HEMORRAGIA DIGESTIVA ALTA (HDA). Protocolo de actuación H.C.Bidasoa
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ÍNDICE
- Introducción pág. 2
- Principios del siglo XIX pág. 3-7
- Últimos treinta años del siglo XIX
• Estilo polisón pág. 8-11
· Comentario de las obras pág. 10-11
• Estilo princesa pág. 11-12
· Comentario de las obras pág.13
• La Belle epoque pág. 14-19
· Comentario de las obras pág. 16-19
• Influencia oriental pág. 20-25
·Comentario de las obras pág. 22-25
- Las prendas deportivas en el sigo XIX pág. 26
- El origen de los centros comerciales pág. 27-28
- Evolución posterior al siglo XIX pág. 29
- Bibliografía pág. 30
- Anexos pág. 31-37
·Ilustraciones própias de los diferentes estilos
INTRODUCCIÓN
Durante el siglo XIX, la historia de la moda fue cambiando y evolucionando a gran velocidad, este hecho
se confirma al observar las obras de arte de la época. Haciendo un pequeño análisis visual de estas,
denotamos una clara evolución de las vestimentas, destacada sobre todo en las prendas de mujer: éstas,
fueron representadas en las obras como un reflejo de la sociedad que percibía el pintor y que quería
mostrar y plasmar en sus obras. A menudo se da que estas prendas no eran tal cual fueron
representadas ya que el pintor podía adaptar esos vestidos a su gusto personal, o también podía suceder
que no fueran originarias del lugar donde se representaban; esto se debe a las diferentes influencias que
los pintores de la época fueron obteniendo gracias a sus viajes a países exóticos.
Fue un siglo muy importante para la evolución de la moda, entre otras cosas por la aparición de la figura
del modisto como creador de tendencias, así como la modelo para el pase de ropas. También apareció el
género de punto, y se inventó la máquina de coser, revolucionaria tanto por la gran ayuda que supuso en
la confección de la ropa como en el campo del oficio dando trabajo a mujeres y posteriormente también
a hombres en el sector textil... Fueron muchos los avances en el campo de la moda durante este siglo.
Éstos, ayudaron en su rápida evolución, tanto estética como comercial, abriendo el campo a mercados
más grandes que favorecieron su expansión.
Después de buscar información sobre los estilos de vestimenta que hubieron a lo largo del siglo, hemos
dividido el siglo en cinco bloques. Centrándonos en los últimos treinta años, analizaremos un par de
obras de cada estilo perteneciente a esta época, además de hacer una breve introducción a los estilos
anteriores, para así poder observar con mayor claridad los cambios que sufrió la moda en los años
posteriores.
También haremos hincapié en el papel del nacimiento de los grandes almacenes; cómo afectaron estos a
la compra y elaboración de las prendas de ropa.
Para finalizar, explicaremos brevemente y a grandes trechos cómo ha seguido la evolución de la moda
hasta la actualidad.
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Principios del siglo XIX
Antes de llegar a los últimos 30 años del siglo XIX en los que profundizaremos posteriormente
encontrábamos el estilo Imperio y el Miriñaque.
El estilo Imperio, surgió en Francia a principios del siglo XIX. Fue una época de cambios e inestabilidad
política, la cual terminó de golpe con el rococó y los estilos recargados. Como los franceses se sentían
griegos resucitados, buscaban vestirse -en un principio- de una forma sencilla. El estilo grecorromano se
puso de moda y tanto el mobiliario como la arquitectura cambiaron radicalmente. La ropa era sólo una
parte de este cambio.
Inspirado en el clasicismo griego y en la Roma expansionista (modelos a seguir por Napoleón Bonaparte),
el estilo Imperio trata una estética basada en el exceso para imponer sobriedad.
Durante esa época, se dejaron influenciar por la Antigüedad pero actualizándola con elementos que
nunca hubieran podido convivir con esos tiempos. Empezando por las costuras, que en la Antigua Grecia
prácticamente no existían y siguiendo por la seda, la cual prácticamente no se usó en Grecia porque era
difícil de conseguir y tenía un rango de colores muy limitado.
J.L David, La coronación de Napoleón, 1805-1808
El estilo Imperio incorporaba también mangas, bordados y un trabajo más elaborado. Los sombreros
incluían listones y flores artificiales, algo impensable en Grecia y Roma.
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El amor por la sobriedad clásica y los idealizados valores de la Democracia y la Libertad hicieron mella en
el arte de vestir, popularizando un estilo que comenzó sencillo y fue volviéndose cada vez más suntuoso.
Con este estilo, mucho más simple que el anterior, la gente podía vestirse en la mitad del tiempo, podía
caminar por el campo sin problema y no se complicaban tanto a la hora de realizar sus peinados. La
comodidad de la ropa no había alcanzado ese extremo relajado desde muchos siglos atrás. Y no solo eso,
sino que la moda llegó a tal desarrollo que se pensaba cómo mejorar visualmente los cuerpos de esas
mujeres durante una época en la que el canon de belleza ya no apreciaba tanto los cuerpos horondos y
“sanos”, sino que buscaba cada vez más lo esbelto. Poniendo un ejemplo, por un lado, el corte imperio
-cintura muy alta- estilizaba los cuerpos a la vez que era mucho más cómoda ya que permitía una mayor
amplitud de movimiento, por otro lado, las mangas cortas disimulaban brazos gruesos o colgados y los
escotes amplios ayudaban a alargar el cuello.
Las mujeres más bellas eran las más delgadas, frágiles y pálidas... y por eso los vestidos eran tan finos,
paradoja en un clima tan impropio como Europa. Por tanto, las mujeres tendían a sufrir pneumonías que
las debilitaban y daba ese aspecto pálido y delicado que todos adoraban. Los hombres románticos
también eran frágiles.
