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HOMENAJE A LAS MUJERES MUERTAS EN CIUDAD JUÁREZ Elena AZAOLA* La verdad se enriquece incluso en la ex- periencia más horrible; sólo el olvido de- finitivo convoca a la desesperación. 1 El deseo que anima a este texto es el de contribuir a honrar la memoria y no permitir que queden en el olvido las más de 300 mujeres que, durante la últi- ma década, han sido muertas de manera aberrante y violenta en Ciudad Juárez, tierra llena de contrastes. Motivan estas reflexiones la necesidad de encon- trar una explicación frente a tanta violencia y sinra- zón. Lo que muchos de nosotros, me parece, desea- mos, es encontrarle algún sentido a estas muertes, que no hayan ocurrido en vano. * Antropóloga y psicoanalista, investigadora del Centro de Inves- tigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. 1 Todorov, Tzvetan, Frente al límite, México, Siglo XXI Edito- res, 1993, p. 103. 119 Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv DR © 2003. Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones Jurídicas Libro completo en: https://goo.gl/P4dNxD

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HOMENAJE A LAS MUJERES MUERTASEN CIUDAD JUÁREZ

Elena AZAOLA*

La verdad se enriquece incluso en la ex-periencia más horrible; sólo el olvido de-finitivo convoca a la desesperación.1

El deseo que anima a este texto es el de contribuir ahonrar la memoria y no permitir que queden en elolvido las más de 300 mujeres que, durante la últi-ma década, han sido muertas de manera aberrante yviolenta en Ciudad Juárez, tierra llena de contrastes.

Motivan estas reflexiones la necesidad de encon-trar una explicación frente a tanta violencia y sinra-zón. Lo que muchos de nosotros, me parece, desea-mos, es encontrarle algún sentido a estas muertes,que no hayan ocurrido en vano.

* Antropóloga y psicoanalista, investigadora del Centro de Inves-tigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

1 Todorov, Tzvetan, Frente al límite, México, Siglo XXI Edito-res, 1993, p. 103.

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Al intentar recorrer la ruta de la explicación, hayvarios ingredientes que no podemos dejar afuera:desde el incremento explosivo de la población enCiudad Juárez que durante la última década ha cre-cido a tasas que duplican el promedio nacional con-centrando más de la tercera parte de la poblacióntotal que habita en el estado más grande de la Repú-blica, hasta el incremento notable en el número deconsumidores de drogas y de hechos de violenciaasociados a este consumo, pasando por la expan-sión creciente de la industria maquiladora y el em-pleo intensivo en ésta de mano de obra femeninadurante jornadas tan extenuantes como mal retribui-das; el flujo incontenible de migrantes que desbor-da la capacidad que la sociedad local puede tenerpara integrarlos; el carácter de vecindad y lugar detránsito en relación con la economía más poderosadel mundo y el hecho de que la población vecinahaga uso de la localidad como lugar de diversión ytransgresión, así como los efectos que todo elloejerce sobre una población local que enfrenta seve-ros obstáculos para conformarse como una comuni-dad con identidad propia y objetivos más o menoscompartidos.

De lo anterior se desprende que se trata de unasociedad que, entre otros de sus rasgos, se distinguepor tener un bajo nivel de integración social dadoque una proporción alta de sus habitantes no perte-

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nece y/o no permanecerá en la localidad, por lo quese encuentran desarraigados, esto es, con débiles la-zos que los unan a la comunidad.

Como diversos estudios lo han mostrado, en co-munidades como estas suele existir un importantegrado de anomia. Se ha dicho, así, que comunida-des en las que predomina un alto grado de identidadgrupal y local, con lazos de solidaridad estables yduraderos entre sus miembros, con normas y regu-laciones reconocidas por todos, tenderán a manejarsus opciones de cambio y conservación sin producircrisis y rupturas a su interior, regulando el conflictoy aislando los comportamientos que amenazan odestruyen el tejido comunitario. Por el contrario,agrupaciones humanas que han roto sus vínculosprimarios y asociativos sin reemplazarlos por otrosnuevos que cumplan las funciones de cohesión ymutuo reconocimiento y donde la normatividadpermanece externa a dicho grupo, tenderán a dise-minarse con la crisis, a agotar sus capacidadesadaptativas al cambio y a generar una débil afilia-ción hacia nuevas colectividades y emplazamien-tos.2

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2 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, DesarrolloHumano en Chile. 1998. Las paradojas de la modernización, Santiagode Chile, 1998.

