Juan Diego y Las Apariciones Del Tepeyac

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BEATO JUAN DIEGO. Juan Diego y las apariciones del Tepeyac Después de la conquista espiritual que se inició en la Conquista y continuó en la Colonia , aparecieron pronto las primeras familias indígenas cristianas en las cercanías de la ciudad de la Nueva España. Juan Diego pertenecía a una de estas familias y nació en Tolpetlac, aldea al norte de la Villa de Guadalupe en 1548. Su nombre indígena era Cuauhtlatóhuac, "el que habla como águila". Su oficio era la manufactura de petates que vendía en Tlatelolco. Según la leyenda, a los 53 años de edad tuvo la aparición milagrosa que daría inicio a la adoración de la Virgen de Guadalupe en México. La historia fue así: Juan Diego vivía con su mujer y su tío Juan Bernardino en Tulpetac, lugar donde no había iglesias por lo cual tenían que ir a misa hasta Santa Cruz de Tlatelolco. El sábado 9 de diciembre de 1531 Juan Diego se encaminaba hacia ahí y al pasar por el cerro del Tepeyac oyó un canto que no era de esta tierra. Se detuvo a gozar de él y cuando miró arriba vio un sol resplandesciente y enmedio a una señora en actitud de oración, él fue a saludarla y ella le dijo que era su deseo que le labrase un templo en ese llano y le encomendó también que le comunicara ese deseo al señor obispo. El obsipo no lo tomó en serio y le pidió que volviese otra vez al lugar a ver si sus ojos no lo habían traicionado. Regresó desconsolado Juan Diego y la Santísima Virgen se le apareció otra vez para decirle que volviera el domingo a ver al señor obispo. Así lo hizo Juan Diego, pero el obispo le pidió una señal comprobatoria de la voluntad de la Virgen. La señora se le apareció de nuevo y le pidió que volviera al día siguiente. El lunes, día de la cita, se enfermó de cuidado el tío Juan Bernardino y hasta el martes pudo salir Juan Diego que se dirigió la ciudad a buscar a un sacedote para que le administarara los últimos sacramentos. Iba por ahi, ese día 12 de diciembre, cuando al pasar de nuevo por el Tepeyac se le volvió a parecer la Virgen y le preguntó qué le pasaba. El le contó lo de la enfermedad de su tío y ella le dijo que no se preocupara porque su tío ya estaba sano, después le pidió que subiera al cerro a recoger unas flores. Fue Juan Diego y en efecto encontró muy bellas rosas de las que no era temporada y que nunca se habían dado allí. Ya con ellas en su ayate, la Santísma Virgen dijo que las llevara donde el señor obispo pero que no desplegase su ayate ni lo mostrara a nadie más. Así lo hizo Juan Diego. Después de conseguir entrar en el obsipado, le dijo a Zumárraga, el obispo, que ahí le llevaba la prueba que le había pedido. En ese momento soltó su ayate y apareció en él pintada como por los ángeles, la imagen de la Virgen de Guadalupe. Juan Diego ha sido propuesto como santo a la iglesia católica y durante mucho tiempo su templo fue venerado por los indígenas. La leyenda al pie de la estatua con su imagen que se

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BEATO JUAN DIEGO.

Juan Diego y las apariciones del Tepeyac

Después de la conquista espiritual que se inició en la Conquista y continuó en la Colonia, aparecieron pronto las primeras familias indígenas cristianas en las cercanías de la ciudad de la Nueva España. Juan Diego pertenecía a una de estas familias y nació en Tolpetlac, aldea al norte de la Villa de Guadalupe en 1548.

Su nombre indígena era Cuauhtlatóhuac, "el que habla como águila". Su oficio era la manufactura de petates que vendía en Tlatelolco.

Según la leyenda, a los 53 años de edad tuvo la aparición milagrosa que daría inicio a la adoración de la Virgen de Guadalupe en México. La historia fue así: Juan Diego vivía con su mujer y su tío

Juan Bernardino en Tulpetac, lugar donde no había iglesias por lo cual tenían que ir a misa hasta Santa Cruz de Tlatelolco.

El sábado 9 de diciembre de 1531 Juan Diego se encaminaba hacia ahí y al pasar por el cerro del Tepeyac oyó un canto que no era de esta tierra. Se detuvo a gozar de él y cuando miró arriba vio un sol resplandesciente y enmedio a una señora en actitud de oración, él fue a saludarla y ella le dijo que era su deseo que le labrase un templo en ese llano y le encomendó también que le comunicara ese deseo al señor obispo.

El obsipo no lo tomó en serio y le pidió que volviese otra vez al lugar a ver si sus ojos no lo habían traicionado. Regresó desconsolado Juan Diego y la Santísima Virgen se le apareció otra vez para decirle que volviera el domingo a ver al señor obispo. Así lo hizo Juan Diego, pero el obispo le pidió una señal comprobatoria de la voluntad de la Virgen. La señora se le apareció de nuevo y le pidió que volviera al día siguiente.

