Individuación y Poder Constituyente

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INDIVIDUACIÓN Y PODER CONSTITUYENTE: LA EMANCIPACIÓN DE LA MENTE COMO UN CAMINO A LA SOBERANÍA POLÍTICA. POR: DIEGO ALEJANDRO RAMÍREZ G. “La democracia son dos lobos y una oveja votando cuál será la cena. La libertad es la oveja, armada, impugnando el resultado” (Benjamin Franklin) “El objeto de la vida no es estar del lado de la mayoría, sino evitar encontrarse uno mismo en la categoría de los locos” ( The Meditations , Marco Aurelio). Hace algunos años en un salón de clase de una prestigiosa universidad pública se planteaba el debate sobre los sistemas de gobierno y un estudiante, ante un largo discurso de izquierda, increpó: “Lo que pasa es que la democracia es un falso positivo y todos llevamos años tragándonoslo”. La respuesta de los demás estudiantes, por supuesto, no estuvo a la altura de la ironía, y el profesor, guardó un elegante silencio que lo dignificó. Más allá de la anécdota, podemos decir que en Occidente y sus satélites culturales es casi artículo de fe que la democracia debe ser el sistema de construcción y ejercicio de poder en cualquier grupo humano mínimamente respetable. Además, dadas las constantes manifestaciones públicas al respecto, queda la sospecha de que dentro de los valores democráticos de la posmodernidad se guarda un espacio preferencial a la práctica de la discriminación social a todos aquellos con una postura diferente: Iglesia católica, familia, grupos de Boy Scouts, escuelas privadas, etc. bajo el argumento de que viven en un mundo de opresión, donde los derechos individuales no son

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INDIVIDUACIÓN Y PODER CONSTITUYENTE: LA EMANCIPACIÓN DE LA MENTE COMO UN CAMINO A LA SOBERANÍA POLÍTICA.

POR: DIEGO ALEJANDRO RAMÍREZ G.

“La democracia son dos lobos y una oveja votando cuál será la cena. La libertad es la oveja, armada, impugnando el resultado” (Benjamin Franklin)

“El objeto de la vida no es estar del lado de la mayoría, sino evitar encontrarse uno mismo en la categoría de los locos” (The Meditations, Marco Aurelio).

Hace algunos años en un salón de clase de una prestigiosa universidad pública se planteaba el debate sobre los sistemas de gobierno y un estudiante, ante un largo discurso de izquierda, increpó: “Lo que pasa es que la democracia es un falso positivo y todos llevamos años tragándonoslo”. La respuesta de los demás estudiantes, por supuesto, no estuvo a la altura de la ironía, y el profesor, guardó un elegante silencio que lo dignificó.

Más allá de la anécdota, podemos decir que en Occidente y sus satélites culturales es casi artículo de fe que la democracia debe ser el sistema de construcción y ejercicio de poder en cualquier grupo humano mínimamente respetable. Además, dadas las constantes manifestaciones públicas al respecto, queda la sospecha de que dentro de los valores democráticos de la posmodernidad se guarda un espacio preferencial a la práctica de la discriminación social a todos aquellos con una postura diferente: Iglesia católica, familia, grupos de Boy Scouts, escuelas privadas, etc. bajo el argumento de que viven en un mundo de opresión, donde los derechos individuales no son respetados y los atropellos son el modus operandi del statu quo. Sin embargo la viga en el ojo propio no se oculta demasiado bien, pues bien sabemos lo que significa la igualdad en nuestros países.

Desde la antigüedad el mismo Aristóteles denunciaba cómo la tan laureada democracia ateniense caía a menudo en la mera demagogia al punto que fue una decisión democrática el asesinato de Sócrates, tal como lo sería el de Jesucristo algunos siglos más tarde. Fue la democracia quien puso a Hitler en el poder, también la que le dio el poder a Hitler y en gran parte a Robespierre.

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No es posible, pues, en el ejercicio del poder político, lavarse las manos con el agua límpida de la democracia, pues tal asepsia no existe. En esta misma línea, la política sería la ciencia que rige todo lo relacionado con el ejercicio de poder y la constitución del estado y sus instituciones.

Sin embargo los mismos políticos clásicos afirmaban que el mejor gobierno posible es aquel dirigido por sabios. La república platónica es un estado de filósofos, aquellos que tratan de explicar a realidad a partir de la razón, del logos, aquellos amigos de la sabiduría.

En este mismo ámbito nos encontramos el concepto de soberanía popular, que supone “un poder en lucha con otros poderes hasta lograr su plena afirmación (…) es la cualidad específica del poder del estado” (ANDRADE, 2000). Esta afirmación se logra a través de un ejercicio de poder constituyente.

