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TIRSO D E OLAZABAL
DON JAIME
EN ESPAÑA
C R Ó N I C A D E L V I A J E D E S , A . ft, D E D I C A D A
A S . M. E L R E Y (Q. D. a.)
B I L B A O
Imp. y Ene. L a Propaganda, Banco España, 3, int.
1 8 O 5
SEÑOR:
La sencilla relación del viaje de S. A. R. por España, hecha por mí al correr de la pluma, ha resultado un libro.
El amor á la Causa que V. M. nobilísimamente representa y la adhesión á su Augusta Real Persona la inspiraron, por lo que al rogar á V. M. que acepte esta crónica, no hago sino devolver á V. M. lo que es suyo; aumentando la gratitud que á V. M. debo por haberme concedido la honra de acompañar al Serenísimo Señor Príncipe de Asturias en su anhelada visita, al pueblo español.
Acepte V. M. estas páginas,
VIII
SEÑOR:
A los R. P. de V. M.
Tirso de Olazábal
pobres como mías, pero homenaje de firme lealtad á mi Rey, cuya vida gtiarde Dios muchos años para bien de la Iglesia y de la Patria.
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EL POR QUE DE ESTE LIBRO
kA resonancia que tuvo, en cuando fué conocido, el viaje de Don £jaime por España, despertando >la curiosidad y el interés de
f l ^ ¡ ^ 3 a m i g o s y adversarios, puso en circulación, inmediatamente, multitud de noticias que cada cual sazonaba á su gusto.
Desde los que tomaron los primeros telegramas como un canard periodístico, hasta los que suponían un vasto complot, en virtud del cual llegábase por fin á la fusión de las dos ramas Borbónicas, separadas al morir Fernando VI I , todos los políticos, de mayor ó menor cuantía, nacionales y extranjeros, se creyeron en el caso de emitir su juicio, fundándolo, por supuesto, en las relaciones de viaje que ellos mismos se forjaban.
Para unos era indudable que Don Ja ime había venido á España no sólo sabiéndolo
XII
el Gobierno sino llamado por él; para otros, lo del viaje era una pura fábula inventada por los periódicos á falta de pasto con que saciar la curiosidad de los lectores.
Quién aseguraba, muy formal, que Don Jaime no había hecho más que ir á Madrid á conocer á su Augusta prima, la hija mayor de Doña Cristina y de Don Alfonso; quién, por el contrario, sostenía que el Príncipe no había pasado el Ebro , tramando no sé qué conspiraciones en el país basco-nabarro; no faltando quien diera detalles de haber visto á S. A . en Galicia, en Extremadura, en Bizcaya y en Aragón, al mismo tiempo.
L a imaginación meridional es inagotable.
Previendo, sin duda, Don Jaime algo de esto, si no fué por el natural deseo de conservar una espontánea relación del viaje, me encargó en los comienzos de él, advirtiese á mi familia guardase las cartas que diariamente escribía, al correr de la pluma, y las encontré en mi casa de San Juan, pues ni una sola se había perdido, y tal como estaban las puse en manos de un amigo que se tomó el trabajo de irlas copiando, reduciéndolas á cuartillas, para insertarlas en El Cántabro, de Tolosa, que como el periódico de mi amada Provincia y órgano de los carlistas guipuzcoanos que reconocen en mi autoridad la de su Señor jurado y aclamado en Villafranca, se creyó en el caso de volver por los fueros de la verdad desmintiendo de un modo fehaciente, categórico y auténtico las paparruchas echadas á volar por la prensa contraria ó indiferente.
XIII
D e El Cántabro copiaron todos ó casi todos los periódicos carlistas la relación del viaje y el Correo Catalán, El Tiasco, El 'Pensamiento Galaico, El ïKanchego, El Correo Español, La Lealtad TsLabarra, El ^Alavés, El Centro, y no sé si alguno más, extendieron mis borrones por España.
Aunque bien comprendí y comprendo que no al cronista ni á la crónica, sino al protagonista de ella se tributaban esos homenajes, juzgúeme obligado á manifestar mi gratitud y me propuse dar á esa re lación alguna mayor consistencia que la de una hoja volante.
—Es preciso hacer un libro—me decían ó me escribían cuantos trataban de ésto, y en mi deseo de complacer á tan buenos y leales amigos, hasta me juzgué capaz de ello, y pensé hacer el libro y en buscar alguien que lo ilustrara, publicando láminas ó fotograbados con lo que más excitó la admiración de S. A .
Pero para esto se necesitaba tiempo, y el tiempo es precisamente una de las cosas de que nunca he podido disponer. Y á todo esto me pedían de todas partes detalles del viaje y autorizaciones para reimprimir lo publicado en los periódicos, y conocía yo la conveniencia de satisfacer esos deseos.
A l fin me resolví á volver á leer mis cartas, y con ellas y mis apuntes á la vista redactar una sencillísima y modesta Crónica para que conste siempre lo que hizo el legítimo Príncipe de Asturias la primera vez que tuvo la gloria de recorrer su amada Patria.
No es relación de viaje, ni impresiones, ni
X I V
recuerdos; es un modesto diario que nuestros amigos leerán con gusto y que á mi R e y y á mi Príncipe demostrará, una vez más, el entusiasmo que siento por ellos y el amor que me inspira la Santa Causa que representan y simbolizan.
Como es un libro carlista y para carlistas, hay detalles en él que parecerán insignificantes á los que no juzguen las cosas con nuestro criterio, ni sientan moverse las fibras de sus corazones al mismo impulso que nosotros.
Y al decir que es un libro carlista, dicho queda que es un libro de buena fe.
No creo molestar, ni menos herir á nadie. Carlos VI I , mil veces lo ha dicho, y no otra cosa repite su Augusto primogénito; ni es, ni quiere, ni puede ser Jefe de un partido: es el Rey , es el Padre de todos, el único que con indiscutible derecho tiene levantada la Handera Nacional, bajo cuya sombra caben todos los españoles honrados.
Habiendo tenido la dicha de acompañar al Príncipe, esperanza de la Patria, al Hijo de la oración, como le llama la piedad de nuestro pueblo, porque sus oraciones y lágrimas volviéronle á la vida, casi acabada, por cruel enfermedad en la primavera de sus años, no podía sentir, ni sentí durante el viaje ningún movimiento pasional ó de partido; sólo me alentaba, como á mi generoso y noble Príncipe, la idea de volver á mirarnos unidos todos, grandes y poderosos, adorando á un mismo Dios y obedeciendo á un mismo Rey , postrados ante un Altar y un Trono. Entiendo haberlo conseguido y lo pruebo con un argumento
XV
T . D E O.
que no tiene réplica para cuantos saben cómo consideramos al R e y los caballeros católico-monárquico-legitimistas.
A l Rey , como á Dios, no se le puede ofrecer lo que no sea puro, noble, y al atreverme á dedicar á mi Señor estas páginas es que no hallo en ellas ni una línea que no esté inspirada en la política de pacificación que, secundando las sapientísimas Encíclicas de la Santidad de León X I I I , Vicario'Infalible de Nuestro Señor Jesucristo, profesan, predican y practican Carlos V I I y su digno representante el Mar qués de Cerralbo, mi Jefe.
Si así no fuese, si hubiera algún concepto, alguna frase, alguna palabra que desdijera de esa política, téngase por borrada y vean cuantos cogieren este libro, y a que no elocuencia ni bellezas literarias, la buena intención que le ha dictado.
Como el vapor de la tierra se purifica al subir al cielo, quede limpio este libro de sus imperfecciones al subir al Trono de mi Rey , á las manos de mi Príncipe y á las de mis benévolos lectores.
I
¡A España!
C A P U T CASTEiXAE.-De Burgos al mar
L sábado, 28 de Abril de 1894, (festividad de San Prudencio, Patro'n de Alaba, y del peni
tente fundador de los Pasionistas, San Pablo de la Cruz, verificábase en el histórico Castillo de Sichrow, sin las fastuosidades que acompañan á los regios enlaces, el de nuestro Carlos VII con la Princesa María Berta de Rohan.
— 18 -Ni un legitimista francés o español
asistía á tan solemne ceremonia, presenciada por el Príncipe de Asturias, D. Jaime y los Infantes D. a Alaría de las Nieves y D. Alfonso. La boda de Doña Blanca dio' motivo á reclamaciones diplomáticas, avivadas por el fuego que alimenta suspicacias femeninas; y para evitar, sin duda, las que habían de nacer de la mayor importancia que tendría la manifestació'n de Praga, respecto á la de Frohsdorff, se nos prohibió' á los invitados que rindiésemos ese tributo á la Majestad proscripta. La orden era terminante: el Rey no quiso exponernos, ni exponer á la familia de Su Augusta Esposa, á disgusto de ningún género: y todos, allí donde conocimos la voluntad soberana, suspendimos nuestro viaje: el Marqués de Castrillo estaba ya en París, en la ciudad centro de las principales vías férreas.
Alguien ha dicho que la boda se podía haber efectuado en otra parte; y hasta se indico' para bendecirla al Cano'nigo de la Catedral de Calahorra, el célebre Diputado de las Constituyentes D. Cruz Ochoa, á quien se acababa de quitar en el Senado español, la representació'n espontáneamente obtenida de la nobilísima Nabarra;
— 19 — pero hubiera sido eso desairar al Eminentísimo Sr. Cardenal Schonborn, Arzobispo de Praga, Primado de Bohemia, que deseaba bendecir, como bendijo, la unio'n de la joven Princesa, -con el Rey Cato'lico, suspendiendo, para ello, la Santa Pastoral Visita.
En cuanto los Reyes estuvieron en Venecia fueron llegando al Palacio Lo-redán multitud de españoles, y no debía ser el último, quien á su constante lealtad y adhesion á la Real Familia, complácese en unir el particular afecto con que le distinguió' siempre aquella incomparable Reina D. a Margarita (q. s. g. h.): á quien creía seguir sirviendo, y demostrando la ve-neracio'n y el entusiasmo que siempre por ella tuve, siendo de los primeros en ponerme á los pies de su sucesora.
Allí, en la perla del Adriático, paseando con S. A. R. el Príncipe don Jaime, y hablando, como siempre, de sus vehementes deseos de recorrer España, surgió' la idea de este viaje, que voy á reseñar, recogiendo lo que durante él escribí, á vuela pluma.
D. Jaime había pisado el suelo español en Guipúzcoa y en Filipinas; y esos dos momentos que respiro' el aire puro de la patria, lejos de calmar, habían encendido sus ansias.
— 20 -Aprovecho, como discreto, la oportunidad que la felicidad de Su Augusto Padre le presentaba, para obtener la realización de uno de sus sueños, la más codiciada de sus venturas.
¡Adorar la Cruz de la Victoria, besar el bendito Pilar, arrodillarse ante el sepulcro del Apo'stol, visitar Cova-donga y Begoña y Monserrat! ¡Saludar á sus amigos! ¡Sorprender al caballeroso Marqués de Cerralbo, manifestándole de palabra, y en su Palacio de Madrid ó en su Castillo de Huerta la gratitud que todos le debemos!
Carlos VII accedió' á las reiteradas-súplicas de D. Jaime, con la expresa condicio'n de que el viaje habría de ser tan secreto, que, desde el punto en que pudiera sospecharse que se descubría, el inco'gnito, se suspendiera.
A los que conocemos la delicadeza del Rey no puede extrañarnos esto.
Quien acababa de privarle del consuelo de verse rodeado de sus leales al contraer su matrimonio, no sería extraño tratase de herirle en lo que más quiere, lastimando su corazo'n paternal.
Y más que los peligros que pudiera sufrir su Hijo, nacido para correrlos mayores, hasta verter su sangre,, en defensa de la Causa de Cristo, afli-
— 21 — gíanle las vejaciones, atropellos y malquerencias de que serían víctimas los que con ocasio'n de ese viaje manifestasen su desvío por lo existente y su entusiasmo por la legitimidad.
Tanto el Príncipe como yo, prometimos corresponder á la confianza que depositaba en nosotros S. M. El resultado del viaje dice si hemos cumplido nuestra promesa.
El Príncipe de Asturias, D. Jaime de Borbo'n, ha recorrido España, desde el i . ° de Junio al 7 de Julio, como un particular, sin producir á nadie, y menos á los leales subditos de su Augusto Padre, el menor compromiso.
Sin la conducta observada: sin la violencia continua que tanto el Príncipe como su acompañante nos hacíamos, para pasar inadvertidos, no hubiera podido verificarse este viaje, digan lo que quieran cuantos se dedican á la fácil tarea de pronosticar lo sucedido.
Di una palabra, y la he cumplido. Los que sepan el valor que una palabra empeñada tiene para un caballero, no podrían censurarme.
Quise satisfacer un patrio'tico deseo de mi Príncipe, aprobado por Su Augusto Padre: con la gracia de Dios lo he conseguido.
— 22 —
De Venecia vino directamente Su Alteza á Tarbes 3 de aquí á Baj'ona. Aguardándole estaba una persona tan de mi confianza, como que iba á sery
hoy lo es ya., marido de una de mis hijas; D. Julio de Urquijo é Ibarra,, joven de familia no carlista, residente en Pau y que frecuentaba mucho esos ferro-carriles, por lo que no podía despertar sospecha ninguna. Juntos llegaron á San Juan de Luz, hospedándose en el Hotel d1 Angleterre, donde el Sr. Urquijo, que paraba allí ordina-
¡iJl España! decía D. Jaime poseído del más noble entusiasmo; á España fui con él: y antes de acometer esta, empresa cuya dificultad aumentaban las circunstancias, visité Lourdes, una vez más, siendo en esta testigo de una boda. La de la hija del piadoso historiador de la Virgen, Mr. Henri de La-serre, con un hijo del célebre explorador de Abisinia, Mr. D' Abbadie.
María Inmaculada tomo' bajo su pro-teccio'n especial á la esperanza de ésta abatida nacio'n española.
En el poético mes de las flores o de María se penso' el viaje: en el mismo mes de Mayo empezó' á realizarse.
— 23 -riamente, mando reservar una habitació'n, contigua á la suya, para un su amigo: D. Juan de Batemberg, nombre y apellido cuyas iniciales son las mismas que las de nuestro Príncipe.
Era el sábado 2 de Junio. Al inmediato día, 3, después de oir
la Misa que en la Iglesia parroquial dijo á las cuatro de la mañana, el capellán de mi Casa don Juan Eloy de Udabe, se dirigió' en coche á España, entrando en la nación á que tan entrañable amor profesa el mismo día 3 de Junio, entre seis y siete de la mañana, continuando en el carruaje, 3 acompañado tan solamente del que hoy es mi hijo, hasta Pasajes, en cu3?a estacio'n se separaron al llegar el tren sudexpreso para Madrid. En él iba yo—Tomás Ortíz—y subió' S. A. para continuar hasta Burgos, á cuya ciudad llegamos á las doce de la tarde, dirigiéndonos á la Catedral, no so'lo á contemplar sus bellezas, sino á dar gracias al Señor por el feliz comienzo del viaje.
No quiero dejar de consignar un detalle con que iniciamos nuestra excursion y que recibimos como signo de buen augurio.
Con el natural deseo de enterarse de todo lo que se refiere á España,
— 24 -
En la Cabera de Castilla nos hospedamos en el Gran Hotel de Taris. (Antiguo T(afaela.) Nos aseguraron que la víspera se había sentido un frío intensísimo; sufrimos un calor sofocante.
Lo más notable de Burgos es la Catedral y á ella nos encaminamos, pero
S. A. entablo conversació'n con el conductor del tren, un antiguo oíicial de Caballería de nuestro hero'ico Ejército carlista, que sirvió' á las o'rdenes del general Tristany. Dada esta coincidencia, y aun cuando S. A. no se dio' á conocer, la conversacio'n fué animándose, siendo cada vez más expansiva. El conductor refirió' detalladamente las acciones en que tomo' parte, las peripecias porque paso' al final de la guerra, custodiando á su general hasta la frontera, y acabo' por hacer entusiastas y fervientes votos por la prosperidad del Señor y de la causa que simboliza.
jCon qué deleite contemplaba el ilustre viajero las montañas de Guipúzcoa, cuyos ecos repetían en un tiempo las aclamaciones con que los moradores de ellas recibían á Su Augusto Padre!
— 25 — era tan notable la sensació'n que producía la transicio'n del calor de la calle, al frío que dentro de aquel santo recinto se experimentaba, que no pudimos permanecer en él sino breves instantes, y salimos para volver más tarde.
Visitamos la Cartuja, el Monasterio de las Huelgas, el solar de la casa del Cid, el arco de Fernán González y notabilidades artísticas é histo'ricas que encierra la antiquísima Caput Caste-llae. Todas llamaron extraordinariamente la atencio'n de S. A., en particular el estandarte de las Navas que D. Alfonso VIII deposito' en el Real Convento de las Huelgas.
Como contraste entre las grandezas antiguas y las de estos tiempos, y como monumento moderno, contemplamos una mezquina placa de mármol blanco colocada por el Ayuntamiento en la casa que nació' Alonso Martínez.
Volvimos á la Catedral, cuya primera piedra se coloco' en 1 2 2 1 , reinando el Santo Hijo de Doña Be-renguela. Es go'tica, viéndose en ella representados los diversos estilos predominantes en los varios siglos que duro' su construccio'n.
El crucero en algunos adornos es
— 26 — del Renacimiento; la sillería del Coro de 1497 á 1 5 1 2 : y de 1487 la Capilla del Condestable, de aquellos famosos Condes de Haro, más tarde Duques de Frías.
Imposible describir la impresio'n que causo' al descendiente legítimo de San Fernando la obra comenzada por el Padre del Rey Sabio, y que dicen fué concluida, con la terminacio'n de las dos torres de la fachada principal, en 1442.
Más antiguo que ese admirable monumento, como empezado á edificarse en 1 180 , es el Real Monasterio de las Huelgas, á la margen del Arlan-zo'n, en una deliciosa Vega, donde estuvieron las Huelgas del Rey.
D. Jaime evocaba los recuerdos de su pasada grandeza compendiados en aquella conocida frase: si el Tapa hubiera de casar, lo haría con la abadesa de las Huelgas; pues, en efecto, era Señora de más de 60 poblaciones, con mero y mixto imperio, y conocimiento privativo en lo civil y criminal, gozando de prerrogativas tan extraordinarias que era única en la Cristiandad.
Bien lo merece el sepulcro de aquel Alfonso VIII, á quien concedió' Dios, Nuestro Señor, la gloria del Triunfo
— 27 — de la Santa Cruz, preparado por las oraciones de la Iglesia y las grandes penitencias de todos los buenos, empezando por aquel gran Pontífice Inocencio III que recorrió' á pie descalzo las calles de Roma. Victoria insigne aquella en la que tomaron parte todos los pueblos españoles, pues al decir de la Crónica rimada:
Lioneses, asturianos Gallegos, portugaleses cBi'{caynos, lipu%coanos, De la montanna, é alaueses, Cada uno bien lidiauan Que siempre será fassanna E la mejoría dauan Al muy noble rrey de Espanna.
Aquellos numerosos capellanes, más de 20; las cuantiosas rentas, los jamás oídos privilegios, todo ha desaparecido: consérvase el sepulcro del valeroso amigo de don Rodrigo Xi-ménez de Rada, otros treinta de personas reales, y el magnífico estandarte, ganado en la batalla, modelo de tejidos en plata y oro.
Faltan como tantas otras cosas que hizo desaparecer la rapiña de las hordas napoleo'nicas, el cofre donde el Miramamolín llevaba el Koran.
Junto al solar de la casa del Cid, vimos á un foto'grafo que se ocupaba en
— 28 — sacar vistas, y mandamos parar al cochero que guiaba el carruaje en que íbamos. Se nos acerco' en aquel instante un ciego que con su lazarillo pedía limosna, y don Jaime, después de haberle socorrido, entablo' conversa-cio'n con él. Había servido en el ejército carlista y quedo' ciego de resultas de un balazo que recibid en Somorrostro.
A todo esto el cochero se mezclo' en la conversación, manifestándose asimismo muy carlista y diciendo haber servido en la casa del Sr. Dorao, tan conocido por sus ideas tradicionalis-tas.
Don Jaime no quería salir de Burgos: la memoria de tantas grandezas le ataba con cadenas de oro á aquella ciudad donde aun se levanta majestuosa la figura del Cid y se escuchan los cantos de su trovador Zorrilla.
Fácilmente se comprenderá la violencia que hube de hacerme para no acceder á los deseos del Príncipe: una de las' condiciones de nuestro viaje era lá celeridad: debíamos partir en seguida á ver otra vez las olas del Cantábrico.
Príncipe de Asturias, deseaba conocer don Jaime el país que da nombre á su título: las Asturias de Tras-
— 29 — miera, de Santularia y de Oviedo, únicas que han conservado su nombre.
Por cumplir esa eondicio'n y siguiendo el itinerario del billete circular que llevábamos, nos dispusimos á salir para Santander por la misma línea del Norte hasta Venta de Baños, donde enlaza la de la capital de la Montaña, una de las más atrevidas y arriesgadas que tenemos.
Al ir á la estacio'n nos encontramos con tres Hermanas de la Caridad con quienes S. A. hablo' elogiando su Instituto, encomendándose con tono jovial á sus cuidados para el caso de una pro'xima guerra civil.
En el tren en que salimos de Burgos iba gran número de alumnos de Deusto, de los cuales dos con un señor Sacerdote que les acompañaba, ocupaban el mismo departamento en que nos colocamos, y se agrego también un señor Cano'nigo de aquella Catedral
Este señor Sacerdote, como supe después por El Basco, es nuestro respetable amigo el ex-Provisor de Manila Dr. Don José Gogeascoechea, que hizo la última campaña carlista de Comandante de Caballería y ayudante del general Dorregaray.
Llegamos á Venta de Baños sin po-
— 30 — der visitar el Monasterio de Trapen-ses, allí cerca establecido: paramos en la posada de la viuda de Alvarez.
Por la noche cenamos en compañía de un sargento de Administració'n militar que venía de la Habana, el cual se lamentaba, de manera muy poco patrio'tica, por cierto, y echaba pestes contra España 3 su Gobierno porque sus servicios no habían sido premiados suficientemente.
Que como la color sale d la cara Sale d la lengua lo que el alma altera;
y grande debía ser la inquietud que sentía nuestro sargento, allá en el in-terior. La verdad es que si lo que contaba era cierto, motivo tenía para quejarse, aunque nunca para deshonrar á su Patria, más para compadecida que para insultada.
Callado estaba D. Jaime dominando su indignación, pero cuando oyó' á quien hablaba la hermosa lengua de Santa Teresa, que daría gota á gota su sangre por borrar del mapa el nombre de España, no pudo contenerse, y con dignidad y moderacio'n dio' á comprender su desagrado. Quejas tan antipatrio'ticas apenaron el noble corazo'n de S. A.
.x jx , ,xfx, .x jx , .xfx., x f x ,x*x t t x + x t t xj.x t ,xfX, ,x|x. .x^x, x f x ,xfx. x.fX^xjx,
T T T
II
Santander y Las Asturias
OS 230 kilómetros que nos separaban del mar los recorrimos en ocho horas.
En Reinosa atravesamos el Ebro, que nace bien cerca: de ahí á Guarni-zo, en el antiguo astillero; ya en la incomparable bahía de Santander, el camino es una maravilla.
En las Caldas vimos el Convento de Dominicos: desde el tren, por supuesto.
T T T T T T T T T T T
— 32 — Antes, en las Fraguas, nos enseña
ron la magnífica posesio'n del Conde de Moriana, hermano del último Marqués de Villadarias, tio del actual.
Con nosotros iba el señor Nar-diz, Administrador que fué de la Aduana de Irún, y que con igual empleo había sido destinado á Santander. Fuimos conversando en su coche reservado pero no reparo' en el que me acompañaba.
Sin novedad alguna llegamos á Santander, que comenzaba entonces á despertarse de la invernada y se preparaba á recibir la visita que anualmente le hace una numerosa colonia veraniega. Al Sardinero fuimos en el tranvía de vapor que recorre en diez minutos la distancia que le separa de la ciudad.
La plajea del Sardinero es un encanto.
"El guijo de los arrecifes desaloja al césped de los pi'ados: el arbusto jardinero hereda la tierra-madre del escajo y del helécho; la brava costa se urbaniza, amansa su faz, desarruga el ceño; el espíritu de silencio y soledad que la ocupaba, volo' ahu-3rentado á recogerse en el horizonte de las aguas, en cuya vasta inmensidad no hay ruido viviente que prevalezca sobre la voz opaca y sublime del de-
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( l ) «Costas y Montañas» por J u a n García, (don Amos Escalante.)
sierto, ni obra de hombres cuyo perfil y color no se ahoguen en su luz esplendente é infinita.,, ( i )
El pinar, llamado de la Alfonsina, que la provincia regalo á doña Isabel, cuya propiedad disputaron en la época revolucionaria á la desgraciada Señora, sirve de jardín y de hermoso fondo á multitud de hoteles, y llega propiamente hasta el mar: no el pacífico, doméstico d casero de la bahía que se contempla desde la Magdalena, sino el imponente, libre y rebelde, el magnífico Océano, que se estrella furioso, contra dos promontorios: Cabo mayor y Cabo menor.
Lo que más hondamente impresiono' al Príncipe en Santander, fué la visita al muelle que está dentro de la grandiosa bahía. Lo recorrimos, examinándole minuciosamente: por todas partes se veían pedazos de hierro retorcido, afectando diversas formas y restos de barco y edificios destruí-dos que recordaban el fatal día de la explosio'n del OvCachichaco, causa de tantas víctimas y de tanta ruina.
D. Jaime, emocionado, me manifesto' el profundo pesar que le causo' la noticia de tan tremenda catástrofe; la
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En la calle de San Francisco, la principal de esta Ciudad, de los Santos Mártires riojanos, Emeterio y Celedonio, encontramos un pobre cojo.
D. Jaime le dio limosna, pronunciando algunas cariñosas frases que entusiasmaron al infeliz.—Claro está que nos contó, inmediatamente, y con esa ingenuidad verbosa de nuestro pueblo, toda su vida. Fué herido en Somorrostro: á consecuencia de un balazo perdió la pierna: cojeaba, pero sólo del cuerpo: su alma seguía siendo carlista.
El afán investigador de D. Jaime me preocupaba, aunque no podía menos de lisonjearme el resultado. ¡Qué simpatías, pensaba yo, tiene la Regencia!