El lunes, día de la cita, se enfermó de cuidado el tío Juan Bernardino y hasta el martes pudo salir Juan Diego que se dirigió la ciudad a buscar a un sacedote para que le administarara los últimos sacramentos. Iba por ahi, ese día 12 de diciembre, cuando al pasar de nuevo por el Tepeyac se le volvió a parecer la Virgen y le preguntó qué le pasaba. El le contó lo de la enfermedad de su tío y ella le dijo que no se preocupara porque su tío ya estaba sano, después le pidió que subiera al cerro a recoger unas flores.

Fue Juan Diego y en efecto encontró muy bellas rosas de las que no era temporada y que nunca se habían dado allí. Ya con ellas en su ayate, la Santísma Virgen dijo que las llevara donde el señor obispo pero que no desplegase su ayate ni lo mostrara a nadie más. Así lo hizo Juan Diego.

Después de conseguir entrar en el obsipado, le dijo a Zumárraga, el obispo, que ahí le llevaba la prueba que le había pedido. En ese momento soltó su ayate y apareció en él pintada como por los ángeles, la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Juan Diego ha sido propuesto como santo a la iglesia católica y durante mucho tiempo su templo fue venerado por los indígenas. La leyenda al pie de la estatua con su imagen que se

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encuentra en la plaza de la Basílica dice lo siguiente: "Personificación de nuestro pueblo, a quien la excelsa Madre de Dios tituló: hijo predilecto de su corazón y le mandó pedir al obispo un templo donde mostrar su misericordia. Al entregar las flores recibidas como señal, apareció estampada en su tilma la maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1531, año metlactli omey actal, 13 caña, fecha inmortal para todos los mexicanos."

El beato Juan Diego nació en 1474 en el "calpulli" de Tlayacac en Cuauhtitlán, México, establecido en 1168 por la tribu nahua y conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467. Cuando nació recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que quiere decir "el que habla como águila" o "águila que habla".

Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca, sin llegar a ser esclavo. Se dedicó a trabajar la tierra y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña vivienda. Contrajo matrimonio con una nativa pero no tuvo hijos.

Entre 1524 y 1525 se convierte al cristianismo y fue bautizado junto a su esposa, él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía. Fueron bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios "Motolinia" o " el pobre". Antes de su conversión Juan Diego ya era un hombre piadoso y religioso.

Era muy reservado y de carácter místico, le gustaba el silencio y solía caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa. Su esposa María Lucía falleció en 1529. En ese momento Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14 kilómetros de la iglesia de Tlatilolco, Tenochtitlán.

Durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán, que solían durar tres horas a través de montañas y poblados, ocurre la primera aparición de Nuestra Señora, en el lugar ahora conocido como "Capilla del Cerrito", donde la Virgen María le habló en su idioma, el náhuatl.

Juan Diego tenía 57 años en el momento de las apariciones, ciertamente una edad avanzada en un lugar y época donde la expectativa de vida masculina apenas sobrepasaba los 40 años.Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, tras dejar todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino.

Pasó el resto de su vida dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo. Murió el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años.

Juan Diego fue beatificado en abril de 1990 por el Papa Juan Pablo II.

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Nuestra Señora de Guadalupe

Guadalupe es la virgen y el objeto de culto más célebre de México. Su origen se establece por tradición oral, comprobado procesalmente en 1666 como antigua, amplia y uniforme y también por tradición escrita, contenida en numerosos documentos fehacientes de indios y españoles que establecen el milagroso hecho de su aparición en el Tepeyac, en 1531, cuando el indio Juan Diego tuvo la milagrosa visión de su presencia. Se cuenta que en el ayate de Juan Diego, apareció pintada la imagen de la virgen cuando mostró a fray Juan de Zumárraga, el primer obispo de México, el cargamento de rosas que traía.

Su culto, constantemente aprobado por la iglesia, que nada ha objetado contra la historicidad de las apariciones, ha ido siempre en aumento sobretodo por la creencia de los favores que le ha dispensado al pueblo mexicano. En este sentido hay dos momentos culminantes: el de su

proclamación como Patrona de la Nación Mexicana, en 1737, cuando hizo que desapareciera una terrible peste que asolaba a la población y su coronación como Reina de México en 1895.

La guadalupana ha sido el bastión, la razón de ser y la imagen de muchos personajes y episodios de la historia: admiró a Bernal Díaz del Castillo la devoción que los naturales le tenían, su estandarte fue bandera de los Insurgentes que lograron la independencia de México y también bastión en la Revolución Cristera.

