H. P. Lovecraft - La transición de Juan Romero
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8/13/2019 H. P. Lovecraft - La transicin de Juan Romero
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LA TRANSICIN DE JUAN ROMEROH. P. LOVECRAFT
UNIVERSIDAD MISKATNICA LOVECRAFTIANA1
LA TRANSICIN DE
JUAN ROMEROH. P. LOVECRAFTNo tengo ningn deseo de hablar de los sucesos que
ocurrieron en la mina Norton el 18 y el 19 de octubre de
1891. Un sentido del deber para con la ciencia es lo nico que
me impulsa a rememorar, en los ltimos aos de mi vida,
escenas y hechos cargados de un terror doblemente agudo por
la imposibilidad de definirlo. Sin embargo, antes de morir,
creo que debo contar lo que s sobre la, digamos, transicinde Juan Romero.
No hace falta que diga a la posteridad ni mi nombre ni cul es
mi origen; en realidad, creo que es mejor que no aparezcan,
porque cuando un hombre emigra de repente a los Estados o a
las Colonias, deja tras l su pasado. Adems, lo que yo fui
una vez no tiene nada que ver en absoluto con lo que voy a
contar; excepto, quiz, el hecho de que durante mi servicio en
la India me senta ms a gusto con los maestros nativos de
blanca barba que entre mis compaeros oficiales. Haba
ahondado no poco en la extraa sabidura de Oriente, cuando
se abatieron sobre m las calamidades que me impulsaron a
emprender una nueva vida en el inmenso Oeste de Amrica...,
vida en la que consider oportuno adoptar otro nombre: el que
llevo actualmente, que es muy corriente y carece de
significado.
Durante el verano y el otoo de 1894 viv en las montonas
regiones de los Montes Cactus, donde trabaj de simple pen
en la mina Norton, cuyo descubrimiento por un viejobuscador de oro, unos aos antes, haba transformado la
regin circundante, casi un pramo desrtico, en un caldero
hirviente de vida srdida. Una caverna de oro, situada bajo un
lago de la montaa, haba enriquecido a su venerable
descubridor ms all de cuanto habran podido pintarle los
sueos ms disparatados: y ahora era escenario de vastas
operaciones de perforacin por parte de la compaa a la que
haba sido vendida finalmente. Se haban descubierto nuevas
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grutas, y la produccin de metal amarillo era sumamente
abundante; as que un ejrcito heterogneo y poderoso de
mineros trabajaba afanosamente da y noche en las numerosasgaleras y oquedades rocosas. El superintendente, un tal Mr.
Arthur, hablaba a menudo de la singularidad de las
formaciones geolgicas locales, especulando sobre la pro-
bable extensin de la cadena de cuevas, y evaluando el futuro
de las titnicas empresas mineras. Consideraba las cavidades
aurferas una consecuencia de la accin del agua, y crea que
no tardaran en llegar a las ltimas.
Juan Romero vino a la mina Norton poco despus de ser
contratado yo. Miembro de esa chusma inmensa de
mexicanos desaliados que llegaban atrados del pas vecino,
al principio llam la atencin slo por su semblante, el cual,
aunque claramente de tipo piel roja, era, sin embargo, notable
por su color claro y sus rasgos refinados, muy distintos de los
chicanos corrientes o los piuta de la localidad. Es curioso
que a pesar de diferenciarse tanto de la mayora de los indios
tribales y de los hispanizados, Romero no daba la ms
mnima impresin de tener sangre caucsica. No era al
conquistador castellano ni al pionero americano, sino al
antiguo y noble azteca a quien la imaginacin vea en este
reservado pen, cuando se levantaba de madrugada y
contemplaba fascinado el sol en el momento de asomar por
encima de los montes orientales, al tiempo que extenda los
brazos hacia el orbe como ejecutando algn rito cuya
naturaleza ni l mismo comprenda. Pero salvo su rostro, no
haba en Romero nada que sugiriese la nobleza. Sucio e
ignorante, se senta a gusto entre los dems mexicanos de piel
oscura, y proceda (segn me contaron despus) de los am-
bientes ms bajos. Le haban encontrado de nio en una chozarudimentaria de la montaa; nico superviviente de una
epidemia que se haba propagado mortalmente. Cerca de la
choza, no lejos de una fisura de una extraa roca, haba dos
esqueletos recin mondados por los buitres, posiblemente
pertenecientes a sus padres. Nadie recordaba la identidad de
esta pareja, y pronto fue olvidada por todos. Y el
desmoronamiento de la choza de adobe, y el cierre de la fisura
por una avalancha posterior, contribuyeron a borrar incluso el
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recuerdo del escenario. Criado por un cuatrero mexicano que
le dio su nombre, Juan se diferenciaba muy poco de todos sus
compaeros.El afecto que Romero me cobr tuvo indudablemente su
origen en el raro y antiguo anillo hind que yo sola llevar
fuera de las horas de trabajo. Ignoro cul era su naturaleza, y
cmo haba, llegado a mi poder. Era el ltimo eslabn que me
una a un captulo de mi vida cerrado para siempre, y lo tena
en gran aprecio. No tard en observar que al mexicano de
extrao aspecto le tena interesado tambin: lo miraba con
una expresin que disipaba toda sospecha de mera codicia.
