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SINOPSIS

Liza es una invocadora. Puede atraer vida hacia ella, incluso desde más allá de la tumba.Y, debido a que la magia funciona en ambos sentidos, puede alejar la vida de sí. Mesesatrás, ella usó sus poderes para expulsar a su peligroso padre y rescatar a su madre,perdida en sus sueños, de la tierra en ruinas de Faerie.

Nacida tras la guerra entre la humanidad y Faerie—la tierra de las hadas—Liza vivíaen un mundo donde las cosas verdes nunca dormían, donde los árboles trataban dearraigarse en carne y huesos vivientes. Pero ahora, los bosques han quedado en silencio.I ncluso las ramas perennes están desnudas. Los cultivos de invierno no crecen y laamenaza del hambre está latente. Y, en lo profundo del bosque, trabaja una voluntadoscura, malévola. Para enfrentarla, Liza tendrá que encontrar, dentro de sí, algo máspoderoso que la misma magia.

OTOÑO

Traducido por Azhreik

La mujer que se convertiría en mi madre retrocedió temblando del hombre que le salvaría la vida,y yo no sabía por qué. A su alrededor, los árboles de Faerie mantenían sus hojas perfectamentequietas, como si supieran, como yo, que veían algo que no deberían.

—¿Cuánto tiempo, Kaylen? —Mamá apretó una manta a su alrededor, tejida de juncos

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verdes—. ¿Cuánto tiempo esta magia ha…?

—Ya no te retendré más tiempo. —Kaylen, que yo conocía como Caleb, no parecía másjoven en esta visión de lo que lucía esta mañana cuando me había marchado al pozo. Su arrugadatúnica de lino también era verde, y tenía trenzadas flores blancas en su claro cabello de hada. Susbrillantes ojos plateados observaban a Mamá con preocupación, pero no tenían nada de la cautelaprecavida que más tarde vería en ellos—. Ahora te regreso todas tus elecciones.

—¿Cómo pudiste retenerme? —También había flores trenzadas en el enredado cabellocastaño de Mamá, flores marchitas que cayeron al piso forestal. En mi tiempo ella lucía mayorque Caleb, pero en esta visión parecía de la misma edad que yo.

Caleb se dejó caer de rodillas frente a ella. —Estaba equivocado, ahora me doy cuenta, yruego tu perdón. —Inclinó la cabeza—. Pondré tu vida antes que la mía hasta que me lo gane.

—Más juramentos, más ataduras. —La voz de Mamá se quebró. Con una mano sujetandola manta, recogió su ropa con la otra: unos pantalones vaqueros y una camisa de algodón; ropahumana de Antes—. Creí que esto era real, Kaylen. Todo lo que sentí… —Le dio la espalda yhuyó hacia los árboles.

—¿Liza? —Una voz de niña, fuera de la visión, pretendía arrastrarme de regreso ami propio tiempo, a mi propio lugar. Luché contra el llamado de la voz, esforzándomepor ver a dónde había ido mi madre. En vez de eso, vi a otra mujer que atravesaba elbosque.

—Eso fue insensato, Hermano —dijo la mujer, Karin. Sus muñecas y cuello estabanrodeados por vides verdes, y su vestido café estaba atravesado por manchas de plata, como lapintura de dedos de un niño. La había conocido cuando conocí a Caleb.

—¿No puedo hacer algo sin que me espíes, Hermana Mayor? —Caleb se detuvo paraencontrar su mirada.

Los ángulos del rostro de Karin eran más afilados de lo que recordaba. —Tal vez si hubieraempezado a espiar antes, no estarías en este enredo. No puedes simplemente permitir que tuprisionera humana regrese a su mundo, libre de hablar como le plazca sobre su tiempo aquí. N ipuedes mantenerla en este mundo, peligrosa como cualquier animal enjaulado, sin ningunailusión que la tranquilice.

—Le he jurado no obligarla a nada. Sabes tan bien como yo que debo apegarme a eso. —Unpétalo cayó del cabello de Caleb.

Karin lo atrapó y frunció el ceño, como infeliz por la historia que éste le contaba.—Entonces permíteme hacerlo. No soy tan imprudente con mis promesas como tú.

—No.

—Sólo es una humana, Kaylen. No le haces más daño de lo que una capucha y unaspihuelas dañan a un halcón.

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—Eso mismo pensé yo. —Caleb la rebasó, en dirección a donde mi madre había ido.

Karin dejó que el pétalo se deslizara de sus dedos. —Entonces ¿qué pretendes hacer?

—Esta es mi responsabilidad, como me lo has recordado con bastante frecuencia. —Caleb novolvió la mirada mientras avanzaba—. Lo arreglaré.

—¡Liza!

La visión se desvaneció, como niebla en el sol de mañana. Me encontré acuclilladajunto al pozo y el balde que había sacado. Levanté la vista, hacia una niña con una trenzaroja de cabello rebelde. Allie, que en mi tiempo era estudiante de Caleb, se puso lasmanos en las caderas. —Te he estado buscando por todas partes. ¿Ni siquiera quieresdespedirte?

—Lo siento, Allie. —Había ido al pozo antes del amanecer, con la esperanza deevitar el reflejo del sol sobre el agua y las visiones que traía, sólo para que la luz de laluna me atrapara en cambio. Presioné las palmas contra mis ojos, intentando olvidar elmiedo que había visto en el rostro de mi madre. Lo que sea que haya sucedido en mivisión, era el pasado. Mamá estaba a salvo ahora.

—¿Estás bien, Liza? —El rostro de Allie se arrugó cuando aparté las manos—. S oytu sanadora. Si algo está mal, tienes que decírmelo.

—No es nada, en serio. —Me puse de pie y le jalé la trenza. El sol estaba justo bajoel horizonte, y las hojas de otoño a nuestro alrededor ardían con su color. Hasta unosdías antes, nunca había sabido que las hojas cambiaran a un color así, incluso cuando lasnieves de invierno comenzaban a caer. D esde la Guerra; desde antes que yo hubieranacido; los árboles mantenían sus hojas verdes durante todas las estaciones. Todavía noestaba segura de creer que pronto las hojas se caerían de esos árboles y dejaríandesnudas las ramas.

Allie suspiró. —Te voy a extrañar muchísimo. Lo sabes, ¿verdad?

Mis brazos se tensaron cuando levanté el balde. —Yo también te extrañaré. —Mehabía sorprendido tanto como Allie saber que ella y Caleb regresarían a su pueblo,mientras que Mamá se quedaría en el mío. Mamá y Caleb se habían preocupado el unopor el otro Antes, mientras estaban en Faerie. Habían seguido importándose durantetodos los años de separación, incluso cuando Mamá y Padre se conocieron y nací yo, cadauno pensaba que el otro seguramente había perecido en la Guerra entre sus mundos.Cuando Mamá había regresado a Faerie al fin, y se había envenenado por el airecontaminado de la Guerra, Caleb había arriesgado su propia vida para sanarla. Y aun asíayer Caleb había dicho que no estaba dispuesto a dejar a sus estudiantes para quedarsecon Mamá, y Mamá había dicho que no estaba dispuesta a dejar a los suyos para estarcon él. Miré intranquila el balde, preguntándome, por primera vez, qué no habían dicho.

Los primeros rayos de la luz solar se reflejaron en el agua, pero ni Caleb ni Mamáaparecieron en su superficie brillante. En su lugar vi a Karin, mirando fijamente la

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dirección en que su hermano se había marchado.

—A la Dama no le gustará esto —dijo bajito—, y esta vez, Hermano Menor, no sé cómoprotegerte.

INVIERNO

Capítulo 1

Traducido por Lauraef

La nieve crujía bajo mis botas mientras patrullaba el bosque de invierno con un lobo grisa mi lado.

Baja en el horizonte, una luna creciente brillaba a través de los árboles, volviendoplateadas las ramas desnudas de los robles, los fresnos, los sicómoros y los olmos. S entíael frío a través de las puntas de los guantes de cuero, y mi aliento formaba nubes en elaire inmóvil. Una rama de un roble se balanceó hacia mí, lentamente. El lobo—Ma hew—gruñó para advertirme, pero la esquivé fácilmente. El roble suspiró, pero no lo intentóde nuevo. Los árboles estaban demasiado cansados para hacer mucho daño este invierno.

Pasé con cuidado sobre una fila de hormigas de fuego que derretían un camino através de la nieve. Casi no oía el crujido de las termitas masticando la madera muerta.Las termitas eran de las pocas criaturas que no estaban pasando hambre desde que lashojas se habían caído de los árboles.

D ebajo de un pino que había dejado caer todas sus agujas, unos helechoscongelados tiritaron. Algo oscuro se movió a través de ellos y las orejas de Ma hew selevantaron alerta. Aflojé el paso y descansé la mano en su lomo. S eguimos adelantejuntos.

Una sombra sin forma y temblorosa se agachó entre los helechos. Cuando mearrodillé delante de ella, la sombra tomó forma humana, brazos, piernas y cara, susrasgos borrosos e indistinguibles bajo la luz de la luna. Un niño. En una mano tenía unjuguete, con la forma de un dinosaurio de Antes; de mucho Antes.

Me quité un guante y cogí la otra mano del niño. Los dedos de sombra atravesaronmi mano, y el frío me recorrió por dentro. Le alcancé con mi magia, y esa magia también

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era fría. El frío nos unía uno al otro, sombra y vivo, tan fuerte como una cuerda.Suavemente pregunté: —¿Cómo te llamas?

Algo en la profundidad de la sombra se estiró anhelante hacia mí, quería serllamado de vuelta a la vida. —Ben. —Su voz ronca casi no se escuchaba.

No podía devolver ninguna sombra a la vida.

—Busca el sueño, Ben —use mi magia, mi poder, en esas palabras—. Busca el descanso,busca la oscuridad, busca la paz.

S e me durmieron los dedos. Ben gimió mientras se hundía en los helechos y lanieve. Sus dedos se separaron de los míos.

—Ethan —susurró, y después se había ido, dejando atrás tan sólo la blancura delbrillo de la luna picando en mis ojos.

El frío se disparó a través de mi palma y subió por el brazo. Ma hew empujó miotra mano y recordé el guante que sujetaba. Me lo puse. El calor cosquilleó por misdedos, hasta que los pude mover de nuevo.

—Gracias, Matthew.

Presioné mi nariz contra la suya. Nuestras respiraciones, humana y lobuna, semezclaron en el aire.

Matthew hizo un sonido ahogado.

—Es hora de volver a casa —acordé. Nos alejamos de los helechos, de vuelta alcamino y a las tareas que esperaban en el pueblo. Eché un vistazo a la nieve y a lo que nosrodeaba, pero no parecía que hubiera más sombras.

Al menos por ahora sólo teníamos que preocuparnos de las sombras de loshumanos. Antes de este invierno, los árboles también tenían sus propias sombras y esassombras atacaban a cualquiera lo suficientemente desesperado para aventurarse fuerapor la noche. Las raíces y las ramas de los árboles también atacaban, durante el día y lanoche.

Pero ahora los árboles habían dejado caer sus hojas y dormían, y en su lugar lassombras humanas de Antes vagaban de noche por el bosque, sombras de aquellos quemurieron durante la Guerra contra Faerie. A veces esas sombras iban al pueblo,buscando a sus seres queridos perdidos. Todavía recordaba la expresión de la cara de laabuela de Ma hew cuando la hija que yo no había conocido había aparecido en supuerta. Al menos ella me permitió mandar a aquella sombra a descansar. Otro de loshabitantes había muerto congelado cuando no quiso dejar ir a la sombra de su primeraesposa, a quien había perdido durante la guerra. D espués de eso, Ma hew y yo habíamosempezado a hacer patrullas regulares, salíamos antes del alba un par de veces a lasemana.

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Podíamos salir antes del alba ahora que los árboles no buscaban carne y sangrehumana. El no temer a cada crujido de hojas había sido un cambio bienvenido.

Ma hew paró y olisqueó el aire. S e volvió y salió trotando del camino, adentrándoseen el bosque. Lo seguí. Mi mano se movió hacia el cinturón que tenía sujeto al abrigoinmenso y hacía el cuchillo que tenía envainado allí, una costumbre de años pasadosrastreando gamos por bosques más despiertos.

Ma hew paró al lado de un montículo de más o menos su mismo tamaño. Loolisqueó, dejó salir un gimoteo bajo, y empezó a cavar. La nieve vieja estaba amontonadade manera desigual, como moldeada por manos humanas. Un dinosaurio marróndesteñido estaba posado encima, hecho de duro plástico anterior a la Guerra.

El frío atravesó mi abrigo y mi bufanda, y me heló los dedos dentro de los calcetinesde lana. Ayudé a Matthew a cavar, sabiendo bien lo que encontraríamos.

Ben había sido joven, no tendría más de uno o dos años, tenía rizos congeladossobre una cara que lucía pálida por el brillo de la luna. No había muerto en la Guerradespués de todo. Había muerto no hace más de uno o dos días, después de la últimanevada, y alguien lo había enterrado aquí.

No quería tener nada más que ver con niños muertos. Quería huir de este lugar,pero teníamos que saber lo que le había pasado, en caso de que representara un peligropara nuestro pueblo.

El frío me heló los dedos. El dinosaurio cayó del montículo. Seguí excavando.

Capítulo 2

Traducido por Phoebe

Quienquiera que hubiera enterrado a Ben, le había cerrado los ojos antes de cubrirlo. Elviento de la noche pasada no había dejado rastros ni señal alguna de hacia dónde podríahaber ido ese alguien. Los pueblos más cercanos estaban al menos a un día de distanciadel nuestro. ¿Qué estaría haciendo este niño aquí, tan lejos de casa?

Mientras Ma hew y yo removíamos la nieve, la fría mano de Ben emergió apretadacontra su pecho, como si todavía sujetara su juguete. S u suéter era un revoltijo de fibrascarbonizadas que se deshacían al tacto. Debajo de ellas… Luché por no apartar la mirada.

Ma hew gimió. D ebajo del suéter de Ben, la carne se había derretido y la lana sehabía fundido con la piel ennegrecida y las llagas congeladas. Me alegré por el frío, quemantenía a raya el olor. Me alegré de no haber comido. Las orejas de Ma hew se

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inclinaron; lo rodeé con los brazos, apretujándolo fuerte y respirando el gélido aroma desu pelaje. S i hubiera habido un incendio cerca, él debería haber captado alguna esencia.¿Qué tan lejos había huido Ben después de haberse quemado y por qué?

Lo puse a descansar, no había nada más que pudiéramos hacer. Apilé la nieve sobreBen una vez más. Ma hew tomó el dinosaurio de juguete con los dientes y lo depositócon cuidado sobre la tumba. Nos dirigimos a casa mientras la luna bajaba por elhorizonte y una franja gris apenas visible iluminaba el cielo del este.

En la distancia, un búho ululó adormilado. Las garras de los búhos puedendesgarrar fácilmente a una persona; pero cuando se escuchó nuevamente el sonido, notéque se oía más lejano. Los ciervos y los conejos y los ratones pasaban hambre gracias alos árboles dormidos, y eso significaba que los búhos, halcones y perros salvajes tambiénestaban hambrientos. Cuando atacaban eran más difíciles de espantar, pero conforme elinvierno recrudecía, cada vez había menos. En el pueblo hubiéramos sufrido también porla falta de caza, si no fuera por las provisiones de emergencia que habíamos podidoalmacenar durante los últimos años.

Una luz amarillo pálido manchaba el horizonte en el momento en que Ma hew y yollegábamos a los campos de nuestro pueblo, Franklin Falls. Una enredadera de ambrosíase balanceaba somnolienta adelante y atrás en nuestro camino. La corté y la arrojé haciael bosque. No podía hacer mucho daño ahora, pero cuando la primavera volviera, esasenredaderas buscarían nuevamente nuestra sangre.

Si volvía la primavera. Mi mirada se desvió hacia los campos junto al camino.Estaban cubiertos de blanco gracias a la nevada reciente, sólo sobresalían unas pocashierbas muertas. Las temblorosas hojas verdes de las papas, los nabos y las remolachasya deberían haber quebrado la tierra congelada, sin embargo, este año no habíanbrotado. Mi mano se movió hacia el lomo de Ma hew, y él se acercó más a mí.D ependíamos de esas verduras y sus raíces para ayudarnos a lo largo de la primaveramientras esperábamos a que el maíz, las arvejas y las calabazas crecieran.

Los adultos decían que esos campos muertos habían sido normales Antes, que nohabía cultivos de invierno y que igual la primavera siempre venía. S in embargocomenzaron a preocuparse cuando los pinos y abetos se volvieron marrones ycomenzaron a caérseles las agujas. Por qué el que los árboles tiraran sus agujas era másinquietante que el que otros tiraran sus hojas, yo no lo sabía, pero después de eso elConsejo estuvo de acuerdo en que deberíamos racionar los alimentos hasta que loscultivos de primavera aparecieran. «Para estar seguros» dijeron.

—¿Qué tal si es mi culpa? —le pregunté a Ma hew mientras mis botas y sus patasdejaban huellas en la nieve detrás de nosotros.

La semana pasada se habían visto parches marrones de tierra, pero la nevada dehacía dos días los había vuelto a cubrir.

Ma hew me golpeó fuerte con el morro en la rodilla. Ya habíamos tenido esta

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discusión antes: él insistía en que yo no tenía porqué culparme, ya que no había forma deque supiera que esto iba a pasar, y que la primavera seguramente llegaría.

Pensé en una ladera repleta de arbustos de zarzamora y zumaque, todos muertosahora; en el árbol de quia con corteza de canela que estaba entre las zarzas. Yo habíatraído ese árbol hada al mundo humano, aunque sólo algunas personas lo sabían. Lamagia fluía en dos direcciones; el mismo poder que me permitía ordenar a las sombrasque descansaran me daba la posibilidad de ordenar—invocar—a las semillas para quecrecieran. Pero la semilla de ese árbol provenía de una tierra muerta más allá de mimundo y de Faerie, y ahora mi temor era que también hubiera invocado la muerte a estemundo.

No había pensado en eso al principio. Me reí con los demás al ver las hojas estallaren colores intensos y caer de los árboles, y sólo pensé en cuánto más fácil sería elinvierno si los árboles durmieran y nosotros pudiéramos caminar por el bosque sinmiedo. S in embargo, eso había sido hacía casi medio año. D esde entonces las hojaspasaron a ser marrones, y el mundo que dejaron al caer me recordaba a las fotos enblanco y negro de los viejos libros de Antes. Me recordaba a la tierra en la que habíaencontrado la semilla de quia. No sabía que un mundo pudiera llegar a ser tan gris.

I ntenté invocar a los cultivos de invierno de la misma forma en la que llamé a lasemilla; pero no escucharon. Traté de despertar a las bellotas y los arces, recordandocómo en una ocasión había sentido el verde corazón de las semillas deseando crecer; y loúnico que sentí fue un silencio sombrío y gris. No tuve mejor suerte en despertar a lasdesnudas ramas del árbol de quia. Ahora los días eran igual de largos que las noches, y elinvierno seguía sin renunciar a su dominio sobre esta tierra. Yo podía luchar contra lasraíces de un sauce estrangulador o contra las garras envenenadas de un halcón, pero nosabía cómo luchar contra un mundo que no quería crecer.

D ejamos los campos atrás y caminamos junto a las ruinas de casas astilladas, medioenterradas entre revoltijos de ambrosia seca y viñas salvajes. Al borde de las ruinas, unacasa alguna vez abandonada esperaba ser pintada. Más allá, llegamos hasta una hilera decasas blanquecinas que conformaban nuestro pueblo. Mientras Ma hew y yo seguíamosel camino junto a ellas, vi que J ayce—el herrero del pueblo—caminaba hacia nosotros,cojeaba debido a su vieja herida de caza. Cuando saludó, tiré con firmeza de mi gorro depiel para cubrirme las orejas y asegurarme de que mi cabello estuviera atrapado dentrodel cuello de mi abrigo. Mi magia ya no era un secreto—al igual que la de los demás—pero los mechones claros de mi cabello eran un recordatorio mucho mayor de lo que a lamayoría de la gente le resultaba cómodo.

—Liza. —La mano de J ayce apretó su bastón, su piel estaba llena de cicatrices porsus años de trabajar en la forja. Su mirada se desvió hacia el lobo a mi lado—. Matthew.

El que Ma hew recorriera el pueblo en su forma de lobo también era unrecordatorio de la magia mayor de lo que a la mayoría de la gente le resultaba cómodo,pero él no intentaba esconderlo. No desde la reunión en la cual le dijimos a los demáshabitantes que todos los niños tenían magia o la tendrían algún día. Esa reunión había

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ido mejor de lo que había temido: sólo dos adultos habían desenvainado sus cuchillos, ya pesar de que uno de los niños hizo que la tierra temblara con su magia, logró frenarloantes de que quedara claro que él había sido la causa. Hasta entonces, nuestro pueblohabía expulsado toda la magia por miedo al daño que podría hacer (o al daño que yahabía hecho, durante la Guerra). S in embargo, una vez que los habitantes entendieronque cada niño nacido después de la Guerra estaba tocado por la magia, no tuvieron otraopción. No podían desterrarnos a todos, aunque estaban aquellos quienes queríanintentarlo. J ayce no era uno de ellos; él también había tenido suficiente de niñosmuertos.

—¿Encontraron algo por ahí? —El herrero posó la mirada sobre mí, no sobreMatthew.

—Un niño —respondí, frotándole las orejas al lobo—. Pequeño, no más de tresaños.

—¿Y se hicieron cargo de él?

Me quedé observando cómo la condensación se congelaba en la espesa barba deJayce y en sus cejas.

—No era sólo su sombra. También encontramos el cuerpo. —Le conté todo lo quehabíamos visto.

El sol iluminaba con sus finos rayos las altas nubes. S i el frío no cesaba, en uno odos días habría más nieve. El herrero se pasó una mano por la calva, donde tenía máscicatrices.

—El Consejo se reúne esta noche. Les avisaré. Si hay tiempo, quizás podamos enviara alguien para que lo sepulte… sólo que una vez que la nieve se derrita, todos tendremosque estar plantando.

S i temía que los cultivos de primavera no pudieran crecer, no lo mencionó. Losadultos creían, en el fondo, que la primavera vendría, por eso eran cuidadosos connuestras raciones. Algunos de ellos no podían ni imaginar que el verdor nunca retornaraa nuestro mundo, como si el verdor fuera algo con lo que hubiéramos nacido. Yo no loentendía. En el fondo, yo sentía como si este gris hubiera estado aquí siempre y losbosques con los que había luchado toda mi vida hubieran sido puras ilusiones.

Jayce resopló y una nube se formó en el aire helado.

—No debe ser algo fácil, caminar con fantasmas. Eres una buena chica, Liza.S iempre se lo dije a tu padre. Pienso que él estaría orgulloso de ti, si sólo… —Negó conla cabeza.

Seguramente él sabía que Padre no estaría orgulloso de mí al verme usar mi magiatan abiertamente, sin importar que la utilizara para proteger a mi pueblo. D e haberpodido, Padre me hubiera matado debido a esa magia, al igual que mató a mi hermana

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bebé, incluso aunque yo fuera demasiado grande como para que simplemente me dejaraen una ladera a morir. Él había desenvainado su arma para cortarme el cuello, sólo queyo utilicé mi magia para alejarlo de mí.

—Cuídate, Liza, ¿está bien? —J ayce dudó, luego miró hacia el lobo—. Tú también,Ma hew. —Luego se encaminó hacia su forja, y Ma hew y yo continuamos el caminohasta mi casa.

Escuché voces en la parte trasera. Rodeamos la casa y encontramos a Mamá y aHope, agazapadas en la nieve.

—Suavemente —dijo Mamá—. Un soplo de viento, nada más.

Hope cerró los ojos y extendió las manos desnudas. Una brisa se esparció sobre lanieve, atrapando las delgadas trenzas rubias que enmarcaban su rostro. Unas pequeñasbellotas tintinearon al final de sus trenzas. Algunos decían que era un riesgo tonto. Yo noestaba dispuesta a confiar lo suficiente en una bellota como para acercármela tanto a lacara, fuera invierno o no. Pero desde que Hope y su nuevo marido se habían mudado a supropia casa, ella parecía haber renunciado a preocuparse por lo que los otros pensaran.

La nieve blanca frente a ella se levantó. Hope sonrió, con una mirada tan traviesaque hacía difícil creer que fuera más grande que Ma hew y yo. A sus casi dieciocho, ellaera la persona de más edad con magia en nuestro pueblo.

—Contrólalo —susurró Mamá.

Traté de no prestar mucha atención a cómo colgaba de sus hombros su holgadachaqueta rellena de plumón, o a la forma en que las sombras debajo de sus ojos le dabana su cara una mirada hundida que no había estado allí el verano pasado.

La brisa de Hope se convirtió en ráfaga, que hizo volar el frío polvo blanco hacianuestros rostros. Yo tosí y Ma hew se sacudió la nieve del pelaje. Hope rió, se limpió lanieve de la ropa y se puso de pie. —Esto va a ser un infierno una vez que el bebé empiecea patear. —Movió las manos hacia su vientre, aunque su embarazo todavía no era muyvisible.

Mamá sonrió. ¿Alguien más podía ver el cansancio detrás de aquella sonrisa?

—Por eso tienes que trabajar en tu control ahora. Práctica siempre que puedas.

—S í, señora —dijo Hope, pero no había seriedad en sus palabras. Le alborotó elpelaje a Matthew y agregó—: ¿Se han metido en algún problema ustedes dos?

Él ladró. Yo enrojecí.

—¿Y por qué no? —Hope se puso los guantes. Pero antes de que yo pudieracontestar, Ma hew encogió sus hombros lobunos y Hope volvió a reírse—. Los veo mástarde. Voy a practicar, Tara, lo prometo. —Le dio a Mamá un rápido abrazo y se encaminóhacia su casa con un último saludo.

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Mamá me abrazó también, más fuerte, como determinada a mantenerme cerca. Lerespondí el abrazo, sintiendo a través de su abrigo sus huesudos hombros. Se dirigióadentro y Ma hew y yo la seguimos, atravesamos la puerta trasera hacia la fría cocinadonde la ropa de mi amigo yacía desperdigada por el piso. Él se quedó atrás mientrasMamá y yo seguimos hasta la sala de estar.

Mamá atizó el fuego. Me saqué los guantes y calenté mis heladas manos sobre lasbrasas. Me aflojé la bufanda, desabroché mi abrigo y metí el gorro y los guantes en losbolsillos. A este abrigo no le faltaban bolsillos; era el viejo uniforme que Padre usó Antesen el ejército. Usar su abrigo se sentía raro, pero el mío me había quedado chico y la pielde oso que él le había agregado al suyo me mantenía bien abrigada.

Mamá también se desprendió de su abrigo y sus guantes. S in pensarlo, busqué lahoja de plata que mi madre había llevado toda su vida, un regalo de Caleb, pero ella se lahabía quitado el día en que él se había ido de nuestro pueblo, y yo no la había vuelto aver desde entonces. No les había contado a ninguno de ellos acerca de la visión que habíatenido ese día. Pensé en Mamá, temblando mientras huía de Caleb. Pero ella no parecíaasustada cuando dejó de traer la hoja, sólo triste.

Observé mientras Mamá tomaba una agarradera y retiraba la tetera de la rejillaubicada sobre el fuego del hogar. Vertió té caliente sobre una taza y presionó el ahorarecipiente caliente con fuerza contra mis manos, más incluso de la necesaria, como si esotambién fuera una forma de mantenerme cerca.

El calor se extendió por mi pecho mientras bebía. Mi estómago gruñó, pero loignoré. S i podía esperar hasta después de mis quehaceres matutinos para comer, duranteel resto del día estaría menos hambrienta.

Mamá puso sus manos sobre las mías. S us dedos estaban muy flacos, tanto que loshuesos hacían presión contra su piel.

—Estás fría, Lizzy. ¿Más problemas? No tuviste ninguna pesadilla anoche, así queme dormí en cuanto te fuiste.

—Nada que no pueda manejar —respondí mientras inhalaba el vapor con esencia amenta de mi té.

—¿Qué pasó? —preguntó Mamá, dirigiéndome una mirada escrutadora.

Observé mi taza mientras le repetía todo lo que le conté a J ayce. «Mundo marino,San Diego» se leía en ella. Me pregunté, no por primera vez, dónde quedaría San D iego ysi habría sobrevivido a la Guerra, también me dio curiosidad saber cómo se podía hacerun mundo en el mar.

—D esearía que no tuvieras que ir por ahí —se apenó Mamá mientras se pasaba unamano por el cabello lacio.

—Hago lo que es necesario.

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Nadie más tenía el poder de mandar a los espíritus a descansar.

—Ambos lo hacemos. —Matthew cruzó la habitación con pisadas humanas.

Me volví y vi que su ceño fruncido llegaba hasta sus serios ojos grises; a él tampocole gustaban las quejas de Mamá sobre nuestras patrullas. Tuve ganas de pasar mi dedopor sus labios, pero no lo hice.

—S olo desearía poder mantenerte a salvo —suspiró, mientras llenaba una taza paraMa hew. Ésta tenía la imagen de una planta espinosa de color verde, que parecía nodeber existir antes de la Guerra. En ella se leía: «Museo del Desierto Arizona-Sonora».

El té me quemó la garganta mientras terminaba de beberlo. Nunca me mantuviste asalvo, pensé.

Matthew bebió su té de un sorbo rápido.

—Gracias, Tara —le dijo a Mamá.

Sus dedos rozaron los míos y ese simple toque produjo un hormigueo sobre mi piel.Ma hew y yo nos manteníamos a salvo mutuamente. Él era la única persona del puebloen la que confiaba sin dudarlo ni un segundo.

—¿Nos vemos después, Liza?

Algunas hebras de cabello se habían escapado de su cola de caballo. Resistí lanecesidad de acomodarlas nuevamente en su lugar, incluso cuando me imaginéatrayéndolo lo bastante cerca para que nuestros labios se tocaran de forma tan suavecomo lo habían hecho nuestros dedos. Como siempre, ese pensamiento me hizo sentirextrañamente tímida. ¿Qué pasaba si Ma hew lo podía leer en mi rostro tan claramentecomo yo podía interpretar el ángulo de sus orejas lobunas y el significado de su ladrido? ¿Qué tal si yo daba el primer paso, sólo para descubrir que él no sentía lo mismo que yo?

—Después —acordé.

Observé la forma en que sus hombros se amoldaban a la tela de su suéter, y la suavepelusa en su barbilla y mejillas, la cual no tenía nada que ver con convertirse en lobo y nohabía estado ahí cuando empezó el invierno. Yo había enterrado el rostro contra supelaje tantas veces… ¿por qué vacilaba mucho más cuando estaba en su forma humanaque cuando era un lobo? Continué observándolo mientras tomaba su abrigo del sillón yse dirigía afuera para ayudar a su abuela con las tareas matutinas.

Mi madre puso la mano sobre mis hombros cuando la puerta se cerró detrás de él.—Estaba pensando en que esta mañana también podríamos practicar en tu control. Hasavanzado mucho con la invocación durante este invierno, ahora sólo falta trabajar con tusvisiones.

Yo no estaba muy segura de que mis visiones pudieran ser controladas; cuanto mástrataba, más desprevenida me tomaban. Algunas veces, ni siquiera estaba segura de si

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estaba viendo el pasado o el futuro.

¿Y dónde has estado tú, Mamá, cuando empecé a tener estas visiones?, pensé. Por más dedos años, todos los chicos del pueblo sabían que podían acudir a Mamá y a la abuela deMatthew para que los ayudaran con su magia, excepto yo.

Mamá no tenía magia propia. Ningún humano nacido antes de la Guerra teníamagia; todos aquellos nacidos D espués, sí. Pero Mamá había pasado tiempo Antes enFaerie—tiempo con Caleb—y sabía más sobre magia que la mayoría. Ella les enseñaba alos otros lo mejor que podía, en secreto para que Padre no la descubriera; la abuela deMa hew la ayudaba. Mi amigo, Hope y los otros chicos del pueblo habían sidoestudiantes de Mamá, por lo que todos conocían los poderes de los demás, aunqueninguno hablaba sobre el tema donde aquellos sin magia pudieran escucharlos. Mamádijo que tenía miedo de que Padre me matara si se enteraba que yo sabía sobre la magiade nuestro pueblo, por lo tanto, decidió esconder de mí aquel conocimiento. Tambiéndijo que fue para protegerme, tanto a mí como a los otros. Pero después de que Padreabandonara a mi hermana para que muriera, Mamá escapó hacia lo que quedaba deFaerie, dejándome sola con él. Mandar lejos a Padre había recaído en mí y en mi magiadespués de todo, aquella magia que Mamá no supo que yo tenía hasta después de que sefuera.

Se me secó la garganta. Levanté mi taza, pero luego recordé que estaba vacía.

—Hay trabajo que hacer. —Ahora que Padre se había ido, había incluso más trabajoque antes.

—Yo ya traje el agua.

—¡Mamá! —Mis dedos se tensaron alrededor de la agarradera de mi taza.

—No soy una inválida, Liza; tú no tienes que hacerlo todo. También traje loshuevos. No es nuestro turno con las ovejas y las cabras, así que estamos bien en esepunto.

Observé los delgados hombros de Mamá. —Caleb dijo que no hicieras demasiadoesfuerzo.

—Kaylen no lo sabe todo —respondió mi madre utilizando, como siempre, elnombre hada que él usaba Antes. Tomó la taza de entre mis manos—. Te dejo la leña,por si sientes que hoy no has trabajado lo suficiente.

Mamá dejó mi taza en el estante sobre el hogar, junto a otras maltrechas tazas deAntes. S e inclinó para tomar también la de Ma hew, pero antes de alcanzarla se frenó enseco y se agarró el estómago.

—¿Qué pasa? —La agarré cuando se tambaleó y la guié hasta el sofá.

—No es nada —S uspiró mientras se acomodaba en su asiento. Una madeja de lanayacía caída bajo un mantel junto al sillón y ella tomó un puñado—. Ve a juntar esa leña si

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estás tan deseosa de escapar de tus lecciones. —Luego, tomó un par de cardadores demetal de la mesa y comenzó a desenredar la lana con ellos.

Contemplé cómo sus dedos se volvían brillantes gracias al aceite de oveja, mientrasluchaba contra el miedo que me había acosado desde que encontré a Mamá y la traje devuelta desde Faerie. Miedo de que, a pesar de todo, Caleb no la hubiera sanado porcompleto.

—E stoy bien, Liza. —Mamá no levantó la vista al hablar, mientras continuabacardando la lana.

Yo quería creerle, pero Mamá ya me había mentido antes. ¿Cómo iba a sabercuándo confiar en ella? Pasé junto a ella y caminé hacia la puerta antes de que mi bocaformulara aquella pregunta en voz alta.

Las nubes eran más espesas ahora. Me abroché el abrigo y me coloqué el gorro y losguantes mientras caminaba a través de la ciudad por un sendero lateral hacia la Tiendadonde guardábamos nuestra leña para el fuego. Apenas se podían distinguir las palabras“Mercantil General” sobre la puerta, el resto del letrero, que proclamaba que aquellaTienda vendía hielo, caramelos y cigarrillos habían desaparecido ya hacía tiempo.

La puerta crujió cuando la abrí, daba paso a una habitación oscura repleta de leñaapilada. Recolectar madera era más fácil ahora que los árboles dormían. Unos susurrosllegaron a mis oídos desde detrás del mostrador de la Tienda. Allí encontré a Kyle,recostado sobre su estómago y hablando con una hilera de hormigas negras con un brilloazul metálico. Hormigas carpinteras. Aunque no emitían ningún sonido, yo sabía queaquellas criaturas le respondían. Kyle podía hablar con los animales y era, a sus cincoaños, el niño sobreviviente más joven de nuestro pueblo que había descubierto su magia.

Cualquiera que pudiera hablar con las hormigas carpinteras sabría que ellas nodeberían estar en un almacén repleto de leña. Kyle me miró de forma tan furtiva como silo hubiera atrapado con el dedo metido en un tarro de miel. El niño tenía una mancha detierra sobre la nariz y un mechón de cabello negro despeinado contra su mejilla.

—Dicen que la madera es calentita. Dicen que se quieren quedar.

—Pero no pueden quedarse —le dije a Kyle.

A juzgar por el estado de su abrigo y por sus pantalones arrugados, parecía quehubiera dormido con ellos. Y seguramente así fuera; en la reunión en la que les contamosa los habitantes del pueblo sobre nuestra magia, la madre de Kyle, Brianna, quisoexpulsarlo a él y a su hermano mayor de la casa, sólo que el padre de sus hijos no lopermitió. Fue él quien había muerto congelado por mantenerse cerca de la sombra de suprimera esposa, hacía menos de un mes. Lo último que supe fue que, desde esemomento, la madre de Kyle apenas podía soportar mirar a sus hijos.

Media docena de hormigas subió por los dedos de Kyle, los cuales ya empezaban aperder su redondez infantil. Si las hormigas llegaban a hacer un festín con nuestra leña—

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o con las vigas de la Tienda—, íbamos a tener un serio problema.

—Si se quedan, vamos a tener que echar veneno.

—¡Pero no es su culpa! —se quejó Kyle encorvándose de forma protectora sobre laspequeñas criaturas—. Afuera hace frío.

El halcón tampoco tenía la culpa de necesitar alimentarse, pero eso no significabaque yo estuviera obligada a dejar que uno me destripara como cena.

—Hay otros lugares cálidos, diles que encuentren uno.

Las hormigas, como las termitas, tenían el bosque durmiente entero para poderdarse un lindo banquete durante este invierno. Kyle acarició a la hormiga que trepabasobre su pulgar, como si fuera una criatura domesticada cuya colonia no pudiera derribarla Tienda sobre nuestras cabezas.

—Son hormigas, Kyle.

—No seas malvada —protestó el niño, mordiéndose el labio inferior.

¿Podía Kyle hablar también con los venados y los conejos? ¿Cómo iba a hacer paracazar cuando fuera mayor? D e alguna u otra forma iba a tener que aprender apreocuparse menos por los animales con los que hablaba.

—Las hormigas van a estar bien, son buenas marchantes.

Kyle arrugó el rostro, como si estuviera pensando en el significado de lo que leacababa de decir. Luego, ahuecó las manos, susurrando sobre ellas unas palabrasdemasiado bajas para escucharlas, y las colocó sobre el piso. Las hormigas de sus dedosse escurrieron hacia el piso y comenzaron a marchar en dirección a la puerta. Las queestaban en el suelo alrededor de Kyle las siguieron, moviendo sus patitas de insectos enperfecta sincronización. Más hormigas emergieron desde las pilas de leña. Eran tantas…El niño, por su parte, tarareaba en voz baja una vieja canción laboral de Antes. Lashormigas marchan de una en una...

Sonreí ante aquello. —¿A dónde las has mandado?

El pequeño me dedicó una sonrisa mientras se ponía de pie. —A los pantalones deJohnny.

—¡Kyle! —lo reprendí intentando sonar severa; pero si había alguien cuyospantalones no me importaba ver llenos de hormigas, era J ohnny, el hermano mayor deKyle.

—¡Hormigas en pantalones! —rió Kyle, como si hubiera dicho la cosa más graciosadel mundo—. Prometieron no morder.

¿Mantenían sus promesas las hormigas? Aunque dudaba que pudieran encontrar alhermano de Kyle, dado lo difícil que se había vuelto encontrarlo últimamente gracias a

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su magia.

—No te quedes por mucho tiempo —le recomendé a Kyle mientras me dirigía haciauna de las pilas de leña—. Tu mamá debe estar buscándote.

La risa del niño murió con mis palabras.

—No, no es así —me contradijo mirándose las botas.

Apilé la madera sobre mis brazos. Al menos Brianna estaba alimentando a Kyle y,por lo visto, no levantaba la mano contra él. D e todas formas, lo miré con inquietudmientras pasaba al lado de las hormigas y me acercaba a la puerta. El niño se habíavuelto a concentrar en los insectos; no pareció percatarse de que me iba.

Afuera, el viento soplaba más fuerte, arrastraba un tenue olor a cuero quemado.D esde el bosque más allá de la Tienda, oí unas pisadas que rompían la nieve, junto conuna respiración entrecortada. Dejé la leña a un lado y me di vuelta.

Cuando lo hice, un desconocido huyó hacia lo profundo del bosque.

Capítulo 3

Traducido por Princesa de la Luna

Corrí tras el desconocido, un chico de mi edad. La nieve volaba desde nuestras botas amedida que corríamos entre los árboles. Parches de su suéter quemado caían en la nievedetrás de él. ¿Había estado atrapado en el mismo fuego que Ben? ¿Era él el que habíaenterrado al niño más joven?

La distancia entre nosotros creció. —¡Alto! —Puse mi magia en la orden. Había sidodemasiado tarde para salvar a Ben, pero no podía ser demasiado tarde para este chico.Recordé la última palabra de Ben, y la grité—: ¡Ethan, ven aquí!

El chico se detuvo de golpe en un pequeño claro, la nieve volaba a su encuentro, ysupe que el nombre era el suyo. D io la vuelta y caminó hacia mí, a pasos tan rígidos comolos de las hormigas de Kyle, los ojos tan salvajes como los de un ciervo atrapado en unmatorral de espino. Sus manos estaban en los bolsillos de sus pantalones chamuscados ysus enmarañados rizos me recordaron a Ben.

—¿Tu pueblo está a salvo? —preguntó el chico.

—¿A salvo de qué? —Ningún pueblo estaba totalmente a salvo del fuego, pero elfuego no explicaba por qué Ben había huido después de que se hubiera quemado.

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Entrecerré los ojos—. ¿Qué ocurrió en tu pueblo?

—No fue mi culpa. Los niños… yo traté… —A Ethan le temblaron las piernas y sedesplomó sobre la nieve. Junto a él, un brote rojo tembló, suspiró y se quedó quieto.

—¿Qué no fue tu culpa? —Me agaché a su lado. Fuera cual fuera el peligro quehabía enfrentado su pueblo, mi pueblo necesitaba saberlo.

Unos pasos tentativos se acercaron detrás de mí. Kyle extendió la mano para tocar lacara del chico. —Caliente.

Puse una mano en la frente de Ethan. Su piel ardía de fiebre. —Ve por tu mamá —ledije a Kyle. Como la partera del pueblo, Brianna era lo más parecido que teníamos a unmédico.

Kyle negó con la cabeza. —No mamá. —Señaló los bolsillos de Ethan. J irones dehumo se elevaban de ellos. El olor a cuero quemado en el aire se hizo más fuerte.

—Mamá no hace magia. —Kyle me miró, como si esperara alguna respuesta a eso.

—Entonces ve por Kate. —La abuela de Ma hew también sabía algunas cosas sobrecurar—. No… trae a Matthew. —Matthew podría ayudar a llevar a Ethan a su casa.

Kyle asintió y salió corriendo al pueblo, agitando los brazos a los costados. Me estirépara sacar las manos de Ethan de sus bolsillos, pero gimió y se hizo un ovillo. El humo sedetuvo.

Unos minutos más tarde, Ma hew llegó corriendo a través de la nieve, con Kylepisándole los talones. Ma hew miró a Ethan, y le dio a mi mano enguantada un rápidoapretón; sus dedos estaban desnudos, como si hubiera salido a toda prisa, y se dirigió aKyle. —¿Otro iniciador de fuego?

Kyle se mordió el labio. —¿Este también va a morir?

Ma hew se frotó la cicatriz irregular en torno a la muñeca. —No lo sé. —La miradaque intercambiaron él y Kyle estaba llena de los años durante los que habían aprendidosecretamente de Mamá acerca de la magia, mientras yo pensaba que mi pueblo estabalibre de la magia. Así como había creído que la nieta de J ayce había muerto de unafiebre, y no de tratar de controlar su magia de fuego con tanto esfuerzo, que se habíaquemado desde adentro.

—La reunión del Consejo es en mi casa esta noche —dijo Ma hew—. Tenemos quellevarlo a tu casa, Liza. La Abuela se reunirá con nosotros allí.

D udaba que pudiéramos mantener a este desconocido oculto del Consejo pormucho tiempo, incluso si quisiéramos, pero no tenía sentido buscar problemas. Ayudé aMa hew a subir a Ethan a sus hombros, como cargaban los bomberos. Ethan gimiócuando sus manos cayeron libres. Estaban cubiertas de ampollas supurantes. ¿Su fuegose había salido de control, y fue así como Ben había muerto? ¿S ería más seguro dejar a

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Ethan en el bosque, después de todo?

Me guardé el pensamiento. Nunca más desterraría la magia, si podía evitarlo. Seguía Ma hew y Ethan a mi casa, y recogí la leña en el camino. Kyle me seguía detrás. Mamáy Kate nos recibieron en la puerta y nos hicieron entrar. D ejé la madera junto al fuego yayudé a Ma hew a colocar a Ethan en el sofá. Mamá apartó los rizos de la cara deldesconocido. No vi ninguna señal del dolor que le había hecho encogerse antes.

La abuela de Ma hew, Kate, se arrodilló junto al muchacho; traía el cabellorecogido en su habitual moño de color gris. Anteriormente, sus rodillas no le hubieranpermitido arrodillarse, pero Allie se las había sanado antes que ella y Caleb se fueran.Kate frunció el ceño cuando puso sus suaves manos de tejedora sobre la frente del chico.—Tenemos que bajarle la fiebre. Ma hew, llévalo arriba a la bañera. Liza, empieza allenar baldes. Utiliza agua, la nieve es demasiado fría.

Kyle tiró de mi manga mientras me dirigía hacia la puerta. —Yo puedo ayudar.

—Los baldes son demasiado pesados para ti. —Seguramente Kyle lo sabía, igualque sabía que las hormigas no pueden estar en las pilas de leña.

Kyle sacó el labio inferior. —Puedo ayudar.

Kate y Mamá intercambiaron miradas. —D eja que vaya contigo —dijo Kate en vozbaja—. Pronto tendrá que irse a casa.

Suspiré, pero no detuve a Kyle cuando me siguió afuera. Cogí un balde de maderade la parte trasera de la casa y lo llevé hacia el pozo. Kyle arrastró un segundo balde en lanieve detrás de él.