Pío X la declaró “Celestial Patrona de América Latina" en 1910 y Pío XII la llamó Emperatriz de las Américas en 1945 y dijo que “en la tilma del pobrecito Juan Diego… pinceles que no eran de aquí abajo dejaron pintada una imagen dulcísima”.

La devoción popular guadalupana es parte importante de la vida cultural y social de nuestro país y las peregrinaciones hacia su santuario son constantes y multitudinarias.

Su templo, erigido primitivamente en el lugar preciso que señaló Juan Diego, fue primero una humilde ermita, la Ermita Zumárraga (1531-1556). Después el obispo Montúfar la amplió y se llamó Ermita Montúfar (1557-1622) y más tarde, al pie de esta última, se construyó la Ermita de los Indios, que es la parroquia actual en 1647.

Dicha ermita tuvo al principio un capellán, luego fue vicaría, parroquia y parroquia archipresbiterial. Un nuevo templo fue construido, mucho mayor y más suntuoso de 1695 a 1709 y en él se erigió la Colegiata y la Basílica (1904).

La población construida en torno a este santuario fue erigida en Villa en 1789 y en ciudad -Ciudad Guadalupe, Hidalgo- en 1828.

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Mariofanías o apariciones de la Virgen de Guadalupe

PRUEBAS INDIGENAS DE LAS APARICIONES

La primera es la relación de Antonio Valeriano conocida con el título de Nicam mopohua, escrita en lengua náhuatl entre 1558 y 1570. Valeriano tenía unos 15 años de edad en 1531. Fue primero alumno y después maestro y rector del célebre Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Los datos que aquí constan sobre las apariciones están tomados de este testimonio. El padre Ángel María Garibay afirmaba que Valeriano no había escrito él solo esa relación, sino que fue compuesta por un grupo de indígenas del que formó parte este cronista. Decía Garibay que se

descubrían ahí varios estilos y no uno solo. Si así fuera, tendría todavía más autoridad histórica la exposición de su contenido. Esa relación ha sido considerada como el Evangelio de las Apariciones. La mayor parte de los datos que contiene coinciden con los que se hallan en los otros documentos contemporáneos y con los que más tarde dieron los testigos de las Informaciones de 1556, 1666 y 1723. Hay también once anales y dos mapas. Todos ellos proceden del siglo XVI. Los Anales de Tlaxcala dicen: "1510 (debe decir 1531), Año Pedernal. Fue cuando vino Presidente nuevo a gobernar en México; también en este año se dignó aparecer nuestra amada Madre de Hualalope; se dignó aparecerle a un indito de nombre Juan Diego”. El subgrupo de Anales Catedral, noticias curiosas, Bartolache, dice así: " Técpatl. 1548: murió Juan Diego a quien se apareció la Señora de Guadalupe en México. Granizó en el Iztactepetl". Lo mismo dicen los Anales de Chimalpáin y de Juan Bautista y los que poseyó el padre Baltazar González, SJ. En el mapa que fue de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl estaba figurada la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. El otro mapa, que poseyó Boturini, ahora perdido, también tenía alguna información guadalupana. El Testamento de Cuautitlán de 1559 dice- "A los pocos días después, mediante este joven (Juan Diego, que menciona antes) se verificó una cosa prodigiosa allá en Tepeyácac, pues en él se descubrió y apareció la hermosa Señora Nuestra, Santa María, la que nos pertenece a nosotros los de esta ciudad de Cuautitlán". Además de todos estos documentos citados, existen los cantares y coloquios de los mismos indígenas en los que se hacen no pocas alusiones a Nuestra Señora de Guadalupe.

PRUEBAS ESPAÑOLAS DE LAS APARICIONES

La primera es el testimonio del obispo fray Juan de Zumárraga. Existen dos constancias de que este prelado escribió, tanto en México como en España, una declaración autorizada sobre el milagro de la imagen y sobre las apariciones al indio Juan Diego. El padre Miguel Sánchez (primero que difundió la relación de Valeriano) se basó en la palabra del licenciado Bartolomé García y del deán Alonso Muñoz de la Torre para afirmar que el arzobispo de México, fray García de Mendoza, por el año 1601 tuvo en su poder los autos y el proceso de Zumárraga sobre las apariciones. Esos documentos debieron ser los que dejó el primer obispo de México cuando viajó a España en 1532. El padre franciscano Pedro de Mezquia aseguró haber visto y leído una relación semejante en el convento de Victoria, en