Sus venerables jeroglficos parecan agitar en l algn vago
recuerdo de su mente ignorante pero activa, aunque no haba
posibilidad de que lo hubiera contemplado anteriormente. A
las pocas semanas de llegar, Romero se haba convertido en
una especie de criado fiel mo, pese a ser yo tan slo un
minero. Nuestra conversacin era necesariamente limitada. El
saba muy pocas palabras de ingls, mientras que yo descubr
que mi espaol oxoniense era muy distinto de la jerga que
empleaba el pen de Nueva Espaa.
El suceso que voy a referir no fue precedido de largas
premoniciones. Aunque el tal Romero haba despertado mi
inters, y aunque mi anillo le haba impresionado de forma
singular, creo que ninguno de nosotros se esperaba lo que iba
a seguir cuando se produjo la gran explosin.
Consideraciones de orden geolgico haban aconsejado pro-
longar la mina directamente hacia abajo, a partir de lo ms
profundo de la zona subterrnea, y la conviccin del
superintendente de que bamos a tropezar slo con roca viva
le decidi a colocar una prodigiosa carga de dinamita.
Romero y yo no trabajbamos en esta galera, de modo quenos enteramos por otros de los extraordinarios detalles. La
carga, ms potente quiz de lo que se haba estimado, haba
estremecido la montaa entera al parecer. Las ventanas de los
barracones de la ladera saltaron en pedazos a causa de la
sacudida, y los mineros de las galeras ms prximas cayeron
derribados. El lago Jewel, situado encima del lugar de la
explosin, se encresp como agitado por una tempestad. La
inspeccin practicada revel que se haba abierto un nuevo
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abismo debajo del punto dinamitado; un abismo tan
monstruoso que no se pudo medir con ninguna cuerda, ni
iluminar con ninguna lmpara. Desconcertados, losexcavadores fueron a consultar con el superintendente, quien
orden que llevasen a dicho pozo las cuerdas ms largas, las
empalmaran y fueran soltndolas poco a poco por la boca del
pozo, hasta el fondo.
Poco despus, los obreros, con la cara plida, informaban al
capataz de su fracaso. Firme aunque respetuosamente,
manifestaron su decisin de no volver a visitar ese abismo, ni
seguir trabajando en la mina hasta que volviera a cerrarse.
Evidentemente, se enfrentaban a algo que escapaba a sus
experiencias, ya que por lo que haban podido comprobar, el
vaco se prolongaba indefinidamente. El superintendente no
les hizo ningn reproche. Al contrario, reflexion
profundamente, e hizo planes para el da siguiente. Esa noche
no entr ningn relevo.
