Historia y crisis de la - Bernardo Sorj · el surgimiento del marxismo En la época de la muerte de...

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Historia y crisis de la producción de la verdad

en el marxismo

Bernardo Sorj

Traducido por Rubén Olivera CLAEH (Centro Latinoamericano de

Economía Humana), Montevideo, 1986

Publicado originalmente en Novos Estudos Cebrap, Vol. 2, Nº 3, noviembre de 1983, pp. 25-34.

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“Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su ‘política ge- neral’ de verdad, o sea, los tipos de discurso que ella acep- ta y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdade- ros de los falsos, la manera como se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que son valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de aquéllos que tie- nen el encargo de decir lo que funciona como verdadero”.

M. Foucault, Microfísica del poder, Graal, Río, 1972, p. 12.

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Marx y el marxismo

Cualquier discusión sobre la crisis del marxismo pre- supone una definición de lo que el marxismo es, para posteriormente definir qué y por qué está en crisis. Un método generalmente adoptado es caracterizar el marxis- mo “verdadero” para luego encontrar las causas de los posibles desvíos o deformaciones. Este trabajo busca desarrollar una perspectiva diferente: en lugar de discu- tir sobre el “verdadero” o el “falso” marxismo, se busca reconstituir la historia del marxismo como un proceso de construcción social de un sistema de conocimientos que funciona dentro de parámetros políticos y sociales, y que, por razones históricas a ser clarificadas, es constante- mente reinterpretado y modificado. En vez de definir el marxismo, pretendemos (re)construirlo como objeto so- ciológico, mostrando cómo se forman tendencias domi- nantes que definen el discurso correcto y que al mismo tiempo marginan, o incluso desconocen, las otras inter- pretaciones que no están de acuerdo con la versión do- minante.

La metamorfosis de la obra de Marx en “marxismo” es el proceso de transformación de una obra intelectual en una doctrina y el pasaje por el cual un movimiento social se apropia de un discurso, adecuándolo a sus ca- racterísticas y siendo al mismo tiempo influenciado por este discurso. Las grandezas y limitaciones que puedan ocurrir en su desarrollo posterior no pueden ser deduci- das simplemente de las virtudes y vicios de la obra ori- ginal; por el contrario, se trata de descubrir por qué cier- tos elementos presentes en la obra original fueron olvi- dados y otros subrayados y fundamentalmente cómo se dio la organización social de la producción de conocimien-

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to en el interior del movimiento social que se apropió de la obra de Marx. En la medida en que la doctrina entra en crisis, se debe mostrar cómo esta crisis refleja los mecanismos dentro de los cuales la verdad es producida y sancionada.

Engels, la Segunda Internacional y el surgimiento del marxismo

En la época de la muerte de Marx, su obra apenas había comenzado a propagarse en el movimiento obrero. Aunque muchos partidos obreros reconocían en Marx a un importante pensador socialista, ninguno de ellos se identificaba como marxista. Es más, en los últimos años de la vida de Marx el concepto de marxismo todavía era utilizado con un sentido peyorativo, tanto por sus oposi- tores como por el propio Marx, debiéndose a Kautsky su transformación en un concepto con connotación positiva (Haupt, 1970, p. 364). Ya en la década final del siglo pa- sado, el marxismo se había transformado en la doctrina del partido socialdemócrata alemán. En el resto de los partidos socialdemócratas europeos, con la posible ex- cepción del ruso, el marxismo nunca llegó a afirmarse to- talmente (Gustafsson, 1975). El marxismo tuvo en Kauts- ky su San Pablo, contando con el apoyo de los trabajos de divulgación de Engels para realizar su tarea evange- lizadora (Haupt, 1979).

El esfuerzo de divulgación se realizó por dos vías. Por un lado, se trataba de crear los mecanismos institu- cionales de divulgación y popularización del marxismo; por otro, adecuarlo a las condiciones y al clima ideoló- gico prevalecientes en el medio obrero de la época. La divulgación del marxismo se da en el contexto de la preo- cupación, constante en ese período en el seno del movi- miento obrero, con la educación de la clase. En la época, existían las llamadas “Universidades Populares”, donde se enseñaba una mezcla de conocimientos científicos, fi- losofía social y “conocimientos generales”. Se trata de

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una etapa en que el estado burgués no había integrado al proletariado dentro del sistema educacional, factor que sin duda favoreció la expansión de las escuelas socialis- tas.

El partido, a través de los centros de estudios y del trabajo de propagandistas, formulaba una doctrina simpli- ficada que pudiese ser fácilmente absorbida por las ma- sas. Esta simplificación se orientaba por el objetivo de ofrecer “instrumentos” a los militantes en la lucha polí- tica cotidiana, basándose en la divulgación de los “gran- des principios”. Sobre este período dice Korsch que el marxismo avanzó desde el punto de vista de su penetra- ción en el medio obrero, pero perdió en su capacidad y profundidad de explicación teórica. O según Andreuc- ci: “... expansión y empobrecimiento, difusión y esque- matización, ampliación y sistematización...” (1979, p. 71).

En este proceso es que la obra de Engels, en parti- cular sus últimos trabajos, adquiere un papel notable de divulgación del marxismo. En verdad, afirmar que la es- quematización y el cientificismo que muchos autores en- cuentran en la obra de Engels —confrontados con el ca- rácter dialéctico y antipositivista de Marx— habrían lle- vado al tipo de marxismo predominante en el período de la Segunda Internacional, implica una posición errada. La obra de divulgación de Engels, en vez de “responsable” por la “deformación” del marxismo, era el marxismo exi- gido por el contexto de su transformación en doctrina so- cial.

