Habian llegado para quedarse , ensa inhospita tierra del ... · Había llegado a la edad madura con...
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J.A.V.N/2006
Arena.
Con 10 bueyes, 30 cabras, 5 carros con ruedas de madera, 4 pájaros cantores, un
par de perros cuidadores y 14 esclavos, una pareja de esclavos y su amada esposa
se dieron a la penitencia de encontrar las coordenadas que los colocaran en un
territorio inhóspito e incierto como los bandeirantes en Brasil y los filibusteros en
América. Habían llegado para quedarse, en esa inhóspita tierra del desierto,
rebozante de sol y arena, llevaba el sueño de conquistar y domesticar la tierra a
fuerza de brazos, sudor y espalda. El gobierno aseguró su posesión con un edicto
legal y firmado por representante federal. Llegando al punto se iniciaron los
planos de una majestuosa empalizada con varas y adobe para protegerse del sol y
arena, llegaron a un oasis en el desierto cerca de un mar sereno , azul turquesa en
donde el sol ardía y la brisa del medio día rostizaba los cuerpos.
Sin convivencia alguna con el desierto, comenzó sus exploraciones a los 4 puntos
cardinales buscando con quien intercambiar aunque fueran reflejos cristalinos.
Había llegado a la edad madura con una mujer joven y embarazada que ansiaba
volver a la ciudad y recobrar la cordura que había perdido siguiendo los sueños de
aquel hombre obstinado que se había propuesto dominar el desierto y enfrentaba
a una mujer que mantenía la idea de abandonar aquel lugar impropio para ella y
para la criatura por venir.
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Al terminar el caserío en el medio de la nada ella permaneció 5 días y sus noches
afuera sin compartir la almohada y el techo, resuelta a convencerlo de su regreso a
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la civilización. En el sexto amanecer la tomo, sin mediar palabra, la aprisiono con
fuerza y la llevó a rastras hasta el fondo de la cabaña, le dijo aquí te vas a morir
porque aquí decidí que viviríamos y no existe forma de regresar, eres mía como yo
de este arenal. Tu desprecio al amanecer mengua lentamente en la penumbra del
anochecer. Tu desdén no me deja huella, toda huella del hombre se borra igual en
el desierto, no hay camino de regreso, solo ondas de arena que vuelven como las
olas al mismo lugar. ¿A donde irás? en el desierto no hay rumbo y aquí tienes
agua, cabras, palmeras y cerca esta el mar, para qué buscar rumbos precisos, si la
vida es tan incierta, ¿cuál es tu afán de brillar en sociedad?
Tres días caminando serían suficientes para convertirte en alimento de buitres y
águilas, aquí te quedas mujer y no volveremos a discutir por esto, que estoy
cansado, la increpó y de un brusco y fuerte movimiento la puso en la cama con sus
nalgas morenas encendidas por el amanecer y la comió entera como el primer día
y todos los años desde que se la arrebató a un abarrotero de medio pelo que lloró
como niño cuando los encontró a medio estanquillo desnudos haciendo el amor con
unos cantos de sirena que se oyeron hasta el amanecer.
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Por eso su obstinación solo daba un descanso y se prometía volver para darle la
energía que requería de su enojo y que su vientre gozaba como goza un niño
cuando toca la campana en la escuela. Entre los arrebatos de ira y desolación
pasaron los meses y un parto repentino, nocturno y complicado trajo una hermosa
niña de nombre Áurea. En compañía de la niña se vino un torrente sanguíneo que
persevero hasta el amanecer dejando a la madre cuadriplejica, moviendo los ojos y
entendiendo mejor que nunca lo que pasaba allá afuera.
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A partir de aquel día de abril, la pareja de mulatos daba de comer y beber a la
pobre cuadripléjica que poco a poco salía al sol y movía los ojos, ellos la
cambiaban cuando se embarraba en aquellas cagotadas universales que parecía
que comía un buey por vez. En los días siguientes, el padre se acercó a una colonia
de indígenas nativos a día y medio de camino y presentó a su hija y pidió para
ella, que le dieran una nodriza, la pequeña moría de hambre y el gran jefe llamó
a su hija que por el tiempo había dado a luz y le dio la niña, le dijo volverás cada
semana en domingo a verla y podrás llevártela cuando cumpla tres años.
Convenido, ¡Largo pues!, ¡largo el domingo podrás venir a verla!
