JIMÉNEZ DE ASÚA- VIAJE A BRASIL

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    LUIS JIMNEZ DE ASA

    IMPRESIONES DE UN CONFERENCIANTE,SEGUIDAS DE UN ESTUDIO SOBRE EL

    DERECHO PENr\L BRASILEO

    MADRID.. EDITORIALREUS, S. A.tJZq

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    Talleres tipo de la sociedad an6nima. EDITORIAL REUSoRonda de Atocha, 15 duplicado, MADRID (2749)

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    ,PROLOGOEn este mes se cumple el aniversario de

    mi partida para el Brasil, lograda no sin es-fuerzo. El Gobierno espaol puso empeosuperlativo en entorpecer mi marcha, apro-vechando un trmite de pura frmula quela Direccin de Seguridad exige, a mi jui-cio ilegalmente, a los Profesores que se au-sentan al extranjero. Bien est que los fun-cionarios pblicos, cuyo deber de residen-cia es ininterrumpido, presenten a los em-pleados expedidores del pasaporte el opor-tuno permiso del jefe del establecimiento;pero no se olvide que el deber de residen-cia de los Catedrticos se interrumpe alllegar las vacaciones. El arto 27 del Regla-mento de las Universidades de 22 de rvravo

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    0- vm-de 1859, dice terminantemente: Durantelas vacaciones, conc1udos que sean los ex-menes y dems ejercicios literarios, podrnlos Catedrticos ausentarse de la pobla-cin donde residan, participando al Rec-tor por medio de oficio el punto a dondev a y a n : ~ .Intent hacer uso de esta facultad queme otorgan las leyes vigentes y quise par-tir para el Blasil sin licencia alguna, pen-sando regresar con tiempo suficiente parala prctica de los exmenes e x ~ r a o r d i n a rios. La Direccin general de Seguridadnegse a expedirme pasaporte sin permisodel Rector. El l a de Junio reclam por ofi-do de la autoridad acadmica la expresadalicencia que de ordinario se concede a losProfesores sin dilaciones ni titubeos, comoacababa por entonces de otorgarse a varioscolegas mos e incluso al Decano de la Fa-cultad de Derecho.Larga fu la pugna. El Ministro deseaba

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    que el Rector, haciendo menesteres poli-cacos, me negase la autorizacin indispen-sable; pero el caso era harto delicado, puesto que los Rectores slo pueden denegaresos permisos por motivos netamente uni-versitarios y mi conducta acadmica espulqurrima. Intervino la Facultad de Derecho ante el Rector y el Ministro, expresando su esperanza de que no se pondrantrabas a un compaero invitado por el Brasil para ejecutar una misin cientfica. Lapostura del Gobierno era difcil en extremoy tuvo que abandonarla, permitiendo alRector que autorizase mi partida.

    Pero no acabaron con ello los incidentes.La invitacin brasilea se hizo, de consuno,por la Universidad y por el Gobierno. Eltelegrama enviado por Vctor M. Martua,Ministro del Per en Ro de Janeiro, quefu. intermediario entre las autoridades gubernativas y yo, deca as textualmente:"Decidida visita. Gobierno resolvi indem-

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    nizar Conferencias". Pues bien; el mismoda que desembarqu en el muelle cariocame contaron, en secreto primero, y pblicamente despus, un episodio extrao. ElMinistro de Estado espaol-que ya lo eraentonces el General-Presidente - reclamcontra el Gobierno brasileo, estimandosigno de mala amistad que se invitase a unadversario de su poltica. Parece ser que seme presentaba adems como un propagandista de las ideas soviticas, segn han di-cho luego los diarios de Ro.

    Esta ltima imputacin era grotesca;pero acaso el Gobierno brasileo di cr-'dito a semejante patraa sin cuidarse mucho de comprobar su veracidad o su falsa.De esta situacin que me crearon los gobernantes espaoles, surgieron numerosasancdotas y raros episodios que un espaolcontempla sien1pre sin perder la s o n r i s a ~Tuve poco o ningn trato con los elementos oficiales del Brasil, pero en cambio soy

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    [t

    - X.J : -

    deudor de atenciones finsimas a la intelectualidad carioca. La Facultad de Derechome nombr Profesor honorario y el "Instituto de Abogados" concedime tambin elttulo de Miembro de honor.

    A mi regreso a Espaa fu entrevistadopor mis amigos de La Gaceta Lzieraria ypor los redactores de El Heraldo de Ma-drzd. Las intervis, por su forzado esquematismo, contenan juicios demasiado sintticos, y, como yo no me preocup de controlar esos reportajes, no estaban exentosde errores. A mi noticia ha Uegdo quemis opiniones causaron disgusto en el Brasil y no falt quien se dirigiese a La GacetaLiteraria rectificando algunos de mis asertos. Con el designio de exponer con msreposo y con la responsabilidad de mi firmamis impresiones de viaje, compuse una serie de artculos que public La Libertad.Algunos de esos trabajos tampoco agradaron a los brasileos.

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    - XlI-

    Este libro se redacta a base de mis cola-boraciones del diario aludido, con adita-mentos importantes y con la debida docu-mentacin. En numerosos pasajes me heservido de la ancdota y de la ms suaveirona; en otros destaca el tono apologtico.No pretendo que ll1is juicios sean acatadossin rplica, pero s afirmo que este es elBrasil visto por m. La obra presente dis-placer a los que slo quisieran escucharloas descomunales. lVIucho me temo quelos brasileos hiperestsicos y nacionalis-tas se enojen conmigo; pero en cambio es-pero que los ms inteligentes aprecien mIsinceridad y hasta juzguen benvola micrtica.

    Por otra parte, los espritus imparcialeshabrn de agradecerme que difunda en lavieja y refinada Europa el Derecho penalbrasileo, expuesto en la ltima parte deeste libro con objetividad cuidadosa.

    Todas las pginas de esta obra estn tan

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    - XIll -serenamente escritas, que ni aun la preocupacin del juicio que merezcan en el Brasilha gravitado un solo instante sobre ~ estilogrfica.

    LUIS ]IMNEZ DE ASA.

    San Rafael, a 9 de Julio de r928.

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    L-,que en verdad posee magnficos transatlnticos,como el GiuIio Cesare, y que acaba de cons-truir una de las naves ms suntuosas que transitan por el Ocano: el Augustus>. La observa-cin del amigo va guiada por el designio de con-servar el prestigio martimo italiano, que peligrafracasar en el nimo de los viajeros del Re Vit.torio.

    Es tal mi urgencia de partir para el Brasil queno escucho el aviso amistoso. Slo me cuido deprocurarme un camarote individual con el fin desoslayar molestas compaas.-L a respuesta de Barcelona no ha sido favo-

    rable-me dicen en Madrid los' agentes de laCasa-o No podemos expedirle en este instante

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    el acomodo que desea. Pero es lo mismo o acasomejor. Como el buque no es de primer orden ircon poco pasaje y, por menos precio, viajar usted solo en un camarote de dos personas. En todocaso, a bordo podr cambiar su cabina por otraindividual, sin ms que el abono de la diferenciade costo.

    Me resigno a la eventualidad de viajar con desconocidos, en la ntima convivencia a que fuerzala angostura de un camarote de buque.

    El transatlntico.Cuando en el puerto de Barcelona contempl

    el buque que me haba de conducir a Ro de Ja-neiro, comprend las palabras de quienes pretendan disuadirme. El vapor es pequeo, de feocorte y no extremadamente pulcro. Despus, almorar en su seno forzadamente durante catOrcedas, pude ratificar mi primer juicio: partculas depolvo cubran el camarote y la limpieza no consuma el tiempo de la servidumbre martima.

    Las cabinas son estrechas y nada modernas.En el mobiliario se aprecian los deterioros de losdas que pasan y el nico saln social es pococonfortable. El comedor, en la parte alta de la cubierta-al revs que en los vapores ingleses-,ofreca poco atractivo, con sus mesas demasiado

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    grandes, que privan de la ilusin de hotel brinda-da por los transatlnticos modernos. La comidadejaba mucho que desear por su monotona y elabuso de fiambres. En cambio, el precio estaba ala altura de los grandes navos. Por navegar eneste buquecito, que no llega a las 10.000 toneladas, pagu lo mismo que si me hubiese embarcadoen el Alcntara, botado hace poco por la MalaReal Inglesa.

    Esperemos que el estreno de los suntuosos vapares italianos, ahora construdos, anime a la Comopaa a retirar esos vetustos barquitos que le danmala fama.

    En el instante de embarcar solicit del Comisario un camarote individual. Mi sorpresa fu mayscula al escuchar la negativa, apoyada en unamaterial imposibilidad: el buque iba lleno. En elalmuerzo, al ver en el comedor la mitad de lasgrandes mesas cubiertas por el obscuro tapete,comprob que no era cierta la plenitud de la pri-mera clase. Reclam de nuevo, y supe entoncesque en Gnova penetraron elementos secundariosde una Compaa de pera. Lo exiguo del trans-atlntico no permiti acomodar a todos en segunda clase) y se les hizo hueco en primera; mascomo el patriotismo impele a tratar a los cona-cionales con mximo favor, no slo se les mejorla clase, sino que se les dieron los ms conforta-bles camarotes. L o p . v t r ~ n ; p r " " " ~ .. - .. 1.

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    mas en Espaa tuvimos que contentarnos con lascabinas restantes, y aguantar de maana los variadsimos ruidos que producan los filarmnicospasajeros. El cantante probaba su voz y los msicos ensayaban sus instrumentos. Haba un clarinete infatigable que nos puso a los espaoles alborde del Cdigo penal.

    El compaero demente yel camarote inhabitable.

    Era intil reclamar contra el engao de que fuvctima. Me resign a convivir con un desconocido y slo deseaba que no fuese muy molesto. Elazar colm mis aspiraciones en rotundo viceversa.Cuando llegu a la puerta de mi cabina con elporteador del equipaje, un hombre enjuto y viejo,renqueante y despeinado, me impidi la entradacon su cuerpo. Gesticul iracundo profiriendo palabras ininteligibles y cerr con violentsimo ademn. Fu en busca del Comisario y le cont taninslito acaecimiento. Entre el encargado de loscamarotes y el camarero lograron convencer alterco ocupante de que estaba obligado a campar.tir su albergue con otro morador, y tras de dilata-dsima polmica cedi de mala gana, no sin haberexhibido mltiples veces un gran cartn en el quehaba escrito su derecho a ir solo, puesto que ha-

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    - -5 -ba pagado uha suma elevadsima por su billete.

    Penetr en el cuarto ocupado por aquel extrao personaje y pude observarle detenidamente.Cojeaba de la pierna derecha y su lenguaje estabatrastornado por la lesin cerebral que padeca.Sobre la cama de mi transitoria posesin, y quehasta entonces estuvo vacante, se exponan nume-rosas acuarelas de tipo esquizoide compuestas pormi compaero de alojamiento. U no de los vasospara el lavado de los dientes estaba mediado deun agua coloreada, denunciadora del destino pic-trico que hasta entonces recibi. Aquel hombreera un demente y su enfermedad le haca pocoatractivo para encerrarse con l en la soledad deuna exigua cabina.