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España, pero después declaró no haberla encontrado al intentar llevar una copia a México, acaso porque se hubiera perdido en el incendio que destruyó el archivo de ese convento. Aunque físicamente no se tienen todavía las copias. de esas dos relaciones de Zumárraga, sí consta que las escribió con el fin de dar a conocer los hechos que relatan. Los historiadores guadalupanos confían en dar con ellas en algún archivo conventual de España o de México. En las Informaciones de 1556, tomadas después del sermón antiguadalupano del padre Bustamente, se hallan no pocos testimonios de españoles que confirman expresamente la tradición substancial de las apariciones y de la devoción consiguiente a la Guadalupana. Otro testimonio, aunque más general, es el de Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. En los capítulos 150 y 210 se ocupa del tema; en éste dice: "Y miren las santas iglesias catedrales... y la santa iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, que está en lo de Tepeaquilla (Tepeyácac) ... y miren los santos milagros que hace cada día'. En 1570 el capellán de la ermita Montúfar, padre Antonio Freyre, dijo en un informe" que la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe Tepeaca está a media legua de dicha ciudad (México) hacia el norte, la cual puede haber catorce años que fundó y edificó el Ilmo. Arzobispo con las limosnas que dieron los fieles. Noticias semejantes constan en escritos de fray, Diego de Santa María y del virrey Martín Enríquez de Almanza.

Beato Juan Diego

Fecha central: 9 de diciembre

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Guadalupe, Patrona de la Nación y de Iberoamérica

En 1736 apareció la peste llamada matlazáhuatl en la ciudad de México. Atacaba de un modo especial a los indígenas. Pronto llegó el número de víctimas a 40 mil. Se estuvieron haciendo oraciones, tributos y procesiones públicas, pero la epidemia continuaba. Se pensó entonces en invocar a la Virgen de Guadalupe y declararla patrona de la ciudad. El 27 de abril de 1737 se hizo la solemne Jura del Patronato de Nuestra Señora sobre la ciudad en el palacio virreinal por el arzobispo-virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta y ese mismo día comenzó a disminuir el número de afectados. A causa de que la peste se había extendido también a las provincias de la Nueva España, con la aprobación de todas ellas se hizo la solemne Jura del Patronato Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe el 4 de diciembre de 1746 por el mismo señor Eguiarreta, cuando el número de víctimas era ya de 192 mil.

Con motivo de la coronación de la Virgen de Guadalupe en 1895, el obispo de Cleveland, monseñor Houslmann, propuso que se le proclamara Nuestra Señora de América. Hacia 1907 Trinidad Sánchez Santos y Miguel Palomar y Vizcarra quisieron que se la proclamara Patrona de la América Latina. Sin embargo, no fue sino hasta abril de 1910 en que varios obispos mexicanos dirigieron una carta a los obispos latinoamericanos y anglosajones proponiéndoles proclamar a la Virgen de Guadalupe como Patrona de todo el continente, pero la Revolución de 1910 y el conflicto de 1926 a 1929 no permitieron continuar las gestiones.

En abril de 1933 luego de haber escrito nuevamente a los obispos de Latinoamérica ya se habían recibido contestaciones favorables de un cardenal, 50 arzobispos y 190 obispos, de modo que el 15 de agosto el Episcopado mexicano pudo ya publicar una carta pastoral colectiva en la que anunciaba la proclamación del Patronato guadalupano sobre toda Iberoamérica para el 12 de diciembre siguiente en Roma; y ese día se celebró en San Pedro la solemne misa pontificial presidida por el arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez.

A esa misa asistió el papa Pío XI y estuvieron presentes un cardenal, cinco nuncios, 40 arzobispos y 142 obispos. En el ventanal de fondo, llamado “Gloria de Bernini” se colocó una gran imagen de la Guadalupana y por la noche de ese día se iluminó la cúpula de San Pedro. Así quedó proclamada la Virgen de Guadalupe como Patrona de América Latina.

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La coronación guadalupana (1895)

El arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, coronó la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza de Jacona y de ahí surgió la idea de la coronación pontificio de Nuestra Señora de Guadalupe. Una vez conseguida la aprobación de Roma, se fijó para este acto la fecha del 12 de octubre de 1895. El arzobispo le encomendó la preparación de esa ceremonia al presbítero Antonio Plancarte y Labastida, cura de Jacona que tanto se había distinguido en la festividad anterior. El nombramiento de abad de la basílica le fue otorgado después por el papa León XIII. En la madrugada del 12 de octubre de 1895 miles de peregrinos se dirigían a la Villa de Guadalupe desde todos los rumbos de la ciudad de México, entre ellos no pocos

norteamericanos y centroamericanos. Al amanecer la gente se entretenía subiendo y bajando las rampas que llevan a la capilla del Cerrito; las bandas de música tocaban sin cesar, grupos de personas entonaban cantos y otros lanzaban cohetes. En la capilla del Pocito, en la iglesia de Capuchinas y en la parroquia de los Indios muchos devotos oían misa y comulgaban.