Visitamos, también, la Catedral, el
supo durante su viaje por las Indias. S. A. recogió algunos despojos del
barco volado, con objeto de llevárselos á su Augusto Padre, como recuerdo de aquel infausto suceso.
Los trabajos de reedificación se estaban llevando á cabo con gran actividad, pero hay mucho que reconstruir.
— 35 —
Salimos de Santander, en diligencia con dirección á Oviedo, acompañados de D. Celestino Nieto, que vino con nosotros desde Palència y quien, desde luego, simpatizó mucho con Don Jaime.
Regaló al Príncipe un bastón que consigo llevaba y que S. A. aceptó vista la insistencia con que se le ofrecía.
A las seis y media de la madrugada del 5 de Junio, abandonamos Santander: duró treinta y seis horas la jornada á Oviedo; pero á pesar de su larga duración, agradó sobremanera á Don Jaime.
¡Cuántas veces recordamos, durante aquellas horas, de verdadera fatiga, la descripción pintoresca que en uno de sus libros hace Luis Veuillot de los viajes en diligencia!
Cristo, la nueva Iglesia de los Padres Jesuítas y otras parroquias.
Volví á encontrar á Nardiz que me preguntó si había visto al Marqués de Valbuena.
—No puedo visitar á nadie—le contesté—y mucho agradecería á V. reservara que estoy aquí.
— 36 _ Verdad es que en ellos se disfruta
mucho más de los encantos de la naturaleza (cuando la espesa nube de polvo en que va envuelto el vehículo lo permite), pero, ¡qué asientos tan duros, qué sacudidas tan tremendas y qué buffets tan primitivos!
¡Oh posadas de mi patria! podíamos exclamar como el hidalgo manchego del romance de Tapia.
A pesar de todo, el viaje fué, como ya he dicho, muy del agrado del Príncipe.
El país recorrido es de lo más pintoresco que cabe imaginar.
El valle de Torrelavega tiene muy merecida su reputación, y San Vicente de la Barquera es una de tantas decoraciones de teatro en que abunda aquella tierra. Durante todo el día atravesamos un sin fin de valles de esos que Pereda, el incomparable novelista montañés, ha descrito con tanta verdad y elegancia.
Para poder dominar bien el paisaje y hacernos cargo de todo, D. Jaime y yo habíamos tomado asiento en la vaca del coche: era muy baja de techo y nos vimos obligados á suprimir los sombreros.
No tardo' en venir á ocupar otro de los asientos de la vaqueta un ter-
— 37 —
Al salir de Santander por su hermosa alameda, digna de mejor suerte, dejamos á la derecha el pintoresco Tasco del Alta, á la izquierda la fábrica de cervezas del Marqués de Valbue-na, La ^Austríaca, en el barrio de Cajo, y después de atravesar Peña Castillo, Santa Cruz de Bezana y Puente de Ar-
cer viajero: un montañés calaveron, que después de haber estudiado cuatro ó cinco años en un seminario, colgo la sotana y sentó plaza de soldado.
Durante el trayecto se entretenía en requebrar á las mozas, echándoselas de andaluz; y queriendo hacerse el gracioso resultaba un mamarracho. ¡Qué colección de chistes, aprendidos de memoria! En las grandes ocasiones decía: puede más un mirar de tus ojos que una cuchillada de Mazxan-tini. Nos dijo que había estado en Melilla; lo cual hizo exclamar al Principe: ISLo me extrañará que tenga que volver á Ceuta, sin que España declare la guerra á los moros. Llego', por fin, á su pueblo y nos dejo en paz: allí habrá recojido, con gran dolor de su madrastra, y sin ninguno propio, la miaja que le dejo su padre.
— 38 — ce, llegamos á Polanco, residencia del Cervantes montañés.
¡Con cuánto gozo me hubiera detenido á saludar al autor predilecto de nuestra Familia Real! No era posible.
Pasamos la Requejada, el famoso solar de la Vega y el célebre Puente de San Miguel, donde dejamos la carretera que nos hubiera llevado á Santi-llana y á Comillas. ¡Comillas! Nombre simpático á todos los católicos españoles; título de un pro'cer digno de ser carlista.
—¿Qué pueblo es estel—pregunté al mayoral, al divisar uno encaramado sobre un cerro, cubierto de frondosos árboles, defendido por una atalaya, guardado por antigua casa solariega.
•—Los 'Bustamantes de Ouijas Con reyes casan sus hijas;
nos contesto al mismo tiempo que arreaba el ganado.
—Aquí hay muchos jándalos—aña-dio'-—indianos de Andalucía, como quien dice.
—Casar de Periedo—nos dijo nuestro conductor y guía.
—¿ Y qué hay de notable?—pregunté. —j'l·Lo lo ve? Hermosos castaños y
el palacio de T{ábago. Siguiendo el curso del Saja, atrave
samos la populosa villa de Cabezón de
— 39 -la Sal, y dejando la cuna de Juan de Herrera, camino adelante, vieron nuestros ojos un prodigio, una maravilla, la fantástica y sorprendente decoración de San Vicente de la Barquera; el mar siempre majestuoso, la costa acantilada; los altísimos Picos de Europa. ¡Hermoso peñasco coronado por la Iglesia que vela por la villa!
A las cinco o' seis de la tarde atravesamos el puente de Unquera y entramos en Asturias, tierra clásica de nuestros Príncipes. Esta provincia es tan pintoresca como su vecina, pero menos poblada.
Y a dejábamos atrás dos Asturias; las de Trasmiera y las de Santillana, orgullo de los Mendozas, y, en especial, del Marqués de los proverbios.
Cruzamos el Nansa impetuoso, y luego otro río de más caudal, pero más sosegado, el histórico y pintoresco De-va, límite de las dos nombradas Asturias: las de Trasmiera, son poco conocidas; llamábase su territorio montañas de Burgos, solar de antiguos linajes.
Para noble nacimiento Hay en España tres partes Galicia, Bizcaya, ^Asturias, O ya 'Montañas se llamen,
decía Lope.
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A las ocho llegamos á Llanes, patria de Posada Herrera, uno de los grandes electores que han hecho figurar la representación de España, en las modernas Cortes, encasillando Diputados y Senadores.
Había funcio'n de teatro y se decidió' que los viajeros de la diligencia fueran á tributar un aplauso á los artistas que durante varias semanas venían haciendo las delicias de los habitantes de aquel bendito pueblo. Comenzó la función á las diez, poniéndose en escena el drama La 'Pasionaria. Hubo luego rifa, y termino' la funcio'n con una zarzuela. Los actores se excedieron aquel día y vimos correr abundantes lágrimas.
Cuando volvimos á la diligencia ¡oh dolor! una nube de viajeros había invadido el coche y se instalaba cada uno donde podía, arriba, abajo, en todas partes; hasta en el toldillo que proteje al mayoral se colocaron dos-
Bizcaya se llamaba á todo el país bascongado: por eso el mismo Lope llama á San Ignacio bizcaíno; no sin protesta del P. Larramendi.
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De Covadonga volvimos á Cangas de Onís á las doce: de aquí tomamos la carretera para Infiesto, de donde salimos á las cuatro y media, en ferrocarril (47 kilómetros) para la capital del Principado, á la que llegamos antes de las siete, dando por terminada una de las excursiones que más han complacido á S. A., el cual olvidaba, ó por muy bien empleadas tenía, las grandes molestias de tan penoso viaje, perdonando, sinceramente, á Veuillot sus poéticas ficciones.
En Oviedo visitamos detenidamente la catedral, en forma de cruz latina, con
Para completar este desastroso cuadro empezó' á llover. ¡Ah Veuillot, Veuillot!
Llegamos, por fin, al crucero de Cangas de Onís, y dejando á la derecha el camino de Oviedo tomamos el de Co-vadonga, á donde llegamos á las nueve de la mañana.
La Santa Cueva, origen de nuestra restauracio'n oriental, como la de San Juan de la Peña lo es de la occidental, merece capítulo aparte, por lo que, abriendo un paréntesis, daré cuenta de nuestra visita á Oviedo.
— 42 — tres naves, que está en el sitio de la fundada por el David y Salomo'n de nuestra Reconquista asturiana, Alfonso el Casto, hijo de Fruela; consagrada en 13 de Octubre de 802 por los Obispos de Iria, Leon, Salamanca, Orense y Calahorra, arrojados de sus sillas y bien pronto congregados en Concilio para erigir en metropolitano el templo construido en seis lustros.
La capilla mayor se termino' en 14 12 : la torre en 1556: pero derribada por un rayo en 1576, fué reparada inmediatamente.
Ostenta en su cúspide la Cruz de los Angeles.
La antigua basílica de Santa María, llamada de Nuestra Señora de Tyccas-to, fué reedificada por el primer Bor-bo'n que reino' en España, en 1 7 1 2 .
Lástima que esté recargada de adornos churriguerescos.
La torre de este monumento es muy notable: semeja encaje finísimo y aventaja en altura y delicadeza de sus cresterías y trepados á los famosos chapiteles de Burgos.
El sepulcro de los primeros Reyes de Asturias, bien sencillo, por cierto, guárdalo la catedral ovetense.
Al rededor de tan venerable templo, antigua basílica de San Salvador, há-
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¿Quién no ha oído hablar del ^Arca Santa, trabajo de los varones apostólicos, venida de Jerusalem al Africa: de aquí á Cartajena o' Sevilla; luego á Toledo y después á la cueva de Mon-sagro d de Santa María Magdalena, á tres leguas de Oviedo?
¿Quién no recuerda la tradición conservada por el piadoso coronista, Ambrosio de Morales, sobre la perpetua clausura del arca, y el suceso que él mismo relata, acaecido en la época en que escribía?
El Obispo Sandoval y Rojas, quiso abrir ese cerrado y milagroso tesoro:
llanse, consideradas como dependencias o' capillas suyas, otras dos iglesias, Santa María (sepulcro) y San Miguel, la Cámara Santa, sobre otra dedicada á Santa Leocadia. Allí se guardan inapreciables reliquias, orgullo de los nobles astures y de los españoles todos.
En un precioso armario go'tico se enseña una de las ánforas de la boda de Cana. Un día al año se llena de agua, y los fieles van á llenar cacha-rritos que luego guardan en sus casas.
También se venera una ó dos veces al año una parte del Santo Sudario.
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Constituye la Cru%_ de los Angeles, ora sea obra de hábil artífice, ora. milagroso regalo del cielo, la joya más insigne de las que dejó á su Iglesia, y conservamos del casto Alfonso.
Aseméjase en su forma á la de la Orden de San Juan, y en sus cuatro brazos iguales, consta el nombre del donador, sus propósitos, el anatema á quien la usurpe, y el año, 808. Preciosísimo rubí, al que corresponde por el anverso un camafeo, sobresale entre la
preparóse convenientemente: ordeno' grandes rogativas, practicó penitencias, y cuando, después de fervorosas solemnidades, puso la mano en la cerradura, fué tal el horror que sintió, que desmayado, no pudo seguir adelante. Parecióle que la mitra saltaba de su cabeza despedida por sus cabellos, con terrible furia erizados.
La suntuosa caja que encierra el Santo Sudario del Divino Hijo de María Inmaculada, tiene un tabernáculo encima: y en él las dos celebérrimas cruces, de los Angeles y de la Victoria. Ambas son objeto de especial y merecido culto: de ambas se refieren curiosas y encantadoras tradiciones.
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Entre los edificios más notables de
( 1 ) Claro está que no se impone, ó mejor dicho se entrega al Rey, para que la ponga sobre el pecho del Príncipe, la misma Cmz de la Victoria, sino una imagen ó representación de ella. La entregada á Carlos VI I , para D. Jaime, en Vevey, fué llevada por una lucida comisión de asturianos, presidida por el Secretario que fué de Doña Margarita (q. e. p. d.) el actual catedrático de la Universidad de Oviedo, á quien el Príncipe quiso ver, D. Guillermo Estrada Villaverde. Acompañábale, si no estoy equivocado, el respetable D. Alejandrino Menéndez de Luarca.
gruesa pedrería que la esmalta; pero no tanto como la filigrana delicadísima, sobrepuesta á su plancha de oro, labor tan perfecta y acabada, que no so'lo en aquellos tiempos de piedad, hoy mismo, nos persuade á creer que no es trabajo humano. Si aquellos ureses, plateros, que se le aparecieron al Rey, viniendo un dia de oir misa é yéndose para sus Talados, no fueron ángeles, merecían serlo: angelicales eran sus manos.
La Crui_ de la Victoria, bajada del cielo en Covaclonga, enarbolada por Pe-layo, impuesta á nuestro Príncipe ( i ) al nacer, como á sus antecesores, es de roble, cubierto de oro, piedras preciosas y prolija escultura, trabajada por orden de Alfonso III en el castillo de Gauzdn en 908.
— 4c; -la población se cuentan un palacio del Sr. Marqués de Santa Cruz, que, según nos dijeron, quiso comprar D. Alfonso XII, y otro del Sr. Marqués de Campo Sagrado.
El teatro es de construccio'n moderna y bueno. Actuaba una regular compañía dramática, y así debía ser, á juzgar por el precio de las localidades, pues un asiento de butaca costaba diez pesetas.
Ill
Covadonga
¡las nueve de la mañana del 6 de Junio llego' S. A. R. á Covadonga.
A pesar de las 24 horas, corridas, que llevaba de diligencia, no perdió' ni un detalle del camino, abierto por Carlos III y en extremo agradable, pues va faldeando las amenas orillas del Güeña o' Bueña que nos condujo desde la. antigua Canicas al venerable santuario.
— 48 — A la media legua de la villa, prime
ra corte de los Reyes asturianos, únese el famoso Deva o' Diva con el Güeña y casi á igual distancia está el Campo de la Jura, donde, según la tra-dicio'n, se celebro' el contrato político, que diríamos hoy, entre el valeroso caudillo, levantado sobre el pavés, poco más adelante, en otro pequeño campo llamado de 1(epelayo, y aquellos aguerridos campeones de la independencia que sentaron las bases de nuestra nacionalidad, proclamando los tres grandes principios de un Dios, una Patria y un Rey, aprestándose á restaurar el Estado visigo'tico que había formado y constituido la Iglesia en los Concilios de Toledo.
¡Qué emocio'n la del Príncipe al escuchar de labios del zagal la conocida Historia del Infante!
—Este es el Soto—decía—donde el Infante D. Pelayo paró repetidas veces; vea V. esas rayas en ese peñasco producidas por el casco de su caballo al resbalarse; aquellas piedras—y señala unas grandes rocas de granito—se pegaron al suelo porque los moros querían arrojarlas sobre T). Pelayo.
Probablemente sería lo contrario; los cristianos que ocupaban las alturas las arrojarían á los usurpadores, y
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caerían con las flechas disparadas por los moros.
¡Cuan exactamente dice nuestro vulgo, quien escupe al cielo á la cara le cae!
Los nuestros estaban en aquellas soberbias alturas que contemplábamos, en esa del centro, más elavada que las otras, el monte Auseba, hoy montaña de la Virgen. Los infieles intentarían pasar por la estrecha vega; el majestuoso ruido de la cascada que forma el río al caer impetuosamente rompiendo el peñasco que sirve de cimiento á ese venerable monte; los gritos de guerra y las piedras arrojadas desde una altura de 4.000 pies, y ante todo y sobre todo, la protección de María Santísima, en aquella reducida cueva venerada, les detuvieron el paso; enterraron allí á la mayor parte y los que pudieron escapar contaron asombrados que caían sobre ellos inmensas montañas. El histórico Deva creció y se hizo grande con la sangre de los que trajo el vicio y la traición y arrojo' la fe religiosa, el espíritu de libertad y la lealtad monárquica.
Tal vez entonces se aparecería la Cruz de la Victoria: quizás el ermitaño de la cueva, con el signo de nuestra redencio'n en la mano, enardecería á
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'Diciendo esto y Viva España, Santiago y la Virgen Tura, A la chusma de los moros Arremeten los de Asturias.
¡Con que dulce emocio'n reconstruía D. Jaime toda esa batalla!
aquellos valerosos combatientes, recordando el premio prometido á los mártires: y prefiriendo la muerte á la deshonra, formarían la firme resolución de no cejar en la pelea hasta ver humillados á esos invasores que tan orgullosos habían recorrido la península.
Allí empezó' la libertad de la Patria: Que no puede esclavo ser
Tueblo que sabe morir; allí aclamado y proclamado Pelayo, aceptada la corona de Recaredo, des-plegló la bandera nacional, con estas palabras, dirigidas á los suyos, según el romance:
Non cuy d o ser menester Ponervos fuerzas nengunas Tues que de vos las recibo En tanto ajan y tal cuyta. Mas solo quiero membraros Que Dios por nosotros pugna E que nos perder debemos La vida por su fe justa
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La gruta se parece mucho en su forma á la de Lourdes, pero es mayor y más grandiosa.
¿Que diría á la Virgen Santísima de Covadonga cuando se arrodillo delante de Ella? ¿No escucharía la voz de Pelayo, allá en lo más íntimo de su co-razo'n, cuando se acerco, conmovidí-simo, á su sepulcro?
¡Quién sabe! Malos son los tiempos de hoy; peores eran los que siguieron á aquella gran catástrofe, que al fin nosotros tenemos altísimos ejemplos que imitar y labor oculta, pero no deshecha; tenemos la gran obra de la tradición con su fuerza irresistible.
D. Pelayo era solo, é non había quién le ayudar sino Dios del cielo: como exclama en su Crónica el autor inmortal de las Tartidas: de D. Jaime no podrá decirse eso; pues tiene á su Augusto Padre y á un pueblo entusiasta, heroico, abnegado
Época de Restauració'n es la presente: al ver á mi Príncipe, arrodillado ante el Altar restaurado por Pelayo, creí como nunca que ocuparía el Trono por él restablecido sobre la roca inconmovible déla Unidad religiosa.
— 52 -En la parte inferior de ella hay una
especie de piscina inmensa, construida por Carlos III, el cual tuvo el proyecto de encerrar la gruta en que se halla la Virgen y el estanque en una gran Iglesia cuyos cimientos se llegaron á echar.
Afortunadamente la obra no se ejecuto y sí so'lo los muros de contención de la explanada en que había de asentarse el templo.
Afines del siglo pasado se quemó la capilla de la Virgen que Alfonso I construyó dentro de la gruta, asilo de Pe-layo y de sus 300 compañeros, si es que tantos cupieron, á unos treinta ó cuarenta metros de altura.
Era como un gran nido de águilas pegado á la peña.
Se hizo esta obra con madera de tejo, cuya incorruptibilidad ha desafiado al trascurso de los siglos.
¡Lástima grande que en vez de aquella maravilla, que fué pasto de las llamas, se haya construido ahora una especie de caseta de madera, parecida á las que se encuentran en los arenales de nuestras playas! ¡Qué efecto tan pobre hace! Para que el simil sea completo, hasta la han pintado de color de barquillo tostado, con los imprescindibles filetes de color de chocolate.
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( I J Dentro del corto espacio de dos leguas solas se encierran los sitios, á los cuales dejó Pelayo vinculados sus recuerdos: Covadonga, teatro de su victoria; Cangas de Onís, su corte; Abamia, lugar de su sepultura. E l que sube desde la pequeña Cangas á Covadonga, ca-
Allí está retratado nuestro siglo. En cambio, y afortunadamente, no
puedo decir otro tanto de la Basílica que se está construyendo á trescientos metros de la cueva, sobre un inmenso peñasco.
Han tenido el buen gusto de adoptar para esta construcción la arquitectura del tiempo de Pelayo.
Se han gastado en la obra millón y medio de pesetas hasta la fecha.
El Sr. Canónigo que con gran amabilidad nos enseñó la obra, nos llevó también á los salones en que están los retratos de todos los Reyes de Asturias y León, desde Pelaj'o. En uno de estos salones nos presentó el libro en que firman los viajeros. Don Jaime tuvo la feliz idea de hacerlo invirtiendo su nombre; Emiaj ed Nobrob, añadiendo un ¡Viva el Rey C. VIH Yo firmé Arbe-lai%.
El sepulcro de Pelayo se halla en lo alto de la cueva, junto á la capillita que encierra la Virgen de Covadonga; antes estuvo enterrado el Infante, como le llaman en el país, en Abamia. ( i )
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mino frecuentado por incesantes romer.as de naturales y forasteros, per más acostumbrado que se halle á la frescura y amenidad de los valles asturianos, se detiene con gratísima sorpresa á cada perspectiva que desenvuelve la sinuosa cañada. A uno y á otro lado juntan sus densas copas los castaños, formando con sus musgosos troncos una caprichosa columnata; murmura ya á la izquierda, ya á la derecha, cruzado por rústicos puentes, el río cuyas márgenes se remontan, que al principio es el apacible Bueña; más arriba el Rinazo y el Diva, sus tributarios, progresivamente estrechados en su cauce, y más ruidosos y violentos cuantos más escasos E l arte ha empezado á domar la fragosidad del terreno, convirtiendo en cuesta suave y accesible la que aún en tiempo de Morales podía difícilmente treparse á caballo; y si se hubiese llevado á cabo la gigantesca obra de Carlos I I I , nada apenas conservaría el Santuario de su natural y rústica fisonomía.
Sin embargo, al desembocar en el cerrado valle que termina el desfiladero, girando alrededor los ojos como en busca de salida, fíjanse con asombro, y tal vez no sin espanto en la venerada cueva que taladra la desnuda peña de en frente, sobre la cual se eleva, cual inmensa cúpula, la montaña. Inaccesibles riscos estrechan de todos lados el horizonte, oponiendo al hombre una muralla al parecer insuperable, cual si formaran el lindero del mundo habitado: en frente de la gruta se encrespan las alturas o derrumbaderos de Hiñes, á su espalda los culminantes picos de la sierra de Europa... encima, en nna vasta meseta, extiéndese un cuarto de legua en circuito el lago de Enol, donde tiene su nacimiento el Rinazo, mientras que el Diva bajando del monte Oran-di, cae precipitado al pie de Covadonga. De los dos brazos del riachuelo el uno infiltrándose en las rocas brota con espumoso ímpetu en el fondo de la misma cueva, atravesando por debajo del macizo pretil que debía servir de basamento al moderno edificio, desgájase en forma de hermosa cascada... La peñaavan-za, describriendo arco, sobre el pequeño relleno en que remata la subida á más de cien pies de altura, y desde allí hasta la cima del picacho sube en enriscada pen-
Almorzamos en la hospedería que está á cargo de una señora, carlista por cierto, que nos trato' con gran es
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diente más de trescientos. Dentro de la misma cueva, y formando, por decirlo así, su piso superior, hállase suspendida sobre salientes rocas cuyo suelo natural nivelan y amplían algunas tablas, debajo del cual óyese mugir la catarata y vénse hervir en profundo remanso las aguas del Diva, antes de precipitarse en la cañada. Sirve de bóveda la peña misma, y asómase á la boca el antepecho reforzado por un estribo de noventa pies de altura, que tapiza la yedra de arriba abajo, descubriéndose la perspectiva del valle como dentro de un marco de sombría roca. Aquel fué el asilo de Pelayo y de sus 3 0 0 compañeros... aquel" fué el rústico Santuario que á la Virgen de las batallas, consagró luego la piedad agradecida y que subsistió más de diez siglos, hasta que las llamas en 1 7 de Octubre de 1 . 7 7 7 , devoraron en parte las maderas del pavimento, que la humedad, según la tradición de los naturales, había milagrosamente respetado. Todavía á un extremo de la galería, en una pequeña capilla que alumbra una ventana de medio punto, venera el peregrino la imagen, poco auténtica de Santa María de Covadonga, y lee embutidos en la roca los no más genuinos epitafios de Alfonso I y de Pelayo, cuyas cenizas, si es verdad que las contiene el liso túmulo de piedra que ocupa el nicho, fueron trasladadas ciertamente desde Abamia. (Recuerdos y Bellezas de España por Parcerisa y Quadrado.—Asturias y León.—Madrid, Imprenta de Repullés, i8¿¿.)
mero, y salimos para la Capital del Principado, sintiendo separarnos de aquellos benditos lugares.
IV
La p r i s i ó n d e Q u e v e d o .
Un Círculo carlista
[alimos de Oviedo para Leo'n por el ferrocarril, que es verdaderamente grandioso, de
jando atrás, en nuestra vertiginosa marcha, valles sombríos, cumbres empinadas, históricas ruinas y amenos verjeles, hasta llegar á Santa Eulalia de Ujo, célebre por su pequeña parroquia, modelo del género bizantino, que recuerda en su ábside, portada y arco
— 58 — del presbiterio, las gentiles formas de S. Juan de Amandi.
—¡Cuánto siento, dijo el Príncipe al parar el tren en Pola de Lena, no detenernos aquí, para ver en la Vega 'le Rey, si los vándalos del siglo XIX no la han echado al suelo la ermita que comparte con las iglesias de Naranco, Lino y Valdedios, la insigne y rarísima gloria de conservar intacta la arquitectura del siglo IX! ¡Cuánto gusto tendría—añadió'—en visitar esos venerables restos de la piedad de nuestros antepasados!
¡Campompjps! repitió' el Príncipe al oir el nombre de la inmediata estación: ¡cuánto podría decir el Conde, D. Pedro Rodríguez, de aquellas Cortes de 1789, que presidio' y en la que suponen fué derogada, secretamente, la ley fundamental de sucesio'n á la Corona!
*Aqui—exclamé yo, después de un respetuoso silencio—fué asesinado...
—Si, continuo' el Príncipe—D. Sancho, E L MAYOR, muerto de una pedrada que le disparó un oscuro aldeano, á quien cuentan ofendió en Pajares, de donde viene el refrán: si LA HICISTE E N PAJARES, P A G Á S T E L A EN CAMPOMA-NES.
Dejábamos ya atrás Asturias, cruzando el célebre Puerto de Pajares,
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Nos acercábamos á Leo'n. —Veremos—dijo D. Jaime—la pri
sión de Quevedo. •—Desde la estación pueden ustedes
ir—nos dijo uno de nuestros acompañantes.
En efecto: desde la estación de León, antes de entrar en la ciudad, fuimos á visitar el antiguo convento de San Marcos, que constriñeron los caballeros de Santiago, y que luego ha estado ocupado por los Jesuítas, los Escolapios, una
abierto á la comunicacio'n humana por el Obispo D. Diego de Muros en el siglo XVI.
