Gustavo Gall "El resto" Episodio 11

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Segundo Capítulo, Episodio 11 de este relato de ciencia ficción por entregas escrito por el autor Gustavo Gall.

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“El resto”

–un relato de Gustavo Gall

Capitulo 2 / Episodio 11

“Al amanecer nos vamos”

Telli se pasó toda la noche intentando comunicarse con Luciana hasta que el walkie se quedó sin baterías.

-¿Cómo diablos hacía el Gordo para cargar esto?- preguntó en voz alta mientras le daba vueltas al cargador, tocaba los cables sueltos, y movía unos extraños enchufes que se conectaban al panel fabricado por Enzo. El panel estaba conectado al generador y había números y letras

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escritos con un marcador indeleble. Pablina, mientras tanto, acomodaba cosas dentro de su mochila, preparándolo todo para partir.

-Con la primer luz de la mañana me piro...- dijo ella-. Si vas a venir conmigo deberías empezar a preparar tus cosas.

Telli miró alrededor con ojos melancólicos. Su realidad había vuelto a cambiar vertiginosamente. Detuvo su mirada en Pablina, en el desparpajo de su desnudez. La chica andaba en cueros sin reparo, pero el aura que la envolvía dejaba en claro que no había un mínimo atisbo de interés sexual en todo aquello. El interés por el sexo había muerto para todos.

-Tengo que comunicarme con Lucy. Tiene que saber que su hermano murió.

-Bueno, dejale una nota. Si viene por acá la va a leer y ya está- respondió Pablina.

-¿Cómo voy a hacer eso? No tenés sensibilidad.

Pablina guardó una pistola cargada en un bolsillo lateral de la mochila. Miró a Telli y dijo:

-Si ella viene a la Madriguera y se encuentra que no hay nadie va a ser peor. Es mejor que le dejes una nota contándole las novedades. Igualmente, amigo, creo que deberías empezar a hacerte a la idea de que tu querida Luciana ya no esté viva. Por algo ya no volvió a encender su walkie.

-Eso puede ser porque se le acabó la batería. Ya pasó antes...- explicó Telli-. Tiene tres baterías y, como siempre estaba cerca de nosotros, cada tanto volvía a la Madriguera a recargarlas. Si su grupo se fue mas lejos no puede hacerlo.

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Pablina no hizo comentario al respecto. Lo miró con piedad y pena y continuó con los preparativos para la salida. Después de varios inútiles intentos más, Telli, no tuvo más remedio que abandonar el panel y resignarse.

Esa noche, cuando estaban en la cama listos para dormir, Pablina le preguntó:

-¿Quién es el Tano?

-¿Quién?

-El Tano. Cuando volvimos de quemar al zombie manco tuviste uno de tus “ataques”. Enzo me contó que te pasa a veces y me dijo lo que hay que hacer. La verdad es que nunca había visto una cosa así. Pues, en tu delirio, discutías con alguien a quien llamabas “Tano”.

-¡Ahh!- exclamó Telli y guardó silencio. Se dio la vuelta y se acurrucó como un niño indefenso.

Desobedeciendo las órdenes de su padre, Telli se presentó en su casa con un barbijo y una capucha cubriéndose la cabeza. Quería saber como estaba su madre y los teléfonos estaban completamente colapsados. Empujó inútilmente la puerta que estaba trabada desde adentro. Había una enorme cruz roja de pintura de aerosol en el frente que indicaba que había enfermos dentro, siguiendo las órdenes que había dispuesto sanidad por los medios. Se suponía que con esa marca los enfermos de gravedad iban a recibir asistencia, pero todo se les fue de las manos y el sistema médico colapsó. Todavía no se había decretado oficialmente la pandemia pero todos sabían que aquello no iba bien. El presidente argentino no volvió a aparecer por

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televisión después del segundo toque de queda, y reinó un hermetismo dramático y angustiante en todo el país. La gente de menor recurso caía en las calles como moscas y los camiones que recolectaban cadáveres habían dejado de hacerlo. Telli rodeó la casa y saltó por el tapial. Abrió la puerta de la cocina y entró en la casa. Sobre la mesa y la mesada había muchísimas cajas de medicamentos. Avanzó rápidamente por el pasillo en dirección a la habitación de sus padres. Corrió la cortina de plástico transparente y finalmente pudo verla. Su madre yacía en el interior de una carpa que cubría toda la cama. Tenía tubos de oxígeno y aparatos que habían conseguido antes de declararse la pandemia gracias al Rotary Club. Su padre, que estaba sentado en una silla, leyendo un libro, junto a la ventana que daba al jardín, se cubrió el rostro con una máscara y se apresuró a detenerlo.

