Inscripción Espíritu Carmesí

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SU CUENTO FUE REGISTRADO CON EXITO !!! Su cuento fue registrado con la siguiente información: TITULO: ESPÍRITU CARMESÍ CUENTO: ESPÍRITU CARMESÍ Espíritu del árbol era ella siempre lucida y danzante, hija del árbol la halló él en el bosque. Él caballero altivo y soñador, tomándola de la mano arrancó sus pies de raíz y juntos recorrieron las laderas de los ríos, andaban por los maderos del carril interminable, bebían la fresca vid de sus labios mientras el atardecer iba marchando. Nocturnos en los bosques espesos, matutinos en las tranquilas montañas; se amaron como aman aquellos que están sentenciados a morir al amanecer. Pero pronto vino el tiempo que todo lo herrumbra y de tanto amor se hastió el caballero, entonces ella fue solo una más de sus hermosas alhajas. La lluvia cayó lavando las sonrisas, las manos se cansaron y el sentimiento fue solo migajas; pronto el silencio en el palacio fue tristeza, el cantar de los pájaros no tuvo sentido, la noche fría y el día solitario. Cuando el caballero notó el silencio pesado y el frio insoportable que penetraba hasta su alma quiso tomar nuevamente de la mano a la doncella pero ya era tarde, ella ya no estaba allí, ella ya no estaría más allí pues la doncella afligida había marchado. En vano la buscó porque en medio del desespero había olvidado el camino de vuelta al bosque. Mientras tanto la doncella sentía morir de tristeza, sola en aquellos campos baldíos fue pasos amargos y silencio abatido. Por caminos desolados regresó a su lejano bosque, bajo el mismo árbol padre, tornó las manos dolorosas en su vientre y como una raíz más hundió la tristeza de sus ojos en la tierra. Horas moribundas pasaron, el viento salvaje vino pero no la movió, lluvia no fue necesaria porque sus propias lágrimas la mantuvieron húmeda y el sol no fue suficiente para retoñar su naturaleza, de este modo días y noches, danza en claroscuro. Una mañana nostálgica caminaba por allí un joven labrador, era apuesto y alegre. Él caminaba sin afán alguno, suave muy suave intentando escuchar el rocío sobre el césped, el susurro juguetón del viento entre las ramas, la oración del ave al amanecer. Pero en su profundo silencio reconoció también el sonido de una lágrima al caer y ese característico débil latido de un corazón acongojado. Entonces marchó hasta el corazón del bosque, allí reconoció a la hermosa doncella entre el follaje, sus finas formas pálidas y frágiles, su manto carmesí en pasiones abatidas, la joven tenía la pequeña cabeza queda y los brazos yertos. El labrador quiso ver sus ojos pero estos estaban tan empañados, sus labios áridos y su hermosa cara que ya empezaba a surcarse. Él le habló dulcemente, pero ella pareció no entenderle, pareció no notar su presencia. El labrador tomó su humilde abrigo y la cubrió. Esta, la flor más hermosa del bosque se estaba marchitando y él tuvo miedo que desapareciera el rubor de sus mejillas, entonces corrió hasta el lago, trajo agua y regó los pequeños pies de la doncella, día a día rego de besos su inocencia, podó su naturaleza muerta y fertilizó su ternura. Pronto se encendió una ardiente flama en el alma del labrador, reconoció que amaba a esta dulce doncella, entonces abrió su pecho intentando darle todo el calor que necesitaba evidentemente la doncella, deseaba a toda costa avivar los frutos de sus labios y sus mejillas, pero ella silenciosa aún lloraba día y noche. Él comprendió que era tan grande la pena que ella guardaba en su alma, entonces le prestó sus ojos para que por ellos se derramara también todo su dolor. Le regaló su propio ser para que ella no tuviera más frio y paciente limpió sus llagas una a una. Pero pronto empezaría también el labrador a decaer, cuando ya estuvo débil y pálido la doncella comprendió su arrogancia frente a este amor tan puro, en aquel momento sus pétalos se extendieron hacia el labrador y como luz que acude al amanecer se encendió el brillo en los sublimes ojos de la doncella que fue suficiente para devolver el aliento faltante al labrador; vino el anhelado beso, el renacer sobre las espinas, ella habitó cada

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SU CUENTO FUE REGISTRADO CON EXITO !!!

Su cuento fue registrado con la siguiente información:

TITULO:ESPÍRITU CARMESÍ 

CUENTO:ESPÍRITU CARMESÍ Espíritu del árbol era ella siempre lucida y danzante, hija del árbol la halló él en el bosque. Él caballero altivo y soñador, tomándola de la mano arrancó sus pies de raíz y juntos recorrieron las laderas de los ríos, andaban por los maderos del carril interminable, bebían la fresca vid de sus labios mientras el atardecer iba marchando. Nocturnos en los bosques espesos, matutinos en las tranquilas montañas; se amaron como aman aquellos que están sentenciados a morir al amanecer. Pero pronto vino el tiempo que todo lo herrumbra y de tanto amor se hastió el caballero, entonces ella fue solo una más de sus hermosas alhajas. La lluvia cayó lavando las sonrisas, las manos se cansaron y el sentimiento fue solo migajas; pronto el silencio en el palacio fue tristeza, el cantar de los pájaros no tuvo sentido, la noche fría y el día solitario. Cuando el caballero notó el silencio pesado y el frio insoportable que penetraba hasta su alma quiso tomar nuevamente de la mano a la doncella pero ya era tarde, ella ya no estaba allí, ella ya no estaría más allí pues la doncella afligida había marchado. En vano la buscó porque en medio del desespero había olvidado el camino de vuelta al bosque. Mientras tanto la doncella sentía morir de tristeza, sola en aquellos campos baldíos fue pasos amargos y silencio abatido. Por caminos desolados regresó a su lejano bosque, bajo el mismo árbol padre, tornó las manos dolorosas en su vientre y como una raíz más hundió la tristeza de sus ojos en la tierra. Horas moribundas pasaron, el viento salvaje vino pero no la movió, lluvia no fue necesaria porque sus propias lágrimas la mantuvieron húmeda y el sol no fue suficiente para retoñar su naturaleza, de este modo días y noches, danza en claroscuro. Una mañana nostálgica caminaba por allí un joven labrador, era apuesto y alegre. Él caminaba sin afán alguno, suave muy suave intentando escuchar el rocío sobre el césped, el susurro juguetón del viento entre las ramas, la oración del ave al amanecer. Pero en su profundo silencio reconoció también el sonido de una lágrima al caer y ese característico débil latido de un corazón acongojado. Entonces marchó hasta el corazón del bosque, allí reconoció a la hermosa doncella entre el follaje, sus finas formas pálidas y frágiles, su manto carmesí en pasiones abatidas, la joven tenía la pequeña cabeza queda y los brazos yertos. El labrador quiso ver sus ojos pero estos estaban tan empañados, sus labios áridos y su hermosa cara que ya empezaba a surcarse. Él le habló dulcemente, pero ella pareció no entenderle, pareció no notar su presencia. El labrador tomó su humilde abrigo y la cubrió. Esta, la flor más hermosa del bosque se estaba marchitando y él tuvo miedo que desapareciera el rubor de sus mejillas, entonces corrió hasta el lago, trajo agua y regó los pequeños pies de la doncella, día a día rego de besos su inocencia, podó su naturaleza muerta y fertilizó su ternura. Pronto se encendió una ardiente flama en el alma del labrador, reconoció que amaba a esta dulce doncella, entonces abrió su pecho intentando darle todo el calor que necesitaba evidentemente la doncella, deseaba a toda costa avivar los frutos de sus labios y sus mejillas, pero ella silenciosa aún lloraba día y noche. Él comprendió que era tan grande la pena que ella guardaba en su alma, entonces le prestó sus ojos para que por ellos se derramara también todo su dolor. Le regaló su propio ser para que ella no tuviera más frio y paciente limpió sus llagas una a una. Pero pronto empezaría también el labrador a decaer, cuando ya estuvo débil y pálido la doncella comprendió su arrogancia frente a este amor tan puro, en aquel momento sus pétalos se extendieron hacia el labrador y como luz que acude al amanecer se encendió el brillo en los sublimes ojos de la doncella que fue suficiente para devolver el aliento faltante al labrador; vino el anhelado beso, el renacer sobre las espinas, ella habitó cada espacio de su alma, él recreó cada follaje de su dolida hermosura. Cerca del rio al amanecer sucedió la inolvidable entrega de los dos amantes donde se confundieron sus almas, sus brazos en torno, los ojos de ella fueron los de él, sus manos entrelazadas pronto olvidaron donde terminaban las fronteras de él y donde empezaban las de ella, el dulce susurro de la doncella cantó en los labios del hombre, al fin parecía no haber más limites, esta vez no hubo más distancias, se amaron hasta que el sueño celoso posó su manto sobre ellos. Al atardecer la última luz encandilante del sol los cubrió, los ojos del hombre apenas percibieron la fría humanidad de la doncella y en sus labios el último susurro, exaltado él se levantó, la tomó en sus brazos, ella había decidido marchar con el ángel de la muerte; había sido etéreo el amor a este prodigioso hombre que tuvo tanto miedo que también se ajara un día, ella escogió regalar al labrador la eterna imagen de este amor impoluto, prefirió que él acuñara dolorosamente su recuerdo sin costumbres asfixiantes, la imagen de ese amor que es tímido e inocente, que luego se transgrede y empieza a morir cuando se besa por vez primera al ser amado. Rápidamente sus ojos se apagaron con el atardecer, su calor se hundió en la obscuridad de la noche y el labrador amargamente lloró mientras olía sus dulces cabellos, intentando tragar el poco rubor en sus mejillas. Él solo deseaba abrir las entrañas de la doncella y sembrarse eternamente allí. En este instante apareció el caballero quien al fin luego de mucho caminar había encontrado el camino, atónito ante la imagen sintió decaer, esta vez sí que había

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perdido para siempre a su amada doncella. Juntos, caballero y labrador en su gran amor por la doncella la lloraron amargamente, a la oscuridad la entregaron en culto, a lo lejos vieron sobre las montañas el suave rubor de sus mejillas y aquel temprano lucero que evocaba el lunar sobre sus labios. Anocheció y el dolor se hizo cada vez más hondo en el corazón de los dos hombres, juntos bebieron evocando su poética hermosura, su dulce majestuosidad; de ella respiraron y hablaron hasta que juntos cayeron en los más lóbregos vapores del alcohol. De pronto cada uno tuvo la demencial necesidad de besarla, cada uno sintió tan real a la doncella en las palabras del otro, el caballero quiso atesorar todos los besos de la doncella, incluso aquellos que aun frescos reposaban sobre los labios del labrador. Por su parte el labrador deseo cada imagen, cada sonrisa escondida detrás de los parpados del caballero. Uno y otro quisieron buscar a la hermosa doncella danzante en el corazón del otro. Al amanecer la espesa neblina descubrió dos cuerpos con espada y hoz en mano, el pecho destrozado y una tranquila sonrisa carmesí en los labios. 

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