INVITACION A LA HISTORIA...

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INVITACION A LA HISTORIA AMBIENTAL* Stefania Gallini ** * El texto es una revisión de la conferencia pronunciada en ocasión de la inauguración de la III Promoción del Doctorado en Historia, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, 8 de marzo de 2002. **Historiadora italiana, profesora del Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. No son pocos los que piensan que la historia ambiental se parece a esos detergentes bien conocidos que de repente aparecen en los estantes de los supermercados con una nueva eti- queta, la cual invariablemente empieza por „eco‟, „natural‟, „bio‟ u „orgánico‟, con la esperanza de que el cambio de imagen - la pincelada de verde en la etiqueta, sin cambios substanciales en el producto - logre aumentar sus consumidores. La historia ambiental, en otras palabras, sería para algunos una moda, una estrategia de mercadeo de los historiadores para acaparar una cuota entre los lectores y potenciales practicantes sensibles a los temas ambientales. En muchos casos, el diagnóstico severo tiene fundamento y corresponde a lo que el historiador alemán Joachim Radkau denuncia como el “camuflaje de etiquetado”. La presentación (o la mercantilización) de trabajos como investigaciones medioambientales que, sin embargo, no serían tan nuevos si los presentaran bajo otro nombre. 1 Pero en los estantes de la producción historiográfica hay también obras que legítimamente se califican como medioambientales y su crecido número y calidad hacen que hoy ya no sea cuestionable la existencia de la historia ambiental como campo del saber histórico, tal como lo hacía en 1988 el historiador italiano Alberto Caracciolo, quien, al preguntarse “¿Qué es la historia ambiental?”, sentenciaba que o no existía o, si existía, tartamudeaba. 2 Las páginas que siguen son un modesto intento de explorar esta misma pregunta con el objetivo de encontrar las paternidades de la historia ambiental y darle así un lugar en la cons- telación de las disciplinas históricas, a partir de la definición en la cual más unánime es el acuerdo: la historia ambiental intenta profundizar nuestro entendimiento de cómo los humanos han sido afectados por el medio ambiente a través del tiempo y, a la vez, cómo ellos han afectado al medio ambiente y con qué resultados. 3 Pero sobre todo el ensayo guarda la esperanza de ser una invitación a los lectores a cultivar un jardín tan fértil y tan pocas veces cosechado. Las autopistas de la historia ambiental La razón fundamental por la cual es pertinente y legítimo hablar de “historia ambiental”, no como moda efímera, sino como campo serio del saber histórico, es la masa crítica que ha alcanzado. A los trabajos pioneros de William Cronon, Carolyn Merchant, Alfred Crosby, John McNeill, Donald Hughes, Donald Worster, Warren Dean, Joan Martínez Alier, González de Molina, Piero Bevilacqua, Christian Pfister, Richard Grove, P. Brimblecombe se han sumado muchísimos otros a plasmar una literatura histórico-ambiental ramificada por lo menos en tres direcciones. 4 La primera se refiere al estudio de las interacciones de determinadas sociedades humanas con ecosistemas particulares y en continuo cambio. Para ejemplificar tan totalizante categoría, vale referirse al mismo Cronon y su Changes in the Land, un trabajo clásico y pionero, en el que el autor reconstruye los cambios ecológicos de la Nueva Inglaterra americana en el paso del dominio de los nativos americanos al dominio de los colonos europeos. 5 La segunda dirección de marcha de la historia ambiental apunta a investigar las variantes nociones culturales de la relación hombre-naturaleza, es decir, las ideas que distintas sociedades han tenido de la naturaleza. El tema, cuyas fuentes se encuentran entre las múltiples formas de la producción cultural - de la iconografía a la cartografía, de la filosofía a las conmemoraciones públicas y a la literatura - es de gran relevancia, ya que la forma en que las sociedades conciben la naturaleza informa continuamente sus actuaciones con respecto al medio ambiente. Considérese, por ejemplo, la concreta influencia de la idea que distintas sociedades mantienen de qué parte de la naturaleza consideran „recursos naturales‟. 6 Finalmente, la tercera dirección abarca la política ambiental, entendida como ciencia de lo político referido al medio ambiente - y por lo tanto incluyendo los movimientos ambientalistas y el ambientalismo tout court - y también como concretas decisiones institucionales y legislativas

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INVITACION A LA HISTORIA AMBIENTAL*

Stefania Gallini **

* El texto es una revisión de la conferencia pronunciada en ocasión de la inauguración de la III Promoción del Doctorado en Historia, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, 8 de marzo de 2002.

**Historiadora italiana, profesora del Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.

No son pocos los que piensan que la historia ambiental se parece a esos detergentes bien

conocidos que de repente aparecen en los estantes de los supermercados con una nueva eti-queta, la cual invariablemente empieza por „eco‟, „natural‟, „bio‟ u „orgánico‟, con la esperanza de que el cambio de imagen - la pincelada de verde en la etiqueta, sin cambios substanciales en el producto - logre aumentar sus consumidores. La historia ambiental, en otras palabras, sería para algunos una moda, una estrategia de mercadeo de los historiadores para acaparar una cuota entre los lectores y potenciales practicantes sensibles a los temas ambientales.

En muchos casos, el diagnóstico severo tiene fundamento y corresponde a lo que el historiador alemán Joachim Radkau denuncia como el “camuflaje de etiquetado”. La presentación (o la mercantilización) de trabajos como investigaciones medioambientales que, sin embargo, no serían tan nuevos si los presentaran bajo otro nombre.1

Pero en los estantes de la producción historiográfica hay también obras que legítimamente se califican como medioambientales y su crecido número y calidad hacen que hoy ya no sea cuestionable la existencia de la historia ambiental como campo del saber histórico, tal como lo hacía en 1988 el historiador italiano Alberto Caracciolo, quien, al preguntarse “¿Qué es la historia ambiental?”, sentenciaba que o no existía o, si existía, tartamudeaba.2

Las páginas que siguen son un modesto intento de explorar esta misma pregunta con el objetivo de encontrar las paternidades de la historia ambiental y darle así un lugar en la cons-telación de las disciplinas históricas, a partir de la definición en la cual más unánime es el acuerdo: la historia ambiental intenta profundizar nuestro entendimiento de cómo los humanos han sido afectados por el medio ambiente a través del tiempo y, a la vez, cómo ellos han afectado al medio ambiente y con qué resultados.3 Pero sobre todo el ensayo guarda la esperanza de ser una invitación a los lectores a cultivar un jardín tan fértil y tan pocas veces cosechado.

Las autopistas de la historia ambiental

La razón fundamental por la cual es pertinente y legítimo hablar de “historia ambiental”, no como moda efímera, sino como campo serio del saber histórico, es la masa crítica que ha alcanzado. A los trabajos pioneros de William Cronon, Carolyn Merchant, Alfred Crosby, John McNeill, Donald Hughes, Donald Worster, Warren Dean, Joan Martínez Alier, González de Molina, Piero Bevilacqua, Christian Pfister, Richard Grove, P. Brimblecombe se han sumado muchísimos otros a plasmar una literatura histórico-ambiental ramificada por lo menos en tres direcciones.4

La primera se refiere al estudio de las interacciones de determinadas sociedades humanas con ecosistemas particulares y en continuo cambio. Para ejemplificar tan totalizante categoría, vale referirse al mismo Cronon y su Changes in the Land, un trabajo clásico y pionero, en el que el autor reconstruye los cambios ecológicos de la Nueva Inglaterra americana en el paso del dominio de los nativos americanos al dominio de los colonos europeos.5

La segunda dirección de marcha de la historia ambiental apunta a investigar las variantes nociones culturales de la relación hombre-naturaleza, es decir, las ideas que distintas sociedades han tenido de la naturaleza. El tema, cuyas fuentes se encuentran entre las múltiples formas de la producción cultural - de la iconografía a la cartografía, de la filosofía a las conmemoraciones públicas y a la literatura - es de gran relevancia, ya que la forma en que las sociedades conciben la naturaleza informa continuamente sus actuaciones con respecto al medio ambiente. Considérese, por ejemplo, la concreta influencia de la idea que distintas sociedades mantienen de qué parte de la naturaleza consideran „recursos naturales‟.6

Finalmente, la tercera dirección abarca la política ambiental, entendida como ciencia de lo político referido al medio ambiente - y por lo tanto incluyendo los movimientos ambientalistas y el ambientalismo tout court - y también como concretas decisiones institucionales y legislativas

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relativas al manejo y la protección del medio ambiente. Para citar solamente una de las vetas identificadas bajo esta perspectiva, es preciso recordar la densa, aunque geográficamente heterogénea literatura acerca de la historia de los parques y reservas naturales, como expresión de políticas conservacionistas.

¿Una novedad?

A pesar del estadio avanzado de desarrollo de la historia ambiental, sus practicantes siguen subrayando incansablemente la novedad de la disciplina. La actitud recuerda de cerca la necesidad de los adolescentes de reivindicar - y posiblemente en formas impactantes para los adultos - su originalidad y unicidad en el mundo. Mas allá de las hipótesis psicológicas, cabe preguntarse si hay algo más, es decir, si estamos realmente ante una aproximación nueva “al conocimiento de los hombres en el tiempo”, para retomar la definición siempre eficaz de March Bloch acerca de qué es la historia.7

Como oportunamente señala el historiador colombiano Alberto Flórez8 (y más en general del caso colombiano al que él se refiere), la historia ambiental seguramente es nueva si mira-mos a la escasa o nula consolidación institucional de la disciplina y de la comunidad científica de sus adeptos. Excepto en casos muy aislados, la oferta didáctica a cualquier nivel en historia ambiental es decepcionante para un joven con interés en esta disciplina, tanto que una útil tarea que están cumpliendo unos sitios de internet especializados es recolectar la dispersa información de este tipo.9

La dispersión no es sólo de los especialistas en historia ambiental, sino también de sus publicaciones. Dependiendo del país, trabajos de historia ambiental se encontrarán esparcidos en secciones de historia de la ciencia y de la tecnología, historia económica, ecología y medio ambiente, historia natural, estudios culturales, geografía, política ambiental, a veces (eco)feminismo, pero nunca bajo una única definición de “historia ambiental”. La consulta en catálogos de bibliotecas o en motores de búsqueda en internet requiere aún mayor ima-ginación, pues el término “historia ambiental” da como resultado un multicolor listado de referencias amenas, pero con débil relación con lo que posiblemente se estaba buscando.

Las fechas de nacimiento de las asociaciones que reúnen a los historiadores ambientales - un parámetro indicativo de la cohesión de las comunidades científicas - proporciona otra e-videncia de la juventud de su institucionalización: la American Society for Environmental History (ASEH) nació en 1982; la European Society for Environmental History (ESEH) abortó una vez a finales de la década de 1980 y, finalmente, nació en septiembre del año pasado en las frías tierras de Escocia; la Asociación Latinoamericana de Historia Ambiental ni siquiera ha sido concebida.10

Al lado de la falta de institucionalización y consolidación académica, la historia ambiental emite otras señales de su joven edad, en primer lugar su casi obsesionada auto-interrogación sobre sí misma, su identidad, sus desafíos, sus peculiaridades, su epistemología, su autonomía disciplinaria y sus relaciones con disciplinas afines. La literatura sobre el tema ha llegado a ser consistente y dibuja un cuadro bastante exhaustivo de lo que los historiadores ambientales creen ser uopinan que la historia ambiental debería ser.11 Sin embargo, la distancia entre estos manifiestos programáticos y la producción historiográfica es grande y el mare de las investigaciones que quedan por hacer sigue siendo magnum.

La herencia de los annales

Si se entiende nuevo como reciente, de joven edad, no cabe duda entonces que la historia ambiental es un campo novedoso. Sin embargo, la evaluación se matiza si se mira al contenido y se descompone ese binomio de historia + medio. Sería ingenuo sostener que hay algún verdadero descubrimiento en apuntar a la importancia del entorno físico para la historia del hombre.

Desde su fundación en 1929 por March Bloch y Lucien Febvre, los annales han revolucionado el modo de concebir y hacer historia, borrando falsas fronteras entre la historia y la geografía. De la escuela de los annales y en especial de Fernand Braudel, generaciones de historiadores han aprendido la importancia de la larga duración y de la cultura material, del clima y de la comida, de los métodos agrícolas y de la construcción de los espacios, entre otros. El legado de los annales y la importancia de sus planteamientos como matriz cultural y metodológica para la historia ambiental es quizá de las pocas cuestiones que no genera debate entre los historiadores, cualesquiera sea su pertenencia cultural y nacional.12

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¿Es entonces la historia ambiental igual en esencia a lo que otros hijos, o nietos, de los annalistas prefieren llamar la “geohistoria”, como en el titulo del ensayo del chileno Pedro Cu-nill?13 Lo sería, si en su génesis no entrara una segunda componente fundamental: la ecología.

La ecología como matriz de la historia ambiental

En 1866 el zoólogo alemán Ernst Haeckel acuñó la palabra “ecología”, que con “economía” comparte la misma raíz griega oikoV, el hogar. No fue sino algunas décadas más tarde que la ecología se desarrolló como ciencia autónoma, o sea como “el estudio de las relaciones entre organismos y entre estos y su ambiente abiótico”.14

La ecología - el nombre y la ciencia - tuvo un impacto social y cultural que encuentra pocos paralelos con otra ciencia, humana o natural, como lo indica el historiador Donald Worster. De los estímulos generados por la ecología germinaron movimientos políticos como el ecologismo y movimientos filosóficos como la ecología profunda. Parafrasando a Worster, sería audaz imaginar a un movimiento político que se inspirara en la linguística comparada o en la paleon-tología avanzada, y más atrevido aun imaginar un movimiento filosófico que se llamara literatura polaca profunda o entomología profunda.15

La historia no se ha eximido de la influencia que la ecología ha ejercido en el lenguaje, las formas de concebir las relaciones entre los seres humanos y los elementos bióticos y abióticos que conforman el planeta Tierra, las metodologías adoptadas para investigar esas relaciones. De la influencia de la lección de la ecología, que no hubiera tenido vehículo de transmisión sin la sensibilidad forjada en los historiadores por las enseñanzas de los annales, ha resultado finalmente la historia ambiental.

La ecología ha proporcionado sobre todo un concepto fundamental que obliga a un replanteamiento radical de la posición del hombre en la historia y en la Tierra: el de ecosistema. A pesar de las evoluciones de la palabra y de la crisis que la ecología como ciencia ha vivido, pasando del modelo de equilibrio vislumbrado por Eugene Odum en 196316 a uno dominado por el caos, o mejor dicho, por el continuo desequilibrio,17 el concepto de ecosistema y su valor heurístico para la historia sigue incuestionado. El historiador alemán Peter Sieferle es explícito al respecto:

El desafío más relevante de la historia ambiental es un cambio de punto de vista: del

antropocentrismo al concepto de ecosistema. El término ecosistema (…) permite el uso de modelos de explicación desarrollados por la teoría general de los sistemas para comprender el proceso complejo de la vida.18

Bajo esta mirada y retomando la definición mencionada al comienzo de este ensayo, la

historia ambiental trata entonces de conocer cómo los humanos han sido afectados por el medio ambiente a través del tiempo, pero también cómo ellos mismos han afectado al medio ambiente y con cuáles resultados. La naturaleza asume consecuentemente el papel de socio cooperante y deja de ser “el contenedor frágil y vulnerado de la presión antrópica, el inerte telón de fondo sobre el que destacan las maravillosas gestas de los hombres”, en palabras del historiador italiano Piero Bevilacqua.19

La visión ecosistémica, donde por ecosistema se entiende una “entidad colectiva de plantas y animales que interactúan los unos con los otros y con el ambiente abiótico en un lugar dado”,20 justifica la percepción de la historia ambiental como una historia global, o también holística: una historia que cumpla con nuestro innato deseo de comprender, más que saber, como bien lo señalaba March Bloch.21

Aunque la percepción es probablemente correcta, y sin duda entusiasma el vértigo de altura de la comprensión holística, los intentos de alcanzar esas dimensiones globales de las relaciones entre hombre y medio ambiente en el tiempo a menudo han obtenido muy poco, quedándose en palabras altisonantes e ideas desbandadas. Quizá una razón pueda estar en que muchas veces la historia ambiental, por lo menos en sus comienzos, es practicada por todos excepto que por historiadores. En Estados Unidos y Gran Bretaña fueron geógrafos, politólogos y ecólogos vegetales, en América Latina sociólogos, en Colombia abogados, geógrafos y economistas quienes primeros se inmersaron en el campo de la historia ambiental.

En sí, no hay ninguna razón intrínseca para detener la marcha de otros estudiosos: ni la historia es la provincia de los historiadores, ni la historia ambiental es un jardín privado con acceso vedado a los que no tengan título académico apropiado. Sin embargo, la abdicación de los historiadores hacia el medio ambiente y la “ocupación” de ese espacio por parte de otros estudiosos indica la existencia de una inquietud a la que los historiadores no están respondiendo, con consecuencias que llegan a ser sensibles.

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Por un lado, lo que sale publicado muchas veces sufre de falacias o generalizaciones simplistas que una colaboración y una presencia más activa de los historiadores podrían fácilmente evitar. La ingenuidad que puede caracterizar tales escritos no difiere, por cierto, de la de muchos historiadores cuando exploran campos en los que no tienen conocimientos especializados, y es en general el peligro más frecuente para los que se aventuran por veredas interdisciplinarias.

El punto es que, al no cumplir con los requerimientos básicos de una disciplina - la historia - que tiene un estatuto científico codificado y consolidado, y unos patrones establecidos para la presentación de resultados y evidencias, estos textos quedan en desventaja respecto a la posibilidad de encontrar interlocutores entre los historiadores.

Por otro lado, las historias ambientales escritas por ecólogos históricos o en general científicos naturales tienden a ser páginas sin huella humana, ni rastro de interacción social, y con escasa apreciación del papel de la cultura como actor histórico, como lo denunciaba Linda Merricks en 1996.22 Es evidente que, si la tarea de la historia y el interés de sus estudiosos es conocer al hombre en sus interrelaciones, una historia desprovista de su contenido antrópico se queda distante y por lo tanto desapercibida por los historiadores.

La tendencia opuesta a las historias globales y ecosistémicas parece haber sido igualmente de escaso alcance y finalmente incapaz de superar las barreras del particularismo. Buscar refugio en una microhistoria local, puntual y exclusivamente descriptivo-narrativa, como por ejemplo ha ocurrido en la historia ambiental norteamericana23 equivale a encerrarse en una cueva desde la cual el mundo - la comprensión del complejo desarrollo de las relaciones entre hombre y medio ambiente en el tiempo - no es visible y menos aún lo es el interior de la cueva para el resto del mundo. No se quiera leer aquí una condena de la microhistoria y de sus po-sibilidades de proveer miradas universalistas. Carlo Ginzburg ha mostrado con extraordinaria eficacia cuántas migas de universalismo puede contener una historia sin duda microscópica, la de “Domenico Scandella, detto Menocchio”, molinero de Monreale, pueblito en el norte de Italia en el siglo XVI.24

El esfuerzo para los historiadores ambientales consiste precisamente en esto. Buscar lo universal en lo particular, desvelar la relación de las sociedades con los ecosistemas a partir de las microhistorias de la contaminación del arroyo x por la fábrica y, o en la del agotamiento del área marina “por la sobreexplotación de la pesquería”.

A la luz de estas consideraciones, cabe finalmente preguntarse cuál es entonces el nivel de enfoque más oportuno para no quedarse atrapados entre los vuelos de altura olímpicos y una histoire evenementielle25 del medio ambiente.”En media stat virtus” (la virtud está en el medio), decía Ciceron. El ya mencionado Radkau tampoco duda en afirmar que se necesita un estado intermedio y una periodización más refinada, elaborados a partir de la investigación empírica.26 Es en la práctica historiográfica, ya no en los manifiestos programáticos, donde la historia ambiental tiene que demostrar su originalidad, su valor agregado y su derecho a existir. Y la práctica del oficio del historiador pasa de necesidad por la selección, interpretación y manejo de las fuentes.

Sin pretender compilar una guía exhaustiva, en las líneas que siguen se aborda el tema del material y las técnicas de construcción de las historias ambientales, así como se han venido utilizando y a veces inventando en la literatura publicada y con referencia implícita a América Latina, por ser la región que en particular nos interesa.

La cuestión de las fuentes y de la metodología

Las fuentes de la historia ambiental son unas herramientas multiformes y aptas para varios usos. Algunas -o muchas- les son conocidas a los historiadores, aunque el cuidado y la manera de interpretarlas pueden ser novedosos. Otras corresponden a instrumentos de otras ciencias, sobre todo de las ciencias naturales, de las cuales la historia ambiental necesita apropiarse y aprender a utilizar.

De la primera categoría -las fuentes tradicionales para el historiador- hacen parte los relatos de viajeros, exploradores y primeros naturalistas. Se trata, como es fácil imaginarlo, de documentos útiles para reconstruir los cambios medioambientales y entender cómo funcionaba el medio ambiente y sus relaciones con las comunidades humanas en el pasado. Su uso presenta muchas ventajas.

En primer lugar son fuentes normalmente accesibles en bibliotecas y a menudo hasta publicadas y en venta en librerías, con lo cual no requieren de largas y dispendiosas sesiones de lectura en archivos ni de conocimientos de paleografía. En segundo lugar, se presentan en forma narrativa, por lo cual no requieren de destrezas especiales - como es el caso de los registros de bautizos y matrimonios para la historia demográfica, por ejemplo - para leerlos y

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utilizarlos, aunque sí para interrogarlos. Finalmente, al tratarse la mayoría de las veces de fuentes conocidas y usadas por la historiografía, a menudo puede contarse con una estratificación de estudios que ayudan a contextualizar la fuente, conocer su autor, matizar su contenido.

También conocidos por los historiadores son los fondos de los archivos nacionales que reúnen los documentos relacionados con cuestiones de tierra. La categoría es evidentemente vastísima y, dependiendo del país y de la época a la cual se refieren, pueden contener fuentes de tipo catastral, adquisiciones de baldíos, ejidos y resguardos indígenas, ventas y concesiones por parte del Estado, etc. Como en el caso de los relatos de viajeros y en los informes de los primeros geógrafos, antropólogos y naturalistas, también se trata de fuentes valiosas y a menudo únicas para conocer el medio ambiente en el pasado y la forma en que las sociedades del tiempo se relacionaban con él.

William Cronon, sin embargo, advierte que, en el caso de ambas tipologías de fuentes, siempre se trata de representaciones, que reflejan la cultura, los intereses, la capacidad o la voluntad de “ver” de quien escribe.27 Esto implica la existencia, por ejemplo, de un problema de definición y de silencios. Si bien estos tipos de documentos refieren cuidadosamente acerca de un tema crucial como la tenencia de la tierra, lo hacen mucho menos respecto a un capítulo de importancia aún más capital para el historiador ambiental: el uso de la tierra. Cuando se hace alguna referencia a cómo y cuándo los suelos eran cultivados y los bosque talados, y por parte de quién, el dato no puede ser adquirido sin antes ponderarlo con la pertenencia cultural de quien lo proporciona. Para decirlo con un ejemplo, en la América colonial los españoles (blancos y urbanos) no entendían el barbecho y a menudo lo cla-sificaban como bosque. El monte, por otro lado, es muchas veces una categoría fiscal o del derecho privado, no una definición botánica. Igualmente se podría citar el caso de la Inglaterra de la Edad Media, donde la clasificación de un terreno como forest permitía que a esto se aplicara la forest law, que garantizaba un control estrecho sobre los derechos de caza y de uso de la tierra.

Un segundo grupo de fuentes son los documentos legislativos, reglamentos y decretos. Dos ejemplos muy distintos en cuanto a ubicación geográfica y período ilustran las posibili-dades que arroja el fundamentar un estudio histórico-ambiental en fuentes jurídicas. Por un lado, un grupo de historiadores españoles ha logrado desbrozar los prolegómenos de una po-lítica ilustrada de conservación y gestión del bosque en las colonias hispanoamericanas a través de un estudio sistemático de la política forestal de la corona durante el siglo XVIII.28

En otro tiempo -las décadas de 1920 y de 1930 -y en otra latitud, Italia, Andrea Saba ha investigado en cambio la relación del régimen fascista con los recursos naturales, esen-cialmente con base en la producción legislativa.29 También en este caso vale la advertencia que las fuentes jurídicas igualmente presentan sus ambigüedades, ya que no se puede saber a priori si una ley de protección ambiental expresa una transformación ambiental o más bien la anticipa. Por ejemplo, ¿una ley de prohibición de tala de un bosque refleja necesariamente una situación de escasez de madera? La respuesta tiene que ser cautelosa, porque cabría investigar la miríada de razones alternativas que podrían haber impulsado el legislador: la defensa de intereses particulares, la protección no de la madera del bosque, sino de los ma-nantiales custodiados por el bosque, quizá la preservación de alguna calidad mística atribuida a ese bosque.

Hasta aquí se han citado fuentes tradicionales históricas, a las que habría que añadir las fuentes comunes de la historia económica. Los libros de cuentas de haciendas y fábricas pro-porcionan informaciones valiosas por ejemplo sobre el manejo de los recursos naturales y los mecanismos de su evaluación y contabilización, pero también datos de contaminación ambien-tal, de meteorología y cambios de condiciones medioambientales.

En el plano de las ideas de la naturaleza, cabrían mencionar las representaciones iconográficas como fuentes para una historia de cómo distintas sociedades y grupos humanos han percibido la naturaleza. El historiador británico Simon Schama ha producido un libro sobresaliente al respecto, que debería encontrar un editor en castellano.30

Aunque necesarias, estas tipologías de fuentes que definimos “tradicionales” nunca son suficientes para reconstruir las estructuras y la distribución de los ambientes naturales en el pasado, el escenario inicial que los científicos ambientales llaman la baseline. Para lograrlo, el historiador ambiental, pues, se ve forzado a salir de las bibliotecas y de los archivos para ir a encontrar fuentes heterodoxas tomándolas en préstamo de la paleoecología, de la geografía histórica, de la arqueología, de la ecología histórica, de las ciencias forestales, de la agronomía, de la palinología.

Para poner un ejemplo, a través del análisis del polen contenido en suelos y sedimentos, el historiador ambiental puede comparar las información así obtenidas acerca de cambios climáticos e influencia de actividad humana en la historia vegetal de esta área con otras pruebas documentales, por ejemplo, los registros parroquiales o las tempranas crónicas

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coloniales, para llegar a conclusiones consistentes acerca de los sistemas agrícolas practicados de tiempos remotos, y de aquí de la presión demográfica.31

En otros casos, el análisis de los anillos de los árboles permite establecer su antigüedad y por lo tanto la edad del bosque, su manipulación, en fin, la relación entre los recursos forestales y las comunidades humanas. Otra fuente importante es la presencia de carbón fósil (el C14). A pesar de las dificultades de interpretación,32 se trata de un indicador importante de presencia humana en el pasado de ese medio ambiente y demuestra los cambios de frecuencia de incendios de origen antrópico.

Por qué es tan necesarios llegar a reconstruir un cuadro verosímil de las condiciones del medio ambiente antes o en el momento mismo en el que tuvo lugar el fenómeno objeto de estudio (sea este el comienzo de una nueva fase económica, la decadencia demográfica de una ciudad, la pérdida de poder de algún señorío local, la recepción de nuevas técnicas y saberes científicos), lo muestra la misma historiografía ambiental y la originalidad de sus resultados. Para limitarse a uno de los libros más exitosos que concierne a América Latina, vale citar a Elinor Melville y su Plaga de ovejas. La historiadora demuestra cómo la introducción del pastoralismo - algo distinto que la sola introducción de ungulados, tema conocido a los biólogos - en el altiplano central mexicano en el siglo XVI contribuyó a la conquista biológica del Nuevo Mundo a través de una profunda transformación del medio ambiente físico (del régimen de agua, de la calidad del suelo, de la tasa de erosión, de la composición vegetal de los bosques) y, en consecuencia, a través de un cambio fundamental de los recursos naturales tradicionales de las comunidades indígenas.33

Del radio de fuentes y metodologías de análisis que se ha tratado de esbozar es evidente que la historia ambiental tiene su potencial en la interdisciplinariedad y en el trabajo de equipo. Siendo imposible lograr una competencia especializada de alto nivel en disciplinas tan distintas como las que elaboran e interpretan estas tipologías de fuentes, el historiador ambiental no puede seguir la tradición ermitaña de sus colegas historiadores. Debe en cambio alimentarse de un trabajo de equipo integrado por geógrafos, cartógrafos, paleoecólogos, geólogos, biólogos entre otros, tratando de desarrollar un lenguaje común más allá de los tecnicismos de cada disciplina.34

Para una historia ambiental de América Latina

¿Cuál es el espacio y las posibilidades para una historia ambiental de América Latina?35 Y aún antes ¿porqué hacer historia ambiental en y de América Latina? Este segundo interrogante escasamente tendría vigencia en Europa o en Norteamérica, donde es débil la percepción de que elecciones individuales - tales como escoger una carrera universitaria, un tema de investigación, un trabajo de tesis - puedan tener algún tipo de impacto para la colectividad. La eventual respuesta por lo tanto caería con toda probabilidad en el marco de las preferencias personales: por diversión intelectual, por la esperanza de encontrar mayores posibilidades de empleo especializándose en un campo de modesta competencia, por interés individual, por misión cívica a la concientización ecológica, por disciplina ideológica.

El caso parece ser distinto en los países latinoamericanos, y en Colombia por observación directa, donde el sentimiento de responsabilidad social de los que desempeñan actividades in-telectuales es generalmente más difundido. Por esta razón, que tiene que ver a su vez con la historia del papel de los intelectuales en estas sociedades y con la brecha demográfica y cultural entre la élite intelectual y el resto dela población, la pregunta habría que reformularla en “por qué investigar la historia ambiental de la región es socialmente y políticamente im-portante?”.

El tema amerita un desarrollo mayor del que aquí es posible y oportuno, pero para no dejar sin respuesta tan difícil pregunta vale recordar que el medio ambiente ha entrado desde hace unos (pocos) años en las agendas políticas nacionales e internacionales. Los científicos naturales - expertos de clima, de suelos, de ecología vegetal, de geología, de zoología, etc. - han sido reclutados, por lo menos en el modelo ideal planteado por las leyes estatales y los acuerdos internacionales, para proporcionar a la clase política la información indispensable para la toma de decisiones.

No será necesario advertir de lo lejano que la práctica dista de la teoría ni que la relación entre las decisiones de los políticos y las recomendaciones de los científicos es discontinua. También será superfluo recordar que estos últimos tampoco son ajenos a las condicionantes sociales y políticas que, de manera más o menos desapercibida, integran cualquier proceso de producción y socialización del conocimiento.

El punto que aquí interesa es que el tema del medio ambiente, luego de una época en la cual fue dominio de las ciencias naturales, ha entrado a ser campo también de politólogos y,

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sobre todo, de economistas, una vez que ha sido puesto en evidencia su dramático peso en las cuentas económicas tanto de comunidades locales como nacionales. Lo que no ha cambiado, e inclusive se ha fortalecido, es la presentación de lo ambiental como un “problema” del presente, que por lo tanto requiere “soluciones” nuevas y por inventar. Si es cierto que la magnitud y la rapidez de los cambios medioambientales del siglo XX no encuentran paralelos en ninguna otra época,36 no por esto la perspectiva presentista debe imponerse como la más apta para enfrentar la crisis ambiental. Hacer historia ambiental en América Latina significa entonces trabajar para que las valoraciones que la sociedad contemporánea exprese y las medidas que tome acerca del medio ambiente tengan perspectiva histórica y sean concientes del marco de larga duración en el cual el problema am-biental, sus valoraciones y las decisiones al respecto están encajados.

Hay un segundo orden de razones que debería impulsar a emprender estudios de historia ambiental. Comparada con otras áreas, América Latina es todavía un campo casi virgen en cuanto a investigaciones histórico-ambientales y apenas empieza a vislumbrarse un camino autónomo en el temario y en las aproximaciones teóricas.37 Sólo recientemente se han comenzado a publicar trabajos de solidez investigativa e interpretativa, que quizás marquen el inicio de una contratendencia respecto a la gran “narración a teleología negativa” que parecía caracterizar los primeros intentos de historia ambiental de América Latina. La expresión entre comillas pertenece a un historiador quien, al no aludir al caso latinoamericano, diagnostica sin embargo una tendencia compartida en varias latitudes. El autor es el ya citado Bevilacqua, quien resume en esas pocas palabras el núcleo de la crítica radical de la ecohistoria a la cultura histórica dominante.38 Vale la pena detenerse a seguir su planteamiento porque es una advertencia importante para un campo que apenas comienza como el de la historia ambiental de América Latina.

La sociedad capitalista-industrial, dice Bevilacqua, tiende a observar los anteriores modos de producción desde la posición privilegiada de sus multiformes y sofisticados consumos, y de esa altura juzga inferiores y/o preparatorias a su triunfo todas las formaciones sociales que la precedieron. El modelo cultural que ha acompañado tal idea de superioridad es notoriamente la ideología progresista, que se expresa en una parábola ascendiente y positiva basada en el incremento constante de bienes materiales y niveles de bienestar general. Pero, en esta elaboración, el ideal progresista ha contribuido a encubrir el mecanismo de explotación no regenerable de los recursos sobre el cual el modo de producción capitalista se ha basado.

Ahora, el modelo progresista es exactamente y paradójicamente el que con más desenvoltura tienden a aplicar los historiadores ambientales, aunque en su forma inversa. Cambiando el sentido de la parábola, terminan escribiendo historias regresivas e igualmente unilineares, siguiendo una fácil senda que va de “las culturas aborígenes a la crisis ecológica actual”, como se titula la obra de Luis Vitale de 1983.39 La historia ambiental se reduce de esta forma a la narración de la pérdida del estado de gracia en un supuesto Edén dominado por relaciones harmónicas entre hombres y naturaleza,40 hasta el “Mad Max ecológico” que representaría nuestra contemporaneidad.

A esta infructífera forma de entender la historia ambiental, que además radica y es expresión patente de la propia dicotomía entre naturaleza y cultura que la historia ambiental promete superar en sus proclamas, América Latina parece ser particularmente sensible. Quizá sea consecuencia del economicismo que ha permeado la comprensión de la historia latinoamericana. Y quizá sea también la respuesta que más se acomoda a paradigmas interpretativos de larga tradición, como el de la teoría de la dependencia que tanta fuerza ha tenido y sigue teniendo en la historiografía latinoamericana y latinoamericanista. En todo caso el resultado es a menudo una especie de “teoría de los estadios de decadencia ambiental”, parafrasando la influencial teoría de Rostow de las etapas del crecimiento económico,41que de poco avanza la comprensión de las dinámicas locales y más bien depura la historia ambiental de toda su fuerza heurística. La pretensión, en cambio, no es sencillamente la de añadir consideraciones o cálculos ambientales (o ambientalistas) a relatos con un guión ya conocido - poco importa si hablamos de la sucesión de modos de producción o de la expansión del modelo democrático, siendo ambos teleológicos. Lo que los historiadores ambientales reivindican es un giro fundamental, un cambio de mirada, de punto de vista, casi diríamos de paradigma, si el término no despertara susceptibilidades kuhnianas42: abandonar la unilinearidad economicista de la historia.

¿Por dónde empezar?

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Son múltiples los temas que están al alcance de una mirada histórico-ambiental y que, al ser capítulos fundamentales de la historia de América Latina, necesitan una comprensión más profunda y compleja de la que se ha alcanzado hasta el momento. Entre ellos, el desarrollo de las economías de agroexportación que la mayoría de las regiones latinoamericanas vivieron a partir de la segunda mitad del siglo XIX es un tema que ha recibido mucha atención por parte de una nueva generación de historiadores ambientales.43 No es una casualidad. La fase histórica del llamado “desarrollo hacia afuera” cuenta con una tradición historiográfica (socio-económica, pero también política) sólida que proporciona no solamente el contexto, sino muchas veces los detalles de cómo y con qué consecuencias socio-económicas y políticas se vincularon las regiones latinoamericanas a la economía mundial a través de la exportación de sus recursos naturales. Además, la popularidad del tema entre distintas escuelas historiográficas - o más explícitamente ideológicas - ofrece un variado menú de interpretaciones capaz de satisfacer a los paladares más sofisticados.44

La detectable predilección de la historia ambiental por los temas de la agroexportación y del extractivismo también se explica por la accesibilidad de una gran cantidad y calidad de fuentes primarias. La exportación de recursos naturales tales como carne, petróleo, café, quina, tabaco, bananas o guano implica la existencia de registros aduaneros, informes comerciales de funcionarios diplomáticos extranjeros, hojas comerciales de los barcos que trasladaban los productos, cuadros estadísticos compilados por las compañías, correspondencia epistolar entre los dueños de las empresas de producción y sus administradores.

