JAIME DELGADO MARTÍN ACERCA DE SEGOVIA Y SU ACUEDUCTO

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JAIME DELGADO MARTÍN

ACERCA DE SEGOVIA Y SU ACUEDUCTO

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La inauguración en Roma, la Urbe por excelencia, de un aexposición sobre el Acueducto de Segovia en abril de 1974,tuvo, ante todo, a mi juicio, un primordial sentido de devolu-ción de visita. No pretendo decir con ello, naturalmente, queaquélla fuese la primera vez que, en un lapso de más de do smil años, una parte representativa de lo que fuera provinciaromana llegara al corazón del más grande Imperio de la Anti-güedad con esa intención cordialmente amistosa . Sé muy bien ,por el contrario, que durante el transcurso de esos dos mile-nios, no han sido pocas las ocasiones en que la vieja Hispani aha dado pruebas concluyentes de su filiación latina, y así lo h aconfesado en voz alta, de una u otra manera, ante la august ay señorial presencia de la matrona que le diera ser históricoy de Cultura . España, en efecto, ha reconocido, comprendid oy sentido siempre su esencial raíz romana, y aprendió tan hon-damente y hasta tal punto la lección recibida, que supo, an-dando el tiempo, continuar —es decir, recrear y renovar— ta lobra en América mediante una vasta operación histórica seme-jante a la que la sabiduría imperial de Roma realizara en l aPenínsula Ibérica . Y por eso, precisamente, España reconoc ey comprende bien el invariable talante afectuoso con el que ,al margen de pasajeras y accidentales circunstancias históri-cas, Italia ha recibido, recibe y recibirá siempre la visita desu antigua hija, hace tantos siglos mayor de edad y emanci-pada. Es, en definitiva, el mismo gesto abierto y amoroso conque España acoge y saluda hoy la presencia de sus antiguo sreinos americanos, ya en plena madurez de Estados soberanos .

Pero dentro de ese largo proceso de relaciones hispano -italianas, quizá fuese aquélla la primera vez que la presenci aespañola en Roma se concretara en la forma segoviana de se respañol, o que tal presencia tuviera, al menos, por contenidoo materia y por finalidad, una significación expresa y concre-tamente segoviana. No osaría yo, sin embargo, reivindicarpara tal ocasión dicha prioridad, pero sí me atrevo a afirmar ,en cambio, que nunca antes de entonces Segovia habíase pre -

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sentado en Roma con el especialísimo motivo con que lo hiz oen aquella fecha : el de mostrar a la Ciudad Eterna que sigu econservando con el máximo orgullo la gran obra material qu eRoma le dío el Acueducto, del que ha hecho símbolo y em-blema propios . Pieza única hoy en el mundo, el Acueducto e sla máxima, la definitoria representación segoviana, y Segovia ,sabiéndolo así, celebró en 1974 los dos mil años de su famosoy universal Puente, como una afirmación de fidelidad a s uorigen cultural y de continuidad en la línea de la Cultura qu etal arranque iniciara .

EIlo no quiere decir, empero, que el nacimiento mismo d ela ciudad segoviana se haya debido a Roma . Segovia es, com otal núcleo urbano, un lugar habitado desde tiempos muy an-teriores a la ocupación romana. Tiempos tan anteriores, queen el intento de establecer los orígenes de Segovia, podría de-cirse —si se me perdona la paradoja— que lo único que e sclaro es lo que es oscuro . Me explico : que lo que resulta clar oen este punto es que el origen de la ciudad es oscuro ; es decir :no se ha aclarado todavía . E incluso podría afirmarse más :que será difícil que se aclare algún día, porque se pierde e nla noche de los tiempos . Pese a ello, sí puede asegurarse s uantigüedad, a favor de la cual podría esgrimirse —como l ohace Somorrostro— el argumento de la misma escasez de no-ticias sobre el tema . Ahora bien : el mismo nombre de la urbefavorece, «por su extrañeza», el remoto origen de la ciudad ,pues el topónimo «debe calificarse como derivado de la lenguaprimitiva que usaron lo s primeros pobladores», por la cual—afirma el citado autor— «parece más conforme a racionale sconjeturas, que así nuestra ciudad como otras que hallaro nya populosas los romanos, y no consta que fuesen colonias d elos fenicios, griegos ni cartagineses, deban reconocerse com oestablecimientos que tuvieron su origen desde los españole sprimitivos, o de la familia que pobló la España después de ldiluvio» (1).