La transformación del discurso marxista, al comienzo minoritario, en el discurso dominante en la socialdemo- gracia alemana fue realizada por Kautsky a través de la “... reputación científica de Marx que serviría de po- deroso instrumento a sus discípulos y epígonos para ha- cer prevalecer su teoría en el movimiento obrero” (Haupt, 1979, p. 360). Con la afirmación del prestigio del marxis- mo como doctrina científica del movimiento obrero “los militantes no evitan recurrir al nombro de un hombre pa- ra identificarse; por el contrario, se sienten orgullosos

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de una etiqueta que los vincula al gran pensador, cuya fama de hombre de ciencia, de fundador del socialismo científico ya se encuentra consolidada” (ibid., p. 364). No deja de ser por lo menos aparentemente paradojal que el marxismo haya sido aceptado en el movimiento obre- ro en nombre de uno de los valores centrales de la bur- guesía en la época: el “poder” de la ciencia.

La “primera” crisis del marxismo: la confrontación Bernstein–Kautsky

En la versión leninista, Kautsky, en su enfrentamiento con Bernstein, “todavía” representaba la línea marxista correcta, “traicionada” posteriormente en el período de la Primera Guerra Mundial.

En textos esclarecedores, H. J. Steimberg (1982) y M. Waldembarg (1982) muestran cómo en realidad la ortodoxia de Kautsky había sido siempre una forma de encubrir y no confrontar las transformaciones profundas por las cuales pasaban la sociedad alemana y el ca- pitalismo europeo en general, y en particular, la cla- se obrera y el partido socialdemócrata. Kautsky en este sentido fue consecuente durante toda su obra, sea en re- lación a Bernstein, sea en relación a la revolución rusa: siempre aferrándose a principios, sin confrontar los pro- cesos sociales reales.

Aunque fuese el discurso dominante, “oficial” del partido socialdemócrata, su carácter “vacío” estaba mar- cado por el hecho de que los grupos que polarizaban la vi- da política del partido y reflejaban sus tendencias más im- portantes eran el revisionismo y la nueva izquierda (Neue Linke). Que éstas eran de hecho las tendencias domi- nantes quedó comprobado con la transformación, al fin de la Primera Guerra, de la primera en el grupo domi- nante en la socialdemocracia y, de la segunda, en la ba- se del nuevo partido comunista.

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El revisionismo de Bernstein, en verdad, representó un esfuerzo de superar el desfasaje entre la teoría radi- cal y la práctica reformista de la socialdemocracia. Aún siendo a veces simplista, su no compromiso con la or- todoxia le permitió realizar muchos diagnósticos que se mostraron como más adecuados (o próximos a las ten- dencias presentes en el capitalismo del siglo XX) que los análisis de Kautsky e incluso de la Neue Linke. La con- fianza de Rosa Luxemburg en la capacidad de la acción revolucionaria autónoma de la clase obrera, no puede ser disociada de sus pronósticos sobre la crisis general del capitalismo. Ya sea a favor o en contra, Bernstein y Ro- sa Luxemburg desarrollaban sus estrategias a partir de la comprensión de una tendencia a la burocratización y al reformismo en el movimiento obrero alemán.

La disyuntiva entre la ortodoxia de Kautsky, el radi- calismo de la Neue Linke y el revisionismo de Bernstein no fue resuelto políticamente en la pre–guerra dentro de la socialdemocracia alemana. Será Lenin, a través del im- pacto de la Revolución Rusa, el autor de la principal sa- lida del impasse del marxismo, aunque, como veremos, creando otros nuevos y más profundos.

Los orígenes del leninismo

Como hemos visto, desde fines del siglo se dio un proceso en el cual los desdoblamientos intelectuales de la obra de Marx ocurren fundamentalmente en el seno del movimiento obrero. Con todo, si el uso del marxismo era común en las discusiones político–partidarias, no era en sí mismo un elemento directo de legitimación política. En otras palabras, los partidos socialdemócratas tenían una estructura del poder de carácter representativo, o, si se prefiere, democrático–burocratizado. A ellos podía afi- liarse cualquier ciudadano y sus instancias de poder eran construidas a partir de líderes sindicales y políticos que recibían una legitimación periódica por el voto. Dentro de esta estructura, el teórico, aunque reconocido, no ocu-

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paba por su dominio de la teoría marxista, un papel en la estructura de poder. En cierta forma, el partido reco- nocía la importancia de la teoría, pero en los asuntos prácticos, su papel en la definición de los rumbos del partido era secundario y racionalizador. Será Lenin, a tra- vés de la reformulación de las relaciones entre el mo- vimiento obrero y “su” partido político, el que determi- nará las condiciones de reorientación del marxismo pa- ra un nuevo régimen de verdad.

La mayoría de los críticos de Lenin trata de demos- trar cómo su visión del partido político habría sido una versión “rusa”, “deformada”, del marxismo. H. Marcuse fue uno de los pocos autores que, manteniendo una ac- titud crítica en relación al leninismo, reconoció en él una expresión directa de los problemas del movimiento obre- ro de Europa Occidental (Marcuse, 1961). A medida que en la práctica de la clase obrera tendía a ser dominante la tendencia reformista, el leninismo se presentaba como una nueva opción política. Basándose en la distinción en- tre intereses inmediatos e intereses reales, Lenin propu- so que el partido obrero sólo estuviese conformado por la vanguardia que tiene conciencia de los verdaderos in- tereses de clase. Esto implicaba la no coincidencia in- mediata entre la mayoría de la clase obrera y su direc- ción política.

