Importancia Del Hoy

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Importancia del Hoy… en la Inmediatez del Ahorita El Factor de Tiempo Existencial Todo cuanto es, está en el tiempo. Pero no todo cuanto es tiene conciencia del tiempo. Estar en el tiempo y no tener conciencia del mismo, equivale a ser sin saber que se es. Cuando nacemos, somos y tenemos vida. Pero no tenemos conciencia de una cosa, ni de la otra. La conciencia de sí mismo, cada hombre la descubre más tarde, en la comunidad de otros prójimos, que por tal es convivencia y reciprocidad. Por formar parte de esa comunidad, el hombre puede llegar a saber de su ser y del de los otros seres. (oportunidad del Ego para poner la Trampa);Lo más curioso es que la conciencia de sí mismo la adquiere por integrar la comunidad y por descubrir el ser de otros, antes que el propio; en una inconciencia del verdadero sentido existencial del Ser Interior. Todo cuanto venimos descubriendo, transcurre. No son fenómenos estáticos que se dan de una sola y única vez. Ser y saber que se es, se dan y sobreviven en el tiempo (solo existe una realidad existencial, somos eternos, somos substancia en un contenido o recipiente temporal, ante tiempo lugar y circunstancia; por voluntad). Las cosas están en el entre tejido del tiempo espacial.

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Tema de exposición del Curso Aprender a Desaprender para Aprender de mi Autoria

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Importancia del Hoy… en la Inmediatez del Ahorita

El Factor de Tiempo Existencial

Todo cuanto es, está en el tiempo. Pero no

todo cuanto es tiene conciencia del tiempo. Estar

en el tiempo y no tener conciencia del mismo,

equivale a ser sin saber que se es.

Cuando nacemos, somos y tenemos vida. Pero no tenemos conciencia de

una cosa, ni de la otra. La conciencia de sí mismo, cada hombre la descubre más

tarde, en la comunidad de otros prójimos, que por tal es convivencia y reciprocidad.

Por formar parte de esa comunidad, el hombre puede llegar a saber de su ser y del

de los otros seres. (oportunidad del Ego para poner la Trampa);Lo más curioso es

que la conciencia de sí mismo la adquiere por integrar la comunidad y por descubrir

el ser de otros, antes que el propio; en una inconciencia del verdadero sentido

existencial del Ser Interior.

Todo cuanto venimos descubriendo,

transcurre. No son fenómenos estáticos que se

dan de una sola y única vez. Ser y saber que

se es, se dan y sobreviven en el tiempo (solo

existe una realidad existencial, somos eternos,

somos substancia en un contenido o recipiente

temporal, ante tiempo lugar y circunstancia; por

voluntad). Las cosas están en el entre tejido del

tiempo espacial.

En este universo, todo cambia.

Nada es de una manera y para siempre.

El hombre es el único que toma

conciencia del tiempo, y de los cambios

en el tiempo. Puede comprender que todo

cambia. Cuando el hombre comprende

que transcurre, ha asumido conciencia

del tiempo. Así es, y aunque quisiera,

jamás podría evitar está realidad

esencial. A medida que va viviendo,

detecta que el tiempo se le manifiesta de

tres maneras. El tiempo que fue: pasado.

El tiempo que es: Presente. El

tiempo que aún no es: futuro. El

Pasado, es irrecuperable e

inmodificable. El presente es vivencia

fugaz, pero intensa conciencia

palpitante. El Futuro, una posibilidad

hacia la que nos proyectamos desde

el presente, con la fuerza del pasado,

con la expectativa que llegue a ser, y

con la esperanza que sea como lo

imaginan nuestros sueños y nuestra

fe.

El presente es el punto de inflexión del tiempo. Es el único escenario en que

vivimos el tiempo. Inclusive, la recordación del pasado y la confianza en el futuro.

Por la memoria, recordamos parte del pasado, y desde la perspectiva que lo

apreciamos hoy. Con todo nuestro ser, vibramos y tomamos conciencia del

presente. Por la imaginación, nos proyectamos hacia el porvenir. En el presente,

sentimos que lo que fue ya fue. Nunca más será. La nostalgia o el olvido son

nuestras actitudes ante el pasado que no retornará.