Queda, pues, sentado, sin duda alguna y sin temor a errar ,que el origen de la ciudad de Segovia es muy anterior a l a

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llegada de los romanos a España . Cuando tal conquista s eprodujo, la ciudad se hallaba en el mismo sitio en que ho yestá, «casi en medio de España, en cuarenta y un grados d eelevación al norte, y trece de longitud al oriente, según e lmeridiano fijo de Tolomeo» —como escribió el historiado rlocal Diego de Colmenares (2)—, a una legua al poniente d ela sierra de Guadarrama, «entre dos profundos valles», sobr euna peña de «trescientos pasos de altura y cuatro mil de cerc oen su corona; en la forma de galera, la popa al oriente y l aproa al poniente», y con el río Eresma al lado septentrional yel arroyo Clamores al meridional . (Por cierto —añadiré entreparéntesis—, que desde que se hizo esta afirmación, en el pri-mer tercio del siglo xvli, viene repitiéndose, y se ha convertid oya en expresión tópica, que Segovia es «el navío de piedra») .

Podría ser que esta situación, en una altura o eminenciadel terreno, se debiera —como apunta Somorrostro (3)— a lrecuerdo que del Diluvio conservaban los fundadores de l aciudad, quienes la edificarían allí para no verse expuestos ainundaciones. En cualquier caso, «aquí estuvo colocada en lo stiempos primitivos, y lo está ahora también esta población ,que encontramos permanente en el transcurso de los siglos ;y cuando no ha quedado más que el nombre y las ruinas delos pueblos célebres y famosos que hubo en los países con -términos a Segovia, y que formaban con ella aquellas nacione sen que estaba dividida la España cuando la invadió Roma, ell aconservara su nombre, su situación y monumentos tan ilustre sde antigüedad, que nada deja que desear para conocer lagrande consideración que la dispensaron aquellos conquista -dores. Pereció Numancia, prefiriendo la destrucción a la igno-minia de la esclavitud ; y aunque fue reedificada, ya no existenmás que las ruinas y el nombre de un pequeño pueblo, que sellama Garay, en el mismo paraje que tuvo en otro tiempo elpueblo a quien justamente se apellidó el terror del imperio .Desapareció Clunia, convento jurídico y pueblo famoso en ladominación de Roma, y se ven con gran asombro sus ruinasa pocas millas del Duero y cerca del lu gar de Peñalva. No sa-bemos más que el lugar donde estuvo Osma, destruida po r

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Pompeyo al fin de la guerra sertoriana . De Veluca y Tucri saún no se puede atinar con seguridad dónde estuvieron ; ySegovia existe, haciendo ostentación de los repetidos monu-mentos, que aún conserva, y que demuestran su antigüeda dy su grandeza» (4) .

La proximidad de las montañas —Peñalara, Siete Picos, l aMujer Muerta, la Fuenfría— y la elevada altura de la ciuda d—mil cinco metros en su Plaza Mayor— hacen a ésta de climafrío, pero le dan también aires muy puros y ambiente favorablea la buena salud, que actualmente se conserva, por fortuna .Ya lo observó así Somorrostro y lo escribió en su libro: «Laproximidad de estas sierras, cubiertas de nieve la mayor part edel año; el hallarse en la elevación de un peñasco de alturamuy considerable, batida sin obstáculos por el norte, hace nsu temperatura muy fría y desigual ; pero al mismo tiempo s erespiran en ella aires muy puros, y está poco expuesta a enfer-medades contagiosas : sus aguas son cristalinas y muy puras ;sus frutas, hortalizas y alimentos, muy sustanciosos y de bue ngusto ; y en las riberas del Eresma y del Clamores puedenformarse arboledas que la harán extremadamente agradable yde un aspecto verdaderamente pintoresco, como en realida dle ofrecen las orillas del río por la parte del norte» (5) .

Sea o no atribuible a estas bellezas y buenas condicione snaturales, lo cierto es que los romanos engrandecieron a Se-govia «de la manera que aún muestran los antiguos monu-mentos», entre los cuales destaca el famoso puente o Acueduc-to por su calidad artística y por su condición, rigurosamenteexcepcional, de ejemplar único en el mundo de hoy . Ya lodijo el arquitecto Alzaga en su Memoria de 1835 : «Entre losedificios más útiles y portentosos que la antigüedad destin óa las glorias de la arquitectura, es, sin contradicción alguna ,la grandiosa obra del Puente Acueducto de Segovia : la magni-ficencia de su construcción y la suntuosidad del objeto, afec-tando a la par los ojos del sabio y del rústico, lo han hech omerecer en todos tiempos una emulación y un interés univer-sal tan justamente merecidos, sin que las vicisitudes del tiemp o

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ni el transcurso de los siglos hayan sido suficientes para alte-rar las bellezas y las virtudes artísticas que constituyen s uverdadero mérito, considerándose en todas épocas un objetodigno de llamar la atención de los sabios y aficionados ennobles artes a consagrar sus tareas a la obra más benéfica ygrandiosa del Universo» (6) .