Las puertas de la basílica se abrieron a las 8 de la mañana. Pronto se llenó todo el recinto, profusamente engalanado, la mayor parte de la multitud quedó fuera. Los diplomáticos y los invitados se colocaron en sitios especiales. Una comisión de damas llevó la corona hasta el altar. En éste, cerca el baldaquino, se puso una plataforma, y al lado del evangelio se hallaba el dosel para el arzobispo oficiante. Estaban presentes 38 prelados nacionales y extranjeros. Después del canto de nona, principió la misa pontificar presidida por el arzobispo Próspero María Alarcón. Actuó el Orfeón de Querétaro dirigido por el padre José Guadalupe Velázquez. Se ejecutó la misa Ecce ego Joannes de Palestrina. En procesión fueron llevadas al altar las dos coronas: una de oro y otra de plata. El señor Alarcón, una vez arriba de la plataforma, besó la mejilla de la imagen y en seguida él y el Arzobispo de Michoacán, Ignacio Arciga, colocaron la corona de oro sobre la cabeza de la Virgen, suspendiéndola de las manos del ángel que se hallaba sobre el marco. En ese instante los fieles lanzaron gritos de "¡Viva!", "¡Madre!", "¡Sálvanos!" y "¡Patria!", clamorosamente coreados dentro y fuera de la basílica, mientras repicaban las campanas y se hacían estallar cohetes. Al final se cantó el Te Deum en acción de gracias y los obispos fueron poniendo sus báculos y mitras a los pies del altar de la Virgen de Guadalupe, consagrándole así sus diócesis y poniéndolas bajo su protección.

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La guadalupana, bandera de los insurgentes

El l6 de septiembre de 1810, al llegar los insurgentes al pueblo de Atotonilco, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, que los encabezaba, tomó la imagen de la Virgen de Guadalupe que se hallaba en la sacristía del santuario y la puso en manos de sus improvisados soldados, para que la llevara como estandarte delante de la gente que lo seguía. “De ahí vino -en palabras del propio caudillo- que los regimientos que se fueron después formando, igual que los pelotones de la plebe que se reunió, tomaran la misma imagen de Guadalupe por armas”. Después de la toma de Guanajuato (28 de septiembre) y de Valladolid (17 de octubre) las fuerzas insurgentes derrotaron a los realistas en el monte de las Cruces (30 de octubre), desistieron de acercarse aún más a la ciudad de México, regresaron hacia el Bajío y fueron derrotados y diezmadas en Aculco (7 de noviembre) por el ejército virreinal. Recogió el campo, por parte de los vencedores, el "justicia' Manuel Perfecto Chávez, quien halló 85 muertos, 53 heridos, cuatro fusiles, cuatro pedreros y una bandera. Ésta era el estandarte de la Virgen de Guadalupe, que luego remitió el brigadier José de la Cruz al virrey Venegas por conducto de

su ayudante Agustín de Iturbide.

"También lleva dicho oficial -dice el oficio fechado en Huichapan el 7 de diciembre de 1810- el estandarte oficial de los rebeldes, que se reduce a un cuadro al óleo de la Virgen de Guadalupe con las expresiones favoritas de la insurrección. Este cuadro ha sido arrancado de un marco, según manifiesta por sus extremos”. El virrey dispuso que la imagen se colocara en la parroquia de la Villa de Guadalupe, donde permaneció incluso después de consumada la Independencia. En 1853 el presidente Antonio López de Santa Anna mandó que el lienzo se llevara al salón de la Cámara de Diputados, pero el 12 de diciembre de ese año lo reintegró a la Villa para que se restaurase, se fijara en una tela más grande y se le pusiera marco. Una vez hechas estas operaciones, se escribió al reverso de la

siguiente leyenda: “Esta santa imagen fue el estandarte con que proclamó la Independencia, en el año de 1810, el señor cura Hidalgo.

Se colocó en ésta el 12 de diciembre de 1853 con la mayor solemnidad, con asistencia del S. Arzobispo D. Lázaro de la Garza, el señor Presidente de la República, los señores ministros, el venerable Cabildo y esta Colegiata y comunidades religiosas insurgentes y corporaciones.

La repuso (por estar muy maltratada ) el Sr. Dr. Don Mariano Orihuela, mayordomo de las

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limosnas que se colectan para el culto de Ma. Sma. de Guadalupe. Enero 20 de 1858. Hacia 1895, al fundarse el Museo Nacional de Artillería, se llevó la pieza a esa institución, no sin antes haber comprobado su autenticidad. Testificó, entre otros, Cenobio Acevedo, antiguo soldado insurgente que contaba entonces 107 años de edad. Más tarde el estandarte pasó al Museo Nacional de la calle de Moneda y de allí al Museo Nacional de Historia de Chapultepec, donde se conserva.

