Identidad, Repetición Crimen

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Identidad , repetición, crimen Dr. Enrique Hernández Estoy manchado de sangre y siento vértigo, igual que el cielo. F. Attar. El Lenguaje de los Pájaros. Siglo 12 Decimos: “paciente”, “interno” o “acusado” y no creemos ser el eco de fantasmas antiguos. Nuestras cansadas voces académicas no suelen registrar ciertas presencias detrás de nuestra “buena voluntad hacia la víctima”, esa víctima que queremos proteger: nuestra víctima. Suponemos que tantos siglos de ciencia judeocristiana ya han colocado nuestro discurso racional fuera del alcance de la Serpiente Antigua. En ese estado de ánimo tratamos el Mal, curamos el Mal o luchamos contra el Mal (el crimen serial, por ejemplo), hasta que –como en el duro presente –topamos con la evidencia de la desproporción entre recursos, esfuerzos y resultados, sintiendo cada vez más cerca el susurro de cierto espanto primario, anterior a la Modernidad y aún a la llamada Civilización Occidental. Entonces puede ocurrir que algo nos detenga, nos invite al silencio y nos exija esa suspensión del juicio que abre camino a la liberación de la experiencia. Hacia ese estado de conciencia, que anuncia una actitud científica siempre nueva, se orientan estas consideraciones acerca de la serialidad criminal. Partimos de admitir que la figura típica del asesinato serial es actualmente un tema, es decir, un punto de condensación de discursos que expresa un proceso colectivo de reflexión en torno de una experiencia a socialmente significativa. Considerar al crimen serial como un tema implica, ante todo, la restricción epistémica de no vérselas con un ente, lo que equivale a suspender las referencias ontológicas (científicas, en este caso) que fundarían una supuesta objetividad experimental con todas las garantías de la presunción metodológica. 1

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El artículo trata sobre la compulsión a la repetición y su relación con el crimen.

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Decimos: paciente, interno o imputado y no creemos ser el eco de fantasmas antiguos: nuestras cansadas voces acadmicas no registran cierta presencia fra detrs de nuestra buena-voluntad-hacia la vctima, sa que queremos proteger, por

Identidad , repeticin, crimen Dr. Enrique Hernndez Estoy manchado de sangre y siento vrtigo, igual que el cielo. F. Attar. El Lenguaje de los Pjaros. Siglo 12Decimos: paciente, interno o acusado y no creemos ser el eco de fantasmas antiguos. Nuestras cansadas voces acadmicas no suelen registrar ciertas presencias detrs de nuestra buena voluntad hacia la vctima, esa vctima que queremos proteger: nuestra vctima. Suponemos que tantos siglos de ciencia judeocristiana ya han colocado nuestro discurso racional fuera del alcance de la Serpiente Antigua. En ese estado de nimo tratamos el Mal, curamos el Mal o luchamos contra el Mal (el crimen serial, por ejemplo), hasta que como en el duro presente topamos con la evidencia de la desproporcin entre recursos, esfuerzos y resultados, sintiendo cada vez ms cerca el susurro de cierto espanto primario, anterior a la Modernidad y an a la llamada Civilizacin Occidental. Entonces puede ocurrir que algo nos detenga, nos invite al silencio y nos exija esa suspensin del juicio que abre camino a la liberacin de la experiencia. Hacia ese estado de conciencia, que anuncia una actitud cientfica siempre nueva, se orientan estas consideraciones acerca de la serialidad criminal.

Partimos de admitir que la figura tpica del asesinato serial es actualmente un tema, es decir, un punto de condensacin de discursos que expresa un proceso colectivo de reflexin en torno de una experiencia a socialmente significativa.Considerar al crimen serial como un tema implica, ante todo, la restriccin epistmica de no vrselas con un ente, lo que equivale a suspender las referencias ontolgicas (cientficas, en este caso) que fundaran una supuesta objetividad experimental con todas las garantas de la presuncin metodolgica. Estudiar este tema en especial supone, adems, ubicarse en la interseccin entre: a) el lenguaje cotidiano, b) los estereotipos mediticos y c) las categoras de la Ciencia. Slo desde esa interseccin filosfica, situado en los lmites del sentido comn, se puede pasar al campo que hemos elegido: el de la simblica del Mal.Este abordaje, por otra parte, requiere traspasar los lmites del exoterismo acadmico, ya que la consideracin metafsica del Mal est, desde el comienzo, en la zona ciega de nuestra Ciencia Moderna, a la que por algo Kant describi como una isla de contornos precisos rodeada por el mar del Misterio. Tal vez no sea tiempo todava para bucear en el mar del Misterio, pero el asunto merece al menos un intento de navegacin costera.

