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Biblioteca Digital DIBRI -UCSH por Universidad Católica Silva Henríquez UCSH -DIBRI . Esta obra está bajo una licencia Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/ CIENCIAS RELIGIOSAS N 10 Implicaciones teóricas de la historia y la arqueología en la Biblia Benjamín Toro Icaza.* Antecedentes: Nuestra primera apreciación de la Biblia, cristiana o hebrea, es reconocerla como un libro escrito bajo una noción sagrada. Pero, como todos los libros, sagrados o no, la Biblia representa un artefacto humano con una historia humana tras ella: fue el producto de mentes humanas de diferentes capacidades e intereses, copiada y recopilada por escribas de diferente capacidad y variada inteligencia, impresa y compilada por artífices de diversos estándares y, finalmente, leída e interpretada por judíos, cristianos, agnósticos y ateos de diversas épocas. No sería exagerado, por lo tanto, decir que la Biblia es un artefacto fabricado tanto por la mente como la mano humana, puesto que refleja a su vez el pensamiento y la conducta humana que la produjo. Es un símbolo cuya realidad visible apunta a una realidad invisible más allá de ella 1 . Sin embargo, para nuestra profesión histórica, la Biblia representa la más compleja colección de fuentes escritas que disponemos del Antiguo Próximo Oriente, la cuál ha podido sobrevivir a través del tiempo hasta llegar a nosotros. La Biblia, con todas sus dificultades interpretativas, todavía se mantiene como una fuente histórica básica de información, sobre los orígenes y los eventos más relevantes del Antiguo Israel. Sin la Biblia -y pese a existir otros descubrimientos y fuentes históricas- difícilmente hubiésemos sido capaces de conocer la Historia Antigua de Israel y de los pueblos que les secundaron en su época. La Biblia, por cierto, tiene ciertas limitaciones al ser trabajada como documento histórico. Ella nos relata el mundo y la mentalidad del Antiguo Israel, pero difícilmente podríamos concebirla o leerla bajo un entendimiento historiográfico racional o moderno propio del hombre del siglo XX. En realidad, podríamos señalar que la Biblia -al igual que la mayoría de los escritos de la Antigüedad-no contiene ninguna historiografía en el moderno sentido de la palabra, sino en el anti- guo: allí se presentó el pasado de Israel en términos destinados a satisfacer sus propios intereses religiosos, teológicos y políticos, no los nuestros. Por ello, los escritores bíblicos * Licenciado en Historia, Universidad de Chile; Magister (c) en Arqueología, Universidad Hebrea de Jerusalén; Profesor de Historia Antigua del Próximo Oriente, Universidad de Chile. El presente artículo forma parte de la investigación» La Arqueología Bíblica: contexto histórico y expresión literaria», realizada en Israel por intermedio de la Embajada de Israel en Santiago, a quién le doy mi agradecimiento. 1 Ver el trabajo de Magen BROSHI, «Religion, Ideology, and Politics and Their Impact on Palestinian Archaeology», en Israel Museum Journal, V. VI, 1987, pp. 17-32.

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Biblioteca Digital DIBRI -UCSH por Universidad Católica Silva Henríquez UCSH -DIBRI.

Esta obra está bajo una licencia Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported de Creative Commons.

Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/

CIENCIAS RELIGIOSAS N 10

Implicaciones teóricas de la historia y la arqueología en la Biblia

Benjamín Toro Icaza.*

Antecedentes:

Nuestra primera apreciación de la Biblia, cristiana o hebrea, es reconocerla como un libro escrito bajo una noción sagrada. Pero, como todos los libros, sagrados o no, la Biblia representa un artefacto humano con una historia humana tras ella: fue el producto de mentes humanas de diferentes capacidades e intereses, copiada y recopilada por escribas de diferente capacidad y variada inteligencia, impresa y compilada por artífices de diversos estándares y, finalmente, leída e interpretada por judíos, cristianos, agnósticos y ateos de diversas épocas. No sería exagerado, por lo tanto, decir que la Biblia es un artefacto fabricado tanto por la mente como la mano humana, puesto que refleja a su vez el pensamiento y la conducta humana que la produjo. Es un símbolo

cuya realidad visible apunta a una realidad invisible más allá de ella1.

Sin embargo, para nuestra profesión histórica, la Biblia representa la más compleja colección de fuentes escritas que disponemos del Antiguo Próximo Oriente, la cuál ha podido sobrevivir a través del tiempo hasta llegar a nosotros. La Biblia, con todas sus dificultades interpretativas, todavía se mantiene como una fuente histórica básica de información, sobre los orígenes y los eventos más relevantes del Antiguo Israel. Sin la Biblia -y pese a existir otros descubrimientos y fuentes históricas- difícilmente hubiésemos sido capaces de conocer la Historia Antigua de Israel y de los pueblos que les secundaron en su época. La Biblia, por cierto, tiene ciertas limitaciones al ser trabajada como documento histórico. Ella nos relata el mundo y la mentalidad del Antiguo Israel, pero difícilmente podríamos concebirla o leerla bajo un entendimiento historiográfico racional o moderno propio del hombre del siglo XX. En realidad, podríamos señalar que la Biblia -al igual que la mayoría de los escritos de la Antigüedad-no contiene ninguna historiografía en el moderno sentido de la palabra, sino en el anti-guo: allí se presentó el pasado de Israel en términos destinados a satisfacer sus propios intereses religiosos, teológicos y políticos, no los nuestros. Por ello, los escritores bíblicos

* Licenciado en Historia, Universidad de Chile; Magister (c) en Arqueología, Universidad Hebrea de Jerusalén; Profesor de Historia Antigua del Próximo Oriente, Universidad de Chile. El presente artículo forma parte de la investigación» La Arqueología Bíblica: contexto histórico y expresión literaria», realizada en Israel por intermedio de la Embajada de Israel en Santiago, a quién le doy mi agradecimiento.

