Hendler Espectros de La Melancolía en La Filosofía Kantiana

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ESPECTROS DE LA MELANCOLA EN LA FILOSOFA KANTIANA Trabajo final de la asignatura Esttica, Prof. Ricardo Ibarluca, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofa y Letras, Departamento de Filosofa, 2005.

Martn Hendler

UBA

Resumen: Desde su aparicin temprana en la literatura de la antigedad griega, la nocin de melancola ha sobrevolado los ms diversos paisajes de la historia cultural occidental. Desarreglo fisiolgico vinculado a malestares fsicos y alteraciones mentales, germen tanto de un temperamento anmalo como de una tonalidad anmica determinante de genialidad artstica e intelectual, la bilis negra ha sido asociada por el discurso filosfico de la modernidad casi exclusivamente a circunstancias patolgicas signadas por el desequilibrio entre las facultades del nimo y la desconexin entre el alma y el cuerpo. En este trabajo examinamos el modo ambivalente en el que Kant considera al pathos melanclico en su relacin con algunos de los motivos fundamentales de su filosofa prctica, adentrndonos en el problemtico nexo entre lo sublime y la moralidad, y en el influjo ejercido por las pasiones humanas en la constitucin de la subjetividad moral y en la formacin del sentimiento esttico.

Palabras clave: melancola, pasiones, moralidad, sublime, sentimiento esttico

Spectres of Melancholy in Kantian Philosophy

Abstract: From its early appearance in antique Greek literature, the notion of melancholy has hovered over the most diverse landscapes of occidental cultural history. Physiological disarrangement linked to physical malaise and mental disruption, germ of both an anomalous temperament and a state of mind tonality determinant of artistic and intellectual genius, black bile has been associated by modernitys philosophical discourse almost exclusively to pathological circumstances marked by disequilibrium among faculties of the spirit and the disconnection between soul and body. In this work we examine the ambivalent way in which Kant considers the melancholy pathos in its relationship with some of the fundamental motives of his practical philosophy, diving into the problematic nexus between the sublime and morality, and in the influence human passions exert in the constitution of a moral subjectivity and the forge of an aesthetic feeling.

Key-words: melancholy, passions, morality, sublime, aesthetic feeling

Seores, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias

Sancho a Don Quijote Miguel de Cervantes Saavedra, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Planeta, 1980, p.653.

El presente trabajo pretende adentrarse concisamente en algunos momentos de la filosofa kantiana en los que la nocin de melancola es tematizada a la luz del establecimiento de las condiciones subjetivas que favorecen, o impiden, el ejercicio saludable y armnico de las facultades cognoscitivas. Socialmente instalada como paradigma para pensar ciertos espectros de la locura, la figura del melanclico, ese sujeto cuyo nimo se vea amenazado por los negros vapores de la atra bilis, encuentra definidos sus contornos en una serie de textos del Kant maduro en los que aparece negativamente representada, acusada de operar como fuente de irracionalidad. No obstante, la reflexin kantiana en torno al lugar ocupado por las tonalidades afectivas, en el camino que va desde una consideracin psicolgico-emprica a la denuncia de su anmalo influjo en la ereccin del edificio de la filosofa trascendental, se constituye tambin como una invitacin a comprender mejor el conflictivo entrelazamiento entre las facultades del nimo en sus diversos mbitos de confluencia: implicancia de la economa humoral en la relacin entre lo sublime y la moralidad, el difcil vnculo entre el alma y el cuerpo desde el punto de vista de la influencia de las inclinaciones sensibles en la constitucin de la subjetividad moral, preponderancia de un tratamiento fisiolgico de emociones y pasiones a la luz del descubrimiento de un nuevo principio a priori correlativo a la facultad de juzgar en el que la evaluacin reflexionante revela una trabazn inmediata con un sentimiento de placer y displacer, y el sealamiento de una teraputica para fortalecer la salud de las facultades del alma, mediante la atenuacin y ordenamiento de los efectos dainos de las pasiones, como condicin imprescindible para establecer las condiciones de posibilidad de su normal funcionamiento en el mbito moral y esttico.

Sin embargo, hemos decidido hilvanar nuestro escrito ahondando en la forma ambivalente en que, tanto en su obra pre-crtica como un sus textos ulteriores, aparece caracterizada la afeccin anmica melanclica. Dicha ambivalencia, sin dudas coherente con las dismiles inquietudes tericas que jalonaron las distintas etapas del pensamiento de nuestro autor, no obsta para subestimar la importancia concedida por Kant a las disposiciones del temperamento, y sobre todo la consideracin claramente positiva, y aun elogiosa, atribuida la melancola en textos pre-crticos a la hora esbozar sus consideraciones antropolgicas, morales y estticas. Autoasumido melanclico, Kant no ignoraba los peligros que el temperamento atrabiliario podra presentarle a las pretensiones puristas de la racionalidad pues el melanclico es fundamentalmente aquel temple anmico subjetivo en el que las pasiones humanas se agitan ms violentamente, con mayor intensidad. Incapacitada para arbitrar en el tumultuoso juego de las pasiones, la razn en su uso prctico deber extraditar el influjo de las oscilantes modulaciones del nimo de su propio campo de intervencin. Por eso, todo pathos debe ser eliminado de la reflexin filosfica pues el hombre es siempre esclavo de sus pasiones y, si desea ceir su obrar a leyes morales universales, tendr que evadirse de su nefasta influencia.

Melancola. Una genealoga del humor negro

La melancola ha conocido una considerable persistencia a travs de muchos siglos como paradigma de conceptualizacin de ciertos estados psquicos tonalizados de tristeza, languidez, hasto sin causa y tedio depresivo. El espectro de la bilis negra ha sobrevolado los ms diversos paisajes de la historia cultural occidental: oscurecimiento de la razn, locura proftica o desarreglo fisiolgico determinante de la genialidad artstica e intelectual (en Grecia y Roma); la acedia o tristitia, desidia radical de contornos demonacos o retraimiento asctico en templos medievales; aquel furor de inspiracin divina en el Renacimiento; la llamada elizabethan malady, o enfermedad isabelina, que aquejaba a las almas ms sensibles de la Inglaterra del siglo XVI; ese neblinoso temperamento desganado y abatido sin razn, arraigado en la vida de las modernas metrpolis y bautizado por Baudelaire en trminos de spleen; escritura del sufrimiento en Dostoyevski, sol negro en Grard de Nerval, saudade en Fernando Pessoa; e incluso ese temperamento descripto por psiquiatras y psiclogos contemporneos como psicosis manaco-depresiva. El largo y contorneado hilo negro de la genealoga melanclica encuentra su origen, como muchos de los conceptos que pueblan nuestros discursos contemporneos, en la literatura de la antigedad griega.