Otro chico de nuestra ciudad, Seth, estaba allí sacando agua, con una manoextendida sobre el pozo, la otra girando la manivela. A los diecisiete, S eth era un añomayor que Ma hew y yo, con un corte de cabello y una mirada perezosa que le hacíaparecer medio dormido. El balde ascendía, pero la cuerda estaba demasiado floja paraque fuera el girar de la manivela el que la jalara, debía de estar usando su llamada deobjetos. Se puso tenso al oír nuestros pasos, como si el hábito de esconder la magia no lohubiese abandonado por completo, pero continuó utilizando la magia para hacer flotar elbalde fuera del pozo. —Hola, Liza, Kyle. ¿Qué pasa? —D escolgó el balde y éste flotóhasta el suelo.

Kyle soltó su balde y dijo: —Liza encontró a un iniciador de fuego.

¿Cómo Mamá y Kate habían mantenido en secreto la magia con Kyle alrededor?Enganché el balde en la cuerda y lo bajé. —Un chico —le dije a Seth—. Lo encontré justofuera del pueblo. El agua es para bajarle la fiebre. —El líquido se derramó en mi balde.Mientras giraba la manivela para volver a subirlo, observé los entrecerrados ojos de Seth,calibrando su reacción. Al igual que yo, S eth solía ayudar a alejar a los desconocidos denuestro pueblo.

—Un iniciador de fuego. Eso es duro. —Seth estiró una mano, y la tensión

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desapareció de la manivela. Mi balde se elevó hasta flotar delante de mí. Asentí miagradecimiento mientras lo desenganchaba. El balde flotó suavemente hasta el suelo.

Kyle cogió su balde y me lo ofreció. S uspiré, lo sujeté, y lo bajé al pozo. Saqué elbalde llenó—Seth ayudó de nuevo— y lo dejé delante de Kyle. Pronto vería que no podíacargarlo.

Kyle apretó los labios, luciendo determinado, y cogió el balde con las dos manos.

Éste se levantó fácilmente. Kyle sonrió; igual que Seth, que tenía el brazo extendidohacia él.

Rodé los ojos. —Nunca va a aprender de esa manera.

S eth se encogió de hombros. —¿Por qué hacer las cosas más difíciles de lo quetienen que ser? —Levantó su propio balde sin magia—. Vamos, enséñame al iniciador defuego. Las tareas pueden esperar… Acarrearé lo que pueda. Nosotros, los Posteriores,tenemos que permanecer juntos.

Los Posteriores. Los nacidos después de la guerra. Seth y Kyle me siguieron deregreso a casa. En el exterior, nos encontramos a Ma hew, que fruncía el ceño mientrascargaba otro balde hacia el pozo. Entré en la casa delante de Kyle y Seth. Kyle insistió en“cargar” su balde por las escaleras. Al igual que todas las habitaciones de arriba, el bañoestaba frío, porque las casas construidas Antes tenían chimeneas sólo en los pisosinferiores. Ethan estaba desnudo y tiritando en la bañera, con los ojos fuertementecerrados. Mamá le frotaba la frente con un paño húmedo, mientras Kate le ponía vendasen las manos llenas de ampollas. El resto del cuerpo de Ethan no estaba quemado, nisiquiera su pecho, a pesar de su suéter carbonizado. Eso tenía poco sentido. ¿D e algunamanera la magia sabía proteger a los iniciadores de fuego de sus propios fuegos?

Estaba mirando fijamente. Aparté la vista y dejé mi balde al lado de la bañera,mientras Seth y Kyle esperaban en el pasillo. Kate terminó de vendarle las manos e hizoun asentimiento. Comencé a verter el agua.

Ethan gritó al contacto del agua fría sobre su piel febril. Aparté el balde. Él seenderezó, se volvió a encoger y nos observó con ojos salvajes.

El vendaje de la mano izquierda se había soltado. Kate lo apretó con suavidad ytomó ambas manos entre las suyas. —Continua, Liza.

Vertí el agua más lentamente esta vez. Ethan se meció adelante y atrás, temblandotodavía. —No fue mi culpa —gemía—. No fue mi culpa.

Nadie decía que no era su culpa, a menos que temiera que así fuera. Llevé el baldevacío al pasillo. Kyle pasó por delante de mí, con la cabeza alta, las manos apenastocando su propio balde que flotaba frente a él. Seth lo siguió de cerca. Con tres denosotros trabajando—cuatro, contando a Kyle—sólo requirió un par de viajes para llenarla bañera. En algún lugar de los armarios, Kyle encontró un trío de ranas de goma verdedescolorida y las colocó en equilibrio sobre el borde de la bañera. Ethan no pareció darse

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cuenta. Dejó de gemir y se quedó mirando el techo, con los ojos muy abiertos.

—Está bien —le susurró Mamá una y otra vez, igual a como lo hacía cuando yo erapequeña.

Como yo, este desconocido sabía la verdad. —No está bien. Nunca estará bien.

Pensé en el cuerpo quemado de Ben. —¿Qué pasó? —le pregunté. Mamá me dirigióuna mirada penetrante—. Tenemos que saber —le dije.

—Ya habrá tiempo para eso después. —Kate todavía sostenía las manos de Ethan,para mantenerlas fuera del agua—. La fiebre ya ha bajado un poco —dijo.

Ethan gimió. Mamá hizo sonidos tranquilizadores. —Aquí estás a salvo. —El chicofrunció el ceño, como si estar a salvo fuera un cuento infantil en el que había dejado decreer hace mucho tiempo.

Una vez que metimos a Ethan en la cama, cayó en un sueño inquieto. Mamá le vigilómientras Ma hew, Seth y yo nos dirigimos a otras tareas. Kyle me siguió hasta el bosquea recolectar bellotas ocultas bajo la nieve. S e lo permití. Reunir bellotas era una tarea enque un niño podía ayudar ahora que los árboles dormían. En años anteriores los roblessostenían sus bellotas cerca o las arrojaban a los transeúntes en espera de que enraizaranen la piel y el hueso, pero este otoño habían caído como lluvia desde los árboles, no sólopequeñas bellotas, como las que traía Hope en el cabello, sino también las más grandes.Los granos de bellota remojados hacían una harina amarga, una que nos había ayudado asobrevivir un par de años duros cuando era pequeña. Comida de hambruna, la llamabaKate. No tenía ganas de comerla de nuevo, pero si los cultivos de primavera no salían, lasbellotas nos darían un poco más de tiempo, hasta que también se acabaran.

Kyle realmente me ayudó con la recolección, al menos hasta que encontró unaluciérnaga fundiendo un sendero a través de la nieve y se detuvo a hablar con ella. —Nola toques —le advertí. Generalmente las luciérnagas no retenían mucho calor, pero contanta hojarasca para alimentarse este invierno, estaban más calientes de lo habitual.

Kyle me miró largamente, como si no pudiera creer que yo pensara que era tanestúpido, entonces se volvió hacia la luciérnaga, y me dejó terminar de llenar el saco debellotas por mi cuenta. Cuando terminé, la luciérnaga se había ido, pero el nombre deKyle estaba escrito en la nieve por los rastros de la luciérnaga. El estómago me dolía dehambre para entonces, y después de todo deseé haber comido antes de salir.

Al regresar al pueblo, la madre de Kyle marchó hacia nosotros y lo agarró del brazo.—¿Qué problemas estás causando ahora? —gritó Brianna.

Kyle se quedó mirando el suelo. S eñalé el saco de bellotas. —No causó ningúnproblema. Fue un buen ayudante.

La madre de Kyle me dirigió una mirada violenta. —Harás bien en no decirme

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cuando mi hijo está o no causando problemas, Liza. —Se llevó a Kyle a rastras. Él noprotestó, simplemente siguió mirando el suelo con el ceño fruncido, cuando su madrecomenzó a murmurar acerca de lo inútil que era. Hice una mueca, aunque eran sólopalabras, sabía muy bien que las palabras podían herir.

Me llevé el saco a casa y lo dejé sobre el sofá con mi bufanda, sombrero y guantes.Antes de este invierno, no me habría atrevido a meter bellotas a la casa hasta que sehubieran remojado y molido hasta convertirse en harina, pero no sentía más vida enestas semillas de lo que había sentido en otras.

El fuego de la mañana se había consumido hasta convertirse en brasas. Medesabroché el abrigo, pero me lo dejé puesto mientras colocaba el estofado de harina demaíz de ayer sobre el calentador. Quedaba algo de ardilla en el estofado, y mi estómagogruñó al verlo hervir. Saqué la olla del fuego, llené dos tazones y los llevé arriba junto conun par de cucharas.

La puerta de Padre—no, la de Mamá—estaba abierta. Entré al cuarto frío. Ethandormía en la cama de plumas, ahora con mayor tranquilidad, las manos vendadasdescansaban libremente encima de las sábanas. Mamá estaba sentada en una silla a sulado, zurcía los agujeros de unos calcetines viejos. Le tendí un tazón. D esde la cómoda,una pequeña lámpara de aceite sumaba su luz al sol que brillaba a través de las ventanas.

—¿Ya es la hora del almuerzo? —Mamá dejó la labor a un lado y se puso el tazóndistraídamente en el regazo. I nclinó la cabeza hacia Ethan—. Kate le dio algo paraayudarlo a dormir.

Puse una cuchara en el tazón de Mamá y me senté a su lado, en la otra silla de lahabitación. Mamá suspiró y tomó un bocado. Una vez que ella empezó a comer, yotambién. Mi estómago disminuyó sus quejas. D emasiado pronto, Mamá se detuvo y meentregó su tazón.

—Termínatelo, Liza. —Negué con la cabeza, aunque mi plato estaba vacío yfácilmente podría haber dejado limpio el de Mamá también.

—Voy a guardarlo para más tarde. —Mamá estaba comiendo demasiado poco. Llevélos dos tazones abajo y cuchareé la harina de maíz de vuelta a la olla. Cogí el saco debellotas y un cascanueces, y regresé al piso de arriba, donde Mamá humedecía la cara deEthan con un paño húmedo.

—¿Crees que mató a Ben? —le pregunté.

Mamá dejó la tela a un lado. —Creo que es probable.

Mis calcetines húmedos estaban fríos. —¿Querrías que lo hubiera dejado en elbosque?

—Hay algunos en este pueblo que lo hubieran hecho, sin arrepentirse. Lo sé muybien. —Mamá miraba a Ethan mientras hablaba—. Me alegra saber que mi hija no es unade ellos.

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Ethan gimió en sueños. J irones de humo escaparon de las vendas alrededor de susmanos. Mamá se puso de pie y tomó un recipiente de agua del lado de la cama. Me lapuso en las manos, levantó a Ethan y le hundió las manos en el agua, que chisporroteóante el calor repentino. Ethan gritó y luchó con Mamá, pero ella no lo soltó hasta que elchisporrotear se detuvo. Las lágrimas corrían por su rostro cuando cayó de nuevo en lacama. Regresé el recipiente al suelo mientras Mamá movía los brazos de Ethan de nuevoa los costados. Ninguna de los dos habló hasta que él volvió a sumirse en sueños.

Mamá suspiró mientras enderezaba sus mantas. —Tiene mucho menos control quela nieta de J ayce. Eso me preocupa. No sé mucho sobre las magias más salvajes, como lasque tienen que ver con el fuego y las plantas. S i supiera, tal vez nuestra iniciadora defuego habría vivido.

Saqué una bellota de la bolsa. La hermana de Caleb, Karin, era una maga de lasplantas. —La magia de Karin no es salvaje. —Ella tenía mejor control que cualquiera queconociera.

Mamá recogió el zurcido donde lo había dejado en el suelo. —Todavía no puedoimaginar a Karinna enseñando a humanos.

Abrí la boca, extrañamente picada. Fue Karin la primera que me enseñó sobre lamagia, mientras que Mamá me ocultaba sus enseñanzas. —Karin me salvó la vida. —Cuando los árboles de mora nos habían atacado a Ma hew y a mí, ella nos habíarescatado. Pensé en lo dura que había sido con Caleb en mi visión. Esa visión nocoincidía con la mujer que yo conocía—. Karin fue amable conmigo.

—Pero no conmigo —dijo Mamá.

Sólo es una humana, Kaylen. No le haces más daño de lo que una capucha y unas pihuelasdañan a un halcón. Karin hablaba sobre Mamá. Eso tampoco encajaba con lo que sabía deella. Karin enseñaba a todo un pueblo lleno de niños humanos.

Pero antes de eso, Karin había luchado contra mi gente en la Guerra. Allie me lohabía dicho.

Giré la bellota en mis manos. Sospechaba que esto no se trataba de las enseñanzasde Karin ni de qué lado había luchado. —A Karin no le gustaba que tú y Caleb estuvieranjuntos, ¿verdad? —La visión lo había dejado bastante claro.

Mamá movía la aguja a través de la lana con puntadas lentas y cuidadosas. Nuncahablaba de su tiempo en Faerie, sin importar cuántas veces le preguntaba. El recuerdo delo asustada que estaba en mi visión me impedía preguntarle muy a menudo, pero eso nodesaparecía mis preguntas. —¿Puedes al menos decirme cómo empezó la Guerra?

Mamá empujó la aguja demasiado fuerte, tanto que atravesó la lana y se la clavó enel dedo. Maldijo y se llevó el dedo a los labios. —Cierto, necesito un descanso. ¿Estáspreparada para atender a Ethan?

D urante años creí saber cómo había comenzando la Guerra: el pueblo de las Hadas

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nos había atacado, por razones propias. Ahora que había visto el daño que mi gentehabía hecho a Faerie, a su vez, sabía que no podía ser tan simple. —¿Por qué no me locuentas?

Mamá se levantó y me miró. Una gota de sangre corría en la punta de su dedo. —Hay algunos que dirían que Kaylen… Caleb y yo empezamos la Guerra. La última vez quehablé con ella, Karinna estaba entre ellos.

Salió de la habitación antes de que pudiera preguntarle nada más.

Pelé bellotas mientras vigilaba a Ethan. Las vendas ardieron dos veces más, y metísus manos en el agua. La segunda vez, las vendas achicharradas se cayeron a pedazos.Puse nuevos vendajes flojos en sus quemaduras. Podría haber llamado a Mamá para queme ayudase, pero no lo hice. ¿Cuánto tiempo tenía que temer herirla con mis preguntas?

¿Cómo podían ella y Caleb haber provocado la Guerra? El sol bajó mientras yocontinuaba pelando bellotas. Oí un suave crujido en la escalera. Ma hew entró en lahabitación con otro cascanueces. Le apreté la mano brevemente, sus dedos estaban fríos.Se sentó, y descascaramos juntos. Matthew miró hacia Ethan.

—¿Cómo está?

—Más o menos igual. —D eseaba tomar de nuevo la mano de Ma hew, paracalentarla entre las mías, pero entonces no sería capaz de trabajar.

Ma hew escogió una bellota con cáscara especialmente dura. —Esta noche laAbuela le va a contar al Consejo acerca de Ethan. D ice que es mejor que lo escuchen deella.

—Kyle probablemente ya le dijo a su mamá. Está malhumorada hoy, querrá enviar aEthan lejos.

Matthew tiró la cáscara de bellota en la creciente pila a mi lado.

—El Consejo probablemente estará dividido. La Abuela dice que va a ser unareunión larga.

Escuché la respiración constante de Ethan mientras tomaba otra bellota del saco. S ihacíamos que se fuera ahora, moriría en el bosque y la nieve.

Matthew apretó los labios.

—No vamos a dejar que obliguen a Ethan a irse. Ya hablé con Hope y Seth, tambiéncon Charlo e. —Aquellos eran los Posteriores de más edad—. S i este pueblo quiereecharlo, primero tendrá que pasar por encima de todos nosotros. —Me miró, y supe quequería saber si estaba con ellos. Él siempre había estado junto a mí, incluso cuando yohabía hecho poco para merecerlo.

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Vacilé, luego expresé mi temor en voz alta. —¿Qué pasa si Ethan realmente es unpeligro para nuestro pueblo? Ni siquiera sabemos si la muerte de Ben fue un accidente. Eincluso si lo fuera, es un accidente que podría ocurrir de nuevo.

—Lidiaremos con ello. —Matthew sonaba muy seguro.

Envidiaba su certeza. —S i llegamos a eso, no voy a dejarlos solos. —Mis dedos seapretaron en torno a la bellota. El Consejo hacía las reglas para Franklin Falls. ¿Quépasaría si los desafiábamos?—. Es arriesgado. —Estaba temblando, sencillamente parecíaque no podía mantenerme caliente este invierno. Ma hew puso su brazo alrededor demis hombros, y juntos observamos la respiración de Ethan.

—Nada está a salvo —dijo Matthew.

Yo lo sabía mejor que nadie. Me volví hacia él. Las hebras de cabello rubio caíanalrededor de la cara de Ma hew, y sus ojos eran extrañamente brillantes. Me estremecícon mayor fuerza. Entonces, puesto que ya estaba siendo valiente, me incliné haciaadelante y rocé mis labios contra los suyos.

No se apartó como yo había temido. Con un sonido suave, me acercó más, y levantóla mano para pasar los dedos por mi cabello. Su sabor almizclado me recordó al olor desu piel de lobo. La bellota en mi mano golpeó el suelo.

El susurro de las mantas nos hizo separar bruscamente y girar. Ethan estabasentado en la cama, mirándonos fijamente. Las orejas de Ma hew estaban rojas; mirostro ardía. Me pregunté si Ethan podía ver la forma en que el sabor de los labios deMa hew permanecía en los míos. El muchacho endureció la mirada y se centró ennosotros; no confiaba en nosotros.

Yo tampoco confiaba plenamente en él. —¿Cómo te sientes?

—¿Cómo crees que me siento? —Ethan se acurrucó entre las mantas—. Pero almenos estoy vivo, ¿no? D ebo estar agradecido. —Su voz era amarga, como si no hubieradeseado que lo salvaran.

¿Por qué había venido a nuestro pueblo si no quería que lo salvaran? —¿Qué estáshaciendo aquí? —exigí.

—Buscaba un lugar seguro. —Había desafío en las palabras de Ethan.

No podía prometerle seguridad. No lo intenté. —¿De dónde eres?

—Clayburn. —Ethan se miró las manos como si viera las vendas por primera vez. Surespiración se aceleró.

Pensé en los mapas que había visto. Clayburn era uno de los pueblos más cercanos,a un día de distancia. —¿Ben también era de Clayburn?

Ethan se paró de un salto, y las mantas se cayeron; el camisón apenas le cubría lasrodillas. —¿Cómo sabes eso? —Retrocedió por la puerta, al pasillo.

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—¡Ethan! —Mi voz se endureció con el llamado. No podía dejarlo ir. Tenía que saberpor qué tenía miedo, y si su magia había matado realmente, y si lo había hecho, qué tanprobable era que matara de nuevo. —¡Ethan, alto!

Paró de golpe, como le había ordenado. Sentí el frío de mi magia extendida entrenosotros.

El miedo apareció en sus ojos. —Antes también hiciste eso, ¿no es así? I gual queella.

—¿I gual que quién? —Caminé más allá de Ethan, interponiéndome entre él y lasescaleras. Matthew me siguió con el recipiente del agua.

—Déjame ir. —Salió humo de las vendas de Ethan—. Déjame ir o te mato, lo juro.

—Liza —Había una advertencia en la voz de Matthew.

Lo ignoré, mantuve la mirada y magia centrada en Ethan. —¿I gual que mataste aBen?

Las llamas atravesaron las vendas de Ethan. La magia que me unía a él, se quemó,como tela carbonizada caída al suelo. El chico unió las manos, acunando una bola defuego en su interior.

Ma hew arrojó el agua sobre él. El fuego siseó, pero no desapareció. Un olor acarbones húmedos llenó el aire.

Ma hew sostuvo el recipiente frente a nosotros como un escudo. —Tranquilo,Ethan. No te haremos daño.

—Tú no, tal vez. —Los oscuros ojos de Ethan reflejaban el fuego que contenía. Sentísu calor contra mi piel. Las llamas arrojaron luz sobre el recipiente que Ma hewsostenía. El brillo llenó mi vista… No. Ahora no. No era el momento para visiones. Tratéde darme la vuelta, pero ya era demasiado tarde. No tenía más remedio que ver…

Figuras encapuchadas que seguían un río hacia la ciudad. Uno de ellos—una chica de miedad con un manto luminoso verde de hojas de mora—dudó un momento, se echó hacia atrás lacapucha para revelar un cabello largo y claro, y brillantes ojos plateados. O jos de hada, pensé, yentonces vi…

Llamas que consumían las casas del pueblo. La nieve chisporroteaba conforme maderasardientes se estrellaban contra el suelo. El humo se elevaba y vi…

A Ethan observando el fuego de las casas, la mano de la chica de cabello claro sobre subrazo. Ella le sonrió, y él le devolvió la sonrisa. N inguno de ellos se movió para detener lasllamas. Tampoco ninguno de los niños más pequeños dispuestos alrededor de ellos. Esas llamaseran más brillantes, y en su resplandor vi…

El fuego saltaba de unas manos ahuecadas para llegar al marco de una puerta. El calor

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pulsaba contra mi ropa y piel mientras la madera ardía...

El metal resonó cuando el recipiente cayó al suelo. Ma hew me sujetó del brazo yme di cuenta que estas llamas no provenían de una visión. Eran reales, y envolvían lapuerta de la habitación de Mamá.

Capítulo 4

Traducido por endri_rios

Ethan estaba parado entre las llamas, el fuego salía de sus manos hacia la puerta y de lapuerta a la habitación detrás de él. El olor a plástico quemado del nailon llenó el aire. Elhumo se elevaba a nuestro alrededor, me obstruyó la garganta cuando Ma hew me alejómás de la puerta.

Unos pasos resonaron en las escaleras. Mamá corrió hacia nosotros, su cuerpo seveía borroso a través del humo.

—Salgan, ambos. —Nos rebasó y estiró la mano para sujetar el camisón de Ethan. Elcuello de la camisa estalló en llamas, y Mamá se tambaleó hacia atrás.

Me liberé de Ma hew y sujeté a mi madre, tosiendo en todo momento. El calorquemaba contra mi piel. —No iré a ningún lado sin ti.

Mamá luchó contra mí. —No… —Ella también estaba tosiendo—… perderé otroiniciador de fuego.

Las mangas de Ethan se incendiaron, y las llamas corrieron por sus brazos. Él echóla cabeza hacia atrás y se rió. Mamá luchó para llegar hasta él, aunque ahora tambiénMatthew la sujetaba.

No iba a perderla. —Mamá. Tara. Ven aquí. —Mamá se puso rígida en mi agarre—.Ven conmigo, Mamá. —Me ahogué con las palabras, pero sentí el poder en ellas. Laarrastré por las escaleras que apenas podía ver a través del humo, y esta vez ella no luchócontra mí. No podía pelear, no mientras la magia la tuviera sujeta. Ma hew setambaleaba tras nosotros cuando atravesamos corriendo la sala de estar y salimos al airelibre. El frío me azotó cuando salí y bajé un corto tramo de escaleras. Respiraba conjadeos.

Mamá cayó de rodillas a solo unos pocos pasos de la casa, mientras tosía. Me agachéjunto a ella. El humo se elevaba desde nuestra ventana superior y flotaba hacia lasrosadas nubes que manchaban el cielo crepuscular. Ma hew y yo ayudamos a Mamá aponerse de pie. Ella dio un paso hacia la casa, luego se detuvo, temblando. Mi magiatodavía la sujetaba. Su espalda se puso rígida. —Suéltame.

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A través del humo, las ventanas brillaban con luz naranja. No iba a dejar que Mamávolviera allí. —Quédate aquí, Mamá —La dejé con Ma hew y corrí hacia la puertaabierta.

—¡Ethan! —Mi garganta estaba en carne viva por el humo y los gritos. No estabasegura de que él oyera, pero una vez más sentí un frío hilo de poder pulsante entrenosotros—. ¡Ethan, ven aquí!

Ethan salió inmediatamente por la puerta y bajó las escaleras exteriores, con elcamisón en llamas. Ma hew me rebasó, lo lanzó al suelo, y le dio vueltas sobre la nieve.Ethan gimió cuando las llamas se apagaron, y la magia entre nosotros se rompió tanrápido, que me tambaleé.

La nieve empezó a caer. Ethan jadeó y se tambaleó para ponerse en pie, su camisóncarbonizado se cayó a pedazos de su piel intacta. Su mirada se enfocó en el brillo naranjade las ventanas. —No de nuevo —susurró, y levantó las manos ampolladas y sangranteshacia el cielo.

El fuego explotó a través de las ventanas. Fluyó como una cascada hacia las palmasde Ethan, y entró a través de su piel como el agua entra a la tierra seca. A la vez, el fuegose apagó. Ethan dio un paso hacia adelante y cayó bocabajo sobre la nieve.

S u espalda y brazos, que habían estado ilesos hace un momento, eran ahora undesastre de ampollas y piel ennegrecida por el fuego. Los copos de nieve chisporroteabanal contacto con su piel carbonizada. Ma hew y yo tratamos de levantarlo. Él gimió y seacurrucó lejos de nosotros, se llevó las manos ensangrentadas sobre la cabeza. Katecorrió hacia nosotros con una manta.

Repentinamente fui consciente de que la gente del pueblo nos rodeaba. Llevabanbaldes de agua y escaleras de mano, como listos para apagar el fuego. A poca distancia, lahermanita de Hope miraba hacia la casa, con las manos extendidas. Hope tocó a lapequeña chica en el hombro, y ella dejó caer las manos. D ejó de nevar. La hermanita deHope tenía agua control. Ella también había intentado apagar el fuego.

S olo que ahí no había fuego, ya no. Kate miró a Ethan, frunciendo el ceño, y dejócaer la manta, luego la extendió en el suelo delante de él. El pecho del chico tambiénestaba ennegrecido, y el roce de la lana en sus quemaduras podría lastimarlo más que elfrío. Había un olor a carne quemada en el aire, tan fuerte como el olor de maderacarbonizada que venía de mi casa.

—Suéltame, Liza. —La voz de Mamá vino de atrás. Había olvidado que estaba ahí,mi magia aun la retenía. Me volteé. Sus manos y su cara estaban ennegrecidas con elhollín, y su suéter estaba húmedo con la nieve derretida.

—Suéltame para poder ir a verlo —La voz de Mamá era temblorosa.

Ella se encontraba bien. D ejé salir una larga exhalación, y sentí desaparecer lamagia entre nosotras. Mamá se tambaleó hacia delante, y yo la atrapé. Se estremeció

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como si hubiese sido ella la que se había quemado.

—¿Mamá?

Ella retrocedió, tenía los ojos muy abiertos y había miedo en ellos. —Tú no, Lizzie.Por favor, tú no. —Sus hombros temblaban cuando se arrodilló al lado de Ethan, y supeque no recibiría ningún agradecimiento por salvarla.

—D ebiste dejar que la casa se quemara —le susurró al chico—. No debiste haberabsorbido el fuego.

¿Era eso lo que Ethan había hecho? Él gimió. ¿Era por eso que el fuego que habíainvocado de nuestra casa lo había quemado, mientras que su ropa en llamas no lo habíadañado?

—Así que este es el desconocido. —La voz de Brianna era cruel. Miré hacia arriba yvi que la mamá de Kyle estaba con el resto del Consejo, observándonos.

Kate se puso de pie para hacerles frente. Mamá seguía susurrándole a Ethan. No memiraba a los ojos. ¿Qué le pasaba?

D e entre la gente del pueblo, algunos se movieron para pararse junto a nosotros.Figuras borrosas en la luz mortecina: Hope, su esposo y su hermanita. Seth y su hermanamenor. Charlo e, que era un año mayor que yo. Otros Posteriores, uno o dos años másjóvenes—todos, excepto el hermano de Kyle, Johnny.

Brianna miró hacia nuestra casa. —¿Asumo que este fuego fue causado por magia?

Mamá miró a Kate. Ella asintió, y Mamá se puso de pie. —Así es —dijo.

Matthew y los otros Posteriores formaron un anillo protector alrededor de Ethan. Yome agaché a su lado, no estaba segura si para protegerlo o por qué no estaba lista parapararme junto a ellos. No era seguro mantener a Ethan en nuestro pueblo, no ahora quepodíamos ver lo que ese fuego podía hacer. Aunque si no hubiese usado mi magia en él,su magia no se habría salido de control. También fue mi culpa.

La madre de Hope, que se había unido al Consejo después que Padre se hubieseido, pasó la mirada de Brianna hacia el círculo de Posteriores. —No podemos dejar queeste niño se quede aquí. —La madre de Hope había forzado a la hermanita de Hope adejar la casa cuando se enteró de su agua control; la niña ahora vivía con Hope y suesposo.

—Tres días —dijo el padre de Charlo e, él había estado en el Consejo desde antesde mi nacimiento. Era el carpintero de la ciudad, y no había sacado de su casa a Charlo ecuando supo de su magia de madera control; más bien la declaró su aprendiz deinmediato—. Acordamos dejar quedarse al desconocido tres días.

Brianna hizo un sonido de incredulidad. —Eso fue antes de que viéramos el dañoque podía hacer.

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Ma hew gruñó suavemente y apretó los puños. El viento arremolinó la nievealrededor de los pies de Hope.

—Nosotros no somos asesinos de niños —Kate habló con la misma conviccióntranquila que había oído en Matthew algunas veces—. Ya no.

—Parece que J ayce tiene el voto decisivo. —El papá de Charlo e se rió bajito—.Como siempre.

J ayce pasó una mano sobre su cabeza calva y miró a Kate. —¿Tú estás dispuesta atomar la responsabilidad por este niño?

—Absolutamente —contestó Kate.

J ayce se apoyó en el bastón. —Tres días, entonces —dijo. Brianna le dirigió unamirada fulminante.

Ethan empezó a tiritar. Necesitábamos alejarlo del frío. —En tres días no estarálisto para irse a ningún lugar —dijo Kate.

—Eso es lo más cercano a un compromiso justo que vayamos a tener. Tendrá queservir. —J ayce miró hacia nuestra casa quemada, luego a Mamá—. D éjanos sabercualquier cosa que necesites, Tara. —Mamá asintió.

La última de las luces había abandonado el cielo, y la luz amarilla de la luna brillabaa través de las capas de nubes. Los pobladores empezaron a dividirse en pequeñosgrupos. Kate se volvió a nosotros.

—Vamos a llevarlo adentro.

—De ninguna maldita manera lo van a enviar lejos —murmuró Hope.

—Él se quedará con Ma hew y conmigo por ahora. —Kate puso una mano en elhombro de Mamá—. Tú y Liza también se quedarán con nosotros. Tu casa no es aptapara que duerman allí esta noche.

Mamá suspiró. —Honestamente, no estoy segura de que sea seguro para Ethanestar en la casa de nadie.

Kate apretó los labios. —S ólo hasta que podamos limpiar el cobertizo. No soy tonta,Tara.

—Lo sé. —Mamá sonrió con cansancio—. Tú eres la persona menos tonta queconozco. S i tú y los niños se pueden encargar de mover a Ethan, será mejor que yo vea lacasa. Ven conmigo, Liza. Tenemos que hablar.

—S í. Así es. —Teníamos que hablar sobre como Mamá necesitaba dejar de poner suvida en riesgo. La seguí hacia la casa, mientras detrás de mí, Kate preguntaba a Ma hewcómo conseguirían una camilla. La temperatura estaba bajando, el frío me mordía lasorejas y los dedos desnudos.

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Mamá desapareció en el interior, pero me detuve cuando escuché el bastón deCharlo e golpeando la nieve, con un sonido más ligero que el del bastón de J ayce. Habíaperdido la pierna de la rodilla para abajo el año que el pueblo había tratado de cultivartomates, cuando éramos niños. Charlo e se había tallado a mano una pierna de madera;ahora sabía que había usado su magia. Funcionaba tan bien, que debajo de lospantalones y las botas, ambas piernas lucían casi iguales.

Charlo e hizo un gesto hacia la casa. —Papá y yo le echaremos un vistazo en lamañana, para ver si podemos arreglar el daño.

—Gracias —dije.

Charlo e inclinó la cabeza con timidez, para ocultar el rostro detrás de la cortina decabello negro. Éramos amigas cuando niñas, pero luego ella se alejó de mí. Me contóluego que estaba asustada de no ser capaz de ocultarme su magia de otra manera. —LosPosteriores permanecemos juntos —dijo, justo como S eth había dicho, sólo que viniendode Charlotte sonaba como una disculpa.

No sabía cómo responder a eso. —Es mejor que vaya a ayudar a Mamá —alegué, yentré.

La sala de estar apestaba a humo. Mamá caminaba alrededor, desprendiendo elnailon de las ventanas. En una mano, sostenía una roca que brillaba intensamente, sinduda iluminada por la hermana de S eth, cuya magia era el convocar luz desde laspiedras. La roca emitía una misteriosa luz púrpura en el humo que quedaba en el aire anuestro alrededor. Muchos de los pobladores seguían vacilando en usar piedras comoesta, temiendo, como una vez yo temí, tocar cualquier piedra que brillara.

Las brasas de la chimenea estaban muertas, la casa estaba tan fría en el interiorcomo en el exterior. Abrí los postigos de la cocina para dejar salir más humo. Mamáterminó en la sala de estar, encontró su abrigo sobre el sofá, y se lo puso. No hablamoscuando la seguí escaleras arriba. Las barandillas estaban frías al tacto. Ethan no habíadejado ni una pizca de calor atrás cuando absorbió el fuego en su interior.

En el vestíbulo el olor era peor, no sólo de humo de leña y lana quemada sinotambién había un hedor a plástico fundido y nailon quemado. Había manchas dequemaduras en las paredes y ceniza espolvoreada en el suelo. El hollín era más grueso enla habitación de Mamá, y las paredes estaban rayadas con marcas negras de quemaduras.Quité lo que quedaba de las cubre ventanas derretidas, y el humo salió por las aberturas.

Mamá puso la piedra brillante debajo del armario, contra la pared del fondo, que noestaba quemada. Abrió un cajón, levantó un camisón, y lo olió. —Todo esto necesitaráairearse. —Suspiró y abrió otro cajón, rebuscó debajo de una pila de calcetines de lana yde ropa interior larga para finalmente sacar algo. Un disco plateado, surcado por líneasdelgadas: la hoja de quia de Caleb. Se aferró a la cadena que le colgaba en una mano ycerró los ojos, como si le doliera.

—Liza. —Mamá se sentó en el borde de la cama. La luz púrpura le daba a sus ojos

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un aspecto hundido—. Necesito tu palabra de que no usarás magia sobre mí nunca más.

El viento sopló a través de las ventanas abiertas, envió escalofríos helados a micuello. —Pudiste haber muerto aquí.

Mamá se balanceó hacia atrás y hacia adelante, sin mirarme. —S i no puedesprometer no obligarme a hacer cosas con tu magia, tal vez será mejor que te vayas y dejesque Karinna te enseñe, porque no estoy segura de que yo pueda.

—¿Qué? —Mi mano se aferró al alfeizar de la ventana, y el carbón se desmoronóentre mis dedos. S olté la madera y me paseé por la habitación—. No echaste a Ethan.¿Por qué siempre cualquier persona es más importante que yo?

Mamá se atragantó al inhalar. —¿Eso es lo que piensas? Oh, Lizzy… —Estiró losbrazos en mi dirección, pero siguió sin mirarme a los ojos. Quería dejarla acariciar micabello y que me susurrara hasta que olvidara mis preocupaciones; pero los problemasnunca se irían, sin importar lo que ella hiciera.

—Nada es más importante para mí que tú, Lizzy. —La voz de Mamá era ronca.

D ejé de pasearme, y miré la luz púrpura sobre el armario. El cuchillo de Padreestaba a un lado, desenvainado. —Primero enseñas a otros, pero no a mí —dije, mipropia voz sonaba rota—. Luego hablas sobre enviarme lejos. ¿Qué otra cosa puedopensar?

—Lo siento, Liza, pero no voy a tener mi voluntad sujeta a la magia de alguien más.No puedo hacer esto de nuevo, no después de… —S u voz se apagó cuando me giré haciaella y sus dedos se apretaron alrededor de la hoja.

Ahora te regreso todas tus elecciones, había dicho Caleb. Él salvó la vida de Mamá…pero eso había sido después. En mi visión, Mamá había huido de él, estaba muyasustada.

Más juramentos, más ataduras. D ebajo de mi abrigo, mi suéter se sentía húmedo yfrío contra mi piel. —¿Qué fue lo que Caleb hizo?

Mamá bajó la vista, como si estuviese avergonzada. —No más de lo que todo supueblo hizo, Antes. —El humo se desplazaba a través de la habitación—. Ellos lo llamanGlamur. Todo el pueblo de las hadas lo tiene, aunque ninguno de nuestros niñoshumanos con magia parece tenerlo. El pueblo de las Hadas lo utilizaba sobre nosotrossin pensar, con tanta facilidad como respirar, mucho más fácil que la magia que podíanenseñar. No había entendido cuan parecida era tu magia al Glamur, hasta que estuvefuera de mi propia casa, incapaz de dar un solo paso para ayudar al niño que se quemabaen el interior. —Mamá tragó—. El Glamur aparece en algunos libros de Antes. D ebíhaber sido sensata, pero una vez que tuve el primer vistazo de Faerie, no pude dejarlo ir.D eseaba tanto la magia. Fui afortunada de que Kaylen me encontrara. Algunos de losotros no eran tan gentiles con sus prisioneros humanos.

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—¿Prisioneros? —Mi voz fue muy baja para cubrir el espacio que había entre Mamáy yo. En mi visión, Karin también había llamado prisionera a Mamá.

La risa de Mamá fue amarga. —Todos los que encontramos el camino para llegar aFaerie nos convertimos en prisioneros. Mi padre destrozó la ciudad buscándome, pero élno tenía idea cuán lejos me había ido, no hasta más tarde, y entonces… —Mamá dejócaer los hombros. Quería rodearla con los brazos, decirle que no tenía que contarme nadade eso.

Pero deseaba demasiado obtener respuestas. No dije nada. Cuando Mamá habló denuevo, su voz era tensa. —Una vez, observé a un lord de las hadas ordenarle a una chicahumana lanzarse a un río… y ella lo hizo, sin apartar los ojos de él, mientras reía hastaque la corriente de agua obstruyó su garganta.

—Caleb no…

—No. —Mamá cerró los ojos, viendo cosas que yo no podía—. S in embargo observóy no hizo ningún movimiento para detenerlo. Así que yo tuve que observar con él. Creoque me reí también. El Glamur es así. Te convence de que todo lo suyo es malditamentehermoso. Había un niño, la D ama en persona lo convirtió en un ciervo y lo cazó comoalgo salvaje. Recuerdo el sonido de los cuernos, la visión de su costado rojo a través delos árboles verdes, la manera en la que la puesta de sol delineaba su cornamenta… —Lavoz de Mamá se apretó en torno a las palabras—. Eso era inusual. La D ama puedecambiar cuerpos igual que puede cambiar mentes. Está en la naturaleza de su magia. Porlo menos con tu magia mi mente, mis pensamientos, siguieron siendo míos.

El viento sopló las cenizas de la habitación. Nadie debía morir de esa forma, conalguien más manipulando sus pensamientos y sus extremidades. Miré hacia atrás, haciael armario y hacia el cuchillo de Padre. Toqué la hoja. Estaba más afilada que la mía.

—Por lo menos yo fui la última —dijo Mamá—. Kaylen quitó su Glamur de mí alfinal, y me dio su palabra de que no lo utilizaría de nuevo, sobre mí o cualquier otrapersona. S i al final hubo dolor como resultado de esa decisión, eso al menos no fue suculpa.

—Así que ¿lo perdonaste? —En mi visión, Mamá no había parecido ni de lejosdispuesta a perdonarlo.

—He tenido tiempo. —Mamá se apartó de mi lado y colocó la hoja de Caleb denuevo en el cajón. —Además, lo perdoné más rápido de lo que él tardó en perdonarse así mismo. Ahora lo entiendo, pero preferiría morir antes que tener a alguien máscontrolando mis pensamientos y mis acciones una vez más. Así que necesito tu palabra.Nunca debes volver a usar tu magia en mí.

Había demasiado frío con la ventana abierta. —Siempre y cuando no estés enningún peligro, tienes mi palabra.

—Eso no es suficiente. S é que tienes buenas intenciones, Liza, pero realmente no lo

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entiendes.

El fuego pudo haberla matado. ¿Esperaba que simplemente la dejara morir lapróxima vez? La luz púrpura de la roca se estaba oscureciendo. La tomé en mis manos. —S i no confías en mí con mi magia, ¿cómo puedes confiar en cualquier promesa que yohaga?

—Es algo curioso sobre el pueblo de las hadas. —Mamá cerró el cajón—. Ellos nopueden decir cosas que no sienten, y una vez que dan su palabra, no pueden romperlafácilmente.

—Pero yo soy humana. —Yo sabía bastante bien que los humanos podían mentir.

Mamá se rió incómoda. —He notado que una vez que los niños del puebloadquieren su magia, desarrollan una extraña renuencia a mentir. Eso ha representado undesafío para mantener su magia escondida.

Ninguna magia controlaba mis palabras. Abrí la boca, planeando decirle a Mamáque no usaría magia para salvar su vida; sólo para probar que podía hacer falsaspromesas tan bien como cualquiera.

Ninguna palabra salió. Traté de nuevo. Mi pecho se endureció, y mi respiración sevolvió superficial. Parecía que no podía respirar aire suficiente.

D ejé de intentar hablar. El aire se apresuró a entrar en mis pulmones. J adeé, metambaleé y me sorprendí. No podía hacerlo. Realmente no podía. S iempre había odiadodecir cosas que no eran verdad, pero lo consideraba una elección. Mi elección.

—Así que puedes ver —dijo Mamá tranquilamente—, por qué tu negativa a darmetu palabra me pone intranquila. Nos vemos en casa de Kate. —Se giró y dejó lahabitación.

En mis manos la luz se apagó, dejándome en la oscuridad.

Capítulo 5

Traducido por Princesa de la Luna

Mi mano apretó la piedra muerta. ¿Cómo podía negarle eso a Mamá, después de todo lo que había pasado?

¿Cómo podía ella pedirme tales cosas, después de todo lo que yo había pasado?

Recorrí a tientas el pasillo oscuro de camino a mi habitación. Quité las cortinas de

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las ventanas de mi cuarto y cogí dos camisones de mi tocador, uno para mí y otro paraMamá. Olían un poco a humo, pero no había remedio. Añadí suéteres limpios,pantalones, ropa interior y calcetines al montón. Regresé a la planta baja, me puse elgorro, la bufanda y los guantes, y me dirigí a casa de Kate.

Ahora el camino a través del pueblo estaba en silencio, con sólo unas pocas estrellasdébiles que perforaban las nubes. La luz de las lámparas se derramaba por los postigosde las casas y hacía brillar las cubiertas de nailon.

—Siento lo de tu casa, Liza.

D ejé caer la ropa y me giré sobre los talones, sólo para encontrar al hermano deKyle, J ohnny, parado justo detrás de mí. Se rió. A los catorce años tenía un cuerpohirsuto que le hacía parecer más alto de lo que era, junto con el tenue inicio de algo sobreel labio superior, que nadie más que él llamaba bigote.

No le había oído venir. Nunca. —No hagas eso —le dije sombríamente.

J ohnny se encogió de hombros. S u magia era acechar, lo que significaba que era elúnico humano que conocía que caminaba tan silenciosamente como el pueblo de lashadas.

—No vayas por ahí asustando a la invocadora, J ohnny. —Los pasos de Hoperesonaron a través de la nieve, en nuestra dirección—. Eso puede meterte en toda clasede problemas. Casi tantos como asustarme a mí.

J ohnny se encorvó un poco en su chaqueta de mezclilla forrada de piel. —No measusta un poco de viento.

—D ebería. —Hope me ayudó a recoger la ropa caída. Olfateó una manga—.Encontraremos algo mejor para ti y tu mamá —me dijo.

—No me importa. —Mientras doblaba la ropa, J ohnny desapareció por donde habíavenido, sin hacer ruido.

—Le importará a todo el mundo si caminas por ahí oliendo así. —Hope se rió, y lasbellotas resonaron alrededor de su cara—. En serio, no es ningún problema. D e por síplaneaba ir más tarde para comprobar al iniciador de fuego. —Caminó conmigo durantela mitad del camino a la casa de Kate antes de separarse para ir a la suya.

Johnny volvió a aparecer junto a mi codo. —Realmente siento lo del fuego.

Me estremecí, pero seguí caminando, como si hubiera sabido que estaba allí todo eltiempo. J ohnny se detuvo para rascarse una pierna de los pantalones. Las hormigas deKyle, pensé, y no lo lamenté. Esperaba que el cuero las mantuviese calientes. Esperabaque se quedaran un largo tiempo.

Por lo que pude ver, J ohnny ya no me seguía. Miré hacia el patio trasero de Katemientras me acercaba a la casa. La luz brillaba desde el cobertizo, y las herramientas,

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trozos de madera y metal yacían sobre una lona junto a él. Ya debían haber metido allí aEthan.

Pronto me dirigiría hacía allí también, pero primero crucé el pórtico delantero deKate y entré en la calidez de su sala de estar. Puse la ropa húmeda cerca de la chimenea,donde había una olla de agua hirviendo encima de las brasas. Las paredes de Kateestaban cubiertas con tapices brillantes; eché un vistazo al que ocultaba su espejo. Lamayoría de los espejos habían sido destruidos durante la Guerra, por temor a que elpueblo de las hadas pudiera entrar a nuestro mundo a través de ellos, pero este era unareliquia de la familia, por lo que Kate lo tenía guardado en secreto. El pueblo de las hadasno había hallado camino a través del vidrio plateado, pero yo había usado el espejo paratraer a Mamá a casa desde Faerie.

Oí voces desde la cocina de Kate. —Lo que realmente necesita es una clínica dequemaduras —dijo Kate. Los adultos siempre estaban deseando tener medicamentos einstalaciones de Antes. Por la forma en la que hablaban, Antes toda herida podía curarse,sin importar la gravedad.

—Bien, no tenemos una. —La voz de Ma hew era más baja; enojada—. Es por esoque tengo que ir.

Puse el sombrero y los guantes en mis bolsillos y me uní a ellos. —¿A dónde? —Matthew y yo nos atrajimos en un rápido abrazo. Él también olía a humo.

—Al pueblo de Caleb y Karin —dijo mientras nos separábamos—. Ethan… estágrave.