1 Ver el trabajo de Magen BROSHI, «Religion, Ideology, and Politics and Their Impact on Palestinian Archaeology», en Israel Museum Journal, V. VI, 1987, pp. 17-32.

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raramente proclamaron basarse exclusiva-mente en hechos concretos, de ser absoluta-mente objetivos, o de contar toda la Historia. Su interés no partía por saber cuáles hechos acontecieron, sino más bien qué significado tenían. Para ellos y sus lectores, la Biblia era «su» Historia, más que una Historia propia-mente ta1. 2

Pese a lo anterior, en el siglo XIX cambió radicalmente la perspectiva que se tenía acer-ca de ella, específicamente con la confron-tación entre ciencia y teología. Las teorías evolucionistas de Darwin, sobre la extinción y evolución de ciertas especies en un mun-do cambiante, produjeron un gran cuestio-namiento sobre la veracidad de las Escritu-ras. Sin embargo, también condujo una ver-dadera «Contrarreforma» por parte de cier-tos círculos académicos occidentales que buscaron «probar» la veracidad de lo narra-do por los relatos bíblicos. Así, cuando Na-poleón Bonaparte redescubrió Egipto con su expedición, despertó el interés de los euro-peos por el Oriente. De esta manera, Henry Layard descubrió, a mediados del siglo XIX, la ciudad de Nínive, capital del antiguo Im-perio Asirio. Antes de este descubrimiento arqueológico, los asirios sólo eran conoci-dos por una fuente literaria, la Biblia. Por lo tanto, el descubrimiento arqueológico pro-dujo importantes implicaciones para la in-vestigación bíblica: si ciertos hallazgos ar-queológicos -como los fósiles de animales prehistóricos- podían cuestionar la palabra di-vina, otros descubrimientos podían ser usados para comprobar la veracidad de sus escritos. Por la misma razón, si la narrativa histórica de la Biblia podía ser confirmada, entonces su mensaje tenía una base científica.

2 William DEVER, «Archaeology and the Bible. Unders-tanding Their Special Relationship», Biblical Ar-chaeology Review, May/June, 1990, p. 53.

Tales pensamientos hallaron acogida en un misionero quien llegaría a ser Catedrático de Literatura Bíblica en la Union Theologi-cal Seminary de la ciudad de Nueva York. Su nombre era Edward Robinson. Fue el primero en entregar una definición a un campo especial dentro de la Arqueología: la Arqueología Bíblica. Él hizo varios viajes al Próximo Oriente en la década de 1830, para descubrir, examinar y ubicar tantos sitios bíblicos como fuese posible. A través de un análisis lingüístico de los nombres de los lugares, del análisis de documentos históri-cos y de una gran dosis de fortuna, Robin-son fue capaz de identificar decenas de si-tios bíblicos dentro de la ciudad vieja de Je-rusalén (la 3' Muralla y el arco de Ecce Homo que lleva su nombre), como también otras ciudades bíblicas cuyos nombres han per-manecido por el tiempo. Este interés por descubrir e identificar sitios bíblicos tuvo un rápido desarrollo, promovido especialmen-te por instituciones y sociedades internacio-nales dedicadas al estudio de la zona: Ingla-terra creó la British Palestine Exploration Fund en 1865, la Palestine Exploration Quartely y la British School en 1919; Esta-dos Unidos creó en 1900 la American

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Schools of Oriental Research; Francia la Ec-óle Biblique en 1891 y la Revue Biblique como publicación; Alemania la Deutscher Verein für Erforschung Pálastinas (1877) y la Deustcher Evangelisches Institut für Al-tertumswissenschaft des Heiligen Landes (1900). A partir de entonces, y por aproxi-madamente 50 años (1920-1970), fue la Bi-blia, más que la naturaleza de los datos ar-queológicos, quién dirigió las investigacio-nes. De esta manera, la Teología y la Arqueo-logía fueron mezcladas, buscando no sólo probar que la Biblia era verdadera, sino que también mostrar cómo la Arqueología de-bería relatar la Biblia.

El primer exponente de este pensamiento fue el arqueólogo estadounidense William Foxwell Albright, proveniente de la Univer-sidad Johns Hopkins de Baltimore. Albright consideraba ya en 1920 como «verdad» todo lo descrito en la Biblia. Por ello, refinó las capacidades de la Arqueología para ayudar a los estudios bíblicos. De esta manera, la Arqueología Bíblica fue un proceso para construir una teoría o teología basada en la Biblia. Pese a esta posición tan fundamenta-lista, Albright nunca bosquejó una lección teológica. Él estuvo más interesado en lo que la Arqueología podía contarnos a nosotros mismos que lo que podía contarnos acerca sobre Dios. Por lo tanto, su aproximación a la Biblia fue desde el punto de vista de un orientalista y un arqueólogo. Él no hacía preguntas de fe, sino que las asumía desde un punto de vista científico. Esta postura se reforzó, posteriormente, durante los años 30 y 40, cuando una serie de hallazgos arqueo-lógicos -las antiguas ciudades de Mari, Nuzi y Ugarit- permitieron sacar a luz una serie de textos cuneiformes escritos en tablillas con una serie de códigos legales, narracio-nes y costumbres que permitían iluminar mejor el mundo del Antiguo Próximo Orien-te; al cual pertenecía el Bíblico Israel. Sin

embargo, la visión de Albright no fue la úni-ca. Una visión más radical tendió a ver la Arqueología como un instrumento apologé-tico a las Escrituras, es decir, que su lectura servía como guía a la Arqueología. Su re-presentante fue Melvin Grove Kyle del Se-minario de Ohio. Él usó la Biblia para inter-pretar a la Arqueología; a diferencia de Al-bright quien usó la Arqueología para inter-pretar la Biblia. Otro caso fue Nelson Glueck, un investigador ordenado rabino, quien de-fendió una postura más conservadora, lle-gando a sostener que «puede ser categóri-camente establecido que ningún descubri-miento arqueológico ha controvertido algu-na vez una referencia bíblica». 3

