John Holloway - La realidad material del anti-poder

download John Holloway - La realidad material del anti-poder

If you can't read please download the document

description

John Holloway - La realidad material del anti-poder

Transcript of John Holloway - La realidad material del anti-poder

La realidad material del anti-poder (Cap. 9 del libro de John Holloway "Cambiar al mundo sin tomar el poder") "Romntico". "Noble, pero no muy realista". "Tenemos que ocuparnos de la realidad de la lucha de clases, no de abstracciones sobre el anti-poder". Cmo podemos cambiar el mundo sin tomar el poder? La idea es un sueo atractivo y a t odos nos gustan los sueos atractivos, pero, cul es su realidad? Cmo podemos soar luego de la experiencia del siglo veinte, cuando tantos sueos han fracasado, y otros t antos terminaron en miseria y desastres? Dnde est el anti-poder que es la esperanza de la humanidad? Cul es la realidad materi al del anti-poder? Porque si no tiene realidad material, entonces nos estamos en gaando. Todos queremos soar que es posible una sociedad diferente pero, lo es realm ente? Los revolucionarios de la primera parte del siglo veinte construyeron sus sueos sobre las organizaciones de masas del proletariado, pero esas organizacione s ya no existen, y si existen, no son como en los sueos. Nos hemos desecho de mucho. Y cuntas cosas importantes hemos perdido? Un sujeto de finido ha sido reemplazado por una subjetividad indefinible. El poder del prolet ariado ha sido reemplazado por un anti-poder indefinido. Esta clase de movimient o terico a menudo se asocia con la desilusin, con el abandono de la idea de revolu cin en favor de la sofisticacin terica. Esta no es nuestra intencin. Pero entonces, dn de est el anti-poder? Yo grito. Pero, estoy slo? Entre los lectores, algunos tambien gritan. Nosotros gr itamos. Pero, que indicio hay de la fuerza material del grito? II El primer punto es que el anti-poder es ubicuo. La televisin, los peridicos, los discursos de los polticos, dan poco indicio de la existencia del anti-poder. Para ellos, la poltica es la poltica del poder, el conf licto poltico tiene que ver con ganar el poder, la realidad poltica es la realidad del poder. Para ellos, el anti-poder es invisible. Sin embargo, mira ms de cerca. Mira el mundo que nos rodea, observa ms all de los p eridicos, de los partidos polticos y de las instituciones del movimiento laboral y podrs ver un mundo de lucha: las municipalidades autnomas en Chiapas, los estudiantes en la UNAM, los estibadores de Liverpool, la ola de dem ostraciones internacionales contra el poder del capital dinero, las asambleas ba rriales y los piqueteros en Argentina, las luchas de los trabajadores migrantes, las de los trabajadores en todo el mundo contra la privatizacin. Los lectores pueden redactar su propia lista: siempre hay nuevas luchas. Existe todo un mundo de lucha que no apunta de ningn modo a ganar el poder, todo un mund o de lucha contra el poder-sobre. Existe todo un mundo de lucha que a veces no v a ms all de decir "No!" (el sabotaje, por ejemplo) pero que, a menudo, en el transc urso de ese decir, desarrolla formas de autodeterminacin y articula concepciones alternativas de cmo debera ser el mundo. Si los principales medios de comunicacin i nforman acerca de tales luchas lo hacen filtrndolas a travs de los anteojos del po der: esas luchas slo son visibles en la medida en que se considera que afectan al poder poltico.' El primer problema al hablar del anti-poder es su invisibilidad. No es invisible porque sea imaginario sino porque nues tros conceptos para mirar el mundo son c onceptos de poder (de identidad, del indicativo). Para ver el anti-poder necesit amos conceptos diferentes (de no-identidad, de todava-no, del subjuntivo). Todos los movimientos rebeldes son movimientos contra la invisibilidad. Quizs, el