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De acuerdo con estos estudios, la anomia no sóloaltera los límites de la transgresión sino también lapercepción misma de su existencia. No hay trans-gresión donde las normas no han sido apropiadas ydonde la sanción es débil. Se penetra así en unmundo donde todo es posible, hasta la muerte vio-lenta de más de 300 mujeres. Fenómenos como éstese desarrollan con menor resistencia en un contextoen donde prevalece la anomia, en donde existe unadébil aplicación de las normas, lo que promueveque los agresores continúen operando pues han po-dido constatar que las posibilidades de ser sancio-nados son remotas.

Las condiciones sociales antes descritas —anomia,bajo nivel de integración social, debilidad de losvínculos sociales— han sido también identificadasy estudiadas en otros países que, como el nuestro,se han visto sujetos a procesos de cambio relativa-mente acelerados como consecuencia de la moder-nización y de la puesta en práctica de los modelosde ajuste económico. En Chile, por ejemplo, el Pro-grama de las Naciones Unidas para el Desarrollo seha referido a lo que caracteriza como una situaciónde “deterioro de la sociabilidad” que se manifiestaen “un alto grado de desconfianza, una asociativi-dad precaria, la descomposición de las identidadescolectivas tradicionales, e incluso (en) cierto debili-tamiento de la cohesión intergeneracional en la fa-

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milia”, situaciones todas ellas muy similares a lasque hemos encontrado en Ciudad Juárez.3

Sin embargo, quisiera detenerme aquí en el tra-yecto que he iniciado por la ruta de intentar encon-trar una explicación a la sinrazón de la violencia,para ensayar un diferente modo de aproximación alproblema. Para ello, he acudido a un texto de Todo-rov que recoge y analiza numerosos testimonios desobrevivientes de los campos de concentración, noporque considere que ahí podamos encontrar unaexplicación acerca de lo que ha ocurrido en CiudadJuárez, sino porque tal vez nos pueda ayudar a pen-sar desde una perspectiva que nos coloca en una delas manifestaciones límite de las experiencias hu-manas semejante a la que, pienso, debieron haberexperimentado las mujeres cuya memoria deseamoshonrar. Lo que sobre todo quiero formular es unaserie de preguntas para las cuales no tengo o no meatrevo a plantear alguna respuesta.

De acuerdo con Todorov, en situaciones de gue-rra ha quedado claro que no es al pueblo solamenteal que se quiere salvar cuando se lucha, sino lo quese quiere preservar son algunas de sus cualidades;por ejemplo, su voluntad de libertad, su deseo deindependencia, su orgullo nacional.4

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3 Ibidem, p. 28.4 Todorov, Tzvetan, op. cit., nota 1.

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Me pregunto: ¿cuáles son las cualidades quepara siempre hemos perdido al dejar morir a estaschicas? o ¿qué es lo que ellas representaban y cuáles su legado que debemos salvaguardar?

En el contexto de la guerra, dice el mismo autor,los individuos deben morir para que sobrevivan losvalores morales y políticos.

Me pregunto: ¿hay alguna guerra que justifiquela muerte de estas chicas?, ¿cuáles son los valoresque sus muertes intentarían preservar/entronizar?,¿o se trata, más bien, de una guerra en contra delas mujeres indefensas de corta edad?, ¿cuáles sonlos valores que estas muertes dejan al descubierto?,¿qué valores podrían justificar su muerte?

Pero también nos dice Todorov: cuando el obje-tivo no existe o es insignificante, la bravura setransforma en bravata y se arriesga la vida sin sacarde este acto provecho alguno. Es interesante queaquí nos haga notar una diferencia de género: que his-tóricamente los hombres suelen morir (y vivir tam-bién) por ideas, en tanto que las mujeres con mayorfrecuencia acostumbran dar la vida (y la muerte)por otros seres humanos.

Al referirse a los campos de concentración, seña-la que por ser espacios donde la lucha por la vida esimplacable y donde cada uno está desesperada y fe-rozmente solo, son espacios que ponen a prueba lamoral y en donde las condiciones eran tan extremas

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que no permitían a los hombres seguir siendo hom-bres. Un ser humano empujado hasta el extremo porformas de vida inhumanas pierde gradualmente to-das las nociones que tenía del bien y del mal. Si unono piensa más que en su propia sobrevivencia, aca-ba no reconociendo más que la ley de la selva, esdecir, la ausencia de toda ley y su sustitución por lafuerza bruta.