Después de la Segunda Guerra Mundial, nuevas posturas surgieron de las escuelas an-teriores. G. Ernest Wright, un miembro del Biblical Theology Movement, tomó la cons-trucción científica de Albright y la empleó como un soporte positivista para su pensa-miento teológico. Él trabajó paralelamente la Teología y la Arqueología, sosteniendo que los «actos de Dios» ocurrieron en un con-texto histórico específico, por cuanto la His-toria misma era la revelación de Dios. Wrig-ht sostenía que si bien muchos de estos he-chos no podían comprobarse por medio de la Arqueología, ellos podían ser realzados por la confiabilidad del registro arqueológi-co. Sin embargo, no todos los estudiosos abogaron por esta postura. Ya en 1920, el alemán Martin Noth se preguntó si la evi-dencia arqueológica podía ser verdadera-mente externa y objetiva, es decir, si la in-terpretación de los datos aceptados por los investigadores estaba bajo el influjo de una

3 Las aproximaciones de Glueck y de los otros investi-gadores aquí citados, han sido extraídas del artícu-lo de Thomas W. DAVIES, «Faith and Archaeology. A Brief History to the Present», en Biblical Archaeo-logy Review, March/April 1993, pp. 54-59. 43

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cognición bíblica particular. Otros especia-listas, como Paul Lapp, sostenían que la His-toria o la Arqueología de la Biblia sólo po-día ser realizada por un laico, puesto que estudiosos como Albright y Wright estaban «prejuiciados» por un pensamiento teoló-gico que les restaba «imparcialidad». Sin embargo, esta crítica no impidió que la ma-yor parte de las excavaciones llevadas a cabo en Israel (Gezer, Shechem, Ai, etc.) recibie-ran importantes financiamientos de institu-ciones religiosas y de un gran número de teólogos y seminaristas de iglesias protes-tantes de Estados Unidos.

Otro caso fue el sacerdote dominico francés Roland de Vaux, director de la Ecóle Bibli-que de Jerusalén. En su análisis personal, De Vaux mezcló las ciencias sociales, las téc-nicas de la crítica bíblica y los datos arqueo-lógicos para exponer la Historia de Israel. Puede señalarse que su postura fue un cru-ce entre las aproximaciones positivistas de Allbright con las negativas de Noth. Sin embargo, en uno de los principales artícu-los «Sobre los usos correctos e incorrectos de la Arqueología»4, De Vaux deploró la co-rroboración de la Biblia por medio de la Arqueología, concordando con Wright de que la fe de Israel está unida con la inter-vención de Dios en la Historia; pero la Ar-queología sólo podía validar un evento del cual el autor bíblico ya había puesto su in-terpretación. Es decir, parte de la interpre-tación era una asimilación de dicho evento como un acto de Dios. Por otra parte, De Vaux estuvo deseoso de asumir la veracidad del hecho bíblico y consideró que «la falta de evidencia arqueológica no es suficiente para dudar de lo afirmado en el testimonio

4 Roland DE VAUX,. «On right and wrong uses of Ar-chaeology», en la obra de J. A. SANDERS (ed.) Near Eastern Archaeology in the Twentieh Century: Es-says in Honor of Nelson Glueck, Garden City, New York, Doubleday, pp. 64-80.

escrito (...) y no debería haber conflicto en-tre un hecho arqueológico bien establecido y un texto críticamente examinado». Sin embargo, una duda quedó rondando: ¿Qué era un hecho arqueológico «bien estableci-do»? Como han sostenido algunos de sus críticos, la postura propuesta por De Vaux parecía permitirle mantener una fe básica tanto en la Mano (arqueológica) y en la Pa-labra (textual) de Dios pese a las obvias po-sibilidades de conflicto. En otras palabras, dichos críticos se cuestionaban: ¿Necesita la religión ser defendida?, ¿Puede la fe bíblica ser probada?, ¿Podría el hallazgo arqueoló-gico de un acontecimiento bíblico darnos una prueba fehaciente de la existencia his-tórica de los personajes que involucra? To-das estas interrogantes condujeron a un re-visionismo total de conceptos: el propio Wright abandonó su antigua posición posi-tivista, reemplazándola por una visión más escéptica. Wright estuvo de acuerdo con la postura sostenida por De Vaux, pero ade-más consideró que la interpretación de un hecho estaba restringida al hecho mismo, por cuanto la ambigüedad era un elemento central de la Historia.

Dichas críticas motivaron el nacimiento de una nueva escuela en los años 70, dirigida por el arqueólogo estadounidense William G. Dever. Él desarrolló una visión más antropo-lógica que reemplazó la concepción de «Ar-queología Bíblica» por la «Arqueología de la Franja Siropalestina». Es decir, los investiga-dores prefirieron denominar la región bajo un concepto geográfico («Siropalestina»), por considerar que era un término más imparcial para un estudio arqueológico. Dicha actitud fue el fruto de una reacción contra la teolo-gía, por cuanto consideraba que la Arqueo-logía Bíblica tenía una base teórica prestada de ella; lo cual la convertía en un campo su-perficial, de principiantes, y carente de obje-tividad y rigor científico. Es importante es-

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pecificar, no obstante, que Dever nunca ha sugerido que la Biblia debiera ser eliminada del estudio arqueológico del Próximo Orien-te, sino que ha abogado por convertir la Ar-queología de la zona en una disciplina inde-pendiente, secular y profesional.