Permanece sin respuesta en Marcuse el tema de por qué fue en Rusia en donde surgió el leninismo. Si por un lado el leninismo, en sus preocupaciones teóricas prin- cipales refleja el pensamiento europeo, la propuesta de organización presentada por Lenin está facilitada por las condiciones rusas. La inexistencia de un movimiento obre- ro en condiciones de organizar amplia y legalmente las condiciones de lucha clandestina, favorecen la viabilidad de la propuesta leninista. La demostración de que el le- ninismo no era un simple fenómeno ruso está en el he- cho de que él se transforma, con la Tercera Internacio- nal, en la forma organizativa de los grupos políticos que en Europa Occidental creían todavía en el socialismo re- volucionario.

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Se plantea así un tema central para el futuro de! marxismo: ¿Qué es lo que legitima al partido revolucio- nario? En el partido socialdemócrata clásico la respuesta era simple: la representatividad, o sea, el haber sido ele- gido por la clase, o por lo menos por un gran número de afiliados a un partido de masas. En el partido leninista la representación deja de ser inmediata, dada por el re- conocimiento directo de los trabajadores a través de me- canismos electivos de representación. La legitimidad del partido como verdadero representante de la clase se da en la adopción de la teoría cierta, expresión “científica” de los intereses de la clase obrera. El marxismo que el partido profesa es, por definición, el verdadero, frente a las deformaciones y tergiversaciones de las otras co- rrientes obreras no leninistas. De esta manera, el leni- nismo introduce un nuevo aspecto en la historia del pen- samiento marxista: el monopolio del marxismo verdade- ro y la negación del marxismo que no comulgue con el marxismo del partido. Este monopolio es condición de existencia del partido en la medida en que su legitimidad reposa en la posesión de la teoría correcta.

El marxismo, que ya se había convertido en las ma- nos de Kaustky en la teoría científica del proletariado, sufre un nuevo acoplamiento y pasa a ser la teoría cien- tífica del proletariado representado por su vanguardia po- lítica. En la práctica, esta fórmula se invierte, en el sen- tido de que la posesión le la teoría marxista legitima la práctica política del partido y, por extensión, de la clase.

De esta forma el marxismo llega al poder, o sea que se transforma en el mecanismo central de legitimación de la práctica política, significando esto, por otro lado, su castración como discurso científico. El leninismo había instaurado un nuevo régimen de verdad.

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Leninismo y producción de conocimiento

Lenin siempre aceptó la obra teórica de Kautsky y Plekhanov. La introducción de la teoría revolucionaria en la acción política se da sin que la teoría sea revisada. Así, las alianzas de clase negadas por Kautsky son introduci- das de hecho por Lenin y el determinismo de la crisis fi- nal del capitalismo se sustenta, en la práctica, en un gran voluntarismo político.

El costo de recuperar la tradición revolucionaria, manteniendo un discurso marxista ortodoxo que se dice fiel al pensamiento original de Marx, significó profundizar las contradicciones en que comenzaban a hundirse los mar- xistas de la Segunda Internacional, terminando por crear todo un nuevo sistema de producción política de la ver- dad.

El régimen de la verdad en el leninismo

En el leninismo el saber marxista es la fuente de le- gitimidad de la dirección del partido. Dado que el mar- xismo es definido como la teoría científica por excelen- cia, la ciencia sería por lo tanto la orientadora de la vida político–partidaria.

Pero ocurre que el partido no se estructura en función de la producción del saber científico y sí de sus necesida- des organizativas políticas. Su dirección está formada por los cuadros que sobresalen en las funciones administra- tivas y de liderazgo que emanan de la vida política par- tidaria.

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Como es un saber que se dice científico y que legi- tima el poder en y del partido, la dirección partidaria de- be apropiarse de la producción del saber marxista y mo- nopolizarla. Así, tenemos en la capacidad político–admi- nistrativa el camino para el monopolio del saber cientí- fico, que a su vez se coloca permanentemente al servicio de este poder. En la medida en que es legítimo por re- presentar el saber marxista, el poder debe permanente- mente fundamentar su política en términos de un análi- sis “científico” (= marxista) de toda la realidad.

La sociología del funcionamiento de los partidos leni- nistas todavía está por ser escrita, aunque existan testi- monios de ex–comunistas particularmente interesantes (véase por ejemplo, Rodinson, 1981). Nos interesa aquí resaltar algunos aspectos que son relevantes específica- mente para comprender el funcionamiento del régimen de verdad, en el cual el poder político se justifica en nom- bre de un saber científico. Sin pretender una enumeración exhaustiva, indicamos algunos mecanismos en los cuales se procesa la producción del conocimiento en el leninis- mo:

1. El fundamento final de la identificación partido- marxismo–clase obrera es tautológico. El partido repre- senta la conciencia de clase del proletariado porque se orienta por los principios del marxismo y la verdad final del marxismo se sustenta en el proletariado que a su vez es representado por el partido.

