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IMAGINARIOS DEL HABITAR LA CIUDAD Fernando Vidal Medina “Irene es la ciudad que se asoma al borde del altiplano a la hora en que las luces se encienden y en el aire límpido se distingue allá en el fondo la rosa del poblado… Los viajeros del altiplano… todos miran hacia abajo y hablan de Irene. El viento trae a veces una música de bombos y trompetas, el chisporroteo de los petardos entre las luces de una fiesta; a veces el desgranarse de la metralleta, la explosión de un polvorín en el cielo amarillo de los fuegos encendidos por la guerra civil. Los que miran desde arriba hacen conjeturas acerca de lo que está sucediendo en la ciudad… No es que tengan intención de ir – y de todos modos los caminos que bajan al valle son malos - pero Irene imanta miradas y pensamientos del que está allá en lo alto.” 1 Irene puede ser Cali, una ciudad vista desde el altiplano, una ciudad que imanta miradas y pensamientos, que está oscilando entre las luces de la fiesta y la explosión de un polvorín en el cielo amarillo, para retomar la referencia de Italo Calvino en su libro sobre las ciudades invisibles, libro innovador por su carácter fragmentario , recogido de las hilachas de la memoria, de la seducción de los deseos, de los borrosos trazos de los signos, pero también de los ojos y sus miradas, de los muertos y sus espantos, de los nombres y sus repeticiones, de los trueques de imágenes que construimos como ejercicio colectivo y como el intercambio de infinidad de elaboraciones individuales, grupales, y sectoriales, que en suma constituyen los imaginarios del habitar la ciudad. La ciudad es una para el que pasa sin entrar y otra para el que está preso en ella y no se atreve a salir. Una es la ciudad a la que se llega por primera vez, otra la que se abandona para no volver. 2 Cada una es nombrada de modo diferente e imaginada con la impronta de su propia experiencia y percepciones, los que la miran desde arriba 1 “Las ciudades invisibles”, CALVINO Italo, Ediciones Siruela, Madrid 95 2 Idem. 1

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IMAGINARIOS DEL HABITAR LA CIUDAD

Fernando Vidal Medina

“Irene es la ciudad que se asoma al borde del altiplano a la hora en que las luces se encienden y en el aire límpido se distingue allá en el fondo la rosa del poblado… Los viajeros del altiplano… todos miran hacia abajo y hablan de Irene. El viento trae a veces una música de bombos y trompetas, el chisporroteo de los petardos entre las luces de una fiesta; a veces el desgranarse de la metralleta, la explosión de un polvorín en el cielo amarillo de los fuegos encendidos por la guerra civil. Los que miran desde arriba hacen conjeturas acerca de lo que está sucediendo en la ciudad… No es que tengan intención de ir – y de todos modos los caminos que bajan al valle son malos - pero Irene imanta miradas y pensamientos del que está allá en lo alto.” 1

Irene puede ser Cali, una ciudad vista desde el altiplano, una ciudad que imanta miradas y pensamientos, que está oscilando entre las luces de la fiesta y la explosión de un polvorín en el cielo amarillo, para retomar la referencia de Italo Calvino en su libro sobre las ciudades invisibles, libro innovador por su carácter fragmentario , recogido de las hilachas de la memoria, de la seducción de los deseos, de los borrosos trazos de los signos, pero también de los ojos y sus miradas, de los muertos y sus espantos, de los nombres y sus repeticiones, de los trueques de imágenes que construimos como ejercicio colectivo y como el intercambio de infinidad de elaboraciones individuales, grupales, y sectoriales, que en suma constituyen los imaginarios del habitar la ciudad.