- La problemática:

Nosotros, sin embargo, consideramos que tan-to los arqueólogos como los historiadores de hoy deberían reconsiderar las narrativas bíbli-cas, y tratarlas en forma más crítica y cuida-dosa. Para empezar, consideramos que -en cualquier estudio bíblico de carácter históri-co- ha existido un problema básico que guar-da relación con una correcta valoración de las evidencias provenientes de diferentes fuentes: muchas veces el historiador o el estudioso bí-blico no siempre han entendido bien las limi-taciones de la evidencia arqueológica, y el ar-queólogo no siempre entiende ni la compleji-dad del escrito bíblico, ni de la técnica histo-riográfica. Aún más, muchas veces ni el estu-dioso bíblico ni el arqueólogo toman parte, necesariamente, en la misma dirección histó-rica, o se dejan llevar por presuposiciones teo-lógicas o laicas. Todo lo anterior ha llevado a dos posiciones erróneas, fruto de esta lucha dialéctica sin sentido entre Arqueología, Biblia e Historia.

1° El primero de ellos guarda relación con los hallazgos que guardan una directa conexión con lo descrito en las narraciones bíblicas. Muchas personas, sean arqueólogos o no, han tratado de usar la Arqueología para pro-bar «la verdad de la Biblia», conduciendo a una serie de publicaciones más centradas en el carácter dogmático de los escritos bíbli-cos -entremezclando Fe, Historia y Arqueo-logía- que su análisis histórico. Sin embar-go, el problema es mucho más complicado y deben hacerse ciertas precisiones al respecto. Para empezar, el intentar probar «li-

teralmente» lo dicho por la Biblia sólo de-muestra una visión muy simplista de la na-turaleza de la Historia presente en la Biblia. En efecto, la actitud de un historiador -quién busca respuestas precisas para preguntas precisas- es diametralmente opuesta a la de un exégeta, quién busca entregar el «verda-dero» o «real» mensaje de las escrituras bí-blicas. Para un historiador, lo último es im-practicable: para él, el mensaje «original» del texto bíblico es una reconstrucción que sólo constituye una hipótesis histórica, pues-to que él no está en condiciones de asegu-rar, con certeza, que su reconstrucción es idéntica al mensaje original que tuvo el tex-to en su época. En otras palabras, los exége-tas basan sus nociones en la autoridad del texto bíblico, lo cual es legítimo dentro de su contexto religioso; para un historiador, esto no posee valor argumentativo, especial-mente cuando se le discute dentro de sus propios cánones historiográficos: nosotros necesitamos conocer históricamente los tex-tos bíblicos antes de ver lo que dicen literal-mente, puesto que los textos bíblicos están separados de nosotros por un largo trecho de tiempo, espacio, percepción humana y composición. 45 j

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En segundo lugar, existe otro problema de fondo que no ha sido comprendido por la mayoría de las personas: aunque lográramos o pudiéramos proveer evidencia de episodios bíblicos tan importantes -como el sitio exacto del Templo de Salomón o del Arca de la Alianza- no nos permitiría confirmar nuestras ideas sobre el Reino de Dios o de cualquier noción metafísica. Tampoco el hallazgo de un arca en la cima del monte Ararat, o de las tablas quebradas de la Ley de Moisés a los pies del Monte Sinaí, nos probará la existencia de Yahvéh, ni la validez de la interpretación de dichos hechos por partes de los autores bíblicos. Posiblemente los arqueólogos podrían probar la autenticidad de la tumba de Jesús o encontrar la de Moisés, pero ni la una ni la otra nos confirmará, desde nuestro punto de vista histórico, la resurrección de Jesús o la existencia del Dios

proclamado por Moisés5. Cabe mencionar que las investigaciones arqueológicas han ofrecido a menudo más o menos evidencia de las deseadas por algunos sectores: existen muchas informaciones en la Biblia que no han podido ser confirmadas, arqueológicamente hablando, y también poseemos mucha información arqueológica que no ha sido mencionada en la Biblia. Ello es posible confirmarlo en muchas imágenes entregadas en la Biblia -como la Era de los Patriarcas o la Época de la Conquista- las cuales no han sido comprobadas plenamente por los hallazgos arqueológicos. Ello es porque la imagen entregada por un arqueólogo no es necesariamente la misma que entrega el historiador o el investigador bíblico, porque cada uno puede estar inte-resado en objetivos diferentes. De hecho, ni

5 Un claro ejemplo de esta posición errada puede verse en el libro de Werner KELLER, Y la Biblia tenía ra-zón, Ed. Omega, Barcelona, 1956 (existe una ver-sión inglesa moderna y complementada The Bible as History, Bantam Books, New York, 1980).

el arqueólogo ni el historiador pueden ser realmente apologistas de la fe bíblica, pese a que ambos podrían proveer evidencias ma-teriales del contexto en la cual su Dios ha-bría actuado. Por lo tanto, no podemos com-binar la verdad (subjetiva, intangible y per-sonal) con lo concreto (objetivo, tangible e impersonal) . 6

