grandeza del amor de Dios, más fuer­te que la infidelidad. La relación de Dios con su pueblo entra en la "ilógica" del amor. A pesar de todo, Dios ama; el pueblo volverá, porque se siente amado. Si a esta imagen del Dios esposo, amante y fiel, que inaugura Oseas, le añadimos el desarrollo que él mis­mo hace de la imagen de Dios-padre, en­contramos en este profeta una sorprenden­te interiorización de la relación Dios-pueblo.

La "personalización" que hace el profeta con la imagen del matrimonio le permite acer­carse a la intimidad misma de las relaciones de Dios con su pueblo, trasladando a las re­laciones sociales sentimientos que sólo es po­sible describir tomando como modelo las re­laciones interpersonales. El gran conocimiento que tiene Oseas de las tradiciones históricas de Israel, lo vierte en una historia matrimo­nial y así alcanza niveles de comprensión di­fícilmente asequibles en una descripción pu­ramente externa de los hechos.

Desde la visión crítica del presente, Oseas lanza una mirada retrospectiva a toda la his­toria del pasado (especialmente a partir de Os 9). Si la historia pasada ha sido historia de

salvación, lo ha sido a pesar de la constante infidelidad, tanto del pueblo como de sus re­yes (de ahí la descalificación que Oseas ha­ce de los orígenes mismos de la monarquía).

La última palabra del mensaje de Oseas (Os 14,2-9) es una llamada a la conversión y a la esperanza. Pero es sobre todo (en cohe­rencia con la primera parte) una nueva y ro­tunda afirmación del amor generoso y gratuito de Dios que perdonará a su pueblo: sanaré su infidelidad, los amaré gratuitamente (Os 14,5).

A la vista de la originalidad de su plantea­miento y de la novedad de su mensaje, no de­be extrañar que Oseas haya sido uno de los profetas que más influyó en el AT (Jeremías, Ezequiel, Segundo Isaías) y también en el Nuevo Testamento, como lo demuestran las abundantes citas (podemos destacar la de Os 6,6 en Mt 9,13 y 12,7), la revelación de Dios como padre amoroso, y la imagen pau­lina de la Iglesia como "esposa".

3. El libro de Oseas

Aunque el libro actual ofrece indicios de añadidos y reelaboraciones posteriores, la mayor parte del mismo puede atribuirse al propio Oseas. El mal estado del texto hebreo y la oscuridad de algunos pasajes convierten el libro en uno de los más difíciles de leer (y traducir) de todo el Antiguo Testamento he­breo, lo que obliga a echar mano de hipóte­sis y conjeturas. El estilo de Oseas es vehe­mente y apasionado, conciso y en ocasiones oscuro, con frases cortas y rítmicas. Refleja cierto influjo sapiencial y sobresale en el uso abundante y variado de imágenes, tomadas preferentemente del ámbito de las relaciones humanas y del mundo vegetal y animal.

En cuanto a su composición, el libro es­tá estructurado en tres grandes partes, en­marcadas por el título y un epílogo:

-Título (Os 1,1). 1. La familia del profeta, símbolo de las re­

laciones entre Dios y el pueblo (Os 1,2-3,5).

2. Oráculos contra Israel (Os 4,1-9,9). 3. Relectura de la historia de Israel (Os

9,10-14,9). -Epílogo (Os 14,10).

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OSEAS 1-2

COMENTARIO

1. La familia del profeta, símbolo de las relaciones

entre Dios y el pueblo (1,1-3,5)

Todo parte en el libro de Oseas de una ex­periencia fundamental: la misma vida familiar del profeta, que le sirve como "acción simbó­lica" en cuya explicación inserta el mensaje que quiere transmitir. No parece tratarse de una ficción literaria, sino de una experiencia matrimonial real; probablemente la experien­cia de la infidelidad de Gomer, su esposa, y no el hecho de que fuera una prostituta con la que el Señor le ordena casarse. En su mujer y en sus hijos el profeta descubre un sentido trascendente: las relaciones de Dios con su pueblo. Todo el libro de Oseas se podría en­tender como un comentario a los tres prime­ros capítulos. En esta primera unidad (Os 1-3) ocupa el centro el alegato contra Israel, es­posa infiel, y su resultado (Os 2,4-25). Al comienzo y al final de la misma (Os 1,2-9 y Os 3,1-5) se insertan los relatos del matrimonio del profeta. Os 2,1-3 adelanta ya la restaura­ción, y correspondería, en la estructura, a la resolución del litigio matrimonial (Os 2,16-25).

1,1-2,3 Titulo del libro. Los hijos, signo de castigo. Para el encabezamiento del libro (Os 1,1) véase introducción al mismo. Y sin más, entramos de lleno en la vida familiar de Oseas, presentada como gran acción simbó­lica. Esta gran acción simbólica se inicia con el mandato recibido por Oseas de casarse con una prostituta. Aquí está ya en germen to­do el desarrollo posterior. La explicación del mandato no se hace esperar: porque esta tie­rra se ha entregado a la prostitución y se ha apartado del Señor (Os 1,2). La mujer pros­tituida con la que Oseas ha de casarse es en realidad el país prostituido y alejado del Se­ñor. Desde el principio se nos presenta la lec­tura en profundidad que el profeta hace de ella. Todo en la sección tiene una referencia:

- La idolatría -esta tierra se ha apartado del Señor-, está reflejada en el matrimonio del profeta con una prostituta, donde lo que se subraya es la infidelidad. Ya, desde el prin­cipio, el mandato y la ejecución del matri­monio con ella, está apuntando a la actitud positiva de Dios con relación al pueblo infiel.

El lenguaje de prostitución (tomado de la experiencia de una infidelidad matrimonial) pasará desde Oseas a la tradición bíblica pa­ra describir, con imágenes de gran vigor y contenido, la infidelidad de Israel -idolatría-y el amor inquebrantable de Dios. La imagen de la alianza se hace así mucho más viva y ex-periencial, más cercana y más interiorizada.

- Los nombres de los hijos. Son hijos de esta madre infiel. Sus nombres son símbolo de situaciones del pueblo y de acciones de Dios. El nombre del primer hijo es Jezrael; que evoca la matanza de Jehú (2 Re 9-10) y es anuncio de la pronta cuenta que va a to­mar el Señor de la sangre derramada, po­niendo fin al reino de Israel. Romperé el arco de Israel indica la destrucción del poder is­raelita, probablemente en la invasión asiria del 783 a. C. El nombre de Jezrael subraya el pecado del pueblo. No-compadecida es el nombre de la segunda hija. Simboliza la ac­titud de Dios que tendrá que castigar a su pueblo (una comunidad de la que ya no se puede tener compasión). Un redactor poste­rior añadió Os 1,7 para dejar a Judá fuera de esta actitud inmisericorde de Dios. De hecho el Señor intervino para salvar a Jerusalén de Senaquerib (2 Re 19,35-37). No-mi-pueblo es el nombre del tercer hijo y simboliza la rup­tura de la alianza con Dios.

En Os 2,1-3 se introduce por primera vez un oráculo de salvación, con lo que el profe­ta inaugura la alternancia castigo/salvación, que estará presente en todo el libro. La res­tauración la concibe en términos de creci­miento del pueblo, renovación de la alianza, reunificación de los dos reinos y engrande­cimiento de la nación reunificada. El orácu-

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OSEAS 2

lo juega con la inversión de los nombres de los hijos del profeta para simbolizar la reno­vación anunciada. La inversión de No-mi-pue­blo no se hace por mi pueblo sino por hijos del Dios vivo, como equivalente a mi pueblo. Se subraya la adopción que supone la alianza: como hijo, Israel pertenece al servicio exclu­sivo del Señor (Dt 14,1). Del Señor se subraya la vida: Dios vivo, en contraposición a la no-vida de los baales, y porque él es la fuente de la vida para todo viviente (véase Os 6,2).

2,4-25 Israel, esposa infiel. Es uno de los mejores poemas del AT; sin duda, la mejor pá­gina de Oseas. Profundiza la metáfora con maestría excepcional. La acusación toma for­ma de pleito. Pleito de amor que termina en reconciliación. El Señor, marido (Os 2,4); Is­rael, pueblo y tierra, mujer y madre (Os 2,4.5); los baales, los amantes; los israelitas, hijos; concebidos en el tiempo en que Israel vene­raba a Baal, son hijos de prostitución, hijos bastardos (Os 2,6). La finalidad del pleito, que se convierte en un extenso monólogo del marido, es que la mujer prostituta quite de su rostro los signos de su prostitución, y de entre sus senos las marcas de sus adulterios (Os 2,4), que se arranque las joya con que se adornaba para ir tras sus amantes, es decir, para dar culto a Baal.

La identificación mujer-Israel, profeta-Dios es tan viva que en algunos versos es impo­sible saber cuál es la intención primera. No se sabe si es Dios quien se queja del pueblo porque éste atribuye a los dioses cananeos (baales) los frutos de la tierra, o si habla el profeta lamentando que se vaya su mujer tras los amantes sin percatarse de que es él quien la ama y sustenta. El modo como al­ternan los tonos desgarradores y de despe­cho ante la traición, con los gestos afectuo­sos de un amor que perdura y que quiere atraerla hacia sí, son la mejor señal de que no se trata de una alegoría sino de una ex­periencia vivida atormentadamente en lo más íntimo y profundo del ser.

Desde el punto de vista formal se distin­guen dos partes: la acusación o litigio con­tra la madre prostituta (Os 2,4-15), que hay que entender en el contexto de una religión

de la alianza; y la resolución del proceso desde el amor del esposo, que inicia una nueva "seducción" para restaurar la histo­ria de amor (Os 2,16-25). La restauración pasará por una nueva experiencia del de­sierto (el tiempo privilegiado del pueblo del éxodo, sin más apoyo que el Señor). Cuan­do ahora se le haya quitado todo, podrá de nuevo rememorar aquella experiencia, que le hará superar toda idolatría (llamará al Se­ñor "marido", no con el confuso término ca-naneo "baal" que puede significar también "ídolo" -además de "marido" y "dueño"-, si­no con la palabra hebrea, que designa sólo al marido único, al esposo que no es inter­cambiable).

Todo se desarrolla en forma de juicio. El marido toma la palabra y conmina a los hi­jos a que acusen a la madre (aunque en Os 2,6 los mismo hijos van a ser juzgados). El contenido de la acusación es la ruptura de la alianza: ella ya no es mi mujer ni yo soy su marido (infidelidad para la que va a emplear el recurso de la fornicación/adulterio). Los signos de su prostitución y las marcas de sus adulterios pueden referirse a las insignias de los devotos de Baal (Os 2,4).

El castigo de la pública vergüenza (Os 2,5), dejándola desnuda, sirve al profeta para apun­tar a la desnudez total de la tierra: desierto y sequedad.

Pero antes de llegar hasta ese punto, se inicia un forcejeo entre la mujer infiel y el ma­rido que se resiste a aceptar el que su amor haya sido burlado. La mujer persiste en su propósito de ir tras sus amantes, de los que recibe sus bienes (seguimiento tras los ídolos y las potencias extranjeras por parte de Is­rael: Os 2,7) y el marido inicia un plan que tiende a la recuperación (acción paciente del Dios fiel que aprovecha todas las circuns­tancias para provocar la conversión-vuelta de su pueblo: Os 2,8).

La finalidad de este primer cerco, al me­nos en la intención del esposo, queda refle­jada al final de Os 2,9: voy a volver a mi pri­mer marido. Aparece un verbo de especial importancia en el libro: volver. Es el verbo de la conversión, de desandar el camino hecho, porque entonces me iba mejor que ahora.

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Los bienes que la esposa atribuía a los baa-les y que constituían su orgullo, en realidad son del Señor. Ella no lo reconocía, más aún, pensaba que eran la paga de sus amoríos. Despojarla de todos puede ser también inicio de retorno. La abundancia la llevó al olvido; la desnudez puede iniciar el retorno (Os 2,10-15). Son todos castigos de amor. La dinámica interior de todo el proceso empuja constan­temente a provocar la vuelta.

La última tentativa: llevar la esposa infiel al desierto considerado como el lugar ideal para buscar a Dios, como reencuentro de los amores de juventud, cuando Israel no tenía más apoyo que su Dios. La gran esperanza: ella me responderá allí El futuro esperado: la reconciliación. Abandonados los ídolos, que no recordará más, Israel se volverá a su Se­ñor. Habrá nuevos desposorios, esta vez pa­ra siempre, que serán sellados por la justicia y el derecho, el amor, la ternura y lafidelidad (resumen de las nuevas relaciones de Israel con Dios y de las relaciones infrahumanas dentro del mismo pueblo; actitudes del es­poso para los nuevos desposorios que, in­ducidas por él en la esposa, darán a este nuevo período el carácter de lo definitivo). Se restablecerán los ciclos de la fecundidad de la tierra, porque se ha restablecido la alian­za. La sección termina, en efecto, con la re­novación de la fórmula de la alianza: Tü-mi-pueblo I Tú-mi-Dios (Os 2,16-25). La renova­ción de la alianza entre Dios y su pueblo incide en la restauración de la armonía pa­radisíaca de la creación (véase Os 2,20) y en el restablecimiento de los ciclos de la fecun­didad de la tierra como dones/arras de la mis­ma alianza (Os 2,23-24).

3,1-5 Nuevo símbolo: la esposa infiel y convertida. Termina la sección de Os 1-3 vol­viendo al tema del matrimonio de Oseas y su significado. El sentido de reiteración {-anda otra vez-) no parece apuntar a un nuevo ma­trimonio de Oseas con una mujer distinta de Gomer, sino a un nuevo intento de restable­cimiento del amor después de una nueva in­fidelidad. La explicación del significado lo da a entender: también el Señor ama a los hijos de Israel, a pesar de su idolatría (expresada

con el volverse a otros dioses y con la afición a las tortas de uva: Os 3,1; véase J r 7,18; 44,19). Esta reiteración de la acción simbóli­ca nos deja la impresión de que la fidelidad re­cobrada, en el capítulo anterior, era más pro­yecto del Señor, irresistible en su amor, que realidad de fidelidad por parte de Israel. Pa­rece que todo debe comenzar de nuevo.

A la ejecución del mandato del señor (Os 3,2), siguen las condiciones de vida en la nue­va etapa del matrimonio: no más prostitución ni amantes (no más cultos idolátricos). Ni si­quiera su marido estará con ella (alusión a la privación de todas las instituciones políticas y religiosas). El efod y los terafim, menciona­dos juntos también en Jue 17,5; 18,14.17, eran objetos que servían para consultar a Dios. Se trata, por tanto, de un período de pu­rificación y penitencia que, desde la privación, intenta estimular el deseo de fidelidad por parte de la esposa/Israel (Os 3,4).

Así terminaba originalmente esta sección. Un redactor posterior añadió Os 3,5 para ex­presar explícitamente la seguridad de una res­puesta positiva, como victoria del amor fiel de Dios: la vuelta definitiva, aunque con temor por el recuerdo de las pasadas infidelidades.

2. Oráculos contra Israel (4,1-9,9)

Estos capítulos contienen una colección de oráculos que podemos definir genérica­mente como "oráculos contra Israel", aveces dirigidos contra determinadas clases, a ve­ces contra todo el pueblo. Desarrolla muchos de los temas expuestos en la sección ante­rior. Se repiten los temas de la infidelidad y el alejamiento, del rechazo y la transforma­ción, pasando nuevamente por la experien­cia renovada de la salida de Egipto. No es de extrañar que los verbos "buscar" y "volver" ocupen un lugar central. El tratamiento de los temas no es, sin embargo, lineal. Y el sim­bolismo de la primera sección cede en par­te su puesto a las realidades significadas: la prostitución es la idolatría; los amantes son los ídolos y las potencias político-militares de la época.

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4,1-1 l a Contra el pueblo y los sacer­dotes. La colección comienza con una in­troducción general, un juicio sobre todo el pueblo. Se trata de establecer el carácter de querella judicial que va a tener toda la sec­ción. Son los pecados de Israel los que han producido la infidelidad. Tres pecados de omisión y siete de comisión. Las omisiones: fidelidad, amor y conocimiento de Dios. Fi­delidad y amor (en hebreo 'emet y hesed) son las virtudes características de la moral de la alianza y definen la realidad del amor soli­dario entre todos los que forman parte de esa alianza. Es interesante que Oseas las ponga en relación con el conocimiento de Dios. Re­cuerda lo que Jeremías indicará con preci­sión: practicar el derecho y {ajusticia, eso es lo que significa conocerme, dice el Señor (Jr 22,15-16). Las acciones pecaminosas, que tienen su raíz en las tres carencias anterio­res, nos recuerdan preceptos del decálogo. Curiosamente, el profeta recoge las que van directamente en contra del prójimo. Amor vertical y horizontal son inseparables. La tie­rra, objeto de la alianza, es también el obje­to del castigo, cuando la alianza ha sido que­brantada. Vuelve a ser un desierto. El peca­do provoca una anticreación (Os 4,1-3).

Con el oráculo contra los sacerdotes co­mienza la serie que dirige contra la clase di­rigente de Israel. Aunque incluya también a los profetas (se trata de los profetas "profe­sionales" y concretamente de los profetas "ciú­ticos"), el oráculo se dirige principalmente a los sacerdotes; los acusa de falta de conoci­miento de Dios con el consiguiente olvido de la ley, de alimentarse y enriquecerse aprove­chándose del pecado del pueblo (a más pe­cados más víctimas por el pecado y por tan­to más ganancia). Se alterna la acusación y el castigo, que tiene lugar en el mismo ámbito del pecado. Unidos al pueblo en el pecado, pe­ro con mayor responsabilidad por haberlo provocado, correrán la misma suerte desgra­ciada: hambre, a pesar de comer; infecundi­dad, a pesar de la prostitución (Os 4,9-1 la).

4,11b-19 Infidelidad e idolatría. Nuevo ataque contra la idolatría, comenzando con un proverbio sobre la locura provocada por

los ritos orgiásticos de la fertilidad. Los ritos practicados por los habitantes de Palestina antes de que Israel se instalase allí se refe­rían tanto a la prostitución sagrada e inicia­ción ritual como a los cultos de la fertilidad. Los israelitas están permanentemente ten­tados a seguir, también en el plano religioso, las costumbres agrícolas de los pobladores originarios, pues el Dios del desierto y de la conquista -pensaban- de nada les iba a ser­vir para obtener abundantes frutos del cam­po. Oseas se esforzará en convencerlos de que es el mismo Señor quien les da también los frutos de la tierra, y de que todos los sa­crificios a los otros dioses son una infidelidad y otra especie de prostitución.

Entre los elementos idolátricos que con­dena, Oseas recuerda la adivinación, que in­tentaba arrancar presagios de los árboles o de los movimientos de las hojas de los leños o de los ídolos cultuales y domésticos; la pros­titución sagrada; los sacrificios en los montes y debajo de los árboles; montes y árboles son lugares tradicionales de culto idolátrico. Tal como lo hiciera Amos (Am 5,5; 8,14), invita también a suprimir las peregrinaciones a santuarios de culto contaminado o idolátri­co: Guilgal y Bet-Avén (Casa de iniquidad) en la que se había convertido Bet-El (Casa de Dios); ¡a tanta corrupción puede llegar un santuario!

Os 4,16 intenta justificar el castigo: no se trata lo mismo a los corderos de la pradera, objeto de un pastoreo pacífico y benevolente, que a una novilla que se ha embravecido y que necesita ser "domada". Pues Efraín (de­signación de Israel) se ha hecho una novilla brava y por eso necesita el castigo. Os 4,17-18 vuelve a recordar el pecado: alianza con los ídolos (en lugar de alianza con el Señor); prostitución sagrada. Y en Os 4,19 se anun­cia el castigo: el huracán asolador. Si un es­píritu (ruah) de prostitución los llevó a la ido­latría, un nuevo y maléfico espíritu, un hu­racán (también ruah) los llevará a la ruina.

5,1-7 Contra los sacerdotes y la casa real. Oráculo dirigido contra los sacerdotes y la casa real, del que, sin embargo, no queda ex­cluido el pueblo en general. Era competen-

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cia del rey la administración de la justicia; y del sacerdote, la enseñanza. En lugar de eso, se dedican a un culto y a unos sacrificios va­cíos de ética, donde es imposible encontrar al Señor. Se acusa a los sacerdotes y a la ca­sa real de ser trampa, red y fosa para Israel. La acusación contrasta con su misión de ser protectores del pueblo. Las imágenes cine­géticas subrayan la indefensión de las vícti­mas y el engaño de los dirigentes. En esta sección es importante Os 5,4: se trata de los temas que la ensamblan con los oráculos precedentes: la imposible vuelta-conversión, el espíritu de prostitución y la falta de co­nocimiento del Señor. El castigo tiene una implacable coherencia interna: Israel tro­pieza en la propia maldad (un redactor pos­terior añadió el tropiezo de Judá), y consis­tirá en la frustrada búsqueda de Dios {que será inútil porque Dios se ha retirado) y en la devastación de habitantes y campos que hará el invasor.

5,8-14 Contra la guerra entre Israel y Judá. En la guerra siro-efrainita, Efraín (Is­rael, el reino del Norte) se alió con los sirios y trató de forzar al rey de Judá para que en­trara en la alianza contra Asiría. Oseas la­menta (lo mismo que hará Isaías casi con­temporáneamente en el reino del sur: véase Is 7,30ss) que la desconfianza en Dios lleve a esta adoración del poder y de la fuerza, y a desencadenar una guerra entre hermanos.

Después de un toque de cuerno y trom­peta (alarma militar o llamada a la asamblea), se suceden acusaciones y castigos para los dos reinos. A Israel se le acusa de pisotear el derecho, como consecuencia de la idolatría (la "nada" de Os 5,11 es designación de los ído­los). A Judá, de que sus príncipes han des­plazado los linderos, para agrandar las po­sesiones a costa de las tierras del prójimo. En ambos casos se trata de pecados sociales. El castigo será devastación para Israel y una inundación del furor del Señor para la tierra de Judá. Para ambos reinos Dios se convierte en un principio interior de destrucción. Las imágenes de la polilla y la carcoma (Os 5,12) sugieren una destrucción lenta y desde den­tro. Las imágenes demuestran una audacia

llevada al límite: ponen en el mismo Dios la causa del debilitamiento de la vitalidad de Efraín y Judá.

El pecado de Efraín (Israel) ha sido buscar la alianza con Asiría, alianza que suponía la aceptación de sus dioses. Por eso, esta bús­queda de alianzas es otro tipo de idolatría: confianza en una fuerza pagana y adoración de sus dioses. La alianza con Asiría tam­poco será la solución, porque será el Señor quien castigue, ahora en figura de león des­garrador. La imagen de la polilla y la carco­ma da paso a la del león, una imagen que su­giere fiereza e inevitabilidad: así será el jui­cio del Señor. El mismo Dios se identifica con animales que sirven tradicionalmente en la imaginería bíblica para describir a los gran­des enemigos de Israel. Es una escena de es­pecial violencia, con el intento de llevar al pueblo a reconocer la causa profunda de su crisis. Sin este reconocimiento será imposi­ble cualquier intento de sanación.

5,15-6,6 Conversión aparente. Una con­versión falsa y sólo aparente. El Señor vuel­ve a su morada (¿lo mismo que el león cuan­do ha hecho presa? Se uniría así este ver­sículo con el final de la sección precedente). ¿Qué espera en su morada? La conversión. La conversión implica dos movimientos: sen­tido de culpabilidad/buscar al Señor. La ex­hortación que a sí mismo se hace el pueblo es buena; la vuelta al Señor (en el contexto de conversión se repiten los dos verbos clásicos "buscar", "volver") para obtener el restable­cimiento de la salud en un tiempo corto y po­der así escapar a la muerte. Lo que falla es el sentido mecánico e incondicionado que dan a la venida del Señor. No se conoce al Señor cuando se piensa que él llega con la inexo­rabilidad con que lo hace la lluvia. En este caso, habría sólo que esperar sin más una llegada segura; a lo sumo, reproduciendo en el culto los ritos de fertilidad. La respuesta del Señor en Os 6 tiene forma oracular y co­mienza con dos preguntas retóricas, como si al Señor le sobreviniera un momento de du­da. La segunda parte de Os 6,4 explica, con metáfora agrícola, por qué se trata de una conversión sólo aparente: su amor es super-

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ficial y pasajero. Nube mañanera; rocío que pronto se disipa: así es la lealtad del pueblo. Con estas metáforas agrícolas expresa el pro­feta la poca confianza que tiene el Señor en momentos superficiales de conversión. Son superficiales pues se basan en una mala com­prensión de la incondicionalidad de la pre­sencia salvadora del Señor. La verdadera con­versión debe ir en la línea de Os 6,6. Israel no acaba de comprender que no es con el culto externo como se agrada al Señor. El no quie­re sacrificios ni holocaustos sino amor y co­nocimiento de Dios. ¿Se trata de un rechazo radical del culto? Estamos ante un modo dia­léctico de afirmar negando. El ideal sería que coincidiesen culto con amor y conocimiento de Señor. Hasta que esto no se dé, el Señor continuará utilizando al profeta -mi boca- co­mo instrumento para provocar la conversión mediante la palabra que ilumina y el juicio que conmina.

6,7-7,2 Perdura la infidelidad. Se reco­rren diversos momentos de la historia de Is­rael, donde la infidelidad de éste quedó bien manifiesta. Si tomamos Adán como recuer­do de la localidad mencionada en Jos 3,16, el profeta estaría denunciando la temprana violación de la alianza: ya desde los prime­ros momentos de la historia de Israel, hace acto de presencia la traición por parte del pueblo. Todo intento de curación por parte de Dios es vano; no hace sino descubrir la iniquidad que el pueblo lleva por dentro.

De este repaso histórico de infidelidad po­demos subrayar, junto a dos menciones de pecados que tienen directamente como obje­to al Señor (ruptura de la alianza -Os 6,7- y culto idolátrico en Betel -Os 6,10-), la abun­dancia de pecados denunciados que tienen re­lación con el prójimo: asesinatos, robos, tro­pelías, mentiras, asaltos. Por otra parte se su­braya la inconsciencia que les lleva a pensar que el Señor no se da cuenta. La respuesta de Dios queda comprendida en las dos afirma­ciones finales: tengo presente su maldad; sus pecados están siempre ante mí

7,3-7 Conspiraciones en palacio. Las fies­tas del palacio real de Samaría, capital del

reino, son un signo del estado de la monar­quía. El carácter de ésta en el reino del Nor­te, no tan dinástica como la del Sur con la incontestable perennidad de la dinastía de David, hizo que en dos siglos y medio se su­cedieran cuatro dinastías: la de Jeroboán, la de Omrí, la de Jehú y la cuarta (contempo­ránea de Oseas) que más que una dinastía fue una lucha por el poder con continuos asesinatos regios (véase 2 Re 15) que hicie­ron sucederse precipitadamente en el trono a reyes que, como Zacarías o Salún, sólo se mantendrían meses en él.

La imagen del fuego del horno, utilizada por el profeta, es muy apropiada para des­cribir el mundo de furor y cólera encerrado en las intrigas. En todo momento (cuando está apaciblemente cociendo o cuando, ati­zado, estalla) está llevando adelante su tarea. Todos son adúlteros: han traicionado al Se­ñor con su maldad y sus embustes.

7,8-12 Fracaso de las alianzas con ex­tranjeros. La degradación de la política ex­terior corre pareja con la interior. La bús­queda de alianzas con los grandes imperios (Os 7,8-11; 8,9) ha sido una muestra de ado­ración y confianza idolátricas en otros pode­res distintos del Señor. Las imágenes se agol­pan para designar la inconsistencia en que ha caído Israel al mezclarse con los pueblos (alusión a las alianzas y al olvido del Señor). Israel ha quedado a medio hacer [torta mal cocida), ha perdido su fuerza, vigor y juven­tud [las canas cubren su cabeza). Y lo que es peor, vive esta situación sin conciencia de ella, debido a su ingenuidad [es una paloma ingenua e insensata). Manifestación de estas actitudes son las expresiones "no volver/no buscar al Señor", "llamar/acudir a Egipto y a Asiría". Las potencias extranjeras ocupan el lugar de Dios como fundamento de la con­fianza de Israel. La descripción del castigo emplea la metáfora de la caza, quizás por la anterior comparación de Israel con una pa­loma. Con la imagen de la red que atrapa y que impide a la bandada llegar a su destino equivocado, podría significarse una vuelta al Señor, aunque sea "obligada". Oseas aplica a Dios mismo la imagen del cazador, fre-

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cuente en la tradición bíblica para designar a los enemigos. La imagen cinegética, aplicada al Señor, comparte la dureza de las imágenes de hostilidad y subraya una estrategia vio­lenta que intenta provocar, sin conseguirlo, la vuelta a toda costa.

7,13-8,14 Castigo por la infidelidad. Os 7,13-16 contiene u n lamento contra Israel, una queja de la deslealtad del pueblo cuyo objeto directo y personal es Dios mismo. Se multiplican las actitudes negativas respecto al Señor: rebelión, mentiras/calumnias con­tra Dios, invocación sin sinceridad ("el co­razón^ interioridad; la invocación que hacen es sólo externa), prácticas idolátricas en los posibles ritos de fertilidad a que pueden re­ferirse las cortaduras que se hacen en los "altos lechos" (mientras piensan en el trigo y en el mosto; véase Is 57,7), planes contra el Señor y, como clave repetida: no volver a Dios (esta actitud negativa fundamental y explicativa de todas da pie al profeta para hacer una definición metafórica de Israel: es arco que yerra: Israel no da en el blanco). El lamento incluye también el castigo: la muer­te a espada de sus príncipes.

En Os 8,1-6 continúa el tema de la desle­altad, manifestada en la ruptura de la alian­za y en la rebelión contra la ley, que recogía sus estipulaciones. El momento es crítico: un águila (representación del imperio asirio) se abalanza contra Israel. Se ha llegado a este momento por la falta de sinceridad del pue­blo: el aparente reconocimiento del Señor -¡los de Israel te conocemos!- se alterna con el re­chazo del bien, con la práctica de la idolatría y con un gobierno a su antojo.

En Os 8,7 el profeta recoge o crea un pro­verbio y sirviéndose de él presenta el castigo no como un capricho arbitrario, sino como la expresión de la lógica interna del pecado: lo que se siembra, eso se recoge. Sembraron pe­cado y cosechan inutilidad; sin mieses ni ha­rina, Israel se ha convertido en un cacharro inútil en medio de las naciones. Contraposi­ción entre lo que pretendieron y lo que lo­graron aliándose con las naciones. Todo ha sido inútil: siembran viento y cosechan tem­pestades. El resultado de aquella siembra ha

sido una macabra cosecha: Israel ha sido de­vorado (Os 8,8), Ni siquiera para las naciones es o supone algo. Es como un cacharro inú-tü. En Os 8,9 vuelve a presentar el pecado de la alianza con las naciones, con una imagen fuerte: Israel es como asno salvaje que com­pra a sus amantes. El precio de los impues­tos pagados a las potencias dominantes va a ser caro: la opresión (Os 8,8-10).

Os 8,11 -14 denuncia tres nuevos pecados y anuncia dos nuevos castigos. Los pecados denunciados son: la multiplicación del culto, expresada en la abundancia de altares y de sacrificios, alternando con la iniquidad; la inobservancia de la ley, por una falta de re­conocimiento en ella de la voluntad de Dios como alguien cercano (consideran las leyes como de un extraño); y las grandes cons­trucciones de palacios y fortalezas militares. La designación de Dios como Creador, que no es típica de Oseas, y la influencia de Amos en la descripción de este pecado (véase Am 3,9-15), han hecho pensar a algunos comenta­ristas que Os 8,14 es adición posterior). En todo caso, se trata de un pecado de falsa con­fianza; la que se pone en las grandes cons­trucciones y en el poderío militar, retirándola del único apoyo de Israel: el Señor. El casti­go es doble: volver a Egipto: vuelta a la opre­sión y esclavitud; y el Juego, devorador de ciu­dades y fortalezas (en línea también con la descripción típica del castigo en Amos).

9,1-9 El destierro como castigo. Ultimo oráculo antes de la próxima sección en la que el profeta hará una relectura de la historia de Israel. Contrasta Oseas las festivas asambleas de culto (alegría y regocijo se refieren aquí a las que acompañan el culto) con las sombrías asambleas en el exilio. La causa del cambio ha sido la idolatría (de nuevo en lenguaje de pros­titución), y, en concreto, los cultos de fertili­dad: venderse a los amantes en las eras de grano, probable alusión a los ritos de fertilidad realizados en los mismos campos para ha-cerlqs mágicamente fecundos. El castigo se dará en los mismos productos del campo, que faltarán; pero será aún más radical: no sólo se perderán los frutos, sino la misma tierra: la vuelta a Egipto o el destierro a Asiría. Los

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manjares de Asiría, país impuro, son también impuros y no sirven para ser ofrecidos al Se­ñor; no se podrán ofrecer sacrificios. La pre­gunta retórica de Os 9,5 intenta hacerles caer en la cuenta de la situación desesperada en que los coloca el exilio. Es el día del casti­go y de la cuenta: los que escapen al exilio en Asiría se refugiarán en Egipto, pero el recuer­do de Menfis, su capital, célebre por sus pi­rámides funerarias, es un recuerdo de sepul­tura: irán allí para morir y no para recomen­zar. La tierra quedará desolada, sin habitantes; las ortigas y las zarzas serán sus herederas.

En el contexto de la denuncia, los ver­sículos dedicados al profeta que anuncia el castigo (Os 9,7b-8) cuadran bien con la po­sible reacción del pueblo ante un anuncio tan dramático. Es frecuente esta reacción, tildando al profeta de loco (véase 1 Sm 10,9-13; J r 29,26). Es la reacción de Israel ante quien descubre su pecado. Y de la acusación al profeta (justificación para no hacerle ca­so) se pasa a la acción contra él: trampas y odio, hasta en la casa del Señor.

Os 9,9 es conclusivo lo mismo en cuanto a la corrupción, que es total como en los días de Guibeá (véase Jue 19-20), como en cuanto al castigo, enunciado aquí de manera general.

3. Relectura de la historia de Israel (9,10-14,10)

Comienza aquí una serie de oráculos en los que se hace una relectura de la historia de Israel desde la perspectiva del profeta. Momentos históricos que no guardan un or­den preciso y que, al menos algunos, no son fácilmente identificables, Oseas denuncia el pecado. Parece como si quisiera describir la historia de la infidelidad del pueblo, en con­traste con la historia del amor ñel del Señor.

El estilo utilizado por el profeta es más me­ditativo. No es que falte la pasión, pero abun­da más la reflexión.

9,10-14 Pecado en el desierto. Ya desde el comienzo de su historia, en el desierto, se dio la tendencia idólatra del pueblo (véase Nm 25). La elección fue sorpresiva, como lo

son las uvas en el desierto o los higos tem­pranos en la higuera. La elección fue pura gracia, más allá de toda lógica humana (viñas e higueras, plantas tradicionales en Israel, son utilizadas con frecuencia por Oseas co­mo material metafórico). Pero la deserción del pueblo tiene lugar en seguida: en Baal-Fegor. santuario en la frontera moabita, entró Israel por primera vez en contacto con los cultos ca-naneos, y allí se dio su primera caída.

El castigo sigue la lógica del pecado: bus­caron la fertilidad con los cultos idolátricos. y sufrirán la esterilidad más completa (se multiplican los elementos negadores de vida: en Os 9,11, negación de concepción/emba­razo/parto; en Os 9,12, muerte de niños; en Os 9,13 -según una probable lectura del ver­sículo-, matanza generalizada; en Os 9,14. una petición del profeta de tono amenazan­te: dales vientres que aborten y pechos secos). Es fuerte la contraposición entre la fertilidad, idolátricamente buscada, y la esterilidad, ri­camente descrita, como consecuencia de una búsqueda fallida.

9,15-17 Pecado en Guilgal. Oseas alude al comienzo de la monarquía (1 Sm 11,14) a la que aborrece radicalmente como insti­tución, a diferencia de otros profetas que la aceptan, aunque no estén de acuerdo con al­gunos reyes concretos. Para Oseas los mo­narcas han pretendido sustituir al único ab­soluto, y por tanto ha llegado el fin de dicha institución.

De nuevo Oseas insiste en la lógica inter­na del castigo que no es fruto de un capricho arbitrario; es la consecuencia de la perver­sión interior de Israel, manifestada en la per­versión de sus jefes; son sus "raíces" las que están secas, por eso será imposible que dé frutos. Pero, aunque esas raíces secas re­brotaran (fruto=hijos), el Señor mismo las desgajará {matará el fruto amado de sus en­trañas). En Os 9,17 el profeta hace su pro­pia reflexión: se da el rechazo por parte de Dios porque ha faltado la escucha por par­te del pueblo.