La nocin de melancola fue acuada en el mbito de la antigua doctrina hipocrtica de los humores (en torno al siglo V a.C.) y apuntaba a circunscribir una gama de estados patolgicos en los que el equilibrio saludable de los cuatro fluidos corporales originarios se inclinaba a favor del predominio de uno de ellos, un jugo de oscuras coloraciones denominado bilis negra (mlaina chle, de donde procede melanchola). El prevalecer de la bilis negra en el organismo se asociaba ampliamente a malestares fsicos varios, tanto como a alteraciones mentales, miedo, ofuscacin de la conciencia, estados alucinatorios, depresin, aislamiento y misantropa, como antesala a formas ms oscuras de demencia Cf. Klibansky, R., Panofsky, E. y Saxl, F., Saturno y la melancola, trad. de M.E. Balseiro, Madrid, Alianza, 1991, p. 38.. En la tradicin del humoralismo antiguo, el fluido melanclico aparece enmarcado dentro de una teora del equilibrio que esquematiza la salud desde el punto de vista de la armona de cuatro jugos bsicos: stos alternan y rotan los lapsos de su hegemona segn las estaciones del ao, las edades del hombre, los movimientos de los astros, los factores climticos. Los cuatro humores, de cuya equilibrada combinacin depende la normalidad psicosomtica, reciben un espesor csmico, es decir que exceden ampliamente los confines de los estados puramente subjetivos. La sangre, caliente y hmeda, prevalece al llegar la primavera; la bilis amarilla, caliente y seca, se liga al verano; la flema, fra y hmeda, conoce su perodo de hegemona en invierno; la bilis negra, sustancia crepuscular vinculada a los siniestros rasgos de Cronos (luego Saturno), se adscribe al otoo en funcin de sus cualidades fras y secas. En trminos de edades del hombre, se delimita la segmentacin de cuatro perodos en correlacin con el predominio de uno de los cuatro fluidos (chumo): la infancia es flemtica, la juventud sangunea, la madurez colrica y la vejez melanclica. Cf. Klibansky, Panofsky y Saxl, op.cit., pp. 29-41. La bilis negra, de este modo, aparece tratada en estricta dependencia respecto de los otros tres jugos corporales, e incluso en ciertos textos se la hace derivar de la combinacin de estos humores [sangre, bilis amarilla y flema] (es decir que ni siquiera tiene un estatuto somtico propio). Ahora bien, el concepto de melanchola aparece entre los siglos V y IV en expresiones coloquiales que se hallan principalmente en Aristfanes (Aves, Asamblearias, Riqueza) y en Platn (Fedro, Repblica), presencias que demuestran que el vocablo excedi las fronteras del saber mdico y lleg al acervo popular. El verbo melancholo se traduce aqu s unvocamente como estar loco, as como su versin por la negativa elleborzo (es decir, necesitar del remedio del elboro, supuesto phrmakon contra la locura atrabiliosa) Para un anlisis del vocabulario melancholen/elleborzein, cf. Ruth Padel, A quien un dios quiere destruir antes lo enloquece. Elementos de locura griega y trgica, Buenos Aires, Manantial, 1997.. Esta presencia semntica evidencia que ya en pleno siglo V es comn asociar bilis negra y estados manacos. Aqu s se encuentra cierta familiaridad en el enlace entre este jugo corporal y sus consecuencias en la prdida del juicio. Es recin a partir de mediados del siglo V, entonces, que la figura del melanclico aparece recortada como temperamento psquicamente anmalo, socialmente instalado como paradigma para pensar ciertas formas de la enfermedad mental. Es as que la independizacin, hipstasis o autonomizacin del humor melanclico (respecto de la serie cclica de alternancia con otros humores, con los cuales la bilis negra comparta un mismo rango) ocurri primeramente a partir de fuentes del saber popular, antes que mdicas, y se defini a partir de la adscripcin del trmino al vocabulario de la demencia, del estar fuera de la propia mente.

A estos aspectos anmalos estrechamente ligados a la idea de melancola durante la antigedad, se le aadieron otros ms favorables, generalmente relacionados con el aguzamiento de las facultades intelectuales de aquellos sujetos cuyo temple estuviera signado por la bilis negra. La recepcin medieval de la filosofa aristotlica de la naturaleza (fundamentalmente la interpretacin de la clebre seccin XXX, 1 de los Problemata atribuidos a Aristteles) apuntal la revisin del concepto de melancola sustrayndole sus significaciones ms marcadamente patolgicas y ligando al humor melancholicus con las formas ms nobles de la excelencia espiritual. Desde esta perspectiva, se asocia a la melancola con una suerte de sublimidad heroica, parangonable al furor divino platnico, que, por otra parte, seala la nota temperamental caracterstica de todos los hombres sobresalientes, ya fuera en el mbito de las artes o en la poesa, la filosofa y la poltica.