    La noche fu calurossima. Al retirarme adescansar, el pintor enajenado dorma ya. El camarote semejaba un horno. El ojo de bueyhermticamente cerrado y el ventilador en repo-so no aliviaban 10 pesado de aquella atmsfera.Puse en movimiento las aspas elctricas y meacost. A los pocos instantes, sin hablar palabra,el viejo impertinente, que conservaba puestos suscalcetines, par el ventilador.

    Imposible dormir con semejante temperatura!Me revolva en el lecho sudoroso e inquieto, cuan-do h acia las tres de la madrugada el pintor loco,sentado en la cama, comenz a hablarme en unidioma incomprensible, del que slo llegaban a

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    percibirse algunas palabras italianas. Luego recurri al francs con igual xito negativo. La lesincerebral que afectaba, sin duda, al lenguaje, hacaininteligibles sus conversaciones. Entonces encendi la luz, y provisto de un gran mazo de hojasde papel, comenz a escribir. Aguard. Pas unahora, dos..., amaneca y el sueo me rindi, mien-tras el husped demente continuaba escribiendo.

    Me despert tarde. El lecho contiguo se halla-ba vaco y sobre las ropas estaban los folios) dosde ellos cubiertos de una escritura desigual, enitaliano, y regular francs, en que por cuatro ve-ces se repetan estas frases: Mi hermano, arquitecto famoso en Buenos Aires, encargado de construir el Palacio de la Navegacin General Italia-na, posee una gran fortuna. Ha pagado por mla cantidad de 3 .000 liras por un camarote conbao en el Mafalda; no pude partir en ese vaporpor causa del pasaporte, que ahora est difcil enItalia, y por eso vengo en el Re Vittoriol perotengo derecho a una cabina para m slo.

    Con el documento acreditativo de su enajena.cin mental, me person ante el Comisario, reclamando el derecho a una vecindad pacfica y cuerda, que no me impidiese reposar por las noches.

    Se me traslad a un camarote en que ya mora-ban otros dos pasajeros: un joven italiano de dis-tinguida familia y gustos aristocrticos que marchaba a remediar su ruina econmica en las pr6-

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    vidas tierras argentinas; y otro mozo argentino,de origen italiano, fabricante de ~ v e r m o u t h s ,patatero y poco comedido en sus expresiones.No eran molestGs personalmente. Pero en el ca-marote reinaba un desorden inaudito. Las ropascolmaban los barrotes de las camas y los respal-dos de las sillas. Las dos angostsimas mesas des-aparecan bajo el imponente arsenal de cuellos,pauelos, tiles de aseo, etc. Era trgica la bs-queda del calzador o del peine. En aquel camaro-te inhabitable tuve que morar trece largos das.

    Tierra!!El da 29 de Julio se perfil la tierra brasilea.

    Lentamente el buque penetra en la baha de Rode Janeiro, la ms bella del mundo. La he con-templado de noche, ornada de su collar de perlasluminosas, y con la luz del da. Son dos aspectosde la misma hermosura de ensueo.Al fin iba a abandonar el barquito incmodo ylos huspedes poco gratos. Ante el esplendor deRo me sent penetrado de una bondadosa con-descendencia, y cuando el matre d'hotel me pre-sent un libro para que consignase mis impresio-nes de pasajero, creo que llegu hasta al ditiram-bo al enjuiciar la vetusta navecita que me dejabaen las maravillosas costas del Brasil.

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    H.-RO DE JANEIRO

    La ciudad de la luz.En la noche comienzan a destacar las luces y

    de pronto una larga fila de perlas luminosas seprende sobre el mar. Son las Avenidas que bordean las aguas del Atlntico, y, ms en el centro,la Baha de Botafogo. A babor se desgranan lucesms pequeas y distantes, que trepan hacia la al-tura. Ro de Janeiro aparece quebrando las tinie-blas nocturnas, como la ciudad que-mejor quePars-puede recibir el ttulo de luminosa. Abordo del transatlntico, el pasaje-esa abigarraday desigual poblacin de los buques-contempladesde el puente y desde proa, como, a imagen delcielo, la tierra se ha tachonado de estrellas. Lalarga cadena de luces, tan iguales y redondas, hasido denominada el collar de perlas. Vira bruscamente el vapor hacia la derecha y fondea, casisin ruido, para esperar el da y atracar.

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    La capital del Brasi l.Ro de Janeiro es una de las ms hermosas ciu

    dades del mu?-do. Emerge de la Baha de Guanabara y se halla circundada por montaas de verdeincomparable: el Pan de Azcar-donde se subepor un transbordador colgado sobre el valle-elCorcovado y la Sierra de la Tijuca, de dignaperegrinacin para el turista.

    El Distrito Federal comprende la ciudad de Ro,con todos sus barrios, distritos y arrabales, quemide 1. 1 17 kilmetros cuadrados con 1.200.000habitantes. Industrialmente su importancia es considerable; las fbricas de tejidos, cigarros y cigarrillos, calzados, sombreros, muebles, perfumera,etctera, son muy numerosas. La pesca, que daocupacin a 10.000 personas, es una de las industrias que produce mejor rendimiento.El comercio de Ro es activo y se salla en pro

    gresin creciente. Las inmensas riquezas del Brasil salen al mundo por las puertas de Ro y deSantos, principalmente. Este ltimo, sobre todo,es el centro ms significativo del comercio delcaf, por donde se exporta el de la regin de SanPaulo.Para el viajero transeunte ofrece Ro de Janeiro

    ms que su belleza arquitectnica, la sorprendentemaravilla de su hermosura natural. El hijo de la

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    - le-vieja Europa siente la ms superlativa admiracinante su extraa flora, ante sus rboles magnficos,ante sus palmeras altsimas, que se elevan rectasy derechas hacia el cielo.

    Un paseo por Ro.Las dos primeras veces que he visitado la ciu

    dad de Ro, ha sido en fugaces paseos de pasajeroapresurado. La primera a mediados de Septiem-bre, cuando alboreaba la primavera austral, a miregreso de la Argentina, a bordo del vapor inglsAlmanzora; la segunda en los comienzos del in.vierno brasileo, con una temperatura tan suavecomo la de los mejores meses de Abril y Mayode nuestras tierras. Sin embargo, afirmaban losmoradores de Ro, que haca cuarenta aos que. o se haban notado das tan fros como los de'ntonces.

    Atraves en automvil la gran ciudad, sembra-da de lujosos edificios y de tiendas bien surtidas.Por sus aceras anchas y cuidadas caminaban lostranseuntes en abigarrada mezcla de las dos razasque se reparten la poblaci6n brasilea, la negra yla blanca. Ms interesado por los paisajes que porla ciudad propiamente dicha, salimos a las playassorprendentes donde algunos baistas nadabanpr6ximos a la orilla o tomaban el sol tendidos so-

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    - 1 t ~bre la arena, sin cuidarse de la brisa deliciosa queobligaba al chauffeur que me conduca a ceirsela bufanda en torno a su cuello.

    Siempre al margen de las aguas recorr primero la Avenida de Beiramar y tras del paso de untnel, bordeamos otra bellsima Avenida dondese halla la playa de Copacabana, con\un hotel suntuoso que recibe ese nombre. Todas estas orillasdel mar estn sembradas de innumerables Villas,Chalets y Palacetes, de estilos variadsimos. Si semira cada una de estas construcciones, sera muydiscutible la belleza de estos edificios, de rebuscado estilo, excesivamente recargados. Aislada-mente sus torres, sus piedras de colores, sus arcosretorcidos, se hallan muy lejos de la esttica. Peroen conjunto; contemplados al raudo pasar del au-tomvil, en el arco que la playa forma y sobre lalujuriante decoracin de verdes montaas, estascasitas polcromas armonizan de tal modo con elambiente, que el viajero pasea la vista en tornocomplacido y absorto. Con la imaginacin hetransmutado estas Villas alegres y absurdas, ennuestras sobrias casas castellanas y nuestros sencillos Chalets vascos, y estoy cierto de que en estepaisaje tropical los severos estilos espaoles rom-peran la armnica belleza del conjunto.

    Cuando ahora arrib a las c ~ s t a s brasileas, conservaba vivo el recuerdo de aquel paseo por Ro.Con afn propicio deseaba ratificar mis provisio-

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    nales juicios laudatorios. Durante mes y medio hecontemplado esta ciudad maravillosa, en que seaparejan en sorprendente hermosura, la baha, lamontaa y el casero. He observado con ademnbenvolamente crtico. Del miraje fsico e intelec-tual han surgido estas notas.

    Por la ndole del tema, esta par te de mi ensayoviajro ha de ser primordialmente informativa.Pero est en mi designio no escribir una gua delturista. El lector no hallar en mis prrafos un ca-tlogo completo de calles, edificios pblicos, par-ques y teatros. Los folletos que editan los gran-des hoteles cumplen este menester subalterno,que yo desdeo ahora.

    Los relatos de viajes interesan por 10 que des-cubren del espritu del narrador, ms que por lafidelidad de las descripciones. Pasados los captu-los panormicos me cuidar ms del comento quede la informacin.

    Historia de Ro de J snelro.La ciudad de Ro [undse por Estacio de S en

    1567. Iba en misin blica, por encargo del Go-bierno portugus, con el objetivo de expulsar a losintrusos aventureros que ocupaban la baha desde1555. En uno de esos combates Estacio de Sperdi la vida, no sin echar las bases de la capital

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    brasilea. La antigua corte del Imperio del Brasilru insalubre en grado superlativo; y hasta la proclamacin de la Repblica, el 15 de Noviembrede 1889, la permanencia en su recinto distabamucho de ser agradable. Bajo el mando del Presidente Rodrigues Alves empiezan los trabajos demejoramiento, y el Prefecto de la poca, Francis-co Pereira Passos; as como el gran sabio brasileoOswaldo Cruz, logran dotar a Ro del aspecto degran urbe que ahora posee.

    Pero la p r ~ n c i p a l seduccin de esta ciudad sinpar no le ha sido procurada por urbanista alguno. Es la Naturaleza, con su fantasa lujuriaJ;].te, laque ha donado a Ro su magia incomparable.

    Las canes y los barrios.La Avenida de Ro Branco es la calle central

    que atraviesa la ciudad de Norte a Sur, poniendoen comunicacin con el puerto sus centros msvitales. El ms cuidadoso esmero se percibe enlos detalles ms nimios y sus aceras estn incrus-tadas de mosaicos de color, de gusto un tanto llamativo. La gran Avenida, que tiene una extensinde 1.800 metros, exhibe edificios suntuosos, entrelos que descuellan el Palace Hotel y el Teatro Municipal, de recargado lujo.

    La calle ms dotada de tradiciones es la Rua

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    - 1 4 -Ouvidol, trazada en el siglo XVI y que fu la msimportante hasta los primeros aos de la Rep-blica. Por su angosta calzada pasea la gente al atar-decer, en horas en que se interrumpe la circula-cin rodada, como en la calle de Florida, de Buenos Aires. Lo mismo que en la capital argentina,me asombr en Ro esta moda inexplicable, quelleva a las gentes a transitar por vas estrechas en.vez de elegir para sus mundanos esparcimientosotros lugares ms espaciosos y de panorama mssugestivo.