Hablar del poder constituyente es hablar de democracia. En la edad moderna, ambos conceptos se han desarrollado a menudo paralelamente y han estado insertos en un proceso histórico que, según se acercaba el siglo XX, los ha superpuesto cada vez más. Es decir, que el poder constituyente no ha sido sólo considerado la fuente omnipotente y expansiva que produce las normas constitucionales de todo ordenamiento jurídico sino también el sujeto de esta producción; una actividad igualmente omnipotente y expansiva. Desde este punto de vista, el poder constituyente tiende a identificarse con el concepto mismo de política, en la forma en la cual la política es entendida en una sociedad democrática. Calificar constitucionalmente, jurídicamente, el poder constituyente no será pues simplemente producir normas constitucionales, estructurar poderes constituidos sino, sobre todo, ordenar el poder constituyente en cuanto sujeto, regular la política democrática. (NEGRI, 1993).

Según lo cual el poder constituyente implica en su desarrollo el de política tanto como el de democracia. El concepto de poder constituyente está fundamentado además en otro concepto: el de soberanía popular. Esta soberanía, desde la perspectiva se plasma en lo jurídico tanto como en lo político y esto último tiene sus raíces en la sociedad.

La soberanía popular implica una concepción filosófica según la cual el poder reside en el pueblo, que es a su vez soberano, el origen último de todo poder social, pues es él quien lo posee. Sin embargo el concepto de pueblo es polisémico como pocos y en su acepción política no está definido con claridad más allá de un grupo de personas relacionadas de alguna manera que constituyen la materia humana de una sociedad histórica particular.

Según la clásica definición de Jean Bodin, recogida en su obra de 1576 Los seis libros de la República, soberanía es el «poder absoluto y perpetuo de una República»; y soberano es quien tiene el poder de decisión, de dar las leyes sin recibirlas de otro, es decir, aquel que no está sujeto a leyes escritas, pero sí a la ley divina o natural. Pues, según añade Bodin, «si decímos que tiene poder absoluto quien no está sujeto a las leyes, no se hallará en el mundo príncipe soberano, puesto que todos los príncipes de la tierra están sujetos a las leyes de Dios y de la naturaleza y a ciertas leyes humanas comunes a todos los pueblos». (BODIN, 1576)

Posteriormente Hobbes sustituiría a la ley natural por el soberano mismo, es decir, el gobernante, sin embargo sería Rousseau quien determinaría a la totalidad del pueblo como soberano y es la colectividad o pueblo quien da origen al poder, enajenando sus derechos a favor de la autoridad. De esta manera cada individuo sería a la vez soberano y súbdito al , pues

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contribuiría tanto a crear la autoridad cuanto a a formar parte de ella, pues mediante su propia voluntad personal le da vida a ésta, y por otro lado es súbdito de esa misma autoridad, en cuanto que se obliga a obedecerla. De esta manera pretendía el autor garantizar la libertad e igualdad para todos, pues nadie sería mandado u obedecido por un individuo particular, sino por la voluntad general, que detenta el poder soberano y que es quien determina lo correcto y lo verdadero, y las minorías tienen el deber de obedecer esta voluntad colectiva.

Es esta la definición de democracia que dio origen la revolución francesa y que generó todo tipo de abusos, pues en nombre de la tal voluntad general, se masacraron pueblos enteros y se destruyeron legados culturales indiscriminadamente cuando se consideraron a estos como minorías. La época del Terror y el Gran Terror, en la aurora de la Revolución Francesa mostró muy pronto los amargos frutos de esta concepción.

El mecanismo político establecido para construir este escenario Rousseoniano fue el Contrato Social, es decir el establecimiento positivo de una formalización de la ley en la cual cada individuo hipoteca parte de su propia soberanía individual al estado, el cual corresponde a su vez con la protección y salvaguarda de sus derechos. Esta tesis pervive hasta hoy en la mayoría de las constituciones de los países autodenominados democráticos, es decir que, de acuerdo con las diversas tesis mantenidas hasta la fecha, la soberanía popular implica «que la residencia legal y efectiva del poder de mando de un conjunto social se encuentra y se ejerce en y por la universalidad de los ciudadanos».

Sin embargo, según Negri, el concepto de poder constituyente no se puede limitar al ejercicio jurídico o al marco legal mediante el cual se determinan las coordenadas del ejercicio de poder político.