Kate sacó un frasco de un armario. La raíz de valeriana molida era un sedante, seutilizaba cuando el dolor comenzaba a ser demasiado difícil de soportar. —Losuficientemente grave para que me debatiera entre usar esto o algo mucho más letal —dijo ella.

—S i Caleb puede curarle, no se llegará a eso —dijo Ma hew. Por lo que yo sabía, lamagia curativa de Caleb era tan poderosa como cualquier cosa de Antes.

Traté de imaginar a Caleb controlando los pensamientos de Mamá. Él habíaarriesgado tanto por ella; si no fuera por mi visión, podría no haberlo creído, inclusoahora, aunque sabía que era tan capaz como cualquiera de presionar demasiado.

Ma hew y yo seguimos a Kate a la chimenea, donde esparció la raíz de valeriana enla olla. Arrugué la nariz mientras el olor a calcetín sudado llenaba el aire. Kate decía quelas hierbas no habían funcionado tan bien Antes como ahora. Me pregunté si esosignificaba que al menos había olido mejor entonces.

Mechones de cabello manchados de hollín cayeron sobre la cara de Ma hew. —Tresdías no es mucho tiempo. S i no podemos evitar que el Consejo envíe lejos a Ethan,morirá allá afuera. S i Caleb no puede venir, tal vez Allie pueda. —Como estudiante deCaleb, Allie no sabía tanto sobre sanación como Caleb, pero aún así ella podía hacer más

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que cualquiera de nosotros.

Mis manos y mangas estaban manchadas de ceniza. —Pensé que no teníasintención de permitir que el Consejo enviara lejos a Ethan.

—Por como está ahora, incluso si paramos al Consejo, probablemente morirá —dijoMatthew—. No puedo dejar que eso pase, no cuando tengo otra opción.

Kate se quedó mirando fijamente el agua hirviendo. —Por lo menos espera hastamañana.

Pensé en la piel ennegrecida de Ethan. No estaba segura de que una quemaduracomo esa pudiera sanar por sí sola. —Ma hew tiene razón. D ebemos ir esta noche. —Enotro tiempo no me habría atrevido a aventurarme tan lejos en la oscuridad si podíaevitarlo, pero eso fue antes de que los árboles se durmieran.

El aterciopelado pelaje gris de lobo ensombreció el dorso de las manos de Ma hew,señal de que se sentía incómodo. —I ré más rápido solo. Nos llevaría toda la noche llegaral pueblo de Caleb a pie, pero como lobo puedo llegar en un par de horas si corro. S iCaleb está dispuesto, podríamos estar de vuelta para mañana temprano.

—No me gusta —dijo Kate.

A mí tampoco me gustaba. —S i alguien debe asumir riesgos por Ethan, debería seryo —dije. Matthew me había advertido no presionar demasiado al iniciador de fuego.

—Pero esta vez soy yo el más capaz de hacer algo al respecto. —Ma hew se frotó lacicatriz de la muñeca—. Tú no eres la única que puedes salvar gente, Liza.

—Nunca dije… —Las palabras se me atoraron en la garganta. Había pasadosuficiente tiempo patrullando con Ma hew para saber que se las podía arreglar bastantebien un par de horas a solas en el bosque invernal. A menos que se topara con los búhos,o perros salvajes… me tragué una risa nerviosa. S i alguien podía manejar a los perrossalvajes, era Ma hew—. S i no estás de vuelta a la primera luz, iré tras de ti. —Nosmantenemos a salvo mutuamente.

—Estaré de vuelta antes del amanecer —prometió Ma hew—. Me adelantaré aCaleb y a Allie, digan lo que digan, para que sepan si deben esperarlos.

—He confiado en ti antes en saber dónde te necesitaban y no tomar más riesgos delos necesarios. —Kate llenó una taza de la olla mientras hablaba—. Ahora tambiéntendré que confiar en eso, por mucho que desearía que las cosas fueran diferentes. Ven.Vamos a revisar a Ethan; y decírselo a Tara, antes de que te vayas.

Matthew negó con la cabeza. —Tara tratará de detenerme. Ya lo sabes.

Kate se acercó la taza, como para calentarse. —Lo sé. Tal vez lo estaba esperando, yeso no es justo de mi parte, ¿verdad? —D ejó la taza sobre la mesa, apartó unos pocosmechones grises de su cara, y lo abrazó—. Casi es primavera. Mantente alerta en busca

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de azafranes. Hazme saber si ves alguno.

—Tendré cuidado. —Ma hew sabía tan bien como yo el peligro que representabanlos azafranes. Hasta este año, habían crecido incluso en invierno, quemaban a través delcuero, lana y la piel de los desafortunados que no los veían escondidos bajo la nieve.Ma hew se apartó de su abuela y me sujetó las manos. S e las apreté con fuerza, mientrasmiraba sus ojos grises; era todo lo que podía hacer para no jalarlo hacia mí. Temía que silo hacía, no le dejaría ir y Ma hew perdería más tiempo. Además, Kate estaba paradajunto a nosotros, y ¿Qué tal si no me limitaba sólo a abrazarlo?

Ma hew se rió en voz baja. —No hay nada que empacar… no podría llevarlo detodos modos. —Me soltó las manos para dar un paso atrás, y una luz plateada fluyó sobreél. La piel se estiró y cambió, los brazos, las piernas y el cuerpo renunciaron a su forma,como si el aspecto que Ma hew había tenido toda su vida no fuera más que una ilusión.Cayó a cuatro patas, mientras su piel cambiaba a un pelaje gris plateado y las manos y lospies a patas con almohadillas oscuras. Unas marcas oscuras surgieron alrededor de losojos, el hocico y las orejas. Esas orejas estaban inclinadas hacia mí.

Me quedé sin aliento. No importaba cuántas veces lo hubiera visto, no me cansabade contemplarlo. Me agaché y lo rodeé con los brazos. S u pelaje se había engrosado esteinvierno. I nhalé su olor almizclado. El olor a humo ahora era débil. —Ten cuidado ahífuera —le susurré—. Dale a Allie un abrazo de mi parte.

Ma hew dio un empujón a mi pecho con la nariz húmeda. Lamió mi barbilla, luegose volvió y trotó hacia la puerta. Le seguí, saltando por encima de los pantalones y suéter,botas y la ropa interior de lana. Parecía nunca ser capaz de captar el momento en que suropa caía a un lado.

Se detuvo junto a la puerta y me miró. Me reí. Cada vez que salíamos juntos, yotenía que abrir la puerta. Mientras giraba el pomo, Kate se paró a mi lado. J untasobservamos a Ma hew atravesar el pórtico y bajar los escalones. Cuando alcanzó elcamino que atravesaba el pueblo, echó a correr a medio galope. La luna estaba oculta porlas nubes, y él rápidamente desapareció en la oscuridad.

Kate apretó mi hombro. —Voy a ver a Ethan. —Entró, recogió su abrigo y la taza, yse fue. Yo me quedé en el pórtico, mirando hacia la noche durante un largo tiempo, antesde seguirla

Cuando lo hice, me encontré con Kate fuera del cobertizo, hablando con Hope. Lahermana pequeña de Hope sonreía a su lado, mientras saltaba de un pie al otro en buscade calor. —Tengo que quedarme —anunció.

¿Quién mejor que alguien de agua control para estar junto a un iniciador de fuego?Hope alborotó el gorro de piel de su hermana. —No sola. El resto de nosotros se turnarácontigo. Mantén la guardia, por si alguien decide que quieren echar a Ethan antes de loprevisto. Tú también, ¿verdad, Liza?

—Por supuesto. —No podía correr tan rápido como un lobo, pero podía vigilar.

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—Bien. —Una ráfaga de viento tiró del borde de la lona. Hope distraídamenteextendió una mano y lo calmó. Abrí la puerta metálica del cobertizo y entré. Más piedrasbrillantes iluminaban el pequeño espacio. Naranjas esta vez, proporcionaban calor,además de luz. Mamá estaba sentada en una silla plegable oxidada, velando por Ethan.

Él yacía en un viejo catre del ejército. Más ampollas se habían reventado, y el líquidosupuraba de su piel. Ahora no había mantas a su alrededor. Me pregunté cómo siquierasoportaba el toque de la sábana suave en su espalda. Sólo su cara se veía pacífica, con losojos cerrados mientras dormía. Su respiración era entrecortada, el olor a la carnequemada persistía, junto con un débil olor nauseabundo que me hizo sospechar que susheridas se habían infectado.

Mamá levantó la mirada, luego se estremeció, como si aún temiera mi magia.

—¿Cómo está? —le pregunté.

—Resistiendo —Mamá se obligó a mirarme—. No sé cómo, pero es así.

No había otra silla, sólo un balde de agua en un rincón junto a una mesa coja. Cerréla puerta para mantener el calor. —S i todo va bien, Caleb estará aquí por la mañana. S ólonecesita resistir hasta entonces.

—Kate me contó. —Mamá frunció el ceño—. D esearía que Ma hew no se hubieraido.

Mi espalda se puso rígida contra la rígida puerta de metal, aunque una parte de mídeseaba lo mismo. —Él sólo hace lo que es necesario

—Lo sé —dijo Mamá—. Eso no impide que me preocupe.

—Yo también me preocupo por ti, sabes. —Se sintió bien decirlo en voz alta.

Mamá no dijo nada. ¿Cuánto no había dicho a lo largo de los años?

—¿D ecías en serio lo que me dijiste? ¿D e qué tú y Caleb comenzaron la Guerra?¿Quiénes eran ustedes?

—Los hijos de gente poderosa, Liza, nada más. —La mirada de Mamá se volviódistante, como si estuviera viendo ese momento de Antes.

Ethan gimió y dio una patada al aire. Mamá hizo sonidos tranquilizadores; extendióla mano para acariciarle la frente, pero luego sus manos se movieron bruscamente haciasu propio estómago.

—¿Mamá?

—Estoy bien. —S e levantó y pasó junto a mí para abrir la puerta y correr al airelibre. La oí vomitar detrás del cobertizo. Me pregunté cómo era poder mentir.

Ethan siguió golpeando el aire. S us gemidos se volvieron sollozos. No escuché

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cuando Mamá regresó a la casa. Vigilé, me aseguré que Ethan no se cayera del catre, peropor lo demás no toqué su piel lastimada, hasta que Hope y su hermana llegaron a ocuparmi lugar. Para cuando regresé a casa de Kate, Mamá estaba dormida en el sofá.

—Ella va a estar bien —dijo Kate, pero también ella me había ocultado secretos.Una vez que Caleb terminara de curar a Ethan, le pediría que revisara a Mamá. Él sabríasi estaba realmente bien, y, a diferencia de Mamá, no sería capaz de mentir al respecto.

En la casa de Kate, como en la mía, las habitaciones de abajo eran más calientes quelas de arriba, así que en invierno todos dormían junto al fuego. Kate durmió en su sillóngigantesco, mientras yo me envolví en mantas en el suelo. Me adormilé, sólo paradespertar cada vez que creía oír las patas de Matthew en la escalera. Paso un largo tiempoantes de que cayera en un sueño más profundo.

Cuando lo hice, soñé con rugientes llamas a mi alrededor, que derretían la piel demis huesos. Las cenizas ardientes obstruían mi garganta y ahogaban mis gritos. —Todaslas cosas humanas deben morir —dijo una voz desconocida, y supe que no tenía másremedio que dejar que el fuego me consumiese.

No podía permitir que me consumiera. Corrí y un ardiente calor dio paso a un friobosque gris invernal. Una sombra oscura levantó la cabeza, y tenía la cara de mi madre.—Liza —susurró la sombra.

Corrí con más fuerza. Sabía que si miraba a esa sombra de nuevo, Mamá se iría, ysólo la sombra permanecería.

—¡Liza! —Mamá me llamaba una y otra vez—. Liza, despierta.

Mis ojos se abrieron de golpe. Me erguí de un salto, las mantas se me enredaronalrededor. Mamá se sentó a mi lado; era real, no una sombra. —Estás bien —dije.

Mamá estiró la mano, sus ojos buscaron los míos para asegurarse de que estabadespierta. Habíamos aprendido que si ella me tocaba—si cualquiera me tocaba—antesque despertase completamente de una pesadilla, desataría mi magia, sin poder oír a losque me rodeaban.

Me lancé a sus brazos, y ella me apretó. —No quiero perderte. —Me atraganté conlas palabras y comencé a llorar.

—Lo sé, Lizzy. —Mamá también sonaba a punto de llorar—. Lo sé. —Me acarició elcabello, como si aún fuera una niña, y la dejé.

La puerta principal se abrió. Los pasos de Kate cruzaron la habitación. Una luzpálida entraba por las grietas alrededor de las ventanas.

La primera luz. D e repente estaba tan despierta como si alguien hubiese derramadonieve derretida por mi espalda. Me alejé de Mamá.

—¿Dónde está Matthew? —le pregunté.

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Capítulo 6

Traducido por pegicornio

Él no había regresado. Lo supe incluso antes que Mamá lo dijese. Kate pensaba que quizádespués de todo había esperado para volver caminando con Caleb y Allie, pero lassombras alrededor de sus ojos me decían que ella también estaba preocupada. Ma hewno podía mentir más que yo. Él tenía que haber dicho en serio que se adelantaríacorriendo a los sanadores.

Mientras Mamá intentaba convencerme de que esperase más tiempo, Kate meayudó a empacar. Hope había dejado ropas para nosotros. Enrollé las mangas de unasudadera prestada y las piernas de un par de pantalones, y empaqué otra muda de ropaen la mochila que Kate me dio. También puse carne seca, pedernal y acero para un fuego,un par de odres con agua, y aceite y tela para una antorcha. Guardé más carne en losbolsillos de mi abrigo.

—Al menos lleva a alguien contigo —dijo Mamá. Ella no protestó cuando Ma hewfue solo. Matthew no le había dado la oportunidad.

No había nadie que me acompañara. Hope no debía viajar lejos, a causa de su bebé;S eth tenía tres hermanos pequeños que cuidar; y Charlo e no podía seguir el ritmo queyo pretendía marcar. No podía arriesgar a ninguno de los niños pequeños, no cuando nosabía que peligros podríamos enfrentar.

Mamá removió las brasas con un atizador de metal. —Puedo ir contigo.

—¡No! —La palabra salió con más fuerza de la que pretendía. Cerré mi mochila confuerza—. No cuando estás enferma.

Las palabras flotaron entre nosotras mientras los carbones se prendían en llamas.Kate puso un trozo de pan de maíz en mis manos. Me lo comí, sin querer llevarmedemasiado de sus raciones, pero sabiendo que necesitaría energía para el viaje.

—Estoy lo suficientemente bien para viajar —dijo Mamá.

El calor del fuego quemó contra mi cara mientras me abotonaba el abrigo, ataba mibufanda, y me ponía el gorro y guantes. —No resultó muy bien la última vez quedecidiste viajar, ¿no?

Mamá expulsó una brusca exhalación. —¿Porqué no hundes la daga más hondo,Liza? S iempre fuiste buena con los cuchillos. —Mamá acomodó el atizadorcuidadosamente junto al fuego—. Sé muy bien todas las veces que te he fallado. No

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necesitas recordármelas.

—No quería decir… —No pude decirlo. Sentía cada palabra que había dicho, yMamá lo sabía.

—Será mejor que revise a Ethan. —Cruzó la habitación y salió sin más palabras.

—Ella no está lo suficientemente bien para viajar —dije.

—Lo sé. —Kate me ofreció otro trozo de pan, pero negué con la cabeza.

—Tu madre también lo sabe, pero eso no significa que le tenga que gustar, ¿cierto?—Me atrajo en un abrazo—. Tráelo a casa a salvo, Liza.

—Haré todo lo que pueda. —No tenía problema en decir esa verdad. Me até elcinturón sobre el abrigo, deslicé mi cuchillo en su vaina, y me coloqué la mochila en loshombros. Mi pie empujó algo en el suelo: la tirilla de cuero que Ma hew usaba paraamarrarse el cabello. Seguía oliendo débilmente a lobo y a humo. La anudé alrededor demi muñeca.

Kate me siguió hasta la puerta. Afuera, los copos caían del cielo previo al amanecer.Paré en mi casa para coger el arco y el carcaj de flechas. El humo se había ido, pero el olorpermanecía mientras subía las escaleras.

Mamá había mentido otra vez, después de todo no había ido con Ethan. Estabasentada en su habitación, sujetando la hoja plateada de Caleb. Al sonido de mis pasos,salió al pasillo y me la ofreció en silencio.

Agité la cabeza. Esa hoja había jugado algún pequeño rol en lo que sea que ocurrióentre Mamá y Caleb. No tenía nada que ver conmigo.

—Caleb me dijo una vez que esto me protegería en los bosques oscuros. —Mamáparecía pálida en la débil luz de la mañana—. Te mantendría completamente alejada dela oscuridad si pudiera, pero como te gusta recordarme, tengo muy poco poder parahacerlo. Déjame hacer esto al menos.

No detuve a Mamá cuando me pasó la hoja sobre la cabeza. —No te obligaré a quete fuerces en agradecérmelo —dijo—, o a decirme algo que no sientas. S ólo vuelve asalvo. Entonces hablaremos entonces.

Huí a mi habitación, metí la hoja debajo de mi camisa mientras los pasos de Mamábajaban las escaleras detrás de mí. Até mi arco y carcaj a mi mochila, y también cogí unmapa que había copiado. Ni Ma hew ni yo habíamos cogido la ruta directa entre nuestropueblo y el de Caleb—Washville—, pero lucía lo bastante despejado, una carreteramayormente recta, desviada tan solo por unos cuantos senderos en estribaciones, uno delos cuales llevaba al pueblo de Ethan, Clayburn.

Afuera el cielo era gris, con el sol debajo del horizonte. Los copos flotaban a mialrededor, y el frío mordía a través de las puntas de mis botas. Encontré las huellas del

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lobo Ma hew en la nieve y las seguí hasta el límite del pueblo. Más allá de la última delas casas ruinosas, sus huellas giraban para seguir el río un rato, y un segundo par depisadas las seguían. Pequeñas huellas de botas humanas, más recientes que las huellasde las patas de Ma hew, encimadas en ciertos puntos. Un niño, uno que se había idohacía pocas horas.

¿Uno de los nuestros, u otro desconocido? Ambos conjuntos de huellascontinuaban junto al río. Las seguí, alerta a cualquier sonido, silenciando mis pasos tantocomo la nieve lo permitía. Escruté el bosque en busca de sombras, pero había demasiadaluz. Como las sombras de los árboles, la mayoría de las sombras de humanos preferían laoscuridad.

Troncos desnudos, grises y marrones crecían a los lados del camino. Un gorrióntrinó desde una rama alta, su canción corta y aguda en la fría mañana. En un punto, elniño se había parado a hacer ángeles en la nieve; en otro, él o ella había salido corriendoa ver algo en el río y había vuelto en una docena de pasos. En algunos lugares, las huellasmás pequeñas tenían formas extrañas, como si el niño hubiese estado pateando la nieve.

El camino giraba lejos del río y desembocaba en una sucia carretera. Unos trozos detierra marrón y hojas muertas aparecían donde la nieve se había derretido, junto conpedazos de piedra negra de Antes. Seguí andando, instalándome en el ánimo tranquilo yalerta que usaba para cazar. Otros caminos se ramificaban del que yo seguía, pero laspisadas continuaban hacia Washville mientras las horas pasaban y la mañana daba lugara la tarde.

Un pájaro picaba un árbol, buscando escarabajos. El sonido hacía eco a través delbosque. Paré, escrutando los árboles para encontrar las plumas rojas de la cabeza delpájaro. Los pájaros carpinteros no hacían distinción entre madera y carne y podían picara través de la piel humana en su búsqueda de comida. Aunque el pájaro estaba a unosmetros detrás de mí, y parecía centrado en su árbol; por ahora representaba una amenazamenor. Empecé a caminar de nuevo, luego paré y miré atrás.

Había un conjunto de pisadas extra en la nieve, que no estaba ahí antes, junto a lashuellas del niño y las de Ma hew y las mías. Unos metros más lejos, las nuevas huellasgiraban hacia el bosque. Puse mi mano en el mango de mi cuchillo y retrocedí unospasos. No oía nada, pero las huellas en la nieve no podían mentir. Quienquiera que mehubiera seguido, sus pisadas no hacían ningún ruido. Las únicas personas que conocíaque podían caminar tan silenciosamente eran Karin y Caleb y…

—J ohnny, sal de ahí. Ahora. —Mantuve la voz baja, no deseaba atraer la atencióndel pájaro carpintero.

Alguien tosió débilmente detrás de mí. Giré, empuñando mi cuchillo y di un pasoatrás mientras lo hacía. Johnny estaba ahí, sonriendo. —Eres predecible, Liza.

Cerré la distancia entre nosotros sin bajar el filo. —Te dije que no hicieras eso.

J ohnny se encogió de hombros y se encorvó en su chaqueta. Su cuchillo colgaba de

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un cinturón debajo de ella. —También me dijiste que me revelase.

Enfundé el cuchillo y pasé junto a él. —Vete a casa. —Seguramente tenía algo mejorque hacer que molestar aquí.

No lo oí seguirme, pero esta vez vi cuando J ohnny apareció junto a mí. — Logracioso… es que en realidad hoy me dirijo al mismo lugar que tú.

—D ivertidísimo. —Una libélula aleteó delante de nosotros por la carretera, y atrapóuna luciérnaga entre sus patas. Las alas de la libélula brillaban verdes, mientras laluciérnaga latía con un color amarillo más frío—. Brianna no estará feliz si desapareces.

—Y se supone que eres muy buena prestando atención. —J ohnny se deslizó fuerade vista entre una respiración y la siguiente—. Cualquiera puede notar que es un aliviopara mi madre cuando no puede verme. Mi magia le hace las cosas más fáciles. —Laluciérnaga titiló. Su luz amarilla lamió el aire y alcanzó las venosas alas de la libélula,corriendo a lo largo de ellas como fuego líquido. El insecto más grande tembló. Hubo unpequeño y reluciente destello, y entonces la libélula se disolvió en una perezosa ceniza.

La luciérnaga voló, brillando. Me centré en el camino y las huellas de Ma hew. S iJohnny elegía ir de paseo, eso no me concernía. No iba a gastar más aliento en eso.

La nieve se volvió menos pesada y aguada, y los parches marrones de suciedad yhojas aparecieron con mayor frecuencia. Cuando la temperatura de la tarde dejó decongelar, metí mi gorro y guantes en mis bolsillos. Las nubes se espesaron a míalrededor, y el duro graznido de un cuervo cortó el aire. Miré el bosque pero no vi nirastro de los pájaros negros. Los cuervos se mezclaban entre los insípidos árbolesinvernales, como si tuvieran magia acechante propia.

El cuervo graznó otra vez. Los cuervos eran carroñeros, con poca habilidad paraderribar presas, pero se sabía que les sacaban los ojos a animales vivos de vez en cuando.Me topé con otro sendero, el que guiaba a Clayburn. Las huellas del lobo Ma hew y laspisadas de las botas de niño giraban hacia ese angosto camino. Ma hew había parado decorrer. Sus pasos eran más deliberados, las huellas de atrás puestas cuidadosamente traslas de enfrente, como si algo lo hubiese puesto en guardia. J unto a sus huellas, las delniño no mostraban tanta vacilación.

Moví la mano al cuchillo mientras las seguía, sabiendo que Ma hew no habríadejado el camino sin motivo. Ceniza gris espolvoreaba la nieve. Un olor a quemadoflotaba en el aire, con un toque de carne quemada que me recordó a las quemaduras deEthan. Ma hew podía haberlo olido antes que yo. ¿Habría ido a investigar? Ralenticé mispasos. Esperaba que si Johnny seguía ahí, también estuviese siendo cuidadoso.

Una esquirla de hueso blanco sobresalía de un trozo de nieve. Más huesos estabanexpuestos contra la tierra marrón, con pegajosa carne quemada en ellos. Huesoshumanos: un fémur, una rótula hecha añicos, dos dedos. Mi mano se endureció alrededordel mango del cuchillo. Los huesos eran muy pequeños para provenir de adultos.

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Oí a Johnny tomar aliento entre dientes, aunque seguía sin poder verlo. Más huesosquemados sembraban el camino y bosque conforme seguía caminando, la mayoríadispersados por pájaros carroñeros o perros. Me entraron arcadas con el olor a carnemuerta. ¿Los había matado la magia de Ethan, como había matado a Ben? ¿Habíacometido un error al dejar a Mamá y Kate y los Posteriores para velar por Ethan sin mí?

Las huellas de Ma hew aparecían más hondas, como si se hubiese paradocompletamente. Apareció un segundo par de huellas—tamaño adulto y que apenasrompían la nieve—, y lobo y humano continuaban juntos, mientras las más recientes delniño las seguían. ¿Por qué Ma hew no se había dado la vuelta? No había nada que élpudiera hacer, y había desperdiciado tiempo que Ethan no tenía.

En la distancia, un niño hablaba bajito. Alrededor de una curva, la tierra daba lugara un revuelto lío de cenizas y hueso y barro. Kyle estaba arrodillado en el fango,hablando a un pájaro posado en la calavera de un niño, con un trozo de carne colgandodel pico.

J ohnny corrió detrás de mí para arrodillarse al lado de su hermano. Kyle le miró,después se giró hacia el pájaro. Un mechón del cabello del menor estaba levantado,porque por supuesto se le había olvidado el gorro.

—Está hambriento. —La cara de Kyle estaba manchada de barro y ceniza—. No esculpa del pájaro que tenga hambre.

—Lo sé. —La amabilidad en la voz de J ohnny me sorprendió—. ¿Estás preparadopara volver a casa, pequeño?

Kyle no respondió.

—Viniste tras él —le dije al chico mayor.

Johnny no apartó la mirada de su hermano. —Alguien tenía que hacerlo.

Un viento se levantó y sopló ceniza hacia nosotros. El cuervo levantó la vista desdela calavera, que había perdido sus dos dientes delanteros.

—Vete —le ordené al pájaro. Con un enfadado batir de plumas, voló hasta una ramaalta que colgaba sobre el camino.

—No está contento. —Kyle se limpió la cara con la manga, y se manchó de ceniza lanariz. Tampoco llevaba guantes.

Me acuclillé a su otro lado. —Kyle ¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy huyendo —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—Tercera vez de este mes —musitó J ohnny—, y en la que ha conseguido alejarsemás. —Buscó la mano de Kyle, pero Kyle sacó el labio inferior y agitó la cabeza. ¿Podíausar mi magia para enviarlo de vuelta a casa?

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El cuervo graznó desde su rama. —¡Cuidado! —gritó Kyle.

J ohnny y yo agarramos nuestros cuchillos mientras otros cuervos respondían desdelos árboles a nuestro alrededor. Las alas azotaron el aire mientras los cuervos atacaban.

Mi cuchillo rozó un ala negra. Una garra afilada arañó mi mejilla. — ¡Váyanse! —ordené.

—¡Váyanse, váyanse, váyanse! —repitió Kyle.

—¡Agáchate! —le gritó Johnny.

Mi cuchillo exhibió sangre esta vez, y un cuervo cayó al suelo. Los otros searremolinaron y fueron hacia el cielo. D i un paso atrás, mientras los pájaros se volvíanpuntos negros contra las nubes grises. ¿Cómo de hambrientos debían estar paraatacarnos todos a la vez?

—Se los dije. —Kyle levantó la barbilla.

Envainé mi cuchillo. En ese momento no me importaba quién creyera Kyle quehabía alejado a los cuervos, mientras se hubieran ido.

Johnny agarró la mano de su hermano. —Hora de irse, pequeño. Lo digo en serio.

Kyle agitó la cabeza. Me limpié la sangre de la mejilla y miré alrededor, escrutandolos árboles. S i más cuervos merodeaban allá, se mezclaban con la corteza y ramas tanbien como antes. La luz del sol se abrió paso a través de las nubes y se reflejó en algobrillante a mis pies. El brazalete plateado de un niño, con colgantes: un corazón, unallave, un gato. Me agaché para levantarlo.

El brazalete brilló con mayor fuerza, demasiado brillante para el atardecer gris. Unaluz plateada llenó mi mirada y entonces vi…

Una chica de mi edad con cabello largo y claro de pie en el camino, donde carne carbonizadaaún estaba pegada a los huesos a su alrededor. Miró a una mujer con cabello igual de claro sujetoen una red destellante. —Pasé tu prueba —dijo la chica, pero la mujer frunció el ceño, ladesaprobación clara en sus ojos plateados. —Dime si alguien ha escapado esta vez —dijo lamujer—, antes que hables de éxito…

Karin, mirando a la misma mujer, diciendo las mismas palabras: —Pasé tu prueba. —Sóloque ellas estaban en un profundo bosque verde, y la mujer sonrió en respuesta. Karin bajó sumentón, un orgullo evidente en sus brillantes ojos…

Un codo golpeó mi costado, y J ohnny siseó entre dientes. Mis dedos se cerraronsobre el brazalete mientras las visiones desaparecían. Una chica estaba parada frente amí… la chica de cabello claro que acababa de ver, la misma chica que había observadoarder un pueblo con Ethan a su lado.

No la había oído venir, no más de lo que alguna vez había oído a Johnny.

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Capítulo 7

Traducido por Princesa de la Luna

El vestido verde y la capa de la chica estaban manchados de ceniza. I gual que sus botasnegras maltratadas. S u cabello claro estaba recogido con una mariposa de plata, cuyaspiernas brillantes estaban retorcidas para formar el broche. Nos miraba, rígida y con laespalda recta. Miré sus ojos plateados y supe que no era más humana que Karin y Caleb.

Karin y Caleb me habían enseñado que no todo el pueblo de las hadas era unmonstruo, pero eso no significaba que se pudiera confiar en todos. D ejé caer el brazaletey esperé, con la mano al alcance de mi cuchillo, para ver lo que esta desconocida haría.Johnny apretó la mano de Kyle, los hombros del niño mayor se tensaron.

Kyle frunció el ceño. —A la mariposa no le gusta estar allí.

La joven estiró la mano para tocar el broche y las alas temblaron bajo su mano.

—Ha estado allí durante muchos años, y las mariposas no están acostumbradas avivir tanto tiempo. ¿Quieres que la mate? —La chica habló con perezosa curiosidad.

¿Qué papel había desempeñado ella en el incendio de los niños muertos a nuestroalrededor… y por qué ella era la única chica de mis visiones no afectada por los incendiosde Ethan? —¿Quién eres? —exigí.

J ohnny giró los ojos. —Encantadora, como siempre. —La cautela no le abandonó,pero extendió la mano—. Soy Johnny. Estos son Kyle y Liza.

Le dirigí una mirada de soslayo. Yo habría mantenido en secreto nuestros nombresa esta desconocida, al menos hasta que supiéramos por qué estaba aquí. Los nombrestenían poder. Lo había aprendido mientras ponía a descansar a las sombras.

—Pueden llamarme Elin. —La chica picó un hueso con su bota con aire ausente.Había espinas entretejidas en el dobladillo de su vestido y los bordes de las mangas—.Kyle, J ohnny, Liza. —Paladeó las palabras en su lengua—. Creo que deberían venirconmigo. —Su voz adoptó una suavidad aterciopelada. Mi piel hormigueó, como si suspalabras estuvieran tratando de echar raíces allí. Tal vez sólo lo había imaginado.

Tal vez no. Sabía que no debía hacer caso omiso de cualquier instinto de peligro. Mevolví hacia J ohnny, sin dejar totalmente fuera de mi vista a Elin. —D eberías llevar a Kyleen casa.

—Sí. —La voz de Johnny era extraña, como si no estuviese completamente despierto

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—. S í, creo que tienes razón. —D io un paso atrás, tirando de Kyle con él. El niño menorse sacudió y rodeó las piernas de Elin con los brazos.

—¡Me quedo contigo! —declaró.

Elin volteó a ver a Kyle como si fuera un insecto desagradable que hubieraencontrado en su cama. S e volvió hacia mí y J ohnny. —Ustedes dos también vienen, porsupuesto.

Johnny suavizó la mirada. —Por supuesto. ¿Por qué no?

Magia. Ninguna otra cosa podría hacer tan dócil a J ohnny. Se me erizó la piel de losbrazos. Elin los estaba llamando a él y a Kyle, de alguna manera que yo no entendía.

Kyle estiró la mano hacia el cabello de Elin. Elin sonrió, se quitó el broche y se lopuso en las manos. El cabello claro le cayó hasta la cintura. La mariposa con antenas deplata se estremeció, y en el broche sentí algo frío que me llamaba, rogaba ser puesto enlibertad.

Kyle sonrió y dio unas palmaditas a las alas de la mariposa, como si no hubieraquerido liberarla él mismo momentos antes. Las alas comenzaron a batir. —Bonita —dijo.

El Glamur es así. Las palabras de Mamá. Te convence de que todo lo suyo esmalditamente hermoso. Una sensación helada recorrió mi espalda, y di unos pasos haciaatrás. —Johnny, Kyle, vengan aquí.

Kyle apretó la mariposa en una mano mientras caminaba hacia mí, arrastrando lospies. S ujeté su otra mano. J ohnny se encorvó, como si no le importara mucho si meescuchaba o no, aun así sentí el frío hilo de mi magia entre nosotros. —Siempre te tomastodo tan en serio, —se quejó mientras se movía a mi lado.

También le sujeté la mano. —Vamos. —Nos vamos de aquí. Me alejé de Elin, devuelta a mi pueblo. Kyle y J ohnny me siguieron, no tenían elección. Una vez que losdejara a salvo, regresaría a encontrar a Matthew.

—Kyle —llamó Elin con su voz aterciopelada.

Kyle mantuvo sujeta mi mano, pero apretó los labios en un puchero. —D éjame ir,Liza.

—Kyle, pareces un niño muy dulce —canturreó Elin—. Me gustaría mucho ver elcolor de tu sangre. ¿Me la mostrarás? Los alfileres de la mariposa son lo bastanteafilados.

Kyle tomó el broche y se lo clavó en el brazo. La sangre goteó. Levantó el broche yse volvió a apuñalar. S olté la mano de J ohnny y le quité la mariposa a Kyle, y la arrojé enel bosque.

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J ohnny corrió al lado de Elin antes que pudiera volver a agarrar su mano. Ella leacarició el cabello, y él se reclinó contra ella, como un gato bien educado.

—Johnny —grité—. Ven aquí.

—Basta, Liza. —Su voz, por lo menos, todavía sonaba como la suya.

—¡Johnny! —Caminó hacia mí, con el ceño fruncido. Mientras lo hacía, Kyle se soltóy avanzó despacio, con una mirada culpable en el rostro.

—¡Kyle!

Kyle dejó de alejarse, pero Johnny se volvió a Elin.

—Así que tú eres una invocadora, ¿cierto, Liza? —Elin colocó una mano posesivasobre el hombro de J ohnny—. Eso es casi tan inconveniente como el hecho de que elglamur no parece afectarte. Y aun así, incluso una invocadora sólo ejerce cierto poder,especialmente cuando otras magias luchan contra ella. No puedes retenerlos a ambospor mucho tiempo. El glamur se hace más fuerte con el tiempo.

No necesitaba retenerlos. La magia fluía en dos direcciones, Karin me habíaenseñado eso. —Elin. Vete.

—¿Es eso lo mejor que puedes hacer, invocadora? —dijo Elin, con los ojos plateadosllenos de desdén—. Johnny, también quisiera ver tu sangre.

J ohnny asintió como un niño ansioso por complacer. Sacó el cuchillo de su vaina yse lo llevó a la muñeca izquierda.

Corrí hacia él, agarré su brazo derecho por encima del cuchillo, y lo retorcí. Elcuchillo cayó al suelo. Lo recogí y lo arrojé al bosque. Una fina línea de sangre brotaba dela piel de Johnny, pero el corte no era muy profundo. Me di la vuelta hacia Elin.

S us manos se cerraron alrededor de mi garganta. —Creo que eso será suficiente,Liza.

Mientras me tambaleaba hacia atrás, la lana se apretó alrededor de mi garganta, yme dejó sin aliento. Mi bufanda… la sujeté pero no pude apartarla. —¡Vete, Elin, vete! —Me atraganté con las palabras mientras cogía mi cuchillo. D ebería haberlo agarradodesde el principio, no me podía fallar de la forma que la magia sí.

La mano de Elin rozó mi muñeca. La lana fluyó sobre mis dedos, y la manga de mipropio suéter envolvió mi mano, forzando los dedos en un puño. Estiré la otra mano parasujetar la manga, pero fui demasiado lenta. Elin la agarró y la lana fluyó sobre esa mano,también, atrapándola. Me tambaleé, permitiendo que mi mochila, con el arco y el carcaj,se cayera de mis hombros. —¡Vete, vete....! —Necesitaba más aire. S ubí los puños hastami cuello, pero eran demasiado torpes. Mi visión se volvió borrosa, y caí de rodillas,jadeando. Kyle se echó a reír. El sonido pareció muy lejano.

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Los dedos de Elin rozaron mi cuello de nuevo, y la bufanda se aflojó. I nhalé variasveces mientras intentaba ponerme de pie. —¡Elin, vete! —Lancé todo el poder que pudeen la llamada.

La risa de Elin fue salvaje. —Como si después de la S ublevación fuera a confiarle acualquier humano mi nombre completo. Tal vez si tu poder fuera mayor o nosconociéramos más, este nombre corto sería suficiente, pero no importa. —Me miró—. Yahora, Liza, creo que estamos listas para hablar. —Sacó mi cuchillo de su funda. Me lancéhacia ella, pero se apartó y entregó el cuchillo a Kyle—. Kyle, querido, ¿me sostienesesto?

No dejaría que el miedo nublase mis pensamientos. No. Kyle probó el cuchillocontra uno de sus dedos, pero Elin chasqueó la lengua. —Todavía no. —Kyleobedientemente apartó el cuchillo. J ohnny se trasladó al otro lado de Elin. Mi agarresobre cualquiera de ellos había desaparecido.

—Llévame si debes hacerlo, pero deja ir a Kyle y J ohnny. —Yo tenía la oportunidadde luchar para liberarme, pero Kyle y Johnny no, no mientras el glamur los controlaba.

—No lo creo. —Los ojos plateados de Elin brillaban—. Aunque el glamur no teafecta, como tejedora tengo suficiente poder por mi cuenta, y a pesar de ser algo pequeñoen comparación con la magia de mi madre o de la abuela, aun así tiene sus usos. —D ametus manos.

Retrocedí. —¿Qué es lo que quieres de nosotros?

—Eso lo decidirá la Dama. Tus manos, Liza.

A la Dama no le gustará esto. Las palabras de Karin, de mi visión. Mamá tambiénhabía hablado de una D ama, cuando me contó sobre el glamur. Había dicho que la D amaconvirtió a un niño en un ciervo y lo cazó; y su voz había estado llena de miedo.

Había un nogal negro sólo a unos pasos del sendero. S i pudiera llegar a él y rasgarmis mangas contra su corteza.

—No funcionará. —Elin se giró hacia Kyle—. Puedes usar el cuchillo ahora.

Él presionó el acero contra su palma de inmediato, cortando la piel.

—¡Kyle! ¡Ven aquí!

Kyle arrastró los pies en mi dirección. La hoja parecía enorme en comparación a sumano pequeña. La sangre brotó cuando presionó con mayor fuerza.

—Dame el cuchillo.

Kyle vaciló, y luego negó con la cabeza. S onrió mientras su mano se manchaba desangre. Johnny reía mientras nos observaba.

Unos pasos más y llegaría al árbol, pero si Kyle hacía un corte demasiado profundo,

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podía perder el uso de la mano. Me detuve, respiré fuerte y estiré las manos al frente. —Déjalo en paz.

La sonrisa salvaje de Elin me recordó a un gato que tenía acorralada a su presa. —No juegues más con el cuchillo, Kyle.

Kyle frunció el ceño, pero apartó el cuchillo. Tanta sangre… no podía decir si sehabía dañado los tendones. Me miró, y por un instante el miedo cruzó por su rostro. —Duele —susurró.

Elin le dio unas palmaditas en el hombro. —Por supuesto que no duele.

Kyle asintió, aunque su mano todavía sangraba. La ira amenazó con ahogarme,igual como había hecho mi bufanda.

—S i das un solo paso sin mi permiso, Liza, puede que me sienta con ganas deordenarle que se corte la garganta. ¿Entendido?

—Entendido. —Alejé el miedo de mi voz. La ira tenía su utilidad, después de todo.

Kyle miró fijamente su mano ensangrentada, como si lo intrigara. Elin miró aJ ohnny. —Encuentra mi mariposa, y tráemela de vuelta. —J ohnny se dirigió entre losárboles para hacer lo que le pedía, mientras Elin se me acercaba sigilosa.

—Mucho mejor. La abuela dice que todos los humanos acatan órdenes tarde otemprano. Es simplemente una cuestión de aprender a hablar su crudo lenguaje. —Elintomó mis manos entre las suyas. Luché para no estremecerme mientras enrollaba mismangas sueltas del abrigo y me cruzaba los brazos por delante. La lana fluyó una vezmás, líquida y resplandeciente, hasta que mi suéter unió mis brazos por las muñecas.Elin sonrió mientras acariciaba las mangas, y el resto del suéter se apretó a mi alrededor,oprimiéndome las costillas. D i un grito agudo. Podía respirar, pero no podía correr. Tiréde mis mangas, la atadura de las muñecas resistió. Estaba atrapada.

El pánico me estremeció. Kyle se llevó la palma sangrante hacia la boca, como si suherida fuera una simple curiosidad. —Véndale la mano. —Hablé herida por el suéter queme apretaba.

Elin sonrió dulcemente. —A Kyle no le importa un poco de sangre, ¿verdad? —Kylenegó con la cabeza—. S in embargo, no servirá llevárselo dañado a la D ama. —Elincaminó perezosamente hacia Kyle y le tocó la manga de su abrigo de lana. La luz fluyódebajo de sus dedos, y una tira de lana cayó en sus manos, como si lo hubiera cortado.Envolvió la tela alrededor de la mano de Kyle y pasó los dedos por encima de la lana. Losbordes se fundieron hasta unirse, de la misma forma que la madera se derretía bajo delas manos de Charlo e. Cuando Elin se apartó, un vendaje gris apretado rodeaba lapalma de Kyle. Kyle sonrió, incluso cuando la sangre empezó a filtrarse.

J ohnny volvió con la mariposa de Elin. Las alas estaban torcidas, pero se movían.Elin frunció el ceño mientras las enderezaba y luego se recogió el cabello sobre la nuca.—S i intentas utilizar tu magia en cualquier forma, Liza, habrá más sangre. Confío en que

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también comprendas eso. ¿Requieres que te amordace, o vas a comportarte?

—Me… —Las palabras se me ahogaron en la garganta. No podía prometer hacer loque me pedía si no lo decía en serio—. No es necesario amordazarme.

—Bien. —Elin tomó la mano vendada de Kyle. Él entrelazó sus dedos con los suyos.J ohnny cogió la otra mano—. Caminarás delante de mí, para que pueda verte. S igue lashuellas.

—¿A dónde vamos?

Elin hizo un sonido para que me callase. —No te he dado libertad de hacerpreguntas, Invocadora. ¿Tan pronto intentas enfadarme?

J ohnny inclinó la cabeza hacia mí, como si estuviese desconcertado. —Te preocupasdemasiado, Liza.

—De hecho sí —dijo Elin—. Comienza a caminar.

Quería arrojarme encima de ella. No quería caminar hacia el peligro bajo susórdenes. Pero avancé, con mi andar rígido, y la respiración pesada. S i seguíamos estecamino, nos dirigiríamos directamente a Clayburn. La lluvia comenzó a caer en forma degotas grandes y frías. Los pasos de Elin no hacían ruido, pero oía detrás de mí a Kyle. Ytambién a Johnny… por una vez no estaba usando magia para esconderse.

Mis pensamientos permanecieron siendo míos. Me aferré a eso, alerta antecualquier forma de librarme de esta trampa.

D ejamos atrás la ceniza, el barro y los restos de huesos de los muertos. Elin le hizopreguntas a J ohnny: sobre su magia y la de Kyle, y la mía; sobre los otros niños denuestro pueblo. Johnny respondió todo obedientemente.

Las gotas de lluvia salpicaban la nieve blanda y formaba charcos en el suelo. Lashuellas de Ma hew continuaban, igual que las del desconocido a un lado. D ondequieraque Elin nos llevaba, Ma hew también había ido en esa dirección. No habría ningunapronta ayuda para Ethan de cualquiera de nosotros.

El aire se volvió pesado con el aroma de las hojas muertas. El sol asomó entre lasnubes, pero parecía algo ligerísimo comparado con la humedad y el frío. Kyle se quejóuna vez acerca de tener hambre, pero una palabra de Elin hizo que se callase. Yo tambiéntenía hambre. La carne seca en mis bolsillos bien podría estar a 15 kilómetros dedistancia.

Cuando el sol se acercó al horizonte, desprendió un resplandor amarillo. La luz sereflejó en un charco delante de mí. Tropecé y la luz se volvió de un dorado brillante, y enese brillo vi…

A Ma hew, gimiendo mientras olfateaba los huesos de los niños quemados, sin ver laoscura sombra que se interponía en su camino. Traté de gritar una advertencia, pero entonces

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vi…

A Karin, metiendo la mano en una pared de hiedra, espino blanco y zarzas, el Muro queprotegía su pueblo. El verdor se separó cuando ella ahuecó las manos en torno a algo enredado enel interior… una hoja plateada de quia en una cadena, muy parecida a la que Mamá me habíadado. La escena parpadeó, y las hojas de color verde dieron paso a las ramas desnudas delinvierno, pero Karin continuó sosteniendo su hoja. Como en respuesta, mi propia hoja se calentócontra mi pecho.

—¡Karin! —llamé, sabiendo bien que no debía esperar que me escuchara, asabiendas de que no podía confiarse completamente en las visiones y que tal vez no erael presente lo que veía.

Sin embargo, Karin ladeó la cabeza, desconcertada. Sus cejas se juntaron, y su mirada secentró en mí. —¿Liza? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?

—Cerca de Clayburn… —No estaba segura de si enuncié las palabras o las dije, perocuando lo hice, caí hacia adelante.