    El barrio ms aristocrtico de Ro de Janeiro esel de Botafogo, que ocupa la vertiente Sur delCorcovado, entre esta montaa y la ensenadade aquel mismo nombre. Saliendo del centro dela ciudad y antes de llegar a Botafogo se extiende el barrio del Cattete, donde se encuentra elPalacio del Gobierno.

    Cuando se mora en Ro por algn tiempo, pa-sada la impresin primera, se perciben defectosurbanos que los cariocas procuran corregir conimpaciencia. Al llegar de los barrios altos en tran-va, el vehculo elctrico se para en un cerro enclavado casi en plena ciudad. Es preciso descender por inseguras escaleras de madera y entre tie-rra removida. Pero lo curioso es que el parajecasi alpino no se halla a gran distancia de la ciudad engalanada de luces profusas y adornada deaceras de mosaico, sino que se encuentra a pocos

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    - 1 5 -pasos de la Avenida de Ro Branco. El transeuntetopa inmediatamente con los grandes edificios y loshoteles suntuarios, cuando an conserva en sus suelas el barro del cerrito en trance de demolicin.

    Las Avenidas.Las Avenidas de Beira Mar y Atlntica consti-

    tuyen uno de los mayores encantos de Ro. Laprimera, ornada de jardines, sigue el litoral desdela ciudad hasta la ensenada del barrio aristocrtica y tiene 5.000 metros de larga. Salpican su tra-zado playas de contorno gracioso, como las deRussel, Flamengo y Botafogo. Ms hacia el Sur dela Praia Vermelha se extiende la de Copacabana,donde se ha edificado un Hotel y un Casino degran lujo, que estn ahora muy en boga en todaSuramrica. El paseo martimo se prolonga en laAvenida Atlntica que muere en Leblon, dondelas faldas de los montes comienzan a empinarse.Cuando anochece, las Avenidas inmensas se cubren de luces de leve tonalidad lechosa prestadapor los globos que resguardan y decoran la ampo-lla elctrica. Si desde la eminente situacin del\

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    Ancdota policaca.

    La gran ciudad de Ro est atendida cuidado-samente por sus empleados municipales y polica-cos. La circulacin, no muy congestionada, se re-glamenta con acierto, y los servicios ciudadanosno ofrecen defectos de volumen visible. Acaso lapolica carioca peque de lentitud yen su designioasegurativo tal vez se exceda en celo custodio.Ser permitida una ancdota que trasuda irona?

    Regresaba de pasear una noche de esas de tipocarioca, serena y transparente , en compaa deun Abogado argentino, con quien ligu amistadcordialsima, cuando al trasponer la calzada, casifrente al Palace Hotel, donde tena mi albergue,omos gritos de estentoreidad tropical. Un com-pacto grupo rode en el acto a un automvil enmediano uso, del que hicieron descender por lafuerza al negro conductor, que agarraba el volan-te. Se trataba de un conocido aventurero, hartoaficionado a la propiedad ajena, que haba tenidoel mal propsito de robar el vehculo. El negroladrn se defenda con cierta comicidad de lasagresiones, y, al instante, los que pugnaban poratraparle le dejaron enteramente desnudo. Ungolpe ms certero le tendi desvanecido en ti

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    ',': ; ~

    - 11-de la Avenida. Eran las once de la noche y huboprecisin de variar la ruta de los carruajes, puesla masa compacta del gento no poda ser pacfi-camente hendida. Pasaron largos minutos, y extra-adsimo de que no se tomara providencia algunacon aquel infeliz que exhiba con descaro no im-putable sus obscuras carnes, interrogu a los msprximos curiosos. Se me dijo que se esperaba alcarro forte, que haba de conducir al arrestado.El paciente aguardar fu divertido por un estruen-doso petardo que algn transeunte bromista in-trodujo entre los espectadores del incidente. Losguardias y policas nada hicieron en procura deldinamitero de sainete, que caus terrible pnicoa muchos de los del corro , temerosos de que elnegro desvestido estuviera provisto de un arma,milagrosamente oculta hasta entonces en los re-pliegues de su desnudo. Al cabo de cerca de unahora el coche celular arrib imponente y herm-tico. Entre guardias y espontneos ayudantes fuencerrado el ladrn en la crcel semoviente. Elcarro forte) arranc entre clamorosas voces,partidas de su seno, que movan a risa ms quea piedad.

    El episodio me hizo meditar al trasponer lagran puerta del Palace, que las urbes de ms nue-va planta y de aspiraciones modernas, brindan aratos espectculos ms cmicos que los ofrecidospor ciudades modestas y vetustas.

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    IIL-EL CONTORNO DE ROLa ciudad se tiende en la costa) al amparo de

    las montaas perpetuamente verdecidas) y pene-tra) contorneal1do alturas, por las faldas de monotes de vegetacin intrincada y tropical. Los alre-dedores de Ro son de una magnificencia extica,que sobrecoge al europeo, cuya pupila no est ha-bituada a contemplar cotidianamente paisajes detan tierna hermosura.

    Durante mi estancia en el Brasil he recorridocon afn peregrino los ms clsicos lugares de ex-cursin: el Pan de Azcau) el Corcovado y laSierra de la Tijuca, que los cariocas muestrancon autntico orgullo.

    Un paseo por las afueras.Al trmino de las playas inmensas vira el co-

    che a la izquierda y sube ligero una cuesta suave.El camino se abre en medio de dos paredones deroca que destila frescos arroyos. El aire) al pasar)

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    nos trae sobre el rostro gotas de agua que manande la montaa. Plantas y rboles se entrecruzanen lo alto con eterno verdor. Se despeja el camino, y all abajo un vallecilIo con una casita ro-deada de flores como sangre, sujeta la pupila enadmirada fijeza. Sube el coche y el mar y las ori-llas, cubiertas de vegetacin, brindan la ms se-ductora perspectiva.

    A la izquierda del camino nos detiene un letre-ro grabado sobre la piedra: ((Viadueto del ReyAlberto. Por una escalera que se dispersa en va-rios tramos de distinta direccin, se baja a lasgrutas. Desde la sombra humedad de sus anchaspiedras se abarca la perspectiva soberbia delvalle, cuyos tonos verdes limitan con el verdeazulado del mar que, a su vez, confina con el puroazul del cielo, manchado por tres nubes blancas yuna, ms transparente y ligera, de leve tonalidadrosada.

    El tiempo ha corrido sin sentir. Es tarde. Des-ciende deprisa el automvil, acelera su marchaen el llano, bordea otra vez las Avenidas marinasy atraviesa el poblado.

    El Pan de Azcar.Es forzada ascenSlOn para el tur is ta , incluso

    para el que atraviesa la ciudad entre los ronoui

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    dos del motor de un automvil, urgido por lapartida del buque que le conduce a otras playasy que atrac horas fugaces al costado del muellebrasileo.

    O Pao de Assucan se yergue atrevido a laentrada de la baha, y su forma acusa el aciertoque se tuvo al bautizar la montaa. Su escalamiento sera empresa ardua; pero un ferrocarrilareo hace asequible la aventura a los menos provistos de condiciones alpinas. La estacin se hallaen la Praia Vermelha, y el viaje se verifica endos etapas. Desde el punto de partida, el vagn,suspendido de potentes cables de acero; se traslada a la montaa (Urca, de poco ms de 200 metros de altura. Y a desde esta eminencia se dominaun panorama sugestivo, que el curioso no se entretiene en descubrir, porque le acucia la impaciencia de ganar el cono superior. Otra vez el cochecito, pintado del color de la esperanza, se desliza reptante por los cables solidsimos en mspino escalamiento. Al cabo de unos minutos secorren las puertas del bamboleante artefacto y lasgentes que lo ocupan se hallan en el Pan deAzcan, a 400 metros sobre el mar de cambiantes tonalidades, que se instala inmenso en el contorno.

    El paisaje, superlativamente atractivo, tieneuna hora propicia: el atardecer. Los dos aspectosde la baha v de la ciudad-el diurno y el vesper-

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    - 21 -tino-brindan su belleza. Tras la muerte del sol,pasado el rpido crepsculo del trpico, las lucesdel poblado comienzan a encenderse, espaciadaslas prematuras, ms al comps las postreras. Depronto, a coro luminoso, se alumbran los focosde las Avenidas. Las aguas quedan bordeadas deluz. Ro de Janeiro se. ha puesto su collar deperlas fosforescentes, que los pasajeros de lasnaves transeuntes contemplan maravillados.

    El "Corcovado".El monte ms conspicuo que atalaya Ro, es el

    Corcovado, de 697 metros de altura. La cmoda ascensin en ferrocarril de cremallera es yapor s sola una fiesta de plantas y de rboles extraos. Palmas y palmeras de variadsimo pergeosorprenden al que slo tiene costumbre de contemplar la sobriedad de la flora europea. El trenfinaliza en el alto; pero an es preciso trepar porescaleras roqueas a la eminencia mxima. El daque yo emprend la excursin, el sol estaba velado. Esperbamos que alguna de las vertientes,limpia de nubes, nos permitiese otear el horizonte. Fu infausta nuestra suerte: la niebla, que slo aratos henda su espesor, nos impidi apercibir elpanorama, de esplndida hermosura a juicio de losconocedores. Aquella tarde no se levant el teln.

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    "Tijuca".

    La Sierra 'de la Tijuca, ornada de bosques esplndidos, es el ms bello retiro de la capital brasilea. El nombre, dulcemente pronunciado porla suavizacin de la jota, segn el habla portugue.sa, no desentona del paraje que designa. La ~ C a s catinha, a cuyo pie la industria de Un fotgrafoalemn ha buscado coyuntura, da fondo sugestivo, con las frescas cadas de sus aguas, a la vegetacin espesa y entrelazada de verdores de diversa cromtica. El viajero hace altos en la VistaChineza y en la (Mesa del Emperador, para recrear la pupila en la viviente cinta de la baha maravillosa.

    Si se quiere culminar el deleite, debe retornarsedesde Tijuca por la Gavea y entonces habremos hecho un viaje redondo por la serrana fluminense. La majestuosa Avenida Niemeer, tallada enla roca, sobre los mares, nos devuelve a la dudad.

    La excursin a Tij uca ha destacado de la dormida intimidad de mis recuerdos un gracioso engao de que fu vctima. Cuando visit Ro en lasurgidas horas de una escala de barco, el ao 1925,contrat un automvil para recorrer la villa. Cuando el coche finaba las avenidas marinas, me propuso el chauffeur el ascenso a la Tijuca.Acept,

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    - 23-condicionando el paseo a la necesidad de recobrar el buque antes de una hora. Hoy s que enese tiempo es imposible la excursin serrana yque por el camino que llevbamos acaso sera factible iniciar el paseo de la Gavea, pero jams elde

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    I V . - S A I ~ PAULO y SANTOS

    Ciudades y campos brasileos.