Allí también se guarda otro estandarte de tela de algodón, que tiene pintados la imagen de la Virgen de Guadalupe, los escudos de España y de la provincia franciscano de San Pedro y San Pablo de Michoacán y la leyenda "Viva María Santísima de Guadalupe". Esta pieza fue

enviada por el gobierno de la República al Museo Nacional en 1830, junto con las pruebas de que había pertenecido a las fuerzas comandadas por el cura Miguel Hidalgo. Cuando por disposición del archiduque Maximiliano el Museo se cambió de la vieja plaza del Volador a la Casa de Moneda, se perdieron aquellos documentos, pero en 1896 varios peritos, entre ellos el pintor José María Velasco, confirmaron su carácter genuino. Este lienzo debió ser tomado por los insurgentes de alguna capilla administrada por los franciscanos.

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Esta es la historia de Nuestra Señora de Guadalupe según datos escritos por Luis Lasso de la Vega en 1649; traducción del dialecto Nahuatl.

Primera Aparición Segunda Aparición Tercera Aparición Cuarta Aparición El milagro de la imagen Aparición a Juan Bernardino

En orden y concierto se cuenta aquí cómo hace poco se apareció milagrosamente la perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, nuestra Reina, en el Tepeyacac, que se nombra Guadalupe. Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo Obispo Don fray Juan de Zumárraga. Diez años después de tomada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego,

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según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales en un todo pertenecía a Tlatilolco.

Primera aparición

“Era sábado muy de madrugada cuando Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandatos a Tlatilolco.

Al llegar junto al cerrito llamado Tepeyacac, amanecía; y oyó cantar arriba del cerro; semejaba canto de varios pájaros; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepasaba al del coyoltótotl y del tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan.

Se paró Juan Diego para ver y dijo para sí: “Por ventura soy digno de lo que oigo?, Quizás sueño?, Me levanto de dormir?, Dónde estoy?, Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores?, Acaso ya en el cielo?” Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial.

Y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrito y le decían: “Juanito, Juan Dieguito.”

Luego se atrevió a ir a donde le llamaban. No se sobresaltó un punto, al contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver de dónde le llamaban.

Cuando llegó a la cumbre vió a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su presencia , se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta, flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas; y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.

Se inclinó delante de ella y oyó su palabra, muy suave y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: “Juanito, el mas pequeño de mis hijos, dónde vas?”

El respondió: Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor”.

Ella luego le habló y le decubrió su santa voluntad. Le dijo: “Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque

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te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.”

Juan Diego contestó: Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.” Luego bajó, para ir a hacer su mandato; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.”

Segunda aparición

“Habiendo entrado sin delación en la ciudad, Juan Diego se fué en derechura al palacio del obispo que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba Fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco.

Apenas llegó trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle. Y pasado un buen rato, vinieron a llamarle, que había mandado el señor Obispo que entrara. Luego que entró, en seguida le dió el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vió y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito. El Obispo le respondió; “Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido.” Juan Diego salió y se vino triste, porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrito, y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde le vió la primera vez: “Señora, la mas pequeña de mis hijas. Niña mía, fuí a donde me enviaste a cumplir tu mandato, le vi y le expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, apareció que no lo tuvo por cierto.

Me dijo: Otra vez vendrás, te oiré mas despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido.

Comprendí perfectamente en la manera que me respondió que piensa que es quizás invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido y respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje, para que le crean; porque yo soy solo un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y tú, Niña mía, la mas pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía.”

Le respondió la Santísima Virgen: “Oye, hijo mío el mas pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tu mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el mas pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”

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Respondió Juan Diego: “Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad, pero acaso no seré oído con agrado; o si fuese oído, quizás no me creerá. Mañana en la tarde cuando se ponga el sol vendré a dar razón de tu mensaje, con lo que responda el prelado. ya me despido, Hija mía, la mas pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entretanto.” Luego se fue él a descansar a su casa.

Tercera aparición

“Al día siguiente, domingo muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver en seguida al prelado. casi a las diez, se aprestó, después de que se oyó Misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor Obispo.

Apenas llegó, hizo todo empeño para verle: otra vez con mucha dificultad le vió; se arrodilló a sus piés; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo, que ojalá que creyera su mensaje y la voluntad de la Inmaculada de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor Obispo, para cerciorarse le preguntó muchas cosas, donde la vió y cómo era; y el refirió todo perfectamente al señor Obispo. Más aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se decubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, el (Obispo) no le dió crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del cielo.

Así que lo oyó dijo Juan Diego al Obispo: “Señor, mira cual ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envió acá.” Viendo el Obispo que ratificaba todo sin dudar ni retractar nada, le despidió.

Mandó inmediatamente unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba.

Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyacac, le perdieron; y aunque más buscaran por todas partes, en ninguna le vieron.

Así es que se regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dió enojo.