El pasado que se recuerda es inmensamente menor que el que yace en el

olvido. En la historia de la humanidad, es mucho más lo que ha quedado en el olvido

que lo que permanece en el recuerdo. Recordar es rescatar apenas algo de lo que

fue y que nadie recordará totalmente.

En el presente, podemos llegar a comprender que, en su fugacidad, está el

puente existencial, que debemos asumir como tal. Esto es: la memoria del pasado,

donde están las raíces, unas veces muertas, otras latentes, otras vivientes. Es

asumir la intensidad del tiempo, que vivenciamos aquí y ahora. Es la capacidad de

dirigirnos al tiempo aún no vivido, hacia el que nos proyectamos y al que destinamos

nuestros proyectos. El presente tiene una tarea, que es misión trascendente:

entender el papel e importancia del pasado. Vivir intensamente y entender el

significado del presente, y fundamentalmente, no desperdiciarlo. Preparar el futuro

con optimismo, pero cuidando las previas etapas del tiempo, y comprendiendo

algunas verdades fundamentales.

El futuro nunca lo vivimos como tal. Si llega, y cuando llegare, dejará de serlo.

Será el presente del mañana. Casi siempre, si llega y cuando llega, será distinto a

como lo hemos imaginado en aquel presente en que lo pensamos. Pese a sus

frecuentes pretensiones, al hombre se le ha dado el don de pensar el tiempo, pero

no ser su soberano total.

El único momento del tiempo en el cual

puede ejercer real soberanía, es el presente.

No puede cambiar el pasado, ni imponer el

futuro o saber de antemano como será. El

tiempo, al manifestarse en el ser, tiene valor.

Tiene significado. Y como tal, tiene sentido.

Sentido quiere decir a la vez, valor y

dirección. Al tiempo, debemos respetarlo y

cuidarlo como un precioso don. El tiempo se

dirige siempre hacia adelante. Nos proyecta

hacia un permanente enigma, mientras

vivimos.

El sentido subjetivo del tiempo hace que

tengamos una noción del pasado, del

presente y del futuro. Cuando hablamos de

la importancia de un factor de tiempo

tenemos que resaltar una verdadera

cosmovisión de la naturaleza misma del

impacto en la vida cotidiana de todo ser.

Ya que dependiendo del sentido espacial dimensional que se encuentre su

percepción será el tipo de eventos almacenados con una carga especifica de

procesos internos como ideales, emociones, experiencias, programas conductuales

y creencias que albergara ese ser dentro de sí; y así vivirá.

El factor tiempo lo utilizamos para entender el curso y la duración de los

acontecimientos, situarlos en su momento y generar expectativas sobre ellos. Es un

sentido espacial que se desarrolla en nuestra mente que nos sirve también para

cosas como apreciar la velocidad de lo que se mueve, valorar el tamaño de un objeto

cuando lo exploramos por el tacto, o ejercer la prosodia, el mensaje emocional que

va en la entonación y el curso de las palabras habladas y acontecimientos del diario

vivir.

Este factor de tiempo estimula nuestra sensibilidad para percibir y responder

al tiempo está implicada también en tareas mentales complejas, como atender a lo

que pasa, pensar para solucionar problemas o tomar decisiones, planificar

cuestiones de otro tipo espacial como el futuro o incluso entender las mentes ajenas.

La percepción subjetiva que tenemos

del tiempo es influenciada por muchos

factores externos e internos a nuestro

organismo. El tiempo vuela cuando lo

estamos pasando bien, cuando nos gusta lo

que hacemos, cuando estamos motivados,

cuando lo que hacemos es novedoso o

cuando estamos ocupados.

Las experiencias previas también influyen en nuestra percepción del tiempo.

Eso es lo que ocurre cuando, por ejemplo, una película nos parece más corta al

verla por segunda vez. Contrariamente, el tiempo pasa más lentamente, es decir,

se nos hace más largo, cuando lo estamos pasando mal, cuando esperamos con

impaciencia, cuando tenemos prisas, cuando estamos enfermos, cuando nos duele

algo o cuando estamos cansados o incómodos. Se nos hace asimismo eterno

cuando llevamos una carga pesada encima y, sobre todo, cuando estamos en

peligro.