2. En verdad, este raciocinio circular es constante- mente cuestionado por el surgimiento de tendencias po- líticas diferentes, marxistas o no. En el caso de tenden- cias políticas obreras no marxistas, estas pueden ser fá- cilmente encuadradas e ignoradas, en la medida en que no son marxistas son formas de falsa conciencia, de influen- cia del pensamiento burgués en el seno del movimiento obrero, siendo el caso más típico el de la socialdemocra- cia. Pero dentro del propio partido o fuera de él, surgen constantemente grupos marxistas que se rebelan contra

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la línea oficial del partido, lo que equivale a decir contra el marxismo oficial. Se plantea así el problema de los mecanismos disciplinarios.

3. Dentro de la lógica de los marxistas “leninistas”, la lucha por el poder político, ya sea dentro del partido como en la representación de sí mismo vis a vis con el proletariado, es una lucha por el control del “marxismo verdadero”.

4. Si la decisión final sobre la “verdad” de cada dis- curso se va a dar en el campo real de las fuerzas políti- cas movilizadas por las tendencias en juego, las diferentes tendencias se enfrentarán y se justificarán en torno de la demostración de los desvíos del otro frente al “mar- xismo verdadero”.

5. Al no existir ningún principio definitivo de auto- ridad, se termina volviendo a los textos originales, fuen- te última en la cual se buscan los fundamentos de la verdad de cada posición.

6. Dado que la única referencia de autoridad son los clásicos, la confrontación política y el disciplinar a las otras tendencias se dará dentro de líneas de razonamien- to muy similares a aquellas que se presentan en la diná- mica de las religiones institucionalizadas, en particular el cristianismo. Tenemos así que el poder se sustenta en el monopolio de la interpretación de los textos sagra- dos, de la misma manera en que la Iglesia se sustenta en que ella es la legítima heredera y única fuente de in- terpretación de los textos sagrados. Aquéllos que cues- tionan el poder central son heréticos o, en el lenguaje leninista, se desvían de la línea correcta (por definición la propia). En ambas funcionará una lógica maniqueísta en que fuera de la Iglesia (del partido) sólo hay engaño.

7. La lógica política con que funciona el partido es una lógica militar en un doble sentido. Por un lado, la es- tructura interna de los partidos comunistas se parece a una estructura castrense (Althusser, 1980); por otro, se

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coloca, por lo menos a nivel de su discurso, en una po- sición de total confrontación frente al “enemigo externo” que generalmente es considerado como una fuerza, en úl- tima instancia con una gran lógica conspirativa (antico- munista) única. Dentro de este contexto de militarización de la política el individuo sólo puede someterse a la dis- ciplina de la organización, pues de no hacerlo estará sir- viendo al enemigo. “La trés juste perception des limita- tions de la pensée de chacun se debouche sur la fausse conception d’une infaillibilité coílective, en derniére ana- lyse mystique”. (Rodinson, 1981, p. 55).

8. La legitimación del marxismo leninismo hace que la mecánica anterior funcione, con mayor o menor rigi- dez, en contextos sociales diversos. Sin duda, en condi- ciones políticas de mayor aislamiento y represión, estos mecanismos se presentan con mayor fuerza que en con- textos en donde se da la participación en el sistema po- lítico vigente. Esto en la medida en que la persecución sólo reafirma la lógica militar del partido, al mismo tiem- po en que exige el fortalecimiento de los mecanismos de fe mesiánica: el sufrimiento recibido demuestra la verdad de esta profecía (Berger, 1969).

9. En la medida en que el partido representa el úni- co orden significativo válido para el militante, el cuestio- namiento puede costarle la expulsión (excomunión), o sea, retirarle el significado de la vida (Berger, 1967). Fren- te a este castigo, la “autocrítica” permite que el(los) mi- litante(s) se purifique(n) y vuelva(n) al orden estable- cido. La autocrítica funciona también a nivel del conjun- to del partido; a través de ella se reconoce que hasta el Comité Central puede equivocarse sin que nunca sean cuestionados los “principios” teóricos.

10. A diferencia, sin embargo, de las grandes reli- giones, el talón de Aquiles de los mecanismos de repro- ducción del discurso marxista institucionalizado en el le- ninismo, es su carácter terrenal. Aunque pueda poster- gar el momento de su concreción, su posibilidad no es metafísica y debe confirmarse confrontarse de alguna for-

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ma con los procesos históricos reales. Es en este con- texto en donde surgen los problemas tanto de insuficien- cias teóricas como prácticas. Las insuficiencias teóricas frente a fenómenos sociales nuevos, avances del conjun- to del pensamiento científico, o a temas considerados relevantes por los intelectuales, son resueltas por el me- canismo de ritualización de lo desconocido, de aquello que todavía falta en Marx. Por un lado se reconocen una se- rie de vacíos en el pensamiento marxista clásico, pero se pasa inmediatamente a una declaración de fe de que en el pensamiento original se encuentran los elemen- tos para responder a los desafíos actuales y/o lo que es más importante, se presupone que los desa- fíos colocados por las nuevas realidades sociales e in- telectuales pueden ser respondidos sin cambiar los com- ponentes principales del pensamiento marxista (los que por definición son inamovibles bajo pena de cuestionar la propia legitimidad). El mismo tratamiento sufren los nue- vos movimientos sociales: se trata de “absorberles” den- tro del partido para reducirlos a la lógica central de legi- timación partidaria. Véase por ejemplo el tratamiento da- do a los movimientos feminista y ecológico. En ambos procesos se termina por ‘‘absorber” los nuevos datos de la realidad “demostrando” que las nuevas ideas emanan de las antiguas, constituyen su prolongación natural. Es- te rito de la fidelidad es fundamental para mantener la referencia a la autoridad final. En la tradición iniciada por Lenin, todos los grandes revolucionarios marxistas se ca- racterizan por una práctica herética y por una teoría or- todoxa.