    Lamento cordialmente que mis faenas acadmicas me retuvieran en Ro y que la breve vigenciade mi permiso, remachada por la caducidad delpasaporte, no me permitiesen penetrar en el interior del Brasil. El rigorismo de un capitn, novicioen aquella lnea, me impidi incluso conocer al regreso las ciudades del Sur, frente a cuyos puertosse detuvo el buque que me condujo a Espaa brevsimas horas, en que no se permiti desembarcaral pasaje de trnsito. Baha y Pernambpco no sonpara m ms que nombres, detrs de los que slose yerguen representaciones imaginarias y sau-dades vagorosas.

    El Presidente del Estado del Amazonas me invit a remontar el gran ro hasta Manaos. Es acaso la excursin ms interesante y la ms superlativamente hermosa. Pero se emplean quince dascuando menos y mi urgencia en regresar a Espa-

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    - 2 5 -a me priv de esas emociones viajeras que espero vivir alguna vez.Adems de Ro de Janeiro, slo pude visitarSan Paulo, durante una semana, y Santos, dondepermanec reiteradamente algunas horas. De lacampia tropical brasilea lo nico que contemplfueron los alrededores de Ro y el camino de serra-na que une a San Paulo con Santos. Bien s queesos campos por m vistos estn muy lejos de caracterizar la tierra brasilea. An pervive la quejapor no haber podido maravillarme en sus selvasintrincadas y nicas. Me prometo desquitarmepronto.

    Mi cuaderno peregrino slo contiene breves notas de las fugaces permanencias en San Paulo yen Santos. Hlas aqu:

    San Paulo.Gran ciudad, rpidamente construda, que, vi

    niendo de Ro, cobra un aspecto ms europeo. Yconste que no adjetivo ahora con designio de superacin, sino ms bien con intenciones de subra-yar el mximo encanto de la capital brasilea quepara los hijos de la vieja Europa brinda sorpresasde paisaje que San Paulo no posee.

    La visit bajo das de lluvia pertinaz y con tem-peraturas que exigiron el abrigo, que en Ro p e r ~

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    26 -maneci guardado en el fondo del cofre. Pase r-pidamente sus calles y sus parques, y en mi re-cuerdo, algo borroso, se entremezclan la Pra

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    - 2 7 -~ ' Un hombn:Vpulcramente cubierto con bata

    blanca, tocado de ntido gorro y protegidas suspiernas por fuertes polainas de cuero, nos mues-tra la terrible clientela del potico jardn. Con unavara, provista de un gancho de hierro, extrae a lasculebras de sus chatos domicilios de piedra. Lasserpientes de cascabel, irritadsimas, hacen sonarlos crotales de sus colas con un ruido sordo yprecipitado de amenaza. Muchas se dirigen alagua que seala la zona limtrofe del paraje acotado y nadan por la superficie sin que su enojo seaplaque. El joven que nos gua est tan familiarizado con los ofidios ms temibles que no da importancia a sus ademanes ofensivos. Para mos-trarnos las armas venenosas de una serpiente decascabel, la toma por la cabeza y la abre la bocacon pericia tan segura que aleja toda eventualidadde accidente.

    Pasamos despus al edificio donde se exhibenpiezas representativas de lesiones en los hombres,oriundas de serpientes y araas, y de enfermedadades cutneas de repugnante aspecto. Muchosejemplares de batracios, reptiles y aracnidos, di-secados o flotantes en frascos llenos de lquidospreservativos, se alinean en las vitrinas. En cajasde cristal habitan algunos sapos vivos, cuya ofensiva es mortfera para el hombre, y araas gigan-tescas, negras y peludas, tan fuertes y voracesque se alimentan de pequeas culebras. Un?,. de

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    - 2 8 -las especie-s de arcnidos, y no la de aspecto msterrorfico, es tan venenosa que su ponzoa mataa un adulto en veinticuatro horas.

    No se piense que el Brasil ha construdo esteInstituto sin plural con fines curiosos y exhibicionistas. El propsito no puede ser ms laudable ylos resultados superan toda esperanza por ambi-ciosa que fuese. Era elevadsimo el nmero degentes que perecan en el Brasil vctimas de lasagresiones de esa fauna venenosa. El Instituto Butantan prepara sueros de especfica ndole o decarcter polivalente que han salvado numerosasvidas. El transeunte de las selvas, merced a lasampollas milagrosas, atraviesa los bosques sin losriesgos de antao.

    De San Palllo a Santos.Por ferrocarril el viajero atalaya desde las ven

    tanillas un paisaje de ensueo, perpetuamenteverde, prestigiado por palmeras variadsimas; peroes ms pintoresco seguir la ruta de automvil.

    La carretera es muy accidentada y la vertientede descenso es tan rpida que debe emplearsemxima precaucin para impedir accidentes degraves consecuencias. Los brasileos han sembra-do el camino de avisos en qu'e se previene el riesgo. Entre graves e irnicos repiten en grandes

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    letras, aupadas en carteles que bordean la pen-diente, esta leyenda presidida por una calaveraasentada sobre dos fmures cruzados:

    ~ C e m i t e r i o particular en baixo da serrapara automobil is tas imprudentes>.

    El excursionista sonre ante el primer letrero;al cuarto o quinto se pone grave; al dcimo supli-ca prudencia a su chauffeur.

    Desde un alto, casi ya junto a Santos, se divisala gran playa de la ciudad portea, de soberbiacurva, elegante y dil at ada.

    Santos, que es una ciudad comercial de primerorden, por donde el Brasil expide al mundo lasriquezas de sus cafetales, me pareci un pueblotriste, bajo la luz artificial escasa y plida. Bi en escierto que mis ojos estaban todava deslumbradospor la luminaria elctrica de Ro de Janeiro.

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    ,..V.-COSTUMBRES BRASILENASCon licencia ...

    Terminada la parte meramente descriptiva demi viaje al Brasil, el espectador asume una responsabilidad ms personal. La visin de ciudadesy paisajes se presta poco a ser deformada por lamente del viajero; pero cuando se penetra en elrelato de las costumbres y de la vida cultural yjurdica de los pueblos, el parecer del comenta-rista puede alejarse de la realidad y, sobre todo,del juicio que los nacionales del pas tengan formado de sus hbitos polticos y de sus grados decivilizacin.

    He sido husped de los brasileos durante mesy medio. Los grupos intelectuales me hicieronobjeto de atenciones superlativas; la Facultad deDerecho de Ro de Taneiro y el Instituto de Abo-gados me nombraron miembro honorario de susclaustros, y en esos cuarenta y cinco das tuveque desplegar actividades de ndole cientfica ysocial agotadoras. Las finezas, cordialmente agradecidas, no aminoran mi designio de imparciali-

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    dad; pero las limitaciones de tiempo y la necesidad de moverme en reas un poco clsicas y consagradas por la misin que me llev a las costasbrasileas, hacen, forzosamente, que mis observaciones sean por dems refutables, de ndole pro-visional y sujetas a revisin. He de hablar, portanto, del Brasil queyo he visto.

    Permitidme, seores brasileos, que explayemi criterio ntimo, y no os precipitis en demasaa enmendar supuestos yerros de mi parte. Hastam han llegado confusas noticias de que no fueronde vuestro agrado las parcas censuras, apenasperceptibles entre frases de gratitud y encomio,que dirig a la cultura jurdica de vuestro pueblo.Parece que me achacis adems inexacti tudes enel aprecio hecho de vuestra pintura y de vuestrapoesa. No olvidis que esas impresiones fueroncaptadas por periodistas en intervis concedidasa mi arribo a Espaa, que el reprter tiene facultades para transcribir lo odo con formas propiasque donen ms inters periodstico a la narracin,y que al escribir nombres escuchados de viva vozno se puede exigir un orden y una ortografa co-rrectos, sobre todo cuando, como ocurre en micaso, la sobra de quehaceres impide al interroga-do revisar las notas del periodista (1). Es frecuen ..

    (l) La il1tervi de El Heraldo de Madrid, hecha porJavie r Fernndez Mata, apareci bajo el ttulo de El

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    te en vuestra tierra escuchar: Calma en el Brasil. Queris hacer honor a vuestra frase, aguardando a leer lo que ahora escribo con la responsabilidad de mi firma al pie? Enojaros despus simis palabras son acreedoras a la indignacin.

    Civilizacin histrica.En algunos pases americanos de lengua espa-

    ola, que posean una cultura precolombiana apreciable-como Mxico, Per6, Bolivia-parece ini-ciarse un retorno al pasado. En mis viajes alPer6 he podido notar esa corriente, que en ciertos sectores intelectuales se ha hecho tan aguda,que valoran la civilizacin incaica con criterios deestimativa desmesurados. No faltan quienes desean hallar su fondo racial ms all de su ascendencia espaola y creen que el tipo de civiliza-cin caracterstico de su raza debe buscarse enlos primitivos habitantes de su suelo. Otros, mstemplados, se contentan con una alianza de lo in-caico y de lo colonial, en procura de un estilopropio. Los ensayos arquitectnicos que se hanBrasil tal como lo ha visto un Profesor espaol, el da 14de Octubre de 1927; la de La Gaceta Literaria, hechapor Francisco Ayala, se public con el ttulo de Ll1sRaids Literarios. Brasil. . ida y vuelta, el da 15 de Octubre de 1927.

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    - 33-hecho en tierra peruana son dignos de estima.

    Aunque en los inmensos territorios del interiordel Brasil sobrevive una enorme cantidad de po-blacin aborigen, los brasileos no pueden retor-nar sus ojos al pasado con los mismos afanes queMxico y el Per, porque el grado de civilizacinhistrica de sus primeros pobladores no alcanztan alto rango de desenvolvimiento. En el Museode Ro de Janeiro se custodian curiosos adornosde pluma, toscos instrumentos de caza y pesca yartificios primitivos de industrias familiares. Slola regin de Matto Grosso, lindante con Bolivia,produjo interesantes vasijas de barro, decoradascon originalidad.

    Se ha constitudo no ha mucho en el Brasil elgrupo de los bandeirantes, que posee fuertestendencias nacionalistas y que mira con simpticapreocupacin los restos de su pretrita culturaindia. El Club que han fundado en Ro est deco-rado con motivos inspirados en los dibujos de losvasos y telas de Matto Grosso. Pero los brasileos saben que no pueden encontrar en sus primi-tivos estratos bases suficientes para construir unacivilizacin original y se afanan en asimilarsecuanto de Europa llega. Francia ejerce en literatura y ciencia un influjo dominante.

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    La vida social.

    El brasileo es el prototipo de la cortesa. Ceremonioso en su trato, gusta de emplear calificativos solemnes y tiende a magnificar personas y ca-lidades. La herencia portuguesa ha dejado eserastro. Mesurado en la crtica slo se desborda enla censura contra los Gobiernos, y el lenguaje pu-lido y benvolo falla en la prensa poltica, quellega a extremos de violencia, detonantes en aquelambiente dulce y sosegado.