-¡Hijo! ¡No tenés que estar acá!

-Dejame papá, quiero verla.

-¡No! No podés entrar... te vas a enfermar... ¡por el amor de dios!

Telli se quedó en el umbral de la puerta. Le asustó ver a su padre tan debilitado y famélico. Sin dudas él también necesitaba ayuda.

-¿Vino el doctor?

-Si, si, está todo controlado... pero es muy peligroso que estés acá, volvé con Enzo y quédense en la Madriguera hasta que toda esta pesadilla se termine. ¡Por favor!- suplicó el viejo. No era tan viejo pero se había vuelto viejo rápidamente en las últimas semanas. Telli sintió ganas de abrazarlo pero se contuvo. Sabía que aquella era la

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despedida. Sacó una pistola de su bolsillo y se la entregó a su padre. El hombre se negó a aceptarla pero Telli insitió...

-Papá, hay Hordas y hay saqueadores por todas partes. Del mismo modo que pude entrar yo puede hacerlo cualquiera. Me sentiría más seguro si te la quedás. Está cargada y te dejo más balas de reserva.

-No pasa nada, hijo, la policía da rodeos cada dos horas por acá.

-¡Papá! ¿Hace mucho que no salís a la calle? Ya no hay más nada... no hay más policía ni hay nada, ni siquiera tenemos presidente. Los hospitales están cerrados. El hospital de Escobar fue quemado y las clínicas devastadas... Tenemos que cuidarnos entre nosotros. Quedate la pistola y cuida a mamá todo lo que puedas. Si oís algo raro dispará sin preguntar. Yo voy a pasar todos los días para ver si necesitan algo. Cuando venga voy a anunciarme con mi chiflido desde afuera, ¿si?

-Telli, nosotros tenemos el frizer repleto, la alacena llena de comida, remedios y todo lo que nos haga falta hasta que esto se arregle. No tenés que venir todos los días. Prefiero que te quedes con Enzo. Llevate el arma, si ni siquiera sé como se dispara.

Telli pasó la mano a través de la cortina de plástico y se aferró al brazo de su padre. El viejo sonrió tristemente. Ese fue el último contacto que tuvieron.

-Cuidá de tus hijos, Telli. Andá a ver a Susana. No los abandones. Tal vez ella te necesite más que nosotros- dijo su padre.

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Nada hubiese deseado más, en esos momentos, que estar junto a Pablo y a Nerea, sus hijos, pero Susana no quería que estuviese cerca. Ella ya tenía a Alberto, “el bueno”, que ocupaba muy bien su lugar.

Al salir a la calle se reunió con Lucy y los dos amigos que la acompañaban todo el tiempo. Uno de ellos era Marcelo, el peluquero, el otro era Mario, el que tocaba el bajo en una banda de funk. Les decían M&M, como los confites, porque siempre estaban juntos. Manejaban un auto japonés, pequeño, de dos puertas, y estaban todo el tiempo con Lucy de acá para allá. Esa tarde habían conseguido ácidos. Se drogaban mucho y ahora que parecía que había llegado el fin del mundo se drogaban más que nunca. Telli se subió al auto con ellos y los cuatro fueron a Neurus, un pequeño pub donde había muchas personas reunidas para pasarla bien mientras el mundo se desmoronaba. Telli no estaba de acuerdo en ir, prefería volver con Enzo que, en esos días, estaba cuidando de su padre que también agonizaba. Pero no quería dejar sola a Lucy. Ella le prometió que irían a Neurus un rato, tomarían unas cervezas y escucharían a la banda, que tocaba todo el tiempo, y volverían a la casa. Por entonces la Madriguera ya estaba habilitada y los tres, Telli, Enzo y ella, se habían instalado allí abajo y ya tenían el pacto de no contarle a nadie de su existencia.