Se trata de un conjunto de mecanismos que, en nom- bre de la defensa de un sistema cognoscitivo (el pensa- miento marxista revolucionario) impone un sistema nor- mativo y ético determinado. El marxismo, de hecho, in- tenta reunificar la verdad científica con la verdad moral, a través del presupuesto de que el futuro de la historia podría ser deducido científicamente y que éste era el de la liberación de la humanidad por el proletariado. El par- tido no es simplemente producción de conocimiento, es

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fundamentalmente producción de significados y la posi- bilidad de expulsión lleva a la pérdida del sentido en la vida. Así, la frase “fuera del partido no hay salvación” explica la doble cara del rito de la autocrítica: cognosci- tivamente, la autocrítica permite culpar al individuo–grupo- lideranza por los errores, absolviendo a la teoría, por de- finición siempre correcta; existencialmente, permite reu- nificar al colectivo, reafirmando la unidad y la fe en los objetivos finales.

El marxismo entre las dos guerras

El régimen leninista de producción de la verdad tu- vo sus efectos directos sobre la intelectualidad que se integró en la vida del partido. El caso más conocido po- siblemente es el de Lukacs, que después de haber escri- to su obra prima bajo el impacto de la Revolución Rusa, pasó por una serie de autocríticas elaborando una obra que hoy no despierta mayor interés. Otros intelectuales que estuvieron ligados al partido comunista, cuando no fueron quebrados por las reglas del juego se apartaron del marxismo o, con pocas excepciones, permanecieron en una total marginalidad política e intelectual. Sin embar- go renacieron en la década del sesenta como es el caso de los teóricos de la oposición obrera e intelectuales del peso de K. Korsch y Ernest Bloch (Mattick, 1978).

Aun así, la imagen que surge en 1956, según la cual el marxismo habría sufrido desde la muerte de Lenin un congelamiento en el período estalinista y la crisis del es- talinismo permitiría el renacimiento del marxismo crea- tivo, es parte todavía de la construcción de la realidad de acuerdo con las hormas de la perspectiva leninista. En otras palabras ella asimilaba marxismo con leninismo y en la medida en que éste fue “congelado”, igual des- tino le tocó al marxismo. Pero la historia fue diferente. En la entreguerra el marxismo tuvo un desarrollo impor- tante, no solamente en aquellos intelectuales indepen- dientes, marginales a los partidos comunistas, sino en

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el seno de la socialdemocracia, en particular de Europa Central. Aquí el marxismo continuó siendo el marco cen- tral de referencia intelectual y generó una serie de inte- lectuales que, aparte de producir una obra teórica impor- tante, tenían papeles centrales en sus partidos.

El austro–marxismo, entre cuyos componentes princi- pales se encuentran K. Renner, F. Adier, V. Adler, O. Bauer y R. Hilferding, representa probablemente el grupo más importante. Los austro–marxistas son unos de los princi- pales núcleos de teóricos marxistas con una sólida for- mación académica. Se trataba, ya entonces, de enfrentar una crítica al marxismo que venía de los grupos intelec- tuales más avanzados de la burguesía y de alto nivel aca- démico. En contraposición a la teoría del capitalismo or- ganizado que habría superado sus crisis y postergado sine die su desmoronamiento, la izquierda austro–marxista se identificaba con la teoría del colapso final (Marramao, 1980) y, en este sentido, continuaba la tradición del Lu- xemburguismo.

El austro–marxismo analizó el movimiento bolchevique como producto de las condiciones de la lucha de clases en un medio predominantemente agrícola y poco indus- trializado. El gran problema al que se enfrentaba este grupo era el de superar el “doctrinarismo comunista” y el “doctrinarismo socialdemócrata”:

“Este modo de pensar, sin embargo, sólo confirma el dato objetivo que ya sabíamos, o sea que el reformismo en muchos de sus representantes dejó enteramente de ser un punto de vista revolucionario de clase; para el, quien sea que se presente con una posición marxista consecuente se vuelve algo extraño y hasta hostil, en una palabra, un ‘co- munista’.

Por otro lado, es también desastroso para el movimien- to socialista la identificación del ‘ma xista’ como el ‘bol- rchevique’ operada por la Tercera Internacional, tal como se expresa en el lenguaje hoy en día casi canónigo del par- tido comunista, que actualmente no toma más en cuenta el

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marxismo, sino sólo el marxismo–leninismo. (...) La Ter- cera Internacional y el bolchevismo representan apenas una fuerza histórica particular del marxismo, y no el marxismo en sí.”. (M. Adler, 1977, pp. 270–271).

