Hacer Hablar a Los Numeros

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1 Steven Friedman (Comp.) El nuevo lenguaje del cambio. Colaboración constructiva en psicoterapia. Ed. Gedisa, Barcelona, 2001 pp. 25-49 Hacer hablar a los números: el lenguaje en la terapia INSOO KIM BERG Y STEVE DE SHAZER ¿Quiere aprender ciencias fácilmente? Comience por aprender su propio idioma. Étienne Condillac La metáfora de la terapia como conversación es al mismo tiempo útil y peligrosamente engañosa. El peligro reside en el reemplazo, probablemente inevitable, de «como» (en inglés, as) por «es» (is), es decir de «terapia como conversación» por «terapia es conversación» (que en inglés no es más que una diferencia de una vocal). Este cambio señala la transformación de una metáfora en una metáfora disfrazada de concepto. Que dos personas que se encuentran en un mismo momento y en un mismo lugar compartan una conversación resulta una actividad normal y natural. Por ello suponemos, automáticamente, que cuando utilizamos el término conversación sabemos a qué nos referimos. Parece simple y obvio que no necesitamos saber nada sobre conversaciones para poder participar en ellas. Al producirse la ineludible transformación a la que acabamos de referirnos (lo que ya está sucediendo, por lo menos en talleres y seminarios de formación profesional), la proposición «La terapia es conversación» cobra la fuerza de una declaración y es razonable entonces que comencemos a pensar que terapia equivale a conversación. De ese modo, una transformación gramatical inadvertida y erróneamente nos lleva a creer que sabemos todo lo que hay que saber sobre la práctica terapéutica y que ésta fundamentalmente requiere que poseamos las habilidades necesarias para mantener una conversación o continuar un diálogo. Así, equivocadamente pensamos que la conversación misma constituye la terapia, que el factor curativo es el hecho de compartir una charla. Al igual que la expresión relación terapéutica, que la precedió, la afirmación «La terapia es conversación» parece explicar en qué consiste la terapia y sin embargo es tan vaga que en realidad no nos dice nada. Por otro lado, el hecho de que la práctica terapéutica pueda ser considerada una conversación nos recuerda sus aspectos interaccionales. Primero, para que se vea a la terapia como una conversación deben participar en ella dos o más personas. Segundo, las

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Steven Friedman (Comp.)

El nuevo lenguaje del cambio. Colaboración constructiva

en psicoterapia.

Ed. Gedisa, Barcelona, 2001

pp. 25-49

Hacer hablar a los números: el lenguaje en la terapia

INSOO KIM BERG Y STEVE DE SHAZER

¿Quiere aprender ciencias fácilmente? Comience por aprender su propio idioma.

Étienne Condillac

La metáfora de la terapia como conversación es al mismo tiempo útil y peligrosamente

engañosa. El peligro reside en el reemplazo, probablemente inevitable, de «como» (en inglés, as)

por «es» (is), es decir de «terapia como conversación» por «terapia es conversación» (que en

inglés no es más que una diferencia de una vocal). Este cambio señala la transformación de una

metáfora en una metáfora disfrazada de concepto.

Que dos personas que se encuentran en un mismo momento y en un mismo lugar

compartan una conversación resulta una actividad normal y natural. Por ello suponemos,

automáticamente, que cuando utilizamos el término conversación sabemos a qué nos referimos.

Parece simple y obvio que no necesitamos saber nada sobre conversaciones para poder

participar en ellas. Al producirse la ineludible transformación a la que acabamos de referirnos

(lo que ya está sucediendo, por lo menos en talleres y seminarios de formación profesional), la

proposición «La terapia es conversación» cobra la fuerza de una declaración y es razonable

entonces que comencemos a pensar que terapia equivale a conversación. De ese modo, una

transformación gramatical inadvertida y erróneamente nos lleva a creer que sabemos todo lo

que hay que saber sobre la práctica terapéutica y que ésta fundamentalmente requiere que

poseamos las habilidades necesarias para mantener una conversación o continuar un diálogo.

Así, equivocadamente pensamos que la conversación misma constituye la terapia, que el factor

curativo es el hecho de compartir una charla. Al igual que la expresión relación terapéutica, que

la precedió, la afirmación «La terapia es conversación» parece explicar en qué consiste la terapia

y sin embargo es tan vaga que en realidad no nos dice nada.

Por otro lado, el hecho de que la práctica terapéutica pueda ser considerada una

conversación nos recuerda sus aspectos interaccionales. Primero, para que se vea a la terapia

como una conversación deben participar en ella dos o más personas. Segundo, las

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conversaciones tienen lugar dentro del lenguaje, y es también lenguaje lo que utilizamos para

mantener conversaciones. De este modo, la consigna señala en dirección a la idea de Condillac

de que, para aprender acerca de la terapia debemos primero aprender nuestro propio idioma (y,

de hecho, para aprender sobre la conversación o cualquier otra actividad humana).

Las ideas que surgen de la consideración de la terapia como conversación, como una

actividad en la que participan dos o más personas, tienden a amenazar o corromper (o quizás a

equilibrar) los significados tradicionales de la palabra terapia (del griego, «cuidar, curar»), que

ciertamente pueden llevarnos a adherir a la descaminada idea de que el terapeuta actúa sobre

el paciente o cliente. Consideremos, por ejemplo, la siguiente definición que da el diccionario de

terapéutico/terapia:

que sirve para curar o sanar; curativo; relativo al descubrimiento y aplicación de remedios para las

enfermedades. Parte de la ciencia médica que se vincula con el tratamiento y la cura de las

enfermedades.

Parece que «La terapia como conversación» es una fructífera contradicción en sus términos,

en tanto nos induce a considerar la práctica terapéutica y el uso del término terapia de un modo

que socava y contamina las definiciones usuales de la palabra terapia (que el vocablo

lamentablemente conlleva de manera automática).

Cuatro concepciones del lenguaje

Sin duda, nuestros lectores, como los de Condillac, creen que conocen su propio idioma; y

nosotros, como autores, queremos creer que tenemos una comprensión similar del nuestro.

Después de todo, lo usamos todo el tiempo, especialmente al hablar, escuchar, leer y escribir. El

uso de nuestro propio idioma parece algo simple y sin complicaciones.

El sentido común se basa en una concepción ingenua del lenguaje, que lo considera

transparente y verdadero. El supuesto de sentido común que sostiene que el lenguaje es un

medio transparente que expresa hechos preexistentes implica que el cambio nunca se produce

en el lenguaje. Se supone que el lenguaje siempre refleja cambios anteriores a los que ocurren

en el lenguaje. Se considera que los autores o hablantes son capaces de percibir las verdades

de la realidad y de expresar esta experiencia por medio del lenguaje, permitiéndole de ese

modo al lector y oyente saber exactamente a qué se refieren. Sin embargo, las cosas no son

tan simples. Hay al menos otras tres maneras diferentes de conceptualizar el funcionamiento

del lenguaje.