10,1-15 Pecados en la tierra. De nuevo, pecado y castigo. De nuevo, pecado de ido-

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latría y correspondencia del castigo con la falta. Es una insistencia machacona del pro­feta: en toda situación, la historia de Israel es una historia de infidelidad. A más bene­ficios de Dios (Israel= viña frondosa con fru­to abundante) más idolatría (multiplicación de altares y embellecimiento de imágenes y monumentos sagrados). La idolatría es fru­to de u n corazón dividido, no entregado al Dios único, que exige un corazón entero (Os 10,2). El castigo exige la destrucción del ob­jeto de división, de los altares y de las imá­genes y monumentos idolátricos.

Dentro de la descripción de la situación pecaminosa, pasa ahora el profeta a descri­bir algunos rasgos de la situación social: sin respeto al rey y al Señor (posible sentido de Os 10,13) se abre camino a todo tipo de in­moralidad. Con la metáfora de la planta y el veneno, unidos en planta venenosa, insiste en el crecimiento (planta) mortal (veneno) de la injusticia en los mismos surcos de sus campos (corrupción interna). La planta me­dicinal de la justicia se ha convertido en una planta que produce muerte. La descripción se acerca a la de Am 4,15 y 8,14. Son, en efecto, los procesos los que florecen como hierba venenosa en los surcos de los cam­pos. El "mispat" que el rey debía sembrar co­mo planta de salvación florece ahora como planta venenosa.

Después de este pequeño inciso vuelve de nuevo al tema de la idolatría. Betel (casa de Dios) es intencionadamente designada como Bet-Avén (casa de iniquidad). El becerro que Jeroboán I había instalado en dicho lugar como signo de la presencia del Señor, se con­vierte en el inicio de una historia de cultos idolátricos. Irónicamente, los cultos fúnebres se celebran ahora en honor de ese dios, im­potente para salvar, ya que él mismo va al destierro (Os 10,5-6). El castigo afecta a Sa­maría y al templo: aquella quedará sin go­bierno (es interesante la comparación del rey con una brizna flotando en la superficie del agua); el templo, por su parte, será devas­tado (expresión plástica: espinas y zarzas treparán por sus altares). El resultado global es descrito como desesperación suicida: in­vocación a los montes para que los sepulten.

En la última parte de la sección (Os 10,9-15) el tema es la inutilidad de la autosufh ciencia en lugar de la confianza en Dios.

Los días de Guibeá se refieren probable-: mente al delito allí cometido (véase Jue 19).; Desde aquel pecado ha habido pecados sin! interrupción. Desde el recuerdo y la actuali-' zación, el profeta anuncia ahora el castigo; por los delitos (dos fueron también los de¡ Guibeá): el abandono del Señor y su afición ; a los cultos de Baal (véase J r 2,13). Con las \ imágenes agrícolas continúa la descripción j general de la historia del pueblo. Una primera i comparación animal presenta a Israel/Efraín ' como novilla bien domesticada [novilla brava le había servido en Os 4,16 para describir su rebelión) que realiza gustosa las tareas del campo, con el yugo al cuello=bajo la ley, un­cida al carro y produciendo frutos. Es inte­resante la actividad que esta novilla realiza con gusto: "trillar". Teniendo en cuenta el sig­nificado del verbo en otros textos, nos en­contraríamos ante una acusación que hace referencia al gusto por someter y oprimir; si­tuación que es reconducida por Dios, me­diante el "yugo" de la ley, a otras actividades más productiva para el país: arar y labrar la tierra. El trabajo de arar le ofrece la ocasión de presentar dos sementeras: la que el Señor le ordena y la que Israel llevó a cabo en su realidad histórica. La sementera que Dios quiere: la justicia, fruto de su búsqueda; la sementera que realizaron: la maldad, fruto de la confianza en el propio poder. La cosecha que hubieran obtenido: el amor; la cosecha que obtuvieron: la iniquidad. Los frutos que comieron: la mentira.

Termina el oráculo con el fatal desenlace de la confianza en el propio poder militar. Es como si el profeta fuera acotando los "luga­res" de la confianza para ponerla en el úni­co absoluto: el Señor. Es la lección que qui-re sacar de esta historia de infidelidades.

11,1-11 Dios es un padre para Israel. Es­tamos ante uno de los puntos más sublimes de la revelación de la naturaleza de Dios en el Antiguo Testamento. Del Dios-esposo de Os 2 pasa aquí el profeta al Dios Padre. Amor-abandono-vuelta forman de nuevo la trama.

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El amor está expresado con toda la ternura de la relación padre-hijo/niño: enseñarlo a an­dar, llevarlo en los brazos, cuidarlo, besarlo... El abandono vuelve a ser descrito como infi­delidad idolátrica. La vuelta procede también de la iniciativa de Dios. Ante la perspectiva del castigo se estremecen las entrañas de Dios y el corazón le da un vuelco, aunque para ha­cerlos volver tenga que rugir como un león y la vuelta sea temblorosa por el recuerdo de las infidelidades pasadas. La niñez o adolescen­cia de Israel es el período de Egipto y del de­sierto. Amor del Señor, ligado a la historia de su pueblo desde el inicio y no correspondido desde el inicio. Al lo amé/ los llamaba, Israel siempre contestó con la rebelión: se aparta­ban de mí. El alejamiento de Israel contrasta con la historia de los dones del Señor, mani­festación de su amor. Aquí se describen los dones con una imagen de exquisita ternura, la especial intervención de un padre en los primeros cuidados de su hijo, aún niño: en­señarle a andar, llevarlo en sus brazos, mos­trarle constantemente lazos de amor y de ter­nura, inclinarse para darle de comer.

La alternancia de amor y castigo, hace del último una realidad saludable, porque lo pre­senta como la constante lucha de Dios para que prevalezca el amor. Os 11,1-4 tiene el to­no de la queja dolorida por el amor no co­rrespondido. Si en los primeros capítulos era la esposa la que se negaba a reconocer el amor del esposo, ahora es el hijo el que no reconoce el amor del padre. Si allí se des­cribían las expresiones amorosas del espo­so, aquí se describen, con especial ternura, las del padre. La ternura es especialmente significativa por tratarse de las relaciones de los momentos primeros de la existencia del niño/pueblo. El salmista dice: Como siente un padre ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles (Sal 103,13). El profeta, por su parte, nos conduce a la niñez del pueblo, para constatar ya su temprana infidelidad idolátrica (en el contexto de la sa­lida de Egipto, se trata de la adoración del becerro de oro) (Ex 32).

Os 11,5 es central: el verbo-eje es volver. se han negado a volver a Egipto (castigo e in­tento de un nuevo comienzo). En realidad es

volver externamente a donde estaban inte­riormente. El camino del éxodo no supuso el camino hacia el Señor. No hubo la liberación esperada.

Si hay algún profeta que se resiste a la de­sesperanza, ése es Oseas. Cuando ya todo parece perdido y sentenciado, surge la "iló­gica" del amor que abre nuevas posibilidades. La pregunta retórica de Os 11,8 es la clave del constante forcejeo: ¿Acaso puedo aban­donarte, Israel? Utilizando un antropomor­fismo vigoroso, describe el profeta la lucha en el corazón mismo de Dios: algo se remueve en sus entrañas, que le lleva a amar a pesar de todo. Vence la misericordia, que no tiene me­didas humanas, solamente tiene la medida de la santidad misma de Dios (Os 11,9). El resultado es la vuelta al Señor y la vuelta a la tierra. En la descripción de esta vuelta no se oculta un cierto tono dramático, como si se tratase de una vuelta "obligada": Dios tie­ne que rugir como león, produciendo el tem­blor (se repite dos veces) del pueblo; la com­paración del pueblo con el pájaro y la palo­ma, en este contexto de miedo, corrobora este sentido de una vuelta en la que Dios se "em­peña" para bien de los suyos.

12,1-15 Jacob es padre mentiroso. Se trata de una colección de oráculos con el te­ma común de la perfidia de Jacob/Israel, que el profeta presenta en dos planos: en la historia pasada y en su propio presente, que el pueblo vive en línea con su historia. El profeta tiene, sin duda, en su mente Gn 25 y 27. Aquellas suplantaciones y estratage­mas del principio son ahora mentiras y frau­des con las que Jacob intenta envolver a Dios mismo, refiriéndose a las alianzas po­líticas con las que Israel busca prescindir de la alianza exclusiva con el Señor, que lo ha constituido como pueblo (Os 12,1-2). (La ex­clusión que hace de Judá en esta acusación -Os 12, I b - se debe probablemente a la ma­no de un redactor posterior).

Después de la decisión del proceso contra Israel (Os 12,3) y del recuerdo de la historia pasada (Os 12,4-6) viene una llamada a la conversión (Os 12,7) centrada en la práctica de tres virtudes fundamentales: el amor, la

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justicia y la confianza en el Señor. La llama­da no ha sido escuchada y, de nuevo, sigue una acusación de fraudes y mentiras, esta vez en el terreno del comercio. Estos fraudes y mentiras son tan grandes que Israel mere­ce ser llamado Canaán, célebre por sus tram­pas en el comercio. Y, otra vez, el tema de la confianza; la confianza que Israel debería po­ner en su Dios, la deriva ahora a las riquezas. Con insistencia, Oseas va repitiendo el mis­mo mensaje: hay idolatría siempre que Is­rael cambia su confianza. La nueva dirección puede ser diversa: las potencias extranjeras, la riqueza, el culto ilegítimo o viciado; el pun­to de partida es siempre el mismo: el aban­dono/olvido del Señor (Os 12,8-9).

La solución (castigo saludable) pasa por la pérdida de todos estos apoyos, volviendo de nuevo a la desnudez de los orígenes. Es una nueva repetición de este tema tan querido por Oseas (Os 12,10).

El tiempo del desierto es también tiempo favorable a la escucha del profeta. En este contexto, recuerda Oseas la dimensión pro-fética del oficio de Moisés (Os 12,14) y su continuidad en la palabra profética que pue­de provocar un nuevo éxodo desde un nue­vo desierto (Os 12,11). Os 12,15 es conclu­sivo: contiene una definición recapituladora de Israel -un amargo provocador- y el anun­cio de la inevitabilidad del castigo final.

13,1-14,1 La rebelión conduce a la rui­na. Una síntesis histórica para mostrar cómo toda la historia de Israel ha estado marcada por la traición y rebelión contra su Dios.

Comienza con dos oráculos típicos de con­denación: Os 13,1-3 y 13,4-8. En el prime­ro, después de reconocer la primacía de la tribu de Efraín sobre el resto de las tribus del Norte, con el tema de su autoridad, lle­ga en seguida la acusación de idolatría; la idolatría primera (posible referencia a los no­villos entronizados por Jeroboán en Dan y Betel apenas comienza el reino del Norte) y la idolatría como realidad continuada: ins­talación de ídolos y culto idolátrico. El cas­tigo (Os 13,3) insiste, con amplio uso de me­táforas, en la inconsistencia resultante: nu­be mañanera, rocío, paja y humo son todas

imágenes de futilidad. Esta inconsistencia se revuelve ahora contra Israel, que se evapo­ra. Su futuro es tan lábil como el de estas cuatro realidades cuya característica es ser y desaparecer con suma facilidad. La suer­te de Israel es como la de los malvados, que "son paja que arrebata el viento" y "humo que se disipa" (véase Sal 37,20).

En el segundo oráculo (Os 13,4-8) predo­mina, como situación de partida, el tema del conocimiento mutuo: el Señor que conoce a Israel; Israel que conoce al Señor. Sobre es­te fondo, que recuerda la alianza, resalta más la idolatría, presentada en su más profunda raíz: el engreimiento del corazón y el olvido resultante. Para la descripción del castigo re­curre el profeta a la imaginería animal. La fiereza de los animales que elige para la com­paración y las circunstancias dinámicas con que colorea su presencia (al acecho, celo por las crías...) contribuye a una descripción plástica de la inevitabilidad del castigo que se avecina.

Os 13,9-11 contiene un oráculo contra el rey, en un tono irónico que revela la actitud antimonárquica del profeta. La institución de la monarquía había suscitado desde el inicio la desconfianza de los fieles yahvistas que vieron en ella una interposición al gobierno inmediato del Señor, mejor representado en la acción de los líderes carismáticos, susci­tados por Dios en momentos particulares de la historia. Esta corriente antimonárquica continúa en toda la historia de Israel, ahon­dada por el comportamiento torpe de muchos de sus reyes, y es la que reflejan estos ver­sículos de Oseas.

El último oráculo (Os 13,12-14,1) es una sentencia contra todo el pueblo. Para sub­rayar que Dios no olvida ni perdona su pe­cado (presentado aquí de manera genérica, sin especificación, aunque a través de todo el libro ha sido identificado como idolatría en sus múltiples manifestaciones), el profeta re­curre a la imagen judicial de tenerlo como guardado, registrado para poder ser utiliza­do en su contra en el momento oportuno (Os 13,12). En Os 13,13 el pecado inicial de Is­rael, el que truncó su historia, es descrito con la imagen tradicional en la profecía -desde la

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que pasa a la apocalíptica- de los dolores de parto; sólo que en este pasaje de Oseas la atención no se dirije tanto a los dolores de la madre como a la torpeza del hijo. A causa de esa torpeza, el hijo no aprovecha la gran oca­sión de su nacimiento para colocarse en el lu­gar que le corresponde en la historia. Israel no supo nacer; desde ahí se explica todo (Os 13,13). Su final es digno de un hijo malpari­do. Se lamenta Oseas de la imposibilidad de renacer bien en u n momento importante. Quien no nació bien no puede renacer bien. Ha llegado su tiempo y él no lo ha reconoci­do. Quedará siempre truncado como aborto que no conoce la luz. Otro vientre, el del abis­mo y la muerte, está dispuesto a engullirlo; Dios no va a hacer nada por impedirlo: No me compadeceré más de este pueblo (Os 13,14). Llega el castigo, ahora con imágenes vegeta­les que subrayan la infecundidad (manan­tiales secos/fuentes agotadas) y representan al ejército invasor que saquea todo (Os 13,15). El viento del este, viento solano, está en ma­nos del Señor para impedir toda fructifica­ción. Viento y sequía que llegan a agostar los mismos manantiales de agua. Será un ene­migo despiadado, que segará no sólo la vida de los soldados vencidos, sino que secará la fuente misma de toda esperanza de conti­nuidad: los niños y los vientres preñados (Os 14,1). Final total para un pecado global.

14,2-10 Conversión y esperanza. No to­do está perdido; aún es tiempo de conver­sión y de vuelta. El oráculo conclusivo de este libro recoge una esperanza cierta, fun­dada en uno de los temas favoritos de la profecía de Oseas: el amor gratuito de Dios. Ese amor de Dios ha ido introduciendo en todos los oráculos precedentes una especie de procedimiento ilógico: cuando todo esta­ba perdido ha surgido como fuerza regene­radora. No es extraño que, después de leer toda la profecía de Oseas, u n último redac­

tor, impresionado no tanto por la dificultad del texto como por la desconcertante actua­ción de Dios, insertase las preguntas de Os 14,10: ¿Quién es tan sabio como para en­tender esto? ¿Quién tan inteligente como pa­ra comprenderlo?

El oráculo de Os 14,2-9, con estructura penitencial, tiene dos partes: llamada del pro­feta a la conversión (Os 14,2-4) y respuesta de Dios al profeta con promesas para el pue­blo (Os 14,5-9). ¿Es sólo indicación del ca­mino, o es historia de lo realmente aconteci­do? En todo caso, es puerta abierta a la es­peranza. En la primera parte del oráculo encontramos los verbos y las actitudes típi­cas de la conversión: volver, buscar, confesar. Se insiste en la sinceridad de estas tres ac­titudes: una nueva ofrenda (no culto vacío, si­no arrepentimiento) y una nueva seguridad (ni potencias extranjeras, ni poder militar, ni ídolos, sino el Señor compasivo). En la se­gunda parte Dios responde desde su amor gratuito e incondicionado, anunciando una nueva experiencia de sus relaciones con el pueblo. Utiliza las imágenes vegetales para describir la nueva floración y fructificación, en un contexto de abundancia nueva y de co­sechas que renacen. Sorprende esta abun­dancia de imágenes vegetales. Algunas ya ha­bían sido utilizadas por el profeta; otras son nuevas o empleadas con significado nuevo. En Os 14,6 comienza esta imaginería en cas­cada presentando al Señor como rocío, para terminar identificándolo con un ciprés loza­no, árbol de hoja perenne. En este verdor per­manente está el centro de la comparación. Sólo en el Señor podrá encontrar Israel la vi­da permanente. Después de cortar definiti­vamente con los ídolos, Israel experimenta­rá lo que el Señor es para él: rocío que ase­gura el crecimiento, protector que vela y vigila, ciprés lozano que asegura sus frutos. Los fru­tos de Israel son en realidad frutos del Señor. La idolatría ha sido definitivamente vencida.

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JOEL

Pedro JaramiUo Rivas

INTRODUCCIÓN

1. El autor 2. Su tiempo

El título del libro dice poco acerca de su autor: sólo el nombre, Joel, que significa "Yahvé es Dios" (Jó es forma abreviada de Yahvé), y el nombre de su padre: Petuel. Si las reseñas biográficas de todos los autores bíblicos son parcas, la de Joel no puede ser­lo más. Para intentar conocer algo más acer­ca de este hombre que nos dejó un pequeño, pero interesante libro, hay que rastrear al­gunas indicaciones de su profecía. Aunque los resultados son siempre hipotéticos, se ha subrayado el aprecio que Joel tiene por el culto del templo (Jl 1,8-9; 2,27; 4,16-17), los términos cultuales que emplea (Jl 1,14; 2,12. 15) y el conocimiento que revela del personal del templo (Jl 1,9.13; 2,17), para deducir que se trataba de un profeta cultual Pero el co­nocimiento del culto no significa que se esté directamente implicado en el mismo. La des­cripción de la plaga de langostas ha induci­do a otros a subrayar su conocimiento de la vida campesina, pero tampoco este dato sig­nifica que él mismo fuese campesino. Nos quedaremos, por tanto, sólo con el conoci­miento de su nombre, correspondiente a un personaje realmente existente cuya actividad profética se desarrolló con toda probabilidad en Jerusalén.

Joel es uno de los seis libros entre los do­ce de los Profetas Menores que no tienen in­dicación cronológica. Toda tentativa de da­tación hay que hacerla basándose también en las indicaciones del mismo texto. Acerca de dicha datación hay opiniones muy diver­gentes. Dejando aparte la opinión minorita­ria de los que piensan que Joel es preexíli-co (en concreto del tiempo de Joas: 837-800 a. C) , parece que, con la mayoría de los es­tudiosos, hay que pensar en una datación postexílica. En este sentido se pueden en­contrar algunas indicaciones en el texto, por ejemplo, la ausencia de cualquier mención del rey y de la corte en lugares donde cabría esperar tal mención en el caso de estar aún en vigor la monarquía (v.g. en la invitación al lamento de J l 2,16-17). El no mencionar pa­ra nada al imperio neobabilónico, a pesar de haber sido el que puso fin a la dinastía de David y el que destruyó el templo en el año 587 a. C , parece indicar que este imperio había caído ya en manos de los persas (539 a. C). Por otra parte, el papel importante que juega el templo en el libro de Joel, parece exigir una fecha posterior a su reconstruc­ción (515 a. C). Habría que colocar, por tan­to, la fecha de composición después del año

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515 a. C. y antes de la destrucción de Tiro y Sidón (años 332 y 343 a. C. respectivamen­te) ya que estas ciudades son amenazadas en J l 4,4, lo que supone su existencia en tiempos del profeta.

Si colocamos a Joel en los siglos V-IV a. C , nos situamos en un momento en que ya ha­ce tiempo que pasó la gran catástrofe -la caí­da de Jerusalén-, y van también quedando en el recuerdo el destierro y la desaparición de la monarquía. Lo que se espera ahora, y queda reflejado en la profecía, es la irrupción definitiva de Dios, basada en la esperanza de que las grandes promesas de los profetas pa­sados no dejarán de cumplirse. Este es el to­no consolador del profeta Joel que sabe al­zarse desde la desgracia al anuncio del cum­plimiento de una promesa segura.

3. Unidad, estructura y mensaje

Generalmente el libro de Joel se suele di­vidir en dos grandes partes, que incluirían dos grandes temas: J l 1-2 conteniendo una exhortación a la penitencia tras dos catás­trofes históricas (plaga de langostas y ejér­cito desolador); y J l 3-4, parte calificada de escatológica por la dimensión definitiva y universal que cobra el anuncio del Día del

Señor, en su doble vertiente de juicio para las naciones y salvación (efusión del espíri­tu, bienestar y paz) para Israel. Algunos auto­res se fijan detenidamente en las diferencias entre las dos partes y llegan a hablar de autores distintos para cada una de ellas. No parece, sin embargo, necesaria una división tan radical. Si dejamos aparte Jl 4,4-8 (un probable añadido), el libro de Joel se pre­senta como una unidad temática y literaria.

Una desgracia natural -la langosta y la se­quía- es el punto de arranque. Para quien tie­ne el oído abierto a la palabra de Dios, cual­quier ámbito o acontecimiento de la vida pue­de convertirse en canal de revelación divina. Es lo que nos demuestran los profetas, ver­daderos especialistas en escuchar la palabra de Dios en medio de la historia y de la vida. Y así Joel, a partir de un acontecimiento de­solador, descubre y proclama un mensaje de juicio y de salvación. J l 2,18 es un versículo de especial importancia: el Señor se apiadó de su tierra y perdonó a su pueblo. Teológi­camente Joel es un mensaje de esperanza. Si se da la actitud y el clamor penitencial, el Se­ñor puede cambiar la suerte de su pueblo, porque él no lo abandona nunca sino que es­tá siempre en medio de los suyos para sal­varlos.

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COMENTARIO

1,1 Título. Palabra del Señor que recibió Joel, hijo de Petuel. Así se abre la primera parte del libro, centrada en la invasión de la langosta y en la liturgia penitencial (literaria o real) que dicha invasión desencadena. Pri­mera parte que constituye una invitación al duelo y a la súplica, a la espera de la res­puesta benévola de Dios, que no llega sino después de una nueva descripción del movi­miento: plaga (esta vez con metáfora de in­vasión militar), duelo (ahora es Dios mismo quien llama a la penitencia y conversión), sú­plica. Dios interviene perdonando.

1,2-12 La invasión del país. Se inicia el oráculo con la tradicional llamada de atención (oíd, escuchad) y con el mandato de que se narre a las generaciones venideras un im­portante acontecimiento. Normalmente, en la tradición bíblica, es un hecho positivo el que debe ser recordado y narrado. En este caso se trata de un acontecimiento negativo (Jl 1,2-3). Sigue una magistral descripción de desola­ción. La causa: una plaga implacable de lan­gostas. La finalidad que persigue el profeta es describir la desolación total: lo que va que­dando en un estadio de la plaga es devorado en el siguiente hasta que no queda nada (Jl 1,4). En Jl 1,6 los insectos son comparados con un pueblo invasor. Siguiendo la metáfo­ra, que va a desarrollar aún más en Jl 2,4-9, se aplican a las langostas cualidades des­tructoras típicas de otros grandes animales terroríficos, en concreto los dientes del león y los colmillos de la leona. Prepara así el am­biente para la destrucción total de dos plan­taciones tradicionales en Palestina: viñedos e higueras. En Jl 1,10-12 se amplía aún más la descripción desoladora: el trigo, el vino, el aceite y todos los árboles del campo quedan devastados. Devastación que repercute en el templo: no puede haber ni ofrenda ni libación (Jl 1,10). Por eso hacen duelo los sacerdotes. Tragedia de un culto imposible. Entre estas descripciones concretas inserta dos de ca­

rácter general que reflejan la situación: la tie­rra está de luto (Jl 1,10) y sus habitantes han perdido la alegría (Jl 1,12). En la descripción desoladora de la situación va insertando ya la invitación al lamento: en J l 1,5 son invitados a llorar los borrachos y bebedores de vino (probablemente aquí designados sin el senti­do peyorativo con que aparecen en otros lu­gares, sino en contraste con la alegría pro­ducida por el vino); en Jl 1,8 la ciudad ente­ra, representada en la forma tradicional de doncella, es invitada a ponerse el sayal del luto; en Jl 1,11 los campesinos y viñadores -principales afectados por la plaga- son invi­tados a la consternación y al lamento.

1,13-20 Invitación a la penitencia. Pri­mera llamada a la penitencia, acompañada de los clásicos ritos penitenciales: duelo, ayu­no y oración. Primera evocación del día del Señor; llega como un azote. No hay todavía respuesta del Señor; en su lugar una nueva descripción de la devastación, aumentada probablemente por una nueva catástrofe: la sequía, desastre para los campos y ganados. Se invita a los sacerdotes a que en el templo, imposibilitado para los sacrificios, convoquen una asamblea penitencial (Jl 1,14-15). Y co­mienza la lamentación (Jl 1,15) con una pri­mera alusión al "día del Señor" que, espera­do en otros tiempos como día de consolación, se torna en día de desolación. El lamento el pueblo penitente describe la situación en to­nos sombríos y dramáticos: la carestía afec­ta al templo, a los hombres y a los animales. Al clamor humano hacia el Señor (Jl 1,19) se une el rugido animal (Jl 1,20) que también clama hacia él. La tierra y cuantos la habitan han perdido la alegría.

2,1-11 El día del Señor. La interpreta­ción más probable de estos versículos es que se trata de una presentación metafórica de la plaga de langostas. Las langostas son comparadas a un ejército en orden de bata-

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Ha. Como en el capítulo anterior se habían comparado al león y a la leona (animales es­pecialmente destructores) ahora lo son a un ejército invasor, resaltando sus instrumen­tos de guerra en avance desde el campo a la ciudad. En el contexto del "día del Señor" suena a un ejército escatológico del Señor con dimensiones de destrucción universal.

El carácter militar de la perícopa aparece ya en la invitación inicial a tocar la trompeta. La causa de la alarma es el "día del Señor", descrito con tonos sombríos, siguiendo la tra­dición de Sof 1,15. En el caso de Joel, ade­más, se magnifican, hasta alcanzar dimen­siones cósmicas, los efectos realmente per­ceptibles en la plaga de langostas, que puede llegar a oscurecer la luz del Sol (Jl 2,1-2). To­do lo que sigue es una descripción acabada de la devastación que produce la plaga, que es "día del Señor". Los elementos de compara­ción son: el fuego, que devora y abrasa; los ca­ballos y carros de combate; la tropa en orden de batalla; los guerreros que avanzan sobre la ciudad y penetran en las casas. La situación que provocan: el estremecimiento de los pue­blos y de la tierra, el tambaleo de los cielos y el oscurecimiento del sol y las estrellas (es­tamos ante dimensiones típicamente escato-lógicas). Joel se ha elevado de un "día del Se­ñor" al "Día del Señor". La catástrofe, grande pero reducida, de la plaga de langostas se ha abierto a la descripción cósmica de la catás­trofe final. Y así concluye en Jl 2,11, cuando el Señor hace oír su voz al frente de éste su ejército.

2,12-17 Invitación a la penitencia. An­te la amenaza del castigo se impone una re­novación interior y una acción penitencial, a las cuales convoca el profeta. A diferencia de otros profetas, Joel -estrechamente vincu­lado al culto- no contrapone la justicia al culto, pero sí insiste en las actitudes inte­riores: rasgar el corazón, no los vestidos (Jl 2,13); y un volver que sea de todo corazón. La interioridad queda fuertemente implica­da en la conversión, mediante la doble men­ción del "corazón". Pero la vuelta del pueblo es sólo condición; la situación nueva será provocada por la misericordia, la clemencia

y el perdón del Señor (Jl 2,13), invocados con la duda humilde de quien deja los plazos de gracia en manos de Dios (Jl 2,14).

Un nuevo toque de trompeta (Jl 2,15), es­ta vez no militar sino cultual, convoca a la asamblea a penitencia. La convocatoria es universal: desde los niños de pecho a los an­cianos. Y son los sacerdotes los que se en­cargan de la súplica de perdón, en la que ex­presan un motivo tradicional: la destrucción del pueblo de Dios sería motivo de burla pa­ra las naciones que tendrían así razón para dudar del poder del Señor.

2,18-27 Respuesta del Señor. Por fin, el Señor responde al pueblo arrepentido. Jl 2,18 hace una afirmación general, en tono solem­ne, del cambio de situación, que el autor atri­buye al amor misericordioso del Señor. Con­tinúa después describiendo la restauración (Jl 2,19-27) en el mismo tono agrario en que describió la desolación. Aspectos que se pue­den subrayar:

-El norte es la dirección desde la que tra-dicionalmente e históricamente llegó la des­gracia a Israel (véase J r 1,13-16; 4,6). Aun­que en Joel pueda haber una referencia cir­cunstanciada al origen geográfico de la plaga de langostas, no se debe pasar por alto es­ta alusión tradicional (Jl 2,20).

-Domina el tema de la alegría, expresada de dos modos: como invitación directa al go­zo y al júbilo; como invitación indirecta por la ausencia de miedo. Lo mismo que la lla­mada a la penitencia se hacía a los hombres y a la tierra misma, así sucede con la invi­tación al gozo.

-Los motivos del gozo no son sólo la abun­dancia de los frutos y la regularidad de las co­sechas. Motivo principal es también el origen de la situación nueva: la presencia del Señor en medio de su pueblo (Jl 2,27). Presencia sal­vadora; haciendo proezas y maravillas en fa­vor de los suyos. El horizonte queda ensan­chado: más allá de la situación nueva de abundancia agrícola, la presencia salvadora del Señor se hace imprevisible. El resultado es, por eso, de amplio alcance: cuando Dios interpone su poder único, el pueblo no será jamás humillado.

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3,1-5 Efusión del espíritu. El tono y for­ma del texto son escatológicos. Es como una escatología-resumen, en la que el elemento más desarrollado por Joel, como aportación peculiar, es la efusión del espíritu divino. Se cumple el deseo de Moisés (Nm 11,29). Y se cumple superando toda expectativa: el es­píritu de Dios se derrama sobre todos, sin lí­mites de edad (jóvenes y ancianos), sin dis­tinción de sexos (hijos e hijas/siervos y sier-vas), ni de condición social (hijos y siervos). La concreción de la acción del espíritu que hace el profeta (profecía, sueños y visiones) podría dar a entender que la multiforme ac­tividad del espíritu de Dios en la historia de la salvación se limita a una serie de expe­riencias extraordinarias. Lo que resalta, sin embargo, en el texto de Joel es la generosi­dad de la efusión, como lluvia que se derra­ma y empapa, y su universalidad (todo hom­bre). Habrá que esperar al Nuevo Testamento para descubrir la riqueza de esa efusión. De hecho, Pedro ve cumplida la profecía de Jo­el en el pentecostés cristiano (Hch 2,17-21), inicio de la Iglesia, comunidad universal.

La efusión del espíritu, la salvación por la invocación del nombre del Señor y la validez de Sión como lugar de refugio (Jl 3,5) pre­sentan la alternativa positiva del día del Se­ñor para Israel. La alternativa negativa, el juicio, se presenta con el material escatoló-gico tradicional, centrado en fenómenos es­pectaculares y terroríficos de la naturaleza (Jl 3,3-4): oscuridad, fuego y sangre.

4,1-17 Juicio de las naciones. En esta sección se pueden distinguir las siguientes partes:

- J l 4,1-3: El juicio de las naciones. Con­secuencia necesaria del cambio de suerte con respecto a Judá y Jerusalén (el juicio contra las naciones se hace como castigo por "sus delitos contra mi pueblo y mi heredad"). La identificación del Señor con su pueblo es tal que, en el juicio, se presenta no sólo como juez, sino como parte ofendida. Para la cele­bración del juicio, del que lo más importan­te son los cargos contra las naciones, Joel compone imaginativamente una gran escena judicial. Hace que todas las naciones se reú­

nan, convocadas por el Señor, en un gran va­lle imaginario al que da nombre: Josafat = Yahvéjuzga. En él van a ser acusadas de dis­persar a Israel, de la invasión de su territo­rio y del maltrato de sus habitantes.

- J l 4,4-8: Se trata de un oráculo añadido contra Tiro y Sidón, que interrumpe el mo­vimiento del texto. Es un caso concreto de naciones extranjeras que maltrataron a Is­rael. Tiro y Sidón eran ciudades costeras, co­nocidas por su comercio. Un comercio que se extendía también a los esclavos; entre ellos, esclavos israelitas habían sido vendidos a los griegos. El castigo de Tiro y Sidón es de re­vancha: lo que ellos hicieron contra Israel, lo hará Israel contra ellos.

-J l 4,9-11: Se puede pensar que esta con­vocatoria militar para la guerra es una es­tratagema engañosa para provocar la reu­nión de las naciones de J l 4,2. Se trata de provocar una alianza, pero no para la lucha, sino para el juicio. Es una guerra total para u n juicio universal. Todos son convocados (se invierten las pacíficas imágenes de Is 2,4 y Miq 4,3 y hasta los inválidos se creen gue­rreros valerosos). Con este tipo de convoca­toria se va a retomar el tema de Jl 4,1-3.

-Jl 4,12-17: La nueva mención del valle de Josafat en Jl 4,12 enlaza explícitamente con el tema del juicio de las naciones. La llega­da del momento decisivo la presenta J l 4,13 con metáforas agrícolas [la mies está madu­ra, el lagar está Heno, las cubas rebosan). Las muchedumbres congregadas son vistas co­mo un inmenso campo de mies o como un inmenso lagar repleto de uvas. Ha llegado el momento de meter la hoz, el momento de que los pisadores estrujen las uvas. Todo re­bosa, pero rebosa maldad. Por eso, la nue­va mención del día del Señor (Jl 4,14) es ahora mención de castigo. Y el valle es lla­mado valle de la Decisión. La imaginería agrí­cola que viene utilizando permite al profeta hacer un expresivo juego de palabras. La pa­labra hebrea traducida por "decisión", sig­nifica también (véase Am 1,3) "trillo". Las na­ciones han sido congregadas para ser trilla­das como castigo por su maldad. Al castigo acompañan los tradicionales fenómenos cós­micos y astronómicos (Jl 4,15) que refuerzan

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el sentido escatológico del día del Señor. El trueno/voz es "rugido" del Señor, expresión de su poder, que hace temblar la totalidad del universo (cielo y tierra).

De esta imagen de terror escapa el pueblo de Dios: para los suyos el Señor es refugio y baluarte (Jl 4,16). Se trata del segundo sen­tido que puede tener y de hecho tiene el jui­cio de Dios: si para las naciones es castigo, para su pueblo es salvación.

Si la finalidad de la plaga de langostas fue convencer a Israel de que el Señor estaba en medio de ellos (Jl 2,27), la venganza que el Señor toma de las naciones tiene la misma finalidad: Israel reconocerá que el Señor es su Dios en medio de su pueblo. El lugar de

su morada: el monte Sión/Jerusalén que re­cobra así su inviolabilidad.

4,18-21 Restauración de Judá. Termina el libro de Joel con una visión idílica del fu­turo del pueblo, que resalta sobre el destino sombrío de las naciones representadas por dos casos típicos: Egipto, prototipo de opre­sión; Edom, prototipo de traición fraterna. Esta situación idílica se describe con imáge­nes vegetales como si se tratara de u n nue­vo Edén. Juega el profeta con la fertilidad y el desierto para describir la salvación y el cas­tigo. Las aguas nuevas manan del templo del Señor, y la salvación brota de la presencia del Señor en su ciudad.

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AMOS

Pedro Jaramillo Rivas

INTRODUCCIÓN

En la relación con Dios y en el pecado aparecen con frecuencia ideas muy reduc-toras: ¿Se da la relación con Dios sólo en el culto? ¿Se da el pecado sólo en el rito o en la blasfemia? ¿Pueden ser compatibles culto e injusticia? Muchos así lo piensan y dejan la vida al margen de la fe. No era esta, sin em­bargo, la opinión de Amos, el primero de los profetas escritores.