Eso fueron a informar al señor Obispo, inclinándose a que no le creyera: le dijeron que nomas le engañaba; que nomas forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

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Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor Obispo; la que oída por la Señora le dijo: “Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de tí sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo.”

Cuarta aparición

“Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado enfermedad, y estaba muy grave. Primero fué a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría.

El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyacac, hacia el poniente por donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve la señal al prelado, según me previno; que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando.”

Luego dió vuelta al cerro; subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

Pensó que por donde dió la vuelta no podia verle la que está mirando bien a todas partes. La vió bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “Que hay, hijo mío el mas pequeño? a dónde vas?”

Se apenó él unpoco, o tuvo verguenza, o se asustó. Se inclinó delante de ella y la saludó, diciendo: “Niña mía, la mas pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estes contenta. Como has amanecido? estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío: le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar a uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos vinimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero sí voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname, ténme por ahora paciencia; no te engaño. Hija mía la mas pequeña, mañana vendré a toda prisa.” Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen:

“Oye y ten entendido hijo mío el mas pequeño, que es nada lo que te asusta y aflije; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. No estoy yo aquí? No soy tu Madre? No estás bajo mi sombra? No soy yo tu salud? No estás por ventura en mi regazo? Qué mas has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que sanó.” (Y entonces sanó su tío, según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo consoló mucho; quedó contento. Le rogó

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que cuanto antes se despachara a ver al señor Obispo, a llevarle alguna señal y prueba, a fin de que creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrito, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el mas pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.” Al punto subió Juan Diego al cerrillo. Y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tantas varias exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo.

Estaban muy fragantes y llenas del rocío de la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó todas y las hechó en su regazo.

La cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites; y si se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo come y echa a perder el hielo.

Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes flores que fue a cortar; la que, así como las vió, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el mas pequeño, esta diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”

Después que la Señora del Cielo le dió su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México; ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de la s manos, gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

El milagro de la imagen

Al llegar Juan Diego al palacio del Obispo salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado.

Les rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que solo los molestaba, porque les era inoportuno; además ya les habían informado sus compañeros que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.

Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él, para ver lo que traía y satisfacerse.

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Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que por eso le habían de molestar, empujar y aporrear, descubrió un poco que eran flores; y al ver que todas eran diferentes, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, y tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; porque cuando iban a cogerlas ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decirle al señor Obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle.

Cayó, al oírlo, el señor Obispo en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. En seguida mandó que entrara a verle.

Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje.

(Juan Diego)le dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad.

Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias flores. Después que fuí a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fuí llegando a la cumbre del cerrillo ví que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla , brillantes de rocío, que luego fuí a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Hélas aquí: recíbelas.”

Desenvolvió luego su manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes flores, se dibujó en ella de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyacac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vió el señor Obispo, él y todos los que allí estaban, se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron a verla, se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el pensamiento.

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El señor Obispo con lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo.

Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día mas permaneció Juan Diego en la casa del Obispo, que aún le detuvo.

Al día siguiente le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erijan su templo.” Inmediatamente se invitó a todos para hacerlo.

Aparición a Juan Bernardino

No bien señaló Juan Diego dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba muy grave cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.

Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.

Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino; a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho. Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyacac la Señora del Cielo; la que, diciéndole que no se afligiera que ya su tío estaba bueno, con mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor Obispo, para que le edificara una casa en el Tepeyacac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vió del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a ver al Obispo.

También entonces le dijo la Señora de cuando él fuera a ver al Obispo, le revelara lo que vió y de que manera milagrosa le había sanado; y que bien le nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe. Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguar delante de él.

A ambos, a él y a su sobrino, los hospedó el Obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyacac, donde la vió Juan Diego.

El señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo: la sacó del oratorio de su palacio donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.

La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.