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Admitiremos que ciertas figuras intensas del crimen (como intuy el injustamente olvidado Lvy- Bruhl convocan a esos estados fuertes de la conciencia colectiva, previos a cualquier categorizacin ontolgica, que engendran la justicia penal como ncleo duro de la Ley. Tambin hemos de aceptar que la serialidad, en tanto repeticin, remite y desafa a la Psiquiatra, en especial a la corriente analtica. Por ltimo, reconocemos que cierto estilo en el asesinato invoca al arte, atrae a los medios masivos y afecta a zonas oscuras del sentido comn del gran pblico. Entendemos que en esta coyuntura histrica la Ciencia, el sentido comn (y con ellos la racionalidad cotidiana compartida por todos los discursos sociales de la modernidad) son interpelados por la figura de la serialidad criminal de un modo especial, sintomtico, que nos inclina a tratarla desde la simblica del mal.Si consideramos que existe algo as como lo que llamamos racionalidad cotidiana en las culturas urbanooccidentales de nuestro capitalismo tardo, encontraremos un topos imaginario limitado por coordenadas bastante definidas, que responden al siguiente esquema:

Este grfico sencillo busca recordar que las nociones de locura y crimen, parmetros simblicos fundamentales del control social que funcionan en las culturas urbanas de la Modernidad como lmites de la racionalidad cotidiana, marcan el campo de una cierta historicidad elemental, asumida por la gente comn como el espacio virtual de toda posible biografa. Dentro de los lmites de este imaginario temporal tiene su lugar el llamado progreso que -como quiera que se lo conciba- constituye la atmsfera misma de las mentalidades urbanas contemporneas. Este progreso, en tanto modo espontneo de la historicidad (ya sea trivial o profunda), marca el plano de nuestra salud mental y aspira a tener a raya a la locura primaria: Sabemos que en casi todos los paradigmas psicopatolgicos la ausencia de este esquema temporal -en su forma bsica de sentido o proyeccin- seala el borde de la psicosis. Ahora bien, esta conciencia elemental del tiempo propia del sentido comn moderno, sigue apoyndose en la Ley, que a pesar de San Pablo permanece como piso del orden progresivo de la cotidianidad en cuanto separa del Crimen Arcaico a la persona civil individual, figura que subsiste como forma elemental de nuestros esquemas de identificacin y como portadora bsica de la racionalidad social.Este escenario de racionalidad cotidiana apoyado en la legalidad y el progreso es puesto integralmente en cuestin por el asesinato serial porque ste se instala de un golpe como locura, crimen y repeticin regresiva, marcando un campo negativo fantasmal opuesto por el vrtice al del sentido comn: algo as como su complemento cartesiano. Recordemos que en la fotografa tradicional era necesario volver sobre el negativo revelado cuando la imagen en positivo era insuficiente o ya no exista; anlogamente, considerada desde la simblica del Mal, la figura negativa del asesinato serial resulta reveladora desde su misma tpica, que es la interseccin entre locura, crimen y repeticin. De all que la fascinacin ejercida por ciertas figuras del crimen probablemente est relacionada con cierta fragilidad irreversible que hoy afecta a la racionalidad urbano- moderna, fragilidad que se expresa sintomtica y ejemplarmente en este fantasma negativo. Porque si bien como locura o crimen, el asesinato serial puede ser tratado en el plano ontolgico por la Psicologa o la Criminologa, en la nota de repeticin hay una clave vlida de acceso al plano fundamental, metafsico, de la simblica del Mal. Desde esta perspectiva ya enseaba Isidoro de Sevilla, alrededor del seiscientos, algo que puede iluminar el crimen serial:

El Mal es absoluto cuando se ha pasado y perdura (impendet), porque en l se unen dolor y temor

