Hermano Alegre

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CUENTOS INFANTILES ww.pekegifs.com Hermano alegre Hubo una vez una gran guerra, terminada la cual, fueron licenciados muchos soldados. Entre ellos estaba el Hermano Alegre, que, con su licencia, no recibió más ayuda de costas que un panecillo de munición y cuatro reales. Y con todo esto se marchó. Pero San Pedro se había apostado en el camino, disfrazado de mendigo, y, al pasar Hermano Alegre, le pidió limosna. Respondióle éste: - ¿Qué puedo darte, buen mendigo? Fui soldado, me licenciaron y no tengo sino un pan de munición y cuatro reales en dinero. Cuando lo haya terminado, tendré que mendigar como tú. Algo voy a darte, de todos modos. Partió el pan en cuatro pedazos y dio al mendigo uno y un real. Agradecióselo San Pedro y volvió a situarse más lejos, tomando la figura de otro mendigo; cuando pasó el soldado, pidióle 1

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  • CUENTOS INFANTILES ww.pekegifs.com

    Hermano alegreHubo una vez una gran guerra, terminada la cual, fueron licenciados muchos soldados. Entre ellos estaba el Hermano Alegre, que, con su licencia, no recibi ms ayuda de costas que un panecillo de municin y cuatro reales. Y con todo esto se march. Pero San Pedro se haba apostado en el camino, disfrazado de mendigo, y, al pasar Hermano Alegre, le pidi limosna. Respondile ste: - Qu puedo darte, buen mendigo? Fui soldado, me licenciaron y no tengo sino un pan de municin y cuatro reales en dinero. Cuando lo haya terminado, tendr que mendigar como t. Algo voy a darte, de todos modos.

    Parti el pan en cuatro pedazos y dio al mendigo uno y un real. Agradeciselo San Pedro y volvi a situarse ms lejos, tomando la figura de otro mendigo; cuando pas el soldado, pidile

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  • nuevamente limosna. Hermano Alegre repiti lo que la vez anterior, y le dio otra cuarta parte del pan y otra moneda de a real. San Pedro le dio las gracias y, adoptando de nuevo figura de mendigo, lo aguard ms adelante para solicitar otra vez su limosna. Hermano Alegre le dio la tercera porcin del pan y el tercer real. San Pedro le dio las gracias, y el hombre continu su ruta sin ms que la ltima cuarta parte del pan y la ltima moneda. Entrando, con ello, en un mesn, se comi el pan y se gast el real en cerveza. Luego reemprendi la marcha. Salile entonces al encuentro San Pedro, en forma de soldado licenciado, y le dijo:

    - Buenos das, compaero, no podras darme un trocito de pan y un cuarto para echar un trago?

    - De dnde quieres que lo saque? -le replic Hermano Alegre-. Me han licenciado sin darme otra cosa que un pan de municin y cuatro reales en dinero. Me top en la carretera con tres pobres; a cada uno le di la cuarta parte del pan y una moneda. La ltima cuarta parte me la he comido en el mesn, y con el ltimo real he comprado cerveza. Ahora soy pobre como una rata y, puesto que t tampoco tienes nada,

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  • podramos ir a mendigar juntos.

    - No -respondi San Pedro-, no ser necesario. Yo entiendo algo de Medicina y espero ganarme lo suficiente para vivir.

    - As, me tocar mendigar solo -respondi Hermano Alegre-, pues yo no entiendo pizca en este arte.

    - Vente conmigo -le dijo San Pedro-, nos partiremos lo que yo gane.

    - Por m, de perlas -exclam Hermano Alegre; y emprendieron juntos el camino.

    No tardaron en llegar a una casa de campo, de cuyo interior salan agudos gritos y lamentaciones. Al entrar se encontraron con que el marido se hallaba a punto de morir, por lo que la mujer lloraba a voz en grito.

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  • - Basta de llorar y gritar -le dijo San Pedro-, yo curar a vuestro marido -y sacndose una pomada del bolsillo, en un santiamn hubo curado al hombre, el cual se levant completamente sano. El hombre y la mujer, fuera de s de alegra, le dijeron:

    - Cmo podremos pagaros? Qu podramos daros?