El pensamiento occidental tradicional (que se relaciona con la perspectiva del sentido

común) considera que, de un modo u otro, el lenguaje representa la realidad. Este punto de

vista se basa en la idea de que existe una realidad externa para ser representada. Por lo

tanto, el estudio del lenguaje puede consistir en determinar en qué medida este re-presenta

esa realidad. Es evidente que esta creencia se basa en la idea de que el lenguaje es capaz de

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representar la «verdad», cuya revelación es la meta de la ciencia occidental tradicional.

Además, esta creencia conduce a la idea de que para desarrollar una ciencia del significado es

necesario escrutar lo que hay detrás y debajo de las palabras, enfoque conocido como

estructuralismo (Chomsky, 1968; 1980; Saussure, 1922), que fue explícitamente utilizado por

Bandler y Grinder (1975) para estudiar la hipnote-rapia y la psicoterapia. Toda la historia de la

psicoterapia, desde Freud hasta Selvini Palazzoli o Minuchin contiene un pensamiento

estructuralista, es decir, interesado en lo que hay detrás y debajo de la superficie de lo que se

investiga.

Los budistas, por otra parte, dirían que el lenguaje bloquea nuestro acceso a la realidad

(Coward, 1990). Y como también piensan que existe una realidad externa, utilizan la práctica

de la meditación para desactivar el lenguaje y conectarse con la realidad.

Y existe otra concepción, generalmente llamada posestructuralismo (De Shazer, 1991; De

Shazer y Berg, 1992; Harland, 1987) que sostiene, simplemente, que el lenguaje es la realidad.

Expresándola en términos más familiares a los terapeutas, esta idea de que nuestro mundo es

lenguaje remite a una perspectiva vinculada con lo que se llama constructivismo. Este enfoque

sugiere que debemos observar el modo como hemos ordenado el mundo en el lenguaje y el modo

como el lenguaje (que nos precede) ha ordenado nuestro mundo. Esta perspectiva nos ha

llevado a creer que para estudiar cualquier tema es necesario estudiar el lenguaje. Es decir

que, en vez de escrutar por detrás y debajo del lenguaje que usan el terapeuta y los clientes,

nosotros pensamos que lo único que tenemos para trabajar es, precisamente, el lenguaje que

ellos usan. Ni los autores (o hablantes) ni los lectores (u oyentes) pueden tener la certeza de

que comprenderán lo que el otro quiso decir, porque cada uno de ellos lleva a ese encuentro todas

sus experiencias previas, que son singulares. El significado es producto de una negociación en

cada contexto específico. Es decir, los mensajes no son enviados, sino solamente recibidos: lo

que vale tanto para el autor como para el lector (en consecuencia, el autor no es más que uno

de tantos lectores). Contrariamente a la perspectiva de sentido común, la perspectiva

posestructuralista considera que el cambio sucede dentro del lenguaje: el contenido de lo que

hablamos y el modo como lo hacemos marca una diferencia y son estas diferencias las que

pueden utilizarse para marcar una diferencia (para el cliente).

En los últimos veinte años, el trabajo con nuestros clientes nos ha llevado de una visión

occidental tradicional a una visión posestructuralista, por el camino del contacto con una versión

de la concepción oriental tradicional. Es decir, que hemos llegado a entender que los significados

que se consiguen en una conversación terapéutica se generan por medio de un proceso más

parecido a una negociación que al desarrollo de una comprensión o un desenmascaramiento de

lo que «en realidad» sucede. Dado que en lo concerniente a los significados toda conversación

entraña incertidumbre, el malentendido es mucho más probable que la comprensión. Creemos

que la tarea del terapeuta consiste en utilizar creativamente este malentendido y generar, junto

con el cliente, un malentendido lo más fructífero posible.

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Conversación centrada en el problema

Conversación centrada en la solución

La totalidad de los hechos pertenece únicamente al problema, no a su solución.

Ludwig Wittgenstein

Tractatus Logico-Philosophicus

A los fines de la argumentación utilizaremos los términos conversación centrada en el

problema y conversación centrada en la solución como una oposición binaria,1 lo que nos

permitirá seguir a Wittgenstein en el establecimiento de otra oportuna oposición binaria entre

«hechos» y su opuesto, «no hechos». La expresión no hechos es más amplia que el término,

quizás automático, ficciones, puesto que nos permite incluir las fantasías, esperanzas, ficciones,

planes, deseos y demás como lo opuesto de los «hechos».

Conversación centrada en el problema

Cuando escuchamos a las personas describir sus problemas y buscarles una explicación,

unos «hechos» se apilan sobre otros «hechos» y, como resultado, el problema parece cada vez

más pesado. Rápidamente, la situación puede llegar a hacerse abrumadora, complicada y quizás

incluso irremediable. En otras palabras, cuando se explora en detalle el problema de un cliente y

este nos relata más y más «hechos» de su atormentada existencia, el cliente llega a sacar la

(razonable) conclusión de que el suyo bien podría ser un caso realmente difícil. Después de todo,

todos esos «hechos» son lo que tanto clientes como terapeutas creen real y verdadero. Esta

«conversación centrada en el problema», es decir, hablar sobre lo que no marcha bien, no hace

más que repetir algo que, probadamente, no funciona. De modo que la conversación centrada en

el problema forma parte del problema y no de la solución. Para decirlo de manera sencilla, cuanto

más hablan los clientes y terapeutas de los «hechos», mayor es el problema que construyen entre

ambos. El lenguaje funciona naturalmente de este modo.

En general, la conversación centrada en el problema pareciera basarse en la concepción

occidental tradicional sobre la verdad y la realidad. Como en la secuencia de la conversación un

«hecho» sucede a otro, comenzamos a sentirnos obligados a buscar qué hay detrás y debajo,

y a suponer interconexiones y relaciones causales entre ellos. Esta perspectiva conduce a la

idea de que, antes de que el paciente pueda abordar otros problemas (que están en la

superficie) será necesario trabajar en el «problema básico subyacente» (fuera lo que fuese lo

que se encuentre detrás y debajo de la superficie).

Sin embargo, la perspectiva posestructuralista señala que el modo en que utilizamos el

lenguaje puede, inadvertidamente, descaminarnos (y de hecho lo hace con frecuencia). Es

1 Este es un recurso temporal, ya que no puede garantizarse el «adentro/afuera» de los pares binarios; el límite no es una barrera.

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fácil olvidar que una descripción debe realizarse por medio del lenguaje y que el idioma

inglés, ente otros, requiere al menos un ordenamiento sucesivo de las palabras utilizadas

para lograrla. Hasta tal punto nuestro lenguaje se nos impone, o incluso nos engaña, que

olvidamos que nuestras ideas se originaron en figuras retóricas (más formalmente, podría

decirse que inadvertidamente confundimos ontología con gramática) y en el proceso

interactivo entre terapeuta y cliente que se turnan para hablar, es decir, para solicitar y

brindar una descripción, lo que tiene como consecuencia que tomemos a las descripciones por

explicaciones causales. Es importante recordar que no hay nada que reprochar ni al

terapeuta ni al cliente cuando esto sucede. Si pudiera atribuirse alguna culpa, esta residiría

en el lenguaje mismo.