El charco salpicó debajo de mí. Miré hacia arriba, a unos ojos plateados… no los deKarin. Elin agarró mi bufanda mientras yo luchaba por ponerme en pie. Se apretóalrededor de mi garganta y el mareo me hizo estremecer. —Lo siento —jadeé. Bajo misuéter demasiado apretado, la hoja de quia seguía caliente contra mi piel. Caleb habíadicho que la hoja protegería a Mamá en los bosques oscuros. ¿Podría también estarmeprotegiendo del glamur de Elin? —Haré lo posible… —I nhalé entre jadeos—… por nocaerme de nuevo.

La bufanda se aflojó cuando Elin dio la vuelta. Puso una mano sobre el hombro deKyle. —Puedes jugar con el cuchillo de nuevo, si tienes cuidado. S abes cómo tenercuidado, ¿verdad?

Kyle asintió y probó la punta del cuchillo contra su vendaje. Miró con un leveinterés cómo la sangre fresca empapaba la sangre que ya se le había coagulado. J ohnnytambién observó, con una mirada soñadora en el rostro.

—Dije que no volvería a suceder. —La ira coloreó mi voz.

—S oy consciente de eso. Esto fue sólo un recordatorio de que será mejor quemantengas tu palabra. Basta, Kyle. —Elin se echó a reír, pero sonó forzado—. ¿No es Lizatonta por haberse caído?

—¡Tonta! —Kyle me sonrió como si compartiéramos algún secreto. J ohnny rodó losojos, casi como podría haber hecho sin glamur, pero luego también se echó a reír. ¿Cómopodría Caleb haber usado magia así con Mamá?

Elin me empujó hacia adelante. —Sigue caminando.

Caminé, pero algo se sentía diferente… mi suéter, donde mis muñecas estabanatadas, no estaba tan apretado como antes. Tiré y la lana cedió un poco, como si alguna

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rasgadura hubiese debilitado el tejido cuando me caí. También se sentía más sueltoalrededor de mis costillas.

La lluvia había cesado. A medida que el sol se hundía por debajo del horizonte,poco a poco trabajé en el punto débil de la tela, utilizando movimientos que esperabafuesen demasiado pequeños para notarlos. Las fibras cedieron una a una.

Oí a J ohnny tropezar en la luz mortecina. Kyle se quejó de que estaba cansado, yElin lo hizo callar al decirle que no lo estaba. Una sombra flotó en nuestro camino, y merozó la pierna. Me estremecí al sentir el anhelo dentro de ella, el deseo frío de serinvocado… no había nada que pudiera hacer al respecto ahora. La sombra siguióflotando. ¿Pertenecería a uno de los niños que Elin mató? Ya no dudaba que le habíaordenado a Ethan quemar a todos. Me pregunté si él había entendido siquiera lo queestaba haciendo. No fue mi culpa. Ahora mismo podría estarse muriendo.

Otra fibra cedió. Estiré mis dedos y volví a contraerlos antes de que Elin pudieraverlo. El viento rozó mi cara y envió escalofríos por mi espalda. Un débil olor a quemadovolvió al aire, aunque el viento no venía de la dirección de los niños muertos. Venía deClayburn.

La lana se desgarró. Mis muñecas se separaron. Las junté de nuevo, con cuidado deno moverlas demasiado rápido. S entí la piel de mis muñecas tocándose a través de losagujeros en la tela, la tirilla de cuero de Ma hew entre ellas. D eslicé los dedos a través delas mangas, para ensanchar lentamente los orificios.

—Cárgame —susurró Kyle. Elin hizo un sonido de desdén. Cuando miré hacia atrás,J ohnny cargaba a Kyle. El niño menor recargaba la cabeza adormilada sobre el hombrode su hermano, agarrando mi cuchillo como un juguete que no quería dejar ir.

El olor a quemado se hizo más fuerte cuando llegamos a las casas en ruinas quesignificaban que estábamos cerca de las orillas de un pueblo. El camino continuaba,hacia unos riscos pálidos que se extendían hacia el cielo. El bosque dio paso a terrenosdespejados, pero las ruinas continuaban. El techo de una casa se había derrumbado, ysus paredes ennegrecidas se desmoronaban. En la casa de al lado se había quemado elsuelo, y en la siguiente, también. Un hombre yacía sin vida en la nieve, con los brazosabiertos, la camisa quemada por el fuego.

Me ahogué con el hedor de la carne quemada. Esto no eran las orillas del pueblo.Esto era… había sido Clayburn. No sólo mató a los niños.

—Huele mal —murmuró Kyle adormilado.

—No, no —le dijo Elin. Kyle no se quejó de nuevo.

Pasamos junto a una mujer cuyos dedos se habían fundido cruzados sobre el pecho,un hombre cuyo rígido cabello le caía sobre las hundidas cuencas de los ojos que sehabían quemado. Probé bilis en la parte posterior de la garganta, mientras mepreguntaba por qué Elin no había matado a los niños aquí, en lugar de esperar para

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llevarlos tan lejos del pueblo.

El último rayo de luz desapareció, y una brillante luna se asomó a través de lasnubes. Un búho real ululó, un sonido lúgubre.

—El búho tiene hambre —murmuró Kyle—. Yo también. —Elin no se molestó encontestar. Las casas estaban más cerca las unas de las otras, algunas eran pilas de maderaen ruinas, otras medio se sostenían. S us vigas ennegrecidas brillaban a la luz de la luna.Había más sombras vagando entre ellas, mantenían su distancia de nosotros, como simorir les hubiera enseñado, demasiado tarde, a tener miedo.

Los agujeros en mi suéter ya eran lo suficientemente grandes para sacar las manos.D etuve mis pasos. Apuntaría a los ojos de Elin… era mi mejor oportunidad dedesarmarla sin armas o magia, y podría conseguirles tiempo a J ohnny y Kyle paraescapar.

El viento cesó. Vi un susurro de movimiento, y una mujer salió en silencio de entredos casas caídas.

No era humana. Lo supe de inmediato, hasta la médula, lo habría sabido incluso sinsu cabello pálido, apilado en trenzas sobre su cabeza y sujetadas con una red que brillabacon luz verde helada; o sus ojos plateados, que brillaban tanto como la misma luz de laluna. Su largo vestido marrón estaba deshilachado en el dobladillo y las mangas; sinembargo, se movía con una gracia líquida, que ninguna cosa humana podría tener. Sólolas pesadas botas negras parecían fuera de lugar. S entí un deseo fugaz de inclinarmeante ella. La hoja quemó caliente contra mi pecho.

Kyle la miró fijamente, arrobado, desde los brazos de J ohnny. No podía atacarla aella y a Elin al mismo tiempo. Una parte de mí no quería.

La D ama. ¿Quién más podría ser? Su sonrisa estaba llena de bordes afilados, comoel vidrio roto de Antes. Hizo un gesto con la mano.

Un lobo gris salió trotando de las sombras y se sentó a su lado.

Capítulo 8

Traducido por Princesa de la Luna

Matthew. La dama acarició la parte superior de su cabeza, y él se inclinó hacia su tacto. S iél me vio, no dio señales.

La hoja de quia permaneció caliente, pero por lo demás, cada parte de mí se sintió

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helada. No Ma hew. La D ama retiró la mano, y Ma hew se acurrucó a sus pies. Estababajo su glamur, igual que Kyle y Johnny estaban bajo el de Elin. No.

Lo estaba mirando a él… me obligué a apartar la mirada. S i veían que Ma hew y yonos conocíamos, podrían utilizarlo en nuestra contra. Tenía que esperar, ver lo queestaba sucediendo aquí y lo que podía hacer al respecto. Nunca había sido tan difícil noactuar.

Una esquina de la boca de la D ama hizo una mueca, y supe que ya me habíatraicionado. J ohnny puso en el suelo a Kyle. —Ma hew —exclamó Kyle, y se lanzó allobo.

Ma hew gruñó. Kyle se echó hacia atrás, y arrugó la cara. —Ma hew nunca esmalvado.

—Él es todo lo que le ordeno que sea. —La D ama extendió la mano y acarició elpelaje de Ma hew—. ¿El olor de los humanos te molesta, mascota? —Ma hew dio unmedio gruñido perturbador.

Apreté los pies sobre la nieve, obligándome a no saltar sobre ella. Eso no serviría anadie. S in embargo, cuando mi oportunidad llegara, haría algo peor que ir por sus ojos.Si tan sólo supiera su nombre. Ella no estaría allí parada en absoluto.

Elin dio un paso adelante. —Abuela —dijo. La mujer no parecía mayor que Caleb oKarin; pero sabía que el pueblo de las hadas vivía más tiempo que los humanos y noenvejecía como nosotros.

La mirada de la D ama recorrió a J ohnny, Kyle, y a mí como si fuéramos poco másque las hormigas debajo de sus pies. —Estos no son los que destruyeron a nuestra gente.

Elin miró rápidamente hacia abajo. —Los encontré donde encontré a los otros. Nopodía dejarlos allí, donde podrían causar problemas.

La D ama frunció el ceño. —¿D esde cuándo mi nieta teme a los problemas que loshumanos podrían causar? S egaste a los otros casi de inmediato, los niños que escaparonde tu control y causaron gran daño. Todos, menos el hablante de fuego que los lideraba yel niño que escapó con él. También confié en ti para lidiar con ellos, de lo contrario nohabría regresado a este pueblo, ni siquiera para enterrar a nuestra gente.

Ben, pensé. Ethan. Elin no había esperado para matar a los niños… habían escapado,y ella los había perseguido. Ella debía haber capturado a Ethan durante el tiemposuficiente para hacerle quemar a los demás, pero al final él había huido. ¿Estaba aún convida en nuestro pueblo, en espera de la ayuda que nunca llegaría?

—Pensé que estos tres podrían serte útiles. —Elin parecía joven al lado de la D ama,a pesar de que ella no se veía vieja—. I gual que le encontraste un uso al cambia formas,cuando nos encontramos con él. Te he traído un pies ligeros, un hablante de animales, yuna invocadora.

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El cabello de la D ama titiló con fría luz verde. —¿Qué uso le puedo encontrar a unhablante de animales? Deshazte de ese, y pensaré en algo para los otros.

Me acerqué a Kyle. El viento tiró del largo cabello de Elin. —A mí me sería útil unhablante de animales —dijo.

—Tu vacilación me desagrada. —La D ama se arrodilló delante de Kyle—. Niño,necesito que te claves ese cuchillo en el corazón. No es algo difícil… puedes hacerlo pormí ¿verdad?

Kyle asintió, impaciente como un cachorro que persigue a la manada. Levantó elcuchillo.

Corrí hacia él, saqué las manos por mis mangas desgarradas y sujeté el cuchillo ensu mano. Lo tiré lejos de ambos. La D ama se volvió hacia mí, con los ojos brillantes en laoscuridad; su ira se presionaba contra mí como algo físico.

Metí la mano bajo mi suéter, cogí la hoja de quia de mi cuello y la lancé sobre lacabeza de Kyle. —¡Corre, Kyle! ¡Vete! ¡Ve a un lugar seguro!

A Kyle se le agrandaron los ojos cuando el glamur lo dejó. Por un momento temíque se echase a llorar. En su lugar, dio media vuelta y corrió hacia el camino y los riscos,agitando los brazos, mientras sus pies pisoteaban la nieve y el barro.

La fría mirada de la Dama cayó sobre Elin.

—Permíteme ir tras él. —Había un temblor en la voz de la chica. La mariposa en sucabello aleteó más rápido, como la cosa atrapada que era—. No volveré a dudar. Loatraparé, y lo mataré.

—Oh, así lo harás. —La D ama agarró la muñeca de su nieta. Una luz plateadafloreció entre sus dedos. Esa luz fluyó por los brazos de Elin, por su cuerpo… Parpadeéante el brillo repentino, y cuando mi vista se aclaró, había un halcón de cola roja,temblando, posado en el puño de la D ama, con las garras afiladas y los ojos amarillos. Elvestido de Elin, las botas y el broche de mariposa se encontraban a los pies de la D ama.La Dama puede cambiar cuerpos igual que puede cambiar mentes. Está en la naturaleza de sumagia. Eso también me lo había dicho Mamá.

La mariposa medio voló, medio saltó sobre la nieve. La D ama rozó los dedos sobrelas plumas de Elin. —Persigue al hablante de animales, destrúyelo, y tráeme la hoja quecarga. No regreses hasta que la tengas. Entonces hablaremos de tu falla en controlar a tusprisioneros humanos.

La D ama levantó el brazo. Elin se lanzó silenciosamente al aire, alas marronesabiertas y cola roja ancha. Kyle desapareció más allá de las casas, y Elin lo siguió.

Corrí tras ellos, a sabiendas de que Kyle no podía ganarle a un halcón, a sabiendasde que yo podía hacer poco para protegerlo de uno. Mis mangas desgarradas ondeabancon el viento.

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Vi una mancha de color gris. Ma hew se estrelló en mi costado, tirándome al suelo.S entí su aliento caliente en mi cara, sus patas sobre mi pecho. Miré hacia arriba,jadeando. Mostraba los dientes, y sus ojos tenían un salvajismo que me recordó a losperros enloquecidos de los que una vez me había salvado.

—Matthew —llamé en voz baja. S e estremeció, y por un momento vi que sus ojoseran los de Ma hew una vez más. Gimió y se me quitó de encima—. Así es, Ma hew. Mepuse de pie y le tendí las manos—. Sólo soy yo, Matthew, sólo Liza...

La D ama se acercó a su lado y le puso una mano en el lomo. —Bien hecho, mi lobo.—Todo el reconocimiento dejó los ojos de Mathew. La D ama le rascó detrás de las orejas,y él se dejó caer junto a ella, con la lengua colgando por un lado de la boca.

—Déjalo ir. —Mantuve la voz baja, controlada.

Los dedos de la D ama me agarraron la muñeca. —No lo creo, pequeña I nvocadora.—S u voz era fría y ese frío se asentó profundo en mi interior. Me temblaron las piernas,débiles como el agua, y supe que el tiempo de correr había pasado.

—¿Cómo llegaste a poseer una hoja del Primer Árbol y primer linaje, Liza?

Las palabras se me enterraron bajo la piel. Mis labios se movieron. —Mi madre mela dio.

No había tenido intención de hablar. ¿Por qué había hablado?

—¿De verdad? —Los dedos de la Dama acariciaron mi cabello. Ya no tengo protección.

No quería ninguna protección. I ncliné la cabeza para mirar los ojos brillantes de laD ama. ¿Había notado antes lo hermosa que era? Hermosa como las tormentas de hieloque recubrían los árboles en invierno, haciéndolos caer uno por uno. S u cabello brillabaen su red. Tenía luciérnagas atadas a ella, vivas como la mariposa que Elin traía puesta.No pude dejar de mirarlas. Tan bonita. Ella sonrió, y mi miedo se estremeció dentro demí.

—¿Cómo llegó tu madre a poseer tal cosa? —Las palabras de la D ama eran agudascomo el hielo, cortaban a través de la piel y el hueso y el pensamiento, cavaban profundodentro de mí en busca de respuestas.

S u voz dolía, igual que la hoja de un cuchillo hería. Anhelé volver a escucharla. —Caleb… Kaylen se la dio.

La Dama se quedó completamente inmóvil. —¿En serio?

Quería arrodillarme a sus pies, pero ella puso una mano en mi hombro, enterró losdedos a través de mi abrigo, para obligarme a estar de pie. —¿Así que Tara aún vive? —dijo el nombre de mi madre como si tuviera mal sabor. Asentí, agradecida de no ser yoquien hubiera hecho infeliz a la Dama.

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S us dedos se enterraron más, seguramente dejando moratones, pero no meimportaba. Esperaba que mi dolor la complaciera. La D ama me soltó y caí de rodillas. —Me llevarás con tu madre —dijo en voz baja—. D espués de que mi nieta mate al niño yrecupere la hoja. Entonces todos visitaremos a Tara.

La D ama se agachó y acarició mi mejilla, donde las garras del cuervo la habíanarañado. Me estremecí ante su toque. —Quieres ver a tu madre, ¿verdad, Liza?

—Sí. —No estaba muy segura de por qué la había dejado—. Extraño a Mamá.

—Por supuesto que sí. Tal vez cuando llegue el momento, te permita ser la quetome su vida al final. Te gustaría eso, ¿cierto?

Algo en las palabras de la D ama no tenía sentido, pero no pude descifrar qué… yquería complacerla. —Por supuesto.

La D ama se rió y tomó mi barbilla con ambas manos. —Tan débiles, las menteshumanas. S iempre han sido débiles. Que la S ublevación haya ocurrido siquiera, es uninsulto que será vengado, aunque el propio Reino se desmorone. Ven conmigo, Liza.

Me levanté y entrelacé los dedos con los suyos, confiada como un niño. No podíarecordar cuándo fue la última vez que confíe así en alguien.

Había confiado en Ma hew, ¿no? Extendí la mano hacia el lobo, que estaba de pieuna vez más. Él gruñó y se apartó, y ya no estuve tan segura.

La D ama se volvió lentamente, como si estuviera buscando a otra persona. Me dicuenta que a J ohnny. Él no estaba aquí, por supuesto que no. —J ohnny hace eso —le dije—. D esaparece y se esconde, y luego se acerca sigilosamente a la gente. —Bajé la voz,como si compartiera un secreto—. Lo odio, sabes.

La D ama no había hablado con J ohnny, sólo Elin. Él aún no sabía que también teníaque obedecer a la D ama. Vi las huellas de sus botas desaparecer sobre la nieve, en lamisma dirección que Kyle se había ido.

La D ama pasó los dedos por el lomo de Ma hew. —Confío en que puedasrastrearlo, mascota. Encuéntralo, y tráemelo de vuelta.

Matthew ladró y salió trotando, detrás de las huellas de Johnny.

D ejé que la D ama me condujera. El viento había esparcido las nubes, y la luz deluna iluminaba los cuerpos de los muertos conforme atravesábamos las ruinas deClayburn. La temperatura estaba bajando, pero el hedor del humo y carne endescomposición flotaba en el aire.

—Un aroma dulce, ¿no? —preguntó la Dama.

Algo se torció dentro de mí, algo que por encima de todo necesitaba complacerla. Elolor se hizo extraño y dulce, como a flores muertas. Aspiré profundamente y aceleré lospasos.

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—Los pueblos humanos son débiles, también. Cada uno de ellos contiene lassemillas de su destrucción dentro de sus propios niños. —Los dedos de la D ama seapretaron alrededor de los míos—. Hubo un tiempo en que los humanos tenían sus usos.Eran artesanos, cantantes, actores, diversiones entretenidas que distraían de la vida en elReino. La S ublevación barrió todo eso, cuando sus armas humanas tuvieron más poderde lo que correspondía a cualquier cosa de manufactura humana. Muchos de nuestrosrefugios no resistieron, y el daño que sus armas infligió a nuestra tierra la volvió reacia adar sustento incluso a aquellos que sobrevivieron. Aún así cultivamos lo que pudimos,hasta la temporada pasada, cuando la tierra se negó a servirnos para nada. —Ladesesperación apareció en la voz de la D ama, tan hermosa como el olor de ladescomposición—. Así que vinimos a su mundo al fin, a tomar de él lo que pudiéramos.S ólo que su tierra ha demostrado estar tan gris y desolada como la nuestra. I ncluso loshumanos deben saber que nada más puede crecer de semejante muerte. Y así losmundos se desmoronan, y la tragedia sigue su curso.

Pasamos junto a la última de las casas quemadas. Más allá de ellas, los árbolesdesnudos se alineaban junto a un río congelado. Los árboles siempre habían dormido eninvierno; todos los adultos de mi pueblo así lo decían. S in embargo, ¿qué eran lasaseveraciones de los humanos al lado de las palabras de la D ama? Yo nunca había creídorealmente que la primavera regresaría después de esta temporada gris.

La D ama miró más allá del río, donde los riscos se estiraban hasta el cielo. —Notengas miedo, I nvocadora. El Reino será vengado antes que esto termine, y tus frágilespueblos humanos caerán, uno por uno. Eso es justicia, ¿no?

Asentí en concordancia mientras nos acercábamos a una casa derrumbada en laorilla más lejana del pueblo, una que no estaba quemada, sólo rota; vigas y tablonessobresalían de entre las ramas del arce plateado que sostenía el edificio en un abrazo.D etrás de la casa se extendían varios montículos de tierra recién excavada en la nieve y elbarro, tan largos como la altura de una persona.

La D ama frenó sus pasos al seguir mi mirada. —Ya ves el daño que los niños de estepueblo hicieron a nuestra gente. No dejes que eso te preocupe. Este no es el primerpueblo humano que hemos destruido y no será el último; aunque es el primero cuyadestrucción dejé en manos de mi nieta. Pronto se ocupará del hablante de fuego queescapó, y no tengo intención de dejar que tú te apartes de mi vista.

Me tomó un momento recordar que el hablante de fuego era Ethan. —Él ya podríaestar muerto. —El pensamiento tendría que haberme preocupado, pero no fue así—.Absorbió demasiado fuego en su interior, después de que vino a mi pueblo.

—¿En serio? Entonces deberíamos verle muy pronto. —La D ama me alejó de lastumbas para guiarme por una escalera de piedra que se caía a pedazos. Entramos en unsótano con raíces gruesas de arce que llegaban desde el techo y se abrían paso por entrelas agrietadas paredes de hormigón—. Acogedor, ¿no es así? —Me llevó a una pequeñacueva entre las raíces—. Casi como en casa.

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Las raíces se me atoraron en el cabello. Vagamente recordé que no debía haber nadaacogedor en un árbol o sus raíces, pero no estaba segura de por qué.

—Eres una sorpresa agradable, Liza. —La D ama trazó una vena en el dorso de mimano, y temblé ante su tacto—. La primera invocadora que hemos encontrado entre loshumanos, y además es hija de Tara. El lobo no es más que un juguete, pero tú, Liza… túeres un arma. ¿Cuál era el nombre de tu pueblo?

—Franklin Falls. —¿Se lo había dicho antes?

La sonrisa de la D ama era fría como el hielo. —Pronto probaremos la extensión detu poder, Liza, y entonces me mostrarás el camino hasta tu madre y tu pueblo. Peroprimero tenemos que esperar a los demás. Hasta que mi nieta y mi lobo regresen con suspresas. Creo que será mejor que duermas. —Acercó los dedos a mis párpados y los cerró.Una oscuridad aterciopelada me rodeó, y de repente no quise nada más que dormir. Meacurruqué entre las raíces de los árboles muertos. Hacía frío, pero molestaría a la D amacon quejas. Podía soportar el frío.

—Ansío volver a ver a tu madre —dijo la D ama, y entonces el sueño se apoderó demí.

Capítulo 9

Traducido por Princesa de la Luna

Me desperté una vez, con el sonido del ladrido de Ma hew. Cuando abrí los ojos, laD ama estaba en medio de la maraña de raíces con las manos en los hombros de J ohnny,susurrando palabras feroces. S u camisa estaba rota, y había sangre en uno de sus brazos,junto a lo que parecían unas marcas de dientes de lobo. Mi mirada se dirigió al cuchilloque enfundaba en su cinturón. Mi cuchillo. No quería que J ohnny lo tuviera. Me levanté ylo intenté alcanzar, pero entonces la D ama me miró. —Me desagrada verte despierta,Liza.

No quería disgustarla. Me dormí una vez más.

S oñé que caminaba por un bosque muerto. Caía ceniza como nieve a mi alrededor,el humo flotaba en el aire, me picaba los ojos y obstruía mi garganta. Estaba buscandoalgo. Primero pensé que era una hoja; sólo que era invierno, y los árboles no tenían hojas.Entonces pensé que era mi cuchillo, pero eso no tenía sentido, porque yo nunca iba aninguna parte sin mi cuchillo.

Un lobo daba zancadas hacia mí, su andar poderoso rápidamente acortaba la

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distancia entre nosotros. El lobo saltaba y me tiraba al suelo. Mientras miraba a sussalvajes ojos grises, supe que después de todo esto era lo que había perdido. —Matthew.—Me di cuenta demasiado tarde que le había dado una orden. El lobo se abalanzó antemi llamada, los relucientes dientes perforaron mi cuello expuesto…

Me desperté gritando, sujetándome la garganta con las manos. Alguien me agarródel brazo. —¡Vete! —grité. Abrí los ojos para ver a la D ama mirándome, sus ojosplateados brillaban—. ¡Vete! —A su lado, Ma hew se puso rígido, con las orejas alerta, yel pelaje erizado.

La D ama se rió de mis palabras. —No sabes mi nombre, I nvocadora, pero yoconozco el tuyo. No es necesario tener miedo, Liza.

La oía, pero no la escuchaba. La pesadilla aún estaba conmigo, aceleraba mi corazóny mi respiración salía en jadeos.

—Descansa, Liza. —Las palabras aterciopeladas de la Dama no podían traspasar esemiedo. Todavía no, pero mi corazón ya estaba comenzando a desacelerar su ritmo.

Liberé mi brazo, me puse de pie de un salto, y corrí más allá de la D ama y Ma hew,más allá de donde J ohnny se agitaba en sus propias pesadillas. Tropecé con las raíces deárbol, salí por la puerta y subí las escaleras, hasta el aire de la mañana helada. Mis piespateaban el polvo de nieve recién caído. Los edificios ruinosos de Clayburn estaban a miderecha, y más allá de los árboles a mi izquierda, el agua goteaba sordamente bajo el ríocongelado. Unas nubes espesas ocultaban la luz.

A medida que mi mente se aclaraba, me encontraba con más fuerza, aferrándome ami temor, urgiéndolo a protegerme. No podía permitir que la Dama volviera a robarme lavoluntad y los pensamientos.

Ella me siguió, llamándome con un repique frío en la voz, me ordenó frenar mispasos. S eguí corriendo, pero ahora era más difícil, como si el aire mismo se espesara a mialrededor. Oí un ladrido... Ma hew también me perseguía. Casi me di la vuelta, peroentregarme ciegamente a la D ama no lo salvaría. Tenía que salvarme antes de quepudiera salvar a nadie más.

Unos dientes atravesaron mis pantalones y el tobillo, y brotó sangre. D errapé hastadetenerme y pateé hacia atrás. Mi talón conectó con el pelaje de Ma hew y mi piernaquedó libre. J adeando, agarré una rama del suelo y me di la vuelta. Un arma… no queríausarla.

Ma hew gruñó. No me reconocía. D e verdad no. —¡Huye, Ma hew! —Mi voz seendureció con las palabras—. ¡Corre lejos, muy lejos!

El lobo gimoteó. Por un momento su mirada se enfocó en mí… me vio. Luego se diola vuelta y corrió, atravesando la nieve y maleza para desaparecer en el bosque.

—Y ahora me has hecho enojar. —No había oído a la D ama correr tras de mí, pero

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tuvo que hacerlo, porque cerró la distancia entre nosotras en unos pocos pasos rápidos yme agarró del brazo. La rama cayó de mis dedos. —Vete. —I ncluso yo podía darmecuenta de lo lánguidas que sonaban las palabras.

—D ebes recibir un castigo por haberme enojado tanto. —Las palabras se hundieronprofundamente, haciendo que me dolieran los huesos. ¿Cómo no iba a aceptar cualquiercastigo que ella considerara justo?—. ¿En qué debería convertirte? ¿Un pez, tal vez,abandonado para asfixiarse en tierra firme? ¿O un árbol, condenado a morir junto atodos los demás árboles, mientras este mundo se desmorona lentamente?

No dije nada, sabiendo que aceptaría cualquier cosa que dijese, sabiendo que nuncadebería haber corrido. El último eco de miedo me estremeció y después desapareció.

—Y sin embargo, te necesito. —El cabello de la D ama estaba caído, pero la luzresplandeciente parecía aferrarse a él—. Tal vez en un ciervo… pero los ciervos son cosasasustadizas. Los caballos también son asustadizos, pero se someten a la brida losuficiente. —Su agarre se endureció alrededor de mi brazo, y sentí una ondulación depoder que me recorría...

La mano de la D ama cayó bruscamente. Permanecí humana, lo que me dejóperpleja. La D ama inhaló con fuerza, ella que hacía tan poco ruido. S u mirada estabaposada en algo más allá de mí. Me volví, con la esperanza de que unos cuantos pasos nola enojaran aún más.

Alguien caminaba hacia nosotros a través de los árboles. Una mujer hada, convaqueros viejos y un abrigo de piel, que traía una mochila pequeña. Llevaba el cabellorecogido en una larga trenza clara que le caía sobre un hombro. No había oído sus pasosmás de lo que oía los de la Dama, o los de Elin.

—¿Karin? —Mis pensamientos estaban confusos y lentos. ¿Qué hacía aquí lahermana de Caleb? Un cuchillo de mango de hueso estaba enfundado en su bota, y unbrazalete de vid verde rodeaba su muñeca, sus hojas brillaban extrañamente en estemundo de árboles sin hojas y cielo gris.

Karin asintió en mi dirección, y luego se dejó caer sobre una rodilla ante la D ama.—Madre —dijo—. Ha pasado mucho tiempo.

¿Karin era la hija de la D ama? También había algo raro en eso. Me acerqué a laD ama, alcanzando su brazo. Ella me ignoró. D urante un largo rato ni ella ni Karinhablaron. Podría haber corrido entonces, sólo que ya no recordaba por qué había queridohacerlo.

Por fin la D ama tomó la mano a Karin y la puso de pie. —No creí volver a verte convida, hija. —Su voz no tenía ninguna expresión.

—Los años después de la Guerra han sido largos. —Karin concordó, con voz igualde plana. Una enredadera de ambrosía marrón asomó por la nieve, y se enredó alrededorde su bota—. ¿Debo suponer que estás bien?

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—Tan bien como se puede esperar en estos malos tiempos. Escucharía el relato detus viajes, y cómo hemos llegado a encontrarnos este día, pero primero tengo que lidiarcon esta humana desobediente. Te prometo que no tardará mucho. —Sus fríos dedosagarraron mi mano, y supe que no se había olvidado de mí.

Eso era bueno. No deseaba ser olvidada. D eseaba ser un pez, o un caballo, ocualquier otra cosa que la Dama quisiese.

Karin acarició la trenza sobre su hombro, un gesto deliberado. —Vine en busca demi estudiante. —I nclinó la cabeza hacia mí—. Veo que la has encontrado, y te agradezcopor ello.

—No veo ningún hablante de plantas aquí, ni tampoco alguno de la sangre. —Lavoz de la Dama era fría, educada.

—En estos tiempos enseñamos a quien debemos —dijo Karin—. Seguramente ya noinsistes ahora que todos tus estudiantes sean cambiantes.

—Por supuesto que no. Sólo insisto en que sean de la sangre. —Un borde afiladoapareció en la voz de la D ama. S i Karin era su hija, ¿no sabía que no debía enfadar a sumadre?

Comenzó a caer un poco de nieve. El tobillo me dolía donde los dientes de Ma hewse habían hundido; no lo había notado antes.

—Aunque Liza es humana, su poder es grande —dijo Karin—. La valoro. S i ella teha hecho algún daño, yo te lo enmendaré.

—S eguramente hay un error. —Las palabras de la D ama eran como espinas deHieracium. Me estremecí y alegré de que esas palabras no estuvieran dirigidas a mí, apesar que la Dama preguntó después—: Liza, mi hija clama ser tu maestra. ¿Es verdad?

Era una pregunta extraña. —El pueblo de las hadas no puede mentir.

La sonrisa de la D ama era algo frío y brillante. —Y aun así se sabe que torcemosnuestras palabras de vez en cuando. ¿Es tu maestra?

Yo no tenía maestros. Mamá les había enseñado a todos los demás niños en mipueblo, pero nadie me había enseñado a mí, no hasta este invierno.

Excepto por Karin. Lo poco que sabía de magia—que mis visiones eran menosterribles cuando las hablaba en voz alta, que la magia podía tanto salvar como destruir—lo había aprendido de ella. Mi propia madre había sugerido que tal vez sería mejor siseguía aprendiendo de ella.

No quería apartarme de la D ama, pero tampoco podía mentir. —Ella me haenseñado, sí.

El rostro de la D ama se oscureció, como hacían las nubes de tormenta al bloquear elsol. —Muy bien, Hija. Tómala, entonces.

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La mirada de Karin no vaciló. —Primero libera tu dominio sobre ella. Ella está bajomi protección, como todos los estudiantes están bajo la protección de sus maestros.

—Presumes demasiado. —La D ama soltó mi mano y pasó los dedos suavementesobre mi brazo. Algo me abandonó, y caí de rodillas, comprendiendo al fin lo pequeña ydébil que era en realidad. La D ama sonrió, y me estremecí por las dagas en su mirada,sabiendo que podían cortarme. Aunque seguía siendo hermosa, hermosa como unaespada recién afilada.

Karin me puso de pie. Había ira en sus ojos plateados, y también un rastro de laperfecta belleza de la D ama. Luché contra el impulso de inclinarme ante ella también,como si algo del glamur permaneciese en mí. Bajé la cabeza, sólo un poco, y Karin me lalevantó.

—No a mí, Liza —susurró las palabras cerca de mi oído, tan bajo que inclusodudaba que la Dama lo hubiera oído—. Nunca a mí.

La miré, la conocía. Era Karin, sólo Karin. Por alguna razón, el pensamiento trajolágrimas a mis ojos, y estaba demasiado débil para luchar con ellas.

—Es bueno verte bien, Hija. —S ólo el más leve eco de ira permanecía en el rostro dela D ama—. Estoy impaciente por saber más de los sucesos que te han traído aquí el díade hoy. ¿S e me unirían tú y tu… —Hizo una pausa significativa—… estudiante para tomaruna copa de vino? Todavía existen algunas botellas pre-Hierro y he traído una conmigo.

—Realmente lamento no poder unirme. —Karin inclinó la cabeza—. Pero miestudiante y yo tenemos mucho que discutir. Estoy segura que lo entiendes.

—Oh, lo entiendo. —¿Cómo había encontrado en algún momento la voz de la D amaalgo más que amenazante? —Harás lo que debas, igual que yo. Estoy segura quevolveremos a encontrarnos. Mientras tanto, tengo algunos asuntos propios que atender.¿Sabes Hija, que Tara aún vive?

—He oído algo de eso. —S i Karin tuvo alguna reacción a sus palabras, no pude oírloen su voz.

La D ama había dicho que tenía la intención de ir tras Mamá. Me estremecí cuandolos copos de nieve cayeron en mi cabello, se derritieron, y corrieron por mi cuello. ¿Cómopodía haberlo olvidado?

No podría hacer nada por Mamá si me quedaba aquí, bajo el poder de la D ama, nomás de lo que podía ayudar a Matthew o a Kyle o a…

Johnny. —Hay un chico de mi pueblo aquí.

La Dama levantó sus pálidas cejas. —¿También es uno de tus estudiantes, Hija?

Karin bajo la mirada, y la enredadera de ambrosía se desenredó de su bota ydesapareció bajo la nieve. —No.

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No podíamos dejarlo. Tenía que hacer entender a Karin.

Asintió a su madre, un gesto de respeto. —Que la Raíz, Rama y todos los Poderesvayan contigo.

—Y contigo. —No había calor en la voz de la Dama.

Karin le dio la espalda a su madre, y se alejó; sólo así. Por un momento no me moví,como si el glamur me mantuviera inmóvil. La D ama me dirigió una larga miradadesdeñosa. —Entonces vete. Sigue a tu maestra.

Corrí tras Karin, la alcancé donde el sendero dejaba el pueblo. Mis pisadas crujíancontra la nieve húmeda, las de ella no hacía ningún sonido. —No podemos dejarlo allí.

—No tengo ninguna intención de hacerlo. —Karin no aminoró el paso—. Peroprimero tengo que llevarte a un lugar seguro. Pensaremos en qué hacer después de eso.

Tampoco me detuve, pero me dije que regresaría por J ohnny, de una manera u otra.Nadie merecía quedar impotente bajo el poder de la D ama. Al menos había liberado aMa hew, y tal vez también a Kyle. Kyle había corrido en la misma dirección que ahoraseguíamos. Él no podía ganarle a un halcón. —Regresaré —pronuncié las palabras en vozalta, convirtiéndolas en una promesa.

El camino giró para seguir el río congelado. Anduvimos río abajo, junto a la riberadesigual. La nieve aterrizaba en mis mejillas y en mis manos desnudas. —Viniste por mí.—Mi voz pareció ruidosa en el aire frío—. La bajé, aunque no había ninguna señal de quela Dama nos siguiera—. Te llamé y viniste.

—No es la primera vez. —Karin sonrió, como si se tratara de poca cosa.

No era poca cosa. —Es la segunda vez que me has salvado.

Karin frunció el ceño, y las hojas verdes alrededor de su muñeca se agitaroninquietas. —Yo aún no diría que nos hemos salvado. La D ama es un enemigo poderoso, yno olvidará pronto los insultos que hemos intercambiado este día.

Ella había hecho algo peor que insultarme. —Yo tampoco voy a olvidarlo. —Estiré lamano para coger mi cuchillo, pero recordé que la D ama lo tenía. Hasta que la conocí, yono tenía ni idea de lo indefensa que estaba realmente.

El pánico me estremeció, y una vez que empecé a temblar, no pude parar. Pensé enlos dedos de la D ama rozando mi mano, mi cabello, la manera en que me sonrió, cómohabló de matar a mi madre, o cómo había dormido ante su orden. Yo habría hechocualquier cosa que ella me pidiera… cualquier cosa. I ncluso ahora si ella dijese unapalabra, yo no sería nada más que un arma en sus manos, de nuevo. Tropecé y casi caí.

La mano de Karin cogió mi hombro, estabilizándome. —Liza. —Tomó mi cara entresus manos, y me forzó a mirarla a los ojos—. Estás a salvo ahora. Debes creerlo.

Estar a salvo era una ilusión. S iempre lo había sabido. Ma hew también. Pensé en

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cómo me había gruñido, cómo se había dejado caer a los pies de la D ama. —Nada está asalvo. —I ncluso mi voz temblaba. Él se había olvidado de mí, sin otra razón más que laDama quería que lo hiciera.

Karin endureció su mirada, y vi la ira una vez más. Me envolvió con sus brazos, supostura era más protectora que reconfortante. —Lamento mucho todo lo que te ha hecho.—Había acero en las palabras de Karin, y por primera vez, casi creí que hubiera luchadoen la Guerra—. Tienes mi palabra de que haré todo lo posible para protegerte de ella.

Ella no prometió que eso sería suficiente. No le habría creído si lo hubiera hecho.Me las arreglé para detener mi temblor. —Haré lo posible para no necesitar protección.

—Lo sé. —Karin asintió respetuosamente mientras se apartaba—. Te vi preparartepara rescatar a tu madre, aunque tenías pocas posibilidades de éxito. Escuché hablar decómo lograste sacarla del moribundo Faerie, y también trajiste de vuelta a mi hermanodesde más allá de la muerte, con no poco riesgo para ti misma. No necesitasconvencerme, Liza, de tu fuerza o tu voluntad para hacer frente a las dificultades. Yotambién haré lo que pueda de la misma forma.

La nieve empezó a caer uniforme cuando volvimos a avanzar, lejos de Clayburn y demi pueblo, hacia el pueblo de Karin y Caleb. Quería parar, dar la vuelta… No me atrevíaa dar un solo paso hacia la Dama. No había pensado antes que fuera una cobarde.

Una extensión de vid kudzu marrón rompió la nieve, y se estiró hacia Karin, luegosuspiró y se quedó quieta. —Comprende, Liza, que mi gente toma el vínculo entremaestro y estudiante muy en serio, como el que existe entre padres e hijos. La D ama notiene más libertad que cualquiera para interferir directamente con ese vínculo. Eso nosda un poco de tiempo, al menos.

Una vez más intenté alcanzar el cuchillo que no tenía. —¿Quién es ella?

La nieve aterrizó en el cabello claro de Karin y se congeló allí. —Mi madre ha tenidomuchos nombres: la D ama del Aire y la Oscuridad, la Soberana del Reino, la Reina deFaerie.

No sabía que Faerie tuviera una reina. I ncluso Antes, mi pueblo había estadogobernado por el Consejo. El Consejo había estado liderado por un gobernador, elgobernador por un congreso y una corte y un presidente. Aunque había reinas en lasviejas historias. —¿Realmente es tu madre?

—Realmente lo es. —Había tristeza en la voz de Karin.

Eso convertía a Caleb en el hijo de la D ama. Los hijos de gente poderosa, Liza, nadamás. Pero eso no me decía quién era Mamá, o qué papel habían tenido ella y Caleb en laGuerra. El frío mordió mis dedos y las puntas de mis orejas. Mi gorro y guantes aúnestaban en mis bolsillos, junto con la carne seca. Me enfundé el gorro hasta las orejas, ylos guantes hasta por debajo de las mangas arruinadas de mi suéter.

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Partí un trozo de carne a la mitad y le ofrecí un poco a Karin. Ella lo tomó y lomasticó lentamente. Yo mordí mi mitad con más fiereza. El sabor de cabra ahumada metranquilizó. Mi bufanda permanecía alrededor de mi cuello, más suelta ahora. Losextremos todavía estaban unidos, como si los hubieran tejido de esa manera.

Karin estiró el dedo para rozar la lana. —¿Labor de tejedor? —preguntó.

La nieve hacía borrosos los riscos y el bosque. —Así lo llamó Elin.

Karin se detuvo bruscamente y sujetó la bufanda con la mano. —Elin —dijo elnombre despacio, como si fuera extraño en su lengua.

—Ese no es su verdadero nombre. —S i lo hubiera sido, habría conseguido alejar aJohnny y Kyle bastante antes de que la Dama supiese de ninguno de nosotros.

—No, no lo es. —La voz de Karin era suave.

—La D ama envió a Elin tras Kyle —le dije—. Como un halcón. Ella le dijo que lomatara, y Elin juró que lo haría. Ella es casi tan terrible como la Dama.

Karin cerró los ojos un momento, como si mis palabras fueran flechas que habíaencontrado el blanco. —Creo que será mejor que me digas todo lo que ha pasado desdeque dejaste tu pueblo. —Comenzó a caminar de nuevo.

Así lo hice, aunque sabía que cuanta más distancia poníamos entre nosotros y laD ama, más tiempo se tardaría en regresar. No estaba segura de poder enfrentarla denuevo… no tenía elección. Caleb podría estar en el pueblo de Karin, y Caleb podríaayudar a Ethan… pero Ethan bien podría haber muerto de las quemaduras. J ohnnyseguía vivo, y tal vez Kyle también. Todavía había tiempo para salvarlos. —Karin,tenemos que volver.

—S i dependiera de mí —dijo Karin—, te diría que permanecieses a salvo detrás delMuro de mi pueblo mientras yo me ocupo de esto, aunque el Muro duerme este invierno,y así ofrece menos protección que antes.

—¿No depende de ti? —Las huellas de Karin eran más superficiales que las mías, lanieve ya las estaba cubriendo. Para la D ama sería más fácil rastrearme a mí que a ella, sitodo se reducía a eso.

Karin miró la nieve que caía. —Tus elecciones son tuyas. No te forzaré a hacerlas.

La nieve caía en mi bufanda y mis guantes. Recordé que en mi visión Karin se habíaofrecido a obligar a mi madre cuando Caleb se había rehusado. En ese momento nohabía entendido lo que significaban sus palabras. —Podrías forzarme a elegir, ¿verdad?

—No lo haré, aunque algo más que nuestras vidas esté en juego. Estás a salvoconmigo, Liza. ¿Entiendes?

El pueblo de las hadas no puede mentir. A lgo se relajó en mí, un temor del que nohabía sido consciente. —Entiendo. —Relajé un poco los hombros y le conté a Karin todo

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lo que había sucedido, empezando por J ohnny, y Kyle, y los niños quemados que habíanmuerto por la magia de Ethan… bajo las órdenes de Elin.

Cuando le conté a Karin sobre la hoja, me interrumpió y quiso saber, igual que laDama, cómo la había conseguido.

—Roble y fresno —susurró Karin cuando le conté que Mamá me la había dado y queCaleb se la había dado a Mamá—. Kaylen, eres un insensato. —Pronunciaba el nombrereal de Caleb diferente a cómo Mamá lo decía, llevaba un sonido como del viento cuandoatraviesa las hojas.

Levanté una rama de fresno de la tierra, la descarté, y cogí una rama más larga.Como arma no era mucho, pero se sentía mejor tener algo en la mano. —S u insensatezpuede haber salvado la vida de Kyle.

—Lo sé. —Karin acarició las hojas alrededor de su muñeca, como obteniendoconsuelo de ellas. Viramos hacia el río, siguiendo un sendero estrecho entre los árboles yel agua congelada. Utilicé la rama como bastón, quitándole algo de peso a mi tobillo,aunque el dolor ya se estaba desvaneciendo.

Algo verde asomó por la nieve, brillante contra la blancura. Primavera, pensé, perono era una planta. Me agaché y levanté una rana de goma descolorida. Mis dedos seapretaron a su alrededor. Recordé una hilera de ranas de goma, alineadas en el borde dela bañera.

Karin inclinó la cabeza, como pregunta.

—Kyle ha estado aquí. —Por primera vez desde mi encuentro con los ojos de laDama, sentí algo más que gris desesperación—. Logró llegar hasta aquí.

Capítulo 10

Traducido por Yann Mardy Bum

El hielo cerca de la orilla del río estaba quebrado, como si Kyle hubiera corrido sobre élcon tanta rapidez que no había cedido—completamente—bajo su peso. Escuché el aguacorrer por debajo. S i ese hielo era casi demasiado delgado para alguien de cinco años,sería demasiado delgado para mí. Me puse la rana en el bolsillo y seguí el río corrienteabajo, en busca de un cruce mejor.

Karin me tocó el brazo y señaló hacia arriba. Un halcón volaba en círculos porencima de los riscos… ¿Elin? ¿Eso quería decir que Kyle también estaba cerca? ¿Osignificaba que ya era demasiado tarde?

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El hielo era delgado, pero… ahí estaba. Una fila de rocas sobresalía del agua mediocongelada. Crucé los peldaños de piedra, haciendo equilibrio sobre las rocasresbaladizas. Karin caminó con más gracia, como si el hielo no fuera una preocupación.Al llegar al otro lado, se inclinó y metió las manos en la nieve. Una grama amarilla seabrió paso entre la nieve para envolver sus brazos. Karin cerró los ojos, escuchando algoque yo no podía oír. —Él pasó por aquí —dijo.

Las hierbas suspiraron cansadas y volvieron a esconderse en la nieve. —No estánmuertas —dije—. No del todo, no cuando están cerca de ti.

