José Bergamín, sobre Felipe Trigo

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JOSÉ BERGAMÍN SOBRE FELIPE TRIGO - Introducción de 'Jarrapellejos' en editorial Turner. Fue Felipe Trigo en su tiempo tal vez el más leído de todos los novelistas españoles. Más o menos podemos situar ese tiempo suyo en los veinte primeros años de nuestro siglo veinte. Desde su primera novela importante, Las ingenuas, hasta la última, a la que por entonces se calificó de testamento literario, Sí sé por qué, su éxito de público, por la cantidad de sus lectores y de crítica, por la gran estimación literaria que ésta le hizo, no disminuyó nunca. Pero sobre este éxito pesaba como una oscura sombra la sospecha de que se debiera a su decidida y expresa voluntad de predilección por el tema erótico, por lo que después se llamaría, y aún sigue llamándose con equívoca y torpe calificación inadecuada, "sexualismo". Es más que probable que muchísimos lectores suyos juveniles acudieran a sus novelas buscando, en efecto, ese interés malsano, al amparo de sus excelencias novelísticas y literarias. Pronto quedaban defraudados, porque esas excelencias solo sirvieron de cebo, esquivándolas, a esa que decimos mala reputación que se les hizo, equívoca y equivocadamente. La fórmula perfecta de este equívoco la dio Leopoldo Alas, el famoso polemista Clarín (casi siempre desafinado o destemplado), "equivocándose con exactitud", que diría Valery, al decir que Felipe Trigo era "un corruptor de menores y un corruptor del idioma español": fórmula que al propio Felipe Trigo le divertía citar por su certera inexactitud misma. Porque es justamente esa fórmula la que más exactamente le define como moralista excesivo y como extraordinario escritor. El tema erótico, con el que, a nuestro parecer, perjudicó su obra novelesca, por utilizarlo como argumento preferente de una propaganda moral, afirmativa de la vida y de su expresión por la pureza y hermosura de su realización total en la pareja humana, le apartó con demasiada frecuencia de su visión entera de la realidad que le rodeaba, desviando sus admirables dotes de novelista para reflejarla - como entonces se decía-, y hoy diríamos que para inventarla o recrearla poéticamente. La mejor prueba de este aserto es que sus obras maestras -indudablemente, a nuestro juicio, Jarrapellejos y El médico rural -, sin eludir el tema erótico, lo posponen, para integrarlo, en cambio, mucho mejor en la realidad total a la que pertenece. Sin proponérselo moralmente con exclusividad, como en

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Presentación de la obra de Felipe Trigo por José Bergamín (1974).

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JOS BERGAMN SOBRE FELIPE TRIGO - Introduccin de 'Jarrapellejos' en editorial Turner.

Fue Felipe Trigo en su tiempo tal vez el ms ledo de todos los novelistas espaoles. Ms o menos podemos situar ese tiempo suyo en los veinte primeros aos de nuestro siglo veinte. Desde su primera novela importante, Las ingenuas, hasta la ltima, a la que por entonces se calific de testamento literario, S s por qu, su xito de pblico, por la cantidad de sus lectores y de crtica, por la gran estimacin literaria que sta le hizo, no disminuy nunca. Pero sobre este xito pesaba como una oscura sombra la sospecha de que se debiera a su decidida y expresa voluntad de predileccin por el tema ertico, por lo que despus se llamara, y an sigue llamndose con equvoca y torpe calificacin inadecuada, "sexualismo". Es ms que probable que muchsimos lectores suyos juveniles acudieran a sus novelas buscando, en efecto, ese inters malsano, al amparo de sus excelencias novelsticas y literarias. Pronto quedaban defraudados, porque esas excelencias solo sirvieron de cebo, esquivndolas, a esa que decimos mala reputacin que se les hizo, equvoca y equivocadamente. La frmula perfecta de este equvoco la dio Leopoldo Alas, el famoso polemista Clarn (casi siempre desafinado o destemplado), "equivocndose con exactitud", que dira Valery, al decir que Felipe Trigo era "un corruptor de menores y un corruptor del idioma espaol": frmula que al propio Felipe Trigo le diverta citar por su certera inexactitud misma. Porque es justamente esa frmula la que ms exactamente le define como moralista excesivo y como extraordinario escritor. El tema ertico, con el que, a nuestro parecer, perjudic su obra novelesca, por utilizarlo como argumento preferente de una propaganda moral, afirmativa de la vida y de su expresin por la pureza y hermosura de su realizacin total en la pareja humana, le apart con demasiada frecuencia de su visin entera de la realidad que le rodeaba, desviando sus admirables dotes de novelista para reflejarla -como entonces se deca-, y hoy diramos que para inventarla o recrearla poticamente. La mejor prueba de este aserto es que sus obras maestras -indudablemente, a nuestro juicio, Jarrapellejos y El mdico rural -, sin eludir el tema ertico, lo posponen, para integrarlo, en cambio, mucho mejor en la realidad total a la que pertenece. Sin proponrselo moralmente con exclusividad, como en otras novelas suyas, logra en stas mucho mayor alcance ese propsito moralizador, por el acierto extraordinario de su ficcin novelesca y del lenguaje potico que la expresa. Extraordinario novelista Trigo, y extraordinario escritor.