Con ello estamos conscientes que el interés religioso -en el estudio de la Arqueología de Palestina o de la Tierra de Israel- siempre ha estado presente y, tal vez por ello, mu-chas veces los informes arqueológicos han producido complicaciones para algunosexégetas bíblicos. Una complicación debida a que algunos de ellos han continuado apli-cando un carácter de «naturaleza cuasi sacramental» a la Arqueología para, de ese modo tener un instrumento válido para po-der probar lo dicho por la Biblia. En dicho sentido, nosotros tenemos que reconocer que los seres humanos han sido entidades en donde han coexistido los sentimientos y las emociones con las facultades racionales y analíticas. Por lo tanto, es entendible que los restos arqueológicos hallados puedan representar para ellos un efecto muy similar a lo que pueda significar la Eucaristía para muchos cristianos. Lo mismo ocurre cuan-do la barrera del tiempo y la distancia es re-movida, y hay un contacto directo con los eventos y personas a las cuales se admira, o a los cuales se representa como un modelo de identidad o de pertenencia. Pero dichas emociones, tan naturales como legítimas, crean ciertos problemas para el arqueólogo crítico o el historiador, los cuales están empecinados en lograr una reconstrucción del pasado -con la mayor objetividad posi-

6 Ernest Axel KNAUFF, -From History to Interpreta-boíl-, The Fabric of History. Text, Artifact and Israel 's Post, Diane EDELMAN (ed.), Journal of Stu-dy of the Old Testament, London, 1991, p. 54.

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ble, dentro de sus propias limitaciones-como primera prioridad. Cuando algunos se empecinan por esta «naturaleza cuasi sacramental de la Arqueología», como dice el profesor Darrel, la disciplina arqueológi-ca es forzada por una fuerte e inconsciente influencia sobre el juicio de la investigación. Por ello, el primer paso para aminorar di-chos efectos, es admitir su existencia dentro de nuestros medios académicos: ningún his-toriador, estudioso bíblico o arqueólogo está completamente libre de prejuicios u objeti-vos; por cuanto vivimos envueltos en nues-tras propias predisposiciones culturales, in-

telectuales y emocionales.7

En síntesis, si quisiéramos responder la in-terrogante: ¿Cuál es el uso que puede dársele a la Arqueología con respecto a la Biblia? Nuestra respuesta tendría que restringirse a señalar que no es probar que la Biblia es ver-dadera. Aquellos estudiosos que se han afa-nado en buscar su validez por medio de ha-llazgos arqueológicos, en realidad, sólo han confirmado algunos informes históricos pre-sentes en la Biblia. Sin embargo, sería una falacia usar dichos informes como pruebas fehacientes sobre la divinidad de dichos es-critos. Si bien la Arqueología puede muchas veces proveer evidencia independiente de la existencia de ciertos lugares, personas o eventos mencionados en la Biblia, no puede decir nada respecto a si Dios o Yahvéh tuvo algo que ver con dichos sucesos. Esto últi-mo debe ser entendido, tanto para los anti-guos como los modernos creyentes, como

un asunto de fe8. No por nada, el Antiguo

Testamento es una colección de documen-tos religiosos producidos bajo la convicción que Yahvéh había elegido a Israel para esta-

7 H. DARREL LANCE, The Old Testament and the Ar-chaeologist, Old Testament Series, Fortress Press, Philadelphia, 1981, p. 63.

8 DE VER, Op. cit., p. 58.

blecer un pacto con él; pero buscar la «prue-ba» de esta convicción religiosa es mal in-terpretar tanto los límites de la evidencia histórica como la naturaleza de la fe misma 9. El mismo punto defiende el profesor Ben-Tor: el intenso interés de probar la Biblia no puede afectar las creencias de un creyente. Para cada persona, las escrituras contienen su propia verdad y no necesita ni ser criticada o probada. Quizá esta necesidad sólo ha estado prevaleciendo entre aquellos que se afanan en buscar que los arqueólogos les corroboren sus creencias y todo lo relatado en los libros bíblicos. Sin embargo, esta demanda vendría a ser una directa violación de la integridad arqueológica, y un intento de imponer sobre la Arqueología objetivos inalcanzables. Ello es lo que constituye la prueba de la fe .10

2° La otra postura cuestionada tiene que ver con la visión opuesta a la anterior: dicha

9 DARRELL, Op. cit., p. 65. 10 Amnon BEN-TOR (ed.), Archeology of the Ancient

Israel,Yale University Press, New Hoven and London, 1992, p. 9. 47

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postura defiende el principio de que no existe para ellos ningún material históri-co dentro de las narrativas bíblicas, pues-to que esas narraciones son de naturale-za «ahistórica». Es decir, muchos estu-diosos han sostenido que no existe nada histórico en los textos bíblicos porque son meras construcciones literarias. En otras palabras, es una visión escéptica de cuanta investigación hecha para correla-cionar los resultados de las excavaciones con los registros bíblicos. Dicha actitud encuentra su base en que tanto la Biblia Hebrea como el Evangelio Cristiano han sido escritos bajos la noción de constan-tes milagros o acciones divinas. Pero, como ni los historiadores ni los arqueó-logos han trabajado a partir de milagros, se ha desvalorizado el estudio de la Bi-blia como fuente histórica o arqueológi-ca «seria». Sin embargo, esta postura tam-bién tiene poco sustento: para empezar, uno de los trabajos del historiador y del arqueólogo no es tratar de huir, sino sim-plemente averiguar lo que sucedió. En realidad, nosotros necesitamos un hones-to diálogo entre la Arqueología, la Histo-ria y la Biblia, puesto que todas pueden complementarse y porque las necesita-mos a cada una. No en vano se debe re-conocer que, si bien existen implicacio-nes teológicas en la Historia de Israel, es porque dichas nociones han existido siempre en su Historia, por alguna razón especial y, por ello, no podemos menos-preciarla, disminuirla o relegarla. Por otro lado -como arqueólogos o historiadores-necesitamos trabajar con todos los mate-riales que mejor se ajusten a nuestra re-construcción histórica o arqueológica.