    El suave paso de Monarqua a Repblica nodej en el nimo de las gentes rencores contra elImperio. He presenciado en el Brasil un episodioque difcilmente puede darse en otro pueblo dergimen republicano. En una solemnidad habidaen el Instituto de Abogados de Ro, el Presi-dente, desde su sitial de eminencia, salud con elttulo de Alteza a D. Pedro, el nieto del Empera-dor Pedro II, que como un particular cualquieraasista a la ceremonia; y en la Penitenciara deSan Paulo he visto un retrato del mismo persona-je, encuadrado en un marco elegante.

    La vida de sociedad guarda costumbres selectas que se han perdido en Espaa y que dudo seconserven en Portugal: Jos salones literarios, enque damas de abolengo o caballeros prceres re

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    - 3 5 -ciben a sus amistades para escuchar una conferencia o aplaudir a un artista. Merecen recuerdolos hogares de la seora Jernima Mezquita ydel Senador Azeredo.

    Un aspecto de la vida social, el pato16gico ytemible, lo constituyen los crmenes. Cada razatipifica su criminalidad con un gnero concreto.Los delitos de sangre predominan en el Brasil.El tcnico no pudo acallar sus deseos de pesqui-sa cientfica por falta de cimientos para su estu-dio: me fu imposible obtener las oportunas estadsticas. Los delincuentes brasileos fueron ama-bilsimos conmigo y exacerbaron sus actividadesdurante la poca de mi permanencia en el Brasil.Los diarios no dejaron de apercibir este fenmeno, subrayando que jams se haba matado conmayor frecuencia, ni ms terrible brutalidad. Has-ta un mulo de aquel desconocido ]ack, el desventrador de mujeres de Londres, oper por entonces en tierras brasileas con un nombre sono-ramente castizo: Febronho Indio do Brazil.Ese ascenso de la criminalidad no dej de ser-me imputado. El fino periodista vValdemar Bandeira, en una crnica transida de exaltados elogios, afirmaba que el placer de escucharme disecar el caso excitaba los impulsos delictivos.

    Otro aspecto del vivir social lo ofrecen las di-versiones de los pueblos. Las del Brasil merecencaptulo aparte.

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    VI.-BRASIL SE DIVIERTECosmopolitism oy un i formidad.

    El planeta se est poniendo definitivamente inhabitable y el viajar s6lo brinda las molestias deltraslado en trenes o buques. Despus de una tra-vesa de dos o t res semanas encontramos costum-bres semejantes a las que dejamos en la Europacaduca. Nada ha uniformado tanto a los puebloscomo sus diversiones mundanas. Hombres enfundados en sus fracks o smokings y mujeres mal cubiertas por elegantsimos vestidos tenues y breves, monotonizan al peregrino de nuevas sensa-ciones que contempla como espectador las tierraspor que transita. Los trenes de lujo, los Palacessuntuosos, los Casinos provistos de su ruleta, haninternacionalizado el mundo, y en Deauville y enMantecado, en el Cairo y en Ro de ]aneiro, sedivierten las gentes de iguales maneras. Al ladode esa constelacin humana de diplomticos, deportistas y nuevos ricos, que habla una jerga a

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    - 3 7 -base de modismos afrancesados y locuciones britanizantes, el viajero curioso puede observar eseotro mundo parasitario de tahures, prostitutas yestafadores distinguidos, que ruedan por la vidasin saber en qu pas nacieron. En el ms remotoconfn de la tierra, con tal que se yerga un Palacecmodo y un Casino tolerante con el azar, veremos rostros vagamente conocidos, los mismos oanlogos a los que a muchos miles de kilmetroscontemplamos hace t iempo. Seres casi abstractos,espacial y cronolgicamente indefinibles.

    Pero si el transeunte ahinca su mirada y calahondo en sus investigaciones, no le ser difcilpercibir, por bajo del uniforme mundanismo, notas tpicas, capaces de caracterizar a un pueblo.La especialidad que puede hendir la costra unico-lor y monorrtmica, tiene que ser harto tenaz yperforante, por eso la singular manera con quelas gentes se divierten en un rincn terrestre,nos da, mejor que en otros rdenes vitales, superfil distintivo.

    El Brasil mata sus horas ociosas como el restodel mundo; pero el brasileo brinda a la miradaaguda del observador perseverante, ciertos estilosde esparcimiento, aficiones y modos determina-dos, que acusan su personalidad.

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    Teatros y cinematgrafos.

    En Amrica no ha nacido an el Teatro Nacional. En prximos prrafos Gomentar la literatura y el arte brasileos y entonces se juzgarn losrecientes esfuerzos de hombres selectos, encami-nados a nacionalizar las letras. Esa ausencia dearte dramtico en el Brasil hace que las compa-as extranjeras monopolicen los espectculos. ElTeatro Municipal, majestuoso y lujossimo, bastacomo albergue para los comediantes de inmigra-cin. Los otros locales en que se representan co-medias o revistas, apenas son dignos de recuerdo.Ese gnero vistoso y alegre, importado de Pars yde Norteamrica, ha sido recibido con gesto entusiasta en las ciudades brasileas, y las artistasnacionales, con el gran poder de asimilacin delas mujeres, se exhiben ya en las revistas conigual gracilidad que las francesas y yanquis, aun-que con menos desenfado y un poquito mstela.

    El brasileo, que ama la msica y paga grandesprecios por escuchar la pera en el Teatro Muni-cipal, cuyo recinto guarda ecos de las voces de losms conspicuos cantante::;, no muestra tan marca-das aficiones por la comedia y el drama. Pirandelloslo excepcionalmente vi colmados los palcos y

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    butacas; eran ms las tardes y las noches en quesus personajes hablaban en un teatro casi despo-blado.

    El cinematgrafo vive en el Brasil con aires deconquistador indiscutible. Muchos locales entre-veran las cintas con nmeros de variet: artistasespaolas, la mayora ignoradas en nuestro pas,y alguna cantante argentina, que desgrana sustangos milongueros, alternan con hombres y mu-jeres de otras nacionalidades y con los hroescosmopolitas de la pantalla. Hay cinematgrafossuntuosos y las pelculas ms famosas llegan a Rocon celeridad extrema. Yo he visto en Agostode 1927 Jllms, que hasta cuatro o cinco mesesdespus no se han p ~ o y e c t a d o en Madrid.

    La frecuentacin del espectculo mudo, en queno hay hbito de aplaudir, hace que el brasileono sea fcil a sonar palmas. No es un pblico in-diferente, sino poco ruidoso. Recuerdo que en losprimeros das de mi estancia en Ro, v bailar auna muchacha espaola, desconocida en nuestrosescenarios. No extra el recibimiento de los es-pectadores cariocas, ni los parcos aplausos conque fu epilogado su trabajo. Pero despus, nosin asombro, o elogios superlativos a la espaoladanzante, que actua1t>a en el Brasil con francosuceso.

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    Los grandes Hoteles.

    De los albergues de Ro, todos cmodos y algunos hasta econmicos, destacan tres grandesHoteles: el Gloria, el Palace y el Copacabana. Elprimero es el ms prcer, el segundo el ms mundano, el tercero el ms elegante.

    El Palace Hotel es el vrtice de los de su tipo,y su bar, de seis a siete de la tarde, es la bolsa dela alta prostitucin internacional que opera enRo. Las proxenetas concurren con su joven mercanca y la desenvoltura de esas terceras, no siempre viejas y desagradables, es por dems extraordinaria.

    Pero no queda confinado en el bar el centro decontratacirt del placer. Todo el Palace est comosaturado del ambiente que irradia de sus bajos.En el piso superior est instalado el restaurant,de soberbia perspectiva y de esmerado servicio.Tanto se cuidan los hoteleros del recreo y bienestar de sus huspedes, que todo el sector de laderecha e3t plagado de mesitas individuales,donde, espaldas al muro y cara al pblico, sitanlos maUres d'hotel a las mujeres jvenes que habitan sin compaa, y frente a ellas, separados porel espacio preciso para que transiten los comensales y sirvan los camareros, en otras filas de me-

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    - 4 1 -sa s pequeas, asientan a los hombres solos que,mientras comen, reciben las sonrisas de las pro-picias vecinas.

    Copacabana es el Hotel del ocio, edificado enla playa, de donde toma nombre el albergue, quehospeda a las gentes ms ricas y donde numero-sos argentinos acaudalados hallan distraccin yclima suave en el dulce invierno brasileo. Aldorso del Hotel se halla el Casino. Tambin exis-te un uniforme para estos recintos del juego. Suscolumnas de escayola pintlda, su tapicera carac-terstica, sus mesas de verde pao y sus empleados de rostro inalterable, son iguales en todaspartes. En el Casino de Copacabana las mujeresjuegan a la ruleta, que es, por excelencia, entrete-nimiento femenino. Las posturas distan de laaudacia y no hay tragedias en aquellos salones enque el aire marino penetra como una caricia.

    La tolerancia tpica de estos sitios se subrayaen Ro de Janeiro. Junto a la seora del diplom-tico, y al lado de la dama ms encopetada,empuja su ficha la entretenida y la mujer p-blica. En el Dancing del Casino, donde se celebran los banquetes ms elegantes, danzan hombroa hombro al lado de las ms distinguidas seoras,las pupilas de los rendez-vous.

    Por eso no eran precisos en Ro de ]aneirootros sitios de baile y tolerancia. No es raro, portanto, que los cabarets cariocas sean lugares de

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    - 42-mximo aburrimiento y de una tristeza colindan-te con Jos velatorios.

    Las entretenidas.El Brasil es el paraso de las mujeres. Criaturasinsignificantes, que arrastraran miserable vida enEspaa, Francia, Italia o Alemania, logran xitocrematstico en la capital o en las grandes ciudadesbrasileas. Las joyas y los perfumes deslumbranla vista y casi trastornan el olfato. Los brillantesdel Brasil, grandes y amarillentos, se han convertido en el atributo de la cocota, que aade uno a sudedo a medida que asciende, como los militaresprenden una estrella ms en su bocamanga. Yohe visto en el anular de una mujer cuatro brillantes descomunales, de esa tonalidad ictercica, en-garzados a pares eA dos sortijas, que extravasabanpor los dedos contiguos con notable falta de elegancia.

    La vida de las entretenidas} ofrece una parti-cularidad remarcab1e. El brasileo es superlativa-mente educado con las mujeres; pero el hombreque ha traspuesto los treinta aos y que logr situarse socialmente por la conquista econmica,que es el ms aristocrtico marchamo en Amri-ca, no osar, aunque sea soltero o viudo, presen-tarse en pblico con su amante. La hospeda en

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    los mejores Hoteles, pero ella come sola en unapequea mesa, mientras l almuerza y cena soli-tario en el mismo comedor a pocos metros de suquerida. En el Casino de Copacabana, la mujerjuega a la ruleta en un pao, mientras su dueo yseor hace sus posturas en otro tablero. S610 laalta noche los rene. De este gnero de vida, enque la hembra colma sus caprichos ms costosos,sin dejar de sentir la barrera que la separa delhombre que la paga, nace un rencor irracional dela amante al propietario que nicamente reclamasus derechos al llegar el silencio nocturno.