_= Pero antes de entrar en la exposición y el análisis detalla -dos de los problemas que plantea tan extraordinaria fábrica ,conviene recordar que la remota antigüedad de Segovia apareceavalada por el propio nombre de la ciudad, cuya etimología—como ya observó Baeza— no se conoce con seguridad. Elloobligó a decir al marqués de Mondéjar que la palabra Segovi aprocede de la lengua primitiva usada por los pobladores másantiguos. «Su nombre —dice— está manifestando su remot oorigen, porque ni es púnico, ni es griego, ni romano, sino es-pañol y propio de la lengua primitiva. Secuvia, Secovia, Segu-via, Segovia son conocidamente voces muy antiguas, y conestos nombres se la llamó sin notable alteración en la époc ade la dominación romana, en la gótica y hasta nuestro sdías» (7). Por esta razón y por la figura de Hércules que s ehalla en el actual convento de Santo Domingo el Real, Colme-nares cree —y cita en su apoyo a varios autores antiguos—que la ciudad fue fundada por Hércules egipcio, a quien atri-buye también, como veremos, la construcción del Acueduc-to (8) . Del mismo modo, Bernardo de Balbuena, en su gra npoema barroco El Bernardo, afiinia que Segovia es fundacióndel rey Hispan, «de gente extraña» (libro XVI, estrofa 129) ,aunque en la estrofa anterior otorga a Trajano la gloria de l aconstrucción de la famosa puente :

Esta es Segovia, donde la finez ade Aragne en sus vellones más se apura :Y aquélla la real puente de Trajano ,y el Balsahín o paraíso humano .

No es posible, empero, aceptar hoy esas antiguas opinionesbasadas en la explicable y conocida confusión entre el mit o

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y la historia . Ya Baeza advirtió tales errores, señalando qu esi por Hércules hubiera de entenderse un jefe de tribu o unhombre de valor y autoridad o jefe militar, podría atribuírsel ela fundación de Segovia, lo que no puede ocurrir, en cambio ,con el concreto Hércules egipcio, por estar demostrado qu eéste no pasa de ser un «héroe fabuloso de la antigüedad» (9) .Por otra parte, tampoco es necesario recurrir a tales fabula-ciones para demostrar el antiquísimo origen de Segovia, cuyaprocedencia celtíbera y prerromana está fuera de toda duda .

Pero tan antiquísimo nacimiento no debe, en ningún caso ,hacernos caer en lo que un historiador alemán llamaba, co nfrase gráfica, «el romanticisco de la prehistoria» . Quiero deci rque, por muy remoto que sea su origen y por muy ilustre qu econsideremos su vida y desarrollo celtibéricos, no debe olvi-darse que Segovia sólo empezó a tener verdadera importanci acuando el poder romano, a consecuencia de su enfrentamientocon Cartago, invadió la Península Ibérica y ocupó después e lterritorio de ésta . Sin entrar en detallados análisis ni estable-cer excesivas precisiones acerca de la conquista romana —qu eno tienen aquí cabida rigurosa—, parece suficiente el recorda rque quizá fuera Segovia la ciudad en que Apiano sitúa la guerrade Segeda y que después de la destrucción de Cauca —hoyCoca, en la provincia segoviana— y del asolamiento de Numan-cia, cuando Sertorio puso en tan difícil trance al brazo deRoma, Segovia siguió la banderas de Gneo Pompeyo y levant óa éste el trono lapidario que durante mucho tiempo pud overse en una piedra «asentada tumultuariamente» en los mu-ros de nuestra ciudad (10) . Desde entonces, fueron muy nume-rosos los monumentos, lápidas, piedras y otros restos romano saparecidos y, en parte, conservados en Segovia, ciudad que s ehallaba ya totalmente romanizada al fin de la guerra cántabra ,fecha a partir de la cual empezó a acuñar moneda (11) .