Conversación centrada en la solución

Parece fuera de toda discusión que no podemos resolver un problema con el mismo

tipo de pensamiento que lo creó. Con los años, hemos aprendido de nuestros clientes que el

modo como ellos juzgan la eficacia de la terapia es completamente diferente del modo

como los terapeutas (e investigadores) juzgan o miden el éxito terapéutico. Nuestros

clientes nos han enseñado que las soluciones implican un pensamiento y un discurso

muy diferentes. Un tipo de discurso y de pensamiento externo a los «hechos» y al

problema. Llamamos a esta conversación externa al problema «conversación centrada en

la solución». El cliente y el terapeuta conversan acerca de la solución que quieren construir

juntos y en el proceso llegan a creer en la verdad o realidad de lo que constituye el objeto

de su conversación. Este es el modo en que naturalmente funciona el lenguaje.

Preguntas de escala

En una gran cantidad de casos (si bien no en todos)

en los que empleamos la palabra «significado» este puede

definirse así: el significado de una palabra es su uso...

Ludwig Wittgenstein Philosophical Investigations

Las preguntas como herramientas terapéuticas.

En los últimos años hemos comenzado a considerar a las preguntas como herramientas

para la intervención terapéutica. A diferencia de los terapeutas que se consideran como expertos

en hallar soluciones, nosotros nos hemos dado cuenta de que lo que modela la realidad del

cliente es el uso de palabras, pensamientos, acontecimientos y sentimientos; es decir

percepciones y comportamientos. Mediante el intercambio de malas interpretaciones y

malentendidos ayudamos a nuestros clientes a reconstruir y reformular su realidad de un modo

que encuentran beneficioso.

Berg y Miller (1992) describieron cinco tipos de preguntas que resultan útiles en diferentes

momentos de una entrevista: 1) preguntas que inducen a descripciones de cambios previos

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a la sesión; 2) «preguntas por el milagro», es decir, aquellas que ayudan a definir los

objetivos del cliente y dilucidar las soluciones posibles (De Shazer, 1988, 1991); 3)

preguntas para encontrar excepciones; 4) preguntas que apuntan a la capacidad de

respuesta, es decir, que subrayan las (con frecuencia olvidadas y, sin embargo,

fundamentales) estrategias de supervivencia que los clientes usan incluso en las

circunstancias más irremediables; y 5) preguntas de escala. En este capítulo nos

centraremos en el análisis de estas últimas.

Cualquiera que haya jugado con números sabe que estos, como las palabras, pueden ser

mágicos. Como es nuestra práctica habitual, tomamos las señales proporcionadas por

nuestros clientes y, a partir de ellas, desarrollamos modos de utilizar los números como

una simple herramienta terapéutica. A diferencia de las escalas numéricas que se utilizan

para medir algo basándose en criterios normativos (es decir, escalas que miden y comparan el

funcionamiento del cliente con el de la población general representado en una curva de

distribución normal), las escalas que utilizamos tienen el propósito de facilitar el

tratamiento. Nuestras escalas se utilizan para «medir» la percepción que el cliente tiene de sí

mismo, para brindarle motivación y aliento y para esclarecer sus metas individuales, o

cualquier otra cosa que resulte importante para él.

Perspectivas individuales y de relación

Como indicamos en otro trabajo (De Shazer y Berg, 1992), todas las preguntas que el

terapeuta hace al cliente intentan extraer la siguiente información: 1) la visión que tiene el

cliente sobre el problema y sus posibles soluciones, incluyendo sus opiniones y el grado de

malestar, esperanza y voluntad de trabajar esforzadamente para resolver los problemas; y 2) la

percepción que tiene el cliente de las personas significativas en su vida y de la percepción que

estas personas tienen de él. Como indican las agudas observaciones de George Herbert Mead

(1934), nuestra visión de nosotros mismos depende en gran medida de cómo creemos que nos

ven otras personas; así, las preguntas que ayudan ni terapeuta a hacerse una idea acerca de

la percepción que tiene el cliente de su relación con personas importantes para él proporcionan

información muy útil, especialmente cuando la meta del cliente es imprecisa o el tratamiento ha

sido prescripto, no elegido.

Las preguntas de escala se usan para analizar la perspectiva individual del cliente, su visión

de los demás y su impresión acerca de cómo lo ven los otros. (No lince falta aclarar que el

terapeuta formula muchos otros tipos de preguntas vinculadas con escalas numéricas.)

Ejemplo de caso clínico I

Los diálogos entre cliente (C) y terapeuta (T) que siguen a continuación son fragmentos

textuales de una sesión inicial.

T:2 ¿Cuánta confianza tiene en que podrá perseverar en esto? Digamos que diez significa que

está segura de que va a llevar a cabo este tratamiento, que en un año mirará hacia atrás y

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dirá: «Hice lo que me había propuesto». Y que uno significa que lo abandonará. Entre diez y

uno, ¿cuánta confianza tiene?

C: Siete.

T: ¿Siete?

C: Sí.

T: ¡Vaya!

C: No tengo otra alternativa.

T: Es cierto, es cierto. ¿Qué supone que diría la madre de Charlie? Ante la misma pregunta,

¿qué cree que respondería ella?

C: Me daría un puntaje más bajo.

T: Probablemente...

C: Diría que nunca perseveramos en lo que decimos que vamos a hacer.

T: ¿Cuánto más bajo? ¿Cuánto le daría, entre diez y uno?

C: Cuatro o cinco.

T: ¿Cuatro o cinco?

C: Sí.

T: Bien. Y si le preguntara a Charlie sobre...

C: ¿Mí?

T: Sí, sobre Joan. ¿Qué diría? ¿Dónde la colocaría? ¿Cuánta confianza diría que tiene en que

usted llevará esto a cabo?

C: Tres o cuatro.

T: ¿Tres o cuatro?

C: Sí.

T: Más bajo que la madre. ¿Y su mamá, Joan, qué diría?

C: Mi mamá me pondría un uno. Ella no me permite pensar.

[Si bien Joan y su terapeuta saben lo que quieren decir cuando cada una usa la palabra

«confianza», ninguna sabe con seguridad lo que la otra quiere decir cuando usa esta palabra

(o cualquier otra). De manera similar, en tanto autores, no podemos estar seguros de que

sabemos lo que nuestros lectores quieren decir cuando usan el término «confianza»; y ellos

tampoco pueden estar seguros de saber lo que nosotros queremos decir. Al usar una

palabra, cada uno de nosotros trae consigo toda su experiencia anterior con ella. Si bien

habrá necesariamente alguna similitud, alguna yuxtaposición, entre los significados que

cada uno de nosotros atribuye a las palabras, existe una enorme diversidad que puede

ponerse en juego en la conversación. Por supuesto, cuanto más disímiles sean nuestras

experiencias, mayores serán las posibilidades de que se produzca un malentendido

creativo.

En nuestro ejemplo, las escalas numéricas le dan a la clienta y a su terapeuta una

idea del grado de confianza de la primera en su capacidad de perseverar en la terapia y

2 Insoo Kim Berg

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les proporciona a ambas un instrumento para establecer una comparación con las creencias

de la dienta con respecto a cómo la ven otras personas cercanas. La terapeuta encuentra,

así, una ocasión para elogiar a su dienta.]