En la poca moderna la doctrina de los temperamentos ha mantenido buena parte de sus fundamentos esenciales aunque, en cierto sentido, la explicacin humoral de los temperamentos qued reducida al intento de elucidacin racional del juego inestable de las pasiones humanas(emociones, sentimientos, deseos). Aun manteniendo el lastre semntico que la vinculaba con circunstancias patolgicas y fisiolgicas, la expresin melancola se fue acercando, fundamentalmente, a un sentimiento subjetivo caracterizado por el desesperanzado predominio de la desgana vital. En tanto estado de nimo, la disposicin melanclica dispensa al sujeto moderno el refugio en una sensibilidad refinada en la cual el Yo se repliega ante el abismo que le depara la posibilidad de transformar las modalidades afectivas de su alma mediante la intervencin de la voluntad sobre las imprevisibles pulsiones corporalesSobre la comprensin moderna del fenmeno de la melancola en trminos esencialmente subjetivistas, vase Klibansky, Panofsky y Saxl, F., op.cit., p. 41:Esta melancola moderna es esencialmente una conciencia de uno mismo intensificada, puesto que el yo es el eje en torno al cual gira la esfera de la alegra y del dolor. Tambin Walter Benjamin, en El origen del drama barroco alemn, Taurus, Madrid, 1990, p. 133: El amortiguamiento de los afectos, que da lugar a que se retire el flujo vital que los hace surgir en el cuerpo, puede llegar a convertir la distancia entre el yo y el mundo circundante en un extraamiento con respecto al propio cuerpo. La historia de los abordajes de la melancola por parte del discurso filosfico de la modernidad ha transitado recurrentemente el cruce entre las nociones de melancola e imaginacin En su Historia de la locura en la poca clsica, Michel Foucault seala que a fines del siglo XVIII, con la psiquiatrizacin de la nocin de melancola, esta ltima aparece ligada a la nocin de mana depresiva y el desorden de la fantasa que tiene lugar en la patologa melanclica comienza a ser caracterizado por el flujo incesante de imgenes interiores que suscita, el cual a su vez supone una ardua y arriesgada prueba para la conciencia pues la fantasa y la imaginacin estn ocupadas por un flujo perpetuo de pensamientos impetuosos, lo cual ocasiona graves desarreglos en las facultades cognitivas dado que la mana deforma conceptos y nociones; o bien los objetos pierden su congruencia, o bien los caracteres de su representacin estn falseados; de todas maneras, el conjunto pensante est daado en sus relaciones esenciales con la verdad. As, el hombre que se halla sujeto a la mana, cuyo espritu est totalmente absorbido por la vivacidad de las ideas que se producen en su cerebro desarreglado, acaba sustituyendo el mundo real por el mundo quimrico e irreal de su delirio. Cf. Michel Foucault, Historia de la locura en la poca clsica I, trad. de J.J.Utrilla, Mexico, Fondo de Cultura Econmica, 1998, pp. 419-425. . En ese sentido, el sndrome melanclico se ha tratado a menudo en textos filosficos como una hipertrofia malsana de la facultad fantstica Giorgio Agamben, Los fantasmas de Eros, en Agamben, Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, trad. de T. Segovia, Valencia, Pre-textos, 1995, p. 58. Un texto paradigmtico de la tematizacin moderna de la locura, donde se verifica un enlace entre imaginacin, enfermedad mental y temperamento atrabiliario, aparece en la primera meditacin cartesiana, donde la afeccin melanclica del espritu es retratada por Descartes en el cuadro clnico en el que describe la extravagancia de los locos como emergencia de fantasmagoras irracionales, que produce una imaginacin delirante, morbosamente autonomizada de su sentir corporal: Y cmo negar que estas manos y este cuerpo son mos, a no ser que me empareje a algunos insensatos [insanis], cuyo cerebro est tan turbio y ofuscado por los vapores de la bilis negra [atra bilis] que afirman de continuo ser reyes, siendo muy pobres, estar vestidos de oro y prpura, estando en realidad desnudos o se imaginan que son cuencos o que tienen el cuerpo de vidrio? Mas tales son locos; y no menos extravagante fuera yo si me rigiera por sus ejemplos, Cf. R. Descartes, Meditaciones metafsicas, trad. de M. Garca Morente, Buenos Aires, Austral, 1986, p.116. Jacques Darriulat (Descartes et la mlancolie, en Revue Philosophique de la France et de ltranger, N 4, 1996, p. 467) observa que el texto latino dice, explcitamente, el vapor de la bilis negra [vapor ex atra bile], donde la alusin cartesiana se refiere a la inquietante presencia en el cuerpo de la sustancia concreta, visible y tangible que identifica al temperamento melanclico. Por su parte, en su monumental anlisis de la melancola [Anatomy of melancholy (1621)], el cual comprenda el examen de sus causas, sntomas, pronsticos y diversos medios de curacin, Richard Burton destaca la relevancia ocupada en la literatura mdica del siglo XVII por la teora tradicional de los humores y enfatiza el nexo, ya sealado en el texto cartesiano, entre imaginacin, enfermedad mental y temperamento atrabiliario. Cf Richard Burton, Anatoma de la melancola, trad. de A. Sez Hidalgo, Asociacin espaola de neuropsiquiatra, Madrid, 2003, p. 254: () el que los melanclicos y enfermos conciban tantas visiones fantsticas, apariciones, y tengan tales absurdas suposiciones, como que son reyes, caballeros, gallos, osos, monos, bhos, que son pesados, ligeros, transparentes, insensibles o que estn muertos, no se puede imputar ms que a la imaginacin corrupta, falsa y violenta. . Y, frente a la impulsividad y desasosiego del carcter desarreglado, se vuelve necesaria una teraputica que regule la dinmica expansiva del deseo e inmunice a la ciudadela de la razn contra los asaltos de las fuerzas que pretenden menoscabar la salud del cuerpo humano.

Moral y melancola en el joven Kant: lo sublime como afeccin del alma

En Observaciones sobre lo bello y lo sublime, texto publicado en 1764 y en cierto modo distante del andamiaje conceptual con el que el filsofo de Knigsberg cimentar posteriormente el edificio del criticismo, Kant adopta el punto de vista distintivo del moralista con el fin de elaborar una indagacin emprica acerca del talante moral de los hombres, valindose para este propsito de una teora psicosomtica del carcter fundada indudablemente en la teora clsica de los temperamentos ligada a la doctrina hipocrtica de los humores. De tal modo, Kant esboza una interpretacin de aquella vieja doctrina atribuyndole a la complexin melanclica la impronta propia de lo sublime, esto es, de un sentimiento en el que se expresa un temple anmico vinculado tanto a la soledad profunda suscitada por el distanciamiento y el hasto respecto del mundo como a un aguzamiento espiritual que en la tristeza sin causa del melanclico revela la inutilidad de toda felicidad personal frente a la presencia sublime de una conciencia moral elevada:

Un sentimiento profundo de la belleza y de la dignidad de la naturaleza humana, y una presencia de nimo y firmeza del temperamento para referir a esto todas sus acciones, como a un fundamento general, es serio y no va bien acompandose de un regocijo veleidoso, ni con la inconstancia de un frvolo. Est prximo a la melancola, a una sensacin noble y suave, en cuanto sta se funda en aquel horror que siente un alma encarcelada cuando, imbuida de un gran propsito, ve los peligros que ha de superar, y tiene a la vista la difcil pero grande victoria de la superacin de s mismo. La verdadera virtud basada en principios tiene algo en s que parece concordar ptimamente con la disposicin temperamental melanclica en su sentido mas moderado. Immanuel Kant, Observaciones acerca de lo bello y de lo sublime, trad. de L.J Moreno, Madrid, Alianza, 1990, p. 50 [traduccin levemente modificada].