También hubo un cambio en los materiales. Ya no se utilizaban telas como terciopelos y sedas pesadas
sino que se buscaba que éstas fueran ligeras y un poco transparentes, por eso se usaron materiales
como la muselina, gasa y sedas muy delicadas.
A pesar de este avance todavía no estaba bien visto que las mujeres enseñaran “de más”, así que debajo
de estas prendas llevaban camisones de algodón o lino, los cuales además de evitar las transparencias,
disimulaban el mal olor.
El chal fue un accesorio muy socorrido en la época, así como los abanicos y las sombrillas. Se usaron
mucho los sombreros, ya no recargados como anteriormente sino más sencillos, para evitar el sol,
buscando la comodidad. Eran gorros estilo campesino llenos de listones o pequeñas y esponjosas cofias.
Los zapatos volvieron a ser suaves y cómodos. Durante el siglo XVIII tanto hombres como mujeres
vivieron su siglo en tacones, los cuales llegaron a alcanzar más de 10 cm. de altura. Con el desprecio a la
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aristocracia, se buscaron estilos más 'griegos' y se pusieron de moda las sandalias de tiras y los zapatos
de terciopelo con suela delgada y totalmente planos.
En cuanto al color, los vestidos en un principio eran básicamente blancos, o eso era lo que se pretendía.
A causa de la dificultad de lavar la ropa, el color se convirtió en símbolo de identidad de clase. Como más
blanco fuera tu vestido, de clase mas elevada eras, o parecías. Poco a poco, se fueron usando cada vez
más colores, empezando por las mujeres jóvenes, por lo que la esencia griega se fue perdiendo con los
años.
Uno de los mitos que más han prevalecido es que durante esa época se suprimieron los corsés. Eso no es
del todo cierto: los corsés se acortaron y apretaron un poco menos, dando origen al corpiño y siendo un
antecedente del sostén moderno. Los hombres también usaron corsé en esa época... por eso la rigidez
que observamos en sus retratos.
Algunos encontraban impúdico este nuevo estilo con sus transparencias que se pegaban al cuerpo,
mientras que otros creían que de esta manera las mujeres demostraban su patriotismo.
En cuanto al hombre, la ropa masculina entró en un periodo de sobriedad del que todavía no ha salido.
Los franceses, repudiando todo lo que les recordara a la realeza decidieron no usar más los tonos
coloridos y brillantes típicos de los aristócratas y empezaron a vestir colores apagados... para siempre. La
ropa dejó de tener adornos innecesarios y se militarizó.
Los pantalones de ese periodo llegaron a ser realmente ajustados. Esto, creían, les daba a todos una
figura alta y espigada, alargando las piernas considerablemente. Asimismo, usaban casacas o abrigos con
bordados dorados y el cuello levantado.
El Imperio fue modificándose poco a poco hasta apartarse totalmente de su origen y para 1820 la ropa
se había vuelto un frenesí de listones, cintas, encajes y pieles. Poco a poco los hombros comenzaron a
bajar y las faldas a ampliarse hasta llegar a esa imagen que siempre nos viene a la mente cuando alguien
menciona el siglo XIX. Los colores se hicieron más intensos, las telas menos transparentes y en 1826 el
estilo Imperio estaba más que muerto.
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Así fue como llegamos al Miriñaque. En la década de 1830 empezaron los grandes volúmenes en las
faldas y los vestidos. Aunque eran largas hasta barrer el
suelo, las cinturas se hicieron más estrechas.
Monet, Mujeres en el jardín, 1866
Berthe Morisot. Las dos hermanas, 1869
Consistía en una estructura ligera con aros de metal que mantenía abiertas las faldas de las damas, sin
necesidad de utilizar para ello las múltiples capas de las enaguas que había sido el método utilizado
hasta entonces.
Pero no fue hasta finales de los 50, gracias a la prosperidad en la economía europea, que apareció el
miriñaque o enagua con aros, motivo por el cual las faldas se hicieron aún más anchas. La incomodidad y
el peso generado por estas enaguas, llevaron a que se diseñara la crinolina en 1856. Su gran impulsora y
difusora en Europa fue la emperatriz Eugenia de Montijo, durante el Segundo Imperio francés; Así fue
como llegó a España, durante el reinado de Isabel II. Para evitar mostrar las piernas por accidentes de
viento, las mujeres solían llevar por debajo unos pantalones que llegaban hasta los tobillos,
normalmente acabados en encaje, que en ocasiones asomaban por debajo de la falda, en señal de
elegancia.
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Se tiene por costumbre pensar que la crinolina era una estructura completamente rígida e inamovible,
pero en realidad se balanceaba hacia cualquiera de los lados con los movimientos de la mujer, y
cualquier presión sobre una parte de la falda provocaba un movimiento completo de la misma.
A finales de la década, el tamaño de las faldas se desmesuró tanto con el uso del miriñaque que impedía
a dos mujeres entrar juntas en una habitación o sentarse en un mismo sofá. A mediados de 1860, el
miriñaque evolucionó, dejando la parte delantera de la falda de forma recta, acumulando la crinolina en
la parte de la espalda, convirtiéndose en media crinolina.
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Últimos treinta años del siglo XIX
● ESTILO POLISÓN
El estilo Polisón surgió a finales de la década de 1860 en Francia. Este nuevo estilo en la vestimenta de la
mujer hizo que las faldas ganasen volumen en la parte posterior de la falda, mientras que en la parte
delantera la figura era plana. Esta forma característica se conseguía gracias a unas almohadillas, llamadas
Polisón, que iban colocadas sobre las nalgas y que se enmarcaban y rellenaban con varios tipos de
material.