La Escuela de Frankfurt representa también un impor- tante grupo de reflexión desligado de los partidos comu- nistas en este período. En las interpretaciones contem- poráneas, aun reconociéndose su contribución, se critica que ella haya permanecido al margen de la vida orgáni- ca de los partidos obreros (Slater, 1978). Parte conside- rable del esfuerzo teórico de la Escuela de Frankfurt se orientó en el sentido de interpretar las nuevas formas asumidas por el capitalismo en el período contemporá- neo, en un momento de ascensión del fascismo. En este período, se planteó claramente el problema de no coinci- dencia entre pensamiento crítico y contexto histórico. Más importante que el problema histórico coyuntural, la Es- cuela de Frankfurt presenta al límite el problema central que se plantea para la reflexión científica marxista: el cuestionamiento del papel histórico del proletariado. La posibilidad de esta duda y su elaboración es la garantía de que el marxismo no es un sistema dogmático. ¿Puede, sin embargo, ser planteada en el seno de un partido que se basa en la ideología de la clase obrera como agente de la gran transformación histórica?

La destrucción de las tradiciones anteriormente men- cionadas por parte del nazismo permitió que en la post– guerra el marxismo y el leninismo apareciesen casi como sinónimos. No se debe olvidar que en esta tarea de iden- tificar marxismo y bolchevismo la propia burguesía tuvo un papel importante. Esta situación, sin embargo fue di- ferente en los países subdesarollados donde, al no exis- tir en la mayoría de los casos tradiciones socialdemócra- tas, marxismo y bolchevismo aparecieron generalmente hoy en gran parte de la discusión sobre el eurocomunismo como sinónimos desde el comienzo. No es casual que esté trillando viejas formulaciones de O. Bauer y V. Adler y que estos autores comiencen ahora a ser recuperados. (Buci–Glucksman y Therborn, 1981).

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La “segunda” crisis del marxismo

La crisis que atraviesa el marxismo en la actualidad presenta una pluralidad de aspectos. Parte considerable de sus causas le son “externas” y tienen relación con transformaciones sociales e intelectuales del capitalismo tardío. Este conjunto de factores actúa sobre el marxis- mo institucionalizado y es, sin duda, un factor central de su desestabilización. Existe sin embargo una dimen- sión interior a esta crisis que está ligada al propio cam- po social dentro del cual el marxismo institucionalizado funciona y que no permite la reproducción de los meca- nismos rutinizados de producción de la verdad en el es- tilo leninista.

El marxismo institucionalizado en la versión leninis- ta se desarrolla en dos contextos fundamentalmente di- ferentes: en estados burgueses y en estados en los cua- les él llega al poder. El segundo caso se encuentra fuera de los límites de este trabajo. Baste señalar que en la medida en que el conjunto de mecanismos coercitivos a disposición del Estado actúa en la mantención de un régimen de verdad que pasa a ser impuesto no a una organización política y sí a toda una sociedad, su estruc- tura y su historia adquieren una nueva dimensión.

En el caso de los países capitalistas, en el período contemporáneo, es posible distinguir por lo menos dos grandes fases. La primera puede ser localizada entre el comienzo de la Segunda Guerra y 1956. En este período, marxismo, socialismo revolucionario y leninismo se con- funden totalmente. A partir del XXº Congreso, sin embar- go, comienza un proceso cuyas consecuencias todavía vi- vimos, en el cual el régimen leninista de la verdad en- tra en crisis. Esta crisis se desarrolla en dos niveles: en

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la relación entre la organización política y los intelec- tuales marxistas y en la relación entre la organización y sus propias bases de legitimidad. Ambos aspectos es- tán relacionados.

El abandono constante y creciente de los partidos co- munistas por intelectuales marxistas era al comienzo tra- tado por los partidos dentro de su sistema de amones- taciones y encuadramientos: se trataba de pequeños bur- gueses que abandonaban la causa del proletariado, hecho explicable por las propias raíces y condiciones de vida de los intelectuales. Con el tiempo, este grupo de intelec- tuales crece a tal punto que difícilmente los partidos co- munistas podían ignorarlo. Sobre todo después de 1968, surgió una nueva generación de intelectuales marxistas que a veces ni llegó a pasar por los partidos leninistas. Se generó así una presión constante para que los parti- dos leninistas —especialmente aquéllos que no se re- ducen a una secta— abriesen un espacio propio para la intelectualidad y al mismo tiempo mantuviesen algún ti- po de diálogo con los marxistas no organizados política- mente. En ambos casos el éxito del intento fue limitado cuando no un fracaso. Esto ocurrió porque en el caso de darse el reconocimiento de la autonomía de la intelectuali- dad en el seno del partido y también fuera de él, se pon- dría en cuestionamiento la legitimidad de la dirección partidaria. ¿En nombre de quién ella organiza su estrate- gia y mantiene su poder si su infalibilidad como represen- tante de la clase obrera puede ser cuestionada por inte- lectuales que poseen un saber propio? Ante el peligro de verse cuestionadas las direcciones leninistas están obli- gadas a negarle a la intelectualidad marxista un lugar au- tónomo y suficiente en la producción de conocimiento.

Las organizaciones leninistas sufren una segunda pre- sión proveniente de la estrategia política donde se loca- lizan. En la medida en que la democracia parlamentaria es casi universalmente aceptada, estos partidos deben hacer también profesión de fe democrática. Un discurso democrático consecuente entraría en choque con la es- tructura interna del partido. Una de las razones que se

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esconde detrás de la necesaria ambigüedad que se man- tiene con el mundo del socialismo real es que cuestio- nar totalmente estos países significa colocarse a sí mis- mos en jaque.