1. Contexto histórico

Para entender la profecía de Amos, nada mejor que una mirada al contexto histórico en que tuvo lugar. A pesar de su proceden­cia sureña, Amos profetizó en el reino del Norte en tiempos de Jeroboán II (782-753 a. C) . Después de u n período difícil, a fina­les del s. IX a. C , en el que Israel llega a per­der gran parte de su territorio y de su po­derío militar, la situación mejora con Joás y, sobre todo, con Jeroboán II que reconquis­ta territorios y aprovecha las ventajas del co­mercio. Se da en Israel un paréntesis de prosperidad económica. Pero prosperidad económica no significa siempre prosperidad ética y moral. Al contrario, a veces es ocasión de descomposición social. Este fue el caso en Israel. El lujo de que hacían gala unos pocos se conseguía a costa de los pobres. Los jefes,

los terratenientes, los comerciantes prospe­raban a base de injusticias sociales. Los jue­ces, por su parte, se habían puesto de par­te de los ricos, dejándose sobornar en per­juicio de los pobres. Religiosamente no era mejor la situación: a los que se daban a los cultos cananeos se sumaban quienes en la religiosidad israelita descubrían una especie de salvoconducto, de seguridad incondicio­nal para vivir impunemente en la injusticia, amparados en una falsa confianza en los privilegios de Israel.

2. El profeta

Lo poco que sabemos de Amos lo conoce­mos por su propio libro. Era de Técoa, a unos 20 kms. al sur de Jerusalén. No tenía nin­guna relación con los grupos proféticos pro­fesionales, su oficio era el de pastor y culti­vador de higos (Am 7,14). Algunos creen que se trataba de un asalariado, otros piensan, sin embargo, en un pequeño propietario, con otros pastores a su cargo. Los conocimientos de situaciones y acontecimientos que mani­fiesta en su libro parece que inclinan la ba­lanza hacia la segunda opinión.

Lo más determinante en la vida de este hombre es su vocación profética. El la ex­perimenta con una fuerza irresistible (Am

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AMOS

3,8), desde una situación personal y social que no la hacía presagiar. Se produce, pues, un corte dramático en una existencia socio­lógicamente nada profética; tal aconteci­miento tuvo lugar entre los años 760-750 a. C , probablemente cuando Amos era aún relativamente joven. Su actividad profética, de corta duración, la desarrolla en el reino del Norte, y parece estar ligada a diferentes lugares: Betel, Samaría, Guilgal. Bien pron­to sufre el destino de los profetas: sus ata­ques al rey y el anuncio de desgracias para el pueblo (el destierro) provocan la reacción violenta del sacerdote Amasias, que lo ex­pulsa de Israel (Am 7,10-13). Probablemen­te aquí termina su actividad profética.

3. El mensaje

Amos había llegado a la convicción de que el mal de Israel no tenía remedio. Lo único que se podía esperar era el castigo. Un cas­tigo inapelable, causado por los pecados so­ciales (lujo, injusticia y opresión de los dé­biles) y religiosos (culto hipócrita y falsa se­guridad religiosa), que dificultan la exigencia radical: buscar al Señor (Am 5,4-6). El mal se ha metido tan dentro que no bastan los arreglos de fachada; en realidad se va a des­plomar todo el edificio (este es el sentido de la tercera visión: Am 7,7-9). El pueblo ha ido madurando para la desgracia, que será irre­mediable. De hecho, cuarenta años más tar­de el reino de Israel desaparece a manos de Asiría y buena parte de sus habitantes son deportados. La gran audacia de Amos fue anunciar este castigo y denunciar sus cau­sas cuando nada lo hacía prever, porque to­do respiraba prosperidad. Su visión proféti­ca le llevó a leer por dentro acontecimientos y situaciones que externamente sólo habla­ban de bienestar y prosperidad. Pero no va­len estas situaciones, aparentemente bené­ficas, cuando todo está construido sobre el abandono de las más decisivas exigencias de la fe en el Señor. No puede haber religiosidad sin ética, y no hay ética que no incluya tam­bién la ética social. Cuando la ética no exis­te, la fe resulta algo vacío y el culto se con­vierte en una coartada sin eficacia. Esto va­

le también, y especialmente, para la religio­sidad israelita: la elección no es privilegio in­condicional, sino exigente responsabilidad

Parece que la primitiva profecía de Amos terminaba con el anuncio de este fin som­brío. Un redactor posterior añadió el ultime oráculo de salvación (Am 9,11-15), dejanck en la globalidad de su obra un resquick abierto a la esperanza.

4. El libro

Con Amos se produce un hecho nuevo y decisivo para la historia del profetismo: su mensaje predicado se convierte en palabra escrita, en obra literaria. Aunque el libro pre­senta indicios inequívocos de reelaboración posterior (agrupación de materiales por te­mas o recursos literarios: oráculos contra las naciones en Am 1-2, visiones en Am 7-9, ayes en Am 5-7) y algunos añadidos (Am 7,10-17; 9,11-15), no hay razón convincente para du­dar de su atribución fundamental al profe­ta. A pesar de su origen rural, Amos exhibe un notable dominio del lenguaje y utiliza las técnicas poéticas hebreas (aliteraciones, jue­gos de palabras, construcciones esmeradas, estribillos), entre las que sobresale el uso y riqueza de metáforas. Su estilo es sobrio y conciso, pero también es directo, apasiona­do e incisivo.

La estructura del libro de Amos es clara. Después del título del libro y un pequeño exordio (Am 1,1-2), encontramos dos gran­des partes:

1) Am 1-6: Palabras de Amos. a) Am 1,3-2,16: Oráculos contra las na­

ciones y contra Israel (con la fórmu­la: así dice el Señor).

b) Am 3,1-6,14: Amonestaciones y ame­nazas a Israel (con la fórmula: escu­chad).

2) Am 7-9: Visiones de Amos (introducidas con la fórmula: esto me hizo ver el Señor). Las tres últimas se alargan respectivamente con el relato del enfrentamiento Amós-Amasías (Am 7,10-17), la amenaza de la catástrofe (Am 8,9-14) y la promesa de restauración (Am 9,11-15).

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COMENTARIO

1,1-2 Titulo y lema. El libro de Amos tie­ne como obertura una breve reseña históri­ca que ayuda a situar su ministerio (Am 1,1), y un brevísimo oráculo, en el que la imagen de Dios como león rugiente anticipa el tono agresivo del mensaje de Amos contra las injusticias (Am 1,2). Algunos comentaristas piensan que este oráculo inicial no procede de Amos, sino de editores posteriores, que lo habrían colocado aquí como clave de toda la obra. La voz del Señor aparece ya como ru­gido, lo que cuadra bien al contexto de Amos. Am l,2ab procede de la tradición cúltica de Jerusalén (otra alusión a esta tradición de Je-rusalén aparecerá en Am 9,1 lss , oráculo de salvación que es también secundario). La se­gunda parte de Am 1,2 asocia la naturaleza a los resultados del rugido del Señor: deso­lación y sequedad, con alusión al Carmelo, célebre por su vegetación.

Estrictamente paralelo con Am 1,2a es J l 4,16 y, con algunas variaciones, la imagen vuelve a encontrarse en J r 25,30. En con­texto de juicio, aparece también en Is 66,6. Variantes de un tema común que probable­mente haya que situar en el templo de Je­rusalén y cuyo intento es describir la acción de Dios contra sus enemigos.

La voz del Señor, en paralelismo con el ru­gido del trueno, no es la voz de Dios de los textos del Deuteronomio: comunicación de la voluntad del Señor a su pueblo, a quien pi­de obediencia; se trata, más bien, de un rui­do espantoso y terrible, comparado con el es­truendo del trueno.

Con este rugido, en el inicio del libro, to­da la obra de Amos toma el tono amenazante del juicio divino contra los enemigos. Poco importa que éstos sean extranjeros o miem­bros del mismo pueblo de Israel.

1. Palabras de Amos (1,3-6,14)

Se puede agrupar esta larga sección bajol el título genérico de "oráculos" o "palabras" -i de Amos. Tiene, sin embargo, dos partes cía- \ ramente definidas: a) Am 1,3-2,16 y b) Am j 3,1-6,14. La primera parte contiene una se-1 rie de oráculos contra siete naciones vecinas j de Israel y contra Israel mismo. Desde el ; punto de vista formal estos oráculos son in­troducidos con la fórmula: así dice el Señor -"fórmula del mensajero"-. La segunda par­te está formada por oráculos dirigidos ex­clusivamente contra Israel. Se trata de orá­culos breves, sin un orden preciso, en los que la denuncia abarca todos los pecados de Israel (destacándose el pecado de injusticia y opresión, y el orgullo originado en las fal­sas seguridades). Junto a la denuncia, en­contramos la descripción del juicio inminente y la llamada a volver al Señor. Desde el pun­to de vista formal estos oráculos son intro­ducidos con la fórmula escuchad.

ORÁCULOS CONTRA LAS NACIONES (1,3-2,16)

Siete oráculos contra las naciones y uno contra Israel. Amos es el primer profeta es­critor y en él encontramos ya este género li­terario del oráculo contra las naciones que se repetirá en otros profetas. Con él se indica que el Señor es también Dios de las demás naciones y que, por eso, las puede amenazar.

En los primeros oráculos el juicio se ex­tiende a todas las naciones que rodean Pa­lestina, siguiendo los puntos cardinales (nor­deste: Damasco; poniente: Gaza; noroeste:

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Tiro; sureste: Edom; levante: Amón y Moab). Todos siguen el mismo esquema literario: sentencia/ delito /castigo.

El contenido del delito se refiere a las re­laciones entre los pueblos: invasiones, de­portaciones, malos tratos. El enunciado del delito va introducido invariablemente con una fórmula que literalmente traducida so­naría así: por tres delitos y por el cuarto no te perdonaré, aunque en la descripción que si­gue sólo se describe uno. Esta fórmula in­troductoria numérica, muy propia de la li­teratura sapiencial (en los profetas sólo se encuentra en Amos), indica una larga lista de crímenes y delitos, de los que el último (desarrollado en el texto) colma ya la pa­ciencia del Señor que interviene, castigando. Para una mejor comprensión de esta fórmula numérica se puede optar por la traducción: son ya tantos los crímenes de...

Termina esta colección de oráculos, diri­gidos a las naciones, con uno contra Israel. Su única diferencia es que éste es más lar­go, más pormenorizado y más grave, porque, además, su pecado contrasta con los bene­ficios de Dios (se recuerdan aquí el éxodo y la posesión de la tierra). Se abre así el ca­mino a la sección siguiente.

1,3-5 Contra Damasco. Damasco era la capital de Siria, al nordeste de Israel. Fue el principal adversario de Israel en las incesan­tes guerras fronterizas de mitad del siglo IX y comienzos del VIII a. C. Galaad era territorio israelita al este del Jordán, al sur de las fron­teras de Siria. Jazael y Benadad son reyes de Damasco. La mención de Bicat-Avén (valle del mal o valle maldito) y de Bet-Edén (casa de las delicias), ciudades al norte de Damasco si­tuadas junto a los ríos Eufrates y Balik res­pectivamente, indica que la destrucción ame­naza a toda la región de los árameos. Volver a Quir, punto de origen del pueblo arameo, podría significar retornar a los pobres oríge­nes, perdiendo el actual esplendor.

El crimen de Damasco es descrito meta­fóricamente, con imágenes de especial du­reza: triturar a Galaad con trillos de hierro. Aunque algunos piensan que se trata de un lenguaje real que recoge las prácticas de tor­

turas contra los prisioneros, parece más pro­bable el empleo de un lenguaje metafórico que toma las imágenes de la vida agraria.

1,6-8 Contra Filistea. De nuevo, en el enunciado del crimen se habla de una sola ciudad: Gaza, pero el anuncio del castigo se abre a un círculo más amplio. El grupo (Gaza, Asdod, Ascalón y Ecrón) son cuatro de las cin­co ciudades de la pentápolis filistea (falta Gat).

1,9-10 Contra Fenicia. Tiro era, hacia la mitad del siglo VIII a. C , la capital de Feni­cia, habiendo suplantado a Sidón como cen­tro urbano dominante de la región. Situada en la costa mediterránea, fue famosa como ciudad comercial. Por la repetición del deli­to denunciado en el oráculo precedente, al­gunos piensan que el oráculo contra Tiro es añadido. Tiene, sin embargo, un elemento particular: la violación de ¡a alianza fraterna, que bien pudiera haber sido ocasionada por motivos económicos, muy en consonancia con el espíritu mercantil de Tiro.

1,11-12 Contra Edom. Con el oráculo contra Edom el movimiento geográfico se di­rige hacia el sur. Con la designación de dos de sus ciudades: Teman, que es la mayor y está situada al sur, y Bosrá, al norte, se es­tá indicando la inclusión de todo el territorio en el castigo. El hermano de Edom es, sin du­da, Israel. Su fraternidad se remonta a sus antepasados Esaú y Jacob. Si esta hostilidad contra el hermano se refiriera, como es pro­bable, a la actitud hostil de Edom cuando la caída de Jerusalén en el siglo VI a. C , esta­ríamos ante otro oráculo añadido a los ori­ginales de Amos.

1,13-15 Contra Amón. El reino de Amón, al este del Jordán, entre Moab (al sur) y Ga­laad (al norte) había pertenecido al imperio de David, pero a la muerte de su hijo Salo­món recobró su independencia. Raba, la ca­pital de los amonitas, estaba situada en lo que es la moderna Ammán.

2,1-3 Contra Moab. Moab había sido un estado vasallo en el imperio de David y ha-

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bía pasado al control de Israel después del cisma. Queriyot puede ser nombre alterna­tivo de Ar de Moab, la capital de la nación. Al acusar a Moab de haber destruido igno­miniosamente los últimos restos del rey de Edom le acusa de un crimen execrable con­tra los muertos.

2,4-5 Contra Judá. Por la forma del orá­culo (parecido al de Tiro y Edom) se ha pen­sado que tampoco éste es original. La natu­raleza del delito cambia (la desobediencia a la ley del Señor y la idolatría). ¿Se trata de preparar el ambiente para el inesperado orá­culo contra Israel que va a seguir? ¿Es una adición actualizante de la lectura de Amos en círculos deuteronomistas?

2,6-16 Contra Israel. Llega lo inespera­do. La primera denuncia del pecado de Is­rael irrumpe por sorpresa en el contexto de la denunicia del pecado de las naciones. Pa­ra Amos se trata de lógica: cuando israelitas fuertes y poderosos oprimen y explotan a is­raelitas débiles e indefensos, el Señor en­cuentra dentro de su propio pueblo los ene­migos contra los que defenderse. No hay ni diferencias ni privilegios; si acaso, un "plus" de responsabilidad. La misma fórmula del oráculo y su longitud son ya expresión de gravedad. Se pasa, incluso en la estructura, del simple oráculo de condenación (como ha­bían sido los anteriores) a la querella que el Señor, ofendido, presenta contra el ofensor. Los beneficios de la alianza no son motivo de seguridad, sino agravante. Se agranda la descripción del delito. Israel, tantas veces víctima de la opresión de otros pueblos, re­produce hacia dentro la historia de la in­justicia, creando, en contra de la solidaridad de la alianza, actitudes y actos antifraternos que niegan su propio ser de pueblo.

a) Am 2,6: vender al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias. Acusación con claras referencias a la institución de la esclavitud. Ser vendidos como esclavos pa­ra pagar deudas no era práctica desconoci­da en el Oriente Próximo (véase 2 Re 4,1-7). El paralelismo entre el dinero y el par de sandalias podría significar o la poca estima

en que los ricos tienen a los pobres, o que pobres eran vendidos por tener deudas! significantes. El paralelismo entre inoceni pobre podría sugerir un juicio valorativo profeta sobre la pobreza. De hecho, "inoct te" antecede a las tres especificaciones guientes: pobre, humilde, indefenso. ¡

b) Am 2,7: aplastar contra el polvo a ¡ humildes / No hacer justicia a los indefens( Se denuncia de nuevo el trato opresor y h mulante de los ricos en relación con los p bres. "Aplastar contra el polvo al desvalid es, en efecto, signo del más profundo de precio. En cuanto a "no hacer justicia a 1< indefensos" -que traducido literalmente s< ría "torcer el camino de los humildes"- se n fiere sin duda a la vida o destino (=camint del indigente que es objeto de las maquiné ciones de los poderosos, ya sean maquiné ciones en los tribunales, en cuyo caso "ca mino" señalaría específicamente el procese ya sean maquinaciones de índole más ge neral que dejan al indigente en las mano: caprichosas del poderoso.

En la última parte de Am 2,7, la mayorú de los intérpretes descubren la acusación dí un pecado sexual, pero algunos subrayan ej hecho de que "la muchacha" podría referirse a la "criada", con lo que se estaría, de nuevo, insistiendo en el maltrato de los débiles.

c) Am 2,8: pecados sociales y cultuales!. Tanto las ropas retenidas como prenda, que debían ser devueltas (véase Ex 22,25ss), co-¡ mo el vino procedente de multas, que debíal pasar a los perjudicados y no ser retenido! por los poderosos, son empleados por estosi ricos explotadores para recostarse y organi­zar los banquetes sagrados en el templo.

El pecado de Israel es grave. Ha logrado I dividir al pueblo en opresores y oprimidos, en ricos y pobres. Por boca de Amos, Dios se pone de parte de los débiles.

d) Am 2,10-12: agravante del pecado de Is­rael Lo que podría ser interpretado como se­guridad: ser beneficiarios de los prodigios de Dios (Amos recuerda la salida de Egipto, la posesión de la tierra y la continua asistencia de Dios por medio de los profetas), no es tal seguridad, sino aumento de responsabilidad. "Amor con amor se paga".

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e) Am 2,13-16: nadie podrá salvarse. Se anuncia el castigo: de la expresión metafó­rica de ser como carreta que se atasca, pa­sa a la descripción de una invasión bélica sin escapatoria.

ORÁCULOS CONTRA ISRAEL (3,1-6,14)

El último oráculo de la serie anterior (Am 2,6-16) ha preparado el terreno para esta nueva serie de oráculos dirigidos contra Is­rael. En ellos el profeta denuncia los pecados del pueblo: el falso culto, la injusticia, las fal­sas seguridades, y anuncia el juicio inmi­nente, invitando al pueblo a volver al Señor.

3,1-15 A todas las tribus. Am 3,2 es co­mo una afirmación general, cuya finalidad es destacar la responsabilidad de Israel: la elec­ción no es privilegio sino motivo de más al­ta responsabilidad; por eso Israel no escapa al castigo, al contrario, en su caso está más justificado. Su infidelidad es la causa de su juicio.

En Am 3,3-8, Amos presenta una serie de preguntas retóricas que culminan con la pre­gunta clave de Am 3,8: habla el Señor, ¿quién no profetizará? Quiere determinar el origen de la palabra profética, y lo hace con esta se­rie de relaciones "causa-efecto", que prepa­ran la acogida irresistible que tiene la pala­bra del Señor en el corazón y en la boca del profeta. Justificación más necesaria, cuan­do de la boca de Amos saldrán oráculos de condenación contra el pueblo elegido.

El paralelismo con el "rugido del león" aña­de dramaticidad. El "rugido del león" produ­ce un miedo irresistible. Habría una peque­ña inclusión entre "rugido del león/miedo" y "palabra de Dios/profecía". Voz del Señor y eco profético quedan estrechamente unidos. El origen de la terrible profecía de Amos so­bre la suerte de Israel es la palabra misma del Señor. La postura frente al profeta será postura frente a la palabra misma del Señor.

En Am 3,9 comienza la nueva serie de oráculos. El primero es contra la ciudad de Samaría. Donde una mirada superficial des­

cubre sólo grandeza y lujo que producen ad­miración, el profeta detecta violencia y opre­sión que producen denuncia. No se puede sostener una ciudad cimentada sobre la in­justicia, que amontona en sus palacios vio­lencia y rapiña, "Los palacios", que cumplen función de parte por el todo, domina el tex­to. Son como un punto de referencia. Ejer­cen un papel parecido al del "orgullo" en Isaías. Apuntan con claridad a los poderosos de Samaría, que en los palacios ostentan su riqueza orgullosa y desde ellos oprimen a los débiles. Ante testigos expertos en opresión: Asdod (probablemente debe leerse Asiría si­guiendo el texto griego) y Egipto, el profeta desenmascara las opresiones, desórdenes, violencias, rapiñas y toda clase de crímenes sociales contra los débiles que tienen lugar en Samaría. El castigo se dará en el mismo nivel que el pecado: destrucción de la ciudad y saqueo de sus palacios.

Am 3,12 contiene un oráculo probable­mente independiente y añadido aquí poste­riormente con toda probabilidad por ir tam­bién dirigido contra Samaría. Hay alguna po­sibilidad de rescate para Israel, pero ésta es mínima y casi ridicula, comparable a la pun­ta de la oreja que rescata el pastor de la ove­ja devorada por el lobo. Propiamente, no se puede hablar de rescate.

En Am 3,13-15 predomina el tema de la "casa", mezclándose las casas, espléndidas mansiones, con la casa de Dios (Bet-El) y los altares. Mezcla de devoción y de lujo. No hay escapatoria: todas serán derruidas.

4,1-3 Contra las mujeres de Samaría. Nuevo oráculo contra los que explotan a los más débiles. En este caso las mujeres de los poderosos, que para sostener su estilo lujo­so de vida necesitan oprimir y explotar a los pobres. El recurso metafórico del profeta no puede ser más significativo. Las compara con las vacas de Basan. Basan, al este del mar de Galilea y al norte de Amón, era célebre por sus ganados, especialmente por sus vacas (véase Dt 32,14; Sal 22,12; Ez 39,18). Oron­das y gordas (símbolo de riqueza) como las vacas de Basan, las mujeres notables de Sa­maría unen la riqueza a la opresión.

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Am 4,2-3 anuncia el castigo, comenzando con un tono especialmente solemne: el ju­ramento que Dios mismo hace por su propia santidad. El castigo será el destierro al que, desde una ciudad destruida (saldrán por sus brechas), serán arrastradas las mujeres de Samaría una tras otra, al estilo asirio de de­portación. Su destino: el Hermón, (alto pica­cho del Antilíbano en el territorio de Basan), o el estiércol (según la transcripción hebrea que se adopte).

4,4-13 Culto y castigos inútiles. El orá­culo tiene tres partes: a) culto y transgresión (Am 4,4-5); b) castigos inútiles (Am 4,6-12); c) doxología (Am 4,13).

a) Culto y transgresión (Am 4,4-5). Es evi­dente el tono irónico del oráculo. Amos des­cribe el culto israelita como lleno de pecado. La abundancia de ofrendas, que son susti-tutivos de la escucha obediente de la palabra de Dios, no hace sino aumentar el pecado. Dios no puede ser comprado con sacrificios (véase también Miq 6,6-8). Pero eso es lo que al pueblo le gusta, y así cree amar al Señor. No es esa la opinión de Amos; para él amar al Señor significa amar "el bien" y aborrecer lo que no es agradable a sus ojos (véase Am 5,14).

b) Castigos inútiles (Am 4,6-12). El pueblo debería haberse vuelia al Señor -conversión-, reconociendo su presencia castigadora en la propia historia. Pero el castigo corrector se ha revelado inútil. Con visión retrospectiva el profeta se refiere al castigo de cinco plagas (hambre, sequía, tizón-añublo, peste, una ca­tástrofe indeterminada). Castigos bieninten­cionados por parte de Dios, pero frustrados por la ausencia de conversión. Después de cada castigo suena un estribillo dramático: pero no habéis vuelto a mí Los castigos han sido inútiles. Por eso el pueblo tiene que pre­pararse a una confrontación con el Señor.

c) Termina el oráculo con una doxología (Am 4,13) probablemente insertada con pos­terioridad (otras doxologías en Amos: Am 5,8-9 y Am 9,5-6; en todos estos casos el con­texto es el mismo: juicio y castigo). Quizás las tres doxologías están tomadas de u n mismo himno que alababa el poder creador del Se­

ñor, poder manifestado no solamente en victoria sobre el caos, en el inicio, sino en victoria histórica sobre los enemigos. Poc que se va a manifestar también ahora en derrota de los enemigos de Dios contemj ráneos del profeta; lo lamentable es que e tre esos enemigos de Dios se encuentra propio Israel. j

i 5,1-17 Elegía por Israel. Una elegía coi

puesta concéntricamente: duelo (Am 5,1-í buscad (Am 5,4-6), injusticia (Am 5,7), Di< creador/destructor (Am 5,8-9), injustic (Am 5,10-13), buscad (Am 5,14-15), due (Am 5,16-17). En esta probable estructura; insertan temas de extraordinario interés.

La primera lamentación sobre Israel (Ai 5,1-3) es un duelo anticipado por la ruina ti la ciudad, hermosamente representada ce mo una doncella todavía virgen (imagen d vulnerabilidad y de la tragedia que supone« rechazo final). Avanzando en la imagen, y re presentándola ahora como madre, lament el profeta la pérdida de sus hijos; aunqu queda un resto que, por pequeño que sea, d; a entender que no está todo perdido, algo so brevive a la desolación.

Sigue la primera invitación a buscar al Se ñor (Am 5,4-6): buscadme y viviréis. Utili­zando el lenguaje del culto, vuelve a esta­blecer una contraposición entre éste y la jus­ticia. No valen las visitas a los santuarios, hay que buscar al mismo Señor. Los san­tuarios han perdido su valor salvífico, y, por eso, ellos mismos irán al destierro. Los tres santuarios que Amos recuerda: Betel, Ber-i seba y Guilgal, los tres de gran tradición,! eran renombrados en tiempos del profeta. Loj que se ventila es grave: la muerte o la vida.;

Si se admite que la doxología (Am 5,8-9) es; una adición posterior, los versículos de Am ¡ 5,7.10-13 formarían una unidad centrada en; el tema de la injusticia, como concreción pa- • radigmática del pecado. Am 5,7, tomando la j imagen del "gusto", enuncia un principio ge- ;

neral: la dulzura de la justicia se ha trocado en la amargura de la injusticia. Hay un jue­go de imágeners entre lo dulce y lo amargo. El derecho que es "dulce", bueno y agradable se convierte en "realidad amarga". Si comen-

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tamos ya aquí la recriminación del profeta en Am 6,12b: pero vosotros habéis cambiado el derecho en veneno y en amargura el fruto de la justicia, nos encontramos ante dos pe­queñas, pero fuertes imágenes para expresar la perversión moral: la conversión de lo dul­ce en amargo y de lo medicinal en venenoso. La actitud de los poderosos no se para en una superficial apreciación equivocada; in­tenta pervertir el mismo orden moral, per­versión significada en el cambio de natura­leza de lo dulce y lo medicinal. Hasta tal pun­to intentan pervertir el derecho y la justicia.

Señalemos, finalmente, que con estas imá­genes son directamente acusados los que te­nían en Israel el encargo de administrar la justicia. Se especifica su odio al justo y al tes­tigo honesto (Am 5,10); y todo ello por cau­sa de la codicia que provoca el soborno, la opresión y el atropello (Am 5,1 la). El castigo (Am 5,1 Ib) está inspirado en una de las mal­diciones clásicas de Dt 28,30ss: no disfrutar del producto del propio trabajo.

El segundo buscad (Am 5,14) tiene como objeto el bien, que en Am 5,15 responde al imperativo amad, en contraposición a la bús­queda del mal. Este bien buscado y amado se concreta en el restablecimiento del derecho en el tribunal. La finalidad de esta búsque­da es la vida, la presencia del Señor y la se­guridad de alcanzar su misericordia.

Termina el oráculo con la segunda lamen­tación sobre Israel (Am 5,16-17). Parece como si Amos anulara la esperanza que ha abierto en Am 2,14-15. Poniendo toda la sección (Am 5,1-17) entre dos lamentaciones intentaría dar la última palabra al juicio castigador. Da la impresión de que todos los esfuerzos hu­bieran sido vanos y se hubiera alejado la pers­pectiva de conversión. El duelo se extiende por toda la ciudad y sus campos. El paso del Señor es de castigo.

Entonar una lamentación fúnebre sobre un vivo es denuncia profética de otra muer­te. La que va minando la vida y acaba en des­trucción.

5,18-20 El día del Señor. El pueblo es­peraba confiado el día del Señor porque es­taban seguros de que para ellos iba a ser un

día de salvación; sería día de castigo para los enemigos. Lo que Israel nunca había imagi­nado es que, por haberse convertido en ene­migo de su propio Dios, el día del Señor ha­bría de ser también para él oscuridad y ti­nieblas. Y no habrá escapatoria: cuando crea haberse zafado de un peligro, sobrevendrá otro: el león, el oso, la serpiente. Donde se busca la seguridad acecha la muerte. El an­helo del día del Señor se convierte de hecho en anhelo de muerte. El castigo no puede ser mayor.

5,21-27 Contra el culto sin justicia. La sección, que es una invectiva contra el cul­to vacío (tema tratado anteriormente en Am 4,4-5 y 5,5), tiene dos partes: a) Am 5,21-24; b) Am 5,25-28. El hilo conductor de las dos es el tema de los sacrificios.

El lenguaje de la primera parte es duro (odiar, despreciar, disgustarse); las actitudes del Señor son distantes: no aceptar ni com­placerse; apartar vuestros cantos, vuestras ofrendas, nuestras arpas..., como si quisiera establecer un distanciamiento radical. ¿La razón? La tensión entre culto y justicia social. El profeta solventa la tensión mediante el re­curso conocido como "negación dialéctica": niega fuertemente un aspecto (el culto) para subrayar el otro (la justicia). No niega, sin embargo, la que sería situación ideal: culto y justicia social. En el imperativo de la justicia recurre a la expresión metafórica del agua, destacando su fluir constante e inagotable; no se trata del torrente impetuoso que des­pués se seca, sino del correr manso y conti­nuo que fecunda. Nos encontramos ante un género literario que no es frecuente en Amos: la exhortación; lo suyo es el anuncio de un juicio irrevocable. Por eso, la exhortación es también "combativa", ya que su contexto es el rechazo de Israel, un contexto de juicio. Hecha la evaluación negativa del culto que le tributa Israel, expresado en un fluir incon­trolado de actos que el Señor no acepta por­que están vacíos, exhorta a otro fluir: el del derecho y la justicia, como aguas de un río inagotable. Son aguas corrientes, vivas, que fluyen; símbolo de vida y fecundidad per­manentes, que dan sensación de abundan-

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cia y fertilidad frente a las tierras resecas, agostadas y yermas.

Los versículos de Am 5,25-27 pueden ser una adición posterior, que refleja prácticas cultuales posteriores al tiempo de Amos.

6,1-14 Contra el lujo despreocupado. Termina la sección, comenzada en el capítulo 3, con una denuncia contra el lujo confiado y despreocupado. La confianza les viene, en primer lugar, de la ciudad: Sión (Jerusalén) y Samaría (¿nombradas las dos por el profe­ta, o la alusión a Slón es un añadido poste­rior?). El caso es que la ciudad produce con­fianza. Pero, ¿puede ser la confianza incon-dicionada? Basta mirar a la ruina de otros reinos para poder intuir que también ése puede ser el trágico final de Samaría (y de Je­rusalén). Para nada vale una falsa confianza.

A la falsa confianza se añade la despreo­cupación. En Am 6,4-6 lo más decisivo es el no dolerse por la ruina de José. Vida lujosa y despreocupación por la situación del pue­blo suelen ir unidas. La vida lujosa y facilo-na la describe el profeta recurriendo a la des­cripción de la buena vida: comida, bebida, confort, vagancia... en contraste con la rui­na del pueblo, de la que no se duelen, por­que no les duele.

Am 6,7-11 anuncia el castigo. En primer lugar, destierro y deportación para los con­fiados y despreocupados. Se acabó su orgía (Am 6,7). En segundo lugar, la destrucción completa para la misma ciudad (Am 6,8): de­saparición de sus habitantes (Am 6,9-10) y ruina total (se derrumban tanto las casas grandes como las pequeñas: Am 6,11).

Los versículos de Am 6,12-13 refieren de nuevo el pecado, comenzando con dos pre­guntas de estilo sapiencial, cuya finalidad es hacer más ilógica la perversión de Israel. Tan absurdo como que los caballos galopen por las rocas o que los bueyes aren el mar es lo que hace Israel cambiando el derecho en ve­neno y la justicia en acíbar. Una perversión antinatural (véase comentario a Am 5,7).

Termina con un nuevo anuncio de casti­go (Am 6,14): la nación que los aplastará se­rá Asiría que, con la deportación de Israel, cumplirá el castigo anunciado por Amos.

2. Visiones (7 ,1-9 ,15) I

El fenómeno de la visión era un eleme constitutivo de la experiencia profética. E¡ caso de Amos se trata de "mirar hacia d tro" en hechos y objetos de experiencia. 1 visiones, que ocupan la segunda etapa de bro, debieron tener lugar en la primera e pa de la vida del profeta. En ellas se advi te un proceso: desde la intercesión a la < nuncia. El profeta no ruge por despecho, si por compasión. Los capítulos anteriores son fruto de la rabia, sino de la misericord

La estructura de la primera parte de 1 cuatro primeras visiones es idéntica: Di muestra algo al profeta, le pregunta qué y le explica el significado. El relato de las \ siones es interrumpido por la narración d enfrentamiento entre Amos y el sacerdo Amasias (Am 7,10-17), y por un nuevo orácu contra los explotadores (Am 8,4-14).

7,1-9 Las tres primeras visiones. Esta tres visiones tienen una cierta relación mi tua. En la primera y segunda se trata de la vi sión de dos amenazas externas: la langosta la sequía. En ambas, ante el desastre previs to, se interfiere la intercesión del profeta. LÍ intercesión era un aspecto del oficio proféti co (véase J r 15,1; 27,18); el profeta era me diador de las palabras de Dios para el pueble y de la oración del pueblo ante Dios. El mo­tivo de la intercesión de Amos es significati­vo: la pequenez de Israel. Es la pequenez y no la arrogancia lo que mueve el corazón de Dios. El efecto es la revocación del castigo. En la tercera visión hay un progreso: el mal ya no procede de fuera, está dentro del mismo pue­blo; es éste como una pared ruinosa cuyo fin; es la destrucción. Aquí ya no hay intercesión.

7,10-17 Enfrentamiento con Amasias. ;

Un relato sobre la conflictiva actividad profé-; tica de Amos interrumpe el curso de las vi- \ siones. Quizás está incluido aquí por la rela­ción entre la amenaza de la tercera visión: yo me alzaré con la espada contra la dinastía de Jeroboán (Am 7,9) y el contenido de la acu­sación del sacerdote Amasias, que echa en ca-

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AMOS 8

ra al profeta el haber dicho: Jeroboán morirá a espada (Am 7,11); y también por la refe­rencia que se hace a los santuarios de Israel en Am 7,9 y Am 7,10.13. Se trata de una pie­za fundamental para comprender en el caso de Amos, y de manera más general en la ac­tividad profética, los orígenes del conflicto pro-fético, la tensión entre profecía e institución. Ante el rey, que tiene su santuario oficial, con su sacerdocio institucional, se alza la voz de­nunciadora del profeta que no cae bajo su control. Es por eso interesante que Amos, en este contexto, haga una alusión breve, pero significativa a su propia vocación y al origen de su misión: él no es profeta profesional o contratado (así responde a la "invitación" que le hace Amasias para ganarse la vida profeti­zando en Judá); él tiene que profetizar, pero no como si esa fuera su profesión o su oficio habitual, sino como resultado de una acción "violenta" de Dios que interrumpe la norma­lidad de su vida [me agarró y me hizo dejar el rebaño). El se ganaba la vida como pastor, no como profeta. El que hace de la profecía un medio de vida no es un verdadero profeta y no se atreverá a profetizar contra el pueblo ni contra su rey ya que en ello se juega su sus­tento. Amos no pertenece a esa clase de pro­fetas; ante la componenda que le sugiere Amasias (Am 7,16), su reacción es la del ver­dadero profeta: nuevo anuncio del castigo pa­ra Israel (la deportación) y anuncio dramáti­co del final de Amasias (muerte en tierra im­pura), de los suyos (mujer deshonrada, hijos muertos) y de lo suyo (su tierra para otros). El conflicto de Amos con la institución sacerdotal es ilustrativo del final dramático de los ver­daderos profetas de Israel.

8,1-3 Cuarta visión. La cuarta visión su­braya que el proceso de corrupción de Israel ha llegado a su fin. Hay un juego de palabras hebreas que para la fruta (los higos) y para el pueblo significan fin. Israel ha llegado al límite, está ya maduro para el castigo. Como son apetecidos los higos maduros, Israel se­rá apetecido por la potencia extranjera.

8,4-14 Contra los explotadores. Como si algo se le hubiera olvidado en la denuncia,

Amos interrumpe de nuevo el relato de las vi­siones, para pronunciar un nuevo oráculo contra Israel. O lo puede hacer también pa­ra recordar por qué piensa que el pueblo es­tá ya maduro para el castigo.