Con frecuencia, las faldas llevaban sobrefaldas y drapeados recogidos en la parte posterior y sostenidos
por el polisón interior. Se combinaban diversos tonos de un mismo color y se adornaban con aplicaciones
de cintas de pasamanería, borlas y otros elementos hasta ese momento propios tan sólo de la
decoración de interiores (razón por la que se conoce también como moda tapicera). Para completar el
traje ,se acompañaba de sombreros de copa más alta y apuntada, con plumas, y el pelo, recogido hacia
arriba, dejando la nuca al descubierto. El Polisón tenía como función principal exagerar el trasero
femenino, además de cumplir una función provocativa.
Ilustración de una revista de moda. Etapa del primer Polisón
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Este estilo tuvo su época de máxima
esplendor en las décadas de 1870 al
1880, decayendo progresivamente
hasta desaparecer con la entrada del
nuevo siglo, dando paso a una figura
algo menos
artificial. El Polisón sufrió varias
transformaciones a lo largo del siglo
hasta su desaparición, dependiendo
de lo que dictaba la moda. El tipo de Polisón se divide en dos grupos, el primer Polisón, surgido a finales
de lo 1860 y el segundo Polisón, entre 1883 y 1888.
El cambio evidente que encontramos en la evolución del Polisón es el tamaño de este. Vemos como
primeramente el tamaño aumenta hasta alcanzar la anchura suficiente como para albergar a dos
personas en su interior, además en esta primera etapa del Polisón, la estructura se alargaba desde la
cintura hasta los pies. En cambio a partir de 1887 aproximadamente, la largura disminuye hasta llegar,
con algunas variaciones, por encima de la rodilla, así como la anchura. Los Polisones se van estrechando
hasta dar paso al estilo siguiente que se caracteriza por una figura más natural. Otro cambio importante
en su evolución es la del corsé de la parte superior del vestido en el que se prolonga más el talle. Las
mangas también se alargan, haciéndose más ajustadas y, en ocasiones, siendo más abultadas en la parte
de los hombros.
Esta evolución no sólo estuvo presente en la forma de la estructura sino también en los materiales
utilizados en ella. Aparecieron varios tipos de armazones para polisones, entre ellos las almohadillas
rellenas de crin de caballo, la tela rígidamente almidonada, armazones de hueso de ballena, bambú y
rota. Otras veces las faldas se recogían por detrás para dar así una forma más exagerada.
En el ámbito histórico, cabe decir que tuvo importancia la derrota de Francia en 1870 en la guerra
franco-prusiana así como los años posteriores ya que dejaron a París fuera de la escena durante una
temporada. Tuvo que pasar algún tiempo para que volviese a recuperar su importancia. Los escritores
contemporáneos de la época hablan de un retorno a la sencillez debido a estos años de crisis, aunque
vistos por nosotros los vestidos de principios de los 70 siguen pareciéndonos voluminosos y lujosos.
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El hecho de que fuese posible el mantenimiento de estas estructuras y telas lujosas durante estos años
se debe a dos contribuciones recientes, en primer lugar la máquina de coser y en segundo los tintes de
anilina. Desaparecieron los colores suaves y tenues de la época anterior para dar paso a telas brillantes y
llenas de color. La variedad de telas que podían llegar a fabricarse dieron lugar a la combinación de
diferentes colores en los corpiños y las faldas, e incluso la utilización de diferentes tejidos en ambas
piezas. Además también se hacían telas con estampados de manera que la combinación de vestidos se
ampliaba mucho más.
En cuanto a los accesorios, las capotas dieron paso a los sombreros, que eran muy pequeños y se
colocaban en la frente, sobre el pelo recogido en un moño enorme con rizos y trenzas.
El polisón deja de utilizarse definitivamente en toda Europa a partir del 1889.
Seurat, Un domingo de verano en la isla de La
Grande-Jatte, 1884-86
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COMENTARIO DE LAS OBRAS
Fernand Khnopff, Recuerdos del tenis sobre hierba, 1889
Esta obra pertenece al pintor ruso Fernand Khnopff,
autor relacionado con la estética simbolista e
influenciado gracias a sus viajes a París por Delacroix,
Moreau y los Prerafaelitas. Khnopff era capaz de compaginar sus cuadros más personales y críticos con
refinados retratos de la sociedad belga de su tiempo, incluyendo la más cercana a la Realeza. Su técnica
es de lo más preciosista, minuciosa y fotográfica. Con ello gana en peso simbólico, puesto que el símbolo
se comunica mejor a través de una forma reconocible.
En la obra a comentar nos muestra una escena cotidiana de la época: unas mujeres apunto de jugar a
tenis en un campo de hierba.
Podemos observar perfectamente que lo que el autor quiere destacar en la obra son las mujeres, no la
ambientación del paisaje, por tanto, centra mucho más los detalles en ellas, sobre todo en sus vestidos.
El pintor los plasma a la perfección, imitando los tonos pasteles característicos y haciendo un juego de
manchas preciosistas que dejan imaginar los tejidos y texturas de esos vestidos, tal como si fuera una
fotografía.
Estos son los que nos impresionan actualmente ya que no se adecuan a la idea mental de vestuario de
deporte que tenemos en mente. Podemos comprobar con una sola mirada que esas mujeres usan
vestidos de estilo Polisón para jugar a tenis, con sus almohadillas y su corsé. Obras como esta son las que
constatan las incomodidades que tenían que pasar las mujeres de la época para ir bien vestidas y cumplir
con los modelos estéticos de la época.
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Manet. La Primavera, 1881
Manet, uno de los padres del impresionismo nos presenta con su característica pincelada rápida y
empastada a una mujer como metáfora de la primavera. En tonos verdosos y muy suaves, con
vegetación en el fondo, flores en el sombrero, y decoración floral en el vestido. Gracias a su gran técnica
capta la realidad a la perfección la realidad, de modo que transmite al espectador toda la información
necesaria para entender la obra y situarla en el tiempo.