Por un lado, en un plano estrictamente his-tórico, la Biblia es una clara exponente de un «pensamiento primario» de pleno valor para cualquier estudio histórico. El «pensa-

miento primario» -según el egiptólogo in-glés Barry Kemp- es una forma de pensar desarrollada tanto por un individuo como por el grupo al cual pertenece, desde sus primeras nociones de existencial11. Consiste en un conjunto de respuestas reflejas ante objetos y símbolos que hacen mella en nosotros por diferentes razones, llegando a conferirles un valor tangible y vacilando todo el tiempo entre interpretar dichas realidades o, simplemente, evadirlaspor medio de la fantasía y el mundo de lo sobrenatural. En realidad, en nuestro mundo actual, seguimos actuando en forma similar; por cuanto tenemos una gran cantidad de conocimientos fácticos y teorías eruditas sobre diversas materias y, al mismo tiempo, muchas veces sólo tenemos nociones elementales e ideas vagas sobre dichas materias, debiendo abrazarnos a la elucubración y al desarrollo de modernos mitos. Por lo tanto, el hombre carga con la responsabilidad de llevar siempre consigo los medios para sobrevivir a este mundo interior de la imaginación: un mundo con infinidad de lugares, seres, situaciones y relaciones lógicas invisibles l2. A algunos los llamamos religión, a otras fantasías, y a otros productos de dotes artísticas o de ideas eruditas o científicas, pero en verdad sólo podemos separar en categorías este sinfín de imágenes utilizando distinciones arbitrarias, y al final somos incapaces de ponernos de acuerdo en qué significa todo ello.

Este «pensamiento primario», como diji-mos anteriormente, fue ampliamente desa-rrollado por los pueblos antiguos, los cua-les, muchas veces, carecieron de la amplia gama de vías teóricas como las existentes

11 Barry J. KEMP, El Antiguo Egipto. Anatomía de una Civilización, Editorial Crítica, Barcelona, 1989, p. 9.

12 KEMP, Op. cit., p. 10.

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en nuestros días. De allí que ellos desarro-llaron diversas asociaciones mentales con diferentes escalas de valores. Subestimar la comprensión intelectual de la realidad exis-tente en la Antigüedad -sean estos mitos, religiones o símbolos- como meras imáge-nes curiosas y fragmentos de narraciones extrañas sin sentido, es errar el camino del entendimiento. Cuando se rechaza el len-guaje escrito o simbólico de los pueblos an-tiguos porque carecen de nuestra validez racional, descartamos a su vez ideas y sen-saciones que formaron parte de un «pen-samiento primario» y universal tan válido en su época, como el desarrollado en la nuestra. En dicho sentido, nosotros valo-raremos el «pensamiento primario», plas-mado por los antiguos israelitas en la Bi-blia, como una manifestación cultural pro-pia: es decir, la manifestación de cada una de las formas locales y concretas en que la mente estructura el mundo de la vida per-sonal y el que sale fuera de aquella. Este mundo exterior está constituido en parte por la sociedad, y por una estructura lógi-ca invisible que ciertos individuos de di-cha sociedad crean en su pensamiento, para intentar hallar un orden y un significado común y definitivo para dicha sociedad. En la práctica ambos elementos se entremez-clan continuamente constituyendo una se-rie de ideas codificadas válidas para cual-quier análisis de carácter histórico. En di-cho sentido, cada cultura crea su particu-lar forma de Historia.

Por otro lado, en un plano estrictamente ar-queológico, nosotros sabemos que, por más de un siglo, la Biblia ha servido como refe-rencia para los arqueólogos, y ha influido en la localización de varios sitios arqueoló-gicos. No en vano la selección de estos da-tos, acorde con la verificación bíblica de la Historia, condujo a la búsqueda de las mu-rallas y palacios de las ciudades menciona-

das, de sus templos y sus recipientes de cul-to, como también sus inscripciones y mo-nedas. Esto no fue necesariamente por mo-tivos de fundamentalismo bíblico, sino más bien por una aceptación del entorno fami-liar del relato bíblico. Ahora bien, debemos considerar que, cuando analizamos la Biblia, nos encontramos que ella nos describe sola-mente algunos aspectos de vida pública de un pueblo centrado en la palabra y manda-to de su dios. Desde este punto de vista, la Biblia Hebrea presenta una visión altamente idealizada en torno a la espiritualidad de una religión específica, pero nos refleja poco acerca de la vida y cultura común del medio que la rodeaba: el aspecto de su gente, las características de las viviendas que habita-ban, cómo hacían sus registros para la pos-teridad, cómo vivían, como era su vida dia-ria, etc. Así, la Biblia sólo nos entregará cier-tos indicios que podemos rastrear y sacar a luz mediante diversas investigaciones. Y, en ese punto, es que entramos a considerar la Arqueología en nuestro estudio: esta disci-plina es la que nos permite «rellenar» el co-nocimiento histórico de esta literatura con la descripción de la vida y cultura cotidiana

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de la época. No en vano, ha sido la Arqueo-logía la que nos ha permitido restaurar la Bi-blia en su entorno original, descubriendo pueblos, lugares y culturas del Antiguo Próxi-mo Oriente que estaban olvidados o eran desconocidos para nosotros. En otras pala-bras, sacaron a luz aquel amplio mundo en el cual Israel se originó, y donde su vida yliteratura tomaron forma. De esta manera, so-lamente cuando situamos la Biblia Hebrea dentro de su contexto -el Antiguo Próximo Oriente- es que podemos descubrir su senti-do histórico original. Y esa es, precisamente, una contribución original de la Arqueología: ella tiene la capacidad de revivir la informa-ción «congelada» en el tiempo, no sujeta a interpretaciones posteriores, ofreciendo una más contemporánea y objetiva vista de las condiciones y eventos del mundo antiguo. La tradición, con su natural color en los eventos originales, es filtrada a través de la experien-cia y la fe, pero es la Arqueología la que nos permite una fugaz ojeada de la realidad pa-sada sin algunos de estos filtros, para lograr verla en sus verdaderos colores.13