T: De algún modo, usted ha aprendido a estar en desacuerdo con todos ellos.

C: Ajá.

T: Y usted dice que sus amigos la ayudan en esto. Y si les preguntara a sus amigos, ¿qué

dirían? (sobre la misma pregunta, usando la misma escala).

C: A ellos no les preocupa tanto mi capacidad para hacer las cosas que me propongo. Lo único

que les preocupa es que no vuelva con Charlie. Así que para la categoría «todo lo demás» [la

vida más allá de la decisión acerca de Charlie], probablemente también me pondrían un

siete.

[Las evaluaciones numéricas también contribuyen a darles una idea a la dienta y a su

terapeuta de cuánto apoyo de sus amigos tiene la primera. Es evidente que, desde el punto

de vista de la dienta, sus amigos le serán de más ayuda para lograr sus metas (con

respecto a la categoría «todo lo demás») que su madre, su suegra o su ex marido.

Si bien las diferencias entre 7 y 4 o 5, entre 7 y 3 o 4 y entre 7 y 1 nos clan lugar a

preguntarnos cuan realista será el 7 que la dienta se asigna, el 7 que le darían sus

amigos, sin duda, viene en su apoyo. Además, en este contexto, el 7 también indica que

la dienta se cree más decidida a hacer lo que quiere que lo que otros piensan, y esta

comparación con otras personas probablemente contribuya a reforzar su resolución.]

C: Probablemente dirían que voy a volver con Charlie.

T: Quiere decir que esto les preocupa.

C: Sí.

T: Están preocupados.

C: Me llaman cada cinco minutos. Esta tarde vienen amigos a casa. Y todo porque ellos dicen

que «si llama, hablarás con él o le permitirás venir».

T: Entonces, ¿ellos piensan que Charlie no es bueno para usted?

C: Sí.

T: ¿Están convencidos de que Charlie no es bueno para usted?

C: Sí. Lo odian.

T: Lo odian.

C: Sí.

T: O sea que si yo les preguntara a sus amigos «¿qué probabilidad hay de que Joan vuelva con

Charlie?» (la dienta se ríe), ¿qué dirían, usando la misma escala?

C: Diez a uno.

[La dienta pasa de la calificación de uno a diez a la expresión de una posibilidad (como si se

tratara de una apuesta), probablemente en respuesta a la pregunta de la terapeuta acerca

de la «probabilidad». Y la terapeuta la sigue.]

T: Diez a uno.

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C: Probablemente.

T: ¿En serio? Deben estar preocupados por usted.

C: Sí, estoy preocupada.

T: Usted está preocupada.

C: Sí.

T: ¿Qué probabilidad se daría usted?

C: Probablemente la misma.

T: ¿Diez a uno? ¿Es decir que piensa que no volver con él es mejor para usted?

C: Sí.

T: ¿De veras?

C: Sí.

T: ¿Está absolutamente segura?

C: Absolutamente.

T: Absolutamente. ¿Qué necesita entonces para mejorar sus probabilidades?

C: No sé. Siempre pienso que él cambiará, que mejorará. Siempre me promete portarse mejor.

Entonces, a veces pienso: bueno, está bien. Por una parte, soy una persona agradable y todo

eso. Pero por la otra, ¿quién me va a aceptar con tres hijos? ¿Quién me va a cuidar? ¿Quién

va a querer cuidarlos a ellos? ¿Quién querrá estar con nosotros?

T: Entonces, ¿qué tiene que hacer para aumentar las probabilidades de no volver con él?

C: No tengo idea. (Se ríe.)

T: ¿Qué le dirían sus amigos?

C: Siempre me dicen que debería encontrar a otra persona y que si encontrara una persona

decente que realmente nos tratara bien, vería la diferencia y no querría que él volviera.

T: Eso dicen.

C: Sí. Lo que tiene algún sentido, pero mientras tanto... (Se ríe.)

T: Mientras tanto...

C: Estoy en casa todo el día, todos los días, las veinticuatro horas. Y el teléfono está ahí. Y si

él llama, realmente no tengo a nadie más.

T: ¿Es así?

Construir excepciones

C: Bueno, anoche me llamó. Inventó una excusa... tenía que ver con su seguro.

T: ¿Cómo hizo para no aflojar anoche cuando él la llamó?

C: Porque estaba ocupada. Estaba haciendo otras cosas. (Se ríe.) Y estaba mirando una

película.

T: Aun así, ¿por qué no se reconcilió con él anoche?

C: No estaba pidiéndomelo. Él trataba (usted me entiende, pero yo simplemente le hablé

como si se tratara de cualquier otra persona.

T: Entonces, si él llama y le pide que se reconcilien, ¿es ahí cuando es probable que usted

afloje?

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C: Sí. (Se ríe.)

T: Entonces, si él le implora y le promete y todo eso, ¿es eso lo que sucederá?

C: Sí.

T: Ya veo. En estas ocasiones es cuando sus probabilidades empeoran.

C: Sí.

T: Bueno. Entonces, ¿qué tiene que hacer para mejorar sus probabilidades?

C: No sé. (Se ríe.) No sé.

T: ¿Sus amigos qué le dirían que hiciera para mejorar sus probabilidades?

C: Tampoco saben. Sólo me dicen que debería hacer algo y mantenerme ocupada, y que una

vez que llegue el bebé podré salir más y hacer otras cosas...

T: ¿Podría nombrar algo, por pequeño que sea, que usted puede hacer para mejorar sus

probabilidades, aunque sea un poquito?

C: No lo llamo. Hasta ahora no lo llamé y, por lo general, a esta altura ya lo habría hecho.

T: ¿Es así?

C: Oh, sí. T: Entonces...

C: Cada vez que me llama... por ejemplo, eran las once menos cuarto cuando llamó...

T: ¡Vaya!

C: Parecía bastante ofendido porque no lo había llamado.

T: ¡No me diga!

C: Me sentí bastante orgullosa de mí misma.

T: Bien.

C: Me siento mejor. Cuanto más piensa que voy a volver con él... y cuanto más se comporta de

ese modo, mejor me siento. Pienso: «¡Ja!, no lo hice», usted sabe, es...

T: Entonces, no llamarlo ayuda, ¿es verdad? Y ayer, ¿qué más ayudó? ¿No ceder o no pedirle que

volviera?

C: Mmm...

T: Generalmente, ¿es usted quien le pide que vuelva o es él quien le suplica que lo acepte de

vuelta?

C: Los dos.

T: Ambos lo hacen. Bien. Entonces, creo que una cosa que puede hacer es encontrar un modo

de no pedirle que vuelva.