En clave ms actual, considerando el asunto desde la simblica del Mal nos encontramos en primer lugar con la cuestin de la identidad: un aparente asunto de lgica. Es sabido que en la tradicin del pensamiento lgico binario-conjuntista (desde los Analticos aristotlicos hasta la Informtica actual) la repeticin es la marca de la identidad. Ahora bien, toda la cultura de base europea est inspirada por el amor de la Tautologa identitaria, hasta el punto que la persona individual misma del citoyen moderno (que el Estado de Derecho tanto se esfuerza por apuntalar) es una suerte de tautologa numerada, establecida mediante un documento que se llama justamente- de identidad. Sin embargo, pese al esfuerzo estatal, en nuestro mundo urbano-global las identidades individuales tienden a disolverse en un contexto de procesos econmicos, ideolgicos y lingsticos que no podemos tratar aqu, pero que se expresan en la ausencia de rituales estables y otras formas severas de debilitamiento de la personalidad que transcurren en el terreno de lo normal. De hecho, los pilares positivos del ego, para la mayora de las poblaciones urbanas, estn bajo fuego: A la inestabilidad de la divisin social del trabajo (la verdadera levedad del Ser) y a los demoledores efectos psquicos del lenguaje meditico se agrega la implosin moral propia de la fase agnica del llamado capitalismo tardo. Todo esto ya va siendo demasiado para la gente de a pie. As, mucho antes de que los duendes de laboratorio iniciaran su carrera hacia los clones genticos, ya desde mediados del siglo veinte la televisin viene engendrando millones de clones mediticos, los consumidores bautizados como finales por el sistema impositivo, los espectadores crnicos que Malraux llamaba duendes de la claraboya, en suma: nuestros conciudadanos, resumidos hacia 1968 en la clebre frmula mtro- boulot- dodo, (subte- trabajo- noni) forjada en los sucesos de Pars. Finalmente, la llamada cultura occidental que Nietzsche vea asentada en el espritu de venganza contra el Tiempo y su Fue, ya no ofrece alternativas para la crisis del Ego identitario y la proporcin de almas capaces de concebir una unidad personal fundada en la dialctica y el relato permanece tan invariablemente exigua como en tiempos de Lutero. Es en este horizonte de debilitamiento social de la identidad donde el Ego, que remite al imaginario de la individualidad idntica, tiende a refugiarse en conductas regresivas como una autoafirmacin primaria y una negacin del prjimo tan simples como las circunstancias lo exijan. En este contexto, la conocida frmula de Dussel acerca de la adolescencia moderna que debe incorporarse a un mundo donde Can ya ha matado a su hermano sigue siendo vlida, pero ha perdido todo dramatismo.Es en este escenario donde ciertas figuras de la identidad individual, cristalizadas en una instancia estable como el crimen serial, adquiere nuevo sentido y valor. Para una teora exotrica por ejemplo, de Psicologa Social esto resulta apenas entendible y altamente paradojal. Desde una perspectiva metafsica, en cambio, no hay paradoja: considerada esotricamente, la relacin entre identidad y mal es un arquetipo reconocido por todas las Tradiciones. Desde el relato bblico de Adn, arquetpicamente, la autoafirmacin del hombre como identidad individual es el mismo movimiento que instala el Mal Originario, poniendo el fundamento de la Culpa y sujetando al sujeto al mundo de la Muerte. Paralelamente, es un hecho conocido que en muchos relatos de asesinatos seriales est presente el recurso a lo demonaco como legitimacin del acto criminal y tambin est estudiada la fascinacin proyectiva que esta simblica del Mal adquiere para ciertas identidades tambaleantes. Adems, una metafsica de la cotidianeidad urbana normal podra revelar que en el plano ms obvio de la vida contempornea, el esquema triangular: autoafirmacin-negacin arquetpica del otro-crimen, va tomando formas manifiestas muy concretas, simplemente en la calle. Gradual e inexorablemente, muchas ciudades actuales son virtuales escenarios de guerra, con sus pequeos crmenes legales a cada paso. Circulando a ciertas horas por Buenos Aires, por ejemplo, pasamos naturalmente junto a personas cadas, ya casi sin verlas, exactamente como ocurrira en un campo de batalla. En muchas ciudades ya existe una conducta natural frente a la niez abandonada o explotada que otrora hubiera sido considerada inhumana, an en el contexto de un ataque externo. Anlogamente, en las ltimas dcadas la desaparicin de personas conocidas de nuestro entorno es tomada como un hecho tcitamente previsto, an sin la intervencin del llamado terrorismo de Estado, por causa de una simple insolvencia bancaria. En sntesis: aunque hayamos sido educados en una moral del concernimiento, nuestro desplazamiento urbano repite serialmente a cada paso la eliminacin del otro. Los casos ejemplares recogidos por el cine (Pequeos Asesinatos, Bowling for Columbine, etc) aunque tengan la intencin de sealar lo monstruoso, muestran un estado de cosas que tiende a ser rutinario y eventualmente legal, como en la recientemente promulgada ley del rifle. En este contexto, algunas concepciones pretendidamente crticas, como la banalidad del mal en Arendt o el avance de la insignificancia en Castoriadis, pasan por alto el factum metafsico de que el pblico reconoce esta criminalidad cotidiana y aprecia su gravedad. Porque lo que va ganando