El poder constituyente resiste en efecto la constitucionalización: "El estudio del poder constituyente presenta desde el punto de vista jurídico, una dificultad excepcional que concierne a la naturaleza híbrida de este poder... La potencia que esconde el poder constituyente es rebelde a una integración total en un sistema jerarquizado de normas y competencias... siempre el poder constituyente permanece extraño al derecho". Y la cosa se vuelve tanto más difícil cuanto que también la democracia se resiste a la constitucionalización: la democracia es, en efecto, teoría del gobierno absoluto, mientras que el constitucionalismo es teoría del gobierno limitado, luego práctica de la limitación de la democracia. (NEGRI, 1993)

Más aún:

Si miramos la cosa bajo el perfil del derecho subjetivo, la crisis se hace todavía más evidente. Después de haber sido objetivamente desnaturalizado, el poder constituyente es, por así decir, subjetivamente disecado. Ante todo, las características singulares de la originariedad y de la inalienabilidad se esfuman, y el nexo que históricamente liga el poder constituyente al derecho de resistencia (y que de entrada define, por así decir, la figura activa) es cancelado; lo que queda es sometido a todas las posibles sevicias. (NEGRI, 1993)

Desde este punto de vista queda claro que el poder constituyente no es un mero ejercicio legal, por el contrario, la institucionalización de la dinámica constituyente puede ir totalmente en contra de su espíritu original.

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Según lo anterior podemos identificar dos problemas fundamentales a la hora de determinar el concepto y los alcances del poder constituyente, en primer lugar que este recae en un sujeto poco claro, ya que no es un individuo, el pueblo. En este caso vemos que la definición de voluntad popular por mayoría no ha resuelto ni teórica ni históricamente los problemas que pretendía resolver a su nacimiento, a saber: la injusticia, los abusos de autoridad, el monopolio del poder en unos pocos que gobiernan para su propio interés en demérito de la mayoría.

En segundo lugar queda claro que el poder constituyente se expresa de alguna manera en el ámbito de lo jurídico, pero este no lo agota, más aún, puede llegar a asfixiarlo, pues lo establecido fue una de las cosas frente a las cuales se levantó el concepto de poder constituyente como respuesta soberana a una situación de injusticia.

Para encontrar un punto de equilibrio exterior al problema recurriremos de nuevo a los clásicos: El estado ideal es aquel gobernado por filósofos, por sabios. La sabiduría para los griegos socráticos implicaba un elemento fundamental, la explicación de la realidad y la experiencia que ella nos presenta, a través de la razón. Pero ¿cómo lograr esto en las circunstancias actuales? En el mundo actual la política es uno de los escenarios menos valorados por el público en general, ante ella son muchos os que manifiestan un desgano total, argumentando muchas veces el abusos sistemático de poder por parte de una clase política clientelista y corrupta que gobierna sólo en favor de ella misma. No son muy diferentes estas críticas a las que proclamaron los ilustrados ante el Antiguo Régimen antes del advenimiento de la Revolución Francesa, causa eficiente de estas mismas democracias actuales.

La indiferencia es una de las características más generalizadas en nuestras sociedades occidentalizadas, fruto del liberalismo individualista que marcó nuestra historia y que se hizo economía mediante el capitalismo. Para muchos lo único realmente importante consiste en conseguir lo deseado por cualquier medio al alcance y que el resto del mundo te deje tranquilo. Este ideal tiene bastante que ver con la concepción democrática de la que hablaba Rousseau, pues el valor de la libertad individual es el que dirige la gran mayoría de sus tesis. Esta concepción contractual, sin embargo, olvida uno de los principios más importantes de la vida en sociedad, el principio de la cooperación, es decir el principio mediante el cual se establece cómo objetivo de una sociedad, la búsqueda del bien común. Este bien común está además por encima del bien individual en igualdad de circunstancias. Pero lo cierto es que no vivimos en un ambiente muy inclinado a la solidaridad, a la cooperación y mucho menos a la organización social en aras de un objetivo político.

En nuestra sociedad la indiferencia tiene innumerables rostros: somos el país con mayor número de desplazados del mundo1 y no tenemos una guerra declarada. Vivimos en la ciudad más innovadora2 del mundo y no podemos pasar de un barrio a otro para ir al colegio. Nuestra educación está en el puesto 52 entre los 65 países medidos por las organizaciones internacionales3 y la mayor parte del presupuesto se dedica a la guerra. Producimos un millón

1 http://www.elespectador.com/noticias/nacional/articulo-419205-colombia-el-pais-mas-desplazados-elmundo2 http://www.eltiempo.com/colombia/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12627468.html3 http://www.dinero.com/administracion/articulo/colombia-pobres-resultados-prueba-educacion-internacional/109151

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de barriles de petróleo al día4 y somos el cuarto país que más paga por un galón de gasolina en el continente5. Y ante todo esto la respuesta es la misma: la tibia frazada de la indiferencia, que nos cubre con su letargo de falso confort. Todo nos parece ajeno. Todo lo vemos como lejano e inocuo para nuestras propias comodidades domésticas.