La ciudad es una para el que pasa sin entrar y otra para el que está preso en ella y no se atreve a salir. Una es la ciudad a la que se llega por primera vez, otra la que se abandona para no volver.2 Cada una es nombrada de modo diferente e imaginada con la impronta de su propia experiencia y percepciones, los que la miran desde arriba hacen conjeturas acerca de lo que está sucediendo en ella, se preguntan si estaría bien o mal encontrarse allá, entre la fiesta y el polvorín, entre los placeres de la celebración y las batallas sutiles y campales de las exclusiones. Esa ciudad subjetiva que cada cual carga en sus elaboraciones mentales y que se refleja en los modos de vida, en la fabulación de los acontecimientos cotidianos, en las historias, las leyendas, los rumores y los chismes, que van dibujando y prefigurando la ciudad viva y dinámica que se teje en los circuitos formales y los informales del aparecer ciudadano.

¿Cuál es la ciudad que pensamos cuando pensamos en Cali? ¿Cuál es la ciudad que imaginamos cuando imaginamos a Cali? ¿Miramos la ciudad desde el altiplano de nuestros aislamientos y conjeturas, sin la intención de ir hasta ella, aunque sus miradas innatas y sus pensamientos, nos atraen o nos asustan? El Marco Polo de Italo Calvino nos invita a explorar y descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en ciudades, esas razones que han configurado una memoria y unos trueques, pero no sólo de 1 “Las ciudades invisibles”, CALVINO Italo, Ediciones Siruela, Madrid 95

2 Idem.

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mercancías, sino también de palabras, de deseos, de recuerdos, con los que se teje un imaginario colectivo, esa urdimbre de fabulaciones que historian sucesos, mitos, épocas, que nos permiten construir sentidos de pertenencia, de arraigo y desarraigo.

Habitar una ciudad tiene todas estas posibilidades, estar en ella sin entrar, pasar por ella sin darnos cuenta de sus contextos, quedar prisionero en ella y sufrirla, llegar por primera vez cada día para asombrarse o simplemente, anestesiado por los efectos de la rutina, no acordarse ni de esa primera vez que la vimos. En el ejercicio del habitar se genera la producción imaginaria con la cual los ciudadanos conciben sus singulares versiones de ciudades y construyen imaginarios individuales y colectivos de éstas, con proyecciones de futuro y resignificaciones del pasado.

De la cartilla de la identidad preestablecida, centrada en los símbolos patrios y matrios, se pasa a un juego de identidades que se prefiguran y configuran día a día, exigiendo agudizar los sentidos perceptivos y enunciativos a riesgo de ir quedándonos relegados al lugar de las nostalgias y las miradas paralizadas, como estatuas de sal, en unos destellos de ese pretérito desmitificado, viviendo en continuas crisis, intentando retener el cambio, las mutaciones que son los sucesos más seguros.

“La población urbana adopta diferentes estrategias y formas de vivir la ciudad de acuerdo con sus condiciones económicas y socio-culturales, cada habitante tiene formas diferentes de pensar e imaginar la ciudad, y adoptan prácticas territoriales particulares. Según García Canclini, la ciudad “se concibe tanto como un lugar para vivir, como un espacio imaginado”. Y las representaciones simbólicas o imaginarios urbanos permiten entender como el ciudadano percibe y usa la ciudad y como elaboran de manera colectiva ciertas maneras de entender la ciudad subjetiva, la ciudad imaginada, que termina guiando con más fuerza los usos y los afectos que la ciudad <real>”. 3

¿Qué relación tenemos con la ciudad en la que estamos? La subjetiva, la de los afectos, la imaginada y la llamada ciudad <real>. Habitamos la ciudad y sin embargo, ¿somos conscientes cuando hablamos de los hábitos en nuestros recorridos, en la frecuencia y los usos de los espacios públicos?, ¿somos conscientes que estamos, de alguna manera, respondiendo a la visión imaginaria, a la percepción, al sentimiento que tenemos, causado por esa experiencia acumulada del habitar? Aunque permanentemente estemos afirmando “que la ciudad ya no es”, “que la ciudad se murió”, “qué lástima como era Cali”, “qué lástima que ya no sea”. Pensar la ciudad, en este caso, pensar la ciudad de Cali, es admitir que estamos en ella, que estamos vivos y que la ciudad existe y que la ciudad es posible de ser pensada, y construida permanentemente, paso a paso, trenzada en el juego de tensiones de inclusión – exclusión.