A las dos de la madrugada, un coyote solitario de la montaa
empez a aullar de forma lastimera. De alguna parte del
interior de la obra, un perro contest con sus ladridos al
coyote o a lo que fuera. Se estaba formando una tormenta
alrededor de los picos de la cordillera, y unas nubes de
siluetas espectrales avanzaban horribles por el confuso retazo
de luz celeste que delataba el esfuerzo de la luna gibosa por
asomar a travs de las mltiples capas de cirrostratos. Me
despert la voz de Romero, procedente de la litera de arriba;
voz que le sali excitada y tensa, con una vaga expectacin
que no lograba entender:
Madre de Dios!... El sonido... ese sonido... Oiga usted!...Lo oye usted? Seor, ESE SONIDO!Prest atencin, preguntndome a que sonido poda referirse.El coyote, el perro, la tormenta, todo era audible; esta ltima
iba adquiriendo violencia, mientras el viento aullaba con -
ms furia cada vez. Desde la ventana del barracn se vean
fucilazos de relmpagos. Le pregunt al nervioso mexicano,
enumerando los sonidos que yo oa:
El coyote?..., el perro?..., el viento?Pero Romero no contest. Luego comenz a murmurar, como
asustado:
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El ritmo, seor..., el ritmo de la tierra... ESE LATIDODEL INTERIOR DE LA TIERRA!
Y entonces lo o yo tambin; lo o, y me estremec sin saberpor qu Hondo, muy hondo, por debajo de m, sonaba un
latido..., un ritmo, exactamente como haba dicho el pen; el
cual, aunque extraordinariamente dbil, dominaba los ruidos
del perro, el coyote y la creciente tempestad. Es intil tratar
de describirlo, porque no es posible. Quiz se pareca al pulso
de las mquinas de un gran transatlntico, tal como se sienten
desde la cubierta; aunque no era tan mecnico, tan
desprovisto de vida y de conciencia. De todas las
caractersticas, era suprofundidad en la tierra lo que ms meimpresionaba. Me acudieron a la memoria fragmentos del
pasaje de Josep Galvin, que Poe cita con tremendo efecto :
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sonido rtmico de este hombre; pero Romero caminaba ms
de prisa ahora, y le segu sin detenerme.
Al descender al pozo, el sonido de las regiones inferiores sevolvi infinitamente complejo. Me resultaba horriblemente
parecido a una especie de ceremonia oriental, con batir de
tambores y cnticos de numerosas voces. Como sabis, he
estado mucho tiempo en la India. Romero, y yo marchbamos
prcticamente sin vacilar, recorriendo galeras y bajando
escaleras, siempre en direccin a aquello que nos atraa,
aunque con un temor y una renuencia. irreprimibles. Hubo un
momento en que cre volverme loco: fue cuando, al
preguntarme cmo era que encontrbamos iluminado nuestro
camino siendo as que no haba lmparas ni velas, me di
cuenta de que el antiguo anillo de mi dedo brillaba con un
resplandor misterioso, y difunda una luz plida en el
ambiente hmedo y pesado de nuestro alrededor.
De repente, Romero, despus de bajar por una de las
numerosas y anchas escalas de mano, ech a correr y me dej
solo. Una nota nueva y salvaje de aquellos cnticos y batir de
tambores, apenas perceptible, le haba hecho reaccionar de
esta forma; y con un grito salvaje se adentr a ciegas en la
oscuridad de la caverna. O sus gritos repetidos mientras
tropezaba torpemente en los sitios llanos y bajaba como un
loco por las escalas desvencijadas. Sin embargo, pese a lo que
me asust, conserv el sentido suficiente como para percibir
que las voces que profera, aunque articuladas, eran
absolutamente desconocidas para m. Unos vocablos
polislabos speros, aunque impresionantes, haban
reemplazado a su habitual mezcla de mal espaol y peor
ingls; y de stos, slo el grito frecuentemente repetido de
Huizilopotchli me resultaba vagamente familiar; Pocodespus record haber ledo ese nombre en las obras de un
gran historiador... y me estremec cuando dicha asociacin me
lleg a la conciencia.