[Hasta aquí se describieron algunas excepciones a la visión de Joan de sí misma como

indefensa ante las súplicas de Charlie o ante su propia soledad; por lo tanto, tanto Joan

como su terapeuta saben que ella sabe cómo evitar llamarlo y pedirle que vuelva (lo que a

esta altura de una separación ella ya habría hecho) y también saben que ella ahora sabe

cómo responder cuando Charlie la llama (manteniéndose «ocupada»). Como ella piensa que

no le conviene reconciliarse, se puede seguir edificando sobre esos actos que apuntan en

la dirección de su objetivo (que fueron llevados a cabo con anterioridad a la terapia y que

son los antecedentes de su avance hacia ese objetivo) para aumentar las probabilidades

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de éxito de Joan y para reforzar su confianza en que podrá lograr sus objetivos. Además,

estos comportamientos pueden convertirse en el punto central de una tarea para el hogar

que la terapeuta podría indicarle a Joan con el fin de mejorar sus probabilidades de

éxito, puesto que Joan es capaz de repetir algo que ya sabe cómo hacer.]

T: ¿Qué le resulta más difícil: no pedirle que vuelva o (cuando él le suplica que lo acepte

nuevamente) rechazarlo? ¿Qué piensa que le resultará más difícil?

C: Bueno, él se sienta ahí y dice: «Claro, haces esto porque nunca te importé» y esto y aquello y

lo de más allá. Y yo le digo cosas como: «Claro, yo simplemente recojo a cualquier extraño

de la calle y me quedo con él tres años. Y dejo que me maltraten y le doy tres hijos a

cualquiera.» Usted sabe, él se sienta ahí y dice: «Tú no me amas» y vuelve y se pone a llorar

y todo eso, y yo le digo: «Bueno, a menos que hagas esto, esto y esto, no pienso volver». «Oh,

lo haré, lo haré.» Ahí termina todo; es el fin. Porque yo realmente quiero creerle. Hay

momentos en que puede ser una persona realmente agradable.

T: ¿Cuáles son las probabilidades de que vuelva y le prometa todo eso?

C: Bastante altas.

T: ¿Es así?

C: Básicamente, sí.

T: Entonces él no está convencido de que esta vez usted va en serio.

C: No. Y realmente no se le puede echar la culpa a él.

T: No.

C: Usted sabe...

T: Sus antecedentes no son muy buenos que digamos.

C: ¡No, no!

T: Correcto. Entonces ahora usted tiene que hacer algo realmente diferente para indicarle que

esta vez va en serio.

C: Pero no sé qué hacer.

T: Comprendo.

C: Quiero decir, llamé al abogado e hice todas esas otras cosas. Y eso debería ser... suficiente. Y

a su mamá le dio un ataque.

T: Me lo puedo imaginar.

C: Empezó a gritar...

T: Seguro que estaba furiosa.

C: «No puedes separar a mis nietos de mí.»

T: Pero usted no retrocedió.

C: No.

[El haber ido al abogado y no haber retrocedido frente a la abuela de sus hijos pueden

interpretarse como excepciones positivas ya que también contradicen la idea que tiene Joan

de sí misma en el sentido de que es débil. El terapeuta puede usar estos ejemplos como

puntos focales para elogiar a Joan por su fortaleza y habilidad.]

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T: Permítame formularle una pregunta de otro tipo. Digamos que diez significa que usted

confía ciegamente en que Charlie cambiará, que le hará dar a su vida un giro de ciento

ochenta grados y que uno significa lo opuesto.

C: Le pondría un dos.

T: Un dos.

C: Para él, nada es lo suficientemente importante. Prefiere salir a beber. O prefiere salir

con una chica de catorce. Y los niños sólo sirven para mostrarlos en algún acontecimiento

familiar o cuando hay un feriado... en ese momento es cuando generalmente se sienta y

es realmente agradable.

T: ¿Qué tiene usted que hacer para mantenerse firme esta vez?

C: No sé. (Se ríe.)

T: No sabe.

C: Pensé simplemente en anotar todas las cosas que él hace y no dejar de mirar la lista...

Todos los días anotaré y diré qué tiene de bueno o qué hizo de bueno por nosotros y qué

no.

T: ¿Eso le serviría para recordárselo?

C: Creo que sí.

[La idea de Joan de anotar los aspectos positivos y los negativos podría resultar un

punto focal útil para una tarea para el hogar, especialmente porque ha sido una idea

suya. Algunos clientes encuentran de utilidad este tipo de tareas de escritura y lectura

para ordenar las cosas cuando no tienen claro qué harán o cómo llevarán a cabo lo que

quieren hacer.]

T: Usted está diciendo que la probabilidad de que él cambie es de dos. ¿Qué tendría que

verle usted hacer para ponerle, quizás, un tres?

C: Tomarnos en serio y ponernos como prioridad. En este momento, su prioridad es el

trabajo. Es como si se avergonzara de mí. Jamás me lleva adonde va con sus amigos o a

una salida con ellos.

T: Entonces ¿qué es lo que estaría haciendo diferente?

C: ¡No estaría avergonzado de nosotros! Nos llevaría con él.

T: ¿Qué probabilidad hay de que lo haga?

C: Dos. (Se ríe.)

T: (Se ríe.) No muy alta.

C: De hecho, podría ser uno, porque tuvo tres años para hacerlo y jamás lo hizo.

Ejemplo de caso clínico II

Aun los números, aparentemente concretos, pueden ser variables y cambiantes, como

consecuencia del cambio en las percepciones resultante de la conversación entre cliente y

terapeuta. En este caso, después de que la familia expuso su visión del milagro, el terapeuta

manifestó curiosidad por saber si cada uno de los pequeños episodios que componían este

milagro había sucedido alguna vez.

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Construcción del cambio previo a la sesión

En el transcurso de la conversación con el terapeuta, el cliente suele señalar que, desde la

última sesión, las cosas van un poco mejor. Es probable que el terapeuta encuentre de utilidad

el uso de preguntas de escala para afirmar y validar la experiencia del cliente y para

profundizar la indagación acerca de lo que se debe cambiar para que el cliente sienta que la

terapia ha sido beneficiosa.

La transcripción que sigue pertenece a una sesión de terapia familiar.

La primera sesión con la familia de tres integrantes incluyó a la madre y a sus dos hijas.

La madre estaba a punto de divorciarse de su segundo marido (el padrastro de sus hijas). La

visión que la familia tenía de la solución (obtenida mediante la «pregunta por el milagro») incluía

el hecho de que las hijas vieran a su madre sonreír más, estar más contenta y ser capaz de

poner fin a sus conversaciones telefónicas con su padrastro más rápidamente y sin

perturbarse. Tanto la visión de la madre como la de las hijas acerca de cómo estarían éstas

cuando el problema se resolviera incluía la idea de que las hijas se mostrarían cada vez más

felices, repitiendo esas conversaciones, poco frecuentes, pero amistosas y normales que solían

tener cuando el matrimonio de la madre funcionaba razonablemente bien.

En el transcurso de la conversación surgió que la noche previa a la primera sesión la madre

había actuado de manera diferente al hablar por teléfono con su ex marido. Las dos muchachas

describieron que la madre fue capaz de «mantener la calma» y simplemente colgarle el teléfono

a su ex marido, en lugar de «ponerse terriblemente nerviosa» por lo que él le decía. Las tres

estuvieron de acuerdo en que aquella había sido la primera ocasión desde la separación en que

había sido capaz de hacerlo.