Por eso, es muy digno de atención el hecho de no hallarsino el nombre de Segovia en las obras de los principale shistoriadores y de otros escritores romanos, ninguno de loscuales cita el famoso Acueducto . Tal silencio, que hoy produce

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legítimo asombro, ha sido explicado diciendo que Segovia n ofue, como es sabido, colonia latina ní romana, ni tampoc oconvento jurídico, y que prefirió conservar sus leyes y fuerospropios hasta la invasión de los bárbaros . Por otra parte, en l otocante al celebérrimo Puente, pudiera suceder que se hubie-ran perdido los escritos en que se le nombraba y describía, oque los cónsules y emperadores no hubieran tenido parte, n ipecuniaria ni moral, en su construcción, porque ésta hubier asido realizada a expensas del pueblo, con lo cual las pluma sadulatorias no hubieran hallado materia en que emplear -se (12) . Parece más exacto, sin embargo, o aproximado a l averdad, el pensar en la verdadera situación de Segovia y e nla finalidad precisa para la que el Acueducto fue edificado . Eneste sentido, precisa no olvidar que Segovia jugó, antes de latotal conquista romana de España, el papel predominante-mente militar que su misma situación estratégica la impuso .Situada en un lugar prominente y naturalmente defendid opor los dos valles y las dos corrientes de agua que la aíslan ,el pequeño núcleo urbano celtíbero constituía una fortalezanatural en forma de buque pétreo, cuya proa, en cuña adelan-tada hacia el territorio aún bárbaro, fue convertida precisa-mente en fuerte . Allí había habido antes, por la misma razón ,un castro primitivo, y allí hubo después un castillo moro, con -vertido más adelante en cristiano y donde todavía se elev a—como palacio fuerte de un cuento de hadas— el Alcázar .Pero justamente en aquel sitio dominante no había agua, qu esólo brotaba espontánea, natural y abundantemente en el ladoopuesto a la fortaleza . Entre ésta y aquél interponíase unagran hondonada, que hacía difícil, lenta y arriesgada la con-ducción del líquido elemento hasta la guarnición romana . Y heaquí ya la razón del Acueducto, convertida después en bell aleyenda popular, según la cual fue el diablo el edificador delpuente, para ganar el alma de una moza de cántaro, que sufrí aen su carne la diaria penalidad de ir a buscar el agua al otr olado de la ciudad .

Pensando, pues, en tan concreta y elemental, pero necesari autilidad, los ocupantes romanos —que obligaran a los indíge -

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nas a abandonar el promontorio y aposentarse en las orilla sdel río para mayor seguridad— llevaron a cabo lo que tanta sveces habían realizado antes, es decir, la construcción de u nacueducto. Tenían para ello a pie de obra una important ecantera de granito o piedra berroqueña, la mano de obra es -clava y, sobre todo, lo que Lactancio llamaba la «cupidita saedificandi», como me ha recordado mi sabio amigo el maes-tra Eugenio Montes, romano de honor. Esta esencial caracte-rística romana debe tenerse, en efecto, muy en cuenta si s epretende entender la grandiosidad y magnificencia artístic ade una fábrica meramente utilitaria y destinada a un uso pri-mordialmente militar. Los romanos acreditaron cumplida-mente, sin duda, una fiebre constructora como ningún otr opueblo de la antigüedad, y la emplearon con todo su geni ocreador, precisamente, en los pueblos incorporados a su Im-perio, cubriendo con ello el doble fin de mostrar a éstos l agrandeza de Roma y, mediante ella, sujetarlos, también por laintimidación, a su poder. Así, unidos el arte y la utilidad, con-siguieron un monumento que, al convertirse en único por laacción demoledora del tiempo y de los hombres en los demás ,constituye hoy motivo de asombro en sus contempladores .Muy justas son, pues, las palabras de Somorrostro cuandoescribe: «en el acueducto de Segovia llegaron los que le hicie-ron al más alto grado de sublimidad artística . No hay español ,ni extranjero, sea sabio, rústico, agricultor o artesano, que nose admire y asombre al contemplarle: aquellos pilares tanelevados y tan robustos ; aquellos arcos tan majestuosos y tansencillos ; aquellas piedras tan grandes y tan estrechamenteunidas ; aquel color cárdeno y sombrío, que está anunciandosu ancianidad; su longitud, que se aproxima a tres mil pies ;la abundancia de agua que entra en la ciudad por su cima :todo esto, reunido a la grandeza de la obra, precisa a exclama ra cuantos la miran : ¡Qué ánimos tan heroicos tenían los hom-bres para emprender obras sublimes cuando te hicieron! » (13) .