Me pregunto: ¿qué condiciones de vida pudieronhaber llevado a los asesinos de estas mujeres a ex-perimentar una deshumanización semejante?, ¿quépodemos hacer para detener esta deshumaniza-ción?

El principal efecto de este reino absoluto del ins-tinto de conservación sobre la vida moral es la au-sencia de compasión por el sufrimiento del otro y,con mayor razón, la ausencia de la ayuda que hu-biera podido dársele: por el contrario, se contribuyeal debilitamiento del prójimo por poco que puedauno aprovecharse de ello para aliviar la propia vida.Un hombre —dice un sobreviviente de los camposde concentración— pierde su sangre ante mis ojos yyo lamo el fondo de mi escudilla sin poder pensaren otra cosa que en el momento en que me volverána traer de comer. Se pregunta ¿queda todavía en míalgo de humanidad?

Me pregunto: ¿queda todavía algo de humanidaden todos los que nos hemos acostumbrado a ver la

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muerte de estas mujeres como algo cotidiano, algotan frecuente que ha dejado de horrorizarnos?

En los campos de concentración había también lasensación de que nada de malo tenía aprovecharsede los alimentos o los objetos dejados por quieneshabían sido enviados a la cámara de gas, como si sepensara: ya que no podemos detener este diluvio decadáveres, ¿por qué no aprovechar los días que nosquedan?

Me pregunto: ¿y nosotros, tampoco podemos de-tener el diluvio de cadáveres?, ¿qué es lo que noshace falta para ponerle un alto?

No obstante que la situación creada por los cam-pos hacía difícil que pudiera emerger la solidaridad,Todorov se ocupa en rescatar las numerosas excep-ciones que daban cuenta de la otra cara del ser hu-mano. Es decir que, si bien no podían operar lasmismas reglas de sociabilidad que afuera, ello nosignifica que no hubiera ciertas reglas que preserva-ran los lazos humanos. Si amar al prójimo como así mismo era una exigencia excesiva, tratar de evi-tar el daño a los compañeros no lo era. Muchos delos sobrevivientes dejaron testimonio de cómo, sinninguna ayuda, su supervivencia habría sido impo-sible. Uno de ellos refiere: “mi supervivencia se la de-

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bo a mi encuentro con algunos compatriotas desemblante y corazón humanos”.5

Me pregunto: ¿por qué estas chicas no se topa-ron con nadie que les tendiera una mano?, ¿no ha-bía ningún “compatriota humano” a su alrededor?

Los campos han permitido también constatarque, empleando medios extremos como el hambre yel sufrimiento es posible destruir el contrato socialhasta su base y obtener de parte de los hombres re-acciones casi puramente animales. “A fuerza de su-primir los ingredientes habituales de la vida huma-na en sociedad, se crea una situación enteramenteartificial, que no nos informa más que de sí mis-ma... un hombre no puede ser humano más que vi-viendo en condiciones humanas, y no hay mayorabsurdo que juzgarlo por las acciones que él cometeen condiciones inhumanas”.6

Me pregunto: ¿estas chicas y sus agresores vi-vían en condiciones humanas?, ¿cuál es el caldo endonde se cultivaron estos hechos?, ¿estos hechosmostrarían que vivían en condiciones donde se ha-bían suprimido los ingredientes habituales de lavida humana en sociedad?

En los campos algunos cautivos decidían ingre-sar por su propia voluntad a las cámaras de gas o

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5 Todorov, Tzvetan, op. cit., nota 1, p. 41.6 Ibidem, p. 45.

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suicidarse de alguna otra manera, no tanto por de-sesperación, sino como una manera de poder ejer-cer su última libertad decidiendo el momento de sumuerte inevitable. En un caso como este, uno de losguardias retiró brutalmente a quien había ingresadopor su propio pie a la cámara de gas: “pedazo demierda, maldito endemoniado, aprende que somosnosotros —le dijo el guardia— y no tú quienes de-cidimos si debes vivir o morir”.7

Me pregunto: ¿estas chicas habrán también sidosometidas por un poder semejante de quienes sesentían investidos de la autoridad para decidirquién cómo y cuándo debía morir?, ¿quién les hahecho creer que disponían de tal poder?, ¿quiénha permitido que lo ejercieran?