Poco despus de la muerte de Felipe Trigo, Manuel Abril, su amigo (lo era tambin el mo), public su libro sobre l, subtitulndolo: "exposicin y glosa de su vida, su filosofa, su moral, su arte, su estilo"; libro que, como no podemos aconsejar su lectura, porque es inencontrable hoy, como los de Felipe Trigo mismo, acompaando su reedicin a la que la de Trigo se hace. Creemos que el libro de Manuel Abril es ms que aconsejable, diramos que indispensable para valorar y comprender mejor la obra del genial escritor y novelista. Porque Abril, en su libro, expone y glosa, como dice, la vida y la filosofa, la moral, el arte y el estilo de su autor con certersimo enfoque y logrado tino... Es excelente gua para su relectura actual, que creemos de inters grandsimo. Este inters radica, a nuestro juicio, en que despus de tantos aos de total olvido -tan grande, diramos, como el de su xito en su tiempo-, es hora de que tome la figura y la obra novelesca de Trigo el sitio que en la literatura espaola le corresponde.

... Empezamos por situarlo en los primeros veinte aos de nuestro siglo. Si los evocamos ahora, inmediatamente nos salen al paso las ambiguas definiciones temporales de "bell poque" y de "modernismo". De lo que fue en Espaa este ltimo pensamos que pudiera ser Felipe Trigo un novelista y escritor muy representativo: tanto como Rubn Daro o Valle-Incln o, poco despus, Juan Ramn Jimnez. Y esto, a su vez que por su expresa y expresiva voluntad de forma, por su estilo, como por su sentimiento y pensamiento estticos. Por ejemplo, en el libro de Abril leemos un curioso "intermedio fantstico" en el cual el crtico, para situar a su autor y enterarnos de su medio ambiente contemporneo, le hace dialogar con Maeterlinck y con Barrs: tambin con Platn, como con un contemporneo eterno. En este dilogo pone Abril en boca de sus personajes (Platn, Maeterlinck, Barrs) fragmentos de sus obras que corresponden al pensamiento de Trigo o responden a ste con adecuada coincidencia... En este dialoguillo el novelista se pregunta a s mismo si sus pensamientos con los de un solitario, alejado del mundo de su tiempo, o, por el contrario, son eco o coincidencia con aquellos otros pensadores que predominan en su poca y hasta le ofrecen sus directivas espirituales ms escuchadas y seguidas. Entonces, con el eterno contemporneo platnico por lo que al bien, a la verdad, a la belleza y al amor se refiere (aunque sea un platonismo pasado por Victor Cousin), los nombres de Maeterlinck y Barrs significan las voces ms odas que, con sus ecos o sin ellos, sealan la solidaridad de Trigo con el sentir y pensar de ese tiempo suyo que, consciente o inconsciente, le colocan en el mismo mbito y a su mismo nivel moral, filosfico, artstico.

No era Trigo hombre de muchas ni tal vez pocas lecturas siguiera: no era hombre de libros, y si algunos "le intrigaron alguna vez", nos dice Abril que "pronto se limit a un hojeo superficial y escaso". De aqu aquello de "ingenio lego", como se dijo de Cervantes. Lo que, en definitiva, quiere decirnos que Trigo como novelista tuvo siempre presente la realidad viva que le rodeaba como nica fuente de verdad y de arte; lo mismo que hicieron los dos mayores y mejores novelistas de lengua espaola: Cervantes y Galds, aunque estos tuvieran consigo un caudal de cultura literaria que seguramente Trigo no tuvo ni quiso tener.