Con cuanto va expuesto, queda afirmada la indudable ro-manidad del Acueducto de Segovia, que negó —con mejo rintención que acierto— el meritorio Colmenares, a quien si -

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guieron otros pocos autores . La obra es, en efecto, romana porsu estilo y ostentó en su día la correspondiente inscripció nacreditativa de su origen, como puede comprobarse por la stres líneas de agujeros exteriores que aún se ven en los sillare sde su sotabanco, y de algunos de los cuales sacó algo de plomoel maestro Antonio Ortíz cuando los examinó en 1807 . Por siesto no bastara, Juan de Valdés, en su Diálogo de la lengua—publicado por Mayáns, sin conocer al autor, en los Orígenesde la lengua castellana (1737)—, tratando de Mosén Diego Va-lera, dice que «es gran parabolano, porque entre algunas ver-dades os mezcla tantas cosas que nunca fueron y os las quier evender por averiguadas, que os hace dudar de las otras ; comosería decir que el conducto del agua que está en Segovia, qu ellaman puente, fue hecho por Hispan, sobrino de Hércules;habiéndole hecho los romanos, como consta por algunas letra sque el día de hoy se ven» (14) .

Los grandes bloques graníticos que componen el monu-mento, generalmente cuadrilongos y Iabrados a pico, se hallanexactamente unidos entre sí sin argamasa alguna ni hierro qu elos sujeten, según demostró, en 1815, un carro fuerte, qu earrastraba un cañón de grueso calibre, al derribar con su golp euno de los sillares, que fue repuesto en su lugar tal como ha-bía salido . Por eso, Bosarte, en su Viaje artístico, pudo escri-bir con justicia que «las obras que se encomiendan a la inmor-talidad por los que saben encomendarlas no necesitan de esto sgrillos para estarse quietas, y el profundo arquitecto que pro-yectó esta obra se gobernaba por principios más delicados .En efecto, el estilo con que está ejecutada reúne las tres cua-lidades del estilo más difíciles de juntar en toda bella arte ,que son la simplicidad, la elegancia y la grandiosidad» (15) .

Aún no está resuelto, en cambio, el problema de la data-ción exacta del monumento . Como es natural, si Juan de Val-dés hubiera tenido la buena idea de recoger las letras que que-daban y su colocación, hubiese ayudado mucho, quizá decisi-vamente, a resolver el enigma . Pero fallida esta posible cola-boración y no contando con ningún otro dato de autoridad

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anterior, los autores que han tratado el tema se ven obligado sa moverse por simples conjeturas . De este modo, se ha venid oafirmando que el Acueducto pertenece a la época de Trajano ,dato que proporciona, dándole por «averiguado», el padre Ma-riana, a quien después siguieron otros escritores, como Gi lGonzález, en su Teatro de las Iglesias de España, don AntonioPonz y el padre Masdeu. Esta idea se abrió paso después, afavor de la común opinión que lo hace «obra de romanos» .Sólo Bosarte atribuyó el monumento, cuando empezó a estu-diarlo, al emperador Adriano, pero después suspendió el juici oy acabó sin decidirse por ninguna época o fecha, aunque sos-teniendo siempre la romanidad de la fábrica . Por último, e ltantas veces citado Somorrostro, tras observar que ni Tit oLivio, ni Plinio, ni Suetonio, ni Salustio, ni Apiano, ni Luci oFloro, ni AureIio Víctor citan el Acueducto, insinúa la posibi-lidad de que la obra tenga «más antigüedad que la época de losCésares» (16) y apunta después hacia «el primer siglo de losemperadores», para inclinarse, por fin, debido a lo que llam a«la antigua sencillez de la arquitectura griega», observable e nlos sillares, hacia una fecha «anterior a Trajano, aunque poste-rior a Augusto», si bien aclara que pudiera ser del tiempo d eéste, y que, en cualquier caso, «no es fácil, y sí muy expuestoa equivocaciones, el asignar la época verdadera de su cons-trucción» (17) .

Tal es hoy el estado de esta ardua cuestión, y así permane-cerá mientras no se realicen las imprescindibles investigacio-nes arqueológicas . Animar a llevarlas a cabo fue, justamente ,una de las principales finalidades de la conmemoración, tansólo aproximada, del Bimilenario del Acueducto, que tuvo d einmediato la virtud de convocar a un grupo de los mejores es-pecialistas para que estudiaran en común tan interesante tema .Mientras tanto, desde su erección hasta el año 1201, fecha d ela primera mención escrita de la imbatible Puente (18), y des-de ese momento hasta nuestros días, el Acueducto de Segoviase alzará en paz, «heredad de las nubes», como «una hez ino-sura llena de misterio», cuyas « grises inmensidades nos agitan» ,con «la oscura fiebre del granito», desde el día de su naci-miento:

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Como añadiendo lumbrela roca, al levantarse hacia tu hoguera ,abre el vientre encendido de su entrañ ay vierte, entre las llamas, en racimo ,frisos de fuego, angélicas arcada sy claras, altas águilas ceñudas (19) .