    Pero San Pedro se neg a aceptar nada, y cuanto ms insistan los labriegos, tanto ms se resista l. Hermano Alegre, dando un codazo a San Pedro, le susurr: - Acepta algo, hombre, bien lo necesitamos!

    Por fin, la campesina trajo un cordero y dijo a San Pedro que deba aceptarlo; pero l no lo quera. Hermano Alegre, dndole otro codazo, insisti a su vez: - Tmalo, zoquete, bien sabes que lo necesitamos!.

    Al cabo, respondi San Pedro: - Bueno, me quedar con el cordero; pero no quiero llevarlo; si

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  • t quieres, carga con l.

    - Si slo es eso! -exclam el otro-. Claro que lo llevar! -. Y se lo ech a cuestas.

    Siguieron caminando hasta llegar a un bosque; el cordero le pesaba a Hermano Alegre, y adems tena hambre, por lo que dijo a San Pedro: - Mira, ste es un buen lugar; podramos degollar el cordero, asarlo y comrnoslo.

    - No tengo inconveniente -respondi su compaero-; pero como yo no entiendo nada de cocina, lo habrs de hacer t, ah tienes un caldero; yo, mientras tanto, dar unas vueltas por aqu, hasta que est asado. Pero no empieces a comer hasta que venga yo. Volver a tiempo.

    - Mrchate tranquilo -respondi el soldado-. Yo entiendo de cocina y sabr arreglarme. Marchse San Pedro, y Hermano Alegre sacrific el cordero, encendi fuego, ech la carne en el caldero y la puso a cocer. El guiso estaba ya a punto, y San Pedro no volva; entonces Hermano Alegre lo sac

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  • del caldero, lo cort en pedazos y encontr el corazn: Esto debe ser lo mejor, se dijo; prob un pedacito y, a continuacin, se lo comi entero. Lleg, al fin, San Pedro y le dijo: - Puedes comerte todo el cordero; djame slo el corazn.

    Hermano Alegre cogi cuchillo y tenedor y se puso a hurgar entre la carne, como si buscara el corazn y no lo hallara, hasta que, al fin, dijo: - Pues no est.

    - Cmo! -replic su compaero-. Pues dnde quieres que est?

    - No s -respondi Hermano Alegre-. Pero, seremos tontos los dos! Estamos buscando el corazn del cordero, y a ninguno se le ha ocurrido que los corderos no tienen corazn!

    - Con qu me sales ahora! -exclam San Pedro-. Todos los animales tienen corazn, por qu no habra de tenerlo el cordero?

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  • - No, hermano, puedes creerlo; los corderos no tienen corazn. Pinsalo un poco y comprenders que no lo pueden tener.

    - En fin, dejmoslo -dijo San Pedro-. Puesto que no hay corazn, yo no quiero nada. Puedes comrtelo todo.

    - Lo que me sobre lo guardar en la mochila -dijo Hermano Alegre, y, despus de comerse la mitad, meti el resto en su morral.

    Siguieron andando, y San Pedro hizo que un gran ro se atravesara en su camino, de modo que no tenan ms remedio que cruzarlo. Dijo San Pedro: -Pasa t delante.

    - No -respondi Hermano Alegre-, t primero, -pensando: Si el ro es demasiado profundo, yo me quedo atrs.

    Pas San Pedro, y el agua slo le lleg hasta la rodilla. Entr entonces en l Hermano Alegre; pero

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  • se hunda cada vez ms, hasta que el agua le lleg al cuello. Grit entonces: - Hermano, aydame!

    Y dijo San Pedro: - Quieres confesar que te has comido el corazn del cordero?

    - No -respondi el otro-, no me lo he comido!

    El agua continuaba subiendo, y le llegaba ya hasta la boca. Volvi a preguntarle San Pedro: - Quieres confesar que te comiste el corazn del cordero?

    - No -repiti el soldado- no me lo he comido!