Es importante elegir el momento adecuado para formular la pregunta de escala. La

conversación entre el terapeuta (T) y la familia (madre, M, e hija, H) tuvo lugar luego de un

buen rato de discusión con respecto a los éxitos:

T: (A la madre.) Digamos que diez representa su vida tal como usted quiere que sea cuando

ya no necesite venir a verme y que cero representa el peor período posible en las últimas

semanas, cuando más preocupada se encontraba por su familia. ¿Dónde diría que se

encuentra ahora?

M: Diría que me encuentro a mitad de camino. En lo que a mí concierne, diría que estoy

más o menos en la mitad. Para las chicas diría que el puntaje es menor, especialmente

cuando estoy con ellas.

T: ¿Y si considera a la familia como un todo?

M: Diría que alrededor de tres y medio o cuatro. Lo que me preocupa son mis hijas, el modo

como este divorcio las afecta. Si no fuese por ellas, terminaría este matrimonio sin

problema. Son ellas las que me hacen quedar atrapada en el círculo.

T: ¿Cuánto le parece que hace que están en tres y medio o cuatro?

M: Los últimos tres o cuatro meses.

T: ¡Vaya! (El terapeuta se dirige entonces a la hija mayor.) ¿Y tú? Diez equivale a que mamá

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se tome todo con calma, como anoche, y cero equivale al peor período en el que no podía

evitar sentirse perturbada.

H: Diría que hoy está en un siete o un nueve.

T: Quiere decir que desde tu punto de vista mamá ha avanzado muchísimo. ¡Excelente! ¿Y

con respecto a la familia como un todo? ¿Dónde dirías que está hoy la familia, en una

escala de cero a diez?

H: Cinco o seis.

[La diferencia de percepción entre la madre y la hija sobre cómo les está yendo a la

madre y a la familia debe ponerse de relieve como un cambio. El terapeuta decidió utilizar

esto como el punto de partida de un juego de lenguaje centrado en la solución (De

Shazer, 1991; De Shazer y Berg, 1992). Nótense los cambios que surgen en la

percepción de la madre acerca del modo como manejó los cambios recientes y su efecto

sobre las hijas.]

T: (A la madre.) ¿Le sorprende oír esto?

M: No. Desde el punto de vista de ellas, anoche yo avancé muchísimo porque me mantuve

firme.

T: ¿Cómo lo hizo?

M: No volví con él.

T: Entonces ¿ no reconciliarse con él ha sido bueno para usted y sus hijas?

M: Sí, ellas ahora saben que no me voy a reconciliar con él, y les hace bien saberlo. Ahora,

para ellas esto es algo bastante seguro. Estuve furiosa con él y ya lo he superado. Sin

embargo, no me reconcilié. La furia contra él solía durarme un tiempo determinado y

cuando se me pasaba me reconciliaba. Esta vez ya hace un tiempo que se me pasó y no

volví con él.

T: Entonces, ¿es bastante seguro que no se reconciliará?

M: Sí, estoy bastante segura.

T: (A la hija.) ¿En que crees que esto te beneficia?

H: Cuando está contenta tiene mejor carácter.

T: Entonces puedes identificar cuando mamá está contenta. ¿En qué te beneficia esto a ti?

H: Para nosotras es mejor que esté contenta.

T: Entonces, cuando mamá toma una decisión y la mantiene, esto la pone contenta. Cuando

está contenta, las cosas mejoran para ustedes.

H: Sí. (La madre mira a su hija y asiente con la cabeza.)

T: (Dirigiéndose a la madre.) ¡Bien!, ¿cómo lo hizo? Debe de haber sido muy difícil.

M: Es difícil, muy difícil. Pero en nuestra conversación me di cuenta de que, después de ocho años

y medio, él no ha cambiado. Y no va a cambiar. Volver atrás no va a mejorar las cosas.

T: ¿Está convencida de eso?

M: Estoy convencida. Es mejor que siga sola. Y también es mejor para mis hijas.

Es difícil saber con exactitud qué tenía en mente la madre cuando se describió a sí

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misma con un cinco y a la familia en su conjunto con un tres y medio o cuatro. Tampoco queda

muy claro qué quiso decir la hija cuando le puso a su madre un siete o un nueve y a la

familia un cinco o un seis. Poco importa que el terapeuta lo sepa. Importa, sin embargo, que

la madre y las hijas parecen saber, hasta donde podemos observar, lo que la otra quiere

decir.

Más adelante en la conversación, se le pidió a la madre que describiera qué estaría

haciendo cuando hubiera subido un punto en la escala. También se les preguntó a las hijas qué

diferencias creían que notarían en su madre y cómo afectarían estas su vida.

Conclusión

¿Cómo puedo expresar lo que sé con palabras cuya significación es múltiple?

Edmond Jabès

Las escalas numéricas les permiten al terapeuta y al cliente utilizar el funcionamiento

natural del lenguaje por medio de un acuerdo sobre los términos (es decir, los números) y un

concepto obviamente múltiple y flexible (una escala en la cual diez representa al objetivo

cumplido y cero equivale a una ausencia de progreso hacia ese objetivo). Dado que ni el

terapeuta ni el cliente pueden esta absolutamente seguros de lo que el otro quiere decir cuando

utiliza una palabra o concepto determinados, las preguntas de escala les permiten construir

conjuntamente una manera de hablar de cosas que son difíciles de describir, incluyendo el

progreso hacia los objetivos del cliente. Por ejemplo, una mujer creía que en su progreso hacia su

objetivo se hallaba a mitad de camino y, por lo tanto, se puso un cinco. Cuando se le preguntó

qué sería diferente cuando su puntaje fuera seis, simplemente respondió: «Me sentiré más

seis». Sin duda, el terapeuta hubiera preferido una descripción más concreta y específica, pero la

dienta no podía describir las cosas de manera concreta (aunque estaba segura de que se daría

cuenta cuando llegara al seis). En este caso, la escala nos proporciona un método para el

malentendido creativo, por medio de la utilización de números para describir lo indescriptible,

así como para, no obstante, tener alguna seguridad de que, como terapeutas, estamos haciendo

el trabajo para el que el cliente nos contrató.

Preguntas del compilador

P: Me interesa su idea de que la tarea del terapeuta consiste en utilizar creativamente los

malentendidos inherentes a toda conversación para posibilitar que se produzca el cambio.

¿Podrían explayarse más sobre esta concepción?

R: En vez de decir que el terapeuta permite que se produzca el cambio, más bien pensamos

que el cambio ocurre constantemente, que la estabilidad es una ilusión y que el cambio es

inevitable. La tarea del terapeuta es utilizar los malentendidos inherentes a la conversación

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para ayudar al cliente a darse cuenta de las diferencias para que estas diferencias percibidas

puedan ser puestas en acción. Así, esas diferencias percibidas pueden marcar una diferencia.

Además, no pensamos que los malentendidos sean «inherentes a la conversación», sino que

constituyen las conversaciones y que, de hecho, hacen posible la conversación. Es decir, si

simplemente (radicalmente) nos entendiéramos unos a otros, no tendríamos nada de qué hablar.