El clmax de esa noche espantosa, aunque consecuencia de
una combinacin de factores; fue bastante breve, y empez en
el instante en que llegu a la ltima caverna. De la oscuridad
inmediatamente delante de m brot un alarido final del
mexicano, al que se uni un coro de speros sonidos como no
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habra podido volver a or, y seguir viviendo despus. En
aquel momento pareci como si todos los ocultos terrores y
monstruosidades de la tierra se hubiesen vuelto articulados enun esfuerzo por aniquilar al gnero humano;
Simultneamente, se extingui la luz de mi anillo, y vi surgir
tenuemente un vago resplandor de las regiones inferiores a
unas yardas de donde estaba yo. Haba llegado al abismo
ahora inundado de un resplandor rojo - que se haba
tragado al infortunado Romero. Me acerqu y me asom al
borde de aquel abismo que ninguna cuerda haba conseguido
sondar y que ahora eta un pandemnium de llamas
parpadeantes y rugidos espantosos. Al principio no vi ms
que una luminosidad borrosa e hirviente; pero luego
empezaron a destacarse de la confusin unas formas
infinitamente distantes, y vi a... era Juan Romero? Pero,Dios mo, no me atrevo a contarles lo que vi! Un poder delcielo, acudiendo en mi ayuda, me borr visiones y sonidos en
una especie de estallido como el que podra producirse al cho-
car dos universos en el espacio. Me sobrevino un caos, y
conoc la paz del olvido.
No s cmo continuar, dadas las circunstancias tan singulares
que rodeaban al suceso; pero seguir lo mejor que pueda, sin
intentar distinguir lo real de lo aparente. Cuando despert,
estaba a salvo en mi litera, y el rojo resplandor del amanecer
entraba por la ventana. El cuerpo sin vida de Juan Romero
estaba tendido sobre una mesa, a cierta distancia, rodeado por
un grupo de hombres, entre ellos el mdico del campamento.
Comentaban la extraa muerte del mexicano mientras dorma:
una muerte al parecer relacionada de alguna forma con el
terrible rayo que haba estremecido la montaa. No
encontraron una causa directa, y la autopsia no revel ningunarazn por la que Romero no debiera estar vivo. Ciertos
retazos de conversacin me hicieron comprender, sin la
menor sombra de duda, que ni Romero ni yo habamos salido
del barracn por la noche, ni nos habamos despertado du-
rante la espantosa tormenta que haba pasado por los montes
Cactus. Tormenta que, segn contaban los hombres que se
haban atrevido a descender al pozo de la mina, haba
provocado un derrumbamiento considerable, y haba cegado
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totalmente el profundo abismo que tantos temores haba
despertado la vspera... Al preguntarle al vigilante qu haba
odo antes de producirse el enorme trueno, mencion a uncoyote, un perro y el gemido del viento..., nada ms. Y yo no
dudo de su palabra.
Al reanudar el trabajo, el superintendente Arthur pidi a unos
cuantos hombres especialmente dignos de confianza que
efectuasen una inspeccin por ellugar donde haba aparecidoel abismo. Aunque de mala gana, obedecieron, y practicaron
una profunda perforacin. El resultado fue muy curioso. El
techo del vaco, tal como lo haban visto cuando estaba
abierto, no era grueso ni mucho menos; sin embargo, los
barrenos de los Investigadores encontraron lo que pareca ser
un ilimitado espesor de roca slida. No encontrando nada
ms, ni siquiera oro, el superintendente orden que lo dejaran;
pero a veces, sentado ante su mesa, se queda meditando, y su
semblante adopta una expresin de perplejidad.
Hay otro detalle curioso. Poco despus de despertar aquella
maana, pasada la tormenta, not la ausencia inexplicable del
anillo hind en mi dedo. Lo apreciaba muchsimo; sin
embargo, experiment una sensacin de alivio ante su
desaparicin. Si uno de mis compaeros mineros se habaapropiado de l, debi de estar muy vivo para deshacerse del
botn; porque a pesar de los avisos y del registro que efectu
un polica, el anillo no apareci. Pero dudo que fuera robado
por manos mortales; en la India me ensearon muchas cosas
extraas.
Mi opinin en torno a toda esta experiencia vara segn el
momento. De da, y en casi todas las pocas del ao, me
siento inclinado a pensar que casi todo fue un sueo; pero a
veces, durante el otoo, y hacia las dos de la madrugada,cuando los vientos y los animales allan lastimeramente,
emerge de inconcebibles profundidades una detestable
sugerencia de latidos rtmicos... y siento la conviccin de que
la transicin de Juan Romero fue efectivamente terrible.
16 de septiembre, 1919