En los campos algunos se preguntaban a qué finpodía servir guardar un registro o dejar constanciade las terribles experiencias que ahí se vivían. Aun-que la pregunta recibió diversas respuestas queiban desde la importancia de poder registrar aque-llo que les había permitido sobrevivir a algunos enmedio de circunstancias tan adversas, hasta la ne-cesidad de dejar testimonios que permitieran com-batir a los regímenes que las habían creado, hubotambién quienes señalaron que poder establecer laverdad era un fin en sí mismo. “La verdad —dije-

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7 Ibidem, p. 70.

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ron—, no tiene necesidad de ser justificada por laadecuación a un objetivo superior. Es simplementela verdad. Debe ser servida y no servir”. Quienesdejaron constancia de estos hechos, se sentían lla-mados por los muertos: “recordadlo todo y contad-lo; no solamente para combatir los campos sinotambién para que nuestra vida, al dejar de sí unahuella, conserve su sentido”. Un sobreviviente rela-tó: “...teníamos tanto miedo de pasar desapercibi-dos, miedo de desaparecer sin que se notara nuestraexistencia, nuestro combate, nuestra muerte...”.8

Me pregunto: ¿estaremos aquí nosotros tratandode servir a la verdad?, ¿cuáles son las huellas que deestas chicas debemos preservar a fin de no permitirque su existencia nos pase desapercibida?, ¿habre-mos cumplido con el deber de recordarlo y contarlotodo para que su existencia conserve su sentido?

Todorov añade: “observando, guardando todo enla memoria, transmitiendo todo ello a los demás, secombate la inhumanidad. Comprender —escribeGermanie Tillon— es una profunda vocación denuestra especie, uno de los motivos de su apariciónen la escala de la vida. Saber, y hacer saber, es unamanera de seguir siendo humano”.9

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8 Ibidem, p. 103 y 104.9 Ibidem, p. 104.

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Otro de los puntos en que durante mucho tiempose ha centrado la curiosidad acerca del fenómeno delos campos, es saber si quienes los operaron eranindividuos especialmente enfermos, particularmen-te desviados. La mayor parte de las respuestas quehan dado los sobrevivientes es que sólo una minoríalo era. “Los monstruos existen pero son demasiadopoco numerosos para ser verdaderamente peligro-sos; los que son realmente peligrosos son los hom-bres comunes”. Predominaban los conformistas,aquellos que estaban listos a servir al poder con talde preservar su bienestar personal, así como aque-llos que estaban prestos a cumplir las órdenes pormás que éstas contradijeran los principios humanosmás elementales. “¡Si solamente los guardianes sehubieran dejado llevar por sus instintos! —lamentaun sobreviviente—, pero no, ellos cumplían el re-glamento”.10 Si más tarde estas acciones pudieronser juzgadas como crímenes en contra de la huma-nidad, fue porque, aún estando de acuerdo con las nor-mas vigentes, contradecían profundamente las má-ximas no escritas que se sobrentienden en las ideasmismas de derecho y de humanidad.

Me pregunto ¿y los asesinos de estas chicas noserán acaso también hombres ordinarios acostum-brados a conducirse de manera conformista de

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10 Ibidem, p. 131.

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acuerdo con los dictados de un orden social que to-davía no hemos sido capaces de descifrar?, ¿quéclase de orden será ése que les permite matar im-punemente y con tanta saña a mujeres indefensas?¿cuál será el código de valores que ese orden reve-la?, ¿cómo es que estos hombres han llegado a talestado de deshumanización?

De nueva cuenta Todorov nos da una pista: laexplicación no debe buscarse en las característicasdel individuo sino en las de la sociedad que les im-prime tales “imperativos categóricos”. La explica-ción, nos dice, deberá ser política y social, no psico-lógica o individual.

En el caso que nos ocupa, sin embargo, habráque rastrear tanto las características del orden socialen el que la muerte de estas chicas ha tenido lugar,así como las de orden psicológico e individual,dado que, a diferencia de los crímenes de guerra,los de las mujeres no se hallan legitimados por lasórdenes del Estado.

Otra experiencia que fue frecuente en los camposde concentración es que quienes trabajaban allí, re-sidían cerca o tenían familiares entre los guardias,preferían no darse cuenta de lo que ocurría y no en-terarse o hablar de lo que, por otra, parte era inocul-table. Algunos sobrevivientes han dado cuenta delos distintos procedimientos que cada quien usabapara no tener que enfrentar la realidad.