Desde aquel día y durante cuatro siglos, el Acueducto d eSegovia simboliza la personalidad de Hispania dentro delImperio Romano, que tan exacta y brillantemene puso de re-lieve el maestro Menéndez Pidal. España, sin ser objeto espe-cial de ninguna Historia de la Antigüedad, aparece tratada co nfrecuencia por escritores griegos y latinos como una entida dindividual. No en balde fue en Cádiz —segunda ciudad de lImperio en población— donde, según Suetonio, César sinti ónacer sus deseos de hazañas cuando vino a Hispania, por pri-mera vez, de Cuestor en el año 68 antes de Cristo . Allí conocióa los Balbos, que le ayudaron a hacer su ensueño de imperi oy que «representan el interés de España y de las provincias engeneral por acabar con la estrecha constitución republican adel Estado-ciudad y por instaurar el Estado universal» . Porotra parte, la venida de los romanos a España y la ampliació nde sus dominios en ella representan la preocupación del Impe-rio, ante la amenaza de absorción por parte de la zona orienta l—heredera de las más viejas culturas y en el mayor floreci-miento intelectual del helenismo—, por aumentar los territo-rios imperiales en occidente . Son cien años —del 60 antes deCristo al 43 de nuestra era— en que la familia Julio-Claudiase esfuerza en redondear el Occidente y crea un «orbe occi-dental latino, compacto y extenso-, que fue «la más soberbiade todas las grandes edificaciones imperiales» . Hispania ganómucho con ello, pues su asociación a una cultura superio rvalorizó a los hombres y el suelo, y el país llegó a ser el segun -do del mundo, según Plinio . Así, España se distingue por suvalor en el pensamiento y en el arte, cuando en el siglo I hispa-nos eran los más y los mejores cultivadores de la literatur alatina : los dos Sénecas, Columela, Mela, Lucano, Marcial yQuintiliano . Estos hispanos imponen en Roma «nuevas maneras

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de pensamiento y de arte» : Séneca «se levanta sobre el comúnconvencionalismo de la prosa ciceroniana» ; Lucano escribe unpoema de nuevo tipo ; Marcial inventa un nuevo género : elepigrama . Al mismo tiempo, la poesía oral y popular aparec edominada por los hispanorromanos, y así las «cantica Gadita-na» están de moda en Roma, donde las «puellae Gaditanae»los cantan y bailan en toda fiesta de rango . Después vendrá e lflorecimiento político con los emperadores hispanos : Trajano ,nacido en Itálica, triunfador Germánico, Dácico y Pártico, qu eda al imperio sus límites más dilatados ; Adriano, también deItálica, y Marco Aurelio, oriundo de la Bética. Y si más ade-lante, con las dinastías africanas, que representan el triunf ode Oriente, España pierde su importancia política por su si-tuación al final del orbe conocido, sin bárbaros cerca y sinproblemas fronterizos, para entonces ya existía una «robust aopinión provincial», manifestada en Aurelio Víctor, aunqu etuviera antecedentes lejanos en algunos autores griegos d etres siglos antes . Por último, el Cristianismo colaborará a est esentir provincial . «El Cristianismo oficial era una victoria másdel Oriente, el gran triunfo del pensamiento semítico y helénic osobre la ideología romana» . Pero la nueva catolicidad, despuésde sus mártires, cuando estallan las guerras civiles por cues-tiones religiosas, y Arrío, en Alejandría, niega la divinidad deJesucristo, hará resurgir de nuevo la presencia hispana co nOsio, obispo de Córdoba, presidente y alma del Concilio d eNicea e inspirador de las primeras leyes cristianas que entranen el Derecho romano, y con Teodosio el Grande, vencedor d elos godos, bautizado en Tesalónica el año 380 y que promulgala ley mediante la cual nace el sistema coordinado de los dospoderes : catolicismo estatal y Estado católico . Y junto a Teo-dosio, segoviano de Cauca, Prudencio . Los himnos de su Pe-ristéfano hablan de España como tierra de mártires ; su poemaContra Súnaco aporta nuevas ideas providencialistas, segú nlas cuales la misión de Roma ya no consiste en regir los pue-blos sometidos ; el destino de Roma está más alto que ella :«ha fundido en una ciudadanía jurídica y cultural a todos lo shombres [ . . .] para disponerlos a otra catolicidad superior» .Y de este modo, Prudencio da una interpretación unitaria de l

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proceso histórico mundial, que después sistematizaría Sa nAgustín (20) .