ejemplo ms claro sea el del movimiento feminista, en el que gran parte de la luc ha ha consistido en tornar visible aquello que era invisible: tornar visible la explotacin y la opresin de las mujeres pero, principalmente, tornar visible la pre sencia de las mujeres en este mundo, volver a escribir una historia en la que su presencia haba sido ampliamente eliminada. La lucha por la visibilidad es tambin central para el actual movimiento indgena, expresada ms enrgicamente en el uso zapa tista del pasamontaas: nos cubrimos el rostro para poder ser vistos, nuestra luch a es la lucha de los sin rostro. Sin embargo, hay que plantear aqu una distincin importante. El problema del anti-p oder no es emancipar una identidad oprimida (las mujeres, los indgenas) sino eman cipar una no-identidad oprimida, el no ordinario, cotidiano e invisible, los mur mullos de subversin mientras caminamos por la calle, el silencioso volcn mientras estamos sentados. Al dar al descontento una identidad, al decir "somos mujeres", "somos indgenas", ya le estamos imponiendo una nueva limitacin, ya lo estamos def iniendo, He ah la importancia del pasamontaas zapatista que no slo dice "somos indge nas luchando porque nuestra identidad sea reconocida", sino algo ms profundo: "nu estra lucha es la lucha de la no-identidad, es la lucha de lo invisible, la de l os sin voz y sin rostro". El primer paso en la lucha contra la invisibilidad es poner el mundo del revs, pe nsar desde la perspectiva de la lucha, tomar partido. El trabajo de los socilogos , los historiadores, los antroplogos sociales radicales, etctera, nos ha hecho con scientes de la ubicuidad de la oposicin al poder, en el lugar de trabajo, en el h ogar, en las calles. En el mejor de los casos, tal trabajo abre una nueva sensib ilidad, a menudo asociada a las luchas contra, la invisibilidad y comenzando con scientemente a partir de esas luchas (el movimiento feminista, el homosexual, el indgena, etc.). La cuestin de la sensibilidad se encuentra bien planteada en el p roverbio etope citado por Scott: "Cuando el gran seor pasa el campesino sabio hace una reverencia profunda y se tira un pedo silencioso". A los ojos, los odos y la nariz del seor, el pedo del campesino es completamente imperceptible. Para el ca mpesino mismo, para los otros campesinos y para los que comienzan a partir del a ntagonismo del campesino contra el seor, el pedo es, sin embargo, demasiado evide nte. Es parte del mundo oculto de la insubordinacin: oculto, en cambio, slo a los que ejercen el poder y a los que, por entrenamiento o conveniencia, aceptan las anteojeras del poder. Lo que es oprimido y resiste no es slo un quin sino un qu. Los oprimidos no son slo grupos particulares de personas (mujeres, indgenas, campesinos, trabajadores fabr iles, etc.) sino tambin (y quizs especialmente) aspectos particulares de la person alidad de todos nosotros: nuestra confianza, nuestra sexualidad, nuestra natural eza juguetona, nuestra creatividad. El desafio terico es ser capaz de mirar a la persona que camina por la calle junto a nosotros o que est sentada a nuestro lado en el mnibus y ver el volcn silencioso en su interior. Vivir en una sociedad capi talista no nos convierte necesariamente en un insubordinado pero, de manera inev itable, significa que nuestra existencia est desgarrada por el antagonismo entre subordinacin e insubordinacin. Vivir en el capitalismo significa que estamos autodivididos, no slo que permanecemos de un lado del antagonismo entre clases, sino que el antagonismo entre clases nos despedaza. Puede ser que no seamos rebeldes, pero inevitablemente la rebelin existe dentro de nosotros, como un volcan silenc ioso, como proyeccin hacia un futuro posible, como la existencia presente de aque llo que todava-no existe, como frustracin, como neurosis, como principio de placer reprimido, como la no identidad que, frente a la repetida insistencia del capit al de qu esomos trabajadores, estudiantes, maridos, esposas, mexicanos, irlandes es, franceses dice: "no somos, no somos, no somos, no somos lo que somos y somos lo que no somos (o lo que todava no somos)". Seguramente esto es lo que los zapa tistas quieren decir cuando afirman que son "personas comunes, es decir, rebelde s" ; eso es, seguramente, lo que ellos entienden por dignidad: la rebelin que est en todos nosotros, la lucha por una humanidad que es un nosotros negado, la luch a contra la mutilacin de la humanidad que somos. La dignidad es una lucha intensa