Además, habría que recordar que la fase económica del boom exportador coincidió con una fase importante de consolidación de las estructuras estatales, o de state-building. Eso implica que es solamente a partir de estos años que el historiador ambiental cuenta en la caja de herramientas de su profesión también con la plétora de informes, datos puntuales y recopilaciones compilados por los varios institutos nacionales de geografía, meteorología, geología, las oficinas de desarrollo agrícola y las secciones de estadística de estados que empezaban apenas a conocer su territorio.

Bajo esta perspectiva, la lotería de bienes de la que hablan los historiadores económicos al referirse a la variabilidad de consecuencias producidas en las estructuras económicas del país productor por la simple diferencia entre los productos a exportar (la capacidad de la carne argentina de generar un proceso industrial, frente a la incapacidad del los bananos hondureños de activar una cadena de procesos económicos más allá de la producción de los racimos y su transporte),45 también tiene relevancia ecohistórica. Concretamente, al dejar huellas distintas que los investigadores logren utilizar como fuentes primarias, decretaría la posibilidad misma de hacer historia ambiental.

Finalmente, desde un punto de vista más teórico, focalizar la agroexportación y el extractivismo de los siglos XIX y XX es enteramente apropiado para una historia ambiental de América Latina, si se acepta que estas fueron las décadas de surgimiento de un modo de producción capitalista en el continente y que este último ha sido el motor de los dramáticos y repentinos cambios ambientales modernos.46

Estudios histórico-ambientales permitirían así entender cuáles han sido los costos ambientales de ciertas políticas y modelos económicos, y sugerir pues evaluaciones discrepan-tes de la que otras miradas han promovido. La introducción de la técnica de la amalgama, por ejemplo, es una innovación de la tecnología minera que marcó un paso adelante de la e-conomía de extracción colonial, logrando un aumento sensible de la producción de plata. El análisis de los devastadores efectos en los ríos y en la cadena trófica, producidos por la dis-persión del mercurio usado para provocar la separación del metal precioso de las escorias de otros materiales, obliga sin embargo a una valoración algo matizada de un avance tan claro de la capacidad de generar aumentos de productividad.47

Descubrir y computar los costos ambientales de la integración al mercado mundial de ciertos ecosistemas - la contaminación de La Oroya por las explotaciones mineras de la Cerro de Pasco en Perú, la simplificación de los ecosistemas cubanos por la conversión de los bosques en plantaciones azucareras, la degradación química y física de los suelos pampeanos transformados en graneros - es sin duda una tarea pendiente. Pero no es la única y tal vez ni siquiera la principal, si no se quiere caer en la narración regresiva o en quedar de meras auxiliares de la historia económica.

La misión de la historia ambiental en el estudio de cómo los países latinoamericanos se estructuraron en economías (y sociedades) de exportación de materias primas para el mercado mundial es principalmente otra: Reconocer el papel activo de los ecosistemas locales en determinar las formas, los tiempos y las posibilidades de la agroexportación y de la extracción.

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Si se recuerda la definición de ecosistema mencionada al comienzo de este ensayo, también se intuirá el prisma multifacético de una historia así concebida, en la cual, en la medida de lo posible, encontrarán igual audiencia los empresarios de la United Fruit Company y el fusarium, el nitrógeno y Juan Valdéz, la hevea brasilianensis y los caboclos, Humboldt y las lluvias del invierno tropical, los contrabandistas y las caobas, las fallas geológicas y las fallas humanas. Notas 1. J.Radkau, “¿Qué es la historia del medio ambiente?”, en Ayer 11(1993): Historia y Ecología, p. 124. 2. A.Caracciolo, L’ambiente come storia, Il Mulino, Bologna 1988, p. 8. 3. D.Worster, “Transformations of the Earth: Toward an Agroecological Perspective in History”, in Journal of American

History 76(1989-90): A Roundtable: Environmental History, p. 1089. 4. Así identificadas por W.Cronon, citado por A.Taylor, “Unnatural Inequalities: Social and Environmental Histories”, en

Environmental History 1(1996), p. 6. Véanse también las ramificaciones detectadas por G.Nebbia, “Per una definizione di storia dell‟ambiente”, en A.F.Saba e E.Meyer, Storia ambientale: una nuova frontiera storiografica, Teti, Milano 2001, pp. 11-36.

5. W.Cronon, Changes in the Land: Indians, Colonists, and the Ecology of New England, Hill and Wang, New York 1983. Cabe señalar que, a pesar de la importancia historiográfica y del éxito comercial del libro, no existe traducción al castellano.

6. Sobre la naturaleza como construcción social véase J.Herron and A.Kirk (eds.), Human/Nature: Biology, Culture, and Environmental History, University of New Mexico Press 1999 y en castellano A. Florez Malagón, Ambiente y desarrollo. El campo de la historia ambiental: perspectivas para su desarrollo en Colombia, IDEADE/Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá 2000.

7. M.Bloch, Introducción a la Historia, FCE, México 1957, p.26. 8. A.Flórez Malagón, Ambiente y desarrollo. El campo de la historia ambiental: perspectivas para su desarrollo en

Colombia, IDEADE/Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá 2000, pp. 9-10. 9. Por ejemplo <www2.h-net.msu.edu/~environ/surveys.html> y <www.eseh.org/courses.html> (abril 2002). 10. Para la ASEH, véase <www2.h-net.msu.edu/~environ/> (abril 2002); para la ESEH <www.eseh.org>.

Recientemente se ha constituido la International Environmental History Association, promovida por los historiadores asiáticos.

11. Algunos de los contribuyentes son: J.Radkau, “¿Qué es la historia del medio ambiente?” y J. Martínez Alier, “Temas de historia económicoecológica” en Ayer 11 (1993): Historia y Ecologia, pp. 119-146 y 19-48 respectivamente; “A Roundtable: Environmental History”, en Journal of American History 76(1990): 1087-1148; D.Worster, “Appendix: Doing environmental history”, en D.Worster (ed.), The Ends of the Earth: Perspectives on Modern Environmental History, Cambridge University Press 1988; W.Cronon, “The uses of environmental history”, en Environmental History Review 17 (1993), n.3, pp. 1-22; G.Palacio, “En búsqueda de conceptos para una historiografía ambiental”, en G.Palacio (ed.), Naturaleza en disputa, U.Nacional/ICANH, Bogotá 2001, pp. 37-74; G.Castro Herrera, “Environmental History (Made) in Latin America”, en H-Environment Historiography Series <http://www2.h-net.msu.edu/~environ/historiography/latinam.htm> (abril 2002); S. Ravi Rajan, “The Ends of Environmental History: some questions”, en Environment and History 3(1997), pp. 245-52; A.Flórez, op. cit., pp. 15-36.

12. Véase el editorial de Richard Grove en el número inaugural de Environment and History 1(1995). 13. P.Cunill, “La geohistoria”, en M. Carmagnani, A.Chávez, R.Romano, Para una historia de América. T.1: Las

estructuras, FCE, México 1999, pp. 13-159. 14. Oxford Concise Diccionary of Ecology, lema “Ecology”. En P. Bowler, Historia Fontana de las ciencia ambientales,

FCE, México 1988, pp. 369-406 se encuentra una buena síntesis de la evolución de la ecología y de sus relaciones con el ambientalismo.

15. D.Worster, “The Ecology of Order and Chaos”, en C.Miller and H.Rothman, Out of the Woods: Essays in Environmental History, University of Pittsburgh Press, 1997, p. 3.

16. E.P. Odum, Ecología: el vínculo entre las ciencias naturales y las sociales, México, 1997, (19 ed.). 17. Véase D.Worster, “The Ecology of Order and Caos”, pp. 3-17. Sobre la influencia de la teoría del caos en las

ciencias sociales, véase L.Douglas Kiel and E.Elliott (eds.), Chaos Theory in the Social Sciences: Foundations and Applications, The University of Michigan Press 1997.

18. Citado en P.Bevilacqua, Demetra e Clio: uomini e ambienti nella storia, Donzelli, Roma 2001, p. 15. 19. P.Bevilacqua, Tra natura e storia, Donzelli, Roma 1996, p. 9. 20. D.Worster, “Transformations of the Earth:Toward an Agroecological Perspective in History”. 21. “(…) porque la naturaleza de nuestro entendimiento lo inclina mucho menos a querer saber que a querer

comprender”, M.Bloch, Introducción a la Historia, p. 13. 22. L.Merricks, “Environmental History”, en Rural History 7(1996), p. 102, en su crítica a un texto por otro lado muy útil:

I.G. Simmons, Environmental History: a Coincise Introduction, Blackwell, Oxford 1993. 23. Véanse los artículos publicados durante sus varias épocas por la revista-voz de los historiadores ambientales

norteamericanos Environmental History. La revista se llamó Environmental Review entre 1976-1989 y Environmental History Review hasta 1996, cuando asumió el título actual absorbiendo además la otra revista im-portante del campo, Forest and Conservation History.

24. C.Ginzburg, El queso y los gusanos: el cosmos, según un molinero del siglo XVI, México, Oceáno 1997. 25. La tradicional “historia de los eventos” contra la cual reaccionó la historia social desde los años 30. 26. J.Radkau, “Qué es la historia del medio ambiente ?”, p. 129 27. W.Cronon, Changes in the Land: Indians, Colonists, and the Ecology of New England, Hill and Wang, New York

1983. Véanse también las reflexiones parecidas de E.Melville, A Plague of Sheep: Environmental Consequences of the Conquest of Mexico, Cambridge University Press 1994, pp. 84-87 (en castellano: Plaga de ovejas, FCE, México, 1999).

28. L.Urteaga y M.Lucena Giraldo, El bosque ilustrado: Estudios sobre la política forestal española, INCN, Madrid, 1991.

29. A.F.Saba, “Cultura, natura, riciclaggio. Il fascismo e l‟ambiente dal movimento ruralista alle necessitá autarchiche” (Cultura, naturaleza, reciclaje. El fascismo y el medio ambiente desde el movimiento ruralista a las necesidades

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autárquicas), en A.F.Saba e E.Meyer, Storia ambientale: una nuova frontiera storiografica, Teti, Milano, 2001, pp. 63-110.

30. S.Schama, Landscape and Memory, HarperCollins, London 1995. De este, la BBC produjo un documental con el mismo título.

31. Un ejemplo de la utilidad del análisis de polen es W.Bray, “¿A dónde han ido los bosques? El hombre y el medio ambiente en la Colombia prehispánica”, en Boletín Museo del Oro 30(1991), pp. 43-65.

32. Las explica en forma muy comprensible J.Diamond, Guns, Germs, and Steel: A short History of Everybody for the Last 10,000 Years, Vintage, London 1998, pp.95-96. (En castellano: Armas, gérmenes y acero: La sociedad humana y sus destinos, Madrid, 1998).

33. E.Melville, Plaga de ovejas, FCE, México, 1999. 34. Por supuesto existen también razones existenciales por las cuales la historia ambiental sólo puede recorrer

caminos inter- o transdisciplinarios. Los explora con más detenimiento y sofistificación teórica A.Flórez Malagón, op. cit., pp. 19-28.

35. La pregunta no es original, y respuestas articuladas han sido ofrecidas por G. Castro Herrera, “The Environmental Crisis and the Tasks of History in Latin America”, en Environment and History 3(1997), pp. 1-18; W.Dean, “The Tasks of Latin American Environmental History”, in H.K. Steen and R.P. Tucker (eds.), Changing Tropical Forests: Historical Perspectives on Today’s Challenges in Central & South America, Durham, North Carolina 1992, pp. 5-15; A.Flórez Malagón, op. cit., pp. 43-45 para América Latina y pp. 53-75 para el caso de Colombia, pero véase especialmente la sección “Bibliografía seleccionada sobre Latinoamerica y el Caribe”; G.Palacio, “En búsqueda de conceptos para una historiografía ambiental”, en G.Palacio (ed.), Naturaleza en disputa, U.Nacional/ICANH, Bogotá, 2001, pp. 37-74.

36. Véase J.McNeill, Something New Under the Sun, Norton, 2000. 37. La bibliografía de historia ambiental de América Latina más completa, aunque muy heterogénea y a veces

demasiado incluyente, es probablemente la compilada por Lise Sedrez y otros, accesible en la red en <http://www.stanford.edu/group/LAEH/> (abril, 2002).

38. P. Bevilacqua, Demetra e Clio, pp. 5-7. 39. L.Vitale, Hacia una historia del ambiente en América Latina: De las culturas aborígenes a la crisis ecológica actual,

Nueva Imágen, México 1983. 40. Para la desmitificación de lo que ha sido codificado como el “mito de la naturaleza prístina”, con su corolario de

“buen salvaje ecologista”, véase W.Denevan, “The prystine myth: The landscape of the Americas in 1492”, y K.W. Butzer, “The Americas Before and After 1492: An Introduction to Current Geographical Research”, en Annals of the Association of American Geographers 82(1992), n. 3, pp. 345-85. En otro contexto geográfico, véase S.Sinha, S. Gururani, B.Greenberg, “The „New Traditionalism‟ Discourse of Indian Environmentalism”, in Journal of Peasant Studies, 24 (1997), pp. 65-99. Para enmarcar el mito en las ideas occidentales de naturaleza, es interesante P.Coates, Nature: Western Attitudes since Ancient Times, University of California Press, 1998, pp. 84-95.

41. W.W. Rostow, The Stages of Economic Growth, Cambridge, 1960. 42. T.S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, FCE, México 1981. Sobre las ambiguas definiciones de

“paradigma” en Kuhn, véase M.Mastreman, “The Nature of a Paradigm”, en I.Lakatos and A.Musgrave, Criticism and the Growth of Knowledge, Cambridge University Press, 1970, pp. 59-90.

43. Además de los pioneros ensayos de W.Dean, With Broadax and Firebrand: the Destruction of the Brazilian Atlantic Forest, University of California Press, Berkeley, CA 1995 y Brazil and the Struggle for Rubber: a study in environmental history, Cambridge University Press 1987, merecen ser señalados J.Soluri, “People, Plants, and Pathogens: the Eco-social Dynamics of Export Banana Production in Honduras, 1875-1950”, en Hispanic American Historical Review 80(2000), pp. 463-501, A.Zarrilli, “Historia, ecología y desarrollo agrario en la Argentina: la región pampeana (1890-1950)”, ms., C.G. Zarate, Extracción de quina: la configuración del espacio andino-amazónico de fines del siglo XIX, Universidad Nacional de Colombia/Imani, Bogotá 2001, y el volumen de próxima publicación (ILAS, Londres 2002) editado por C.Brannstrom sobre temas de historia ambiental de América Latina, s. XIX y XX. Para una visión general del período en clave ecohistórica, aunque con fuertes influencias economicistas, véase G. Castro Herrera, Los trabajos de ajuste y combate: Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina, Casa de las Américas/Colcultura, La Habana/ Bogotá, 1994, cap. 5 y 6.

44. La literatura sobre el tema es enorme y accesible en varios idiomas. Entre los aportes más recientes, véase S.C. Topik and A.Wells (eds.), The Second Conquest of Latin America: Coffee, Henequen, and Oil during the Export Boom, 1850-1930, University of Texas Press 1998, y J.Coatsworth and A.Taylor (ed.), Latin America and the World Economy Since 1800, Harvard University Press, 1999.

45. V.Bulmer Thomas, La historia económica de América Latina desde la independencia, FCE, México, 1998, p. 27. 46. Para una discusión sobre el tema, véase E.Melville, “Global development and Latin American Environments”, en

T.Griffiths and L.Robin, Ecology and Empire: Environmental History of Settler Societies, Keele University Press, Edinburgh 1997, pp. 185-98, y, aunque no específicamente sobre América Latina, J. McNeill, Something New Under the Sun, Norton, 2000 (la traducción al castellano publicada por Alianza se encuentra en proceso).

47. E.Dore, “La interpretación socio-ecológica de la historia minera de América Latina”, Ecología Política 7(1994) y de la misma autora “Open Wounds”, en Report on the Americas 25(1991), pp. 14-21, ha tratado el tema de la amalgama, aunque sólo tangencialmente.

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HISTORIA TROPICAL: A RECONSIDERAR LAS NOCIONES DE ESPACIO, TIEMPO Y CIENCIA

Germán Palacio*

*Geógrafo colombiano, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, sede Leticia.

Papers N°74, 2004, revista de sociología publicada por el Departamento de Sociología de la Universidad

Autónoma de Barcelona, España.

Introducción En agosto de 2001, la Universidad Nacional de Colombia y Colciencias, en colaboración

con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia realizaron un seminario internacional de historia ambiental y presentaron ante la comunidad académica un libro sobre historia ambiental de Colombia llamado Naturaleza en disputa.1 Lo que no se conoció públicamente fueron las críticas que previamente recibieron de parte de unos pocos historiadores, que no podían pasarse el trago amargo de admitir que otros académicos no provenientes de la historia profesional, entre ellos un biólogo, un economista, un zootecnista, un veterinario, un salubrista, un abogado y un ingeniero, por citar algunos ejemplos, fueran quienes escribieran “historia” ambiental incursionando en un campo presuntamente vedado para no historiadores. Esta irrupción un poco ilegítima para académicos que defienden fronteras disciplinarias, no debería sorprender en un campo bastante novedoso. De hecho, los historiadores profesionales no habían avanzado mucho al respecto ni en Colombia ni en otros confines. En 1988, por ejemplo, Donald Worster escribió un libro en el que introduce a los lectores anglosajones “al nuevo y rápidamente creciente campo de la historia ambiental”.2 En 1993, en La riqueza de la naturaleza, Worster escribió que “la llamada de Aldo Leopold por una interpretación ecológica de la historia, tomó casi 40 años para conformarse”.3 La historia ambiental no sólo es un campo joven sino que aún se mantiene en un lugar marginal dentro de la historia como profesión. Sin embargo, en las décadas de 1980 y 1990, la historia ambiental ha llegado a convertirse en un campo de creciente expansión, impulsado por las preocupaciones globales sobre la crisis ambiental.

En el intento de incorporar rigurosamente la interacción entre naturaleza y sociedad dentro del estudio del pasado, el naciente campo de la historia ambiental le propone desafíos epistemológicos a la ortodoxia de los historiadores profesionales. Específicamente, tres tópicos interrelacionados deberían ser redefinidos cuando son aplicados a la historia ambiental. Ellos son: “tiempo”, “espacio” y “ciencia”. Este ensayo empieza por una discusión del tiempo en la historia profesional, a la luz de preocupaciones ambientales. En la medida que los cambios en la naturaleza son verificables en tiempos más largos que la historia militar, social, política, diplomática o económica, la historia ambiental se enmarca en escalas temporales más amplias, proyectándose hacia un pasado que se retrotrae más atrás que la historia escrita tradicional. A su vez, debido a que las preocupaciones ambientales se interrogan por la suerte de las generaciones futuras, la historia ambiental no se refugia en el pasado sino que prefigura visiones hacia el futuro.

En segundo lugar, este documento muestra que la historia profesional más ortodoxa proveniente del siglo XIX cuando en Alemania se empezaron a otorgar doctorados en la disciplina, presentó la acción humana, o bien, diluyendo el espacio, o bien implicándola en un espacio eurocéntrico. En contraste, las preocupaciones ambientales contemporáneas empujan a redefinir los presupuestos espaciales implícitos o explícitos de la historia en una dirección policéntrica antes que eurocéntrica. Me explico: el eurocentrismo debería ser sustituido por una visión que incorpore los trópicos, no sólo como espacios dominados por Europa. Tercero, debido a que los estudios ambientales son parientes cercanos de los desarrollos de las ciencias naturales, los esquemas tradicionales que enfocan las distinciones entre las ciencias naturales y las sociales4 deben ser redefinidas. Dada la influencia desde 1970, en la epistemología de la ciencia, de Thomas Kuhn5 y de Peter Novick, en la historiografía anglosajona, desde fines de la década de 1980,6 este ensayo discute algunos de los argumentos básicos de estos autores. Las conclusiones subrayan los desafíos de una reciente empresa teórica que todavía ha caminado menos de la mitad de un sendero lleno de pantanos,

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cruces de caminos, desiertos y selvas epistemológicas, esperando redescubrir los senderos que construyan puentes entre el pasado, el presente y el futuro de las interacciones entre los seres humanos y la naturaleza.

A través de la reconsideración de categorías fundamentales tales como tiempo, espacio y ciencia implícitas en la historia tradicional, este ensayo pretende sacar a la luz importantes retos epistemológicos que propone la historia ambiental a la historia tradicional. Tres conclusiones básicas se pueden extraer de esta revisión conceptual. Primero, al hacer explícitas las conexiones entre pasado y futuro, el historiador o historiadora ambiental hace un ejercicio político. Segundo, al sustituir una visión eurocéntrica en historia, este ensayo postula la necesidad de contribuir a la historia de parte de América Latina y otros confines, haciendo claro el carácter tropical de una región que se extiende desde México hasta buena parte de Brasil y Bolivia. Tercero, por su naturaleza interdisciplinaria que compromete un diálogo permanente entre ciencias naturales y sociales, las fronteras disciplinarias entre historiadores y otros investigadores, sin llegar a diluirse, deben admitir su mutua permeabilidad.

El tiempo en la historia

Si el pasado es el tiempo que convoca las energías académicas de los historiadores, la historia más tradicional es limitada por un período que va hacia atrás hasta las huellas escritas datadas en los orígenes de las antiguas civilizaciones de Oriente. Sólo hasta hace poco, la gente que carecía de registros escritos estaba excluida de esta historia quedando colocados en las áreas de interés de la antropología, la arqueología y otras disciplinas. En general, los pueblos que no dejaron documentos escritos7 fueron desterrados del ámbito de la historia tradicional.

Debido a que los historiadores normalmente justifican la importancia de su disciplina por la relevante continuidad entre el pasado y el presente, esta conexión es entendida como parte de un esfuerzo que permite obtener claves para comprender algunas de las características del presente, dando, de esta manera, una justificación o pertinencia social a la disciplina. Aunque no todos los historiadores comparten esta perspectiva, la mayoría de ellos están orgullosos de ofrecer claves explicativas de las sociedades actuales a través del estudio del pasado. Esta visión es generalmente aceptada como una forma de “presentismo” legítimo, en contraste con aquella historia que le impone los moldes y las visiones del presente al pasado que se considera históricamente injustificado. En consecuencia, mi afirmación inicial acerca del pasa-do histórico en conexión con el presente8 debe entenderse en el sentido de que la preocupación contemporánea sobre el medio ambiente jalona investigaciones históricas que no hacían parte de la agenda investigativa de los historiadores. Había que reconocer que una preocupación contemporánea, la crisis ambiental, presiona a los historiadores a escudriñar el pasado de las relaciones entre naturaleza y sociedad.

No obstante, algunos historiadores rechazan la idea de vincular el pasado con el presente. Ellos prefieren asumir que están escribiendo historia como si transcurriera en un continente lejano que no tiene nada que ver con los problemas presentes. La historia, dicen ellos, no enseña nada al presente. Esta posición no continúa siendo tan común, aunque mantiene cierta relevancia. En contraste, es más común encontrar posturas que reconocen relaciones explícitas entre el pasado y el presente. Por ejemplo, la forma como el tiempo es representado dentro de la historia, por lo menos desde la Ilustración, definitivamente vincula no solamente el pasado con el presente sino también el presente con el futuro. Desde el siglo XVIII, el modelo de la Ilustración ha vinculado el presente con el futuro como progreso, mientras refleja el pasado como atraso. El más sofisticado filósofo de la historia heredero de la Ilustración, Friedrick Hegel, esquematiza la trayectoria del tiempo como saltos dialécticos con una dirección progresiva de cambio hacia la realización de la idea, el más elevado estado de la civilización.9 Las muy elaboradas versiones marxistas de la historia, herederas de la concepción hegeliana, no solamente rechazan el idealismo sino tienden a esquematizar una dirección ascendente de la historia más sofisticada que el modelo hegeliano, como una espiral que admite algunas reversiones pero enfatiza la dirección general del mejoramiento progresivo.10

La Ilustración, que es la fuerza central del proyecto moderno, también tiene sus modernos contradictores. Así, por ejemplo, los románticos tienden a ser nostálgicos de un pasado perdido,11 mientras la visión historicista de Ranke define el tiempo en una forma que no se puede hacer predicciones sobre el futuro dejando la puerta abierta a las fuerzas impredecibles de la historia (humana). La visión nitzscheana del tiempo tiende a ser asociada con un eterno

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retorno circular, y la perspectiva de Spengler es parabólica en su idea de ascenso y caída de las civilizaciones.12

Una mirada más detallada de estos modelos muestra, por un lado, que a pesar de que algunos historiadores pretenden estar preocupados exclusivamente por el estudio del pasado, ellos tienden a conectar implícitamente sus modelos con el presente y con el futuro. Por otro lado, las críticas recientes sobre las perspectivas etnocéntricas en historia relacionadas con el predominio de la historia escrita, el redescubrimiento de fuentes orales como un manantial de información histórica válida y la búsqueda por la historia de los grupos subordinados, han hecho que historiadores y antropólogos e historiadores y arqueólogos estén encontrando que sus fronteras disciplinarias se van hasta cierto punto, diluyendo o, al menos, que sus objetos disciplinarios se están complementando. La historia, a la luz de las preocupaciones ambientales contemporáneas, amplía su perspectiva tanto hacia atrás a un pasado más remoto, como hacia delante rumbo al futuro.

Esta “visión futurista” está íntimamente relacionada con un movimiento activista más amplio orientado a redefinir las relaciones sociales con la naturaleza en esta época de cambio de siglo. Si, a pesar de esta novedad, la historia ambiental está llegando a ser un campo importante de la historia, ello se debe a que está relacionada con preocupaciones prácticas como la destrucción de la vida, la disminución de la capacidad reproductiva de la tierra como una entidad viva, el deterioro de la calidad de la vida humana y así sucesivamente. Por ello, los grupos sociales conscientes de estas preocupaciones están intentando afrontar el presente y el futuro. La imaginación histórica no puede evitar estas conexiones implícitas o explícitas entre pasado, presente y futuro y los historiadores ambientales no se pueden esconder en una coartada escapista, pretendiendo estudiar el pasado de la manera positivista del siglo XIX, simplemente como la narración de lo que “realmente ocurrió”.13

Los críticos podrían argumentar, con alguna razón, que toda esta problemática ha sido planteada por diferentes historiadores, filósofos de la historia y, en general, la historiografía. Pueden decir que nada nuevo se está presentando aquí, quizás solamente una creciente importancia o redescubrimiento de asuntos viejos. Sin embargo, hay otra característica abstracta del tiempo que tiene que ver con la conciencia ambiental y que desafía el sentido histórico tradicional. En la medida en que la historia ambiental tiene que ver no solamente con el tiempo de los humanos sino con el tiempo de las interacciones entre los humanos y la naturaleza, hay una especie de desajuste teórico entre estos dos tipos de tiempos. El tiempo de la historia tradicional tiende a ser más corto que el tiempo de la naturaleza. Mientras que la historia política, por ejemplo, cambia con la sustitución de mandatarios o de partidos, la historia del cambio geológico, biológico, climático o paisajístico se mueve en escalas temporales de muy larga duración. Sorprendentemente, desde una perspectiva contemporánea, al principio del siglo XIX, la creencia de que el tiempo era una característica de los humanos pero no de la naturaleza, era muy difundida. El tiempo es, entonces, construido de manera diferente en historia y en otras disciplinas. La historia, en particular, está regularmente en el lado opuesto del sentido tradicional de tiempo de la física mecánica y la astronomía, las cuales tienden a considerar la naturaleza en los siglos XVII, XVIII y en la primera parte del XIX, como una materia inerte.14 En contraste, algunos pioneros de la historia ambiental, tales como la “escuela de los anales”, han trabajado con un sentido histórico diferente. Su perspectiva de “larga duración” amplía el sentido del tiempo histórico tradicional. En la medida en que trata con problemas geográficos y ambientales, esta escuela piensa en términos de períodos más largos.15 En este caso, al cruzar la preocupación histórica del tiempo con la geográfica del espacio aquella se redefine, lo cual constituye el segundo tópico que se trabaja en este ensayo; la discusión sobre el espacio.

El espacio en la historia Eurocentrismo entre los historiadores profesionales del siglo XIX

En este ensayo se argumenta que, a pesar del hecho de que la Historia16 es un campo temporal por excelencia, implícita o explícitamente trabaja con presupuestos o categorías espaciales. Estas preconcepciones espaciales están enraizadas en asuntos ambientales. Probaré esta afirmación citando los trabajos de dos de los más grandes pensadores de comienzos de la profesión en Alemania, Leopold Von Ranke y Georg Wihelm Friederich Hegel. Un análisis de su trabajo muestra que la corriente central de la profesión de la Historia en el siglo XIX era, espacialmente, eurocentrista.17

Hegel (1770-1831) es uno de los más respetados filósofos durante el siglo XIX y el XX pero también es, quizás, el menos original y el ejemplo más simplista del determinismo ambiental.

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En su libro Introducción a la filosofía de la historia, en la sección el “Excerpt” conocido como “Las bases geográficas de la Historia”,18 Hegel afirma que el espíritu se manifiesta en sí mismo en la gente realmente existente y que “esta existencia cae no solamente en el tiempo sino en el espacio también”.19 De acuerdo con él, los factores naturales excluyen la existencia del espíritu “en las zonas tórridas o en las zonas frígidas”.20 Adiciona después: “El verdadero teatro de la historia es, en consecuencia, la zona templada, o más bien, la zona norte”.21 Más tarde hace afirmaciones similares y concluye con una sentencia, que se diría “lapidaria”: “La historia mundial va del este al oeste y así como Asia es el comienzo de la Historia mundial, Europa es simplemente su fin”.22

Tales prejuicios eurocéntricos se habían difundido en Europa desde los escritos del Barón de Montesquieu en el siglo XVIII y sólo se puede comprender su popularización en el contexto del predominio europeo a escala mundial durante el siglo XIX; ni antes ni después. En El espíritu de las leyes, en el libro XIV,23 este pensador de la Ilustración escribió que “la gente es más vigorosa en los climas fríos”. Añade que allí también tienen “un mayor sentido de superioridad”, que contrasta agudamente con los indios (de la India) a quienes los caracterizaba simplemente como gente pusilánime. De hecho, Montesquieu no era original en esta visión. Hipócrates y Tácito creían en la superioridad griega y romana, respectivamente, basándose también en consideraciones ambientales; lo que cambia es la difusión de este seudo-mito. Así, la idea de la superioridad europea, que emergía como una versión continental europea derivada de Montesquieu y más tarde consolidada en el siglo XIX, tenía una larga línea de ancestros.

De forma un poco menos obvia, sin embargo, Leopold Von Ranke, padre de la Historia profesional moderna es, definitivamente, eurocentrista. Tres de sus ideas básicas tienen implicaciones espaciales. La primera es su argumentación en contra de una perspectiva de la historia centrada en la civilización latina. De acuerdo con Ranke, Europa es una entidad compuesta por elementos tanto de la civilización latina como de la civilización germana. El objetaba las concepciones europeas que interpretaban la Edad Media como un oscuro período histórico que empezó con el declive del Imperio romano después de que fue invadido por los pueblos bárbaros, las tribus del norte. Ranke estaba interesado en estudiar los más importantes estados que, se consideraba, provenían del mundo romano-germánico.24 En su libro, El ideal de la Historia Universal, Ranke escribía: “El autor debe mantenerse muy cercano de las naciones racialmente vinculadas, tanto las germánicas como las de descendencia latino-germánica, cuya historia es el centro de la historia moderna”.25

Ranke veía su historia universal como un compendio de historias nacionales.26 El y Hegel compartían la idea de que la política era lo definitivo en la historia. Como resultado, la Historia debería tratar sobre estados territoriales. En contraste, la gente sin Estados no podría ser parte del proyecto de la Historia profesional. Esta es la segunda idea de Ranke que tiene implicaciones (espaciales) eurocéntricas ya que se suponía que Europa era la cuna de los Estados-Nación. Desde los académicos alemanes del siglo XIX, la historia académica se ha concentrado en su mayor parte en la construcción de las naciones y del Estado. Tales académicos argumentarían, con buenas razones, que el Estado es una entidad territorial. La historia hunde entonces sus raíces en un sentido común espacial: el espacio del Estado nacional. Esto está relacionado con las disputas sobre el territorio controlado por el Estado; por ejemplo, la movilización de fronteras internas o las divisiones administrativas. El territorio es concebido como una cantidad abstracta, mensurable y susceptible de transferirse por negociación, por medios diplomáticos y por guerras.27 La racionalidad territorial es también la base del imperialismo de los siglos XIX y XX.

Ranke es considerado el mejor abogado y proponente de un riguroso método histórico basado en documentos escritos de fuentes primarias. Quizás sin proponerse, esta es la tercera idea con implicaciones espaciales. La aproximación metodológica de Ranke excluye pueblos analfabetos del escrutinio de la historia tradicional. Los aztecas, mayas, incas y otros pueblos indígenas americanos, por ejemplo, fueron considerados sólo hasta hace poco, cuando la etnohistoria cambió esta perspectiva, parte de lo que regularmente es llamado la “prehistoria”, lo cual es normalmente estudiado en departamentos de antropología, etnología o arqueología. Este es también el caso de las gentes de las selvas húmedas o de los de los bosques. Igualmente omite los pueblos “primitivos” no sólo por su concepción de que el teatro de la historia es Europa, sino por las implicaciones metodológicas que se refieren a los documentos escritos.28 Ranke excluye India y China de la Historia porque ellos carecen de un sentido histórico.29 Adicionalmente, un lugar común eurocéntrico durante el siglo XIX y la primera parte

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del siglo XX, era que la civilización podía florecer solamente en zonas templadas y no en los trópicos.

Las investigaciones más recientes muestran que Europa era sólo una periferia de la economía-mundo durante el siglo XIV; que el “descubrimiento” de América le permitió empezar a desplazarse hacia la semiperiferia; que desde el siglo XVIII por la penetración en India y durante la segunda parte del siglo XIX en China, pudo desplazarse hacia el centro de la economía-mundo.30 Por ello, el siglo XIX es el lapso de esplendor del eurocentrismo. El resultado de la primera guerra mundial con la destrucción de Europa, sirve para socavar las bases de ese pretendido eurocentrismo.

Dislocación del eurocentrismo del siglo XIX

El ascenso de Estados Unidos de América a comienzos del siglo XX como un poder civilizado tanto como imperial, planteó una tendencia hacia la descentralización de la historia universal tal como era presentada en la versión eurocéntrica. La expansión de Estados Unidos hacia el oeste, sus victorias militares contra México y su anexión de Texas, fueron pruebas del potencial de la joven nación. Más tarde, a fines del siglo XIX, sus victorias contra España y la toma de Hawai y Panamá fueron decisivos para este cambio. El eurocentrismo empezaba a colocarse en aprietos frente a nuevas potencias emergentes. Sin embargo, a pesar de sus logros materiales y militares, como Peter Novick afirma, los americanos fueron todavía en aquella época, “importadores netos de ideas de Europa”. En particular, tomaron prestadas principalmente de los alemanes las ideas acerca de la historia. Una que ha sido discutida por Novick es la idea de objetividad a lo cual volveremos más adelante. Por ahora este ensayo discute otro término que tiene implicaciones ambientales: la idea de civilización.