3 “Imaginarios urbanos, espacio público y ciudad en América Latina”, QUESADA AVENDAÑO Florencia, Pensar Ibero América - Revista de cultura, O.E.I., Número 8 - abril-junio 2006

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Las reglas del juego, las visiones, los soportes conceptuales, las matrices con las que nos explicábamos a Cali años atrás, desde unos nichos muy bien delimitados, donde todo era homogéneo y claro, se han ido disolviéndose o transmutando en la intertextualidad de afluentes culturales y sociales. Podemos hablar entonces que estamos en un momento de grandes paradojas, en donde aquellos valores que nos sirvieron para tener un sentido de pertenencia dentro de la ciudad, ya no son las herramientas más útiles para enfrentar este momento de transición; la certidumbre del Cali Viejo que se nos fue, es reemplazada por la incertidumbre de muchas ciudades superpuestas conviviendo, superpuestas en tiempos y espacios, el Cali plural de tantas migraciones. Recordemos que ésta es una ciudad con vocación de puerto seco, Cali, desde la colonia, fue el sitio de paso y encuentro, quizá por eso, el sentido de civismo, de hospitalidad, de festividad que está en el fondo del caleño, corresponda a una vocación, a un uso social, a un desarrollo también económico, que generó todo ese tipo de relaciones culturales. Se ha perdido esto o aquello, exclamamos, añoramos la civilidad perdida, ya no se hacen las colas para esperar el transporte en los paraderos, ¿pero las condiciones actuales lo permitirían? Podemos pensar la ciudad intentando reconstruir las hilachas en los recuerdos que se nos esfuman si no existe una retroalimentación desde el goce estético, la satisfacción ética y la consciencia ecológica. Podemos pensar la ciudad planteándonos qué es lo que está vivo en ella en el presente. Porque si habitar la ciudad, primero que todo, es habitarla con nuestro cuerpo, qué relación tenemos con los múltiples cuerpos personales y simbólicos, como con la lectura imaginaria, la sensorial y las reelaboraciones perceptivas que se escriben sobre la dinámica cotidiana de recorrerla.

“¿De qué forma es posible construir espacios públicos en las ciudades latinoamericanas contemporáneas dentro de dinámicas más democráticas y menos segregacionistas? ¿Cómo incorporar a los millones de pobres urbanos a las estructuras urbanas “legales” con los mismos derechos y posibilidades que el resto de los ciudadanos?

¿Cómo se puede comprender una ciudad que ya no tiene centro y aparece disgregada, ciudades que están llenas de contradicciones, ciudades con los últimos avances tecnológicos y de comunicaciones y al mismo tan incomunicadas y congestionadas al interior de su propio entorno urbano?”4

Así es como nos encontramos con una ciudad soñada, una ciudad deseada, una ciudad temida, una ciudad con espectros: “por ese sitio no voy porque están matando”, el espectro de la muerte desde luego está instaurado en el centro de una nueva imaginería popular de Cali, que desde luego no responde a una construcción fantástica, sino a la representación simbólica de un momento cargado de fuertes conflictos de movilidad social marcados por

4 “Imaginarios urbanos, espacio público y ciudad en América Latina”, QUESADA AVENDAÑO Florencia, Pensar Ibero América - Revista de cultura, O.E.I., Número 8 - abril-junio 2006

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el auge y la caída de la cultura traqueta, que sin embargo ha logrado permear los imaginarios colectivos, enfatizando los juegos de lo permitido y lo prohibido, tal vez otras tensiones entre la apariencia y la presencia, entre las fronteras de lo tolerado y lo permitido, entre lo íntimo, lo privado, lo social y lo público, ese promiscuo abalorio de valores, pugnando por encontrar su lugar y status.