El panegrico del yo melanclico bosquejado aqu por Kant no encarna precisamente la figura de una subjetividad desgarrada y arrojada a un abismo sin fondo sino, ms bien, representa la autntica idea de virtud en la medida en que expresa lo distintivo de lo sublime en tanto sentimiento moral fundado en la nobleza de una virtud autntica y venerable, propia de un sujeto que es capaz de doblegar sus inclinaciones sensibles y enfrentar los peligros que acechan su fortaleza anmica pues su obrar se sustenta en principios:

Aqul cuyas emociones lo inclinan a la melancola no tiene ese nombre porque se sienta afligido por una depresin sombra al verse despojado de las alegras de la vida, sino porque su sensibilidad, afinada por encima de determinado nivel, o mal dirigida por alguna razn, alcanza ese estado con mayor facilidad que ningn otro. En particular, tiene el sentimiento de lo sublime (...) Es constante. Por eso somete sus sensaciones a principios (...) Todos los fundamentos peculiares de las inclinaciones estn sometidos a muchas excepciones y a muchos cambios, en tanto no se deriven de tal fundamento superior (...). Ibid., pp. 51-52.

As, mientras que Descartes y Burton describan el poder patgeno de la bilis negra en trminos de disturbio enfermizo de la unidad del compuesto alma/cuerpo, Kant encuentra en esta separacin de lo espiritual respecto de las inclinaciones corporales una precondicin fundamental para la consecucin de la virtud moral. Distante de una descripcin clnica de un estado patolgico, la pintura de la psicologa del alma melanclica cincelada aqu por Kant exalta, sobre todo, la sensibilidad refinada, el respeto por los dems hombres, que neutraliza todo afn de dominacin (honores, posesiones, poder), y el talante aristocrtico de la voluntad libre que subyace al espritu de aquellos sujetos asediados por los negros vapores de la bilis:

El hombre de carcter melanclico se preocupa poco de las opiniones ajenas, por eso se fa nicamente de su juicio propio. No es fcil que cambie de opiniones porque sus motivaciones adoptan en l la naturaleza de los principios; tambin su constancia se torna a veces obstinacin (...) La amistad es sublime y, por lo tanto, es susceptible de ella. Puede perder a un amigo voluble, pero ste no le perder a l tan deprisa (...).Es un buen custodio de los secretos propios y de los ajenos. La veracidad es sublime, l odia las mentiras y el engao. Tiene un elevado sentimiento de la naturaleza humana. Se aprecia a s mismo y considera a todo hombre como una criatura que merece respeto. No tolera la sumisin vil, antes bien respira libertad en su noble pecho. Desde las cadenas de oro del cortesano hasta los pesados grilletes del galeote, todas las ataduras son para l aborrecibles. Es juez severo de s mismo y de los dems; y no pocas veces se hasta de s mismo y del mundo. Ibid., pp. 53-54.

No obstante, en caso de producirse desviaciones en la economa humoral como efecto de la hipersensibilidad del melanclico, el filsofo alemn no duda en conferirle a la condicin melanclica las tradicionales notas sombras, imprimindole a la imagen del atrabiliario una coloracin afectiva enfermiza, que a su vez rubricara un desplazamiento semntico en la consideracin de la melancola, la cual pasara de ser considerada como un mero tono anmico fluctuante a interpretarse sobre todo como un oscuro estado patolgico que constituye una amenaza latente para la salud de la razn. De tal modo, las formas degeneradas del pathos melanclico pueden cobijar sentimientos mrbidos capaces de teir al mundo que se abre bajo la mirada del melanclico con fantasmagoras irracionales, como las que se originan en la imaginacin delirante del visionario, que pueden llegar a conducirlo hacia los confines de la locura:

Cuando este carcter degenera, la seriedad se inclina hacia el entusiasmo. La ofensa y la injusticia encienden en l un deseo de venganza, en cuyo caso, es muy de temer. Arrostra el peligro y desprecia la muerte. Cuando su sentimiento se invierte y carece de una razn animosa, viene a caer en la insensatez. En sugestiones, fantasas, ideas fijas. Sueos verdicos, presentimientos y seales milagrosas. Corre el peligro de ser un visionario o un loco. Ibid., p, 54.

Ahora bien, Kant afirma que las sensaciones anmalas que sobrevienen en el mbito de la interioridad del yo con el hundimiento subjetivo en las profundidades de la melancola, no son ms que fantasas de una imaginacin extralimitada En su poco conocido Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza (1764), Kant explica la trabazn entre hipocondra y afliccin melanclica haciendo referencia al papel jugado por las extravagancias de una imaginacin hipertrofiada y, en cierto sentido, autonomizada de su sentir corporal: el hipocondraco tiene un mal que, sea cual sea el lugar en que tenga su principal asiento, probablemente recorre de forma variable el tejido nervioso de todas las partes del cuerpo. Sobre todo, extiende un vapor melanclico en torno al asiento del alma, de modo que el paciente siente en s mismo la ilusin de casi todas las enfermedades de las que oye hablar. Cf. Kant, Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza (1764), Madrid, Machado Libros, 2001, p. 77. Para una interpretacin de la melancola como desorden mental, vase Illnes of the cognitives faculties en Jennifer Radden (ed.), The Nature of Melancholy. From Aristotle to Kristeva, New York Oxford University Press, , 2000, pp. 197-203. . As, los sujetos melanclicos no logran controlar sus procesos psquicos y, en consecuencia, son incapaces de refrenar sus acciones. Empero, para el Kant que escribe estas Observaciones, las quimeras de la imaginacin pueden ser neutralizadas por las facultades afectivas del alma en la medida en que una prerrogativa propia del melanclico kantiano es su capacidad para imponerse sobre la inclinacin sensible y sujetar as a las incontroladas energas pasionales bajo el dominio soberano de la razn pues lo que confiere sublimidad al melanclico es justamente su capacidad para autolimitarse y disolver racionalmente al elemento pasional(el sometimiento de las pasiones propias es sublimeKant, Observaciones acerca de lo bello y de lo sublime, op.cit, p.44.).