Al llegar á la Robla me pregunto' D. Jaime si estaba ya en explotacio'n el ferrocarril hullero, en el que tanto y con tanto acierto ha trabajado un guipuzcoano ilustre, D. Manuel Oráa, sobrino del gran Zumalacarregui.
Vimos en el tránsito varias minas de carbo'n de piedra en explotacio'n: el director de una de ellas, que iba en el mismo departamento que nosotros, nos ofreció' unas magníficas fresas, cuyo aroma venía tentando á D. Jaime desde que la cesta que las contenía ocupo' la rejilla del coche.
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( 2 ) No puedo resistir á la dulce tentación de copiar lo que de su cárcel dice D. Francisco, á su amigo Adán de la Parra.
«Aunque al principio tuve mi prisión en una sala de esta santa casa tan espaciosa como clara y abrigada,
exposición y un museo permanente. En breve una parte del edificio servirá de.cuartel de caballería.
El monumento es hermosísimo: está construido en estilo del Renacimiento, muy adornado: al oeste de la ciudad, en amena y frondosa llanura, regada por el Vernesga, en cuyas aguas se retrata su rica y suntuosa fachada, compuesta de dos cuerpos con frisos cubiertos de labores y una cornisa con sus go'rgolas, imitando el go'tico.
Sobresale en esta profusa ornamen-tacio'n la línea de medallones, donde se ven personajes mitológicos é históricos, entre éstos los Maestres de la Orden á que perteneció el insigne biógrafo de Santo Tomás de Villanueva, el escritor más genial, y por tanto inimitable, que, á fuer de santiaguista, estuvo preso en este convento, competidor de Uclés, desde Diciembre de 1639 hasta Junio de 1643.
La causa ó pretexto de esta prisión fué aquella sátira contra el Conde Duque de Olivares que empieza:
Católica Sacra 'Rjal Majestad ( 1 )
— til —
Desde la prisio'n de Quevedo, nos trasladamos á la catedral, cuya restauración está más adelantada de lo que yo me figuraba.
Tiene la merecida reputacio'n de ser uno de los edificios típicos del gótico más puro, y en efecto, cuando se coloca uno en el centro de la nave y lepara la presente estación, al poco tiempo por orden superior, (no diré nunca que por superior desorden,) se me condujo á otra muchísimo más desacomodada, que es donde permanezco. Redúcese á una pieza subterránea, tan húmeda como un manantial, tan oscura que en ella es siempre noche, y tan fria que nunca deja de parecer Enero. Tiene sin ponderación más trazas de sepulcro que de cárcel.... Tiene de latitud esta sepultura, donde encerrado vivo, veinte y cuatro pies escasos y diez y nueve de ancho. Su techumbre y paredes están por muchas partes de moronadas á fuerza de la humedad, y todo tan negro que más parece recogimiento de ladrones fugitivos que prisión de un hombre honrado. Para entrar en ella hay que pasar dos puertas que no se diferencian en lo fuerte; una está al piso del convento, y otra al de mi cárcel, despuésde veinte y siete escalones que tienen traza de despeñadero...»
Cuenta luego el autor inmortal de la Política de Dios su modo de vivir en aquel cautiverio, y concluye. «Esta es la vida á que reducido me tiene el que por no haber querido yo ser su privado es hoy mi enemigo.»
Una mujer que enseñaba el museo nos dijo que el edificio no se termino' (falta toda un ala) porque el Rey lo impidió', opinando que sería más grandioso que su palacio, y que esto no podía consentirlo.
— 02 — vanta la cabeza para mirar la bóveda, pudiera creer que no tiene sobre sí más que un ligero toldo; tal es la esbeltez de los haces de columnas que dividen aquellas soberbias ventanas que están pidiendo á voces las vidrieras de que carecen y cuyo coste ascenderá á varios millones de reales. Creo que, al menos en parte, se fabricarán en Munich.
La magnífica y admirable Catedral de León, edificio pulido, sutil, hermoso y apacible, tanto que parece lo acepillaron, según el monje Lobera, necesita un libro. Marineo Siculo, contemporáneo de los Reyes Católicos, después de elogiar lar excelencias de otras Catedrales, concede la palma á esta, que ha venido á sustituir á las termas romanas, al palacio de los primeros reconquistadores, y á la basílica de Ordoño II.
En 1 199, se comenzó tan maravillosa joya de arte, ignorándose, todavía, quien la concibió y trazó, aunque se conocen los nombres de sus continuadores; Enrique, muerto en 1277; Simón, fallecido un siglo después; Guillén de Rohán ó Ridan, sepultado en 1432 en la Capilla que edificó en Santa Clara de Tordesillas; Benito y Alonso Valenciano que al principiar
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De los tres monumentos más insignes que tiene Leon, joyas acabadísimas en un respetuoso género; habíamos visto la del siglo XVI 3 la del siglo XIII, la de la escuela del Renacimiento 3 del arte gótico; no pudimos ver la del bizantino en el XI, la famosa basílica de San Isidoro, tumba del sapientísimo Prelado, autor de las Etimologías, vestigio de aquella gloriosa monarquía semi-herdica, semi-bárba-ra; panteón de sus intrépidos caudi-
el siglo XVI dirigían las obras, y Juan de Badajoz, que en 1 5 1 2 figuraba como jefe de ellas.
En 1258 los Prelados del Reino, congregados en Madrid, concedían indulgencias á los fieles que contribuyesen á su ereccio'n con sus limosnas; é iguales exhortaciones repetían en 1272. al orbe cato'lico, los Padres del Concilio general lugdunense, careciendo la suntuosidad del nuevo templo; llamado Tulchra Leonina, tenido por único y so'lo, como el ave fénix, superior al célebre Domo de Milán, espantados de que se tuviera en pie lo que parecía venir al suelo á la menor ráfaga de aire.
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Don Jaime manifesto su pesar de no poder ir á Galicia y á las siete y media de la mañana del día 8 de Junio salimos de la ilustre Ledn para la célebre villa, hoy ciudad de Peranzules rival y antecesora de Madrid, llamada Valle de olor, de Olivas, de lides ó de Ulit; que todas estas etimologías quieren explicar el nombre de la patria de
líos, fundado por Alfonso V d por Fernando I, panteón real más de la época, más en carácter que los de Oviedo, San Juan de la Peña y el Escorial, brutalmente profanado, en busca de soñadas riquezas, por los soldados de Napoleon. ¡De los que venían á civilizarnos!
El primer Borbdn que reino en España costeo' la renovación del Convento, que habitaron las religiosas de San Pelayo; en 1 8 1 1 un rayo abraso el retablo principal y los dos colaterales, quemándose la ponderada sillería del coro; y las hordas napoleónicas robaron la preciosa urna de San Isidoro, el arca de marñl guarnecida de oro que guardaba la mejilla del Bautista y otros tesoros y reliquias inapreciables.
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En Valladolid nos hospedamos en el Hotel Continental de France, donde por cierto me conoció un sirviente, y en cuanto quitamos el polvo del camino nos echamos á la calle. Al salir del hotel nos metimos en el primer tranvía que encontramos y que nos llevó frente á la iglesia de San Pablo, cuya fachada, de gótico flamígero, es una de las cosas más notables de aquella ciudad. Visitamos después la catedral greco-i_omana, de últimos del siglo
( i ) Que según P u l g a r . — E n Valladolid solmente -Halló fei é conos cimiento—De señor. ^
Enrique IV, (i) Felipe II y Zorrilla y donde murieron D. Alvaro de Luna y Colón.
Dedicamos, al pasar, un recuerdo al célebre Monasterio ele Domnos Sanctos, (Facundo y Primitivo), de Sant Facund ó de Sahagún, y llegamos á Venta de Baños en donde nos encontramos con un inglés que no sabía una palabra de castellano; él vio el cielo abierto cuando me ofrecí á servirle de intérprete. Nos dijo que venía de Vigo, donde había desembarcado después de haber recorrido ambas Americas.
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( i ) Arqueología Cristiana Española p o r D. Ramón Vinader.
XVI, principiada por Herrera, concluida por Churriguera. Con uno de sus pilares se podrían hacer todos los de la incomparable catedral de León: ¡qué contraste! (i)
Con detenimiento vimos el Museo; pero no pudimos formarnos idea exacta de lo que contiene, porque estaban haciendo una obra importante en la parte superior del edificio, y mientras ésta se termina, tienen amontonados abajo cuadros y estatuas que no valen mucho y ocultan lo bueno que hay. El Museo, casi en su totalidad, lo constituyen los despojos de los conventos. Hay tallas muy buenas de Cano y Be-rruguete y del guipuzcoano Arandia: algunos cuadros (no de los mejores) de Murillo, Ribera y Goya.
Al salir del Museo seguimos á un batallón que con música, cornetas y tambores iba á hacer el ejercicio: marchaban sus soldados con ese aire marcial propio de la infanteria española y que agrada en gran manera á D. Jaime. Recorrimos el magnífico y espacioso paseo del Campo Grande, que ha sufrido gran trasformacidn en estos últimos años, y, en donde, según la tra-
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Recorrimos la ciudad, donde tantas Cortes y autos de fé se han celebrado, y al llegar á la plaza del Ochavo, don Jaime, en cuanto le dije aquí murió don Alvaro, exclamo':
—Sí; y cuan admirablemente lo cuenta el Duque de T^ivas:
Mediada está la mañana; Y a el fatal momento l lega , Y D. A l v a r o de L i m a Sin turbarse oye la seña.
Rec ibe la Eucar i s t ía , Y en Dios la esperanza puesta, Sereno baja á la calle, Donde la escolta le espera.
Caba lga sobre su mula, Que adorna gua ldrapa negra , Y tan airoso cabalga , Cua l para batal la ó fiesta.
A r r i b a á la tr iste plaza, Que ha pocos días le v iera T a n ga lán en el torneo, Con ta l poder y opulencia.
A l pie del cadalso el reo, De la alta mula se apea;
dicidn, tuvo comienzo el drama que termino' con la prematura muerte de D. Fernando el emplazado.
— 68 -Fervoroso el P a d r e E s p i n a Con él sube y no le deja.
E l Condestable sereno E l pie al Crucifijo besa.
De hinojos en la almohada Se pone, el cuello presenta; E l religioso le gr i ta : «Dios te abre los brazos, vuela .»
E l hacha cae como un rayo, Sa l ta la ins igne cabeza. Se alza universa l gemido. Y tres campanadas suenan.
Que hubieran muerto, de haberlas-oído, al débil D. Juan II, fallecido al poco tiempo.
Tan universal fué, y en esta ocasión tan fundado, el gemido, que la memoria del valiente caballero, enterrado de limosna, fué rehabilitada: el Re}' de-Castilla cumplió' la penitencia que le impuso el Papa, y los restos mortales del vencedor de la Higueruela descansan, regiamente, en la Catedral Primada.
De otros dos validos, también desgraciados, conserva recuerdos Valiado-lid; del Duque de Lerma, y del Marqués de Siete Iglesias, aquel D. Rodrigo, el cual según el picaresco Villame-diana, en robar y en morir bien se pare-
. - 69 -cía al buen ladrón y cuya muerte tranquila, pero que al vulgo antojósele orgullosa, dio' origen á uno de nuestros refranes.
Díjome el Príncipe que quería asistir á la representación de la zarzuela La Verbena de la Paloma, que se verificaba aquella noche en el teatro de Lope de Vega. No me atreví yo á acompañarle, por temor ele que alguno me-conociera, lo cual hubiera comprometido quizá el éxito de la expedición, ni me parecía bien dejarle sólo. La llegada del inglés, de quien antes he hablado, resolvió esta dificultad: don Jaime fué al teatro en su compañía.
Aprovechando el momento en que fui yo á tomar los asientos para la función, el Príncipe dejó sólo al inglés y se marchó al Casino carlista. Era mala hora y sólo halló seis ú ocho socios, con quienes entabló conversación di-ciéndoles que él era carlista y se hallaba de paso en la ciudad: díjoles que había querido comprar El Correo Español, pero que no le había podido encontrar, y ellos le proporcionaron inmediatamente dos números. Invitados por el Príncipe, y entre grandes protes-
— 70 -tas de entusiasmo, bebieron todos á la salud del Rey. ¡Cuál será el asombro de aquellos excelentes carlistas, cuando sepan que el que en tan breves momentos supo cautivarlos y atraerlos á sí era el Augusto Hijo del que con tanto amor aclamaban! ¡Cuántos, en cambio, sentirán no haberse hallado en el Círculo ese día, 8 de Junio, y á aquella hora!
V
En Madrid—A la puerta del Palacio.
—¡De los toros!
ROSEGUIMOS nuestro viaje al inmediato día, y á las diez y media de la noche llegábamos , habiendo ido desde Valla
dolid en compañía de un ingeniero bilbaíno, cuya conversacio'n entretuvo mucho á Don Jaime. De la estación nos fuimos al Café Francés, muy modesto pero muy céntrico, pues está situado en la calle de la Victoria.
No vinimos á la Corte por la cono-
á Madri
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Estábamos en Madrid. Casi sin lavarnos ni sacudir el polvo del viaje salimos á dar una vuelta; tal era la impaciencia de S. A. por conocer la Corte. No considerando prudente el que anduviéramos juntos, nos separamos y caminábamos á cierta distancia el uno del otro, por temor á encontrarnos con personas que me conocie-
cicla línea de Avila, sino por la de Segovia, lo que nos permitid ver la restauración del magnífico alcázar. Colegio del Real Cuerpo de Artillería, plantel de caballeros, entre los que se cuentan excelentes católicos y verdaderos monárquicos. De ese Alcázar-Colegio, que recuerdos tan indelebles guarda de la Reina Católica, han salido ilustres defensores de nuestra causa. Entro en nuestro coche un oficial de Artillería, que tiene Academia preparatoria, y gracias á su bondad pudimos fijarnos en el monte d peña de la muerta, parte de la sierra cuya silueta parece un cadáver de mujer, cubierto con un velo.
Divisamos también torreones y restos de castillos; aquello fué frontera en nuestra gloriosa Reconquista.
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ran y me preguntaran por mi ilustre acompañante. Don Jaime ceno aquella noche en la Mallorquina, y poco después de las doce nos retiramos á descansar.
Al siguiente día, diez de Junio, Santa Margarita, oímos Misa en San Isidro, antiguo Colegio Imperial de Jesuítas, hoy Catedral. Al entrar en la Iglesia vi al Sr. Manterola; vidme también él, según luego supe, pero continué mi camino sin saludarle. Después de Misa nos dirigimos á la Plazuela de Oriente.
Don Jaime contemplo detenidamente el Palacio Real, admirando sus hermosas proporciones.
¡Cuántas ideas debieron cruzar por la imaginación del Príncipe en aquellos momentos!
Aquella fué la morada de sus Augustos Antecesores: allí debió El nacer; allí hubiera nacido, si su Padre hubiese querido aceptar la Corona con que la revolución triunfante quiso ceñir sus sienes. ¡Bendito sea Dios que apiadándose de España la dio un Príncipe que nada quiere aceptar del liberalismo; ni la Corona!
Entró Don Jaime en la plazuela de Armería y se dirigid al cuerpo de guardia. Estaba el Príncipe visible-
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Don Jaime tenía vivísimos deseos de presenciar una corrida de toros, y nos
mente emocionado: providencial fué que llegásemos á Madrid la víspera del Santo de aquella reina incomparable, Ángel ele la Caridad para todos, ángel de la guarda para sus hijos, en especial para su hijo que no cesaba de recordarla, y de sentirse animado pensando en Ella. Cuando nos acercamos al cuerpo de guardia, los oficiales se levantaron y nos recibieron con la mayor cortesía.—¿Podíamos ver la armería? pregunto' Don Jaime.—Ahí en frente dan las papeletas.—Ojié finos son y qué buen aspecto tienen, me dijo S. A. al bajar los escalones del cuerpo de guardia.
El empleado del Patrimonio Real nos dio' en seguida el permiso que solicitábamos. Atravesando la plaza llegamos á la Armería, pero no pudimos entrar: era ya tarde.
Tomamos en la Plaza de Oriente el tranvía que nos llevo' hasta la Fuente Cibeles. Después, á pie, recorrimos el Botánico, y al pasar por el Prado admiramos el suntuoso edificio que ha construido el Banco de España.
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dirigimos á la plaza después de ver la creciente animación que se iba notando por la calle de Alcalá. Considerando que pudiera comprometer á S. A. el que yo fuese en su compañía, pues fácilmente podría encontrarme en la plaza con personas conocidas, convinimos en que á la hora de terminarse la corrida yo le esperaría en un punto determinado, y entro sólo á ver los toros, marchándome yo á dar un paseo por el Retiro, que en aquellas horas estaba muy solitario.
Paseábame tranquilamente por aquellos hermosos jardines, cuando oí que me llamaban. Era el médico D. Fede-rido López de Ocariz, que de muy lejos me había conocido.
En mi invariable resolución de ocultar el verdadero motivo de mi presencia en Madrid, aun á las personas más adictas á la Causa carlista, como lo es el Sr. Ocariz, justifiqué como pude mi viaje, seguí paseando con él y visitamos juntos la Exposición de Filipinas.
El tiempo volaba y yo no encontraba medio de ir á esperar al Príncipe, al lugar de la cita. Por fin creí tener una idea salvadora y le dije:
—Tengo que ver á la hija de mi jardinero en el Sagrado Corazón.
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—Cabalmente, soy el médico de la Comunidad, me contesto', y acompañaré á V.
Fuimos juntos al Colegio, en la antigua casa del Marqués del Castelar, calle del Caballero de Gracia, pero las monjas tenían función de iglesia y hubimos de esperar un buen rato en el locutorio. Vino por fin la religiosa á quien había aludido, y después de saludarla con alguna precipitación, salimos á la calle. Yo me encontraba nervioso y en situación comprometida. ¿Qué habría hecho D. Jaime? ¿Habría sido reconocido?
No quería que mi cariñoso acompañante, supiera la casa en que nos hospedábamos, por lo que se me ocurrió dirigirme á la de mi administrador y diciendo al amigo Ocariz "esta es su casa de V.,„ me despedí y entré en el portal.
En cuanto dobló la esquina salí á toda prisa con dirección á nuestro alojamiento, suponiendo encontrar á D. Jaime. Eran las siete, hora en que todo Madrid se encuentra en la calle, por cuyo motivo, después de cruzar la calle Mayor, marché por detrás del Ministerio de la Gobernación. No bien puse los pies en la calle de Carretas vi que bajaba por ella un hijo de mi
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primo Gil Delgado. Di la vuelta y me encontré con el Marqués de Narros. No sé si éste me conoció, pero el primero seguramente que no. Cincuenta pasos más adelante oí que me llamaban: era el Sr. Manterola, el mismo á quien por la mañana encontré en la Iglesia de San Isidro. Expliqué mi presencia en la corte, en los mismos términos que á Ocariz, y pude llegar por fin á casa.
Don Jaime no estaba aún en ella, pero llego al poco rato.
La corrida le había gustado muchísimo, y fingiendo la tristeza que á todo español aficionado á toros produce la conclusion del espectáculo taurino, repetía:
De los toros... de los toros... En la plaza no vid á ningún cono
cido, pero á la vuelta vid pasar en carruaje á Elio Elío.
El día i 1 tomamos el tren que á las 8 y 57 minutos de la mañana parte para el Escorial, cu}ra visita merece también capítulo aparte.
El día 12, después de almorzar, nos dirigimos al Museo de Pinturas, donde estaba expuesto al público el cadáver del célebre Federico Madrazo. Escasa era la concurrencia, y con razón se lamentaba el portero al ver tan abando-
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nados los restos del artista, cuando pocos días antes se había tributado ruidosa ovación á los restos mortales de un torero. Dos discípulos del finado hacían guardia de honor al cadaA^er, y otro pintaba junto al catafalco.
Próximo al Museo de Pinturas se halla el de Artillería, que visitamos al salir del primero. No llevábamos papeleta, pero estaba abierta una puerta lateral, que es para servicio de los trabajadores; entramos por ella, y una vez dentro pudimos recorrer libremente todas las salas.
En este Museo vimos varias piezas de las que tuvo nuestro ejército durante la última guerra civil, y algunas también procedentes de la anterior de los siete años. Todo en él está ordenado con mucho gusto. Contiene, además de las armas, infinidad de banderas y objetos que pertenecieron á oficiales distinguidos del cuerpo de Artillería. Allí estuvieron los restos de Daoiz y Velarde héroes de nuestra independencia, hasta que se terminó el monumento del Dos de Mayo, en el cual fueron depositadas las cenizas de aquellos leales á su Dios, á su Patria y á su Rey.
Terminada la visita de los Museos, D. Jaime recorrió el paseo de Recolé-
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Del Museo nos fuimos á la Plaza de Oriente.
tos, el de la Castellana y el Hipódromo, viendo al paso los monumentos erigidos á Isabel la Católica y á Colon.
Al pasar por el Prado nos sentamos; á beber agua en uno de los puestos allí establecidos, y D. Jaime entablo conversación con un barquillero, que dijo ser entusiasta carlista.
A las cuatro nos dirigimos al Congreso é indiqué al Príncipe la entrada para la tribuna pública; y mediante un par de pesetas que dio al primero de los que aguardaban haciendo cola, pudo entrar S. A.
No era muy interesante la sesión no obstante permaneció en el Congreso hasta las siete.
Después de comer acompañé al Príncipe hasta la puerta del Teatro Moderno, donde asistid á la función.
El día 13 volvimos á visitar con más detención el Museo de pinturas, en el cual permanecimos hasta que se cerraron las puertas: es tanto lo que hay que admirar en aquellos salones, y es tan artista el corazón de D. Jaime, que no acertábamos á salir de ellos.
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( 1 ) Arqueología cristiana por D. Ramón Vinader
Al pasar junto al Palacio Real vimos unos caballos ensillados, y batidores esperando.
Bajo' S. A. del coche y averiguo' que la Regente iba á dar un paseo en carruaje.
Efectivamente, después de un buen rato de esperar vimos que salía la Serenísima Archiduquesa ex-carlista, en compañía de su Hijo y de las Infantas.
El Príncipe se coloco' muy cerca de su paso. Yo no me moví del coche y al contemplar aquel cuadro me decía á mí mismo: ¡Cuál sería el asombro de Doña Cristina si ahora pudiera reconocerle!
Don Jaime mostró deseos de sorprender al caballero Marqués de Ce-rralbo y nos dirigimos á su palacio; pero nos dijeron que estaba ausente el Marqués y que no volvería hasta las nueve y media de la noche, visto lo cual, dejé una tarjeta con el nombre de Tomás Ortiz, y nos dirigimos á la Iglesia greco-romana ( 1 76 1 ) (1) de San Francisco el Grande, que fué indicada para Catedral de la nueva Diócesis de Madrid-Alcalá, y que presenció una de las escenas más terribles
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6
de la iniquidad que se llama degüello de los frailes.
Magistralmente describe Suárez Bravo, en su Guerra sin cuartel, la del Colegio Imperial.
Aquel magnífico templo se halla restaurado con gran lujo.
Casi todas sus capillas, y la gran rotonda central, tienen las bóvedas pintadas y ricamente decoradas.
El resto de la tarde lo pasamos en el Prado y el Retiro, después de visitar en la Catedral la tumba de San Isidro, el humilde labrador, patrono de la Corte de las Españas, muy venerado por nuestros antiguos Reyes, algunos de los cuales hacían llevarse su cuerpo á la regia Cámara para que el Santo les devolviera la salud perdida.
Según algunos, el célebre Pastor de las Navas, á quien los genealogistas hacen tronco de la noble familia de los Cabezas de Vaca, Condes de Catres, Marqueses de Portago, fué el glorioso San Isidro, el devoto criado de los Vargas.
Este día fué S. A. á comer á For-nos, á pesar del temor que yo manifestaba de que allí pudiera ser conocido.
Afortunadamente no sucedió así.
— 82 -Dispuso D. Jaime que al siguiente
día saliéramos para Aranjuez, dando por terminada su visita á Madrid, sin que felizmente nos hubiera ocurrido contratiempo alguno.
VI
"El sepulcro y el trono aquí se juntan,,
fM INTES del medio día del once de Junio llegamos al Real Sitio de San Lorenzo. Una nu
be de cicerones hambrientos acometen á los viajeros al apearse en la estación del Escorial, en la línea de Madrid á Francia, d del Norte. Subirnos al Escorial de arriba, ó alto, en coche, mediante 50 céntimos de peseta, y nos dirigimos, claro está, sin pérdida de momento, á la octava maravilla.
Pedida la licencia que se exije, pero no se niega, visitamos la iglesia, algunos patios, la incomparable escalera
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( 1 ) Siendo tan querido, como lo es para mí, el ilustre apellido Valenzuela, y tan simpática la figura del Duende, de Palacio, Marqués de San Bartolomé de los Pinares, no he de pasar sin dedicarle un recuerdo, copiando algunas de sus conmovedoras endechas escritas en el puerto de Acapulco, cuando se embarcó para cumplir su destierro en Filipinas.
—Por grande me envidiaron—/ Que dictamen tan necio!— Como si el ser yo grande—Fuera hacer á los otros ?nas pequeños—
—El ser hombre me queda—Y en todo cuanto pierdo— Antes gano; pues logro—El que ninguno envidie lo que tengo—
—De todo cuanto pude—¡Que poco agora puedo!—-Que se deshace puonto—Poder fundado en el poder ajeno.—
Por lo que se ve, el rival del segundo D. Juan de Austria, era un verdadero poeta.
en cuya bóveda pinto Jordán una de sus mejores obras, la biblioteca y por fin el museo que contiene cuadros muy buenos. En la sacristía admiramos el magnífico de Claudio Coello que representa la procesio'n verificada al tiempo de colocar en aquel sitio la Santa Forma, profanada por los zuín-glianos, mandada por el Emperador Rodolfo en 1592 á Felipe II, y adorada solemnemente por Carlos II y su Corte, después de la prisio'n de D. Fernando Valenzuela. ( 1)
El cuadro que valía, según su autor, más que todos los de Jordán, está tasado en trece millones de reales: vale un capital. La Hostia, que solo se adora dos veces al año, los días de San
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Como nunca dejaba de encontrar ocasión oportuna para preguntar, con suma prudencia, la opinión política de las personas con quienes nos veíamos obligados á tratar, pudo convencerse de que hay en el Escorial muchos carlistas, entre ellos algunos, como el aragonés que cuida de la sacristía, muy decididos.
Sabido es que en el Monasterio hay una parte reservada para la Corte.