En la medida en que la propia clase obrera —inclusi- ve la que milita en los partidos comunistas— se integra en los moldes de la acción y la conciencia reformista y parlamentaria, los partidos deben cambiar sus discursos, lo que lleva a erosionar su base de legitimación (o sea, la teoría de una clase revolucionaria de la cual el parti- do sería la vanguardia y por causa de la cual debería man- tener una estructura específica de organización).

Estas fuerzas se orientan en la dirección de provo- car una implosión del modelo leninista (por lo menos en países de democracia parlamentaria). Esta implosión tam- bién pone en crisis la posición de los intelectuales liga- dos al marxismo, resurgiendo los problemas que el leni- nismo intentó superar —siendo el principal el papel (re- volucionario) de la clase obrera— y muchos nuevos acu- mulados en el transcurso de este siglo.

El surgimiento de una intelectualidad marxista no subordinada a la organización política representa, así, una situación problemática para los propios intelectuales. Por lo menos se terminó la tranquila certeza que tenía el in- telectual leninista de estar representando a la clase. Se crea una nueva situación en la cual el marxismo acadé- mico en su conjunto se encuentra sumergido, aparecien- do constantemente el problema del “verdadero” marxis- mo, de quién “representa” el verdadero interés de la clase obrera y, en general, en el diálogo con corrientes no marxistas, la aceptación de que se trata de otras inter- pretaciones científicas igualmente válidas o plausibles de la realidad y no de simples mistificaciones burguesas.

La confusión y la perplejidad abiertas por la crisis del régimen leninista de verdad se vuelca en un primer momento en la búsqueda de retornar a las fuentes clási- cas “deformadas” por el estalinismo. Luego quedó claro que estas fuentes no podían resolver los problemas que la ciencia social debía enfrentar en la segunda mitad del

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siglo XX. Surge así, hoy, una nueva literatura marxista en la cual difícilmente se discierne una clara tendencia o acuerdo, posiblemente uno de sus rasgos más positivos.

La separación entre producción intelectual y la or- ganización política expresa y fortalece una tendencia ge- neral en los nuevos movimientos sociales en el capita- lismo tardío. Su sustentación no se da en nombre de un conocimiento científico y sí de objetivos y valores so- ciales dados. Nadie es feminista o ecologista porque es científicamente correcto. Nadie presupone que lo que es bueno inexorablemente converge con el movimiento de la historia, que un sujeto social representa esta unidad de necesidad y justicia, de verdad y emancipación humana.

El marxismo en crisis hoy está constituido por dos cuerpos básicamente diferentes. Uno es el marxismo–le- ninismo, y su crisis es la de los dirigentes y funciona- rios. Teniendo que sustentar un sistema de legitimación que presenta cada vez más problemas. Otro es el mar- xismo académico, en crisis por haber perdido sus “garan- tías”, por estar deseoso de mantener algún tipo de rela- ción privilegiada con el movimiento socialista, pero arries- gando a que se introduzca en el debate académico esta relación como criterio de verdad.

Conclusiones

En las interpretaciones marxistas de su propia his- toria se contraponen y a veces se confunden dos puntos de vista. Uno, preocupado en restaurar la verdadera teo- ría de Marx, única interpretación (por “gracia” del senti- do de la Historia) al mismo tiempo científica y revolucio- naría de la realidad y otro, proclamando que las encru- cijadas de la teoría se deben a los reflujos del proletaria- do y/o a los “desvíos” de sus líderes políticos.

Sin duda existe una relación entre marxismo y clase obrera, pero compleja y por momentos conflictiva. El ca- so más típico son las situaciones de derrotas y reflujo político, fuentes de importante elaboración intelectual, de

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trabajos en “profundidad” que las situaciones revolucio- narias no favorecen. El Capital de Marx y los Cuadernos de la cárcel de Gramsci son ejemplos elocuentes. Las re- laciones entre movimiento obrero y producción intelec- tual no son unívocas y pasan por la compresión de la for- mación del tejido específico de la intelectualidad, sus tradiciones y formas de inserción en el movimiento polí- tico. Inclusive la relación entre intelectualidad y socialis- mo tiene fundamentos propios y complejos, ligados gene- ralmente a una reacción romántica o democrática contra el capitalismo como negación de valores que le son pro- pios.

La teoría marxista dejó de lado el problema de la especificidad de la organización social de la producción de conocimiento. Una primera aproximación sobre las ra- zones de tal situación nos lleva a las siguientes hipóte- sis:

1. De la misma forma que, como señaló Bobbio, la teo- ría de la extinción del Estado llevó a un abandono por parte de la teoría marxista del problema de la organiza- ción del orden político, la teoría de la eliminación de la separación entre trabajo manual e intelectual llevó, apa- rentemente, a descalificar, por pertenecer a la “prehisto- ria”, el problema de la organización social específica de la producción de todo conocimiento.

2. El papel singular que ocupa en la teoría marxis- ta el proletariado: en principio una hipótesis teórica pro- ducida por el discurso científico, terminó por transfor- marse en la propia base fundadora del conocimiento. Aho- ra, o el papel histórico del proletariado es una proposi- ción científica y por lo tanto pasible de cuestionamiento o es un presupuesto del discurso.