mente vivida que ocupa cada detalle de nuestra vida cotidiana. A menudo la lucha por la dignidad es no-subordinada en lugar de ser abiertamente insubordinada, a menudo se la considera privada en lugar de considerarla poltica o anticapitalist a en todo sentido. Sin embargo, la lucha no-subordinada por la dignidad es el su strato material de la esperanza. Este es el punto de partida, poltica y tericament e. Probablemente nadie ha sido tan perceptivo a la fuerza y a la ubicuidad de los s ueos contenidos como Ernst Bloch, quien en los tres volmenes de Principio esperanz a delinea las mltiples formas de proyeccin hacia un futuro mejor, la existencia pr esente del todava-no en sueos, cuentos de hadas, msica, pintura, utopas polticas y so ciales, arquitectura, religin: testimonios todos de la presencia en nosotros de u na negacin del presente, un empujn hacia un mundo radicalmente diferente, una luch a por caminar erectos. El anti-poder no slo existe en las luchas abiertas y visibles de los insubordinad os, el mundo de la "izquierda". Existe tambin -de manera problemtica, contradictor ia (aunque el mundo de la izquierda no es menos problemtico o contradictorio)- en nuestras frustraciones diarias, en la lucha cotidiana por mantener nuestra dign idad frente al poder, en la lucha diaria por retener o recuperar el control sobr e nuestras vidas. El anti-poder est en la dignidad de la existencia cotidiana. El anti-poder est en las relaciones que establecemos todo el tiempo: relaciones de amor, amistad, camaradera, comunidad, cooperacin. Obviamente tales relaciones estn atravesadas por el poder a causa de la naturaleza de la sociedad en la que vivim os, pero el amor, la amistad y la camaradera residen en la ludia constante que li bramos contra el poder para establecer esas relaciones sobre la base del reconoc imiento mutuo de la dignidad del otro. La invisibilidad de la resistencia es un aspecto que no se puede erradicar de la dominacin. La dominacin no implica que se ha superado la resistencia sino que esa resistencia (o por lo menos parte de ella) est sumergida, invisible. La opresin s iempre implica la invisibilidad del oprimido. Por el hecho de que un grupo se vu elva visible no se supera el problema general de la visibilidad. En la medida en que lo invisible se vuelve visible, que el volcn silencioso se convierte en mili tancia manifiesta, ya se est enfrentado con sus propios lmites y con la necesidad de superarlos. Pensar la oposicin al capitalismo simplemente en trminos de militan cia manifiesta es ver slo el humo que se eleva desde el volcn. La dignidad (el anti-poder) existe donde sea que los seres humanos vivan. La opr esin implica lo opuesto, la lucha es por vivir como humanos. En todo lo que vivim os cada da, la enfermedad, el sistema educativo, el sexo, los hijos, la amistad, la pobreza o cualquier otra cosa, existe una lucha por hacer las cosas con digni dad, por hacerlas correctamente. Por supuesto que nuestras ideas acerca de lo co rrecto estn impregnadas por el poder, pero esto es contradictorio; por supuesto q ue somos subjetividades daadas, pero no destruidas. La lucha por hacer lo correct o, por vivir moralmente, preocupa durante gran parte del tiempo a la mayora de la s personas. Por supuesto, la moralidad es una moralidad privatizada, una moralid ad inmoral, que generalmente evade cuestiones tales como la propiedad privada y, por consiguiente, la naturaleza de las relaciones entre las personas; es una mo ralidad que se define a s misma como "hacer lo correcto con quienes nos son cerca nos y dejar al resto del mundo librado a su propia suerte"; es una moralidad que , por ser privada, identifica, distingue entre "aquellos que nos son cercanos" ( la familia, la nacin, las mujeres, los hombres, los blancos, los negros, los dece ntes, la "gente como uno") y el resto del mundo, los que viven ms all del margen d e nuestra moral particular. Y sin embargo, en la lucha cotidiana por "hacer lo c orrecto" existe una lucha por reconocer y ser reconocido y no slo por identificar , por emancipar el poder-hacer y no simplemente ceder ante el poder-sobre, una f uria contra lo que deshumaniza, una resistencia compartida (aunque fragmentada), por lo menos una no-subordinacin. Se puede objetar que es totalmente errneo ver e sto como anti-poder ya que, en tanto fragmentada y privatizada, tal "moralidad"

reproduce funcionalmente el poder-sobre. Puede argumentarse que, a menos que se tenga conciencia de las interconexiones, a menos que se tenga conciencia poltica (de clase), tal moralidad privada est totalmente desarmada contra el capital o qu e de hecho contribuye activamente a su reproduccin proporcionando la base para el orden y el buen comportamiento. As es, y sin embargo, cualquier forma de no-subo rdinacin, cualquier proceso de decir "somos ms que las mquinas objetivadas que el c apital requiere", deja un residuo. Las ideas acerca de lo correcto, aunque estn p rivatizadas, son parte de la "transcripcin oculta" de la oposicin, del sustrato de la resistencia que existe en cualquier sociedad opresiva. Ciertamente, el pedo del campesino etope no hace caer de su caballo al seor que pasa pero, sin embargo, es parte del substrato de la negatividad que, aunque generalmente invisible, pu ede explotar en momentos de aguda tensin social. Este sustrato de negatividad es la materia de los volcanes sociales. Este estrato de no-subordinacin inarticulada , sin rostro, sin voz, tantas veces despreciado por la "izquierda", es la materi alidad del anti-poder, la base de la esperanza.