Un rápido análisis del concepto de civilización durante el siglo XIX ilumina otros aspectos espaciales del eurocentrismo. Para probar esta afirmación me apoyo en ese saber que se ha generalizado con las enciclopedias. Aunque la información que traen no sea de muy buen recibo académico por su superficialidad, ellas fueron al fin y al cabo, un importante legado cultural europeo del siglo XVIII y XIX, que es precisamente la influencia que nos interesa discutir. Aunque el término “civilización” tiene una etimología latina, su uso moderno está vinculado con los escritores franceses de la Ilustración. Esto se afirma en las enciclopedias francesa, americana, española y soviética; la Enciclopedia Británica no traía esta palabra.31 Todas las enciclopedias señalan que el término no tiene una clara e inequívoca acepción, aunque existe el consenso de que es una idea opuesta a barbarie. La civilización ha asegurado la superioridad humana en la tierra sobre los otros animales, y los climas con estaciones o las zonas templadas del planeta son consideradas más propicias para la civilización que las zonas tropicales o calientes. Curiosamente, la Enciclopedia Francesa de 1886 dice que el término pierde su utilización después de 1835 y la Enciclopedia Italiana reconoce que tiene connotaciones peyorativas. Varias enciclopedias afirman que tiene una relación con condiciones climáticas o ambientales.32

A diferencia de la Enciclopedia Británica, la Enciclopedia Americana afirma que los historiadores, antropólogos y otros científicos sociales usan el término civilización. Este término vino a los Estados Unidos desde Alemania y sus orígenes pueden ser rastreados en el estudiante favorito de Kant, Johan Godfried Von Herder, pero con una argumentación en contra del significado francés. La noción de civilización en alemán debe ser usada en plural, en contraste con el uso que se le da en el francés.33 Hay civilizaciones, entre las cuales se cuenta por ejemplo, la francesa, alemana, hebrea o china. Esta palabra también tiene el significado que trabajó el antropólogo americano Lewis H. Morgan a fines del siglo XIX, como etapas evolutivas de la humanidad desde la fase del salvajismo, pasando al barbarismo y luego a la civilización.34 Esta versión antropológica revitalizó la noción de civilización

En resumen, la idea de civilización es pariente de la idea de progreso por transformaciones lentas y saltos cualitativos, y debe ser usada en plural. Esta contribución alemana permitió que el término incluyera las grandes culturas del hemisferio occidental y oriental diluyendo el francocentrismo cultural. El término estaba presupuestado para ser aplicado a pueblos urbanos y sedentarios. La civilización no era entonces exclusivamente francesa al cambiar el singular del sentido francés por el plural propio del alemán y así también los americanos podía alcanzar un lugar de conformidad con la nueva semántica de la Historia Universal, hecho que más allá de la semántica, lograron a comienzos del siglo XX. El resultado fue ambivalente; los alemanes prefirieron normalmente el término de cultura al de civilización, pero los americanos en el siglo XX tendieron a despreciar las ideas de civilización por su atadura al eurocentrismo. En todos

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los casos, los trópicos, lugar no solamente de los bosques sino también de los pueblos cazadores y recolectores, fueron excluidos por mucho tiempo de la historia profesional.35

El desarrollo económico y las victorias militares de los Estados Unidos en el siglo XX, desplazaron el “eje de la historia” hacia el occidente americano y los historiadores norteameri-canos alcanzaron así un lugar especial en la profesión de la historia en la medida en que su país que a propósito es un país templado, ganó importancia en el teatro de la historia para utilizar la metáfora alemana. Varios académicos habían predicho tal éxito en el siglo XIX cuando ellos limpiaran sus bosques nativos. Hegel fue uno de estos académicos.36 Otros eventos históricos dieron una patada final al eurocentrismo del siglo XIX. Primero, debido a las victorias japonesas sobre las tropas del Zar a comienzos del siglo XX, el imperialismo europeo encontró nuevos competidores en el este. Segundo, los levantamientos sociales cambiarían drásticamente o, por lo menos, enriquecerían la historia política y social predominante empezando con la Revolución mexicana en 1910 y la Revolución rusa en 1917. Las perspectivas eurocéntricas empezaban a reconocer que el oriente y también el sur eran parte del escenario de la historia. Finalmente otras revoluciones sociales y la descolonización de Afri-ca, Asia y el Caribe después de la segunda guerra mundial pondría fin al mito del siglo XIX de que el teatro de la historia estaba centrada en Europa occidental.

Los trópicos y la historia

Si bien el pensamiento eurocentrista dudaba que de los trópicos pudiera predicarse historia y civilización o, si la había, era inferior a la europea, como lo probaba la derrota de pueblos enteros de regiones densamente pobladas en México y Guatemala o Ecuador, Perú y Bolivia, ¿en qué consistían los trópicos? ¿Cómo veían los europeos aquello que no eran ellos? ¿Cómo contrastaban sus tierras templadas con las regiones tórridas del planeta? La respuesta fue variada. Primero, desde las versiones de Cristóbal Colón sobre el Caribe, el trópico fue percibido como Edén. Quizás, dice David Arnold, los primeros viajeros provenientes del sur de Europa más exactamente del Mediterráneo, aunque notaban la diferencia, ella no era tan notoria como cuando fueron los franceses, holandeses e ingleses un par de siglos después y percibieron el contraste. En ambos casos, incluso cuando se descubrieron Tahití y las islas del Pacífico, la percepción edénica se reforzó.37 Esta visión se cualificó e influyó no sólo a europeos, sino que además marcó a los patriotas americanos que lucharon por la descolonización, a comienzos del siglo XIX, con la versión de Alexander von Humboldt sobre América. Humboldt articuló una visión cósmica sobre una naturaleza armoniosa e interconectada, tal como se percibe inclusive hoy en día en las visiones ecologistas y neorománticas. La influencia de Humboldt en el pensamiento ambientalista contemporáneo no puede ser sobreestimada. Además de esta visón cósmica de la naturaleza tropical, transmitió una versión complementaria de la naturaleza americana desprovista de población, casi intocada por la mano del ser humano. En sus “paisajes grandiosos pero vacíos apenas sí aparecen seres humanos”.38

En contraste, nítidamente durante el siglo XIX, con los procesos de colonización de África, del Asia-pacífico tropical así como la expansión del capitalismo neocolonialista, el trópico aparece ante los ojos europeos como una región malsana donde la propagación de miasmas y enfermedades, además de un espacio infestado de bichos, insectos y fieras, ponen en peligro la salud humana. Allí, como lo ilustra The Heart of Darkness, en la versión novelada de Joseph Conrad o La Vorágine, para el caso amazónico de José Eustasio Rivera, la naturaleza tropical no era un Edén sino un infierno. Arnold ha planteado que hay una intrínseca ambivalencia europea con respecto a los trópicos, que va de la noción edénica a la infernal.39 Se podría agregar que esta ambivalencia sólo se configuró plenamente durante el siglo XIX con el esplendor del eurocentrismo.

Una segunda ambivalencia se desprende del etnocentrismo europeo. En términos generales, el trópico no fue considerado por los europeos sólo por su naturaleza, sino también por la gente que lo poblaba. Una gente a la que le costaba producir elevadas formas de civilización. De un lado, la población nativa fue representada como “nobles salvajes” conviviendo armónicamente con la naturaleza; y aunque esta visión tiene sus raíces remotas en los relatos de Colón, fue el francés Montaigne en su viaje a Brasil quien la inmortalizó. De otro lado, se fijó una visión negativa de la gente trópico en el siglo XIX. Primero, fue en el trópico en donde se consolidó la esclavitud y fueron los ingleses los campeones de la lucha por su abolición durante el siglo XIX. Segundo, la penetración imperialista europea en Africa y neocolonialista en el Amazonas enfrentó a los europeos y a sus herederos mestizos americanos a la resistencia nativa. Una parte importante del peligro que enfrentó al trópico con la civilización fue el canibalismo.40 Tercero, en las regiones en que el trópico es cálido pero no húmedo, se construyó la percepción, en una versión que encaja con el carácter

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edénico de la naturaleza, de que la población tenía una existencia fácil premiada por el carácter ubérrimo de la naturaleza, que impedía o desestimulaba la consagración al trabajo. Se trataba de un lugar en que, por ne-cesitarse menos vestido, abrigo y fuego y por salvarse de las penurias del invierno que exigían previsión, cálculo o planeación, había una tendencia a la pereza y a la indolencia. Si la gente del trópico había sido premiada por la naturaleza, era reprochable moralmente. Esta actitud moral tenía un origen ambiental.

La historia del trópico americano se podía contar como un proceso de expansión civilizatorio europeo en dos fases: primero con la invasión de los pueblos ibéricos y luego con la expansión neocolonialista europea del siglo XIX. Sólo el colapso europeo a fines de la primera guerra mundial abrió el espacio para cuestionar el eurocentrismo. Luego, la victoria de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, opacaría la importancia de la metáfora de la “civilización” sustituyéndola por la de “desarrollo”. Mientras que la noción de “civilización” implicaba una especie de condena del trópico, la idea del desarrollo convertía al trópico en un nuevo desafío para su aspiración transformadora. El desarrollo podría aplicarse al trópico. Expuesto el problema de la noción del espacio construido bajo la lógica del eurocentrismo, le corresponde el turno a las implicaciones para la Historia de la división entre ciencias naturales y ciencias humanas.

La ciencia dividida entre naturaleza sin tiempo vs. humanos históricos

Wilhelm von Humboldt hermano del famoso Alexander, expresó una idea ampliamente difundida en el siglo XVIII y comienzos del siglo XIX: “La creación del mundo físico tiene lugar en un sólo momento, pero la creación del mundo mental procede gradualmente en el transcurso del tiempo”.41 Esta separación tajante del mundo en dos campos tiene una racionalidad, cuya raíz se encuentra en la más generalizada distinción entre las ciencias naturales y las ciencias humanas. De una manera simplista, pero para propósitos de clarificación, se puede argumentar que mientras la física trabajaba con una concepción mecánica acerca de la materia inerte regida por leyes naturales, las humanidades trabajan con el tiempo; una categoría que es relacionada con la libertad huma-na. De esta manera, la historia se convierte en la cara opuesta de la concepción mecánica de la naturaleza. Dentro de este esquema, la naturaleza vista como espacio, se convierte en un concepto abstracto sin historia que puede reducirse a las matemáticas y la geometría. La historia, en cambio, es determinada por la cronología, el libre albedrío y la acción humana.

Este carácter estático de la naturaleza no duró mucho tiempo. Los botánicos y geógrafos europeos del siglo XVIII se interesaron en los trópicos, particularmente estimulados por las posibilidades de encontrar nuevas especies que pudieran ser utilizadas en negocios agrícolas. Esta tarea fue llevada a cabo por profesionales que trabajaban en el campo de la ciencia, lo cual no excluía una cierta conciencia del valor económico de su conocimiento. Normalmente, ellos se interesaron más por la naturaleza que por la gente. Los historiadores, bajo la tradición eurocéntrica, no tuvieron inconveniente en que científicos naturales, etnólogos y otros científi-cos sociales observaran y escribieran por un lado sobre de la naturaleza tropical y por otro lado, eventualmente, sobre la gente atrasada o primitiva. Todo ello era parte de la agenda imperialista europea del siglo XVIII y XIX.

El campo de la biología, durante la segunda parte del siglo XIX, cualificó el esquema dual del mundo físico por un lado y del mundo histórico por el otro. Fueron aceptados algunos vínculos entre ellos cuando se desarrollaron las teorías evolucionistas sobre la materia viva, anotando que la naturaleza también tenía su propia historia. Ella no empezaba a escribirse por historiadores profesionales sino por botánicos y zoólogos. El evolucionismo darwinista y los desarrollos en la geología colocaron los puentes entre los extremos de la materia inerte y sin tiempo de la física, con el tiempo histórico humano. A pesar de esto, el abismo entre las ciencias naturales y las humanidades no se cerró.

Aunque era posible aceptar la existencia de vínculos entre los dos campos, la biología fue incorporada dentro de las ciencias naturales, manteniendo así el distanciamiento disciplinario entre las ciencias naturales y las ciencias sociales.42 No obstante, la biología y las ciencias sociales intercambiaron metáforas sin extraer las conclusiones de este tráfico semántico. De este intercambio se puede destacar, por ejemplo, que la idea de evolución estaba enraizada en el pensamiento de la Ilustración haciendo referencia a la idea de progreso, pero se aplicaba al mundo material y más aún, al avance moral de la humanidad. Así, evolución y progreso tenían connotaciones aplicables a los seres humanos y al resto de seres vivos. Más tarde, el darwinismo social tuvo enorme influencia, al menos en el así llamado mundo occidental, con su defensa de que la sociedad y el Estado debían adecuarse a la deseabilidad de la supervivencia de los más fuertes. Algo similar ocurrió con la idea de territorio, que se volvió especialmente

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importante para explicar el comportamiento animal y vegetal, pero que había sido construida en la organización y justificación del poder en los estados absolutistas.43

En vez de construir los puentes entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, el positivismo del siglo XIX se comprometió con una empresa que sólo hasta hace poco ha sido afrentada.44 Ese proyecto estaba orientado hacia la incorporación de los métodos de las ciencias naturales en las ciencias sociales, tanto en sus dimensiones cuantitativas como en sus dimensiones empíricas. De esta manera, las ciencias sociales y las humanidades abandonarían sus raíces metafísicas y especulativas ya desacreditadas, y entrarían a ser parte del respetado campo epistemológico de primera clase de las ciencias naturales. Sin embargo, solamente algunas disciplinas adoptarían estos matices positivistas, por lo menos en cierto grado, como es el caso de algunas tendencias en sicología, economía, antropología o sociología. Un importante punto para los historiadores fue la introducción de la estadística en sus análisis. La creencia dominante se fundaba en la idea de que las “leyes” de la sociedad permitirían establecer un balance entre las ciencias naturales y las ciencias sociales; tal vez así el sueño científico positivista podía ser logrado.

Las más importantes teorías críticas tales como el marxismo soviético esquematizaron el problema de una manera similar. Reclamaban que su empresa intelectual era verdaderamente científica, mientras otras teorías continuaban atrapadas en la ideología y la falsa conciencia burguesa. Los esfuerzos soviéticos para competir con el capitalismo reforzaron la empresa científica, aunque no sería justo decir que todos los marxistas compartieron este matiz empírico-criticista.45 De hecho, por ejemplo, la teoría crítica del neo-marxismo de Adorno, Horkheimer, Marcuse y, posteriormente, Habermas contribuyeron a una crítica social y política de la ciencia.46

Otros campos trataron de llenar los vacíos entre los extremos de la naturaleza mecánica y biológica con la historia humana. Tal es el caso de la antropología ecológica o de la ecología cultural. Julian Stewart entre otros, trató de operar con un esquema teórico basado en el trípode conformado por ecosistemas, tecnología y cultura en el análisis de la sociedades indígenas.47 La geografía humana, con Carl Sauer y James Parsons,48 relacionó la geografía física con preocupaciones históricas y sociales. En ambos se devela un coqueteo por preocupaciones ambientales más contemporáneas, y por ello, deberían ser leídos a la luz de esta nueva disciplina que todavía esta tratando de establecer sus presupuestos teóricos y epistemológicos. Los esfuerzos teóricos en ecología tampoco muestran un cuadro significativamente diferente. En Fundamentals of Ecology,49 Odum deja para el último capítulo el estudio de los seres humanos en los ecosistemas, sin ofrecer ninguna explicación convincente de lo que el autor llama “aplicaciones a la sociedad humana”. La teoría ecológica y los modelos funcionan muy bien especialmente cuando los científicos no tienen que tratar con los seres humanos. Los desarrollos posteriores luchan por reintegrar ese factor humano en los modelos ecosistémicos.

En resumen, aunque algunas disciplinas y teorías han desarrollado puntos de vista intermedios y modelos entre los extremos de la física y la historia, éstas no han cambiado los presupuestos epistemológicos que dividieron las ciencias sociales de las ciencias naturales. Cuando conceptos tales como el de “evolución” fueron incorporados dentro de la biología, implicaron avances en el campo de las ciencias naturales, a pesar de que no constituyeron una evidencia suficiente para ubicar a las ciencias humanas o sociales dentro del estatus de “científicas” en el sentido de las ciencias naturales. Al contrario, implicó que las disciplinas sociales y humanas se reafirmaran defendiendo una postura epistemológica cualitativa desemejante a las ciencias naturales y, consecuentemente, una fundación teórica diferente.

Este artículo ha planteado que el creciente campo de la historia ambiental plantea problemas explícitos de carácter epistemológico. Teniendo en cuenta que este campo de la historia tiene que lidiar con un nuevo encuentro entre seres humanos y naturaleza, la próxima sección de este ensayo examina la empresa del estatus científico de la historia ambiental. Este es un campo que confronta el reto de hacer historia no solamente de los humanos sino también de las interacciones entre los humanos y la naturaleza.

Historia ambiental: la construcción de su objeto en el contexto de la crisis de la historia objetiva

Aunque es posible remontarse más atrás en el tiempo, el pensamiento de la Ilustración proporciona un buen punto de partida para discutir las características básicas de la empresa científica moderna. La Ilustración concebía el papel del conocimiento como una guía para el avance de la humanidad. El conocimiento liberado de la superstición y comprendido como una

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empresa acumulativa, es una característica básica de la ciencia moderna. Desde esta perspectiva, el futuro de progreso sin fin estaba ensamblado con la empresa científica acumulativa. Esta concepción del conocimiento que sigue siendo lugar común, se origina en la idea, de que hay muchos interrogantes a los cuales no le conocemos la respuesta todavía, pero que pueden ser, descifrados, respondidos o explicados en el futuro. En ese sentido, la Ilustración implicaba un arquetipo en el que los seres humanos constantemente mejorarían, con la ayuda secular de un conocimiento que iluminaría la verdad liberándola de la oscuridad, la ignorancia y la superstición. De esta manera, se preveía un futuro que recuperaría el esplendor de los tiempos griegos, expresado en el poder simbólico de un “Prometeo liberado”, sujetando las fuerzas de la naturaleza a la ciencia y a la tecnología.

La Historia como una disciplina autónoma y como una profesión se vinculó a la empresa científica del siglo XIX. Como una doctrina académica especializada, se empezó a distanciar de las narrativas históricas literarias y de la teoría legal, campo en que tuvo origen,50 y empezó a construir emulando a la ciencia, un dispositivo metodológico original de objetividad. La construcción de un objeto en cualquier disciplina requiere de la diferenciación de la misma con otros campos. En ese sentido, la figura más prominente de la disciplina histórica en su versión científica fue Leopold Von Ranke.51 Los documentos escritos y las fuentes primarias principalmente escritas, se convirtieron para el conocimiento del pasado, en dos de las principales preocupaciones de la investigación científica histórica.

La elevación de una ciencia secular como el tipo de conocimiento moderno por excelencia, fue interpretado en el siglo XIX como el conocimiento producido en las ciencias naturales. He mencionado ya dos visiones comunes basadas en la prevalencia del conocimiento en las ciencias naturales. La primera simplemente mira las ciencias humanas y las ciencias sociales como especulación. La segunda, la visión positivista, trata de hacer que las ciencias sociales imiten a las ciencias naturales. Sin embargo, un pensador de la Ilustración alemana fue quien realmente anticipó el problema que conducía el reducir las ciencias humanas a las ciencias naturales y quien proporcionó una respuesta coherente al dilema. Este personaje fue Immanuel Kant, quien con su distinción entre razón pura y práctica, concluyó que era necesario trabajar con una dualidad. En efecto, si la ley de la necesidad debía ser aplicada a las ciencias naturales, la libertad humana debería ser el campo de las humanidades. Para Kant los “impulsos” y la “naturaleza” son la contraparte de lo humano y de la razón.52 La división fundamental entre la razón pura y la razón práctica debería admitir una diferencia fundamental entre las ciencias naturales y las humanidades.

Los intelectuales alemanes del siglo XIX distinguieron entre estos dos tipos de ciencias, las cuales fueron constituidas con diferentes métodos pero agrupadas todas ellas como Wissenschaft.53 La principal razón detrás de esta división es que en las humanidades o las ciencias sociales la libertad humana, al jugar un papel fundamental, puede modificar la precisión en las predicciones. Los historiadores alemanes compartían esa tradición y por ello, todos hicieron claras distinciones entre las ciencias naturales y la historia. Ser un historiador o un científico social no implicaba, en ningún sentido, tener una posición inferior cuando se era comparado con los científicos de las ciencias naturales. Ambos campos poseían un tipo de conocimiento denominado como Wissenschaft, un conocimiento académico que se organizaba bajo principios y reglas rigurosas.

En este punto, Ranke por ejemplo, estaba confiado en la idea de que una estrategia metodológica apropiada podría proporcionar al estudio de la historia respeto científico y precisión.54 La historia entonces, debería ser una empresa científica destacada como (aunque no lo mismo) las ciencias naturales.55 Ranke innovó en el método científico, desarrollando una estrategia de investigación que no era propia de las ciencias naturales. Como en las ciencias naturales, él creía que el método era la clave para hacer que la historia fuera una ciencia. A pesar de ello, la forma como Ranke construyó la idea de objetividad, no estaba basada en perspectivas empíricas de ensayo y error o en métodos matemáticos que eran más usuales en las ciencias naturales, sino en el manejo riguroso de las fuentes primarias escritas y el manejo de archivos.

Aunque Ranke era un pensador “idealista”, sus planteamientos fueron interpretados de manera empiricista. Peter Novick ilustra este malentendido.56 El describe como los historiadores americanos a finales del siglo XIX fueron importadores netos de ideas, en particular del “método científico”. De acuerdo con Novick, los historiadores americanos fueron a Alemania ya que “los alemanes tenían el secreto de la academia, porque de todas maneras era más fácil y barato que Francia o Inglaterra, además porque los alemanes eran rigurosos y arduos en la persecución de los hechos”.57 Si las afinidades institucionales, sociales y técnicas juntaron a los académicos americanos con los alemanes, vacíos filosóficos y epistemológicos terminaron distinguiendo la ortodoxia americana de la academia alemana. La diferencia más importante

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estaba relacionada con la utilización de la idea de Winssenschaft alemana. Esta palabra tenía un significado distintivo que se refiere a una disciplina claramente circunscrita. Sin embargo, su traducción al inglés como “ciencia”, o preferiblemente como “método científico” generó problemas. Los historiadores alemanes reaccionaron contra la sugerencia de que las “ciencias naturales” o el Naturwinssenschaftlih podían ser aplicadas dentro del campo de la historia, ya que para ellos era claro que esto no era así.58 La tradición histórica anglosajona estaba fundamentada en presupuestos epistemológicos basados en el empirismo de Hume. El pensamiento de Ranke de “escribir la historia como esencialmente ocurrió”, fue traducido al inglés como “escribir la historia como realmente ocurrió”.

La diferencia entre “esencial” y “real”, y la confusión con la palabra Objektivitat, dieron lugar a este malentendido. Ranke era un pensador “idealista” no un empiricista. En ese sentido, él creía que el curso de la historia revelaba el trabajo de Dios.59 Mientras los positivistas alemanes atacaron a Ranke por su idealismo, los historiadores anglosajones lo veneraron por lo que él no era: un héroe que encarnaba la ciencia empírica. La epistemología de Ranke fue “naturalizada” dentro de un idioma: el empiricista inglés.60 Novick también evidencia como la cultura empiricista derivada de Hume estaba enclavada en el corazón de esta curiosa y nueva interpretación de Ranke en Estados Unidos. En resumen, la profesión de la historia en norteamérica recibió a Ranke con fe en el proyecto científico progresivo, basado éste en la tradición empiricista.

A fines de la década de 1980, la crítica demoledora de Novick a la objetividad histórica en los Estados Unidos generó una crisis de identidad entre los historiadores que todavía creían en el estatus científico de la historia. Esta crítica ocurrió anteriormente también en otras ciencias sociales, bajo la idea de lo que ha sido comúnmente y quizás llamado “posmodernismo”, en el que se podría incluir al mismo Michel Foucault con su tesis no sólo de que la verdad se construye socialmente, sino que es producto de relaciones de poder. En 1990, el sociólogo Turner comenta que el libro de Novick afirma una serie de cosas que son actuales en historia, pero que los sociólogos consideran familiares desde tiempo atrás.61 Los científicos naturales y otros profesionales de las ciencias aplicadas como médicos e ingenieros, estarían de acuerdo en que dicha disciplina no es una ciencia. Quizás sea esa la razón por la cual la perspectiva de Kuhn sobre las ciencias, fue tan ampliamente aceptada en las ciencias sociales y en la historia. Es típico escuchar profesores de historia utilizando las ideas de Kuhn sobre paradigmas, sin ningún rigor: convirtiendo todo en un paradigma. Si las pretensiones de los historiadores de tener alguna objetividad científica constituye sólo una mercancía para ser vendida en círculos restringidos de algunos profesionales del campo, las críticas a la objetividad en las ciencias naturales tienen en cambio, un impacto mucho mayor en la producción del conocimiento en el mundo contemporáneo. Lo que trataría el conocimiento histórico profesional sería, más que narrar la verdad “objetiva”, producir un saber que tiene unas reglas rigurosas y precisas para establecer lo que se podrían considerar “hechos”.

Las sagradas ciencias naturales asaltadas por la producción social del conocimiento Thomas Kuhn

Aunque variadas críticas y numerosas cualificaciones de los argumentos de Thomas Kuhn han tenido lugar después de la publicación de La estructura de las revoluciones científicas,62

este libro provee un importante cambio en la forma como la ciencia es percibida. Kuhn presenta un esquema histórico para explicar cómo las ciencias naturales funcionan y cómo cambian a través del tiempo. De acuerdo con Kuhn, la ciencia está basada en paradigmas que son com-partidos por una comunidad científica. Contra la idea común del conocimiento acumulativo y en permanente progreso mencionada anteriormente, él muestra que las ciencias tienden a trabajar con un paradigma. Al comienzo, el permanente predominio de un paradigma es rotulado como ciencia normal y las divergencias son simplemente consideradas como anomalías excepcionales. Cuando el paradigma es incapaz de resolver satisfactoriamente problemas que encuentran los científicos, las anomalías tienden a proliferar. Esta situación de relativa incertidumbre comienza a abrir la posibilidad para una revolución científica. Nuevos paradigmas en competencia tratan de sustituir al antiguo. Pero solamente cuando uno de ellos eventualmente triunfa, es aceptado entonces por la comunidad científica. Un esquema que maneja rupturas cualitativas con respecto al conocimiento previo, cambia la metáfora evolucionista de la Ilustración cualificando la idea del conocimiento acumulativo y progresivo a un conocimiento con saltos cualitativos y cambios de dirección. Kuhn critica la visión lineal acumulativa de la ciencia e incluso, demuele las aspiraciones científicas de un conocimiento

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limpio y libre de restricciones sociales. Enfatiza las rupturas y con ellas la validación social del conocimiento científico. Las comunidades científicas sirven para validar un conocimiento que tiende a ser aceptado y entonces un nuevo paradigma reemplaza al viejo.

En la medida misma en que este artículo trata con problemas históricos, mi propósito es mostrar que, a pesar del hecho de que las ciencias sociales pueden ser consideradas Wissenschaft, es decir, conocimiento académico sistemático y riguroso, ellas no pueden ser simplemente colapsadas dentro de las ciencias naturales. La mayoría de los historiadores tienden a aplicar la idea de Kuhn sobre los paradigmas de manera acrítica, como si la historia fuera ciencia positiva; una ciencia natural. En realidad, Kuhn no cometió este error. Si bien es cierto que restableció cierta continuidad entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, no afirmó que estas fueran esencialmente lo mismo. En el “Post Script de 1969” a su libro ya mencionado, comentó cómo la reacción favorable a sus ideas en las humanidades, “lo habían extrañado y sorprendido”.63 Las ciencias sociales, sostiene, “son diferentes, de manera importante”. Una de esas diferencias, corrobora literalmente, es “la ausencia, o mejor debería decir, la relativa escasez de escuelas en competencia que se da en las ciencias naturales”.64 Este artículo argumenta que las ciencias sociales y las humanidades están basadas en subpa-radigmas en permanente competencia y no en un paradigma dominante. En este sentido, no existen “ciencias normales” en el campo de las ciencias sociales o ciencias humanas.

Paradigmas, subparadigmas y ciencia norma

Si en gracia de discusión los historiadores trataran de definir un paradigma en historia, se encontrarían siempre poderosas respuestas contra el predominio de una sola de esas perspectivas. Sería ilustrativo hacer el ejercicio con los tres tópicos que hemos tratado en este artículo: tiempo, espacio y ciencia en historia. Primero, la idea del tiempo como una trayectoria progresiva, consolidada en los siglos XVII y XVIII, fue contestada por perspectivas anteriormente expuestas en este documento. Otro rechazo a la idea de la Ilustración, es la idea nostálgica de historia, propia de los románticos, como un pasado perdido. El historicismo, para utilizar la expresión de Meineke, rechaza la idea del tiempo como una trayectoria continua y acumulativa, substituyéndola por la idea del azar, de los eventos o de la casualidad. La historia de los “eventos”, por ejemplo, como en el tipo de historia “a-teórica” es controvertida, primero por visiones teleológicas o por nociones estructuralistas y segundo, por perspectivas como la de la larga duración. Además, la historia ambiental como hemos visto, plantea nuevos desafíos al encontrarse con un tiempo dispar entre los seres humanos y la naturaleza. En pocas palabras, no hay un sentido común; no hay un paradigma que hegemonice abrumadoramente el sentido del tiempo en la historia.

Segundo, el que los historiadores europeos del siglo XIX fueran eurocéntricos no hace al conjunto de los historiadores “deterministas geográficos”, ni este tipo de reduccionismo se reconoce como el paradigma en que se basa la historia. Los historiadores de los países pos-coloniales, incluyendo, en un inicio todos los países americanos y posteriormente asiáticos y africanos, han escrito épicas nacionales sin tener en cuenta el determinismo ambiental. Durante la pos guerra fría también se han encontrado lazos perdidos de una historia global con predominio asiático, que cuestiona el eurocentrismo de la mayor parte de los historiadores europeos del siglo XIX y XX. Las recientes discusiones sobre economía-mundo capitalista tienden a dar el golpe de gracia definitivo al eurocentrismo, mostrando que el período 1400-1800 debe ser considerado sinocéntrico antes que eurocéntrico.65

Tercero, la mayor contribución hacia la consolidación de un método científico particular en la historia debe ser atribuido a Ranke en el siglo XIX. Su insistencia en fuentes primarias escritas y su sentido del examen crítico de las fuentes válidas para la verdad histórica, son algunas de sus más importantes contribuciones. Sin embargo, desde el comienzo de la historia profesional en el siglo XIX, otros autores disputaron esta perspectiva de Ranke. Hegel por ejemplo pensaba que los hechos no hablan por sí mismos. Los historiadores de acuerdo con Hegel, tenían que adicionar algo más a los hechos con base en lo que él denomina la filosofía de la historia.66 Y como ya ha sido subrayado, los historiadores americanos “rankeanos” transformaron su visión idealista por una visión empirista. Finalmente, la historia no profesional nunca ha desaparecido por completo. De hecho como se mostró al comienzo de este artículo, la historia ambiental en Colombia tiene como pioneros a profesionales provenientes de otras disciplinas.

Es de sentido común decir que Einstein rompió el paradigma “newtoniano” en física; pero nadie haría una metáfora similar en historia.67 Bajo esta perspectiva, la historia no es como las ciencias naturales: una “ciencia normal”. De allí que Kuhn se haya mostrado sorprendido por la

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calurosa acogida a sus ideas en las humanidades. A pesar de que las ideas de Kuhn acerca de los paradigmas sobrepasen ya las cuatro décadas y no dejen de estar “de moda” siendo bien conocidas en las ciencias sociales, su mal uso tiende a colapsar, involuntariamente quizás, las ciencias sociales con las ciencias naturales. Dilthey, Kelsen y otros académicos alemanes, distinguieron los objetivos y las metas en estos dos campos del conocimiento.68 De acuerdo con estos autores, se considera que la tarea de las ciencias naturales es “explicar”, mientras que las ciencias sociales deben “comprender”. Sin embargo, como Novick lo prueba, la recepción de estas ideas en la academia norteamericana tendió a colapsar la diferencia entre las dos, e intentando con ello cerrar el vacío entre las ciencias naturales y las sociales, subordinando y asimilando las ciencias sociales a las ciencias naturales bajo una perspectiva positivista.

Es importante señalar que, en lugar de tratar cada modelo o perspectiva diferente como un nuevo paradigma en las ciencias sociales, aquí se postula que las ciencias sociales deberían pensarse en términos de subparadigmas en competencia. Debido a que hay una variedad de escuelas en competencia en las ciencias sociales, sería preferible hablar de subparadigmas antes que de paradigmas. A pesar de lo fuertes que parezcan algunas veces estos subparadigmas, ninguno de ellos es capaz de eliminar a los otros y convertirse en el paradigma de una “ciencia normal”. La “anormalidad” es entonces, la condición natural de la historia como una disciplina. En lugar de reducir lo central de una disciplina como la historia a un solo paradigma, es más convincente pensar en subparadigmas en competencia. La historia está entonces inevitablemente permeada por otras disciplinas. La autonomía de su objeto frecuentemente se diluye. El conocimiento de la historia no se construye en un solo momento, ni se atribuye a un solo autor, ni es considerado como el patrimonio de una sola profesión. Todos los intentos por encajar el conocimiento histórico en un tipo de paradigma, tienden a hacerlo de una forma ilegítima.

En síntesis, la historia ambiental debe ser vista en el contexto de un campo lleno de tensiones, que al final del siglo XX está redefiniendo sus fronteras a partir de una formulación dual no resuelta y heredada del siglo XIX. Una tensión se encuentra en la diferenciación cualitativa entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Otra es la relacionada con la subordinación peyorativa de las ciencias sociales a las ciencias naturales, heredada de la visión empirista y la tradición positivista. En esta etapa particular de la historia ambiental, tres criterios metodológicos deben ser formulados. Primero, la renovación de la concepción alemana de Winssenschaft, de tal manera que las ciencias sociales y las humanidades puedan ser consideradas disciplinas académicas de rango similar a las disciplinas académicas de las ciencias naturales. Segundo, a pesar de su estatus similar, no deben ser colapsados los dos campos sino abiertos a su mutua permeabilidad. Tercero, la historia ambiental es un intento, entre otros, orientado a construir un conocimiento que pueda sentar las bases para eliminar la distancia entre las ciencias naturales y las ciencias sociales.

Conclusión: ¿Historia ambiental desde un punto de vista tropical?

En el mundo de los abogados es común escuchar a los estudiantes de Derecho explicando la razón por la cual decidieron cursar esa carrera. Su respuesta en algunos casos es: porque no me gustaban las matemáticas. En efecto, las matemáticas parece ser el campo de los estudiantes más consagrados en apariencia más inteligentes. Ocasionalmente los estudiantes de las ciencias naturales y de las carreras que privilegian las matemáticas, ven por contraste, a los de ciencias humanas como charlatanes. De manera similar, Alfred Crosby caricaturiza la distancia entre los científicos naturales y los historiadores como una división entre estudiantes “consagrados” de un lado, y “desaplicados” de otro. Añade: “Poco ha ocurrido para disminuir el vacío entre estos dos, de hecho, lo que vemos ahora es un precipicio”.69 Dice que, si tuviera que escoger, se inclinaría hacia los aplicados, es decir, hacia los profesionales de las ciencias naturales. Yo no concuerdo con esta apreciación por lo que se verá enseguida. Este artículo ha lidiado con problemas fundamentales que plantea la historia ambiental a la historia en general. Centró la historia ambiental en el intento de hacer historia de la relación entre naturaleza y cultura a través de la crítica a la idea de civilización. Ello llevó a cuestionar los fundamentos epistemológicos de la historia empezando por el problema del tiempo, siguiendo con el problema del espacio y concluyendo con el problema de la ciencia. En estas conclusiones se recogerán los planteamientos elaborados y se postulará la necesidad de hacer historia consciente de los condicionamientos espaciales y ambientales específicos de la historia humana. Por ejemplo: hacer historia ambiental de Colombia implica reconocer el carácter

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tropical, pero más específicamente, ecuatorial del espacio en que ella discurre. Empecé con las nociones de tiempo, espacio y ciencia, pero concluyo de manera inversa.

Considerando la idea alemana de Wissenschaft como una categoría que involucra tanto las ciencias humanas como las ciencias sociales, este artículo trata de balancear la aparente superioridad epistemológica de las ciencias naturales. Este no es el resultado de mis inclinaciones personales; mi reacción responde a la alternativa propuesta por Crosby. Lo que Crosby sostiene es: “Como historiador yo soy, digamos, un profesional “poco consagrado” y, aunque comparto los criterios estándar de mis colegas, francamente como ser humano yo me inclino hacia los aplicados”. Este artículo toma una posición diferente, no porque se incline hacia los profesionales “desaplicados”, sino porque hay muchas razones para considerar que desde ambos bandos, y no sólo desde la historia, hay malentendidos por aclarar. Las ciencias naturales y no solamente los historiadores, pueden reconocer que Thomas Kuhn, entre otros, probó que la ciencia está atada a mecanismos sociales que controlan el régimen de investigación científica. Desde un punto de vista diferente, Foucault también ha argumentado de una manera contundente, que el conocimiento y particularmente la empresa científica moderna está atada a relaciones de poder. No se trata simplemente de afirmar como en la Ilustración que el saber es poder, sino que el poder genera saber. Es por eso que el conocimiento proveniente de la ciencias naturales y no sólo el de la historia, tiene su dosis de relaciones de poder y subjetividad. En síntesis, se puede decir que la ciencia no está por encima de la sociedad y los intereses humanos, sino que está involucrada en ellos. La concepción de una ciencia que divide a los humanos de la naturaleza debería también ser culpada por el problema que genera un abismo entre la sociedad y la naturaleza, el cual está en la base de la actual crisis ambiental.