El señor Augusto se alejó no sin sentir un hueco en el pecho que le golpeaba el
corazón y se fue a su empalizada a día y medio de caminar entre dunas de arena.
Cuando llego allá, Petra y Pablo esperaban asustados, en la creencia de que los
coyotes habían acabado con la pareja. Feliz Pablo, el mulato esclavo de Augusto,
se levantó temprano para continuar la construcción de una empalizada frente al
mar donde podrían revisar las redes que colocaban para atrapar algo de alimento
al subir la marea. Así fueron tejidos los hilos de palma por toda la playa en donde
se daban cita ingenuos y despistados pelágicos menores. Por la noche ante aquel
cielo que no le cabía una estrella más, Augusto miraba el destino de Áurea y no se
arrepentía de aquella epopeya de hombre valiente y tenaz que un día
emprendiera con firme convicción para fundar la primera ciudad en aquel mar de
arena.
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La pequeña Áurea parecía satisfecha en los brazos cálidos y morenos de su
nodriza, mujer fuerte y joven como su madre. Comparecía cada domingo ante el
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padre que quería saber de todos sus avances en el mundo, y ella y su casi hermana
Kytzia llevaban una vida tan apacible y coincidente que cada vez parecía difícil
el futuro desenlace. Un día Augusto con más curiosidad que pena preguntó por el
padre de Kytzia y ella le dijo que había partido hacia el norte en la primavera a
conquistar nuevas tierras .Embarazada ponía en peligro sus tácticas y no
respondía a sus estrategias. Inversa la historia se torno la mía, que use la táctica de
no responder a sus estrategias y embarazada llego al arenal.
Un domingo llegó con la mujer cargada en una cama de palos y caña, preguntó
por el chamán y la llevó a su tienda para tratar de aliviar sus desventuras. El gran
hombre le revisó lentamente y le dijo, nada puede hacerse con el mal de piedad.
Cuando uno cierra el ojo de la piedad, pierde hasta la vida, ella no descansará o
volverá a dar paso hasta el día que su pensamiento mude y se perdone y perdone
a los demás, no hay cura contra las artimañas del egoísmo, llévenla de nuevo a
casa y si es posible denle un té de sidrera con hierbabuena todas las mañanas,
coloquen un atrapa sueños de pluma de halcón y dejen que se suban las hormigas
y báñenla con agua de lluvia fresca.
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El tiempo fue apacible con ella, que poco a poco recuperaba su tono muscular y
articulaba cada vez más rápido pero confuso palabras que nadie entendía si no
fuera por los gestos de agresión rechazo, enojo y obstinación. El buen Augusto
continuó asistiendo de manera religiosa los domingos al encuentro de su hija y
caminaba con su hija, platicaba con su nodriza y no dejaba de agradecer y a la
vez de escudriñar los gustos y rutinas de Isaura para poder adivinar sus
posibilidades y proceder sus caprichos con tal de agradar y complacer a la madre
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putativa de aquella hermosa niña, hija de una cuadripléjica que no conocía aún.
Tres años son tiempo suficiente para consolar una piedra, alegrar un espino o
desviar el cauce de un río e Isaura sucumbió ante las atenciones y deslices de
Augusto, una tarde de Abril cuando el desierto floreaba un pasto amarillo que lo
cubre como una novia y revela así su secreto de vida, el le declamó su secreto :
“Isaura, las niñas te necesitan y te aman, no será que necesitarán de un padre que
las acompañe y las proteja. Kytsia y Áurea tienen la misma edad, crecieron juntas
y no saben vivir separadas, creo que podríamos estar con ellas y procurarles salud
y educación, pues yo sé leer y escribir y podría… Ella dijo: “Para, para por favor, tú
no vas a llenar sus cabezas de basuras de blanco, y si me vas a proponer
matrimonio vuelve cuando estés en condiciones de decirme que me amas y
entonces te diré lo que pienso, por hoy fue todo, el domingo entrante podré
escucharte, espero mayor sensatez y palabras que me hablen de tus sentimientos y
no de tu hija o de la mía. No te escondas en la luz que despiden esas hermosas
flores y trata de pensar más en ti y menos en tu culpa de abandonar a la
cuadripléjica que no quieres aprender a entender porque nunca ella ha querido
enseñarte sus debilidades y compartir sus tristezas, sus dolores y sobre todo sus
frustraciones y oprobios”.