Finalmente Telli accedió a ir a Neurus. El lugar era un zulo pequeño frente a la Panamericana. La entrada estaba llena de autos y en el interior del pub no cabía un alma. Al ritmo de música punk frenética la multitud enmascarada con barbijos, se apiñaba y bailaban como si nada importante estuviese sucediendo fuera. M&M tomaron la delantera y Lucy agarró a Telli de la mano, y los cuatro desfilaron

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internándose en los pasillos recónditos de la trastienda del bar. Todos allí dentro estaban completamente vueltos locos. Saltaban en un pogo descontrolado, bebían hasta caer desmayados y se desnudaban a manotazos. La bebida era libre y cada vez que se acababa salía un grupo a saquear un supermercado para mantener siempre la reserva de alcohol. Estaban todos dispuestos a perder la cabeza en una última fiesta descontrolada y letal, durase lo que durase.

Mario empujó una puertita que daba paso a una pequeña habitación en la que había un catre y un montón de ropa desparramada por el suelo. Espoleó la ropa, los cd´s y los bártulos que yacían sobre la cama e hizo sitio para que se acomodaran los demás. Cerraron la puerta que tenía un colchón pegado del lado de adentro para amortiguar el sonido del pub. Entonces desplegaron el cartón con la fotografía del bebé de Nirvana nadando bajo las aguas frente a un billete enganchado en un anzuelo. El cartón estaba troquelado en varios cuadraditos. Marcelo cortó uno de los cuadraditos y se lo pasó a Lucy...

-Las damas primero- dijo. Ella lo agradeció con libidinoso entusiasmo.

Telli sabía que estaba por cometer un error. Ya había pasado por una mala experiencia antes y estaba tentando a la suerte, pero las palabras de Mario terminaron por convencerlo:

-Es el fin del mundo, amigo. ¡Se acabó! ¿No vas a darte un gusto ahora que estás vivo? Mañana o dentro de un rato puede ser que estemos fritos.

La miró a Lucy. Ella asintió sonriente.

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Agarró el trozo de cartón que le ofrecía Marcelo y se lo metió en la boca, bajo la lengua. Cuando todos tuvieron lo suyo se tomaron de las manos y canturrearon “Yellow Submarine” de los Beatles. Al cabo de un rato Telli entró en un embudo de percepciones totalmente angustiosas y vertiginosas. En algún momento abrió los ojos y lo único que pudo ver fue el rostro de Luca Prodan en el póster que yacía pegado frente a la cama. Luca, con una camiseta blanca que llevaba la inscripción “Jamaica no problem” y las gafas sobre su cabeza pelada, le hablaba, le decía cosas en su castellano porteño con acento italiano, y lo tranquilizaba. Telli se aferró fuertemente a esa imagen porque todo lo demás en su entorno se difuminaba en una neblina blanquecina espesa... las voces tubulares de los demás... los golpes de los bajos de la música que se filtraba desde el pub... y algunas imágenes que se cruzaban y se estiraban en una argamasa desenfrenada y agobiante. Lo único claro era Luca. Era el salvavidas en medio de un océano turbulento. Dos días más tarde despertó en la Madriguera. Enzo estaba a su lado poniéndole paños fríos en la frente. Más allá estaba Lucy con un aspecto deplorable, como si le hubiese pasado un tren por encima.

-Telli... ¡al fin!- exclamó Enzo-. Pensé que te perdíamos amigo. ¡Gracias a dios!

Telli miró confusamente alrededor. La imagen de Luca se mantenía frente a sus ojos como un holograma, y detrás suyo estaba todo lo demás

-¡Que mal viaje tuvimos, colega!- bromeó Lucy que estaba bebiendo un té y se agarraba la cabeza como si temiera que le fuese a estallar.

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-¡Callate pelotuda!- gritó su hermano-. Son un par de tarados. Vaya a saberse que mierda se metieron.