“La experiencia del espacio público desempeña un papel muy importante en la formación del futuro ciudadano como parte de la construcción y valoración del sentido de lo público. A través de la experiencia del espacio público se percibe la ciudad como un lugar amable o agresivo, como un espacio de libertad o, por lo contrario, de restricciones y vetos. La mirada a la ciudad a través del recorrido, la permanencia y el disfrute del espacio público da lugar al establecimiento de una relación de empatía con el entorno urbano, traducible en la confianza, la seguridad y el aprecio deseables en el ciudadano.” 5

Un ejemplo de la trayectoria histórica de una experiencia de espacio público, que lo ha constituido como un lugar imantado, es la Loma de la Cruz, de la cual se tiene referencia desde la colonia cuando era mercado de esclavos, sitio de negociaciones entre razas, culturas, creencias en registros bélicos, de dominación y terror. Los habitantes raizales de La Loma aún tienen presente, así sea a soto voce, el relato del drama pasional entre un esclavo africano que osó aceptar un idilio con una joven mujer blanca y de alcurnia, que por lo tanto representaba para él lo prohibido, representaba la violación de los compartimientos estancos del abolengo. Recordemos que en esa época, la colonia tardía, la Loma de la Cruz era la frontera sur de Cali, el lugar del mercado de esclavos negros traídos del África para las haciendas y minas, y por lo tanto, era el sitio del encuentro de lo diferente que generaba (¿genera?) prohibiciones, (los amores prohibidos), y por eso en ese sitio se castiga al trasgresor, y por eso, en ese sitio sigue apareciendo la mano negra, que al mismo tiempo deja constancia de un amor posible solamente por la trasgresión. Parece que todos los amores de nuestra literatura tienen que ver con ese gran juego de tensión, de la tensión entre el goce del deseo, todo el paganismo escrito en nuestro cuerpo y las prohibiciones escritas en la tabla de la ley y de los prejuicios sociales, una educación que se propone la formación de un ciudadano aconductándolo; la educación desde el Siglo XIX ha tenido la finalidad de buscar la homogeneización, lo dictaba la urbanidad de Carreño, reglas para comportarse en la nueva urbe marcada por los cánones de la modernidad y el progreso. En ese momento el relato primitivo es reemplazado por el del hijo desobediente y disoluto que en un estado de embriaguez inconsciente levanta la mano contra su propia madre y la arremete, despertando el repudio comunitario que lo castiga en la cima de la loma y posteriormente se clava en una romería una cruz que le otorga su nombre definitivo.

Estamos ante una ciudad atomizada en diversos núcleos con centros y periferias desarticulados espacialmente, pero que dibujan croquis y mapas de territorios vedados e inseguros y territorios encerrados y con ciertos niveles de seguridad. La dimensión estética de lo cotidiano nos ofrece la posibilidad de percibir la ciudad para apreciarla, de leerla para descifrarla, de descubrir en nuestro imaginario cuáles son las zonas prohibidas y permitidas y correr las cercas, develar lecturas posibles y hasta imposibles. Lo estético corresponde a la posibilidad de entender que habitar la ciudad también puede ser un suceso creativo, y ese

5 Artículo “La escuela como ciudad, la ciudad como escuela”, SALDARRIAGA Alberto, Revista Educación y ciudad. Nº 2, Bogotá.

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suceso creativo, es el que permite poco a poco ir construyendo una identidad que corresponda a este momento y que un poco nos saque de ese marasmo terrible de dolor de una época que se fue, y que en su nostalgia nos propone la lectura desde el castigo y el llanto por aquel tiempo perdido, que narrativamente ha sido el mejor.