Miguel y San Simón j San Judas (29 de Septiembre y 28 de Octubre,) se conserva perfectamente, desde hace cuatrocientos años que se consagró: se halla colocada en una magnífica custodia de oro y pedrería.
Don Jaime estaba verdaderamente asombrado ante tanta grandeza.
Admiraba, como nunca, al Monarca insigne,
gloria del Trono, de la Iglesia brío temido en Viandes, respetado en Trent o, y recordando la humilde cueva de Covadonga, trazaba toda la gigantesca epopeya que tuvo su cuna en aquellas montañas y su solio espléndido en la Monarquía del hijo de aquel rayo de la guerra, Carlos V de feliz memoria.
— 86 — Las habitaciones están alhajadas, y hay en ellas preciosos tapices. La reina Isabel II iba con frecuencia á ocupar esas habitaciones, que hoy se hallan en completo abandono. Doña Cristina ha ido una sola vez al Escorial, pocos meses después de la muerte de D. Alfonso XII, y no ha vuelto á poner los pies en el Real Monasterio. Se comprende que la Regente no goce allí de grandes simpatías.
Después de haber visitado la iglesia, bajamos al panteón de los Reyes, donde descansan los restos de los cuatro primeros Carlos, de los Felipes II, III, y IV, de Luis I y de Fernando VII, á la derecha del altar; y á la izquierda, los de la Emperatriz Isabel, única mujer de Carlos I; de Doña Ana de Austria, cuarta de Felipe II; de Doña Margarita, única de Felipe III; de Doña Isabel de Borbón y de Doña Ana, primera y segunda de Felipe IV; de Doña María Luisa de Saboya, primera de Felipe V; de Doña María Amalia de Sajonia, única de Carlos III y de Doña María Luisa de Borbón, única de Carlos IV.
Fernando VI está enterrado en las Salesas Reales, Madrid: y Felipe V en San Ildefonso.
No quiero extenderme en descrip-
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No entre cimas fragosas se levanta Con otra dimensión la mole austera De esa magna B a s í l i c a famosa, Padrón de S. Quintín, g lor ia de Herrera . L a prodigiosa mano D e Sanzio, de J o r d á n y de Ticiaño Su fama dilató, y a l l í Fe l ipe , Desde el monte vecino, A la fábrica inmensa impulso daba,
Y a l Támesis y a l Sena amenazaba. Sus columnas, sus pórticos, sus muros, Sus vas tas ga ler ías anchurosas, E l sonante cimborio, y el tesoro De pintura inmortal que el cielo cubre Del ancha escala y ponderoso coro; E l soberbio panteón, el regio alcázar, Todo anuncia poder; mas no sus campos De frescas flores se verán vestidos, N i raudales sonoros con sus l infas E l suelo fecundar; marmórea nieve Sobre las agr i a s sierras, los silbidos De l hórrido huracán, que el cierzo ensaña, Y el címbalo zumbando en la montaña, Acompañan la pompa de los reyes E l cortesano fausto: parda sombra, Con regio cetro y púrpura adornada,
ciones detalladas, que no responden al objeto de esta narración, pero sí diré que S. A., cada vez más emocionado, no cesaba de repetir: ¡no creta yo que esto fuera tan grandioso!
Y recordamos aquellos hermosos versos del Duque de Frías:
— 88 -P o r los claustros monásticos discurre: Y en la lonja espaciosa un eco en tanto Con ronca voz resuena, A l descojerse de la noche el manto, Hasta que y a despuntan Los matices del alba, repitiendo: El sepulcro y el trono aquí se juntan.
D. Jaime se sentó en el coro, en la silla de Felipe IT, en la que dicen se hallaba sentado aquel gran monarca cuando recibió la noticia de la victoria de Lepante (i) Visitó las habitaciones de aquel gran Soberano, que con tanta verdad dijo al comenzar la obra del Escorial;" Bagamos un palacio para 'Dios y una. choza para el %ey. „
¡Qué contraste, en efecto, el que ofrecen
( i ) Esto no es cierto, pues el triunfo de Lepanto uno de los obtenidos por la Virgen del Rosario, precedió en catorce años á la inauguración del Escorial.
Lo que sí confirma la Historia es que el Rey no suspendió su rezo, cuando todo jadeante y como el que trae una buena nueva, se acercó á él su gentil-hombre D. Juan Manuel y le dijo: «Señor, aquí está el correo de D. Juan de Austria que trae la mteva de una gran victoria.» E l Monarca se limitó á hacer una seña al caballero para que aguardase y prosiguió su rezo.
Concluido éste y en cuanto se enteró de la noticia, indicó al Prior su deseo de que se festejase cantando un solemne Te Deum: himno que se repitió al siguiente día, en el que se verificaron Misa de Requiem y honras por Lodos los que habían sucumbido en el combate.
Traía además el correo del vencedor de Lepanto el estandarte real del turco. Fué esto en Octubre de 1 5 7 2 , y hasta la víspera de San Lorenzo de 1 5 8 6 , no se trasladó el Santísimo Sacramento de la Iglesia vieja á la principal, ni hasta después de ese día ocupó F e lipe II en el coro el asiento qne hoy nos enseñan.
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Antes de salir, y merced á preguntas que dirigid el Príncipe al lego agustino que nos acompañaba, supimos que éste era nabarro y carlista.
Bajamos por los jardines á lo que llaman la casa del Príncipe. Es un edificio del tiempo de Carlos III, cuyos techos son casi todos de estilo Pompe-yano. Llamaron la atención de Su Alteza las soberbias telas de seda, de fabricación española, que cubren sus paredes.
Gracias á los RR. PP. Agustinos se conserva hoy muy bien tan grandioso monumento.
Satisfecho en sumo grado quedó el Príncipe de su visita al Escorial.
Al regreso á Madrid, subieron al mismo departamento que nosotros un señor de aspecto distinguido y su hija: Cuando me fijé en él no pude menos de decirle: cómo se parece usted al desventurado Marqués de Sofraga, y me contesto: era primo mío.
Vinimos hablando con ellos todo el camino, por lo que supimos volvían
aquellas habitaciones blanqueadas con cal que ocupaba Felipe II, junto á la magnificencia del resto del monumento!
— 90 — de Avila, á donde habían ido al esquile de las merinas.
Aquel señor nos indico la finca que ha comprado Frascuelo, no lejos del Escorial; y como el célebre espada se hallaba en ella, á corta distancia del tren, D. Jaime le vio al pasar.
JL JL J. X X X X X X X X X X X X
T T T T 1 T T ! T T I T T T T
VII
Otro Sitio Real.-EI Cardenal Monescillo
—Córdoba
ALIMOS, pues, de la Corte el día 14 de Junio, en el tren de las once y cuarto de la maña
na, y llegamos al antiguo Aranzuel d Aranzueje, á la una y cinco minutos. Tuvimos de compañeros de viaje á dos oficiales de la Guardia Civil, de los cuales uno se quedo enValdemoro, y el otro continuo para Valencia.
La fonda en que nos hospedamos, por recomendación de uno de aque-
— 92 — líos oficiales, perteneció á Godoy (de triste memoria); hoy es propiedad de don Francisco de Asís, de la Infanta doña Isabel y de don Alfonso, y está á cargo del matador de toros Ángel Pastor y su hermano, quienes, según oímos, no tardarán en hacerse dueños de la finca.
Después de comer salimos á ver la casa del Labrador, construida por Carlos III y Carlos IV, y el palacio, cuyo cuerpo central perteneció á los caballeros de Santiago. Toledo y Herrera, los arquitectos del Escorial, trazaron los planos. La escalera es hermosa; pero no está decorada. Los jardines son magníficos, están bien cuidados y hay en ellos extraordinaria abundancia de flores. Cruza el Tajo por medio de los jardines, prestándoles gran frondosidad y abundante agua.
Los Reyes Católicos lo habitaron alguna vez, en su calidad de Grandes Maestres, y la protectora de Colón se complacía en la frondosidad de la isla, formada por el Tajo.
El Emperador destinó ya el sitio para caza, y su hijo dejó en él el sello de sus soberanas iniciativas, hasta el punto de que en la descripción general de España, hecha por su orden se citaba á Aranjuez como una de las CO-
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Desde la estación al pueblo, que está encaramado sobre un peñón muy escarpado, fuimos en coche, cruzando el Tajo por el célebre puente de Alcántara, viendo el Castillo
de San Servando ó Cervantes, donde si algo se hizo alguna vez,
nada al presente se hace, que recuerda el aciago día de la derrota de Badajoz, (23 de Octubre de 1086).
sas más memorables del mundo y donde más ingeniosas y artificiales cosas se hallan, mayor cantidad de granos, conejos, aves, etc.
Vimos el célebre mar de Ontígola, y paseamos por aquellos amenos jardines.
En la misma fonda en que parábamos se encontraba una hija de Sagas-ta. Nos dijeron que en el inmediato día esperaba la visita de su padre. Tuvo don Jaime gran empeño en quedarse y hablar con él, sin darse á conocer, por supuesto, pero no lo juzgaba yo prudente.
Accedió el Príncipe á mi deseo y salimos al día siguiente á las nueve de la mañana para Toledo, á donde llegamos á las once próximamente.
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Varias veces manifestó D. Jaime su vehemente deseo de saludar al Eminentísimo Sr. Cardenal Monescillo, gloria de la Iglesia, á quien profundamente quiere y respeta; pero no me atreví á acompañar al Príncipe.
¿Necesitaré decir la violencia que me hice? ¡Con cuánto gusto hubiese recordado aquella brillante campaña, en las Constituyentes, del elocuentísimo Obispo de Jaén! Tuve la honra de llamarme su compañero, cuando era y seré su discípulo. ¡Qué figura más gigantesca la del Primado de las Espa-ñas! ¡Cómo ha demostrado siempre,
El magnífico Hotel de Castilla, donde nos hospedamos, es indudablemente el mejor de cuantos habíamos encontrado en nuestra expedición, hasta aquella fecha. Construido de nueva planta por el Marqués de Castrillo, tiene un precioso patio de Renacimiento, artesonados por todas partes y un servicio esmeradísimo.
No es preciso decir que la Catedral nos pareció una maravilla. ¡Lástima grande que los siglos XVII y XVIII no respetaran ese soberbio monumento, una de las glorias de España!
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Visitamos la casa en que vivid Cervantes y el incomparable claustro de San Juan de los Reyes, cuya restauración está bastante adelantada y que
que no es de los que vienen del campo del miedo! ¡ C u a n bien conoce á la época presente y al doctrinarismo!
La insistencia de D. Jaime me hacía sufrir horriblemente... No quiero marcharme—decía S. A.—sin pedir la bendición al sabio Arzobispo á quien tanto debemos: oí hablar mucho de él, y con entusiasmo grandísimo, á mi Madre (q. s. g. h.j; mi Tadre sentirá que no me arrodille ante uno de los Trelados á quienes más admira.
Señor—me atreví á manifestar á S. A . — S u Eminencia está enfermo... si llega á saberse... cualquier disgusto.
El noble y generoso corazón de don Jaime lo comprendió todo, y se limito á decirme: Te aseguro que siento no tener la honra de conocer á un santo y á un sabio: á un verdadero apóstol.— ¿N^o permitirá T)ios, TsL. S., que le vea algún día? En él hubiera saludado á todo el virtuoso clero español: á la primera de nuestras clases sociales.
— 96 — en el orden ojival no tiene en España otro émulo que el de Oña.
Cuando el general Dupont entro en Toledo, destruyo el retablo de San Juan de los Reyes, (obra del tiempo de los Reyes Católicos), y al retirarse prendió fuego al claustro. El premio de tal hazaña lo recibid poco después en Bailen.
La restauración del Alcázar, que se quemo hace pocos años, se lleva con lentitud.
Los Cadetes de Infantería ocupan ahora el edificio, del que no vimos' sino la prevención; es hermoso, de muy buena época.
En compañía de un inglés, que se unid á nosotros en el Hotel de Castilla, vimos los monumentos antiguos, calles, fuerte y murallas morunas; después tomamos un coche y fuimos por la vega, pasando junte al Cristo de la Luz, á visitar la fábrica de armas blancas que goza de tan merecida fama.
Durante la visita vimos que recordaban perfectamente que en aquella fábrica se construyo la hoja de un sable que D. Carlos uso en la última campaña. Compro S. A. algunos mangos de sombrilla, para llevarlos como recuerdo á sus Augustas Hermanas.
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A las seis de la mañana del día 16 llegamos á Cordoba. No es malo el Hotel en que nos alojamos, en la Plaza del Gran Capitán, aunque muy inferior al de Toledo. Las condiciones en que hemos verificado todo nuestro viaje y la precipitación con que queríamos verlo todo, han sido causa de que, generalmente, nos entregáramos en manos del primer guía que se presentaba á ofrecernos sus servicios. El que en Cordoba nos deparo la suerte era un charlatán embustero que puso á prueba nuestra paciencia en más de
En el taller de repujados é incrustaciones hablé en bascuence con un obrero de Eibar, que está en Toledo desde hace diez y ocho años.
Desde la fábrica nos fuimos directamente á la estacio'n del ferrocarril á tomar el tren para Co'rdoba.
En Castillejo, que es donde empalma la línea de Aranjuez con la de Afa-drid á Andalucía, nos divertid mucho un viejo á quien Don Jaime dio primero limosna y después comida y vino. Si no tuviera á mi mujer ciega me iba con VV., repetía aquél pobre hombre al verse tan obsequiado.
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una ocasión. Así, por ejemplo, cuando por nuestra conversacio'n se dio cuenta de que éramos carlistas, nos contó que él también había tomado parte en la guerra.
—¿En qué batallón sirvió usted? le pregunto el Príncipe.
—En uno de alabeses y guipuzcoa-nos, al que me agregué después de haber estado varios días oculto en ^Burgos, contesto con la mayor serenidad.
—¿Se halló usted en alguna acción importante?
—En la de Somorrostro; allí murió Concha y bien cerca del punto que nosotros defendíamos; á un tiro de bala. (¡Milagro que no dijo haberle matado él mismo!)
—•¿'TJónde estaba usted al terminar la guerra? le pregunté yo entonces.
—Defendiendo á Estella, bajo las órdenes de Dorregaray; de allí me retiré á Urda.
Don Jaime y yo nos miramos y nos sonreímos al ver la tranquilidad con que aquel hombre contaba aquellas patrañas.
—Esto es del siglo XII, decía con la mayor gravedad, indicando un altar churrigueresco.
— 99 -La ciudad de Cordoba es uno de tan
tos museos como encierra Andalucía. En tiempos antiguos extendíase esta
poblacio'n considerablemente hacia el Oeste; aun se ven vestigios de sus primitivos muros.
Los romanos so'lo ocuparon la parte alta; los muros de la parte inferior fueron indudablemente construidos por árabes.
En el Alcázar viejo, por todas partes, se veían ruinas, pero no es ya fácil formar idea de la disposicio'n que tendría en tiempo de los romanos y árabes.
El Alcázar nuevo fué construido por el Rey don Alfonso XI y la torre llamada de la ÍKalmuerta, la costeó un caballero en castigo de la muerte injusta que dio á su mujer.
En el sitio que hoy ocupa la Catedral, uno de los monumentos más notables de España, edificaron los romanos un templo dedicado á Jano.
Créese que el templo de San Jorge, edificado por los godos, ocupó ese mismo solar.
El célebre Abderraman (que nació en Córdoba) fué quien después de haber conquistado gran parte de España designó á esta ciudad como capital de tan grande imperio y se propuso edi-
— 100 -Hear una mezquita que superara en grandeza y suntuosidad á cuantas existían, incluso la de Damasco.
Tiene este edificio 19 naves. Su planta es un cuadrilátero que mide ciento setenta y tantos metros de largo por más de ciento veinte de ancho.
Dícese que el muro exterior estaba flanqueado de 50 torreones. Está coronado de graciosas almenas triangulares.
Daban entrada á la mezquita 19 puertas. Un arco adintelado, contenido en otro arco árabe forma cada puerta.
En uno de los lados no queda ya ni un ajimez, y muchos faltan en el muro opuesto. ¡Lástima grande que este admirable monumento haya estado tan abandonado, pues es único en su clase!
Las 19 naves están sostenidas por un millar de columnas de preciosos jaspes: muchas de estas son evidentemente romanas.
Se entraba á la mezquita por un atrio en que desembocaban las 19 naves. ¡Qué efecto tan maravilloso debía hacer aquel bosque de columnas; aquellos arcos superpuestos, aquellas preciosas labores, al que entrando por la puerta principal lo abarcaba todo de un golpe de vista!
Todo este grande y suntuoso tem-
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Al salir de la mezquita vimos un monumento que llaman los cordobeses el Triunfo; fué erigido el siglo pasado, en honra del Arcángel San Rafael,
del arcángel dorado que corona de Córdoba la torre.
Según nuestro ilustrado cicerone (el que mató á Concha en Somorrostro) ese monumento es del siglo XIV.
Cuando San Fernando tomó á Córdoba fué destinada la mezquita para catedral, pero la obra que destruyó la unidad de aquel edificio no se ejecutó hasta el reinado del Emperador Car-
pío estaba destinado para colocar en él una capilla exquisitamente adornada en que se guardaba el Koran. Los preciosos mosaicos, de género bizantino, que cubren las paredes y bóve-das de este maravilloso oratorio, han estado cubiertos de yeso durante largos años. Hoy felizmente se van descubriendo. El Príncipe y 3 0 quedamos admirados al llegar á esta parte del templo. Algo se trabaja también en la restauración exterior de este singular monumento, pero con sobrada lentitud.
— 102 — los V. Cuentan que éste gran monarca se arrepintió' de haber accedido á las súplicas del cabildo, deso3 endo las protestas del ayuntamiento, que quería conservar intacto aquel monumento.
Otra de las cosas notables que vimos en Co'rdoba es la suntuosa escalera del edificio que ocupaban los PP. Jesuítas cuando Carlos III los expulso' de España.
Ahora, nos dijo nuestro lazarillo, voy á enseñar á Vds. un salon cual no le hay otro en España, un salón cual no le han visto nunca tan hermoso, que al contemplarlo exclamó Alfonso XII: ¡Quién pudiera llevarlo á Talado! Esta novena maravilla, era el salón de baile del Casino. Es, en verdad, una hermosa sala de elevado techo y no mal decorada, que tiene 50 metros de largo por 15 y medio de ancho.
Fatigados ya, pues había sido muy caluroso el día, regresamos al Hotel. Descansamos un rato sentados en las mecedoras del patio, comimos, y después de preparar nuestro equipaje, salimos á la plaza á esperar el tren que el inmediato día nos había de dejar en Sevilla.
Pronto llamó nuestra atención un
— 103 -anchuroso patio, muy iluminado, al que se entraba por una gran puerta. Quiso D. Jaime saber lo que allí pasaba, pues estaba el patio lleno de gente: entramos. Era una subasta de objetos de poco valor que servía de pretexto á los timadores para ejercer su honrada profesión. Pasmóse D. Jaime al ver que las autoridades consentían tamaño abuso. Durante la subasta uno de los compradores vendía incesantemente billetes de diez céntimos y anunciaba que iba á verificarse el sorteo en cuanto despachase un centenar de ellos. Al afortunado mortal que poseía el número premiado, se le daban cinco pesetas ó un objeto de igual valor. Como se ve, el negocio no tiene quiebras: ciento por ciento de ganancia para el banquero... y nunca falto quien tomara billetes. No pude menos de recordar aquella redondilla dialogada:
—TJígame V. y no mienta Los tontos que cria Dios. —Nacen al minuto ochenta Y mueren al año dos... Con que ajuste V. la cuenta.
A las doce partid el ómnibus para la estación; poco después llego el tren. Subimos á un departamento que estaba completamente vacío, y tuvimos la
— 104 —
Albergue de ruiseñores; (i) patria de guerreros como el Gran Capitán y Diego de León; de sabios como Averroes y Maimdnicles.de artistas como Céspedes; de poetas como Gdn-gora y Saavedra,
Jíquel cantor soberano De Mudarra el cordobés Y TJon Alvaro el indiano
la ciudad histórica de las ermitas que, á pesar de no ser ni sombra de lo que fué, es una de las poblaciones más interesantes de España.
( i ) E l Duque de Rivas, D. Enrique R. de Saavedra, Marqués de Auñón.
suerte de hacer todo el viaje sin compañía, solos.
Gratísima fué la mpresión que al Príncipe produjo la
Tierra feli%_, noble cuna T)e Séneca y de Tucano, Hermosa como ninguna, Y astro de gloria y fortuna Tara el muslim y el cristiano, Orgullo de ^Andalucía, Que, en arte, ciencia, poesía, Y en poder y en majestad A la opulenta 'Bagdad Lograra vencer un día. Del Betis rica sultana
VIII
Itálica famosa
mm illas seis y media de la mañana del 17 de Junio llegamos á la tierra de María Santísima,
á la patria de Murillo y de Velazquez, á la fidelísima ciudad de la madeja; entre el no y el do, blasones concedidos por el triste Rey de las Querellas, á la más popular de las capitales andaluzas, Hispalis ó Julia %omulea, edificada por Hércules, murada por Julio César, regida por San Hermenegildo y conquistada por el Rey Santo, con Garci Pérez de Vargas.
— 106 —
Entramos en la iglesia, y pocos momentos después vino á colocarse á cor-
Nos alojamos en el justamente reputado Hotel de Madrid, cuyos frescos y hermosos patios estaban muy concurridos, pues era sofocante el calor. Después de tomar un baño, nos dirigimos á oir misa en la iglesia más próxima.
En el camino hallé á un antiguo compañero, un pundonoroso oficial que, después de haber servido en el ejército carlista, se dejó cojer en las redes de los periodistas descontentos, y acaba de separarse de Nocedal, convencido de que su política no ha sido beneficiosa á la causa de Dios (porque ha dividido las fuerzas católicas), ni á la patria (porque merced á esa división han podido triunfar muchos corifeos del liberalismo.) Don Jaime, al saber quién era aquel que, sin vernos, había pasado junto á nosotros, quiso alcanzarle, hablar con él, y decirle que le habían engañado, que jamás quiso manchar su Augusto Padre el precioso depósito de las tradiciones patrias... Dio unos pasos en seguimiento de G... pero éste había desaparecido ya.
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Durante varias horas recorrimos calles y plazas, ora á pie, ora en coche, para tener una idea general de aquella hermosa población.
Una de las cosas que llamaron la
ta distancia del Príncipe una inglesa. Terminada la Misa, subió S. A. en
el primer tranvía que acertó á pasar y dio su primer paseo por Sevilla.
Al poco rato de ponernos en marcha vimos un grupo de gente que se agitaba en una calle angosta, poco distante del recorrido del tranvía.
Preguntamos cuál era la causa de aquella aglomeración y nos contestaron que un muchacho había matado pocos momentos antes á su suegra, había querido matar á su suegro, y por último, se había suicidado.
Quiso D, Jaime ver de cerca el lugar del crimen, y abandonando el coche, nos acercamos á la casa en que acababa de perpetrarse.
Los agentes de policía guardaban la puerta esperando al juez, que aun no había llegado, para instruir las primeras diligencias.
Nos retiramos de allí tristemente impresionados.
— 108 -atención del Príncipe fué el ver el sin número de tiendas en que se vendían retratos de el célebre espada el Espartero.
Jamás alcanzo' tal popularidad su tocajro, el de Logroño.
Tiene esto su explicación; pues aunque no soy yo entendido en la materia, según supimos allí, el Espartero es una de las glorias de la escuela taurina sevillana, eterna rival de la escuela cordobesa.
D. Jaime, que es muy aficionado á los toros, prestaba gran atencio'n á todas esas explicaciones.
Aquel día (17 de Junio) era insoportable el calor. Durmió' el Príncipe la siesta y nos dirigimos luego á la plaza de toros.
La plaza de Sevilla es indudablemente la más artística de cuantas existen en España.
Con nombre de novillos se lidiaron toros que dieron bastante juego, matando ocho ó diez caballos.
Un banderillero sufrió' una cogida que pudo ser grave; afortunadamente solo el traje del diestro quedo' agujereado.
Un torero gaditano, que mataba por primera vez, salió milagrosamente ile-
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El tiempo había refrescado bastante, y después de comer se paseo' largo rato D. Jaime por la celebrada calle de. las Sierpes.
El día inmediato lo dedicamos á ver más minuciosamente una parte de la población. La ciudad propiamente dicha, estaba rodeada de un muro de construcción romana que los moros modificaron y completaron en la épo-
so de un duelo á muerte que trabo' con uno de los toros.
Tuvieron que llamarle á la presidencia y reconvenirle para que otra vez no se expusiera tanto.
La señora inglesa de la mañana, se coloco' tambián al laclo del Príncipe, durante la lidia. Indudablemente ambos encuentros, que me alarmaron, eran casuales.
Cuando salimos de la plaza, los vendedores de perio'dicos anunciaban á voz en grito la cogida de Fuentes.
D. Jaime, que le había visto torear en Madrid, ocho días antes, leyó' con interés aquellos partes.
Felizmente, la cogida con ser muy grave, no tuvo las fatales consecuencias que se auguraban.
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La catedral de Sevilla, del siglo XVI, es uno de los edificios góticos más notables que existen en el mundo. Su elegancia, la gallardía de su torre, su grandiosidad, las incomparables riquezas que encierra, llenaron de admiración al Príncipe. El amabilísimo canónigo que nos servía de cicerone nos dijo que, temerosos los cristianos que cercaban á Sevilla, de que el Rey moro destruyera la Giralda antes de entregar la plaza, le hicieron saber que se cortarían tres cabezas de los sitiados por cada ladrillo de la torre que faltara.
ca de su dominación. Por la celebrada Puerta Real, antes de Hércules ó de Gales, entró en Sevilla su Santo Conquistador, el 21 de Noviembre de 1248.
Es célebre también, en su género, (y demuestran cuan errados están los que suponen que España fué bien administrada por los árabes) la puerta del Osario, en que un moro percibía un tributo por cada cadáver que sacaban á enterrar: hacíalo de cuenta propia, y con tal desvergüenza, que él mismo escribió en la pared un letrero que decía:—Esta es la ciudad de la confusión y mal gobierno.
— Ill —
Con estas frases pinto' Bermúdez el efecto que produce el aspecto exterior de la catedral. IsLo de otro modo que cuando se presenta en el mar un navio de alto bordo empavesado, cuyo palo mayor domina á los de mesaría, trinquete y bauprés, con armonioso grupo de velas, cuchillos, grímpolas, banderas y gallardetes, aparece la catedral de Sevilla, desde cierta distancia, enseñorean-do su alta torre y pomposo crucero á las demás naves y capillas, que la rodean con mil torrecillas, remates y chapiteles.