La ecología política, la geografía humana, la sociobiología, la ecología humana y la etnobotánica, entre otros, son esfuerzos que, orientados en la dirección de colocar puentes entre naturaleza y cultura, deberían ser sistemáticamente evaluados de manera comparativa. La historia ambiental es parte de esta búsqueda que trata de sentar las bases para establecer puentes que permitan eliminar los vacíos generados durante tres o cuatro siglos de conocimiento en Occidente entre ciencias naturales y humanas. Esta es una carga que hace muy difícil superar estos obstáculos epistemológicos. Una dosis de interdisciplina y porosidad, en lugar de una extrema especialización y endogamia profesional, resulta ser una condición más apta para las transformaciones o revoluciones científicas. Esta afirmación puede ser un buen consejo para una variedad de disciplinas y para los historiadores profesionales en particular; para los historiadores ambientales es indudablemente, un imperativo.

No obstante, la interdisciplina no debe conducir a colapsar las ciencias naturales con las ciencias humanas. Específicamente, este artículo desafió la idea de considerar a la historia una “ciencia normal” y en consecuencia, la idea de que existe un “paradigma” en la historia como disciplina académica. Se argumentó que la historia como otras ciencias sociales está compuesta por permanentes subparadigmas en competencia. Desde el punto de vista de las ciencias naturales, en términos “kuhneanos”, la historia siempre está en crisis. La crisis, por lo tanto, vendría a ser la “normalidad” de la historia. Hoy en día se puede decir que se asiste a un desplazamiento que podría tender a cerrar las distancias entre las ciencias naturales, las ciencias sociales e, inclusive la ficción. Aunque no sea dominante, esta tendencia debe ser cuidadosa, además de bien recibida en la historia ambiental que tiene una apertura transdisciplinaria.

También he argumentado que la historia sin espacio es como un pez sin agua. Una historia aparentemente “sin espacio” está basada en el sentido eurocentrista del espacio y de la civilización. Expresé abiertamente que el determinismo ambiental y el geográfico estaban fundados, entre otros, en las ideas de Montesquieu y en los trabajos de Hegel. La crítica al determinismo geográfico eurocentrista debe estimular el interés por la historia de los trópicos, condenados desde estos enfoques a estar excluidos de la historia por mucho tiempo. Una historia de enfoque no eurocéntrico sino globalista, debe mostrar las interacciones del trópico con la zona templada. Consecuentemente, el interés en escribir acerca del espacio en la historia, tiende a recuperar la importancia de los problemas locales de manera interconectada con los problemas globales, en un concepto que llamo “glocalidad”.70

En relación con el tiempo, la historia ambiental debe ser el contexto de la crisis ambiental y del llamado a responsabilizarse por las oportunidades para las generaciones futuras, obliga a los historiadores a ser conscientes de que sus investigaciones y escritos derivan en efectos socio-políticos. Diferentes perspectivas ambientales piensan en el futuro alrededor de las posibilidades que aquí se han mencionado, empezando por los optimistas tecnológicos que

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suponen que los avances de la técnica resolverán los problemas ambientales que hoy en día confrontamos, hasta la visión neo-romántica presente en muchas perspectivas preservacionistas, que rechaza la técnica pero no la ciencia y recuerda el pasado como algo perdido. También seguirán escribiendo los que conciben el tiempo en espiral; aquellos que ven el tiempo de manera elíptica como auge y caída de la civilización.

Si se cambiara la idea etnocéntrica de civilización basada en las consideraciones geográficas y ambientales ya discutidas, y se piensa más bien desde un punto de vista tropical, es fácil darse cuenta que la integración del espacio en la historia como una categoría cualitativa, puede producir un ejercicio muy fructífero. ¿Por qué fue tan difícil civilizar los trópicos? para parafrasear a Crosby en su Imperialismo ecológico, ¿por qué los trópicos se resisten a su transformación en neo-Europa? Aunque la idea de una historia de las interconexiones, ya sean mediterráneas como en el caso de Braudel, o Atlánticas como en el caso de las interacciones entre Europa, América y Africa, mejora el panorama restringido de las perspectivas nacionales, hoy en día sigue siendo una visión limitada. Desde el siglo XIX es perfectamente nítido que el Atlántico ya no puede ser considerado aisladamente del Pacífico. La historia ambiental con sus preocupaciones globales tiene que fusionar la historia de las tierras templadas con la historia de las tierras tropicales y así la historia Atlántica debe estar entonces relacionada a la historia del Pacífico. La historia ambiental global junta las tierras y los océanos.

Este sentido “globalista” e interconectado de la historia no excluye las posibilidades de escribir sobre un país. Lo que exige es reconocer y hacer explícito este contexto “globológico”. Por ejemplo, al escribir sobre un país tropical como Colombia hay que reconocer que el trópico fue construido bajo ciertas visiones europeas. Estas visiones de Europa fueron a su vez el resultado de haberse mirado en el espejo del trópico para explicar el problema de su identidad y de la otredad. Europa inventó la tropicalidad pero la tropicalidad contribuyó a construir las ideas de lo que las tierras templadas europeas y americanas no eran. Durante el siglo XIX las visiones del trópico fueron positivas como en el caso de Humboldt, pero a costa de construir una idea de “naturaleza sin gente”. A medida que avanzó el siglo el trópico tuvo una valoración negativa, como insalubridad, opresión o indolencia. Esta visión europea y norteamericana fue débilmente contestada. Quizás donde más se formuló el contraataque fue en la “Escuela tropicalista bahiana” de medicina que apuntaba a probar que el trópico no era insalubre en sí mismo y en los escritos de Gilberto Freire quien consideraba que Brasil era “el Nuevo Mundo de los trópicos”.71 Pues bien, Colombia es un país tropical, pero además de esa característica que comparte con México o con Perú, es también ecuatorial, lo que introduce nuevas determi-naciones ambientales. A la historia ambiental de Colombia le corresponde reconocer esa lucha de imágenes positivas y negativas que surgen de la idea del trópico y otras que hacen parte de sus características ecosistémicas específicas.

Mientras que el poder explicativo espacial de las relaciones y concepciones globales, nacionales y regionales debe ser incorporado a la investigación histórica, el concepto de “civilización” se mantiene cargado de una serie de connotaciones negativas para los países del trópico, de carácter eurocéntrico, racista y antiecológico, que se pueden reformular a la luz de los desarrollos de recientes movimientos ambientalistas, en términos de dos paradojas. La primera es una paradoja ambiental que yo llamaría el redescubrimiento de lo “silvestre en la civilización”. Como el lector habrá notado, en el pensamiento predominante acerca de “civilización”, la etapa más atrasada del desarrollo humano es la etapa del salvajismo. La palabra salvaje viene del latín “silvia” o “selva” (en español y portugués), que significa bosque. Un salvaje es un ser del bosque, estereotípicamente figurado como cazador-recolector. Las actuales preocupaciones ambientales del mundo occidental pos-industrializado, buscan proteger la vida salvaje y los bosques, así sea en contra del parecer de los habitantes del trópico empobrecido. Esta es su nueva misión civilizatoria.

La segunda paradoja es la que denomino la nomadización de la civilización, o la civilización nomádica. El proceso de globalización, es decir la reorganización espacial del sistema mundial al final del siglo XX ha creado dos nuevos tipos de nómadas. En el pasado los nómadas fueron considerados bárbaros, es decir, opuestos a la gente sedentaria que era considerada civilizada. Los nuevos dos tipos de nómadas son, primero, aquellos que tienen que moverse alrededor del mundo en busca de negocios comerciales, misiones académicas o diplomáticas e, inclusive, proyectos de desarrollo. El segundo tipo de nómadas es la gente que viene de los trópicos empobrecidos y trata de buscar el norte, escapándose de la persecución política y de las dificultades económicas. Mientras que los primeros son considerados nómadas civilizados, los segundos son “los nuevos bárbaros” que hay que detener en las fronteras.

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Para concluir con una nota irónica, en la edad de la civilización globalizada y posmoderna, los “nómadas civilizados” tienen dos complejas y difíciles misiones: primero, proteger los bosques húmedos tropicales y eventualmente a los indígenas representados como integrados armoniosamente a la naturaleza casi indistiguibles de ella. Inclusive, proteger a los bosques si es necesario, contra los indígenas que no se adecuan a esa imagen idílica que los representa como salvajes inmersos en la naturaleza haciendo parte de la biodiversidad, y contra los colonos que para sortear la pobreza están talando el bosque. La segunda, proteger a sus ciudadanos contra los nuevos bárbaros encarnados en pobres y disidentes migrantes provenientes de los trópicos. La misión civilizatoria parece haber entrado entonces en una nueva etapa a fin del siglo XX. Como consecuencia, la historia ambiental tiene que narrar, no solamente el pasado que los humanos podrían recuperar, sino también el futuro que se prevé como una lucha que eventualmente cambie la trayectoria de la historia que los “nómadas civilizados” están construyendo en el presente como autoproclamados defensores del bosque húmedo tropical. Por tal razón, una de las misiones de la historia ambiental es narrar el pasado del trópico afirmando positivamente su identidad, desprovisto de las presunciones peyorativas que el eurocentrismo, dominante durante el siglo XIX y sobreviviente durante el siglo XX, se dedicó a propagar.

Notas 1. Palacios, Germán, Naturaleza en disputa. Ensayos de historia ambiental de Colombia, Universidad Nacional de

Colombia- Colciencias- Icanh, Bogotá, 2001. 2. Worster, Donald, The Ends of the Earth, Cambridge University Press, Cambridge,1988, pp.vii. 3. Worster, Donald, The Wealth of Nature, Oxford University Press, Nueva York, 1993, pp. 45. 4. Soy consciente de las diferencias epistemológicas entre ciencias sociales y humanidades. La historia contiene ese

doble carácter. Sin embargo, para los propósitos de este ensayo en el cual se intentan contrastar ambas con las ciencias naturales, voy a obviar estas importantes diferencias con otras intenciones.

5. Kuhn, Thomas, The Structure of Scientific Revolutions, Third Edition, The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1996.

6. Novick, Peter. That Noble Dream. The “Objectivitiy Question” and the American Historical Profession, Cambridge University Press, Cambridge, 1988.

7. El resurgimiento de la historia oral está ayudando a llenar el vacío en la historia de los subalternos. Véase Perks, Robert y Alistair (ed). The Oral History Reader. Routhledge, Londres y Nueva York. 1988. La búsqueda por otras fuentes de información no convencionales, ayudará a romper la limitación temporal que ofrecen los registros escritos.

8. Sólo para mencionar un ejemplo, Foucault escribió: “Me gustaría escribir la historia de esta prisión, con todas las políticas de inversión del cuerpo que se mantienen juntas en esta cerrada arquitectura. ¿Por qué? ¿Simplemente porque estoy interesado en el pasado? No, si por esto se quiere decir que se está escribiendo sobre el pasado en términos del presente. Sí, si uno quiere decir que está escribiendo sobre el presente”. Véase Foucault, Michel. Discipline and Punish. The Birth of the Prison, Vintage Books, Nueva York, 1995, pp. 31. (traducción personal).

9. Véase Hegel, G.W.F. Introduction to The Philosophy of History. Hackett Publishing Company. Indianápolis-Cambridge, 1988.

10. También se puede argüir que la idea de un comunismo primitivo y una sociedad comunista que sucederán al capitalismo es una idea romántica que considera el progreso reversible. Véase Marx, Karl y Engels, Frederich. The Communist Manifesto. Appleton., Nueva York, 1955.

11. Esta perspectiva es ampliamente compartida por los activistas ambientalistas militantes y los historiadores. Por ejemplo, Merchant sostiene que: “El pasado americano y colonial que hemos perdido, de muchas maneras disfrutaba de una relación más vital con la naturaleza”. Véase Merchant, Carolyne. Ecological Revolutions. Natue, Gender and Science in New England. University of North Carolina Press. Chapel Hill y Londres, 1989, pp. xiii.

12. Spengler, Oswald, “The Decline of the West”, en Ronald Nash (ed.) Ideas of History, Vol. 1, Clark, Irwin and Company. Toronto y Vancouver, 1969.

13. Véase Krieger, Leonard. Ranke: The Meaning of History. University of Chicago Press. 1977; Iggers, Georg. The German Conception of History. The National Tradition of Historical Thought from Herder to the Present, Ed. University Press of New England, Hanover, New Hampshire, 1983.

14. Merchant, Carolyne, Radical Ecology. The Search for a Livable World, Routhledge.,Nueva York, 1992. 15. Véase Burke, Peter. The French Historical Revolution: The Annals School. Stanford University Press, Stanford,

1990. 16. En este ensayo utilizo Historia, en letras capitales, refiriéndome a la historia profesional que se inició con los

programas de Ph.D en Alemania, durante el siglo XIX. 17. Muchos de los comentarios de este aparte, se centran en el siglo XIX, período en el que se consolidó la historia

como profesión. Sin embargo, algunas veces se utiliza el pensamiento de la Ilustración del siglo XVIII como los antecedentes más prominente.

18. Hegel, op. cit., 1988. 19. Ibíd., pp. 83. 20. Ibíd., pp. 84. 21. Ibíd., pp. 84. 22. Ibíd., pp. 92.

23. Baron de Montesquieu, “On Laws in Relation to the Nature the Climate”, en: The Spirit of the Laws, Hartford

Publishing Company, Nueva York. Traducido por Thomas Nugent, 1949, pp. 224 24. Citado por IGGERS, op. cit., 1983, pp. 56. 25. Idem. 26. Idem.

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27. Taylor, Peter, Geografía política. Economía-mundo, Estado-Nación y localidad. Trama, Madrid, 1989. 28. Krieger, op. cit., 1977, pp. 334. 29. Idem. 30. Véase Frank, André Gunther, Reorient. Global Economy and the Asian Age, University of California Press,

Berkeley, Los Angeles, Londres, 1998. 31. Es posible que nuevas ediciones de la Enciclopedia Británica incluyan esta palabra, particularmente porque es una

palabra común en arqueología y en historia. 32. La Grande Encyclopedie, 1886, Lamirault, H et C., Ed. Paris, Enciclopedia Universal Ilustrada, 1908, Espasa-Calpa,

Madrid, Enciclopedia Italiana de Scienze, Lettere, et Arti. 1949, Instituto Della Enciclopedia Italiana, Roma, Great Soviet Enciclopedia, 1973. Translation of the third Ed. Mac Millan Inc. New York, Encyclopedia Americana (Int. Ed.). 1995, Grolier Inc. Danbury, Connecticut.

33. Estoy de acuerdo en que el uso alemán se mantiene en la primera parte del siglo XIX, en preferencia el término Kulture. Esto no cambia mi argumento sobre la recepción americana de la palabra. Norbert Elias sostiene que, a causa de la pelea entre franceses y británicos en la primera guerra en nombre de la civilización, la palabra mantiene problemas connotativos para los alemanes. Véase Elias, Norbert. The Civilizing Process, Urizen Books, N. York. 1978.

34. Esta palabra tiene también otras connotaciones como la de decaimiento de Spengler, o como en Norbert Elias, como las maneras cortesanas del buen comportamiento. Sin embargo, estos significados sobrepasan el interés de la palabra para este ensayo.

35. Ha sido argüido que a pesar de que “Las conexiones entre espacio y tiempo han atraído intensos intereses académicos en años recientes, hasta ahora ningún libro ha sido dirigido hacia Africa”. Véase "Book Abstract of Space”, en: Time and Culture The Relationship of the Material, the Social and the Perceptual in African Regions, ed.por Howard, Allen and Shain, Richard, en imprenta.

36. Hegel, op. cit., 1988, pp. 85-89. 37. Arnold, David, La naturaleza como problema histórico. El medio, la cultura y la expansión de Europa, Fondo de

Cultura Económica, México, 2000, pp. 131-133. 38. Ibíd., pp. 135. 39. Ibíd., pp. 141. 40. Taussig, Michael, Shamanism, Colonialism, and the Wild Man. A Study in Terror and Healing, The University of

Chicago Press, Chicago y Londres, 1987. 41. Extractado de fuentes primarias de los documentos recogidos en Saltzer, Rod (ed). German Essays in History,

1991, pp. 50. 42. Merchant, op. cit., 1992. Ella sostiene que la imagen de la Madre Tierra fue sustituida por una visión del mundo que

observa la naturaleza no como un organismo, sino como una máquina muerta, inerte y no susceptible a la acción humana, pp. 45-46. La discusión de género, normalmente se encuentra atrapada en este dualismo de biología vs cultura implicando una forma fija de identidad, que en realidad es móvil e interactiva.

43. Palacio, Germán, “Territorio: notas teóricas y aproximación a la historia de Colombia”. Primavera, 1999. 44. Véase el trabajo de los dos reconocidos científicos europeos: el británico Lovelock, James, Las edades de Gaia,

Tusquets, Barcelona, 1993, y el francés, Serres, Michel, El contrato natural, Pretextos, Barcelona, 1990. 45. Lenin, Vladimir I., Materialism and Empirio-Criticism, International Publishers, Nueva York, 1927, Althusser, Louis y

Etienne Balibar, Reading Capital, NLB, Londres, 1977. 46. Véase por ejemplo: Adorno, Theodor, Critica cultural y sociedad, Ed. Ariel. Barcelona, 1969; Horkheimer, Mas,

Critical Theory. Selected Essays. Herder and Herder, N. York, 1972; Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional. Ensayos sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Seix Barral, Barcelona, 1969.

47. Stewart, Julian, Area Research. Theory and Practice, Social Research Council., N. York, 1950. 48. Kenzer, Martin (ed.) y Carl Sauer, A Tribute, Oregon University Press, Corvallis, 1987. Véase también Parsons,

James. Antioqueño Colonization in Western Colombia, University of California Press, Berkeley y Los Angeles, 1968; Denevan, William (ed.), Hispanic Lands and Peoples. Selected Writings of James Parsons, Westview Press, Boulder, Londres, San Francisco, 1989.

49. Odum, Eugene en colaboración con Odum, Howard, Fundamentals of Ecology, 2a ed., WB Saunders Company, Philadelphia y Londres, 1948.

50. Ranke encontró más interesante el estudio de los documentos diplomáticos que las lecturas “primigenias” de Walter Scott. Sus esfuerzos por consolidar la Historia como una disciplina científica, se dividiría en diferentes líneas con la historia legal de F. Carl Von Savigny.

51. En primer lugar, Ranke consideraba que cada época y cualquier evento eran únicos. Sostenía, además, que no era posible pensar en avances en términos morales, aunque el progreso material fuera posible. Si los eventos estaban condicionados los unos por los otros, no era necesario que estos estuvieran conectados por un necesidad ab-soluta. Esta perspectiva claramente confronta el pensamiento de la Ilustración, no porque no acepte el progreso, sino porque rechaza la posibilidad de entrever una única trayectoria de la historia. El sentido de continuidad, propia de la ideología de la Ilustración, se ve controvertido por el sentido de la discontinuidad de Ranke, quien consideraba que las épocas eran, más bien, periodos discretos.

52. Estas distinciones son claras en KANT, Immanuel. The Critique of Practical Reason, Nueva York. 1956. Véase también, Gotfried, Hoffe. Immanuel Kant, State University of New York, Albany, 1994, pp. 140.

53. Véase Novik, op. cit., 1988, pp. 24, 25. 54. Iggers, op. cit., 1983, pp. 63. 55. Krieger establece los cuatro rasgos básicos de la empresa científica en historia de Ranke. Estos son: a)

Objetividad; b) Hechos; c) Lo único; d) La centralidad en la política. Véase Krieger, op. cit., 1977, pp. 4. 56. Novik, op. cit., 1988. 57. Ibíd., pp. 22. 58. Ibíd., pp. 24. 59. Idem. 60. Ibíd., pp. 27, Turner, Stephen, American Journal of Sociology, vol. 95, N° 2, sept. 1989, pp. 531. 61. Idem. 62. Kuhn, op. cit., 1996. 63. Ibíd., pp. 208. 64. Ibíd., pp. 209.

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65. En recientes perspectivas sobre Oriente, hay dos visiones opuestas. Una es representada por Said, Edward. Orientalism, Vintage Books, New York, 1979. La otra se basa en lo escrito por Gunder Frank, André, Re-Orient. Global Economy in the Asian Age. University of California Press, Berkeley, Los Angeles, London, 1998. Mientras que el primero sostiene que “Oriente” es una creación occidental, el segundo considera que “Oriente” ha sido dominante desde la edad Moderna, con excepción de la segunda parte del siglo XIX y la primera parte del siglo XX. Mientras que el primero sostiene que el “orientalismo” es una construcción cultural, el segundo considera que objetivamente, desde una perspectiva global no eurocéntrica, “Oriente” ha sido dominante históricamente.

66. Hegel, op. cit., 1988. 67. Véase: Dilthey, Wilhelm, “Idealism”, in: Ideas of History, Ronald Nash (ed.), vol. II, Clark Irwing & Company, Toronto

y Vancouver, 1969. Ver también al gran sociólogo y teórico legal Kelsen, Hans, Perspectives in Social Inquiry. Society and Nature, Arno Press, Nueva York, 1974.

68. Ha sido establecido que la física y otras disciplinas experimentales trabajan con sistemas cerrados. Al contrario, las ciencias sociales tienden a trabajar con sistemas abiertos. Esta diferencia debe ser tenida en cuenta, al definir un paradigma para disciplinas cualitativamente diferentes. Este caso también se presenta en los problemas am-bientales, cuando éstos son entendidos como la intersección entre ciencias naturales y ciencias sociales.

69. Crosby, Alfred, Germs, Seeds and Animals. Studies in Ecological History, M.E. Sharpe. Armonk, N. York, 1994.

70. Palacio, Germán, “Glocalizaciones, conflicto ambiental y derecho” en: Globalizaciones, Estado y narcotráfico, Universidad Nacional de Colombia, UNIJUS, IDLCG, Bogotá, 1998.

71. Arnold, op. cit., 2000, pp. 147.

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ZONAS DE INFLUENCIA CULTURAL EN LA COSTA RICA INDIGENA Y SUS DIFERENCIAS EN

LA RELACIÓN CON EL MEDIO AMBIENTE

Leonardo Merino *

*Graduado en Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica. Estudiante de la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional de Costa Rica.

Nueva Sociedad, N°195, enero-febrero 2005, revista latinoamericana, se publica bimestralmente en Caracas, Venezuela.

Introducción En el marco de la historia ambiental, este artículo se propone sugerir un cuadro general

sobre una especificidad en la Costa Rica prehispánica. Aunque no puede resolverse del todo, pueden plantearse algunas preguntas de trabajo, inscritas en la búsqueda de una reescritura de la historia, a partir de las interacciones entre los seres humanos y el ambiente, y los efectos que éstas interacciones producen en ambos.

El planteamiento principal surge de una característica de la región, previa a la llegada de los europeos, a saber: Que el territorio que hoy ocupa este país era un punto de unión (una zona cultural intermedia) entre dos grandes zonas culturales (la de influencia mesoamericana y la llamada región histórica chibcha). Durante los siglos de ocupación indígena del área que es hoy Costa Rica, confluyeron en ella sociedades de origen cultural diverso, que elaboraron distintos patrones sociales de comportamiento, estrategias de supervivencia y uso del terreno, alimentación, construcción, etc.

En el marco de la historia ambiental, se puede pensar que la diversidad de zonas de influencia cultural que confluyeron en la Costa Rica prehispánica, conlleva formas diferentes de interacción con el ambiente. Por tanto, estas regiones de influencia tienen matices diversos en cuanto a cómo utilizaron, trataron y transformaron su entorno natural; y cómo, a su vez, éste provocó y determinó características de las formas de vida y patrones culturales que estos grupos adquirieron.

Aunque parezca sencillo suponer que existieron estas diferencias en las relaciones con el ambiente, no lo es la inquietud que inspira esta búsqueda: Que al observar el devenir de la Costa Rica tal como es hoy, es importante averiguar si en las estrategias de desarrollo y explotación de las épocas colonial y republicana, se marcaron o no diferencias relacionadas en alguna medida con las antes mencionadas. Es decir, la interrelación con el ambiente que desde la colonia y hasta hoy se ha hecho, posiblemente no tomó en cuenta las características de esta relación en las poblaciones indígenas, y simplemente se establecieron planes homogéneos que eliminaron esas posibles particularidades.

Por supuesto, por lo pequeño de este artículo, podremos apenas exponer estas distintas formas de interacción con el entorno natural en la zona que hoy es Costa Rica. Esto ayudará a crear un marco básico inicial, para la tarea de comprobar si los cambios radicales que vienen con la llegada de los europeos, fueron en alguna medida afectados o condicionados por estas diferencias en las distintas zonas culturales.

Sin embargo, el reto consiste precisamente, para la naciente disciplina de la historia ambiental, en reelaborar la historia misma a partir de esta visión. Por tanto, parece importante lograr en este artículo plantear al menos el problema, como un esfuerzo por acercarnos a una nueva forma de ver la historia bajo el compromiso y el interés académico por el entorno natural y nuestras relaciones con el mismo.

El contexto

Como hemos visto, intentamos tomar los resultados de la interacción humana con el entorno natural como un problema histórico, tal como puede ser visto desde otras perspectivas (la biológica, ecológica, antropológica, económica, entre otras). Para eso es importante recordar lo que Martínez-Alier considera como diferencias esenciales entre la ecología humana y la del resto de las especies animales, en lo que toca a patrones de consumo, la distribución geográfica y las pautas reproductivas de nuestra especie (citado por Castro, p.3).

Las interacciones entre las poblaciones y el ambiente estarán basadas en la explotación de recursos que son de difícil reposición, a partir de una “dependencia ecológica” (Ibíd., p.4).

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Vivimos de extraer energía de la naturaleza que nos rodea. Por eso, el uso que hacemos del entorno natural, está íntimamente relacionado con la cultura. Eso nos permite entender que la ocupación del territorio por diferentes grupos culturales implica, posiblemente, diferentes relaciones con el ambiente, pues los grupos sociales actúan sobre el medio ambiente según las representaciones que se hacen de sus relaciones con él. (Ibíd.) Las formas culturales que adquiere el comportamiento ante lo natural (el agua, el mundo animal, el bosque, los alimentos, por ejemplo) determinan las estrategias con que se utilizan o explotan estos recursos.

Del mismo modo, no cabe duda de que el entorno natural mismo en que se ubica cada cultura influye y determina patrones culturales y formas de supervivencia, alimentación, construcción, etc. del grupo que lo ocupa. En especial porque se trata de poblamientos humanos que implican la agricultura, pesca, cacería, domesticación de animales; actividades todas que, sin duda, están limitadas por los elementos naturales a su disposición. Por eso, este pequeño ensayo se ocupa del período que va desde el desarrollo de la agricultura hasta el surgimiento de los Estados tributarios de base agraria –900 a.C./siglo XVI (Según periodización de Castro, 11).

Importante es, también, para entender el comportamiento cultural de los grupos en este contexto, hacer una descripción breve de las características del espacio físico y el social-cultural en que se desenvuelven. Es imposible en este artículo analizar a fondo las particularidades específicas cada uno de los grupos indígenas de Costa Rica, y de sus interacciones con el entorno natural. Sin embargo, podemos plantear una visión general del conjunto de los grupos de influencia cultural que hemos mencionado y del medio ambiente en que se desenvuelven.

En fin, se esbozarán las características del territorio (hoy Costa Rica) en el plano ambiental y cultural, para tratar de encontrar las especificidades con que se dio la relación con el entorno natural, y a partir de éstas, establecer las diferencias que esa división cultural causó en la forma de explotar el medio ambiente.

El espacio físico

Costa Rica, como hoy la entendemos, pertenece al istmo centroamericano, una región montañosa, accidentada y volcánica, surgida por la interacción de las placas Caribeña y Cocos (Geographica, p.378). Su relieve y su ubicación en el trópico producen condiciones climáticas muy diversas de acuerdo a la altitud y, por tanto, cambios en la vegetación en zonas muy reducidas. La cantidad de lluvia produce bosques muy ricos en flora y fauna y de una gran diversidad.

Estas características generan, tanto en la época colonial como en la actual, la persistencia del mito de El Dorado, que como dice Fernando Mires: en todos nuestros países se habla de inmensas regiones que solamente aguardan la llegada de los nuevos conquistadores para que afloren manantiales de riqueza (Mires, p. 62). Esta idea implica la percepción sobre grandes superficies inhabitadas, llenas de inagotables recursos naturales, que ha llevado a campañas de ocupación y explotación con un fuerte impacto ecológico y cultural en la región.

Las áreas naturales que subdividen la región ofrecieron retos de adaptación muy distintos entre los pueblos aborígenes centroamericanos, debido a las grandes variaciones de terreno, clima, flora, fauna y vegetación. Estas diferencias en la adaptación a la geografía centroamericana proveen la base ecológica para las amplias diferencias sociales que distinguieron a los pueblos nativos de esta región, de los pueblos aborígenes de América del Norte y del Sur. (Carmack, p. 21)

La flora y la fauna del istmo centroamericano es transicional entre América del Norte y del Sur. Es recorrido por cadenas volcánicas y montañosas, y tierras bajas costeras en el Caribe y el Pacifico. La presencia de estos elementos contribuye a la formación de zonas ecológicas distintas, que definen las condiciones que marcaron sobre manera la explotación de los principales animales y plantas en la Centroamérica aborigen, y por lo tanto jugaron un importante papel en la historia de la región.(Ibíd., p. 22)

Carmack subdivide la región en cinco áreas naturales y coloca lo que hoy en día es Costa Rica, junto con Panamá, como un puente que conecta la parte norte de Centroamérica con Sudamérica, llamándolo istmo sureño. La caracteriza como un área angosta, con tierras altas relativamente pequeñas y bajas (exceptuando la meseta central de Costa Rica). Es una zona predominantemente húmeda y caliente tanto en las áreas montañosas como en las tierras costeras (con la excepción nuevamente de la zona templada en la meseta central de Costa Rica). (Ibíd., p. 29)

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Cuando algunos autores definen la zona cultural central de Centroamérica, incluyen la zona de Costa Rica que hoy se conoce como Guanacaste, parte de una zona ambiental que recorre el eje volcánico que baja desde las tierras altas del sur de Guatemala, que delinea la costa pacífica de El Salvador y Nicaragua, para penetrar finalmente en Costa Rica. (Hasemann y Lara, p.142)

En conclusión, Costa Rica podría estar enmarcada no solo por varias tradiciones culturales, sino que también presenta zonas geográficas diversas que se corresponden con las zonas ocupadas, precisamente, por estas tradiciones. Por un lado, la zona del Pacífico noroeste (Guanacaste), caracterizada por llanuras costeras bajas y secas; y por otro lado, el centro y sureste del país, en el cual hay una gran diversidad de microclimas, una meseta central altamente fértil y húmeda y regiones de vegetación tropical húmeda y lluviosa, incluso en la costa atlántica.

El espacio sociocultural

Según se ha planteado en la introducción, la región que hoy conocemos como Costa Rica estuvo, en el período prehispánico, poblada por grupos indígenas diversos que pertenecen (en términos lingüísticos y culturales) a por lo menos dos grandes tradiciones: la mesoamericana, y lo que Fonseca y Cooke llaman la región histórica chibcha (Fonseca y Cooke, p.217).

Nuestro punto de partida es que en esta región existieron ambos grupos culturales (subdivididos, por supuesto, en diversos grupos indígenas), tal como se ve cuando Hasemann y Lara hablan de la zona cultural central como una “frontera cultural” de Mesoamérica (Hasemann y Lara, p.140). Es posible que en cada tradición, se encuentren diferencias significativas en la relación que cada una de ellas entabla con su entorno natural. Por esto, se realizará una breve ubicación de ambas tradiciones, para posteriormente intentar encontrar rasgos de su relación con el medio ambiente.

La región de influencia mesoamericana

De las grandes áreas culturales de América, una gran zona se expande bajo la influencia de los pueblos que habitaron parte de lo que hoy es México y Centroamérica. El mexicano Paul Kirchhoff, en su ubicación del área cultural de Mesoamérica, incluye a los mayas de México y Centroamérica junto con los lencas, pipiles, subtiabas, nicaraos y chorotegas en Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, relacionados entre sí por las lenguas habladas así como por una gran cantidad de rasgos culturales y relaciones culturales. (En Carmack p. 42)

En Costa Rica, los grupos chorotegas, que ocupaban lo que hoy se conoce como Guanacaste y el golfo de Nicoya, son migrados tardíamente desde el área cultural mesoamericana cuando ya en Costa Rica existían los talamancas, huetares, votos y suerres. (Ibíd.) Como se ha mencionado, Hasemann y Lara, también incluyen dicha región como parte de la Zona Central, que algunos autores llaman “frontera cultural” de Mesoamérica o “zona de intensa influencia mesoamericana”. De hecho, definen culturalmente lo que hoy es Guanacaste, como la “periferia sur de Mesoamérica”. (Hasemann y Lara, p. 177) Hoy se sabe que existió una importante relación entre esta zona y las tradiciones del territorio sureste, lo cual nos recuerda que en realidad el concepto de “frontera” no es tan estático, ya que eran regiones con mucha interacción entre sí y frecuentes desplazamientos migratorios.

En esta zona confluyen principalmente la cultura chorotega y los tardíos nahua nicaraos, con quienes colindaban al norte de Nicoya. Para la época en que llegan los españoles, esta región se encontraba influenciada por la tradición mesoamericana. (Sanders y Marino, p. 89) La base de dicha tradición era la agricultura, un desarrollo incipiente de la domesticación, la metalurgia y la elaboración de armas. Por otra parte, se encuentran desarrolladas algunas artes como el tejido, la cerámica y la orfebrería.

La región histórica chibcha

Aunque ya está dicho que el concepto de “frontera cultural” es muy relativo, y que las poblaciones indígenas han migrado y se han relacionado entre sí más quizás de lo que hemos llegado a saber, se suele afirmar aún así que el resto de Costa Rica (fuera del golfo de Nicoya y Guanacaste) estuvo poblada por una diferente tradición cultural, de influencia chibcha. Esta área cultural chibcha comprende los grupos nativos al sureste de una línea que va desde el golfo de Honduras al golfo de Nicoya, y que presentaba rasgos lingüísticos y culturales distintos de área mesoamericana (Carmack, p.42).

Fonseca y Cooke ubican a Costa Rica, junto con el sureste de Nicaragua y Panamá como parte de un área mayor que denominan región histórica chibcha (Fonseca y Cooke, p.217). Se extiende hasta los Andes y la

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cordillera oriental al este de Suramérica. En este territorio, aún con la presencia de varias familias lingüísticas, la chibcha es la más extendida (Ibidem). Esta zona cultural esta formada principalmente, en Costa Rica, por las etnias guatuso, bribri, cabécar, brunca (boruca), tiribí (teribe, térraba), ngöbé (guaymíe). (Ibíd., p. 219)

Estos grupos ocuparon en distintas épocas diversas zonas de la vertiente atlántica, el Pacífico Sur, la zona central norte y la meseta central. En general, Fonseca y Cooke los carac-terizan, a partir de los datos arqueológicos, como una zona de poca influencia de invasiones o migraciones exógenas desde hace más de cinco mil años, y que comparten una estabilidad re-gional en el espacio y en el tiempo; una cosmovisión y tecnologías parcialmente compartidas; la primacía del parentesco en las relaciones sociales y políticas; la autosuficiencia de muchos territorios en materia de subsistencia, pero con variaciones en la intensidad de producción; extensas redes comer ciales para artículos de uso cotidiano y objetos de lujo; la escasez de arquitectura monumental; y la notoria ausencia de sociedades estatales. (Ibíd.)

Las zonas culturales y el mundo natural

Realizada esta breve ubicación de las zonas culturales en cuestión, queda claro que existen diferentes “herencias” que compartieron lo que hoy es un solo territorio y que, aunque tuvieran relaciones entre sí, poseen elementos lingüísticos y culturales disímiles que se desenvuelven en entornos distintos. En este sentido, es importante resaltar que estas diferencias no son superficiales, sino que la lengua y la cultura de estas tradiciones poseen y reproducen la visión de mundo y las representaciones simbólicas con las cuales establecen sus relaciones, tanto sociales como del grupo con el medio ambiente. Por esto, podemos suponer que si hay diferencias entre estas cosmovisiones, pueden encontrarse diferencias en la manera en que dichos grupos interactúan con sus entornos físicos.

