Jesús Cura a Un Hombre Con VIH

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Samuel Lagunas Cerda Hermenéutica narrativa Tarea 3 Jesús cura a un hombre con VIH (Lc. 13, 10-17). Le dije una y otra vez que no, que para qué nos hacía sufrir más de lo que ya habíamos sufrido. Manuel llevaba dos años con SIDA, ya casi no le crecía el pelo y cada día estaba más débil. Algunas mañanas teníamos que llevarle el desayuno hasta su cama. No obstante, se empeñaba en vivir. Y eso mamá y yo se lo agradecíamos. Yo porque era mi hermano y a pesar de todo lo quería. Pero también nosotros la habíamos pasado mal desde que supimos su enfermedad. A mí dejaron de llamarme Luis para decirme, en el mejor de los casos, “el hermano del sidoso”. También a mamá le hablaban con insultos y leperadas. Fue por eso que nos mudamos a otra ciudad, para empezar de nuevo. Llevábamos una semana y los vecinos nos trataron amablemente, incluso nos invitaron a sus reuniones del domingo. Mamá y yo nos alegramos, sería una buena oportunidad para encontrar nuevos amigos. Manuel nos escuchó y se amachó a acompañarnos. Pero ese día, mamá y yo decidimos no levantarlo ni ayudarle con el desayuno ni con la regadera. Si quería ir, tendría que llegar solo. Lo hizo en medio de la reunión. No fuimos nosotros los que nos percatamos de su presencia sino Jesús, quien pidió que dejáramos pasar al joven recién llegado. Su aspecto era inconfundible, su piel pálida, las manchas en su tez. Lucía muy agotado. Sin que nadie lo ayudara, caminó en medio de las personas mientras mamá y yo nos poníamos colorados de la

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Tarea 3

Jesús cura a un hombre con VIH (Lc. 13, 10-17).

Le dije una y otra vez que no, que para qué nos hacía sufrir más de lo que ya habíamos

sufrido. Manuel llevaba dos años con SIDA, ya casi no le crecía el pelo y cada día estaba

más débil. Algunas mañanas teníamos que llevarle el desayuno hasta su cama. No obstante,

se empeñaba en vivir. Y eso mamá y yo se lo agradecíamos. Yo porque era mi hermano y a

pesar de todo lo quería. Pero también nosotros la habíamos pasado mal desde que supimos

su enfermedad. A mí dejaron de llamarme Luis para decirme, en el mejor de los casos, “el

hermano del sidoso”. También a mamá le hablaban con insultos y leperadas. Fue por eso

que nos mudamos a otra ciudad, para empezar de nuevo. Llevábamos una semana y los

vecinos nos trataron amablemente, incluso nos invitaron a sus reuniones del domingo.

Mamá y yo nos alegramos, sería una buena oportunidad para encontrar nuevos amigos.

Manuel nos escuchó y se amachó a acompañarnos. Pero ese día, mamá y yo decidimos no

levantarlo ni ayudarle con el desayuno ni con la regadera. Si quería ir, tendría que llegar

solo.

Lo hizo en medio de la reunión. No fuimos nosotros los que nos percatamos de su

presencia sino Jesús, quien pidió que dejáramos pasar al joven recién llegado. Su aspecto

era inconfundible, su piel pálida, las manchas en su tez. Lucía muy agotado. Sin que nadie

lo ayudara, caminó en medio de las personas mientras mamá y yo nos poníamos colorados

de la vergüenza, escuchando los murmullos que se levantaban a nuestras espaldas. Manuel

nos estaba echando a perder la vida de nuevo. Pero la actitud de Jesús no dejaba de

inquietarnos. Seguramente, al exhibir a mi hermano en público, todos se burlarían de

nosotros. Jesús completó el camino que Manuel ya no pudo terminar. Lo tomó de las

manos, lo miró al rostro, lo abrazó y lo besó en la mejilla. Quién sabe qué se dijeron. La

gente siguió murmurando y no faltaron los que se apartaron de la reunión y volvieron a sus

casas. No obstante, Jesús era diferente y esa diferencia comenzó a contagiarse al resto de

nosotros, incluso a mí, que empezaba a ver con ojos nuevo a mi hermano. Esa mañana

Jesús terminó sus palabras sin despegarse de Manuel, lo tomaba constantemente de la

mano, le hablaba de frente. También lo puso como ejemplo de lo que significaba ser

alguien comprometido con Dios y con su Reino. Al final, mamá y yo nos dirigimos a donde

estaban mi hermano y Jesús. Sin habérselo dicho, él nos presentó como su familia. A

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diferencia de otras ocasiones y de lo que hubiéramos esperado, las personas reaccionaron

con amor y alegría. Lo mismo hicieron nuestros vecinos. Volvimos los tres juntos a casa.

Desde esa misma tarde, Manuel comenzó a sanar y su enfermedad fue desapareciendo. Un

mes después, acompañamos a Manuel con el médico quien le notificó su perfecto estado de

salud.