3. Las relaciones entre teoría y práctica tal como ya aparecieron en la obra de Engels representan un plan- teo en lo mínimo ambiguo y en lo máximo pre–científico. El pensamiento científico surge por la utilización sistemá- tica de la experimentación, por lo tanto el científico en su trabajo, utiliza necesariamente datos empíricos para

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su elaboración teórica. El énfasis en la práctica como fuente de conocimiento puede ser interpretado como la necesidad de tomar en cuenta la experiencia real en la elaboración intelectual o como queriendo decir que aqué- llos que se encuentran en la práctica política cotidiana son los más capacitados para producir conocimientos. En el primer caso tendríamos una caracterización simplifi- cada del trabajo científico, en el segundo, dominante en el leninismo, el abandono de padrones científicos por otros cuyas reglas desembocan en la producción leninista de la verdad o, en su aparente contrario, el populismo inte- lectual.

La indeterminación sobre la especificidad real de la la producción de conocimiento, de la relación entre teo- ría y clase social y entre teoría y práctica, genera un es- pacio oscuro, indeterminado, en el cual el marxismo, aunque en forma inconsciente, terminó por crear su or- ganización social de producción del saber.

Este trabajo intentó mostrar las formas por las cua- les se institucionalizó y entró en crisis la producción de conocimiento en el interior del marxismo. Una elabora- ción más amplia exigiría salir del marco del estudio de los mecanismos de funcionamiento del marxismo como realidad histórica y social para enfrascarnos en un de- bate sobre las relaciones entre ciencia y “conciencia de clase”, movimiento obrero y crítica del capitalismo y mu- chos otros temas. Una discusión sobre estas cuestiones en el marxismo sólo puede avanzar entre tanto si se de- finen las “reglas del juego” del debate intelectual. Esta definición pasa por la redefinición de las relaciones en- tre el campo intelectual y el político.

El marxismo puede funcionar como ciencia y/o co- mo ideología, siendo que la fuerza de una ideología se encuentra en la capacidad de cristalizar y orientar moti- vaciones e intereses y no en su adecuación empírica, in- teligibilidad, coherencia y capacidad explicativa. Es como ideología que el marxismo fue tratado en este trabajo. No

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se trata por io tanto de contraponer a la ideología argu- mentos de orcen científico y sí de descubrir los mecanis- mos sociales que la sustentan.

El leninismo “sublimó” en el partido la primera cri- sis del marxismo centrada en la relación entre la reali- dad del movimiento obrero y las expectativas de la teo- ría marxista. En la medida en que se descubren los me- canismos de sublimación queda abierta nuevamente la problemática original. La segunda crisis pasa por lo tan- to, a ser vivida como una crisis del partido, en las for- mas particulares en que interiorizó y suprimió las rela- ciones problemáticas entre teoría y clase.

La democratización de la práctica política en las or- ganizaciones marxistas no implicará en sí misma la reso- lución del impasse teórico del marxismo. Pero liberando a los intelectuales marxistas de la subordinación a las je- rarquías políticas, se abre un espacio mayor para la re- flexión intelectual así como para una práctica política más democrática de los propios partidos, que ofrecerá nue- vos insumos para la elaboración intelectual. Con todo, y hay que recalcarlo, el problema de una teoría adecuada no se resuelve en el problema de una organización polí- tica adecuada. Incluso porque si el problema de la prác- tica política correcta es el problema de la maximización del orden democrático, el orden científico no se resuelve en el problema de un orden democrático. En otras pala- bras, de la misma forma que el problema de la creación científica no puede ser reducido a una estructura políti- ca jerárquica subordinada a las necesidades prácticas de la organización, tampoco se resuelve o se diluye dentro de un orden democrático. Los problemas de la ciencia, su dinámica y características no son reducibles a la organi- ción política general de la sociedad. Esto no quiere decir que no existan relaciones entre ciencia y política, o es- tructura social. Sería ridículo negarlo. Lo que afirmamos es simplemente que la forma como se procesa la produc- ción del conocimiento científico implica ciertas reglas pro- pias. La ciencia no precisa escoger entre paradigmas cier- tos y errados, sustentándose en la duda universal y la

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permanencia de un argumento no puede depender de la capacidad de aglutinar la mayoría a su alrededor, mien- tras que la política por el contrario exige certezas, deci- siones prácticas que implican la elección y el derecho de la mayoría de decidir a favor de una posición deter- minada.

La crisis del marxismo implica, a la vez, otra dimen- sión que no es la cognositiva y que es en cierta forma más profunda, de orden moral–existencial. El marxismo, tal como se cristalizó en el leninismo, más que ordena- miento cognositivo de la realidad, representa una orde- nación existencial y hasta cierto punto moral de la vida del militante: biografía e historia se encuentran; lo que es verdadero también es cierto, sentido de la vida y sen- tido de la sociedad se confunden. No es básicamente de orden intelectual la crisis de aquéllos que abandonan los partidos leninistas. Es el significado de la existencia lo que está en juego.

La reconstitución de la legitimidad en las organiza- ciones originadas en el marxismo pasa, por consiguiente, tanto por el orden intelectual (una nueva forma de rela- ción con la producción del saber) como por el orden mo- ral (su sustentación en valores que no pretendan basar- se en la ciencia); el partido debe dejar de ser la encar- nación de la verdad para asumir sus funciones específi- cas de representación de intereses en la arena política. A su vez, afirmar un lugar específico y autónomo para el pensamiento social no pretende mistificar el alcance y la importancia que él pueda tener en la transformación de la realidad.

BERNARDO SORJ es profesor de Ciencia Política de la UFMG e investigador del Ins- tituto de Relaciones Internacionales de la PUC/RJ.

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