Condena, en primer lugar, "la hipocresía piadosa": la escrupulosa observancia de los tiempos santos (la luna nueva/el sábado) se alterna con la despiadada codicia. Amos tie­ne en mente la actividad comercial. Y define a los comerciantes: ¡os que aplastáis al pobre y tratáis de eliminar a la gente humilde. De esta definición, como modo de ser, pueden surgir todas las injusticias concretas imagi­nables; el profeta recuerda el fraude, el au­mento de precios, la mala calidad de los pro­ductos, el aprovecharse de las deudas de los pobres para comprarlos como esclavos.

El castigo (Am 8,7ss) se hace irremediable. Es introducido con la solemnidad del jura­mento y con la seguridad, por parte de Dios, de no olvidar. Toda la tierra se siente afec­tada por el pecado de Israel y toda ella su­frirá las consecuencias (Am 8,8) que se con­cretan en inundación y oscuridad de alcan­ce cósmico (Am 8,8-9), en luto y lamentación sin precedentes (Am 8,10), en un hambre ex­traña: no de pan, sino de palabra del Señor; pero el Señor callará y su silencio será rui­na religiosa y sociopolítica para Israel (Am 8,11-12). Am 8,13-14 puede ser una adición posterior, originalmente independiente de Am 8,11-12, y puede reflejar un período tal vez posterior a la conquista del reino de Is­rael por parte de Asiria, cuando se tributa­ba culto a los falsos dioses en los principa­les centros de culto de Israel.

9,1-4 Quinta visión. Con una última vi­sión de destrucción total, toda la sección de las visiones y el libro entero llegan aquí a su climax final. Ya no es el Señor quien mues­tra algo al profeta; es el profeta el que ve al Señor; visión que no es beatífica, como en otras ocasiones en contexto cultual, donde "ver al Señor" tiene un sentido positivo (véa­se Sal 42,3; Is 38,11); es una visión destruc­tora: destrucción del templo y destrucción de los habitantes. Dios es el agente destructor y rastrea hasta los extremos mismos del uni-

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AMC

verso (arriba/abajo) para que no escape ni uno del ejército derrotado. Nadie podrá es­capar al juicio de Dios. Ni siquiera el cauti­verio es castigo suficiente; el final será la ani­quilación total. La mirada de Dios, con con­notaciones tan positivas en la tradición bíblica (véase Gn 44,21; J r 24,6), es aquí una mirada maléfica: no perderlos de vista, pa­ra que ninguno se salve.

9,5-10 El Señor del universo y de la his­toria. Am 9,5-6 incorpora un fragmento hím-nico, que tiene como objeto el canto al Dios creador. Su nombre y su título: "el Señor to­dopoderoso" abren y cierran el fragmento. Su finalidad es cantar el poder del Señor sobre la tierra.

Am 9,7-10 yuxtapone dos oráculos inde­pendientes: Am 9,7-8 y Am 9,9-10. El Señor domina no sólo lo creado, sino también la historia. El Señor interviene también en la historia de las naciones (Am 9,7). Israel no es el único pueblo de la tierra del que el Se­ñor cuida. ¿En qué aventaja Israel a los otros pueblos ante el Señor? ¿No tuvieron también otros pueblos su éxodo, provocado por el Se­ñor? Israel cometió un error: se creyó sal­vado para siempre. Por eso será aniquilado. Am 9,8b, que habla de que un resto se sal­vará del aniquilamiento anunciado, parece ser una adición en contraste con Am 9,8a.

El oráculo de Am 9,9-10, que recuerda Am 9,4a: mandaré a la espada que los de­güelle, utiliza en su primera parte la imagen de la criba o cedazo. Con la criba, el grano pasa a través de los agujeros y cae al suelo donde forma u n montón, mientras que las piedras y desechos que lo acompañan que­

dan en la criba; si nada cae a tierra es c no había grano, todo son desechos. No pi de darse descalificación mayor.

9,11-15 La restauración. Probableme te fue un redactor posterior el que añadió ( te oráculo conclusivo de esperanza. Le del parecer que el libro terminaba con un fin tenebroso y pretendió contrabalancear el f talismo del mensaje de Amos, abriendo t resquicio a la esperanza: la restauración d reino davídico, las bendiciones sobre la tii rra, la vuelta de los desterrados para aseí tarlos para siempre en la tierra del Seño: Esta añadidura, por lo demás, está en líne con otros profetas clásicos, para quienes < juicio no es nunca la última palabra del Se ñor. Componen la conclusión dos secciones Am 9,11-12 y Am 9,13-15.

La sección de Am 9,11-12 se centra en 1Í restauración de la choza caída de David; cor estas palabras se alude probablemente a \z recuperación de la unidad del reino como en los tiempos del rey ideal. Un reino restau­rado que volverá a ejercer su dominio sobre sus antiguos vasallos. ¡

La segunda parte del oráculo (Am 9,13-15| se refiere a la restauración del pueblo, con] una expresión clásica: cambiaré la suerte de\ mi pueblo y describe lo que los israelitas po- i dían entender por salvación: la abundancia \ de las cosechas, la fecundidad de la tierra, la ' reconstrucción de las ciudades y las planta-! ciones de los campos. Para terminar con una \ afirmación definitiva: el pueblo que vuelve se­rá también plantado para siempre en la tie­rra del Señor: la tierra que yo les di; ya no ha­brá más deportaciones ni exilios.

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ABDIAS

Pedro Jaramülo Rivas

INTRODUCCIÓN

El librito de Abdías (un capítulo con 21 ver­sículos) es un oráculo, o una serie de orácu­los, contra Edom, en el estilo de los oráculos contra las naciones, típicos de la profecía (Abd 1-14), seguido de una reflexión sobre el "día del Señor" (Abd 15-21) cuyo horizonte más amplio sirve de marco al oráculo.

De Abdías conocemos sólo su nombre, que significa Siervo de Yahvé. Cualquier in­tento de identificación del personaje es pu­ra imaginación. Sí que podemos identificar la circunstancia que da origen al escrito, y desde ella intentar una datación del mismo. La ocasión del escrito es el comportamiento cruel y antifraterno de Edom con motivo de la caída de Jerusalén en el 587 a. C. Este es el motivo dominante, aunque también se ha­ble del castigo de Edom y de la venida del reino de Dios. Por tanto, la fecha más pro­bable de composición es el período inme­diatamente posterior al 587 a. C , en el pri­mer postexilio.

Para entender el mensaje de Abdías hay que recordar el conflicto histórico entre estos dos pueblos hermanos: Edom y Judá. La Bi­blia reconoce ya los lazos de parentesco entre los dos pueblos cuando traza la relación de sangre entre Esaú y Jacob, los personajes que dieron origen respectivamente a Edom y a Is­rael (Gn 25,19-26). Ya desde el primer mo­

mento las relaciones fueron tensas y las tra­diciones patriarcales nos informan de una se­rie de conflictos entre los dos hermanos, des- j pues que Jacob arrebatara a Esaú el derecho de primogenitura. Durante el tiempo del éxo­do, Edom rehusó dar paso a los Israelitas (Nm i 20,14-21). Aunque Israel estaba explícita- i mente advertido de no atacar a Edom ni de I anexionarse territorio edomita (Dt 2,2-8), Da- i vid hizo de Edom parte de su imperio (2 Sm \ 8,13ss), y lo hizo con manifiesta crueldad (1 Re 11,14-16): Joab, general de David, llevó a ca­bo un genocidio contra Edom. Aunque los edomitas consiguieron la independencia en tiempo de Jorán (2 Re 8,20-22), la animad­versión quedó siempre viva. La disposición a aliarse con Judá, en el 594 a. C , fue sólo por motivos políticos. De hecho, cuando Nabu-codonosor asedió Jerusalén, los edomitas co­laboraron con él y gozaron con la derrota de Judá. Esta actitud de Edom quedó siempre en el recuerdo de los judíos y es la ocasión del presente oráculo de Abdías.

A pesar de su brevedad, el texto de Abdías no está exento de problemas. Incluso algunos comentaristas postulan para estos 21 ver­sículos la mano de diversos autores. Mucho se ha escrito también sobre la relación de Abd 1-5 con J r 49,14-16. Las coincidencias entre los dos textos han hecho pensar en la

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ABDIAS

dependencia literaria de Abdías respecto a Jeremías, o en la de ambos respecto a un oráculo previo, transmitido oralmente y de­nunciador del orgullo de Edom. Eran fre­cuentes en aquella época los oráculos contra Edom, fundados en sus actitudes antijudías (véase J r 40,11; Lam4,21; Ez 35,10-14).

Prescindiendo de la discusión sobre si se trata de un sólo oráculo contra Edom, o de una recopilación de oráculos diferentes (al-

COMENTARIO

1-9 Titulo del oráculo y sentencia con­tra Edom. Comienza la profecía de Abdías con el título de la misma: uisión de Abdías. El profeta es el vidente y su visión contem­pla una coalición de pueblos que se levantan contra Edom (Abd 1).

La amenaza contra Edom es de carácter histórico circunstanciado. Su término: la hu­millación de Edom, que acabará siendo la más pequeña y despreciable de las naciones, a pesar de su altanería: ¿quién me arrojará por tierra? El emplazamiento geográfico (peñas­cos, montes, alturas) produce un sentido de inexpugnabilidad, sobre todo militar, pero es, al mismo tiempo, signo de actitudes interio­res, de un orgullo engañoso, de un espíritu arrogante que se cree al seguro (Abd 2-3). El orgullo de Edom choca contra el poder del Se­ñor: incluso Dios lo derribaría de alturas hi­potéticamente mayores (los picachos de las águilas, los astros y las estrellas). El que de­rriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Le 1,52) es confesión de una pro­longada experiencia en la historia de Israel.

La destrucción es total: sus adversarios no son como ladrones o vendimiadores que siempre se dejan algo; son saqueadores en­gañosos y tramposos, a pesar de su cercanía y alianza (Abd 5-7). Y, en definitiva, es Dios mismo quien le castiga quitándole la sabi­duría y el poderío militar: supresión de sa­bios y guerreros (Abd 8-9), dos categorías prestigiosas de Edom.

gunos autores han intentado descubrir has­ta ocho), la división del texto de Abdías vie­ne dada por el contenido mismo:

I. Abd 1-14: amenaza contra Edom por la actitud que mantuvo con ocasión de la des­trucción de Jerusalén en el 587 a. C.

II. Abd 15-21: El día del Señor, como ho­rizonte más amplio de amenaza y castigo, con un final de restauración.

10-14 Las culpas de Edom. La tradición bíblica reprocha a Edom su conducta con ocasión de la caída de Jerusalén (Ez 25,12-14,35; Lam 4,21-22; Sal 137,7). Abdías 10-14 explica en qué consistió la violencia cri­minal de Edom (Esaú) contra Israel (Jacob). Una violencia fratricida. Sobre el parentes­co y discordias entre Esaú y Jacob, ver Gn 25,22-28; 27,27-29; 32,4-33,16; Dt 23,8; Nm 20,23.

El reproche del profeta tiene ahora como objeto la actitud de Edom en el "día de Je­rusalén" (cuando los caldeos entraron en la ciudad -2 Re 25,3-4-, o cuando el incendio del templo -2 Re 25,8-9-, el año 587 a. C) . Ese día, Edom no se portó como hermano: en lugar de dar asilo a los fugitivos, los des­cubrió y los entregó a los vencedores, parti­cipando en el reparto de bienes y personas. Contraste entre "hermano" y "extraño"; acu­sación de no ser hermano, sino "uno de ellos". Abd 12-14 suena a desglose de la acu­sación y describe lo que no debiera haber he­cho Edom: regodearse por el desastre del hermano, alegrarse de su caída, proferir pa­labras altaneras, unirse a los saqueadores, apoderarse de sus riquezas, acabar con los fugitivos.

El castigo lo había avanzado el profeta en Abd 10: la vergüenza como conciencia de culpa y de derrota merecida, y la completa eliminación: Edom no volverá a rehacerse como nación poderosa.

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ABDIAS

15-21 El día del Señor. La mirada del profeta se eleva ahora desde unas circuns­tancias históricas concretas, desde u n cas­tigo determinado {un día del Señor), a u n castigo y unas amenazas de categoría uni­versal {el día del Señor), que abarcará a to­das las naciones: todas las naciones beberán la copa de la ira del Señor.

El castigo será proporcional a la culpa: quien oprimió será oprimido; quien saqueó,

saqueado; quien mató, morirá. El instru­mento de la venganza será la misma vícti­ma; Jacob y José, que se convertirán en fue­go para un Esaú reducido a estopa. Mien­tras que no quedará superviviente en la descendencia de Esaú, la descendencia de Jacob recobrará sus posesiones: habrá un resto en el monte Sión, el resto humillado será exaltado y hará posible el reinado de Dios.

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JOÑAS

Pedro Jaramülo Riuas

INTRODUCCIÓN

1. Un relato singular

Dentro de la literatura profética, el libro de Jonás es un caso especial. Tan especial que no es un libro profético, sino un relato/ficción, que tiene a un profeta como personaje pro­tagonista, y como finalidad una enseñanza teológica: el universalismo de la salvación en contraste con el ridículo particularismo judío de después del exilio.

Existió un personaje histórico, profeta del s. VIII a. C , contemporáneo de Jeroboán II, llamado Jonás (2 Re 14,25), hijo de Amitay, natural de Gat-Jéfer, en la tribu de Zabulón, unos cinco kilómetros al noreste de Nazaret. Pero este Jonás histórico no tiene ningún pa­ralelo con el Jonás de nuestro libro. Sólo le proporcionó el nombre. En efecto, partiendo de este personaje histórico y convirtiéndolo en protagonista de su relato, un autor pos­terior (probablemente del s. V a. C.) compu­so el libro de Jonás, una obra de ñcción, de carácter parabólico, con finalidad pedagógi-co-didáctica. Dicho de otra manera, el libro de Jonás no es una colección de oráculos proféticos ni tampoco un relato de carácter histórico, sino una narración dramatizada muy afín, en su temática, a algunas pará­bolas evangélicas, por ejemplo, la del hijo pró­

digo (Le 15,11-32) y la de los trabajadores de la viña (Mt 10,1-16).

La mayoría de los comentaristas de hoy piensan así. Se han abandonado las opiniones que defendían el género histórico, ante la di­ficultad de encajar este género con la temáti­ca y los detalles del libro; así como también se han abandonado las opiniones que defendían el género alegórico que, en la necesidad de en­contrar correspondencias reales a cada uno de sus elementos, fuerza excesivamente los de­talles de la narración. Los defensores de la lec­tura alegórica vieron en Nínive la representa­ción del mundo pagano; en Jonás, al Israel re­calcitrante respecto a su tarea misionera y celoso de la llamada universal a la salvación; en el pez, la representación de Babilonia que devora a Israel, llevándolo al exilio, y lo vomi­ta en tierra firme, terminado el tiempo del des­tierro. Algunos, incluso, pretenden ver en la planta de ricino (Jon 4,6) la representación de Zorobabel. Comienzan así alusiones forzadas que invalidan la aplicación del simple género alegórico. Parece que es ir demasiado lejos, y que daría mejor razón del carácter del libro ha­blar de una parábola, sin paralelismo exacto entre todos los elementos de la historia de Jo­nás y de la historia de Israel. Una parábola compuesta con fines didácticos.

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JOÑAS

2. La época

¿Cuándo se compuso esta parábola, entre sarcástica e irónica? Por su contenido y len­guaje nos debemos situar después del exilio. Se hace una afirmación contundente de uni­versalismo frente a un estrecho particularis­mo que, en el momento de escribir el libro, parece estar presente en Israel. La mayoría de los autores piensan que la obra es una reacción firme contra el exagerado naciona­lismo de Esdras y Nehemías, y sitúan su composición en el siglo V a. C. Por otra par­te, no se puede avanzar su composición más acá del siglo II a. C , ya que nuestro escrito aparece en la colección de los doce profetas menores, colección ya formada en tiempos del Eclesiástico (véase Eclo 49,10).

3. El mensaje

La restauración postexílica y la reforma de Esdras y Nehemías habían llevado a límites extremos la separación y el odio casi sagra­do a los enemigos, en particular a los Edo-mitas, los Samaritanos y a todos aquellos que no pertenecían a la raza santa. Los ju­díos esperaban con impaciencia el cumpli­miento de las profecías contra los pueblos paganos, hechas por los anteriores profetas. El retraso de este cumplimiento suscitaba sentimientos encontrados, desde el escán­dalo a la exasperación del sentimiento na­cionalista.

El mensaje del libro de Jonás es una re­acción frente a este estrecho particularismo y frente a una concepción ruin y justiciera de Dios. En este sentido, la elección de Nínive no es casual. Cuando se escribe el libro de Jonás, Nínive pertenecía ya al pasado, pero el recuerdo de la gran ciudad, cruel y opre­sora, había quedado en la memoria de todos como símbolo del más duro imperialismo y de la hostilidad más cruel contra el pueblo de Dios. Lo grande del mensaje del libro de Jonás es que también Nínive es objeto del amor y de la misericordia del Señor.

Dos son, por tanto, los aspectos del men­saje del libro de Jonás: la posibilidad de con­versión de los enemigos opresores, y la acep­

tación por parte de Israel de que Dios sea mi­sericordioso con ellos. Los dos aspectos son especialmente importantes, pero muy difíci­les de aceptar por u n Israel acostumbrado al aniquilamiento del opresor como única vía de salida. Un mensaje más difícil aún de acep­tar si tenemos en cuenta que el libro de Jo­nás, distanciándose de otros textos univer­salistas veterotestamentarios, no concibe la conversión de los pueblos paganos pasando por la incorporación al pueblo de la alianza, sino simplemente a través de un cambio de conducta desde la situación religiosa en la que se encuentran. Es tan novedoso este mensa­je que no extraña ver reflejada en el recalci­trante Jonás la actitud reticente de u n pue­blo que, desde su conciencia de elección, in­tenta poner límites al amor misericordioso del Señor.

Como decíamos al principio, Jesús reco­ge este mismo mensaje en las parábolas del hijo pródigo y de los trabajadores de la viña. La reacción del hijo mayor y la de los traba­jadores de la hora primera se parece mucho a la reacción de Jonás. En los tres casos es una reacción ruin y mezquina, propia de am­bientes puritanos y exclusivistas. Lo mismo que el hijo pródigo y los obreros de última hora, Nínive, la ciudad extranjera, pagana y enemiga por antonomasia, simboliza a los pecadores y discriminados. También a ellos es preciso anunciarles la conversión para que Dios los perdone. La parábola de Jonás es la parábola del Dios bueno, que no aban­dona nada de lo que ha creado.

4. El libro

El libro de Jonás es una obra maestra del arte narrativo hebreo. Pocos discursos, po­cos análisis psicológicos, pero muy buena descripción de los personajes a través de sus acciones. En todo el libro ha sabido el autor mezclar u n tono de humor y de sátira, que añade a la narración la gracia de referirse a algo tan importante como es la bondad de Dios, de modo tan sencillo y cercano.

En su última redacción el libro aparece di­vidido en dos partes, correspondientes a los dos mandatos que el Señor dirige a Jonás

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J O Ñ A S :

(Primera parte: Jon 1-2; Segunda Parte: Jon 3-4). Si estas dos partes tuvieron una exis­tencia independiente antes de ser unidas por

COMENTARIO

1,1-16 Jonás se niega a ir a Nínive. La primera parte del relato incluye: el manda­to del Señor a Jonás para que vaya a Níni­ve, la desobediencia del profeta y la tem­pestad que el Señor desencadena como re­acción a la desobediencia de Jonás.

El mandato del Señor le resulta extraño a Jonás. Asiría, una de cuyas capitales fue Ní­nive, no se distinguió tanto por la cultura o por el comercio cuanto por las armas. Los asirios fueron guerreros famosos, que ejer­cieron el poder con dureza y despotismo. Re­cuérdese, por ejemplo, su recurso a las de­portaciones en masa como medio para tener sojuzgados a los pueblos. De ahí que Nínive, la capital de los asirios, quedara en el re­cuerdo de la historia como símbolo de la ciu­dad hostil y enemiga por antonomasia. La sola posibilidad de predicar en Nínive le pa­reció a Jonás un absurdo y una locura.

Siguiendo una técnica narrativa que se va a repetir en otros pasajes del libro, el autor no afirma formalmente la desobediencia de Jonás sino que narra una acción del profeta que la contiene: se embarca en sentido con­trario a la dirección de Nínive. Desobediencia en acción. Jonás huye del Señor no hacien­do caso de su mandato. ¿Por qué huye Jo­nás? Huye porque no quiere predicar la con­versión a los paganos que, de realizarse, su­pondría un serio cuestionamiento de Israel. Así piensa un "nacionalista de pro".

El Señor toma la iniciativa y desencadena la tempestad (Jon l,4ss). En el relato se opo­ne la actitud activa de los marineros a la pa­sividad de Jonás {había bajado a la bodega, estaba acostado y dormía profundamente - Jon 1,5-). En toda la narración el tema del miedo se convierte en elemento estructura-dor: del miedo natural (Jon 1,10) se pasa al temor religioso que, como fruto del recono-

el redactor final, no es cuestión que importt demasiado. La presentación final da a toda 1Í obra un sentido unitario bien conseguido.

cimiento, acaba en la veneración (Jon l,16)J Sin pretenderlo, Jonás consigue un "éxito mi­sionero" entre aquellos marineros paganos. A> pesar de sus contradicciones (está intentan-í do huir de aquel a quien proclama como el i creador del mar y de la tierra -Jon 1,9-), Jo- i nás comienza a ser instrumento de salvación ( para los paganos: cuando lo arrojaron, el mar ¡ calmó su furia (Jon 1,15).

2,1-11 Jonás en el vientre del pez. La narración continúa con la introducción de un : nuevo "personaje": un "gran pez" que traga a Jonás y, después de retenerlo en su vientre tres días y tres noches, lo vomita de nuevo en tierra firme. El episodio ha excitado la ima­ginación de los comentaristas de todos los tiempos. Entre ellos, aún los que ingenua­mente suponían la realidad histórica del re­lato, subrayaron siempre la lectura simbóli­ca del episodio, estimulados, sobre todo, por la referencia a la resurrección de Jesús hecha por los evangelistas (véase Mt 12,39ss) y por la orientación que el salmo de Jon 2,3-10 da a toda la narración.

Con relación a este salmo, muchos auto­res se han preguntado si de los labios de Jo­nás en el vientre del pez no habría que es­perar un salmo de lamentación más bien que u n salmo de acción de gracias como el que pronuncia el protagonista (Jon 2,3-10). Por esta razón algunos incluso han pensado que podría tratarse de un añadido posterior. Se puede decir, sin embargo, que en la compo­sición de esta parábola, el pez que se traga a Jonás no es presentado como elemento de castigo, sino como elemento de salvación. Los elementos de castigo serían el abismo y sus aguas tenebrosas, de las que el pez ha sal­vado a Jonás. No es extraño, por tanto, que al autor del relato le brote espontánea la ac-

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JOÑAS 3

ción de gracias. Manteniendo siempre la fic­ción de la composición, es interesante notar, sin embargo, que el autor pone en labios de Jonás la acción de gracias antes de haber si­do vomitado a tierra firme. El vientre del ce­táceo era ya, por tanto, lugar de salvación pa­ra el profeta. De lo contrario le hubiera sido fácil al narrador introducir el salmo una vez que el profeta se encontraba ya seguro, en tierra firme.

El salmo, que recoge vocabulario y frases de diferentes poemas veterotestamentarios, está compuesto desde la mitología popular que era utilizada para describir la muerte, o su acecho inmediato, como entrada en el abis­mo o en el caos cósmico. En la composición de todo el libro este salmo tiene un valor pe­dagógico importante: para anunciar la sal­vación es necesario que Jonás haya pasado por la experiencia de ser salvado. En este sentido es importante la experiencia refleja­da en Jon 2,7: tú sacaste mí vida de ¡afosa, de allí donde son eternos los cerrojos.

3,1-10 Conversión y perdón de Nínive. Jonás ha comprendido parte de la lección y no desobedece el segundo mandato. El na­rrador lo pone esta vez en Nínive, cuya gran­deza, desde el recuerdo del pasado, descri­be de manera hiperbólica. En contraste con la reticencia de Jonás, que predica en Níni­ve a la fuerza, aparece lo extraordinario del resultado: la conversión en masa de Nínive y las manifestaciones penitenciales de los ni-nivitas, comenzando por el rey y terminan­do por los animales. La Nínive histórica no se convirtió jamás. La Nínive convertida de nuestra parábola, aún colocándose en el te­rreno de lo inverosímil, aporta elementos va­liosísimos, de especial impacto pedagógico, para denunciar particularismos y exclusi­vismos, apuntando claramente a la apertu­ra y a la universalidad.

Viendo su conversión, Dios no castiga a la cruel y opresora Nínive.

4,1-11 Jonás se enfada porque Dios per­dona a Nínive. El capítulo 4 es fundamen­tal para entender la globalidad del mensaje de este precioso librito. La narración podía haber terminado con la conversión de la ciu­dad y el arrepentimiento de Dios respecto a su castigo. La predicación de Jonás habría alcanzado su objetivo.

Pero, como es precisamente esta salvación la que se cuestiona, se añade un comentario narrativo, de especial fuerza provocadora. El perdón y la salvación de Nínive provocan el en­fado de Jonás. Es el enojo del "misionero" por el resultado positivo de su misión. Con razón él quería huir y se mostraba recalcitrante an­te el mandato. Sabía que al final triunfaría la misericordia del Señor. El ver a Nínive salva­da le provoca un enojo tan fuerte que se desea la muerte. Esta actitud de Jonás simboliza magistralmente la ruindad y mezquindad de los ambientes de particularismo exclusivista. Sorprende el parecido con el mayor de los her­manos de la parábola del hijo pródigo.

El Señor quiere que Jonás aprenda bien la lección y vuelve a utilizar para ello material imaginativo; quiere que aprenda la lección del ricino. Por la destrucción de las ramas del arbusto que le habían proporcionado la ale­gría momentánea del descanso, Jonás vuel­ve a enfadarse y otra vez se desea la muer­te. La pregunta viene obligada: ¿y no va a sen­tir Dios compasión por la gran ciudad, por sus habitantes y por sus animales? Se atisba, además, una fina sensibilidad, presente ya en los profetas clásicos, cuando acusaban y ame­nazaban a naciones, pueblos o ciudades. La acusación y amenazas, a primera vista glo­bales, identifican después a los verdaderos culpables: los jefes y los responsables. La ma­sa, muchas veces inocente, aparece en el li­bro de Jonás como las ciento veinte mü per­sonas que no distinguen entre el bien y el mal (algunos autores piensan que se trata de los niños), a los que cariñosamente añade una gran cantidad de animales (Jon 4,11).

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MIQUEAS

Pedro Jaramillo Rivas

INTRODUCCIÓN

Un campesino visita la ciudad. Se aturde, se admira, se acompleja. Al final, desea vol­ver de nuevo a su campiña. Miqueas es un campesino de Moreset Gat (a unos 35 kms. al suroeste de Jerusalén). Su presencia en la capital del reino allá por los años 727-701 a. C. no es ni visita de negocios ni visita de turismo. Los asirios han devastado la región y Miqueas, junto con otros campesinos, se encamina hacia Jerusalén, que todavía no ha sucumbido al desastre.

1. Contexto histórico

El momento histórico de Miqueas (Miq 1) coincide, en buena medida, con el de Isaías (véase Is 1) del que fue contemporáneo. Es­te período está marcado por la hegemonía de Asiria, cuyo rey, Salmanasar V, conquista Samaría en el año 722 a. C. y convierte a Ju-dá en reino vasallo. Unos años de relativa cal­ma permiten al rey Ezequías ensanchar su territorio y llevar a cabo un intento de refor­ma religiosa. Sin embargo, a la muerte de Sargón II (705 a. C.) se organiza una revuel­ta anüasiria, a la que se suma Ezequías. Las consecuencias serán desastrosas: Senaque-rib, sucesor de Sargón, invade Judá, con­quista sus principales plazas fuertes y llega a las mismas puertas de Jerusalén. Al final,

el ejército asirio, urgido por fuerzas mayores, levanta el cerco, previo pago de un fuerte tri­buto por parte de Ezequías (véase 2 Re 18-19; Is 36-39; e introducción a Is 1-39). Este es, a grandes rasgos, el marco histórico, en el que hay que situar el ministerio profético de Miqueas.

2. Actividad profética y mensaje de Mi­queas

El nombre de Miqueas, abreviatura de la pregunta: ¿Quién como el Señor?, es todo un símbolo. A través de su obra, el profeta se re­vela como un yahvista convencido a quien hiere profundamente la situación de Jeru- ¡ salen. Lo hieren las injusticias de los pode­rosos, la complicidad de los jueces, el enga­ño de los profetas profesionales, la falsa pie­dad que encubre la injusticia con el culto y que provoca una falsa seguridad ante el jui­cio de Dios (para muchos, a esto se había re­ducido la reforma religiosa de Ezequías). La I brecha entre ricos y pobres se abre cada vez más y el profeta, que conoce las cláusulas de la alianza y la historia de su pueblo, ve en la amenaza que se acerca una consecuencia inevitable del pecado de Israel, especialmente manifestado en la injusticia social y en el compromiso con los cultos extranjeros.

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MIQUEAS 1

El mensaje de Miqueas tiene tonos som­bríos. El Señor va a manifestar su justicia en el castigo de tanto pecado, en el castigo de­vastador de Samaría y Jerusalén, pues ellas mismas son la personificación del pecado. Tan deplorable es la situación provocada por la infidelidad. Por eso el castigo va a ser pro­porcional a lo desastroso de la situación.

Pero Miqueas deja una puerta abierta a la esperanza. El castigo se puede transformar en llamada a la conversión. Y el profeta in­tuye signos de un futuro diferente: el rey me-siánico, descendiente de David, del humilde clan de Efrata; la reunión de las tribus dis­persas y la inauguración de una paz que se extiende hasta los confines de la tierra; Je­rusalén como centro de atracción universal y lugar de encuentro de los pueblos con Dios y su palabra. El pequeño resto, en el mismo corazón del pueblo, será instrumento de es­ta purificación.

3. El libro de Miqueas

Tal como nos ha llegado, el libro de Mi-

COMENTARIO _

I. Proceso contra Israel (1 ,1-3 ,12)

Esta primera parte, a la que llamamos ge­néricamente proceso contra Israel, contiene diferentes elementos que dan pie a varias subdivisiones. Aunque predominan las ame­nazas, se intercalan también promesas, y no todas las amenazas tienen la misma forma li­teraria ni los mismos destinatarios. Al juicio motivado por los pecados de Jacob y de Ju-dá (Miq 1,2-7) sigue una lamentación sobre Judá (Miq 1,8-16) que puede interpretarse también como un anuncio de catástrofe. En Miq 2 inicia el profeta la denuncia de peca­dos concretos (Miq 2,1-5). Ante la falsa con­fianza que promueven sus adversarios -Dios es bueno y nada malo nos puede ocurrir (Miq

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queas es el resultado de una compleja acti­vidad redaccional, posterior al profeta, que se concreta en la organización temática del ir.?.-terial, en la incorporación de añadidos (M:_ 2,12-13; 7,8-20) y en probables relecturas tardías que se remontan al exilio. En con­junto presenta una amplia gama de géneros proféticos: advertencias y amenazas, orácu­los de juicio y condena, requisitorias o plei­tos judiciales, anuncios de salvación, com­posiciones litúrgicas, etc.

En el estilo se emparenta con Amos y Oseas por su frescura y sencillez, apasiona­miento y crudeza. Sin embargo, la utilización frecuente de los juegos de palabras hacen a veces difícil la comprensión del texto.

La estructura del libro queda determina­da por la alternancia sucesiva de procesos y promesas:

1) Miq 1,1-3,12: Proceso contra Israel. 2) Miq 4,1-5,14: Promesas a Sión. 3) Miq 6,1-7,7: Nuevo proceso contra Is­

rael. 4) Miq 7,8-20: Liturgia de esperanza.

2,6-7)- Miqueas vuelve a la denuncia (Miq 2,8-11). Contrastando con el tono de esta sec­ción y de la que sigue, se introduce aquí una promesa de salvación (Miq 2,12-13) que pa­ra algunos es o adición posterior o promesa engañosa puesta en labios de los falsos pro­fetas. En Miq 3 continúan las amenazas, es­ta vez dirigidas a los responsables del pueblo (Miq 3,5-8), terminando con el anuncio de la ruina de Jerusalén como castigo (Miq 3,9-12). Estamos ante unos capítulos de Miqueas, de cuya autenticidad ningún autor duda, y cu­ya fuerza y vigor colocan al profeta entre los grandes testigos del profetismo en Israel. El tema predominante es el de la justicia.

1,1-7 Título del libro y juicio de Samaría. Después del título del libro (Miq 1), debido a un redactor posterior, y que nos posibilita la

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MigUEAS :

datación de la actividad profética de Miqueas alrededor de los años 725-700 a. C , durante el último período del reinado de Ajaz, comienza el juicio contra Samaría. El juez y el acusador es el Señor; la tierra, sus habitantes y todos los pueblos son los testigos; el juicio contra Sa­maría les puede servir de escarmiento (Miq 1,2). La comparecencia de Dios se describe re­curriendo a motivos teofánicos (Miq 1,3-4) que son también anuncio de castigo. El motivo del juicio y la comparecencia del acusado apa­recen en Miq 1,5. El acusado es Jacob, de­signación suficientemente amplia como pa­ra poder incluir no sólo al reino del Norte y su capital, sino también al reino del Sur y a Jerusalén. Como el castigo se centra después en Samaría, algunos autores prefieren, sin em­bargo, considerar la referencia a Judá y Je­rusalén como un añadido posterior. Pero, con el sentido amplio de la designación de Jacob, tendría sentido que el profeta pensase en las doce tribus. Lo interesante es la identificación del pecado de Israel y de Judá. El pecado de Israel se concentra en Samaría, y el de Judá, en Jerusalén. El profeta Miqueas, probable­mente campesino, ve en ambas ciudades no la expresión de la grandeza, sino la expresión de la maldad. Su reacción no es la de una nos­talgia agreste, sino la de una denuncia de los pecados que han acarreado el castigo. En el caso de Jerusalén la ironía va todavía más le­jos: hay una velada acusación de haberse con­vertido en sede de cultos idolátricos, como cualquier otro altozano de cultos paganos. El castigo, centrado en Samaría (Miq 1,6-7), tie­ne que ver tanto con la ciudad misma (no só­lo se anuncia su destrucción, sino su reduc­ción a tierra de labranza), como con la idola­tría, expresada en los términos de prostitución en los que nos había iniciado Oseas.

1,8-16 Lamentación sobre las ciudades del sur. De la acusación pasamos a la la­mentación, incrementada por la comparación con los aullidos de chacales y los lamentos de avestruces, que agudizan el dramatismo de los gemidos de un profeta descalzo y desnu­do (Miq 1,8). El objeto de la lamentación es el avance de la desgracia desde Samaría hasta las puertas mismas de Jerusalén. El profeta

ha podido intuir que el desastre de Samarí; es ya el inicio del futuro desastre de Judá. S se considera la referencia a Judá/Jerusalér como añadido posterior, estaríamos ante el la­mento del profeta por la desgracia del pueble hermano ("la herida de Samaría es incura­ble", Miq 1,8). Miq 1,10-15 son los versículos más difíciles del libro. Hay, sin duda, un jue­go de palabras basado en el nombre de las ciudades sitiadas por Senaquerib, algunas de ellas conocidas, otras difíciles de identificar,! quizás precisamente por forzar su grafía pa-i ra poder extraer significado. Lo que, según el¡ profeta, debe hacerse en cada ciudad tiene; relación con el nombre de la ciudad misma y \ es lo que da pie al juego de palabras (no per- \ ceptible en las traducciones). Todas ellas son \ ciudades de Judá, invitadas a unirse al coro de la lamentación por el avance del invasor. Los imperativos de Miq 1,16 están dirigidos con toda probabilidad a Jerusalén, a la que se invita a realizar signos de duelo, porque sus hijos han sido enviados al destierro.

2,1-5 Contra los opresores. Lo que de ve- J ras preocupa a Miqueas es la causa última ! de la Invasión; porque Senaquerib no es más • que un instrumento de castigo por los pe- \ cados del pueblo. Por eso el profeta comienza | con tono severo la denuncia de pecados con- i cretos, todos ellos en torno a la justicia so- j cial. Miq 2,1-5 va directamente contra los ¡ opresores. Con la llegada de la monarquía i aumentaron las desigualdades sociales, ha­ciéndose progresivamente mayor la brecha ' entre ricos y pobres. Los profetas no dejaron de denunciar la explotación, la opresión y la acumulación de posesiones por procedí- i mientes ilegales. En Miq 2,12 el profeta ha­ce una descripción de estos opresores: ac­túan con un plan; pueden actuar porque tie­nen poder, su fuerza es su norma; el robo sigue con rapidez a Ja codicia; acaparan tie­rras y casas; empobrecen y oprimen, con­traviniendo todas las normas sociales de la alianza. Al plan de los opresores correspon­de un plan de Dios, el castigo contra esa gen­te despreciable: prisión y destierro, sugerido por la imagen del yugo (Miq 2,3). Miq 2,4 es una sátira sobre la completa ruina del pue-

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MIQUEAS 2

blo, cuyas tierras son repartidas entre los ex­tranjeros. Por su parte, Miq 2,5 constituye un lamento en el que, como es usual, el cas­tigo responde al pecado: los que acapararon tierras se verán excluidos del reparto de la heredad en la asamblea del Señor.