—No están muertas. —Karin sonaba tan cansada como las hierbas—. Pero estánmuriendo. Dime, Liza, ¿crees que la primavera llegará?

¿Por qué me preguntaba? Yo no era una maga de las plantas. —Los adultos de mipueblo así lo creen. —Lo creían, a pesar de los árboles grises, el cielo gris, las malascosechas y el invierno demasiado largo.

—S ucede lo mismo con los humanos adultos de mi pueblo. —Mientrascaminábamos, Karin extendió una mano ante la nieve que caía. Los copos se derritieronen su piel—. S in embargo, nunca he oído a los árboles tan silenciosos. Anhelan laoscuridad, y algunos ya le han dado paso. Otros caen en el sueño, aceptando que tal veznunca despierten. Me han dicho que así son las cosas en tu mundo, no es así en el mío.Yo nunca había visto un bosque que no sea verde. ¿Tú qué crees?

D el otro lado del río, los árboles desnudos eran sombras a través de la nieve. Nadamás puede crecer de semejante muerte. Y así los mundos se desmoronan, y la tragedia sigue sucurso. —¿I mporta lo que yo crea? —Si el mundo se estaba desmoronando, no deberíaimportar mi opinión. Un pedazo de tela yacía en el suelo delante de mí. El vendajemanchado de sangre de Kyle. Lo levanté. ¿Me atrevía a creer que podría estar bien? ¿Si nopodía creer en la primavera, podría creer esto?

—Aunque no me hubieras llamado, Liza, te hubiera buscado pronto. Tengo unapequeña esperanza de que la primavera esté vinculada tanto a tu magia como a la mía. —Karin tomó el vendaje y pasó los dedos por el tejido desgarrado, como si pudieraarreglarlo—. E igual se me recuerda una vez más que las cosas que tienen que sucedervan a suceder, aunque no siempre podamos ver el camino. —S e río sola; de qué, yo no losabía—. Pero habrá tiempo para discutir esto luego.

Envolví el vendaje alrededor del bastón, mientras nos acercábamos a los riscos,sorteando el camino entre las rocas para encontrar un sendero estrecho que nos llevara ala base. La nieve estaba amainando. Vi un tenue hilo de sangre contra la piedra calizablanca, y otra, más arriba. Kyle había subido por estas piedras.

Una sombra alada voló sobre nosotros. Me agaché, bastón en mano, lista paraluchar. El halcón no nos atacó. Aterrizó en un afloramiento sobre nosotros y nos miró aKarin y a mí. Retrocedí, con los ojos puestos en sus garras afiladas, decidiendo si seríamejor luchar o huir.

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Karin, sin embargo, dio un paso adelante. —Elianna. —Pronunció el nombre tanextrañamente como el de Kaylen—. Han pasado muchos años, pero seguramente meconoces. —Karin le tendió el brazo.

El halcón gritó y levantó las alas. Tenía sangre en sus garras… la sangre de Kyle. Laira apartó mi miedo. Me moví al lado de Karin mientras el halcón ladeaba la cabeza. D erepente era consciente de lo bonito que era. Estiré la mano hacia el pico afilado.

—¡No! —Karin se interpuso entre nosotras—. Liza es mi estudiante y está bajo miprotección.

Los ojos amarillos del halcón resplandecieron plateados en la luz. D e repente ya noera bonito… era mortal. Gritó y se abalanzó sobre Karin, con las garras extendidas.

Ahora tenía su nombre. —¡Elianna! —No la llamé hacia mí. La llamé hacia símisma, como una vez había llamado a Matthew para que volviera de lobo a chico.

El ave brilló con luz, las plumas se derritieron, las garras se convirtieron en piel…era una chica hada que derribó a Karin al suelo. Karin agarró los hombros de Elin y laayudó a ponerse de pie. La nieve aterrizaba en el rostro y en cabello enredado de Elin.Arremetió contra el rostro de Karin, como si esperara tener garras en los extremos de lasmanos.

Karin le tomó ambas manos. —Elianna.

—No te conozco. —La voz de Elin, tan feroz que Karin se sobresaltó. Me aferré a mibastón, alerta a cualquier movimiento, a cualquier intento de Elin de hacernos daño.Karin liberó las manos de Elin, se quitó la mochila y sacó una manta de lana de suinterior. La chica se la puso alrededor de los hombros, pero la ira no dejó sus ojos. Luz deplata fluyó sobre lana gris, y la manta se transformó en un vestido áspero, deshilachadoen el dobladillo y en las mangas.

Elin no pareció darse cuenta. S u mirada estaba completamente en Karin. —No séquién eres, o cómo has llegado a traer puesta la cara de mi madre. Sólo sé esto: Karinna laFeroz nunca consentiría enseñar a ningún humano. Mi madre murió luchando contra laSublevación humana. Ella murió valientemente y bien, y no toleraré que insultes sumemoria.

¿Madre? ¿Karin era la madre de Elin? Elin era la nieta de la D ama; eso teníasentido… pero Elin parecía demasiado joven para haber vivido Antes.

El pueblo de las hadas vivía más que los humanos. Sabía eso.

—Yo tampoco creí que te volvería a ver. —¿Cómo podía Karin mantener la voz tanfirme?—. No te culpo por estar molesta conmigo. Tenemos mucho de qué hablar.

—No. No creo que lo tengamos. —Elin pasó junto a nosotros hacia el río, con lafrente en alto y los pies descalzos.

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Pensé que Karin iba a correr detrás de ella, pero sólo la observó mientras se alejaba.

Algo de nieve voló sobre mi rostro. —Podría llamarla para que regrese.

Karin negó con la cabeza. —Ella también hace sus elecciones libremente. No voy adecidir por ella. —Cerró los ojos y puso la cabeza entre sus manos, y sentí como siestuviera atestiguando algo muy privado. Me mantuve en silenciosa guardia mientrasElin se alejaba de nosotras, corriente arriba. Al final Karin volvió a levantar la vista—.Ven. Vamos a encontrar a Kyle. —Cerró su mochila y se la puso en los hombros—. Metemo que tendremos que escalar un poco.

Bajé el bastón, me puse los guantes en los bolsillos, y empecé a trepar. Karinrecorrió los riscos con la mirada, y luego empezó a trepar a mi lado. Las piedras heladasestaban resbaladizas y la nieve me picaba la cara. La sangre de Kyle manchaba lasasideras más obvias. ¿Cuánto tiempo hacía que él había escalado? Habría subido máslentamente que Karin y yo. Habría sido fácil para Elin tirarlo de estas pendientes.

D ebería haberlo alcanzado mucho antes de llegar a los riscos. ¿Cómo pudo Kylellegar tan lejos?

D esde arriba se escuchó una débil voz que cantaba. —Las hormigas marchan desetecientas en setecientas…

Trepé a mayor velocidad. Karin y yo ya estábamos por sobre los árboles. Karin sedirigió a una estrecha cornisa, y yo la seguí; avanzando poco a poco, escuchando. —Lashormigas marchan de setecientas en setecientas…

Más o menos a treinta centímetros por encima de la cornisa, había un agujeroestrecho en la roca, demasiado pequeño para que un adulto entrara. Karin se detuvo ymiró hacia la oscuridad. —¿Kyle?

El canturreo se detuvo. —¡Vete! —gritó Kyle.

Por supuesto que no confiaría en un desconocido, no ahora. Karin debió darsecuenta también, porque se alejó por la cornisa, y yo me acerqué a la abertura.

—¿Kyle? —Silencio. Mis dedos se sentían entumecidos contra las rocas.

Entonces: —¿Liza?

—Todo está bien, Kyle. Puedes salir.

Pude oír la tela raspando las piedras. Las botas de Kyle salieron del agujero, y suspiernas se arrastraron hasta la cornisa, mientras se agarraba de las rocas. Unas garras lehabían rasgado la parte de atrás de la chaqueta, y la sangre la empapaba. S e aferró a lapiedra mientras giraba para mirarme con los ojos muy abiertos, la hoja aun colgando desu cuello. —Tengo miedo —susurró.

—Lo sé —dije—. ¿Estás listo para bajar?

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Kyle asintió solemnemente. Me siguió a lo largo de la cornisa, y luego bajamosjuntos. S u mano lastimada comenzó a sangrar nuevamente, pero parecía tener pleno usode ella. Saltamos los últimos centímetros hacia el suelo. Kyle me miró, con el labioinferior tembloroso. Él iba a estar bien.

Estalló en sollozos y se lanzó hacia mí.

Mis brazos se tensaron a su alrededor. Por un momento no supe qué hacer. Acariciésu cabello enredado, como Mamá hacía con el mío cuando era pequeña. Un detalle tanpequeño—no parecía pequeño cuando Mamá lo hacía.

Karin saltó al suelo junto a nosotros. Los sollozos de Kyle se convirtieron entemblores mientras se apartaba de mí. Karin asintió. —Es bueno verte bien, Kyle.

—Kyle, ella es Karin. Es…

Kyle le dio la espalda. Su pequeño cuerpo temblaba. —Tengo hambre —dijo.

Le ofrecí un poco de carne seca, pero negó con la cabeza. Las lágrimas caían por surostro. —No tengo hambre de eso. —Se sentó en la nieve.

Puse la carne de nuevo en el bolsillo. No tenía nada más que ofrecerle; no eramomento para ser quisquilloso. La nieve caía con más fuerza. —Necesitamos llevarlo aun lugar caliente —le dije a Karin—. Tal vez podamos encontrar refugio entre los riscos.—Una cueva más grande, más cerca del suelo.

Karin asintió. Las nubes eran espesas y oscuras, había pasado más de la mitad deldía. Me puse los guantes. —¿Listo para caminar? —le pregunté a Kyle. S u manoensangrentada ya tenía costras de nuevo.

Cruzó los brazos sobre el pecho. —No.

—Tenemos que caminar, Kyle. No hay otra forma. Lo siento.

Kyle me miró desafiante. —Cárgame.

Cargarlo nos haría ir más lento. Estaba cansada, me dolía el tobillo y ni siquiera mesentía como para caminar por mi cuenta. Respiré profundo. —¿Te subes a mi espalda?

Kyle resopló y asintió. Me agaché, y subió a mi espalda, envolviendo sus brazos ypiernas a mí alrededor, con tanta fuerza que dolía. Agarré mi bastón del suelo paramantener el equilibrio y comencé a caminar, con Karin a mi lado. Miré hacia atrás justo atiempo para ver que Kyle le sacaba la lengua. —¡Kyle! —Le di una mirada de disculpa aKarin mientras él enterraba su cabeza en mi hombro.

—Está bien. Tiene pocas razones para confiar en mí, y razón suficiente para tenermiedo, teniendo en cuenta lo que ha visto de mi pueblo. —Karin sonrió con tristeza—. Elmiedo también puede ser una especie de protección. Permítele que confíe en susinstintos. Lo va a comprender por su cuenta, con el tiempo. Como creo que hiciste tú.

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Aparté la mirada, avergonzada de lo poco que había confiado en ella y en Calebcuando los conocí.

—Es malvada —me susurró Kyle al oído.

Karin se echó a reír ligeramente. —Soy maestra. Estoy acostumbrada a que medigan que soy malvada. —El viento empezó a soplar. Froté mis manos enguantadas conlas de Kyle. S e sorbió la nariz y los mocos cayeron por mi bufanda. La nieve adoptó laforma de hielo afilado. Vi huecos entre las piedras, pero ninguno lo suficientementegrande como refugiarnos.

Karin señaló hacia delante. Entrecerré los ojos… allí. Un brillo opaco de metal a ladistancia. A medida que nos acercábamos, vi que se trataba de un viejo camión de Antes.La trompa del camión estaba medio enterrada, más allá de las ruedas delanteras, como sila tierra hubiera tratado de tragárselo entero durante la Guerra. Aunque el remolque aúnestaba bien, el óxido debajo de la pintura color naranja y blanco apenas comenzaba acarcomer el metal. Kyle se aferró a mí mientras Karin y yo empujábamos la puerta delremolque para abrirla. Crujió, y el aceitoso olor a coche viejo me hizo pensar en Antes.No había animales salvajes viviendo dentro, sólo una cáscara vacía de metal casi tan altacomo yo. Un sillón roto, posado contra la pared, sin almohadones. Unas pequeñas latasoxidadas, apiladas en un rincón, y las palabras en ellas también eran de Antes: Pepsi,Coca-Cola, Red Bull. Un agujero en un rincón del techo dejaba entrar el frío, yexcrementos de pájaros veteaban la pared debajo.

Llevé a Kyle adentro y Karin cerró la puerta detrás de nosotros. —Cuando puedas,Liza, tenemos que mirar su espalda.

Asentí. Como todas las aves rapaces desde la Guerra, los halcones tenían veneno enlas garras. Por lo menos los halcones reales; no tenía idea sobre un halcón que habíacomenzado siendo una chica. Puse a Kyle en el sillón. Él se trepó a mi regazo, y se aferróa mí. Karin sacó un par de piedras de la mochila, la más pequeña brillaba con luznaranja. Golpeó la pequeña piedra contra la más grande y la más grande comenzó abrillar también. Los ojos de Kyle se agrandaron. Alargó la mano hacia la luz, y luego sealejó y miró a Karin con sospecha. Karin fijó la piedra más grande en el brazo del sofá. S uluz era cálida, retiró un poco el frío que nos rodeaba. No tendríamos que perder tiempointentando hacer un fuego con leña húmeda. Karin encendió una segunda piedra de lamisma manera. Recordé que había un niño en su pueblo que también podía iluminar laspiedras.

Desabroché el abrigo de Kyle. —Déjame sacarte esto.

—No.

—Por favor, Kyle.

Kyle se mordió el labio y me miró. —¿Va a doler?

—Puede que sí. —No podía mentirle, no quería… S iempre odié que los adultos

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dijeran que algo no dolía cuando en realidad si lo hacía. Busqué palabras que loayudarían, pensado en el momento en que Mamá me había sacado una docena deespinas de diente de león del brazo, una por una—. Tendrás que ser muy valiente —ledije, recordando lo que Mama había dicho. S us palabras me habían sorprendido; amenudo Mamá me decía que estaba bien no ser valiente, pero las espinas tenían que salir—. ¿Puedes hacerlo, Kyle?

Me miró con suspicacia y luego asintió. Mamá me había dado un poco del whisky deJ ayce antes de comenzar, pero no le dije eso a Kyle. Hizo una mueca cuando le saqué lachaqueta y la sangre coagulada que estaba debajo se desprendió. —Eres muy valiente —dije.

Había más sangre en su suéter… Kyle gritó cuando se lo quité junto con sucamiseta. Huyó de mis brazos para acurrucarse en un rincón.

Lo seguí. —Lo siento, pero tienes que dejarme mirar tu espalda. D espués te doleráaún más si no lo hago.

—Duele más ahora —gimió.

—Lo sé. —Estiré la mano y la tomó.

D e alguna forma logré tenerlo nuevamente en el sillón, recostado sobre suestómago. Su espalda era un desastre de cortes rojos hinchados y sangre seca. Aunque nohabía veneno, las heridas estaban claramente infectadas.

—Frío —susurró, mientras le acariciaba el cabello.

S u piel no se sentía fría. S e sentía afiebrada. Karin se movió, con el ceño fruncido,hasta mi lado.

—Kaylen podría hacer un trabajo rápido con este tipo de lesiones. —Me dio un odrede agua de su mochila—. Límpialo lo mejor que puedas. No soy una sanadora, pero séalgo de la sanación que las plantas pueden hacer. Veré que puedo encontrar.

Karin cruzó la puerta y salió, llevándose su mochila. El mundo más allá delremolque se había convertido en un borrón de viento blanco. ¿Estaba Ma hew fuera conesa tormenta, o también había conseguido un refugio? D eseaba que estuviera aquí. Sesuponía que íbamos a estar juntos en todos los momentos difíciles. La puerta crujiócuando Karin la cerró detrás de ella. Tenía la esperanza de que Ma hew hubiera huidolejos, lejos de Clayburn y del alcance de la D ama. Tal vez había ido a buscar a Caleb yayudar a Ethan después de todo. Kyle se sentó. La hoja de Caleb colgaba de su cuellodesnudo. Tomé la rana de mi bolsillo y se la entregué. Kyle tomó el juguete y levantó lacabeza con orgullo.

—La dejé a propósito, para que tú y J ohnny pudieran encontrarme. —Frunció elceño—. ¿Dónde está Johnny?

Tragué saliva.

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—Encuéntralo. —Kyle se puso en pie.

Lo agarré del brazo. —Más tarde. Primero tienes que ponerte bien, luego tenemosque esperar que pare de nevar. Entonces buscaremos a Johnny.

Kyle se aferró con fuerza a la rana. —¿Me lo prometes?

—Te lo prometo. Pero tú tienes que dejarme limpiarte para que te puedas curar, ¿deacuerdo?

Kyle no peleó cuando lo puse de nuevo en el sillón. Arranqué tiras de las mangasarruinadas de mi suéter y las mojé para limpiar la espalda lo mejor que pude. Kyle lloró ypateó el sillón, pero no trató de levantarse de nuevo.

—Lo siento —le dije, una y otra vez, pero no podría asegurar si lo escuchó. Lavétambién su mano herida, y corté la venda de lana de Elin para envolverla.

Cuando terminé, no estaba segura de si hubiera deseado poder usar magia o siestaba agradecida de no haberlo hecho. ¿Cómo hacían Caleb y Allie para encontrarfuerzas para curar el dolor, una y otra vez, sin desmoronarse por completo?

Cuando Karin volvió, con el cabello y los hombros llenos de nieve, había envuelto aKyle en mi abrigo y lo había sentado. Las lágrimas salían de sus ojos, más silenciosasahora. —Johnny después —le susurró a la rana.

Las hojas alrededor de la muñeca de Karin se habían enroscado sobre sí mismas,como para protegerse del frío. S acó plantas muertas de su mochila, todas familiares: lacorteza del sauce para la fiebre, la corteza de abedul y musgo marrón para quitar lainfección. S i se recogían verdes, los musgos podían quemar la piel en vez de curarla, perohabía pocas probabilidades este invierno. Las ramas de los sauces también eranpeligrosas, pero sospechaba que Karin podía manipularlas en cualquier estación. Lasplantas escucharon cuando Karin se dirigió a ellas, de una manera más profunda que elsimple llamar o alejar de mi propia magia.

D esenvolví a Kyle de mi abrigo y volví a acostarlo para que Karin pudiera poner elmusgo. Él agarró su rana con tanta fuerza que los dedos se le pusieron blancos, si porqueel toque de Karin le dolía o porque todavía le tenía miedo, no podía asegurarlo. Karinpuso corteza de abedul sobre el musgo y utilizó vendajes de su bolsa para mantenerlotodo en su lugar. La ayudé a poner el suéter ensangrentado de Kyle al revés sobre losvendajes.

Karin enterró la corteza de sauce entre un par de piedras que había traído con lasplantas. Busqué las latas, encontré una de Pepsi que no estaba oxidada, y metí agua por lapequeña abertura. Emanaba un aroma dulce, como un recuerdo de la primavera. Karindesmenuzó la corteza en el líquido. —Las piedras no son lo bastante calientes como parahervir el agua —dijo—. Tendrá que beberlo frío.

Kyle me miró escéptico cuando le di la lata, y se hizo un ovillo. No podía culparlo;

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pocos niños pequeños aceptaban corteza de sauce sin problemas. —Bébetelo tú —dijo.

No me gustaba la corteza más que a él, incluso ahora. —¿Qué tal si lo hagoprimero? —Me acerqué la lata a los labios y le di un trago; inmediatamente me arrepentí.

El té de corteza de sauce ya era bastante malo… Arrugué la cara esforzándome porno escupir el frío y amargo líquido. Kyle se echó a reír. —¡Tonta Liza!

Le tendí la lata mientras el sabor amargo bajaba por mi garganta. —Tu turno. —Kyle agarró la lata y bebió un largo trago. Empezó a toser y escupir el líquido, pero almenos algo de la medicina parecía haber pasado por su garganta. Karin sacó algo de subolso: un fino manto plateado que se arrugó como el plástico mientras ella lo envolvíaalrededor de Kyle. Él dejó de toser para agarrar un puñado del extraño tejido metálico.

—El material es más cálido de lo que parece, aunque no entiendo completamentepor qué —dijo Karin—. Fue creado por tu gente, no por la mía. —Acostó a Kyle de lado ysacó la hoja de su cuello. Kyle no pareció notarlo, siguió arrugando la manta, ahora mássomnoliento.

—Dudo que Tara supiera siquiera lo que mi hermano le dio.

Karin me entregó la hoja. —Me dijo que la perdió durante la Guerra. Supongo queen algún sentido así fue. Mantenla a salvo, Liza.

Prefería que Kyle lo usara, pero la preocupación en los ojos de Karin me detuvo dedecirlo. Te protegerá en los bosques oscuros. —¿Qué es? —¿Por qué la D ama tenía tantasganas de recuperarlo?

Karin metió una de las piedras calientes debajo de la manta de Kyle. —Es… unpedazo de nuestras almas, se podría decir, sin embargo es una forma humana deexpresarlo. Mejor dicho, un pedazo de lo que somos reside en Faerie, vinculado al PrimerÁrbol, y esto es un símbolo de ello. La hoja proporciona cierta protección, pero tambiénconlleva cierto riesgo, porque dañar la hoja es dañar a su dueño.

La hoja plateada se sentía caliente en mi mano. —¿La vida de Caleb está ligada aesto?

—En efecto. D ebe haberle importado tu madre más profundamente de lo que yoentendía, como para confiarle esto. Nunca confié en ninguno de mis cónyuges así, nuncaen muchos años.

S in embargo, Karin también se había separado de su hoja. Estaba en el Muro queprotegía su pueblo—Lo había visto en mis visiones. ¿Cómo es que la mujer que una vezhabía hablado con tanta facilidad sobre aprisionar humanos se había convertido enalguien que arriesgaría su vida y alma para proteger un pueblo humano?

Me puse la cadena de Caleb y metí la hoja debajo de mi suéter. ¿Podríadesprenderme de ella sabiendo que la vida de Caleb estaba vinculada a ella? Me sentéjunto a Kyle en el borde del sillón. Kyle soltó la manta y me agarró la mano. —Quédate

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—dijo.

D el otro lado del pequeño agujero del techo, la nieve ocultaba el cielo. —No voy aninguna parte.

Me puse el abrigo y me acomodé en el sillón al lado de Kyle. S e acurrucó contra mí,arrugando la manta. —Cuida de él —dijo Karin suavemente—. Escucharé y vigilaré.

—Puedo ayudar —dije—. Tan pronto como…

Karin me tocó el hombro. —Estás ayudando. Cumple tu tarea, y yo cumpliré la mía.

Envolví mis brazos alrededor de Kyle, calentándolo, preguntándome cómo podíaconfiar en mí tan fácilmente. —¿Sabes qué? —le susurré.

—¿Qué? —Su voz sonaba suave y adormecida.

—No sólo eres valiente. También eres un corredor rápido, como para haberescapado de ese halcón.

Kyle rió. —No tan rápido, Liza. S oy muy pequeño para correr rápido. Pero soy unbuen gritón. ¡Le grité al pájaro que se fuera!

Antes de poder preguntarle qué quería decir con eso, estaba dormido.

Capítulo 11

Traducido por Akonatec

Kyle durmió en vaivenes. Yo me despertaba cuando él lo hacía, así que dormí a ratoscortos, nunca lo suficientemente largos para soñar. A veces Kyle despertaba gritando, aveces llorando. Una vez dijo el nombre de J ohnny, diciéndole una y otra vez quelamentaba lo de las hormigas. En otra ocasión murmuró, —No, no, no, no, no. —Hastaque se quedó dormido de nuevo. Lo abracé, le dije que estaba a salvo por ahora y penséen todas las formas en las que haría sufrir a Elin por esto si volvía a verla.

Finalmente la luz exterior se desvaneció. Mucho más tarde, la fiebre de Kyle seinterrumpió y cayó en un sueño más profundo. Le aparté el sudoroso cabello de la frente.Mi pecho se sentía extraño y apretado. Había conocido a Kyle toda su vida, pero nuncaantes había pensado mucho en él. Ahora sentía que haría cualquier cosa por protegerlo.Eso me asustaba… sabía muy bien lo poco que podía hacer para mantenerlo a salvo.

Cuándo sentí que caía en un sueño más profundo, suavemente aparté a Kyle y melevanté, rozando el techo oxidado del remolque con la cabeza. No quería despertarlo con

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una de mis pesadillas.

Karin estaba sentada junto a la puerta con las piernas cruzadas, la otra piedranaranja a su lado… su luz duraba mucho más tiempo que las que había hecho lahermana pequeña de Seth. Karin había desabrochado su chaqueta y vi adentro otrocuchillo enfundado. Ella no llevaba ningún arma visible la última vez que nosencontramos, pero los árboles habían estado despiertos entonces y había tenido todo elbosque a sus órdenes. S us hombros estaban rígidos, su expresión alerta. Oí un levetamborileo en el techo. Granizo.

—Me temo que estaremos aquí un tiempo. —Karin me ofreció su odre cuando mesenté a su lado. Bebí, agradecida por el agua fría contra la sequedad de mis labios ygarganta.

—D e todas formas Kyle no está listo para viajar todavía. —Mi estómago gruñía denuevo. S aqué una tira de carne seca de mi bolsillo; la carne que Kyle había rechazado, y ladividí con Karin. A su vez me ofreció un puñado de frutos secos—. Arándanos —dijoante mi mirada desconcertada.

Eso era lo que creí; de otra forma no hubiera dudado. Las bayas deberían haberquemado mi piel, pero al parecer estaban bastante muertas. Vacilante puse una en milengua y el dulzor ácido inundó mi boca. Karin era la única persona que conocía quepodía cosechar fruta de forma segura. Guardé el resto de las bayas en el bolsillo delabrigo, aunque fácilmente podría habérmelas comido todas. Tal vez a Kyle le gustaríanmás que la carne seca. —Karin, ¿crees que la Dama nos esté buscado?

—La tormenta que nos detiene también la detendrá, por un tiempo —dijo Karin.

—¿Y después de la tormenta? —mantuve la voz baja para no despertar a Kyle.

Karin miró a la penumbra. —No. No creo que nos vaya a buscar. Creo que buscará atu madre.

Ansío volver a ver a tu madre. La brillante piedra de Karin no podía apartar todo elfrío.

—Liza, ¿podrías llevar a Kyle a mi pueblo por tu cuenta?

Negué con la cabeza. Podría, pero no lo haría. Sabía por qué Karin lo preguntaba,pero no abandonaría a Mamá con la D ama, no mientras mis pensamientos fueran míos.Mi mano fue a la cadena alrededor de mi cuello. No estaba segura si sería capaz desepararme de su protección de nuevo.

Karin suspiró y las hojas alrededor de su muñeca revolotearon agitadas. —Estoybastante dispuesta a enfrentar a mi madre sola y no puedo negar que me sentiría mástranquila sabiendo que tú y Kyle están muy lejos de ella. Ciertamente ella está confiadaen tu preocupación por tu madre, sabe que la seguiremos a tu pueblo y tiene el tiemposuficiente para hacer planes en nuestra contra, de los cuales ni siquiera el vínculo entre

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estudiante y maestro puede protegerte. Puede que la mejor manera de frustrar esosplanes sea que tú y Kyle no aparezcan.

El granizo golpeó más fuerte contra el techo de metal. —Karin, ¿por qué la D amaodia tanto a mi madre?

Karin se giró hacia mí. —¿No te lo dijo Tara cuando volvió?

—Apenas me ha dicho algo. —Odié cómo sonó mi voz, como un niño que lloriqueapor no salirse con la suya.

—No quieres escuchar esa historia de mí, Liza. —Gracias a la luz naranja, la cara deKarin se veía menos pálida, más humana—. La tormenta no durará para siempre ytenemos otras cosas que discutir.

El granizo no sonaba como si fuera a disminuir pronto. —¿D urante cuánto tiempoMamá estuvo bajo el glamur? —Temblé en el abrigo. Ahora entendía por qué Mamá noquería hablar del glamur; yo tampoco quería hablar de él—. ¿Por cuánto tiempo Caleb…?—Me interrumpí abruptamente, asustada de que Karin no quisiera escucharme hablarmal de él.

—No lo sé. —Karin levantó un tornillo perdido del suelo y lo hizo rodar entre susdedos. S us roscas eran finas y precisas, como sólo lo era el trabajo de Antes—. En esosdías, prestaba poca atención a los juegos que mi hermano y sus compañeros jugaban conlos humanos. D ebería haber prestado más atención, si lo hubiera hecho, podría habermedado cuenta antes de lo que pasaba entre Kaylen y Tara, pero estaba más preocupada detratar de ser lo que mi madre necesitaba que fuera, que de proteger a mi hermano menor.

No necesitaba preguntar si ella creía haber tenido éxito complaciendo a la D ama. Loescuché en su voz. —Yo tampoco fui quién mi padre quería —dije. Mi voz sonabademasiado fuerte en el pequeño espacio.

—S in embargo, te enfrentaste a él al final. —Con cuidado, Karin dejó el tornillo enel suelo; aun así rodó lejos—. Me lo dijo Kaylen.

Bajé la mirada, avergonzada. —No lo alejé lo suficientemente rápido. —Calebtambién debió haberle dicho eso.

—Ninguno de nosotros puede cambiar lo que hemos hecho, Liza. —La mano deKarin rozó mi hombro. Me sobresalté y ella se alejó respetuosamente—. Que el pasadono se puede deshacer fue una de las lecciones más duras de la Guerra. S eguimos siendoresponsables por nuestras acciones de entonces, pero no tenemos poder sobre ellas. S ólotenemos poder sobre lo que vamos a hacer después.

—¿I ncluso bajo el glamur? ¿S omos responsables entonces? —Arrastré un dedo através del polvo del piso. Polvo de Antes, también olía a aceite—. Karin, ¿qué tan seguidotú…? —me detuve. Karin había peleado en la Guerra. S in duda había usado el glamur enformas que apenas podía imaginar, y también otras armas.

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—Nunca como un juego. —Karin miró fijamente la luz naranja entre nosotras—. Ynunca desde la Guerra. Kaylen entendió, antes que yo, que tu gente no son simplesjuguetes. No lo entendí hasta que oí sus gritos mientras morían. No lo entendí hasta quellegué a un pueblo humano y empecé a preocuparme por su gente y ellos por mí. Loentiendo ahora.

¿Por qué haría falta la muerte para entender algo así? S in embargo, hasta hace unosmeses, tampoco entendía que no todo el pueblo de las hadas eran monstruos. —Karin,Mamá dice que crees que ella y Caleb empezaron la Guerra. ¿Es así? —¿Lo hicieron?

Karin se rió, pero no había alegría en su risa. —Tara siempre ha tenido un modo desimplificar las cosas. Tener la culpa y culpar a alguien son asuntos complicados.Ciertamente, Tara y Kaylen tuvieron un rol; igual que yo, mi madre y el padre de Tara.

Los hijos de gente poderosa, nada más. —¿Quién era el padre de Mamá? —Nunca habíaconocido a ninguno de mis abuelos.

—En tu mundo, quiénes son las personas nunca es simple —contestó Karin—. Entretu gente, la posición no está definida por nacimiento o fuerza o magia. El padre de Tarano era ni un portador de poder ni un fabricante de bienes… era sólo un comerciante, unproveedor y vendedor de los productos que hacían los demás, particularmente armas. Enmi mundo, una persona como esa tendría poca importancia. No entendía qué tandiferentes eran los asuntos en tu mundo hasta que tu madre… —Karin se detuvoabruptamente—. No puedo decir esto de manera justa, Liza.

—Prefiero escucharlo de manera injusta que no hacerlo. —Mamá tuvo la oportunidadde contármelo de manera justa.

—S é menos de lo que piensas. —La enredadera alrededor de la muñeca de Karin sedesenrolló un poco, arrastrándose hacia sus dedos—. No me di cuenta cuándo tu madreencontró por primera vez el camino a Faerie. No sé cómo ella y Kaylen llegaron apreocuparse el uno por el otro; incluso a través del glamur que mi gente usa tanfácilmente sobre la tuya, que ni siquiera pensamos en él como parte de nuestra magia.No sé qué hizo que Kaylen estuviera seguro de que la preocupación era más que unaparte de las ilusiones que tejió. Mi hermano no me pedía consejos en esos días, y si lohubiera hecho, no le habría gustado el consejo que le hubiera dado. S ólo sé que Kaylenlevantó el glamur de Tara al final, y al hacerlo, juró que nunca volvería a usar el glamursobre tu gente. Yo también he tomado el mismo juramento, aunque me demoré más enhacerlo.

—Pensaste que él era imprudente al hacerle promesas a los humanos —dije.

Karin me lanzó una mirada penetrante y recordé que sólo sabía eso por mi visión.—Si creí que Kaylen era imprudente al liberar a tu madre —dijo con voz impasible—,tenía un motivo, considerando lo que Tara hizo después. Una vez que sus pensamientosle pertenecieron, una vez que entendió lo que le había pasado, se puso histérica, enojaday temerosa, como la niña que era. Huyó de Kaylen, de vuelta a su hogar humano.

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También había visto eso. El viento empujaba granizos contra las paredes delremolque. Me estremecí, al recordar cómo la D ama había doblegado mis propiospensamientos a sus deseos. —Por supuesto que Mamá huyó. —¿Cómo podía Karinesperar que no lo hiciera?

—No entiendes. Tara le contó todo a su padre. No pensó en quién era él, sólo pensóen su propio dolor. S in embargo, no encontró consuelo al contarlo, así que también huyóde su padre. Regresó con Kaylen, buscando… no sé qué buscaba. ¿Amor? ¿Protección?¿Un medio para olvidar su dolor? Tendrás que preguntarle, porque realmente no lo sé.Sólo sé que su padre la siguió y que al final el resultado fue muy doloroso.

—La Guerra fue el resultado. —Mis palabras casi se perdieron en el ruido delgranizo y el viento—. Pero Mamá no podía haber sabido lo que pasaría. S i lo hubierasabido, no habría regresado.

—Todos actuaríamos diferente si los videntes pudieran ver de antemano lasconsecuencias de nuestras acciones. Eso no nos hace menos responsables de esasacciones, sin importar lo mucho que deseemos lo contrario.

El viento soplaba a través del agujero en el techo. Mamá tenía que decirle a alguienlo que había pasado, no se había equivocado en eso. Tal vez su padre no había sido comoel mío, tal vez ella no sabía que él era la persona equivocada a quien contarle. —No fuesu culpa, no todo.

—Ni yo dije que lo fuera. —Karin miró la hiedra entre sus dedos—. S é muy bienque Tara no movió mis manos y mi voz cuando ordené a los árboles atacar a tu gente.También soy responsable de mis acciones. Así que salvo a los que puedo, donde puedo ylo seguiré haciendo mientras respire. ¿Tara puede decir lo mismo?

—Mamá también ha salvado gente, en mi pueblo. —¿Cuántos más habrían caídopor la magia, como la nieta de Jayce, si no fuera por Mamá?

—Lo sé. Kaylen me lo dijo. —No había perdón en el tono de Karin. Pasó la manopor la enredadera, que retrocedió para envolverse alrededor de su muñeca.

Tampoco estaba segura de haber perdonado a Mamá. No me había salvado,después de todo. ¿Por qué era más fácil odiar a Mamá por sus errores, aunque Mamánunca había querido que la Guerra ocurriera, que odiar a Karin, que una vez habíaatacado a mi gente por voluntad propia? —¿Por qué peleaste en la Guerra, Karin?

Karin se quedó en silencio tanto tiempo, que pensé que había decidido no contestar.Kyle se agitó en sueños, arrojando la manta. Me levanté para envolverla a su alrededor denuevo. Murmuró algo sobre hormigas malvadas y se volvió a dormir. Puse la mano en sufrente, su piel estaba fría. ¿Qué era más importante? ¿Las personas que salvamos o lasque no pudimos salvar? Pensé en Ethan, seguramente muerto o cerca de estarlo. Pensé enJ ohnny, todavía con la D ama. Me froté la muñeca. La piel bajo la tirilla de cuero deMatthew estaba roja donde mi suéter la había apretado.

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—Peleé en la Guerra porque lo creí necesario para proteger a mi gente —dijo bajito,la voz detrás de mí—. Y peleé porque quería complacer a mi madre.

Kyle había tirado la rana del sofá. La recogí. ¿Cómo alguien podía pelear en unaguerra para complacer a alguien? Apreté la goma suave con la mano. Anteriormente,también habría matado por mi padre si me lo hubiera pedido. Metí la rana al lado deKyle y volví al lado de Karin, rodeándome las rodillas con los brazos. —¿Las cosas eranmás simples Antes?

Karin puso la mano en mi hombro y esta vez, se lo permití. —Pocas cosas han sidosimples en algún momento, en tu mundo o en el mío.

Kyle suspiró en sueños. Karin cerró los ojos, aunque su postura se mantuvo alerta.—Mi madre, por su cuenta, no habría actuado diferente si los videntes le hubieran dicholo que se avecinaba. La D ama era conocida por muchas cosas, pero el perdón no estabaentre ellas. Los recuerdos de mi gente son a largo plazo. Mi madre no descansará hastaque haya terminado lo que comenzó la Guerra.

El Reino será vengado antes que esto termine, y tus frágiles pueblos humanos caerán, unopor uno. —Ella no se detendrá hasta que estemos todos muertos.

—Haré todo lo que pueda para detenerla —la voz de Karin era sombría—. No lodudes.

La miré directamente. —Yo también lo haré —las palabras sonaron tontas cuandolas dije. ¿Qué podría hacer yo contra el glamur? Aunque mantuviera cerca la hoja deCaleb, eso no protegería a nadie más que a mí.

—S igue habiendo una parte de mí que desea que vuelvas a mi pueblo y estés asalvo. —Karin presionó una hoja de hiedra entre sus dedos—. Y hay una parte de mí quesabe lo mucho que está en juego como para rechazar tu ayuda. Aun así, no haré que teenfrentes a la D ama sin tu consentimiento. Esto comenzó mucho antes de que nacieras,no es tu pelea.

Estaba equivocada sobre eso. —La Dama ha amenazado a mi pueblo, a mi madre y ami… y a Ma hew. Ha amenazado todo lo quiero. —Estaba orgullosa de que mi voz semantuviera estable —. No importa cómo comenzó esto. Es mi pelea y no huiré de ella.

Karin apartó la mirada de la mía. —A veces, es difícil creer que eres la hija de Tara.—Sacudió la cabeza, como si lamentara las palabras—. Acepto tu ayuda en este viaje.

—También salvaré a quién pueda y cómo pueda. Lo prometo, Karin, no importa…

—Cuidado, Liza. Las palabras tienen poder, tanto para el pueblo de las hadas, comopara los humanos con magia. I ncluso palabras dichas a la ligera pueden moldear tusacciones más adelante.

No había nada de ligero en las palabras que dije. —Haré todo lo que pueda paraproteger a mi gente y a mi pueblo.

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Karin me dio una mirada evaluativa. Padre me había mirado así a veces y siempreme había encontrado deficiente. S in embargo, Karin sonrió. —Muy bien, te daré lasherramientas que pueda antes de que nos vayamos de aquí. D ime lo que has aprendidode magia desde la última vez que nos vimos.

Comencé con las sombras que había aprendido a poner a descansar este invierno,pero me hizo ir más allá, a la primera sombra que había llamado, antes de que conocierami poder por lo que era. El granizo se tranquilizó. Me acurruqué en mi abrigo mientras lecontaba a Karin de mis otras invocaciones, las que tuvieron éxito y las que no. Le hablé demis esfuerzos por controlar mis visiones.

—Eso no es un error de tu parte, a pesar de que se sienta como uno —dijo Karin—.Las visiones siempre comienzan indomables e impredecibles, tratar de pelear contraellas sólo lo hace peor. A pesar de lo útil que podría ser un vidente que ahora mismopudiera mirar el futuro a voluntad, pasará un tiempo antes de que tengas ese poder.

—Mamá dijo que tenía que aprender a controlar mis visiones. —Me había esforzadopor lograrlo.

Karin negó con la cabeza. —Para un vidente, el control sólo viene con el tiempo.Mientras tanto, es mejor que te concentres en la invocación. D e hecho, es la invocación loque me habría llevado a buscarte, incluso si no hubieras pedido mi ayuda. D ime otra vezcómo invocaste el árbol de quia, Liza.

Le dije todo lo que podía recordar de la invocación del árbol: cómo había traído acasa una semilla desde la misma tierra gris de la que había invocado a Caleb después quecasi muriera salvando a Mamá; cómo el verdor en esa semilla me había dado la fuerzapara salir de ese lugar sin vida; cómo, a su vez, traté de invocar el verdor de la semillahacia mi mundo y cómo invoqué los rojos y naranjas del otoño en su lugar. —¿Meequivoque al invocar el árbol de quia? ¿O es así como era el invierno Antes?

Mis manos temblaban. Karin las tomó entre las suyas, tranquilizándolas. —No lo sé.He pasado muchas horas tratando de darle sentido a los senderos por los que tu gentedice que las hojas caían de los árboles Antes. S u conocimiento es distinto al mío, a mí meenseñaron que las plantas humanas siempre han mirado al Reino para recordarles, enprimavera, cómo crecer y así no son más que un eco débil de lo real. ¿Quién puede decirqué conocimiento es más cercano a la realidad? Lo que sí sé es que el hilo de la vida quepermanece en el Reino es delgado. Hay poco que las plantas humanas puedan mirar, sihan perdido la memoria del verdor y de la vida.

El viento golpeó la puerta del remolque, como si tratara de entrar. —Así que,después de todo, puede que sea mi culpa que el mundo se esté desmoronando.

—No iría tan lejos como para decir que este mundo se está desmoronando. —Karinsacó una semilla alada de arce de su bolsillo—. Tómala.

La sostuve por el tallo, teniendo cuidado con la semilla de arce de fuego quesostenía, pero estaba fría, como todas las semillas en invierno. —Está muerta.

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—¿Lo está? —Karin sonrió, un poco triste—. Mira más de cerca.

Miré la semilla lo más fuerte que pude, pero sólo vi marrón. Cerré los ojos y busquécon mi magia, como lo hice con tantas semillas este invierno, pero nada respondió. —Están todas muertas —luché por mantener la desesperación fuera de mi voz.

Karin tomó la brillante piedra naranja en su mano. Proyectó la luz sobre la semilla,dándole un leve tinte que me recordó al otoño. S in embargo, el color no era real. S ólo erareal el marrón en la semilla.

—Mira la sombra —dijo Karin.

La luz anaranjada proyectaba una débil sombra de la semilla en el piso. Me quedémirando eso, pero era una simple sombra, no más viva que las sombras proyectadas porel sol y las velas. Karin movió la luz directamente sobre su cabeza y la sombradesapareció.

La miré, sin entender, sin querer admitir que no entendía.

Karin asintió, como si no hubiera hecho nada inesperado. —Sigue intentándolo. —Movió la luz. Vi como la sombra se movió en el suelo, cómo desaparecía, aparecía ydesaparecía de nuevo. Afuera, los árboles crujían cuando el viento pasaba a través deellos, pero no quité la vista del parche de oscuridad en movimiento, viendo una y otra vezel momento en que desaparecía por completo.

Mis ojos se cansaron. Parpadeé, tratando de mantener el enfoque. S ólo por unmomento, la sombra pareció aferrarse a la semilla antes de desaparecer. La siguiente vez,forcé los ojos para que se mantuvieran firmemente abiertos, pero no la volví a ver.

En su lugar, suavicé el enfoque. Ahí: un toque de densa oscuridad, aferrándose a lasemilla. La sombra proyectada por la luz de Karin se removió, pero la sombra más oscurase aferró a la semilla, tan cerca—como parte de la semilla—que no estaba segura de cómola vi en absoluto. Atraje la semilla más cerca de mi cara. No lo imaginaba.

Karin puso la piedra junto a ella. Entrecerré los ojos para ver en la oscuridad. Lasombra de la semilla se mantenía incluso sin luz.

—Así que ya ves —dijo Karin—. Todas las cosas que viven y crecen tienen sombras,desde la semilla más pequeña hasta tu gente o la mía.

Miré a Karin, manteniendo el enfoque suave. Miré a Kyle, enredado en su manta.Miré mis propias manos. No vi sombras ahí.

Karin apartó un mechón de cabello de su rostro. —Podemos trabajar en las sombrashumanas más adelante, si quieres. Esas serán más difíciles, ya que mi magia es sólo conlas plantas, como la de Kyle es sólo con los animales. No puedo ver sombras humanas ode hadas, aunque te puedo guiar hacia ellas. S ólo una invocadora puede percibir lassombras en todas las cosas… y si el precio de una mayor fuerza es una menor sutileza,bueno, es la fuerza lo que necesitaremos para invocar de regreso a la primavera.

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—No puedo invocar nada. S igo tratando y siempre fallo. —D eje que la semilla sedeslizara de mis dedos. Giró hasta el suelo, todavía con la sombra aferrándose a ella.

Karin la cogió entre manos ahuecadas. —Trata de nuevo, sólo que esta vez, invoca ala sombra, no a la semilla.

Mantuve el enfoque suave de reojo sobre la sombra. S entí… no crecimiento, ni vida,sino una especie de existencia somnolienta que me dijo que el sueño y la muerte no eranlo mismo después de todo.

Alcancé eso. —Ven aquí —susurré.

La semilla se estremeció en las manos de Karin. Una pálida raíz blanca brotó de ellay un tronco marrón la siguió. Algo se arqueó entre la semilla y yo, un delgado hilo quetemblaba con la débil voluntad de crecer. D os hojas marrones se abrieron paso a travésde la cáscara de la semilla… y luego, con un suspiro, la pequeña planta cayó inerte y elhilo de magia se desvaneció en polvo de sombras. El polvo flotó, sin dejar sombras que seaferraran a la planta muerta que Karin sostenía.

Suspiré. —Lo siento.

Karin se rió de eso. —Liza, esas dos hojas son más de lo que he sido capaz deinvocar en todo el invierno. —D ejó que la semilla cayera de sus manos y tocó laenredadera alrededor de su muñeca—. Mi poder ha disminuido mucho, en estatemporada de árboles moribundos. I ncluso las hojas que traigo puestas sólo se aferran ala vida porque no las dejé dormir cuando llegó el otoño y porque les hablo de crecimientobastante a menudo para que no tengan ninguna oportunidad de olvidarse. Es una grancantidad de trabajo. Mi magia es con plantas vivas, no con sombras que se ciernen alborde de la muerte. No puedo llamar de regreso un bosque durmiente, pero lo queacabas de hacer me dice que, sólo tal vez, tú sí puedes; si encontramos una forma demantener en este mundo la vida que invocas, una vez que comienza el crecimiento… y siestás dispuesta a intentarlo, ya que no carece de riesgos.