Nuestra percepción subjetiva del

tiempo depende mucho de la situación

emocional en que nos encontremos. Si

estamos emocionados nos equivocamos

mucho al valorar el tiempo transcurrido.

Eso es lo que pasa cuando llega por fin la

persona o la noticia ansiosamente

esperada y sentimos que la hemos

esperado una eternidad, cuando en

realidad fue mucho menos tiempo. Del

mismo modo, si tenemos prisa sentimos

que el autobús tarda mucho más en llegar

y que el semáforo está mucho más tiempo

en rojo. Cuando estamos disgustados el

tiempo pasa también con más lentitud.

Buena parte de las percepciones que tenemos son posibles gracias a

receptores especializados de nuestro organismo que captan los estímulos

correspondientes y los convierten en señales eléctricas que envían al cerebro.

Pero es bien cierto que todos tenemos un sentido del paso del tiempo que

nos hace distinguir muy bien lo que pasó hace años o días de lo que pasó hace un

rato o acaba de suceder. Precisamos más todavía, pues podemos distinguir minutos

de segundos y éstos de milisegundos.

Nuestro cerebro tiene relojes biológicos, como el núcleo supraquiasmático

del hipotálamo o la glándula pineal, que controlan los ciclos de sueño y vigilia y la

producción de hormonas y neurotransmisores que influyen en nuestra fisiología y

comportamiento. Pero esas estructuras, aunque colaboran, no son las encargadas

de percibir el tiempo subjetivo.

Una clave para descubrirlo la tenemos en los

diferentes sentidos, pues el tiempo que percibimos tiene

mucho que ver con ellos. Por ejemplo, evaluamos con

más precisión lo que dura un sonido que lo que dura una

imagen visual o un estímulo olfatorio. Lo cual no es

extraño, pues, por su naturaleza, el sistema auditivo es

el sistema sensorial humano con más especialización y

capacidad para percibir el tiempo. Pero la evaluación del

tiempo transcurrido es siempre mejor cuando

combinamos diferentes modalidades sensoriales.

Nuestra capacidad para formar recuerdos es otro componente esencial de la

percepción del tiempo, pues la memoria es siempre necesaria para medirlo. Una de

las cosas que pierden los enfermos amnésicos es precisamente capacidad para

percibir el tiempo, tanto de periodos cortos como largos del mismo.

Todo ello nos hace pensar que en el cerebro humano no existe un único reloj

biológico que marque el tiempo subjetivo, sino quizá diferentes relojes que incluso

pueden no estar sincronizados. De hecho, son muchas las partes del mismo que

han sido involucradas en la percepción del tiempo. Entre ellas podemos citar,

además de las cortezas auditiva y visual, la corteza prefrontal, los ganglios basales

e incluso el cerebelo. Una amplia red de neuronas podría estar entonces implicada

en la percepción subjetiva del tiempo.

Los niños de menos de ocho años

tienen una precisión temporal pobre, debido

probablemente a falta de madurez de los

circuitos neuronales que lo permiten, y al

llegar la vejez hay también cambios

neuronales que hacen que los marcadores

internos se enlentezcan haciendo que el

tiempo subjetivo pase más rápido. Es

entonces cuando los años se hacen cortos y

la vida en general va más deprisa.

Las observaciones y razonamientos anteriores nos ayudan a comprender el valor

que tiene la percepción del tiempo en nuestras vidas. Es por ello que controlar los

factores que influyen en esa percepción resulta muy importante para nuestra salud.

Como muy bien ha explicado el profesor Ramón Bayés (El reloj emocional;

Barcelona: Alienta Ed. 2007), gestionar el tiempo interior, es decir, el que

apreciamos subjetivamente, es algo muy importante para conseguir bienestar.

El tiempo que percibimos no siempre coincide con el deseado. A veces

queremos que corra y en muchas ocasiones desearíamos detenerlo. Conocer sus

características y razonar sobre los factores que determinan el tiempo subjetivo

puede ayudarnos a equiparar el tiempo que sentimos con el esperado, o a modificar

nuestro sentimiento para adaptarlo al tiempo objetivo, al que marcan los relojes.

Cuando no es así se disparan los sistemas emocionales del cerebro y si ello perdura

se genera un estado de estrés que perjudica nuestra salud.