En resumidas cuentas, existe una Historia esperando ser descubierta, tanto en los es-tratos de los sitios arqueológicos, como en los «estratos» literarios inherentes al texto bíblico; puesto que ambos campos son iguales de complicados al trabajar. De esta manera, nosotros no encontramos conoci-mientos en las fuentes respectivas (orales, escritas o materiales), en realidad, noso-tros fabricamos dichos conocimientos; puesto que las fuentes son el universo don-de nuestras hipótesis históricas o arqueo-lógicas son probadas o, mejor dicho, testi-ficadas, acorde a los parámetros que cada sociedad adopta según su época (científi-cos, religiosos, racionales, etc). En otras palabras, podemos decir que existe una Historia en alguna parte, y lo que nosotros debemos hacer es encontrar un camino para llegar a ella a través de nuestra men-te. De esta manera, si nosotros leemos la Biblia con sofisticación, no simplemente, podríamos a menudo encontrar correlación entre el texto bíblico con los restos arqueo-lógicos. Por ello, arqueólogos e historia-dores deben saber leer entre líneas, no ver solamente lo que los escritores bíblicos dicen, sino también lo que ellos eluden decir. Así, es posible ver la intención de los escritores bíblicos, de lo contrario sólo especularíamos acerca de que más pudie-ron conocer pero que no nos ijeron. El mayor estímulo de la Arqueología es que permite leer la Biblia desde una nueva pers-pectiva, es decir, con una sensibilidad y una comprensión que sólo un conocimiento de Arqueología puede traer al texto. Así el tex-to cobra vida en una nueva forma.14

50 13 DEVER, Op. cit., p. 54.

14 Ver la entrevista de Hershel SHANKS a William DE-VER: 4s this Man a Biblical Archaeologist?", Biblical Archaeology Review, July/August, 1996.

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- A modo de conclusión:

Resumiendo, estamos frente a dos mundos tan diferentes como son la Arqueología y la Biblia, pero ambas constituyen dos vi-siones separadas de la Historia del Antiguo Israel. Dicha Historia puede ser reconstrui-da a partir de los datos que aporten cada una de estas visiones, sean arqueológicas o textuales. Tratar de separar ambas especia-lidades sería tan irrazonable como querer separar la Arqueología Griega de las obras de Homero o de otros escritores de la Anti-güedad: eliminar la Biblia de la Arqueolo-gía del Antiguo Próximo Oriente, es privarla de su propia alma o esencia. Por otra par-te, encontramos aquí a tres especialidades mutuamente relacionadas: Arqueología, Historia y Estudios Bíblicos reunidas en torno a un campo de trabajo de corte his-tórico que podemos denominar Arqueolo-gía Bíblica. A nuestro juicio, uno de las principales valoraciones que podemos ha-cer con respecto a la Arqueología Bíblica, radica en que ella nos permite utilizarla -desde el punto de vista histórico- en nues-tro vademécum, es decir, en nuestra guía para elaborar una visión historiográfica so-bre la Biblia. Como historiadores podemos valernos de ella en cuanto a metodología, puesto que la Arqueología Bíblica reúne tres aspectos importantes:

a) Un aspecto histórico que nos muestra cómo una significativa visión de la mo-derna Arqueología Bíblica se extiende en un amplio lapso de tiempo, el cual está estrechamente ligado a la Historia mis-ma del antiguo pueblo israelita: su pro-ceso formativo, su asentamiento en Ca-naán, su Monarquía Unificada, su Exi-lio, su sometimiento a otros imperios, etc. Por otra parte, el gran progreso he-cho en el campo de la estratigrafía en las excavaciones arqueológicas y la in-

vestigación epigráfica, han influido con-siderablemente en la historiografía bí-blica y, particularmente, en la identifi-cación de los datos históricos. Conse-cuentemente, una gran aspiración sería llegar a confeccionar una síntesis que reúna -por un lado- la colección e inter-pretación de evidencia arqueológica y -por otro- la reconstrucción de una re-presentación histórica, en orden crono-lógico, basada en la interpretación me-todológica de las fuentes escritas bíbli-cas y no bíblicas. Además, muchos de los eventos históricos descritos en la Bi-blia Hebrea fueron interpretados por sacerdotes y poetas, creando una nueva visión de realidad divina y destino his-tórico. En otras palabras, la memoria histórica, preservada en la poesía y la leyenda, pudo reconstruir los hechos desde el tradicional conocimiento mito-lógico, el cual jugó un importante -si no decisivo- papel en iniciar al Antiguo Is-rael en el conocimiento de su Historia. Indudablemente, la Arqueología Bíblica no puede establecer que todas las anti-guas tradiciones de Israel ocurrieron tal como son relatadas en los escritos bíbli-cos, y tampoco podrá probar que todos dichos eventos fueron correctamente interpretados. No obstante, nosotros te-nemos que tomar en consideración los cambios de análisis crítico, y la comple-jidad de la interpretación histórica de un abundante material heterogéneo. Todo ello conducente a una constante revisión de ideas.