El laureado caricaturista argentino creador de Mafalda lo graficó de manera genial

Ante esta realidad la filosofía respondió de manera contundente, Sócrates, el Maestro por excelencia: El único objetivo válido de la vida humana es la búsqueda de la felicidad, esta se logra encontrando el bien y actuando en coherencia con él y para encontrar el bien es necesario hacer uso de la razón:

“La manifestación más significativa de la excelencia de la psyché o razón humana se da en lo que Sócrates llamó “autodominio”, es decir, el dominio de sí en los estados de placer, dolor, fatiga, en la urgencia de las pasiones y los impulsos […] El autodominio significa el dominio de la propia racionalidad sobre la propia animalidad, […] en consecuencia se desprende que Sócrates identificará la libertad humana con este dominio” (REALE, 2010, p. 154)

Para Sócrates el cambio de mentalidad en la sociedad de su época era indispensable, pues se había caído en una cultura del hedonismo y la imagen por encima del cuidado del alma, el don más preciado del ser humano. En la Grecia homérica el héroe era tradicionalmente aquel que era capaz de vencer a sus enemigos, peligros, adversidades y fatigas externas; el nuevo héroe socrático es aquel que sabe vencer los enemigos interiores que anidan en su ánimo.

Desde la perspectiva de soberanía como aquella que supone “un poder en lucha con otros poderes hasta lograr su plena afirmación” (ANDRADE, 2000). Podemos deducir que el ejercicio de soberanía individual implica una liberación personal a través del ejercicio de la propia razón, es decir, la soberanía individual, que es la base de la soberanía popular, requiere de un ejercicio positivo de la persona, del individuo, por alcanzar tal soberanía para sí mismo, en primer lugar. Este ejercicio se realiza a través de la razón. Esta razón reside en el alma, que no es un concepto religioso sino filosófico, que es considerada por los filósofos socráticos cómo aquello que nos caracteriza como humanos.

4 http://www.caracol.com.co/audio_programas/archivo_de_audio/en-mayo-la-produccion-de-petroleo-en-colombia-supero-el-millon-de-barriles-diarios/20130605/oir/1910900.aspx5 http://www.portafolio.co/economia/gasolina-colombia-es-cuarta-mas-cara-del-continente

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“[…] Por “alma” Sócrates entiende nuestra razón y la sede de nuestra actividad pensante y éticamente operante. En breve, el alma es para Sócrates el yo consciente, es decir, la conciencia y la personalidad intelectual y moral. (…) Es evidente entonces que si la esencia del hombre es el alma, cuidarse a sí mismo significa cuidar no el propio cuerpo sino la propia alma; y la tarea suprema del educador es enseñar a los hombres el cuidado de la propia alma” (REALE, 2010, p. 151)

Aristóteles lo diría desde un punto de vista más específico: el hombre es un Zoon politikon. Cuando el estagirita define al hombre de esta manera, hace referencia a sus dimensiones social y política. El hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero solo el hombre es político, siempre que viva en comunidad. Por tanto, la dimensión social ayuda a constituir la base de la educación y la dimensión política contribuye a la extensión de esa educación.

Para recapitular podemos decir entonces que el proceso de soberanía popular pasa por un proceso previo de soberanía individual, que llamaremos, trayendo un término del psicoanálisis, la individuación. En otras palabras, para construir soberanía en grupo, primero el individuo debe poder disponer de su soberanía individual. Esta emancipación personal se logra por el ejercicio de la razón, que es un acto individual, pero que puede promoverse socialmente, y que de hecho se puede lograr por medio de un tipo particular de educación, es decir, uno que promueva el desarrollo de las competencias superiores de la mente que permita una lectura y el análisis de la realidad propia y circundante suficiente para ser soberano de sí mismo.

El poder constituyente por lo tanto será el reflejo de un poder individual de emancipación personal, tal poder surge de un constante análisis de la realidad en busca del bien personal y social, por lo tanto el poder constituyente se convierte en un proceso vivo, que no se reduce a su plasmación jurídica, pues esta es sólo una instantánea en el tiempo de este ser vivo y que puede cambiar si la circunstancia cambia, pero siempre que el proceso se actualiza desde lo individual hasta lo social y lo político. Desde esta perspectiva la protesta guarda toda su frescura y la participación se convierte en la esencia misma del ejercicio del poder político, pues un gobierno de emancipados intelectuales es un gobierno de filósofos.

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BILIORGRAFÍA:

NEGRI, Antonio. El Poder Constituyente: Ensayo sobre las alternativas de la modernidad. Madrid, Ed. Libertarias 1993.

 SANTAMARÍA, Camila. Sobre las Constituyentes Territoriales en Colombia. MONTOYA DE LA CRUZ, Gerardo, universidad pública y constituyente educativa: sobre

el sentido de lo social y democrático como horizonte. Texto no publicado. QUINO, 2001, “Todo Mafalda”, Ed. Lumen: Buenos Aires. REALE, Giovanni/ANTISERI, Darío. 2010. “Historia de la Filosofía: 1. Filosofía Pagana

Antigua” Ed. San Pablo: Bogotá.