Dentro de esta larga y fecundísima corriente hay que situara Segovia y su Acueducto . La ciudad aumentó su esplendorbajo el dominio romano y, después, con los visigodos, porqu efue elevada a obispado el año 527 . Más adelante, con la invasió nárabe, tampoco sufrió ruina al principio, hasta que en el si-glo xi, por las vicisitudes de la reconquista, pasó a ser pueblofronterizo . Igual suerte corrió la gran Puente segoviana, y am-bos, ciudad y Acueducto, sufrieron la fuerza de Ali Maimon ,rey de Toledo, que incendió y asoló la ciudad y deshizo treint ay seis arcos del monumento romano, varios de cuyos sillare sfueron a parar después a los cimientos de las murallas defen-sivas de la ciudad. Así permaneció cuatro siglos justos, duran -te los cuales los segovianos debieron abastecerse de agua «co ndemasiada incomodidad» (21), y a esa época, por esta razón ,podría atribuirse, quizá, el nacimiento de la leyenda del dia-blo. Pero siendo príncipe Enrique IV, promulgó varias orde-nanzas para el «guiamiento del agua» y recomposición de lacacera que lo llevaba hasta la ciudad, y con ellas planteó, pordecirlo así, el problema de la restauración del Acueducto, qu efue resuelto bajo el reinado de Isabel la Católica, reina qu eencomendó la obra a Fray Pedro de Mesa, prior del conventojerónimo del Parral, quien hizo y administró con justicia yabsoluta honradez el pingüe producto del repartimiento degastos hecho entre los segovianos . La labor técnica de la repa-ración corrió a cargo de Fray Juan de Escobedo, también frailejerónimo de aquel monasterio, quien siguió el modelo arqui-tectónico del Acueducto . De este modo, él fue el primero queconstruyó con arreglo a los nuevos cánones clásicos, ya que—como dice Somorrostro— «un si glo antes que Juan Bautistade Toledo y Herrera asombrasen al mundo con su gran obr ade El Escorial, abandonó el estilo llamado gótico y siguió, enla parte que levantó del Acueducto, el greco-romano, superan -do el espectro que le presentaba la costumbre de edificar tod oa lo arábigo, oriental o gótico, que estaba en gran moda po raquel tiempo» . Así, «imitó cuanto pudo el estilo de la obr a

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primitiva», pues «sabía bien el arte de edificar como los anti-guos», a quienes no «cedía en esmero y actividad para la ejecu-ción». De este modo, «cuando todavía los griegos fugitivos deConstantinopla no habían derramado el buen gusto en Europa ,ya contaba la nación española, a la par de los sabios Marqué sde Víllena y Alfonso de Madrigal, conocido con el nombre deel Tostado, un ilustre arquitecto; y en la corte de aquel rey ,digno de mejor suerte, el desgraciado Enrique IV, se veía pro -pagado el estudio de las matemáticas hasta en los claustros ,en las que tanto se aventajó nuestro joven arquitecto, estu-diándolas y recomendándolas con su ejemplo, como que sonla sólida base sobre la que se debe colocar el majestuoso edi-ficio de la sencilla arquitectura» (22).

Las obras restauradoras se comenzaron en 1484 y termina -ron cinco años después . Desde entonces, el Ayuntamiento de l aciudad se ocupó de la seguridad del monumento, y así, en lasesión municipal del 7 de junio de 1768, se encargó a don Juande Ucieda y Dueñas, «Comisario del Puente», que ordenara «s easeguren unas piedras que de él se hallan fuera del centro, yrepare lo que sea preciso para evitar cualquier ruina» (23) . De lmismo modo, el 27 de agosto de dicho año se acordó encargara Ucieda que se compusieran «la cerbatana del Puente por don -de se comunica el agua del Convento de San Francisco, po rhaberse rompido» y «la cacera que guía el agua del Puentemayor respecto haberse descompuesto por varias partes co nel motivo de los nublados que [ha] habido en los próximo sdías pasados» . Siete meses después, el 8 de marzo de 1769, e lAyuntamiento acordó, a propuesta de Ucieda, hacer «los repa-ros que necesite el Puente mayor» para evitar los perjuicio sque, de lo contrario, pudieran originarse, y así lo ratificó e lpropio Municipio, en 7 de abril de 1770, para hacer «vario sreparos por diferentes partes que revertía el agua» en la granPuente (24) .