Afuera, el viento estaba disminuyendo, pero me estremecí en el remolque. S i esteinvierno gris era mi culpa—si lo era—esta podría ser mi única oportunidad de hacer locorrecto. Parecía ser esperar demasiado. —Por supuesto que estoy dispuesta.

Karin dejó escapar un suspiro, como si lo hubiera dudado. —No necesitamos actuarahora mismo. Puede ser que todavía la primavera encuentre su camino de vuelta a estemundo, como espera tu gente, atendiendo a la llamada de la luz y el calor y sin requerirni de la invocación ni de las memorias del Reino para regresar. Todavía tenemos tiempopara invocar a la primavera. Más tiempo del que tenemos para detener a mi madre.

Mis pensamientos volvieron a la D ama. —D eberíamos irnos. —Miré a Kyle, dormíaprofundamente y no quería despertarlo. Tampoco quería llevarlo a través del viento y laoscuridad. Necesitaba descansar, pero el granizo había parado y el viento disminuía, loque significaba que la Dama podría dirigirse a mi pueblo en cualquier momento.

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—Cuéntame de los otros niños en tu pueblo —dijo Karin—. S i podemos encontrar aalguno al que el glamur de la D ama no haya tocado cuando lleguemos ahí, ¿hablarías conellos? ¿Podemos pedirles ayuda?

Los Posteriores permanecemos juntos. —Nos ayudarán.

—Muy bien, entonces. Te puedo enseñar un poco más de magia, pero en tan pocotiempo, no te hará más efectiva contra la D ama. Pero por lo menos puedo darte esto:puedo tomar tu juramento antes de irnos.

Me quedé mirando la enredadera que acariciaba la muñeca de Karin como si fueraun gato cariñoso. Había escuchado a Karin decir el juramento antes, en su pueblo, a unniño que acababa de adquirir su magia. Las palabras me habían enfurecido entonces, consus promesas fáciles de no dañar con magia. Ahora me ponían incomoda. —No estoysegura de que pueda.

Los ojos de Karin se estrecharon y las hojas alrededor de su muñeca se quedaronquietas. —¿Te molestan las palabras, Liza?

Me encontré con su mirada. —Nadie puede prometer no dañar con magia, menosyo. —Ya había hecho daño con mi magia: a Ethan y puede que a Mamá también. La magiaera simplemente un arma, no peor que el que la empuñaba, pero las armas se resbalan enla mano, las flechas se desviaban, los cuchillos eran más romos o más afilados de loesperado, el portador resultaba ser demasiado débil para la tarea—. Y si la D ama seapodera de mí de nuevo… —Solté un suspiro tembloroso—. Cualquier cosa puede pasar.

Karin me miró pensativa. —Creo que quizá no entiendes para qué es el juramento.

—Entonces dime —había desafío en mis palabras.

—Muy bien. —Karin apoyo la barbilla en sus manos—. El juramento no puedeproteger contra el error de juicio, la falta de conocimiento o la falta de habilidad. Evitar eldaño no es tan simple como presionar el interruptor vinculado a un generador humano,sabiendo que la luz siempre obedecerá. Lo que demanda el juramento es que siempreelijas con cuidado, con la intención de no hacer daño… y que cuando causes daño a pesarde estos esfuerzos, harás lo que puedas para arreglarlo. El juramento también puedeproporcionar una pequeña protección contra aquellos que puedan guiar tuspensamientos a hacer daño, pero eso nunca ha sido probado.

—Espera… ¿El juramento es una protección?

Karin acarició las hojas de su hiedra y una a una, se doblaron. —No es una promesade seguridad, sólo de concientización. Aun así, la concientización también es una especiede protección.

—No hay promesas de seguridad —dije.

—Incluso antes de la Guerra, eso era cierto. ¿Me darás tu juramento?

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Asentí lentamente, sabiendo que una vez que dijera las palabras, tendría quesentirlas. —Está bien.

Pensé en el niño que había tomado el juramento en el pueblo de Karin, rodeado desu familia y la gente del pueblo que lo habían conocido durante toda su vida. Aquí sóloestábamos Karin y yo, el suave crujido del viento entre los árboles y el sonido más suavede la respiración de Kyle. Karin habló, la voz tranquila y segura, yo repetí después de ella:

Bienaventurados los poderes que me concede la magia.

Prometo usar bien su don.

Para ayudar a reparar mi mundo,

Para ayudar a reparar todos los mundos.

Y si me olvidara de reparar,

Si me negara a reparar,

Aun así recordaré

No hacer daño.

Mi voz tembló al principio, pero se hizo más estable a medida que seguía. Algodentro de mí cambió, no era el terrible torcimiento de mis pensamientos que sentí con laD ama, sino la sensación de haber encontrado terreno estable en una colina escarpada.Haría todo lo que pudiese. S iempre había hecho todo lo que podía y creía que nunca erasuficiente.

Era suficiente. Eso es lo que significaba el juramento. Repararía donde pudiera,lucharía contra lo que pudiera y pondría todo mi esfuerzo en ambos, en la reparación yen la lucha. Si fracasaba, no sería por falta de coraje o acción.

—Gracias —susurré.

—D e nada, hija de Tara —Karin apretó mi mano—. Haré todo lo que pueda para serdigna de tu confianza.

A través del agujero en el techo, la noche no estaba tan oscura como antes. Era horade irse. Me levanté, estiré mis piernas rígidas y me acerqué a Kyle. Afuera, el viento sehabía detenido. Un halcón chilló y Kyle se sentó de golpe en el sofá, arrojando la manta aun lado.

—Ella me está buscando —dijo.

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Capítulo 12

Traducido por Princesa de la Luna

―¿Quién te está buscando? —le pregunté, aunque me temía que lo sabía.

—El halcón. —Musgo y corteza se cayeron del suéter de Kyle. No tuve que preguntar aqué halcón se refería.

El hielo cayó al suelo cuando Karin abrió la puerta del remolque. —Espera aquí.Salió y cerró la puerta de nuevo.

La habría seguido, pero eso significaba dejar solo a Kyle. Me quité el suéter y mesenté junto a él, recogiendo el resto de musgo debajo de sus vendas y recomponiendo losvendajes sobre sus heridas, que estaban un poco menos enrojecidas, y la hinchazónhabía disminuido. S e le había soltado el vendaje alrededor de la mano durante la noche,pero las costras eran más gruesas y parecían sostenerse.

Le puse el suéter de nuevo, otra vez volteado, para protegerle la espalda; y luegotrepó a mi regazo. En los ojos no se le veían signos de fiebre, y su piel seguía fresca.Estaba tan listo para viajar como era posible. Aunque estaba temblando, y no por el frío.—Pájaro malvado —murmuró—. Pájaro malvado, malvado.

—No voy a dejar que Elin te haga daño. —Me sorprendió que pudiera pronunciarlas palabras en voz alta. Ninguna de nuestras promesas eran garantía de seguridad, peroa la magia no le preocupaba eso, sólo si lo decíamos en serio o no.

No podría decir si Kyle me había escuchado. —Vete —susurró entre dientes—.Vete, pájaro estúpido.

El juramento es protección. Protección escasa, tal vez, ¿pero no acababa de prometerhacer todo lo posible? Atraje a Kyle. S i el juramento podía protegerme, podría protegerlea él también. —Antes de irnos, hay unas palabras que necesito que repitas. ¿Puedeshacer eso?

Kyle me miró. —Tengo hambre.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que había comido por última vez? Saqué losarándanos secos de mi bolsillo y se los di. Kyle los olió con escepticismo, luego probóuno.

Una sonrisa cruzó su rostro asustado. Agarró el resto de las bayas y se las metiótodas a la boca. Se manchó de azul los labios y la lengua. Extendió la mano. —Más.

No tenía más. Le entregué un trozo de carne seca en su lugar. Kyle me dirigió unamirada suspicaz, pero aceptó la carne y se la comió. El odre de agua de Karin estaba en elremolque, junto a su mochila. Kyle bebió profusamente cuando se lo tendí. Luego alzó la

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vista hacia mí.

—Quiero que repitas lo que digo, Kyle, ¿de acuerdo? —Esperé hasta que Kyleasintiera, y entonces recité el juramento, despacio.

Kyle se mordió los labios y repitió las palabras, su expresión se hizo cada vez másgrave. Añadió un par de cosas al final: la promesa de tratar de no ser malvado, y otrapromesa de no enviar hormigas a los pantalones de su hermano nunca más. S óloentonces asintió, como satisfecho.

Partí lo último de mi carne seca a la mitad y le entregué a Kyle el pedazo másgrande. Lo masticó con solemnidad. La puerta se abrió, y Karin entró, la chaquetaenvuelta alrededor de un bulto en sus brazos.

D erribé a Kyle de mi regazo para posicionarme entre él y lo que Karin cargaba. Ellase agachó, depositó el paquete en el suelo, y lo desenvolvió. La criatura era un halcón decola roja que nos miraba a través de funestos ojos amarillos. Elin… la observé con recelomientras Karin la inspeccionaba. Las plumas habían sido arrancadas de su ala izquierda,y tenía rastros de sangre ahí y en el pecho. Los halcones eran criaturas diurnas. Elinhabría estado en desventaja si se había encontrado con otro animal salvaje en la noche.

El halcón alzó la cabeza y chilló. El sonido resonó en el remolque mientras fijaba sumirada en Kyle.

—¡Yo no lo tengo, pájaro estúpido! —Kyle trepó al sofá detrás de mí, inclusocuando Karin envolvió a Elin en la chaqueta una vez más.

Persigue al hablante de animales, destrúyelo, y tráeme la hoja que carga. No regreseshasta que la tengas. La D ama había cambiado a Elin y la envió otra vez. D ebía ser eso. —Yo tengo la hoja —le dije. Si quería pelear con alguien por ella, que luchara contra mí.

El halcón se estremeció en los brazos de Karin. —Liza, ¿puedes darme las piedras?

No me moví. —Elin hizo que Ethan quemara su propio pueblo. Ella creyó que eraalgún tipo de prueba.

—Las pruebas de mi madre son muy duras, es verdad. —Karin lucía atribulada, yrecordé que en mis visiones ella también había hablado de pasar las pruebas de la Dama.

Estar atribulada no protegería a Kyle o a mí si Elin decidía a atacar. —Ella no puedequedarse con nosotros.

S osteniendo el pájaro herido con un brazo, Karin se arrodilló para recoger la piedranaranja más cercana. Me miró, pidiéndome que entendiera… ¿Entender qué?

—No me puedes pedir esto. —Recordaba cómo Kyle sonreía mientras su mano semanchaba con la sangre que Elin había exigido ver—. A ninguno de los dos.

—Sólo te pido que no interfieras. —Karin metió la piedra en la chaqueta. Elin hizoun sonido suave y su temblor disminuyó. ¿Había estado en la tormenta en busca de Kyle

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toda la noche? S in duda, nadie, halcón o humano, podía sobrevivir tanto tiempo en elhielo y el frío.

Elin no era humana. El pueblo de las hadas era más difícil de herir y más difícil decurar, que los seres humanos. —No se puede confiar en ella. —D etrás de mí, sentí a Kyleaferrándose a mi abrigo.

—No —Karin estuvo de acuerdo. Me dirigió una mirada escrutadora—. Pido muchode ti tan solo al traerla aquí. Lo sé, y asumo completa responsabilidad por ello. S inembargo, no puedo dejarla. —Su voz decayó—. La he dejado con demasiada frecuencia.

La puerta del remolque seguía abierta. Más allá, el cielo negro estaba dando paso algris. Pronto el sol saldría. Teníamos que salir de este lugar. —S i ella vuelve su glamur ysu magia contra nosotros, o nos obliga a usar nuestra magia contra nosotros ¿Entonces,qué?

—D ifícilmente tiene la fuerza para… —Karin se detuvo en mitad de la frase.Cuando volvió a hablar, su voz era fría—. S i daña a alguno de ustedes de alguna manera,me encargaré de detenerla yo misma, incluso si significa su vida. Tienen mi palabra.

Elin dio un chillido ahogado. Luchó en los brazos de Karin, se liberó de la chaqueta,e intentó lanzarse al aire. S u ala lesionada le falló, y cayó al piso del remolque. Levantó lacabeza para mirarnos a Kyle y a mí.

—Ella dice que no entiende por qué pones a los humanos por delante de tu propiagente —susurró Kyle—. D ice que deberías matarnos a todos. D ice… ¡No! —Kyle pasójunto a mí y corrió hacia Elin—. ¡Vete! —gritó—. ¡Vete, vete, vete!

Sujeté a Kyle. Luchó contra mí, pero no lo solté. No dejaría que Elin le hiciera daño.

S in embargo, Elin no estaba tratando de hacerle daño. Estaba retrocediendo, con lasgarras raspando metal, y arrastrando el ala izquierda.

Kyle se retorció para liberarse de mis brazos. —¡Vete, estúpido pájaro! —Apretó suspequeños puños y avanzó hacia Elin. Ella retrocedió hasta la esquina y se agachó allí,temblando.

Le grité al pájaro que se fuera. I nhalé suavemente. Karin abrió mucho los ojos, y supeque ella también lo había entendido.

Una lenta sonrisa cruzó mi rostro. Kyle no estaba indefenso después de todo.

Elin levantó la vista hacia él, sus ojos amarillos eran feroces. Las manos de Kyle seaflojaron. Sus pasos se ralentizaron. —¿Pájaro bonito? —Sonaba dudoso.

Lo agarré, y Karin cogió a Elin. —Ambos están bajo mi protección —le siseó alpájaro.

Elin graznó su protesta. Kyle se puso rígido en mis brazos, la sujeción momentánea

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del glamur había desaparecido. —¡Vete!

Elin luchó con su madre de nuevo, aunque no había ningún lugar donde ir. Unagarra rasgó el suéter de Karin, y le sacó sangre, pero ella escasamente pareció darsecuenta.

—Es suficiente, Kyle —le dije. No quería que Elin dañara a Karin, y era bastanteclaro que Karin no iba a dejar que su hija se fuera.

Kyle le mostró la lengua al halcón. —Te dije que podía gritarle para que se fuera.

Pensé en cómo le había pedido; no, dicho a las hormigas que salieran de la Tienda.Lo apreté con fuerza antes de bajarlo. —Buen trabajo, Kyle.

Elin dejó de luchar y tembló en los brazos de Karin. Karin acarició las plumas delhalcón. —No es desconocido que el hablante de animales pase de hablar ordinariamentea dar órdenes; es muy similar a los hablantes de plantas, aunque normalmente poder darórdenes llega cuando el hablante es mayor.

Kyle fulminó a Elin mientras se apoyaba contra mí. —Ni siquiera necesitó sunombre —comenté.

—Sólo las personas requieren nombres. Los animales y las plantas no los usan. S inembargo, para ser capaz de hablar a un animal, incluso a uno que ha sido cambiado otransformado; uno que tiene un nombre cuando está en otra forma; se requiere un poderconsiderable. Kyle está en mucho peligro.

Lo acerqué a mí. —Él está en menos peligro si tiene tanto poder.

—También es de mayor interés para aquellos que utilizarían ese poder para suspropios fines.

Como la D ama. ¿Había querido muerto a Kyle porque era inútil… o porque temíaque alguien pudiera ser capaz de controlar a los que ella transformaba? Era difícil creerque la Dama le temiera a algo.

Karin bajó a Elin de nuevo, recogió su odre de agua y lo acomodó en su mochila. —Debería tomarle el juramento a Kyle antes de irnos —dijo ella.

Kyle me ayudó a doblar la manta, pero su mirada seguía desviándose a Elin. Mealegré. Cuanto más cauto, mejor. —Ya le tomé el juramento.

Karin parpadeó. —¿Entonces tienes la intención de enseñarle?

—El juramento no trata de la enseñanza. —¿O sí?

—El juramento trata de muchas cosas. —Karin tomó la manta, la metió en lamochila, y la cerró. Kyle se colgó de mí, sujetó el borde de mi abrigo con una mano y larana con la otra. Yo era responsable de él. Eso era lo que significaba el juramento.

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Metí las manos de Kyle en las mangas de su abrigo y se lo abotoné hasta arriba.Tracé las líneas sangrientas en la espalda del abrigo y miré a Elin. Al menos con su suéteral revés, ninguna parte de él estaba completamente expuesta al frío.

Vacilé, luego tomé mis guantes de cuero y los puse junto a la mochila de Karin. Ellanecesitaría protección si tenía la intención de cargar al halcón. Me di la vuelta antes deque pudiera agradecerme, aún deseando que dejara a Elin.

Me ajusté el cinturón del cuchillo alrededor de la cintura, aunque la funda estabavacía. —¿Listo? —le pregunté a Kyle. No podía hacer nada respecto a sus manosdesenguantadas, pero envolví mi bufanda alrededor de su cuello. Los extremos unidosayudarían a mantenerla en su lugar, y yo no dejaría que Elin se acercase a la lana.

Kyle levantó mucho la cabeza. —Ahora encontramos a Johnny, ¿cierto?

—Cierto. —Salí. El suelo estaba resbaladizo por el hielo, y me sujeté al remolquepara estabilizarme. El metal frío se me clavó en las palmas. Maldije y lo solté. Las nubesse habían ido, y entre los árboles vi un resplandor naranja en el horizonte. Estiré la manohacia Kyle y le ayudé a salir. S e resbaló, y le cogí la mano para equilibrarlo. Karin saliótras él, con la hiedra verde oculta bajo los guantes que le llegaban a las mangas de lachaqueta y el halcón balanceándose sobre su puño envuelto en cuero. Ella no se tambaleócuando aterrizó silenciosamente sobre el hielo.

El sol asomaba sobre el horizonte, abriéndose paso por entre los árboles. La luzalcanzó las ramas que nos rodeaban, haciéndolas brillar como cristales rotos. La luz melastimó los ojos. Parpadeé con fuerza, y cuando lo hice vi…

A Kyle, llorando. J ohnny lo abrazaba y susurraba: —Ey, pequeño, no te preocupes por loque ella dice. Yo me ocuparé de ti.

—¿Lo prometes? —sollozó Kyle.

—Lo prometo —dijo Johnny…

La Dama, mirando ceñuda a Elin mientras caía granizo a su alrededor. —Te dije que noregresaras sin la hoja. ¿Por qué sigues desobedeciéndome? —Elin levantó las manos, como paraexplicar, pero la Dama le cogió la muñeca. En momentos, fue un halcón de cola roja de nuevo,planeando en la oscuridad. Detrás de ella, la Dama susurró—: Y al fin Kaylen pagará por suinsensatez con la chica humana...

La Dama, marchando a través de un bosque forrado de un hielo que resplandecía bajo el solde la mañana. Johnny marchaba a su lado, y un lobo gris le pisaba los talones…

—Liza. —La voz tranquila de Karin me sacó de mis visiones con tanta suavidadcomo la voz de Mamá me sacaba de las pesadillas. Abrí los ojos a los árboles brillantesde mi alrededor. Kyle todavía me cogía la mano.

—Ella encontró a Ma hew. —¿La D ama había ido a buscarlo, o él había regresado

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por su cuenta, en busca de J ohnny y de mí? No importaba—. Tenemos que encontrarlos.—Ma hew y yo se suponía nos manteníamos a salvo mutuamente. ¿Cuál era el punto delo que sea que hubiera entre nosotros si ni siquiera podíamos hacer eso?

—¿Estás segura que no fue el futuro lo que viste? —preguntó Karin. Elin se encorvósobre el puño, con las garras rasgando el cuero, como si nos rechazara a todos.

—No lo creo. —Aunque no había viento, el amanecer era frío—. Era de mañana, yhabía hielo en los árboles.

—Entonces mejor no dejar pasar más tiempo. —Karin me miró—. El hielo y el sol tepresentan desafíos como vidente. Haz todo lo posible por no enfocarte en ningún lugarpor mucho tiempo… pero no te esfuerces tanto en hacerlo que descuides dónde poneslos pies. Kyle, si Liza deja de caminar, ¿puedes apretarle la mano? Eso ayudará adespertarla de sus visiones.

Kyle asintió con seriedad. —¿También la puedo pellizcar?

Una sonrisa apareció en los labios Karin. —Si quieres.

Mantuve un ojo cauteloso sobre Elin, mientras empezábamos la marcha. El hielorecubría los riscos de piedra caliza, la nieve blanca, el camino por el que andábamos. Mispasos eran exasperantemente lentos sobre el hielo resbaladizo. D eseé ser un halcón, parano estar sujeta a la tierra resbaladiza. Mis pensamientos seguían regresando a Ma hew,imaginaba los dedos de la D ama recorriendo su pelaje, imaginaba a Ma hew trotandodetrás de ella, obedeciendo cada una de sus órdenes.

El hielo resplandeciente tiró de mi mirada, como un niño ansioso por mostrar todossus juguetes. Fragmentos de visión parpadearon en los bordes de mi vista…

Elin, corriendo a través de túneles subterráneos, más joven, sola…

La Dama, con las manos en los hombros de Elin. ¿Cómo te atreves a permitir quedesaparezca tu control sobre el iniciador de fuego? Lo encontrarás. Lo destruirás a él y a todos losniños fugados que con su magia han causado pena a nuestra gente este día...

Ma hew, corriendo por un camino cubierto de nieve, corriendo con tanta fuerza que suspatas sangraban…

Cruzamos el río, Kyle y yo avanzábamos sobre las rocas resbaladizas, poco a poco, eincluso Karin daba sus pasos con cuidado. Había tenido la esperanza de cortar a travésdel bosque y así ganar algo de tiempo, pero el terreno era demasiado resbaladizo.Seguíamos el camino hacia Clayburn.

Elin observando arder las casas de Clayburn, con la mano en el brazo de Ethan…

Elin alejándose del sonido de los gritos, el panorama de brillantes llamas lamiendo lamadera. Elin arrodillándose en la nieve para vomitar...

Ethan estremeciéndose como si acabara de despertarse, entonces arrastrándose lejos de

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Elin…

El sol ya estaba más elevado, convirtiendo el cielo en un azul profundo. —Alto —susurró Kyle.

Me detuve. —¿Por qué?

Kyle me pellizcó el brazo. —¡Por eso!

—¡Oye!

Kyle soltó una risita. Karin también se rió. Elin torció la cabeza para mirarnos. Karincambió el halcón de un puño al otro cuando volvimos a caminar.

La oscuridad parpadeaba entre los árboles cubiertos de hielo. S ombras… Losárboles no habían perdido sus sombras con la llegada del invierno, después de todo, aligual que las semillas. S implemente habían acercado más ese último pedacito deoscuridad, como para mantenerlo a salvo. Suavicé la mirada, centrándome en lassombras en lugar del hielo, y las visiones vinieron con menos frecuencia.

Hope llamando al viento, con las manos en alto, y el rostro sombrío. Sólo entonces susmanos cayeron flácidas, y sonrió…

Mamá, de pie en el pórtico trasero de Kate, mirando los fríos ojos de la Dama. —Hazme loque te plazca. Ya no te temeré…

Era difícil no caminar muy rápido sobre el traicionero hielo.

Cuando nos acercamos a Clayburn, Karin se detuvo junto a algo plateado quebrillaba en el suelo. Era la mariposa de Elin, aleteando débilmente. —Lo guardaste —susurró Karin, mientras tomaba la mariposa en la mano. Levantó el halcón hacia ella,pero Elin se giró.

—Libérala. —Kyle levantó la barbilla hacia la mariposa. Una sombra débil seaferraba a sus alas metálicas.

—Si la libero, morirá. —Karin frunció el ceño mientras enderezaba la punta dobladade un ala.

Mejor morir que permanecer impotente, atrapada en plata para siempre. —¿D óndeconsiguió Elin algo tan horrible?

—Fue un regalo, —Karin suspiró—, de su madre. —S e acomodó el broche en supropio cabello, por encima de la trenza.

En Clayburn el hielo cubría las casas quemadas, y también los cuerpos quemadosalrededor de ellas. Kyle me clavó las uñas en la mano. Los pasos de Karin se hicieron máslentos, más deliberados… había ira allí. S obre su hombro, Elin inclinó su cabeza dehalcón de un lado a otro, como si tanta muerte fuera un asunto de mera curiosidad, comosi todas esas muertes no fueran su culpa.

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—Ella dice que huelen mal —murmuró Kyle.

Karin acarició las plumas de Elin. —Lo sé —susurró, aunque el olor era débil ahora,la putrefacción se había frenado por el frío y el hielo.

Sujeté con más fuerza la mano de Kyle mientras girábamos hacia el camino quesalía de Clayburn. Unas huellas habían roto el hielo: unos pies humanos, las patas de unlobo. Los árboles crujían a nuestro alrededor. Aun cuando llegara la primavera, algunosárboles morirían bajo este hielo invernal.

Una Elin más joven, con lágrimas cayéndole por las mejillas. —¿Por qué no me permites ircontigo? No carezco del coraje…

Karin, con los labios apretados firmemente. —Eres demasiado joven para esta batalla,Elianna. Te protegeré más tiempo, si puedo. Hay una posibilidad de que sobrevivas a esta guerra,pero sé que yo no lo lograré...

Kyle me pellizcó el brazo, esta vez más fuerte. Me resbalé y caí sobre mi trasero,sobre el hielo. Kyle se echó a reír. Karin extendió una mano. La miré mientras la aceptabay luchaba por levantarme. Ella también había dejado a su hija, la dejó debido a la Guerra,pero se quedó lejos para enseñar a niños humanos. Eché un vistazo al halcón en su puño,pero la cabeza de Elin estaba escondida debajo de un ala. La otra ala colgaba torpementea su lado.

El aire se hizo más cálido cuando el sol sobrepasó el mediodía. La luz se reflejó enuna gota de agua que colgaba, medio congelada, de una rama.

Ma hew… con los ojos brillantes, con el cabello manchado de hollín cubriéndole la cara;diciendo: —Iré más rápido solo…

Me concentré en mover los pies sobre el hielo y asegurarme de no caer de nuevo.

Muy pronto llegamos a los fragmentos de hueso blanco que asomaban a través de lanieve. Las cenizas de los niños muertos daban una apariencia gris enfermiza al hielo quecubría sus restos.

Elin hizo un sonido extraño, un sonido que nunca había escuchado a ningún ave. —Está llorando —murmuró Kyle.

Llorar no los traería de vuelta. Elin también era responsable de las cosas que hizo.

Encontramos mi mochila entre las cenizas, recubierta de hielo. S aqué la carne secadel interior y la compartí con los otros. Alguien… ¿la D ama? Había roto mi arco. D udé…Padre me había ayudado a hacer ese arco, y se podría reparar en casa… lo dejé con lamochila donde estaban. Sólo serían más peso.

—Cansado —murmuró Kyle cuando dejamos atrás las cenizas y huesos. La nieve seconvirtió en aguanieve, y caminábamos más rápido. A través de los árboles vislumbré elamplio camino que nos llevaría de regreso a mi pueblo. Froté la tirilla de cuero alrededor

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de mi muñeca. Pronto estaríamos en casa. ¿Qué encontraríamos cuando llegáramos allí?

Algo en la unión del sendero y la carretera reflejó la luz, algo resbaladizo y líquido.Aflojé mis pasos y entrecerré los ojos para ver mejor. Karin se trasladó a mi lado cuandome di cuenta de lo que había allí.

No. —¡Regresa, Kyle! —No quería que viera esto.

Me obligué a seguir adelante. El sol de la tarde parecía distante y frío. Yo no queríaver esto.

J ohnny yacía de espaldas, con las manos en torno al cuchillo—mi cuchillo—,hundido en el corazón. Una sonrisa estaba congelada en su rostro, y claramente yacíamuerto desde hace tiempo.

Capítulo 13

Traducido por Princesa de la Luna

La sangre se extendía desde la herida como una flor roja brillante que resplandecía al sol.Más sangre manchaba las muñecas y la garganta de Johnny.

Kyle gritó y se lanzó hacia su hermano. Elin chilló y elevó el vuelo desde el hombrode Karin, forzó su ala herida, con las plumas rotas. No alcanzó la rama que pretendíaalcanzar, y aterrizó en una más baja. Karin apenas pareció darse cuenta. No teníaninguna expresión en el rostro mientras se arrodillaba y enterraba las manos en unmacizo de barro y hierba marrón.

Corrí al lado de Kyle. Estaba agitando a J ohnny lo más fuerte que sus manitas se lopermitían. —Despierta —dijo—. ¡Despierta, despierta, despierta!

—¡Johnny! —lo llamé, pero sabía que era demasiado tarde para traerlo de vuelta—.¡Jonathan! —No podía apartar la vista de la sonrisa en sus labios. Había estado feliz dehacer lo que la Dama quería, incluso mientras moría.

Kyle dejó de agitar a su hermano y me miró. —¿Duerme? —me preguntó.

Yo no podía mentir. Ahora lo sabía sin duda, porque realmente quería hacerlo. —No duerme. —Me dolió la garganta.

El labio de Kyle tembló. Él tampoco podía mentir, no podía negar lo que era cierto…era demasiado. Me arrodillé y estiré los brazos hacia él, y se lanzó contra mí con lospuños por delante. Golpeó mi pecho, una y otra vez, con fuerza sorprendente para un

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niño pequeño. Lo dejé. Podía manejar esto, podía manejarlo mejor que la forma en quelos ojos de Johnny miraban fijamente el cielo.

Los aullidos de Kyle se volvieron sollozos estremecedores. Lo acerqué más,mientras permanecía alerta contra cualquier persona que pudiera desear hacernos daño,sabiendo todo el tiempo que no escucharía a la D ama si elegía atacar ahora. No podíahacer nada al respecto, así que hice lo que pude: abracé a Kyle hasta que se cansó dellorar.

Por fin se apoyó contra mí, hipando. Le froté la espalda y miré por sobre su cabezaen dirección a Karin, que sacó las manos de entre las plantas muertas. —Pasaron por aquíen algún momento antes del mediodía.

Llegamos demasiado tarde. La ira ardió en mí. Elin estaba posada en su rama,observándonos, sin pestañear. Esto era su culpa. Ella nos había conducido con la D ama.Si no fuera por ella, Johnny estaría vivo.

—¡Elianna! —Me aparté de Kyle y me puse de pie—. ¡Elianna, ven aquí! —Elintembló en su rama. Esta vez no la llamé para que dejara de ser halcón, simplemente lallamé hacia mí.

Ella revoloteó hasta mi brazo, su ala lesionada la obligó a tomar un caminoirregular. Fulminé con la mirada sus ojos amarillos de halcón. Ella me devolvió la mirada,igualando odio con odio, pero no dejó mi brazo. No podía. S entí mi orden, fría yresplandeciente entre nosotros.

—Liza. —Karin se acercó a nosotros.

Aquí mismo, ahora mismo, podría deshacerme de Elin. Podía haber sido impotentecontra la D ama, pero ahora no era impotente. Podía mandar a Elin tan lejos, que nuncadespertaría de nuevo.

Los árboles crujieron suavemente. Las garras de Elin se apretaron alrededor de miabrigo. S i relajaba el control, aunque fuera por un momento, podría romperme loshuesos con esas garras. —Dime por qué no debería hacerlo.

—Tienes que decidir por ti misma lo que es necesario hacer. —Karin extendió lasmanos frente a ella—. S ólo te diré esto: hay una diferencia entre actuar por ira y actuarpor necesidad. ¿Aquí cuál es, Liza?

Kyle tomó la mano manchada de sangre de Johnny, y le susurró palabras demasiadobajas para escucharlas. ¿Quién se atrevería a arriesgarse con esa magia que controlabaacciones y pensamientos? ¿Cómo podíamos no ir a la Guerra contra semejante poder?

—Está bien estar enojada. —Karin había dejado de avanzar hacia mí—. Está bienestar asustada.

—S iempre y cuando no demuestres miedo —repetí la vieja lección de Padre,automáticamente.

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—No. S iempre y cuando no dejes que tu miedo te controle. —Karin miró hacia Elin,luego hacia mí. Ella extendió el puño.

Miré los ojos del halcón. ¿Ella también conocía el miedo? —Aun así la mataré, si esnecesario. No voy a dudar.

—Lo sé —dijo Karin.

Mi brazo tembló al susurrarle: —Ve, Elianna. —Medio saltó, medio voló de mi brazoal guante de Karin.

Karin siguió mirándome. —Guarda la culpa para la que más se la merece. Mi madrea menudo se cansa de sus juguetes humanos y los envía a destinos horribles, pero esto esalgo más. Con esta muerte nos dice que demos la vuelta, sabiendo muy bien quedesoiremos su advertencia. Eso es parte de su juego.

—¿Eso es lo que las vidas humanas son para tu gente? —La ira aún estaba conmigo,en cada palabra—. ¿Un juego?

—Tu gente no juega a ningún juego, eso es cierto. —No podía leer la expresión deKarin—. S iempre fueron muy sinceros, desde el momento en que pidieron reunirse connosotros. Tal vez lloraron cuando su fuego cayó desde el cielo de Faerie. Tal vez ellos nose rieron como mi gente hacía; pero sus lágrimas no salvaron vidas.

Miré a Kyle, que ahora sujetaba la mano de su hermano en silencio. —Tenemos quedetenerla.

—Oh, sí. —La voz de Karin era fría como el hielo—. He tenido suficiente de jugarlos juegos de mi madre. Se le detendrá, sin importar el precio. Tienes mi palabra.

—Bien. —Pero di un paso atrás, inquieta bajo su dura mirada. En ese momento, yano dudaba que alguna vez hubiera ordenado al bosque que atacara.

Kyle estaba llorando otra vez. Me arrodillé a su lado. Las huellas de pies y de patasvolvían a la carretera, alejándose de este lugar, hacia mi pueblo. El lobo no es más que unjuguete. ¿Cuánto tiempo teníamos antes que la Dama decidiera que la vida de Matthew novalía más que la de Johnny?

Posé la mano sobre el hombro de Kyle. —Tenemos que irnos.

Kyle levantó la vista, con la nariz moqueando y los ojos bordeados de rojo. —Llévalocon nosotros.

—No podemos llevarlo, Kyle.

Kyle apretó los labios. —Cárgalo.

—No podemos. Lo siento. —J ohnny era casi de mi altura y peso. No podría cargarlomucho tiempo.

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Pensé que Kyle discutiría, pero se limitó a decir en un hilo de voz: —¿Después?

—D espués. Te lo prometo. —Liberé el cuchillo de las manos de J ohnny, y luegovacilé. ¿El que llevara un cuchillo nos ponía en mayor peligro, en caso de que la D amautilizara glamur en mi contra? S i llegábamos a ese punto, el poder que tendría sobre mimagia sería mucho más mortal. Hasta entonces, me apoderaría de cualquier arma quepudiera. Saqué el cuchillo.

S e deslizó limpiamente del pecho de J ohnny, como si no fuera más que un ciervoderribado en una cacería. Luché contra una oleada de náuseas mientras limpiaba lasangre de la hoja en el barro. Por un instante, un rastro de sombra pareció aferrarse a lapiel fría de Johnny. Parpadeé con fuerza, y se fue.

Enfundé el cuchillo en mi cinturón. Kyle sacó la rana de su bolsillo y la pusocuidadosamente sobre el pecho de J ohnny, sobre la herida. —D espués —susurró, y luegolevantó la vista—. ¿Me cargas? —S u voz era triste, como si supiera que era esperardemasiado.

Estaba tan cansada… no importaba. —Te cargo —acordé. Me arrodillé para queKyle pudiera envolver sus piernas alrededor de mi cintura y sus brazos alrededor de micuello. Suspiró y se apoyó con cansancio en mi hombro mientras me levantaba.

Karin se arrodilló al lado de J ohnny. —Que los poderes te protejan —susurró, ysonó como una oración.

Me concentré en seguir el rastro de pies y patas a través del fango, presionandocontra el miedo desolador que me hacía estremecer incluso mientras el hielo empezaba aderretirse de las ramas. Kyle se sorbió la nariz contra mi cuello. Yo elegí, me di cuenta.Cuando le di la hoja, elegí a Kyle por encima de Ma hew y Johnny. Pensé en cómo Mamáhabía elegido a los otros niños—y sus recuerdos de Faerie—por encima de mí, de cómoKarin había elegido un pueblo lleno de humanos por encima de Elin. ¿Cómo alguienelige a una persona por encima de otra? ¿Cómo viven después con esas elecciones?

Kyle se retorció para mirar detrás de nosotros, entonces de repente gritó: —¡Johnny!

—S e ha ido. —Me dolió la garganta. ¿Cuántas veces había deseado que J ohnnysimplemente desapareciera?

—No se ha ido. —La voz de Kyle era terca—. Bájame —dijo.

—Kyle…

—¡Bájame! —S e desenganchó de mi espalda y corrió hacia J ohnny. D i media vueltay corrí detrás de él, más allá de Karin y Elin.

S e me cortó la respiración. Una sombra oscura se elevó de donde yacía J ohnny.Piernas, brazos, y un rostro tomaron forma a partir de esa oscuridad, en cuanto Kylecorrió hacia él. I ntenté sujetarlo, al igual que hizo Karin. Las dos lo hicimos demasiadotarde. Kyle echó los brazos alrededor de la oscuridad. S e estremeció, como con frío, luego

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se echó hacia atrás y buscó la mano de la sombra. Los dedos de sombra se entrelazaroncon los de él. El temblor de Kyle se estabilizó, y levantó la cabeza para mirarme. —Te lodije, Liza.

La sombra se estaba volviendo más sólida, como un bosquejo al carboncillo delchico que había sido J ohnny. I ntenté cogerle la otra mano, pero mis dedos traspasaronlos suyos, y el frío apuñaló mi brazo. Me aparté de golpe. Esta sombra no era para mí, erapara Kyle.

No importaba para quién estuviera aquí la sombra de J ohnny. I ntenté cogerle lamano de nuevo, pero él se apartó. —Lo siento, J ohnny. —No estaba segura de cómo melas arreglé para hablar—. Pero esto no es real, y yo puedo darte el descanso.

La sombra sacudió la cabeza. Johnny siempre había sido obstinado.

—Él lo prometió —dijo Kyle.

Yo me ocuparé de ti. Lo prometo. —Eso era antes, Kyle. Él no puede…

—No duerme —dijo Kyle con firmeza, y apretó la mano de su hermano.

Pensé que me rompería como plástico viejo si decía una sola palabra. Empecé acaminar de nuevo, y Johnny y Kyle caminaron a mi lado.

Esto estaba muy mal. Miré a Karin cuando se unió a nosotros.

—No puedo decirte qué hacer aquí. —Karin acarició las plumas de Elin. El pájaro seencogió ante su toque—. No sé más que tú lo que es correcto. S ólo sé que la sombra noparece estar haciéndole daño físico a Kyle.

El Padre de Kyle había muerto congelado cuando había sostenido una sombrademasiado cerca. S in embargo, yo había cargado una sombra una vez, cuando había sidonecesario. Ahora Kyle sólo le agarraba la mano a J ohnny, no había intentado abrazar a suhermano de nuevo. Tal vez él sabía lo que era mejor más que Karin o yo. Estababalbuceando alegremente a su hermano sobre la tormenta de hielo, sobre cómo se habíaescondido en las rocas, sobre cómo yo había cuidado de él en el remolque, sobre cómohabía utilizado su magia para mantener a Elin alejada.

Avancé entre aguanieve que estaba dando paso al barro. El sol se estaba hundiendo,la luz dorada se reflejaba en el hielo goteante.

Ma hew viendo como Johnny se enterraba mi cuchillo en el pecho. Sus ojos de lobomostraban poco interés mientras el acero perforaba la piel y la sangre florecía a su alrededor. LaDama se movía al lado de Matthew, y Matthew se inclinaba ante la caricia…

Ma hew… un Ma hew más joven, que acababa de convertirse en lobo y regresado a ser unchico por primera vez… lucía pequeño y perdido, parado desnudo en el borde de nuestro pueblo,su piel surcada de cortes irregulares y sus muñecas perforadas por las espinas de zarzamoras...

Ma hew corriendo, alejándose a toda la velocidad de sus patas mientras yo llamaba su

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nombre. Su sombra se arrastraba detrás de él, disolviéndose como polvo al sol; y supe que lohabía perdido, perdido más allá de una posible invocación, y aun así seguí corriendo detrás deél…

Tropecé, me recuperé, y caminé más rápido. Le había fallado. Lo había perdido. Mellevé la muñeca a la cara. La tirilla de cuero de Ma hew todavía olía ligeramente a lobo.Aún no estaba perdido. —Karin, ¿las visiones son siempre verdad?

Karin no aminoró el paso cuando se volvió hacia mí. —¿Qué has visto?

Karin fue quien me enseñó que las visiones tenían menos poder si se ponían enpalabras, pero temía que hablar de esta visión en voz alta la volviera realidad. —Ma hewestá en problemas.

Una hoja muerta de sicomoro cayó de una rama. Karin la cogió en su mano libre. —Los videntes no esperaban que yo sobreviviera a la Guerra. —Miró las venas marrones dela hoja—. Ningún futuro está totalmente fijo, aunque tampoco las visiones puedenevitarse fácilmente o a menudo.

Tenía que evitar esta. El viento comenzó a soplar, con un viento húmedo, que cortóa través de mi abrigo. No podía fallarle a Ma hew como le había fallado a J ohnny. No aMatthew.

A l mundo no le importaba lo que yo necesitaba o quería. Éste sólo sabía quealgunas personas podían salvarse y otras no, y que hacer todo lo posible no siempre erasuficiente.

Kyle seguía hablando a J ohnny. S u voz y el viento eran los únicos sonidos en elbosque. Kyle estaba doblado por el viento, pero Johnny no parecía notarlo.

El camino se estrechó cuando giramos para seguir el río a las afueras de mi pueblo.La nieve y el hielo casi habían desaparecido, y el sol se hundía en el horizonte, haciendoque brillara. Pronto la luz se habría ido.

Elin se movió inquieta en el guante de Karin, como si supiera que como halcón nopertenecía a la noche. Kyle se quedó en silencio por fin, pero no soltó la mano de J ohnny.Ralenticé el paso, en busca de cualquier signo de una trampa que estuviera dispuestapara nosotros. Los árboles se hicieron más gruesos. Una arboleda sobresalía del bosquehasta el camino.

Eso no estaba bien. Yo conocía este camino. Lo había seguido durante las cacerías.No debería haber árboles aquí. Miré los robles y arces, sauces y abedules, álamos ycerezos silvestres. Algunos de ellos eran árboles de río, otros de ladera, otros de praderaforestal. No debían estar juntos.

Karin se detuvo, dejó que la hoja de sicomoro se deslizase de sus dedos. Había algoextraño en las sombras de estos árboles. S uavicé la mirada, tratando de ver más. Karinpuso una mano sobre la corteza marrón de un algarrobo.

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Las formas de las sombras, eso era lo que estaba mal. D entro de cada sombra deárbol vi algo más, algo humano, un esbozo de brazos que se presionaban contra lamadera, de piernas que se convertían en raíces y desaparecían en la tierra.

Karin aspiró con fuerza. —¿J ayce? —preguntó en voz baja. Tocó otro árbol—. ¿YKate? ¿Conoces estos nombres?

Un escalofrío me bajó hasta los pies empapados. Karin caminó entre los árboles,susurrando los nombres de más gente del pueblo. S us ropas estaban esparcidas entre lashojas muertas, como si hubieran sido descartadas sin cuidado.

La D ama no sólo podía cambiar a las personas en animales. Lo había dicho cuandohabló de convertirme en un árbol. Sin embargo, yo no había creído que…

Había transformado a la gente del pueblo, los había cambiado en árbolesinvernales. El viento cesó y el silencio se espesó a nuestro alrededor. —¿Todos estánbien?

Karin llevó la mano a otro árbol, y a otro. La cabeza de Elin se torció, observándola.—Están cansados, como todos los árboles en el bosque —dijo Karin—. Como todos losárboles, están muriendo lentamente por el invierno.

—Puedo llamarlos a su forma original. —S olté la mano de Kyle y alcancé el árbol deKate, un sasafrás marrón.

Karin puso su mano sobre la mía, deteniéndome. —Ellos han sido árboles durantealgunas horas. Eso no sería mucho tiempo en una temporada diferente, pero hanescuchado la voz del invierno durante todo ese tiempo, y he hablado con suficientesárboles en los últimos meses para saber que es una voz potente. Como árboles aguantan,porque los árboles mueren lentamente. Como humanos podrían volver a la vida… opodrían morir más rápido, recordando aún el invierno. S i podemos esperar a laprimavera, será más seguro invocarlos entonces.

Un escalofrío me estremeció. S entí una chispa débil de vida en la sombra de Kateque se estiraba hacia mí.

—Lo siento —susurré mientras me alejaba, sin estar segura de que Kate pudiera oír.¿También Mamá estaba atrapada entre estos árboles? ¿Y Ma hew? No, vi huellas de loboque avanzaban sobre el barro.

Kyle se arrodilló en el suelo, hundiendo las manos en las hojas marrones alrededorde un tronco muerto, mientras que J ohnny se quedaba vigilante detrás de él. Puse a Kylede pie. Me lanzó una mirada hosca y se metió una mano lodosa en el bolsillo. Con la otracogió la sombra de Johnny una vez más.

S eguimos las huellas de Ma hew y de la D ama más allá de la arboleda, dentro delpueblo, mientras el cielo se volvía gris. Las casas estaban en silencio, no se estabancerrando ventanas, ni encendiendo faroles. Encontramos más árboles detrás de la casa deKate. —Hope —dijo Karin—. S eth, Charlo e. —Otros nombres, de otros Posteriores.

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Había marcas de arrastre y salpicaduras de barro a su alrededor… habían combatido a laD ama antes de que ella los superase. Eso no había sido suficiente para salvarlos. D entrode los árboles, sus manos de sombra estaban presionadas contra la corteza, como sitrataran de empujar para liberarse.