2,6-11 Contra los profetas. Invectiva con­tra los falsos profetas que ponen sus engaños al servicio de los poderosos. Poder y engaño son buenos aliados contra los humildes (aquí: mujeres, niños y caminantes). El texto es di­fícil, pero su sentido parece claro: la falsa se­guridad promovida por los profetas engañosos (la desgracia no podrá alcanzamos, y las pre­guntas retóricas de Miq 2,7). Habla Miqueas, introduciendo intervenciones de sus adver­sarios, y en el conjunto proclama un orácu­lo de condenación: acusación (Miq 2,6-9); cita de los adversarios y refutación de Mi­queas; sentencia de condenación (Miq 2,10); ulterior acusación (Miq 2,11). No es Miqueas, con sus denuncias, el enemigo del pueblo, si­no los falsos profetas que lo engañan.

2,12-13 El Señor reúne el rebaño. Estos versículos son como una especie de islote en medio de Miq 2-3; intercalan una promesa de salvación en medio de oráculos de juicio y condenación. Generalmente se piensa que estos versículos son un añadido de los tiem­pos del exilio. Su finalidad es dar un respi­ro en medio de las amenazas, con el acento puesto en la nueva reunión del pueblo. Se emplea la imagen pastoril, de tanto arraigo en la tradición bíblica. El Señor es el pastor que marcha a la cabeza; el rey, el mayoral.

3,1-4 Contra los opresores del pueblo. Ahora son acusados los jefes de Israel. Pue­de referirse al reino del Norte, pero al desig­nar a Israel en paralelismo con Jacob, deja la suficiente amplitud como para incluir al rei­no del Sur. La acusación sucede al recuerdo de la obligación que, hecha en forma de pre­gunta, resalta la extrañeza del comporta­miento. A reyes y príncipes corresponde co­nocer y ocuparse del derecho; pero lo que en realidad han hecho ha sido pervertir la recta ordenación de la vida social, odiando el bien

y amando el mal (véase Is 1,16ss). A esta acu­sación general sigue una de las invectivas más fuertes en la literatura proféüca contra el comportamiento de los líderes respecto al pueblo. La imagen escogida -"devorar a otro"= comen la carne de mi pueblo-, da a la acusa­ción un realismo impresionante en la des­cripción de la aniquilación total: piel, carne y huesos, todo destrozado y dislocado, dan la impresión de una totalidad destruida. Los je­fes del pueblo son matarifes caníbales que descuartizan y devoran a sus presas. El cas­tigo, esta vez sin equivalencia directa con el pecado, insiste en el silencio de Dios: su ros­tro vuelto para no verlos; sus oídos cerrados para no escucharlos. Se insinúa, por otra par­te, que estos jefes enmascaran la injusticia so­cial tras una pretendida relación con Dios.

3,5-8 Contra la avidez de los profetas. Oráculo contra los falsos profetas y procla­mación de la autenticidad profética de Mi­queas. La acusación contra los falsos profetas es fuerte: la negación de su propia identidad ya que en lugar de conducir, extravían. El mo­tivo es el interés: anuncian paz a quienes les llenan el estómago; donde no sacan nada, pro­claman la guerra. Perversión de la profecía que, de nuevo, se coloca del lado de los pode­rosos. El castigo, también sin equivalencia directa con el pecado, tiene que ver con otra gran dimensión profética: la de la visión y la luz. Resalta, como castigo, el tema de la os­curidad (noche, oscuridad, ausencia del sol, día de tinieblas) debida al silencio de Dios. Con su conducta negaron su identidad; quitándo­les su identidad, Dios inhabilita su función.

Sobre este fondo, aparece el contraste de la conciencia profética de Miqueas: fuerza, es­píritu, justicia y valor del Señor lo llenan. De ahí procede el vigor de su denuncia (Miq 3,8).

3,9-12 Ruina de Jerusalén. Nueva acu­sación, englobando y responsabilizando de la ruina de Jerusalén a los líderes políticos y re­ligiosos (jefes/príncipes, jueces, sacerdotes y profetas). La corrupción general de los pri­meros está descrita con la enumeración de lo que les es habitual: el desprecio de la justi­cia y del derecho. Marca así la actitud gene-

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ral respecto a la bina "justicia-derecho" como resumen de la voluntad del Señor sobre las relaciones interhumanas. Pasando a la acu­sación concreta, se fija de nuevo el profeta en la ciudad, para denunciar una grandeza con­seguida a costa de la explotación de los dé­biles. Difícilmente se podrá mantener una ciudad cimentada en la sangre y los críme­nes. A los jueces los acusa de soborno; y a sacerdotes y profetas, de actuar por dinero. Y desenmascara la falsa seguridad de todos: piensan que la presencia del Señor en medio de su pueblo es incondicionada y su protec­ción, mágica. Contra esta falsa seguridad re­ligiosa, raíz de la pretendida alternancia "pe­cado-culto", lucha denodadamente el men­saje ético de los profetas. Les parece una total incongruencia (de ahí la extrañeza de Mi-queas: y aún se apoyan...).

El castigo se corresponde con el pecado de los líderes políticos: a una construcción in­justa, una destrucción ruinosa. Interesante es la culpabilidad específica de los líderes en la ruina de Jerusalén y del templo (por cul­pa vuestra), y la osadía del profeta al anun­ciar la ruina total de los dos símbolos más significativos de la identidad del pueblo.

2. Promesas a Sión (4,1-5,14)

En la introducción titulábamos esta sec­ción de manera global como promesas a Sión. Respecto a los capítulos anteriores, el tono cambia bruscamente. Los capítulos 4-5 abren perspectivas de un futuro de bienestar y de paz. Los dos capítulos constituyen un todo, aunque cargado de problemas relativos al tex­to, al autor y a la interpretación. Hay quienes atribuyen estos dos capítulos a un autor que intentó completar los oráculos de condena con el contrapeso de oráculos de salvación, realizando así una gran sección con dos par­tes, negativa y positiva, y dejando la profecía de Miqueas abierta a la esperanza. Otros co­mentaristas descubren diversas manos en la composición de estos capítulos y defienden la existencia de varios autores, de diferentes épocas (comentarios, aplicaciones, correccio­

nes de los oráculos de Miqueas), con ui dactor final que sistematiza y ordena el ferial. Recientemente se ha lanzado la pótesis de que estos capítulos recogen disputa de Miqueas con los falsos profet;

En cualquier hipótesis, tal como está el texto, encontramos en estos capítulos x gran puerta abierta a la esperanza, despi de que los capítulos anteriores nos hab dejado la impresión de un juicio y castigo finitivos e irreversibles. El mensaje profét nos va acostumbrando a esta doble valen de la acción de Dios: la severidad del juii no bloquea por completo la continuidad la historia de la salvación que se apoya > los más insignificantes indicios para abi nuevos horizontes de esperanza.

4,1-8 Todos vendrán a Jerusalén. Se di: tinguen dos partes, que comienzan con uz anotación temporal: Miq 4,1-5 (alfinal de k tiempos) y Miq 4,6-8 (Aquel día). La primer parte (Miq 4,1-5) está estrechamente empa rentada con Is 2,2-5, sin que podamos dilu cidar quién depende de quién, o si ambos de penden de una fuente común. La visión e; grandiosa y universal en la contemplación dt Jerusalén como centro de peregrinación de los paganos convertidos, símbolo de la paz y de la convivencia fraterna (las espadas conver­tidas en arados, la vida sosegada bajo la pa-< rra y la higuera). ¿Se contrapone Miq 4,5 a es-i ta visión universal? Algunos así lo piensan y? atribuyen este versículo a los falsos profetas,* que insistirían en el exclusivismo, y contra los; que implícitamente Miqueas estaría dispu­tando. Otros no ven contradicción, sino más '• bien una confesión de fe conclusiva, incluso con tonos litúrgicos (por siempre jamás).

La segunda parte (Miq 4,6-8) continúa des­cribiendo la peregrinación a Jerusalén, pero ahora es el resto de exiliados judíos el que pe- 1 regrina. La imagen implícita del pastor evo- ! ca la reunión de todo el pueblo en Sión. El !

grupo de los rescatados estará compuesto por los débiles (las ovejas cojas). El Señor-pastor será el Señor-rey y se reconstruirá la nación. Miq 4,8 se dirige a Jerusalén, desig­nada como torre del rebaño y fortaleza de Sión, con las promesas de la restauración de

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la realeza (probable alusión a reyes de la ta­lla de David) y de la recuperación del poder de otros tiempos.

4,9-14 Liberación de Sión. La liberación pasa por la prueba. Probablemente Miq 4,9-14 existió como unidad independiente de Miq 4,1-5 y de Miq 4,6-8. En Miq 4,9-14 predo­mina el tema de la opresión, la destrucción y el exilio sobre el tema de la consolación. Aun­que se trata de un desastre pasajero según los planes de Dios. Hay tres indicaciones tem­porales, tres ahora (Miq 4,9.11.14) que sirven como indicio para estructurar la perícopa. Se puede descubrir un desarrollo en tres tiem­pos: Miq 4,9-10; 4,11-13; 4,14. En cada uno de ellos se describe una situación desgracia­da: el grito de dolor de la hija de Sión (Miq 4,9); la reunión de las naciones contra la ciu­dad (Miq 4,11); la humillación de los que go­biernan a Israel (literalmente "del juez de Is­rael": Miq 4,14). En los tres momentos el Se­ñor interpela al pueblo elegido con imperativos femeninos. El sentido de estos tres ahora no exige una sucesión temporal de aconteci­mientos, sino que puede referirse a dimen­siones diferentes del mismo acontecimiento. Más aún, se unen en cada ahora dimensiones catastróficas y dimensiones salvíficas: en Miq 4,9 el interrogante deja entender que no es tiempo de lamentaciones; en Miq 4,11, junto al exilio de Babilonia, se anuncia la liberación. Por esta ambivalencia podría orientarse tam­bién la descripción del dolor como dolor de parto: dolor con significado positivo, parto de un mundo nuevo, grito que preludia la libe­ración. La representación de la nación me­diante la imagen de la mujer está muy ates­tiguada en el profetismo clásico y da pie a es­ta expresividad tan sugerente.

El designio de Dios, globalmente positivo, pasa por la prueba: vas a salir de la ciudad y tendréis que vivir en el campo (expuesta a los peligros del enemigo). Sigue después el cate­górico iras a Babilonia Quienes defienden la autoría de Miqueas para toda la perícopa ven aquí un añadido redaccional, porque piensan en el destierro a Babilonia del 587 a. C. Otros sin embargo piensan en acontecimientos del s. VIII a. C. (véase, por ejemplo, 2 Re 20,12-

19 = Is 39,1-8): todas las riquezas son lleva­das a Babilonia y los hijos puestos al servicio del rey de Babilonia; de este modo, la ame­naza encajaría con acontecimientos contem­poráneos del profeta.

De todos modos, lo que se resalta es la de­finitiva liberación de Sión, según el designio salvífico de Dios, que va más allá de situa­ciones presentes de desastre. Quienes no tie­nen esta visión amplia de la acción de Dios en la historia no conocen los pensamientos del Señor (Miq 4,12). El instrumento para el cambio de suerte va a ser la misma ciudad de Sión, que aparece en Miq 4,13 infligien­do a las naciones el mismo castigo que de ellas había recibido. Dotada de instrumen­tos destructores (cuernos de hierro y pezu­ñas de bronce), está lista para trillar y tri­turar. La imagen le sirve al profeta para des­cribir la destrucción total de las naciones que habían hecho lo mismo con Israel.

5,1-5 Venida del rey mesiánico. La hu­millación del rey (Miq 4,14) no será definiti­va. El Señor va a suscitar un nuevo rey me­siánico, del que el profeta subraya los oríge­nes humildes (Belén, el más pequeño de los clanes de Judá), el entronque dinástico con David (orígenes antiguos, días de antaño), el pastoreo según el Señor [con la fuerza del Se­ñor, en su nombre), su carácter pacificador (reunión de los dispersos, vida segura y tran­quila, nombre del rey esperado: él mismo se­rá la paz) y su actividad liberadora (el será quien nos libre de Asiría). Mt 2,5-6 ve cum­plida plenamente esta profecía en el naci­miento de Jesús.

5,6-7 El resto entre las naciones. Se destaca la presencia de Israel entre las na­ciones (o como israelitas dispersos o como pueblo en el concierto internacional). Dos imágenes contrapuestas para describir esta presencia: el rocío que hace verdear el cés­ped (bendición que corresponde a la acogi­da), y el león entre las fieras (amenaza con­tra quienes se atreven a rechazarlo).

5,8-14 El Señor suprimirá los ídolos. La liberación pasa por la destrucción de todos

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los apoyos en que el pueblo confía. Para que el resto no espere en el hombre, ni aguarde nada de los humanos, sino que ponga su con­fianza sólo en el Señor, hay que derribar to­do poder, sea el militar, el de la magia o el de los cultos falsos (la idolatría).

3. Nuevo proceso contra Israel (6,1-7,7)

Un nuevo proceso contra Israel que nos si­túa en el contexto de Miq 1-3. Dos partes en­tran en litigio: Dios y el pueblo. Dios como acusador y juez. El pueblo como acusado. Testigos con dimensiones cósmicas son los montes, las colinas y los fundamentos de la tierra. El Señor se querella (Miq 6,1-5); el pue­blo responde con el culto (Miq 5,6-7); Dios re­chaza esa respuesta (Miq 6,8), porque el cul­to sin justicia no vale (Miq 6,9-16). Sin justos que puedan interceder ante Dios, el profeta se siente solo, amenazando y amonestando.

6,1-8 Pleito contra Israel. Comienza el proceso. La escena está compuesta en clave judicial: el juez (Dios), el acusador (Dios), el acusado (el pueblo).

Dios acusa: el pueblo no ha respondido a los beneficios de la historia de la salvación. Se recuerdan, resumidas, las acciones de Dios en favor de Israel tal como se contenían en las confesiones de fe: liberación de Egipto, ben­dición en lugar de maldición por parte de Ba-laán el mago y derrota del rey de Moab, paso por el Jordán, posesión de la tierra.

Para la evocación de la historia pasada se emplean dos verbos fundamentales: recordar y comprender. Con el primero se arraiga la fe en la experiencia vivida; con el segundo se arraiga la experiencia en la acción de Dios. El Señor se dirige a su pueblo, con clara re­ferencia a la alianza. Se recuerdan los acon­tecimientos del pasado para inducir al pue­blo al arrepentimiento y a la fidelidad. La fi­delidad de Dios, eje de toda la historia de la salvación, exige la fidelidad del pueblo.

Que el pueblo se siente tocado lo demues­tran las preguntas de Miq 6,6-7 sobre cómo tiene que responder. Se plantea sin embargo

la respuesta en categorías de culto, recor dando los diversos tipos de sacrificios a loi que podía recurrir para expiar sus pecados Hay reconocimiento del pecado, pero falla e remedio para la expiación. Lo que Dios quie­re no es el culto, sino la conversión y la prác­tica de la justicia. Así lo expresa categórica­mente Miq 6,8 al definir lo que es bueno y, poi tanto, lo que Dios exige: defender/respetar el derecho, y amar la fidelidad/lealtad, que se resumen en la humilde obediencia al Señor. Se une así Miqueas a la gran tradición pro-j fética en la denuncia del culto vacío y del in-j tentó de buscar en él una coartada a la res-; puesta de la fe.

6,9-16 £1 castigo de Jerusalén. El culto! con el que el pueblo quiere ganarse a Dios es- i tá de hecho contaminado por la injusticia y la desobediencia. Si se trata, como es muy po- ¡ sible, de la asamblea litúrgica, se hace aún! más evidente la relación negativa que esta- ' blece el profeta entre culto e injusticia. Es uno de los oráculos más sombríos del libro. Miq 6,10-12 concreta vuestra maldad en pecados i de injusticia, haciendo de ellos la causa de la \ destrucción: las maquinaciones fraudulentas i de los comerciantes; la violencia de los ricos ; para obtener lo que les apetece; la falsedad y \ la mentira. El castigo que les sobrevendrá por \ sus pecados (Miq 6,13): hambre o insatisfac- • ción a pesar de la comida (Miq 6,14); falta de cosechas, a pesar de las sementeras (Miq 6,15). En Miq 6,16, antes de describir el castigo co­mo devastación, escarnio y oprobio, vuelve a repetir la causa: haber imitado a los hermanos del norte, a Omrí, fundador de una dinastía y de Samaría, la capital; y a Ajab, célebre por su crimen contra Nabot (1 Re 16,2lss).

7,1-7 Lamentación del profeta. Queda el profeta solo, rodeado de injusticia y maldad, con la mirada puesta en Dios, esperando la salvación. Por eso se lamenta y compara su decepción a la del espigador o rebuscador que no encuentra nada. Faltan en el país los i hombres fieles y justos. Todo es violencia y trampa. Miq 7,3 concreta responsabilidades, y a cada categoría la define con una acción negativa: al príncipe, con la imposición de

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MIQUEAS 7

exigencias; al juez, con el soborno; al pode­roso, con la codicia. La acusación va dirigida directamente contra las clases poderosas. Miq 7,4a, utilizando una comparación vege­tal, descalifica a los responsables con una fi­na ironía: la zarza y el espino son arbustos inútiles; pues los mejores de entre los diri­gentes sólo llegan a eso. Esta situación está pidiendo el discernimiento: llegará el día del juicio (Miq 7,4b) y con él la desgracia. Des­gracia tan grande que afectará también a las relaciones familiares y de amistad, que que­darán pervertidas (Miq 7,5-6) No será posible la confianza mutua.

Lo único positivo que queda es la actitud esperanzada del profeta (Miq 4,7). A pesar de todo, él espera, los ojos vueltos a Dios, que será escuchado. Y su esperanza contra toda esperanza, le hará terminar su profecía con un oráculo de salvación.

4. Liturgia de la esperanza (7,8-20)

En la actual redacción del libro, al igual que en Amos y Oseas, la conclusión es una puerta abierta a la esperanza. Estamos an­te un probable añadido postexílico, de gran parecido con el mensaje de consuelo de Is 40-55.

La confesión del pecado la hace Jerusalén echando en cara a su rival la alegría que sin­tió por su desgracia. No es el enemigo quien decide el destino del pueblo, es el Señor mis­mo. Y él puede cambiar su suerte. Para es­te cambio emplea las imágenes de la caída y el levantamiento, las tinieblas y la luz. El pe­cado supone la aceptación de la ira de Dios. Su confesión abre la puerta a la salvación, definida como entrada en la luz, que es el Se­ñor mismo. La situación nueva del pueblo convertido provoca la vergüenza del enemi­go y da respuesta a su pregunta burlona: ¿Dónde está el Señor tu Dios? En Miq 7,10 se entrecruzan dos miradas: la del enemigo que ve la nueva situación y queda cubierto de vergüenza; la de la ciudad perdonada, que contempla al enemigo pisoteado como el ba­rro. Es el entrecruce de cambios de destino.

En Miq 7,11-13, un nuevo cambio de suer-te: para la ciudad, reconstrucción y retorno de los dispersos; para los enemigos, destie­rro. Con la triple repetición del día en que se realizará este cambio, Miqueas está implíci­tamente aludiendo al día del Señor, salvación para Israel, condenación para sus enemigos.

De nuevo cambia la suerte en Miq 7,14-17, donde otra vez se contrapone el pueblo de Dios a las naciones. En esta ocasión, el cambio está determinado por la nueva si­tuación del gobierno del pueblo. La situación nueva está presentada en forma de súplica, con la seguridad de que va a ser escuchada. Se recurre a la imagen tradicional del pas­toreo, se unen rebaño y heredad con el po­sesivo tu (el rebaño de tu heredad) como re­ferencia a la alianza restablecida. Las male­zas y los matorrales silvestres describen la situación hostil en que vive el pueblo solita­rio y disperso. Contrapuesta a esa situación, se describe la del pueblo reunido y pacien­do en los abundantes pastos de Basan y Ga-laad. Tiempos nuevos de prosperidad como los de antaño, los tiempos de las maravillas de Dios conduciendo a su pueblo en la sali­da de Egipto.

En contraste con esta situación nueva del pueblo de Dios, la situación de las naciones. La duda sobre el poder del Dios de Israel se convierte en vergüenza e impotencia (Miq 7,16); humilladas (lamer el polvo, arrastrarse por la tierra) y temblorosas (temor y tem­blor), vendrán al Dios de Israel (Miq 7,17).

Termina la sección y el libro de Miqueas con una pieza de tono litúrgico (Miq 7,18-20), exaltación de la misericordia y del perdón del Señor. El poder del Señor se manifiesta en el castigo de las naciones y en el perdón de su pueblo. En el perdón del pecado muestra el Señor que no es comparable a otros dioses. Esa grandeza suya es única y ofrece motivos de confianza: también se compadecerá de no­sotros. Dos imágenes para expresar la radi-calidad del perdón: las culpas son sepulta­das; los pecados, arrojados al fondo del mar. Perdón y olvido del pecado. La razón última del perdón es la fidelidad y el amor del Señor (Miq 7,20), fruto de una promesa a la que Dios no puede faltar.

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NAHUM

Pedro Jaramülo Rivas

INTRODUCCIÓN

1. El autor

Es muy poco lo que sabemos del profeta Nahum. Tan poco que ni siquiera se puede si­tuar a ciencia cierta su lugar de origen: Elcós. Probablemente se trata de una ciudad en te­rritorio judío (de hecho la profecía de Nahum se desarrolla en torno a Jerusalén). Pero tam­bién ha habido quienes sitúan el emplaza­miento de la ciudad en Galilea (S. Jerónimo), identificándola incluso con Cafarnaún (kepar-nahün = villa de Nahum). Otros la sitúan al norte de Nínive, haciendo de Nahum un ju­dío de la diáspora. Por el emplazamiento de su profecía, en torno a Jerusalén, han pen­sado algunos que Nahum era un profeta cul­tual.

2. La época

Nahum significa el consolado, y como tal él se convirtió en consolador de su pueblo en una época particularmente sombría. Ve en la caída y ruina de Nínive un signo de esperan­za. La caída de Nínive significaba, en efecto, el derrumbamiento del imperio asirio, espe­cialmente cruel y tiránico con los pueblos so­metidos. Asiría no tuvo piedad con los venci­dos y era su costumbre hacer deportaciones masivas de los pueblos conquistados, lle­

vándolos hasta el extremo opuesto del im­perio. En tiempos de Tiglat-Pileser III, que su­bió al trono en el año 754 a. C , Asiría había llegado a someter casi todos los pueblos del Oriente Próximo. Le sucedió Salmanasar V en cuyo reinado comenzaron las amenazas con­tra el reino de Israel, que caería definitiva­mente en poder de su sucesor Sargón II. Con la toma de Samaría, el año 722 a. C. se des­truye totalmente el reino de Israel, y el de Ju-dá es sometido a tributo. A pesar de su ex­tremada crueldad y dureza, o precisamente por ellas, el reinado de Sargón II estuvo cons­tantemente agitado por los intentos de re­vuelta de sus países vasallos, que no lograron, sin embargo, conseguir ninguna de sus pre­tensiones; el carácter belicoso de Sargón no dejaba espacio a ningún tipo de organización seria en su contra. Desde Dur-Sarrukim, re­sidencia fortificada que se había construido al noreste de Nínive, imponía su cruel voluntad sobre todos los territorios conquistados.

A Sargón II le sucedió su hijo Senaquerib (704-681 a. C), que se consideraba hijo del legendario héroe Gilgamés. Fue Senaquerib quien construyó su propia ciudad en Nínive, que de localidad sin importancia pasó a ser la capital del imperio asirio. Con Senaquerib co­mienza, sin embargo, a entreverse que el im­perio era un gran coloso con pies de barro. A

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NAHUM

Senaquerib le suceden Asaradón y Asurba­nipal, cuya muerte señala el comienzo del fin. Durante su reinado, hacia el 645 a. C , los medos, aliados con los babilonios, intentan ya la toma de Nínive. Fue, sin embargo, en el oto­ño del año 612 a. C , en el reinado de Sin-schar-ischkun, cuando Nínive cae definitiva­mente. La aniquilación de Asiría se completa hacia el año 606 a. C , momento en que sus territorios son repartidos entre medos y sirios.

3. Fecha

A la hora de datar la actividad profética de Nahum, hay que tener en cuenta la fecha del hecho central del libro: la caída de Nínive, capital del imperio asirio, en el año 612 a. C. Asumiendo (a pesar de algunas voces en contra) que en el libro de Nahum se trata de una predicción y no de una evocación de es­ta caída, es preciso señalar una datación an­terior a esta fecha. Y como, por otra parte, Nahum evoca la caída de Tebas (Nah 3,8), ocurrida en el 688/687 a. C , su libro sería posterior a esta fecha. Habría, por tanto, que fecharlo hacia la mitad del siglo VII a. C , du­rante el reinado de Manases, de cuya políti­ca pro Asiría el libro es una velada crítica. Asiría había alcanzado por entonces su ma­yor extensión y poderío. Asurbanipal había conseguido aplastar a Egipto y se apoderó de su capital, Tebas. El peligro de creerse inex­pugnable era evidente.

4. Mensaje

El mensaje de Nahum es especialmente duro. En su descripción de la caída de Níni­

ve no aparece la compasión de Dios hacia el pueblo pecador, sino sólo su ira, que no cesa hasta aniquilar por completo la ciudad opre­sora. Pero, ¿es que puede Dios perdonar cuan­do el opresor mantiene obstinadamente su ac­titud? Nahum se sitúa evidentemente desde la óptica del oprimido, y ve en la justicia y fi­delidad de Dios la razón del castigo del opre­sor. Dios, y no los asirios, es el Señor de la historia; él puede utilizar a las naciones pa­ra sus propios designios, pero es el único que controla la historia, y no soporta la opresión.

Se ha criticado el regocijo total de Nahum por la caída de Nínive y la correspondiente ausencia de toda crítica a su propio pueblo (en contraste con su contemporáneo Jere­mías). Su profecía se limita, sin embargo, a afirmar que el Dios fiel no ha abandonado a Judá . El enemigo no prevalecerá; el castigo llega a su término. Lo mismo que Dios sal­vó a los israelitas esclavizados por Egipto, así librará también a los oprimidos por Asirla. Esta es la buena noticia a la que seguirá la celebración y la acción de gracias (Nah 2,1).

5. El libro

Para facilitar su lectura, presentamos la siguiente división del libro:

1. Título (Nah 1,1). 2. Himno a la omnipotencia de Dios (Nah

1,2-8). 3. Oráculos sobre Judá y Nínive (Nah 1,9-

2,3). 4. La caída de Nínive (Nah 2,4-14). 5. La ruina total (Nah 3,1-19):

- El ejemplo de Tebas (Nah 3,8-11). - Desastre sin paliativos (Nah 3,12-19).

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NAHUM1

COMENTARIO

1,1 Titulo. Véase lo dicho en la introduc­ción al libro sobre Elcós, lugar de origen de Nahum, y sobre Nínive la ciudad cuya caída constituye el motivo central de la profecía.

1,2-8 Himno a la omnipotencia de Dios. El libro de Nahum comienza con un salmo, dispuesto alfabéticamente en el original he­breo. No se trata de un salmo compuesto pa­ra celebrar la caída de Nínive. Es recogido co­mo enunciado doctrinal general, en el que después se enmarca el caso de Nínive: el Se­ñor es bueno y lento a la cólera, pero decidi­do a castigar cuando alguien se empecina en el mal. El Señor tiene el poder sobre la na­turaleza y la historia, a las que dirige sobe­ranamente.

Puede extrañarnos la designación de Dios como celoso y vengador. No nos extrañaría si, superando el antropomorfismo, descubrimos en estos "atributos" el puesto exclusivo que Dios reclama en la relación con su pueblo y la justicia apasionada con que lo defiende de quienes pretenden hacerse sus "señores".

El salmo presenta dos modos de experi­mentar a Dios: el de sus fieles (los que se aco­gen a é¡) para los que la experiencia de Dios es experiencia de paciencia y bondad. Y el de sus enemigos orgullosos (¡os que se alzan contra él) a los que responde con una mani­festación de su poder, descrito con elemen­tos teofánicos. Dios tiene el poder sobre la naturaleza: el cielo, el mar, la tierra verde, los montes. Cuando él quiere domina la natu­raleza hasta contrariarla: vientos que se ha­cen huracanes; mares y ríos que se tornan en sequedales; vegetación que se agosta; mon­tes y colinas que retiemblan; volcanes que es­cupen fuego. El que así domina a la natura­leza puede también perseguir al hombre has­ta alcanzarlo.

1,9-2,3 Oráculos sobre Judá y Nínive. Recoge una serie de oráculos que alternan amenazas y esperanzas, según se dirijan a Ní­

nive (Nah 1,11-14; 2,2) o a Judá (Nah 1,9-1 2,1.3), interpretando diversamente el castig en el caso de Judá fue un castigo medicine en el caso de Nínive, un castigo definitivo. I intervención del Señor es motivo de consut lo para Judá, y de desolación para Nínive.

Nah 1,9 sirve de transición para aplicar 1 doctrina general del himno precedente al ca so concreto de Nínive. La aniquilación es aho ra completa, y los enemigos son descritos co mo opresores. El resto de versículos se dis tribuye en una alternancia de suertes pare Nínive y para Judá. A Nínive dedica los ver­sículos 10, 11 y 14. El versículo 10 es de di­fícil traducción; tal vez se trata del anuncio de un castigo por el fuego, resaltado mediantd la comparación de la ciudad opresora cora una maraña de zarzas y con paja reseca, ma­teriales rápidamente combustibles. La alu-j sión a la borrachera podría significar, en es- i te contexto, la despreocupación, producida ¡ por el vino, respecto a situaciones graves (el i vino priva del juicio); un tema presente tam- \ bien en otros profetas. ¡

A Nínive se le acusa de haber organizado i planes contra el Señor, al abusar de su con- I dición de instrumento de castigo, convirtién- i dose, en la persona de sus dirigentes, en cas­tigadora cruel e implacable (Nah 1,11). Pre­cisamente por eso su rey será castigado con la muerte (el Señor le prepara la tumba), y sus ídolos serán destruidos.

Para Judá el oráculo es de esperanza: el que humilla puede enaltecer, a pesar de que sean numerosos los adversarios y pesado el yugo. Se romperá el yugo de Asiria y Judá po­drá gozar nuevamente de libertad (Nah 1,12-13). Libertad que es cantada por Nah 2,1.3 como paz, fruto de la restauración de todo el pueblo de Israel (la designación la viña de Ja­cob apunta teológicamente a la totalidad de las tribus como pueblo elegido por el Señor). La restauración produce la alegría de Judá que es invitada a la celebración de sus fiestas litúrgicas. Las suertes han cambiado: los que

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NAHUM2

saquearon y devastaron los sarmientos de la viña están ahora totalmente aniquilados; la vi­ña devastada ha sido restaurada.

Nah 2,2 es ya la introducción al canto so­bre la caída de Ninive, que se va a desarro­llar en Nah 2,4-14.

2,4-14 La caída de Ninive. Se ha dicho, con razón, que estamos ante una de las des­cripciones literariamente más bellas de toda la Biblia. El movimiento descriptivo, el ritmo que se imprime a la escena, a la acumulación de elementos visuales y auditivos... hacen de esta descripción una pieza literaria de espe­cial importancia. Ha sido precisamente su vi­veza, junto a la falta de elementos típicos de la predicción profética (tiempo de los verbos, ausencia del recurso a visiones...), lo que ha hecho pensar a algunos que podría tratarse de una celebración litúrgica de la caída de Ninive ya acontecida y no de una predicción de la misma. En Nah 2,4 predomina el ele­mento visual, centrado en el color rojo, rojo de la sangre o rojo pintado, color de batalla. Nah 2,5 monta una escena de rapidez (avan­zar con furia, precipitarse, atravesar como relámpago): la impresión de unos carros de combate prestos para el ataque. A la des­cripción del material bélico sigue la de los sol­dados (Nah 2,6): valientes capitanes que, co­rriendo, avanzan hacia la muralla. Ceden las fortificaciones, se derrumban los palacios (Nah 2,7). La diosa Ishtar es llevada cautiva (Nah 2,8) y, con ella, sus sacerdotisas gimen como palomas (la paloma era el ave consagrada a la diosa). Nah 2,9, que algunos han querido interpretar como una inundación de Ninive, parece más bien una descripción metafórica de una ciudad que lo pierde todo: es como al-berca cuyas aguas se derraman sin posibili­dad de retorno. Por eso, continúan los ver­sículos siguientes (Nah 2,10-11) con la des­cripción del saqueo (pérdida de las riquezas) y de la pérdida del valor y la fuerza, que ha­bían sido el orgullo de Ninive y el apoyo de su seguridad. En un instante todo cambia, y la ciudad orgullosa que durante 90 años de es­plendor había amasado riqueza y grandeza, queda saqueada y devastada, después de per­derlo todo.

La descripción ha terminado, y el profeta reflexiona (Nah 2,12-13) entonando un can­to fúnebre sobre el león abatido. Se había comportado Ninive como león ñero, intocable, desgarrador, cazador de presas. ¿Dónde es­tá ahora? Todo ha terminado por la senten­cia del Señor contra ella (Nah 2,14): fuego y espada ponen fin a sus rapiñas y enmudece la voz de sus mensajeros.

3,1-7 La ruina total. Se trata de una se­gunda reflexión en forma de lamento sobre la caída de Ninive. Nah 3,1 emite un impla­cable juicio ético: sangre, fraude, violencia y rapiña son la realidad que se oculta tras la orgullosa grandeza de la ciudad.

Nah 3,2-3 describe el asedio con una tre­pidante sucesión de elementos que terminan en los macabros montones de infinidad de cadáveres. Nah 3,4 retoma la acusación, re­curriendo a la imagen de la prostitución, pa­ra desenmascarar la seducción que Ninive ha ejercido en el dominio de otras naciones. El castigo (Nah 3,5-7) se describe en correspon­dencia con el pecado, en su última descrip­ción como prostitución: desnudez y pública vergüenza. Para terminar, en tono sarcásti-co, con una especie de regocijo por la caída de la ciudad opresora: no habrá quien la con­suele.

No podemos leer estos versículos desde el fino humanismo desarrollado por la tradición bíblica, que culmina en el amor evangélico a los enemigos. No comprenderíamos el texto, lleno de vigor, en el que el profeta, más allá de un fácil patriotismo, está defendiendo la causa de Dios contra todos los que, hacién­dose dioses, ponen a Dios en causa.

3,8-11 El ejemplo de Tebas. Para que sir­va de ejemplo y escarmiento se recuerda aquí lo que sucedió a la ciudad egipcia de Tebas. Las tropas asirías habían conquistado esta ciudad el año 663 a. C. Tebas había sido cen­tro del poder egipcio desde los años 2.000 al 1.750 a. C , y de nuevo lo fue durante la Di­nastía XXV (715-663 a. C). La ciudad, situa­da en la ribera del Nilo, parecía inexpugnable. Sus reyes, de origen etíope, reinaban a la vez sobre Egipto y sobre sus territorios de origen,

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procurándose alianzas con los países vecinos. Pero la "inexpugnable" cayó en manos de Ní-nive. Debió ser un acontecimiento extraordi­nario, ya que el profeta lo recuerda cincuen­ta años más tarde. Y lo recuerda como es­carmiento: lo que ocurrió a Tebas también le ocurrirá a Nínive. Ni su posición privilegiada en la ribera del Tigris, ni su propio poderío, ni la ayuda extranjera la podrán salvar. El ejem­plo de Tebas podría haber sido una adver­tencia, pero ella no hizo caso. Después de la caída de Tebas, los asirios trataron a los ven­cidos con inaudita crueldad (Nah 3,10); aho­ra ellos serán también castigados (embria­guez, aturdimiento, huida).