El fantstico dialoguillo que Abril inventa, eligiendo sus citas adecuadas a su propsito, nos afirma y subraya la tendencia o corriente del pensamiento de su poca en Trigo y que ste sintetiza y resume en s como afirmacin todopoderosa de la vida y de los instintos vitales sobre la razn, lo mismo en la moral que en el arte... Esta fe en la vida que caracteriza al hombre, al escritor, Trigo (que acabar por quitrsela a s mismo libremente, por un suicidio al parecer voluntario y consciente) no es todava la afirmacin trgica de Nietzsche, de quien sin embargo procede, sobre todo en Barrs; y en D'Annunzio, a quien Abril apenas cita y que nos parece que es el que ms honda huella, y probablemente consciente, ha dejado en el sentimiento y pensamiento estticos de Trigo.

Este pensar y sentir la vida estticamente, caracterstico de los pensadores y poetas de los primeros aos de nuestro siglo que intervienen en el dialoguillo fantstico que finge Abril..., parecera que trastruecan las etapas del pensador religioso dans Kierkegaard, padre y maestro de sus sucesores "existencialistas" en su segunda mitad: y lo hacen adelantando lo tico o moral a lo esttico y a sus formas de expresin artstica; por eso anteponen a todo la sinceridad. "Arte ha de ser el despreciar el arte", segn reza el famoso soneto de Argensola, y Rubn Daro: "Por eso ser sincero es ser potente, de desnuda que est brilla la estrella". Es lo que afirma Trigo. De modo que, pasando de lo tico a lo esttico, y no al contrario, como haca el pensador dans, queda suprimida la tercera etapa religiosa, segn el orden en que ste las define: de lo esttico a lo tico y de lo tico a lo religioso. Entonces lo esttico se vuelve, asimismo, religiosa finalidad. Idolatra a la que llam Menndez Pelayo de ese modo, como "fantasma de lo bello", a propsito de Gngora: cuyo estilo (esto es, "voluntad de forma") no anda tan lejos -como tal "voluntad de forma" se entiende- de nuestros Rubn Daro en el verso y Felipe Trigo en la prosa. Por esto el problema de la expresin novelesca en el lenguaje era para Trigo tan esencial, tan sustancial, tan inseparable e identificable con la creacin fabulosa o novelesca misma. No puedo dejar de citar ahora su carta a Manuel Abril, justificndose del reproche que ste le hace de violentar no siempre con acierto, segn Abril, su expresin lingstica.

Cita Abril en su carta a Trigo este prrafo, a su parecer ininteligible (de la novela Alma en los labios): "El circo aplauda, aplauda, cautivo en el espejear al sol de los caireles..., rompiendo luego en alaridos de entusiasmo al ver de qu gracioso modo llev al toro el maestro a su picador en gallardas de la capa flotante en farol a su espalda". Le contestaba Trigo: "Yo creo, amigo Abril, que la novela es un relato pasional (al menos mi novela, mis novelas) que rara vez puede ajustarse al orden del decir ni a las frialdades correctas. Veloz, febril algunas veces, porque lo son sus sentimientos, y as deben expresarse, con algo de incoherencia, de delirio, exige otras veces la brevedad, al revs, porque no merece extensin ni calma la futilidad del relato. Este ltimo es justamente el caso del prrafo que me cita por modelo de confusin, hasta hacerlo inentendible. Y en efecto: gramtica en mano, "hay derecho" para no entenderlo: pero yo me atrevo a suponer que despojndose de ese derecho , usted lo habr entendido perfectamente. Es el toro el que va ciego en los vuelos de la capa, desplegados y ondeados en un vaivn de navarras y vernicas. Es el toro el llevado a un picador por el maestro, con gallardas de una capa flotante en fatol a su espalda". Y an aade: "Yo, persuadido de que la inteligibilidad del lenguaje est por encima de su correccin, sigo empleando esas frases segn estn empleadas en el prrafo dicho, no puede haber quien ponga en duda que el toro es el que acomete y es llevado, el torero el que capea y el picador el que pica, y nada ms, por falta de capa con que hacer el farol a su espalda por s mismo". Y el que quiera entender, que entienda, diremos nosotros, porque no slo se entiende, se ve. "Es cierto -confiesa Abril- que se entiende harto bien lo que dice en cuanto nos hacemos a su manera constructiva" (soy yo ahora el que subrayo). Esa "manera constructiva" no es un amaneramiento, es un estilo; una forma viva y creadora de la novela misma. O as nos lo parece a nosotros en Trigo, como en Valle-Incln, como en Rubn Daro, los ms vivamente creadores de la prosa y el verso de su poca, juntos con l.