Hay que recordar que en situaciones de estrés las glándulas suprarrenales

liberan hormonas como el cortisol que dañan el organismo ya que pueden producir

alteraciones cardiovasculares, depresión del sistema inmunológico y muerte de

neuronas en el cerebro. En general no es bueno estar muy pendientes del tiempo.

El trabajo a destajo o contrarreloj es un buen ejemplo, pues cuando se

perpetúa puede acabar castigando al organismo y debilitando la salud somática y

mental de quien lo realiza. Controlar nuestros tiempos o, por lo menos, tener la

sensación de que los controlamos, es un factor clave del bienestar somático y

mental de las personas.

Para el hombre que está aún consciente, su último momento es su póstumo

presente. Para quien sigue vivo, pero sin conciencia, su último presente se anticipó

en el tiempo a su momento final como ser vivo.

Cuando se pierde conciencia del tiempo, el alma ha quedado sin vida. El

cuerpo seguirá su destino biológico, pero sólo otros podrán saber que ha

pertenecido a alguien, cuya alma hace tiempo dejó de estar vigente.

Recordar, vivir y soñar son rostros diferentes de la misma vida en el tiempo.

Cobran distintas intensidades y trascendencias, según las viva cada quien. Vida y

tiempo se tornan en historia única, en la inconfundible e irrepetible existencia de

toda persona.

Toda persona tiene sus propio Sentidos

Dimensionales de su Existencia. Es la combinación

inigualable de factores físicos, biológicos, sociales, y

espirituales, que la convierten en un ser único e

irrepetible. Conforman la circunstancia única de

cada persona. En la persona humana, identidad y

unicidad son como sinónimos. Por su identidad,

podemos identificar a cada persona. La distinguimos de

toda otra persona. Su rostro inconfundible simboliza el carácter y el destino singular

de cada ser humano. Lo único igual entre las personas, es el misterio que nos torna

desiguales. La identidad personal es la misma desde el nacimiento hasta la muerte.

Pese a su permanencia, va cambiando en el decurso del tiempo de cada existencia.

El tiempo de cada uno es exclusivamente personal. Nunca hay dos tiempos

iguales. Se lo vive desde el centro de la conciencia. Una de las peores desgracias

es vivir habiendo perdido la conciencia de la propia identidad. En suma: identidad

humana es lo que permanece en el tiempo, pese al cambiante devenir personal y

temporal. El tiempo, en la existencia, lleva nombre y apellido.

En la vida efectiva, la temporalidad pesa sobre nosotros en su plenitud fugaz.

Con el aburrimiento, la sorpresa o el júbilo, adquirimos clara conciencia del «ahora».

Lo mismo acontece con el temor y la esperanza de lo que «será» y con la nostalgia

y el arrepentimiento de lo que fue».

En la vida intelectual, en cambio, el

momento presente palidece y pierde su

consistencia temporal. El ejercicio del

pensamiento discursivo desvincula el alma del

inmediato y concreto acaecer, para ligarla con la

intemporal, con lo idéntico, con lo invariable.

En la vida volitiva, la conducta prefijada hace perder al tiempo su novedad y

sabor virginal. Pero si en uso de la libertad la voluntad se convierte en acción

creadora, la existencia se siente cumplida y el tiempo se vuelve plenitud.

El abandono y las prisas son las formas de la

temporalidad vulgar. El sibarita huye de todo esfuerzo

-sobre todo si es penoso- y se esclaviza al ritmo de su

pasión que oscila entre el deseo y el hartazgo. O se

entrega, negligente, al fluir de las tentaciones, o se

agita desordenadamente por el ansia de placeres.

Cada existencia concreta se desenvuelve en una situación también concreta.

Al lado de situaciones continuas y objetivas, tenemos situaciones cambiantes y

subjetivas. Y si bien es cierto que las situaciones vitales influyen sobre el hombre,

no lo es menos que el hombre reobra sobre su situación

«Las situaciones -afirma el pensador peruano Honorio Delgado- constituyen

lo que puede llamarse la trama dramática de la temporalidad humana. Toda

situación vivida encauza de algún modo la continuidad anímica, insertándola en la

sucesión de los hechos del mundo y despertando resonancias y movimientos

especiales en la intimidad personal. El conjunto vicisitudinario de las situaciones

fluye en un horizonte mudadizo, representado tanto por el escenario objetivo

cuanto por el fondo del mundo subjetivo».