—Los Posteriores no serán capaces de ayudarnos —susurré. La Dama los cambió atodos. Los había condenado a todos al invierno. I ncluso un grueso castaño marrón sehabía abierto paso por el techo del cobertizo donde Ethan estaba, aunque si algunasombra permanecía con vida en su interior, estaba oculta por las paredes metálicas delcobertizo.

Levanté del suelo el bastón de Charlo e. La punta se había remodelado en unapunta afilada. Estuve a punto de entregar el arma a Kyle, pero no sabría cómo luchar conella. En su lugar, le dije: —S i alguien intenta hacerte daño, quiero que corras. Puedesalejar a los animales con tus gritos, pero huye de los demás.

Kyle asintió con seriedad, apretando con mayor fuerza la mano de sombra deJohnny. —Soy bueno corriendo.

La luz estaba desapareciendo rápidamente. Karin me quitó el bastón de Charlo e ylo puso contra un árbol palo fierro. —Ahora ya no hay tiempo para echarnos atrás, de loque mi madre sin duda está al tanto, pero aún no todo está perdido. Permite que yo hablecuando nos reunamos con ella, pero estate alerta ante cualquier peligro, en palabras yacciones. S i esto sale mal, hay otra hablante de plantas en mi pueblo. Es nueva, joven yno está preparada, pero puede ser capaz de ayudarte a llamar a la primavera.

—¿Salir mal cómo? —exigí.

Karin no respondió, sólo cambió el halcón de un puño al otro y siguió caminando.Kyle, J ohnny y yo corrimos tras ellas. —Hagas lo que hagas, Liza, no dejes que la D ama tetoque. Tú también, Kyle. Ella sólo puede cambiar a aquellos que toca.

—Correré —aceptó Kyle. Su rostro estaba manchado de barro.

Un tercer par de huellas se unió a las de Ma hew y de la D ama cuando dejamosatrás la casa de Kate. Kyle empezó a tararear su canción de las hormigas de nuevo, peroJ ohnny le apretó la mano, y se quedó en silencio. S eguimos el camino que salía delpueblo. Las primeras estrellas salieron, y se levantó la luna menguante, el amarillo dabapaso al plateado. Llegamos a una colina familiar, cubierta de zarzamoras y zumaques,sus espinas borrosas en la penumbra. En un claro entre ellos, un árbol de quia, de cortezalisa, extendía sus ramas desnudas hacia el cielo nocturno.

Este árbol no era obra de la D ama. Era mía. Yo lo había llamado a la vida y con élhabía llamado al otoño a este mundo. No tuve necesidad de suavizar la mirada para verla sombra que se aferraba al tronco y las ramas de quia, más nítida y clara que cualquiersombra que había visto. ¿Cómo no la había notado antes? Había visitado este árbol confrecuencia durante el invierno, en busca de señales de vida en su interior.

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Algo de la sombra de quia me alcanzó, y el frío hilo resplandeciente de magia entrenosotros se sintió familiar, como si el quia y yo fuésemos viejos amigos.

El deshielo goteaba de las ramas de quia. ¿Cuánto tiempo podríamos seguircaminando en esta trampa? Seguramente la D ama sabía que nos aproximábamos.¿Estaba lo suficientemente cerca para vernos?

¿Estaba lo suficientemente cerca para oírnos? Me detuve abruptamente. Tal vez notuviéramos que hacer la caminata. Tal vez tendríamos algo de ventaja si nosencontrábamos con la Dama a nuestra llamada y a nuestra elección, en lugar de al revés.

S ólo había una cosa que necesitábamos en primer lugar. Me volví a Karin y lepregunté: —¿Cuál es el nombre de tu madre?

Capítulo 14

Traducido por katiliz94

Elin chirrió con ira y se lanzó hacia mí. Levanté los brazos hasta mi rostro, pero antes deque pudiese enviarla lejos, Kyle gritó, —¡Alto, pájaro estúpido! —Elin graznó y se detuvo.S u ala herida se tensó, pero esta vez el ala la sostuvo, y aleteó hacia una rama baja dequia.

Los hombros de Karin se pusieron tensos. S ubió por la ladera hasta el árbol de quia,las ramas de zarzamora y zumaque gimieron al apartarse ante ella. Miró los ojos de suhija, pero el pájaro alejó la cabeza.

—Lo sé, Elianna. No considero tales cosas a la ligera. Nunca lo hago.

—D ice que no puedes elegir a los humanos en lugar de a tu verdadera gente. —Kylejaló a Johnny por la ladera tras Karin, mientras hablaba. Corrí tras ellos.

—D ice que ya es bastante malo que la abandonaras —dijo Kyle al llegar al árbol—.D ice que no puedes… —Miró al pájaro—. Ella puede hacer lo que quiera. —Le mostró lalengua.

—Mi gente —dijo Karin como probando la palabra en su lengua—. Tu gente. —Memiró—. Fueron Kaylen y Tara los primeros que dijeron que separar a nuestra gente teníapoco sentido. Fue Kaylen el primero que utilizó su nombre abiertamente entre loshumanos, aunque ellos no entendieron el regalo que él les ofrecía, e insistieron enacortarlo. Yo no lo entendí, no hasta después de la Guerra, no hasta que los humanosnacieron con magia. —S e sacó mis guantes para acariciar la vid envuelta alrededor de su

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muñeca. Una hoja se curvó en torno a su dedo—. No debería haberse requerido magiapara hacerme entender. Aun así, el nombre de mi madre está atado a juramentos que nopuedo dejar a un lado a la ligera.

Prometió no decirlo, pensé. —No puedes decir su nombre, incluso si quieres. —Mivoz fue llana. Íbamos a tener que entrar a su trampa después de todo.

—Oh, puedo decirlo. Los juramentos que hice no son tan simples como eso. Puedodecirlo, pero si lo hago, corto los lazos entre mi gente y yo. —Karin suspiró, y la hoja sedesenrolló—. En verdad corté esos lazos cuando entré a un pueblo humano y permití quemi vida se enredara con la de su gente. Sé porque me pides esto, Liza, y no está malconsiderado. S in embargo, no intentaré esto hasta que no queden otras opciones. Hayotras formas de invocar. —Karin bajó su mochila y levantó la cabeza—. ¡Madre! Si puedesoírme, ven a mí. Hablemos.

Una brisa se extendió por el bosque. La D ama salió de entre los árboles invernalesdebajo de nosotros, silenciosa, hermosa en la creciente luz de luna. I ncluso sin glamur,una parte de mi quería inclinarse a sus pies. Agarré la mano libre de Kyle, pero él seapartó. J ohnny siseó bajito, el primer sonido que había escuchado de la sombra, y seacercó más al lado de su hermano.

La D ama ascendió la ladera, traía en las manos dos copas esbeltas llenas de unlíquido oscuro. S u cabello estaba una vez más sujetado en su red de luciérnagas, y sumirada recayó por completo en Karin, como si el resto de nosotros fuésemos indignos desu atención. ¿Dónde está Matthew?

La D ama nos dio la espalda a Kyle y a mí al ofrecerle una copa a Karin. —Entonces,Hija, has vuelto por el vino que prometí. Y yo he vuelto para escuchar cómo mi hija llegóa enseñar a humanos. Tanto ha cambiado, en los cortos años desde la Guerra.

S i pudiese enterrar mi cuchillo entre los hombros de la D ama antes de que segirase… extendí el brazo hasta el cuchillo.

—Yo no intentaría eso, Liza… —La D ama no me miró—. D eja caer tu mano ahora, oel hablante de animales estará bajo mi control y sacándose los ojos antes de que puedasdesenvainar el hierro.

S olté la empuñadura del cuchillo. Kyle bordeó por detrás el árbol de quia, conJohnny a su lado.

Karin levantó la copa, pero no bebió. —Sin duda mucho ha cambiado. En verdad,Madre, no esperaba encontrarte pasando el tiempo jugando con humanos.

La D ama se encogió de hombros, un gesto elocuente. —Todos debemos tenernuestros entretenimientos. —Su mirada pasó hacia Elin en la rama de quia—. ¿Y qué hayde ti, Nieta? ¿Me has traído lo que pedí? ¿O ya me decepcionaste de nuevo?

El halcón hizo un sonido apenado. La D ama extendió el brazo, y Elin saltó

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obedientemente desde la rama hacia ella. Pero estaba temblando, ambas alas retraídascontra su cuerpo.

Los dedos de la D ama tocaron sus plumas. —D espués hablaremos sobre tusfracasos. —Puso el halcón de regreso en la rama y se giró hacia mí. Retrocedí en unagazapamiento defensivo—. Creo, Hija, que tu estudiante tiene algo que es mío.

Karin dio un rodeo para ponerse entre nosotras. La Dama sonrió y sorbió su vino. —Y entonces tú juegas tus propios juegos con humanos, ¿no?

Los ojos de Karin no dejaron a su madre. —Nunca he jugado a nada.

La D ama rió. —Ah, sí. Como recuerdo, eso nos provocó a ambas una gran cantidadde problemas en la corte. Pero no te pido que juegues hoy. Sólo te pido que me devuelvasla hoja, como es mi derecho.

D etrás del árbol de quia, Kyle cantaba suavemente. Unas hierbas moribundascrujieron en los pies de Karin. —No creo que lo sea —dijo—. ¿O no has escuchado quetambién Kaylen vive aún?

La sonrisa de la D ama fue fría como la luz de las estrellas. —Que no ha regresado alpolvo del cual todos nos elevamos es bastante claro, si no la hoja se habría desmoronadoen ese mismo polvo. Que hace mucho tiempo desde que rompió cada lazo que lo atabacon el Reino también es claro, y cualquier existencia que permanezca más allá de esodifícilmente importa. Él eligió a una humana por encima de su gente y su tierra, y elprecio pagado por la S ublevación resultante fue grande. Eso es lo que ocurre cuando unocesa de jugar juegos.

Caleb había salvado la vida de Mamá. Aún salvaba vidas en su pueblo; pero eranvidas humanas, y sin duda estaban por debajo de la atención de la Dama.

Ella trazó su dedo a lo largo del borde de su copa medio vacía. —Esperaría, Hija,que los lazos de amor y lealtad fueran suficientes para que hicieras esto. I ncluso así, teofrezco esto: ordena a tu estudiante darme la hoja, y seguiré mi camino y te dejaré estepueblo humano para que juegues a voluntad.

Mi mano fue a mi pecho. —No. —El pueblo de Caleb también lo necesitaba, y si lavida de Caleb estaba verdaderamente vinculada a la hoja… no podía comprar las vidas demi pueblo a tal precio, incluso si la primavera llegaba y era capaz de llamarlos desde susárboles. No podía salvar este pueblo sólo para darle la libertad a la D ama de destruir ensu lugar otros pueblos.

Los dedos de la D ama se apretaron en torno al vaso. —Tu estudiante habla fuera deturno.

Karin sonrió sombríamente. —Mi estudiante sencillamente dice lo que tengo en mimente. No intercambiaremos una vida por otra.

—Kaylen intercambió las vidas de toda nuestra gente. Y así el verano termina y el

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eterno invierno se apodera tanto del Reino como del mundo humano. No hay hablantede plantas lo bastante fuerte para detener esta muerte, al igual que no hubo hablante defuego que pudiese controlar las llamas que los humanos enviaron, ni ningún sanador quedetuviera el veneno que tiñó el aire y la tierra cuando las llamas los quemaron. Losmundos se desmoronan, Hija, y aun así la justicia estará hecha antes de que el juegotermine. Entrégame la hoja, y deja que Kaylen y su juguete humano paguen por suinsensatez al fin.

—Ni un montón de justicia traerá de regreso a los muertos —dijo Karin. Una brisaagitó las ramas de quia—. Te ofrezco esto en su lugar: deja en paz a los pocos puebloshumanos supervivientes, y llévame en su lugar. —Se dejó caer sobre ambas rodillas yvació la copa ante los pies de su madre—. Castígame por los errores de Kaylen si lodeseas, o exige que regrese a Faerie a tu lado… lo que sea que me ordenes, se hará. —Ellíquido oscuro se absorbió en el suelo mientras ella extendía las manos. No dejes que laDama te toque.

—No. —Me moví al lado de Karin, queriendo decir que yo tampoco le permitiríaintercambiar su vida por otra… pero no pude decirlo. Karin no estaba ofreciéndose a laD ama para salvar una sola vida o un solo pueblo, sino para salvar a todo mi mundo. Yoharía lo mismo en su lugar, y lo haría de buena gana.

—Me decepcionas, Hija. —La D ama vació su copa, la posó en el lodo, y caminó másallá de Karin, como si su oferta fuera trivial—. No importa. La justicia puede tomarmuchas formas. —Hizo un gesto hacia el bosque.

Mamá salió de entre los árboles. Me congelé. Su abrigo estaba abierto, y la pierna desus pantalones estaba desgarrada, como por dientes de lobo, pero por lo demás se veíailesa. S ostenía algo en la mano… el cuchillo de mi padre. Ma hew apareció a la vista unpaso detrás de ella, sus ojos grises de lobo tan opacos como los esqueletos de los árbolesinvernales a nuestro alrededor.

D eseaba correr hacia ellos, pero no lo hice. Había más de un tipo de trampa. Ambosseguían vivos. Me aferré a eso mientras me tensaba, esperando una oportunidad paraactuar. Karin se puso de pie a mi lado.

—Tara, mascota, ven aquí. —Mamá obedientemente subió la ladera hasta pararsejunto a la D ama, y Ma hew se situó tras ella. La D ama extendió el brazo. Mamá lo tomo,confiada como niña—. Tu madre y yo hemos tenido una charla muy interesante, Liza.

Hielo me bajó por la espalda. Mamá estaba bajo el glamur de la D ama tanto comoMa hew… el glamur al que nunca había dejado de temer. La D ama susurró en su oído, yMamá probó el cuchillo contra su mano, sin sacarse sangre. Sus ojos estaban rojos, comosi hubiese estado llorando, pero ahora no estaba llorando. Agitó el cuchillo a través delaire mientras caminaba hacia mí.

La mano de Karin se extendió para apretar la mía… una advertencia.

Me solté para dar un paso al frente. —Mamá.

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—¿Liza? —la voz de Mamá era vaga, como si hablase a través de capas de lana.

—Tara, querida, recuerda lo que discutimos.

Los ojos de Mamá se enfocaron, como si estuviera viéndome por primera vez. Conun brazo me atrajo en un abrazo… un abrazo de niño, buscando consuelo, en vez dedarlo. —Te he extrañado, Lizzy.

Me alejé para coger el cuchillo. Mamá sonrió, una sonrisa reservada que me recordóa Kyle. Retrocedió, como para darme el cuchillo.

Entonces saltó detrás de mí, me acercó y presionó la hoja de acero contra migarganta.

Capítulo 15

Traducido por Princesa de la Luna

No me moví. Apenas me atreví a respirar. —¿Mamá? —Estiré la mano hacia la quesostenía el cuchillo, y presionó el filo contra mi garganta, abriendo la piel.

—Tara —susurré—. Aléjate.

Mamá retiró el cuchillo. La oí dar un paso atrás, y luego un segundo y un tercero. Micuello punzaba en donde la hoja había estado.

Hubo un movimiento borroso… Me volví para ver a Karin derribar el cuchillo de lamano de Mamá y barrerle los pies para que cayera. ¿Cómo se había movido tan rápido?Mamá cayó en el barro. S aqué mi propio cuchillo y me abalancé hacia la D ama. Ella dioun paso alejándose de mi cuchillo, hacia Karin. Tropecé y di la vuelta.

—Creo que fue un desafío directo a mi magia y mi poder. —La voz de la D ama erasuave como la seda, fuerte como el acero. S onreía mientras sus dedos se cerrabanalrededor de la muñeca de Karin—. Y así renunciaste a las protecciones de parentesco yrango.

Karin se zafó de su agarre… demasiado tarde. Comenzó a cambiar, los brazos seextendieron en ramas, y los pies se clavaron en la tierra como raíces.

—¡Karin! —No podía dejar que el invierno se la llevara también—. ¡Karinna, venaquí!— Mi magia la alcanzó sin efecto alguno, y sentí que la magia de la D ama sesobreponía sobre su hija, consumiéndola como el fuego consume la leña.

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—Reniego de ti, Arianna. —La corteza fluyó sobre el pecho y el cuello de Karin,atravesando su cabello—. Reniego de ti, y de tus juegos, y de hasta la última influenciaque ejerces sobre mí. —Las últimas palabras como un jadeo mientras sus ojos y bocadesaparecían dentro de la corteza gruesa de un roble invernal. Una chispa de vida seestiró hacia mí desde el interior del árbol, luego se retiró bruscamente.

—Muy bien. —La Dama miró la luna plateada—. Mal jugado, Karinna.

Me lancé hacia la D ama de nuevo. Una vez más dio un paso atrás, tan rápidamenteque no estuve segura cómo no la había alcanzado. Ma hew gruñó y se movió a su lado.Mamá agarró el cuchillo con la mano izquierda, se levantó, y se tambaleó hacia mí. S umano derecha colgaba flácida a un lado, Karin le había hecho algo cuando derribó elcuchillo.

Elin revoloteó del árbol de quia a una de las ramas del roble. Mamá y yo giramos encírculos, ambas intentando alcanzar una zona más alta; mientras que Kyle cantaba detrásdel árbol de quia, como ignorante de cualquiera de nosotros. No podía dejar que Mamágolpeara con el cuchillo, pero tampoco podía hacerle daño.

Podía hacer lo que tuviera que hacer, para detener a la D ama—Arianna—. Elconocimiento se asentó, frío y fuerte, en mi interior. Karin no podía ayudar ahora, perome había dejado un arma. D ependía de mí usarla. No podía dejar que la D amadestruyera más pueblos humanos.

Enfundé mi cuchillo con la mano derecha. Mientras Mamá seguía el movimientocon los ojos, la sujeté por la muñeca izquierda, doblándosela hacia abajo y afuera. S ipodía quitarle el cuchillo a Mamá, todavía tendría la oportunidad de protegerla.

Forcejeó conmigo. —Necesito el cuchillo.

—¿Por qué lo necesitas, Mamá?

—Para sacarte el corazón. —Hablaba como si se tratara de lo más razonable delmundo. Una sonrisa torció los labios de la D ama mientras acariciaba el pelaje deMatthew.

D esdoblé los dedos de Mamá alrededor de la empuñadura. El cuchillo repiqueteócontra una roca, y lo levanté antes que Mamá. —¡Arianna! ¡Vete!

La D ama dio un solo paso atrás y Ma hew gruñó y saltó sobre mí, empujándomehacia el barro. El cuchillo de Mamá voló de mi mano. S entí el cálido aliento del lobo en lacara mientras sus dientes se posaban en mi garganta.

Nos giré, para que él quedara debajo de mí. —¡Matthew! —Lo miré directamentemientras trataba de llamar al chico desde el lobo—. ¡Matthew!

S e volvió y hundió los dientes a través de mi abrigo. El dolor atravesó mi hombroizquierdo. Mi agarre sobre él se aflojó, y el lobo se retorció para quitarse de abajo de mí.Me puse en pie de un salto, y retrocedí mientras sacaba mi cuchillo de su funda. —¡Vete,

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Matthew! ¡Vete!

Gruñó y se dirigió hacia mí. Miré sus ojos grises y allí no vi a nadie que conociera.

—Matthew. —Mi garganta estaba seca. Él había sabido su nombre en Clayburn.

Ahora no lo sabía. Retrocedí colina arriba, agarrando mi cuchillo, preparándomepara utilizarlo si saltaba de nuevo. Mi hombro palpitaba, pero no podía dejar que medistrajese.

—¡Vete, estúpido lobo! —Kyle salió desde atrás del árbol de quia, con los puños enalto.

Ma hew gimoteó al detenerse. —¡Vete, vete, vete! —Kyle no utilizó su nombre, notenía que hacerlo. Ma hew se volvió y huyó al bosque. Mamá recuperó el cuchillo dePadre con su mano buena. Agarré mi propio cuchillo con fuerza. La D ama nos miraba atodos, silenciosa y con el ceño fruncido, las luciérnagas brillaban en su cabello.

Las lágrimas caían por las mejillas de Kyle. —Matthew nunca es malvado.

No había tiempo para ofrecer consuelo… o recibirlo. —¡Vete de aquí, Kyle.

Kyle negó con la cabeza. —Te ayudo. —Corrió hacia la D ama, cogió algo del bolsilloy lo tiró hacia ella. Hormigas… Olí la tela chamuscada un instante antes de que las vieratrepando por la falda de su vestido. No eran hormigas carpinteras, sino hormigas rojasde fuego, que brillaban con el calor que poseían. Kyle corrió de vuelta al árbol de quia.

La D ama se sacudió el vestido como si las hormigas fueran una molestia pasajera,aunque olí piel quemada. —Kyle —dijo. Él se congeló a poca distancia del árbol—. Venaquí, Kyle, y te diré lo mucho que desprecio a los hablantes de animales.

—Está bien. —La voz de Kyle sonó muy bajita. S e dio la vuelta y empezó a caminarhacia ella.

Algo golpeó el hombro de la D ama. Una sombra. Ella se sobresaltó y se volvió, perola sombra desapareció en la tierra cuando estiró la mano para cogerla.

J ohnny. Estúpido y silencioso J ohnny. Ni siquiera la D ama podía verle venir. Agarréa Kyle con el brazo libre. Mi hombro gritó de dolor. Los ojos de Kyle se enfocaron en mí.—¿Liza? —sonaba vacilante.

Quería darle a Kyle la hoja de nuevo… pero no tendría ninguna oportunidad contrala Dama si lo hacía. —Kyle, tienes que huir ahora. Tienes que esconderte.

—Ayudo a Johnny ahora. —Kyle luchó contra mi agarre—. Corro después.

—Kyle. —Puse la mano firmemente en su hombro—. Huye, escóndete. No vuelvashasta que la Dama se haya ido. ¡Corre!

—No quiero... —Kyle me lanzó una mirada traicionada. Luego se liberó y corrió,

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pasando junto al quia y el roble con Elin acurrucada en la rama. S us pies golpeteabanmientras desaparecía por el otro lado de la colina.

Me volví hacia la D ama, con el cuchillo todavía en la mano. J ohnny se había ido…esperaba que hubiera seguido a Kyle. Esperaba que pudiera protegerlo, porque yo nopodía, ya no.

La D ama se sacudió la falda humeante, y docenas de pequeñas polillas grisesvolaron de donde las hormigas habían estado. Mamá se movió a su lado, también con elcuchillo en la mano.

—¡Arianna! ¡Vete! —Puse todo el poder que pude en esas palabras. La D ama se echóa reír, como si yo fuera una tonta por imaginar que mi magia podía tocarla, pero denuevo dio un paso atrás. S entí el hilo de mi magia entre nosotras. ¿Era ese hilo losuficientemente fuerte para enviarla más lejos, tan lejos que nunca respirara de nuevo?Me había restringido con Padre, con Elin. Había estado bien restringirme con ellos…pero ahora no me atrevería a parar. Respiré, sabiendo que no actuaba por ira, sólo pornecesidad—. Vete, Arianna. Vete, vete, vete.

D io un paso atrás, un segundo y un tercero… luego se detuvo. No parecía a puntode morir. Más difícil de herir y más difícil de curar. El pueblo de las hadas era más difícil dematar que los humanos.

—Estoy segura que encuentras esto muy entretenido —dijo la D ama con voz helada—, pero el juego está a punto de volverse más interesante. Empiezo a encontrartetediosa, Liza, y por eso te ofrezco dos opciones: o bien dejas que Tara te saque el corazón,como le he ordenado, o le ordenaré que se clavé el cuchillo ella misma. Te dejaré elegir.

—Vete, Arianna —mi voz sonó pequeña y tensa. El hombro me dolía mucho.

La D ama dio otro paso atrás. —Haz eso otra vez y decidiré por ti… y tu madremorirá más lentamente por tu desobediencia. ¿No crees, Tara, que mereces una muertelenta por poner a los humanos en nuestra contra?

Mamá volvió su mirada turbia a Arianna. Ella asintió y agarró el cuchillo con másfuerza.

—Así que ya ves —dijo la D ama—. Tu madre ansía la muerte, y estoy dispuesta adársela. Y aun así te ofrezco una opción. Aun así te permito jugar a este juego. ¿Quédices?

Yo no sabía jugar. S ólo sabía que esto era mortalmente serio, y que la D ama tomaríala vida de ambas si podía. Calculé la distancia entre Mamá y yo. S i de alguna manerapudiera dejar inconsciente a Mamá, ya no sería capaz de llevar a cabo las órdenes de laD ama. La D ama siguió mi mirada y levantó una ceja, y supe que iba a detenerme antesde que pudiera llegar… y que mi hombro lesionado me ralentizaría. No podía llegar a laDama con mi cuchillo ni con mi magia. No tenía más armas.

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No podía dejar que matara a Mamá de la forma en que había matado a J ohnny. S itodo se reducía a eso, sabía que dejaría que Mamá tomara mi vida… y ¿entonces qué?¿Qué pasaría cuando Mamá se despertara de la pesadilla y viera lo que había hecho?

Antes de eso, la D ama tendría la hoja que yo portaba y, con ella, la vida de Caleb.S in duda también encontraría el pueblo de Caleb y Karin, y después otros pueblos que yono conocía. No podía dejar que eso sucediera. D espués de todo necesitaba jugar estejuego.

Pensé en la oferta que la D ama había hecho a Karin. No quería intercambiar la vidade nadie… no estaba segura de que tuviese opción.

—Tu decisión, Liza.

Enfundé mi cuchillo. —Renunciaré a la hoja que porto, si me das tu palabra de quedejarás en paz a los pueblos humanos que queden en este mundo.

La D ama levantó la cabeza. Una brisa sopló, y las luciérnagas de su cabelloresplandecieron con más intensidad. —Eres una niña interesante. S in embargo, pidesdemasiado por la vida de Kaylen. Dejaré este pueblo en paz, nada más.

La gente de mi pueblo podía morir si la primavera no llegaba, y Karin no se habíalimitado a salvar a mi pueblo. Luché por no apartar la mirada de los ojos brillantes de laDama. ¿Quién era yo para negociar con semejante poder?

Era la única que quedaba para hacerlo. Aparté mis pensamientos del dolor delhombro y me centré en elegir mis palabras. —D ejarás en paz a todos los puebloshumanos, o me quedaré la hoja.

Arianna aplastó su copa de vino en el barro con la bota. —Pones a prueba mipaciencia, Liza. No dañaré a ningún humano que permanezca dentro de los pueblossupervivientes de este mundo. Renunciarás a la hoja y nunca tratarás de poseerla denuevo. ¿Estamos de acuerdo?

Miré a mi madre. Me dirigió una sonrisa brillante y vacía, mientras giraba elcuchillo en la mano. Me había abandonado, había elegido a otros por encima de mí…pero no había deseado elegir, igual que Karin, igual que yo. Ella sólo era una humana,sólo era mi madre. El pensamiento me llenó de un extraño dolor.

S aqué mi cuchillo y lo arrojé hacia las zarzas. —Estamos de acuerdo. —Lo que seaque sucediera a continuación, los pueblos humanos estarían a salvo. Rebusqué entre miabrigo y el suéter para agarrar la cadena de plata.

—Has dado tu palabra. —La voz de la D ama era aterciopelada. Me tendió una manopálida.

Las estrellas brillaban, frías y distantes, encima de mí. Protegería a los que pudiera.Haría exactamente lo que había prometido y renunciaría a la hoja que portaba. En un solomovimiento me quité la cadena alrededor del cuello y la puse sobre la cabeza de mi

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madre.

—Mamá —le dije, con voz firme, segura ahora de lo que tenía que hacer—.Despierta.

Capítulo 16

Traducido por Princesa de la Luna

Mamá me acercó y, en ese abrazo, supe que era mi madre una vez más. Luché contra eldeseo de permanecer allí, de pensar que ella podría protegerme.

S abía que no. Me solté y corrí, segura de lo que debería ocurrir a continuación.Había cumplido con mi palabra… pero eso no me salvaría. Mi única esperanza era que laDama también estuviera atada a mantener su palabra, a dejar a mi gente en paz.

—¡Liza! —No había suavidad en la voz de la D ama. Caí de rodillas ante su poder.Estuvo delante de mí en un instante, levantándome la barbilla, obligándome a mirar susojos brillantes. El miedo me recorrió la piel. Ese miedo ya estaba desapareciendo, sabíaque haría cualquier cosa que la Dama me pidiera.

Mamá dio un rodeo detrás de ella, sosteniendo el cuchillo. La D ama levantó unamano, sin girarse. —Un paso más, Tara, y le pediré a tu hija que se arranque los ojos. ¿Tegustaría eso, Liza?

—Sí. —Moví los dedos hacia mi cara. Me preguntaba cómo sería sentir mis uñasperforando la carne suave. ¿Mi sangre complacería a la Dama?

¿La sangre de J ohnny la había complacido? S entí una oleada de miedo ante elpensamiento, pero era algo lejano, distante como el dolor en el hombro.

Mamá se quedó muy quieta. —Es a mí a quien quieres, deja a Liza en paz. Ella no esparte de esto. —Vi miedo en sus ojos, e ira, y no comprendí ninguno de los dos.

—Oh, pero sí lo es. En el momento que sedujiste a mi hijo para que retirara suglamur de ti y traicionara a su gente, tú y todo lo tuyo se volvió de mi interés. —Arianname cogió por las manos y me levantó—. Eres una chica astuta, ¿verdad, Liza? —Fruncí elceño, sin saber si ser astuta era bueno o no, cuando la D ama continuó—: S in embargo, yotambién puedo ser astuta. Noto que ni tú ni tu madre se encuentran dentro de lasfronteras de tu pueblo, por lo que mis promesas no se aplican a ustedes. Todos loshumanos abandonan sus pueblos, por un propósito u otro. —Levantó la vista hacia larama de roble desde la que Elin nos miraba, completamente en silencio—. Y mi nieta noha hecho ninguna promesa. S erá poca cosa para nosotros destruir a tu gente. Los

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términos de tu intercambio no están tan bien pensados como creíste.

S us palabras debieron preocuparme, pero no lo hicieron. Aunque Mamá parecía apunto de llorar. Yo siempre había odiado verla llorar. —Está bien. —Me apoyé contra laDama—. No hay nada que temer. —Ya no.

La mirada que cruzó el rostro de Mamá era terrible. —Y pensar que yo quería llevara nuestros niños de vuelta a tu mundo cuando adquirieron su magia —dijo—. Pensé queestarían más seguros en tu mundo que en el mío. Pensé que seguramente habíasperecido en la Guerra, y me imaginé que sin ti, podría encontrar maestros allí.

Arianna me acarició el cabello. —Creo que será mejor que me des el cuchillo, Tara.

Mamá dio un paso atrás. —No, a menos que me des tu palabra de que no se loentregarás a Liza.

Arianna se rió de eso, rió y rió. Yo no estaba segura de qué era tan gracioso, pero mereí también. —No necesito tu débil arma humana para herir a Liza. —Me sonrió—. ¿Enqué debería convertirte, niña? Un lobo, tal vez, para reemplazar el que me quitaron. O ungato. Me vendría bien un buen gato cazador, y Tara me contó que eres buena cazadora.

—Un gato —estuve de acuerdo. Yo tuve un gato una vez ¿no? Me gustaban losgatos.

El sol tocó el horizonte, y la luz dorada me dio en los ojos. La D ama sujetó mihombro, lastimándome… no me importó. Nunca le había temido al dolor.

Mamá apretó su cuchillo. —Seguramente no hay necesidad de…

Mi piel se fundió bajo el agarre de la D ama. Algo prendió fuego dentro de mishuesos…. Y grité mientras se derretían, como el hierro en la fragua de Jayce, fundiéndoseen el molde al que la D ama los sometía. Caí a cuatro patas, y mi grito se convirtió en elgruñido de un gato. No un gato pequeño, como los gatos que había conocido. Un gato decaza, más grande que un lobo. Caminé, agitando la cola, con la fuerza atravesándome. Lanoche a mi alrededor parecía más nítida que antes, la luna más brillante.

Flexioné las garras. Necesitaba afilarlas. La D ama retiró la mano. Gruñendo, caminéhacia un roble alto, y froté las garras contra el árbol. Mi hombro gritó en protesta. Unasombra en el interior de la madera se estremeció. Un halcón gritó y se lanzó hacia mí,pero el ala de la criatura falló, y cayó al suelo.

La D ama suspiró, se agachó y rozó los dedos sobre las plumas del halcón. Una luzplateada apareció sobre el ave, y luego estuvo Elin acurrucada, desnuda, en el suelo, conun brazo apretado contra su pecho. Arianna puso la mano sobre mi lomo y me separó deltronco del roble. —No hay necesidad de que castigues a Karinna, mi gato. Morirá comoárbol, como deben hacerlo todos los árboles en esta tierra moribunda, y no será sin dolor.

Elin miró a la D ama, con los ojos abiertos. Arianna extendió la mano y acarició mipelaje. Ronroneé ante el toque de la D ama. El poder corría por debajo de mi piel, pero lo

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contuve… podía contenerlo por ella. En este poderoso cuerpo no tenía miedo.

Mamá estaba a sólo unos pasos de distancia, aferrada a su cuchillo. —Liza. D amealguna señal de que sigues allí.

Por supuesto que todavía estaba aquí. Ahora era mejor, más fuerte… seguramenteMamá podía verlo. Abrí mis mandíbulas en una dentuda sonrisa gatuna.

Elin se puso en pie con esfuerzo y tomó la mano de su abuela. El viento meció sufino cabello sobre su piel desnuda.

La Dama sonrió. —Mata a Tara, Liza. —Su susurro me erizó mi piel—. Mátala ahora,mi gato poderoso.

S alté, liberando los músculos tensos, y derribé a Mamá de espaldas. El cuchillo cayóde su mano. S entí dolor a través de mi hombro, cuando algo se desgarró por dentro, peroeso no importaba. Sólo importaba hacer lo que la Dama exigía.

—Liza. Tú eres Liza. —La voz de Mamá era ronca mientras fijaba su mirada en mí,como si estuviera tratando de llamarme fuera del gato, del mismo modo que una vez yohabía llamado a un chico desde un lobo, y a una chica desde un pájaro. Pero mi madre noera invocadora. Yo permanecería como gato, llena del poder de un gato. Gruñí y meabalancé sobre su garganta. I nterpuso el brazo, y mis dientes se clavaron a través de lamanga de la chaqueta, perforando la carne. El sabor de su sangre se mezcló con el sabordel nailon.

Algo se agitó en mi interior en ese momento. Retrocedí, mi memoria salía a lasuperficie. No hacer daño. Yo era Liza, y Liza hablaba… palabras humanas. Algo en esaspalabras era importante. Eran una promesa; eso era. Yo no podía romper mis promesas.S in embargo, esto no se sentía como hacer daño, esta muestra de fuerza, este sangrar. S esentía como si estuviera hecha para esto.

El otro brazo de Mamá se estrelló contra mí, echándome a un lado con fuerzasorprendente. S e puso de pie de un salto y echó a correr. Ella había huido de mí antes,recordaba eso. La D ama soltó la mano de Elin para dar un paso hacia mí… y cayó, unmovimiento remarcadamente poco grácil. S u vestido se le había enredado alrededor delas piernas, y el tejido le unía los brazos a los costados. Labor de tejedor. Arianna luchó porponerse en pie. —¡Mata a Tara, mi gato! ¡Mátala!

Las palabras dolieron al clavarse a través de mi piel. Giré y corrí detrás de Mamá.Que yo era Liza, que había hecho promesas… ambas cosas eran menos importantes queel que yo fuera el gato de la Dama y necesitara complacerla.

Mamá dio la vuelta alrededor de un tronco y volvió corriendo hacia mí. Me pasé,incapaz de frenar lo suficientemente rápido. A la luz de la luna vi el destello del acero enla mano de Mamá una vez más. S altó hacia la D ama, en su vestido enredado, y Ariannacayó al suelo debajo de ella. Elin presionó la mano contra el hombro de la D ama,manteniéndola abajo; sus ojos se anegaron mientras la tela del vestido de su abuela se

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apretaba más a su alrededor.

Estaban lastimando a la D ama. ¿Por qué la estaban lastimando? S alté a la espaldade Mamá.

La mano de Arianna desgarró una manga para sujetar mi pata. —Tú y tu madresufrirán más —siseó.

Sentí mi piel y huesos quemar, derretirse, transformarse. Me convertí de un gato a unperro salvaje, mientras la magia de la D ama se vertía a través de mí, de un perro a unáguila, de un águila a una serpiente reptante. Rugí y aullé, grité y siseé, cambiaba más ymás rápido. Mamá salió debajo de mí. Luché por acercarme más a Arianna y al dolor queella mandaba. Mamá trató de apartarme, pero me revolví en su contra. Por un instante fuihumana una vez más, arrodillada desnuda en el barro y aferrándome a la mano de laD ama mientras el viento helado me arañaba la piel, y entonces cambié una vez más,cambiando lentamente a piedra inamovible. Los ojos de la D ama se encontraron con losmíos, y vi un invierno interminable y el conocimiento de que la primavera no era más queuna historia. —Todas las cosas deben terminar —susurró, y se quedó quieta.

El glamur se deslizó lejos de mí, y de repente mis pensamientos fueron míos.Estaba sola… sola y era humana y muy pequeña; mi mano agarraba la de la D ama.Miraba fijamente al cielo, con su vestido envuelto a su alrededor, atando sus piernas yconstriñendo su garganta. El cuchillo de Mamá estaba hundido en su corazón.

No respiraba. La magia que había vertido en mí era la última que tenía.

—Lo siento —le susurró Elin, arrodillada junto a nosotras—, pero no debiste hacerdaño a mi madre.

—Ni a mi hija. —La voz de Mamá era sombría. Tenía el rostro manchado de fango, ysu brazo sangraba profusamente a través de la manga.

El horror me llenó ante lo que casi había hecho. I ntenté alejarme de la D ama, peromi mano izquierda estaba extraña y pesada en su mano. Miré nuestras manosentrelazadas.

Más allá de la muñeca mi mano era piedra gris, y los dedos de la D ama estabanenvueltos alrededor. Mamá se acuclilló a mi lado y desenganchó los dedos muertos de losmíos, uno por uno.

Me llevé la mano delante de la cara. Mis dedos de piedra estaban medio curvados enun puño. La tirilla de cuero de Ma hew estaba envuelta alrededor de mi brazo un pocomás allá del lugar donde la piedra daba paso a la piel. Mi estómago se revolvió, y tuveque apartar la mirada. Mi mano cayó a mi lado, y su peso provocó más dolor en mihombro.

Miré hacia donde yacía la D ama. S us ojos estaban apagados como el acerodeslustrado, y casi pude ver el gris de los huesos bajo su piel pálida. Mientras observaba,el brillo de su cabello se opacó.

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—¿Liza? —Había una interrogación en la voz de Mamá.

No podía mirarla. Me tambaleé para ponerme de pie y me di la vuelta, avergonzada.El barro frío hería mis pies desnudos y el aire frío mi piel desnuda.

Mamá envolvió sus brazos a mi alrededor desde atrás. —No te atrevas a sacrificartepara salvarme, Liza, nunca más. Basta ya de eso. Termina aquí. —Su voz era cruda.

Yo no la había salvado, casi la había matado. Podría haberle arrancado la gargantasin pensarlo dos veces. Temblé como una hoja en el viento. Tenía mucho, mucho frío.

Elin tocó el vestido de la Dama, y las fibras volaron lejos de Arianna para envolversealrededor de la piel desnuda de Elin. La lana marrón revistió su pecho y las piernas,dejando a la tejedora con un vestido sin mangas y a la D ama con un sudario tan delgadocomo la gasa de Antes. Elin se acercó lentamente al roble—a Karin—y puso una manosobre la corteza rugosa. Su otro brazo colgaba a un costado, con moretones y costras.

Estaba llorando. Las ropas de Karin estaban esparcidas alrededor de la base delárbol, y las alas de la mariposa plateada temblaban entre ellas. En el barro y la hojarascaentre el roble y la quia, vi las huellas de Kyle que desaparecían del otro lado de la colina,y también las huellas del lobo Ma hew. Recordé la mirada muerta en los ojos deMatthew. Tenía que encontrarlo.

Mis pantalones, el suéter y la ropa interior de lana yacían en el suelo. Traté devestirme para protegerme del frío, pero no pude hacerlo con mi mano muerta y elhombro herido. Mamá me ayudó. Evité sus ojos mientras utilizaba la mano izquierdapara pasarme la camiseta y el suéter por encima de la cabeza y extendía la ropa interior ylos pantalones para que me los pusiera. S u muñeca derecha colgaba de forma errónea…seguramente estaba rota; y por encima, el brazo mordido todavía estaba sangrando.

—D eberías haber corrido. —Me las arreglé para ponerme las botas—. D eberíashaber corrido y mantenido la hoja a salvo. —Haberte mantenido a salvo.

—D eberías haber sabido mejor qué esperar de mí. —Mamá me tendió mi abrigo. D iun paso atrás para ponérmelo.

Una mano se deslizó alrededor de mi garganta desde atrás. S entí un cuchillo en migarganta una vez más y el abrigo cayó de mi mano.

—Llámala de regreso, I nvocadora. —La voz de Elin tenía un borde salvaje—. Hazlopor voluntad propia o bajo el glamur, no importa. No pierdas más tiempo. Hazlo.

Mamá dio un paso hacia nosotras y Elin se puso rígida. Ella estaba asustada, me dicuenta, asustada de nosotras, pequeñas humanas sin glamur. S u voz se espesó en unadulzura almibarada. —Hazlo ahora, llama a mi madre de regreso.

—¡Alto! —dije mientras mis pensamientos permanecían míos—. Por supuesto quequiero llamar a Karin de regreso. Haría más que eso por ella.

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—¿Por qué lo harías? —exigió Elin, el glamur desapareció de sus palabras—. ¿Porqué una humana se preocuparía por mi gente?

—No conozco a tu gente, pero sí a tu madre. —Karin, con su bondad y suenseñanza. No sabía quién era la maga de plantas que había vivido Antes, sólo sabíaquién era ella ahora—. Te doy mi palabra, Elianna. Voy a hacer todo lo posible parasalvarla, pero no puedo hacer nada hasta que retires el cuchillo.

Elin se echó hacia atrás, cogiendo el cuchillo; uno de Karin, con una hoja de piedraoscura. —Te mataré si ella muere. No lo dudes.

La ignoré y me dirigí al roble. Unos profundos rasguños recorrían la corteza y lasavia fluía lentamente de ellos. Yo también había hecho eso. Me obligué a dejar a un ladoel pensamiento mientras suavizaba la mirada. Vi la sombra de Karin dentro del árbol, lacabeza entre las rodillas, las manos apretadas contra el suelo. Sentí la chispa de vida queera Karin, más débil y más fría ahora. Ella todavía estaba allí. Puse mi mano buena sobrela corteza áspera.

La sombra levantó la cabeza y la sacudió… no.

Morirá como árbol, como deben hacerlo todos los árboles en esta tierra moribunda, y no serásin dolor. Las palabras de la D ama, pero Karin había dicho lo mismo cuando encontramoscambiada a la gente del pueblo.

—¿Qué esperas? —exigió Elin. La mariposa estaba en su cabello una vez más, perolas alas habían cesado de batir al fin.

—Espero, porque me temo que llamarla la matará. —Un bucle de hiedra colgaba deuna de las ramas más bajas del roble. Las hojas ya eran marrones, sin Karin paramantenerlas despiertas. Una flotó hacia el suelo, y la sombra de Karin se encogió unpoco. Pensé en las hojas que había llamado desde la semilla durmiente de arce, lo rápidoque se habían marchitado y muerto. Pensé en la gente del pueblo en sus árboles, tambiénmuriendo por el invierno. El invierno mataría a todos al final, de una manera u otra.

Me volví hacia el árbol de quia. La sombra que se aferraba a él parecía más nítida,más clara que las sombras de Karin y las sombras de la gente del pueblo. Tambiéndormía más superficialmente que los otros árboles, como si tuviera sueños turbulentos.S entí el frío de la magia que se extendía entre nosotros una vez más. No me lo habíaimaginado… este árbol me conocía. Me recordaba.

Cuando puse la mano sobre la corteza lisa sentí algo más… la sensación de que lasombra de este árbol no terminaba en sus raíces, sino que llegaba mucho más profundo,buscando algún lugar más allá del mundo humano para recordar cómo crecer.

No sabía si había estado bien o mal plantar la semilla de quia y, al hacerlo, llamar alinvierno a este mundo. Sólo sabía que lo había hecho. —Esto es mi responsabilidad.

—Liza —dijo Mamá—. No todo es culpa tuya.

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—Lo sé. —La Guerra no fue culpa mía, ni ninguna de las demás cosas que Mamá,Caleb, y Karin habían hecho durante esta. Y tal vez la primavera aun así vendría por sísola, al igual que venía Antes, cuando los árboles encontraran antiguos senderos que migente decía que siempre habían seguido para despertarse.

Pero cada momento que esperaba, las posibilidades de que hubiera suficiente vidaen el árbol de Karin para llamarla, se hacían más débiles. Karin dijo que los árbolesmorían poco a poco, pero podía ver encogerse la sombra de su árbol. Ya no podía esperara la primavera.

—Tengo que llamarlo de regreso —dije.

Capítulo 17

Traducido por Princesa de la Luna

―Nadie puede detener el desmoronamiento de los mundos. —Había muchadesesperación en la voz de Elin. S e apretaba el brazo herido contra el pecho—. La abuelalo dijo, cuando llegamos a tu mundo y descubrimos que estaba tan muerto como elnuestro.

—La Dama no lo sabe todo —dijo Mamá.

—Ten cuidado, humana. —La desolación de Elin estaba teñida de desdén.

Mamá se echó a reír, un sonido salvaje. —Ya tuve suficiente de temerle a tu gente,Elianna. Nadie puede hacerme algo peor de lo que tu abuela ya ha hecho.

Mantuve mi mano apoyada en el árbol de quia. En la oscuridad, su sombra parecíamás real que la corteza y hojas.

—La primavera ha tardado en llegar en otras ocasiones —dijo Mamá.

¿Los otros árboles seguirían al de quia a la primavera, igual que lo habían seguido alinvierno? —No sé cuánto tiempo tienen los otros. ¿Me mantendrías a mí a salvo y losperderías a todos ellos?