Así pues, observamos una mujer elegante, que aunque va vestida de calle se ve que es de clase alta. Esto
lo comprobamos ya que se nos muestra completamente tapada, sin enseñar más piel que la de la cara, y
porque luce un vestido decorado y trabajado, a juego con un sombrero aún más recargado de
decoración.
La precisión es tal que podemos apreciar los motivos florales del vestido y la representación de las
distintas ropas en los volantes del sombrero. Pese a ser una figura cortada, podemos distinguir el estilo
Polisón en el vestido, gracias a sus mangas características, el corsé y un incipiente almohadón.
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● ESTILO PRINCESA
Este estilo surge a partir de la evolución del estilo polisón. El estilo
princesa, a diferencia del anterior, se constituye únicamente por una
sola pieza: corpiño y falda se unen en uno. Éste estilo surge en honor a
la princesa Alejandra en el año 1870, quien fue una referencia en
cuanto a su manera de vestir para aquellas que en su época fueran
conscientes de la moda. Así fue como los trajes princesa se pusieron
muy de moda.
Se acrecentaba su aspecto con una profusión de adornos y encajes; en
ellos se imitaba, aunque no de manera exacta, los cuellos de
lechuguilla que aparecían en los retratos del siglo XVII. Este vestido
acostumbraba a combinar colores intensos con otros más suaves, y se utilizaban también para su
fabricación utilizando los fruncidos.
Este vestido, como ya hemos mencionado, fue una evolución del polisón, no
solo por la unificación de sus piezas sino también porque estos eran más
entallados y subrayaban las curvas de los cuerpos femeninos. Eran
especialmente apropiados para realzar la silueta ya que, al estar formados por
una sola pieza no tenían costuras en la cintura. Esto, acentuado por los largos
corsés que se usaban debajo del vestido, creaba una nueva línea más estrecha
que se ajustaba suavemente al contorno del pecho y las caderas.
Tissot. Julliet, exemple de portrait, 1878
Para que este vestido quedase entallado se utilizaban únicamente cinco costuras en todo el cuerpo: en la
espalda y haciendo pinzas en el frente que se curvaban hacia dentro de la cintura y otra vez hacia fuera
sobre las caderas. A menudo el cuerpo se cerraba por delante con corchetes escondidos en un lado.
13
COMENTARIO
Tissot, La recepción, 1878
Obra de Julliet Tissot. Tissot fué un pintor que interpretaba la sensualidad de
la mujer reflejada en los vestidos que ésta llevaba puestos. En esta obra,
vemos como se refleja la sensualidad de la mujer mediante la línea y el
movimiento representado en el vestido. El autor, intenta captar el
movimiento y el instante del momento, creando una postura dinámica y
casual de la mujer. Como es propio del impresionismo, en esta obra vemos
claramente una temática de celebración, en la que se deja en segundo plano
el acto y se centra la atención en la mujer elegantemente vestida con un
vestido estilo princesa, propio de la época. Otra de las características que
vemos en esta obra típica impresionista, es el hecho de que la figura está
cortada por el marco . Aunque Tissot no pertenecía al grupo de
impresionistas, fue catalogado como tal por diferentes similitudes en las características de sus obras.
En la obra destaca el color puro del vestido de la mujer y la ornamentación de éste, especialmente su
parte inferior, donde empieza la preciosa cola de pliegues y volantes del vestido. Su color amarillo crea
un gran contraste con los colores oscuros del resto de la obra, haciendo más palpable aún el
protagonismo de la mujer.
En la obra de Tissot se nos presenta un vestido de estilo princesa; en éste vemos aún rastros del típico
polisón, ya que el estilo princesa es simplemente una evolución de éste. El vestido se caracteriza por
estar compuesto de una sola pieza y también por el juego de los colores vivos e intensos con otros
pasteles más apagados. El vestido princesa que vemos en la obra nos muestra otra de sus características
fundamentales: la acumulación de decoración, un poco barroca. La cola formada por diversos volantes y
pliegues y el cuello que se unió a este tipo de vestidos son muy característicos de la época. Además de
la recargada floritura en la cola del vestido, añade complementos saturados de pliegues y volantes en el
sombrero, mangas y abanico.
Aunque en esta obra no podamos apreciar a la perfección el vestido que se quiere representar, al autor
nos señala el estilo de éste mediante otros elementos característicos del estilo princesa sin que se
lleguen a ver en detalle. De esta manera, pese a no ver el vestido en muy buena perspectiva ni entero, el
espectador puede saber de qué estilo de vestimenta se trata y por tanto situarlo en el tiempo solamente
extrayendo información de lo que el autor nos presenta.
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● LA BELLE EPOQUE
El periodo que va de finales del siglo XIX hasta la I Guerra Mundial se conoce con el nombre de la belle
epoque, caracterizada por un espíritu alegre de la gente hacía la vida ante la llegada del nuevo siglo. El
ambiente de transición trajo aires nuevos a la moda femenina. Este periodo fue testigo de un cambio
espectacular: el atuendo artificioso del siglo XIX con prendas interiores estructuradas a los estilos del
siglo XX, que buscaban la expresión del cuerpo femenino tal y como es en realidad.
La elegancia, el refinamiento y el optimismo eran las características propias de este periodo y los
patrones que regían la moda eran estéticos ( de la misma manera que en los períodos anteriores) siendo
secundarios la comodidad y el bienestar físico de la mujer.