    Pero el santo, no queriendo que se ahogase, hizo bajar el agua y lo ayud a llegar a la orilla.

    Continuaron adelante y llegaron a un reino, donde les dijeron que la hija del Rey se hallaba en trance de muerte.

    - Anda, hermano -dijo el soldado a San Pedro-, 8

  • esto nos viene al pelo. Si la curamos, se nos habrn acabado las preocupaciones.

    Pero San Pedro no se daba gran prisa.

    - Vamos, aligera las piernas, hermanito! -decale-, Tenemos que llegar a tiempo!

    Pero el santo avanzaba cada vez con mayor lentitud, a pesar de la insistencia y las recriminaciones de Hermano Alegre; y, as, les lleg la noticia de que la princesa haba muerto.

    - Ah tienes! -refunfu el soldado-. Todo, por tu cachaza!

    - No te preocupes -replicle San Pedro-; puedo hacer algo ms que curar enfermos; puedo tambin resucitar muertos.

    - Anda! -exclam Hermano Alegre-. Si es as, no te digo nada! Por lo menos has de pedir la mitad

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  • del reino.

    Y se presentaron en palacio, donde todo era tristeza y afliccin. Pero San Pedro dijo al Rey que resucitara a su hija. Conducido a presencia de la difunta, dijo: - Que me traigan un caldero con agua.

    Luego hizo salir a todo el mundo; y se qued slo su compaero. Seguidamente cort todos los miembros de la difunta, los ech en el agua y, despus de encender fuego debajo del caldero, los puso a cocer. Cuando ya toda la carne se hubo separado de los huesos, sac el blanco esqueleto y lo coloc sobre una mesa, disponiendo los huesos en su orden natural. Cuando lo tuvo hecho, avanz y dijo por tres veces:

    - En el nombre de la Santsima Trinidad, muerta, levntate!; y, a la tercera, la princesa recobr la vida, quedando sana y hermosa.

    Alegrse el Rey sobremanera y dijo a San Pedro: -10

  • Seala t mismo la recompensa que quieras; te la dar, aunque me pidas la mitad del reino.

    Pero San Pedro le contest: - No pido nada!

    Valiente tonto!, pens Hermano Alegre, y, dando un codazo a su compaero, le dijo: - No seas bobo! Si t no quieres nada, yo, por lo menos, necesito algo.

    Pero el santo se empe en no aceptar nada. Sin embargo, observando el Rey que el otro quedaba descontento, mand a su tesorero que le llenase de oro el morral.

    Marchronse los dos, y, al llegar a un bosque, dijo San Pedro a Hermano Alegre: - Ahora nos repartiremos el oro.

    - Muy bien -asinti el otro-. Manos a la obra.

    Y San Pedro lo distribuy en tres partes, mientras 11

  • su compaero pensaba: A ste le falta algn tornillo! Hace tres partes, cuando slo somos dos. Pero dijo San Pedro: - He hecho tres partes exactamente iguales: una para m, otra para ti, y la tercera para el que se comi el corazn del cordero.

    - Oh, fui yo quien se lo comi! -exclam Hermano Alegre, arramblando con el oro-. Puedes creerme.

    - Cmo puede ser esto! -replic San Pedro-. Si los corderos no tienen corazn.

    - Vamos, hermano! Tonteras! Los corderos tienen corazn como todos los animales. Por qu no iban a tenerlo?

    - Est bien -cedi San Pedro-, gurdate el oro; pero no quiero seguir contigo; seguir solo mi camino.

    - Como quieras, hermanito -respondile el soldado-. Adis!

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  • Tom el santo por otro sendero, mientras Hermano Alegre pensaba: Mejor que se marche, pues, bien mirado, es un hombre bien extrao. Tena ahora mucho dinero; pero como era un manirroto y no saba administrarlo, lo derroch en poco tiempo, y pronto volvi a estar sin blanca. En esto lleg a un pas donde le dijeron que la hija del Rey acababa de morir.

    - Hola! -pens-. sta es la ma. La resucitar y me har pagar bien. As da gusto! -. Y, presentndose al Rey, le ofreci devolver la vida a la princesa.