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La espera le había mermado la esperanza, la convirtió en intolerante y del
desespero albergó en su alma para convertir la vida cotidiana en una competencia
de relevos que no tenía meta y no ofrecía premios, si no servía como anestésico
para la que la pena no floreciera y explotara dentro dejando el alma sin
expectativa, sin planes a futuro. Le confundía y no sabía cómo enfrentar un cortejo
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mestizo con todos sus devaneos que esconden la esencia y naturaleza de lo
humano y los discursos alucinantes que no son más que escondites, tabernáculos de
sombras para ocultarse y no enfrentar compromisos de fidelidad, responsabilidad,
trabajo y vida en comunión.
Una nube cubierta de incredulidad asomaba como tormenta que pudiera traer un
poco de frescura a su vida que subsistía con los minutos que Kytsia y Áurea le
dedicaban, pero que necesitaba del cuerpo, el dominio de un hombre que le diera
sentido a su proceder femenino que ansiaba a sus 26 años no sólo del recuerdo,
pues ya no podía vivir tan sólo de poesía, sino necesitaba de escribir en la piel al
fuego de leña natural una historia real.
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El domingo siguiente y antes de iniciar conversación, ella le dijo, Señor Augusto,
primero siente que le hago falta, luego cree que pueda vivir con lo indispensable y
tercero ama la naturaleza, atónito el hombre grito ¡si! entonces puede usted
hablar con el cacique que es mi padre para tomarme como mujer, vivir como indio
y respetar la tierra y todo aquello que nos da vida. El cacique le dijo que no
comulgaba con un blanco, con una esposa que no podía llamarse difunta y con
más de 20 años mayor que su hija. Que le permitía convivir con su hija mientras
Tonatihu regresaba y debería arreglar con él la posesión de la hija a condición de
que Áurea no saliera jamás de la tribu. Pensó, primero la novia no es mía, aunque
puedo amarla, segundo, mi hija es de él y no debo reclamarla, que troca mas
certera, mi hija por la suya, la suya condicionada a la ausencia y la mía entregada
en prenda. Acepto el trato desventajoso por inteligente y sagaz , bajo la premisa
de olvidarse del mundo de occidente que lo abandono con títulos de posesión de
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una tierra en medio del desierto y no le dio oportunidad de mostrar a su mujer las
viñas y los olivos que florecían frente al mar.
Virtudes, te dejo mujer, tal vez nunca nos entendimos o no hicimos lo suficiente
para predecirnos, pero el tiempo y tu enfermedad mermaron mi espera y
acabaron con la esperanza. No tengo argumentos para ofrecerte, ni formas de
persuadirte, pero debe quedar claro que no es culpa de mi osadía el estado en que
te encuentras, sino tu obstinación hasta parir a tu hija con el objeto de
contrariarme y hacerme volver, te dejaste morir sin pujar, sin buscar traerle la luz
a sus retinas y si no es porque ella lo intentó hasta la muerte, hubiera muerto
asfixiada en tu vientre. Ella te ganó la apuesta y quien lo diría, para que Isaura se
quedara con ella primero y luego conmigo. Volveré de cuando en cuando a verte,
que cada vez te ves mejor y tal vez algún día Pablo y Jacinto me den la buena
nueva, de que te has largado a Santa Fe de Culiacán a buscar el hombre de tu
vida y volver a la frivolidad de tu existencia de cafés y carnavales, de bisutería y
lentejuelas. Ella solo cabeceaba de indignación e impotencia, como si escribiera en
clave Morse con sus golpes en la cama de madera, la sentencia hacia aquel ingrato
animal, sabandija y poco hombre de que el día que se incorporara, la venganza
sería implacable. Si antes no había argumentos para luchar contra la maldita
enfermedad ahora el odio y el rencor, envenenaban su alma y se proponía
destruirlo a él y a sus malditas indias y todo aquello que se asociara con su
felicidad.
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Sé que tú ganas en esta encrucijada el odio necesario para reponerte, pero pierdes
a tu hija, te quedas libre como querías, pero te aprisionas en las rejas de la
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hostilidad, tu alma no tendrá alegría y la mía no encontrará sosiego, los dos
estamos condenados, tú a buscar mi muerte y yo a morir buscando a Dios. Cinco
años después, un 7 de septiembre, el mismo día que 10 años atrás hubieran
encontrado el presidio Pitiquito, Virtudes se recuperó casi completamente, si no
fuera por un rengueo de la pierna izquierda y una parálisis facial del lado derecho
que solo cedía cuando el enojo la ponía al borde de la histeria, la violencia y la
agresión. Cinco años le había tomado encumbrarse en aquel palacete de histeria
que simulaba algún salón de Versalles pero donde los mármoles eran papel mural
y los oleos eran fotos de calendarios de boticas, anticuarios, carnicerías y abarrotes
de los pueblos entre Santa Fe y el presidio.