Melancola: la pasin ingobernable

En la Antropologa en sentido pragmtico (1798), texto publicado por el fundador de la filosofa crtica poco antes de morir, reaparece, con una tipologa aun ms desarrollada que la aventurada en las Observaciones, un abordaje de los temperamentos humanos que est en plena sintona con la tradicin del humoralismo antiguo. All, la analtica de las tonalidades anmicas que modulan la psicologa del alma de los hombres se sostiene en fundamentos fisiolgicos pues, afirma Kant, los temperamentos que adjudicamos meramente al alma pueden tener en secreto por concausa lo que hay de corporal en el hombreKant, Antropologa en sentido pragmtico, trad. de Jos Gaos, Madrid, Alianza, 1991, p. 231.. De manera que, en la observacin emprica del fluctuante juego se sentimientos y apetitos sensibles que tiene lugar en los cuerpos de los hombres se encuentra la clave para la interpretacin de las peculiares notas caracterolgicas que distinguen a la subjetividad humana As como en el temperamento se expresa lo que la naturaleza hace del hombre, en el carcter Kant observa la impronta racional propia de la moralidad pues este ltimo constituye la expresin misma de lo que el hombre hace de s mismo: tener simplemente un carcter significa aquella propiedad de la voluntad por virtud de la cual el sujeto se vincula a s mismo a determinados principios prcticos que se ha prescrito inmutablemente por medio de su propia razn. Cf. Kant, Antropologa en sentido pragmtico, op.cit, p. 238..

En ese sentido, la tematizacin del temperamento melanclico hilvanada por el Kant maduro se desliza hacia el escudriamiento de un semblante afectivo significativamente enlazado al diagnstico de las posibles debilidades y enfermedades del alma. Aqu, el hombre de sangre pesada, sumido en el abismo de la meditacin melanclica, se aferra intensamente a sensaciones que petrifican sus fuerzas vitales y, por eso, se halla incapacitado para colmar de alegra su alma. Si bien la melancola no es en sentido estricto una perturbacin mental (mana), implica de todos modos una flaqueza anmica que puede conducir al atrabiliario a la demencia. El hombre afectado por el sndrome melanclico es sobre todo un hipocondraco, es decir, alguien a quien la anomala cognitiva de un entendimiento malsano, incapaz de refrenar las imgenes delirantes provistas por una imaginacin extralimitada, lo ha conducido a fantasear toda clase de males corporales que carecen de referencia real en una experiencia posible Segn leemos en el 47 de la Antropologa, op. cit. p. 124: es una de las debilidades del alma estar aferrado por medio de la imaginacin reproductiva a una representacin, a la que se ha aplicado una grande e insistente atencin, y no poder apartarse de ella, esto es, no poder hacer de nuevo libre el concurso de la imaginacin. Cuando este mal se hace habitual y se dirige a un mismo objeto, puede convertirse en demencia.. Destinado a ser siempre un juguete cambiante de sus humores, el melanclico retratado en la Antropologa es presa fcil tanto de sus emociones como de sus pasiones, que son enfermedades del alma y, por lo tanto, alteraciones del nimo irreductibles al dominio de la razn.

El Libro III de la Antropologa presenta la tal vez ms elaborada tipologa de las tonalidades afectivas llevada a cabo por Kant, la cual incluye un mtodo para prevenir su nociva influencia as como la prescripcin de una teraputica para curarlas que, segn el filsofo de Knigsberg, todo mdico de almas debera aplicar. All sostiene Kant que el apetito es la autodeterminacin de la fuerza de un sujeto por medio de la representacin de algo futuro como un efecto provocado por la representacin misma Ibid, 73, p. 184.. Es decir, el sujeto se confirma a s mismo en cuanto ve como algo futuro y ajeno aquello que l siente ser producido por sus propias fuerzas. Cuando la apetencia es habitual y sensible se convierte en inclinacin. Y, si esa inclinacin llega a ser tan absorbente que resulta difcil o absolutamente invencible por la razn se transforma en pasin. Por el contrario, la emocin supone un ataque por sorpresa de la sensacin, cuyo carcter fugaz impide que el sentimiento de placer o displacer que aquella trae consigo sedimente en el nimo pues no permite que se abra paso en el sujeto la reflexin Ibid, 74, p. 185..Kant asevera que las emociones inciden superficialmente en la constitucin espiritual del hombre pues no suscitan la actividad reflexiva y su paso por las comarcas de la razn es tan intrascendente como las flaquezas anmicas ocasionadas por un resaca. Ibid., 74, p. 186. la emocin debe considerarse como una borrachera, que se duerme, si bien despus se tiene dolor de cabeza; la pasin, como una enfermedad causada por la ingestin de un veneno o una degeneracin. En cambio, las pasiones calan hondamente en el alma humana y, segn Kant, su incidencia patolgica es impugnable fundamentalmente desde el punto de vista moral (las pasiones son cnceres de la razn pura prctica Ibid., 80, p. 204. De acuerdo con la estructura del formalismo tico kantiano el inters prctico de la razn estriba en la posibilidad de pensar la voluntad del ser racional como libre y soberana de s misma. As, el principio determinante de la accin deber excluir necesariamente los fines propios de las inclinaciones sensibles (todo placer, toda satisfaccin) con el propsito de erradicar toda determinacin patolgica (heternoma) del mbito de la voluntad humana. En ese sentido, la accin moral se alcanza cuando se destierra a las tonalidades afectivas del mundo de la moralidad y se evala la virtud moral de acuerdo a la ley moral que nace de nosotros mismos cuando nos obligamos a pensar la mxima de la accin de nuestra voluntad como principio de una legislacin universal y, en consecuencia, actuamos por respeto a la ley, es decir, por deber. El criticismo kantiano denuncia el uso ilegtimo de la razn prctica cuando la naturaleza humana la utiliza para administrar el inters de las inclinaciones con el fin de alcanzar la felicidad, finalidad que descansa en fundamentos empricos ajenos al fin deontolgico propio de la razn en su uso prctico. Para Kant, las pasiones determinan la accin de la voluntad de forma patolgica en tanto todos los objetos de las inclinaciones tienen un valor condicionado y, por el contrario, el deber tico ha de ser una necesidad prctico-incondicionada de la accin y debe valer para todos los seres racionales a los que un imperativo moral puede referirse. Por ello, el imperativo categrico constituye una ley para todas las voluntades humanas. Y, por lo tanto, no puede predicarse un imperativo moral fundado en el despliegue irrestricto de las pasiones, pues las acciones que derivan de ellas pueden entraar contradiccin y la ley formal de la voluntad buena exige una mxima tal que pueda convertirse en ley universal en virtud de su necesidad absoluta. La voluntad ser entonces libre y buena no por lo que realice sino como querer en s, por su coincidencia con la pura forma de la ley, no con un fin determinado. Cf. Kant, Fundamentacin de la Metafsica de las Costumbres, trad. de M. Garca Morente Mxico, Porra, 1995, pp. 40-44.) pues constrien al sujeto a actuar en conformidad con un fin prescrito por la inclinacin sensible como principio determinante de la facultad de desear, permitiendo de este modo que la razn, en vez de legislar en el mbito prctico por s misma, se deje condicionar empricamente. Y, si bien los efectos perniciosos provocados por las pasiones pueden sosegarse parcialmente mediante ciertos lenitivos, stos en ltima instancia resultan ineficaces pues, al igual que determinadas aflicciones corporales, las pasiones, cuando se instalan en la racionalidad humana, resultan incurables:

La pasin es una enfermedad que rehsa toda medicina y, por ende, es mucho peor que todas aquellas conmociones pasajeras del alma [emociones] Kant, Antropologa en sentido pragmtico, op.cit. 80, p. 204

Para Kant, el hombre es siempre esclavo de sus pasiones y, por eso, slo un necio podra pretender campear sobre la dinmica expansiva de las pasiones. Para el ser pasional La definicin del hombre como ser pasional, a la cual subyace, sin duda, la consideracin del ser humano como unidad del compuesto alma/cuerpo, la encontramos en el 80 de la Antropologa ( Est [la pasin], pues, ligada en todo momento con la razn del sujeto, y a los meros animales no se les puede atribuir pasiones, como tampoco a los puros entes racionales, p. 204) y en el 82 (Las pasiones dirgense propiamente slo a hombres y slo por ellos pueden ser satisfechas, p. 209) llamado hombre no existe cura posible ya que, desde la perspectiva kantiana, la administracin racional de las pasiones constituye una mera ilusin.

En este sentido, es destacable el lugar asignado a la melancola en la Antropologa, donde ya no designa a aquella disposicin temperamental, encomiada por el Kant de las Observaciones, signada por el sello de lo sublime, ni tampoco a ese amigo del hombre en cuyo pecho se agitaban la virtud verdadera y el anhelo de veracidad universal. En la postrera radiografa kantiana del hombre propenso a la melancola nos encontramos con un abyecto misntropo atenazado por el mal de existir, acosado por la indignidad de sus enfermizas pasiones y por constantes preocupaciones anmicas que, lejos de ennoblecer a un espritu sublime, amenazan con llevarlo definitivamente ms all del seoro de la raznLa distincin entre emociones y pasiones se establece en virtud de la intensidad con la que dichas modulaciones del nimo alteran el normal funcionamiento del alma humana. Ibid., 74, p. 186: La emocin debe considerase como una borrachera, que se duerme; la pasin, como una demencia, que incuba una representacin que anida en el alma cada vez ms profundamente..

Esttica de lo sublime: tras las huellas de la sinrazn

A pesar de que no hemos encontrado en la Crtica del Juicio ninguna referencia explcita a la cuestin de la melancola, el abordaje kantiano del papel jugado por las tonalidades anmicas en la relacin entre el sentimiento de lo sublime y el problema de la moralidad echa cierta luz sobre el rol esttico-moral asignado al ms oscuro de los humores en los desarrollos ulteriores de la filosofa crtica.

En la Nota general a la exposicin de los juicios estticos reflexionantes, tras disociar la representacin del bien moral respecto de lo bello y enfatizar la ligazn de aqul con lo sublime, Kant se detiene deliberadamente en la distincin, que reaparecer algunos aos ms tarde en la Antropologa, entre emociones y pasiones. All, el entusiasmo aparece definido como una emocin ligada a un estado de nimo Hemos optado por verter el trmino alemn Gemt como nimo y no como espritu, segn lo hace Garca Morente en la traduccin de la Kritik der Urteilskraft que hemos utilizado, a fin de evitar confusiones en la, por lo dems, tan estricta terminologa kantiana. Cf. Valerio Rohden, El trmino Gemt en la Crtica de la facultad de Juzgar, en David Sobrevilla (comp.), Filosofa, poltica y esttica en la Crtica del Juicio de Kant, Lima, Goethe-Institut, 1991, pp. 49-64. asociado a lo sublime (sin l no se puede realizar nada grande Kant, Crtica del Juicio, trad. de M. Garca Morente, Madrid, Librera General de Victoriano Surez, 1914, p. 177. ) que, sin embargo, en relacin con el bien moral, parecera constituir un germen patolgico como principio condicionante de la determinacin de la voluntad en la facultad de desear.

Toda emocin es ciega, o en la eleccin de su fin, o, aun cuando ste lo haya dado la razn, en la realizacin del mismo, porque es el movimiento del nimo que hace incapaz de organizar una libre reflexin de los principios para determinarse segn ellos. As, que de ninguna manera puede merecer una satisfaccin de la razn Ibid. Una consideracin semejante es atribuida en la Antropologa a la intervencin de la pasin, como determinacin fornea (sensible) de la voluntad, en la realizacin de acciones que se pretenden morales: Las pasiones, en general, por vehementes que puedan ser como resortes sensibles, son puras flaquezas con respecto a aquello que la razn prescribe al hombre. De donde se sigue que la capacidad del hombre inteligente para emplearlas al servicio de sus designios haya de ser relativamente tanto menor cuanto mayor sea la pasin que domine a los dems hombres. Cf Kant, Antropologa en sentido pragmtico, op. cit., 84, p. 212..

No obstante, en la nota al pie de pgina que precede a esta definicin general del trmino emocin, Kant destaca que la primordial incidencia de las emociones no tiene lugar tanto en el mbito de la moralidad, sino ms bien, en la constitucin del sentimiento de placer y displacer. Por el contrario, la nota distintiva de las pasiones radica en que sus males se propagan sobre todo en el terreno mismo de la razn prctica pues, afirma Kant, son inclinaciones que dificultan o imposibilitan toda determinabilidad de la voluntad mediante principiosKant, Crtica del Juicio, op.cit, p. 177 (nota 2). .Y, en cuanto toda libertad del nimo queda neutralizada debido a su influjo pernicioso, ninguna pasin tiene la marca propia de lo sublime.