Los importantes avances que datan de esta época fueron la silueta en forma de “S” y el traje de sastre
para mujeres. La primera implicaba un vestido que realzaba un talle extremadamente estrecho, un
pecho generoso y proyectado hacia delante y una protuberancia en la parte posterior de la falda. Los
fabricantes de ropa interior idearon varios tipos de corsé para conseguir las diminutas cinturas que el
estilo requería. Este tipo de silueta de mujer se parecía a las sinuosas formas orgánicas del Modernismo.
En especial, la línea vaporosa de la falda acampanada con cola se parecía al modelo floral tan frecuente
en los artistas modernistas.
Las mujeres ya habían llevado trajes sastres (amazonas) antes del siglo
XIX, con elementos que tomaron prestados del atuendo masculino para
montar a caballo. La moda de los trajes como prendas deportivas y para
el viaje empezó a arraigar en la segunda mitad del siglo. Finalmente,
entre los últimos años del siglo XIX y principios del XX, las mujeres
empezaron a llevar traje sastre para muchas ocasiones diferentes. Los
trajes sastre de la época consistían en dos piezas: una chaqueta y una
falda, que se llevaban con una camisa corta (o blusa) bajo la chaqueta.
Debido a esta preferencia por los trajes, la blusa empezó a ser valorada
como elemento importante de la moda femenina, y la tendencia se
aceleró gracias a la aparición de las “Chicas Gibson”, llamadas así por el
ilustrador americano Charles Dana Gibson (1867-1944) y consideradas
como el primer ideal de belleza femenina estadounidense.
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En el caso de los vestidos, contrariamente a la tendencia de simplificar y seguir la línea natural del
cuerpo femenino, volvieron a aparecer brevemente unas gigantescas mangas de pernil (abultadas por el
hombro) hacia 1900. De forma similar, los sombreros se hicieron más grandes y se decoraron con
ornamentos extravagantes, como pájaros disecados; esta moda siguió contando con el favor popular
hasta principios del siglo XX. Además, un accesorio que cobró importancia fue el abanico, que de madera
o marfil y tela, solía teñirse en consonancia con el vestido para ser lucido sobre todo para la noche.
Por lo tanto vemos como a finales de este periodo comienza a aparecer un nuevo tipo de mujer, por
primera vez creado por ellas mismas. Una mujer independiente, que luchaba por el voto y por entrar en
el mercado laboral. Para ellas la vestimenta y la excesiva ornamentación se fue simplificando, dando
lugar a este traje sastre de dos piezas, un escote en “v” y una falda más corta, adecuándose mejor a las
nuevas necesidades.
Manet, Bar en Folies Bergeres, 1881
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COMENTARIOS DE LAS OBRAS
Bonnat, Retrato de madame Albert Cahen d’Anvers, 1891
Esta obra de Bonnat, pintor francés perteneciente al movimiento
realista nos muestra con claridad un ejemplo de la moda de la
belle epoque.
Al tratarse de una composición cerrada, el punto de vista se centra
en la figura de la mujer que se sitúa en el centro del cuadro con
una actitud tanto de elegancia como de una cierta superioridad,
manteniendo la cabeza alzada. Además la gama cromática que
utiliza refuerza todavía más esta composición cerrada. Mientras
que el fondo se encuentra en penumbra, sobrio, sin ningún
elemento decorativo y con unos tonos oscuros, la figura se
encuentra iluminada, pintada con una gama de ocres suaves que
le aportan luminosidad.
En cuanto a la pincelada, al tratarse de una obra en la que predomina la línea, vemos como utiliza un
trazo fluido, continuo y uniforme.
Podemos identificar con claridad la indumentaria que viste la mujer como propio de la belle epoque. El
elemento que lo indica a primera vista es la silueta característica de la época, en forma de “S”, mientras
que la cintura queda completamente delgada, los pechos y las caderas abultan de manera considerable.
Por otra parte, vemos como el vestido se basa en un estilo mucho más sobrio que lo que veíamos
anteriormente, es decir, no encontramos ningún tipo de volante ni de decoración excesiva. El vestido, de
una sola pieza, esta confeccionado con una tela lisa por lo que el único contraste que encontramos es el
del interior de la capa que vemos ligeramente en uno de sus extremos.
Deberíamos clasificarlo en los primeros años del estilo de la belle epoque debido a que todavía podemos
observar como se fuerza a la mujer a cumplir con un determinado estereotipo de belleza, mediante
corsés que modifican su figura.
Por último cabe mencionar que el peinado del personaje también clasifica a su indumentaria como
perteneciente a este estilo. Un recogido en moño con un pequeño accesorio que adorna el cabello.
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Por lo tanto esta obra muestra de manera muy clara cuáles eran los modelos a seguir entre las mujeres
de la época y cual era el tono que dictaba la moda de entonces. Podemos verlo como una reacción al
exceso del Polisón en el que la figura de la mujer quedaba totalmente ocultada bajo las anchas
estructuras, así como un primer paso hacia la liberación posterior, mostrando de manera más clara la
figura del cuerpo femenino.
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Manet, Nana, 1877
Esta obra pertenece al pintor francés Manet, considerado uno de los iniciadores del impresionismo.
Identificamos en este cuadro una pincelada pastosa y perceptible típica del movimiento impresionista
aunque no llevada a su plenitud, al estar orientada hacia los años que inician el movimiento.
La figura central, mira al espectador, introduciéndole así en la obra al hacer ver que ha parado con la
acción que estaba realizando, al parecer empolvándose la cara, para dirigir la vista hacia nosotros. En el
extremo derecho vemos la figura de un hombre, cortada por la mitad aunque con la cara al completo
(hecho reflejo de la influencia de la fotografía), que tiene la mirada perdida en el otro extremo de la
estancia.
Se encuentra ambientado en una habitación, por lo que podemos observar varios muebles que lo
corroboran. En la pared del fondo observamos una especie de papel pintado ambientado en la
naturaleza que puede recordarnos a la estampa japonesa con la representación de un ave y poca
vegetación de manera plana.