    Por eso el Brasil no s610 es el paraso de lasmujeres, sino de los hombres poco respetuososcon los convencionalismos sociales.

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    VIl.-LA POLITICACaractersticas de lapoltica americana.

    Precisemos la frase. En la Argentina, en el Uruguay, en Cuba, en el Per, en los pases todos dela Amrica hispnica, es frecuente escuchar estaspalabras: recepcin de la Embajada amencana... >;.. la riqueza de los amercanos..., etc. El argentino o el cubano designan as a los J'mzquis, comosi ellos no perteneciesen tambin al Nuevo continente. Para ellos, americano es sinnimo de norteamericano. Para nosotros, los hombres de Espaa, Norteamrica est menos prxima a nuestraspreocupaciones y cuando decimos americanos sehace directa alusin a los pueblos oriundos deltronco ibrico. As, pues, al escribir ahora comorbrica de este prrafo: Caractersticas de la pol.tica americana), me refiero exclusivamente a lascostumbres pblicas de las naciones transatlnticas de habla espaola y portuguesa. Y basta deprembulo.

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    -45-Los pueblos de Amrica padecen la poltica

    ms como enfermedad que como beneficio. Salvola Argentina y el Uruguay, en donde las normasdemocrticas han adquirido una estabilidad patente y cuyos hbitos pblicos revelan modos ej empIares, la poltica americana es poco estimable. Enlas postrimeras de cada mando presidencial seaperciben apetitos desordenados, de los queaguardan el turno, y desmanes de poder de quienes lo estn an ejerciendo. Todo Presidente-salvo loables y parcas excepciones-abandona supuesto entre el descontento general, no sin anteshacer esfuerzos ilegales para prolongar su presi-dencia. El reciente magistrado superior adviene alcargo con los ms rectos propsitos. Anuncia quesu poltica ser democrtica, moralizadora, respetuosa con los preceptos constitucionales. En loscomienzos de su perodo dirigente lo cumple conescrpulo loable y las esperanzas de las gentes seprenden ansiosas en el rgimen nuevo.

    Pero despus ... Los disturbios surgen, las campaas recomienzan. Otra vez el Presidente y susMinistros se acogen a la tirana para asegurar suvida poltica. Y lueg0 ... vuelta a empezar! En Amca, los Gobiernos que alborean democrticos, terminan en dictaduras.

    Otra caracterstica paradgica, pero fcilmenteexplicable: En el Nuevo Mundo de lenguaje ibrica, las faenas polticas ahuyentan a los mejores, y',

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    sin embargo, el poltico est ornado del ms su-bido poder social, como ocurre en Espaa.Agudamente lo subrayaba no ha mucho Jos Ortega Gasset.

    La contradiccin que parece residir en el hechode que gentes poco estimables en s, disfruten, noobstante, de gran predicamento social, se deshacesi recordamos lo que acaeCa en Espaa hasta haceun cuarto de siglo. El ms humilde menestral es-taba pendiente del gesto de los polticos turnatltes. Cuando caan los liberales y triunfaban losconservadores-o viceversa-media Espaa, queviva cesante, obtena puestos y la otra mitad, quehasta entonces haba desempeado empleos, en-traba en la desgracia. Desde el cargo de Directorgeneral hasta el de modesto cartero, todo el servicio se renovaba con la poltica.

    En la mayor porcin del continente americanoen que se habla lengua ibrica, ocurre esto todava, y ello explica que el hombre pblico, despreciado en el fondo por venal e impreparado, ateso-re, en cambio, una superlativa cantidad de podersocial.

    La poltica en el Brasil.El Brasil presenta, a travs de su historia poltica, algunas de las caractersticas mentadas, si

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    - 4 1 -bien los levantamientos que aquejan otras porcio-nes de Amrica nq son tan frecuentes en su suelobenigno.

    Si entendemos la palabra poltica en su ms altosentido, poltica hizo Oswaldo Cruz, poltica sanitaria de la ms noble estirpe, que mud la faz deRo, transformndola en una villa higinica. Poltica hizo Olavo Bilac, con su patriotismo encendi-do. Poltica hizo Ruy Barbosa, que clam, fuera detodo cargo poltico, contra los Gobiernos de sunacin. Pero tambin han hecho poltica los hom-bres que desde los puestos responsables han hipo-tecado el Brasil a Norteamrica, que paulatina-mente va aduendose de la economa de buenaparte del Nuevo Mundo.

    Algunos de los Presiclentes brasileos han ejercido su magistratura con ademanes tirnicos. Re-cuerdo que en una revista teatral que se repre-sentaba en Ro de Janeiro en los meses de mi visita, se exhibi un cuadro en que un anciano pa-t riota mostraba a su nieta los retratos de los queejercieron la Presidencia de la Repblica. Lasprceres efigies aparecan en el gigantesco lbumy el abuelo comentarista dedicaba a cada uno delos personaj es unas frases de censura o de alabanza. Cuando tocaba el turno al Dr. Bernardes, an-tecesor del actual Jefe del Estado, la hoja del granlibro no presentaba los trazos fisonmicos delPresidente ido, sino una mano descomunal tinta

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    - 4 8 -en sangre y el viejo relator giraba bruscamente lapgina. La ltima corresponda al presente y estaba en blanco.

    S u ~ E x c e l e n c i a \rVshington Luis Pereira da Sou-za, que empez su mandato bajo las ms favorablesespectativas, comienza a escribir la pgina blanca.En uno de sus prrafos tendr que figurar la nuevaley que, con pretexto de luchar contra el comu-nismo, pone en peligro la libertad de la Prensa.

    La Prensa brasileay la rec ien te ley.

    En uno de los anteriores captulos de este relato viajero que estoy componiendo, hice ya constarel violento tono con que la Prensa poltica com-bate a sus adversarios. En el pulido ambiente decortesa que reina en el Brasil, suenan como explosiones los ataques apasionados y las frases dursimas con que los peri6dicos critican a los gober-nantes. No ser el afn de anular a los enemigos,ms que el miedo pueril a las presuntas propagan-das de Rusia, el motivo cierto de la ley que se discuti en el Congreso durante los das de mi per-manencia en Ro de Janeiro?

    da L d o e ~ ~ ; ~ ~ ~ ~ ~ a ~ ~ : ~ ~ ~ : : ~ ~ : s ~ ~ ~ ~ : a l ~ a : ~ : i : ~ ~ 1',,.,...tculos del vigente C6digo penal y algunos prra.,.

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    fas de la ley de 17 de Enero de 1921. El arto 2.de la nueva disposicin dice as: El Gobiernopodr ordenar la clausura por tiempo determina-do, de Agremiaciol)es, Sindicatos,Centros o Saciedades que incidan en la prctica de crmenes previstos en esta ley o de actos contrarios al orden,moralidad o seguridad pblicas, y ora operen enel extranjero o en el pas, prohibirles la propagan-da impidiendo la distribucin de escritos o sus-pendiendo los rganos de publicidad que se pro-pongan esto, sin perjuicio del respectivo procesocriminal.

    Es decir, que gubernatz'vamente ser dable elcierre de Sociedades y la suspensin de peridi-cos, cuando el Gobierno juzgue en peligro el orden), la moralidad o la seguridad pblicas.Qu frases ms peligrosamente vagas! Los pro-pios gobernantes sern quienes llenen de conteni-do estas frmulas sonoras, pero vacas, y al amoparo de esa moral, de esa seguridad y de ese ordenindefinidos, podrn deshacerse de los diarios malconformes con su poltica.Ignoro el uso que el Gobierno de WshingtonLuis habr hecho de estas armas tan afiladas. Yono s de persecuciones injusbs y tal vez sea aven-turado preverlas; pero lo esencial para todo hom-bre de formacin jurdica es el hecho arbitrariode poner a la Prensa bajo una amenaza inconcretaactuada por las manos del Poder ejecutivo.

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    Nacionalismo y Patriotismo.El Brasil, como todo pueblo joven, es profun-

    damente nacionalista. Por eso no es disparatadaprofeca augurar prspera vida al llamado grupode los bandeirantes, que postula un nacionalis-mo poltico y social de dilatadas aspiraciones.Pas mozo, siente la patria con gestds desmesu-rados y con una sensibilidad hipertrfica. En esarevista que se representaba en los teatros cario-cas, v aplaudir con frenes un cuadro por demsromntico. El del anciano desterrado, que en 'lafrontera, desde la que percibe las tierras natales,muere envuelto en la bandera de su pas, mientrassus camaradas se disponen a cubrir el cuerpo iner-te con la tierra brasilea expresamente porteadaen un saco para tan piadoso menester.

    Viejo europeo, no supe conmoverme con la l-gubre pantomima.

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    VIIL-LA CULTURA BRASILEA,Y EL INFLUJO ESPAOL

    Las influencias culturales.

    La Amrica de raz ibrica est sometida a influjos culturales de otros pueblos: Francia y losEstados Unidos se reparten el predominio cultural de los pases latinos del Nuevo Continente. ElPer y sobre todo Cuba, sienten las huellas de losamericanos del Norte por su mayor proximidad;en cambio la Argentina y el Brasil guardan en suliteratura y en su ciencia improntas marcadsimasde la civilizacin francesa.

    El brasileo culto conoce los libros franceses yhabla el idioma de la dulce Francia con raraperfeccin. La fontica le es asequible en gradosumo, pues el sonido de su eh y de su j preparaal habitante del Brasil el rpido aprendizaje de lapronunciacin francesa. Muchas palabras galas esmaltan el idioma portugus del carioca elegante ylas damas brasileas alardean de conocer la lengua

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    - 5 2 -de nuestros vecinos pirenaicos con igual atilda-miento que su propio lxico. Y todo ello a pesarde la enorme inmigracin tudesca que adquiereinmortalidad literaria en el famoso libro de Gra

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    Penetracin espaola.

    He comprobado, con sorpresa gratsima, eneste viaje al Brasil, el prestigio que gana en aquelinmenso pueblo la literatura y la ciencia de Espaa. Personalidades destacadas del mundo de lasletras, no slo leen a maravilla nuestra lengua,cosa harto fcil sin demasiado estudio, sino quela hablan correctamente, con pausado acento ysuave pronunciacin. El Rector de la Universidadde Ro de Janeiro, Dr. Manoel Cicero Peregrinoda Silva, aprendi el castellano en un viaje alPer (1) y siempre conversaba conmigo en espaol, al igual que el Presidente del Instituto deAbogados, Dr. Rodrigo Octavio. El Director delDepartamento de Enseanza, Dr. Aloysio de Castro, Mdico cultsimo, domina tambin nuestroidioma, y, aunque no llegan a poseerlo con tantaperfeccin, profesan tendencias hispanistas conacendrado entusiasmo dos Mdicos de fama slida: el Dr. Fialho, Decano de la Facultad de Me-

    (1) A su regreso de las tierras peruanas di el doctorivTanuel Cicero una interesante conferencia en el Instituto Histrico y Geogrfico, relatando sus impresionesviajeras. Vase el folleto: Uma viagem ao Per (LimaArequija e Cuzco). Ro de ]aneiro, Imprensa Nacional, 1926.