En el otro extremo, y aqu se distancia radicalmente respecto al valor esttico-moral conferido al temperamento flemtico en las Observaciones De hecho, en las Observaciones (op. cit., p. 58) la flema es deliberadamente dejada de lado en la semblanza esbozada por Kant de cada uno de los temperamentos: Puesto que en la idiosincrasia flemtica no suelen coincidir ingredientes de lo bello y de lo sublime, en grado especialmente notable, esta propiedad temperamental no entra en el cuadro de nuestras consideraciones. Sobre el nexo entre entusiasmo y apata desde el punto de vista de la esttica de lo sublime y sus connotaciones en el mundo de la moralidad, vase Mark Larrimore, Substitutes for Wisdom: Kants Thought and the Tradition of the Temperaments, en Journal of the History of Philosophy, 2001, Princeton University Press, pp. 259-288., Kant sostiene que la ausencia de toda emocin en el nimo, rasgo emprico tpico tanto de la disposicin temperamental flemtica como de la apatheia estoica, es lo propio de una subjetividad portadora del sentimiento de lo sublime pues esta carencia da cuenta de un espritu que sigue enrgicamente sus principios inmutables () y en modo mucho ms excelente, porque tiene de su parte al mismo tiempo la satisfaccin de la razn Kant, Crtica del Juicio, op.cit., p. 178.

En cambio, el entusiasmo, que de acuerdo a su definicin parece sealar el sustrato anmico que se conforma a la idea de bien Ibid., p. 177: La idea del bien con emocin se llama entusiasmo. , es considerado como una emocin sublime mas slo, aclara Kant, en un sentido esttico pues es una tensin de las fuerzas por ideas que dan al espritu una impulsin que opera mucho ms fuerte y duraderamente que el esfuerzo por medio de representaciones sensibles Ibid., p. 178.. Kant asevera que, al igual que la clera y la desesperacin, el entusiasmo es una modalidad de sentimiento esttico que nos hace tomar conciencia de nuestras fuerzas, permitindonos vencer toda resistencia.

Kant subraya que lo que caracteriza a la enunciacin de un juicio sobre lo sublime es la autoconciencia de la superioridad de la razn frente a los meros datos sensibles, pues la contemplacin de lo sublime, que en definitiva se encuentra en la mente del sujeto y no en la estructura de la objetividad, saca a la luz la presencia de algo que sobrepasa las capacidades de nuestra sensibilidad. Sublime es, entonces, lo que place inmediatamente por su resistencia al inters de los sentidos Ibid., p. 169.. Al igual que en el juicio puro de gusto, en la evaluacin de lo sublime la existencia del objeto representado carece de importancia y, por eso, la satisfaccin que ocasiona es desinteresada y libre A lo largo de la Analtica de lo bello, Kant reitera en numerosas ocasiones que el fundamento de determinacin del juicio puro de gusto no es otro que la pura finalidad de la forma del objeto juzgado. Es decir, ningn concepto de objeto, ni ninguna complacencia emprica (ningn encanto, ninguna emocin) pueden fundarlo, sino solamente el placer esttico que acaece en el juego libre de las facultades subjetivas de conocimiento (imaginacin y entendimiento). De esta guisa, la emocin es excluida como posible mvil de toda predicacin de belleza: el gusto es siempre brbaro, mientras necesita la mezcla con encantos y emociones para la satisfaccin y hasta hace de sta la medida de su aplauso. Cf. Kant, Crtica del Juicio, op.cit, p. 92.. La representacin del objeto bello es particular, sin concepto, y lo nico que se pone como universal y necesario es el sentimiento de placer experimentado por el sujeto al enunciar el juicio esttico. Y este placer no es ms que la reverberacin de la adecuacin entre la pura forma del objeto y las facultades implicadas en su percepcin Sin embargo, el sentimiento de vivificacin y acrecentamiento vital consustancial al juicio esttico sobre lo bello es suscitado por una concordancia libre y espontnea entre imaginacin y entendimiento. En cambio, la complacencia experimentada en lo sublime implica un placer negativo en el que el nimo subjetivo, en un primer momento, se ve paralizado para, luego, estallar en un efusivo desbordamiento de las fuerzas vitales en el que la actividad de la imaginacin nada tiene que ver con una reflexin formal. La imaginacin parece perder su libertad y lo sublime resulta ser un sentimiento contradictorio que se asemeja ms a un dolor que a un placer Cf. Jean-Franois Lyotard, Lo sublime y la vanguardia, en Lyotard, Lo inhumano, Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 102: El sentimiento de lo bello es para Kant un placer sucitado por una armona libre entre la funcin de las imgenes y la de los conceptos, en el caso de un objeto de arte o de la naturaleza. El de lo sublime es an ms indeterminado: un placer mezclado con el pesar, un placer que proviene del pesar.. Empero, este dolor hace posible un placer. Sublime es aquello en comparacin de lo cual toda otra cosa es pequea. Y, si bien en una primera instancia atribuimos a la naturaleza sensible esa inmensidad que reduce a nuestra imaginacin a la impotencia, nada que pueda ser objeto de los sentidos puede llamarse, estrictamente, sublime. Ante lo inmenso, la imaginacin experimenta la insuficiencia de ese mximo y, pretendiendo ensancharlo, se repliega sobre s misma. Por eso, para poder pensar lo infinito (lo absolutamente grande) es necesaria una facultad del nimo adecuada a lo suprasensible. En efecto, es la razn la facultad que nos conduce a reunir en un todo la inmensidad insondable del mundo sensible. De esta manera, lo sublime nos pone en presencia de una relacin inmediata entre la imaginacin y la razn Segn Lyotard (op.cit., p. 103), lo propio del denominado pathos de lo sublime surge del desarreglo de las facultades cognoscitivas que tiene lugar cuando la contemplacin de lo sublime, suscitada por ciertos fenmenos de la naturaleza, pone al sujeto ante la idea de un absoluto irrepresentable en una intuicin sensible y que, por lo tanto, pone en evidencia el fracaso de la imaginacin en la representacin de las ideas de la razn: Este fracaso en la expresin suscita un pesar, una especie de clivaje en el sujeto entre lo que puede concebir y lo que puede imaginar. Pero este pesar, a su vez, genera un placer, y un placer doble: la impotencia de la imaginacin atestigua a contrario que procura hacer ver incluso lo que no puede ser visto, y as aspira a armonizar su objeto con el de la razn; y, por otra parte, la insuficiencia de las imgenes es un signo negativo de la inmensidad del poder de las ideas. . Lo sublime, entonces, pone en evidencia la incapacidad de la imaginacin para acceder a las ideas de la razn, aunque por otro lado la contemplacin de lo sublime prepara una finalidad ms alta y da lugar a una disposicin anmica hacia el sentimiento moral:

Lo que llamamos sublime en la naturaleza, fuera de nosotros, o tambin en la interioridad (verbigracia, ciertas emociones), se representa como una fuerza del nimo para elevarse por encima de ciertos obstculos de la sensibilidad por medio de principios morales. Kant, Crtica del Juicio, op.cit., p. 176.