En cuanto a la gama cromática, utiliza colores variados, una combinación de tonos cálidos y fríos que
hacen que la estancia cobre volumen.
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Centrándonos en la vestimenta de la figura central podemos clasificarla en la etapa de la belle epoque al
ver plasmadas en ella las características correspondientes de la época.
En primer lugar es importante aclarar que esta indumentaria quedaría clasificada en un momento tardío
de la belle epoque principalmente porque observamos como se acorta el vestido, resultando este hecho
como un paso hacia una mayor liberación posterior.
Por otra parte el vestido esta compuesto por dos piezas, de diferentes tonalidades aunque con una
uniformidad de tonos suaves que por lo tanto no crean un gran contraste. En los bordes de las mangas y
la falda observamos unos pequeños volantes que, aunque dan un toque de decoración al vestido, no lo
recargan ni lo llevan al extremo de épocas anteriores.
Además seguimos viendo la silueta en forma de “S”, aunque tal vez de manera menos marcada que en
anterior cuadro analizado, la cintura sigue viéndose más delgada como reflejo de la utilización de un
corsé.
Interpretaciones de esta obra identifican a la mujer como a una prostituta de la clase burguesa, por lo
podemos relacionar el hecho de que lleve ropa que podría llevar un estamento tanto superior como
inferior al suyo con la creación de los grandes almacenes, que ponían a disposición de todas clases
sociales los mismos productos.
En conclusión, seguimos observando como las obras reflejan no sólo la moda de la época sino también
los estamentos, ya que podemos identificar con claridad la escena que se está representando y en su
ubicación tanto temporal como espacial, observando la indumentaria.
20
● INFLUENCIA ORIENTAL
La influencia en la pintura del siglo XIX empieza a partir del contacto que se establece con la cultura
japonesa a mediados de siglo. Este contacto es debido a: las relaciones comerciales entre Japón y
Occidente, los viajes de numerosos críticos e historiadores por
tierras japonesas y La Exposición Universal de París de 1878.
Con la apertura de Japón al comercio internacional en 1854, los
intereses europeos en este país crecieron rápidamente, y en la
década de 1880 emerge la tendencia llamada japonismo, la cual
dura hasta 1920, aproximadamente.
Todo ello puso de moda en Europa las estampas japonesas de los
maestros del ukiyo-e (la palabra ukiyo significaba «mundo
flotante» en japonés, y el sufijo «e» equivale a «pintura»): un estilo
de grabado popular en Japón, donde se representaban escenas
cotidianas tratadas de una manera informal.
Han sido muchos los artistas que han aplicado algo de esta tendencia en sus obras, impresionistas,
cubistas e incluso modernistas.
Una de sus características en estas obras son los colores planos y luminoso a la vez cargados de una frágil
belleza.
Esta belleza destaca sobretodo en la vestimenta japonesa, el kimono. Normalmente se representa sobre
cuerpos de mujeres, pese a que en Japón la utilizan tanto hombres como mujeres. Los artistas que
pintaron bajo la influencia de lo japonés acostumbraban a representar bellas chicas orientales de piel
muy blanca y labios rojos como el carmín; el kimono que vestían estas, acostumbraba a llevar una
estampa con motivos de la naturaleza propios de lo japonés, utilizando como elemento principal el
floreado y los árboles.
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La influencia del japonismo en la moda se puede apreciar en distintas formas. En primer lugar, el kimono
japonés, el cual se lleva como un batín exótico para estar por casa y del que la tela que lo confeccionaba
se utilizaba en los vestidos occidentales. Los motivos japoneses también fueron adaptados y aplicados a
las telas europeas. La palabra kimono se empezó a utilizar en occidente de un modo más amplio,
abarcando toda una gama de batas y batines.
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COMENTARIOS DE LAS OBRAS
La japonaise. Monet. 1876
Como muchas de las obras de Claude Monet, esta figura femenina es el retrato de su mujer Camille;
ésta, posa vistiendo un kimono japonés con una peluca rubia en un contexto de “uchiwa” (abanicos de
papel).
La obra fue expuesta en la exposición colectiva impresionista de 1876. Monet la realizó con la intención
de hacer un comentario satírico sobre la tendencia japonesa en París, pero, sin embargo, fue tomada
como sátira mordaz y no un asunto serio respecto a lo artístico.
En la obra vemos claras influencias de lo japonés. La principal es la vestimenta de Camille: esta se alza
sobre una moqueta típica de la cultura occidental y sobre un fondo decorado por abanicos japoneses, al
igual que el que ella misma sostiene. Monet intenta captar el movimiento de manera que la chica se
encuentra en una posición dinámica, una postura que intenta captar el instante, característica de los
autores impresionistas.
La pincelada yuxtapuesta propia del impresionismo la vemos claramente en el fondo de la composición,
junto al juego del vacío y lo lleno propio también de la influencia de lo japonés.
Monet, al igual que el resto de autores impresionistas trata esta pincelada con colores puros y
complementarios. En esta obra, el autor juega con la intensidad del color para darle importancia a los
elementos que él considera fundamentales en la obra, en este caso, el vestido que viste su mujer
Camille.
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Camille viste un kimono propio de la cultura japonesa. El rojo que predomina en él, siendo el fondo
plano, nos ayuda a relacionar esta vestimenta con la propia de los orientales, ya que este es uno de los
colores predominantes en lo japonés.
El kimono está decorado con un estampado típico de la cultura oriental, en el que se representa un
luchador de esa cultura junto a una decoración floral. Monet, a diferencia de muchos otros autores que
se influenciaron de lo japonés y lo plasmaron en sus obras, aplica la misma estampación de la cultura
oriental en el traje original, a diferencia de él, la gran mayoría aplicaba la estampación japonesa en trajes
propios de la época.