3,12-19 Desastre sin paliativos. Conti­núa la descripción del desastre sin paliativos que se cierne sobre Nínive. Con abundancia de imágenes el profeta describe el desastre completo: las fortalezas caen a la primera sa­cudida como las brevas maduras de las hi­gueras; el ejército asirio es una partida de mujeres cobardes y asustadas (insulto grave para los soldados). De nada vale un nuevo es­

fuerzo de reedificación; el fuego se encarga rá de arrasarlo todo. El ejército enemigo se rá como langosta devoradora que nada dej; a su paso. De nada valdrá el número de lo: que defiendan la ciudad (se hace la compa ración con aglomeraciones de langostas, es trellas e insectos), porque desaparecerán co­mo desaparecen las estrellas y los insectos al salir el sol. i

Nah 3,18 recoge un nuevo canto fúnebre, lleno de burla, dirigido contra el rey de Asi­ría. Contraste entre el oficio de pastores=vi-i gilar el rebaño, y la situación de los pastoresl de Asiria= están dormidos (vigilar/dormir).! Los valientes guerreros están muertos (va-i lentía/muerte). La dispersión por los montes! y la ausencia de quien congregue y reúna es i elemento típico en la utilización de la imagen i del pastor.

Termina el libro de Nahum cerrando toda \ puerta de esperanza para Nínive: su herida ¡ es incurable. Y para más burla, pone colofón • el coro jubiloso de las naciones que, víctimas í en otro tiempo de su crueldad, aplauden aho­ra su ruina.

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HABACUC

Pedro JaramUk> Rivas

INTRODUCCIÓN

1. El autor

Sabemos muy poco o casi nada de las cir­cunstancias personales del profeta Habacuc. Se suele derivar su nombre del acádico "ham-baququ", nombre de planta o arbusto de jar­dín, aunque hay quienes lo derivan de "ha-baq", en cuyo caso su nombre significaría el que abraza, el que lucha. Si en otros libros proféticos podemos deducir algo de la vida y personalidad del autor por el mismo texto, no es éste el caso de Habacuc. La tradición, sin embargo, lo hizo entrar en \a leyenda y \e asigna u n papel en el relato griego de Daniel en el foso de los leones (Dn 14,33-39): el pro­feta Habacuc es transportado por un ángel al foso de los leones en Babilonia, para lle­var comida a Daniel.

2. La época

Habacuc debió vivir a caballo entre la de­saparición del imperio asirio y el nacimien­to del nuevo imperio babilónico/caldeo. Po­demos situar su profecía a finales del s. VII a. C. Es el tiempo en que los neo-babilonios, destruido el imperio de Asiría, emprenden con éxito el dominio del Oriente Próximo. El profeta describe e interpreta este aconteci­miento de la historia que tan graves conse-

1 cuencias tuvo para el reino de Judá: cam-j pañas militares del 610 y 600 a. C , ocupa-, ción de Judá, asedio de Jerusalén y depor­taciones (2 Re 23-25). j

A escala nacional se vive un momento di-i fícil: con el rey Joaquín se instala en el pue-> blo un período de injusticia e iniquidad. El; rey es la causa de una situación de injusti- \ cia que, desde el punto de vista del profeta, j no es menos grave que la provocada por el ¡ enemigo caldeo. •{

3. Tfl mensaje

Es preciso reconocer la culpa como con- i dición para la intervención salvadora de Dios, i Pero, ¿va a intervenir Dios mediante un im- ¡ perio cruel y despiadado? Es verdad que el ; imperio de Asiria ha sido abatido, pero de na- , da sirve, si los destinos del mundo pasan a ; manos del siguiente imperio opresor. ¿Acaso es la historia una sucesión de opresores? Pre­guntas que desconciertan al profeta. ¿Es és­ta la intervención de Dios en la historia? ¿De qué lado está Dios? ¿Está también con los opresores? ¿Los elige como instrumento?

Comprendemos desde ahí el estilo de que­ja que posee la profecía de Habacuc. El pro­feta no se resigna; interpela, cuestiona, pro­testa, se enfrenta a su Dios. Su fe y el cur-

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HABACUC 1

so de la historia lo colocan en una situación dramática. La acción de Dios en la historia se le torna incomprensible.

Precisamente por eso es especialmente re­cio el mensaje del fiel Habacuc. Encuentra la palabra clave en la fidelidad y confianza (Hab 2,4). Fidelidad del justo que responde a la fi­delidad de Dios, real a pesar de las aparien­cias. El Dios que dio pruebas de fidelidad en el pasado es el mismo Dios en quien confía el profeta. El Señor continúa siendo su única fuerza. Se puede decir que Habacuc nos en­seña a esperar contra toda esperanza.

COMENTARIO

1,1-4 Titulo del libro y primera queja: la injusticia. Después del sobrio título (no contiene ninguna datación cronológica, ni alusión alguna al origen familiar del profeta ni a su lugar de procedencia; sólo su desig­nación como profeto), comienza la profecía con el género literario de la queja. El profe­ta interpela a Dios, exigiendo una respues­ta explicativa de la situación. La descripción de la situación es genérica, aunque centra­da en pecados de injusticia interhumana.

Se ha discutido mucho a qué ámbito se re­fiere Habacuc en estos primeros versículos; si está pensando en una situación interna de Judá, donde esta injusticia se da entre los di­ferentes grupos que componen el pueblo; o en las relaciones internacionales de Judá, re­laciones injustas en perjuicio de Judá. Pro­bablemente se refiera el profeta a la situación interna de Judá; la situación que el Señor "le hace ver", para que pueda finalmente com­prender. Pero, en todo caso, es tan apasio­nadamente sentida esta situación histórica que bien puede convertirse en una posición de principio, en criterio general de lectura de toda la historia desde el ángulo profético, aplicable a la realidad local, nacional o in­ternacional.

Al profeta le duelen las injusticias (rapiña, violencia, pleitos y contiendas), pero le due­le aún más la aparente pasividad del Señor

4. El libro

Después del titulo (Hab 1,1), se inicia la profecía de dos quejas que el profeta presenta a su Dios. La primera queja tiene como ob­jeto la injusticia (Hab 1,2-4); la segunda que­ja se fija en la opresión (Hab 1,12-17). A las dos quejas responden dos orcxculos (Hab 1,5-11 y 2,2-19). Siguen cinco maldiciones con­tra el enemigo (Hab 2,6b-19). El libro termi­na con un salmo (Hab 3), descripción de la intervención de Dios, cuya conclusión es una alabanza.

(tú contemplas impasible la opresión). Le pe­sa el silencio de Dios, cuando la situación re­clama su urgente intervención, porque la jus­ticia está pervertida. El hasta cuándo del pro­feta, expresión dolorida de su impaciencia, se refiere fundamentalmente al término del silencio de Dios. Con su queja intenta pro­vocar la intervención divina.

1,5-11 Oráculo: los caldeos, azote de Dios. Primera respuesta desconcertante del Señor (algo que no creeríais si os lo contaran: Hab 1,5). La respuesta del Señor no es un oráculo de consuelo; es una invitación a que el profeta contemple lo que está pasando en la escena internacional: la emergencia de un nuevo imperio conquistador (los caldeos) al que Dios va a utilizar como instrumento de su acción en la historia (yo voy a hacer en vuestros días... pongo en pie de guerra a los caldeos: Hab 1,5-6). Y de ahí surge el des­concierto. El profeta no ahorra detalles en la descripción de la crueldad de este nuevo im­perio invasor. Termina con el poderío de Asi­rla, pero sigue con su misma política de ex­pansión, invasión, deportación y dominio opresor. Si Judá pudo ver en él la posible li­beración del poder asirio o de la amenaza egipcia, no podía dejar de percibir en este nuevo poder emergente el presagio de un de­sastre total. Lo describe el profeta como pue-

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HABACUC 21

blo feroz e incontenible, nación terrible y te­mible, sin más ley ni grandeza que las suyas propias (Hab 1,6-7). Para la descripción de su ejército recurre a la comparación con los ani­males salvajes, destacando la velocidad del leopardo, la ferocidad del lobo, la agilidad del águila (Hab 1,8). Su presencia equivale a la muerte y a la deportación (Hab 1,9). Nadie le puede oponer resistencia: se ríe y burla de los reyes; las plazas fuertes son como un juego para él (Hab 1,10). Hab 1,11 resume la acti­tud de orgullo total: su fuerza es su dios.

1,12-17 Segunda queja: la opresión. No es extraño que la descripción del pueblo es­cogido por Dios como instrumento de casti­go provoque una nueva queja del profeta: ¿cómo es posible que un pueblo cruel e in­justo sea escogido para hacer justicia? Hab 1,12 constata el hecho: por muy escandalo­so que parezca, el Señor Dios, santo e inmor­tal, ha establecido a este pueblo para hacer justicia. Pero en Hab 1,13 el profeta vierte to­do su desconcierto en forma de interrogato­rio al mismo Señor. Si al Señor le resulta in­soportable la opresión, ¿cómo puede ahora servirse de un pueblo opresor para restablecer la justicia? ¿Cómo puede guardar silencio, viendo que el malvado devora al justo? Hab 1,14-17 desarrolla el tema utilizando la ima­gen de la pesca: el conquistador es como un pescador despiadado y sin escrúpulos que, además, satisfecho de su redada, da culto a los instrumentos que le sirvieron para pescar, es decir a los instrumentos de guerra que le sirvieron para someter y oprimir. ¿Hasta cuán­do va a durar esta pesca despiadada?

2,1-4 Oráculo: el justo vivirá por su fi­delidad. En actitud de escucha y vigilancia, Habacuc espera la respuesta. Una respues­ta que va a ser importante; por eso, hay que registrar la visión por escrito, con letra legi­ble. Su cumplimiento habrá que esperarlo para el momento oportuno, pero no fallará. La respuesta se contiene en Hab 2,4, donde se contrapone el destino final del malvado y del justo: muerte y vida. La muerte y fraca­so del malvado serán ampliados en la sec­ción de los cinco "ayes" que siguen; la vida

del justo, fruto de la confianza, lo será en el{ himno final del libro. i

La vida del justo es consecuencia de su fi-j delidad, de la confianza que ha puesto en el i Señor. La versión griega de los LXX tradujo ] "fe" donde el texto hebreo leía "fidelidad",; provocando así un ligero desplazamiento de i acento. De esta versión griega depende Pablo ; en el uso que hace del texto en Rom 1,17 y : Gal 3,11. Una interpretación reductiva de la ; afirmación se dio en la doctrina de la justifi- • cación/salvación por la sola fe. El acento del i texto hebreo, puesto sobre la fidelidad, invi- : ta a pensar en la autenticidad que se mani­fiesta en toda la vida, y no se agota en la con­fesión de los labios.

2,5-20 Cinco maldiciones contra el opre­sor. Tenemos aquí una colección de cinco "ayes", que desarrollan el destino del malvado, introducidos con Hab 2,5-6. No se especifica quién sea el malvado, pero la designación ge­neral de adueñarse de todas las naciones y acaparar todos los pueblos lo relaciona con un imperio invasor sin escrúpulos. Con toda pro­babilidad se refiere a los babilonios. Lo más interesante es la comparación que hace de su codicia con el abismo y la muerte, relacio­nando imaginativamente las fauces del pri­mero con la insaciabilidad de la segunda, dando así a la representación un tono infer­nal y tenebroso.

Las mismas víctimas entonan cinco la­mentos que son irónicamente expresión de alegría por la derrota del enemigo opresor.

1. Primer "ay": contra la codicia arrogante (Hab 2,6b-8). Se acusa el enriquecimiento a costa de los otros. Quien así se enriquece es­tá en permanente deuda con aquellos a quie­nes despojó. Se trata además de un enrique­cimiento violento, no sólo por la sangre hu­mana derramada para enriquecerse, sino por la violencia misma que supone un enrique­cimiento a costa de los otros. El castigo si­gue la lógica de la equivalencia con el peca­do: caer en las garras de los explotados.

2. Segundo "ay": contra la acumulación de riquezas (Hab 2,9-11). Juega con dos signi­ficados de casa: la casa/habitación (el nido que se intenta poner a salvo) y la casa/fa-

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milia/dinastía, que queda deshonrada por las acciones injustas. Intentar poner el pro­pio nido a salvo, llenándolo de ganancias in­justas, equivale a introducir en la misma fa­milia el daño que producirá la ruina. Será la misma casa (sus murallas y sus vigas) la que grite contra el pecado.

3. Tercer "ay": contra la violencia (Hab 2,12-14). No puede resistir una ciudad cuyos ci­mientos son la sangre humana derramada y los crímenes perpetrados. Los bellos edificios no pueden ocultar la sangre y violencia que esconden. Toda esa gloria de falsos funda­mentos es esfuerzo inútil, destinado a la des­trucción por el fuego. Sólo la gloria del Señor llena la tierra como las aguas colman el mar.

4. Cuarto "ay": contra la degradación de la dignidad humana (Hab 2,15-17). Alude el pro­feta a posibles prácticas de los vencedores que, con vino drogado, dejaban disponibles a sus víctimas para toda clase de lascivias hu­millantes. El cumplimiento de la ley del taitón hará de ellos víctimas de la misma vergüen­za; sólo que será Dios mismo quien les haga beber la copa. La segunda parte de este cuar­to "ay" repite el segundo. La violencia contra el Líbano podría interpretarse como defores­tación de estos montes para la construcción de casas; pero quizás podría tratarse mejor de una imagen de la casa real de Judá, compa­rada al Líbano (véase J r 22,6-7.20-23), en cu­yo caso se trataría de los ataques violentos a Jerusalén y, más en concreto, al templo. Si esto es así, las matanzas de animales apun­tarían a la utilización para las propias orgías de los animales destinados a los sacrificios.

5. Quinto "ay": contra la idolatría (Hab 2,18-20). Con una trasposición del versículo 19, anteponiéndolo al 18, se consigue una mejor estructura de este quinto y último "ay", dirigido contra la idolatría. Es ya interesan­te que sea el tema de la idolatría el que cie­rre una colección cuyo tema principal ha si­do la injusticia. La razón religiosa última de la injusticia es que se ha cambiado la gloria del Señor por la del ídolo, que asiste impasi­ble al desarrollo injusto de la vida humana.

El profeta subraya la vaciedad de los ído­los: a pesar de las apariencias (oro y plata), les falta lo esencial, el aliento de vida; a pe­

sar de su magnificencia (escultura artística), no pueden hablar ni comunicar su mensa­je. Tienen una identidad: la mentira y el en­gaño. ¿Cómo es posible que el hombre pon­ga su confianza en el ídolo? Frente a los ído­los presenta la gloriosa aparición de Dios en su templo santo, su morada celeste, ante la que toda la tierra guarda silencio. Contras­te entre la actividad humana, constructora de ídolos y el silencio acogedor de la tierra ante la presencia de Dios que no cabe en templos hechos por manos humanas.

3,1-19 Himno a Dios y canto de con­fianza. Celebración del señorío absoluto de Dios sobre la creación y la historia. Este him­no, con tanto parecido con algunos salmos, sirve al profeta para colocar los desconcer­tantes acontecimientos de los dos primeros capítulos en el contexto más amplio de la in­tervención salvadora de Dios. Estructural y temáticamente el himno está unido, en efec­to, con los capítulos 1 y 2, como parte de la respuesta del Señor a las dos quejas del pro­feta, formuladas con el hasta cuándo (Hab 1,2.12). Es una explicitación del contenido de la confianza y fidelidad del justo, enunciadas en Hab 2,4.

Se pueden distinguir en este himno cua­tro partes, además del título (Hab 3,1). La anotación litúrgica del título, unida a la ano­tación final, después del versículo 19, sugiere una utilización separada de este canto en el culto. La primera parte (Hab 3,2) y la cuar­ta (Hab 3,16-19) desarrollan el tema del mie­do y la salvación, mientras que las partes centrales, la segunda (Hab 3,3-7) y la terce­ra (Hab 3,8-15) describen una teofanía, cu­ya inclusión en el centro de las dos partes an­teriores pone la manifestación majestuosa del Señor al servicio de la salvación.

Miedo y salvación son el tema de Hab 3,2 y Hab 3,16-19, tema que forma una inclusión mayor en la estructura del libro. Oír y ver son verbos de recuerdo y experiencia de la his­toria. Desde esa experiencia pide el profeta una nueva comparecencia de Dios. La ira por los pecados no será obstáculo para una pre­sencia compasiva. A pesar del miedo que in­funde el castigo histórico infligido por el Se-

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ñor, el justo espera tranquilo, porque la an­gustia será para los enemigos. Aunque fallen los mismos ritmos de la naturaleza, hacién­dola estéril y yerma, la confianza gozosa del justo está puesta en Dios Salvador; él da la fuerza y es capaz de abrir un camino impo­sible. Ha desarrollado Habacuc el enunciado de Hab 2,4: el justo vive por su fidelidad. Fi­delidad puesta a prueba, pero no vencida.

La descripción teofánica üene dos partes. En la primera parte (Hab 3,3-7) se describe la apa­rición de Dios y la reacción de la creación, con una equivalencia de elementos: la llegada de Dios desde Teman y el monte Farán {Hab 3,3a) produce el pánico entre los habitantes de toda la región (Cusan y Madián); la ma­jestad y el esplendor de la aparición de Dios en "los cielos y la tierra" produce un efecto tu­multuoso en las montañas y colinas de la tie­

rra y en los "caminos eternos" (las órbitas eternas: sol, luna, estrellas) de los cielos (Hab 3,6b). En el centro (Hab 3,5), la comitiva ma­léfica: peste y fiebre como instrumentos de castigo. La segunda parte de la descripción teofánica (Hab 3,8-15) describe la batalla del guerrero divino con las fuerzas del caos, re-¡ presentado por las aguas turbulentas e in-j controlables, a las que el Señor vence. En Habj 3,12-13 el enemigo cósmico adquiere carac-j teres de enemigo histórico, dándose de n u e ­vo la dialéctica "malvado/inocente". El casti- • go del malvado es duro: naciones machaca- i das, abatida la casa del impío, desnudados! sus cimientos, atravesada con dardos su ca-; beza en el momento trágico en que devora al i pobre. Para el inocente (aquí: "tu pueblo"): sal-; vación. Toda la "salida teofánica" de Dios ha ido dirigida hacia la salvación de su pueblo.

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SOFONIAS

Pedro Jaramillo Riuas

INTRODUCCIÓN

1. El autor

El título del libro de Sofonías (Sof 1,1) ofre­ce casi una genealogía del profeta. En ningún otro caso entre los libros proféticos se men­cionan tantos ascendientes del personaje a quien se atribuye el libro. Si se compara con el libro de Habacuc, cuyo título da sólo el nombre del profeta, no deja de ser sorpren­dente. Se ha querido buscar la explicación de esta larga lista en el nombre de su padre, Cu­sí. Se trata de un nombre etíope, por lo que el amplio apunte genealógico posterior in­tentaría el enraizamiento del profeta en la más clara tradición yahvista, para disipar to­da duda, llegando a establecer su parentes­co con Ezequías que, según algunos, es el Ezequías, rey de Judá. Aparte de esta conje­tura, podemos decir que Sofonías, cuyo nom­bre significa "el Señor esconde", en el senti­do de "el Señor protege", fue un profeta judío que desarrolló su actividad en tiempos del rey Josías (639-609 a. C) .

2. La época

Los comentaristas suelen situar la profe­cía de Sofonías en el tiempo de la minoría de edad del rey Josías (subió al trono a los ocho años), durante la cual un Consejo real go­

bernó Judá. Se fundan en el hecho de que el profeta no nombra nunca al rey reformador, limitándose a hablar de los "nobles y prín­cipes reales" (Sof 1,8), así como tampoco alu­de a la reforma emprendida por el piadoso monarca. Si tomamos en cuenta estas indi­caciones, la época del ministerio profético de , Sofonías hay que situarla al término de la ] que se ha llamado "época de tiniebla espiri- ''• tual", los reinados de Manases (689-642 a. C.) y Amón (642-639 a. C) .

Estamos en el período de dominación asi- :

ria. Cuando Manases sube al trono, el gran imperio estaba en su apogeo, de modo que a Manases no le quedaba elección; todo intento de revuelta hubiera sido una locura. Pero Manases llenó la copa del desatino: en contra de la política de su abuelo Ajaz y de su padre, Ezequías, que incluso había intentado una purificación religiosa, Manases abrió las puer­tas del templo a todo lo que era pagano. El Antiguo Testamento lo presenta como el peor representante de la dinastía davídica. Desde el punto de vista material, el reinado de Ma­nases representó un período de paz y pros­peridad. Durante medio siglo el país se vio li­bre de los horrores de la guerra y conoció un cierto desarrollo económico y cultural. Pero el desarrollo espiritual no corrió parejo. Más aún, para pagar el desarrollo material, Ma-

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SOFONIAS

nasés se ofreció a la importación de todo ti­po de paganismo. Durante su reinado no hay en Judá ninguna voz profética. Desde Isaías y Miqueas (año 700 a. C.) hasta Sofonías (año 630 a. C.) no conocemos el nombre de nin­gún profeta. Tres cuartos de siglo son testi­gos del silencio de Dios, que se va a romper con la palabra de Sofonías.

El corto reinado de Amón siguió las mis­mas huellas que el de Manases, hasta que Amón fue asesinado, y en su lugar fue colo­cado Josías, cuando todavía era un niño. No sabemos a qué edad comenzó a reinar efec­tivamente Josías, ni cuánto duró el período del Consejo real; sí sabemos que desde el ini­cio de su reinado Josías emprendió una pro­funda reforma religiosa, basada en el "Libro de la Ley" descubierto en el templo (2 Re 22,8). Si la actividad de Sofonías tuvo lugar durante la minoría de edad del rey reforma­dor, podemos lógicamente pensar que su predicación tuvo también influencia en el ini­cio del movimiento de reforma. Cuando se descubrió el "Libro de la Ley" (año 622 a. C.) probablemente Sofonías habría ya muerto, pero su predicación profética había ayuda­do a poner los fundamentos de este desper­tar religioso.

3. El mensaje

Sofonías sigue las huellas de la profecía tradicional, con nuevo ardor y colorido. De­nuncia el pecado de la sociedad contempo­ránea, que sintetiza en un pecado radical: el orgullo (Sof 1,16, 2,10; 3,11). De esta raíz nacen la incredulidad (Sof 1,12; 3,2), la fal­

ta de confianza (Sof 3,2), la rebelión (Sof 3,1) y la perfidia (Sof 3,13). Todos estos vicios se concretan en la idolatría y en los pecados so­ciales. Pecados contra Dios y contra el pró­jimo, que hacen la situación insostenible.

Aunque todos son culpables (Sof 3,8), So­fonías no deja de identificar a los verdaderos responsables: en la sociedad civil son los mi­nistros y príncipes (Sof 1,8; 3,3), los jueces (Sof 3,3), los comerciantes (Sof 1,11); y en la sociedad religiosa, los sacerdotes (Sof 3,4b) y los falsos profetas (Sof 3,4a). Sus pecados provocan la irrupción del día del Señor, el día del mayor castigo, el día en que la ira del Se­ñor hará justicia en la tierra.

De este día del Señor escapan sólo los hu­mildes/pobres, los que han sido fieles a la confianza en Dios y a la moral de la alianza. Es el segundo elemento del mensaje de So­fonías. La destrucción da paso a la salvación. Hay un resto de Israel en el que se hará pre­sente el mismo Señor (Sof 3,15.17).

4. El libro

La estructura del libro es sencilla, lo que facilita su lectura. La podemos caracterizar como de ABA', con un apéndice final:

A. Juicio del Señor contra Judá (Sof 1,2-2,3).

B. Juicio del Señor contra las naciones (Sof 2,4-15).

A'. Juicio del Señor contra Judá (Sof 3,1-8).

Conclusión: promesas de salvación (Sof 3,9-20).

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SOFONIAS :

COMENTARIO

1,1 Título. Para el nombre del profeta y sus ascendientes véase lo dicho en la intro­ducción al libro.

1,2-2,3 Juicio del Señor contra Judá. Abre la sección un juicio universal (Sof 1,2-3), que abarca a toda la creación. Es un preludio de las amenazas dirigidas especialmente con­tra Judá. Mensaje profético duro y tenebroso como debía corresponder a la tiniebla espiri­tual provocada por el reinado de Manases y a la opresión política y económica del imperio asirio. Los elementos en juego en estos dos versículos recuerdan en negativo a los pri­meros capítulos del Génesis. Es como si el jui­cio universal provocara una anticreación: la despoblación de la superficie de la tierra.

En Sof 1,4-6 el juicio se concreta en J u ­dá y Jerusalén. Allí donde debía realizarse el verdadero culto al Señor, se ha instalado el culto a Baal. Para que la situación cambie es preciso eliminar todo tipo de baalismo; eli­minación que llegará hasta la eliminación del mismo nombre (nombre=idenüdad) de los fie­les y sacerdotes del falso dios. Pero no ha si­do sólo Baal, el dios de los cananeos, quien se ha instalado en Judá, también lo han he­cho los astros del cielo, divinidades asirías. El pueblo ha caído en el sincretismo: al tiempo que al Señor, adoran a Milcón, dios de los amonitas. Esto significa olvidar y abandonar realmente al Señor. También estos falsos dio­ses y sus fieles serán eliminados.

La invitación al silencio (Sof 1,7) es prepa­ración para la aparición del Señor. Se acerca el día en que el Señor va a juzgar. Lo hace preparando un sacrificio y purificando a los invitados. El festín solemne, en otros tiempos contexto para la renovación de la alianza, se convierte ahora en contexto para el juicio por los pecados del pueblo. Sof 1,8-9 enumera pe­cadores y pecados: los ministros y los prínci­pes; los cortesanos aduladores. Su pecado: han introducido las costumbres extranjeras; más aún, han llenado la casa del Señor de

violencia y fraude. El día del Señor será día de gritos y gemidos por todas partes de la ciudad (Sof 1,10). Gritan y gimen no por sus pecados, sino porque han sido eliminados los comer­ciantes y con ellos sus pingües ganancias (Sof 1,11).

Sof 1,12-13 presenta una inspección ge-i neral y minuciosa (linterna en mano) de laj ciudad, hecha por el Señor. La inspección daj como conclusión la necesidad de castigo. Es¡ castigado el pecado de confianza en la propial maldad, unida a una ignorancia displicente; de la actividad del Señor (no hace ni bien ni\ mal). Ignorancia de la acción de Dios en la' historia. El castigo, como es frecuente en los \ profetas, tendrá que ver con las riquezas, ca­sas y campos: lo ya existente será saqueado y abatido; lo que pueda tener existencia en el futuro, no podrán disfrutarlo.

Sof 1,14-18 contiene la célebre descrip- ; ción que hace el profeta del día del Señor, el i dies irae. El día, ya cercano, será terrible. La i destrucción alcanzará a la naturaleza, a las ¡ edificaciones y al mismo hombre, responsa- j ble de todo (pecaron contra el Señor). Deso- ; lación externa y angustia interior. Naturaleza j y hombre irremediablemente sentenciados, i Porque ni su plata ni su oro podrán salvar­los. Cuando se enciende la ira del Señor, su fuego devora por completo toda la tierra y sus habitantes. No hay escapatoria. La sen­tencia condenatoria está dada.

Sof 2,1-3 termina la sección, distinguien­do dos tipos de pueblo: el pueblo desvergon­zado, que va a sufrir el día del Señor como ca­tástrofe; y el pueblo humilde y sencillo para el que todavía queda una esperanza, la es­peranza de los pobres que cumplen sus man­datos. Buscando la justicia y la humildad, po­drán tener refugio en el Señor el día de su ira.

2,4-15 Juicio del Señor contra las na­ciones. La serie de amenazas y castigos con­tra las naciones vecinas Üene como finalidad servir de escarmiento a Judá. En esto se di-

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ferencian estos oráculos contra las naciones y los del capítulo primero de Amos. Las na­ciones amenazadas engloban los cuatro pun­tos cardinales: occidente (filisteos); oriente (Moab y Amón); sur (Etiopía); norte (Asiria).

Sof 2,4-7 se ocupa de Filistea, nombrando sus cuatro ciudades más importantes (la omi­sión de Gat puede deberse a que en el tiem­po de Sofonías hubiese ya sido anexionada a Judá) y haciendo alusión a su antigua patria: Creta (cereteos). Su castigo: la devastación to­tal de tierra, edificios y habitantes. La alusión a la transformación de sus tierras costeras en pastizal para el pastoreo de los ganados de Judá podría indicar el cambio de la agricul­tura en ganadería como cambio de estilo de vida; el profeta apostaría por el ideal de la vi­da nómada como mejor estilo para la vivencia religiosa. Se anuncia también el cambio de suerte para el resto de Judá.

Sof 2,8-11 está dedicado a Moab y Amón. Descendientes de Lot (véase Gn 19), eran pa­rientes próximos de Israel, pero Israel sentía hacia ellos una implacable enemistad. Sofo­nías recuerda los insultos de Moab y Amón contra Israel y su engrandecimiento a costa de los territorios de éste. El castigo les hará compartir la suerte de Sodoma y Gomorra: desolación perpetua de sus territorios, re­ducidos a campos de ortigas y montones de sal. Esta será la paga de su orgullo. La arro­gancia de Moab se había hecho proverbial (véase Is 16,6; J r 48,29). La conclusión de Sof 2,11 es de carácter general, con el enuncia­do de la eliminación de la idolatría en toda la tierra.

Sof 2,12 contiene la amenaza contra Etio­pía, detrás de la cual hay que pensar en Egip­to. Haciendo pareja con Asiria, sería traída por el profeta no sólo para contar con un re­presentante del sur, sino por el parentesco "espiritual" con Asiria en su constante opre­sión sobre Israel. Sofonías anuncia su fin con una fórmula genérica: ser traspasados por la espada del Señor.

Terminan las amenazas con las dirigidas contra el gran enemigo: Asiria (Sof 2,13-15) que todavía en tiempos de Josías era la gran potencia dominadora. Su capital, Nínive, es signo de seguridad orgullosa: yo y nadie más

que yo. A este imperio y a esta capital, en momentos de soberbio esplendor, se anun­cia la ruina y la desolación como castigo. La gran capital será guarida de bestias y el haz­merreír de los viandantes.

3,1-8 Juicio del Señor contra Judá. De ciudad a ciudad; de Nínive a Jerusalén. De la ciudad "alegre y confiada" a la ciudad rebelde, impura y opresora. Jerusalén no escapa de la amenaza del profeta. Como lo hiciera Amos, y con el mismo efecto sorpresa, denunciando los pecados de Israel después de haber denun­ciado los de las naciones, así lo hace ahora So­fonías con Jerusalén. Y, en ambos casos, su­brayando los agravantes. El profeta ve la ciu­dad como un cúmulo de maldad; no hay más justo que el Señor (Sof 3,5). A una acusación general a toda la ciudad de falta de confianza en el Señor (Sof 3,2), sigue una identificación de los verdaderos responsables del pecado: los jefes y los jueces, que son acusados de vora­cidad (imágenes del león rugiente y del lobo vo­raz); los profetas, acusados de fanfarronería y mentira; los sacerdotes, acusados de violación de la ley. Ni siquiera el castigo de las naciones les sirvió de escarmiento; continuaron come­tiendo toda clase de maldades (Sof 3,6-7). Por eso, también Jerusalén será incluida en la reunión de todas las naciones sobre las que el Señor derrama su ira.

3,9-20 Promesas de salvación. De re­pente, como quien ya no las espera, llegan las promesas de salvación. Incluso hay autores que piensan en un añadido redaccional; pa­ra ello se apoyan en la fórmula entonces del comienzo, que delataría una mano posterior. De todos modos, parece tradicional en la pre­dicación profética abrir al final un resquicio a la esperanza. La fidelidad de Dios es más grande que la infidelidad de los hombres.

La promesa es primero universal, para concretarse después en Jerusalén. A todos los pueblos se prometen labios puros para que puedan invocar debidamente al Señor sirviéndole todos juntos en una actitud soli­daria y fraternal. Visión universal del ofreci­miento de salvación. Desde Sof 3,11 la pro­mesa se concreta en Jerusalén. Habrá una

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purificación, sugerida ya con la realidad del resto, y enunciada explícitamente con la ex­tirpación de los causantes de la maldad: los arrogantes fanfarrones. El Resto que queda­rá será el pueblo pobre y humilde que, en con­traste con la arrogancia y engreimiento de los primeros, busca su refugio en el Señor. Pue­blo sin iniquidad ni mentiras, pueblo sin fal­sedad. Pueblo llamado a la paz: se alimenta­rán y reposarán, sin que nadie los inquiete.

Una invitación intensa a la alegría y al jú­bilo, entreviendo el cumplimiento de la pro­mesa, cierra el libro de Sofonías. Jerusalén,

representante de todo el pueblo, tiene que! cambiar los gritos de llanto en gritos de fies-j ta. Ya no hay temor. Todas son razones pa- \ ra el gozo: vencidos los enemigos, Dios es el i único rey de Israel; en medio de Jerusalén ] está Dios Salvador, renovándola desde den- i tro con su amor. Al oprobio y la vergüenza suceden el honor y la fama. A la dispersión, la reunión definitiva realizada por el pastor que con cuidado especial se preocupa de las ovejas débiles. Los propios ojos del pueblo son testigos del cambio realizado por el Se­ñor.

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AGEO

Pedro Jaramülo Rivas

INTRODUCCIÓN

1. El autor

Como sucede con la mayoría de los profe­tas, apenas sabemos algo del personaje Ageo. Nada de sus orígenes familiares, de su edad (algunos, basándose en Ag 2,3, piensan que en el año 520 a. C. era ya de edad avanzada), de su carácter, o de otros detalles personales. En el impulso que dio a la reconstrucción del templo, se reveló como un hombre eminen­temente práctico. Ageo es nombrado dos ve­ces en el libro de Esdras, junto con su con­temporáneo Zacarías (Esd 5,1; 6,14). Las dos veces en el contexto de la reconstrucción del templo del Señor en Jerusalén. Pero no hay ninguna mención recíproca, ni de Ageo en Zacarías, ni de Zacarías en Ageo. Algunos han interpretado este hecho como indicio de algún tipo de rivalidad entre ellos o sus dis­cípulos. El ministerio de Zacarías fue más largo y eclipsó al de Ageo.

La raíz hebrea de su nombre puede incluir un significado de "danza" o "peregrinación", por lo que algunos han pensado que el he­cho de llamarse así se debería a que nació durante alguna de las grandes fiestas is­raelitas. ¿Habría también en este nombre un indicio de su pertenencia a la clase sacer­dotal? La única vez que los sacerdotes son nombrados en su profecía es en Ag 2,11,

donde el profeta pide que sean los sacerdo­tes los que diriman una determinada cues­tión. Pero este remitir a los sacerdotes indi­caría más bien que él no era uno de ellos.

Si Ageo fue uno de los jóvenes desterrados en el año 587 a. C , podemos decir que en el tiempo de su ministerio profético (año 520 a. C.) era ya de edad avanzada. Pero no sa­bemos si el profeta estuvo o no en el destie­rro. Lo único que podemos decir es que Ageo conocía bien las condiciones del país tal co­mo se daban alrededor del año 520 a. C , y que las utilizó de manera convincente en su profecía.

2. La época

Si del personaje sabemos poco, conoce­mos, sin embargo, la fecha exacta de su mi­nisterio profético: de agosto a diciembre del año 520 a. C. Lo que nos da la posibilidad de conocer con exactitud las circunstancias his­tóricas desde y para las que escribió. Hay que tener en cuenta, no obstante, que Ageo hace abstracción de la política internacional, para centrarse en un episodio concreto, que afectaba particularmente a su pueblo: la re­construcción del templo y la restauración de la dinastía davídica. Su profecía tiene lugar en el segundo año del reinado de Darío (521-

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AGEO

486 a. C) . La subida de Darío al trono y sus primeros años de reinado conocieron una si­tuación de convulsión. Después de la muer­te de Cambises (año 522 a. C.) se desataron violentos conflictos internos en el imperio persa. Cambises, hijo y sucesor de Ciro, mu­rió en Palestina, de vuelta de una campaña contra Egipto. Otro hijo de Ciro, Bardía, fue asesinado, y fue Darío quien aseguró la su­cesión. Los dos primeros años de su reinado tuvo que dedicarlos a reprimir violentamen­te todo tipo de revueltas. No hay que olvidar esta situación de inestabilidad que creó en Jerusalén una cierta tensión, aprovechada por Ageo para despertar en la comunidad la espera de una intervención de Dios que hi­ciera temblar a las naciones (Ag 2,7), des­truyendo el poder de los reinos paganos (Ag 2,2 lss), con la consiguiente liberación plena de Judá.