-Ácido- respondió Telli-. Lo consiguió Mario.

-¿Mario? Mario está muerto. Quedó frito al lado de ustedes. Vos estuviste en coma durante dos días, y a Luciana no le queda nada más que bilis en el estómago para vomitar. ¿Están locos? Si no fuera porque los encontré a tiempo y conseguí cargarlos en el auto y traerlos hasta aca ahora mismo estarían en el otro barrio. ¿Se puede saber que carajo les pasó por la cabeza cuando se metían esa mierda? ¿Querían suicidarse?

-¡Ya está bien, Gordi! Estamos aca los tres, estamos vivos- protestó Lucy.

-¿Sabés algo de Nerea y de Pablito?- preguntó Telli.

-Están bien, no te preocupes. Susana vino a verte ayer- le dijo Enzo. Telli se incorporó bruscamente...

-¿Qué? ¿Me vió así?

-¡Tranquilo! No la dejé pasar, le dije que estabas dormido.

-¿Qué quería?

-Dijo que tenía que hablar con vos. Que vayas a su casa en cuanto puedas. Ahora descansá y reponete. Tus hijos no te pueden ver en este estado.

-¡Mierda! Esas no son buenas noticias- murmuró.

Cerró los ojos y se durmió. Incluso con los ojos cerrados podía ver la imagen del póster que parecía haberse enquistado en sus retinas. El problema es que, unos días después, a la imagen del póster se le dio por cobrar vida

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propia y movilidad autónoma. Así, cada tanto, Luca empezó a aparecerse en forma de alucinación.

Cuando Pablina abrió los ojos, Telli estaba preparando su propia mochila y ya había hecho algo para desayunar. Todavía estaba oscuro.

-Tenemos que comer bien...- dijo-. No sabemos cuando volveremos a poder desayunar así.

Ella se sentó en la cama...

-Entonces ¿estás seguro de que venís conmigo?- le preguntó- Mira que no hay vuelta atrás. Vas a tener que abandonar tu lujosa vida en la Madriguera y...

-¡Que sí! ¡No seas pesada! Ya me viene bien un poco de aire nuevo. Llevo mil años metido en este agujero.

Aunque su voz no sonaba muy convincente ella se sintió aliviada y contenta por la decisión de su nuevo compañero de ruta.

Entre galletas untadas con mermelada y mates ella desplegó el mapa de ruta y explicó a su colega el rumbo a seguir. Le dijo que debían llegar hasta un puesto montado en un departamento de la calle Sarmiento. Allí otros de su grupo se encargarían de hacer llegar las “cepas fundamentales” a destino.

-¿Para qué vamos a dar toda esa vuelta?- preguntó Telli-. Si vamos por las vías del tren llegaremos justo a la estación de Retiro, de ahí será más fácil movernos hasta el microcentro.

-Esteban, ¿vos sabés lo que es caminar sobre las piedras de las vías?

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-No tenemos que ir siempre por las vías. Hay caminos a los costados, y donde no haya caminos seguimos por las vías. Si querés pasar desapercibida es lo mejor. Si vamos por esta ruta que trazaste acá vamos a tener que caminar también. Toda la Panamericana, el puente de la General Paz y sobre todo la entrada a la Capital, está colapsada de autos amontonados- explicó Telli, con una lucidez que sorprendió a la muchacha.

-¿Ves como dos cabezas piensan mejor?- dijo ella sonriente-. ¿Sabés? Daría cualquier cosa por una ducha.

Telli se mantuvo pensativo...

-Eso se puede arreglar...- dijo- ... gastemos botellas de agua mineral. Ya no las necesitaremos.

-¡Buenísimo! ¡Gracias compañero! Al amanecer nos vamos.

Fin del Episodio 11

“El Resto” por Gustavo Gall

(Relato de ciencia ficción futurista, por entregas en episodios cortos) -Décima Entrega: Episodio 11- (total: 11 páginas) -

Codigo de Registro 1212194222680 A.R.Ress Int. Copyright- Gustavo Gall

Marzo de 2013.