El problema planteado en este artículo, busca iniciar una reconstrucción de la historia ambiental indígena precolombina en Costa Rica, con el fin de comprender más adelante las formas en que las culturas se relacionaban con el ambiente, y determinar cuáles son (si las hay) las influencias que estas relaciones debieron tener o tuvieron en la imposición de nuevas relaciones con el entorno natural durante la colonización, e incluso en la forma en que estas relaciones se establecen en la actualidad.

Por la naturaleza de este artículo y la novedad de la historia ambiental como disciplina, resultaría imposible determinar aquí cuál es el verdadero impacto que el ambiente y los grupos sociales tuvieron uno sobre el otro. Por lo tanto, se procederá a esbozar los elementos más conocidos de estas interacciones que son los usos de la tierra, la agricultura y algunos elementos del modo de subsistencia que encuentran relación con el espacio físico en que se desarrollan las diversas tradiciones indígenas.

La región de influencia mesoamericana y su relación con el medio ambiente

Esta región es en realidad la más pequeña de la Costa Rica prehispánica. Además de las diferencias culturales, las diferencias climáticas resultan de gran importancia para el desarrollo de esta región, ya que esta zona cuenta con un clima más seco que el resto del país. El establecimiento de la agricultura en esta región se data alrededor del año 1000 a.C., en especial en la forma del cultivo de maíz (Geographica p. 92). Además, según Dionisio Cabal, las poblaciones chorotegas se insertaron en esta zona en un clima diferente del que provenían (son grupos expulsados del sur de México), lo que determinó en gran medida sus métodos para cultivar.

Un ejemplo de lo anterior es el uso de la tierra, que con frecuencia resultaba muy devastador: la quema de las tierras y rotación de las mismas, especialmente en los cerros, lo que provocaba una rápida deforestación e inhabilitación de éstas. En otros casos practicaban el abandono de tierras, es decir, cultivaban el maíz y dejaban la tierra sin utilizar, pero modificada ya por los cultivos. En Guanacaste, contrario al resto del istmo sur, no llueve durante todo el año y se generan por tanto condiciones de sabana. Estos suelos, relativamente estériles, son muy erosionados y sujetos de filtración.

Así, las poblaciones chorotegas de la región de Guanacaste ocuparon una zona seca que les obligó a establecer sus poblaciones de acuerdo a la posibilidad de acceso al agua y a sus propios métodos de agricultura. El efecto de sus técnicas, al menos en la época anterior a la llegada de los españoles, había sido capaz de “pelar” (de vegetación) varias zonas, en especial los cerros utilizados para la siembra. En este caso, se evidencia la relación que se establece entre la tradición chorotega y las tierras que utilizaban para sus cultivos, relación que se podría describir como poco “sostenible”. Es probable que en la cosmovisión chorotega, exista una visión un tanto “utilitaria” de la naturaleza. Una perspectiva que es tan arraigada, que estos

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métodos de cultivo (quema y roza), se utilizan actualmente, a pesar de que hoy se sabe que no es la manera más idónea. La región histórica chibcha y su relación con el medio ambiente

En el resto del país, área que se ha identificado como de origen cultural chibcha, hay dos elementos iniciales a resaltar. El primero, la cantidad de grupos indígenas y de población, muy superior a la encontrada en la zona de influencia mesoamericana; por otra parte, las características climáticas y geográficas de sus territorios, pues son en todos los casos, zonas más lluviosas, más altas, más fértiles y más tupidas. Incluso la zona de la costa caribe, presenta una humedad y una vegetación muy diferente a las de la costa del pacífico norte.

Desde el nacimiento de la agricultura en el año 1000 a. C. comienza en toda esta zona un período que transforma las relaciones entre estas culturas y la naturaleza. Los primeros mil años, inicia una larga y gradual domesticación de las plantas y una evolución de los sistemas agrícolas, que tuvo efectos radicales sobre los sistemas culturales y sociales humanos (Rindos citado por Fonseca y Cooke, p. 238). La agricultura determinó ciertas movilizaciones, colonizaciones de hábitat nuevos, aumentos en la población, cambios en la alimentación y en la manera de organizar los asentamientos y sus divisiones sociales y políticas.

En esta zona cultural de Costa Rica, hay durante este período un inicio de la vegecultura y un desarrollo del cultivo del maíz y posteriormente un predominio en los últimos años de ese período de agricultura de granos (Ibíd., pp. 238, 239).

En los siguientes 500 años, surge según estos autores la sociedad cacical y hay evidencia de una agricultura más consolidada, en especial de maíz y frijoles. Esto obliga a ubicar las poblaciones en las llanuras aluviales y los valles fértiles de las tierras altas. Lo anterior conlleva nuevas formas de vida, mayor concentración poblacional y una mayor complejidad de los asentamientos humanos. Por otra parte, la agricultura de granos permitió en algunas partes una agricultura especializada de carácter intensivo que precipitó cambios sociales importantes.

Entre los años 500 y 550 d. C. se consolida la sociedad cacical probablemente hasta la llegada de los españoles (Ibíd., p. 250). Se sabe que la principal forma de relación con el ambiente es el trabajo. Durante esta

época hay zonas que permiten la producción intensiva de granos (maíz, frijoles y calabazas) pero se combina con otros procesos del trabajo relacionadas con condiciones ecológicas diferentes como la recolección, la vegecultura, la cacería y a pesca. Es decir, se combinaban estrategias productivas de distintos modos de vida, de acuerdo a las condiciones climáticas.

La utilización de maderas y la extracción de sal y minerales, son prácticas conocidas en estas tradiciones, las cuales elaboraron un carácter mucho más complejo del trabajo, lo que colaboró en una organización más compleja en términos políticos y sociales.

Al momento de contacto con los españoles, esta región de origen chibcha tenía varias particularidades, en especial que sus cacicazgos estaban constituidos casi exclusivamente por hablantes de la misma lengua. Así mismo participaban de una elaborada red de intercambios de muchos productos alimenticios (maíz, yuca, pejibaye), materias primas (sal, algodón, conchas, tientes) y productos manufacturados (cerámica, ropa y hamacas).

Lo elaborado de las técnicas agrícolas, lo diverso de las tierras y cultivos y probablemente elementos culturales de la cosmovisión de estos pueblos con relación a la naturaleza hicieron que la relación con el medio ambiente fuera un poco más “sostenible” que en la región chorotega. En este sentido, es difícil aportar datos, pero resulta fácil observar en algunas ex-presiones, sobre todo artísticas, de las culturas de origen chibcha de Costa Rica, una altísima valoración de la naturaleza, su importancia y su conservación. Podemos suponer que en estas culturas, como se observa en Talamanca hoy día, hay una relación dialéctica entre las posibilidades tanto ambientales como tecnológicas y las representaciones simbólicas que han facilitado esta forma de interrelación con la naturaleza.

Conclusiones

Se ha intentado aquí una tarea compleja: intentar observar con una perspectiva histórica las características de la interrelación entre la cultura y el medio ambiente en que ésta se desenvuelve. Esto a partir de una hipótesis esbozada en principio, que consistía en que, en primer lugar, el territorio que hoy conocemos como Costa Rica fue, en la época prehispánica, ocupado por grupos humanos diversos, herederos de dos grandes grupos culturales de distinto origen. En segundo lugar, que era planteable que estas diferencias culturales, sumadas a las diferencias propias de los entornos físicos en que se desenvuelven, podían generar interacciones entre los grupos humanos y el ambiente muy diferentes, con consecuencias particulares para cada caso (tanto en la naturaleza como en el grupo social). Por último, que estas diferencias eran un objeto de estudio histórico, en tanto podían ser una consideración compleja e importante para

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analizar el impacto que pudieran tener en las posteriores estrategias de desarrollo (las devenidas de la conquista europea y de los posteriores desarrollos republicanos), y viceversa. Todo en el marco de entender, hoy mismo, cómo nuestras zonas ecológicas son explotadas de determinadas maneras, y no de otras.

No podría determinarse, al finalizar este pequeño esfuerzo, si se ha logrado el objetivo de plantear un problema de historia ambiental. Podría pensarse, en principio, que sí, pero que las conclusiones en el marco de este artículo no pueden ser útiles más que para plantear, como se dijo en la introducción, preguntas de investigación: ¿Es un problema histórico la ruptura de las estrategias de relación con la naturaleza que produce la llegada de los europeos?, ¿tienen las diferencias culturales de origen, lengua y cosmovisión un papel determinante en las relaciones de cada pueblo con su entorno natural? ¿Son, fueron, o debieron ser consideradas las características de esta relación en cada pueblo a la hora de imponer modelos de explotación de la naturaleza que, sabemos hoy, han sido destructivos y terribles para el ambiente, y para nuestra subsistencia misma como especie?

Como hemos visto, quizás el elemento más evidente y fácil de conocer que transforma las relaciones entre las culturas y el ambiente, es la agricultura, junto con el uso del suelo, del bosque, los minerales y todo tipo de recursos naturales en determinado contexto histórico. Las sociedades dependen más de las especies domesticadas y esta dependencia lleva consigo una gran cantidad de procesos que se concatenan para impulsar el crecimiento demográfico, la nuclearización de los asentimientos humanos, el desplazamiento de estos, las innovaciones tecnológicas y la fragmentación sociopolítica. (Fonseca y Cooke, p. 238).

Sin embargo, nos quedan sin poder desarrollar características mucho más específicas de estas interrelaciones que hemos visto, y que determinan en gran medida el impacto, hacia ambos lados, entre naturaleza y sociedades. Podemos concluir, a manera completamente parcial, que sí existen diferencias claras entre los dos grandes grupos culturales que hemos identificado, y que éstas diferencias no solamente están relacionadas con las características físicas y geográficas de las regiones que ocupan, sino también con elementos culturales disímiles entre ellos.

También hemos observado que los procesos de trabajo, en especial los relacionados con el uso de la tierra para la subsistencia, generan diferentes efectos; por un lado, en la naturaleza misma, y por otro, en las formaciones sociales que se derivan de estas estrategias. No así podríamos encontrar, como sería deseable, una clara definición de lo que tal información hubiera debido significar en el momento de implantar diferentes estrategias, o de lo que podría aportar hoy para la comprensión del impacto, en la naturaleza, de esos cambios. Lo que sí es claro es la necesidad de conocer cómo esas transformaciones afectaron negativamente y para siempre parte de ese entorno, y sobre todo, las formaciones sociales que coexistían con él.

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PRO MUNDI BENEFICIO. ELEMENTOS PARA UNA HISTORIA AMBIENTAL

DE PANAMA

Guillermo Castro H.*

*Sociólogo, ambientalista, miembro del comité editorial de la revista Tareas.

Revista de la CEPAL, N°85, abril 2005, publicación cuatrimestral de la Comisión Económica para América

Latina y el Caribe, de las Naciones Unidas, Santiago de Chile.

I. Ambiente: estructura y proceso

La República de Panamá ha ingresado al siglo XXI con graves problemas ambientales, que van desde la destrucción de los recursos forestales y la erosión de la biodiversidad; el deterioro y la erosión de sus tierras agrícolas y ganaderas; la contaminación de sus aguas interiores y litorales, hasta el crecimiento urbano desordenado que impera sobre todo en la Región Metropolitana.1 Aun cuando esta situación se inserta en un entorno regional más amplio,2 aquí se vincula al proceso de desintegración de las estructuras de relación de la sociedad panameña con su entorno natural conformadas a partir de la organización y dirección de las actividades del tránsito interoceánico como una actividad industrial por Estados Unidos entre 1904 y 1977 que, para mediados del siglo XX, había dado lugar a un paisaje caracterizado por el contraste entre cuatro áreas diferentes:

· Primero, el contraste entre la que fue la Zona del Canal con las áreas urbanas de

Panamá y Colón, que constituyó el rasgo fundamental del paisaje en el corredor interoceánico. · Segundo, el contraste entre el paisaje del corredor interoceánico con el del interior del

país en su conjunto.

· Tercero, el contraste entre el paisaje de la sabana agroganadera con los de los

enclaves agro exportadores de la zona limítrofe con Costa Rica, vinculados a su vez al espacio centroamericano, y los de las zonas de agrosilvicultura del Atlántico y el Darién, esta última vinculada al espacio chocoano.3

· Y, por último, los paisajes de la áreas de transición entre aquellas zonas de contraste:

la actual comarca Ngöbe, entonces región Guaymí; la región centro occidental del Atlántico, entre los ríos Calovébora e Indio, y la cuenca media y baja del río Bayano.

Lo que está en crisis hoy es la articulación interna de ese conjunto de paisajes, debido al

agotamiento de los vínculos entre las técnicas de producción y las de encuadramiento social que la sostuvieron hasta el último cuarto del siglo XX.4 Por lo mismo, la adecuada comprensión de esa crisis, exige considerarla tanto en relación con su entorno biogeofísico a lo largo del tiempo, como en su articulación al sistema mundial del que forma parte, en una perspectiva que, desde las experiencias del pasado, nos ofrezca luces nuevas sobre las perspectivas de las relaciones entre los seres humanos y el medio natural en Panamá. De esto trata, precisamente, la historia ambiental.

II. Pro Mundi Beneficio

Mire vuestra majestad qué maravillosa cosa y

grandedisposición hay para lo que es dicho, que aqueste río Chagre, naciendo a dos leguas

de la mar del Sur, viene a meterse en la mar del Norte. Este río corre muy recio, y es muy ancho y poderoso y hondable,

y tan apropiado para lo que es dicho, que no se podría decir ni imaginar

ni desear cosa semejantetan al propósito para el efecto que he dicho. Gonzalo Fernández de Oviedo, 1526

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La descripción de Fernández de Oviedo no pudo ser más precisa, ni sus previsiones más

acertadas. El valle del gran río, en efecto, conformó entre los siglos XVI y XIX una ―ruta del Chagres‖ para el tráfico de personas y mercancías, plagada por las dificultades de una difícil topografía cubierta por un denso bosque húmedo tropical, que comprendía

... un tramo terrestre de Panamá a Cruces, que solía hacerse a lomo de mula en ocho horas;

otro, el más largo y demorado, por el río, hasta salir al mar por la boca del Chagres, continuando el resto del trayecto hasta Portobelo, todo lo cual demoraba entre 14 y 16 días. Era, pues, una ruta fluvial, marítima y terrestre. Cada una con sus diferentes tecnologías, costos distintos en fletes, embalajes, almacenes e impuestos. Pero, a la vez, el tiempo de duración variaba tremendamente según la estación y si se viajaba a favor o en contra de la corriente, en bongo o en chata, con carga o sin ella.5

Las tecnologías de transporte utilizadas en la ruta eran de una extrema sencillez, y la ruta

misma apenas había recibido el beneficio de inversiones en infraestructura.6 Con ello, hacia 1827 la evidencia de impacto humano más visible en el curso del Chagres que menciona John Lloyd era la presencia de ―sabanas [que] se extienden hasta la misma orilla del río, cubiertas con una hierba muy fina‖, a las que acompañaba un bosque de galería.

La visión de Lloyd, sin embargo, anuncia la gran novedad que aportará el siglo XIX a la ruta: la aplicación de las tecnología creadas por la revolución industrial en Europa Occidental y Norteamérica a la organización del tránsito a través del Istmo. Así, se adelanta a señalar la necesidad de ―una línea nueva, que difiere de todas‖ desde ―una bella bahía llamada Limón o Navy Bay, a cinco leguas del Chagres‖ hasta ―Panamá, la capital donde está el centro principal de comercio‖, utilizando el ferrocarril como medio de transporte.7 Aquí aflora ya la nueva racionalidad del capitalismo industrial, con su tendencia a reducir el mundo natural a la calidad de mera condición de producción. Con ello, se hacían sentir las demandas de un mercado mundial en expansión, que llevarían al despliegue de nuevas y más complejas tecnologías de transporte a través del Istmo, desde la construcción del ferrocarril entre 1850 y 1857, hasta la construcción de un canal interoceánico entre 1880 y 1914.

Así, la moderna historia ambiental de Panamá se inaugura con la transición entre la adaptación de las actividades del transporte interoceánico a las restricciones del entorno natural, y la creciente adaptación de ese entorno a las necesidades de esa actividad. Ese período nuevo, cuyas consecuencias más distantes siguen en curso hoy, se inaugura en 1850 con la tala de los manglares y el relleno de los pantanos de la isla de Manzanillo para crear la terminal Atlántica del ferrocarril, y se prolonga en el desmonte, allanamiento y compactación de los terrenos a lo largo de la vía; la excavación de cortes profundos a través del terreno montañoso, y la construcción de terraplenes, puentes, muelles, estaciones, instalaciones portuarias, industriales y urbanas, todo lo cual modifica el entorno con una rapidez superior y de una manera mucho más permanente que cualquier obra anterior.8

Esas transformaciones en el medio físico, a su vez, se combinaron con las ocurridas en el medio social. Por un lado, desaparecieron los boteros, arrieros y campesinos vinculados a las viejas actividades de tránsito, mientras decaían y desaparecían los asentamientos humanos que durante tres siglos habían vivido de la ruta terrestre a Portobelo. Por otro, se inició en el Istmo la experiencia de organizar y dirigir una fuerza de trabajo asalariada en una sociedad en la que esa relación laboral aún era una novedad, que articuló en torno a sí, y para su ventaja, mucho de lo peor del legado del esclavismo.9

Fueron notables, también, los impactos asociados a la intensificación en el uso del territorio para el tránsito de pasajeros y mercancías. Así, un informe de la época indicaba que

Con no poca frecuencia, se han transportado 1,500 pasajeros, el ... correo y la carga de tres

vapores... en un solo medio día... Los arreglos para la carga y descarga de mercancías son excepcionalmente perfectos... y ... con frecuencia transcurren menos de dos horas entre el arribo de los barcos más grandes, cargados con dos o tres toneladas de mercancía, además del equipaje de cuatrocientos a ochocientos pasajeros y la partida de los trenes hacia Panamá....10

Más allá de eso, el ferrocarril pasó a constituir –además de una cicatriz permanente en la

faz del Istmo– un acto de deslinde cultural, que abrió paso en Panamá a formas nuevas de percepción del trópico que venían emergiendo en el mundo Noratlántico, sintetizadas en la tensión entre las imágenes de una naturaleza casi paradisíaca, por un lado, y ―una constante sensación de peligro, enajenación y repugnancia‖, por el otro.11 Panamá, en particular,

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desempeñó un importante papel en la formación de lo tropical como categoría en la cultura norteamericana.

De acuerdo al geógrafo Stephen Frenkel, ese proceso se inició entre fines del siglo XIX y principios del XX, cuando ―estadistas, empresarios, misioneros y burócratas norteamericanos‖ empezaron a transformar el Istmo centroamericano para lograr sus propios fines. Para ello, añade, ―Construyeron ferrocarriles, condujeron invasiones militares, establecieron plantaciones de bananos y de café, y eventualmente cavaron un canal a través de Panamá‖, todo lo cual coincidió con la difusión de relatos y representaciones artísticas de la región que, apoyadas en ―otras ideas más generalizadas, arquetípicas, presentes en el arte, la historia, la literatura y la fotografía de los trópicos alrededor del mundo‖, terminaron por conformar un discurso en el que convergían dos narrativas opuestas entre sí –―unas positivas, acerca de paraísos edénicos, suelo fértil y belleza exótica; y otras negativas, acerca de la laxitud moral, paisajes peligrosos, enfermedad, y la abundancia amenazadora de la jungla‖.12

En nuestro caso, la experiencia norteamericana alcanzó cimas sin precedentes en un tema central en la cultura liberal del siglo XIX maduro: el del triunfo del progreso a través del dominio del hombre sobre la naturaleza. Así, para comienzos del siglo XX Panamá ―ejemplificó los trópicos centroamericanos para el público norteamericano‖, a partir de cuatro factores: primero, en virtud de su ubicación..., Panamá era por definición la

quintaesencia de lo tropical. Por tanto, era un modelo adecuado para la apariencia que debería tener un lugar tropical. Segundo, Panamá [...] intersectó continuamente con el desarrollo de los Estados Unidos. Los Estados Unidos intervinieron militarmente, firmaron tratados, construyeron ferrocarriles y cavaron el canal. Además, inversionistas privados norteamericanos se involucraron en esquemas que iban desde ferrocarriles hasta plantaciones. Estos episodios históricos comunes significaron la mención regular del Istmo en los periódicos norteamericanos. En tercer lugar, Panamá [...] fue la ruta para los viajeros norteamericanos en su viaje hacia California, el Pacífico Noroeste e incluso América del Sur. [...] En cuarto lugar, los países vecinos, especialmente los situados hacia el Norte, se vieron comparativamente opacados – la fuerte imagen de Panamá los venció.13

Sin embargo, fue sobre todo a partir de la organización de la Zona del Canal que la

experiencia norteamericana en el Istmo pasó a constituirse en un modelo de referencia compartido por los administradores de posesiones imperiales, públicas y privadas, ―desde Puerto Rico hasta Filipinas‖.14 Así, la industrialización del tránsito contribuyó a forjar una cultura de la naturaleza en la cual, al decir de Paul Sutter, los trópicos eran encarados ―como lugares que se resistían a la expansión de la civilización‖ y la tropicalidad era construida ―como un problema a ser resuelto‖.15 Y esa construcción cultural, a su vez, permeó desde temprano a las élites criollas más vinculadas a los azares del mercado mundial, que veían confirmado, en su propia circunstancia, el llamado a participar en la lucha de la civilización contra la barbarie hecho por Domingo Faustino Sarmiento en su Facundo, aquel gran manifiesto del liberalismo latinoamericano publicado en 1845, apenas cinco años antes de que se iniciaran los trabajos del ferrocarril en Panamá.16

III. El Chagres domado

Con todo, el ferrocarril tendría un impacto ambiental relativamente limitado. Su trazo seguía en lo esencial el de la vieja ruta del Chagres y, aunque su infraestructura adaptaba el terreno a las necesidades de la vía, no creaba un paisaje enteramente nuevo. Por otra parte, si bien su construcción llegó a requerir hasta 7.000 obreros asalariados provenientes de Europa, las Antillas y China, su operación requería apenas una fracción de ese personal. Otro sería el caso del Canal interoceánico, cuya construcción fue concebida desde un primer momento para transformar al gran río - díscolo aliado del transporte interoceánico hasta entonces -, en dócil criatura al servicio de una empresa humana.

Se conoce con detalle el fracaso del intento francés de construir un canal a nivel, asociado tanto a las graves limitaciones en la organización y el financiamiento del proyecto, como a la subestimación de las dificultades que ofrecían el clima y la topografía del Istmo. Se menciona menos, en cambio, su impacto sobre el medio natural a partir —ya en mayo de 1880—, de la eliminación de los árboles y malezas de ―una faja de tierra que se extendía a lo largo de la línea del canal, de mar a mar, y variaba en una anchura de 30 a 60 pies‖; el relleno de pantanos y la construcción de las instalaciones necesarias para crear el puerto de Cristóbal, en el Atlántico; el uso masivo y frecuente de explosivos; el dragado de ríos y humedales; la construcción y operación de nuevas vías férreas; la extracción de más de 55 millones de metros cúbicos de tierra y rocas en el corte de Culebra —donde los norteamericanos extraerían 250 millones de

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metros cúbicos adicionales—, y la disposición desordenada del material excavado1. A ello se agregaron las graves consecuencias sanitarias de la importación masiva de trabajadores y técnicos a un ambiente severamente perturbado por las obras de construcción, y carente de condiciones básicas de salud pública como abastecimiento de agua potable y disposición adecuada de desechos.18

Estos y otros problemas serían encarados de manera radicalmente distinta por la iniciativa norteamericana de 1904–1914. Para construir, operar y defender la nueva vía interoceánica, el gobierno de Estados Unidos demandó y obtuvo en 1903 que la joven república de Panamá el control de una franja de 16 kilómetros de ancho por 80 de largo, a lo largo del eje del Canal. Las tierras, bosques y demás recursos comprendidos dentro de esta Zona del Canal, resultarían así excluidos de —y contrapuestas a, en el plano cultural— las formas de relación con el medio natural dominantes en el resto del país, salvo en el caso de los enclaves bananeros de la región fronteriza con Costa Rica.

En lo sociocultural y lo político, la Zona del Canal fue el medio para establecer ―una comunidad industrial moderna en una selva ecuatorial que se encontraba a tres mil kilómetros de distancia de su base de abastecimiento‖19 integrada por funcionarios coloniales, gerentes, técnicos y militares norteamericanos, y adscrita a la función de crear las condiciones indispensables para aprovechar un recurso en particular –el agua– para un propósito particular: el movimiento de buques a través del Istmo. Y esto dio lugar, a su vez, a un hecho sin precedentes ni paralelo en la historia de América Latina: la creación y funcionamiento, a lo largo de casi un siglo, de un enclave de capital monopólico del gobierno de los Estados Unidos ubicado fuera del territorio de ese país.

Transformaciones de la tierra 1: El paisaje de origen

Antes de la llegada de los norteamericanos, el territorio de la Zona del Canal ya acusaba los efectos de una prolongada actividad humana. Las áreas más quebradas en ambas vertientes del Istmo, por ejemplo, estaban cubiertas por selvas en las que, sin embargo, muchos de los árboles de madera dura ya habían sido ―prácticamente exterminados‖.20 Ese paisaje original también incluía, al noreste de la ciudad de Panamá ―un considerable cuerpo de terrenos sin árboles gentilmente ondulados conocidos como las ―Sabanas‖ ‖, donde se seguía practicando el pastoreo, así como tierras dedicadas a la producción de banano ―en cantidad suficiente para permitir alguna exportación [en] las cercanías de Bohío y Gamboa‖; una plantación de azúcar cerca de Gorgona; plantíos de cacao, café y caucho ‖cerca de Emperador‖,21 y la horticultura practicada por inmigrantes chinos que abastecían a los poblados situados a lo largo de la línea de construcción del Canal.22 A esas actividades se agregaba una agrosilvicultura campesina de policultivo, en parcelas dispersas en ―las pendientes más suaves de los grandes valles‖, vinculadas al exterior mediante ―senderos estrechos y serpenteantes, intransitables del todo para vehículos, y casi intransitables para caballos‖.23

Los métodos y herramientas de cultivo de esa agrosilvicultura eran muy semejantes a los descritos por Juan Franco para fines del XVIII. Las herramientas se reducían al machete y la coa, y la preparación de la tierra se efectuaba mediante la roza, de la que solo se libraban ―algunas de las palmas más duras, debido al considerable trabajo y las herramientas muy resistentes que se requieren para derribarlas‖, mientras las maderas duras eran convertidas por lo general en carbón, ―el combustible para cocinar predominante en el país‖. De este modo, sin más preparación del suelo que la de hacer agujeros para las semillas, los cultivos eran plantados y de allí en adelante ―abandonados a su suerte, excepto por alguna limpieza ocasional de malezas‖.24

Esa agrosilvicultura sostenía una economía familiar de autosubsistencia, organizada en pequeñas fincas en las que el agricultor y su familia vivían ―en un rancho con techo de palma... frecuentemente en medio de un huerto maravillosamente lujuriante de frutales, vegetales y plantas ornamentales mezclados‖. El campesino a cargo de esas fincas, dice Bennett ―es una persona independiente que no siempre está dispuesta a trabajar, aun por los mejores salarios, debido a la satisfacción que encuentra en su pequeña roza en medio de frutas y vegetales suficientes para cubrir las necesidades de alimentación de su familia, con un pequeño excedente para proveer las pocas necesidades adicionales. Trabaja poco y se preocupa aun menos, porque sabe que hay pocas posibilidades de que la comida escasee‖.25

Transformaciones de la tierra 2: El impacto físico

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Al cabo de casi un siglo, los paisajes creados por la construcción del Canal resultan engañosamente naturales, y pueden llevar a subestimar el volumen y la dificultad de las transformaciones del medio natural que les dieron origen. En relación al corte del cerro de Culebra, por ejemplo, el ingeniero John Stevens, designado por el presidente Teodoro Roosevelt en 1905 para organizar y dirigir los trabajos de construcción, llegaría a decir que ―aun con el apoyo, el sentimiento y las finanzas de la nación más poderosa sobre la tierra, estamos luchando con las fuerzas de la naturaleza‖. Ante un reto de tal magnitud, agregaba, solo ―la tenaz determinación y el trabajo constante, persistente e inteligente podrán obtener el resultado‖ puesto que ―cuando hablamos de cien millones de metros cúbicos de un solo tajo que no tiene más de catorce kilómetros de longitud, estamos frente a una empresa más grande que cualquiera otra de las que se hayan emprendido alguna vez en la historia de la ingeniería en todo el mundo‖.26

A Stevens se le otorga el mérito de comprender que la mayor dificultad que presentaba la excavación era la disposición del material excavado. Para ello, organizó un sistema ferroviario que permitió trasladar enormes volúmenes de tierra y rocas a sitios designados con ese fin, que fueron transformados hasta ocultar toda relación con los paisajes originales de los que formaban parte. Tales fueron los casos de los vertederos ubicados en Tabernilla, a 22 kilómetros y medio al norte de del corte de Culebra; en el dique Gatún, en Miraflores y en La Boca, el mayor de todos, rebautizado con el nombre de Balboa.27 Otros desechos, como ―los gigantescos árboles que había en lo que iba a ser el canal principal a través del lago Gatún‖, debieron ser destruidos mediante una ardua y peligrosa labor a cargo de obreros afroantillanos que, tras derribar los árboles, procedían a dinamitar los troncos, y a apilar y quemar después los trozos de madera a lo largo de meses.28

De este modo, en apenas una década fue interrumpida la comunicación terrestre entre la América Central y la del Sur por primera vez en cuatro millones de años.29 La magnitud del impacto de esa y otras transformaciones fue tal que, para John Lindsay Poland, cabe dudar que el Canal hubiera podido ser construido bajo los actuales requisitos de la legislación ambiental en los Estados Unidos‖.30 Esa alteración incluyó, por ejemplo, transformar el valle del Chagres en un lago artificial de 268 kilómetros cuadrados - ―casi tan grande como la isla de Barbados‖ - cuya creación sumergió todos los poblados que se encontraban entre Gatún y Matachín, la mayor parte de los campamentos levantados por los norteamericanos para alojar a los trabajadores que construyeron el Canal, y el trazado original del Ferrocarril de Panamá, lo que a su vez requirió ―reconstruir un nuevo ferrocarril a un nivel más elevado para bordear la orilla oriental del lago‖.31

A esto se agregaría, entre 1932 y 1935, la creación de una nueva represa en la parte alta del Chagres, ―cerca de la villa de Alhajuela, casi 10 millas al noreste de Gamboa‖, para garantizar el acopio de agua durante la estación lluviosa y mantener el lago Gatún ―en un nivel constante a través del año‖.32 La creación del nuevo reservorio fue seguida entre 1940 y 1942 por la construcción de la primera carretera transístmica en la historia del Istmo, entre las ciudades de Panamá y Colón.33 En ausencia de toda política de control por parte del Estado panameño, esto creó además un frente de colonización agropecuaria, primero, y urbano industrial después, que contribuyó a la rápida deforestación de la cuenca media del Chagres, en un proceso que sólo vino a encontrar algún freno con la creación de los parques nacionales de Chagres, Camino de Cruces y Soberanía en la década de 1980.

Transformaciones de la tierra 3: El conflicto sociocultural

Entre las alteraciones de orden social y cultural asociadas a la construcción del Canal debe señalarse la desaparición de paisajes que habían desempeñado un importante papel en la forja de nuestra identidad histórica, cuya reconstrucción a partir de documentos técnicos y obras literarias es una de las grandes tareas pendientes en una historia ambiental de Panamá. Así, a la inundación del gran valle del Chagres, con sus selvas, sus poblados, sus pastizales y sus cultivos de banano -descritos por Gil Blas Tejeira en su novela Pueblos perdidos, de 1962- se agregó la devastación de la cuenca del río Grande, en cuya desembocadura fue ubicado el vertedero de La Boca, dragado y capturado para trasvasar el agua del Chagres hacia el Pacífico que en 1631 había sido descrita por Diego Ruiz de Campos en los siguientes términos:

Un quarto de legua desde dicho [cerro] Ancon para la parte del Oeste está una ensenada que

tiene playas por una y otra banda i tiene toda ella un tercio de legua de ancho, la cual dicha ensenada está toda abierta al Sur i al medio de ella sale la boca del río Grande i coge toda la dicha distancia i á la entrada deste dicho río está una isleta llana toda llena de manglares sin que haya arbol de provecho i la dicha isleta es anegadiza, i causa tener el dicho rio dos canales en la boca i la de mano derecha es mas fondable que pueden entrar i entran por ella barcos i suben

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con la marea mas de dos leguas el rio arriba á cargar cal, miel, maíz, plátanos i otras cosas que hai arriba en el dicho rio, todo el qual de una y otra banda esta cubierto de arboleda de manglares mui altos que no son de provecho para cosa alguna [...]‖.34

El conflicto entre las técnicas de producción y de encuadramiento social que habían dado

lugar a aquellos paisajes, y las vinculadas a los nuevos paisajes que resultaban de la industrialización del tránsito por el Estado norteamericano en plena expansión imperial se constituyó desde temprano en un tópico característico en la cultura ambiental vinculada a la construcción del Canal. Al respecto, dice McCullough, para el ―norteamericano medio‖ Panamá ―era una tierra de gente oscura, ignorante y de pequeña estatura que obviamente le disgustaba.... Se decía que todo el país tenía un ‗caso crónico de resentimiento‘ ―, y que ―el panameño era muy poco agradecido por todo lo que se había hecho por él‖.35

Esa hostilidad expresa un fenómeno de mayor complejidad y alcance: la construcción de grupos étnicos como parte del proceso de organización y control de la fuerza de trabajo —―a-quellos hombres anónimos cuya lucha diaria era el verdadero punto de confrontación entre la sociedad y la Naturaleza‖, a que se refiere Richard Tucker36- por parte de la potencia colonial. Las responsabilidades a cargo de esa fuerza de trabajo eran enormes. ―Los visitantes oficiales‖, dice McCullough,

no podían evitar la sorpresa..., al constatar que todo el sistema y no únicamente la construcción, dependía de los trabajadores negros. No solo había millares de afroantillanos en la multitud que trabajaba en el Tajo de La Culebra [sic] o en los sitios donde se construían las esclusas, sino que había también meseros negros en los hoteles, cargadores negros en los muelles, empleados de color en las estaciones y en los vagones del tren, empleados indígenas en los hospitales, cocineros, lavanderos, mujeres de servicio, porteros, mensajeros, cocheros, hieleros, recolectores de basura, jardineros, carteros, policías, plomeros, albañiles y sepultureros.

En los hechos, se creó así una situación en la que ―la línea de color, sobre la que casi no

se hablaba en letra de molde‖, funcionaba como un importante criterio de organización de todos los aspectos de la vida cotidiana en todos los sectores del Istmo, al punto de que los propios empleados norteamericanos del enclave pudieran atribuir ―aquellas prácticas a la clase alta de los panameños, que eran extremadamente racistas [c: gch]‖.37 En realidad ambas partes compartían un pasado común de esclavismo, y se confirmaban entre sí en sus valores, anque operaba entre ellos una diferencia sustancial: el racismo de los criollos panameños era un práctica cultural, mientras el de los administradores de la Zona fue ejercido como un criterio gerencial. Esto, a su vez, terminó por dar un aura de renovada legitimidad al racismo criollo, renovándolo en su carácter de hecho histórico de larga duración que se extiende hasta nuestros días.

Transformaciones de la tierra 4. El paisaje de destino

Las transformaciones de la tierra asociadas a la construcción del Canal culminaron en la organización de la Zona como un enclave permanente para la operación y defensa de la vía interoceánica a partir de 1912. En dicho proceso desempeñó un singular papel la valoración de los bosques de la Zona como jungla, una noción que -si bien ―puede tener un significado botánico preciso‖-, sintetiza en el plano cultural aquello que era percibido como peligroso y hostil en la región, y que los residentes norteamericanos ―debían temer y evitar‖.38 A partir de esa valoración, los administradores norteamericanos respondieron con cuatro medidas estrechamente concatenadas entre sí, la demarcación de áreas saneadas, la domesticación de la jungla, la segregación racial, y la separación de la Zona con respecto a los panameños y sus ciudades39-, cada una de las cuales tuvo impactos relevantes sobre el entorno natural y sus habitantes originales, y sobre las relaciones entre el enclave y el resto del Istmo.