Por ejemplo, si pudiéramos comprender lo que los clientes quieren significar cuando dicen:

«Estoy deprimido», no habría razón para formularles pregunta alguna. Conoceríamos con

exactitud el pasado, presente y futuro de su afección. Sin decir una palabra, podríamos

prescribirles algún producto químico y/o comportamiento; ellos dirían: «Gracias» y eso sería

todo. Afortunadamente, hasta los enfoques más positivistas de nuestra disciplina (como el del

DSM) reconocen que las cosas no son tan inequívocas. Así, hacemos preguntas porque sabemos

que no comprendemos lo que los clientes quieren significar cuando dicen que están deprimidos.

Evidentemente, la depresión no es algo simple. Las descripciones de los clientes

generalmente abarcan pensamientos, sentimientos, comportamientos, actitudes y contextos

problemáticos, que incluyen a otras personas. Ninguna de las palabras o conceptos que los

clientes incluyen en sus descripciones son simples: debido a que no comprendemos lo que dicen,

nos vemos obligados a formular nuevas preguntas. Toda esta conversación se basa en la

creencia en que la comprensión, si bien quizás improbable, es posible.

Los clientes, por supuesto, saben lo que quieren decir (en esa ocasión específica), pero

nosotros no podemos saberlo. Supongamos que usted le pregunta a una dienta qué entiende por

depresión y ella comienza a contarle que últimamente no duerme lo suficiente. ¿Puede estar

usted seguro de que sus problemas de sueño la han inducido a elegir el término deprimida? ¿O

fue su pregunta la que provocó esa respuesta de parte de ella? Sea como fuere, cuando ella

comienza a hacer público su significado privado por medio de la conversación con usted acerca-

de su depresión, el significado que surge es automáticamente interaccional: en el contexto

terapéutico, el significado es una producción conjunta, fruto de la conversación entre el

terapeuta y el cliente.

A medida que el cliente continúa hablando sobre su «depresión» y el terapeuta obtiene

más detalles acerca de lo que el término significa para el cliente, ¿qué le sucede al terapeuta?

Según nuestra experiencia, después de 30 o 45 minutos, el terapeuta también comienza a

sentirse «deprimido», y a comportarse en consecuencia y, si la conversación se prolonga

durante mucho tiempo, comienza a sentirse tan desesperanzado como el cliente. De este

modo, involuntariamente, el terapeuta se une al cliente para repetir algo que ya ha

fracasado, a saber: la búsqueda del significado del término depresión que, en efecto, construye

su propio significado y, al menos en algunas ocasiones, refuerza sin proponérselo el sentimiento

de depresión.

Desde nuestra perspectiva, comprender, conocer exactamente lo que se quiere significar con

el término depresión es imposible: detrás y/o debajo de toda comprensión o interpretación

acecha otra interpretación (véase la segunda parte de nuestra respuesta a la siguiente

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pregunta). En consecuencia, la búsqueda del «único significado verdadero» es inútil (cuando no

nociva). Por esta razón decidimos (quizá drásticamente) limitarnos a aceptar la situación tal como

es y utilizar así nuestro malentendido para ayudar al cliente a construir una solución.

Como los significados de las palabras y los conceptos son variables y en ocasiones incluso

indecibles (no existe manera de decidir qué significan con algún grado de certidumbre), los

críticos de nuestra perspectiva con frecuencia se apresuran a concluir que lo que estamos

diciendo es que todo vale, que, por ejemplo, depresión podría significar, absurdamente, árbol. Sin

embargo, la lógica, la gramática, la retórica (en sentido clásico), el uso, el contexto y, lo que es

de mucha importancia, el opuesto del concepto (la no depresión) ofician de límites a la gama de

significados potenciales. Lo que no es depresión limita los posibles significados del término todo lo

que parezca digno de atención en el área de la no depresión lo denominamos «excepciones»,

«milagros», etcétera.

Hablar con el cliente sobre lo que el problema/dolencia no es (es decir, hablar sobre la no

depresión) es un modo de utilizar el malentendido en forma creativa. Centrarse en la no depresión

les permite al terapeuta y al cliente construir una solución, o al menos empezar a construir una

solución, basada en las experiencias del cliente ajenas al área del problema. Así, .una solución es

una producción conjunta de terapeuta y cliente, lograda por medio de la conversación acerca

do todo aquello que el problema/dolencia no es. Por supuesto, no podemos comprender mejor lo

que la dolencia no es que lo que podemos comprender lo que la dolencia es (y, en efecto, no lo

hacemos). Afortunadamente, hablar sobre todo lo que la dolencia no es (y, repetimos, esto no es

algo simple) parece ser valioso y de utilidad para la mayoría de los clientes. Al continuar hablando del

no problema/no dolencia, están haciendo algo diferente, en vez de repetir algo que sabemos que

no ha funcionado. Cuanto más hablan de las excepciones, milagros, etc., más «real» se hace el

contenido de su conversación.

P: Su enfoque terapéutico ha sido descripto como «minimalista» y el material que aquí

presentan indudablemente se ajusta a esa descripción. Me imagino que, con el tiempo, su

trabajo evolucionó en esa dirección. ¿Podrían exponer este proceso y también hacer un

comentario acerca de la dirección que vislumbran tomará su trabajo en el futuro? Y también

¿qué necesita el terapeuta para mantenerse «simple»?

R: Como dijo Guillermo de Occam: «Lo que puede hacerse con pocos medios se hace en

vano con muchos». En efecto, con frecuencia nuestro trabajo ha evolucionado en forma

totalmente inesperada, o por lo menos que nosotros no esperábamos. Nuestros clientes nos

ayudaron (o, mejor dicho, nos obligaron) a seguir simplificando nuestro método. En cada paso a

lo largo del camino siempre tuvimos la equivocada idea de que 1) (hacer terapia) no puede ser

tan simple y 2) que (hacer terapia) es lo más simple que hay. (Por supuesto, que el abordaje

sea simple no significa que ponerlo en práctica sea sencillo. Está muy lejos de ser así.) Los

clientes continúan sorprendiéndonos y por eso siempre esperamos que uno de estos días, al

hacer algo que nos sorprenda más que lo habitual y/o de un modo diferente, un cliente nos

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obligará a simplificar nuestro enfoque una vez más. No tenemos idea de en qué específica

dirección nos podría llevar.

Umberto Eco (1992), al describir la lectura de la Biblia de los gnósticos del siglo II, podría

estar casi describiendo nuestro impulso estructural (tanto suyo como nuestro), esto es, hacia la

búsqueda de la verdad:

Todas y cada una de las palabras deben ser una alusión, una alegoría. Estas [las palabras] están diciendo

algo que difiere de lo que aparentemente dicen. Cada una de ellas contiene un mensaje que ninguna será

capaz de revelar por si misma... El conocimiento secreto es conocimiento profundo (porque sólo lo que

queda bajo la superficie puede permanecer desconocido por mucho tiempo). Así, la verdad se identifica con

lo que no se dice, o con lo que se dice oscuramente, y debe comprenderse más allá de la superficie de un

texto, o debajo de esta. Los dioses hablan... por medio de jeroglíficos y mensajes enigmáticos, (p. 30)

Eco prosigue diciendo que «la verdad es secreta y ninguna indagación de los símbolos y

enigmas revelará jamás la verdad última sino que simplemente desplazará el secreto hacia otra

parte» (1992, p.35), a algún lugar más atrás aún o más profundamente debajo de la superficie.