En un trato oportunista con los indígenas, Virtudes fue rentando tierras para la vid
y el olivo, después de 5 años demando su posesión. Los aborígenes que nada sabían
de reglas y leyes de blancos se lanzaron a recuperarla por la fuerza. Una vez
tragado el señuelo, intervino la fuerza pública, una brigada del ejército nacional
desalojo las propiedades matando a los intrusos y refugiando a los indios en una
reserva tan pequeña como la empalizada que 15 años atrás construyeron para
vivir. Diezmados e iracundos los indígenas huyeron a las montañas lejanas a vivir
como nómadas e implantaron una época de guerra de guerrillas para fastidiar a
Virtudes y sus lacayos.
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Aurea y Kitzia de 16 años tuvieron el encargo de ir al pueblo por un puñado de
alimentos para lo cual se trasformaron y convirtieron en perfectas mulatas y
simularon que venían del norte. Pero como nunca falto un sabandija, abusador,
atraído por la belleza de ambas, perturbo su condición de decentes damas y se
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encontró con la fuerza de dos amazonas, recibiendo una paliza. En su huida por el
pueblo, al verse perdidas, en una tienda de ropa tomaron de rehén a Virtudes
que pasaba por el lugar y huyeron en su carreta con alimentos gratuitos y sin
conocer la jerarquía social de aquella mujer.
Solo Augusto la reconoció al llegar aprisionada entre la harina y el fríjol con
cuerdas y paños que solo le dejaban respirar. Las jóvenes contaron su odisea
frente al jefe de la gavilla y acordaron huir con el rapto antes que los ejércitos los
encontrasen. Augusto confundido levanto su tienda y comenzó el camino hacia el
nordeste. Áurea llevo la presa consigo y se encargo de alimentarla y vestirla con
amabilidad y cariño, casi como una hija. Cuando los soldados los alcanzaron
estaban intentando una coartada para regresar a la fiera a su jungla y librarse de
la catástrofe. Fue aprendida junto con sus captoras, Kytzia y Áurea y las
desdichadas llegaron semidesnudas a una mazmorra helada y sombría, en donde
serían juzgadas y ejecutadas según el castigo que mejor conviniera a la primera
dama, Doña Virtudes.
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Augusto desesperado bajó de la montaña para encontrar forma de informar a la
tigresa que era su hija la que subiría al cadalso, pero no llego nunca, se quedo
atrapado en un vado lodoso que le rompió la esperanza. Sin poder evitarlo, fueron
masacradas a pedradas por atentar contra la vida de la autoridad y dueña del
presidio pitiquito, sin llegar a saber que con ello se cumplía la venganza contra
Augusto arrebatándole lo que mas quería y ella sin saberlo acaba con toda
esperanza de encontrar a su hija en vida.
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Cuando ella supo de lo sucedido, volvió a su estado primitivo de cuadriplejica y
Augusto e Isaura tomaron el mando del pueblo, toda vez que la tragedia se había
instalado y los grupos en pugna regresaban a la normalidad y a una convivencia
diversa entre las elites estimulados en el periodo despótico de Virtudes y los grupos
de indios que retomaban sus posesiones terrenales y formaron con los anteriores
dueños cooperativas de producción agrícola y pecuaria que subsistirían hasta el
tiempo en el cual dos lustros después serian destruidos por los bárbaros
descendientes de Kun-Kak al mando de Tonathui cónyuge de Isaura y padre de
Kytzia para vengar la muerte de la niña y la traición de la mujer.
Los únicos que sobrevivieron para contar la historia fueron Pablo y Petra que
siguieron sirviendo al amo Tonathui, lo mismo que lo hicieron con Virtudes,
Augusto e Isaura. Tres generaciones de hijos, nietos y bisnietos poblaron el presidio
del pitiquito y en su mayoría emparentaron con los Kun-Kak de donde nació la
raza mestiza que aun quiere y sueña con vivir entre una historia que termina y
otra que comienza.
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