Las áreas saneadas a que se refiere Frenkel abarcaron unos 12.6 kilómetros cuadrados, en la periferia de las ciudades de Panamá y Colón. El resto de los 1,280 kilómetros cuadrados de la Zona fue despoblado mediante la expulsión forzosa, en 1912, de todos sus habitantes que no estaban vinculados a la operación del Canal, invocando en primer término razones de sanidad íntimamente asociadas a la cultura de la tropicalidad: siendo los nativos ―naturalmente‖ resistentes a las enfermedades tropicales, constituían ―reservorios‖ de gérmenes y parásitos de todo tipo, y debían ser mantenidos a distancia para proteger a los inmigrantes de clima templado del riesgo de infección.40

Así, la domesticación del paisaje de la Zona del Canal operó en el doble sentido de alejar a la jungla de las áreas residenciales -mediante el más exótico de los recursos: la creación del

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equivalente de prados ingleses a la vera del bosque, y la inversión de enormes recursos en su preservación-, y recrearla, ya depurada de peligros, al interior de esas mismas áreas.41 Y, por último, este enclave de civilización fue aislado de las ciudades de Panamá y Colón mediante ―carreteras, colinas, bosques y ferrocarriles‖, complementados con abundantes alambradas y una política de deliberada hostilidad hacia sus vecinos nativos. De este modo, en lo que hace a la cultura de la naturaleza, el doble carácter -edénico e infernal- de las representaciones de los trópicos en la cultura norteamericana, definió a un tiempo el paisaje de la Zona del Canal como enclave de civilización, y la imagen del país como el entorno de barbarie que la rodeaba.

El carácter militar – industrial del enclave canalero se hizo sentir además en otros espacios, y a lo largo de otros tiempos. Así, por ejemplo, el hecho de que una parte importante de lo terrenos de lo que fue la Zona del Canal esté cubierta por bosques se debe a la decisión del general George Goethals - ingeniero jefe de la construcción del Canal entre 1907 y 1914, y primer gobernador norteamericano del enclave hasta 1916 -, de dejar que la selva volviera a cubrir ―todos los lugares que habían sido desmontados, siempre que fuera posible‖, haciendo de ella ―la defensa más segura contra un ataque por tierra‖.42 Pero sobre todo, y en una escala aún más amplia, Panamá sirvió de retaguardia profunda a la actividad militar global de los Estados Unidos que, entre 1914 y 1999, incluyó dos guerras mundiales, guerras locales en Corea y Vietnam, conflictos de baja intensidad e intervenciones directas en múltiples lugares de América Latina, y algunas contiendas breves de altísima intensidad, como la primera guerra del Golfo Pérsico.

Las formas más visibles del legado ambiental de las actividades correspondientes a esa función militar se ubican en las cerca de 8.000 de hectáreas de terrenos utilizados durante décadas como campos de tiro y áreas de bombardeo a lo largo de la ribera oriental del Canal. A ello se agregan otros sitios de los más de 134 utilizados para fines militares por las fuerzas armadas norteamericanas a lo largo y ancho del país entre 1941 y 1947, como la isla de San José, en el archipiélago de Las Perlas, utilizada como campo de ensayo de armas químicas, y la isla Iguana, en la bahía de Parita, que sirvió para prácticas de bombardeo.43

El otro enclave

La otra novedad que aporta el siglo XX a la conformación de la moderna estructura ambiental de Panamá fue la incorporación de la tierras bajas aluviales colindantes con Costa Rica al macro enclave bananero creado por la United Fruit Company en la cuenca del Caribe entre 1899 y la década de 1930. Ya en 1904 se ubicaron plantaciones en Bocas del Toro, y para 1914, la compañía controlaba unas 40.000 hectáreas –de las cuales dedicaba unas 16,000 a la producción bananera, empleaba cerca de 7.000 trabajadores, y había construido 250 millas de vías ferroviarias ―a través de las selvas previamente existentes‖, lo que a su vez facilitó la apertura de toda la región a un proceso general de colonización y deforestación.44

Hacia la década de 1920, la difusión de enfermedades asociadas al monocultivo intensivo del banano movió a la compañía a desplazar sus actividades en Costa Rica y Panamá hacia nuevas tierras situadas en el litoral Pacífico. Para 1938, cuando el traslado ya había sido completado en Costa Rica, la compañía compró unos 7.000 hectáreas de selva en el Distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, donde obtuvo además ―concesiones de treinta años del gobierno panameño sobre dos grandes parcelas‖ y un año después

abandonó sus operaciones en Bocas del Toro y, actuando a través de su subsidiaria, la Chiriquí

Land Company, se mudó al pequeño poblado de Puerto Armuelles [...]. El gobierno de Panamá

pagó por una ampliación de treinta y cuatro millas de su ferrocarril nacid través de la nueva región de la Compañía. United pagó las nuevas instalaciones del muelle, que hicieron de Puerto Armuelles un puerto operativo de aguas profundas.45

La actividad de los enclaves bananeros acarreó terribles consecuencias ambientales

en toda la región, asociadas a la transformación de ecosistemas selváticos de riquísima biodiversidad en ―biofábricas racionales y ordenadas‖, especializadas en la producción de una sola variedad de una misma especie vegetal. En todos los países afectados, esto significó además la destrucción de economías campesinas asociadas a pequeños poblados ribereños y costeros, para implantar en su lugar ―una jerarquía industrial ordenada con una fuerza de trabajo semi proletaria‖, que a menudo debió ser importada de regiones distantes, y la creación de sistemas completos de campamentos, poblados y servicios estructurados a partir de los criterios de la cultura de la tropicalidad.46

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Esas consecuencias operaron a todo lo largo del siglo. Así, tras la masiva deforestación inicial y a partir de la década de 1920, las primeras plantaciones ―empezaron a revertir a la agricultura de subsistencia y el crecimiento de bosques secundarios‖, en tanto que la década de 1950 ―aportó una era de producción bananera intensiva y estable, basada en agroquímicos‖. A lo largo del proceso,

El agro capitalismo corporativo fue la fuerza impulsora del cambio ecológico, tanto en las plantaciones como en las tierras adyacentes en las que las corporaciones obtenían mano de obra y recursos. [...] Los cultivos de exportación crecieron a expensas de la producción de alimentos para las necesidades locales, lo que desplazó a campesinos hacia tierras marginales, en su mayoría colinas selváticas, o hacia las ciudades, desestabilizando ecosistemas y sociedades. Un subproducto del agro sistema corporativo fue la colonización y deforestación a todo lo largo de las tierras bajas, un proceso que desde entonces se aceleró más allá del alcance inmediato de la economía corporativa‖.47

Aun así, entre los enclaves bananero y canalero hubo importantes diferencias. La

primera hacía a su carácter: privado, en el primer caso, y estatal, en el segundo. La segunda, a su extensión: el enclave bananero formaba parte de un sistema productivo que, hacia 1930, abarcaba unos 150.000 kilómetros cuadrados, mientras la Zona del Canal cubría apenas 1.280. Y mientras el enclave canalero cumplía una función central en el sistema de comercio y proyección de poderío norteamericanos, el bananero ocupaba apenas una posición marginal en el imperio de la United Fruit Company.

Aun así, resaltan algunas afinidades. La primera, sin duda, corresponde al sesgo acentuadamente utilitario de la cultura de la naturaleza que animó la organización y operación de ambos enclaves. Los dos, en efecto, fueron concebidos y forjados como un medio para agregar valor a un recurso específico con un interés específico: la tierra, en el caso de la compañía, para el monocultivo del banano, y el agua, en el de la Zona, para el tránsito de buques a través del Istmo. En este sentido, los paisajes característicos de ambos enclaves expresan un vínculo entre técnicas de producción y de encuadramiento social cimentado en el interés por maximizar el control monopólico tanto de la fuerza de trabajo, como de los espacios y procesos en que esa fuerza debía trabajar. Y estas afinidades se extienden, incluso, a la racionalidad de las diferencias en la percepción del entorno natural desde la cultura de la naturaleza que ambos enclaves compartían: así, el sesgo utilitario común permite entender que el enclave canalero asumiera a la selva como un recurso ambiental y militar, mientras en el enclave bananero era encarada como un rival a destruir.

Con todo ello, Panamá vino a constituirse en el discurso norteamericano de la tropicalidad en ―una tierra de diferencia, un ‗no-Estados Unidos‘ y, de manera nada sorprendente, como un país a la espera de ser explotado‖. En aquel contexto imperial, además, estas percepciones se convirtieron en la realidad para los norteamericanos y para los sectores de la oligarquía criolla más afines a su presencia en el país, lo cual contribuyó a forjar en la sociedad panameña una imagen de sí misma correspondiente a la que le asignaba el discurso colonial, generando una peculiar situación colectiva de desesperanza aprendida que ha conspirado incesantemente contra la forja de una vigorosa identidad nacional.

De este modo, la estructura ambiental de Panamá tomó orma a partir de la convergencia en el país, a lo largo del siglo XX, de sociedades de cultura y carácter contrapuestos. Mientras Estados Unidos ingresaban de lleno al proceso que los llevaría a convertirse, para mediados del siglo XX, en una potencia mundial, en Panamá la cultura industrial norteamericana operaba al interior de una sociedad en la que, más allá de la región interoceánica, predominaba una cultura de la naturaleza cuya relación con el agua estaba determinada por el sucederse de las estaciones seca y lluviosa en el país.

Tiene el mayor interés comparar el impacto ambiental combinado de ambas formas de relación con el mundo natural a lo largo del siglo XX. En lo que toca a la ganadería extensiva, las sabanas antrópicas del Pacífico Sur occidental bastaron para sostener su presencia en el Istmo, prolongando un proceso gradual de alteración de un medio natural que ya estaba en vías de simplificación a principios del siglo XVI. Sin embargo, entre 1903 y 1970 el incremento en la demanda de los productos agropecuarios asociado a la construcción y la operación del enclave canalero, y al desarrollo de su entorno urbano, estimuló la demanda de tierras para pastoreo, y contribuyó a un amplio y severo deterioro del ambiente natural y social de las zonas rurales del Istmo, que se vieron afectadas por la deforestación, el deterioro y la erosión del suelo, la contaminación y sedimentación de los ríos y los litorales, la creciente concentración de

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la propiedad de la tierra y de la riqueza, el masivo empobrecimiento de la población rural, y presiones constantemente renovadas contra la cobertura boscosa del país.

Así, por ejemplo, la masa ganadera del país se duplicó apenas entre 1609 y 1896, al pasar de 110.000 a 203.086 animales, respectivamente. Para 1914, y tras los desastrosos efectos de una guerra civil ocurrida en el Istmo entre 1899 y 1902, había descendido a 187.292, pero hacia 1950 ya llegaba a 727.794 y, para 1970, a 1.403.280 animales. La población humana, por su parte, había pasado de 12.000 personas a comienzos del siglo XVI a 311.054 en 1896, y a 1.472.280 en 1970. De 1936 en adelante, en particular, ese crecimiento de la población ganadera puede ser asociado con algunos cambios significativos en la relación entre las economías de Panamá y de la Zona del Canal. En ese año, y en 1955, los gobiernos de Estados Unidos y de la República de Panamá firmaron tratados que modificaban el Hay–Bunau Varilla de 1903, ampliando el acceso de la producción y el comercio panameños a la Zona del Canal.48 En el proceso, señala Ligia Herrera, la cobertura boscosa, estimada en cerca del 93 por ciento del territorio hacia el año 1800, descendió al 70 por ciento hacia 1947 y hacia 1980 se ubicaba entre 38 y el 45 por ciento, con una pérdida anual estimada en unas 50.000 hectáreas, debida en lo fundamental a la expansión de la frontera agropecuaria llevada a cabo por migrantes rurales pobres, provenientes tanto de las zonas de más antigua ocupación, como de aquéllas en que el desarrollo de agronegocios modernos tendía a concentrar la propiedad y a reducir las oportunidades de empleo productivo para el campesinado.49

Por contraste con el impacto ambiental de la ganadería, la construcción del Canal implicó un proceso relativamente breve de enormes alteraciones físicas en una pequeña porción del territorio nacional, que condujo a una prolongada estabilidad en el nuevo ambiente así reorganizado. Aun así, dicha reorganización desembocó en nuevas estructuras de larga duración, en la medida en que contribuyó a su vez a ―desarticular el espacio geográfico, a alterar un cierto equilibrio ecológico y a retrasar el surgimiento de una más fuerte personalidad nacional, obligada a manifestarse más como mecanismo de defensa ante lo extraño que como acumulación de experiencias creativas comunes‖.50

De este modo, a lo largo del siglo XX la cultura de la tropicalidad –potenciada además por el carácter hidráulico del enclave– vendría a acentuar la complejidad del conflicto no resuelto entre las visiones del mundo natural como fuente de valor de cambio y de valor de uso, correspondientes a los sectores dominantes y a los indígenas y campesinos. Con ello, si por un lado la vocación por el utilitarismo, el autoritarismo y el racismo compartida por la cultura mercantil de rapiña dominante en la sociedad panameña y la cultura de la tropicalidad dominante en el enclave definiría un espacio de complicidad entre ambas, por el otro la valoración del bosque como fuente de servicios ambientales, elemento de uso militar y reservorio de biodiversidad introduciría un elemento de contradicción entre ellas. En lo más esencial, sin embargo, la cultura de la naturaleza así articulada en torno a los valores de la tropicalidad sería la cultura del colonialismo norteamericano en Panamá, y entraría en crisis con esa forma de presencia de un Estado extranjero en nuestro territorio.

IV Ganado y galeones, pasado y futuro

La transición La firma de los Tratados Torrijos–Carter en 1977 —que liquidaron el enclave territorial,

restablecieron la soberanía de Panamá sobre todo su territorio, permitieron cerrar las últimas 14 bases militares operadas por Estados Unidos en el país y transfirieron al Estado panameño la administración de la empresa canalera— señala, también, el inicio del proceso de crisis y desintegración de la cultura de la naturaleza organizada en torno a los valores de la tropicalidad en nuestro país. Ese proceso encuentra una de sus más claras expresiones, por ejemplo, en los conflictos relacionados con la incorporación del Canal a la vida y el desarrollo del país.

No fue sino hacia mediados de la década de 1990, que el Estado panameño empezó a adoptar un conjunto de medidas legislativas encaminadas a proporcionarle un marco de referencia legal para el desempeño de sus nuevas funciones. Así, en 1994 fue creada una Autoridad del Canal de Panamá (ACP), mediante una reforma constitucional que la hizo responsable además por el manejo de los recursos hídricos de la cuenca, complementada en 1997 mediante una Ley Orgánica de la ACP, y otra que establecía un plan de uso de suelos para la cuenca, concebido para garantizar la disponibilidad de agua mediante el control del uso de la tierra. En 1999, además, la ley 44 delimitó la llamada Cuenca Hidrográfica del Canal, incluyendo en ella —además de la cuenca del Chagres— una parte sustantiva de las de los

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ríos Indio, Caño Sucio y Coclé del Norte, que fluyen de manera independiente al Atlántico, al noroeste del Canal, y que pasaron a conformar la llamada ―región occidental‖ de la cuenca.

La creación de este marco legal fue llevada a cabo mediante procedimientos característicos del despotismo democrático imperante en la América Latina de la década de 1990, que limitaron la consulta pública a la elite socioeconómica y política del país, y a procesos parlamentarios formales. No es de extrañar, así, que la ACP se viera enfrentada desde muy temprano a los conflictos derivados de una cultura institucional de larga tradición tecnocrática, y de la incapacidad del Estado y la sociedad panameños para articular un proyecto nacional que incorporar al Canal como un recurso para el desarrollo integral del país.

Una primera señal de estas dificultades apareció en diciembre de 1999, cuando el obispo de Colón, monseñor Carlos María Ariz, envió una carta a la Presidenta de la República comunicándole que, en opinión de campesinos y misioneros de la diócesis, la Ley 44 de 1999 sentaba las bases para la expropiación de las tierras de los pobladores de la región occidental de la cuenca, al tiempo que la creación de nuevos embalses afectaría la tierra y su biodiversidad, y destruiría los modos de vida y tradiciones de las personas del área ―en nombre del Canal‖. Atendiendo a esas razones, el Obispo solicitaba a la Presidenta garantizar la protección de los campesinos contra los riesgos de una modernización inconsulta, y asegurar que el desarrollo futuro produjera ―profunda satisfacción y bienestar social permanente para todos‖.51

Nunca antes se había escrito un documento así en la historia de las relaciones entre la sociedad panameña y su entorno natural. A partir de aquí, resultó evidente que los problemas relativos a las relaciones de la sociedad panameña con su entorno natural -y el manejo de la cuenca del Canal en primer término- no podrían seguir siendo encarados en una perspectiva esencialmente técnico-ingenieril, sino que demandaban un abordaje capaz de incorporar sus dimensiones social y política. El país empezó a descubrir, en otros términos, la socialidad de sus relaciones con el mundo natural. En esa nueva perspectiva, por ejemplo, ya resulta evidente el contraste entre el modelo de relación con la naturaleza dominante en el país, y el que sería deseable para garantizar la operación sostenida del Canal. Así se aprecia en el siguiente cuadro, que sintetiza la variación porcentual en el uso de las tierras de la cuenca del Chagres prevista en el Plan General de Usos del Suelo, adoptado como ley de la República en 1997:

Uso actual (%) Uso previsto (%)

Ganadería 39.0 2.0

Agricultura 0.5 8.0

Forestería y agroforestería 0.5 23.0

Areas protegidas 20.0 15.0

El uso actual del suelo, en efecto, es el característico de la situación imperante en todo el

país, como el previsto lo sería de una situación en la que resultaran mucho más sustentables las relaciones de la sociedad panameña con su entorno natural. Estamos, así, ante dos modelos antagónicos de relación con la tierra y el agua: el de la pluvicultura, que ve en el agua un elemento aportado por las lluvias, y el de una cultura hidráulica que ve en el agua un recurso que debe ser producido y administrado por organizaciones técnico-económicas de complejidad correspondiente a la de los ecosistemas que lo producen. La conclusión tendría que ser evidente: el Canal solo será sostenible en la medida en que lo sea el desarrollo del conjunto de la sociedad panameña.

En esta perspectiva, tanto la transferencia del Canal a la esfera de responsabilidad del Estado panameño como la necesidad de que ese Estado promueva formas sostenibles de relación con el mundo natural en todo el territorio nacional plantean un problema de nuevo tipo en la historia ambiental del país. Mientras, por un lado, resulta imposible ―reproducir‖ a escala del país completo la lógica de la tropicalidad hidráulica que guiara el uso de los recursos naturales en el antiguo enclave canalero, por el otro, tampoco es posible dejar al Canal y su cuenca librados a la vieja cultura mercantil agroganadera, pues eso terminaría por conducir a la destrucción de recursos que son indispensables para enfrentar los graves problemas sociales, ambientales y económicos con que ingresa Panamá al siglo XXI.

Aquí, la cultura de la naturaleza se ve enfrentada a un desafío inédito para ella en Panamá: demandar la creación de un Estado nacional capaz de representar los intereses mayoritarios de la sociedad de una manera que permita hacer políticamente sustentable el desarrollo futuro

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de nuestro país. Porque, en efecto, la sustentabilidad plantea ante todo un problema político -esto es, de cultura en acto-, a ser resuelto por medios técnicos, y no al revés.

En este terreno, las primeras experiencias obtenidas del proceso de integración del enclave canalero a su entorno social y ambiental ofrecen ya una lección de especial importancia. Estamos, en efecto, ante un problema local íntimamente vinculado a procesos de alcance global, pues el manejo integrado de los recursos hídricos -en Panamá como en cualquier otro lugar del mundo- constituye un componente importante dentro del objetivo, mucho más amplio y de más largo plazo, de crear las condiciones indispensables para un desarrollo sostenible a escala planetaria, capaz de generar capacidades de articulación sinérgica entre los niveles local, nacional, regional y global.52 Por lo mismo, Panamá requiere un desarrollo que sea sustentable por su capacidad para generar un círculo virtuoso en el que el crecimiento económico sustenta las condiciones de bienestar social, participación política y autodeterminación nacional sin las cuales resulta imposible sostener una relación responsable con el medio natural. Y esto solo será posible en el marco de una sociedad renovada que, superando las secuelas del colonialismo norteamericano y el transitismo oligárquico, nos permita finalmente crecer con el mundo, para ayudarlo a crecer.

Notas

1. Al respecto, por ejemplo: Autoridad Nacional del Ambiente, 1999:9-32. 2. Al respecto: Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, 2000: 9. 3. Francis Hallé designa como agrosilvicultura a la agricultura tropical ―auténtica, la que existía antes de la época

colonial y que [...] reaparece espontáneamente cada vez que se deja al campesino en libertad de crear y trabajar a su gusto‖, la cual es ―mucho más compleja‖ que los monocultivos de plantación agroexportadora usualmente asociados con la modernidad. Salvo excepciones, dice, ―el campesino tropical no busca transformar de modo profundo y definitivo su ecosistema natural. Prefiere modificarlo suavemente, conservando sus características esenciales de biomasa, diversidad genética, estructura vertical y horizontal [Se trata de una agricultura itinerante que] le da al bosque una estructura horizontal formada por parcelas situadas una al lado de la otra, unas recientes y otras en diversas etapas de reconstitución [y constituye de hecho] una imitación de la estructura en mosaico... del bosque natural, con sus zonas de árboles caídos..., y las diversas etapas del regreso al bosque de altura‖. Hallé, 1999: 175, 176.

4. Gourou, 1984: Capítulo I. Las técnicas de encuadramiento social incluyen importantes componentes de producción simbólica, cultural y religiosa, y sus correspondientes infraestructuras, en todo lo que va desde la reapropiación por sistemas culturales sucesivos de un mismo conjunto de sitios con valor religioso – un proceso de muy larga duración -, hasta elementos ―modernos‖, como las redes escolares.

5. Castillero, Alfredo, ―Los transportes y las vías de comunicación en Hispanoamérica‖, en Castillero Alfredo y Allan J. Kuethe, Historia general de América Latina, vol. III, Consolidación del orden colonial, T. I., Ediciones UNECO, Ed. Trota, 2001, p. 352-353.

6. Así, en los caminos de Panamá a Cruces y a Portobelo ―sólo había algunos tramos pavimentados y no se encontraba un solo puente..., salvo el que construyó el ingeniero Nicolás Rodríguez, tal vez de un solo arco, sobre Río Hondo, en el camino de Cruces a las afueras de la Nueva Panamá‖. Ibídem.

7. 1827 – 1829 (Jaén Suárez, 1981 b):190, 193. 8. Aun tras la travesía de costa a costa del primer tren el 28 de enero de 1855 el ferrocarril ―estaba lejos de haberse

terminado‖. Durante los cuatro años siguientes ―se reforzaron los terraplenes, los puentes de madera se sustituyeron con otros de hierros, se hizo el balasto más grueso, se reemplazaron las traviesas dañadas, se redujeron los pasos a nivel, se enderezaron curvas, se establecieron estaciones intermedias y se instaló una línea telegráfica a través del Istmo. Un muelle de hierro sustituyó el de madera en Panamá, y en el terminal atlántico, un nuevo faro de hierro de 60 pies de alto reemplazó la antigua torre de madera‖. Mack, 1978: 145, 146

9. De un modo característico en el período, por ejemplo, la compañía constructora del ferrocarril ―no llevaba estadísticas de mortalidad para sus trabajadores de piel oscura‖ – que llegaron a ser cerca de 7000 -, pero sus registros indicaban que ―293 trabajadores blancos murieron por diferentes causas durante los cinco años de la construcción‖. (Mack, 1978:147).

10. Fossenden N. Otis: History of the Panama Railroad, N. York, Harper & Row Brothers, 1867, p. 54, apud Mack, 1978: 148. Por contraste, la vieja ruta del Chagres, con una tecnología de transporte limitada en sus mejores días a entre 1500 y 2000 mulas, y entre 25 y 40 chatas y bongos, permitía una capacidad máxima de acarreo de entre 500 y 1200 toneladas, mientras el viaje de Panamá a Portobelo podía durar tanto como el de Guayaquil a Panamá. Castillero, 2001a:110, 84.

11. Al respecto, dice el historiador David Arnold, desde mediados del siglo XVIII la construcción de los trópicos como categoría cultural había venido a convertirse ―en una manera occidental de definir, con respecto a Europa (y especialmente la septentrional y otras partes de la zona templada), algo culturalmente ajeno y ambientalmente distinto. Los trópicos existían sólo en yuxtaposición mental a alguna otra cosa -la normalidad percibida de las tierras templadas. La tropicalidad fue la experiencia de los blancos septentrionales penetrando en un mundo ajeno – ajeno en cuanto a clima, vegetación, gente y enfermedades. En esa experiencia desempeñaba un importante papel el trasfondo histórico de una economía de plantación sustentada hasta principios del siglo XIX en la importación masiva de esclavos africanos. Así, ―la dependencia de mano de obra no blanca fue también parte importante de la manera como los occidentales percibieron los trópicos y reaccionaron a ellos... Con una naturaleza tan pródiga, sólo podía generarse un excedente de personas que era ―flojas por naturaleza‖ y capaces de satisfacer sus necesidades con esfuerzo mínimo mediante alguna forma de coerción‖. Arnold, 2000 (1996):131 - 146.

12. Frenkel, 1996: 317 13. Frenkel, 1996: 321

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14. Frenkel, 2002: 88 Resulta notable, así, la claridad con que los tópicos de la tropicalidad encuentran ya expresión acabada en una obra como El Istmo de Panamá y lo que vi en él, publicada en 1852 por el médico norteamericano C. D. Griswold tras pasar algunos meses en el país como empleado de la compañía del ferrocarril. Allí, al referirse a ―la profunda y solemne belleza‖ de las selvas del Istmo, agrega de inmediato que ―Hasta muy recientemente... la naturaleza, en toda su grandeza intacta e imperturbada por la mano del hombre, reinaba como soberana en toda su extensión. Pero gracias al progreso norteamericano, que está destinado a no dejar parte de este continente sin su huella de acero, el hacha de los talladores ya resonó a través de sus salvajes sabanas y profundos valles, cargados por el fuerte brazo de empresas permanentes; y es de esperarse que nunca cese su sonido hasta que la luz del sol caiga sobre la tierra tanto tiempo en sombras por la densidad de estos bosques, y la luz de la inteligencia y la civilización puedan romper la oscuridad moral que hasta ahora ha prevalecido sobre su población, manteniéndola en profunda ignorancia y superstición‖. 1852 (1974): 37.

15. Sutter, 1997: 24, 25. 16. Y ese problema tenía, además, un carácter claramente utilitario: los inversionistas norteamericanos que apoyaban

la expansión imperial ―veían en el paisaje natural ‗inexplorado‘ el equivalente de la ganancia‖, al punto en que incluso después de que se desarrollara una clara conciencia de las limitaciones de la fertilidad del suelo en los trópicos, ―la tierra seguía siendo mostrada como un recurso extraordinario, si bien temporal. Las ganancias de las plantaciones ‗justificarían ampliamente el agotamiento de la tierra‖. Frenkel, 1996: 324.

17. Mack, 1978: 306 a 308. 18. La mirada del Norte asumió esas consecuencias como un rasgo de tropicalidad, gestando en torno a Panamá la

leyenda de una ―tumba del hombre blanco‖, sustentada en un registro mucho más cuidadoso del número y las causas de las muertes de franceses, que en el de las de los trabajadores de color. Así, la percepción de las llamadas ―enfermedades tropicales‖ –en particular la malaria y la fiebre amarilla– como problema fundamental de salud en el Istmo quedaría reforzado, aunque –tal como había ocurrido durante la construcción del ferrocarril, y como ocurriría durante la construcción del canal norteamericano -, las enfermedades de las vías respiratorias seguirían siendo la causa principal de muerte entre los trabajadores nativos. Sutter, 1997: 71.

19. McCullough, 1979: 515. 20. Bennett, 1912: 20. Entre los árboles que menciona se cuentan ―2 variedades de Ceiba, unas 15 especies de

palmas y, según su nombre local, anona, bocare, algarroba, mammecillo (sic), Santa María, hucar, acacia, almendro, roble.‖ William Taylor, colega de Bennett y coautor del informe sobre el potencial agrícola de la Zona, señalaba por su parte que la ―huella del hombre en el país, salvo en la inmediata vecindad del Ferrocarril de Panamá... y de la ruta del canal... se hace evidente sobre todo en la destrucción de prácticamente todos los árboles de maderas valiosas que formaban parte del bosque original‖. (Taylor, 1912: 39).

21. Bennett, 1912: 30, 31; Taylor, 1912: 39 22. Esos horticultores empleaban métodos culturales de gran eficiencia, y vendían su producción ―en considerables

cantidades en los mercados de todos los pueblos importantes de la Zona del Canal‖, aunque los norteamericanos objetaban lo que consideraban ―métodos insalubres de fertilización y manejo‖ –como el uso de heces humanas como fertilizante. Bennett, 1912: 12 -19.

23. De hecho, los únicos buenos caminos existentes en el área eran los construidos por la Comisión del Canal Ístmico, ―que conectan la mayoría de los asentamientos norteamericanos a lo largo de la línea del Canal, extendiéndose a lo largo de varias millas desde la ciudad de Panamá, y el que lleva desde Empire hasta la plantación Las Cascadas‖. Bennett, 1912:18.

24. Bennett, 1912: 11, 12. Para William Taylor, especialista en suelos para quien tenía especial importancia la erosión como un factor de riesgo tanto para la agricultura como para la operación futura del Canal, observaba que esa agricultura –al no destruir los tocones y las raíces de las herbáceas permanentes, y plantar los cultivos ―sin arar, escarbar o remover el suelo en general‖, reducía la erosión del suelo ―a un mínimo compatible con la producción de cultivos agrícolas‖. Y agrega: ―podría resultar práctico el desarrollo de un método de manejo de suelos mediante el cultivo mixto de plantas afines, que permitiera el continuo mantenimiento de la fertilidad y la productividad bajo cultivo de muchas de las tierras fácilmente accesibles que de otro modo parecerían incapaces de sostener un uso productivo permanente con un gasto razonable de dinero y trabajo‖. Taylor, 1912: 42, 43.

25. Bennett, 1912: 19 – 20. 26. McCullough, 1979: 515 27. Algunos de esos vertederos ―tenían una extensión de miles de acres y en la estación de lluvias se convertían en grandes mares de lodo en los

que las vías se hundían hasta casi un metro. En Tabernilla, se arrojaron a la selva más de 16.000.000 de metros cúbicos de cascajo. En Balboa se depositaron más de 22.000.000 de metros cúbicos, con el resultado de que se rescataron del mar 676 acres de superficie, en los que se construyó un nuevo poblado‖ McCullough, 1979: 525.

28. McCullough, 1979: 609 29. Aun así, a fines de la década de 1960 Charles Bennett estimaba que ―Lo angosto del corte del Canal al sur de la

entrada del Chagres en Gamboa (corte Gaillard) y la presencia de cierta cubierta de árboles a ambos lados del Canal, probablemente resulta en poca o ninguna interferencia para el cruce de la mayoría de las aves, ni tampoco puede ser una barrera singular para aquellos mamíferos que pueden nadar o volar en el caso de los murciélagos... El Canal, por lo tanto, parece ser una barrera parcial o un impedimento para la dispersión de ciertos mamíferos, pero es probable que no sea una barrera completamente efectiva.‖ En cambio, decía, era probable que en el curso de una década el corredor transístmico creado por la deforestación a lo largo de los límites de la Zona, probablemente terminaría por separar ―de manera efectiva la fauna de la floresta de Centroamérica de la de América del Sur.‖ 1976: 99, 100.

30. Comunicación personal del autor. 31. Mc Cullough, 1979: 525. 32. Con ese propósito, el Gobierno de Estados Unidos anexó a la Zona del Canal un área de 25 millas cuadradas, que

incluía las tierras comprendidas en el vaso del nuevo lago y sus alrededores. 33. Mack, 1978 (1940): 548. El Gobierno norteamericano se había opuesto durante años a la construcción de la

carretera, en la que veía un factor de peligro en caso de guerra. En julio de 1939, sin embargo, un convenio especial entre ambos países autorizó la extensión hasta el Atlántico de la carretera que vinculaba el lago Alhajuela con la Zona del Canal. En cuanto a la utilidad del reservorio de Alhajuela, señalaba su construcción había resultado ―un tanto prematura‖ pues la demanda de agua para el Canal no había crecido ―a la velocidad inicialmente prevista‖, aunque ―sin lugar a dudas, el exceso de aguas almacenadas se utilizará eventualmente‖, como en efecto ha ocurrido.

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34. 1631 (Jaén Suárez, 1981a ): 52, 53. Aquel paisaje incluía además esteros y ríos con nombres como Cárdenas, Caymito, Farfán y Cocolí, que hoy designan áreas urbanizadas de lo que fue la Zona del Canal. De este modo, bajo los enormes rellenos y los embalses creados durante la construcción del Canal yace la memoria perdida de ―las estancias, trapiches y platanares‖, donde la gente ―... que hay mucha en este sitio del rio Grande, siembran cada año y hacen rozas de maiz y cogen para su sustento y para traer á vender a Panamá más de seiscientas fanegas entre todos i también siembran cañaverales de cañas dulces que hacen miel en dos trapiches que hai en estedicho rio i la traen a vender a Panamá. Y ansi mismo siembran grandes platanares, yucas, auyamas, patatas y otros muchos géneros de legumbres i todo produce i da fruto que les sirve de sustento todo el año‖. El texto ilustra además la vieja percepción de los manglares como vegetación inútil, si no peligrosa, que tanto ha contribuido a la feroz destrucción de que hasta hoy objeto esos ecosistemas, de importancia crítica para la riqueza pesquera de que tanto se ufana aquella historiografía tradicional que atribuye el nombre de Panamá a una voz indígena que habría indicado abundancia de peces.

35. No es de extrañar, por tanto, la anécdota que el autor narra respecto a la única iniciativa conocida para encarar en otros términos las relaciones entre la población nativa de la Zona del Canal y el gobierno de la misma: ―Un norteamericano que había intentado con mucho esfuerzo hacer algo [por la gente pobre que vivía en la Zona], había sido removido rápidamente. Rufus Lane, un antiguo marinero de Massachussets, había llegado buscando un puesto durante el régimen de Stevens. No poseía habilidades técnicas, pero tenía una carta de presentación de Henry Cabot Lodge y hablaba con fluidez el español, de modo que se decidió encargarle ‗las municipalidades de la Zona del Canal en la selva‘, un cargo que no tenía ningún sentido, pero que él tomó con toda seriedad. Los ‗panameños de la selva‘ – antillanos – empezaron inmediatamente a hacer lo que él les decía. ‗Desmontaron la selva en torno a sus chozas‘, informó el diplomático William Sands. ‗Comunicaron las viviendas mediante pequeñas veredas... aprendieron a deshacerse de la basura que provocaba las enfermedades y cómo establecer sencillos centros de primeros auxilios y de salud. Llevaban a cabo reuniones de todo el pueblo, según los planes primitivos de Nueva Inglaterra... El trabajo de Lane me parecía una de las mejores cosas que los norteamericanos estaban haciendo en Panamá. Pero Lane y su obra fueron abolidos por un comité visitante del Congreso, uno de cuyos miembros dijo a Sands: ‗Esta gente no tiene mayor utilidad que los mosquitos o los buitres; deben ser exterminados junto con ellos‘‖. McCullough, 1979: 615- 617.

36. Tucker, 2000: 135. 37. McCullough, 1979: 603, 604. Esta situación, por lo demás, había sido la norma en la historia del Istmo desde siglo

XVI. Así, en 1575 Alonso Criado de Castilla en 1575 ya señalaba que en el país la gente ―de trabajo y de servicio‖ eran ―negros todos, porque de la gente blanca ninguno que sirba, ni se dé al trabajo, á cuya causa es grande la suma de negros que en este reyno están.‖ Y eran muchos, en efecto: 8,639 negros -de los cuales 5,839 esclavos, y los demás horros o cimarrones-, frente a 3,748 españoles y 950 indios. De ellos dependían el servicio doméstico en la ciudad de Panamá, la labor en las huertas, la conducción de ―las récuas de mulas que andan en el camino de Cruces y de Nombre de Dios‖; los hatos de vacas, la pesca de perlas; los trabajos de cantería, y el de ―las sierras y aserraderos de donde se saca la madera‖; los ―veinte y cinco barcos que llevan la ropa al rio de Chagre‖; el trabajo en las minas y, en la Villa Nueva de Los Santos, la labor en ―las rozas do se coge maiz‖. En esas circunstancias, no debería extrañar tampoco que pasaran ―de dos mil quinientos‖ los cimarrones. Criado de Castilla, 1981 (1575):25.