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    dicina, y el Dr. Julio Novaes, al que, por sus pre-ferencias endocrinolgicas, llaman los cariocas el:Maran brasileo.

    Pero entre los hispanfilos del Brasil merececita subrayada el joven ensayista y crtico SylvioJulio. Es tal su correccin en el habla espaolaque tuvo que asegurarme su nacionalidad brasile-a para que no le tomase por un compatriota.Con reiterada insistencia, que nos obliga a impe-recedera gratitud, ha publicado libros en que sevala la obra literaria de nuestros escritorlZs dems relevancia. Son dignos de especial recuerdosus volmenes densos y apretados: Estudos hispano-americanos, Ro de Janeiro, Librera espao-la, 1924, y Apostlicamente, Ro, Casa de Cervan-tes, 1926 (1).

    La simpata por lo espaol se difunde entre lasgentes del Brasil con paso acelerado. El gran cro-nista Waldemar Bandeira ha escrito en los diarioscariocas: Espaa es nuestra mana. Hoy los li-bros de ciencia espaola se estiman sobre los ve-nidos de PortugaL El brasileo profesa menos res-peto an al pas de origen que el argentino a Es-paa. De varias bocas he odo esta exclamaci6n,que transcribo sin el menor asomo de menospre-cio a los portugueses, que son del mismo fondo

    (1) Tambin merece mencin su obra Ideas y Comba- l..:.tes, edicao da

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    -55-racial que nosotros, y la copio como simple constatacin de un estado de nimo injustamente des-pectivo: Ojal hubiramos sido colonizados porespaoles!

    La colonia espaola no es poderosa ni excesivamente culta, sobre todo en la capital. A pesarde ello no ha descuidado la propaganda de los va-lores del espritu y ha fundado una Sociedad conel ttulo prcer de Casa de Cervantes, donde decuando en vez se exponen conferencias en queparticipan personajes del Brasil. La Junta, en quefiguran nombres de brasileos conspicuos, estdirigida por uno de los espaoles de ms prepa-racin cultural, el Sr. Snchez Gngora, Doctoren Ciencias.

    BI hroe del libro espaftol.La penetracin del l ibro espaol tiene un hroe

    cuyo nombre importa a nuestro patriotismo recardar con rendidos ademanes. A su esfuerzo tenacsimo y desinteresado se debe esta hispanofi-la literaria y cientfica que hoy cunde en elBrasil.

    Es un librero malagueo, Samuel Nez L6pez,enjuto y vivaz en su aspecto somtico, optimistay bravo, con la bravura del hombre de esta cen-turia, poco propicia a las hazaas de espada, que,

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    - 5 6 -se reemplazan por empresas de actividad pacficademandantes de tanto coraje y decisin como laspretritas. Hace cuatro siglos, Manuel Nez hu-biese marchado a Amrica con coraza y ensea;hoyes librero y sus batallas se empean tras elmostrador, y en vez de la lanza tremolan librosen sus manos.

    Nez Lpez conversaba una tarde, hace yaaos, en un caf andaluz con sus paisanos. El temade la charla amistosa recay en las remotas tierrasbrasileas, y uno de los co"ntertulios lamentsede que no se vendieran nuestros libros en el Bra-sil. Porque no estoy yo all, dijo lapidariamenteSamuel Nez. Rieron la petulante exclamacinlos oyentes y... Nez Lpez embarc para elpas extico. Llega al puerto con un modesto car-gamento de obras espaolas, y como careca derecursos para montar una librera, guareci susvolmenes en un rincn que le fu cedido deprestado. Nez Lpez no se arredra ante las di-ficultades y acude al ms extrao expediente parapropagar su artculo impreso. En la Aduana yacaabandonada una partida de encendedores mecnicos y Samuel la adquiere a un precio bajsimo.Se informa del nombre y domicilio de algunosbrasileos dedicados a las letras y a la ciencia yse persona, con poca ceremonia, en las casas delos futuros compradores de libros. Pero no lesofrece el producto intelectual, sino el industrioso

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    - 5 7 -mechero. U nos lo compran y otros lo rechazan.Nez insiste siempre y vuelve para informarsedel buen funcionamiento del aparato. Con su habla ceceante y su sonrisa bondadosa confiesa quesu oficio es muy otro y pone bajo los atnitosojos del comprador del mechero un libro espa-ol. Esta, sta es mi profesin verdadera, seor.Yo soy librero. Le objetan que los libros espao-les no interesan, que en el Brasil se leen las obrasfrancesas; pero Samuel no desmaya. Vende bara-tsimo; regala tomos y folletos. El cientfico brasileo halla interesantes aquellas pginas y es lquien busca entonces a Nez. Los libros de Es-paa comienzan a venderse. Nez Lpez exultade alegra. Abre una tienda pobre, reCllrre luegoal prstamo, e instala, al fin, en la calle de 13 deIvraio, la Librera Espaola, con su muestra unpoco chillona, donde campean los colores nacionales.

    La trastienda es el hogar del hispanismo brasileo. All se congregan Fialho, Novaes, SylvioJulio, Waldemar Bandeira. All recala todo espa-ol transeunte aficionado a las letras. Nez ayu-da a los hispanos visitantes, canta la fama de loshuspedes espaoles en exaltadas apologas, ponea contribucin sus amistades en el periodismopara que el xito bese las frentes del conferencian-te o del escritor compatriota. En aquella tiendano se venden ms que libros espaoles, y si alguien

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    - 58-osa aconsejar al propietario que nutra sus estantescon obras extranjeras para acrecentar las ganan-cias, Samuel .responde con una sola mirada casipulverizante y vuelve el dorso con gesto olmpico.Samuellleva muchos aos en el Brasil y habla psimamente el portugus. jSamuel es un hroe!

    Pero los hroes atraviesan en su vida instantesde crisis, y Samuel pasa por das difciles. La consolidacin de la moneda brasilea ha producidouna baja de los reis y el mayor costo del libroespaol retrae al comprador. Nez Lpez no hapodido saldar sus compromisos con los editoresde Espaa y pide nuevos plazos para hacer suspagos. Un mensaje firmado por los hombres dems eminencia del Brasil clama porque este librero heroico no luche solo contra la adversidad presente y circunstancial. A su empresa de fino pa-triotismo debemos cooperar todos. Mi pluma pro-paga hoy su viril grito de auxilio.

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    IX. - LA LITERATURA Y EL ARTELa poesa y la novela.

    En los pueblos del tronco ibrico abundan lospoetas. Recuerdo que en mi viaje al Per en lagrata compaa de Julio Camba, escuch de suslabios irnicas ancdotas de inimitable graciasobre esa superproduccin potica de los jveneshispanoamericanos. El Brasil, con su dulce idioma y su joyante naturaleza, es tierra propicia paralos vates. La poesa brasilea est profundamentetransida de s e n s u a ~ i s m o , y con su justa visin deca D. Marcelino Menndez Pelayo que en losversos brasileos se apercibe un constante batirde caricias.U no de los poetas ms conocidos en Espaa es

    Olavo Bilac, que ejerci grandsima hegemona enel Brasil y que tuvo plurales imitadores. Se lellam el prncipe de los poetas y ha sido catalogado entre los parnasianos por otro brasileo:Duque Estrada (1); pero acaso sera ms justo in-(1) Vase su conferencia Apoesia no Brasil en Revis-

    ta de la Universidad c/(; Buenos Aires, Mayo de 1946.

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    c1uirle entre los romnticos. Sus sonetos lricosson fciles y sentidos. Los modernos no gustanya de l, pero todava alcanza suceso entre suscompatriotas. El gran prestigio de la figura de Bi-lac contribuye a que sus libros circulen con fortu-na, acaso no igualada por los dems poetas de sutierra. 1\0 ha mucho que los brasileos acudan almonumento que perpeta su memoria cargadosde flores y de recuerdos saudosos.

    Romnticos tambin son Gon

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    Grac;;:a Aranha son recios, modernos, y los cuadros locales tienen un perfume extico, que prende al europeo en extraos encantos, De entre to-das sus obras emerge Tier ra de Canan, la mslograda. Coelho Neto en su CerNio, que va a servertido al castellano, nos brinda tambin pginasde estirpe brasilea. Con audacia se yergue enaquellas blandas regiones, perpetuamente verdecidas, la encendida figura de Fabio Luz, crata yrevolucionario de ideas, y que, como todo hombre de izquierdas--en las derechas predomina elhgado y, por tanto, la acritud biliosa-, es dulce,generoso, amante de los nios, a los que ha dedicado conmovedores libros. Ensayista y crtico,domina en su obra la novela y el cuento: JVovellas,ldeologo, Os e1Jzancipados, Vrgem-Ma, ElasBarra y JVunca.

    El vanguard ismo literario.

    Una parte de los vanguardistas que conoc meparecen de relieve escaso. Esos movimientosaudaces tienen a su frente poetas y prosistas desuperlativa vala, yen su torno comparsas de imitadores de nula originalidad y de gusto dudoso.En la mayor parte de Amrica el vanguardismoest copiado de Francia y de Espaa, salvo algncaso de indudable personalidad. Estas nuevas es-

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    - 62- cuelas parecen facilsimas de imitar y son tentado-ras para los espritus vulgares que desean atraerla atencin pblica. Pero nada ms estril que elremedo de la gracia cuando el espejo es tosco. Losvanguardistas del coro slo copian los renglonessin rima y el desfile de palabras impresas en e s c a ~Iones.

    Con frases breves, por dems dogmticas, comocorresponda a una entrevista de peridico, dijealgo parecido a mis amigos de La Gaceta Litera-ria. La sntesis de mis impresiones, recogida conpremura, apareci el 15 de Octubre del pasadoao, ocasionando algunos petardos contra mis pa-receres. Gimnez Caballero, que dirige la Revista bimensual, recibi una carta pretendidamentecorrectora de mis supuestos yerros. Estos p rrafos de ahora sirvan de archicumplida respues-ta al Sr. ~ l o d o v a l d o }I. 11ariondes, autor dela epstola. Me reprocha que enjuicie a los vanguardistas sin citarles. Subsano ahora, con msespacio ante m, lo que hubiera sido quimricoen la columna escasa de La Gaceta Literaria.Me parece lo menos expuesto a error reproducirel pertinente prrafo de la carta del Sr. Mariondes: Hay en el Brasil, desde 1920, un movimien-to intelectual paralelo al de todas las vanguardiasamericanas y europeas. Un grupo de escritores...viene desde esa fecha agitando y dando vida a laliteratura brasilea con libros, revistas, conferen.

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    - 63-cias, artculos que pueden parecer de mal gusto aAsa, de la misma manera que el superrealismo oel expresionismo. Pero no era lcito, a pretexto demal gusto, substraer al examen del pblico espa-olla accin y las obras de escritores como JoaoRibeiro, G r a ~ a Aranha, Oswald de Andrade, Manuel Bandeira, Mario de Andrade, Antonio deAlcantara Machado, Guillermo de Almeida, Ro-nald de Carvalho, T ristao de Athayde, Rubens deMoraes, PEnio Salgado, Augusto Meyer y AlvaroMoreyra, para no hablar sino de los ms conoci-dos. Complacido, seorl

    Por mi parte, quiero aadir algo ms. Algunosde esos nombres, y otros que no se citan por Mariondes, merecen mi reverencia. Ronald de Carvalho es un fino cronista elegantsimo. Tasso daSilveira, con sus poesas y sus ensayos de vanguardia, renueva el ambiente literario con golpesde su timn audaz. Andrade Muricy est, comonadie, al tanto de todo lo moderno. Nestor Vctor aclimata el simbolismo en las tierras tropicalesy ejerce influjo poderoso en la juventud artsticaele su pas.