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Me pregunto: ¿y cuáles serán los argumentosque a sí mismos se habrán dado quienes teniendofrente a sí la realidad de las muertes de estas chi-cas no han colaborado para que se conozca la ver-dad?

Como añade Todorov: “Estar en posición de sa-ber y evitar saber te hace directamente responsablede las consecuencias”.11 “No es enemigo solamenteaquel que te mata, sino también el que es indiferen-te... no ayudar es tanto como matar, es la mismacosa”.12

Otro argumento que con frecuencia emplearonlos responsables de los campos es que no habíansido los únicos sino que otros habían hecho cosassemejantes, lo que de alguna manera los exculpaba.De este modo y mientras que las víctimas constata-ron que los verdugos eran a menudo personas co-munes, lo que hacía que ellos también se sintieranculpables, los verdugos, por su parte, descubrieroncon euforia que si eran como los demás, entonceseran inocentes.

Me pregunto: ¿los verdugos de estas chicas tam-bién se sentirán confortados al pensar que no hansido los únicos, que hay otros que han obrado igualque ellos?, ¿qué condiciones hacen posible que los

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11 Ibidem, p. 144.12 Ibidem, p. 156.

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hombres se consideren de esta manera libres deresponsabilidad, exonerados?

Pero el autor aclara que decir que los verdugosson seres humanos como nosotros no nos permiteen modo alguno deducir que todos nosotros somosvíctimas o asesinos. Esto sería tanto como borrarde un plumazo la culpabilidad de unos y el sufri-miento de los otros y renunciar a toda pretensiónde justicia. Los unos y los otros no son de naturale-za diferente, es cierto, pero la justicia castiga o de-be castigar a aquellos que han infligido daños a sus se-mejantes. Lo que sí deja muy en claro es el papelcómplice de quienes, conociendo estos hechos, hanpreferido no actuar. “Para que el mal se realice —di-ce—, no es suficiente que se produzca la acción dealgunos; hace falta todavía que la gran mayoríaesté a su lado, indiferente...”. En este sentido, to-dos somos culpables. “El mal no es accidental, estásiempre ahí, disponible, listo a manifestarse; es su-ficiente no hacer nada para que suba a la superfi-cie”. El bien, por su parte, agrega, se preserva hastaen las circunstancias más desesperadas; por tanto,no hay razón ni para resignarse al cinismo ni paracomplacerse en ilusiones ingenuas.13

Sobre el papel de quienes, conociendo esta clasede hechos, deciden callar, relata que la esposa de un

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13 Ibidem, p. 166.

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antiguo comandante a cargo de uno de los campos,rindió años después su testimonio acerca de cómopodía convivir con alguien que era responsable detantas muertes. La mujer respondió que sólo podíahacerlo tratando de ignorar lo que ocurría, procu-rando no formular preguntas y queriendo conven-cerse de que, como le explicaba su esposo, él sólose ocupaba de la administración y no de las ejecu-ciones. La mujer añadió que todo ello le parecía ne-cesario para poder conservar la existencia de su fa-milia así como para poder preservar la razón. Deahí que el autor señale que, con base en estas expe-riencias, todo parece indicar que se cree lo que sequiere y no lo que se ve.

Me pregunto: ¿los familiares de quienes handado muerte a estas chicas pensarán u obrarán dela misma manera que la mujer del comandante? Esdecir, ¿habrán preferido ni siquiera imaginar eldolor de los familiares de las chicas muertas?

Como ha dicho el mismo autor, “el dolor deotros nos deja fríos si para remediarlo debemos re-nunciar a nuestra tranquilidad”.14

En fin, aunque podría seguir mencionando un sinnúmero de enseñanzas que de acuerdo con Todorovpodemos extraer de situaciones humanas límitecomo los campos de concentración, prefiero termi-

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14 Ibidem, p. 161.

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nar aquí no sin antes insistir en que, por todo lo an-tes dicho, no podemos descansar hasta conocer todala verdad de los hechos relacionados con la muertede estas mujeres y no podemos descansar hasta quetodos los responsables hayan sido presentados antela justicia y hayan respondido por sus actos dentrodel marco de la ley. Mientras ello no ocurra, lasmujeres cuya memoria pretendemos honrar, no po-drán descansar en paz y su vida no podrá recuperarsu sentido. Cuando lo logremos, podremos decirque su muerte no habrá sido en vano, que su sangrehabrá contribuido a construir una sociedad mejor;una sociedad donde las mujeres no tengan por quéser objeto de tanta violencia, tanta sinrazón.

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