38. Frenkel, 1996: 326, 327 39. Frenkel, 2002: 90. 40. Así, al decir de un funcionario de sanidad en 1912, la despoblación ―‗removió de nuestro medio un enorme número

de focos de infecciones –malaria, parásitos intestinales y otras enfermedades – haciendo relativamente el problema del saneamiento al focalizarlo en, y en torno a, los asentamientos en los que la población vive y trabaja‘.‖ Con ello, además, la imagen ―de una fortaleza bajo asedio invocaba un sentimiento de peligro e incertidumbre que perduró por generaciones.[...] La segregación respecto a un paisaje extraño de jungla implicaba seguridad y significaba bastante más que estar a salvo de la enfermedad. Quería decir además estar a salvo de culturas desconocidas, del clima, y del acoso de los bosques amenazadores‖.

41. De este modo, ―En la medida en que los norteamericanos eliminaban la jungla de las cercanías de sus casas, impusieron un control ingenieril al mismo paisaje que retóricamente temían. Jardines formales, que incluían muchas plantas nativas de la jungla circundante, permitieron a los norteamericanos crear un paisaje seguro y manicurado. La jungla se hizo ‗civilizada‘ dentro de la Zona del Canal... Una vez ordenadas y arregladas de una manera controlada, las plantas de la jungla eran redefinidas como seguras‖. Frenkel, 1996: 329, 330. En este proceso desempeñaron importantes funciones organismos estatales como el Departamento de Agricultura, que hacia 1923 estableció en Summit un Jardín de Introducción de Plantas de la Zona del Canal, que se ocupó de ―la introducción variedades nuevas y mejoradas de frutas y la determinación de las variedades de frutas, frijoles terciopelo y otros cultivos mejor adaptados a los suelos, el clima y otras condiciones de la región‖ (Bennett, 1912:10).

42. McCullough, 1979: 647. 43. John Lindsay Poland (2003), ofrece una amplia descripción del carácter y las consecuencias de la presencia militar

norteamericana en Panamá. 44. Tucker, 2000: 133, 134. 45. ―De este modo, agrega, ―la Compañía y un gobierno complaciente abrieron una región selvática panameña hasta

entonces ―descuidada‖ al desarrollo general.‖ Tucker, 2000: 150, 151. La Compañía reanudaría sus operaciones una vez desarrolladas variedades de banano resistentes al mal de Panamá y, para comienzos del siglo XXI, optaría por deshacerse de sus operaciones en el Pacífico. Pero eso ya forma parte de los primeros episodios de la crisis ambiental que está en curso en el país.

46. ―En las operaciones bananeras corporativas, toda la fuerza de trabajo era controlada y dirigida como en una gran fábrica. Las compañías construyeron viviendas para administradores y trabajadores en un estricto sistema jerárquico. Las compañías también proporcionaron escuelas, hospitales, instalaciones recreativas y tiendas que vendían únicamente bienes controlados por la compañía. Estas tiendas eran prácticamente la única fuente de alimentos para muchos trabajadores de las plantaciones, pues las compañías reservaban las fértiles terrazas aluviales para cultivos comerciales o pastizales.‖ Tucker, 2000: 130, 131

47. Tucker, 2000: 177, 178. 48. El de 1936, en particular, abrió el mercado del enclave canalero – hasta entonces limitado al consumo de productos

norteamericanos –a la producción agropecuaria e industrial de Panamá. El de 1955, a su vez, prohibió a los

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empleados panameños de las fuerzas armadas y de la Panama Canal Company el derecho a comprar en las tiendas subsidiadas por el gobierno norteamericano en el enclave canalero, obligándolos así a gastar sus salarios en el comercio y los servicios de Panamá. Dado que el enclave era operado por el gobierno de los Estados Unidos, todos sus trabajadores eran empleados federales, y recibían salarios muy superiores a los que se pagaban en la economía panameña.

49. Herrera, 1990:26. 50. Jaén Suárez, 1990:13. 51. Ariz, 1999:3. 52. Las corporaciones trasnacionales de transporte marítimo que utilicen los recursos hídricos de la cuenca del Canal,

por ejemplo, deberían compartir los costos preservación de los ecosistemas que proveen esos recursos. La experiencia de la cuenca confirma, así, la necesidad de ―pensar globalmente y actuar localmente‖, encontrando los medios que permitan la formación de alianzas estratégicas entre socios en apariencia tan inusuales como, una pequeña comunidad agrícola en el lago Gatún, la Autoridad del Canal de Panamá, y una corporación de transporte marítimo con base en Londres o Hong Kong.

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HISTORIA Y SOCIEDAD

CICLOS Y COYUNTURAS EN LA ECONOMIA PANAMEÑA: 1654-1869*

Interpretación sumaria (Segunda parte)

Alfredo Castillero Calvo**

*La primera parte apareció publicada en Tareas N°119.

**Profesor investigador del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá.

El renacer de los tránsitos a mediados del siglo XIX Inicialmente la navegación a vapor había encontrado mucha resistencia y desconfianza,

sobre todo por la dificultad del aprovisionamiento de carbón, y la lentitud y poco fruto de los primeros viajes. Sin embargo, vencido el primer problema e introducidos los necesarios perfeccionamientos técnicos, rápidamente el vapor fue ganando terreno a la navegación a vela y despertando creciente confianza entre los inversionistas, y para fines de la década de 1830, ya estaban constituidas algunas de las más grandes compañías británicas de navegación atlántica que todavía se encontraban activas en pleno siglo XX.

La existencia de vastos y halagüeños mercados en el lado Pacífico sudamericano no tardaría en atraer igualmente al capital británico, cuya expansión económica requería de las a-bundantes materias primas y metales preciosos de que era pródigo el continente. Inspirado en ese esquema fue que el estadounidense William Wheelwright inicia gestiones desde 1835, primero obteniendo privilegios de algunos países sudamericanos, luego recabando apoyo del capital británico (ya que no lo encontró en su propio país), para construir la Pacific Steam Navigation Company, cuyo viaje pionero se realiza en 1840 con el vapor Perú. El Chile, segundo barco de la compañía, tocaría las costas panameñas en febrero de 1842. Wheelwright -que conocía bien el Istmo, pues incluso había celebrado en Panamá sus nupcias y dedicado tiempo para investigar su geografía y sus archivos oficiales-, en uno de los varios textos que publicó, previó desde el inicio su integración a la nueva ruta del Pacífico, proponiendo como itinerario los puertos terminales de Panamá y Valparaíso.

En su larga campaña, Wheelwright publicó un folleto cuyo título empezaba Statement and Documents Relative to the Establishment of Steam Navigation in the Pacific, with copies of the Decress of the Goverments of Peru, Bolivia and Chile granting Exclusive Privileges to the undertaking.39 Luego, en 1844 publicó en Londres Observations on the Isthmus of Panama, que antes había leído en la reunión de la Royal Geographical Society de Londres, el 12 de febrero de 1844, para dar a conocer al público británico las bondades de la ruta panameña, y que ilus-traba con mapas.40 El plan quedó completado cuando en 1842, tras un arreglo conjunto con la Royal Mail Packet Company, que tocaría las costas atlánticas del Istmo precisamente ese año, se inició el traslado del correo británico entre el Reino Unido y las costas occidentales de Sudamérica. A partir de ese momento la ruta del Istmo empieza a despegar. La vieja ruta del Cabo de Hornos rápidamente empezó a replegarse y el Istmo vencía una vez más en la secular competencia.41

Los efectos no tardan en sentirse en Panamá. En 1842, año inicial de la nueva coyuntura, observamos ya un aumento en las importaciones y las reexportaciones. Se hicieron transacciones por 1.171.275 pesos, el doble que en los años inmediatamente anteriores. Sin embargo, las exportaciones reales se mantuvieron al mismo nivel anterior. En 1843, las transacciones se elevaron todavía más, alcanzando a 1.302.591 pesos. El desplazamiento agregado de las embarcaciones que tocan los puertos terminales de Chagres y Panamá se eleva en 1842 a 6.460 toneladas y su número, en ambos puertos, a 86. En 1844 el número de embarcaciones asciende a 105, y en el año fiscal comprendido entre 1844 y 1845 las entradas a los puertos se elevan a 249 barcos y el tonelaje agregado a 13.790. El año fiscal 1845-1846 conocerá un tonelaje mayor: 16.370, con 242 embarcaciones.

Cuando se hicieron los estudios financieros para justificar la creación de la Pacific Steam Navigation Company y el empleo de la ruta del Istmo por esa compañía y por la Royal Mail

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Packet Company, ya se tenía clara idea de las posibilidades del mercado sudamericano, como lo demuestran los escritos del propio Wheelwright, del ya citado capitán W. B. Liot, de P. Campbell. Scarlett42 y otros autores, así como un estudio que hizo para la Royal Mail el súbdito británico radicado en Panamá Louis Lewis.43 Según esos estudios, se calculaba que al incorporar el Istmo al circuito internacional creado por ambas navieras, se generaría un movimiento de 500 pasajeros anuales en la ruta Panamá-Chocó-Callao; además de la corres-pondencia, se transportarían mercancías por valor de 200.000 dólares, más de 2.000 fardos y 100 toneladas de carga, sólo entre Panamá, Paita y Guayaquil. Se preveía que, una vez cancelada la vía del Cabo de Hornos y abierta la del Istmo, toda la cochinilla, el índigo, el café, el bálsamo del Perú, el carey, los cueros y la zarzaparrilla que producía Centroamérica pasarían por Panamá. Pero lo más importante era la conducción de metales preciosos que se extraían de las vertientes americanas del Pacífico, calculados entre 10 y 20 millones de dólares, nueve décimos de los cuales salían entonces por la ruta del Cabo de Hornos con destino a EEUU y Europa pudiendo, una vez establecidas las líneas, salir por Panamá.44

Estas halagüeñas previsiones no se cumplieron en su totalidad y el mercado no se abrió a la ruta con la rapidez que se deseaba, pero hacia mediados de la década ya pasaban por el Istmo 1.000.000 de dólares en metales preciosos y la Royal Mail no tardó en hacer arreglos para trasladar a Inglaterra el tesoro que llegaba a Panamá y Chagres.45 La marcha de los ne-gocios resultó lo suficientemente próspera para que esa compañía construyese a su costa un camino sobre el pasaje transístmico, manteniéndolo en buenas condiciones por lo menos hasta que se iniciaron las obras del ferrocarril en 1850.

La introducción de estos cambios incentivó el comercio panameño, provocando un aumento de sus producciones tradicionales -oro en polvo, perlas, zarzaparrilla, concha nácar y cueros-, que hacia 1845 se exportaban por valor de 150.000 y 200.000 pesos, aproximadamente el doble que al comienzo de la década; pero la actividad agrícola se mantuvo en el mismo pie de siempre, habiendo observado el capitán W. B. Liot, quien cruzó el Istmo ese año, la existencia de plantaciones abandonadas de café y cacao y un ingenio de azúcar en ruinas.46

Las perspectivas de la nueva ruta atrajo inmediatamente a otras potencias. En 1844, Francia estableció paquetes mensuales entre Panamá y Callao. Se gestionaron concesiones, también por empresarios franceses, para estudiar la ruta con miras a construir un ferrocarril. Y desde 1845 Colombia inició negociaciones, primero con potencias europeas, aunque sin éxito, luego con EEUU, para asegurar la neutralidad de la ruta y la soberanía colombiana sobre el Istmo, lo que culminó con el Tratado Mallarino-Bidlack de 1846. A la vez, una compañía neoyorquina consiguió una fuerte subvención del Congreso norteamericano para crear una línea de vapores que transportara los correos y estableciera un circuito de comercio entre Panamá y las costas de California y Oregón, recientemente abiertas a la expansión del capital estadounidense al ser incorporadas a la Unión en 1848 por el Tratado Guadalupe-Hidalgo. Esta compañía planeaba además obtener apoyo del gobierno norteamericano para la construcción de un ferrocarril a través del Istmo, con objeto de complementar el circuito que se abriría entre Nueva York y San Francisco.

La línea de vapores americana Pacific Mail Steam Company quedaría constituida en 1848, pero su primer barco no tocaría el puerto de Panamá hasta enero de 1849, después de una larga travesía desde Nueva York, siguiendo la vía del Cabo de Hornos, para encontrarse allí con la inesperada noticia del hallazgo de fabulosos yacimientos de oro en California, circunstancia ésta que modificaría de golpe todas las previsiones y órdenes de magnitud de los negocios transportistas vinculados hasta entonces a Panamá. La ruta del Istmo quedaría potenciada a niveles jamás conocidos y una nueva etapa se abriría a su destino en la economía mundial.

Cabe preguntarse cuál habría sido la significación de la ruta panameña de no haberse descubierto el oro de California. Resulta difícil establecer proyecciones sobre la base de las estadísticas de la década de 1840, ya que éstas son demasiado parcas, aunque hacia fines de la misma década era claramente perceptible un progreso creciente en la economía de tránsito. Debe observarse que, gracias a las líneas de vapores británicos y a los paquetes franceses, así como a las navieras norteamericanas Pacific Mail Steam Ship Company, y United States Mail Co. (línea que conectaría Panamá por el Caribe con la anterior, antes de que se iniciara el Gold Rush), el Istmo se anunciaba con claridad como una de las rutas principales del comercio mundial. El serio obstáculo que representaba la travesía transístmica hubiera quedado eliminado al construirse el ferrocarril previsto, como he dicho, antes de que se tuviese noticia del oro californiano, aunque tal vez la obra se habría retrasado, pues los apuros financieros de

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la Panamá Rail Road Co., al principio, sólo pudieron sortearse por la bonanza de los tiempos, lo que permitió a la Royal Mail prestarle, en 1850, 125.000 dólares a la compañía.

Es evidente que los efectos que producirían en el Istmo los nuevos ritmos de la economía mundial serían iguales a la larga. Las navieras británicas, por ejemplo, impedidas por las trabas legales norteamericanas de visitar California, abandonaron aquella ruta a la Pacific Mail neoyorquina que la retuvo con carácter de monopolio, pero esto no les impidió hacer un gran negocio utilizando la ruta panameña a base de los productos y del oro y la plata de Perú, Chile, Centro América y Colombia, sin olvidar que la Royal Mail transportaría cantidades apreciables también del oro californiano, que recogía en Chagres primero y luego en Colón, para llevarlo al mercado europeo. Cabe además, señalar que hacia 1865 se establecieron nuevas líneas de navegación para la ruta del Istmo, con independencia del trasiego californiano, como la Compagnie General Transatlantique, francesa, y la Panama New Zeland and Australia Royal Mail Co., viajando esta última una vez al mes entre Panamá y Wellington, Nueva Zelandia, en conexión con vapores que tocaban Sidney y Melbourne. La misma Panama Rail Road Co. estableció para esos años su propia línea de vapores entre Panamá y los distintos puertos centroamericanos, no para transportar oro y pasajeros con destino y procedentes de California, sino mercancías europeas y norteamericanas y materias primas tropicales.47

Cuando evocamos la media centuria decimonónica, inmediatamente asociamos la economía del Istmo, no menos que su política y sus problemas sociales, al trepidante impacto de La California, como si hubiese sido el torrente de oro y pasajeros del Gold Rush lo que colocó al país en el epicentro de la economía mundial, empujándolo hacia la nueva modernidad provocada por la revolución de los transportes. Pero en realidad el oro californiano resultó ser más bien un catalizador, aunque sin duda muy poderoso, que precipitó sobre el Istmo unos resultados que indefectiblemente, acaso con sólo unos años de retraso, acabarían por sobrevenir. No fue el oro, sino la revolución de los transportes, es decir, la posibilidad de viajar más rápido y seguro, y de transportar mercancías con mayor economía, sin las servidumbres de los vientos y las corrientes, combinada con la ventajosa posición geográfica del Istmo, lo que determinó su papel como pasaje esencial a partir de la década de 1840.

Era precisamente así como lo percibían algunos contemporáneos de autoridad, como el ya mencionado capitán W. B. Liot, que conocía el país desde 1845, o el también británico Charles Toll Bidwell, quien vivió en el Istmo desde 1853. Liot reconocía que, si bien los norteamericanos construyeron el ferrocarril transístmico, a la Royal Mail Co., de capital británico, le correspondía una buena parte de responsabilidad en el restablecimiento de la ruta transístmica, que cuando empezó a llegar a Panamá esta ruta se encontraba totalmente abandonada desde los tiempos de los españoles. Bidwell resumía su parecer de la siguiente manera:

Años antes de la apertura del ferrocarril, el Istmo se había convertido de nuevo en la ruta de

las riquezas de México y Sudamérica con destino para Europa y los Estados Unidos. Tan temprano, también, como 1840, diez años antes de que el primer pie de terreno fuese despejado para el ferrocarril, y 15 años antes de que se abriese la línea, la Pacific Steam Navigation Company, una compañía británica con registro del gobierno británico, comenzaba en el Pacífico una línea de vapores para correos y pasajeros para enlazar con la Royal Mail Company en el Atlántico, una línea que desde entonces ha estado en exitosa operación en la costa Occidental y que, actualmente, conduce los correos tanto de Europa como de Estados Unidos, así como de las repúblicas sudamericanas desde Panamá hasta los puertos más lejanos del sur de Chile.48

Por otra parte, y contra lo que podría esperarse, la apertura del ferrocarril en 1855 tuvo un

efecto paralizante en el comercio de Panamá, ya que la compañía había obtenido, entre otros importantes privilegios, el control de la isla Manzanillo, donde se erigió la ciudad de Colón, y que la compañía utilizaba como una gran estación y campamento, de tal suerte que cuando los pasajeros llegaban a Panamá procedentes de California, no permanecían en esta ciudad sino que de inmediato se subían al ferrocarril para viajar a Colón y de allí trasladarse en vapor a su destino final. De esa manera, los grandes gastos que anteriormente hacían los pasajeros en Panamá cesaron y muchas casas comerciales, hoteles y restaurantes se vieron obligadas a cerrar entre 1855 y 1856.49

En cuanto a los resultados políticos y sociales, tampoco estos habrían sido demasiados distintos si no se hubiese producido el fenómeno de El Dorado californiano. El Tratado Mallarino-Bidlack no se firmó en 1849 o 1850 después de tenerse noticias del descubrimiento aurífero en el Fuerte Sutter de Sacramento, sino antes, en 1846, y se hubiese hecho cumplir igualmente, para proteger los intereses navieros y ferrocarrileros norteamericanos que iban a

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establecerse, como ya dije, antes de que se supiese de ese hallazgo, y las intervenciones y desembarcos de los marines y blue jackets hubiesen asimismo tenido lugar, provocando idénticas distorsiones en el desenvolvimiento de la vida política y social panameña. La riada de oro californiano, así como fue un catalizador económico en las rutas mundiales de intercambio, así también contribuyó a precipitar los intereses norteamericanos en el Istmo, que tarde o temprano habrían acabado por imponerse. De esa manera, cuando entre 1868 y 1869, se iniciaron las primeras negociaciones para celebrar un tratado entre Colombia y EEUU con miras a construir un canal por el Istmo, el Gold Rush ya empezaba a ser cosa del pasado. Con o sin oro californiano, los designios sobre la ruta panameña estaban ya bien definidos en el esquema continental del Destino Manifiesto.

Felizmente, en contraste con el período que hasta ahora se ha analizado aquí, la información cuantitativa a partir de mediados del siglo XIX es cada vez más abundante a medida que se avanza cronológicamente. Gracias sobre todo a los Consular Returns publicados en la serie Commerce and Navigation norteamericana y a los Parliamentary Papers ingleses,50 amén de la documentación oficial colombiana aparecida en gacetas, diarios oficiales, memorias del Estado y otras fuentes diversas, se puede disponer de suficiente material para tabular series completas de entradas y salidas de embarcaciones por procedencia y destino, tonelaje, valor, cantidad y origen de las mercancías, tesoros y pasajeros.

Sería demasiado prolijo citar todo este vasto material, por lo que me limitaré a destacar algunos órdenes de magnitud, así como a señalar las características más salientes del movimiento comercial de la ruta, durante el período comprendido entre 1849 y 1869, fecha en que concluye el ciclo de La California y el trasiego transístmico inicia una nueva etapa, cuyo tema escapa a los límites de este artículo.

Empezaré destacando algunos contrastes con el período inmediatamente anterior. El tonelaje agregado de las 726 embarcaciones que entraron al Istmo entre 1842 y 1846 ascendió a 44.625. En el puerto de Panamá solamente, ya habían entrado en 1850, 403 embarcaciones con un tonelaje agregado de 132.332, superior por tanto tres veces al de los primeros cinco años de la introducción del vapor a la ruta panameña. Sólo entre EEUU y Gran Bretaña se introdujeron mercancías por valor de 29.652.321 dólares. En 1852, el tonelaje de 297 barcos que entraron sólo al puerto de Panamá ascendió a 277.735, duplicando así el tonelaje del año anterior.

A partir de mediados de la década y gracias a las ventajas del ferrocarril concluido en 1855, el valor de las mercancías transportadas desde y para el puerto de Panamá fue aumentando de manera aún más espectacular que en los primeros años del trasiego californiano. De 64 millones de dólares en 1856, se pasó a 68 millones el año siguiente. A 77 millones en 1859 y a 82 millones en 1861, para alcanzar la cifra espectacular jamás conocida antes, de 99.301.988 dólares en 1867. Entre 1849 y junio de 1869 se trasladaron desde Nueva York a San Francisco y viceversa casi 600.000 pasajeros, a los que habría que agregar los que procedían de otros destinos.

Según el estudio de John H. Kemble, sobre la ruta de Panamá se transportaron tesoros por esta vía durante esos 20 años, por valor de 701 millones de dólares. Sin embargo Kemble sólo utilizó los registros publicados en los periódicos californianos, olvidándose de que una importante cantidad de oro y plata era enviada a la ruta panameña desde otros centros mineros del continente y que no tenían por qué ser mencionados en esos periódicos.51 Una fuente más completa y confiable son los informes periódicos a los accionistas de la Panama Rail Road Company, que era la que con carácter exclusivo transportaba esos tesoros por lo menos desde 1855, o bien los informes comerciales de los cónsules extranjeros, que debían registrar los envíos de tesoros a sus respectivos países.

De acuerdo a estas fuentes, la conducción de oro y plata por el Istmo, durante ese lapso, rebasaba con creces el billón de dólares, con un promedio anual de aproxmadamente 55 millones. Entre el 35 y el 40 por ciento de esos tesoros eran conducidos por la Royal Mail a Inglaterra, aumentando a 54 por ciento y 74 por ciento los envíos durante la guerra civil de EEUU, al verse afectado seriamente su comercio exterior. En términos generales, el oro y la plata conducidos a EEUU durante ese período oscilaba entre el 60 y el 65 por ciento. El porcentaje correspondiente a EEUU procedía casi en su totalidad de California, mientras que el tesoro británico, consistente tanto en oro como en plata, procedía, además de California, de otros centros mineros del lado Pacífico latinoamericano.

La franca competencia entre Gran Bretaña y EEUU se observa en el tonelaje de las embarcaciones y en el valor agregado de las mercancías transportadas. Según mis cálculos,

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entre 1850 y 1869 entró al puerto de Panamá un promedio anual de 83 barcos de registro norteamericano y 45 de bandera británica, mientras que el promedio anual del total de las embarcaciones era de 202, lo que confiere a EEUU una participación del 41 por ciento y a Gran Bretaña del 22 por ciento en los registros de entrada. Las embarcaciones de distintas nacionalidades, principalmente veleros hispanoamericanos de pequeño tonelaje que hacían la navegación costera por el Pacífico, participaron con un 37 por ciento del total de las entradas. Para el mismo período, a las embarcaciones norteamericanas correspondió un tonelaje agregado del 53 por ciento, a las británicas el 21 por ciento, y a las de otras nacionalidades el 26 por ciento. Del total del valor agregado de las mercancías y tesoros introducidos a Panamá durante esos años, correspondía a los barcos de bandera norteamericana el 76 por ciento, a los británicos el 13 por ciento, y a los restantes el 11 por ciento. El promedio anual del valor agregado de las mercancías introducidas por los buques norteamericanos era de unos 43 millones de dólares y de unos 8 millones el de los británicos, siendo el promedio anual del total introducido al puerto unos 57 millones de dólares. El alto porcentaje de los valores transportados por los barcos norteamericanos se debía a que conducían por el Pacífico la mayor parte del oro que se exportaba de California.

Debe mencionarse que uno de los efectos de la revolución de los transportes en la ruta del Istmo, tanto debido al ferrocarril transístmico como a las navieras a vapor, fue la creciente explotación de las materias primas y reservas metalíferas del lado Pacífico del continente, como se refleja en numerosos documentos. Importantes cantidades de oro y plata eran exportadas de Chile, Perú, Nueva Granada y sobre todo México, representando aproximadamente una quinta parte del total de los tesoros extraídos de la vertiente continental del Pacífico, incluyendo el oro californiano. El cacao guayaquileño, que había seguido la ruta del Istmo desde los tiempos coloniales, volvió nuevamente a ser conducido a los puertos panameños para su reexportación. Diversas materias primas centroamericanas, como productos tintóreos, azúcar, pieles, café, cueros, que tuvieron un impulso inicial hacia 1839, para ser conducidos a Europa por el Cabo de Hornos, encontraron su vía de salida por Panamá desde que se abrió el ferrocarril. Según una fuente de 1857, casi todos los productos que antes se conducían desde allí para Europa por el Cabo de Hornos, se enviaban entonces por el ferrocarril transístmico, siendo su mercado sobre todo EEUU. Las exportaciones centroamericanas se vieron todavía más estimuladas al abrirse la línea de vapores de la Panama Rail Road Co., que tocaba en varios puertos de la región. Los barcos que salían del Callao transportaban tabaco, azúcar, sombreros, quina y cueros. Sin embargo, la harina chilena pronto fue suplantada por la producción norteamericana, que inundó los mercados del Pacífico. El cónsul de EEUU, Amos B. Corwine, en su informe comercial anual fechado el 15 de octubre de 1858, comentaba el incremento de productos importados a Panamá desde EEUU tras la apertura del ferrocarril en 1855, dando como ejemplo “notable” la harina:

Antes de que se abriera el ferrocarril, Chile proveía este mercado y a toda la costa del

Pacífico de ese artículo. Ahora la plaza es totalmente provista por Estados Unidos, habiéndose importado 9.600 barriles de Nueva York durante el año pasado, 3.600 de los cuales se consumieron aquí y el resto fue enviado a varios puertos de la costa. Otros productos americanos han aumentado su importación en la misma proporción.

De hecho, aunque la imagen de El Dorado californiano deslumbre con sus destellos este

período, la mayor parte de las mercancías que hacían el circuito del Istmo presentaban un valor superior al de los tesoros que se extraían de California y de las mercancías que se conducían o sacaban de sus puertos. No pretendo restarle importancia a La California, pero sí matizar su significación en el despertar de la ruta del Istmo durante el siglo XIX.

Es importante señalar aquí, que si bien las importaciones registradas en los puertos del Istmo ascendían anualmente a varias decenas de millones de dólares, en su casi totalidad se trataba de bienes que serían luego reexportados. De las importaciones sólo una mínima parte se consumía internamente y eran todavía más pequeñas las exportaciones de los productos locales. Las importaciones para el consumo doméstico, apenas si variaron entre 1856 y 1861, manteniéndose alrededor del millón y medio de dólares, aunque luego ascendieron en 1862 a dos millones y medio, para descender a 400 mil dólares cuando decayó el tráfico migratorio hacia California. Las exportaciones prácticamente quedaron paralizadas durante los primeros años del Gold Rush. En 1851, comentaba el cónsul norteamericano que ese año no hubo una libra de los productos o manufacturas del país que fuese embarcada a puertos extranjeros. En 1857 sólo se exportó por valor de 200 mil pesos, lo mismo que 10 años atrás. En 1859 se exportó aún menos cantidad, descendiendo los valores a 159 mil pesos. Y debemos llegar a

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1863 para encontrar alguna recuperación, con 300 mil pesos. Los años restantes de la década conocieron una exportación anual ligeramente superior al medio millón de pesos, para luego elevarse a 800 mil en 1870, justo al concluir la coyuntura.

Al comienzo las exportaciones siguieron siendo las tradicionales: perlas, concha nácar, cueros, oro. Según el informe del cónsul británico Henderson sobre el comercio de Panamá, para el año 1861, la exportación de madreperlas había aumentado a 1.200 toneladas evaluadas en 12.000 £ (60.000 dólares, ya que la libra esterlina se evaluaba a cinco dólares), mientras que el valor de las perlas exportadas era de 25.000 £, lo que representaba 125.000 dólares, es decir más de cuatro veces el valor que en 1835. A lo que se agregaba “una pequeña cantidad de cueros, zarzaparilla y caucho”. El valor de las importaciones se estimaba ese año, grosso modo, en 80.000 £ (o 400.000 dólares), consistente en “mercancía británica de algodón, maderos norteamericanos y ferretería, seda francesa, artículos de fantasía y vinos, ropa hecha y víveres”, de Francia, EEUU y Gran Bretaña, y harina de EEUU y Chile.

A poco se agregaron a las exportaciones la tagua, o marfil vegetal, usada para la confección de botones, y un importante renglón empezaron a ocupar la carne y diversos productos agrícolas que se vendían a las embarcaciones del gran tráfico oceánico para su propio consumo en el viaje. Ya empezaba a aparecer el caucho entre los productos exportados, que adquiere creciente importancia en los años siguientes. Según Henderson, en 1861 se exportaban cerca de 1.000 quintales cosechados en Darién, con un valor de 18 dólares el quintal, y se estimaba que en 1863 se triplicaría esa cantidad. Durante esos años se sumaba también a las exportaciones el algodón, cuyo cultivo fue incentivado por la crisis de la producción algodonera durante la guerra civil norteamericana, pero su explotación tendría una existencia efímera. También la demanda había estimulado inversiones en el negocio azucarero. Decía Henderson que “se han comenzado plantaciones de caña de azúcar en gran escala y dos máquinas a vapor han sido montadas en el Estado para la fabricación de azúcar y miel de caña, lo que demuestra el espíritu de mejorar esta rama de la industria”. Un aserradero estaba ya funcionando exitosamente en Chiriquí. Charles Toll Bidwell, generalmente mejor informado, agregaba que el empresario azucarero era de “origen alemán” nacionalizado norteamericano y que su plantación de caña se encontraba en Chepo, donde producía azúcar, melaza, ron y aceite de coco.52 El café también empezaba a exportarse, con 220 quintales en 1860, 480 entre 1865 y 1866, y unos 680 quintales en 1869, pero se trata, como se ve, de cantidades minúsculas.53 Por doquier surgen signos de recuperación. La población aumenta a más de 10.000 habitantes en la capital,54 donde el alsaciano Henry Ehrman acababa de fundar en 1861 el primer banco.55 Poco después se establecían las primeras compañías aseguradoras, lo que significó un verdadero alivio para los propietarios que invertían en bienes inmuebles urbanos, ya que la capital sufrió numerosos y grandes incendios durante el siglo XIX.56 Durante las décadas de 1850 a 1870 se construyeron numerosos hoteles, algunos de gran lujo y con características innovadoras, como el Grand Hotel, que construyó en 1875 George Loew en la plaza Catedral, el tercero que levantaba o poseía en la capital, habiendo diseñado él mismo los dos últimos (y tras perder los dos primeros en sucesivos incendios). Proliferaban las tiendas con toda suerte de productos de manufactura importada que se anunciaban con rótulos en inglés, francés e incluso chino. Se publicaban varios periódicos y el más importante, el Star and Herald, fundado en 1849, salía tres veces a la semana en inglés y español, aunque durante los primeros años la versión inglesa era la más importante. Daba un resumen de las noticias que llevaba cada vapor que arribaba al puerto. Circulaba por el Caribe, Centro y Sudamérica, y presumía de ser el único periódico publicado en inglés en todo Hispanoamérica.57 La atmósfera cosmopolita era palpable. Se percibían pues señales visibles de cambio.

Población de la ciudad de Panamá, años 1822-1863

Años 1822 1825 1835 1843 1851 1863

Habitantes 10.730 6.000 6.496 4.897 6.566 10.000 a 12.000

Las fuentes se citan en las notas de este artículo

En contraste, el Estado se encontraba en endémica situación de crítica escasez, ya que no cobraba impuestos a las mercancías en tránsito. No había aduanas o “supervisión de ninguna clase con respecto a importaciones y exportaciones”. “Panamá, así como Colón, debe ser considerado puerto libre”.58 Esta decisión se había tomado antes de que se abriera de par en par la ruta a partir de 1849 y tenía el objeto de atraer el comercio mundial hacia Panamá. Cuando la situación cambió, el gobierno quiso modificar la ley, pero las potencias, a través de

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sus cónsules, y bajo amenaza de hacer intervenir sus barcos de guerra si lo hacía, lo obligaron a desistir. De esa manera, los ingresos fiscales de Panamá quedaron virtualmente reducidos a los impuestos sobre bienes raíces y la actividad ganadera. Y aunque estos dos renglones conocieron un considerable despegue durante el período, pues las rentas urbanas se dispararon y el mercado del ganado vacuno aumentó por la demanda de las navieras,59 lo que producía el impuesto a las casas y el ganado era demasiado poco para atender a las necesidades más básicas de la administración, y desde luego no bastaba para mantener un cuerpo armado que garantizase la paz y la seguridad en la zona de tránsito. Esta inquietante limitación explica que la gendarmería fuese siempre insuficiente para aplacar los frecuentes motines y alzamientos que se suscitaron en la convulsa segunda mitad del siglo XIX, y que cada vez que peligraba la seguridad de los tránsitos, se pidiese (tanto por los políticos, como por los cónsules extranjeros) la intervención de tropas de EEUU apelando a la cláusula 35 del Tratado Mallarino-Bidlack, que lo facultaba para actuar cada vez que la seguridad de la ruta se viera amenazada.

Fue mucho más tarde cuando se estableció un impuesto al comercio que se aplicaba según la proporción estimada del volumen de los negocios de cada uno, y que se fue incrementando año tras año. Pero como ese cálculo podía ser muy difícil de establecer, y cada comerciante estimaba para abajo sus ganancias tratando de pagar lo menos posible, hacia la década de 1860, la Asamblea Legislativa trató de establecer un monto fijo, lo que tampoco satisfizo a los afectados y el impuesto comercial, según Charles Toll Bidwell, un interesado, se hizo muy impopular (sin duda para los comerciantes).60 Para esas fechas se restablecieron los viejos impuestos del tabaco y el aguardiente que se importaban y eran para el consumo local. También se cobraban impuestos a las destilerías. Pero ni el restablecimiento de los viejos impuestos, ni la introducción de los nuevos, lograron ni remotamente resolver la crítica situación del Fisco.

En resumen, el valor agregado de los ingresos fiscales del Estado, de la producción interna y del comercio propiamente panameño (aunque había aumentado respecto de las décadas anteriores), era de una escala irrisoria comparado con el volumen y los valores que se manejaban en el tránsito transístmico. La economía panameña, obviamente, no tenía otra posibilidad que someterse a la arrolladora fuerza de los tránsitos, ya que la impronta de la ruta era demasiado formidable como para estimular otras actividades distintas a los servicios vinculados al transitismo. Mas bien lo contrario. Por ejemplo, mientras que el valor de las exportaciones se mantenía en la década de 1850 en torno a los 200.000 o 300.000 dólares, sólo el ferrocarril, según el informe del cónsul Corwine de 1857, gastaba en el país 150.000 dólares (100.000 en Panamá y 50.000 en Colón). A su vez, sólo en el puerto de la capital, la Pacific Mail SteamShip Co. gastaba 840.000 dólares y la United States Mail Steamship Co., en Colón, gastaba al año 120.000 dólares, lo que hacía un total para las tres compañías norteamericanas de más de un millón de dólares anuales. Y a esto había que agregar los gastos que hacían en Panamá y Colón las compañías navieras de los demás países.

Durante esos años (entre 1849 y 1869), alrededor de mil millones de dólares en metales preciosos y probablemente más de mil millones y medio en mercancías discurrieron por ese privilegiado pasaje como por un canal sin desagües. Era, en todo su esplendor, la economía de servicios, la economía de tránsito, potenciada por la moderna tecnología “pro mundi beneficio”.