    Es el caso que haba llegado a odos del Rey que un soldado licenciado andaba errante por el mundo resucitando muertos, y pens que bien poda tratarse de Hermano Alegre; sin embargo, no findose del todo, consult primero a sus consejeros, los cuales opinaron que mereca la pena realizar la prueba, dado que la princesa, de todos modos, estaba muerta. Mand entonces Hermano Alegre que le trajese un caldero con agua y, haciendo salir a todos, cort los miembros del cadver, echlos en el agua y encendi fuego,

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  • tal como lo viera hacer a San Pedro. Comenz el agua a hervir, y la carne se desprendi; sacando entonces los huesos, los puso sobre la mesa; pero como no saba en qu orden deba colocarlos, los junt de cualquier modo. Luego se adelant y exclam por tres veces: - En nombre de la Santsima Trinidad, muerta, levntate! - pero los huesos no se movieron. Repiti la invocacin, pero en vano.

    - Diablo de mujer! -grit entonces-. Levntate, o lo pasars mal!

    Apenas haba pronunciado estas palabras, se present de pronto, entrando por la ventana, San Pedro, en su anterior figura de soldado licenciado, y dijo: - Hombre impo, qu ests haciendo? Cmo quieres que resucite a la difunta, si le has puesto los huesos de cualquier modo?

    - Hermanito, lo hice lo mejor que supe -respondile Hermano Alegre.

    - Por esta vez te sacar de apuros; pero, tenlo bien 14

  • entendido: si otra vez te metes en estas cosas, te costar caro. Adems, no pedirs nada al Rey ni aceptars la ms mnima recompensa por lo de hoy -y, diciendo esto, San Pedro dispuso los huesos en el orden debido y pronunci por tres veces su frmula: - En nombre de la Santsima Trinidad, muerta, levntate! -, a lo cual la princesa se incorpor, sana y hermosa como antes, mientras el santo sala de la habitacin por la ventana.

    Hermano Alegre, aunque satisfecho de haber salido tan bien parado de la aventura, estaba, con todo, colrico por no poder cobrarse el servicio. Me gustara saber -pensaba- qu diablos tiene en la cabeza, que lo que me da con una mano me lo quita con la otra. Esto no tiene sentido!.

    El Rey ofreci al Hermano Alegre lo que quisiera. ste, aunque no poda aceptar nada, arreglselas con indirectas y astucias para que el Monarca le llenase de oro el morral, y, bien cargado con l, se march. Al salir, lo aguardaba en la puerta San Pedro, y le dijo: - Qu clase de hombre eres t? No te prohib que aceptases nada? Y ahora te

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  • llevas el morral lleno de oro.

    - Qu otra cosa poda hacer! -replic Hermano Alegre-. Si me lo han metido a la fuerza!

    - Pues atiende a lo que te digo: no vuelvas a hacer estas cosas o lo vas a pasar mal.

    - No te preocupes, hermano! Ahora que tengo dinero, no necesitar ocuparme en lavar huesos.

    - S -replic San Pedro-. Con lo que te va a durar este oro! Mas para que no vuelvas a meterte en lo que no debes, dar a tu morral la virtud de que vaya a parar a l todo lo que desees. Adis, pues ya no volvers a verme.

    - Adis! -le respondi el otro, pensando: Me alegro de perderte de vista, to extravagante; no hay peligro de que te siga. Y ni por un momento se acord del don maravilloso adjudicado a su morral.

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  • Hermano Alegre anduvo con su oro de la Ceca a la Meca, derrochndolo y gastndolo en francachelas, como la vez anterior. Cuando ya no le quedaban sino cuatro cuartos, pasando por delante de una hospedera pens: Voy a gastar lo que me queda, y entr y pidi tres cuartos de vino y un cuarto de pan. Mientras coma y beba, lleg a sus narices el agradable tufillo de unos patos que se estaban asando. Mirando a uno y otro lado, vio que el mesonero tena un par de patos en el hornillo de la estufa, y, vinindole entonces a la memoria lo que le dijera su antiguo compaero respecto a la virtud de su morral, djose: Hola! Vamos a probarlo con los patos. Sali a la puerta y dijo:

    - Deseo que los dos patos asados pasen del horno a mi mochila.