Claude Monet consigue representar a la perfección la indumentaria japonesa que tanta influencia creó
tubo en la Europa del siglo XIX. El color rojo puro hace que el espectador vea a primera vista la intención
del autor de situar a la modelo, su esposa, en un contexto occidental, haciendo también que la
indumentaria de ésta destaque sobre cualquier otro elemento en la obra.
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Renoir, Madame Heriot, 1882
Obra de Renoir, pintor perteneciente al movimiento impresionista. Realizada con la técnica del óleo,
utiliza una pincelada yuxtapuesta, propia del movimiento, claramente perceptible sobretodo en el fondo
plano de la composición. Ésta, está realizada con colores puros y complementarios. Vemos como el
pintor hace una repetición de la gama cromática de la indumentaria de la mujer.
Madame Heriot se encuentra en una actitud tranquila y cómoda, sentada en una butaca, propia de una
casa, dándonos una sensación de momento “íntimo” .
El hecho de que la figura se encuentre cortada por el marco es otra de las características a resaltar en la
obra ya que se debe a la influencia que el movimiento impresionista recibió de la fotografía.
En el cuadro destaca la influencia de lo japonés, ya que siendo una composición cerrada el pintor centra
la atención en la figura de la mujer, vestida con indumentaria típica de la cultura oriental. Otro aspecto
que nos demuestra esta influencia es la manera en que la figura se encuentra representada, de manera
plana, característica propia de la estampa japonesa.
En este retrato de Madame Heirot, vemos una clara diferencia en relación a los otros muchos retratos
que éste hizo de la misma. En éste, Madame Heirot viste un Kimono, propio de la influencia japonesa
que llegó a Europa sobre la década de 1880. En este retrato llama la atención la utilización y aplicación
de la estampa japonesa, ya que Renoir lo hace directamente en un kimono original y no capta
únicamente el estampado de esta tendencia, que tanto se acostumbró a hacer durante finales del siglo
XIX.
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Observamos como Madame Heirot utiliza el kimono como batín de estar por casa, que era para lo que
realmente se usaba este tipo de prenda. Éste está confeccionado con seda y decorado con bordados en
hilo con motivos florales propios de la estampa japonesa. Renoir en esta obra fue muy fiel al verdadero
kimono, sin querer hacer grandes modificaciones sobre este.
Renoir capta y plasma a la perfección la influencia de lo japonés en esta obra, consiguiendo que el
espectador vea desde un primer momento que la indumentaria que viste Madame Heirot es propia de la
cultura occidental.
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LAS PRENDAS DEPORTIVAS EN EL SIGLO XIX
Hacia la segunda mitad del siglo XIX, el sistema de vida habitual para ciertas capas de la sociedad había
mejorado tanto que las personas tenían más oportunidades para disfrutar de las actividades de ocio.
Viajar a lugares de veraneo para escapar del frío o del calor se hizo posible con el progreso del transporte
público, y fue ganando rápidamente popularidad. La afición a las actividades deportivas también se
extendió entre el gran público. En este período aparecieron los elementos básicos del atuendo
masculino que todavía siguen presentes en la actualidad: la chaqueta y los trajes de tres piezas como
prendas informales para actividades tales como viajar o practicar deporte. La ropa deportiva
femenina,para montar a caballo, cazar y jugar al tenis, era algo más práctica pero no significativamente
diferente de su indumentaria urbana. Aun cuando en esa época los baños de mar se consideraban una
práctica médicamente recomendable, se esperaba de las mujeres que se quedaran jugueteando en la
orilla en lugar de nadar. Sus trajes de baño servían también para practicar deportes y pasear por la playa.
Los trajes más adecuados para nadar, que consistían en una parte superior y pantalones, aparecieron en
la década de 1870.
Hacia finales del siglo XIX las faldas se empezaron a acortar debido a la popularización de los deportes
más dinámicos, como el golf y el esquí. Aparecieron los jerséis deportivos de punto, así como una
chaqueta masculina llamada “chaqueta Norfolk”, que fue adaptada como prenda femenina para ir de
caza. Los cuadros escoceses, prácticos de usar y únicos en color y dibujo, se pusieron de moda después
de que los llevara la reina Victoria. Además, los pantalones bombacho finalmente fueron aceptados
como prendas funcionales femeninas -para montar a bicicleta- en la década de 1880. La primera en
defender su uso, a mediados de siglo, fue la feminista Amelia Jenks Bloomer, de la que tomaron nombre
inglés: bloomers. La llegada del bombacho coincidió con las campañas recién iniciadas a favor de los
derechos de las mujeres.
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EL ORIGEN DE LOS GRANDES ALMACENES
Los grandes almacenes tienen su origen en el París del siglo XIX. La remodelación de la ciudad en 1848
por Napoleón III, acabó con las oscuras y angostas calles de la
ciudad, dando paso a amplios espacios públicos y facilitando
así la aparición de estos nuevos espacios de compra. Este
nuevo tipo de comercio revolucionará el mundo femenino de
la época aportando mayor libertad a la hora de adquirir todo
tipo de productos tanto para su vestimenta como para su
cuidado, no disponibles anteriormente en los pequeños
comercios.
Además el centro comercial no solo representa la sede del
consumo, sino que también significó la manifestación del
sistema capitalista. Por una parte los grupos industriales veían
a las clases populares como consumidores potenciales,
mientras que por otra las clases populares se vieron
beneficiadas por un aumento de poder adquisitivo que les
permitía la compra de una gran variedad de artículos. Portada de un catálogo de novedades
de los grandes almacenes Bon Marché.