La importantísima obra, no ya de restauración sino de reconstrucción, que se está llevando á cabo hállase muy adelantada. Cerrada ya la nave central, que se hundid hace pocos años, no tardarán en desaparecer los andamiajes que ocultaban la elegancia de sus esbeltos ai-cos. No he de detenerme á enumerar los tesoros de arte que encierra este monumento. Consta de cinco altísimas naves; la del centro tiene ocho bóvedas además del cimborrio y de la Capilla Real. El número total de las capillas asciende á treinta y siete. La Capilla Real, donde se hallan los sepulcros del Rey Alfonso X y de la Reina Doña Beatriz, es de orden romano y plateresco.
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De la Catedral nos dirigimos á la antigua Cartuja, convertida hoy en fábrica de Loza. La visitamos detalladamente. Hay muchos platos, muchas
Entre los admirables cuadros de Murillo, de Cano, de Pacheco, de Valdés, etc., Hamo' la atencio'n de D. Jaime el San Antonio que robaron hace pocos años y fué hallado en América. Tiene un marco de gran relieve, sobre el cual, tapándose con la cortina que cubre el cuadro debió' ocultarse el ladrón.
En la Sacristía mayor hay un riquísimo relicario en que se hallan el lignum cruás que. según tradición, fué hallado en el sepulcro del gran Constantino; una Santa Espina, de la corona de Nuestro Señor, trozos de las vestiduras de la Santísima Virgen, los cuerpos de San Germán y San Florencio, la cabeza de San Leandro, huesos de San Sebastián, etc., etc. También están las Tablas Alfonsinas y las llaves que Axatof entregó á San Fernando. Guárdase asimismo, la célebre custodia de plata, fabricada en 1587 por Juan de Axpe, compuesta de cuatro cuerpos con 24 columnas cada una y de doce pies de altura.
— 113 —
El día 18 se retrato D. Jaime en casa de E. Beauchy, (Rioja 24), y el 19 lo dedicamos á ver el alcázar, la casa de Pilatos, y las ruinas de Itálica famosa.
En la fachada principal del alcázar hay una inscripción que dice—El mui alto é mui noble, é mui poderoso, é mui conqueridor 'Don Pedro por la gracia de 'Dios, cRey de Castiella el de Leon, mandó facer estos alcázares, é estos palacios, é estas portadas, que fué fecho en la era de mil cuatrocientos y dos. (1364)
Así dice la inscripción, pero no es cierto que Don Pedro mandase facer aquellos alcázares.
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tazas, muchos cacharros, pero, en general, ni carácter, ni originalidad. Nos disgusto ver á unos cuantos franceses pintando unas vidrieras. ¿Por qué no hay allí artistas y dibujantes españoles? ¿No se ha demostrado, hasta la evidencia, en Chicago, en París, en Londres y en Berlín que nuestros pintores están en primera línea, que son dignos sucesores de Murillo y de Velazquez, de Rosales y de Fortuny?
— 114 -Creo que el primitivo alcázar fué
construido durante el siglo XII por Abdalásis. Dos siglos después Don Pedro lo restauro', porque el santo conquistador de Sevilla so'lo mandó hacer las obras indispensables para habitarlo, cediendo las torres del Oro y de la Plata á los Infantes, el de Molina y Don Alonso, su hijo. En una de las torres del alcázar se enarboló el pendón de Castilla el día que capituló la gran ciudad. En tiempo del Emperador Carlos V, se hicieron también algunas obras de reparación en el histórico edificio, con motivo de las bodas que, en el suntuoso alcázar, iba á celebrar el Emperador.
Cuando se entra en este palacio por la puerta principal, se atraviesa un tránsito cubierto para llegar al Apeadero, dejando á la derecha el hermoso patio, vulgarmente conocido por el de Doña María de Padilla. En este patio está la Capilla Real del alcázar, con la advocación de San Clemente, que le dio San Fernando en memoria del día en que recibió las llaves de la Ciudad.
¡Con qué atención, con qué afán escuchaba don Jaime estos detalles!
El pórtico que lleva el nombre de Apeadero es hermoso y grandioso,
— 115 -pues no tendrá menos de 30 metros de largo y 10 d 12 de ancho.
A este portico se entra también por el patio de Banderas.
Entre los maravillosos y bien restaurados salones y patios de este soberbio monumento, llamo muy particularmente la atención del Príncipe la Sala de Embajadores, cuya media naranja es un verdadero portento; merecen especial mención las puertas de alerce, con hermosos embutidos é inscripciones.
Son también notables, aunque no grandes, los jardines del alcázar.
Se baja á ellos por un patio en que se encuentra el anchuroso estanque cuyas aguas se utilizan para el riego.
El primer jardín, llamado de las Damas, es un verdadero ramillete de flores; todas las paredes están cubiertas de naranjos y limoneros.
Bajando luego una escalinata, se pasa á la glorieta que da entrada á una bóveda donde estaban los baños: frente á los vasos se ve una cancela de hierro, que es la entrada del jardín grande.
Era el día muy caluroso, y al ver don Jaime tanta agua y tanto baño, pregunto si le sería lícito bañarse, á lo que se negó el portero que nos acom-
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Es notable la casa que llaman de Pilatos. Pero á nadie aconsejaré que la vea después de haber visitado el alcázar. Llámanla así, porque tiene las mismas dimensiones y el mismo reparto interior que el pretorio de Jerusalem
En la clave del arco de entrada hay dos bustos y dos escudos de armas y sobre ellos esta leyenda latina, cuyo recuerdo importa tanto hoy día: ISLisi TJominus aedijícaverit domum, in va-num laboraverunt qui aedejicant earn: sub umbra alarum tuarum protege nos. La fachada termina con un antepecho calado, de gusto go'tico y encima de la inscripcio'n copiada, otra con los nombres de los fundadores de la casa y el de su hijo D. Fadrique Enriquez de Ribera, primer Marqués de Tarifa, que mando' hacer la portada, á su vuelta de Tierra Santa en 1 52 1 , trayendo la medida de la distancia que anduvo Nuestro Señor Jesucristo con la cruz á cuestas y que fijo' desde la puerta déla Casa de Tilalos á la CruT^delCampo, junto á los Caños de Carmona.
paftaba, diciendo que no estaba en sus atribuciones acceder á los deseos del Príncipe.
— 117 —
De allí nos dirigimos á las ruinas de Itálica, Campos de Talca y Sevilla
En una de las salas hay un facsímile de la Sagrada Columna á que fué atado Nuestro Señor Jesucristo. Don Jaime hizo observar que esta columna es mayor que la que se venera en Roma, á lo cual contesto el guardián que á aquella le falta un pedazo. No tratamos de demostrarle lo contrario, pero sí recordamos á quien dicién-dole que la cabeza que mostraba como de un Santo, la enseñaban en otra parte aunque más pequeña, contesto:—• Aquella es de cuando era niño.
En el sitio que ocupaba San Pedro, cuando negd al Divino Maestro, hay un gallo incrustado en la pared. El guardián no nos dijo si es de las mismas dimensiones y raza que los que Pilatos criaba en su corral, pero es de suponer que así sea. Hay en el patio un par de estatuas traídas de las ruinas de Itálica como lo fueron las columnas que rodean la Catedral. La casa de Pilatos pertenece á los señores Duques de Medinaceli. En ella tienen establecida la administración central de las muchas lincas que poseen en aquel país.
— 118 — la Vieja, como la llama el vulgo, cerca de Santiponce, á una legua al NO. de Sevilla, pasado el Guadalquivir. El paseo resulto muy agradable, pues salimos de Sevilla a las siete menos cuarto, cuando ya no molestaba el sol, y llegamos al término de nuestra expedición poco antes de las ocho.
Cuentan que Itálica fué destruida por un terremoto en el siglo IV de nuestra era; pero observamos que la obra de destrucción fué sobradamente minuciosa para proceder de semejante origen.
Los terremotos debieron ser varios, y hasta el de 1755 se conservaban restos de algunos edificios, viéndose más que ahora de aquel despedazado anfiteatro de que nos habla Rodrigo Caro en su admirable Canción, atribuida á Rioja.
No contribuiría poco á la destrucción la marcha lenta del tiempo, que todo lo consume ó devora. Poéticamente la explica Pedro de Quirds en aquellos sus admirables versos. Tu morir fué deber; que si hoy vivieras,
cNji á tus hijos más triunfos les hallaras, CNJ. del mundo en el ámbito cupieras.
La caída de Itálica como de mayor altura, fué más ruidosa: cayo al peso de su gloria:
— 119 -las torres que desprecio al aire fueron á su gran pesadumbre se rindieron.
Sea de ello lo que quiera, los trabajos de exploracio'n de aquellas ruinas se van haciendo, aunque muy lentamente, pues la extracción y movimiento de tierras tienen que ejecutarse con especial cuidado.
En 1858 so'lo se veían algunos trozos de un muro, evidentemente romano, que según hoy se ha comprobado pertenecieron al circo o' anfiteatro que en su mayor parte, está ya. descubierto. Este anfiteatro es el tercero en importancia entre los circos romanos que se conocen. El primero es el Coliseo de Roma y el segundo el de Nimes. El centro, lugar donde luchaban los gladiadores, parte de las galerías inferiores y las cuevas en que encerraban las fieras, están despejados, pero ¿cuándo alumbrará el sol las calles y plazas de la extensa ciudad que indudablemente yace bajo los campos de trigo y olivares que rodean al Circo?
Con el dolor que produce toda grandeza caída, nos apartamos de aquellos
campos de soledad, mustio collado esperando que la piadosa mano de la Arqueología impida la profanacio'n completa de tan respetables
sombras de alto ejemplo,
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El día 20 visitamos el Museo. Está muy bien representada, como
es natural, la Escuela Sevillana. Hay 24 cuadros de Murillo, algu
nos de ellos magníficos. También de Ribera hay 10 0 1 2 lienzos; pero fuera de eso y de tal d cual estatua, lo demás vale poco. Sirve de Museo un antiguo convento, y en una de sus salas vimos un modelo del monumento que quiere consagrar Sevilla á la memoria de la Duquesa de Montpensier, en agradecimiento á una donación de terrenos.
La Academia de San Fernando no ha aprobado el proyecto; y no me extraña, pues no hallé armonía en sus proporciones.
Se compone de una columna excesivamente delgada, con relación á la base que la sustenta. La matrona, que en el monumento simboliza Sevilla en ademán de dar las gracias á la Infanta, está en actitud impropia.
denegridos huesos de gigantes medio insepultos, como llama un escritor inglés á esas venerandas ruinas.
Soldados de esta colonia romana dicen que dieron la guardia al Señor en el Calvario.
IX
Jerez, Cadiz y Málaga
lias nueve y media de la majuana del día 21 de Junio, salimos de Sevilla con dirección onde deseaba que el Príncipe
visitase una de aquellas famosas bodegas de tan universal renombre.
Al efecto fuimos á casa del señor U., á quien presenté á S. A. como hijo de un amigo mío. Mucho hubiera deseado don Jaime darse á conocer al señor U., pues sabía cuan importantes fueron los servicios que prestó á la
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Causa simbolizada por su Augusto Padre, durante la pasada guerra; pero no queriendo quebrantar su firme propósito de conservar el más riguroso incógnito, durante el viaje, ocultó quién era.
Deseábamos permanecer el menor tiempo posible en Jerez, lo que pudimos hacer gracias á la amabilidad y diligencia del señor U., que nos acompaño á una de las mejores bodegas, (la de González), y nos hizo catar los mejores vinos.
Es tal la magnitud de esta bodega que sus anchurosos cobertizos contienen de 20 á 30.000 barricas de vino.
Nos manifesto nuestro guía que la obra de fábrica de debajo de tierra no costaría menos de tres millones de reales.
Tienen vía para cargar las pipas, ascensor con máquina de vapor para llevarlas, toneleros instalados, etc., etc. Solamente la cantidad de vinos extra ó de primera calidad, que apenas se venden, y solo son el blasón de estas aristocráticas bodegas, representa un valor de bastantes millones.
Nos hicieron probar unos cuantos vinos deliciosos contenidos en pipas que llevan los nombres de Noé, Matu-salém, los doce Apóstoles, etc., etc.
— 123 -Salimos de Jerez el mismo día 21 , á
las 6 y media de la tarde y llegamos á Cadiz á las 7 y media.
El día era caluroso, así es que el viaje resulto' muy sofocante; sobre todo durante el trayecto de Sevilla á Jerez.
Hubiera querido el Príncipe hacer el viaje de noche para evitar el calor, pero la mala combinación de trenes nos impidió' llevar á cabo este pro-3?ecto.
Para colmo de desdichas, los viajeros que llegaron la víspera, en un trasatlántico que venía de América, habían ocupado las mejores habitaciones del Hotel de Francia. So'lo quedaban disponibles des o' tres cuartos del tercer piso, cuyas ventanas se abrían á un patio cubierto de cristal.— Yo me ahogaría esta noche si nos quedásemos aquí, dijo D. Jaime, al ver las habitaciones que nos ofrecían; vamos á otro Hotel.—Así lo hicimos. Desgraciadamente fuimos á parar á la Fonda de Cadix_, y pasamos, tanto el Príncipe como yo, una noche toledana, batallando con las chinches y los mosquitos.
El día 22 recorrimos la ciudad en todas direcciones, llamando la atencio'n de D. Jaime el ver calles enteras cuyas
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Nos levantamos á las cuatro, y partimos para Málaga en el tren de las cinco y media. El trayecto de Cadiz á Utrera lo hicimos completamente solos y dormidos. Una familia de Ecija, que venía también á Málaga, interrumpid nuestro sueño. No se sentía bien el Príncipe y me dolió que lo molestaran; pero no había remedio: los demás coches estaban ocupados.
A las seis de la tarde llegamos á la ciudad conquistada por el heroísmo del célebre Francisco Ramirez de Madrid, el Artillero, marido de doña Beatriz Galindo, La Latina. Nos alojamos en el Gran Hotel de Málaga, donde hallamos un portero guipuzcoano, muy amable por cierto.
casas tienen las fachadas pintadas de blanco y los balcones d ventanas de verde claro: esto alegra su aspecto á pesar de que, en general, son estrechas, largas y tan semejantes, que es fácil confundirlas.
No fué menos molesta que la primera la segunda noche que pasamos en Cadiz.
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Ai álaga es ciudad antiquísima, cuyo origen se remonta quizá á los fenicios; adquirid gran preponderancia bajo la dominación de los cartagineses: y los romanos, no solo respetaron su derecho municipal, sino que la -concedieron la distinción de ciudad federada. Poco después de la desastrosa batalla del Guaclalete, la ocuparon los árabes, y no fué recuperada por los cristianos hasta fines del siglo XV. (1)
( 1 ) Habiendo vestido el honroso uniforme del noble cuerpo de Artillería, séame permitido divulgar la
La noche del 23 de Junio, víspera de San Juan, es noche de gran animación en Málaga, como en todo el mundo cristiano. Enciéndense hogueras por todas partes, se iluminan las casas, tocan las músicas, vuelan por los aires los cohetes y se ven las calles inundadas de gente.
El barrio de San Juan, proximo á la fonda en que nos alojábamos, era uno de los más animados. Colocada la imagen del Santo en el atrio mismo de la iglesia, toco allí una música largo rato, mientras los vecinos veneraban á su Patrono.
— 126 — A pesar de lo animada que estaba
la población aquella noche, D. Jaime se retiro temprano. El dolor de estomago iba en aumento desde la fatal noche de Cadiz. Indiqué al Príncipe la conveniencia de que le viera un médico, pero se negd á ello diciendo que se cuidaría el inmediato día. En efecto, no se levanto de la cama el día 24 y
gloria de im artillero, copiando á un historiador inglés, Washington Irving.
«Ganando una posición después de otra llegaron cerca de la barrera de la ciudad, donde había un puente con cuatro arcos y en cada extremo una torre de mucha fuerza. Dióse orden de tomar este puente á Francisco Ramirez de Madrid, general de la artillería.
L a empresa era peligrosa y los aproches no podían hacerse sin exponer la hueste aun fuego destructor; por lo que mandó Ramirez abrir una mina, que se llevó hasta debajo de los cimientos de ln primera torre, donde colocó boca abajo y bien cargada una pieza de artillería, para volarla, cuando llegase el momento oportuno. Acercándose entonces al puente cuanto le fué posible, levantó un reducto, plantó en él aigunas lombardas, comenzó á combatir la torre. Contestaron los moros desde los adarves con un fuego vigoroso; pero estando en lo más recio del combate, puso Ramirez de Madrid fuego al cañón que estaba armado debajo de la torre, sepultando entre sus escombros á muchos de los moros que la defendían: huyeron los demás amedrentados de aquel inesperado sacudimiento y confundidos por un ardid de guerra, de que no tenían noticia alguna.»
E l piadoso Ramirez que resultó herido en la cabeza, atribuyó la victoria á San Nudo (Onofre) que se le apareció y á quien fundó un convento de trinitarios.
E l Rey Católico le armó caballero en la misma torre que ganó por combate, como escribe Pulg'ar.
Murió en 1 5 0 1 peleando por su Dios y por su Rey al ir á someter álos moriscos rebelados en Sierra Bermeja. De él descienden los Condesde Bornos y los Duques de Rivas.
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En la campiña de Málaga, el esmerado cultivo de las viñas que producen las mejores pasas del mundo, llamó mucho la atención del Príncipe. ¡Qué hermoso es esto! repetía. Poco á poco, al acercarnos á la sierra fué variando el paisaje; tras los cerros cubiertos de verdor, aparecieron las colinas llenas de olivares, más bien grises que verdes, luego imponentes masas de granito, cortadas de vez en cuando por arroyuelos de adelfa en flor.
se sometió á rigurosa dieta. El calor fué excesivo durante la mañana de ese día, pero afortunadamente llovió un poco por la tarde y refrescó.
Empezaba á alarmarme la indispo-de don Jaime, y hallándole más animado el 25, le propuse que saliéramos aquel mismo día para Granada. Así lo hicimos, pero antes, recorrimos en coche toda la población de Málaga y su precioso paseo del Palo, deteniéndonos á ver los grandiosos trabajos que se están haciendo en el Puerto, la Catedral, calle de Larios y demás edificios notables; almorzamos y salimos para Granada en el tren de la una y cuarto de la tarde.
— 128 — Ni el Príncipe ni yo podíamos apar
tar la vista de aquel precioso paisaje. Solos fuimos hasta Bobadilla, punto de empalme con la línea de Co'rdoba. Allí se unieron á nosotros dos ingleses, cuya ignorancia causo' verdadero asombro á don Jaime; habló S. A. con ellos de su reciente viaje á las Indias y llegó á comprender que casi ignoraban en qué parte del mundo se halla la gran colonia inglesa.
Un triste acontecimiento ocasionó cerca de dos horas de retraso. íbamos recorriendo el fértilísimo valle que se extiende frente á Marchena, cuando de repente se sintió una pequeña sacudida y el tren se detuvo. Como sucede en tales casos, todo el mundo se agolpó á las ventanillas á ver lo que ocurría. No lejos del vagón en que nos hallábamos yacía muerto un hombre, anciano ya. A corta distancia, y sobre la vía veíanse su sombrero y unas cuantas cebollas. La pareja de la guardia civil encargada de custodiar el tren interrogó al maquinista.—Se ha tirado á la via—contestó éste—sin darme tiempo de detener la máquina.—Nadie toque el cadáver—dijeron los guardias.
Al ver don Jaime á un sacerdote entre los viajeros que bajaban de los coches, acercóse á él y le dijo: Quizá
— 129 —
Al pasar por Antequera dedicamos un recuerdo al célebre Infante que la conquisto' y á quien más tarde los compromisarios de Caspe, en uno de los juicios más solemnes que registra la Historia, dieron la gran corona vacante por la muerte de D. Martín, en 1 4 1 0 .
No olvidamos, por supuesto, al batallador político que en estos últimos
no esté muerto aún; ruego á V. lo absuelva. El sacerdote se descubrió' y pronuncio las palabras sacramentales. ¡Quién sería aquel desventurado! Llamaron los guardias á algunos labradores, interrogaron á varios viajeros, nadie le conocía. Podíase colegir de la posicio'n del cuerpo que estaba rota la columna vertebral y rotos, también, los brazos. Entre los. viajeros nadie dio crédito á lo dicho por el maquinista; si hubiera querido suicidarse aquel pobre hombre, sobrado tiempo tenía para tenderse sobre la vía, en cuyo caso hu-biéranlo despedazado la máquina y los vagones.
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— 130 — años ha extendido el nombre de su ciudad natal que, constantemente, desde 1862, viene eligiéndole su representante en Cortes.
¿Quién no ha oído hablar del pollo antequerano, hoy Excmo. Sr. D. Francisco Romero y Robledo, segundo de Cánovas y émulo de D. Francisco Sil-vela?
—¿Será—dije á D. Jaime—el González Travo de la futura septembrina?
—TsLo eres el primero que me lo pregunta, se dignó contestarme S. A.: Y prosiguió: TSLo le conozco, pero según me dicen todos es simpático, y por lo que observo, es de los que están siempre en la brecha.
Más revolucionario que él—me permití añadir jo—fueron el ex-TJirector de "El Guirigay,, y su cuñado T). Cándido 'JsLocedal y sin embargo ambos se declararon carlistas después de la Te-volución.
—¿Yaquel letrero, escrito en el Ministerio de Hacienda?—preguntó el Príncipe.
—"SLi lo puso, ni lo pudo poner Tornero: no lo puso porque no estaba en Madrid entonces, sino en ^Andalucía, esperando á Serrano; no lo pudo poner porque jamás ha sido hom-
— 131 —
—¡Lojal—oímos que gritaban desde la estación en que paraba el tren.
fhLarvaexj—exclamo el Príncipe.— ¡Lástima!—añadid—que un soldado de tan buena sangre y de tan gran cor axon y de tanto carácter fuese revolucionario.
— Y sin embargo, los suyos, no le tienen por tal,—indiqué yo—y le odian. —Así paga el diablo...
Considéranlo, en efecto, como continuador de la política de resistencia, que personifican en Calomarde.
Carlos VII conserva en el Palacio de Loredan la magnífica espada que el Ayuntamiento de Madrid regalo al i . e r Duque de Valencia, cuando venció á la Revolución el año 48. A la muerte del General Narvaez adquiridla el Marqués de Heredia, el cual se la cedió á sus hijos, mis queridos amigos, los Condes de Doña-Marina. Estos se la ofrecieron al Rey, por conducto del General Cavero.
Si la espada pudiera hablar, seguramente diría que, siendo un símbolo y un emblema anti-revolucionario, nadie tiene más derecho para poseerla
bre de barricada ni de escribir en las paredes.
— 132 —
Al acercarnos á Granada, y antes de llegar á la estación de Atarfe, divisamos la histórica Santa Fe,
último Real contra el moro, y prueba esplendente de lo que puede la constancia y el entusiasmo por la causa de Dios.
La Santa Fe inicio la Reconquista y al concluirse esa gloriosa epopeya se levanto la ciudad de Santa Fe.
que el que ha escrito: Sabe la Revolución que Yo no puedo ser su Rey... Llamado á matar la Revolución en nuestra Patria, la mataré, bien ostente la ferocidad salvaje de la impiedad más desenfrenada, bien se oculte y envuelva en el manto hipócrita de simulada piedad.
X
La Virgen de las Angustias
JL llegar á Granada, D. Jaime ¡se hallaba muy desazonado.
jMolestábame, á mí, además, una fuerte jaqueca. Sin perder momento nos dirigimos al Hotel de 'Roma, situado en la Alhambra; este hotel es conocido, asimismo, con el nombre de Siete Suelos, que lleva una torre contigua á él.
Muy corto era el número de viajeros que se hospedaban allí aquel día,
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En la estación de Granada nos anunciaron la muerte del Presidente Car-not; por cierto que nos costó dar crédito á la noticia.
—Comprendo que los anarquistas odien de muerte á los T(eyes, Emperadores ó Gobiernos, que luchan por librar á sus Estados de esa terrible plaga,— decía D. Jaime,—pero no se concibe que se ensañen contra el Jefe de una República, en la cual se concede al socialismo, hermano carnal del anarquismo, los honores de uno de tantos partidos militantes.
por cuyo motivo nos atendieron inmediatamente y poco después pudimos acostarnos. En esta habitación estuvo la Emperatriz^ Eugenia—oí decir al que nos acompañaba:—en esta otra vivió Fortuny—añadió' poco después.
Bueno, bueno, mañana nos enteraremos—decía D. Jaime.
Mi jaqueca había tomado tales proporciones que yo no sabía ya por dónde andaba, contentándome con seguir, maquinalmente, al que marchaba por delante. Tal fué nuestra brillante entrada en la ciudad de Boabdil, en la poética Granada.
— 135 -
Merced á su posición elevada, á los arroyos cuyo constante murmullo mece á los huéspedes del Hotel y á los
Muy atinada me pareció esta observación, pero es lo cierto que los revolucionarios han seguido siempre esa táctica. ¿Quién d quiénes fueron los que acribillaron á balazos en la calle del Turco el coche en que iba el general Prim? ¿Quién llevo al patíbulo á casi todos los fautores de la sangrienta revolución del 93? Los amigos de la víspera. La frase de Gambetta—OU couper la queue—encierra una gran enseñanza para los que en épocas turbulentas halagan y enardecen las pasiones de la canalla que les sirve de escalera. Suben ellos, pero la escalera queda en pie y por ella aspiran á subir otros muchos.
Pero dejémonos de filosofías; estamos en Granada, en la ciudad del Da-rro y del Genil, y todo evoca recuerdos de épocas gloriosas, de grandes hazañas acometidas por ilustres guerreros y cantadas por nuestros mejores poetas...
¿Quién no ha oído hablar del poema de Zorrilla?
— 136 — bosquecillos que á uno y otro lado de la carretera trepan por el angosto valle hasta la torre de Siete Suelos, no se hace sentir alli el calor.
Mi jaqueca no me dejo' pensar en las angustias de Boabdil, ni en la poética ciudad que dormía á nuestros pies, bañada por la misteriosa claridad de la luna. En cuanto me acosté se apodero' de mí un sueño reparador.