    Pronunciadas estas palabras, abri la mochila para mirar su interior, y, efectivamente, all estaban los dos patos. Entonces es verdad, pens. Se acabaron, pues, las penas!. Llegado a un prado, sac los patos para comrselos. En stas pasaron

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  • dos mozos artesanos y se quedaron mirando con ojos hambrientos una de las aves, todava intacta. Hermano Alegre pens: Yo, tengo bastante con una, y llamando a los dos mozos, les dijo: -Quedaos con este pato, y os lo comis a mi salud.

    Dironle ellos las gracias, cogieron el pato y se fueron al mesn. All pidieron media jarra de vino y un pan, y, poniendo sobre la mesa el pato que les acababan de regalar, comenzaron a comer.

    Al verlos la posadera dijo a su marido: - Esos dos se estn comiendo un pato; ve a ver que no sea uno de los que estn asndose en el horno. Fue el ventero, y el horno estaba vaco

    - Cmo, bribonazos! Pues s que os saldra barato el asado! Pagadme en el acto, si no queris que os friegue las espaldas con jarabe de palo!

    - Nosotros no somos ladrones -respondieron los dos muchachos-; este pato nos lo ha dado un soldado licenciado que estaba comiendo en aquel

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  • prado.

    - A m no me tomis el pelo! El soldado estuvo aqu, y sali por la puerta, como una persona honrada; yo no lo perd de vista. Vosotros sois los ladrones y vais a pagarme!

    Pero como los mozos no tenan dinero, agarrando el dueo un bastn los ech a la calle a garrotazos.

    Sigui Hermano Alegre su camino y lleg a un lugar donde se levantaba un magnfico palacio, a poca distancia de una misrrima hospedera. Entr en ella y pidi cama para la noche; pero el hostelero lo rechaz, diciendo: - No hay sitio, tengo la casa llena de viajeros distinguidos.

    - Me extraa que se hospeden en vuestra casa! -respondi Hermano Alegre-. Por qu no se alojan en aquel magnfico palacio?

    - Cualquiera pasa all la noche! -replic el hostelero-. An no lo ha probado nadie que haya

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  • salido con vida.

    - Si otros lo han probado, tambin lo har yo -dijo Hermano Alegre.

    - No lo intentis -aconsejle el hostelero-; os jugis la cabeza con ello.

    - No ser tanto! -dijo el soldado-. Dadme la llave y algo bueno de comer y beber.

    Diole el ventero la llave, comida y bebida, y, con todo ello, se dirigi Hermano Alegre al castillo. Se dio all un buen banquete, y cuando, al fin, le entr sueo, tendise en el suelo, puesto que no haba cama, y no tard en dormirse. Avanzada ya la noche, lo despert un fuerte ruido, y, al despabilarse, vio que en la habitacin haba nueve demonios, de fea catadura, bailando en crculo, a su alrededor. Djoles Hermano Alegre: - Bailad cuanto queris, pero no os acerquis a m!

    Los diablos, sin embargo, se aproximaban cada vez 20

  • ms, hasta que casi le pisotearon la cara con sus repugnantes pezuas. - Quietos, fantasmas endiablados! -les grit.

    Pero los otros dale que dale, con creciente impertinencia. Al fin, enfurecido el soldado, les grit: - Vais a ver cmo pongo paz en un momento! -y, agarrando una pata de silla, arremeti contra toda aquella caterva. Pero nueve diablos eran muchos diablos para un solo soldado, y, a pesar de que el hombre zurraba de lo lindo a los que tena delante, los otros le tiraban de los cabellos por detrs y lo dejaban hecho una lstima.

    - Gentuza del diablo! -exclam al fin-. Esto pasa ya de la medida. Ahora vais a ver! Todos a mi mochila!