“La estética cotidiana se expresa de mil maneras, desde nuestra forma de vivir, en el lenguaje y el porte, el modo de ataviarse y de comer, de rendir culto a las deidades o a personalidades, de legitimar el poder, ostentar el triunfo o recordar a los muertos; pero el papel primordial que la estética tiene en nuestra vida cotidiana se ejerce en lña construcción y presentación de las identidades sociales.”6

En el juego de tensiones y de paradojas sociales se desarrolla la dimensión estética, como esa capacidad de exploración, de desciframiento, de construcción de rasgos de identidad, entendida la identidad como una experiencia que se hace día a día y no como un matrimonio cansado que se resolvió algún día y rige, así sea fosilizado. Entendida la identidad como algo que permanentemente hay que reconstruir, esa dimensión estética, es simplemente la capacidad perceptiva que está en todos nosotros, que podemos ampliar, dilatar para permitir su uso lúdico, también la posibilidad de la diversión, como la otra versión, la de salir de las rutinas, de fugarse de la doxa hacia la paradoja.

La dimensión estética para leer la ciudad no es un campo exclusivo de los artistas, los artistas son personas que se especializan en elegir y trabajar con otro punto de vista, otra manera de abordar lo obvio con extrañeza. Hay artistas porque básicamente hay público, porque básicamente todos nosotros necesitamos los espacios del encuentro con el otro, en donde uno se expone al otro, se expone para compartir en un espacio público, se da la oportunidad de convivir con el/los otros para constituir entre todos lo público. Un espacio público es un espacio de encuentro donde podemos salir de nuestros pequeños refugios privados, para intercambiar también fantasmas, para intercambiar también vivencias, por lo que esto es parte de nuestro potencial estético, seamos o no artistas siempre generamos procesos de representación de lo que vivimos, de simbolización de la realidad.

“En la ciudad el camino más corto entre dos puntos es el más hermoso. La estética urbana hace la ciudad vivible.” Tal como lo expresan Borja y Castells en el Decálogo de gestores del desarrollo urbano.7

Después de la Loma de la Cruz, vino otra segunda marca cinco cuadras más abajo: “La calle del muerto”. Hasta allí llegaba Cali, y para allá, hacia el sur, empezaban los mangones y un buen muerto, según la historia que me han relatado de primera fuente. El muerto que está vivo, o sea el protagonista de la historia.

Ese sitio que era la frontera de Cali, fue el lugar donde se arrojó el cadáver de un apostador asesinado en una pelea de gallos. Ahora bien, observen el imaginario colectivo cómo opera años después cuando ese sitio que era una manga se ha convertido ya en un barrio. El 6 Estética cotidiana y juegos de la cultura – Prosaica Uno, MANDOKI Katya, Conaculta .Fonca, Siglo XXI editores, México – 2006.

7. Lo local y lo global. La gestión de las ciudades en la era de la información. BORJA, Jordi; CASTELLS, Manuel TAURUS. Madrid. 1997.

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último construido en las décadas del cuarenta y cincuenta del siglo XX; en los linderos del Club Noel, se trazó una calle, se construyeron unas casas y coincidencialmente en el antejardín de una de esas casas había sido el sitio donde se había arrojado el cadáver. Sucedió que un modelo de la Escuela de Artes Plásticas de Bellas Artes, que a su vez es actor, Iván Montoya tenía una cantidad de esculturas de todos los trabajos que hacía y llegó el momento en que le estorbaban y resolvió obsequiar una escultura de un guerrero en reposo a una de sus sobrinas que vivía justo en esa casa y le dijo “colóquela en el jardín, para que no le estorbe adentro” y con los días aparecieron unas flores y con los días ya no eran unas cuantas flores sino muchas flores, y con los días ya no eran muchas flores sino algunas señoras que pasaban, rezaban y hacían una novena, y con los días se dijo que la señora de la casa había asesinado al marido, y convivía con el cómplice, el amante, y así la gente que pasaba por ahí la veía como una culpable perversa que había encargado esa escultura para colocarla exactamente como él cayó y ese muerto se volvió la constancia ciudadana de las épocas aquellas en que arrojar un muerto a la calle aún nos sorprendía, por eso hace parte de nuestro imaginario, y la calle es conocida por los habitantes de esta ciudad como la “Calle del Muerto”. Un buen día, una romería con el capellán de la iglesia vecina al comando los despertaron con cánticos y rezos de inculpación y de perdón, y los acosaron y excluyeron con tal insistencia que la familia del actor modelo salió huyendo y dejando abandonada la escultura de sus cuitas.