Un aspecto arqueológico, que nos per-mite considerar el papel de la Arqueo-logía, dentro de la Biblia misma, como una aproximación topográfica e históri-ca-cultural. Pero reducirlo a sólo eso, sería una postura estrecha e inadecua-da. La más valiosa contribución de la

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Arqueología es proveer un punto de vista diferente con el cual poder probar o re-batir nuestra interpretación de los do-cumentos, es decir, un punto de vista formado bajo nuestras concepciones científicas que nos permita confrontar-lo con los escritos bíblicos. La interpre-tación del material arqueológico cierta-mente será subjetiva y muchas veces su-frirá los problemas de presentarse como una evidencia incompleta, perdida o ile-gible. Pero la interpretación de los ma-teriales o documentos escritos está su-jeta a la misma distorsión. Además la in-terpretación literaria y los principios que la guían deben ser continuamente exa-minados, no solamente con los criterios literarios, sino también con todos los datos disponibles. La evidencia arqueo-lógica es valiosa porque nos provee un tipo diferente de datos de la evidencia literaria, datos de diferente orden que no fueron sujetos a los mismos problemas de redacción y transmisión textual que formaron dichos documentos. Tanto los artefactos arqueológicos como los textos requieren de interpretación, tienen orí-

genes diferentes, contextos diferentes, y hablan de cosas diferentes. Por ello, la naturaleza y alcance de la Arqueología Bíblica pueden ser ilustradas por medio de dos círculos concéntricos, uno geo-gráfico y el otro cronológico. El círculo interno geográfico es la tierra de Israel en su connotación bíblica. Para nosotros es claro que para ciertos periodos de su Historia, la principal fuente para enten-der la religión y los aspectos sociales y arqueológicos es la Biblia Hebrea. Por otra parte, esta misma tierra fue un puen-te o corredor entre los grandes imperios del Antiguo Próximo Oriente, un punto de encuentro para las diversas culturas mediterráneas, y también un verdadero emporio para sus dioses. Por dichas ra-zones, el pasado de esta tierra no puede ser estudiado científicamente sin recurrir a los datos de otras tierras y de otros pue-blos. El arqueólogo, cualquiera que sea su especialización, debe considerar los artefactos de una o más tierras vecinas, con los cuales poder configurar un mar-co cronológico afín.

Un aspecto bíblico, que reconsidera la Bi-blia Hebrea no como un producto aisla-do de la antigua civilización del Próximo Oriente, un monumento sin contexto o ancestro conocido; sino más bien como una parte de la Historia de dicho mundo antiguo. La literatura presente en ella nos manifiesta su continuidad y contraposi-ción con muchas de las obras literarias, mitología y cultos de su época. En dicho sentido, la Biblia Hebrea puede revelarse como la última hazaña de la evolución cultural de su época, puesto que la Bi-blia Hebrea es un palimpsesto que ha pre-servado muchos niveles en su lenguaje, ortografía y escritura. En siglos de trans-misiones escritas, los escribas variaron de escritura, y modernizaron estilos, gramá-

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ticas y léxicos. El conocimiento detalla-do de la Historia de dicho lenguaje (esti-los, escrituras, prosodia y géneros litera-rios), ayudará a nuestra crítica textual de la Biblia Hebrea. El aspecto bíblico, lle-vado al campo arqueológico, nos permi-tirá considerar la amplia gama de mate-rial escrito, para ofrecernos nuevas he-rramientas para la crítica textual. Dichos materiales iluminarán acerca de la His-toria de la lengua hebrea, la evolución de los estilos y el desarrollo paleográfico. No en vano, el estudioso de la literatura he-brea y de sus formas prosódicas, géne-ros, tradiciones e historia, está notable-mente influenciado por el impacto de la investigación arqueológica, especialmen-te cuando se coloca la literatura israelita en el contexto de la literatura semita y, especialmente, cananea. Los resultados han socavado muchas teorías y han le-vantado otras sobre la base de la sola evi-dencia bíblica interna. Estas transforma-ciones no deberían sorprendernos: mu-chas de las formas de análisis crítico per-manecieron como una construcción de posibilidades y especulaciones, hasta que los géneros de la literatura bíblica en cuestión fueron firmemente enlazados o comparados con los géneros extra-bíbli-cos de la literatura semita.15

Finalmente, un estudioso de la Biblia requeri-rá de la experiencia de un arqueólogo profe-sional para iluminar los registros bíblicos, y viceversa. Los grandes errores que se han co-metido en este campo han sido cuando los arqueólogos han interpretado un sitio bíblico excavado con un mal uso de la Biblia, o cuan-do, inversamente, un estudioso bíblico recons-truye la Historia con una noción errada de la Arqueología. Por la misma razón, nuestro pri-mer objetivo es establecer una clarificación de los problemas de la Arqueología y, especifica-mente, cuando se la relaciona con la Biblia; destacando la cooperación entre las diferentes disciplinas, los alcances y limitaciones de esta especialidad, y la amplitud de sus criterios. Nuestra actitud activa, entonces, se traducirá en la construcción de una teoría capaz de con-ciliar dichas disciplinas -Historia, Arqueolo-gía y Estudios Bíblicos- en torno a la Arqueo-logía Bíblica, y que su cooperación se mani-fieste en un diálogo fácil y constructivo entre ellas. Los arqueólogos, los historiadores y los estudiosos bíblicos podrán diferir en métodospara trabajar y descubrir sus fuentes, en mé-todos de excavación e interpretación; pero la importancia central radica en la capacidad de desarrollar un cuidadoso, preciso y consuma-do trabajo arqueológico, histórico y literario que esté abierto a la cooperación y a las nue-vas interrogantes que se planteen.

15 Frank Moore CROSS,: «The Biblical Aspect», Biblical Archaeology Today, Proceeding of the International Congress on Biblical Archaeology, Israel Exploration Society, Jerusalem, 1984, p. 11. 53