Pero el Acueducto no dejó nunca de proporcionar preocu-paciones y solicitar la atención de Segovia y sus autoridade smunicipales . Así, el 14 de mayo de 1771, el maestro fontaner o

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SEGOVIA Y SU ACUEDUCTO

del Ayuntamiento, Miguel Fraile, presentó memorial y memo-ria, en que solicitaba se le pagasen quinientos sesenta reales yveintidós maravedís, importe de «embetunar las tres Casas de lAgua principales y las juntas del Puente mayor que conduce lo saguas para el abasto y consumo» de la ciudad (25) . Menos d eocho meses después, el 25 de enero de 1772, el mismo maestr ofontanero presentó memorial, en el que decía que, por orde nde don Joaquín de Porres, comisario del Puente, había recono-cido las juntos de éste, «por extravenarse las aguas a varia sposesiones que están debajo del referido Puente Mayor, en elque se halla un trozo de embetunado de ciento cincuenta pie sde línea, y componer las puertas y poner dos cerraduras nue-vas y dos barras de hierro, para que, por este medio, no puedatransitar persona alguna sino el dicho fontanero y un criado,cuyo coste ascenderá a cuatrocientos setenta reales» . Ante ta lexposición, el Ayuntamiento acordó, tras oír a Porres y a losProcuradores Síndicos del Común, componer solamente, »po rahora, lo preciso y lo correspondiente a etún para las jun -tas» (26) .

El 18 de noviembre de 1777, Miguel Fraile, que seguía sien -do maestro fontanero de la ciudad, hizo obras en el Acueduc-to, en la parte inmediata al postigo de Nuestra Señora delConsuelo y levantó varios «recalzos» en dicho Puente . Pordichas obras pidió el maestro fontanero se le pagasen ciento-ochenta y seis reales, lo que acordó así el municipio, cargand ola cuenta a la Junta de Propios (27) . Casi tres años después, e l7 de noviembre de 1780, la ciudad, a la vista de lo informadopor don Félix Antonio Menéndez Junguito (sic) sobre «vario sreparos de que tiene necesidad el Puente Mayor», acordó l oexaminara Benito Balcayo, vecino de Segovia, «persona inteli-gente y de la satisfacción de la Ciudad», quien debería eleva ra ésta memoria sobre las reparaciones necesarias y su cos -te (28) .

Pero el problema más grave del Acueducto procedía de lascasas construidas entre sus arcos y apoyadas en los pilare sde la gran puente . Ello movió al marqués de Quintanar a en-

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JAIME DELGAD O

Inst . «Diego de Colmenares». Tirada aparte de Estudios Segovianos,1953, p. 11 .

(7) En COLMENARES, ob . y ed. cit ., I, p . 41 .

(8) Ob. cit ., 1, pp . 31-33 .

(9) En COLMENARES, ob. y ed. cit., 1, pp . 36-37 .(10) COLMENARES, ob. cit., 1, pp . 60-64 y 75-76, donde reproduce la

lápida, cuya reconstrucción da en lámina fuera del texto .(11) En las citadas obras de Colmenares y Somorrostro puede ver-

se la relación completa de tales restos y monedas .

(12) Véase SOMORROSTRO, ob. cit ., pp . XII y XIII .

(13) SOMORROSTRO, ob. cit ., pp . 2-3 .(14) SOMORROSTRO, ob . cit., pp . 7 y 40 .(15) Apud SOMORROSTRO, ob. cit ., p . 11 .(16) Véase la obra de SOMORROSTRO, cap . III completo .(17) Ob. cit ., cap . IV, especialmente pp. 57-62 .(18) COLMENARES, ob. cit., 1, p . 323 .(19) FRANCISCO DE P . RODRÍGUEZ MARTÍN , La piedra en pie. Libro

poético inédito, cuya lectura agradezco al autor.(20) R . MENÉNDEZ PIDAL, España y su Historia, Madrid, Edic . Mino-

tauro, 1957, I, pp . 133-163 .(21) SOMORROSTRO, ob . cit ., pp . 64-67 .(22) Ibíd., pp . 71-72 .(23) Acuerdos de la Ciudad, 1768-1769, Arch. Municipal, Libro 1 .096.(24) Ibíd., loc . cit., libros 1 .096 y 1 .099 .(25) Ibíd., loc . cit ., libro . 1 .099 .(26) Ibíd., loc. cit ., libro 1 .100.(27) Ibíd., loc. cit ., libro 1 .104.(28) Ibíd., loc. cit ., libro 1 .109 .(29) Actas de la Sociedad, IV, Arch. Municipal, 538, fol . 1002.(30) Ibíd., loc . cit ., fol . 1005v .(31) BOSARTE, Viaje artístico a varios pueblos de España, 1, 24 (apud

SOMORROSTRO , ob. cit., p . 74) .(32) JosÉ CAMÓN AZNAR, «El agua sobre la piedra» (en ABC, 18 -

1V-1974) .

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