Recordemos, al paso, aquella afirmacin que Unamuno repeta tanto de que "hay que pecar contra la gramtica con tal de no pecar contra el lenguaje". El lenguaje novelesco de Trigo (como el de Galds, aparentemente tan contrario, pero por los mismos motivos creadores de viva ilusin novelesca; como en el de Valle-Incln, repito); pecando tanto contra la gramtica, no peca jams contra el lenguaje, ni an en sus desaciertos expresivos.

Recordemos cmo toda la novela Jarrapellejos , desde sus primeras pginas iniciales, cuya ilusin viva de la realidad que describe es tan poderosa que la sentimos hasta en la piel por esa su visionaria plasticidad expresiva; que ste es el pecado de sensualidad (no sexualidad) esttica que dio motivo a que se le calificara de escritor pornogrfico , como efectivamente lo es, slo que en un sentido positivo, afirmativo de lo esttico ms puro, como en los clsico.

No supo Rstif de la Bretonne, inventor creo de este trmino con su Porngrafo , la ambigedad equivocante a la que dara lugar su utilizacin imprecisa. Recordemos tambin ahora que de todos los escritores evocados a su propsito, al que ms se acerca -y tal vez el nico al que ley- es D'Annunzio. Ms yo aadira que a m me parece que al que ms se semeja su fuerza creadora de novelista es a un escritor al que no pudo conocer: a Georges Bernanos, y hasta en su ms oscuro fondo dostoyewskiano. Aunque los separa su concepcin transcendente de la vida, que en el poderoso escritor francs transparenta un mundo invisible, religioso, demonaco. Yo creo que podra establecerse, sin embargo, un cierto paralelismo entre El Sol de Satn y Jarrapellejos. Y an con Monsieur Ouine . El caso es que en "el hombre" Trigo, cuando ste descubre por su neurastenia (ms bien rfaga de locura) el sentido y "sentimiento trgico de la vida", ya en la frontera infernal de la muerte, del suicidio, su afirmacin vital no se nubla, sino que ms bien se ilumina, aureolndose de un perfil nietzscheano. Y "el hombre que escribe" (como se defina a s mismo) adquiere conciencia ms honda, ms clara, de que "escribe con sangre". Como Nietzsche.

Diramos muy simplemente ahora, y para entendernos con facilidad, que de aquellos dos ismos ms caractersticos de su tiempo, vitalismo y esteticismo , Trigo particip enteramente, y hasta fueron el fundamento o principio fundamental de su vida y de su obra. Afirmacin de la vida y de la belleza por el amor, simplicsima frmula en la que condensa el "hombre que escribe" la razn de ser (que tal vez le traiciona por serlo) de su moral como raz viva de cuya savia se sustenta su conducta y su obra de ficcin novelesca. Aqu me atrevera a decir que Trigo cay en la misma trampa diablica en la que cayeron los moralistas de su tiempo. Su buensima o sus buensimas intenciones morales o sociales o educativas, que slo en parte estropearon su invencin novelesca (sobre todo, claro es, en sus novelas enfocadas en esa direccin casi exclusiva del "erotismo"), empedraron el camino infernal que le llev voluntariamente a la muerte por el suicidio. Tambin se dira que suicidaba, sin saberlo, algunas de sus creaciones imaginativas.

A pesar de eso, Trigo nos ha dejado un legado novelstico, excepcional, cuya importancia crece a nuestros ojos ahora al revivirlo, al releerle, y que tendr que ser revalorado de nuevo, pues su riqueza de creacin novelesca por el lenguaje imaginativo que la expresa, le coloca, Galds aparte, a la cabeza de los novelistas espaoles de su tiempo.

No olvidemos que el naturalismo-romntico haba abierto a la novela espaola (Galds siempre aparte), con Alarcn, Pereda, Valera, Coloma, Pardo Bazn, Palacio Valds y algn otro (el Clarn de los cuentos y no la "farragosa y leguleya" -como deca Azorn- Regenta), ancho campo a la fantasa noveladora, que un Blasco Ibez, un Baroja, un Lpez Pinillos, un Ciges Aparicio... recorreran a su antojo, llevando cada uno de ellos al acerbo comn su talento y sensibilidad propias. Entre esos nombres nos parece, repito, que se levanta el de Felipe Trigo con su Jarrapellejos y su Mdico rural sobre todo, pero no menos con sus otras novelas y el conjunto fabuloso que nos descubren, a mayor altura y profundidad, como por un vuelo potico ms alto y ms hondo. Por la plasticidad visual de su lenguaje, como el auditivo de Valle-Incln y a su lado, el genio novelador de Trigo supera con mucho el de todos los dems novelistas espaoles de su poca (exceptuando a Galds).

J.B., noviembre de 1974.