    Pataplm! Ya los tienes todos adentro! l at la mochila y la ech en un rincn. Instantneamente qued todo en silencio, y Hermano Alegre, echndose de nuevo, pudo dormir tranquilo hasta bien entrada la maana. Acudieron entonces el hostelero y el noble propietario del palacio,

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  • deseosos de ver qu tal le haba ido la prueba, y, al encontrarlo sano y satisfecho, le preguntaron admirados: - No os han hecho nada los espritus?

    Cmo no! -respondiles Hermano Alegre-. Ah los tengo a los nueve en la mochila. Podis instalaros sin temor en vuestro palacio; desde hoy, ninguno volver a meterse en l.

    Diole las gracias el dueo, recompensndolo ricamente y le propuso que se quedase a su servicio, asegurndole que nada le faltara durante el resto de su vida.

    - No -repuso el soldado-, estoy acostumbrado a la vida de trotamundos y quiero seguirla.

    Y se march. Al pasar por una herrera, entr y, poniendo la mochila que contena los nueve diablos sobre el yunque, pidi al herrero y sus oficiales que empezasen a martillazos con ella. Los hombres se armaron de grandes martillos y se pusieron a golpear con todas sus fuerzas, mientras los diablos armaban un estrepitoso gritero.

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  • Cuando, al fin, abri la mochila, ocho estaban muertos, pero uno, que haba logrado refugiarse en un pliegue de la tela y segua vivo, salt afuera y corri a refugiarse al infierno.

    Hermano Alegre continu vagando por el mundo durante mucho tiempo todava, y quien supiera de sus aventuras podra contar de l y no acabar. Pero, viejo al fin, comenz a pensar en la muerte. Se dirigi a la gruta de un ermitao, que tena fama de hombre piadoso, y le dijo: - Estoy cansado de mi vida errante y ahora quisiera tomar el camino que lleva al cielo.

    - Hay dos caminos -respondile el ermitao-: uno, ancho y agradable, conduce al infierno; otro, estrecho y duro, va al cielo.

    - Tonto sera -pens Hermano Alegre- si eligiese el duro y estrecho!

    Y, as, tom el holgado y agradable, que lo condujo ante un gran portal negro, que era el del infierno.

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  • Llam, y el portero acudi a la mirilla a ver quin llegaba; al ver a Hermano Alegre tuvo un gran sobresalto, pues era nada menos que el noveno de aquellos diablos que haban quedado aprisionados en la mochila, el nico que escap con vida, aunque con un ojo a la funerala. Corriendo rpidamente el cerrojo, acudi el diablillo ante el jefe de los demonios y le dijo: - Ah fuera est uno con una mochila que quiere entrar. Pero no lo permitis, pues se metera el infierno entero en el morral. Una vez estuve yo dentro, y por poco me mata a martillazos.

    Hermano Alegre fue, pues, despedido del infierno; dijronle que se volviese, pues all no entrara.

    - Puesto que aqu no me quieren -pens-, vamos a probar si me admiten en el cielo. En uno u otro sitio tengo que quedarme!

    Y retrocedi para tomar el camino del paraso. Cuando llam a la puerta, San Pedro se encontraba justamente en la portera; reconocilo en seguida Hermano Alegre y pens: ste es un viejo amigo; aqu tendrs ms suerte. Pero San

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  • Pedro le dijo: - Dirase que quieres entrar en el cielo.

    - Djame entrar, hermano; en un lugar u otro tengo que refugiarme. Si me hubiesen admitido en el infierno, no habra venido hasta aqu.

    - No -replicle San Pedro-, aqu no entras.

    - Est bien; pero si no quieres dejarme pasar, qudate tambin con la mochila; no quiero guardar nada que venga de ti dijo Hermano Alegre.

    - Dmela -respondi San Pedro. El soldado le alarg la mochila a travs de la reja, y el santo, entrndola en el cielo, la colg al lado de su asiento. Dijo entonces Hermano Alegre:

    - Ahora deseo estar dentro de la mochila! Y, cataplm!, en un santiamn estuvo en ella, y, por tanto, en el cielo. Y San Pedro no tuvo ms remedio que admitirlo.

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