Notas

39. Impreso por Whiting Beafort House, London, 1838. 40. Impreso por W. Weale, London, 1844. 41. Tras su primer año de operaciones, el dinámico Wheelwright publicó un Report on Steam Navigation in the Pacific;

with an account of the coal mines of Chile and Panama, together with some remarks addressed to the directors of the Pacific Steam Navigation Company, in defense of his management as Chief Superintendant of its affairs in the Pacific: also a letter to the proprietors, explaining the causes which have led to the present position of the Company’s affairs to which is added some official correspondence, [Londres], 1843.

42. South America and the Pacific, comprising a journey across the Pampas & the Andes, from Buenos Ayres to Valparaiso, Lima and Panamá, with remarks upon the Isthmus by [...] to which are annexed plans and statements for establishing steam navigation on the Pacific, 2 volúmenes, imprenta de Henry Colburn, Londres, 1838. Fue publicado en español por Editorial Claridad S. A., Buenos Aires, 1957. La parte correspondiente a Panamá la publicó con el título “El Istmo de Panamá en 1835”, J. A Susto, en separata de la Revista Lotería, año 1961.

43. Ver el apéndice del libro del capitán Liot, op. cit. pp. 41-63, con carta de Lewis a Liot, de Panamá. 15.II.1845. El mismo año Lewis escribió un importante opúsculo donde proponía alternativas para el restablecimiento de la ruta transístmica, titulado Reflecsiones sobre la cuestión de la comunicación inter-océanica en el Istmo neo-granadino por [...], Panamá, imprenta de José María Bermúdez, 1845. Justo Arosemena escribía en secreto al mismo tiempo y sobre igual asunto, y acusó a Lewis de husmear en la imprenta donde se imprimía su artículo, acusándole de plagiario. Era una acusación injusta, porque sus puntos de vista diferían básicamente, aunque al parecer era

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cierto que Lewis se había asomado a la mencionada imprenta para saber lo que su opositor había mandado a imprimir. La acusación provocó un duelo entre los dos y Arosemena, que tenía fama de manejar con destreza la pistola, hirió de bala a Lewis, dejándole baldado de una pierna. La obra de Arosemena se titulaba Examen sobre la franca comunicación entre los dos océanos. Lleva su firma en Panamá, el 3.XI.1845 y acabó publicándola en la imprenta de J. O. Cualla, Bogotá, 1846. Ha sido publicada por el Boletín de la Academia Panameña de la Historia, año VII, Nº 20, Panamá, enero de 1939.

44. Los archivos de la Pacific Steam Navigation Company se encuentran en el Pacific Building, James Street, Liverpool, 2. Fue incorporada mediante real registro en 1840. A. H. John publicó una de las primeras historias de la compañía, a base de la correspondencia de sus socios, con el título A Liverpool Merchant House, London, 1959. La historia de su primer centenario en Arthur Wardle, Steam Conquers the Pacific, London, 1940.

45. La Royal Mail Steam Packet Company tiene sus oficinas en la Royal Mail House, Leadenhall Street, London, E. C. 3, aunque sus documentos de la época temprana los repartió desde 1969 entre la Biblioteca del University College de Londres, y el National Maritime Museum, de Greenwich. Fue creada en 1839 y se convirtió en la principal línea de vapores británica en el Caribe y la costa este de América Latina. Su primera historia es de autor anónimo, A Link of Empire or 70 Years of British Shipping, London, 1909. Ver también T. A. Bushell, Royal Mail, 1839-1939, London, 1939 y del mismo autor, Eight Bells, London, 1950. Bushell fue empleado de la compañía y su historiador oficial; se le reconoce el mérito de haber protegido su documentación evitando su destrucción.

46. Op. cit., p. 33. 47. Para escalas, tarifas y diversos datos administrativos de las distintas navieras que conectaban en Panamá con el

ferrocarril transístmico, la mejor fuente temprana es Otis, F. N., M. D. Illustrated History of the Panama Railroad, together with a Traveler’s Guide and Business Man’s Handbook for the Panama Railroad and its Connections with Europe ..., New York, 1862. Ver apéndices. Para esos años y los siguientes, hay abundante material en los períodos de la época, que anunciaban la llegada de cada barco y, por supuesto, los informes consulares.

48. The Isthmus of Panama, London, 1865, pp. 92-93. Traducción del autor. 49. Ibídem, p. 263. Bidwell era, además, un testigo de excepción, pues se encontraba en Panamá cuando esto que

describe sucedía. 50. En 1975, luego de haber pasado dos años en la Universidad de Yale, donde enseñaba y me dedicaba a acopiar

información sobre las relaciones entre Panamá y EEUU en el Documentary Room situado en el sótano de la Sterling Library, y de haber dedicado una temporada de investigaciones en el National Archives en Washington D.C., donde advertí la enorme información que contenían los informes consulares para el estudio de los más diversos aspectos de la historia decimonónica de Panamá, propuse a la OEA un proyecto de recopilación documental que luego de una serie de obstáculos fue aprobado y ejecutado en los años siguientes. Mi objetivo de recoger en microfilm o fotocopias todos los informes consulares de EEUU y Gran Bretaña, tanto en Washington como en el Public Record Office, o donde estuviesen, lo completé entre 1977 y 1978. Se microfilmaron todos los fondos con informes consulares británicos y norteamericanos desde principios del siglo XIX hasta principios del siglo XX, y en la British Library, en Londres, personalmente fotocopié los gruesos volúmenes de los Parliamentary Papers referentes a Panamá para el siglo XIX. Todo ese material fue entregado a la Universidad de Panamá, para lo cual se creó el centro ORPE de investigaciones. Más recientemente, en 2000, realicé otra misión de investigación a la nueva sede de los National Archives en College Park, Maryland, donde adquirí nuevamente en microfilm la serie de informes consulares y diplomáticos norteamericanos para el proyecto de Archivo Tecnológico del Museo del Canal Interoceánico de Panamá, donde reposan los 27 rollos de microfilm del Record Group 39, que cubren hasta 1930.

51. The Panama Route, 1848-1869, University of California Press, Berkeley and Los Angeles, 1943. 52. Op. cit. p. 265. Se refiere al austríaco de Bohemia Joseph Kratochwill, un médico que llegó a Panamá durante el

Gold Rush. Era dueño de la American Drugstore, conocida popularmente como “la botica de las culebras”, situada detrás de la iglesia de La Merced, entre calle 9º y la Ave. Central, y se hizo popular por sus experimentos con el veneno de las ofidios, habiendo anunciado en los periódicos de la época que había descubierto un antídoto contra sus picadas.

53. Ver Alfredo Castillero Calvo, El café en Panamá, una historia social y económica, siglos XVIII-XX, Panamá, 1985, p. 25.

54. Dos fuentes contemporáneas son F. N. Otis y Charles Toll Bidwell, ambos ya citados. Otis (op. cit., p. 128), quien escribe hacia 1863, dice que eran 10.000 souls; Bidwell, que también escribe para la misma fecha, era más escéptico y dice que aunque se estimaba entre 10.000 y 12.000, “probablemente no eran más de 8.000 habitantes (op. cit., p. 180).

55. Sobre la fecha de instalación del primer banco, Charles Toll Bidwell, op. cit., p. 259. 56. La ciudad capital se incendió siete veces entre 1864 y 1906. Un estudio detallado de estos incendios y el papel de

las aseguradores, en Alfredo Castillero Calvo, La ciudad imaginada, el Casco Viejo de la ciudad, Presidencia de la República de Panamá, Bogotá, 1999, capítulo VII, “Fuego y Callejero”.

57. Charles Toll Bidwell, op. cit., p. 261-262. 58. Ibídem, p. 255. 59. Según Ch. T. Bidwell, op. cit., p. 264 y 346, el ganado producía ganancias de 15 por ciento al año. 60. Ibídem, 255-256.

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TAREAS SOBRE LA MARCHA

CRISIS DE HEGEMONIA DE EEUU EN EL

SIGLO XXI Grupo de Trabajo sobre EE UU

(Propuesta de trabajo)*

Marco A. Gandásegui, h. (Coordinador)

*Versión editada, por razones de espacio, de la propuesta aprobada por el comité directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), el 3 de noviembre de 2004, para conformar el Grupo de Trabajo sobre Estados Unidos.

En este documento se presentan las tareas que emprende el grupo de trabajo sobre EEUU en el marco de las actividades que promueve el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Se desarrollan, en forma aún parcial, diez áreas que serían privilegiadas tentativamente. Se dejaron fuera algunos temas de mucha importancia. Estos pueden incluirse más adelante al incorporarse más investigadores al grupo.

Cada área recoge algunas de las propuestas más relevantes sobre EEUU que son objeto de debate en la actualidad. La propuesta parte de las nociones asociadas con la crisis de he-gemonía de EEUU, su impacto interno y sus relaciones con el mundo. La propuesta se inicia (sección 1) con un planteamiento teórico sobre el objeto de estudio. Según Michael Lebowitz, la crisis de EEUU se inicia en la década de 1970. En la segunda sección se pasa a explorar la construcción del objeto de estudio.

En la tercera sección, se aborda la dominación global de EEUU sustentada sobre una hegemonía que aparentemente está siendo cuestionada. En la cuarta sección se presenta un análisis de Arrighi sobre la crisis de EEUU y las posibles soluciones que pueden producir los acontecimientos en el futuro inmediato. En la sección 5 se incorporan los análisis de varios au-tores para presentar un perfil de la estructura económica de EEUU.

La sección 6, Cultura y etnicidad en EEUU, recoge un aporte original para este documento de George Priestley quien analiza la tensión entre los conceptos de raza y racismo en el marco de las luchas sociales que caracterizan a EEUU en la actualidad y que tienen hondas raíces históricas. Se aborda como tema importante el proyecto de la clase obrera de EEUU (sección 7) por considerar las relaciones entre trabajadores y capital, claves para determinar el futuro de ese país.

El texto de la sección 8, sobre “El ambiente en EEUU”, recoge el debate en torno a la “segunda contradicción” del capitalismo. Según Bellamy Foster, esta noción introducida al debate teórico por James O´Connor tiene implicaciones importantes sobre los movimientos sociales. En la sección 9, se incursiona en la relación íntima entre la “Política agraria y comercio exterior de EEUU”. En la sección 10, sobre el desarrollo de la ciencia y la tecnología, se toma en cuenta el trabajo de Fabio Grobart quien, entre otras cosas, plantea que en “la mayoría de los sectores económicos se vuelve a presentar, con más fuerza que nunca, el dilema de la rentabilidad negativa de la sustitución tecnológica”.

1. La construcción teórica y el objeto de estudio

Según Michael Lebowitz,1 durante “la llamada Edad de Oro, entre el fin de la segunda guerra mundial y 1970, surgieron teorías que desafiaron el saber neoclásico y disfrutaron de un período de gracia. Fue un período inusual: EEUU había emergido de la guerra sin competidores capitalistas reales -las economías de Alemania y Japón estaban arruinadas y las industrias de Francia, Inglaterra e Italia no podían competir con las de EEUU. En este país hubo un incremento considerable de la demanda. Aunque se pronosticaba que el fin de la gue-rra traería la inmersión en otra depresión, de hecho las condiciones estaban maduras para un incremento sustancial en el consumo y en la inversión (esto último debido a un conjunto de avances tecnológicos hechos en los años 1930 y 1940)”. Además, (y apoyando los beneficios

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de la industria) se deterioraban los términos de intercambio de los productos primarios como resultado del aumento de la oferta. “En EEUU, agrega Lebowitz, las industrias oligopólicas fueron capaces de fijar precios para alcanzar las tasas de ganancia deseadas y podían permitir incrementos salariales sin miedo de perder el margen competitivo. Las economías de escala disponibles producto de las nuevas inversiones hacían del crecimiento del consumo, como resultado de los incrementos salariales, un beneficio neto más que un desafío a la rentabilidad”. 2. EEUU como construcción histórica

Durante la década de 1990 el término imperialismo perdió su brillo. Incluso, después de la guerra del Golfo, que tenía como objetivo controlar el petróleo del Medio Oriente, aún era ne-cesario hacer grandes esfuerzos para encontrar el término imperialismo. Según Panitch y Gindin, (2004) esta posición dominó toda la década. En 1998 la secretaria de Estado del presidente Clinton, Madelaine Albright, confesó que si (EEUU) “tenía que hacer uso de la fuerza era porque era EEUU. Somos la nación indispensable”. Finalmente, en 2000, el término reapareció en el lugar menos esperado. Richard Haas, el director de Planificación del Departamento de Estado en la administración entrante de Bush, pidió que se reconsidera el rol tradicional del Estado-nación y, en su lugar, se pensara en el poder imperial”. Al inicio del nuevo siglo, y especialmente cuando los autores del proyecto del Nuevo Siglo Norteamericano tenían el poder en Washington, el término imperialismo había retornado. La popularidad del libro de Hardt y Negri, Imperio, se abrió paso antes de la segunda guerra de Irak. Pero su visión de la globalización en el cual “EEUU, o cualquier Estado-nación, podría ser el núcleo de un proyecto imperialista” contrastaba con la realidad circundante.

El siglo XXI, según Panitch y Gindin, necesita una teoría del imperialismo. La nueva teoría tiene que dejar atrás las limitaciones de las teorías “etapistas”, propias de las rivalidades inter-imperialistas y abrir paso a una comprensión de los factores históricos que han dado lugar a la formación del imperio norteamericano, con todas sus singularidades y contradicciones. Esto significa comprender cómo EEUU desarrolló la capacidad para subordinar (incorporate) a sus rivales capitalistas, al igual que coordinar e imponer la “globalización”.

3. La hegemonía de EEUU en el siglo XX Según Immauel Wallerstein,2 EEUU ocupa su posición hegemónica, en el marco del

sistema mundo capitalista, a partir del fin de la II guerra mundial en 1945. Por hegemonía, Wa-llerstein entiende que controlaba el mercado mundial. A su vez, no tenía competencia en materia de hacer guerras. En tercer lugar, su cultura era la cultura a la cual aspiraban todos los países del mundo. En palabras de Wallerstein, “EEUU era tan poderoso en 1945 que tenía la capacidad económica para vender en cualquier mercado nacional por debajo de los precios locales. La fuerza militar norteamericana no tenía quién se le acercara. Como consecuencia, podía forjar alianzas militares formidables: OTAN, el pacto de defensa con Japón y otras. Al mismo tiempo, EEUU se convirtió en el centro cul-tural del mundo. La ciudad de Nueva York emergió como el centro de alta cultura y la cultura popular norteamericana inició su marcha tocando la imaginación de todos los pueblos del mundo”.

Esta descripción, que caracterizaba a EEUU en 1945, parece que se ha borrado. Según Wallerstein, “EEUU ha perdido su legitimidad y por eso ya no se puede decir que es hegemónica. Lo crucial es que su poder ya no es legítimo”. Wallerstein agrega que en la próxima década Europa tomará decisiones muy importantes con relación a su proyecto como entidad política. “¿Cómo procederá Europa a construirse? Será muy difícil pero lograrán construirse y, además, crearán un Ejército. Esto preocupa a EEUU porque tarde o temprano el Ejército europeo se acoplará con el Ejército ruso”. En relación con Oriente, Wallerstein observa una tendencia hacia un acercamiento estratégico – con características económicas y políticas - entre China, Japón y una Corea unificada.

Además de Europa y el Lejano Oriente, Wallerstein plantea el reto que representa para EEUU el Foro Social Mundial. “Creo que es aquí donde se encuentra la acción. Es el movimiento social más importante en el escenario mundial y el único capaz de jugar un papel significativo”. Según Wallerstein, el movimiento que ha desatado el Foro Social no tiene un centro jerárquico, tolera una gran variedad de corrientes y, al mismo tiempo, es representativo.

Wallerstein no se olvida de los conflictos entre los propios capitalistas, que es una de las contradicciones más importantes en el desarrollo del capitalismo. “La contradicción política básica del capitalismo a lo largo de su historia es el interés común que tienen todos los capitalistas frente a una creciente lucha de clases. Al mismo tiempo, todos los capitalistas son adversarios de todos los demás. Esta contradicción fundamental del sistema será muy explosiva en el futuro”.

4. Los retos que enfrenta EEUU en el siglo XXI

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Según Giovanni Arrighi,3 la crisis de acumulación (o de sobreproducción) del capitalismo norteamericano puede resolverse siguiendo tres alternativas distintas. En primer lugar, “los viejos centros de poder pueden frenar el avance de la historia capitalista de los últimos 500 años. Esta historia se caracteriza por una sucesión de cambios en los altos mandos directivos de la economía-mundo capitalista. Esta tendencia se encuentra actualmente presente en el proceso de expansión financiera. La tendencia, empero, es enfrentada por las políticas belicistas de la vieja guardia que es capaz – por medio de la fuerza, de la simulación o de la persuasión – de apropiarse del capital excedente que se acumula en los nuevos centros y crear finalmente un imperio global”.

Una segunda alternativa, se caracterizaría por “el acceso a los altos mandos directivos de la economía-mundo por parte del capital del Lejano Oriente asiático, como resultado del fracaso de la “vieja guardia” conformada por los países capitalistas de Europa occidental y EEUU. La historia del capitalismo continuaría pero bajo condiciones muy diferentes a las que han predominado en los últimos siglos”. Según Arrighi, los nuevos mandos directivos asiáticos “no tendrían las habilidades belicosas que historicamente han permitido que el proceso de acumulación capitalista se desarrollo sobre las relaciones de mercado. Si las observaciones de Adam Smith y Fernando Braudel tienen fundamento, el capitalismo desaparecería junto con el Estado moderno y la economía de mercado que retrocedería hacia alguna forma de orden anárquico”.

Por último, la tercera alternativa, puede ser un incremento continuo de la violencia que termine con el orden mundial. “En este caso, la historia del capitalismo llegaría a su fin, reproduciendo el caos originario que ha reproducido en una escala creciente con cada transición. Si esto significa el fin de la historia del capitalismo o el fin de la historia de la humanidad, es imposible predecir”. (Arrighi, 1994)

Según Arrighi, el enfrentamiento (o bifurcación) que representa la tendencia hacia la formación de un mundo-imperio centrado en Occidente y de un mundo-mercado anclado en Oriente, tiene serias consecuencias sociales. Las posibilidades de que una u otra tendencia prevalezca depende de la capacidad que tiene cada una para resolver los problemas que deja sin resolver la hegemonía de EEUU”.

Arrighi sostiene que existen dos grandes obstáculos a una transición “no-catastrófica” hacia un orden mundial más equitativo. El obstáculo más inmediato lo constituye la resistencia de EEUU a efectuar ajustes y acomodarse a las nuevas circunstancias. Arrighi recuerda que en el caso de las transiciones de los sistemas-mundo británico y holandés, fue tanto la aparición de nuevas potencias agresivas (bélicas) como la fal-ta de flexibilidad para acomodarse que resquebrajó su hegemonía.

5. La estructura económica de EEUU

En una comunicación de Orlando Caputo, en el marco del grupo de trabajo sobre EEUU de CLACSO, el economista chileno presentó una visión que difiere de la mayoría de los analistas sobre el comportamiento de la economía norteamericana y su papel en los procesos de acumulación global. Caputo presenta sus conclusiones en cuatro puntos:

1. La economía de EEUU ha tenido profundas transformaciones desde la década de 1980.

En esa década, considerada una economía decadente ha pasado a ser una economía que ha reeestructurado sus procesos productivos basados en un gran crecimiento de las inversiones en maquinaria y equipo de alta tecnología y en una recuperación de la masa y de la tasa de ganancia.

2. En la década de 1980, EEUU aparecía como una economía decadente. Había perdido su hegemonía a expensas de una hegemonía compartida con Europa y Japón. Ahora, ha re-conquistado esa hegemonía y de nuevo se presenta como la potencia única desde el punto de vista económico a distancia de las otras.

3. Lo anterior se ha procesado a través de las crisis que en la etapa de la globalización son más frecuentes. Estas permiten reestructurar las relaciones sociales de producción entre el trabajo y el capital, entre el capital y su acceso a los recursos naturales y entre las fracciones del capital.

4. Como resultado de la globalización y a través de la competencia y de la sobreproducción, es muy posible que EEUU haya iniciado después de la crisis cíclica de la década de 1990 la fase ascendente del ciclo largo. Estos planteamientos son opuestos a los de Brenner y de varios cientistas sociales que trabajan en EEUU.

Theotonio dos Santos4 tiene su propia visión de la economía de EEUU. La economía mundial, dice Theotonio, ha logrado sostenerse en los últimos años gracias a las bajas tasas de interés impuestos por EEUU y el aumento de los gastos públicos de ese mismo país.

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Medidas precisamente contradictorias con las recetas de los técnicos que recomiendan ajustes y de los mismos neoliberales que se oponen a los déficit. Según dos Santos, “los principales institutos de análisis de la coyuntura mundial han aceptado el diagnóstico que acusa una recuperación más o menos sostenible de la economía mundial. Parece claro que la baja de la tasa de interés en EEUU, Europa y Japón ha asegurado la vuelta a las inversiones en las bolsas y la alimentación de las empresas con recursos para retomar las inversiones”.

Para Theotonio, “el aumento de los gastos públicos norteamericanos con la creación de un déficit fiscal colosal, sobretodo para los gastos militares y „antiterroristas‟ así como para la „re-construcción‟ de Irak, ha generado un aumento colosal de demanda. Esta demanda aumentada se transforma en una demanda internacional y revierte hacia el sector externo produciendo un déficit comercial gigantesco, superior a los colosales déficit de la década de 1980”.

Anna M. Smith se refiere a dos problemas estructurales. Por un lado, analiza la creciente distribución desigual de la riqueza que caracteriza la formación social de EEUU. Primero, compara la evolución desigual de los ingresos de los trabajadores con los emolumentos que reciben los ejecutivos. Segundo, compara el aumento de los impuestos que pagan las familias más humildes y los recortes que reciben los más ricos. Por último, demuestra como crecen los ingresos familiares de los más ricos, mientras que las familias más pobres tienden a perder ingresos.

6. Cultura y etnicidad en EEUU Según George Priestley,5 la globalización, y su proyecto neoliberal a escala mundial, ha

provocado un reajuste entre capital y trabajo, impactando sectores importantes de la clase trabajadora de EEUU, especialmente los sectores étnicos y raciales más vulnerables que son los desempleados, subempleados, mal alimentados, que viven en condiciones deplorables y sin acceso a los servicios de salud. Randolph Persuad y Clarence Lusane señalan que esta tendencia, cada vez peor, responde al cambio de la política económica de EEUU que está desplazando el sector industrial reemplazándolo con un incremento del sector servicios y de las actividades asociadas con el “conocimiento”. Hacen énfasis sobre el hecho que está surgiendo un régimen de acumulación dual que “coexiste en forma interdependiente” e impacta negativamente sobre decenas de millones de trabajadores, quienes trabajan como “guardias de seguridad, aseadores y vendedores...”6

La economía de la post guerra fría, según Persuad y Lusane “ha beneficiado a algunos trabajadores mientras que otros viven bajo una forma de crisis permanente... Con niveles de inseguridad personal, resultado de leyes draconianas diseñadas para combatir el tráfico de drogas, se encarcelan decenas de miles de personas, en su mayoría de comunidades identificadas como minorías. El boom económico de la década de 1990 también trajo un boom en la población carcelaria. En este proceso, el Estado-nación se transformó en un Estado-mercado, convirtiendo los centros penitenciarios en facilidades privadas, con una población desproporcionada de negros y “latinos”.

Para entender la especificidad de los cambios que se están produciendo a principios del siglo XXI en lo étnico, género, cultura y raza en EEUU, Susan Koshy plantea que el nacionalismo blanco se está ajustando a una etnicidad pluralista creando nuevas relaciones. Durante gran parte de los siglos XIX y XX, las categorías raciales y el racismo inventados y definidos por el sistema judicial y otras agencias del Estado, sirvieron para crear las fronteras entre los viejos y nuevos inmigrantes. En este proceso se creó la categoría de ciudadano blanco con todos los privilegios del caso, mientras que excluía a muchos otros de esas posiciones de privilegio. Koshy agrega que, mientras que en la actualidad, la etnicidad y el multiculturalismo se acomoda a las políticas globalizantes, durante la primera mitad del siglo XX, la raza, la nacionalidad y la cultura servían de obstáculos para alcanzar metas en la economía industrializada de EEUU, convirtiendo la solidaridad de clase en un objetivo imposible. Los arquitectos de la segmentación laboral eran a menudo las agencias estatales, los grupos empresariales y las organizaciones sindicales.7

7. El proyecto de la clase obrera en EEUU

Según Michael Yates,8 en enero de 2004, el mercado de trabajo de EEUU contaba con 147 millones personas. Más de 8 millones estaban oficialmente desempleados. La tasa de desempleo alcanzaba el 5.6 por ciento. Esta cifra esconde muchas diferencias en relación con los grupos étnicos y estratos. La tasa de desempleo entre los trabajadores negros era 10.5 por ciento. Entre la población de origen latinoamericano era de 7.3 por ciento. El promedio nacional también oculta las diferencias entre regiones. En la región del Pacífico nor-oeste las tasas de desempleo son relativamente altas. En el estado de Oregón el desempleo afecta el 6.9 por

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ciento de la población económicamente activa. En el Estado de Washington alcanza el 7.3 por ciento en enero de 2004.

En otro artículo reciente de Michael Yates, éste plantea que en la actualidad se habla mucho de la “nueva economía”. En EEUU la “nueva economía” tiene supuestamente dos caras: Por un lado, la demanda del consumidor. Por el otro, la necesidad de satisfacer las nuevas demandas con la mayor eficiencia. Estos cambios generan nuevas demandas sobre las empresas que si no satisfacen a los consumidores sucumben ante la competencia. Esta ideología dominante explica el éxito de las políticas de flexibilización de la fuerza de trabajo, del cierre de industrias y de la exportación de plazas de empleo a otros países.9

Además, Yates apunta al hecho de que en EEUU el movimiento obrero no ha tenido en los últimos lustros la capacidad de responder a las políticas que la perjudican. Según este autor, “las ideologías gemelas de nacionalismo e imperialismo limitan al movimiento obrero y sus dirigentes. Si no se entiende esta realidad puede presentarse un número plural de peligros”.10

Para Johanna Brenner, hay una estrecha relación entre género y clase obrera. Según Brenner, emprender un análisis sobre esta cuestión, nos obliga a plantear algunas preguntas. En primer lugar, ¿cuál es la relación entre “condiciones materiales “ e “identidad”? También se interroga sobre el papel que juega la cultura, los discursos, la sexualidad y las emociones sobre las respuestas populares a las “condiciones materiales”. ¿Cómo se relacionan las distintas formas de conciencia de clase con las otras identidades y afiliaciones?11

8. Crisis y ambiente en EEUU

El debate en torno a la destrucción del ambiente se encuentra, a principios del siglo XXI, en todas las discusiones política, económica y social. Los grandes debates giran en torno a los problemas relacionados con el “desarrollo sostenible”. En otras palabras, la pregunta apunta a la viabilidad de la especie humana si el mundo continúa con el estilo de desarrollo capitalista de los últimos dos cientos años. El problema ambiental, que para algunos apareció sobre la agenda hace sólo algunas décadas, en realidad ha estado presente desde los inicios de los estudios sobre el capitalismo. Marx, especialmente, presentó el problema ambiental (metabolic rift) en sus estudios sobre el desarrollo capitalista a mediados del siglo XIX.

La aparente urgencia que tiene, en la actualidad, el problema ambiental puede relacionarse con la crisis (recesión) que experimenta el desarrollo capitalista desde fines del siglo XX. Se-gún el norteamericano John Bellamy Foster,12 “desde 1970 la economía mundial (especialmente EEUU) experimenta un estancamiento relativo (un decrecimiento de su tasa de crecimiento) acompañado por un incremento de la tasa de desempleo y de sobreproducción. El capital ha respondido a esta crisis mediante políticas de ajuste (restructuring) y sometiendo a los trabajadores y a la naturaleza a una explotación más intensa. Muchas de las reglamentaciones creadas para proteger las condiciones de producción se están haciendo a un lado.

Para algunos teóricos norteamericanos, siguiendo los estudios pioneros de James O´Connor, el desarrollo del capitalismo tiene dos contradicciones. La primera contradicción se refiere a la relación entre el capital y el trabajo. La segunda se refiere a la contradicción entre el capital y la naturaleza. Para O´Connor, la segunda contradicción se está volviendo cada vez más importante. Como resultado, el sistema capitalista se encuentra en una complicada maraña, obsesionado con la expansión de los mercados y, además, con la necesidad de mitigar los crecientes costos que implica conservar el ambiente. Hasta la fecha sólo una minúscula proporción de los costos ambientales han sido internalizados (por las empresas y el Estado). Todo indica que en el futuro estos costos ambientales se multiplicarán – en parte producto de las presiones de los movimientos sociales – permitiéndole a la naturaleza cobrar su “venganza” sobre el proceso de acumulación.

Según Bellamy Foster, este enfoque tiene implicaciones importantes sobre los movimientos sociales. “Cualquier lucha que trate de cuestionar las leyes de desarrollo del capitalismo, sin tener en cuenta las dos contradicciones fracasará. El futuro de la humanidad, por lo tanto, descansa sobre una alianza laboral-ambientalista capaz de enfrentar simultáneamente las dos contradicciones inherentes al desarrollo del capitalismo. La aparición de una alianza de este tipo dejaría su huella imborrable sobre el siglo XXI”.13

9. Política agraria y comercio exterior de EEUU

Según Janet Bell,14 “el plan estratégico del Ministerio de Agricultura de EEUU tiene dos objetivos. Por un lado, crear, ampliar y garantizar los mercados mundiales para los productores norteamericanos. Por el otro, promover la seguridad alimenticia mundial y colaborar en la

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reducción del hambre global. El 73 por ciento de los recursos públicos invertidos en este sector está destinado a garantizar la participación de EEUU en el mercado mundial. El 27 por ciento restante está destinado a políticas de seguridad alimenticia. Para el Ministerio de Agricultura ambos objetivos representan un escenario que sólo puede ofrecer ganancias. En cambio, para otros, las dos metas son excluyentes”, concluye Bell.

La expansión de las exportaciones agrícolas norteamericanas es percibida, en los sectores gubernamentales, como necesaria para garantizar el bienestar y riqueza de EEUU. En una carta dirigida al entonces presidente de EEUU, Bill Clinton, en 1997, un poderoso grupo agroindustrial le dijo al mandatario: La cadena de producción agrícola constituye la industria más grande de EEUU, representando uno de cada seis empleos y, aproximadamente, 16 por ciento del producto interno bruto. Las exportaciones agrícolas, que representan un tercio de la producción total, son claves para asegurar el crecimiento y solidez del sector agrícola del país. Esto se aplica especialmente en el caso de la nueva Ley Agrícola que tiende a reducir los programas de producción para el mercado nacional y aumenta la importancia de tener acceso a los mercados extranjeros”.15

La carta de los grandes intereses agropecuarios de EEUU también señala que por cada mil millones de dólares en exportaciones se crean 17 mil empleos nuevos. No sorprende, por lo tanto, que el Ministerio de Agricultura tiene entre sus metas doblar el número de productores agrícolas – de 7 mil a 14 mil – a corto plazo. Según Bell, el Ministerio de Agricultura de EEUU utiliza como excusa el hambre que afecta a miles de millones de personas en el mundo para justificar su política agresiva de promover nuevas técnicas biotécnicas tanto en el país como en el extranjero.

La política agrícola de EEUU tiene como objetivo satisfacer sus propios objetivos de crecimiento y expansión. Según Grain, no debe confundirse el deseo norteamericano de ser quien alimenta a la población del mundo, con el deseo que la población mundial esté bien alimentada. A EEUU le interesa, agrega, alimentar al mundo no por un sentimiento de justicia o de compasión, sino por su interés en reducir su déficit en la balanza de pagos. 10. Ciencia y tecnología en EEUU

“El proceso de advenimiento del nuevo paradigma tecno-económico, según Fabio Grobart,16 transcurre a partir de la década de 1970 en un escenario contradictorio, la llamada paradoja de la productividad. Concepto acuñado por R. Solow y objeto de una prolongada polémica, aún no concluida. La paradoja se caracteriza por la ínfima correlación observada, en un período de más de 20 años, entre las enormes inversiones realizadas en la reconversión tecnológica de avanzada, en general, y de las TIC, en específico, con un notable incremento de la productividad in situ, por un lado, y el lento y mínimo crecimiento de la productividad social a niveles macroeconómicos en ese prolongado lapso (hasta 1995 en los EEUU), por el otro".

Entre sus múltiples y diversas causas algunos -si bien le adjudican limitaciones inherentes al modo capitalista de producción- las reducen en su explicación, sin embargo, a los aspectos organizativos y de deficiente planificación -perfectamente superables dentro del sistema-, lo que en particular se manifestaría, por ejemplo, en las desproporciones estructurales generadas por el desbalance, en el intervalo temporal, entre la dinámica de la base técnica de la producción y la de los cambios en la estructura profesional y calificativa de la fuerza laboral.

Si bien disponer de tecnología de punta significaría acceder a ventajas competitivas dinámicas y, por tanto, a mejores oportunidades para la ganancia, no obstante, la innovación tecnológica per sé no garantizaría aún una mayor tasa de ganancia ya que la rentabilidad de la innovación tecnológica dependerá, a su vez, del costo de su reposición en un ámbito competitivo, donde en la medida que ésta se estimule, más corta se hará su vida moralmente útil y más crecerá su costo de reposición.

Notas

1. Michael Lebowitz, 2004, “Economía, ideología y la posibilidad de un desarrollo endógeno”. Una versión temprana de este ensayo, fue presentada en el Sexto Encuentro Internacional de Economistas sobre la Globalización y los Problemas del Desarrollo realizado en La Habana, del 9 al 13 de febrero de 2004. Traducido por Luis Juberías Gutiérrez (Avant).

2. Immanuel Wallerstein, 2003, “U.S. Weakness and the Struggle for Hegemony”, Monthly Review, julio-agosto, Volumen 55, Número 3.

3. Estos comentarios sobre el pensamiento de Arrighi se basan en una versión revisada de una ponencia del autor presentada en la conferencia “The Triad as Rivals? U.S., Europe, and Japan”, Georgetown University, Washington, D.C., 25-26 de abril de 2003. Aparece en Faruk Tabak, ed., Triadic competition? U.S., Europe and Japan, Boulder, Colorado: Paradigm Press, 2004. (La traducción es libre).

4. Theotonio dos Santos, 2003, La recuperación de la economía mundial y sus límites, Buenos Aires: Argenpress (24 de octubre de 2003).

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5. La sección sobre “Etnicidad y cultura en EEUU” es un aporte de George Priestley, profesor de ciencias políticas de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (Queens College-CUNY). El coordinador de la propuesta asume toda responsabilidad sobre la traducción y edición del texto.

6. Randolph B. Persuad y Clarence Lusane, 2000, “The new economy, globalisation and the impact on African Americans”, Race and Class, Vol. 42, N°1.

7. Susan Koshy, 2001, “Morphing Race into Ethnicity: Asia and Critical Transformations of Whiteness”, Boundary 2, Vol 28, N°1.

8. Michael Yates, 2004, “Workers Looking For Jobs, Unions Looking For Members”, Monthly Review, Vol 55, N°11 (abril).

9. Michael Yates, 2001, “The “New” Economy and the Labor Movement”, Monthly Review, Vol 52, N°11 (abril). 10. Michael Yates, 2000, “Workers of All Countries, Unite”: Will this Include the US Labor Movement”, Monthly Review, Vol 52, N°3 (agosto). 11. Johanna Brenner, 1999, “On Gender and Class in US Labor History”, Monthly Review, 12. John Bellamy Foster, 1992, “The Absolute General Law of Environmental Degradation Under Capitalism”, Capital,

Nature and Socialism, Vol 3, N°3. 13. J. Bellamy Foster, 1992, “The Absolute General Law of Environmental Degradation Under Capitalism”, ob. cit. 14. Janet Bell, 1997, “Will the US Breadbasket Last?”, Seedling (The Quarterly Newsletter of Genetic Resources Action

International), diciembre. 15. Citado por Bell, ob. cit. 16. Grobart S., Fabio, 2004, La “Nueva Economía”- Génesis y decadencia del concepto (Apuntes para un debate),

Centro de Investigaciones de Economía Internacional, Universidad de La Habana.