terreno no es tanto un temple de banalidad o de in-significancia del Mal (que, de hecho, existe) sino ms bien una conciencia oscura de su distribucin universal. En este sentido, el xito meditico de las figuras de criminales seriales respondera a cierta necesidad gestltica de la gente comn, a saber: configurar modelos para la mmesis del Mal que cada cual admite en su interior, en proporciones homeopticas, en la cotidianidad urbana del capitalismo tardo.Hemos indicado cmo las notas del asesinato serial (locura-crimen-repeticin regresiva) funcionan como imagen negativa reveladora respecto de la idea urbana de progreso propia de nuestro sentido comn.Consideremos ahora ciertos detalles complementarios: Hay, en efecto, una identificacin proyectiva en el crimen como repeticin, pero esta repeticin no slo vale en tanto sntoma, vale tambin y ante todo en tanto ritual. La antropologa de la conducta religiosa ha establecido hace tiempo que la repeticin ritual indica o revela la presencia permanente del ms-all pero hay otras notas concomitantes entre la descripcin criminolgica y la fenomenologa religiosa que acompaan a la repeticin. Tal vez la principal de ellas sea la de selectividad: en el crimen serial, como en el culto, el objeto del ritual ha de ser seleccionado, elegido, separado de lo natural-cotidiano para que el criminal (o hierofante) lo constituya en portador simblico de una Presencia permanente, sustrayndose de este modo todo el grupo al fluir angustioso del Tiempo.Desde esta perspectiva, el crimen serial no slo revelara la presencia permanente (y funcional) del Mal al interior de identidades debilitadas, sino que entrara en correspondencia con los imaginarios del poder propios del capitalismo terminal, probablemente con anloga funcionalidad. La consideracin ms ligera del escenario meditico masivo muestra cada da una serie no azarosa de imgenes en que el Poder repite ritualmente las figuras del crimen, tales como el abuso, el abandono, la exclusin deliberada o la muerte violenta. Pero a diferencia de otras pocas, en que el Poder, como fuente de criminalidad legal ( guerra, ajusticiamientos arbitrarios, opresin etc.), se presentaba como poder pblico, disponiendo de los discursos de legitimacin ya estudiados por Maquiavelo, asistimos hoy al despliegue criminal de un poder privado, confuso y casi omnipresente: administraciones, grupos financieros, mafias, sectas y an iglesias se turnan en escenarios de criminalidad sin discursos de legitimacin, es decir, escenas de criminalidad ritual en sentido estricto, sin otro mensaje que una autoafirmacin identitaria del tipo as es Mi mundo. Es improbable, por ejemplo, que la indignacin de las buenas conciencias alemanas pueda contra el xito creciente del llamado juego del mendigo (videojuego/2009 en franca expansin en Europa), recurso excelente para entrenar al pblico infanto-juvenil en la insensibilidad social y la dureza de corazn. As, es casi obvio inferir que el traslado de estas formas de crimen serial al plano de lo privado y an de lo ntimo (la llamada violencia familiar, las formas afines de abuso y perversin, etctera) tendern a aumentar en el futuro prximo, por simple internalizacin de los fragmentos de cierto tipo de poder que antes detentaba el Estado. Algo as como un Coliseo ms o menos virtual para uso domstico.Menos obvio resulta intuir, en la base de estas manifestaciones, una necesidad inmanente de cierto Poder en su fase agnica, a saber: la ritualizacin del Mal como afirmacin de identidad y permanencia. Esta ritualizacin, como es sabido, ha sido tradicionalmente una facultad central de lo que llamamos el Estado en su forma imperial o cesarista pero las cosas parecen estar cambiando. Bastarn dos ejemplos, no polticos, tomados del cine de los ltimos aos: En La virgen de los sicarios (Alemania Colombia -2006) dos personajes, que viven formas normalizadas de crimen, con matices entre la perversin y el sin-sentido, observan desde un balcn los fuegos de artificio con que el narcotrfico celebra, desde las afueras de la Capital, la llegada de un cargamento. En La celebracin (Dinamarca- 2005) la denuncia del abuso incestuoso y el suicidio de una hija no logran disolver la reunin de cumpleaos en honor del abusador, rodeado de familiares afectuosos y correctos masones locales. En ambos casos se repite modularmente la relacin entre: a) una forma privada del Poder (una mafia, una familia del establishment ), b) un crimen serial ( los asesinatos del sicario, el abuso incestuoso ) y c) unas instancias rituales de afirmacin de identidad y permanencia del mismo Poder.Algunos estudios contemporneos de la simblica del Mal desde perspectivas metafsicas tradicionales, (originadas en el horizonte filosfico de religiones abrahmicas ) muestran que los elementos que venimos de relevar corresponden a una cierta forma de energa psicosocial que va mucho ms all del malestar en la cultura. Los aportes de Guenon, Levinas y Ricoeur, entre otros, pueden ser recuperados en este sentido. Se tratara de algo como un vector destructivo recurrente, que pasa por fases histricas de expansin (como ya intuyeron los presocrticos) una de las cuales, tal vez la mayor, sera precisamente la que nos toca atravesar. Sera factible establecer, al estilo Montesquieu, una serie de paralelos entre otras oscuras pocas terminales y la nuestra, recobraramos al menos el humor subyacente en la frase de Borges:

Le toc vivir muy malos tiempos como a casi todo el mundo.Pero lo que interesa aqu es justamente la diferencia y lo sintomtico del inters por la serialidad criminal remite a aquello que el presente histrico tiene de cualitativamente distinto de otros momentos terminales de la cultura:Parece cierto, como sugiere Di Santo, que las figuras del asesinato serial corresponden a formas fantasmticas propias de la tan mal llamada postmodernidad, en el plano de las representaciones (literarias, mediticas, cientficas) es decir, en el plano de la comprensin. Pero cuando nos conectamos con el plano de la accin es imposible no percibir el impacto de una energa especial, una corriente de sentido que adopta el Mal para actuar y tambin para mostrarse actuando. Recuperando el lenguaje metafsico de la simblica del Mal, se podra decir, entonces, que esta forma ejemplar del crimen no es slo una configuracin accidental, sino una forma especial de aparicin del Mal Absoluto, propia de un momento crucial de la historia humana. Ms precisamente: si, como creemos, los rasgos que hemos indicado en estas imgenes del Mal corresponden al estado de clausura del universo simblico eurocolonial, habra que considerar algunas consecuencias:

En primer lugar, tanto la comprensin como el tratamiento efectivo de estas formas criminales se beneficiaran con la recuperacin de los elementos originarios Tcnicamente llamados tradicionales) del conocimiento de la simblica del Mal. Aunque no pueden ser trados a colacin en este lugar, muchos conocimientos que las ontologas y epistemologas acadmicas descartaran por irracionales o inverificables seran fundamentales para esta tarea. De hecho, en la lucha efectiva contra el delito, como tambin en medicina y en otros campos conexos, el recurso a saberes considerados metafsicos es cada vez ms frecuente. Sin embargo, estos conocimientos todava aparecen fragmentariamente, como incrustaciones en el contexto de un positivismo apenas matizado por desodorantes cunticos, cuando una investigacin mayor de los horizontes semnticos originarios multiplicara nuestro poder hermenutico y de accin. Por ejemplo, una investigacin severa sobre las formas intimas actuales de la serialidad criminal tal vez pudiera conectar el pensamiento del ltimo Foucault sobre la cura sui con las Cuestiones de Toms de Aquino que contienen parte de su demonologa, as como con fuentes orientales, en principio judas e islmicas, sobre las configuraciones histricas del Mal en el presente. As quedaran al descubierto, por ejemplo, ciertas conexiones transversales entre lo ntimo, lo privado y lo pblico en estas apariciones del Mal absoluto. Por cierto, algunos recursos a Jung, Heidegger u otros discursos irracionalistas que estn a la moda nos parecen pasos aparentes en esta direccin, a juzgar como corresponde por sus frutos. Mientras tanto, al contrario, cada vez ms prcticas eficaces sobre el delito parecen apoyarse en criterios o saberes no declarados. Tal vez con acierto.Intentando sugerir estos caminos de cientificidad alternativa se podra conjeturar, en base a ciertas evidencias relacionadas con imaginarios del Mal que van alcanzando una planificada difusin masiva, que las formas clsicas de la serialidad criminal estaran funcionando, en realidad, como figuras tranquilizadoras, por conocidas y ritualmente previsibles. Siendo as, estas figuras tendran un efecto de mal conocido, preferibles para el gran pblico y an para la Administracin, frente a otras formas del Mal emergentes y mucho ms desestabilizadoras.En ltima instancia, el crimen serial, como manifestacin del Mal absoluto tiene una faceta tranquilizadora: se trata de individuos que encarnan el fantasma de la regresin, la bestialidad o la perfidia. Por lo tanto, alguna forma de relato se puede yuxtaponer a estas irrupciones primarias y regresivas. El Ego del Narciso contemporneo contempla en el crimen serial una imagen horrible, es cierto, pero en principio contenible. Tal vez esta situacin sea preferible a otra sensacin, ms profunda, que va creciendo en la cultura de las megalpolis: la intuicin directa del Mal bajo la forma de la Cosa, es decir, de la alienacin completa. Porque en ausencia de relatos de inspiracin trascendente, las culturas urbanas en su estado actual de orfandad espiritual siempre preferirn las figuras familiares de la perfidia diablica a la aterradora imbecilidad del Poder y a la biodegradacin inminente. As, la fuente verdadera del terror que siente nuestro Narciso occidental tal vez no est tanto en las imgenes horrendas de su identidad que refleja la superficie en que se mira, sino en la intuicin del Abismo viviente que las sostiene, Abismo que parece disponerse a mostrar su palabra. O su silencio.Campo