Se inician un gran número de tácticas comerciales que incitan a la compra al público de todo tipo de
clases sociales. Por lo tanto, la creación de estos nuevos espacios tiene como consecuencia un cierto
acercamiento a los niveles de vida de las clases burguesas por parte de las clases medias y populares,
cosa que hasta entonces era inimaginable. Las clases populares y la burguesía empiezan a mezclarse en
los grandes almacenes, imitando así sus modas y sus costumbres durante sus compras.
La invención de los grandes almacenes y de ciertas técnicas modernas de gestión de almacenes se
atribuye a Arístide Boucicaut, quien en 1852 se asocia con Justin Videau el propietario de un gran
almacén de novedades de 100 m2 con del nombre de “Maison du Bon Marche” en la calle Sevres de
París.
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Arístide Boucicaut tenía mucho interés en aplicar ideas que en su mayor parte eran revolucionarias en el
comercio de aquella época.
Ciertas innovaciones surgidas junto con los grandes almacenes facilitaron una evolución en la sociedad
de la época así como en el pensamiento de los ciudadanos, por ejemplo dejar a los clientes entrar y salir
del almacén libremente causaba la impresión de que eran enteramente libres de comprar o no. Entre
estas encontramos otras características relacionadas como por ejemplo la posibilidad que se les ofrecía a
los clientes de cambiar o devolver los artículos con los que no estaban satisfechos.
Además, otros atractivos como la renovación de los productos, nuevas ofertas o nuevas ideas de
presentación atraían todavía más al público a estos grandes almacenes.
A partir de los éxitos que Aristide Boucicaut alcanzó con sus innovaciones en “Le Bon Marché” otros
emprendedores siguieron su ejemplo con otros grandes almacenes que al igual que el anterior
consiguieron un gran renombre. Alguno de estos son “Le Louvre” creado por Alfred Chauchard y Augiute
Heriot crearon 1855, “Printemps” creado por Jules Jaluzon en 1865 y las “Galerías La Fayette” de Alfonse
Kahn y Theophile Bader en 1895.
Los almacenes "Le Bon Marché" fueron los primeros almacenes de París que tenían múltiples
departamentos. En ellos se empleó el hierro para habilitar interiores que fueran amplios y bien
iluminados. El edificio se debe a Louis Auguste Boileau y Gustave Eiffel, destacando la economía de
materiales y la rica ornamentación de la estructura vista, especialmente en los huecos de escalera que se
rodeaban de pasarelas colgantes.
El gran almacén no solo representaba la sede del consumo, sino que también significó la manifestación
del sistema capitalista. Los grupos industriales veían a las clases populares como consumidores
potenciales, para dar salida a la creciente oferta de productos. Por su parte estas clases populares se
vieron beneficiadas por un aumento de poder adquisitivo que les permitía la compra de una gran
variedad de artículos. Esto representó un cierto acercamiento a los niveles de vida de las clases
burguesas por parte de las clases medias y populares, lo que hasta entonces había sido impensable. En
los grandes almacenes las clases populares se mezclaban con la burguesía, podían imitar sus modas y
costumbres durante la acción común del consumo. Estos comercios no estaban dirigidos únicamente a
cubrir las necesidades de las clases media y alta, sino que pretendían llegar a toda la población.
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EVOLUCIÓN POSTERIOR AL SIGLO XIX:
A finales del Siglo XIX era impensable que las mujeres llegasen a liberarse del corsé, o que un día se
pusieran faldas que dejasen ver sus piernas. Antiguamente, los patrones que regían la moda eran
estéticos, despreocupando factores considerados secundarios, como la comodidad e incluso el bienestar
físico. A principios del siglo XX se impulsó la silueta en forma de S, la cual se conseguía con corsés tan
ajustados que complicaban la respiración de las damiselas.
Las faldas eran ajustadas en las caderas y se iban ensanchando en forma de campana hasta llegar al
suelo. También durante esta época nacieron los vestidos de corte con cierta influencia masculina para las
mujeres que ya empezaban a insertarse en el mundo laboral de esos tiempos. A partir de 1908, se
produjo un gran cambio en la moda femenina. Hubo una ola de orientalismo seguida por un entusiasmo
por los colores llamativos. Los rígidos corpiños
Los rígidos corpiños fueron remplazadas por una ropa más suave y las faldas se hicieron más estrechas
por lo que dificultaban el dar pasos largos.
Durante el siglo XX, en las manifestaciones sufragistas las mujeres empezaron a usar pantalones. Pero en
gran parte, su uso generalizado en la mujer se debe a la guerra. Se necesitaba a la mujer para trabajar en
labores que antes sólo hacían los hombres y por tanto se las tuvo que dotar con sus mismos atuendos.
Cuando las mujeres regresaron al hogar y después haber comprobado su comodidad, empezaron a
usarlos más usualmente. Aunque no fue hasta la llegada de Coco Chanel quién le dio un toque femenino
y lo popularizó en todas las clases sociales.
Así pues, a medida que fueron pasando los años la gente se fue concienciando del problema de la
incomodidad en la moda femenina, por lo cual ésta ha ido mejorando año tras año.
Los cambios en la moda han ido siempre de la mano de las convicciones e ideologías de las distintas
clases sociales, por lo que, del mismo modo que nuestro pensamiento ha ido liberándose de prejuicios
convencionales, la moda ha ido ampliando sus límites hasta reducir los metros y metros de tela, innovar
con nuevas técnicas de elaboración y conseguir resultados igual de bellos pero teniendo en cuenta la
comodidad y el bienestar de la persona.
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BIBLIOGRAFIA
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Libros: Fukai, Akiko; Suoh, Tamami; Iwagami, Miki; Koga, Reiko; Nii, Rie, Moda, una historia desde el siglo XVIII al siglo XX, Editorial Taschen, Italia, 2002
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ANEXOS
Ilustraciones propias de los distintos estilos
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