Ahora bien, a Kant le interesa afirmar que el sometimiento de las inclinaciones sensibles como condicin necesaria de la representacin formal de la ley moral no acarrea el debilitamiento de las fuerzas vitales que habitan en el alma humana (un consentimiento sin vida y fro y ninguna fuerza o sentimiento motrizIbid., p. 182.). Mas, la construccin de un sujeto virtualmente moral implica atender a los peligros que en la percepcin de lo sublime suponen las ilusiones vanas de una razn tendida a la representacin de una totalidad absoluta que resulta inabarcable para una imaginacin que, en virtud de su ensanchamiento desmesurado, podra llevar al individuo a ceder ante la irrupcin de sus oscilantes tonalidades afectivas, cuya expansin anrquica trae consigo la desarmona en el ejercicio de las facultades cognoscitivas. Por ello, y con el propsito de preservar la salud de las facultades involucradas en la contemplacin esttica, Kant sugiere la necesidad de moderar el mpetu de una imaginacin ilimitada, para no dejarla subir hasta el entusiasmoIbid..

Para Kant, an peor sera que la emocin del entusiasmo degenere en la inextirpable pasin de la exaltacin, esto es, en la ilusin de querer ver ms all de todos los lmites de la sensibilidad, lo cual sealara la emergencia de una imaginacin desenfrenada En la Antropologa (op.cit., 53, pp. 140-141), el sentido comn est directamente emparentado el equilibrio saludable de las facultades cognoscitivas as como los desvaros de la imaginacin con la sintomatologa distintiva de la locura: el nico sntoma universal de la locura es la prdida del sentido comn y el sentido privado lgico que lo reemplaza, por ejemplo, cuando una persona ve en pleno da sobre su mesa una luz encendida que otra persona presente no ve, o cuando oye una voz que ninguna otra oye. Pues es una piedra de toque subjetivamente necesaria de la rectitud de nuestros juicios en general y, por lo mismo, de la sanidad de nuestro entendimiento, el que confrontemos ste con el entendimiento ajeno, y no nos aislemos con el nuestro() [quien carece de sentido comn] est expuesto a que los pensamientos le hagan vctima de un juego en que no se vea, proceda ni juzgue en un mundo comn con los dems, sino (como en los sueos) en un mundo propio y aislado. sobre el sentido comn como condicin trascendental de la sociabilidad humana, cf. Jorge E. Dotti, La libertad del juicio: epistemologa y poltica a la luz de la tercera Crtica, en Sobrevilla (comp.), op. cit., p. 132: La imaginacin permite superar, de este modo, el subjetivismo, el particularismo distorsionante ligado a todo afeccin inmediata, que experimenta un Yo emprico en una situacin concreta. La imaginacin rompe esta privacidad, esta irreproducibilidad de la sensacin individual, y abre el camino a la socializacin de la experiencia personal mediante la incorporacin de la misma a la perspectiva comunitaria. que, en el extremo, podra conducir al sujeto al delirio alucinatorio de soar segn principios, es decir, delirar con la razn Kant, Crtica del Juicio, op.cit., p. 183..

Si el entusiasmo se compara con el delirio, la exaltacin es de comparar con la demencia, y esta ltima, entre todas, se acomoda menos que ninguna con lo sublime, porque es soadoramente ridcula. En el entusiasmo como emocin, la imaginacin no tiene freno: en la exaltacin, como pasin incubada y arraigada, no tiene regla. El primero es un accidente que pasa y que ataca a veces al entendimiento ms sano; la segunda, una enfermedad que lo desorganiza. Ibid..

Conclusiones

De manera que la melancola, cuyo corolario extremo nos remite a la presencia espectral de la locura, aparece como el horizonte sombro que se abre ante la ciudadela de una razn sitiada por la irrupcin violenta de indomeables tonalidades afectivas que, distantes de conferir sublimidad a la fisonoma moral del sujeto, conforman ms bien los rasgos espirituales de impulsividad y desasosiego propios de subjetividades desarregladas. Pese a estar inhabilitados para la contemplacin esttica, los melanclicos son hombres cuyos cuerpos son el escenario de la violenta tirana de los placeres corporales, lo cual no excluye que en su ciudadela anmica se incube un desarraigo existencial transido por una nada despreciable cuota de dolor.

No obstante, cabe conjeturar que Kant, quien se perciba a s mismo como melanclico En Sobre el poder del nimo para dominar, mediante el mero propsito, sus sentimientos enfermizos, incluido en el libro El conflicto de las facultades (1798) leemos: Debido a mi pecho estrecho y liso, que deja poco espacio al movimiento del corazn y de los pulmones, tengo una predisposicin natural a la hipocondra, la cual rayaba, en aos pasados con el hasto de la vida. Cf..Kant, El poder de las facultades afectivas, Buenos Aires, Aguilar, 1980, pp. 26-27. Sin embargo, esto logr superarlo mediante la reflexin, nos dice, pues proporciona ms alegra lo que se hace por libertad que lo que se goza por naturaleza. , pudo tener en mente al hombre de complexin melanclica al pensar en la subjetividad emprica que subyacera a una voluntad pura capaz de darse a s misma la mxima de su obrar. Al atribuir a la razn y a su manifestacin en el hombre en forma de ley moral, esto es, de mandamiento que exige obediencia incondicionada, la naturaleza de una presencia majestuosa y sublime capaz de respetar la autonoma del individuo justamente al mandarlo y trascenderlo, bien pudo Kant inspirarse en el talante moral del melanclico. Recordemos que la presencia de nimo de ste, su sangre fra, no lo orienta a la busca de un ideal de felicidad sino ms bien a la revelacin de la despreciable indignidad de todo obrar conducido por fines sensibles. Al no guiar su conducta por sus lbregas inclinaciones sus juicios asumen en l la naturaleza de principios, volvindolo probo para el deber de veracidad universal, pues su respeto por el gnero humano (que ciertamente podra trocarse en pura misantropa) no descansa en una mera afinidad filantrpica sino en el autoconvencimiento moral en virtud del cual la nobleza de la naturaleza humana podra ser hallada en el sometimiento de la voluntad a un fundamento trascendente.

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