En la cuestión de la repatriación, Darío si­guió la misma política tolerante de Ciro. Sin embargo, los repatriados se encontraban en una situación anímica diferente, perdidos ya los entusiasmos iniciales. Después de un primer intento de reconstrucción del templo en el año 537 a. C. (Esd 3,7-12), los repa­triados se encontraban ahora desalentados y habían abandonado los trabajos. La po­breza de medios y la hostilidad de los sa-maritanos fueron las causas principales de este abandono. Los repatriados abandona­ron la reconstrucción del templo y se dedi­caron a sus propias casas y campos.

3. El mensaje

Los temas del libro de Ageo son excepcio-nalmente claros: la reconstrucción del tem­plo, la restauración de la dinastía davídica y la irrupción de la era escatológica. El profe­ta, hombre eminentemente práctico, intenta interpretar los signos de los tiempos para es­timular la tarea de reconstrucción: la pobre­za y las malas cosechas son el resultado del letargo espiritual en que han caído los repa­triados. Es preciso renovar el interés religio­so y poner de nuevo manos a la obra en la re­

construcción de un templo que sea digno del Señor. De esta manera, las bendiciones se multiplicarán y podrá alborear el tiempo de la salvación definitiva. El debilitamiento de las naciones (situación de revueltas y con­flictos internos en el imperio persa) es ya un presagio del día del Señor (Ag 2,21-22). Re­viven así las esperanzas mesiánicas, centra­das en Zorobabel.

Todavía había nuevos motivos de desáni­mo: el nuevo templo no parecía una conti­nuación del glorioso templo de Salomón. Ageo estimula el trabajo, convencido de que en es­te segundo templo se realizará la venida es­catológica del Señor. Será la morada perma­nente del Señor, lugar de la efusión del espí­ritu y de un culto purificado. Las naciones traerán a él todas sus riquezas. A él descen­derá la gloria del Señor, y en él Dios otorga­rá su paz.

4. El libro

Como sucede con la mayoría de los pro­fetas, el texto escrito de la profecía de Ageo es obra de alguno de sus discípulos que dio forma a los oráculos del profeta. Discuten los autores si son cuatro o cinco los oráculos re­cogidos en este brevísimo libro (el más pe­queño después de Abdías).

Para la facilitación de su lectura, podemos dividir el libro en las siguientes secciones:

1. Reconstrucción del templo (Ag 1,1-15): - Exhortación a Zorobabel y a Josué pa­

ra que lleven a cabo la reconstrucción (Ag 1,1-11).

- Respuesta de Zorobabel, de Josué y del pueblo a la exhortación del pro­feta (Ag 1,12-15).

2. La gloria del segundo templo (Ag 2,10-19): profecía dirigida a los dos jefes y al pueblo.

3. Sin la obediencia todo es impuro (Ag 2,10-19): los sacrificios impuros son la causa de la escasez de cosechas y fru­tos; si hay cambio, habrá bendiciones.

4. Promesas a Zorobabel (Ag 2,20-23).

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AGE0 2

COMENTARIO

1,1-15 La reconstrucción del templo. El primer oráculo, exactamente fechado (29 de agosto del 520 a. C.) está dirigido a Zoroba-bel y a Josué, dirigentes político y religioso respectivamente en este primer período pos-texílico. Tanto Zorobabel como Josué ase­guran la continuidad del gobierno sobre Ju-dá, estableciendo un puente con el período preexílico: Zorobabel era nieto de Jeconías, el rey destronado y rehabilitado en Babilo­nia; y Josué era de familia sacerdotal. Am­bos habían sido confirmados en sus cargos por el emperador persa y gozaban de una cierta libertad de movimientos.

La situación de los repatriados que refleja el texto es de desaliento y desánimo. Esta si­tuación tiene una influencia negativa en la re­construcción del templo. Por el libro de Es-dras sabemos que otra causa, quizás más im­portante, era la oposición de los samaritanos y de otros pueblos vecinos. La lectura de los primeros capítulos de Esdras es una buena ayuda para entender mejor la situación.

La tesis del pueblo es que aún no ha lle­gado el momento de la reconstrucción del templo. Cuando lleguen los días de prospe­ridad, entonces habrá llegado el momento de dedicarse a la reconstrucción de la casa del Señor. Ageo invierte el argumento: no hay días de prosperidad, sino de sequía y cares­tía, porque el templo no ha sido reconstrui­do. Por eso, el momento ha llegado. La si­tuación de pobreza se debe a que mi casa es­tá aún en ruinas, mientras que cada uno de vosotros se preocupa de la suya.

La exhortación del profeta da resultado y el pueblo se pone a trabajar, confortado con el mensaje del Señor, transmitido por el pro­feta: yo estoy con vosotros.

Comparada con la misión de los grandes profetas, la de Ageo puede parecer pequeña y centrada precisamente en lo que en sus más significados predecesores había sido objeto de duras críticas: el templo. Habría, sin embar­go, que tener en cuenta lo que suponía en

aquel momento la reconstrucción del templo: llamada a una causa común, por encima de las causas particulares, en una situación de reconstrucción de la comunidad postexílica.

2,1-9 La gloria del templo. Nueva fecha para el nuevo oráculo: el 17 de octubre del año 520 a. C. En comparación con el templo primitivo, destruido hacía ya casi 70 años, la nueva obra debía parecer irrisoria, sobre to­do a los ancianos que recordaban, sin duda, el esplendor del antiguo santuario. Ageo tie­ne que intervenir con un nuevo oráculo de aliento. La promesa de Ageo intenta infundir ánimo: será el Señor quien llene de gloria es­ta obra que parece insignificante. El funda­mento para continuar la obra es el mismo: la presencia del Señor y de su espíritu en me­dio de ellos, ya que siguen en pie los términos de ¡a alianza. Desde esa convicción, son in­vitados a dejar aparte todo tipo de miedo. El poder del Señor se va a revelar también en re­lación con la naturaleza y en contra de todas las naciones. Su acción hará que todas acu­dan a este templo, cuya reconstrucción no puede aplazarse. El segundo templo tendrá más gloria que el primero y será lugar de irra­diación de la paz.

2,10-19 Sin la obediencia todo es im­puro. Nuevo retroceso; nuevo desánimo. No ha llegado la conmoción de las naciones; no han mejorado las cosechas. La consulta a los sacerdotes, encargados de interpretar la ley, que habla de la contaminación producida por el contacto de un cadáver, se aplica a la si­tuación del pueblo: la negligencia en la re­construcción del templo es una mancha que contamina toda su actividad. Cuando esa mancha se quitó, y pusieron manos a la obra, hubo bendición. Para que ésta continúe ha­brá que seguir trabajando.

2,20-23 Promesas a Zorobabel. Orácu­lo dirigido directamente a Zorobabel. Tan-

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to este oráculo como el de Ag 2,3-9 intro­ducen con un temblor de tierra el futuro glorioso anunciado. Ambos oráculos tienen u n talante universalista. Ambos ofrecen puntos de vista similares a los de Ezequiel y sus discípulos sobre el futuro restaura­do: la gloria de Dios en el templo nuevo y el gobierno de un nuevo David (Ez 20,40;

43,1-5). En Ageo este gobernante se per­sonaliza en Zorobabel. El oráculo emplea el vocabulario mesiánico tradicional (tomar, elegir, sello). Zorobabel, descendiente de Da­vid, representa en estos momentos de cri­sis la esperanza mesiánica del pueblo. El profeta ve en él al restaurador de la dinas­tía davídica.

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ZACARÍAS

Pedro Jaramülo Rivas

INTRODUCCIÓN

Bajo el nombre de Zacarías nos transmite la Biblia un libro profético de catorce capítu­los. Puede decirse, sin embargo, que la críti­ca hoy es unánime en un punto: la diferencia entre los ocho primeros capítulos y los res­tantes es tan grande en situaciones, estilo, vo­cabulario y temática, que debemos hablar de dos libros en uno. Por no conocer el nombre del autor del segundo libro {capítulos 9-14) se le conoce como Segundo Zacarías.

El Primer Zacarías (Zac 1-8)

El autor. Zacarías fue contemporáneo del profeta Ageo. Su ministerio comenzó dos me­ses después que el de Ageo y se prolongó du­rante dos años más; en concreto, duró des­de octubre del año 520 a. C. hasta noviem­bre del año 518 a. C. Zacarías, presentado en el título de su obra (Zac 1,1) como profeta, era hijo de Baraquías y nieto de Ido. Su nom­bre significa en hebreo el Señor recuerda. Pe­ro, como suele suceder, aparte de estos da­tos generales, conocemos pocos detalles acer­ca de su personalidad de profeta. Sí podemos decir que en Zacarías converge la doble línea del sacerdocio y del profetismo, como había ocurrido ya en los orígenes familiares de Jere­mías, descendiente de la familia sacerdotal de Anatot (Jr 1,1), o con Ezequiel, sacerdote y

profeta (Ez 1,3). Los rasgos sacerdotales de Zacarías se descubren en su preocupación por la pureza del templo (Zac 5,1-4.5-11) y del sumo sacerdote (Zac 3) y también en la colocación del santuario como centro del cum­plimiento mesiánico (Zac 1,16; 4,9; 6,12-13). Sin embargo, en Zac 1-8 dominan los rasgos proféticos sobre los sacerdotales: su coloca­ción entre los doce profetas menores; sus discursos proféticos, especialmente el del ca­pítulo 7; la estrecha unión con los grandes profetas anteriores (Zac 1,4-6; 7,7.12; 8,9). Zacarías, mucho más que Ageo, incorpora a su predicación motivos proféticos tradicio­nales e instrumentos propios del profeta pa­ra comunicar la palabra del Señor: los sue­ños y las visiones. Zacarías sigue las huellas de los profetas del Sur, especialmente de Eze­quiel, que centran la renovación postexílica del pueblo en torno al templo de Jerusalén.

La época. Es la misma que la del profeta Ageo. Darío, emperador de Asina, ha someti­do ya a sus rivales y ha sofocado las revuel­tas que se dieron con ocasión de su ascensión al trono. La esperanza de un futuro glorioso -el Señor hará temblar cielos y tierra- per­manece viva en Ageo (Ag 2,6.21) y parece año­rarse en Zacarías (Zac 1,11). Sin embargo, al no materializarse de inmediato el mesianismo

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ZACARÍAS

anunciado por Ageo, esta esperanza mesiá-nica cobra en Zacarías tendencias de cum­plimiento a más largo plazo; se cumplirán las expectativas mesiánicas cuando se haya rea­lizado la purificación del templo y del sacer­docio. El tema de la reconstrucción del tem­plo le preocupa, como a su contemporáneo Ageo (véase Esd 4,1; 6,14), pero en Zacarías es preponderante el tema de la restauración escatológica. Comparada con la irrupción es-catológica, la reconstrucción del templo pasa a segundo término.

Nos remitimos a la introducción de Ageo para una descripción de la época, que es la misma. Las preocupaciones son idénticas: la reconstrucción de la comunidad postexílica en torno a la reconstrucción del templo y el mantenimiento de una fuerte tensión interior en espera de que irrumpa la era escatológica.

El mensaje. El mensaje de Zacarías 1-8 gira en torno a dos grandes preocupaciones: el templo/culto y la era escatológica.

Cuando hablamos de los profetas y del templo/culto, evocamos casi siempre la de­nuncia de estas instituciones. Sin embargo, la palabra de Zacarías, al igual que la de Ageo, intenta promover su reconstrucción. ¿Ha ol­vidado Zacarías la tradición profética que de­nunciaba el templo y su culto vacío? Para responder a esta pregunta, hay que tener en cuenta, en primer lugar, la probable ascen­dencia sacerdotal del profeta, y también las circunstancias que reclaman esta recons­trucción: los que volvían del destierro nece­sitaban con urgencia una identidad; estaban compenetrados con el espíritu sacerdotal de Ezequiel y no podían renunciar a la recons­trucción del templo sin hacer peligrar su fe y esperanza. Al igual que Ageo, Zacarías per­cibió la situación con hondura y miró hacia el nuevo templo, pensando en la construc­ción del nuevo pueblo.

La segunda gran preocupación de Zacarías tiene que ver con la escatología. Tiempo de es­peranza, de tensión y de futuro, desde la se­guridad de la intervención definitiva de Dios, Para expresar todo esto el profeta echa mano del lenguaje apocalíptico que, a veces, nos puede resultar desconcertante. Pero a través

de este tipo de lenguaje, con una extraordi­naria abundancia de visiones, intenta des­cribir el nuevo mundo futuro, la restauración gloriosa de Jerusalén, gobernada por Josué y Zorobabel. Con el Señor presente en ella, la ciudad quedará abierta a todos los que dese­en visitarla, no sólo a los judíos.

No nos resultarían tan extrañas estas dos preocupaciones si descubrimos también al Zacarías que mira al presente: el momento histórico exige no sólo construcción, sino también conversión, con el subrayado de sus aspectos éücos (Zac 7,9-10; 8,16-17). El cul­to por sí solo no basta (Zac 7,4-7).

El libro. La estructura del Primer Zaca­rías es sencilla. A una introducción, invita­ción apremiante a la conversión (Zac 1,1-6), siguen ocho visiones (Zac 1,7-6,15), que son la parte central del libro; para concluir con una colección de oráculos (Zac 7-8) sobre el ayuno y las promesas mesiánicas. Este es­quema claro se ve en ocasiones perturbado por añadidos de los discípulos de Zacarías y de los redactores finales del libro.

El Segundo Zacarías (Zac 9-14)

Damos este nombre al autor de la segunda parte del libro (Zac 9-14). Es cierto que exis­ten puntos de contacto con el Primer Zacarías (Zac 1-8); sin embargo, ambos libros son di­ferentes en el vocabulario y en las preocu­paciones y situación que reflejan.

¿En qué época se escribió esta segunda parte? Las hipótesis se diversifican: desde quienes defienden el tiempo preexílico, has­ta quienes la colocan en el s. II a. C , adu­ciendo referencias históricas que el mismo li­bro ofrece. La opinión más acertada es la que coloca estos oráculos a finales del siglo IV o principios del siglo III a. C , por la referencia concreta al apogeo y caída de la potencia gre­co-macedónica (Zac 9,1-11,3). Por otra par­te, estos capítulos reflejan disensiones cre­cientes que coinciden con la situación de la comunidad postexílica.

En esta obra del Segundo Zacarías, que in­corpora con maestría motivos tradicionales de la profecía, se pueden distinguir dos partes.

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ZACARÍAS 1

Son tan claramente diferentes que algunos autores han hablado de un Tercer Zacarías para la última parte (Zac 12,1-14,3). Ambas partes, sin embargo, están dominadas por la descripción del acontecimiento mesiánico y por la descripción del mismo mesías, pre­sentado como rey, como pastor o como sier­vo del Señor en la figura del traspasado. Es­tas dos partes, sin embargo, estructuran de

COMENTARIO

PRIMER ZACARÍAS

1,1-6 Invitación a la conversión. Es una introducción a todo el libro, centrada en el te­ma de la conversión, con el verbo típico pa­ra este tema, el verbo volver. No basta con la vuelta del destierro. Es preciso volverse al Se­ñor, porque lo definitivo aún no ha llegado. Zacarías se inserta así en la gran tradición profética del pasado, e interpreta su misión en la línea de los profetas que le precedieron: provocar la conversión del pueblo. La mira­da al pasado sirve para aprender la lección. A la predicación profética los israelitas opu­sieron resistencia; entonces el Señor los cas­tigó y ellos finalmente se convirtieron, des­pués de experimentar la ira del Señor. Zaca­rías quiere evitar este proceso trabajoso de conversión a los que han vuelto del exilio, in­vitándolos a orientar sus vidas hacia Dios co­mo respuesta inmediata a su predicación profética, ahorrándoles el tener que pasar de nuevo por el castigo.

1. Libro de las visiones (1,7-6,15)

Esta colección de ocho visiones compone la parte central del Primer Zacarías. En la predicación profética es frecuente el recur­so a este modelo de transmisión del mensa­je, tanto que el mismo profeta es llamado vi­dente. Ya se trate de sueños sobrenatural-mente inducidos por el Señor, o de simples

una manera definida el Segundo Zacarías. Son las siguientes:

1. Zac 9,1-11,17: anuncio de la interven­ción definitiva de Dios.

2. Zac 12,1-14,21: salvación y gloria fu­tura de Jerusalén.

El fuerte acento mesiánico del libro ex­plica el uso abundante que hacen de él los autores del Nuevo Testamento.

formas literarias, o, probablemente, de una combinación de ambos, lo importante es que son medios de comunicación de la palabra del Señor para un determinado momento de la historia de Israel y para todos los mo­mentos de la historia creyente. Hay que ser, sin embargo, sobrios intérpretes de las mis­mas, sobre todo, en casos como el de Zaca­rías, cuando el desarrollo visionario nos po­ne ya más cerca de la narración apocalípti­ca que de la profética (véase Dn 7-12).

Las ocho visiones pretenden infundir áni­mo al pueblo. Apuntan todas a la restaura­ción, fijándose en las distintas realidades, instituciones y personajes: habrá purificación y repoblación de la tierra y de la ciudad, re­construcción del templo, consagración del sumo sacerdote, coronación del rey, acredi­tación del profeta, convivencia pacífica del pueblo. Todas las visiones se desarrollan li­terariamente con un esquema parecido: des­cripción de la visión, pregunta del profeta, in­terpretación de la visión hecha por un ángel.

El futuro entrevisto por el profeta en estas visiones es de tal hondura que las realidades históricas que presagian quedan abiertas a un cumplimiento mayor y mejor a través de realidades más grandes.

1,7-17 Primera visión: Los jinetes. Pri­mera visión "nocturna" y primer movimiento hacia la restauración de Jerusalén. El conte­nido de la visión es una inspección de la tie­rra y la constatación de que se halla en cal­ma. La inspección la hacen jinetes mandados por uno que monta un caballo rojo y se en-

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ZACARÍAS 2

cuentra entre los mirtos de la hondonada. El ángel interpreta e interviene en favor de Je­rusalén y de Judá. La calma de la tierra es in­terpretada negativamente para Judá. Darío, rey de Asiria, ha conseguido la estabilización política de su reino, amenazada en los pri­meros años de su reinado, y no se ha dado aquella sacudida de los cielos y la tierra, pre-dicha por Ageo (Ag 2,6-9), que significaría u n nuevo esplendor para el templo de Jerusa­lén. Se trata de una calma que no cumple las promesas. Por eso, la palabra del Señor por medio de su ángel (la mediación del án­gel subraya la trascendencia de Dios) se ha de convertir en palabra de consuelo y de áni­mo, estimulando la mirada al futuro: los re­patriados han de estar seguros, ante todo, del amor del Señor por Jerusalén, contrapuesto a la ira que siente por las naciones; éstas se aprovecharon de su condición de instrumen­tos de castigo en manos de Dios. El futuro es­tá asegurado. Vence la compasión de Dios y habrá reconstrucción del templo y de la ciu­dad. Será como una nueva elección de Jeru­salén.

2,1-4 Segunda visión: Los cuernos y los herreros. Segunda visión: los cuatro cuer­nos y los herreros. La visión se desarrolla en dos tiempos: primero, los cuatro cuernos y su interpretación; después, los herreros y su interpretación. De nuevo el ángel interviene como intérprete.

Los cuernos simbolizan las naciones. Ori­ginariamente referidos a los cuernos de ani­males poderosos, los cuernos pasaron en la tradición bíblica a ser símbolo de fuerza y poderío. El símbolo se hace tan rico que los cuernos se separan de los animales a quie­nes pertenecen. El número cuatro puede significar la universalidad del poderío del imperio dominante, o bien la sucesión de imperios dominantes en la historia de Israel. En todo caso, significan una situación de dominio que Dios se dispone a romper. Cua­tro herreros han venido a hacerlos temblar. Se va a acabar la situación de calma injus­ta descrita en la primera visión. Se acaba el dominio que las naciones ejercieron contra Judá.

2,5-9 Tercera visión: El cordel para me­dir. Tercera visión: la medición de Jerusalén. Las dos primeras visiones se referían a las po­tencias extranjeras; la tercera se centra en la ciudad. La visión no se concentra en la acción del mozo que, cordel en mano, intenta medu­la ciudad, sino en la orden que el segundo án­gel da para que desista de su acción. La Je­rusalén postexflica prometida, Jerusalén de espléndidas murallas y con población des­bordante (véase Is 49,16-19; 54,2.12) era, en tiempos de Zacarías, una ciudad a medio construir y con población escasa. Decepción y desánimo por promesas incumplidas. Visión de futuro: no hay que medir a Jerualén, por­que será ciudad abierta para hombres y ga­nado; no habrá que rehacer su muralla, por­que su defensa será el fuego de la gloria del Señor, como lo había sido la columna de fue­go para el Israel del Éxodo (véase Ex 13,21-22; Dt 1,33). Jerusalén, abierta para acoger a todos sus hijos, estará protegida por la pre­sencia del Señor.

2,10-17 Llamada a los exiliados. Se in­terrumpe el ritmo de las visiones para in­sertar este himno de gozo y alegría que cele­bra la liberación de Jerusalén. Al castigo de las naciones que oprimieron al pueblo de Dios sucede el júbilo de la liberación de los oprimidos. El movimiento lo pone en marcha la predüección de Dios por su pueblo. De ex­traordinaria ternura podemos calificar el fi­nal del versículo 12: el que os toca a vosotros toca la niña de mis ojos. El destierro había si­do castigo medicinal; por eso, el mismo Dios que los dispersó estimula ahora la huida (¡hu­ye de Babilonia! Véase Is 48,20; 52,11) y de­creta el castigo de los opresores.

El motivo de la alegría de Sión será la pre­sencia salvadora del Señor en medio de ella. El pueblo será numeroso, porque no sólo vol­verán los desterrados, sino que muchas na­ciones se harán también pueblo de Dios. Se­rá una nueva elección de Jerusalén y J u d á volverá a ser la heredad del Señor.

La conclusión del versículo 17, imponien­do silencio a todo viviente ante la presencia del Señor, está tomada del ámbito litúrgico del templo, pero su utilización en este con-

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ZACARÍAS 4

texto nos lleva a pensar en la venida del Se­ñor desde su morada celeste para hacer po­sible el contenido de la promesa.

La perspectiva universalista, el mensaje consolador y el tono de alegría recuerdan los oráculos del Segundo Isaías (Is 40-55).

3,1-10 Cuarta visión: Investidura del sumo sacerdote. Retoma el ritmo de las vi­siones, describiendo la cuarta que tiene co­mo tema la investidura del sumo sacerdote. El texto contiene la descripción de la visión (Zac 3,1-5) y su explicación con una exhor­tación (Zac 3,6-10).

La escena que ve Zacarías es descrita co­mo una reunión del consejo divino, presidi­da por el mensajero de Dios, con un desa­rrollo a manera de juicio. El acusador es Sa­tán. No aparece el contenido de la acusación contra Josué, sumo sacerdote; debía tratarse de algún hecho conocido que lo hiciera in­digno de ostentar el sumo sacerdocio. El án­gel manda callar a Satán. El sumo sacerdote ha escapado de la prueba, aunque haya si­do como tizón sacado del fuego. Y está ahí, delante, con las ropas sucias. Las ropas su­cias y limpias juegan un papel importante como símbolo de las dos situaciones: antes y después de la purificación de su pecado. Las vestiduras, especialmente las de la gen­te importante como el rey o el sumo sacer­dote, tenían en Israel un fuerte valor simbó­lico y eran identificables con la persona y su oficio (véase 1 Sm 18,3-4; 24,4-5). El turbante limpia en la cabeza del sumo sacerdote es también símbolo de su reinstalación de una manera nueva: limpieza ritual que corta to­da posibilidad de contagio de mal desde el sumo sacerdote a la comunidad.

En la explicación exhortativa de la visión se da al sumo sacerdote la posibilidad de formar parte del consejo divino, con una condición: seguir los caminos/guardar los mandamien­tos del Señor, como resumen de rectitud mo­ral (Dt 8,6; 10,12-13) y ritual (Nm 3). Un con­sejo divino así formado no es, sin embargo, una realidad definitiva. Es presagio y símbo­lo del Germen que el Señor va a suscitar. En la realización histórica inmediata el Germen es Zorobabel; en un cumplimiento más dila­

tado, el Germen es el Mesías (la traducción griega y la versión latina leyeron Oriente en lu­gar de Germen, y así lo recoge Le 1,78).

Más complicado es saber qué simboliza la piedra con los siete ojos y la inscripción. Po­dría recordar la lámina de oro puro con su grabación en la tiara de Aarón, para que és­te cargue con las faltas del pueblo (véase Ex 28,36ss). En este sentido se trataría de una piedra preciosa en la frente del sumo sacer­dote con la declaración del perdón de toda ini­quidad, que Dios otorga por su sola voluntad, más allá de las exigencias de sacrificios, es­pecialmente de los del día de la expiación.

La narración termina con la típica des­cripción de la paz y exalta la tranquilidad do­méstica como símbolo de la era mesiánica. Mediante la liturgia del templo, Israel es in­troducido de forma anticipada en el entorno paradisíaco que inaugurará el Mesías.

4, l-6a. 10b- 14.4,6b- 10a guinta visión: El candelabro y los dos olivos. Palabras so­bre Zorobabel. Haciendo una transposición de versículos (colocamos 4,6a-10a, como ex­hortación, después de la visión, que termina en el versículo 14) obtenemos una estructu­ra semejante a la visión anterior en esta quin­ta visión que se refiere a los dos mesías, los dos ungidos: Zorobabel (mesías seglar) y Jo­sué (mesías sacerdotal). La escena continúa teniendo lugar en el templo, centrada en el candelabro de los siete brazos, que había que alimentar con aceite purísimo. La abundan­cia de preguntas indica la dificultad de in­terpretación. Esta se centra en las siete lám­paras que representan la mirada vigilante de Dios sobre la tierra; y en los dos olivos con las dos ramas para alimentar el aceite de las lámparas. Son los dos ungidos; el rey y el sacerdote. Se subraya así la armonía del po­der civil y el religioso.

La exhortación (Zac 4,6b-10a) se dirige só­lo a Zorobabel, y se centra en la reconstruc­ción del templo, dándola por segura. A pesar de que Zorobabel será el que la remate, la obra no será fruto del esfuerzo humano, si­no del espíritu de Dios [ni el valor ni la vio­lencia cuentan, sino mi espíritu). Por eso, la terminación del templo será señal del envío

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ZACARÍAS 5

del profeta por parte de Dios. La burla de los comienzos insignificantes se convertirá en alegría por la obra acabada.

5,1-4 Sexta visión: El libro. La sexta vi­sión vuelve de nuevo al tema de la purifica­ción. Sin ella será imposible el nuevo co­mienzo. El contenido de la visión es un ro­llo abierto y volador, para que pueda ser leído por todos. El rollo tiene dos inscripcio­nes: contra el robo (pecado contra los hom­bres), contra el perjurio (pecado contra Dios/ falso juramento). El rollo, que es maldición, entra en la casa del ladrón y del perjuro has­ta consumirla. Sólo cuando hayan desapa­recido semejantes pecados, será posible la restauración.

5,5-11 Séptima visión: La cuba. En la séptima visión la purificación se hace total: la maldad sale del país, buscando la insta­lación en otros territorios, donde será entro­nizada como una divinidad. Dejando aparte el grado de acierto en el uso del material ima­ginativo, que nos introduce en u n mundo de sueños extraños (la mujer en la cuba, repre­sentando la maldad, bien tapada para que no se escape; las mujeres aladas...), lo impor­tante es el sentido de limpieza que transmi­te la visión: una tierra de la que ha desapa­recido la maldad por completo; y la descali­ficación que hace de Sanaar (Babilonia): la maldad se ha ido al que es su lugar, allí don­de se la venera como divinidad.

6,1-8 Octava visión: Los carros. El sen­tido de la octava visión es claro: la maldad instalada en Babilonia, el país del norte, es castigada por el espíritu (o la ira) del Señor. Sólo el carro que se dirige al norte ejecuta el castigo. Los dos montes de bronce, los carros y los vientos dan a esta visión un tono míti-co-cósmico. El número cuatro está determi­nado por los vientos. Los carros están rela­cionados con los vientos, que cumplen aquí una función de mensajeros. Los mensajeros cósmicos son despachados hacia todas las direcciones de la tierra, con la posible finali­dad de agitarla, haciendo posible la liberación de Judá.

6,9-15 La coronación. A la visión, que termina en Zac 6,8 se le ha añadido la sec­ción oracular de Zac 6,9-15, para indicar lo que deben hacer los buenos retornados del exilio en orden a un futuro de esplendor. Hay que hacer una corona para Zorobabel. A la investidura del sumo sacerdote, ya re­alizada, corresponde la coronación del rey. Aunque Zorobabel no fue rey, el profeta ve en él la continuación de la dinastía davídica y, en cuanto Germen, la perpetuación me-siánica de la realeza. La misión fundamen­tal de Zorobabel será la reconstrucción del templo, en la que ayudarán también los ve­nidos desde países lejanos. Rey y sacerdote gobernarán en total armonía. Los hechos se desarrollaron en forma diferente: el repre­sentante del poder civil desapareció y el po­der religioso, en la persona del sumo sacer­dote, asumió todas las funciones. Por eso, un editor posterior, allí donde el oráculo nom­braba a Zorobabel puso el nombre de Josué, y así aparece en el texto hebreo actual (Zac 6,11). Del rey quedó sólo la corona en el tem­plo, como símbolo de una dinastía davídica a la espera de un rey venidero.

2. Libro de los oráculos (7,1-8,23)

Con los capítulos 7 y 8 concluye el libro del Primer Zacarías, volviendo al estilo más clá­sico del profetismo. En el capítulo 7 encon­tramos uno de los mejores sumarios de la doctrina profética anterior, con la denuncia apasionada de la injusticia social y el severo anuncio del castigo, al que siguen, también según la costumbre profética, los oráculos positivos del capítulo 8. Los capítulos 7 y 8 no sólo cierran la profecía del Primer Zaca­rías, establecen también un puente con el oráculo de obertura de la misma (Zac 1,2-6). Ambos pasajes encuadran el libro de las vi­siones. Los oráculos, recogidos y resumidos por los discípulos del profeta, giran en torno a los ayunos conmemorativos del desastre del 587 a. C , año de la destrucción de Jerusa-lén. En ellos se conserva el más genuino men­saje profético de Zacarías.

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ZACARÍAS 8

7,1-14 Sobre el ayuno. En el año 518 a. C. se le hace al profeta una consulta: ahora que ya estamos en Jerusalén y el templo está en reconstrucción, ¿hay que seguir ayunando, siendo así que el ayuno se hacía en recuerdo de la destrucción de Jerusalén y del templo? Zacarías recoge la pregunta, ampliándola: ¿por qué sucedió la desgracia que motivó el ayuno? Y hace una lectura del pasado, invi­tando a aplicar la lección al presente. Una ver­dadera exhortación que enlaza con el inicio de su libro, enmarcando así las ocho visiones.

A la manera de sus predecesores, Zacarías insiste en que hay algo más grande que el ayuno: la práctica de la justicia y la fidelidad. Desenmascara las motivaciones egoístas del ayuno y la comida: lo hacen por su propio provecho. Recuerda de manera genérica los oráculos proféticos anteriores, para presen­tar, después, la palabra que el Señor le diri­ge. La construye también sobre el modelo de las palabras proféticas que le precedieron: a la exhortación general (juzgar con rectitud y justicia, practicar el amor y la misericordia en las relaciones interhumanas) siguen concre­ciones, hechas también sobre el modelo de los profetas anteriores:

- El cuidado de los marginados (huérfano, viuda, extranjero; véase Is 1,17. 23).

- La terquedad en la respuesta (véase Os 4,16).

- Oídos duros para oír (véase Is 6,10). - Corazón duro como el diamante (véase

J r 17,1; Ez3,9). - Explosión de la ira de Dios (véase J r

15,14). - Viento huracanado de la ira divina (véa­

se Hab 3,14). Se trata de una lectura de la historia pa­

sada, cuya aplicación al presente defiende Zacarías. También para su momento histó­rico la clave del éxito está en la práctica de la justicia. La historia pasada y su interpreta­ción profética son recuerdo y escarmiento.

8,1-23 Diez oráculos mesiánicos. Con la fórmula así dice el Señor todopoderoso in­troduce el profeta diez promesas de cambio, utilizando material ya empleado en las vi­siones y presentado aquí sin la fórmula ima­

ginativa de aquellas. Lo que va a hacer el Se­ñor es tan grande que muchos, los mezqui­nos, lo juzgarán imposible, pero el Señor tie­ne fuerza para realizarlo. Porque el Señor siente celos y pasión por Sión, va a fijar en ella su residencia, atrayendo a una población de todas las edades (promesas primera -Zac 8,2-, segunda -Zac 8,3- y tercera -Zac 8,4-5). Habrá un gran retorno, que culminará con una nueva alianza, en la que se fundirán las bendiciones de Dios con la respuesta del pueblo (promesas quinta -Zac 8,7-8-, sexta -Zac 8,9-13-y séptima-Zac 8,14-17-). Será también nueva la celebración -gozo, alegría y fiesta; el amor a la sinceridad y a la con­cordia suplirá al ayuno- y Sión se converti­rá en atracción para los paganos (promesas octava -Zac 8,19-, novena -Zac 8,20-22- y décima -Zac 8,23-). Podríamos resumir así el mensaje contenido en estas diez promesas:

-En camino hacia Dios en el templo de Je­rusalén: Aunque Jerusalén ocupa un lugar preferente en este capítulo final, hay que de­cir que el Dios invisible del templo ocupa el lugar central. Las últimas palabras de los ex­tranjeros a los judíos así lo atestiguan: Dios está con vosotros (Zac 8,23). Lo que en Isaías es confesión de los mismos judíos: Dios es­tá con nosotros (Immanu-el) (Is 7,14; 8,8.10) es aquí confesión de los extranjeros: Dios es­tá con vosotros (elohim immakem). La invo­cación se hace al Dios todopoderoso y de él se espera la protección. El yo mismo voy tam­bién es un subrayado de la incorporación de las gentes de todas las ciudades a esta bús­queda del Señor (Zac 8,21). Es el Señor mis­mo quien espera a los israelitas, peregrinos hacia el templo.

-La entronización del Señor El templo te­rreno simboliza la entronización del Señor (véase 1 Re 8,27; Sal 29,10). La entronización del Señor en el templo de Jerusalén está con­dicionada a la fidelidad de Israel a la alianza. El Señor abandonó el templo por la maldad de Israel (véase Ez 10,18-19; 11,22-25) y vol­vió a él por su gran misericordia (véase Ez 43,1-5). Esta vuelta del Señor a su templo, anunciada por Ageo (Ag 2,6-9), es de nuevo confirmada por Zacarías (Zac 8,3), haciendo eco a la profecía de Isaías sobre la ciudad fiel

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ZACARÍAS 9

(Is 1,26) y a la tradición de la montana san­ta del templo (Sal 48).

-El celo por ¡os pobres y necesitados: La fi­delidad por parte de Israel se expresa en la actitud ante el pobre y el necesitado. A la ya significativa presencia en las calles y plazas de Jerusalén de ancianos y ancianas, niños y niñas (las dos categorías sociales más dé­biles -Zac 8,4-), hay que añadir la exhorta­ción explícita al cumplimiento de la justicia interhumana (Zac 8,14-16).

-Una llamada universal La primera lla­mada va dirigida a los israelitas de la diás-pora (Zac 8,7-8), para renovar con ellos la alianza. Se recoge la fórmula de la alianza: ellos mi pueblo/yo su Dios. En la mente de Zacarías esta peregrinación a Jerusalén de los judíos dispersos es importante para la salvación. Pero su visión se ensancha y unl­versaliza; también los extranjeros dirán: que­remos ir con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros (Zac 8,23). Los judíos dispersos, un resto de los que habían que­dado en Judá (hay que notar que con rela­ción a los no exiliados se habla sólo de un resto; quedan excluidos aquellos que se re­sistieron a la voluntad del Señor, probable­mente con su negativa a la reconstrucción del templo) y extranjeros de buena voluntad componen la multitud de peregrinos al nue­vo templo, para la nueva fiesta. Sin temor y sin miedo, porque los ayunos se convertirán para Judá en alegría desbordante, en días de alegres fiestas, si amáis la fidelidad y la paz (Zac 8,19).