Desgraciadamente no sucedió' lo mismo á mi querido Príncipe. No es cierto, como ha dicho algún perio'dico, que saliera yo, á altas horas de la noche, á buscar un médico. Sabía Su Alteza que la víspera había pasado una tarde muy angustiosa, y no me llamo' hasta la mañana siguiente, á pesar de lo molestadísimo que estuvo. Cuando le vi entrar en mi cuarto, pálido, descompuesto, quejándose de lo mucho que había padecido durante aquellas horas, dije al Príncipe que, teniendo que poner yo á cubierto una grandísima responsabilidad, le suplicaba me dejara ir, sin tardanza, á buscar un facultativo. Accedió' S. A. á mi deseo y me dirigí á la pro'xima casa de un amigo mío muy querido, don Antonio Pérez Herrasti, hermano del Conde de Antillo'n y de la Marquesa de Flores-Dávila.
— 137 — Eran poco más de las ocho de la
mañana. El portero que se asomo á la cancela del patio y á quien pregunté si podía ver á su amo, me contesto: Voy á ver si puede recibir á usted. Pero en aquel momento oí la voz de mi amigo y le llamé. Corrió á abrirme, manifestándome su asombro y alegría de verme en Granada.
—Escucha,—le dije, — luego hablaremos de otras cosas; por ahora lo que quiero es que me guies á casa de vuestro médico, porque tengo un compañero de viaje que se ha puesto enfermo.
Al oír estas palabras la mujer de mi amigo, doña Maravillas Barraute y Elío, á quien ocultaban las palmeras y flores del patio, exclamo:
— Ya sé yo quién es tu compañero. —¡Qué has de saberlo! —¿Quieres que te lo diga? —Si. Acercóse entonces, y en voz baja
pronunció: —TJon Jaime. —¿Qué motivos tienes para sospechar
semejante cosa?—la dije admirado. —Sabía el ardentísimo deseo de ver
á España que tenia S. A., y por otra parte ¿quién sino él podía decirte que lo acompañaras á Granada en esta época del año, dejando á toda tu familia?
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No se equivoco el médico; lo que D. Jaime tenía era una fuerte irritación, que empezó á ceder desde el momento en que, siguiendo las prescripciones facultativas, dejo de tomar bismuto, crema de bismuto, láudano, etc., etc., y se contento con beber agua
Después de este diálogo, tuve que confesar á aquellos excelentes amigos, probados católicos y legitimistas, que, efectivamente, el enfermo era D. Jaime, pero recomendándoles guardaran la mayor reserva. Llego enseguida el médico,—D. Enrique Pérez Andrés— que examino detenidamente al Príncipe, y dijo que mediante un par de días de régimen, sin necesidad de potingues, desaparecería la irritación que tanta moslestia le había causado. Observo rigurosa dieta todo aquel día y parte del inmediato. La medicación no pudo ser más sencilla, pues consistid en unos cuantos vasos de horchata de arroz.
Afortunadamente, el doctor dio de alta á S. A. al tercer día y empezamos á admirar las joyas de arte que encierra aquella encantadora ciudad.
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Libre ya de tan terrible preocupa-cio'n salí del Hotel, muy de mañana, dejando al Príncipe profundamente dormido, con ánimo de recorrer las inmediaciones de la Alhambra.
Los que nunca llegaron á la ciudad del Darro, se imaginan, que la Alhambra era so'lo un soberbio palacio, mo-
de arroz, en pequeñas dosis, pero á cortos intervalos.
Día y medio estuvo el Príncipe sin comer absolutamente nada; juzgo entonces el médico que S. A. podía empezar á tomar alimentos so'lidos y fué tan rápida la convalecencia que el i.° de Julio le dio' de alta.
No llego aquel á sospechar, ni remotamente, quién era el enfermo.
—¿Co'mo va, pollo?—decía todos los días al entrar en la habitacio'n de don Jaime.
—¿Es usted casado o' soltero?—pregunto' al Príncipe el primer día que le vio'.
Con toda mi alma di gracias á Dios y á Nuestra Señora de las Angustias, á quien encomendé las mías, porque el peligro de complicaciones había desaparecido.
— 140 -rada de aquellos poderosos reyes cuya expulsion costo tanta sangre cristiana; pero la Alhambra era más que un palacio, era, como la Alcazaba, un gran recinto fortificado y situado, como ella dentro de la ciudad.
El muro exterior de esta, flanqueado de mil torres, era sumamente extenso y tan sólidamente construido que aún se ven sus restos á larga distancia de la población.
Tenía la Alhambra varias puertas; la de las Granadas, que aún se conserva en buen estado, es la que conduce directamente al Hotel de Roma.
Me dirigí á lo alto de la colina para disfrutar el magnífico panorama de la vega, una de las más fértiles y hermosas de Andalucía. Toda ella está cubierta de viñas, moreras, olivos, naranjos y limoneros, y regada por una infinidad de fuentes y canales. En la parte culminante de la colina hay ahora una escuela. Es uno de los puntos de vista más admirables que conozco, desde allí parece la vega una inmensa alfombra que se extiende hasta las primeras estribaciones de Sierra Nevada. Esta celebrada sierra, la más elevada de la Península, recibe su nombre de las nieves y hielos que perpetuamente coronan sus cimas. Sierra
— 141 -Nevada es el abanico de Granada, Cuando el sol abrasa la llanura, sus brisas, perfumadas por las flores de la vega, convierten á la ciudad, y muy particularmente á la Alhambra, en un verdadero oasis.
Largo rato admiré aquel incomparable cuadro; luego, por un estrecho barranco, bajé á campo traviesa, para volver á subir á las torres Bermejas y al Hotel.
Hallé á D. Jaime muy animado y dispuesto á salir, por lo que poco después bajábamos ambos en coche á la poblacio'n y nuestra primera visita fué á la parroquia de las Angustias, situada en la carrera del Genil y en donde se venera á la Patrona de los granadinos.
Es un edificio gracioso con dos torres y de mucho gusto.
Son tantos los gloriosos recuerdos que traen á la memoria los preciosos monumentos que aún quedan en pie que no intentaré siquiera hacer de ellos una ligera reseña.
La Alhambra descuella entre todos, por su magnitud, por su elegancia, y por su estado de conservación.
Por la cuesta de Gómeles bajo' don Jaime á la playa de donde arranca el paseo del Darro, uno de los más fres-
- 142 -
( i ) E n nno de estos deliciosos Cármenes—quintas, casas de campo, fincas de recreo, torres, cigarrales 6 villas—tal vez en la mejor, los Mártires, propiedad del malogrado General nuestro Carlos Calderón (q. e. p. d.) se hospedó el gran Zorrilla cuando la fiesta de su coronación. Coronó al insigne poeta, el hijo de otro poeta no menos insigne, y poeta también él, el actual Duque de Rivas, enviado especialmente para ese objeto por la Augusta Señora que ocupa el Trono del Rey.
E n este Carmen, ó hacienda de Calderón, se conserva un cedro del Líbano, plantado por S. Juan de la Cruz.
cos y deliciosos de Granada. Sus concontornos ofrecen admirables perspectivas; allí están situados aquellos pintorescos Cármenes, cuyos jardines llegan hasta el río. ( i ) Su aspecto risueño contrasta, por cierto, con las severas torres de la Alhambra y los vetustos muros del recinto, que sirven de fondo al paisaje. A poca distancia está la encañada por donde sube el camino de los muertos. El Generalife y el Sacro-Monte decoran las dos colinas que se extienden á la mano izquierda de la encañada.
Recorrió el Príncipe la célebre plaza de Bib-Rambla, teatro de las justas y torneos de los caballeros musulmanes, zegríes y abencerrages, y fué á ver el monumento que Granada ha dedicado á Colón.
Muchos son los que se han elevado estos últimos años para perpetuar la gloria de aquel insigne marino, pero
— 143 —
Granada debía ser ciudad importante al empezar la era cristiana, puesto que la fundación de su silla episcopal remonta á la época en que los Apóstoles empezaron á predicar la doctrina del Evangelio. Por eso, sin duda, se llama apostólica su Iglesia.
La Catedral se empezó el 1 5 de Marzo de 1529; se inauguro, sin estar concluida el 17 de Agosto de 1570; se terminó en 1639.
Diego de Siloe, el restaurador de la arquitectura greco-romana en España, fué quien hizo los planos de este soberbio monumento y comenzó á levantarle, sucediéndole su discípulo Maeda y á éste Juan de Orea.
Hay en él magníficas pinturas de Casco, de Bocanegra y otros artistas
dudo que ninguno de ellos aventaje á éste en gracia y elegancia.
Situada en un precioso sillón gótico recibe la Reina de manos de Colón un plano que cae graciosamente desde sus rodillas, revasando el coronamiento del pedestal en que descansa el precioso grupo de bronce.
S. A. se detuvo largo rato á examinarlo y lo pondero muchísimo.
— 144 — andaluces, un grupo de la Caridad, obra del célebre escultor florentino Pedro Torrigiano y otras mil maravillas.
La Catedral tiene anejo otro templo, que llaman El Sagrario, construido en el sitio que ocupaba la gran mezquita de los moros; allí fué donde Hernán Pérez de Pulgar, el de las Hazañas, clavo con su daga el "Ave María. „
Aquel héroe está enterrado en un pasadizo obscuro que llaman capilla del Pulgar.
En el sitio que hoy ocupa este pa-pasadizo estaba la puerta de la mezquita.
Los sepulcros de los Reyes Católicos, D. Fernando y Doña Isabel, son otras de las maravillas que encierra la Catedral; aunque no tan notables, son también magníficos los sepulcros de Doña Juana y Don Felipe el Hermoso.
En la Iglesia de San Juan de Dios vimos el templete en que se conservan los restos de aquel gran Santo; por cierto que acababan de encontrarse doce preciosas estatuas, de plata repujada, que representan los doce apostóles y constituyen el adorno principal de la base sobre la cual descansa el templete.
Los frailes ocultaron estas estatuas
— 145 —
Pero volvamos á la Alhambra que es el monumento que más llamo' la atención del Príncipe. Cuentan que su construcción duró cien años.
La Alhambra debía presentar por fuera un carácter de fuerza y una apariencia guerrera; por dentro todo estaba ideado para el reposo, la molicie y el placer.
Don Jaime recorrió aquellos patios embalsamados, aquellos ligeros pórticos, cuvos calados arabescos descansan sobre preciosas columnas de mármol, y miraba después las altísimas murallas del recinto, guarnecidas de amenazadoras almenas y flanqueadas de formidables torres.
¡Qué contraste! ¡Cuan poco fiaban aquellos poderosos monarcas en el amor de sus pueblos! ¡Cuánta zozobra debían causarles las constantes revueltas que agitaban á la ciudad!
Bajó D. Jaime maravillado de lo 10
para librarlas del saqueo y no se sabía á punto fijo do'nde estaban. En esta misma Iglesia hay una de las obras más admirables de Alonso Cano; una cabeza de San Juan Bautista.
— 14G —
que había visto durante su visita á aquel encantado palacio.
¿No podríamos retratarnos en una de estas torres? pregunto' el Príncipe.
Eran las cinco y media de la tarde y acostumbrado á la pálida luz de nuestras montañas, contesté á Su Alteza que me parecía demasiado tarde; uno de los dos foto'grafos que constantemente trabajan en la Alhambra, se encargo' de probar lo contrario.
Aquella noche comic D. Jaime en casa de los señores de Pérez Herrasti y con ellos fué luego á un teatro de verano en que representaba una compañía de zarzuela, no del todo mala; por cierto que el Gobernador Civil vino á colocarse cabalmente frente al palco que ocupábamos y D. Jaime contestó al cortés saludo que el gobernador dirigió á los dueños del palco y á les que con ellos íbamos.
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X I
Otra vez en diligencia
L viaje de Bobadilla á Granada nos había dejado fatales recuerdos y como continuaba
siendo intenso el calor, la perspectiva del gran rodeo que habíamos de dar para ir á Valencia, retrocediendo hasta Bobadilla, era, en verdad, muy poco •agradable.
Afortunadamente supimos que todas las noches, de diez á once, salía una diligencia para Jaén, lo que causo gran satisfacción á D. Jaime.
— 148 — Avisamos que nos reservaran toda
la vaca, o' cupé, como allí le llaman, se coloco' sobre la dura vaqueta del asiento un mullido almohado'n y llego' á ser, casi confortable, el primitivo vehículo en que habíamos de viajar toda aquella noche y parte de la siguiente mañana.
Arranco' la diligencia, poco antes de las once con la inevitable gritería que acompaña siempre á ese solemne momento.
El delantero, mozo de 14 ó 1 5 años, corrió un instante, en marcha ya la diligencia, y con la destreza de un clown brinco' sobre uno de los caballos. Atravesamos varias de las antiguas y angostas calles de la ciudad, admirando la destreza con que el mayoral guiaba aquel rosario de mu-las y caballos que se alargaba, se recogía, se doblaba y se torcía como una serpiente.
Cuando entramos en la vega pudimos contemplar un hermoso cielo cubierto de estrellas; era una noche hermosísima.
Pero... en este mundo siempre hay algún per o, íbamos envueltos en densa nube de polvo.
— 149 -Bien pudiera decirse que el cupé es
la buhardilla de la diligencia; por eso se vé comunmente subida á aquel pequeño recinto multitud de víctimas que viajan económicamente, pero cuyo molimiento no les permite fijarse en las bellezas y encantos de los países que atraviesan. No fué así para nosotros. El Príncipe había tomado los cuatro asientos, y mano amiga habíase encargado de que estos fueran mullidos. En tales condiciones, el puesto que ocupamos era indudablemente el mejor del coche, ya porque podíamos menearnos sin molestar á nadie, ya por que la nube de polvo que rodeaba á la diligencia era menos densa en tan elevadas regiones.
Don Jaime trabo' conversación con el majwal en cuanto nos instalamos.
¿Cuándo ha llegado V. de Jaén? — Hace pocas horas—¡Cómo! ¿Hoy mismo?—Sí, señor; he salido de allí á las 10 de la mañana.—¡Entonces no ha descansado Ud! —Tres ó cuatro horas —¿Y el delantero?—Lo mismo—¿Pero mañana no viajarán Uds?—No, señor; emprenderemos el mismo viaje pasado mañana. Lo hacemos tres veces por semana.—Quiere Ud. un cigarro? —Mil gracias, lo fumaré después de cenar.—¿Cena Ud. en alguna venta ó
— 150 — pueblo del camino?—No, señor, aquí traigo mi cena.—Al decir esto señalaba un cesto colocado junto á las carteras en que llevaba la correspondencia de los pueblos del tránsito.
No tardo mucho en vaciar el referido cesto; fumo luego el cigarro que el Príncipe le había dado y empezó á cantar esas melodías árabes que los ecos de aquellas sierras enseñaron, sin duda, á los cristianos restauradores.
Era incomparable el cuadro y preciosa la escena. El recuerdo de aquella noche no se borrará fácilmente de la memoria del Príncipe. La vaga y pálida luz de la luna que alumbraba la extensa vega aumentaba, si cabe, su poesía. Solo los cantos plañideros de nuestro mayoral interrumpíanle rato en rato, el silencio en que dormían aquellos hermosos vergeles. Salimos al fin del privilegiado suelo en que, no sin razón, consideraron los sectarios de Mahoma como el cielo prometido-por su profeta, y subimos á la sierra que lo separa de la sartén de ^Andalucía, prosaico nombre con que han bautizado á la noble y antigua Jaén.
Eran las ocho de la mañana del día 3 de Julio cuando llegamos á esta ciudad. Por consejo del mayoral entramos en la Fonda Granadina, situada á
— 151 — corta distancia de la administració'n de diligencias.
Brillaba el sol en todo su esplendor, haciendo bueno el vulgar simil de la sartén... Era asfixiante el calor. Don Jaime, débil aún, dijo que le preparasen una cama y quiso reposar un rato: yo ansiaba ver la Catedral y me dirigí á lo alto de la ciudad donde tiene asiento aquella preciosa iglesia que está colocada entre dos plazas. Su planta exterior es rectangular, pues aunque la sacristía y sala capitular del costado izquierdo y el sagrario, que ocupa el lado derecho, forman dos cuerpos salientes, como los brazos de una cruz, corre de uno al otro lado un atrio cuya, anchura mide próximamente siete metros. Una preciosa verja, cortada por pilares que sostienen pinas y Harneros, rodea al atrio.
Son grandiosas las tres naves, de las que la central, que es de mayor latitud, tiene sus bóvedas sostenidas por elegantes pilares de orden corintio.
La primera bóveda de la nave es sencilla en su decoración, pero no así la segunda, que llamó mucho la atención del Príncipe, cuando, poco después, visitó el templo.
Hay en ella cuatro magníficos relieves que representan los evangelistas;
- 152 -en otros se ven ángeles con diferentes instrumentos de música y en el centro una preciosa Virgen de la Asuncion.
La nave principal está cortada por el coro, defecto que se observa en casi todas nuestras catedrales y que las priva de grandiosidad.
Cuando vo lv ía la Fonda Granadina, el Príncipe me dijo:—Vamonos en seguida: hay aquí chinches á montones; me ha sido imposible descansar.—Más felices fuimos en la Madrileña. Las camas eran limpias y la comida no mala.
Aplacadas las iras con que el ardiente Febo martiriza á los de Jaén, salimos á recorrer la ciudad. Poco hay qué ver en ella fuera del hermoso templo que ligeramente he descrito.
Allá, en lo alto del cerro, en cuya ladera se desparraman los restos de la antigua corte de Omar, quedan un muro almenado y unos cuantos torreones, último vestigio de la dominación agarena.
En la Catedral de Jaén se guarda uno de los pliegues del paño con que la Veronica enjugo' el rostro del Señor al subir la calle de la Amargura. El Santo Rostro está colocado en el altar de la capilla mayor. Las formalidades que se exigen para verlo son grandí-
- 153 —
Jaén es ciudad antiquísima, cuja. fundación se pierde en la noche de los tiempos.
Don Jaime la examinaba con especial interés, pues sabía la importancia que, como plaza fuerte, tuvo en la antigüedad.
Durante la dominación cartaginesa didse, frente á sus muros, una reñida batalla en que los dos hermanos Esci-piones quedaron vencedores, no atreviéndose, sin embargo, á sitiar la plaza, que quedo en poder de sus enemigos. No fué menor la importancia de
simas. En este caso es rigurosamente cierto lo de estar encerrado bajo siete llaves.—Así está, en efecto, la Santa Faz, cuya imagen, sostenida por dos ángeles, se ve pintada en la puerta que cierra el relicario que la contiene. Sobre éste, en el intercolumnio central, hay una Virgen llamada La Antigua, que, según tradición, perteneció á San Fernando. El católico hijo de Doña Berenguela la llevaba en las gloriosas expediciones en que tantos laureles conquisto, haciendo que el estandarte de la Cruz se paseara victorioso por gran parte de Andalucía.
— 154 —
Fuera de la Catedral poco hay ya que admirar. Dispuso, por lo tanto, D. Jaime que aquella misma tarde saliéramos con dirección á Valencia.
Jaén durante la dominación de los árabes. Sus minas de plata, su fértilísimo suelo, eran codiciados por todos. Varias veces vino San Fernando á atacar á la plaza desde el año 1226hasta el de 1243 en que la tomó. Por cierto que las circunstancias que mediaron cuando su rendición, son dignas de ser conocidas y no pudieron menos de exaltar la imaginación de nuestro Príncipe, al oir su relato. Cuando el emir de Jaén supo que el Santo Rey que cercaba la ciudad había jurado no retirarse hasta tomarla, previendo su derrota tomo un partido extrañísimo. Acudió á solas á los reales del Rey de Castilla, se hizo acompañar á su tienda y allí le hizo entrega de su persona y de sus Estados. Maravillado San Fernando y no queriendo que el rey moro le sobrepujara en confianza y generosidad, le abrazo, le apellido su amigo, dejándole gobernar sus Estados como antes; sólo exigió del emir el pago anual de un pequeño tributo.
— 155 —
Por la línea de Puente Genil á Linares, sección de Jaén á Espeluy, llegamos á este punto, donde tomamos el tren que, atravesando la Mancha por Múdela, Valdepeñas, Amanzanares y Ar-gamasilla nos llevó á Alcázar de San Juan que pretende ser patria del manco sano, del inmortal autor del Quijote.
De aquí por Albacete penetramos en
Si la estación del ferrocarril hubiera existido cuando el estandarte de Omar flotaba sobre los muros de la antigua Auringia, no hubiera vacilado en afirmar que desde aquella época nadie había barrido la carretera que á ella conduce. Allí se ahoga uno, porque se come, se bebe, se masca, se traga un mar de asfixiante polvo. Del paisaje no hay que hablar, porque para contemplarlo sería preciso abrir los ojos y no cometimos tamaña temeridad.
En fin, al cabo de un rato, muy parecido á los que deben pasar las caravanas cuando el simoum las sorprende en el desierto, oímos una voz que decía:—Ya estamos.—En efecto, paro' el coche y salto' precipitadamente S. A. y tras el Príncipe, con gran contentamiento, entré en la estacio'n.
— 156 —
( i ) Liñán y Eguizábal—Biografía de D. José E u g e nio de Eguizábal, en su obra «Legislación sobre la Prensa».
el antiguo reino de Valencia, deseando saludar á la mejor conquista del valeroso En Jaume, "la de los bosques de naranjos y palmeras; la de los prados de arrozales; la de lindísimas mujeres; la de temperatura del Paraíso, el Milagro de la naturaleza, los Campos Elíseos, al decir de Mariana; esa noble y hermosa ciudad á quien suavemente baña el Mediterráneo, acercándose á ella con timidez, como avergonzado de mirar tanta grandeza.,, ( i)
XII
El ¡Milagro de la naturaleza
Un buen Artillero
De Valencia a Barcelona
l lNGÚN incidente digno de notarse ocurrió hasta Valen-¡cia, cuya huerta no cesaba de
admirar Don Jaime. ¡Qué terreno tan feraz! ¡Qué variedad de producciones! ¡Qué cultivo tan esmerado! ¡Qué sendas tan lindas dividen aquellas huertas! A un lado, y tal vez á ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de aquellas acequias que van repartiendo fertilidad y ri-
— 158 —
Reinaba gran animación en el camino que conduce de Valencia al Grao á la hora en que regresamos. El calor había sido sofocante aquel día y una nube de bañistas, mezclados con los trabajadores del puerto, asaltaban los tranvías de vapor y de sangre que incesantemente recorren el camino que separa el mar de la ciudad. A uno y
queza están cubiertas de hierbas olorosas y de flores de mil clases. No se aparto' Don Jaime de la ventanilla hasta que llegamos á Valencia.
Pro'xima á la estacio'n está la Fonda de Europa, que un viajante nos había recomendado; allí nos dirigimos. El aspecto de las habitaciones que nos designaron no sedujo al Príncipe, pero nos quedamos. Después de sacudir el polvo del camino, salimos á recorrer la población. Eran las cinco y media de la tarde, en que multitud de coches y tranvías de todas especies, se dirigían al Grao.
—Vamos á subir á uno de estos coches—me dijo Don Jaime—y encaramados en lo alto de uno de aquellos vehículos fuimos al puerto. Cuando regresamos era ya de noche.
- 159 — otro lado de la carretera están construyéndose una porción de edificios, y no tardando se verá convertido aquel camino en extenso boulevard.
Sorprendió á Don Jaime el gran número de carruajes particulares, lujosos algunos de ellos, que iban serpeteando entre carros y tranvías. A la llegada nos apeamos en la plaza, donde los valencianos, agradecidos, han colocado la estatua de don Jaime el Conquistador para perpetuar la memoria del que arrojo de sus muros á los sectarios de Mahoma. Es una hermosa estatua ecuestre, de bronce.
Pasando por esta misma plaza al día siguiente, el general Reyero, ó yo, no recuerdo cuál de los dos, digimos al Príncipe:
—Veremos donde se coloca más adelante la estatua de Jaime Primero de España.
A lo que contestó S. A-, como lo hacía siempre que se tocaba estepunto.
—Hoy por hoy no tengo que pensar más que en ser el primer subdito de mi padre.
Esta frase, que le oí repetir muchas veces durante el viaje, tiene su razón de ser. El Príncipe sabe que un grupo de descontentos soñó un día en prescindir de los derechos indiscutibles de
— 160 —
El conductor del tranvía dijo á Don Jaime que el Círculo carlista estaba en la calle del Mar, á corta distancia de la plaza en que nos hallábamos.
—Vamos al Círculo, me dijo S. A., á estas horas no habrá nadie y podremos verlo sin temor de ser reconocidos.
Pocos momentos después se detuvo Don Jaime frente á un portalo'nen que había tomado asiento un vendedor de perio'dicos; compró algunos diarios carlistas y preguntó dónde estaba el Círculo.
—Aquí, contestó el vendedor, que sin duda es á la vez portero de la casa.
su Augusto Padre, transmitiéndolos á él, porque así convenía á sus rencores. Tal sueño, que germino' en cerebros apasionados y calenturientos, so'lo duro' un día: el noble desdén con que el agraciado acogiera esa idea les hizo comprender que, una vez más, habían errado el camino. Sirva esto de con-testacio'n alas maliciosas insinuaciones de la prensa liberal y de otra que, sin serlo, ha desfigurado tantas veces los hechos.
— 161 —
—Hace poco que nos hemos instalado aquí, dijo entonces nuestro guía: el local anterior era muy insuficiente porque el número de socios ha aumen-todo rápidamente.
—¿Cuántos son ustedes?—pregunto el Príncipe!
—Mil trescientos. Aquí se celebran las veladas—añadid introduciéndonos en un espacioso salón bien decorado. Es grande, como ven ustedes, pero no se coje en él los días de fiesta.
En el fondo del salón, bajo rico dosel, y cubierto con una cortina, está colocado un retrato del Rey. La cortina sólo se descubre en las grandes solemnidades, y es de reglamento que todos se descubran cuando aparece la efigie del Señor.
í i
—¿Podríamos verlo?—añadid S. A. Un socio que bajaba en aquel mo
mento y oyd la pregunta, se acerco á nosotros, diciendo con la mayor amabilidad:
— Y o se lo enseñaré á ustedes. Dimos las gracias al desconocido
cicerone y en pos de él subimos la espaciosa escalera que conduce al Círculo.
- 162 -
Al acercarnos á la puerta por donde habíamos entrado, cuando ya creía yo que todo riesgo de que nos reconocieran había desaparecido, nuestro acompañante abrió una puerta diciendo:
—En esta habitación se sirven el café y los refrescos.