El impulso a mirar lo que hay detrás y debajo, a comprender y explicar, a encontrar el secreto

escondido, conduce a una repetición infinita porque nunca podemos estar seguros de que no es

posible excavar otro nivel más profundo. El resultado, por supuesto, es la complejidad

estructural.

No obstante, todo el proyecto estructural se desploma cuando alguien propone la pregunta

wittgensteiniana «¿Pero qué sucede si no hay nada detrás y debajo?». ¿Qué sucede si sólo

tenemos lo que tenemos y no existe nada más? Una vez que hemos simplificado y abandonado la

teoría (la estructural o cualquier otra gran teoría), nos vemos obligados a aceptar que lo que

tenemos, aunque contradictorio y críptico, es todo lo que se puede tener. Todo está allí, en la

superficie de las cosas, donde siempre estuvo.

La simplicidad exige mucha autodisciplina. A la mayoría de nosotros nos resulta difícil dejar

de lado nuestro impulso (altamente valorado) a buscar qué hay por detrás y por debajo, a

comprender y explicar las cosas y, en consecuencia, simplemente describir lo que sucede. No

obstante, debido al modo de funcionamiento del lenguaje podemos creer, erróneamente, (y lo

hacemos con demasiada frecuencia) que las descripciones son explicaciones, en cuyo caso surge

una confusión.

P: ¿Cómo puede el terapeuta evaluar cuándo es el momento más apropiado en la entrevista

para proponerle al cliente preguntas de escala numérica? ¿En qué situaciones clínicas resultan

más útiles estas preguntas? ¿Cuál ha sido su experiencia en el uso de estas preguntas con niños y

adolescentes?

R: En un principio, las preguntas de escala fueron desarrolladas para ayudar tanto al

terapeuta como al cliente a hablar de temas no específicos como la depresión o la comunicación.

Con demasiada frecuencia nos referimos a estos temas como si las experiencias que estos

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términos describen fueran controladas por un interruptor; es decir que se cree que uno está

deprimido o no lo está y que las parejas son capaces de comunicarse o no lo son.

Afortunadamente, las cosas no son así de claras. Incluso las personas que dicen haber estado

deprimidas durante años generalmente serán capaces de describir momentos (minutos, horas,

días) en que estuvieron menos deprimidas, por el expediente de la formulación de una escala

numérica que contiene toda la gama de los sentimientos depresivos. Al elaborar una escala

numérica, la gama de los sentimientos depresivos, y en consecuencia la dolencia, se

descompone en unidades más o menos discretas. Por ejemplo, si se establece una escala en la

cual 0 representa el momento en que más deprimido se sintió el cliente en las últimas semanas (o

cómo se sentía en el momento de llamar por teléfono para solicitar la terapia) y 10 representa

los sentimientos del día posterior al milagro, que implican el estar libre de sentimientos

depresivos (o, al menos, no ser consciente de ningún sentimiento depresivo y por lo tanto

sentirse capaz de hacer algo que ahora parece imposible), entonces toda calificación superior a 0

no sólo dice que las cosas ya han mejorado: también dice que se está avanzando hacia el

objetivo. En esta situación, el objetivo (sin importar lo impreciso e inespecíficamente que haya

sido descrito) no es simplemente la desaparición de los sentimientos depresivos, sino más bien

lograr un 10.

De manera similar, ocasionalmente, la percepción que tienen los integrantes de una

pareja del modo como se comunican entre sí difiere. Se establece que 10 representa la mejor

comunicación posible de lograr por una determinada pareja; su progreso conjunto y sus

percepciones diferentes se describen simplemente por medio de sus calificaciones. Solemos pedirle

a cada integrante de la pareja que intente adivinar la calificación que propuso el otro, lo que,

nuevamente, no hace más que describir el progreso y las diferencias de percepción, al tiempo que

da a entender que tules diferencias son normales y de esperar. La pregunta no es «¿Quién tiene

razón?» sino «¿Qué es lo que ve el integrante de la pareja que otorga la calificación más alta que el

otro no ve?». Por eso, sin importar lo impreciso e inespecíficamente que los clientes describan su

situación, las escalas numéricas pueden ser utilizadas para desarrollar una manera fructífera de

conversar sobre la construcción de soluciones.

Las escalas también pueden ser de mucha utilidad en sesiones de terapia grupal, cuando los

miembros del grupo tienden a ser algo reservados. A las escalas puede considerárselas sin

contenido, dado que sólo el hablante sabe lo que quiere decir cuando usa un número determinado;

los otros integrantes del grupo tienen que aceptar este hecho sin más. El terapeuta puede discutir con

el cliente en qué cambiará su vida cuando suba, digamos, de 5 a 6. Lo que naturalmente sigue a la

respuesta a esta pregunta es preguntar qué debe hacer el cliente para pasar de 5 a 6. Otras

preguntas posibles: «Cuando pase de 5 a 6, ¿quién será la primera persona en notar sus cambios?».

«¿En qué cambiará el comportamiento de su madre cuando note los cambios producidos en usted?».

Por último, hallamos que las escalas pueden usarse con niños pequeños, adultos con una

discapacidad de desarrollo e incluso con aquellos que tienden a ser muy concretos. Cualquiera que

comprenda la idea de que 10 es mayor que 0 y que 5, en una escala de este tipo, es mejor que 4

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puede responder con facilidad a preguntas de escala.

Por ejemplo, una niña de ocho años fue llevada a terapia luego de que un desconocido

abusara de ella en un paseo de compras. En la cuarta sesión, la terapeuta dibujó una flecha en

el pizarrón que unía el 1 y el 10; el 10 representaba el fin de la terapia. La terapeuta le pidió a la

niña que señalara con una x sobre esa flecha hasta dónde había avanzado en la terapia. La niña

dibujó su x aproximadamente en el 7. Después se le preguntó qué creía que la llevaría de la x al

10. Después de varios minutos, durante los cuales se balanceó cambiando el peso de su cuerpo

de un pie al otro, se le ocurrió una idea y dijo: «¡Ya sé!». «¿Qué?», preguntó la terapeuta. La niña

respondió con voz sombría: «Quemaremos la ropa que llevaba puesta cuando sucedió». La

terapeuta, asombrada por esta creativa idea, dijo: «¡Es una excelente idea!» Poco después de

esta sesión la niña y sus padres hicieron una quema ritual y luego fueron a cenar a un

restaurante elegante para señalar el fin de la terapia.

Agradecimientos

Los autores desean agradecer a sus colegas Larry Hopwood, Jane Kashing y Scott Miller por sus

contribuciones a este capítulo. Le agradecemos a Steven Friedman por habernos sugerido incluir el

tema de la terapia como conversación como parte de nuestra discusión de un enfoque

posestructuralista en la terapia.

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