SEGUNDO ZACARÍAS

1. Israel entre las naciones ( 9 , 1 1 1 , 1 7 )

Se suele tratar esta sección con una cier­ta autonomía, ya que el redactor mismo ha indicado una división de los seis capítulos (Zac 9-14), repitiendo el título {massa) en 9,1 y 12,1. Algunos críticos han tomado tan en serio esta división que llegan a hablar de dos autores diferentes: el Segundo Zacarías (Zac

9-11) y el Tercer Zacarías (Zac 12-14), inten­tando descubrir en ambos diferencias de con­tenido y de estilo. El Segundo Zacarías sería una colección de oráculos, sin conexión ló­gica entre ellos, con palabras clave (pastor/ grey), con términos característicos (Israel, Efraín, José, Sión) y con una cierta amplitud de horizonte étnico-geográfico: Jerusalén, Ju­dá, Israel, Filistea, Damasco. El tercer Zaca­rías, por su parte, tendría más bien un con­tenido escatológico, sin referencias a circuns­tancias concretas y es bastante limitado en su horizonte geográfico: Jerusalén y Judá.

El tono de Zac 9-11 es de anuncio de sal­vación. El oráculo contra las naciones con el que comienza la sección (Zal 9,1-8) presagia la liberación de Israel, que comenzará con la llegada del rey mesiánico (Zac 9,9). Un nue­vo pastor será el encargado de llevar a cabo este proyecto divino, pero la degradación re­ligiosa de los jefes y del pueblo lo impedirán (Zac 11,4-17).

9,1-8 Juicio y purificación de las nacio­nes. La irrupción final del reinado de Dios se prepara con grandes victorias. Al modo de sus grandes predecesores, comienza Zacarías con un oráculo contra las naciones. La sección supone dos lados: el de Judá y el de las na­ciones vecinas. El Señor se pone del lado de Judá y vence a las naciones de su alrededor. Los vecinos nombrados están en Siria (Da­masco y Jamat), en la costa fenicia (Tiro y Si-dón) y en el enclave formado por las ciudades-estado filisteas (Ascalón, Gaza, Ecrón y As-dod). ¿Se trata simplemente de una recogida de oráculos proféticos anteriores contra estos territorios? (véase Ara 1,6-9; y para Tiro: Ez 28,2-6). Algunos opinan que el Segundo Zaca­rías, detrás de los territorios nombrados, es­tá pensando en los dominios de sus contem­poráneos seleúcidas, con lo que el oráculo, formalmente construido con la suma de di­ferentes territorios amenazados, se dirigiría realmente a uno solo y éste de su tiempo.

Porque las naciones pertenecen al Señor, él puede castigarlas (el castigo hará siempre referencia al pecado: riquezas amontonadas, orgullo, sangre derramada). Pero también de las naciones queda un resto (es novedosa es-

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ZACARÍAS 10-11

ta denominación de resto referida a las na­ciones) que se unirá a Judá. Se va preparan­do la incorporación de los paganos al Israel restaurado. La seguridad se la da a Judá no la simple presencia del templo, sino la vigi­lancia que el mismo Señor monta para que nadie lo invada.

9,9-17 El mesías y la restauración de Israel. Zac 9,9-10 es la descripción de la res­tauración del reinado de Dios, que se inicia con la vuelta del rey victorioso. La alegría y el júbilo -tradicionales en la vuelta del rey-se funden con la satisfacción más plena: ¡qué felicidad, qué hermosura! (Zac 9,9.17). La entrada triunfal del rey, justo y victorio­so, es, sin embargo, humilde y pacífica (así lo indica la alusión a la cabalgadura: un as­no, el joven borriquillo en el que monta). Do­minará sobre Israel (Efraín) y Judá reunidos, y su territorio abarcará los límites prometi­dos en los salmos reales (Sal 72,7). En todo su territorio reinará la paz (anunciada en un doble momento: quebrar el arco/proclama­ción pública).

Zac 9,11-17 constituye un nuevo poema, un oráculo de salvación: promesa de ayuda del Señor a su pueblo cautivo (Zac 9,11-13); la guerra santa emprendida por el Señor en nombre de su pueblo (Zac 9,14-15); la cele­bración de la victoria (Zac 9,16-17) realiza­da por un pueblo en paz, con el Señor como pastor y con doncellas y jóvenes llenos de vi­da por la abundancia del trigo y del mosto (la tierra vuelve a ser fecunda).

10,1-2 Vanidad de los ídolos. La fecun­didad de la tierra, recordada al final de la sec­ción anterior (el trigo y el mosto) evoca el don de la lluvia que concede el Señor y no los ído­los. Frente a los dones del pan y de la hier­ba que el Señor regala al hombre y al campo respectivamente, las respuestas de los ídolos son vacías (sin don) y la actividad de sus ser­vidores tiene como características la menti­ra, el vacío y el consuelo ilusorio. La última parte del versículo 2 enlaza con la sección si­guiente: cuando el pueblo sigue a los ídolos, conducido por semejantes mediadores, anda extraviado como rebaño sin pastor.

10,3-11,3 El nuevo éxodo. Esta sección contiene dos tipos de escritos: oráculos del Señor, en primera persona de singular, anun­ciando la guerra santa y su promesa de re­patriación y de reinstalación en una tierra prometida, que se extiende por Galaad y el Lí­bano; y oráculo pro/ético, con referencia al Se­ñor en tercera persona, con la promesa de un auténtico liderazgo y de la sumisión al Señor de grandes potencias como Egipto y Asiría. Ambas formas literarias están cuidadosa­mente ensambladas.

La situación de desastre se debe a los pas­tores (reyes) y a los machos cabríos (jefes). Frente a ellos, Dios mismo visita a su reba­ño como verdadero pastor. Y, sorprendente­mente, hace del pueblo su caballo glorioso para la guerra que emprende. De la misma Judá saldrán sus líderes, designados con una triple metáfora: piedra angular, estaca de la tienda y arco de guerra. Destaca después la fuerza de los débiles, señalando la razón: Dios está con ellos (Zac 10,5), dándoles fuerza y salvación (Zac 10,6) por la misma razón: Yo soy el Señor su Dios.

Zac 10,8 inicia la descripción de la repa­triación: un silbido del Señor (alusión a su condición de pastor) inicia el regreso de un nú­mero tan grande como antes, de los que se dis­persaron y de sus hijos, nacidos en la diás-pora. El punto de arranque: Asiría, que sim­bólicamente recubre la Siria de los Seleúcidas; y Egipto, el Egipto de los Lágidas. El punto de llegada: una tierra ensanchada que incluye Galaad y el Líbano (Zac 10,9-10). Será como un nuevo éxodo: nuevos opresores abatidos, nueva liberación por las aguas (Zac 10,11). Su marcha triunfal será posible, porque han puesto su fuerza en el Señor (Zac 10,12).

Ante semejante victoria, termina la sec­ción con un canto de alegría por la caída de los enemigos de Israel. Es un lamento pa­radójicamente alegre, un "canto sarcástico" (Zac 11,1-3). Los poderosos son comparados con árboles nobles: todos han caído. Los je­fes infieles de Israel son pastores que se la­mentan por haber perdido sus mejores pas­tos; son leones que rugen, porque la arbo­leda del Jordán ha sido asolada. El pasaje nos recuerda a J r 25,34-38.

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ZACARÍAS 11

11,4-17 Los dos pastores. Capítulo enig­mático, con una acción simbólica difícil de en­tender, sobre todo si se intenta acomodarla a situaciones históricas concretas. El tono del oráculo, dirigido contra los pastores y el re­baño, es negativo. En el transfondo están Ez 34,1-31 y J r 37,15-28, pero mucho de lo dicho por Zacarías contradice a estos dos pasajes. En el texto de Zacarías encontramos el man­dato divino de realizar una acción simbólica (Zac l l ,4.13a.l5), la ejecución de la acción simbólica (Zac 11,7-12.13b-14) y un conjun­to de razones interpretativas (Zac 11,5.6-16).

El mandato se da al profeta que ha de rea­lizar la tarea de pastor de un rebaño desti­nado al matadero (Zac 11,4). El rebaño es probablemente Judá, de cuyos habitantes el Señor no tendrá ya compasión. La dificultad de identificar las referencias del texto con cir­cunstancias históricas concretas, contempo­ráneas al profeta, hace pensar que Zacarías está repitiendo motivos proféücos del pasado.

El profeta inicia la ejecución de la acción simbólica, tomando dos cayados, a los que da nombres: Benevolencia y Unión. No es claro a qué pueda referirse la despedida de tres pastores en un solo mes (Zac 11,8); tanto que algunos piensan que puede tratarse de una adición posterior; se interrumpe, de hecho, el curso de la acción, que está centrada sola­mente en la relación tensa del pastor con las ovejas (pérdida de paciencia, mutuo hastío y decisión del pastor de no continuar con el pastoreo -Zac 11,8-9-). La ruptura del ca­yado Benevolencia significa la ruptura de la alianza con todos los pueblos. La extrañeza de una alianza con todos los pueblos hace que algunos corrijan y lean mi pueblo. Los tratan­tes comprenden la acción simbólica como un oráculo del Señor.

Antes de romper el segundo cayado, el lla­mado Unión, introduce dos versículos (Zac 11,12-13) sobre el salario que se le debe co­mo pastor. Lo tasaron en treinta monedas de plata, que el Señor le manda echarlas al te­soro del templo. Los Evangelistas aplican el texto a Judas (Mt 27,9ss). La ruptura del ca­yado Unión significa la ruptura de la frater­nidad entre Israel y Judá (Zac 11,14), que ha­bía comenzado ya con la división de los dos

reinos a la muerte de Salomón. La esperan­za de una nueva unión había quedado come una de las grandes nostalgias.

Terminada la acción simbólica con la que ha representado al pastor bueno, le toca aho­ra al profeta representar, con una nueva ac­ción simbólica, al pastor torpe e insensato Cargado con sus arreos va a ser signo del ti­po de pastor que el Señor va a suscitar come castigo. Para describirlo, Zacarías toma del capítulo 34 de Ezequiel la parte de la metá­fora que se refiere al abandono de los débiles.

Y termina con la condenación del mal pastor, el que abandona las ovejas, para el que anuncia una inutilización total, que lo incapacitará para su oficio (Zac 11,17).

2. Salvación y gloria de Jerusalén (12,114,21)

Cuando todo parece perdido, el Señor anuncia la restauración definitiva de Jeru­salén. El pueblo recibirá un espíritu nuevo (Zac 12,1-13,6) y será purificado como sig­no de que la alianza ha sido renovada (Zac 13,7-9). La salvación se extiende a todos los pueblos, que deben reconocer la realeza del Señor (Zac 14). Zac 12-14 reúne una serie de oráculos que aparecen, a veces, tan autó­nomos que algunos han pensado que se tra­ta más bien de acumulación, sin unidad in­terna. Otros, sin embargo, ven una especie de hilo conductor en la fórmula entonces, aquel día, que reiteradamente se repite, dan­do pie a una descripción que abarca lo que está por suceder. Se trataría del género lite­rario de lo que solemos conocer como esca-tologías prqféticas (véase Is 24-27; 65-66; J l 3-4; Ez 38-19): grandes cuadros de la res­tauración final; lucha o juicio definitivo an­tes de la instauración del reinado de Dios.

12,1-13,6 Jerusalén liberada y renova­da. La sección comienza con una introduc­ción solemne del oráculo (tan solemne que al­gunos han pensado que comienza aquí un nuevo libro: el Tercer Zacarías), recogiendo el fragmento de un himno en honor al Creador (Zac 12,1). Lo que sigue es una colección de

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ZACARÍAS 12-13

oráculos, identiflcables por el mismo comien­zo: aquel día. Los primeros oráculos (Zac 12,2-9) anuncian la victoria sobre las naciones y la liberación de Jerusalén de sus enemigos. Se presenta a Jerusalén con una doble imagen: copa y piedra. Copa que embriaga, piedra que hiere... a todas las naciones que se le acer­quen (las naciones vecinas, o todas las na­ciones de la tierra) (Zac 12,2-3). Para facilitar la victoria refiere el profeta tres acciones ad­versas de Dios en las filas enemigas: espan­to, locura, ceguera. Quedan desbaratados ca­ballos, jinetes y toda la tropa (Zac 12,4).

Hasta ahora el profeta se ha referido só­lo a Jerusalén. Un redactor posterior ha ido introduciendo referencias explícitas a Judá en Zac 12,2-4. En cambio, las referencias a Judá en Zac 12,5-6, sí pertenecen a la pro­fecía de Zacarías: el reconocimiento por par­te de todos los clanes de Judá de la acción misteriosa de Dios en Jerusalén, y Judá co­mo instrumento del castigo de Dios a las na­ciones. Zac 12,7 habla de una reconciliación entre Judá y Jerusalén, entre la provincia y la capital, aludiendo probablemente a una mutua superación de rivalidades que pu­dieron tener su origen en el hecho mismo de haber sido escogida Jerusalén para capital, en menoscabo de otras ciudades (probable­mente el redactor que añadió las referencias a Judá en los primeros versículos, añadió también el versículo 7). El versículo, en efec­to, quita a Jerusalén todo motivo de orgullo y envalentonamiento.

Por eso Zac 12,8 vuelve a insistir en el en­grandecimiento de Jerusalén y de la dinastía davídica como si no hubiese existido Zac 12,7. El tono es hiperbólico. Se utiliza la fuerza pro­verbial de David para investir de ella al más inseguro; y el carácter divino, para describir la dinastía de David. Hipérboles para la des­cripción de un engrandecimiento prodigioso. A algún editor posterior le pareció que la hi­pérbole de la grandeza de la dinastía se pres­taba a equívocos y su comparación con Dios quedó rebajada a la comparación con un án­gel de Dios.

Sobre Jerusalén liberada de los enemigos, sobre su dinastía davídica y sobre sus habi­tantes, se realiza la efusión del espíritu de

Dios, un espíritu caracterizado como de be­nevolencia y de súplica (teniendo en cuenta el contexto, algunos corrigen por espíritu de consuelo y arrepentimiento, que es el conte­nido de lo que sigue). El arrepentimiento pro­cede de la mirada al traspasado. El original hebreo (al que se mantienen ñeles diversas traducciones) identifica el traspasado con Dios mismo: mirarán hacia mí, al que tras­pasaron. Pero la falta de tradición sobre es­te traspaso de Dios en el Antiguo Testamen­to ha llevado a muchos a preferir la traduc­ción: mirarán al que traspasaron. Piensan en algún mártir inocente de cuya muerte es res­ponsable el pueblo y cuya mirada ahora de­sata el proceso de arrepentimiento. El cuar­to evangelio aplicó el versículo a Jesús, muer­to en la cruz (Jn 19,37).

Se presentan también hiperbólicamente las dimensiones del duelo, hecho no en una ceremonia cultual, sino por grupos de fami­lias (Zac 12,11-14).

Los últimos oráculos se refieren a la puri­ficación interna de Jerusalén. La fuerza pu-rificadora del agua aparece en el manantial para lavar los pecados de la dinastía de Da­vid y de todos los habitantes de Jerusalén (Zac 13,1). La purificación continúa con la eli­minación de la idolatría y de sus falsos pro­fetas. Se trata de una extinción (arrancar el nombre) de los ídolos, no de la simple muer­te de los dioses. En la lucha contra los falsos profetas han de colaborar sus propios padres (Zac 13,3), matándolos, porque no son dignos de vivir.

¿Es Zac 13,4-6 el "certificado de defun­ción" de la profecía? ¿O se trata más bien del final del falso profeta? Parece más bien lo se­gundo, por las alusiones a la actividad en­gañosa de los profetas, que en realidad no lo son. En este caso el no soy profeta; soy la­brador; el campo es mi ocupación desde mi ju­ventud no sonaría lo mismo que en Amos (véase Am 7,14). En Amos se trata de un dis-tanciamiento del profetismo profesional des­de una nueva conciencia del ministerio pro-fético; aquí, de un abuso de la profecía sin la realidad de la llamada. Como única señal del falso profeta aparecen las cortaduras de los brazos, que son incisiones rituales hechas

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ZACARÍAS 13

en la casa (santuario) de sus amantes (ído­los).

13,7-9 La alianza renovada. Probable­mente este pasaje debería situarse al final de la alegoría de los dos pastores, después de Zac 11,17. Comentándolo aquí, donde se en­cuentra, se trata del pastor que sufre golpes mortales, provocando la consiguiente disper­sión de las ovejas. Pero no sólo el pastor, tam­bién las ovejas, y especialmente las más dé­biles, van a sufrir los golpes de los malvados. Paradójicamente Dios asume la acción contra el pastor y su rebaño en un misterioso de­signio de purificación salvadora. Este versículo se cita en los relatos de la pasión (Mt 26,31). Cristo es el Pastor, herido por el Padre.

Zac 13,8-9 presenta la purificación del resto, con imágenes de metales, tradiciona­les en este contexto. Una vez purificado el resto, será posible la invocación y la res­puesta, porque se ha renovado la alianza. La sección termina con la fórmula tradicional de la alianza.

14,1-21 Instauración definitiva del rei­no de Dios. En continuidad con los capítu­los precedentes, termina la profecía de Zaca­rías mirando a Jerusalén como centro de la historia mundial, meta de la peregrinación y lugar de la celebración litúrgica. Pero en el capítulo 14 el estilo se modifica y adopta fór­mulas apocalípticas, respondiendo a las ne­cesidades y esperanzas de sus contemporá­neos.

Como elementos apocalípticos, muchos de ellos tradicionales, podemos enumerar: las plagas (Zac 14,12), el agua que fluye del tem­plo (Zac 14,8), la fiesta de las tiendas (Zac 14,16-19), el ataque de las naciones contra Jerusalén (Zac 14,2a), los símbolos surrea­listas que rompen las leyes geológicas o geo­gráficas, como el desplazamiento de los mon­tes (Zac 14,4), la permanente luz del día (Zac 14,7), las batallas entre las fuerzas del bien y del mal (Zac 14,2-3), con abundante uso del vocabulario de la guerra santa; el ser Dios so­lo, como poderoso guerrero, el que libra la ba­talla (Zac 14,4), comenzando desde el mon­te de los Olivos.

Este tipo de guerra supera por completo las posibilidades del Israel postexüico, de mo­do que nos encontramos ante una descrip­ción simbólica de la victoria de Dios sobre las fuerzas cósmicas del mal.

Comienza el capítulo (Zac 14,1-5) descri­biendo el juicio y los sufrimientos de Jeru­salén en el día escatológico. El juicio va a cri­bar al pueblo; la mitad será deportado, pe­ro va a quedar un resto. En Zac 14,6-11 la escena cambia. Ha pasado el juicio escato­lógico y se inaugura una nueva era: el Señor será el rey del universo y el único rey de Je­rusalén. La ciudad mantendrá una posición estable, dominando la inmensa llanura en que se convertirá toda la tierra. Es una exal­tación de la posición privilegiada de Jeru­salén en el futuro escatológico.

Zac 14,12-15 interrumpe la descripción de la posición escatológlca de Jerusalén, des­pués de la victoria final, al describir de nue­vo la destrucción que precedió a la victoria ya conseguida. Prepara, sin embargo, el ver­sículo 16a, porque de toda la catástrofe de las naciones escapa también un resto. Un resto que subirá en peregrinación a Jerusa­lén para dar culto a Dios y para celebrar la fiesta de las tiendas de campaña. Las na­ciones que no acudan serán castigadas con la falta de lluvia (piensan algunos que en la fiesta de las tiendas había un ritual para im­petrar la lluvia).

En Zac 14,20-21 encontramos una pro­bable desacralización de los utensilios del templo. Cosas tan profanas como las cam­panillas de los caballos o los calderos de la cocina tienen el mismo estatuto de sacrali­dad; la comida sacrificial, reservada a los sa­cerdotes y levitas en Ez 46,19-24, es ahora una actividad abierta a todos. Si a esto aña­dimos la falta de mención al rey, a los sa­cerdotes y a los profetas y la prevalencia de la ciudad de Jerusalén sobre el templo, nos encontraríamos ante una especie de desilu­sión frente a los elementos oficiales clave.

Termina la sección con una nota sarcás-tica sobre la situación del templo. Y se su­prime una situación existente en el momento de escribirse esta profecía: la presencia de mercaderes y traficantes que lo profanan.

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MALAQUIAS

Pedro Jaramülo Rivas

INTRODUCCIÓN

1. El autor

Es hoy opinión común interpretar el nom­bre de Malaquías no como nombre propio, si­no como una apropiación personal del nom­bre común mí mensajero, tal como aparece en Mal 3,1. Estaríamos, entonces, ante un es­crito profético anónimo. Es verdad que los an­tiguos exegetas defendieron que podría tra­tarse de una abreviación de Mal'akijahü o de Mále'akija, que significan "Yahvé es mi men­sajero", pero ¿habría existido nunca un judío tan atrevido que osase utilizar un nombre con ese significado?

Tampoco parece probable que se pueda identificar este autor anónimo con Esdras, como lo hizo San Jerónimo. Malaquías, es verdad, coincide en muchos aspectos con Es­dras: es un encendido patriota, enemigo acé­rrimo de Edom (Mal 1,2-5), fervoroso predi­cador de reformas, de penitencia y de vuelta sincera a la ley mosaica, sobre todo a la mo­ral deuteronomista y a la predicación de Isaías, Jeremías y el Segundo Isaías. Aunque no fue sacerdote, como Esdras, fue un celo­so defensor del auténtico culto, favorable al templo, a la pureza de sacerdotes y levitas, a la pureza de los sacrificios y contrario a los matrimonios mixtos. Pero tiene también di­ferencias respecto a él, por ejemplo, en la dis­

tinta actitud que ambos mantienen frente a los levitas. Se podría decir, a lo sumo, que Malaquías pertenece a la corriente de Esdras, que fue contemporáneo de este reformador o, quizás mejor, su inmediato precursor.

2. La época

Si el autor es anónimo, la época nos es bien conocida. Se puede deducir fácilmente del libro. El ministerio de este profeta anó­nimo, al que siguiendo el título de presenta­ción (Mal 1,1) llamaremos Malaquías, se de­sarrolló cuando, después de la vuelta del exi­lio, la comunidad estaba ya reconstruida: ya funcionaba el nuevo templo (Mal 1,10), el cul­to ya se había reanudado (Mal 1,7-9.12.13), ya se habían reorganizado los levitas y sa­cerdotes (Mal 2,3-9). El libro de Malaquías no refleja, sin embargo, los primeros momentos de entusiasmo después de la reconstrucción, sino más bien un período de crisis y cansan­cio, identificable con el que precedió a la re­forma llevada a cabo por Esdras y Nehemías (entre el 445 y el 398 a. C). Teniendo en cuen­ta todas estas circunstancias, se suele datar el ministerio profético de Malaquías entre el 480 y el 450 a. C.

Era tiempo de gran escepticismo. No se ha­bían cumplido las esperanzas suscitadas por

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MALAQUIAS

Ageo y Zacarías, cuando la reconstrucción del templo. El desánimo se había apoderado del pueblo y renacían los antiguos pecados en el culto y en la vida. La reacción de Malaquías fue vigorosa. Como auténtico reformador co­loca valientemente a todos frente a sus pro­pias responsabilidades, precisamente en un tiempo en el que se está fijando la definitiva fisonomía del judaismo postexílico.

3. El mensaje

Malaquías ofrece su mensaje explicando los porqués de esta situación del pueblo, a la que se añade una especial carestía (Mal 3,10ss); todo ello parecía contradecir la tesis funda­mental que recoge del libro del Deuteronomio: Dios ama a su pueblo (Dt 7,7; 10,18). En si­tuaciones difíciles a muchos les cuesta admi­tir esta realidad y objetan: ¿en qué nos has amado? El profeta recuerda la elección (Jacob frente a Esaú) y los diferentes destinos de las naciones a que ambos dieron origen: Israel y Edom.

La raíz de los males que el pueblo padece no hay que buscarla en Dios (su actitud sigue siendo el amor), sino en el pecado, ya sea con­tra el culto (sacrificios mal hechos -Mal 1,7. 12-14-; profanación del templo -Mal 2,11-; negligencia en los diezmos -Mal 3,8-), contra las leyes (matrimonios mixtos -Mal 2,10-16-) o contra la moral (falta de fe -Mal 1,2; 2,17; 3,14-, perjurio contra el matrimonio -Mal 2,12.14-, injusticia social contra viudas, huér­fanos y extranjeros -Mal 3,5- y contra los de­rechos de los levitas -Mal 2,4-5-).

Inspirándose fundamentalmente en el Deu­teronomio y en los antiguos profetas para res­ponder a la situación concreta de su pueblo. Malaquías insistirá en el amor de Dios, en su justicia y en la retribución por la que el Señor otorga sus bendiciones o maldiciones según la conducta de sus fieles.

Sus alusiones al mensajero (Mal 3,1.21ss) hacen del libro de Malaquías uno de los más citados por el Nuevo Testamento (véase Me 1,2; Le 1,17.76; 7,19-27; Mt 17,10-11; Me 9,11-12). El mensajero llega en la persona del precursor de Jesús , J u a n el Bautista.

4. El libro

El profeta presenta su mensaje en seis diá­logos, con un mismo esquema, y recogiendo probablemente el contenido de controversias con sus contemporáneos. Estos diálogos es­tructuran el contenido del libro con estos te­mas:

1. Elección gratuita de Israel (Mal 1,2-5). 2. Perversión del culto (Mal 1,6-2,9). 3. Matrimonios mixtos y divorcio (Mal

2,10-16). 4. La justicia de Dios (el Día del Señor)

(Mal 2,17-3,5). 5. El fraude en los diezmos (Mal 3,6-12). 6. El triunfo de la justicia del Señor y de

los justos (Mal 3,13-21).

Apéndices: - La Ley de Moisés (Mal 3,22). - La vuelta de Elias (Mal 3,23-24).

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COMENTARIO

1,1 Título. Para el significado que deba darse al nombre de Malaquías y para deter­minar la época en que el profeta pudo ejer­cer su actividad, véase introducción al libro.

1,2-5 Elección gratuita de Israel. Estos versículos forman una especie de introducción a todo el libro. Decepcionados por una res­tauración nacional mucho más pobre de lo que esperaban, y víctimas de una especial ca­restía (Mal 3, lOss), los israelitas dudan de que Dios los ame. Por eso el profeta comienza con una declaración de amor a su pueblo por par­te de Dios, de clara inspiración deuterono-mista. La primera manifestación de ese amor es la elección/preferencia de Jacob respecto a Esaú, a pesar de los derechos de éste (véase Gn 25,19ss; 27). El profeta presenta este amor de Dios a Jacob de manera muy exclusiva: in­cluye y excluye. Incluye a Jacob y excluye a Esaú; cuma y odia. La dureza de la actitud de Dios respecto a Esaú resalta su amor celoso por Jacob. Este amor no sería totalmente real si no incluyera el posicionamiento del Se­ñor respecto a quien, siendo hermano, se tor­nó enemigo. De hecho se había hecho pro­verbial la actitud hostil de Edom, el pueblo descendiente de Esaú, respecto a Israel, el pue­blo descendiente de Jacob, (véase la profecía de Abdías), de modo que hasta puede repre­sentar bien la hostilidad escatológica que el Señor se dispone a derribar para siempre.

Nuestro texto, en efecto, no desarrolla ma­nifestaciones del amor de Dios por Israel, a excepción de la elección. Se centra en las ma­nifestaciones del castigo de Edom, descritas en dos momentos: la devastación de los cam­pos y la inutilización de los esfuerzos de re­construcción. La finalidad del castigo es al afianzamiento de la confianza de Israel en la fuerza del Señor, que se manifiesta más allá, incluso, de las propias fronteras.

1,6-2,9 Perversión del culto. A la hora de identificar causas de la situación de frus­

tración generalizada del pueblo, agudizada por el período de carestía (Mal 3, lOss), el pro­feta apunta, en primer lugar, a la perversión del culto y, en concreto, a la calidad de las ofrendas (Mal 1,6-10). Semejante pecado car­ga la responsabilidad sobre los sacerdotes co­mo verdaderos responsables.

En el tema del culto, la profecía clásica nos tenía acostumbrados a un vigor que parece perderse en el caso de Malaquías. En sus predecesores habríamos escuchado una de­nuncia violenta contra un culto desvincula­do de la práctica de la justicia. Malaquías se orienta más a la relación personal con el Se­ñor, expresada en la calidad de las ofrendas. ¿Ha cambiado la inspiración profética? Ha­bría que decir mejor que ha cambiado la si­tuación. Malaquías se encuentra frente a una comunidad humilde y pobre, sin más iden­tidad que su relación con el Señor. De ahí la importancia que el profeta otorga a la calidad de la expresión cultual de esa relación. Le duele, por otra parte, que esa relación esté mejor expresada fuera de los confines de Is­rael, mediante la ofrenda pura que se ofrece desde levante a poniente. Le duele por Israel, pero ahí queda esta afirmación universalis­ta del profeta: la aceptación que Dios hace de sacrificios de paganos. Extraño universalis­mo en un profeta fuertemente nacionalista. Tan extraño que algunos han pensado si se trataría de un añadido posterior; sea como fuere, es una afirmación de extraordinario vi­gor y osadía, fuente de inspiración para des­cribir la dimensión universal del sacrificio eu-carístico cristiano como cumplimiento de la profecía de un sacrificio de todas las nacio­nes, agradable al Señor.

En Mal 2,1-9 continúa el aviso (la palabra hebrea significa orden o mandato) contra los sacerdotes. Culpables de la perversión del culto, lo son también de la maldición y del desvío del pueblo. Las dos condicionales de Mal 2,2 parecen retóricas. De hecho las ben­diciones se han tornado ya en maldiciones,

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porque ninguno hace caso. Por no haber es­cuchado ni haberse propuesto como objeti­vo la gloria del nombre del Señor, la maldi­ción del Señor se dirige contra los sacerdo­tes. Su descalificación es radical: apartarlos del sacerdocio y barrerlos como se barre la basura, porque basura son a causa de la ba­sura de sus fiestas.

Si el sacerdote ha de ser bendición para el pueblo, ha de ser también su guía mediante la enseñanza, porque él es mensajero del Se­ñor todopoderoso. Y aquí ha acontecido otra perversión: en lugar de guiar, la enseñanza de los sacerdotes ha hecho tropezar a mu­chos. No ha habido ni obediencia, ni guía, ni trato ecuánime para todos en las decisiones. El castigo será el ultraje y la vileza con que serán pagados por el pueblo.

Lo mismo que en el caso del culto se re­forzaba el contraste desde la comparación con el culto de los paganos, en la bendición y la enseñanza el contraste aparece en la comparación con sacerdotes precedentes, re­presentados en el pacto de Leví (véase la pro­mesa hecha a Pinjas en Nm 25,1 lss).

2,10-16 Matrimonios mixtos y divorcio. Continúa el profeta identificando las causas de la situación en la que se encuentra la co­munidad judía, y, a las ya descritas, añade ahora otras dos: los matrimonios mixtos y el divorcio.

Hace falta meterse muy dentro de la men­talidad judía de la época para entender la acusación del profeta contra los que empa-rentan con dioses inexistentes al casarse con mujeres extranjeras. El autor parte del ar­gumento de la paternidad de Dios. Por ser su Creador, Dios es Padre de su pueblo, y los ju­díos forman una sola familia. De manera aná­loga, piensa el profeta, el dios extranjero es presunto padre de los de fuera. En realidad, si es un dios inexistente, habría que deducir una postura antiexclusivista: aunque no lo sepan, también los extranjeros han sido cre­ados por Dios y a él tienen como padre. Pe­ro no podemos trasladar nuestras deduccio­nes al profeta. Para él, casarse con una ex­tranjera supone el reconocimiento de una paternidad distinta a la de Dios, aunque en

realidad sea una falsa paternidad. Y esto equi­vale a romper la alianza y a una profanación del santuario, en el que, mediante el matri­monio, se introducen los paganos. La pena de quienes así obran es la exclusión/excomu­nión (probable sentido de Mal 2,12).

La acusación avanza y se centra ahora en el divorcio (Mal 2,13-16). La situación que el profeta intenta justificar es el rechazo del cul­to por parte de Dios [ya no sejya en vuestras ofrendas ni acepta nada vuestro -Mal 2,13). Malaquías descubre la razón de este recha­zo en la indifelidad a la primera esposa, la es­posa de lajuventud (Mal 2,14). La infidelidad es contraria al proyecto de Dios. El profeta escribe sobre el fondo del Génesis (Gn 1,27; 2,23ss): los creó hombre y mujer... Se une a su mujer y los dos se hacen uno solo. La finali­dad de este único ser, hecho de dos, es la descendencia. En u n contexto de fidelidad, esta descendencia es la otorgada por Dios; no es así la que se origina de la infidelidad o del matrimonio mixto. El juicio del profeta sobre el divorcio es duro: se trata de un acto de vio­lencia (Mal 2,16).

La doctrina de Malaquías rechazando el di­vorcio es particularmente exigente. Se apar­ta de la permisividad de la ley de Moisés (Dt 24,1) y, fundándose en Gn 2,24, preludia la posición de Jesús en esta materia (Mt 19,9).

2,17-3,5 El día del Señor. La prosperidad del malvado cuestionó siempre la justicia de Dios: ¿es justo que Dios retribuya con bienes al que obra el mal? La respuesta del profeta es tajante: Dios vendrá para juzgar. La jus­ta retribución se realizará en el día del Señor.

Precedido por un mensajero, llegará el Se­ñor y entablará juicio contra todos los peca­dores. En la enumeración de los pecados, jun­to a la hechicería, el adulterio y el perjurio, se incluye la descripción típica de la opresión de los débiles: el obrero, el huérfano, la viuda y el extranjero. Es interesante subrayar la iden­tificación que el mismo Señor establece entre el trato a estas categorías débiles y el trato a él mismo: sin tenerme en cuenta a mí

El resultado será la purificación. Se em­plean para describirla elementos e imágenes tradicionales: el fuego y la lejía; la fundición

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y el refinamiento del oro y la plata. La conse­cuencia de la purificación la sitúa el profeta en la nueva situación de las ofrendas respecto a Dios: serán de nuevo ofrendas agradables.

3,6-12 Los diezmos del templo. Lo mis­mo que en el caso de las ofrendas (Mal 1,6-14), el profeta insiste en la calidad de la re­lación personal con el Señor. La tacañería del pueblo con Dios se manifiesta en el regateo de los diezmos. Ahí demuestra el pueblo que su relación con Dios se basa en la trampa.

Se dan, pues, dos actitudes en esta rela­ción: la de Dios, que no cambia en su fideli­dad; la del pueblo, que no cambia en su en­gaño. La única solución para una relación nueva es el cambio de actitud del pueblo, su conversión, que Dios estimula con la exhor­tación típica que incluye el verbo volver. La aportación de los diezmos sería signo de esa vuelta; y la bendición del Señor se expresaría en el alejamiento de los desastres que ahora aquejan al pueblo: la sequía y la carestía. Nos movemos en un tipo de retribución ultra­mundana, sin elementos escatológicos.

3,13-21 Triunfo de la justicia del Señor. En la cuestión de los diezmos, el profeta se había mantenido dentro de la retribución ul­tramundana. Ahora abre las perspectivas. Parte de una situación de hecho: viendo la prosperidad de los malvados, al justo le acu­cia la pregunta: ¿qué saco con guardar los mandamientos? Pregunta insolente, cargada de frustración angustiada, imposible de res­ponder sin romper la frontera ultramundana.

Malaquías la rompe atisbando el día del Se- ¡ ñor como día del triunfo de la justicia. Se ha- j ce la diferencia clásica entre fieles y malva- i dos y se describe la diferente suerte de am- i bos grupos. Es el día del gran discernimiento \ (Mal 3,18). Los fieles, inscritos en el libro -Mal ; 3,16- (para el sentido de la inscripción en el > libro, véase Ex 32,32-33; Sal 69,28; Is 4,3; ' Dn 12,1), volverán a ser propiedad del Señor, después de haber experimentado su perdón de padre (Mal 3,17). El día será para ellos día de luz y alegría (Mal 3,20). Para los malvados será fuego abrasador como fuego de horno; no quedará nada de ellos, ni rama ni raíz (Mal 3,19). El cambio de suerte es total: los que fueron víctimas serán ahora instrumen­to de castigo definitivo. Las imágenes de Mal 3,21 son fuertes: los malvados son pisotea­dos como ceniza que se pierde bajo las pisa­das de los inocentes.

3,22-24 Apéndices. El libro de este pro­feta anónimo termina con dos breves apén­dices. El primero (Mal 3,22) es un breve re­cordatorio de Moisés y de su ley, de clara inspiración deuteronomista. El segundo (Mal 3,23-24) es un desarrollo de la venida del men­sajero (véase Mal 3,1). Malaquías lo identifi­ca con el profeta Elias y le asigna la tarea de reconciliar las generaciones divididas, para que la visita del Señor no sea destrucción, si­no gracia. El relato del rapto celeste de Elias (2 Re 2) y este texto de Malaquías alimenta­ron la especulación sobre el retorno de Elias, que los evangelistas ven cumplido en la per­sona y tarea del Bautista (Mt 11,10-15).

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