de la

locura

Campo

imaginario

del progreso

(Racionalidad-historicidad)

Campo

imaginario de la regresin

(repeticin)

Campo

del crimen

Interesara especialmente conectar sus referencias a la Mentalidad Primitiva con ciertas reflexiones de la Sociologa del Derecho.

Para el caso, las diferencias de concepcin acadmica acerca de lo que sea imaginario ( Sartre, Neofrankfurquianos, Castoriadis, etc.) son casi irrelevantes. En perspectiva sociolgica vase, por ejemplo Fyerkenstad,J. Quines son los criminales? en Zweig,C. y ot.(comp)Encuentro con la Sombra. Barcelona, Kairs, 1993.

Corintios, 15.56

Aunque no es central para el tema, conviene insistir en que desde hace dcadas, en casi todo el mundo, adquirir la condicin urbana no implica ni remotamente alcanzar la condicin civil, lo que multiplica las conductas primarias en el contexto urbano.

Etimologas. T. 1. Madrid. BAC. 1980.

6 Esta perspectiva, desplegada ejemplarmente por P.Ricoeur, se refleja tambin en los trabajos de Sichre sobre el Mal en literatura, de Muchenbled sobre la figura diablica, etc.

Aunque la tautologa es, en lgica, una forma perfecta de la deduccin (repeticin de lo mismo=conservacin de la verdad o informacin) su fundamento psicolgico y an biolgico es la insistencia en una forma que busca negar el tiempo, el cambio y- de paso- la muerte.

Es interesante constatar cmo las garantas de identidad van consumando su verdad: El retrato y la impresin digital de los siglos pasados van dejando lugar, en los sistemas rigurosos de seguridad, a la espectrografa de crneo.

Dussel, E.: Para una tica de la liberacin latinoamericana( en distintas versiones, desde circa 1970)

Originariamente, la nocin indoeuropea de serie se vincula con alineamiento, formacin, desfile y tambin, por ejemplo, sermn

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