    En la sociologa modernista destaca con suscinco o seis volmenes apretados, Vicente LicinioCardoso, y, por su cultura filosfica, merece re-cuerdo Jackson de Figueiredo, al que slo meatrevera a poner como reparo su catolicismoagresivo, que enturbia la serenidad de sus obras.

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    La Prensa.

    Los peridicos brasileos, de traza principal.mente poltica, no han lag: .ldo la talla gigantescade los diarios argentinos. Bien es cierto que unaciudad como Buenos Aires, cuenta con menoshojas diarias que otras villas menos pobladas,pero lo que ha perdido en nmero lo ha ganadoen calidad: La Prensa y La Nacian representanel ms extremo alarde de periodismo.

    En Ro se publican demasiados diarios y no esraro verles vivir precariamente con frecuentescambios de dueo y director. Cito, al correr de laestilogrfica, los peridicos cariocas que recuerdo:Jornal do Commercio, Jornal do Brasil, A ManhLiCorreio d'l J1anh/i, Gazeta de Noticias, A Esquer-da, O Globo, A No ite, O Jornal, etc., etc. Algu-nos de ellos, como el Jornal do Commercio, inaugur recientemente colaboraciones literarias ycientficas de escritores nacionales y extranjeros.

    Lo apuntado en comentario comparativo, estmuy lejos de sonar a censura. El carcter batallador de los diarios brasileos, la viveza de su prosay la audacia de su crtica, atrae mis simpatas contirones ms fuertes que las hojas de las grandesempresas, forzosamente prudentes y sobrado acadmicas.

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    En Ro se imprimen algunas Revistas ilustradasque acreditan perfecciones grficas en el pas.La oratoria.

    A los oradores brasileos, al menos a los queyo he odo ms reiteradamente, les debo la grat-sima sensaci6n de haber vuelto a mis aos infan-tiles, cuando los discursos y conferencias eranuna pedrea de tropos e imgenes, lanzada entregritos y manoteos descompuestos. El orador grandilocuente, altisonante y un poco vaco, gran ar-tfice de metforas estent6reas, un mucho actor ala vieja usanza en gestos y actitudes, sigue tenien-do en el Brasil gran suceso de masas. Confesemosque, a pesar del predominio de la oratoria piro.tcnica, empieza a hablarse ya en las tribunas b r a ~sileas en un tono menor, ms insinuante y contenido. Hay conferenciantes ausentes de tropica-lismo, correctos de palabra y nutridos de ideas.Auguremos el triunfo de su estilo y el definitivofenecimiento de la vieja manera oratoria que tan-to emocion a los hombres de ayer.La pintura.

    Visit en Ro el Sa16n oficial de la Escuela deBellas Artes. Aql.l me es imposible envolver en

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    - 66-cortesas la impresin desoladora que me produjeron aquellos lienzos acadmicos en sumo grado, lamidos, fastidiosos. Todo pintura de tipo estampa y del peor estilo. Haba unas Tentacionesde San Antonio, que de cierto acaban con laecuanimidad del Santo, pecador seguro no porlujuria, sino por iracundia, si llega a contemplarsu imagen. Recuerdo unos angelitos de alas tendidas, a los que slo faltaba el alambre del clorsopara parecer figuras de barro en un nacimientopobre.

    Tambin aqu el Sr. Mariondes se interpone consu palmeta propicia: Muy por encima de las recompensas oficiales yde lasAcademias-dice-unpequeo grupo de artistas van construyendo lapintura brasilea: Tarsila de Andrade, Anita Mal[atti, Di Cava1canti, Oswaldo Goeldi, Ismael Nery,Antonio Gomide, Vicente Rego Monteiro, Alberto Cava1canti, Van de Almeida Prado. Y en cuanto a la escultura, menos cultivada, se resume enun gran nombre: Vctor Brechereb. Otra vez estcomplacido el Sr. Mariondes, que hace una observacin certera: los salones oficiales son siempre as en todas partes: acadmicos y enfadosos.Exacto. Ya lo confes antes de recibir la cartaimpugnadora. En el Heraldo de lVfadrid de 14de Octubre del ao 1927, deca en la entrevistaque me hicieron sus redactores: ~ C a b e suponerque la pintura brasilea no tiene, en realidad, ese

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    - 67-exponente que yo v. Tampoco el arte plsticoespaol se refleja en sus exposiciones nacionales.A pesar de estas generosas reservas, no puedoolvidarme de que nada logr con reiteradas splicas, tendentes a que me fuese mostrada algunaexposicin de artistas ms modernos y audaces.O los pintores brasileos-a pesar de ser lasason en Ro-peregrinaban por otras tierras, ono me alcanz la fortuna de que, en aquella poca,hubiese cuadros preparados para el pblico. Detodos modos, el hecho de tolerar en un Salnoficial las cosas que all colgaban de los muros,denota poca sensibilidad pictrica en los brasileos. En todas partes esos certmenes oficiales carecen de valor; pero en parte alguna v nada msdeplorable.

    AsA. 5

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    X.-EL DERECHO

    La cultura jurdica.

    En las entrevistas tenidas por m con redacto-res de El Heraldo y de La Gaceta Lita aria, va-rias veces mentadas en el curso de estas pginas,us de superlativa franqueza, concretando mi opi-nin sobre la cultura jurdica de la gran Repbli-ca suramericana en una frase comparativa: ~ m parece mucho ms bajo su nivel que el logradopor la cultura mdica. Este juicio est comparti-do por numerosos abogados brasileos que reco-nocen la mejor formacin tcnica de los mdicosdel pas y se traduce en realidades incontroverti-bles. Mientras la Facultad de Medicina posee uninmueble suntuoso en un paraje encantador de laPraia Vermelha, junto a la montaa Urca, la Facultad de Derecho se alberga misrrimamente enun casern deplorable de la calle del Cattete. Peroel enjuiciamiento sobre la cultura jurdica brasilea no lo he basado nicamente en estos motivos

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    -69 -arquitectnicos, sino en ms ntimas causas queimporta en esta hora subrayar.Me acusa el Sr. Mariondes, en la carta citadaal tratar de la literatura y el arte brasileos, quehe mencionado algunos nombres de jurisconsul-tos eminentes en una mescolanza inaceptable, yarguye que no deb basar sobre esa observacinimperfecta un fallo tan rotundo. Como el mismocorts impugnador anota, yo record entonces alazar apellidos de Profesores y Letrados que venan desordenadamente a mi memoria. Ahora eneste trabajo podr, con ms espacio y mejorsistema, catalogar valores y extenderme en misapreciaciones, sobre todo cuando trate del Dere-cho penal en el Brasil. El error del amable comu-nicante radica en tomar como criterio definitivolas apresuradas impresiones de una entrevista deperidico, que yo no redact. Mantengo, sin em-bargo, mi parecer de que la cultura jurdica bra-silea no ha conseguido trepar a niveles altos.

    Esto no quiere decir que las tierras brasileasno hayan parido jurisconsultos de talla conside-rable, muertos ya unos y vivos todava muchos deellos. La existencia de cumbres espordicas noempece para clasificar un extenssimo suelo entrelos de tipo bajo en referencia al mar, y la ausen-cia de montaas altas no obsta para que un terri-torio se eleve muchos kilmetros sobre las aguasmarinas. Inglaterra, que 'puede ostentar poqusi..

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    - 7 0 -mas tratadistas de Derecho de fama universal,tiene mxima sensibilidad jurdica, y otras nacio-nes, con riqusima serie de prceres juristas, ca-recen de respeto para sus leyes vigentes.

    Por desmedido que sea el patriotismo del seorMariondes, no me convencer de que en su pasexiste una emocin jurdica tan fina como en ,laGran Bretaa, y que sus Facultades de Derechopueden ser paradigmas acadmicos de envidiableciencia y de exquisita tcnica. De labios de losmismos estudiantes he recogido lamentacionesacaso exageradas, pero en las que existe sin dis-puta un fondo de verdad irrefragable. Ms quenegar y conformarse con la mediocridad ambien-te, importa reconocer los defectos y poner urgen-te remedio.

    Nombres destacados.

    Sera ambicin desmesurada pretender catalo-gar con designio exustivo los nombres de los ju-risconsultos brasileos de fama extendida. Si talosase, la bien probada susceptibilidad brasileaoriginara reclamaciones de los aspirantes a la in-mortalidad. Baste, pues, el recuerdo de apellidosindiscutibles y constantemente invocados en elBrasil con mxima reverencia.

    A. ]. de Freitas, autor del Cdigo civil, que se

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    difundi por Suramrica con superlativos presti-gios y que tuvo repercusin en la Repblica Ar-gentina, debe ser recordado con respeto por losestudiosos del Derecho privado.

    Ruy Barbosa, alta celebridad de la abogacabrasilea, que no puede ser citado por sus com-patriotas sin que su nombre vaya en compaa de

    '" adjetivos resonantes, fu un hombre de amplsimacultura, orador fascinante y crtico implacable dela po lt ica de su pas. Como suele acaecer conmuchos cerebros en perpetua actividad, era supe-rior a las obras que dej escritas. Su produccin,dispersa en volmenes y folletos, se circunscribea conferencias y discursos, en los que abundan losde bellsima factura.Tobas Barreta, del que he de ocuparme mslargamente, al tratar de los escritores de Derechopenal, est considerado en su tierra como precursor de nuevas concepciones tcnicas.

    Un ejemplo de mxima fecundidad ofrece Al ...machio Diniz, Abogado de nota, al que acasoperjudica su enciclopedismo jurdico. Si hubiesecentrado ms sus incansables actividades, acasohubiera conseguido pleno dominio terico en unaespecialidad jurdica. Con todo es uno de los ju-ristas ms interesantes.

    A mi juicio, el mejor jurisconsulto brasileo con-temporneo es Clovis Bivelaqua, civilista profun-do, hombre modesto y de probidad cientfica in.

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    - - 72tachable. Ha comprendido que estos tiempos, enque las tcnicas de cada rama del Derecho hancobrado volumen imponente, son poco propiciosa la enciclopedia, y salvo alguna espordica in-cursin en la Criminologa, todos sus libros, selec-tos y densos, tratan de problemas de Derechoprivado.

    Entre los jvenes Profesores de la Facultad deJurisprudencia carioca, destaca con singulares me-recimientos Edgardo de Castro Rebello. Su e s p r i ~tu inquieto remueve el pacfico ambiente dema-siado acadmico de aquel Claustro de Catedrticoso Por estar enterado de la marcha legislativade la Rusia sovitica,