Además de mi «tiempo inmanente» que vivo en cualquier instante de una

manera íntima y más o menos adjunta a todo fenómeno psicológico, tengo

conciencia de codevenir con el proceso de la naturaleza y de los demás seres

particulares. En esta forma se articula el tiempo anímico del yo con el tiempo físico,

con el tiempo fisiológico, con el tiempo histórico, etc. Pero en este sincronismo

vivido, el tiempo «inmanente» -usando los términos introducidos por Hönigswald- lo

vivimos de manera primaria, mientras que el tiempo «transeúnte» u objetivo (métrico

y del mundo) lo vivimos de manera secundaria.

Normalmente, el niño vive en la

plenitud del presente, sin recuerdos y sin

proyectos que le enturbien el instante

actual. El joven vive tan esperanzado en el

futuro que descuida el presente y no presta

atención al pasado. A medida que el hombre

progresa en edad y disminuyen las

expectativas del porvenir, aumenta la importancia

e idealización del pasado. «La más profunda tragedia de la existencia humana -

asegura Berdiaeff- reside en que el acto realizado en el instante presente nos liga

para el porvenir, para toda la vida, tal vez para la eternidad. ¡Aterradora objetivación

del acto consumado, que por sí mismo no tiene a la vista está objetivación! Es el

problema del destino proyectado al porvenir».

“Frente a este grave problema del tiempo subjetivo temporal para nuestra

mente y sentir, debe prevalecer la actitud más valiente y valiosa, que es asumir

con plena responsabilidad la carrera de la vida, conllevando los sacrificios

inherentes al cumplimiento de nuestra más alta y genuina vocación de nuestro ser

interior (Alma) que es vivir, gozando, aprendiendo con entendimiento y amando, el

tiempo presente en la inmediatez del ahorita; solo así perpetuamos ese momento

como «un momento eterno»”. El Despertar del Ser Interior. LFVA

Cuando entendemos y

asumimos el tiempo, en la intensidad

del presente, valorado y respetado,

aparece muchas veces un “llamado”.

Entonces, el momento presente se

torna instante. El momento, lo registra

el reloj. El instante, lo supera y

trasciende. Está envuelto en misterio.

El instante es el engarce del tiempo con

la eternidad. El tiempo emana de lo

eterno. Lo eterno lo acompaña

mientras transcurre. Pero se manifiesta

sin saber cuándo, ni cómo. Es la

revelación inesperada del mensaje. Es

preciso estar atento para captarlo. Hay que asumirlo, para tratar de descubrir su

significado. El mensaje siempre se dirige a alguien concreto. Puede asumirlo o no.

Es una opción de su condición libre. Las consecuencias no son las mismas. Cada

opción genera sus propias consecuencias. Como enseñó Martin Buber, “cuando se

asume el instante, no seguimos siendo como éramos antes de él”. Se produce, por

esta decisión, un cambio trascendente.

El mensaje eterno, asumido en el

tiempo personal, transforma el sentido

de la existencia. A pesar de su fugaz

presencia, el instante trascendente,

cambia y otorga nuevo sentido a nuestra

vida.

En el Hoy, Es Despertar a una

Consciencia Vivida, real y tangible en

todas las dimensiones ya que está integrado; La conciencia y el sentido del tiempo

abrirán desde ahora nuevos rumbos. El ser humano asediado por la incertidumbre,

sentirá mayor seguridad y plenitud por haber asumido el riesgo de haber escuchado

el mensaje y haberse unido a su destino.

Que es Vivir Consciente

Unificado e Integrado en Plenitud de

sus Dones, Cualidades y Virtudes a

la fuente en toda su Omnipresencia

en la Inmediatez del Ahorita.

Nacemos con un Abanico de

Aptitudes, muchas de las cuales ni

siquiera sabemos que tenemos…

Pero provisto de todo para esta

experiencia consciente y nuevo

camino.

La vida es una sucesión de momentos… Depende de ti como las Vivas

Hazlo conscientemente en el Ahorita

Luis Fernando Vargas Argaez