Allí, debajo de mi propio retrato por cierto, (pero un retrato que por lo antiguo tampoco podía comprometer nuestro incógnito), había un grupo de ocho ó diez socios. Al verlos, quise quedarme fuera, pero nuestro mentor
En el Círculo de Valencia, como en todos los que visito' Don Jaime, hay un hermoso retrato deS. S. Leo'n XIII .
—Aquí está nuestro Príncipe, continuo diciendo el amable socio, y al decirlo señalaba un cuadro que representaba á Don Jaime, casi niño. Su Alteza me miró y se sonrió. Detrás de ese retrato escribió unas frases, el día siguiente, cuando volvimos al Círculo con el general Reyero.
—En esta habitación se juega al tresillo: en esta, por ser la más retirada, se suelen reunir los señores Sacerdotes; aquí está el gabinete de lectura.
- 163 —
Don Jaime sabía que Reyero fué uno de los generales más distinguidos del ejército carlista y comprendí la satisfacción que le causaba el conocerlo.
Muy poco tardo Reyero en bajar y echarse á mi cuello.
—¿Usted aquí? ¿Cuándo ha venido? ¡Qué satisfacción tengo en verlo! ¿Donde se dirige usted?
Al hacerme estas preguntas advirtió que no estaba yo solo; el Príncipe, junto á una de las jambas de la puerta, le miraba atentamente.
Reyero se volvió hacia mí: un vago
insistió en que entrara y no tuve más remedio que entrar.
Permanecimos allí un momento, y después de haber dado las gracias á nuestro acompañante, bajamos la escalera. Tras de nosotros bajo precipitadamente un joven, que, dirigiéndose á mí, dijo:
—Dispense usted, el general Reyero ha creído conocerlo.—¿No es usted Don Tirso de Olazabal?
—Diga usted al general que baje, contesté: pensando en mi interior: no desmiente mi leal amigo que es un buen artillero.
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—Vamos á comer hoy en un buen Hotel, dijo entonces Don Jaime: el temor de ser reconocidos, añadió, nos lleva siempre á fondas de segundo ó tercer orden.
—Muy cerca de aquí, dijo Reyero al Príncipe, está uno de los mejores hoteles de Valencia. ¿No teme Vuestra Alteza que hallemos en él alguna persona conocida?
—No, además es ya muy tarde.
presentimiento cruzo' sin duda por su imaginacio'n.
—¿Quién es?—me decía su mirada. —Jure usted guardar la más com
pleta reserva sobre lo que le voy á decir,—repliqué yo entonces.
Estas palabras acabaron de descorrer el velo.
—Sabe usted que S. A. puede contar con mi más absoluta discreción.
—¡Cuánto me cuesta algunas veces guardar este riguroso incógnito que las circunstancias me imponen!—dijo el Príncipe á Reyero. Hoy, por fin, tengo la satisfacción de hablar contigo.
La conversación duró hasta las nueve.
— 165 —
Después de comer, S. A. entro un rato en un teatro de verano á oir can-
—Pues aquí está el Hotel de París, al que me refería.
Don Jaime dio cita al general Reyero para la mañana siguiente, abrid la puerta del comedor que está situado á piso llano, y entro.
Apenas entré siguiendo á Don Jaime, cuando fui reconocido por mi cuñada la Marquesa de Orovio, y su hijo que pocos momentos antes habían entrado.
—Siéntate. Comerás con nosotros. Como me alegro de verte. ¿Cuándo has llegado?
—Ayer, contesté, pero es el caso que no puedo dejar sola á una persona que viene conmigo.
—¿Almorzarás mañana aquí? — Sí; entonces hablaremos. Despedíme de ella con ánimos de
no volver á verla, pues la más pequeña indiscreción nos podía costar muy cara.
Al acercarme á Don Jaime, le conté lo ocurrido. Hablo más francés el Príncipe aquella noche que durante todo el resto del viaje.
— 166 lar una zarzuela. Cuando nos retirábamos, vimos, un tristísimo cuadro que impresiono' dolorosamente al Príncipe: dos niños, de ocho á diez años, abrazados y tumbados sobre las frias losas de la acera, dormían con las cabecitas recostadas en dos piedras.
—¿Qué hacen aquí estos niños? pregunto' don Jaime al mozo de un café situado á cortísima distancia.
—Están descansando un rato para continuar su correría.
—¿En qué se ocupan? —En recoger colillas de cigarro; es
industria que ejercen una porción de rapazuelos.
—-Pero ¿no tienen casa, ni padres que cuiden de ellos?
—No, señor, prefieren esta vida en que, á costa de privaciones, cuando no de hambre y frío, gozan de libertad, á la sujeción del Hospicio.
Despertamos á aquellos infelices niños y hablamos un rato con ellos.
Los informes del mozo eran exactos; pero vio S. A. con agradable sorpresa que aquellas pobres criaturas contestaron bastante bien á algunas preguntas del Catecismo que les hizo.
S. A. les dio algunos consejos y limosna, partiendo ellos alegres y contentos á caza de las codiciadas colillas...
— 167 —
El día siguiente, 3 de Julio, vino el general Reyero á las nueve de la mañana y se constituyo en verdadero é inteligente cicerone de S. A. Al ver al Príncipe tan bien acompañado no pude menos de recordar al farsante que en Córdoba nos contaba sus hazañas y la muerte del general Concha en Somo-rrostro, cerquita de él.
El edificio que más gusto al Príncipe, entre las muchas cosas notables que vid aquel día, fué indudablemente la Lonja, c^ra restauración está muy adelantada. Pertenece este monumento al orden gótico, y está situado en el lugar que ocupaba, durante la dominación de los árabes, un grandioso palacio que se construyo' en el reinado de x\lhaken y que servía, al mismo tiempo, de ornato y de defensa á
Don Jaime los siguió' con la vista hasta que desaparecieron en la oscuridad de la noche.
—¡Hoy abandonan estos Gobiernos á esos pobres seres, y pretenderán mañana encontrar en ellos unos honrados ciudadanos!
Tal fué el tema de nuestra conversación hasta que llegamos al Hotel.
— 168 —
Tienen los valencianos gran devoción á Nuestra Señora de los Desamparados, por cuya intercesión han obtenido singulares favores. El beato Juan Gilaberto Jofué, según una respetabilísima tradición, fué quien con objeto de asistir á los dementes, fundó en 1409 un hospital y una cofradía, cuyos socios rogaron al P. Jofué les proporcionase una imagen de la Santísima Virgen. Practicó el Padre algunas infructuosas diligencias para adquirirla, más al fin les manifestó que habían llegado tres estatuarios que se disponían á hacerlo.
Pidieron los artistas el sitio llamado la Ermita para que les sirviera de estudio y suplicaron se les dejase solos, llevándoles la comida y los materia-
esta parte de la ciudad. Conquistada Valencia por el Cid, abandonada por su esposa Doña Gimena, reconquistada por el rey de Castilla Don Alonso VI , volvió' á caer bajo la dominación de los moros hasta que Don Jaime el Conquistador, cuya estatua se ve en una de las mejores plazas de la ciudad, la libró para siempre del afrentoso yugo de los agarenos.
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Cuando salimos á la calle, vi que Reyero hablaba con un señor que no reconocí, pero acercándose entonces el general, me dijo:
—Desde antes de la revolución no había visto á usted: es el señor Vaides.— Acercóse mi antiguo amigo y juntos nos dirigimos hacia el Palacio de la Audiencia. Don Jaime iba un poco más atrás con Reyero.
•—-Lo he reconocido á V. inmediatamente, me dijo, y por cierto que fijándome luego en el muchacho que está con usted, pensaba: ¡Como se pa-
les necesarios. Así lo dispuso el P. Jo-fué, que personalmente quiso servirlos, pero cuál fué su asombro cuando al entrar en la ermita, el cuarto día, encontró la Santa Imagen concluida. Los tres misteriosos artistas habían desaparecido. Los cofrades, embelesados al contemplar aquella hermosa efigie, no vacilaron en publicar que era milagroso el suceso y ángeles los peregrinos artistas. La capilla en que actualmente está colocada, y en que oro el Príncipe un rato, se construyo á mediados del siglo XVII .
— 170 —
Aquella misma noche salimos de Valencia con dirección á Barcelona, y llegamos á la capital del Principado el día 4 de Julio.
El camino, singularmente desde Tarragona, es de lo más encantador que puede imaginarse: recuerda mucho el
rece á los retratos de nuestro Príncipe!
•—Hombre, es gracioso eso; y volviéndome á S. A., que se había detenido frente á un almacén en que se vendían navajas de Albacete, lo llamé diciendo:
—Juan, escucha: ¿sabes á quién te pareces, según este señor? A D. Jaime.
—Presento á usted á mi segundo hijo Juan, dije entonces volviéndome á Valdés; y hablando de nuevo á Su Alteza, que represento admirablemente su papel, añadí:
—-Vete á comprar las navajas de Albacete que querías; si hemos de salir esta noche para Barcelona, nos queda muy poco tiempo.
—Sí, papá, contesto don Jaime con la mayor tranquilidad, dirigiéndose á la tienda, después de saludar cortes-mente á su interlocutor.
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Sagunto está en la falda de un monte, no muy elevado, que corona un vetusto castillo. El Palancia, cuyas aguas bañan el pie de la montaña en que se asienta la ciudad, desagua en el mar cinco o' seis kilo'metros más adelante.
Es imponente el aspecto del castillo que domina la ciudad, como he dicho, pero las fortificaciones son de distintas épocas; se conservan restos de los
renombrado de la cornisa, también, como éste, sobre el histórico Mediterráneo.
D. Jaime examino' con gran interés la antiquísima ciudad de Sagunto, cuyo glorioso nombre íbase olvidando, y volvió' á sonar por todas partes cuando el general Martínez Campos, sin aguardar las o'rdenes de Cánovas del Castillo, logro' que las tropas de su mando se pronunciarán en favor de don Alfonso.
Por cierto que, según me han referido varias veces, al oir el grito de ¡Viva el Rey!, muchos de los soldados de Martinez Campos, ignorando cuál era el Rey que su general proclamaba, gritaban: Si, ¡Viva Carlos VIH
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Lo mismo sucedió' poco después cuando se dio' vista á Tarragona.— ¡Cuánto habría aquí que estudiar!— decía S. A.—Qué lástima que la precipitación con que me veo obligado á hacer este viaje no me permita detenerme en ciudades tan ilustres como
primitivos moros, otros de la época de los árabes y los más del tiempo de la guerra de la Independencia, en la que se procedió á reparar la fortificació'n, abandonada totalmente hacía ya muchos años.
Al pie del castillo se ven las ruinas del grandioso circo que los saguntinos debieron, según se cree, á la munificencia del emperador Claudio Germánico, aunque no falta quien hace remontar su construcción á la época de la dominacio'n griega
Nada de esto es inverosímil, siendo tan antigua la ciudad que ya en tiempo de las Guerras Púnicas la consideraron los romanos como poderosa aliada.
Don Jaime, como he dicho, no aparto' los ojos de aquella ciudad tan llena de recuerdos histo'ricos, hasta que el tren se puso en marcha.
— 173 —
A una legua de la ciudad, no lejos del mar, levántase triste y solitario un monumento conocido con el nombre de Torre de los Escipiones.
Más adelante se halla un magnífico arco triunfal que en su origen fué dedicado á Sura.
Siendo Capitán General de Cataluña Van-Halen, tuvo la fatal idea de borrar la inscripción latina del friso, sustituyéndola por otra dedicada al Duque de la Victoria. ¡Qué sarcasmo! Esa muestra apócrifa duro poco; en su lugar se leyd pronto otra dedicatoria á doña María Cristina.
Ambas, por fortnna, han desaparecido.
—¡Como se parece este camino al de la Cornisa!—decía Don Jaime.—
estas!—Aquí, como en Roma, había un Capitolio, un Foro, un Circo, un anfiteatro; aquí tenía Augusto un palacio; pero, según me han dicho, apenas quedan vestigios de algunos de estos monumentos; otros han servido de cimientos á modernas construcciones.
— 174 — ¡Qué precioso país! Aún habrá restos de la Vía Aureliana, que conducía de Roma á Tarragona. Y a se empiezan á ver fábricas: debemos estar cerca de Barcelona.
Las extensas huertas, los jardines y villas iban indicando, en efecto, la proximidad de una gran ciudad.
Llegamos á la culta y mercantil capital del Principado de los Beren-gueres, Pedros, Alfonsos y Jaimes, á la primera, sin disputa de las ciudades españolas, que viven por sí, sin estar á merced del elemento oficial.
XIII
Monserrat
IENDO tan buenos organizadores los catalanes, sorprendió' al Príncipe lo que tarda
ron en darnos los equipajes en la estacio'n de Barcelona. Eran las diez ú once de la mañana cuando llegamos al Hotel de las Cuatro Naciones.
—Iremos á almorzar fuera del Hotel, me dijo S. A., pero tomemos antes una ducha.
Así lo hicimos. La Rambla era un verdadero jar-
— 176 — din embalsamado por el delicado aroma de mil ramos de frescas y olorosas gardenias.
Al terminar tan celebrado paseo, en su parte más elevada, hay un buen restaurant, en cuyos elegantes salones deben reunirse los gastrónomos barceloneses.
Cuando salimos, se propuso el Príncipe hacer lo que ya había hecho en Sevilla, esto es, recorrer la población en todos sentidos, pasando de uno á otro tranvía para tener una idea general de la ciudad.
Don Jaime había visto, poco antes, en Venecia, á varios distinguidos carlistas de Barcelona que fueron á Italia con motivo de la boda de su Augusto Padre.
—Es probable, me decía, que veamos á los Duques de Solferino, á España, á los Sivatte, al Barón de Albi ó á alguna otra de las muchas personas que conozco aquí.
—También está en Barcelona Salvador Elío, á quien han hecho uno de estos días una operación en la vista.
—¡Cuánta satisfacción tendría en verlo!—añadió el Príncipe.
Pero aunque recorrimos varias veces la Rambla, en toda su extensión, ni allí, ni en Gracia, ni en las hermo-
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12
sas calles del Ensanche, ni en el puerto, ni en el establecimiento de baños, ni á orillas del mar, vid S. A. persona alguna conocida.
El paseo de la Rambla, llamado así porque antes de construirse las murallas que se derribaron para el ensanche de la ciudad pasaba por aquel sitio la rambla ó torrente conocido con el nombre de T{iera d'en Malla, divide la antigua de la nueva ciudad. Don Jaime, al recorrer el Ensanche, alabó mucho el genio industrioso y la actividad de los catalanes, que, en pocos, años han hecho de la capital del Principado una de las ciudades más hermosas y más animadas de Europa. También gusto mucho al Príncipe el Paseo de Gracia.
Como á los personajes de la obra cervantesca, admiró al Príncipe el "hermoso sitio de la ciudad, flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la Caballería, ejemplo de lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo.„
— 178 —
Don Jaime hubiera deseado ver el interior del histo'rico fuerte de Atarazanas, situado al fin del paseo de la Rambla y en la orilla del mar. Levantado en tiempo de Don Jaime el Conquistador, sirvió de astillero en que se construían las galeras de la Real Marina. La Ciudadela es de construcción mucho más reciente. Aún no existía á fines del siglo XVII. Dícese que los planos remontan á la época del Conde-Duque de Olivares, pero Felipe V fué quien la fabricó.
El Castillo de Monjuich, que tampoco pudo visitar Don Jaime, aunque tanto lo deseaba, es en realidad la Ciudadela más imponente de Barcelona. Situado en la cumbre de una montaña
La magnífica Catedrad de Barcelona, obra de varios siglos, conservando siempre el estilo go'tico, es, en su interior, tal vez la más pura y acabada que tenemos.
Encierra, con grandísimo culto, el cuerpo de Santa Eulalia y en su coro vense aún los escudos de armas de los caballeros del Toisón que asistieron al capítulo general de la orden en Marzo de 1 5 1 9 .
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¡Con cuánta satisfacción recorrió Su Alteza el puerto!
Al ver la animación que allí reinaba, lamentábase de que no fueran todos los españoles tan industriosos como los catalanes. Se cree que en tiempo de los romanos y de los primeros Condes, el puerto de Barcelona estaba situado al otro lado de Monjuich, por haberse hallado allí argollas de hierro que debían servir para amarrar los bajeles.
El actual puerto lo trazó á fines del siglo X V un ingeniero de Alejandría llamado Stario.
Pensaba Don Jaime continuar viendo, el día siguiente, algunas de las muchas cosas notables que constituyen la gloria y ornato de aquella preciosa capital, cuando al ocultarse el sol nos
de 300 d 400 metros de altura, que se eleva, aislada, sobre terreno casi llano, domina por completo á la ciudad y al puerto. Nadie puede decirse dueño de la plaza sin ocupar esa importantísima posición.
— 180 — retiramos á la Fonda; pero el hombre propone y Dios dispone. Un telegrama, que me entregaron en aquel momento, me hizo creer que el Gobierno podía sospechar la presencia del Príncipe en España.
Salimos desde luego de la Fonda y dije á Don Jaime:
— Y a no debe pisar V. A. este Hotel. Pronto veremos si la policía nos vigila, y con la mayor facilidad la despistaremos si así sucediera.
Alejándonos del centro de la población, recorrimos una porción de calles solitarias, y con la absoluta seguridad de que nadie nos seguía, entramos á comer en un restaurant.
Este episodio, que hubiera disgustado mucho á S. A. al principio del viaje, le sirvió de diversión.
—En la duda de si el Gobierno sabe que V. A. está en España, dije entonces á Don Jaime, y puesto que ha recorrido casi todas las poblaciones que deseaba conocer, me parece que mañana mismo debe atravesar la frontera. Muy cerca de este restaurant está la casa de Sivatte, á quien V. A. conoce, y ha visto recientemente en Venecia: Sivatte se verá muy honrado en recibirlo esta noche y en acompañarlo mañana al otro lado de la frontera;
— 181 — mi presencia al lado de V. A. pudiera comprometerle, si la policía lo busca.
—Haremos lo que me propones, replico don Jaime, pero no quiero marcharme sin ir á Monserrat,
Montanya prodigiosa, Que en elevadas puntas dividida, Sentires llastimosa Morir 1 'Autor de la mateixa vida. Y entre pr incipals dòcils montanyas De sentiment romperes las entranyas .
—Harto me cuesta, prosiguió diciendo el Príncipe, no ir á postrarme á los pies de la Virgen del Pilar; ni visitar á Pamplona, que es sin duda una de las poblaciones más leales de España: verdad es que, dada la excitación de los ánimos, no sé si hoy hubiera sido prudente detenernos en Nabarra. Pretenden arrebatarla el último girón de su bandera foral, y no quisiera yo servir de pretexto á que se realice tamaño atentado. ¿Y Cerralbo?Cerralbo á quien no insistí en visitar en Madrid pensando que podría hablar más largamente con él en Huerta! ¡Qué pena me causa el no poderle decir que he visto por mí mismo el resultado de sus trabajos, que he recorrido los Círculos por él fundados, que he oído alabanzas á él por todas partes! ¡Qué lástima que no podamos ir á Huerta!
— 182 —
Serían las diez de la noche cuando entramos en el portal de la casa que habita el señor Sivatte.
—¿Está el señorito en casa? pregunté al portero.
—No, señor, ha salido hace un buen rato.
•—¿Podríamos saber donde ha ido? —Lo preguntaré, replico' la portera
subiendo la escalera. —Debe estar en casa de su suegro,
añadió' al bajar pocos momentos después.
—¿Está cerca la casa del señor Bobadilla?
—Muy cerca, yo se la indicaré á ustedes.
Al par del alma lo sentí yo también, y aún fué mayor mi disgusto al ver que periodistas mal intencionados, atribuyeron á frialdad o desvío el que S. A. no viera en España al carlista que más servicios ha prestado á la. Causa durante estos últimos años. Fuera eso negra ingratitud,, y don Jaime, cuyo hermoso corazo'n está abierto á todos los sentimientos nobles y elevados, tiene en altísima estima al pro'cer que tan dignamente representa á su Augusto Padre.
— 183 — Y a en la calle, mejor dicho, en la
Rambla, porque los señores Sivatte habitan una de las hermosas casas del popular paseo, don Jaime se acerco á mí y me dijo en voz baja:—Déjame subir solo, así será mayor su sorpresa.
Efectivamente, quédeme aguardando en la calle y subid el Príncipe, que hallo reunida gran parte de la familia del consecuente 3 distinguido carlista señor Bobadilla. Al ver á S. A., según me contaron pocos instantes después, Sivatte no pudo contener una exclamación que hubiera podido ser comprometida, si la servidumdre de mi antiguo y muy querido compañero de las Cortes Constituyentes no fuera toda ella tan leal, como sus amos, á la causa del Rey.
Cuando entré }ro en la habitación, la señora de Bobadilla enjugaba las lágrimas que la emoción 3 la alegría arrancaron de sus ojos; su marido, conmovido también, me abrazó estrechamente.
—No crea S. A. que es tan grande mi sorpresa, dijo la señora de Sivatte. Tantas veces hablo en Venecia del vivo deseo que tenía de recorrer España, que temiendo pasara por Barcelona de riguroso incógnito y suponiendo que no dejaría de ver el Círculo, si llegaba á
— 184 -esta ciudad, enseñé un retrato de Vuestra Alteza al portero y le dije: Si este señor, que es nuestro Príncipe, viene aquí ¿lo reconocerá usted?
— Y a lo creo. —Pues tenga usted presente que en
el acto tiene que mandarnos un aviso, pero sin perder un segundo.
Al oir esto D. Jaime se sonrio'. —¿De qué se ríe V. A?—-pregunto'
D. a Margarita Bobadilla. —De tu policía—contesto' D. Jaime. —¿Por qué? —Porque he estado hoy dos veces
en el Círculo y precisamente me ha servido café, y enseñado todos los departamentos, hasta el de los espejos, tu espía...
—¡Co'mo! ¿Han estado en el círculo? —Dos veces, te digo, he hablado
largamente con varios socios y he tomado café con ellos.
- ¿Y nadie ha sospechado nada? —Pregúntalo á tu polizonte. El Príncipe conto' á grandes rasgos
su viaje, cuya relacio'n escucharon todos sin pestañear; alabo' mucho la capital del Principado, muy particularmente la Catedral, la Lonja, la Diputación, la antigua fachada del Ayuntamiento, el Parque, el monumento á Colón, obra del notable arquitecto y
— 185 —
A corta distancia de la estación de Monistrol, en que al bajarse de Monserrat había de embarcarse S. A. con rumbo ya á Francia, tienen los señores de Sivatte una hermosa casa de campo d torre, llamada del Bard, rodeada de extensa propiedad; se convino en que Don Jaime almorzaría en dicha quinta y que á ella concurrirían los señores Duques de Solferino, España, Sivatte, Barón de Albi y Bobadilla.
correligionario nuestro D. Cayetano Buigas, 3 los preciosos salones del Círculo, cuyo decorado es el de un elegante palacio, y finalmente declaro el motivo que le inducía á romper el rigurosísimo incognito que había observado en todas partes.
—Dormiré hoy en tu casa, dijo á Sivatte, y mañana en el primer tren, el que sale á las seis de la mañana, partiremos para Monserrat.
Un joven y entusiasta sacerdote, amigo íntimo de la familia de Bobadilla, que estaba allí presente, pidió al Príncipe que le permitiera acompañarlo también en su peregrinación á Monserrat, á lo que accedió gustoso Don Jaime.
— 186 —
A las seis de la mañana, después de haber descansado muy pocas horas en casa de Sivatte, salió S. A. para Monserrat, según se había convenido la víspera.
Fué allí objeto de distinciones que muy pronto hubieran comprometido su incógnito, y á mayor abundamiento, una señora que se hallaba en la estación cuando bajó el Príncipe, reconociéndolo, se acercó y le besó la mano. Por fortuna distaba ya poco la frontera, y al Jefe de la Estación, muy anticarlista y que conoció á Don Jaime, hubo medio de convencerle.
Cuando Don Jaime llegó á la Torre de Sivatte estaban ya reunidos todos los invitados, menos España, quien por hallarse ausente de Barcelona llegó más tarde. La mesa era un verdadero ramo de gardenias en cuyo centro, un chimin de table trazados con claveles rojos, decía:—¡Viva el Rey!
Este es el banquete de que tanto se ocupó luego la prensa y al que se quiso dar una importancia política que no tenía.
— 187 —
Según luego supimos, aquel tren no recibía viajeros en Monistrol, y tuvie-
Al terminar el almuerzo, don Jaime se levantó y en breves y sentidas frases brindo por las tradiciones patrias, por su Augusto Padre y por Cataluña, última tierra española que pisaba al alejarse de su amado suelo.
El entusiasta recibimiento de aquel puñado de leales y nobles servidores que solos tuvieron la satisfacción de besar la mano de S. A. había conmovido hondamente el corazón del Príncipe.
Con muy buen acuerdo se dispuso que sirvieran el café en el parque que rodea la quinta, y debajo de un hermoso roble.
Allí, á guisa de despedida, cantamos todos el Guernikako Arbola y algunos otros zortzicos, hasta que llego para S. A. la hora de dirigirse á la estación.
Sivatte subid al coche con D. Jaime. Confieso que se oprimió fuertemen
te mi corazón cuando arrancaron los caballos y vi desaparecer á mi queri-de Príncipe, en pie y gritando "¡Viva España!,, La prudencia me vedaba acompañarlo en esta última etapa.
- 188 — ron que tomar sus asientos casi por asalto S. A. y Sivatte.
Mustios volvimos todos á Barcelona aquella tarde del sábado 7 de Julio.
Con gran tristeza contemplé la ciudad
Posada en una plana, Com sobre una catifa d'esmeralda,
á la insigne é histórica F a v e n c i a la romana A qui prestan, ga lana , Sa e s p u m a l 'mar y Monjuich sa falda.
X X JL JL JL JL JLXJL X X X X X X
T T I T T T T T T T T T T T T
X I V
El Marqués de Cerralbo
IN la brusca interrupción del viaje de S. A., hubiera figurado en esta Crónica un ca
pítulo dedicado al cumplido caballero que con lealtad y abnegación propias de su noble sangre, de su cultivado talento, y de su hidalga cortesanía representa en España á Carlos VIL
La impaciencia que me dominaba sobre la suerte que pudiera correr el Príncipe hízome formar la resolución de marchar en seguida á su encuentro, en vez de ir á Huerta ó de volver á
— 190 — Madrid á saludar al Marqués de Ce-rralbo.