Si hurgamos un poco más en nuestros recuerdos comunes, así como en el recuerdo de los siete ríos que están ocultos, también hay muchos ríos imaginarios de nuestra vida colectiva que están ocultos y desde luego el gran problema que tenemos es que en vez de hacer algo por convocarlos y que vuelvan a emerger como opciones de encuentro, cada vez más los volvemos aguas negras adoptando unos imaginarios que no corresponden a nuestra realidad. De todas maneras, como lo decía García Canclini, siempre se reconstituyen por tensiones entre las distintas culturas que se hibridan y luchan entre sí y que hacen que una ciudad sea muchas ciudades superpuestas. La ciudad del tango, van ustedes al frente del parque del Alameda y está un sitio que es un templo del tango, pero también hay otros sitios para el encuentro menos oficiales, por ejemplo en la zona industrial, sitios prohibidos para personas que se sienten todavía reprimidas socialmente, marginadas y deben encontrarse en lugares que no hacen parte de los circuitos oficiales de la diversión, es decir, hay toda una urdimbre de ciudad, como la de la salsa, con sus mitos e historia compartidas, que permiten concluir que una lectura posible de Cali desde los imaginarios de sus habitantes, debe rastrear en el prisma de las múltiples ciudades superpuestas que están encerradas en ese nombre de una ciudad.

En urbes como Barcelona o Bogotá los centros comerciales han pasado a ser la representación más nítida de la ciudad. Ellos son los que mejor concentran su gente y su brillo. Si en la ciudad de antes había un centro indiscutible, hoy hay muchos. El centro ha explotado en fragmentos hacia la periferia. Cada uno de ellos maneja sus normas, sus valores y su argot. Esta es la ciudad postmoderna, la que se reemplaza rápidamente, policroma y hedonista. Suprime los espacios centrales con la misma facilidad con que reemplaza los discursos políticos y los valores morales. La centralidad no existe para ningún efecto. Cualquier intento de centralismo es un anacronía. 8

8 Ciudad educadora: Una perspectiva política desde la complejidad. RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ Jahir, Revista digital de la OEI, documento permanente.

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Los imaginarios urbanos nos permiten examinar las nuevas formas de expresión ciudadana, en las múltiples maneras que tienen de asumir el uso de la ciudad y de producir imágenes que proyectan futuros colectivos. Los imaginarios urbanos son elaboraciones espontáneas que se mueven por los circuitos del rumor y el chisme, de los relatos de vida y las posibilidades del diálogo, generados por los propios ciudadanos soportados por sus ideas y representaciones de la ciudad, a partir de sus relaciones que establecen con ésta, a partir de las diversas formas en que la habitan y practican su condición urbana.

Tal como lo ha planteado el colombiano Armando Silva en la investigación sobre Imaginarios urbanos para América Latina, los imaginarios urbanos son inmateriales e irrepresentables, pueden rastrearse en los objetos, las arquitecturas y las formas urbanas, pueden filtrarse en los rituales ciudadanos o quizás expresarse en las materializaciones del habla, en los graffiti, en las fotografías de los álbumes familiares, pero difícilmente se les puede asignar una imagen única, se resisten a ella y se escapan a cualquier representación unívoca. Es por esto que, frente a los relatos hegemónicos ofrecidos por algunos analistas de lo urbano, que suelen materializarse en imágenes acabadas, en explicaciones contundentes y dogmáticas, la exploración y los desciframientos en este vasto campo de conocimiento, plantea la posibilidad de construir micro-relatos, de desenvolverse en las pequeñas certezas de lo microfísico, de trabajar con rastros, indicios y residuos, dibujados por la vida en su complejidad, de la que se nutren los diversos modos de ser urbano. ♣

Ponencia publicada en el libro “Memorias para pensar la ciudad”, compilación del grupo Estéticas Urbanas, facultad de Artes Escénicas, editorial Bellas Artes, Cali 2006.

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