Mamá no respondió a eso, no hacía falta. Bajé la mirada, avergonzada. ¿No era esolo que yo había deseado antes de que todo esto empezara? ¿Que se hubiera quedadoconmigo, me mantuviera a salvo a mí, en lugar de proteger a los demás?

—Haz lo que sea necesario. —Mamá se frotó el brazo que le había mordido—. No sétanto de magia como Karinna y Kaylen, pero vigilaré lo mejor que pueda.

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Tragué saliva. —Gracias, Mamá. —Mi respiración formó una voluta delante de mí.El suelo pronto se congelaría de nuevo.

Mamá miró a Elin. —Promete que no dañarás a mi hija si fracasa.

Elin se rió con amargura. —¿Por qué debería hacer alguna promesa a los humanos?

—Porque Liza no hará esto a menos que lo prometas.

Haría esto sin importar nada… pero no lo dije. No podía mentir, pero mi madre sípodía. —Promete —dije a Elin—, que no harás daño a mí o a Mamá o a nadie de mipueblo.

Elin caminó hasta el árbol de Karin y apoyó su cabeza contra él. —Hago esto por ti,no por ellos. No entiendo por qué te preocupas por estos humanos, nunca lo entenderé.Nunca entenderé por qué no me llevaste contigo cuando te marchaste para pelear. —S iKarin lo oyó, no dio señales. S us brazos de sombra se abrazaban contra sí, y su cabezavolvía a estar inclinada.

Elin se volvió hacia nosotros. Había estado llorando otra vez. —Tienes mi palabra.

La luna ya estaba más alta, pero todavía podía ver el brillo de las estrellas, como luza través de un viejo nailon. Froté el cuero alrededor de mi muñeca, sintiendo piedra ypiel a cada lado. Ma hew y Kyle estaban ahí afuera en la oscuridad. I ncluso ahora elegíaa quien salvar.

Regresé mi mano buena al tronco de quia, me estremecí cuando la piel tocó lasombra fría del árbol. Todo este largo invierno había estado fría. No estaba segura derecordar cómo se sentía la primavera, por no hablar de cómo llamarla.

Mi mano muerta me pesaba. Me concentré en la sombra de quia y la inquietud quedormía dentro del árbol. —Crece —le susurré—. ¡Busca aire, busca sol, busca vida!

La sombra de quia tiró de mí, urgiéndome al mismo sueño inquieto en el que éstedescansaba. Apreté los pies firmemente en el barro y sentí de nuevo la forma en que lasombra de quia se extendía más allá de sus raíces, profundamente en algún otro lugar…¿en Faerie? ¿El mundo de Karin recordaba el verdor que mi mundo había olvidado? LaD ama había dicho que nada crecía allí, pero tal vez quedaba un delgado hilo deprimavera. —¡Despierta! —llamé a las raíces de la sombra… a ese lugar más allá de lasraíces—. Crece. ¡Busca aire, busca sol, busca luz!

Llamé una y otra vez. No pude llamar a mi madre de regreso, ni a Ma hew, nosiempre. No pude llamar a J ohnny a la vida, o a los otros que había perdido, inclusoantes de este largo invierno. Pero podía hacer esto. Podía llamar a la primavera. —¡Crece!—Vi, en algún lugar más allá de la vista, la forma en que la sombra de quia se retorcía enuna cuerda oscura, extendida fuera de este mundo. Vi el delgado hilo verde queserpenteaba a través de la oscuridad, en respuesta a mi llamada. Llegué a ese hilo con mimagia, y tiré de él—. ¡Crece!

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Algo jaló en dirección contraria, algo gris y moribundo que también respondía a millamada y perseguía el verdor. Me aferré a ese hilo delgado, pero cuanto más lo hacía,más fuerte tiraba de mí el gris, urgiéndome a adentrarme en la tierra, más allá de latierra.

La luz se drenó del mundo que me rodeaba, la luna y las estrellas se decoloraron encarbones grises muertos. Esto no era Faerie. I ncluso el desolado Reino que la guerrahabía dejado atrás tenía más color y vida que esto.

S in embargo, había estado aquí antes. Había llamado a Caleb de vuelta desde estatierra muerta donde nada crecía. Creí haber escapado y haber traído de vuelta conmigotanto a él como a la semilla de quia.

Pensé en campos muertos y árboles desnudos, en hueso blanco y ceniza gris. Nadiepodía escapar de semejante lugar, no para siempre. Todas las cosas concluyen al final. Yoera humana, moriría. ¿Cómo pude imaginar que fuera de otra manera?

Traté de pensar en cosas verdes, en cosas vivas, pero el verde era sólo una palabra, yya no recordaba lo que significaba. El invierno y la muerte me jalaban. No podía lucharcontra su llamada silenciosa. Cerré los ojos y dejé que las ramas muertas se envolvieran ami alrededor. Ya no tenía frío. D espués de todo no era tan malo ver los mundosdesmoronarse.

—D eja eso, Liza. —La voz de un chico, desde algún lugar detrás de mí. Algo en esavoz me hizo enojar. Siempre me había hecho enojar.

—Vete. —No había poder en mis palabras, en mí.

—Buen intento. —Ahora el chico habló delante de mí—. Que mal que ya tuvesuficiente del acto de desaparición.

Lo conocía, pero no podía convocar el nombre. Me acurruqué entre las ramas, sinimportarme que las espinas se clavaran en mi piel.

—¿Y te quejas de que yo me escondo demasiado? En serio, Liza, ya es suficiente.Levántate.

—Quiero dormir. —Estaba caliente y a salvo. ¿Por qué no podía este chico sinnombre dejarme en paz como todos los demás? Vagamente recordé que él nunca mehabía dejado en paz cuando quería que lo hiciera.

—Está bien, vamos a tratarlo de esta manera. —¿ No se rendía nunca?—. Abre losojos.

—¿Te irás si abro los ojos?

El chico se echó a reír, aunque no podía imaginar qué era tan divertido. —Lo voy apensar —dijo.

—Bien —contesté. Me tomó un tiempo largo… mis párpados estaban tan pesados

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como si se hubieran convertido en piedra, e incluso una vez que logré abrirlos, tuve queesforzarme para enfocar al chico que estaba agachado delante de mí—. J ohnny. —Era tanincoloro, como todo lo demás en este lugar, pero él parecía real, no como una sombra.Eso no era correcto—. Estás muerto.

—Y tú no. Así que vas a levantarte, y vas a volver allá atrás.

Atraje las ramas más cerca. —No puedo.

J ohnny rodó los ojos. —¿Esta es Liza, que se adentró sola al bosque mortal y regresócon vida, que salvó a su madre, aunque no se suponía que tuviera magia? ¿Tienes idea delo harto que estoy de oír hablar de lo valiente que eres? Lo menos que puedes hacer escolmar las expectativas.

Yo no era valiente, y no había estado sola. Alguien había estado conmigo en eseviaje, pero también había olvidado su nombre. Me dolía el pecho, no quería que medoliera. ¿Cuál era el punto del dolor cuando los mundos se estaban desmoronando?

—Lo sé —dijo J ohnny, aunque yo no había hablado en voz alta—. Ha sido unasemana difícil para ambos. Vamos. —Extendió la mano.

Hacía que todo sonase tan fácil. Extendí la mano y cogí la suya. S us dedos estabanhelados, respiré con dificultad por el frío que me acuchilló. S e volvió un dolorosohormigueo cuando las ramas muertas se apartaron. I ntenté volver a agacharme entreellas, pero Johnny no me soltó.

—Lo siento, Liza. No vas a coger el camino fácil. —S onrió con tristeza—. S ólo yopuedo hacer eso. ¿Me prometes que cuidarás de Kyle?

Kyle… también había dolor detrás de ese nombre. —Lo prometo. —Las palabrassalieron con facilidad. Ya había prometido eso, ¿no es así?

Algo apuñaló mis ojos… ¿la luz? J ohnny se encogió lejos de ella. —Además dile aMa hew que no fue su culpa, ¿de acuerdo? Él es como Tara y tú… siempre se culpa.Díselo.

—Muy bien. —Yo estaba de pie. ¿Cuándo me había puesto de pie?

J ohnny se rió en voz baja. —Así que ahora no tienes otra opción. Tienes promesasque cumplir allá afuera. Y yo tengo que irme. Gracias, Liza.

La luz cada vez era más brillante. D e repente quería la luz, quería el color, más quenada. —Ven aquí —susurré, y sentí que la luz tiraba de mí, con la misma fuerza que lohabía hecho el gris. Quería la primavera, necesitaba la primavera—. ¡Busca aire, busca luz,busca vida!

La luz y el color me inundaron… demasiado. Me tambaleé y caí de rodillas, peromantuve mi mano apretada contra el árbol de quia. Estaba rodeada por color: un cielorosa, un amanecer naranja, un hilo verde que serpenteaba anhelante hacia mí. Me levanté

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y tiré de ese hilo, lo jalé con toda la magia que tenía. Por un momento vi a J ohnny, unasombra una vez más, y me miraba. —Busca el descanso —le dije.

—Ya planeaba eso —murmuró J ohnny. Entonces él se había ido, y las hojasbrillantes se desenroscaban a mi alrededor… en las ramas de quia, el zumaque y el árbolde mora, en el cercano roble marrón. Necesitaba hacer algo inmediatamente después dedespertar al roble. ¿Que se suponía que tenía que hacer?

—¡Karin! —llamé—. ¡Karinna, ven aquí!

La luz del sol se derramaba como fuego líquido sobre el horizonte. Había sido denoche cuando empecé esto. ¿Cuánto tiempo había estado aquí? S eguí tirando del verdor,tirando de él desde una tierra más allá de mi mundo y de Faerie, un lugar donde nadacrecía… el lugar donde todo el crecimiento comenzaba. El hilo se espesó en una cuerdaverde. La cuerda se hizo más resbaladiza, buscaba escapar del agarre de mi magia. Porun instante se escapó, y me lancé tras ella, de vuelta al gris…

Entonces Karin estaba tirando de la cuerda junto a mí, y su magia se envolvióalrededor de la mía, sumando su fuerza. Las hojas estallaron a la vida a nuestroalrededor. Las zarzas se me enredaron en los tobillos. Las ignoré. Nada importaba másque aferrarse a esta cuerda. J alamos con mayor fuerza, Karin y yo, sacamos el verdor delquia, de la mora y del zumaque y de los árboles cada vez más lejanos. También saquéalgo más de algunos de esos otros árboles lejanos, algo humano que solamente yo podíainvocar.

Cada tirón drenaba algo de mí a su vez. Las ramas frondosas rodearon mi cintura ymi pecho, pero no me detuve. Necesitábamos el verdor. Necesitábamos la luz, la vida y elcrecimiento. Las espinas traspasaron mi piel, haciendo que sangrara.

A través de las ramas, una mano agarró la mía. —Primavera —susurró Karin. Habíamucha alegría… mucha luz, en esa palabra—. Este mundo todavía resistirá un poco más.

Busqué a Karin, alcancé a ver un destello de vides verdes que ascendían por sucuello, de espinas que se estiraban hacia sus ojos. —Me… alegra —conseguí decir.Brotaron hojas verdes entre nuestros dedos, y nos separaron las manos. Zarcillos seenvolvieron alrededor de mis oídos, fluyeron sobre mi cara. Ya no podía ver a Karin. S ólopodía ver crecimiento verde por todas partes. Me dolió el brillo.

—Suficiente. —La voz de Karin era más débil—. Deja en paz. —Ahora le hablaba a lasplantas, no a mí—. Deja que la sangre y el hueso se vayan. Busca suelo, busca agua, busca…

Mis oídos resonaron. Muy lejos, alguien llamaba mi nombre. Me revolví para irhacia el sonido, pero las plantas eran demasiado fuertes. Me arrastraron hacia abajo, yme adentré en el verdor.

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Primavera

Traducido por Princesa de la Luna

Una luz verde se encendió contra el interior de mis ojos, se difundió a través de misbrazos, mis piernas, mis pensamientos. Las cosas verdes me susurraron al oído,hablaban de hambre y suelo, del golpe de la lluvia y sol abrasador. Pinchazos de dolorcorrieron por mi cuerpo, cuando me retiraron las espinas.

—Aguanta, Lizzy. Ya te tengo.

Traté de poner un nombre a la voz, pero no podía pensar por los susurros y la luz.

—¡Despierta, Liza! —La llamada de un niño… no tenía poder sobre mí—. ¡Noduermas! ¡Despierta! —El niño comenzó a llorar.

La oscuridad amenazaba en los bordes de lo verde. Luché contra ella. Quería luz,quería primavera. Un lobo aulló. Intenté contestarle, pero la oscuridad se cerró en torno amí, oscuridad y hielo.

—Ven aquí, Liza. —Una voz fría… la voz de la D ama—. Los mundos se desmoronany una simple humana no debería escapar de su destino. —No tenía elección. La seguíhacia la oscuridad infinita, sabiendo que el invierno se apoderaba de todo al final.

—Oh, no, no, Liza. —La voz de una niña. Una luz plateada inundó mis ojos,persiguiendo a la oscuridad para alejarla—. Te digo una y otra vez que no puedesdejarnos, pero tú simplemente… no… escuchas. —La luz se hizo más fría con cadapalabra, un frío limpio, sin oscuridad en él. Mis brazos y piernas hormiguearon, comodescongelándose después de una caminata en la nieve. El hormigueo dolía… meenderecé de golpe, para combatirlo, y un nuevo dolor me atravesó el hombro, por encimade mi piel desgarrada y sangrante.

—¡Quédate quieta, Liza! Caleb está con Karin, así que estoy por mi cuenta… y noquiero presionar demasiado... —La niña inhaló con un jadeo.

La reconocí entonces. —¿Allie? —Eso no tenía sentido. ¿Por qué estaba aquí laestudiante de Caleb?

—Por favor, Liza —dijo Allie. Volvió a recostarme—. Sé que esto es difícil. No lohagas más difícil.

—Allie, ¿cómo…?

—Más tarde —dijo Mamá. Ahora también la reconocí a ella—. Habrá tiempo mástarde. —La mano de Mamá agarró la mía; mi mano derecha, porque había algo mal conmi mano izquierda; cuando la luz de Allie se apoderó de mí de nuevo. D emasiado fría…grité, y durante un tiempo no hice más que gritar. D espués de eso, oí llorar a alguien, y

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no supe si se trataba de Allie o de mí.

—Vas a estar bien, Liza. Ya lo sabes, ¿no? —Allie sonaba muy cansada—. Ahorasólo necesitas descansar. Lo siento, pero lo necesitas. —La oscuridad que me envolvióahora era más caliente, más suave. La combatí, pero me aun así me atrajo hacia ella.

***

Me desperté con un colchón de plumas debajo de la espalda y un dolor sordo quellenaba todo mi cuerpo. En algún lugar fuera de la vista, oí una conversación.

—Dijiste que podías sanarla. —La voz de Elin era sombría.

—Y así lo he hecho. —La voz de Caleb era dura y adusta. S u presencia aquí no teníamás sentido que la de Allie.

—¿Por qué este mundo debe ser salvado? —exigió Elin—. ¿Mientras que el nuestrose hace polvo? —Caleb no tuvo respuesta para eso.

Abrí los ojos. La luz los acuchilló. La brillante luz del sol de la tarde se abría pasopor entre los postigos de la ventana del dormitorio de Kate. D esde una silla a mi lado,Mamá cogió mi mano. S u rostro estaba cubierto de rasguños, tenía el brazo vendado, y lamuñeca entablillada.

—Estás herida —le dije. ¿Por qué estaba herida? Las plantas no la habían atacado aella.

Me habían atacado a mí. La memoria volvía lentamente, en fragmentos rotos ypedazos. Karin y yo habíamos llamado a las plantas de vuelta al mundo, pero luegohabían atacado, porque eso era lo que las plantas hacían cuando despertaban.

En una silla a los pies de la cama, Allie se despertó, y corrió al otro lado de la cama.Mamá me soltó la mano.

—Allie, ¿qué estás haciendo aquí? —Allie me había seguido antes, pero eso habíasido hace mucho tiempo, antes del invierno.

S u cabello rojo estaba enredado, y sus ojos sombreados, pero me dio una sonrisaladeada. —Cuidar de ti, por supuesto. Soy tu sanadora, ¿recuerdas?

Caleb entró en la habitación, con el cabello claro cayéndole sobre los hombros, unamoneda de Antes colgaba de una cadena sobre su suéter. No lucía mayor que Karin. S usojos plateados estaban hundidos de cansancio, pero sonrió cuando me vio. —Liza, esbueno verte despierta. —Él y Mamá intercambiaron miradas ilegibles, y pensé en cómo élhabía retenido a Mamá bajo el glamur, y cómo Mamá había huido cuando había retiradoel glamur… pero cuando se trasladó al lado de Allie, también vi al sanador que habíasalvado la vida de Mamá. La mano de Mamá rozó la hoja que traía colgada, como porconsuelo.

Allie retiró las mantas. Yo traía puesto un camisón holgado. Una rana verde de

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goma, un pato amarillo, y un cerdo rosado estaban acomodados junto a mí. El tejidocicatricial asomaba por debajo de la camisa, y sentí más arañazos, hormigueantes y amedio curar, que se frotaban contra la lana. Intenté estirar la mano para rascarlos.

Mi mano no escuchaba. Algo estaba mal… era demasiado pesada, demasiadorígida. —Oh. —Levanté el brazo y me quedé mirando la piedra gris donde mi manohabía estado. Mis dedos de piedra estaban medio curvados, como si todavía apretaran lamano de la D ama. Mi mano picaba, en algún lugar en el fondo, pero cuando la toqué, nosentí nada. No podría sostener un arco con semejante mano. No podría cazar.

Allie se mordió el labio. —Lo siento, Liza. No hay nada allí que sanar. Es piedra,pero es piedra perfectamente sana. Tal vez algún día puedas encontrar a otro cambianteque lo arregle, pero yo no puedo. Lo intenté.

S eguí la piedra hasta donde se suavizaba en piel justo por encima de la muñeca. Meacostumbraría a esto, no tenía elección.

Ni siquiera debería estar aquí. —Las plantas me mataron. —Había caído en suabrazo verde.

Allie se echó a reír. —No —dijo—. No te mataron.

—Una orden de Karinna detuvo las plantas a tiempo —Caleb dijo sobriamente—. Olas detuvo lo suficiente para que Tara y Elianna pudieran liberarlas. —S e estiró y pasó lasmanos por encima de mi cuerpo, no me llegó a tocar, aunque igualmente envióescalofríos a través de mi piel.

—Está bien —dijo Caleb—. Vas a estar dolorida durante un tiempo, Liza, peroAllison sanó los peores daños que te hicieron las plantas recién nacidas, así como lasheridas más profundas que provenían del toque del sueño invernal que las manteníadormidas.

Allie dejó escapar un suspiro y se agarró al borde de la cama. —Te dije que iba aestar bien. —Estaba temblando, como si no hubiera estado tan segura como sonaba.

Mamá me cogió la mano bien fuerte. —Tú también estás herida —le dije.

—Estoy bien. No todas las plantas se detuvieron a la orden de Karinna, eso es todo.Algunas lucharon con Elianna y conmigo cuando quisimos recuperarlas a ambas. Ellasperdieron. Kaylen me puede sanar más tarde, una vez que haya tenido tiempo pararecuperarse.

Eché un vistazo a su muñeca entablillada, su brazo vendado. No todas las lesionesde Mamá habían venido de las plantas. Más recuerdos se deslizaron en su lugar. Karin lehabía roto la muñeca, pero su brazo… me aparté, incapaz de mirarla.

—Ni se te ocurra. —Mamá se estiró y me apartó el cabello del rostro―. No voy apermitir que te culpes, Liza. No por esto.

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Me concentré en la piedra donde debería estar mi mano. —Tú no…

—S í lo entiendo. —El acero en la voz de Mamá me sorprendió. Le había clavado uncuchillo en el corazón a la D ama… no debería estar sorprendida—. S i alguien entiendelos efectos del glamur, soy yo.

Allie tiró del brazo de Caleb. —¿Qué es el glamur? —le preguntó. Caleb miró haciaabajo, como avergonzado, y no respondió.

Mamá me frotó la espalda. —Yo no te culpo —dijo con firmeza—. Nunca te culparé.Sé cómo es.

A hora yo sabía cómo era. S abía por qué Mamá había estado tan asustada cuandohabía usado mi magia en ella.

—Mírame, Liza.

Una vez había atravesado fuego y cristal para salvar a mi madre, pero en eseentonces, nada fue tan duro como voltear a verla ahora. —Te doy mi palabra —le dije,expresando la promesa que ella había querido antes de que me fuera—. No voy a usar mimagia para obligarte a algo nunca más, no sin tu consentimiento.

Me senté. Mamá respiró temblorosa y me abrazó. —No tenía derecho a pedirte eso—dijo.

—Tenías todo el derecho. —Y mantendría mi palabra, incluso si no había magia queme compeliera a hacerlo.

Cuando Mamá se alejó, Allie presionó una taza contra mis labios. El caldo de carnemagra tranquilizó mi reseca garganta y calmó mi estómago. Cuando terminé, me puse depie medio tambaleante. Mi mano de piedra cambiaba mi equilibrio. D ejé que Allie meatara un trozo de sábana vieja en un cabestrillo, para descansar mi brazo. El dolor de mihombro se fue.

Me acerqué a la ventana y abrí los postigos con una sola mano. El verdor inundó mivista. La ventana daba al bosque, y más allá del pueblo los árboles estaban repletos dehojas, tan brillantes y espesos que hacían que el cielo gris pareciera también verde. Unarefrescante brisa sopló, y olía a humedad, a cosas que crecen. I nhalé profundamente.Nuestros cultivos crecerían ahora. Lo sabía hasta la médula.

Allie se acercó a mi lado. ¿Cómo Caleb y ella habían sabido que debían venir? —Losárboles —le dije—. La gente del pueblo.

—Están bien —dijo Mamá cuando me volví hacia ella—. Cuando llamaste a laprimavera, también los liberaste de los árboles. O tal vez de todas formas habríancambiado de nuevo una vez llegara la primavera… hay mucho que no sé acerca de lamagia. —S us dedos rozaron los de Caleb. Perdonar a alguien por las cosas que habíahecho bajo el glamur era una cosa, pero perdonarles por el glamur mismo.... Todavía nolo entendía.

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—Ethan también está resistiendo —dijo Mamá—. Estará en un estado delicado porun tiempo, pero convertirlo en un árbol fue lo mejor que alguien pudo hacerle.D esaceleró su muerte lo suficiente para que Kaylen le atendiera, aunque por ahora sólotuvo el suficiente poder para estabilizarle. Hará más por él después. —Mamá sacudió lacabeza—. Me pregunto qué pensaría la Dama, sabiendo que salvó una vida humana.

Me froté el brazo en el cabestrillo. Sólo pensar en la Dama me daba frío.

Oí más conversación en el pasillo, de la habitación de Ma hew… pero no eraMa hew a quien oía. Kyle había enviado a Ma hew lejos, más allá del alcance de laDama. ¿Por qué, entonces, de repente tenía miedo?

Me concentré en las voces, empujando el miedo a un lado. —Necesito regresarpronto. —Karin sonaba terriblemente cansada—. El Muro se despertará, y la hablante deplantas que dejé atrás tiene muy poco entrenamiento.

—No lo entiendo —dijo Elin—, lo arriesgas todo por ellos.

—Entonces tendrás que conformarte con la simple aceptación. —Los pasos de Karinavanzaban por el pasillo. Caleb se apresuró hacia la puerta. S us pasos no hacían ruido...el pueblo de las hadas nunca hacía ningún sonido. Algo estaba mal. Me tambaleé paracruzar la habitación. Mamá me sostuvo cuando Caleb entró seguido de Karin.

Ella tenía los ojos vendados. —¿Liza? D ame una señal de que estás bien, porqueaunque Kaylen no podría decirme si no fuera cierto, yo lo sabría.

Recordé las espinas que se dirigían a sus ojos. —¿Estás…?

Karin se guió por mi voz, y oí la leve vacilación en sus pasos. —Todavía podríansanar.

No creí hacer algún sonido, pero debí hacerlo, porque Karin dijo suavemente: —Está bien, Liza. Los árboles ya no están en silencio. Los oigo a nuestro alrededor,hablando de la primavera, de la lluvia, de dirigir sus hojas hacia el sol. Has hecho más delo que me atreví a esperar, y es un honor ser tu maestra.

Eché un vistazo a Caleb. Seguro que podría curar esto, podía curar tanto.

—Las lesiones que involucran conexiones entre el cuerpo y la mente nunca estánenteramente bajo el control del sanador. —La voz de Caleb se mantuvo estable, como siestuviera dando una lección—. S ólo puedo reparar las vías que las plantas dañaron. Nopuedo hacer que la mente decida seguir a donde conducen. Eso sucederá o no, con eltiempo.

—Está bien —dijo Karin de nuevo, con una débil nota de impaciencia que me hizopensar que se lo había dicho mucho a Caleb con anterioridad—. Hicimos lo que eranecesario, y al final el costo fue menor de lo que estaba dispuesta a pagar. —Karin estiróla mano. S u mano estaba cruzada de gruesas cicatrices de color rosa. La cogí, y ella meapretó los dedos. Habría dado mi vida para traer la primavera, y yo sabía que ella habría

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hecho lo mismo. No necesitaba decirlo. Tomamos las decisiones que eran necesarias, ypagamos los precios que tuvimos que pagar para salvar lo que podíamos.

—Renunciaste a mucho por nuestra gente. —Las palabras de Mamá tenían un matizextraño.

Karin levantó la cabeza hacia ella. —¿Eso te sorprende?

Mamá miró hacia otro lado para alisar las mantas con una sola mano. —Me heacostumbrado a ser sorprendida, desde la Guerra.

—Te equivocaste, Tara, cuando dijiste que disfrutaría ver morir a tu gente. —Karinse pasó una mano por encima del camisón de lana que llevaba, como si la tela le resultaseextraña. Vi los contornos de más vendas a través de la tela gruesa—. No lo disfruté. Aúnme despierto con el recuerdo de sus gritos. ¿Eso te complace?

Pesadillas, pensé. Había peores pesadillas que las mías.

—No, no es así. —Mamá puso la rana de juguete, pato y cerdo, encima de lasmantas—. Lo siento, Karinna.

Escuché una inhalación desde la puerta. Elin estaba allí parada, con el brazovendado también, y la mariposa de plata de nuevo en el cabello. —También gritaroncuando los maté —susurró la chica—. Los humanos no mueren tan silenciosamentecomo nuestra gente.

—No, no lo hacen. —Karin me soltó la mano para girarse hacia su hija—. ¿Y tealegraste cuando murieron?

Las mangas del vestido marrón de Elin estaban rasgadas con pequeños nudos,como si hubiera estado retorciéndolos. —No. Pensé que era necesario, pero no me alegró.

Karin se acercó a su hija. —Más tarde —dijo en voz baja—, hablaremos.

Con un sonido que podría haber sido un sollozo, Elin se dio la vuelta. Huyó por elpasillo, sus pasos no hicieron sonido contra el piso de madera. Karin suspiró, apoyó lacabeza en sus manos, y no trató de seguirla.

Fuera, la lluvia comenzó a repiquetear suavemente contra el techo. Otros pasosretumbaron por las escaleras, en absoluto silenciosos. —¡Liza! —Kyle se me echó encima,envolviendo sus brazos alrededor de mis piernas—. ¡No duermes!

Hope corrió tras él, y me mostró una sonrisa de disculpa. —Lo siento, Liza.Tratamos de mantenerlo fuera para que pudieras descansar. —Las bellotas habíandesaparecido de su cabello, y su acostumbrada sonrisa maliciosa también habíadesaparecido. Había sido objeto del glamur, también, al menos por un corto período detiempo. Lo suficiente para convertirse en un árbol. Ahora no había nadie en mi pueblo al quela magia no hubiese tocado—. Aunque mantener a los otros Posteriores afuera, ha sidomás difícil —dijo Hope—. No tienes ni idea de lo bueno que es ver que estás bien, Liza.

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Todos hemos estado preocupados. Por cierto, he oído que gracias a ti ya no tenemosraíces y ramas. —Se echó a reír inquieta—. Nos aseguraremos de que los Anterioressepan que has sido tú quien nos salvó. Ellos necesitan nuestra magia, les guste o no.

Acerqué a Kyle con la mano buena. Verlo era suficiente recordatorio de que nohabía salvado a todos. Miré a Mamá. —¿Sabes sobre...?

Mamá apretó el cerdo de goma. —Vi la sombra de J ohnny. Kyle me dijo el resto. —Miró a través de la habitación a Hope—. ¿Brianna?

Hope murmuró unas cuantas palabras groseras. —Ella no quiere hablar conninguno de nosotros. Le dijo a J ayce que ya tuvo suficiente de la magia y que no la tendráen su casa por más tiempo.

Kyle se estremeció junto a mí. No lo dejaría ir con Brianna, incluso si ésta estuvieradispuesta a recibirlo. Mi responsabilidad. —Él se quedará conmigo. —Había prometidocuidar de él y, de un modo u otro, lo haría.

Kyle dejó de temblar y miró hacia arriba, con los ojos abiertos.

Mamá volvió a poner el cerdo de goma sobre la cama y levantó la rana. —Liza, nopuedes hacer todo. Especialmente cuando, si he entendido correctamente, Karinna va aenseñarte ahora. Vas a irte, por un tiempo al menos, lo quiera yo o no, ¿verdad?

Apreté los labios. —Voy a arreglármelas. Esto también debe hacerse.

—Yo no he dicho que no. Eres buena en muchas cosas, Liza, pero ¿se te ha ocurridoque tal vez no sabes mucho acerca de cómo criar a un niño? —Abrí la boca paraprotestar, pero Mamá continuó—. Y ¿se te ha ocurrido también que si Kyle va a vivircontigo, va a estar viviendo también conmigo? Charlo e y su padre están trabajando enla casa. Podremos volver a casa pronto. —Mamá me dio la rana y se agachó para limpiaruna mancha de suciedad de la mejilla de Kyle—. Vamos a hacer esto juntas, Liza. S equedará con nosotros.

—¿Quedarme contigo? —La esperanza en la voz tensa de Kyle hizo que el pecho medoliera.

D ejé escapar un suspiro, sorprendida por el peso que habían aligerado las palabrasde Mamá. Le entregué a Kyle la rana. —Te quedarás con nosotros. Mamá y yo.

—Me gusta Tara —acordó Kyle. Se metió la rana en el bolsillo con solemnidad.

Hope asintió. —Todos ayudaremos. Los Posteriores permanecemos juntos. S e lodiré a los demás. —Salió de la habitación y bajó las escaleras.

Kyle sonrió con picardía y sacó algo de su bolsillo para mí. Un pequeño dinosauriode plástico.

—Oh, Kyle, ¿cómo…? —Pensé en Ethan y Ben, en esa caminata junto a Ma hew porel bosque no hace mucho tiempo.

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—Ma hew. —Apreté el dinosaurio tan fuerte que me dolió la mano—. ¿D óndeestá?

—Herido —susurró Kyle—. Afuera.

El último de mis pensamientos se aclaró. Cuando había visto a Ma hew, él no sabíasu nombre. Un lobo corriendo, su sombra disolviéndose detrás de él. Me estremecí en micamisón delgado. En la visión había estado perdido más allá de cualquier posibilidad deinvocación.

Pero eso era—había sido—el futuro. Podría no haber sucedido aún. Me dirigí alarmario de Kate, en busca de ropa.

Allie agarró mi brazo bueno. —Liza, necesitas descanso.

Me aparté y me quité el cabestrillo. Me las arreglé para conseguir un par depantalones de Kate con una mano y busqué unos calcetines en un cajón.

—Él está bien —dijo Mamá en voz baja—, hasta donde cualquiera de nosotrospodemos decir, sólo está asustado y no está listo para cambiar de nuevo. Corrió hasta elpueblo de Caleb y de regreso. Eso requeriría muchísimo esfuerzo de cualquiera.

No sabía su nombre, pero había sabido correr por ayuda. O tal vez acababa derecordar el viaje que había empezado hace mucho tiempo, para traer a Caleb a nuestropueblo, y la promesa que había hecho entonces era lo que lo había regresado al sendero.—Matthew está en problemas. —Mis visiones habían sido muy claras acerca de eso.

—Puede esperar —dijo Mamá, aunque no sonaba feliz.

—S i las visiones de Liza dicen la verdad, podría no ser capaz de esperar. —Karinrodeó la cama hacia mí, se ayudaba a guiarse con una mano sobre el borde—. Y suinvocación puede ayudar un poco. Iré contigo, Liza. Haremos lo posible.

Caleb frunció el ceño ante eso, igual que Allie. —Son pacientes terribles —dijo ella.

Karin se rió. —Conociéndonos a las dos, ¿esperabas otra cosa?

Allie me ayudó a ponerme un suéter encima del camisón mientras Kyle alineabatodos los animales de goma encima del ropero delante de mí. En algún lugar entre lasmantas había encontrado la tirilla de cuero de Matthew, y la puso delante de los juguetes,como un camino para que ellos siguieran. Caleb rebuscó en los cajones, sacando másropa para Karin.

Cuando me calcé las botas, recordé otra cosa que no debía haber olvidado. —Caleb,también tienes que ver a Mamá. No sólo por su muñeca. Ella está enferma de nuevo,aunque no quiere admitirlo.

—No, no está enferma. —Allie sonaba perpleja. Miré a Caleb. Tal vez Allie no podíaverlo, pero seguramente Caleb sí. Él había sanado a Mamá antes.

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Caleb parecía muy interesado en mirarse fijamente los pies. Igual que Mamá.

—Oh D ios mío. —Allie se echó a reír mientras abrochaba mi bota—. No se lo hasdicho, ¿verdad? —Karin levantó la cabeza mientras se ponía un suéter, y supe que a loque fuera que Allie se refiriera, Karin tampoco sabía nada al respecto.

—¿Decirme qué?

Allie siguió riendo. —Nadie está enfermo, Liza. El bebé es tan saludable comocualquier bebé puede serlo en esta etapa tan temprana, y tu mamá también estásaludable.

—¿Qué? —Me puse de pie, con la otra bota todavía desabrochada. Había preguntasque no tenía tiempo para que me abrumaran. ¿Por qué Mamá no me lo había dichotampoco? ¿Cómo ella podía permitir que me preocupara? Cogí la pregunta menosimportante… la pregunta más segura. —Han pasado seis meses desde tu última visita —le dije a Caleb con severidad—. S i Mamá tuviera seis meses de embarazo, todos losabríamos.

—¿Bebé? —preguntó Kyle, como si acabara de oírlo.

—Ha habido… otras visitas —dijo Caleb con seriedad. Hasta ahora no sabía que elpueblo de las hadas pudiera sonrojarse.

—Para comprobar que no hubiera efectos residuales de la radiación. —Mamátambién estaba ruborizada, incluso mientras cogía las manos de Caleb entre las suyas—.Lo siento, Lizzy. No estaba segura al principio, y luego no supe cómo decírtelo. Noparecía posible, honestamente.

—Eso es porque se supone que no es posible. —Karin tranquilamente se puso lospantalones y los calcetines de lana—. O al menos eso nos enseñaron. Me alegro, por unavez, de estar equivocada.

—¿En serio? —Mamá le preguntó.

—En serio —dijo Karin.

S entí que más preguntas brotaban. Otra hermana o hermano—media hermana ohermano—No podía pensar en esto ahora. Podía esperar, Ma hew no. Corrí hacia lasescaleras, sin esperar a que Karin encontrara zapatos para poder seguirme. Allie corriótras de mí, y Kyle, también. Al pie de las escaleras, Allie me detuvo lo suficiente paraabrochar mi otra bota. Me había olvidado mi cabestrillo, pero no regresaría. En el salónme sorprendió un destello de luz. El Espejo de Kate… alguien había retirado el tapiz quelo cubría. La luz se hizo más brillante, y en esa luz vi…

A Elin, poniendo la mano en el vidrio plateado. —Lo siento, pero no puedo quedarme aquícontigo… con ellos. —Los ojos de Elin estaban inundados de lágrimas, pero su mirada era firme.Se quitó la mariposa del cabello y la dejó—. Me voy a casa. Alguien también tiene que cuidar delo que queda de nuestra gente. —Dio un paso para atravesar el cristal. Alcancé a ver árboles

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ennegrecidos bajo un cielo azul claro, y entonces Elin se hubo ido.

S u mariposa plateada yacía en el suelo junto al espejo. Un mensaje, pero no paramí. Habría tiempo para preocuparse sobre esto más adelante. La dejé allí y me dirigí a lapuerta.

La lluvia fría caía sobre mi cabello y mi suéter. Me apreté el brazo izquierdo contrael pecho y miré a Kyle. —¿Puedes llevarme con Matthew?

Kyle asintió y tomó mi mano buena, jalándome. Allie nos siguió detrás. El mundoque nos rodeaba era tan verde… me tambaleé bajo su peso. La gente del pueblo estabafuera de sus casas, quitando de nuevo malas hierbas, porque por supuesto también habíallamado a la maleza junto con todo lo demás. No tenías la oportunidad de elegir lo queinvocabas cuando traías vida al mundo.

En el patio trasero de Kate vi el cobertizo donde Ethan todavía debía estarrecuperándose, con el techo en ruinas cubierto con una lona azul. S eth hacía guardiaafuera. Tal vez algunos habitantes del pueblo estarían agradecidos de que la magia loshubiera sanado, pero otros estarían más incómodos que nunca respecto a losdesconocidos.

Kyle me condujo más allá de la Tienda, hacia el bosque. A nuestro alrededor, losrobles y arces gemían al extender las hojas nuevas hacia la lluvia. El tallo de unaambrosía brillante se arrastró hacia nuestros pies. —Vete —susurré, y se echó hacia atrás,más rápidamente que la primavera pasada. Tal vez las plantas se habían vuelto un pocomás dóciles mientras dormían.

Encontramos a Ma hew agachado en un claro entre los árboles, su pelaje estabamojado y enredado, su vientre presionado en el barro. Kate estaba arrodillada a unospasos de distancia, haciendo sonidos tranquilizadores, pero Ma hew no parecía escuchara su abuela.

Conocía este lugar. Lucía diferente sin la nieve, y con el verdor, pero era el mismolugar donde habíamos encontrado a Ethan.

—Ma hew se desgarró las patas corriendo a nuestro pueblo —susurró Allie—. D ejóen claro que nos quería a Caleb y a mí, pero no dejó que nos acercáramos, y no setransformó. Era tan salvaje… no creo que quiera cambiar, Liza.

Caminé lentamente hacia él. —¿Matthew?

Gimoteó y hundió la nariz en sus patas ampolladas y sangrantes. Fue Kate quienlevantó la mirada con una sonrisa cansada. —Es bueno verte despierta, Liza.

—Lo traeré a casa —le dije mientras avanzaba, haciendo caso omiso de la lluvia queempapaba mi ropa—, como prometí.

El lobo gruñó bajo. Me detuve y tendí las manos, piedra y carne. El lobo desnudó losdientes. Sus ojos grises estaban apagados, me recordaron a una tierra sin color o vida. Sin

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embargo, incluso en esa tierra muerta había verdor que encontrar si estabas dispuesto aluchar por él.

—¿Llámalo? —preguntó Kyle.

—No. —No sabía qué pasaría si forzábamos la magia en Ma hew ahora. Habíaestado bajo el glamur mucho más tiempo que yo. Busqué en los ojos del lobo algún signodel chico que conocía. No era sólo que él no me reconocía… yo no lo reconocía, aunquelas marcas oscuras alrededor del hocico y los ojos eran los mismos de siempre. Podríahaber sido cualquier perro salvaje. Matthew no estaba allí.

—D uele adentro —murmuró Kyle. Pensé en mi visión: la sombra de Ma hewdisolviéndose detrás de él mientras corría. Todas las cosas que viven y crecen tienen sombras.Me agazapé en el barro, apoyé la mano de piedra sobre mis rodillas, y suavicé la mirada.

La sombra de Ma hew no se había ido. Era oscura y nítida, una sombra de lobo quese ajustaba bajo su piel, apretada como la piel. —¿Ma hew? —El lobo no respondió alnombre.

S uavicé la mirada aún más, los ojos me dolieron cuando la desenfoqué porcompleto. Pensé no en el lobo que veía, sino en el chico que conocía, el que atravesaba ami lado los bosques oscuros. Una segunda sombra se volvió nítida, una más débil, unasombra humana, acurrucada dentro de la sombra del lobo; de la misma forma que lasombra de Karin se había acurrucado dentro del roble.

—Ma hew. —Miré a la sombra humana mientras hablaba, pero no puse una ordenen las palabras—. Matthew, mírame. Por favor.

Poco a poco la sombra levantó la vista. El encorvamiento de sus hombros merecordó no al chico que conocía ahora, sino al niño más joven que estaba parado,magullado y ensangrentado, a orillas de nuestro pueblo después de cambiar a lobo yvolver a chico por primera vez. —Está bien estar asustado —le dije, y sólo despuésrecordé que Karin me había dicho las mismas palabras. Extendí la mano. La sombra deMatthew estiró la suya. Nuestros dedos se tocaron…

D emasiado fría; me eché hacia atrás. La sombra de Ma hew era mucho más fría quelas sombras humanas que había puesto a descansar durante nuestras patrullas por elbosque, incluso más fría que la sombra de J ohnny. Quemaba con el frío del inviernointerminable, de la mirada de la D ama mientras decía que los mundos se estabandesmoronando.

Tenía que intentarlo otra vez. Tenía que tocarlo para tener la oportunidad dearrastrarlo fuera. Me volví consciente de que había personas mirándome… no sólo Allie,Kyle y Kate, también Mamá y Caleb con Karin, y otros más. Mantuve la mirada en lasombra humana dentro del lobo, inhalé profundamente y luego extendí la otra mano, lahecha de piedra.

La sombra retrocedió. —Yo observé —susurró.

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—No fue tu culpa. —La sombra sacudió la cabeza, negando mis palabras. Ayudar ala D ama a herir a otros era probablemente la materia de sus pesadillas—. S e acabó —ledije.

El lobo siguió pegado al suelo, pero los hombros de la sombra humana seestremecieron. —Lo observé morir.

—Lo sé, Matthew. —No negué ese dolor, sólo seguí tendiéndole la mano.

Los dedos de sombra de Ma hew rodearon los míos de piedra. Me levanté, y lasombra se levantó conmigo. Nos miramos frente a frente, ambos temblando, ambosasustados. El lobo gimoteó, y vi a Ma hew mirando a través de esos ojos grises. Estiré laotra mano, y él presionó su nariz fangosa en ella. —Matthew, eres Matthew.

El lobo y su sombra humana inclinaron la cabeza, como si esa verdad fuera unapesada carga. Hubo un rayo de luz plateada, y luego un chico humano estaba ante mí, lapiel desnuda manchada de barro, el cabello pálido mojado y goteante, los dedoshumanos todavía envueltos alrededor de los míos de piedra. S e tambaleó hacia delante ycayó de rodillas. Me arrodillé y lo aferré entre mis brazos. Tenía la piel tan fría. Froté mimano buena sobre su espalda, tratando de calentarlo. Estaba aquí, era Ma hew, no lohabía perdido. El mundo no se estaba desmoronando después de todo.

Caleb susurró algo que no alcancé a oír. —Bien hecho —dijo Karin bajito.

—Las cosas que hice —dijo Ma hew—. Podría haber matado a Tara, podría habertematado a ti.

—Pero no lo hiciste. —Casi le había perdido… pero eso tampoco sucedió.

—Le llevé a Johnny de vuelta. No habría muerto si no fuera por mí.

—Tú no lo mataste, ella sí. —Al final él había sido un arma en las manos de laDama, igual que yo.

—S igue estando muerto. —La voz de Ma hew era tan dura—. Nada puede corregireso.

Acaricié el cabello de Ma hew, que estaba tan húmedo y fangoso como su pelajehabía estado. S us manos y pies sangraban. —Lo siento —le susurré—. S iento no habertemantenido a salvo.

—Nada está a salvo. —Ma hew se sacudió en mis brazos. Alguien… Hope, metendió una manta, y se la envolví alrededor. La mitad del pueblo parecía estarobservándonos.

—Tú me salvaste —le dije a Ma hew—, y también a Karin y a Ethan. —Eso teníaque contar algo—. Trajiste a Allie y Caleb a tiempo.

Ma hew asintió como si ese conocimiento también fuera difícil de soportar. S utemblor disminuyó. —Liza. —Tomó mi extraña mano de piedra y la acunó entre las suyas

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humanas, como si fuera terriblemente preciosa. Estuve repentinamente consciente de locerca que estábamos, de su piel desnuda debajo de la manta delgada. Lo miré, me miró.Me di cuenta que ambos estábamos temblando de nuevo, y tuve una urgencia de reír, loque no tenía ningún sentido en absoluto.

No supe cuál de nosotros se movió primero, pero de repente nuestros labiosestaban presionados entre sí, y mi mano estaba de vuelta en su cabello, y nosabrazábamos arrodillados en el fango. S abía a tierra y lobo y chico y Matthew, y no queríadejarlo ir nunca.

La lluvia caía con más fuerza. Entre dientes, Hope murmuró: —Ya era hora.

—¿Ayuda? —susurró Kyle.

—No —dijo Allie—. No creo que puedas ayudar con esto.

Los ignoré a todos. Ma hew y yo nos abrazamos tan de cerca, con tanta fiereza,como si todo el mundo dependiera de ello, y Faerie también.

No nos detuvimos hasta que el suelo debajo de nosotros se movió. Entonces nospusimos de pie rápidamente, al recordar que estábamos en un bosque, con todos lospeligros que los bosques conllevaban. Una flor púrpura brillante estaba desplegada en elfango marrón. Ma hew y yo dimos un paso atrás cuando el azafrán siseó con el ácido quecontenía.

—Es primavera —dijo Matthew, pero no como si lo creyera.

Miré a los árboles brillantes, a la pequeña flor que escupía a nuestros pies, a lasmanos embarradas de Ma hew que sostenían las mías. Por ahora yo tendría que creerpor ambos.

—Sé que lo es —dije.

Dedicatoria

DEDICADO ESPECIALMENTE A CAIRANDROSS,

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LA ENCARGADA ORIGINAL DE ESTE PROYECTO,

Y QUE NOS DEJÓ EN EL 2013.

Descansa en Paz, Cair.

Que tengas muchos libros a tu disposición, allá donde estés.

(1988-2013)