Parecióme, además, un movimiento egoista disfrutar yo sólo de la dicha que tanto halagaba á Don Jaime, y que había sido tantas veces objeto de nuestras conversaciones.
—¡Cuántas ganas tengo de ir á Huerta y sorprender á Cerralbo, solía decir el Príncipe.
—-Si no está,—continuaba diciendo como el que vence un obstáculo que se opone á la realización de un firme proposito—le escribiré desde su misma casa, y el Capellán ó el valiente Eulogio Isasi, el Coronel del valeroso Batallón de lArratia ó cualquiera otra persona fiel se encargará de llevar mi carta. Verás cómo se alegra.
Así son, pensaba yo, cuando me quedé solo en Barcelona, las ilusiones y esperanzas de la vida: no serán estas las únicas que vea disiparse mi amado Príncipe: si ha de reinar se ha de acostumbrar á vencerse, sometiéndose, siempre, á las reglas de la prudencia.
A ellas entendí obedecer tomando el camino que me pareció más corto y seguro para hallarme en mi casa donde esperaba ver á Don Jaime.
- 191 — Son tan conocidos los hechos que
han llevado al Marqués de Cerralbo á la jefatura de la Gran Comunión católico-monárquica y tan popular su vida que renuncio á la tarea, para mí grata, de recordarla.
Joven aún, como nacido en 1845; el más joven de los hombres de Estado de España, ostenta con dignidad asombrosa y ejerce con tacto exquisito, mereciendo aplausos de propios y extraños, la delicada misión de representar á Carlos VII en una de las épocas más difíciles por que ha atravesado el carlismo.
Senador por derecho propio, como Grande de España, con renta suficiente, y el primero que con su ejemplo nos trazó el camino que ordena la Santidad de León XIII, interviniendo en la llamada vida legal, ha conseguido el señalado triunfo de organizar las fuerzas á su gobierno sometidas de tal modo que constituyen un Estado católico, dentro del Estado liberal, como se ve por la ordenada y jerárquica constitución de Juntas Regionales, Provinciales, de Distrito j locales; por la multitud de Círculos; por la bien disciplinada cohorte de periódicos. A él se debe la brillante representación que en el Senado y en el Congreso
— 192 —
Hablar del Marqués de Cerralbo sin dedicar un recuerdo á su residencia Señorial de Huerta sería imperdonable; y no lo sería menos traspasar esos límites después de lo escrito sobre el Palacio, símbolo de la obra de restauración á que el Marqués vive consagrado, y que como ésta, al amparo de la Iglesia, levántase junto á uno de los monumentos más notables de la España tradicional, por su arquitectura, por su historia y por encerrar los restos del insigne, y nunca como se merece alabado D. Rodrigo Ximénez de Rada, ( i )
Todos los años, cuando comienza el desfile de la gente cortesana, en busca de aires más puros que los que
( i ) Aparte de las obras generales merecen leerse sobre Huerta las siguientes: Santa María de Huerta, (Historia y descripción) por J . C. G. (Juan Catalina García) impresa el l . ° de Julio de 1 8 9 1 y la Novela historia del Marqués de Villa-Huerta-, Viajes, hazañas y aventuras de un héroe del siglo XIII.
tienen nuestras ideas, y sin la inteligente constancia del Marqués de Ce-rralbo no sería hoy un axioma aquella hermosa frase del Rey de que el carlismo, partido católico y español, debe ser una esperanza.
- 193 —
13
se respiran en la gran charca, como el P. Coloma llama á Madrid; y el Marqués de Cerralbo, con su distinguida familia, deja su Palacio de la calle de Ventura Rodríguez por su Chateau de Santa María de Huerta; dispútanse los perio'dicos la honra de describir aquella mansio'n, y aquella cristiana vida, comenzada diariamente por la Misa, seguida por un constante é inteligente trabajo, ya. dedicado á la Agricultura, ya á las Artes, ora á la Ciencia, ora á la Política, hasta en su difícil ejercicio de recibir gentes, y terminada sin dejar de pensar en Dios, á cuyo excelso Trono suben las cristianas oraciones de aquella familia tan española en las místicas alas de las Aves del Santo Rosario.
Si tuviéramos muchos Grandes de España como mi excelente y buen amigo el Marqués de Cerralbo ¡cuánto se facilitaría la solucio'n de los problemas que oscurecen el porvenir de la Patria!
Obrero incansable de toda empresa útil á la Religio'n y á la Patria, mírasele sin rendirse á la penosa fatiga de una jornada mayor de ocho horas de trabajo, predicando con el ejemplo que es la más eficaz de las enseñanzas.
— 194 —
Basta , pues, de pequeñas divis iones Y á sacudir enervador desmayo; Concítense á una voz nuestras acciones...
Esta voz no puede ser más que la del Rey que ha dicho: levantada tengo la B A N D E R A N A C I O N A L . T\LO hay es
pañol honrado que no quepa bajo su sombra.
El Marqués de Cerralbo no es sólo político, arqueólogo, literato, agricultor; es poeta y en el álbum del Rey recuerdo haber leído unos versos que, al reflejar la generosidad de su alma, manifestaban la política de atracción simbolizada en su nombre.
Con ellos terminaré dignamente estas líneas.
A n c h a concordia es mi perpetuo sueño; Que sin ella no h a y vida, paz, ni suerte. No desprecio por débil al pequeño, N i solicito por temor al fuerte, N i huyo del g rande en amoroso empeño.
Que el triunfo del Derecho no se alcanza Con exclusiones de ofensivos modos, N i de injusto poder se hal la venganza S i n el concurso genera l de todos, Porque el número es siempre una esperanza.
X V
En la frontera
ROPÚSOME el Barón de Albi que fuera á dormir á su casa, pues juntos habíamos de to
mar al día siguiente el tren que me condujo á Zaragoza y dejo á mi amigo en uno de los pueblos del tránsito, en •que se le aguardaba para la inauguración de un Círculo.
A la hora en que calculamos que Don Jaime habría atravesado la frontera, Albi y yo nos dirigimos á la redacción del Correo Catalán.
- 196 — ¡Qué sorpresa causo' allí el suelto
que Albi fué dictando! —¿Pero es cierto esto?—exclama
ban.—¿Es posible que hayamos tenido á nuestro Príncipe tan cerca sin sospecharlo? ¿Que haya recorrido toda España sin que la policía se dé cuenta de ello?...
Sí; no solo era posible todo aquello, sino que era un hecho innegable...
Sin temor de ser desmentido, puedo afirmar que cuando el Gobierno mando' á los Gobernadores de Cataluña el primer telegrama, en que se decía que se nos vigilase, hacía cinco horas que D. Jaime había atravesado la frontera.
Y fué tan falso el rumor, que por cierto se desvaneció' muy pronto, de que la policía seguía nuestros pasos, que hubo Gobernador en Cataluña que recibió orden de buscar y DETENER á S. A. veinticuatro horas después de su llegada á Francia.
—Vamos ahora al Círculo—me dijo el Barón de Albi al salir de la Redacción del Correo Catalán.
—Sí, vamos; tengo curiosidad de ver el efecto que allí causa la noticia.
Cuando llegamos era grande el concurso de socios, por ser uno de los días designados para los ensayos de música.
— 197 — Subimos la preciosa escalera que da
entrada á los salones y llamo' Albi al portero, con quien entablo' poco más o' menos el siguiente diálogo:
—¿Reconoce usted á este señor que viene conmigo?
—Creo que sí; me parece que lo he visto hoy aquí, en el Círculo con otro muchacho joven.
—¿No le-ha llamado á usted la atención ese joven?
—-No, señor. —¿Ni sospecha usted quién pudie
ra ser, á pesar de cierta recomendación de la señora de Sivatte?
—¿Cómo?—preguntó admirado.— ¿Será posible?...
Y tanto—interrumpió Albi—quien ha estado aquí, quien ha tomado café en este Círculo, hablando amistosamente con varios de esos señores, es Don Jaime de Borbón.
Habíanse acercado á nosotros varios socios durante ese corto diálogo, y jamás olvidaré la expresión de asombro, de estupor, que reflejaron sus semblantes, al oír estas últimas palabras.
—¡Era Don Jaime! dijo, quitándose la boina y arrojándola con violencia al suelo, uno de ellos. ¡Era Don Jaime y yo he estado hablando con él esta tarde sin saberlo!
— 1 9 8 —
El domingo, 8 de Julio, como queda dicho, oí misa á las siete de la mañana, y me dirigí á la estación del ferrocarril en compañía del Barón de Albi. Juntos viajamos hasta un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, en que aquel mismo día se inauguraba un Círculo carlista
Una comisión, compuesta de los carlistas más caracterizados de la comarca, aguardaba en el andén.
Despedíme de Albi, prometiendo comunicarle noticias del Príncipe en cuanto llegara á San Juan de Luz.
— Y o he tomado café junto á él, decía otro.
— Y o les he enseñado el Círculo, añadía un tercero.
Tras estas y otras muchas exclamaciones llovieron sobre mí mil preguntas referentes al viaje. Contesté, no lo detalladamente que hubiera deseado, por la premura del tiempo, y nos retiramos Albi y yo complacidos de haber presenciado aquella explosión de entusiasmo.
- 199 -Aquella noche pernocté en Zaragoza
en casa de mi distinguida amiga la señora condesa de Fuentes; proseguí mi viaje el lunes en el tren de las cinco de la mañana, después de haber besado el Pilar en que descansa la milagrosa imagen de la Virgen, Patrona excelsa de aquella hero'ica y privilegiada ciudad. Dicha que no cupo á D. Jaime por las circunstancias que dejo expuestas.
Un Sacerdote y un joven de la misma edad que nuestro Príncipe fueron mis compañeros de viaje desde Zaragoza á Pamplona.
—No se asuste usted si una pareja de la guardia civil viene á prenderle, dije al joven, después de haber hablado un rato del tiempo, del país que atravesábamos y de las fondas, temas obligados de la conversacio'n en estos casos.
—¿A mí? contesto' asombrado. —Sí , señor, á usted. — Y ¿por qué me han de prender? —Porque es hoy algo peligrosa mi
compañía para un joven de su edad y de su traza.
—Habrá usted de explicarse más claro; no comprendo qué conexio'n puede haber...
—Ahora va usted á comprenderlo.
— 200 — Cuando terminé la compendiada re
lación del viaje de S. A., el Sacerdote me dijo:
—Pues sepa usted que unos señores que viajan en este mismo tren me han dicho; señalándole á usted en la esta-cio'n de Zaragoza: con ese caballero va D. Jaime.
Los tricornios no se dejaron ver; só-lo observé que en la estacio'n de Irún los polizontes examinaron cuidadosamente, hasta debajo de los almohadones, el coche en que pocos momentos después atravesé la frontera.
Llovía á torrentes cuando el tren se detuvo en la estacio'n de San Juan de Luz.
Allí estaba nuestro amabilísimo Príncipe rodeado de Sivatte y de todos mis hijos. ¡Cuan grande fué mi satisfaccio'n al besarle la mano y estrecharle en mis brazos!
Conto'me entonces S. A. que ansioso de llegar á San Juan de Luz, sólo se había detenido á oir misa en Lourdes, desde que nos separamos en la torre de Sivatte.
Así se explica el que llegara á mi casa 24 horas antes que yo.
Nadie sospechó aquí la presencia de D. Jaime durante los ocho ó diez primeros días de su estancia, cuya cir-
- 201 —
Como he dicho, D. Jaime durmió una noche en lo alto del monte de Larún, al amparo, muy problemático por cierto, de una borda.
Estas primitivas construcciones, si así puedo llamarlas, son obras de los pastores que durante el estío suben á
cunstancia le permitió hacer varias es-cursiones.
Visito' la preciosa hoz o' garganta conocida con el nombre de pas de Roldan; fué á Cambo, donde perseverando en la costumbre adquirida en su viaje, trabo' conversación con un español, resultando ser éste sobrino de uno de los más célebres partidarios carlistas de Nabarra.
Subid al monte de Larún y durmió allí una noche sobre un puñado de he-lecho, como verdadero soldado.
En una palabra, á pie, á caballo, en coche, en bicicleta, recorrió todo este país, deteniéndose á tomar leche, sidra d pitarra, en los caseríos que encontraba al paso.
Pronto advirtió su espíritu observador las simpatías con que cuenta en este país la Causa representada por su Augusto Padre.
— 202 -apacentar sus ganados en aquellas pintorescas y elevadas regiones; están cubiertas de grandes losas.
Sus muros, cuyas piedras jamás se recostaron sobre mortero y arcilla, son cribas que dejan libre paso á los vientos y al agua.
¡Bien lo experimento' el príncipe aquella noche!
Cuando subimos por el empinado sendero que, partiendo de las canteras de Azcain, lleva á la cumbre, ora al través de enormes peñascos que las nieves desprendieron de lo alto, ora entre olorosos helechales que ocultan cien arroyos, estaba apacible la tarde; pero corrían por el cielo negros nubarrones cuya, direccio'n del O. al E., suele ser aquí de mal augurio.
Al pasar indiqué á S. A. un miserable caserío en que se alojo' su Augusto Padre el año 1870, pocos momentos antes de entrar en España.
Recuerdo que habiendo yo ido allí á conferenciar con D. Carlos, quiso que me sentara á su lado sobre un catre que constituía el mísero confort de aquella pobrísima vivienda; pero juzgándose indigno quizá de tanto honor, rompio'se el catre en cuanto el Señor se apoyo' en él.—Ya ves que no es lujoso mi palacio, me dijo rién-
— 203 —
Cuando D. Jaime llego á la borda de Iracelaya, estaba el sol muy bajo en el horizonte. Después de encender una hermosa hoguera é instalado nuestro campamento, sentóse D. Jaime á contemplar el soberbio espectáculo que se ofrecía á nuestros ojos. El silencio de aquellas casi inhabitadas regiones prestaba al paisaje un carácter apacible y melancólico. El sol, coronado de nubes de fuego, sumergióse lentamente en las ondas del Océano; poco á poco un denso velo fué cubriendo la pintoresca silueta de Urrugne, y cien lucecillas vinieron á indicar la posición ocupada por los pueblos que se asientan sobre las estribaciones de la montaña.
Aquella original velada gusto mucho á nuestro Príncipe, aunque tuvo sus quiebras, pues á media noche arre-cid la tempestad de tal modo, que llovía á torrentes dentro de la choza, siendo vanos nuestros esfuerzos á contener el agua y el aire que por todas partes penetraban. Al rayar el alba ceso la tormenta, y salid D. Jaime á
dose, pero te daré café; no pidas platos de carne; no se usan gollerías en estas alturas.
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Como he dicho ya, el Príncipe pudo permanecer aquí varios días sin ser reconocido; pero por momentos se iba haciendo más difícil guardar el incógnito. Como por otra parte tenía Su Alteza gran deseo de conocer á algunos carlistas de la frontera, me decidí á avisar á Irún que vinieran unos cuantos socios del Círculo (20 ó 30 á lo sumo) al inmediato pueblo de Urrug-ne. La noticia corrió de boca en boca, y fué una legión la que el Príncipe halló reunida á su llegada.
Lo que después ocurrió todo el mundo lo sabe. El recibimiento respetuosamente glacial hecho á doña Cris-
ocultarse en el hueco de una peña, á ver si podía cazar alguno de los enormes buitres que ocupan aquellos agrestes lugares. Colocamos como cebo una oveja muerta; pero un pastor que, oculto á nuestros ojos, se colocó á poca distancia de la peña en que estaba la res, impidió que diez ó doce buitres que anduvieron rondando el festín se decidieran á posarse. A pesar de este contratiempo, D. Jaime regresó muy satisfecho de su excursión á Larún.
- 205 —
tina en San Sebastián, contrastaba con el entusiasmo que se desperto' á este lado de la frontera, siendo muy de notar que mientras el Alcalde de la liberal Bilbao no se resolvía á ir, como todos los años, á saludar á la Regente, una lucida representación del Ayuntamiento de la industrial villa bizcaí-na, con un Teniente-Alcalde, D. Simo'n de Oleaga, á la cabeza, se apresuraba á venir á San Juan de Luz á besar la mano á D. Jaime.
Una nota dirigida por nuestro ministro de Estado al de Francia, pidiendo que cesara ese estado de cosas, hizo que, como en otros tiempos, fuera mi casa rodeada de agentes de policía, tanto españoles como franceses.
Para prevenir cualquier desagrado aconsejé á D. Jaime regresara á Italia, y resolvió S. A. partir el domingo 22 de Julio.
Aquel mismo día el Prefecto de los Bajos Pirineos, Monsieur Henri Paul, se presento' en mi casa, no á expulsar al Príncipe, ni á pedirle que se marchara, sino "á suplicarle que no creara dificultades al Gobierno francés. „
He querido—dijo—como primer magistrado del departamento, dar yo mismo este paso cerca de V. A., y de-
- 206 —
Serían las nueve y media de la noche cuando el Príncipe, rodeado de numerosos carlistas, se dirigió' á la estacio'n. Los marqueses de Castrillo y Villadarias subieron al coche con él. En justa correspondencia á la respetuosa consideración con que el Prefecto había tratado á nuestro Príncipe, no se oyó un sólo viva hasta que en el momento en que el tren se puso en marcha, varios soldados franceses, asomándose á las ventanillas, victorearon á D. Carlos y á D. Jaime.
San Juan de Luz 4 de Noviembre de 1894.
searía que, por ahora, no hablase de ello la prensa.
Cuando referí esta escena en presencia de D. Eusebio Blasco, que había venido á conocer al Príncipe, me prometió' aquel no hablar del incidente como lo deseaba el Prefecto; sin embargo, sus reticencias publicadas en Le Figaro dieron pábulo á mil conjeturas, y me ha parecido conveniente consignar aquí la causa de la reserva con que todos obramos.
Doña Blaaea'en Ispaña ( 1 )
Preguntóla entonces su Augusta Madre qué deseaba en premio de su buen comportamiento, y contestó la Infanta:
— L o que más deseo es hacer una visita á las Religiosas que me educaban en Pau.
Accedió gustosísima la Señora, y pocos días después partió D . a Blanca, con su dama de honor, para la capital de los Bajos Pirineos.
E r a el mes de Agosto, época en que San Sebastián es un hormiguero de gente alegre y bulliciosa que almuerza en el casino, toma el five ó clokct en casa de Guillot y
r e s años hace que la Infanta doña Blanca terminó sus estudios en el Colegio del Sagrado Corazón de Florencia.
( l ) Artículo publicado eu El Basco el 2 de Diciembre de 1 8 8 8 .
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come en el Helder de Biarritz, si no hay partido en Jai-Alai.
—¡Cuánto desearía ver San Sebastián! ¿No podríamos hacer esa excursión sin que nadie lo supiera ni me conociera?—preguntó D . a Blanca á X , que había ido á presentarla sus respetos en Pau.
—Señora, contestó X después de un momento de reflexión: un medio habría de hacer ese pequeño viaje sin peligro de que nadie pudiera conocer á V. A .
—¿Cuál es? —-El de embarcarse en Bayona en uno
de esos trenes que salen al anochecer y llevan á San Sebastian á centenares de personas, no muy distinguidas, en verdad, pero perfectamente desconocidas fuera del Rastro de Madrid.
D . a Blanca acogió la idea con estusias-mo, y pocos días después llegó á la capital de Guipúzcoa acompañada de su Dama y de dos hijas de X.
¡Con qué alegría recorrió calles y plazas, deteniéndose á oir la banda de música que tocaba en el Boulevard! Todo parecía á la Infanta magnífico, encantador. X la hizo observar que no sería prudente circular por la población fuera de las primeras horas de la mañana, y á media noche se retiró S. A . para madrugar el inmediato día.
As í lo hizo, y su primer cuidado fué oir misa en la hermosa iglesia de Santa María; subió luego al castillo de la Mola, deteniéndose cien veces á contemplar las lanchas pescadoras que salían y entraban el puerto y el admirable panorama de que se disfruta desde las faldas del monte Urgull .
Cuando llegó á la plataforma del casti-
— 209 -
lio donde dan las rejas de la cárcel, un preso estaba cantando. ¡Qué impresión produjo en ella aquel canto!
—¿Quién será?—decía. Y aquel soldado, condenado á unas ho
ras de arresto, lo convertía su compasiva imaginación en otro desventurado Silvio Pellico.
Desde aquella terraza v i o la Infanta to-'das las posiciones que ocuparon las fuerzas carlistas y las liberales durante la pasada guerra. Venta Ciquiñ, Santiagomendi, y el terrible San Marcos por un lado, Ame-zagaña, Oriamendi y Santa Bárbara por otro. ¡Con qué atención escuchaba doña Blanca la relación de X! ¡Con qué interés miraba aquellos montes frondosos y risueños en que se derramó tanta sangre generosa al grito de ¡Viva Carlos VII!
Para ver más de cerca algunos de los campos de batalla, quiso ir en coche hasta Hernani, y se verificó lo del adagio francés: L' appetit vient en mangeant.—
—-¡Oh! Si pudiéramos ir hasta Loyola , sería el día más feliz de mi vida!—exclamó de pronto la Infanta.
X se v i o en un verdadero compromiso. ¿Cómo negarse á las súplicas de aquella encantadora Princesa?
—Señora, dijo después de mil vacilaciones; V. A . sólo puede ir á L o y o l a de una manera: no dándose á conocer á nadie, como lo ha hecho aquí, y llegando al Colegio al anochecer para volver á salir en dirección á la frontera mañana muy temprano.
—Pues hagámoslo así. ¡Qué alegría! Cuando llegó á la Hospedería de Loyo
la el coche que llevaba á la alegre comiti-
— 210 -va, era ya de noche. Doña Blanca se acostó temprano, para levantarse también muy temprano; era preciso salir á las ocho de la mañana con dirección á Zarauz.
A las seis y media, profundamente conmovida, entró en la Santa Casa. L a r g o rato oró en la capilla del Santo, examinando luego minuciosamente todos sus detalles. Bajó después á la iglesia, desierta al parecer; pero en el momento en que X hacía que la Infanta fijara su atención en la hermosa estatua de San Ignacio, que ocupa el retablo del altar mayor, cuando sus hijos no están ausentes, el P. A. , cuya presencia no habían advertido, se acercó y dijo:
—¿Querrán ver la sacristía estas señoras?
Volvióse X al oir estas palabras y se encontró frente á uno de los Padres que más conoce y quiere.
—¿V. aquí?—exclamó el P. A . — Y a lo ve V. — ¿ Y estas señoritas son sus hijas? Ven
gan á la sacristía. A s í lo hicieron y allí y a X no pudo ocul
tar la verdad. — P a r a la Infanta no hay clausura, pue
den ustedes entrar y ver todo el Colegio. — N o , replicó X, se sabría ciertamente y
pudiera esto ocasionarles disgustos. Insistió el P a d r e , pero cediendo al fin,
dijo: —Entonces voy, al menos, á abrir esta
gran puerta para que S. A . vea el claustro.
E n el momento mismo en que giró la pesada puerta sobre sus goznes, un respe-
— 211 — table P. cruzó el claustro sin levantar la cabeza.
— ¿ L o ha reconocido V?—dijo el P. A . á X .
— N o . —¡Qué coincidencia, Dios mío! —¿Ouién es? — E Í P. Cabrera. —¿El P. Cabrera? ¿El que educó al Rey? —Sí , el mismo; hace dos días que ha
llegado para ver si se repone aquí su salud, muy quebrantada. Sería una crueldad ocultarle la presencia de la Infanta.
•—Es verdad, contestó X: llámelo V. L o s que presenciaron la entrevista de
doña Blanca con el P. Cabrera no la olvidarán jamás.
Aquel venerable anciano, al verse frente á la hija del niño que él preparó para los combales que hoy sostiene, á quien enseñó á no desviarse jamás del camino recto que le trazaba, á no bajarse á recoger una corona que el inmundo fango del liberalismo hubiera, manchado, ¡aquel respetable Padre lloró como un chiquillo!
Serenándose, al fin, dijo: —Señora: pido á V. A . que acepte el úl
timo recuerdo que recibí de manos de su Augusto Padre. Resistióse D . a Blanca, pero en vano; el P. Cabrera, que no tenía, sin duda, objeto alguno que estimara tanto como aquel, corrió á su cuarto y trajo una pequeña estatua de la Virgen, que entregó á D . a Blanca.
En tanto el R. P. Rector, prevenido por ei P. A. , bajó también á ofrecer sus respetos á la Infanta, que habló un momento con él, y viendo q u e X estaba ya impacien-
— 212 — te subió al landeau que aquella misma noche la llevó á Francia, atravesando la preciosa vega de Zarauz y los riscos de Men-dibeltz.
Cuántas veces, desde aquel día, al encontrarse con X , ha repetido la Infanta:
—¡Son los días que más grato recuerdo me han dejado en la vida!
E R R A T A S
P ág Línea Dice Léase
i l 2 S podrían podrán 6 1 2 5 de moronadas desmoronadas 6 3 2 0 un respetuoso su respectivo 8 4 3 3 puento pronto
1 0 4 . 3 mpresión impresión 1 1 2 2 3 Axpe Arfe 1 2 8 1 5 Marchena Archidona 1 S 8 última espuma espuma 1 9 2 penúltima historia histórica
Í N D I C E
Pííginas
DEDICATORIA v E l por qué de este libro XI I ¡España! — Caput Castellaa — De
B u r g o s al mar 1 7 I I Santander y las Astur ias 2 1 I I I . . . Covadonga 47 IV.. . . L a prisión de Quevedo.—Un Cír
culo Car l is ta 57 V E n M a d r i d . — A la puerta de P a
lacio.—De los toros 7 1 V I . . . . El sepulcro y el trono aquí se juntan. 83 V I I . . Otro Sitio R e a l . — E l Cardenal
Monescillo. —Córdoba 9 1 V I I I . Itálica famosa 1 0 5 IX . . . . J e rez , Cadiz y Málaga 1 2 1 X L a V i r g e n de las A n g u s t i a s . . . . 1 3 3 X L . . . Otra vez en di l igencia 147 X I I . . E l Milagro de la Naturaleza.—Un
buen art i l lero.—De Valenc ia á Barce lona 1 5 7
X I I I . Monserrat 1 7 5 X I V . E l Marqués de Cerralbo 189 X V . . E n la frontera 195 Doña B lanca en E s p a ñ a 207