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JUAN DIEGO EXISTIÓ: LAS PRUEBAS Revelaciones de la Comisión que estudia la historicidad de Guadalupe ROMA, 19 (ZENIT).- La canonización de Juan Diego, el indio a quien se apareció la Virgen de Guadalupe, sería un disparate, pues su existencia no está comprobada. Esta afirmación, realizada en varias ocasiones por el ex abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, ha sido pronunciada desde lustros por otros personajes. Ya el 18 de abril de 1794, el académico español, Juan Bautista Muñoz, sostuvo por primera vez que el acontecimiento guadalupano carecía de fundamento histórico. Si se hace caso a estas tesis, Juan Pablo II beatificó el 6 de mayo de 1990 a una especie de fantasma creado por la creatividad religiosa mexicana. Ni que decir tiene que las apariciones de Guadalupe perderían con Juan Diego toda veracidad. Ante estas afirmaciones, y en el marco del proceso de canonización del beato indio, la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, decidió crear en 1998 una Comisión histórica para analizar su fundamento. Nombró como presidente de la Comisión histórica al profesor de Historia eclesiástica en las Universidades Pontificias Urbaniana y Gregoriana, Fidel González Fernández, reconocido como uno de los máximos expertos en la materia. La Comisión solicitó la cooperación de unos 30 investigadores de diversas nacionalidades que ofrecieron una contribución decisiva no sólo para justificar la historicidad de Juan Diego, sino incluso para aportar nueva luz a la historia de México. El padre González expuso los resultados de este trabajo en un Congreso extraordinario celebrado en la Congregación Vaticana para las Causas de los Santos el 28 de octubre de 1998, obteniendo un éxito positivo en la resolución de las dudas presentadas sobre la problemática histórica. Quizá uno de los trabajos más originales del padre González, quien ha sido asistido en esta labor por otros miembros de la comisión, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado (cf. «El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego», Editorial Porrúa, México 1999, 564 pp.) es la presentación de 27 documentos o testimonios indígenas guadalupanos y 8 de procedencia mixta indo-española. Entre todos ellos, destaca el «El NicanMopohua» y el llamado Códice «Escalada». «El Nican Mopohua», del escritor indio Antonio Valeriano, constituye un testimonio privilegiado del proceso de transculturación del cristianismo de la Nueva España. Sin embargo, la cuestión acerca de la historicidad de su contenido y de cuanto en él es revestimiento literario o parte de un entorno cultural sigue siendo discutido con vehemencia. Cada palabra de los 218 versos del «Nican Mopohua» tiene sus significados dentro de la filosofía y mitología nahuas así como cristianas respectivamente. Al ser un texto literario, no tiene un valor histórico, sin embargo, ofrece el testimonio de la cosmovisión india del momento, algo mucho más importante para esa cultura que lo que podría haber sido una crónica fechada. Por otra parte, su autor un indígena de raza tecpaneca pura, fue un testigo, pues vivió entre 1520 y 1606. Los historiadores afirman que era sobrino del emperador Moctezuma. A los trece años --en 1533, testimonio de la impresionante labor que realizaron los misioneros-- ya entró a estudiar en el colegio de San Cruz de Tlatelolco, fundado por el obispo Juan de Zumárraga. Fue, por tanto, uno de los primeros indios en hablar latín y gobernador de Azcapotzalco durante 35 años. Tenía 11 años en 1531, año de las apariciones, y 28 en 1548, cuando murió Juan Diego. Por otra parte, el Códice «Escalada», firmado por el indio Antonio Valeriano y el español fray Bernardino de Sahagún, recién descubierto, constituye un testimonio directo de la historicidad de Juan Diego, pues contiene una especie de «acta de defunción» del indígena. Dado que todavía no se han encontrado documentos históricos relativos a los veinte años que siguieron a las apariciones de Guadalupe, quienes se oponen a ellas aseguran que este «silencio» documental es prueba de que no existieran. Se olvida, sin embargo, que muchas fuentes indígenas fueron destruidas, como dos autoridades indiscutibles de la primera hora, fray Bernardino de Sahagún y Gerónimo de Mendieta declaran. Además, no hay que olvidar otros elementos históricos como los incendios (el del Archivo del Cabildo de México de 1692) o la llamada «crisis del papel» que invistió a la Nueva España durante mucho tiempo y que obligó como algo normal a la reutilización del papel ya usado, incluso de documentos de archivo, para nuevos usos sea en el comercio como en la escritura. Preguntas sin responder. Los antiaparicionistas, sin embargo, no pueden explicar con elementos históricos algunos aspectos decisivos de la historia de México sin tener en cuenta el milagro de Guadalupe. Como, por ejemplo, el que, después una conquista dramática y tras dolorosas divisiones y contraposiciones en el seno del mundo político nahuatl, en un lugar significativo para el mundo indígena, en el cerro del Tepeyac, se levantara en seguida una ermita dedicada a la Virgen María bajo el nombre de Guadalupe, que con la Guadalupe de España coincide sólo en el nombre.

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No explican tampoco cómo Guadalupe se convirtió en señal de una nueva historia religiosa y de encuentro entre dos mundos hasta ese momento en dramática contraposición. La historicidad del beato ha quedado tan fundamentada que el presidente de la Comisión creada por la Congregación romana para las Causas de los Santos, Fidel González, está estudiando los orígenes sociales de Juan Diego. No se sabe si era un noble indio o un «pobre» indio. Se trata de una confusión provocada por las traducciones del «Nican Mopohua» al castellano. Existen otras muchas pruebas históricas sobre la existencia de Juan Diego, como, por ejemplo, la tradición oral, fuente decisiva al estudiar a los pueblos mexicanos, cuya cultura era principalmente oral. Esta tradición, en esos casos suele obedecer a cánones bien precisos y, en el caso de Guadalupe, siempre confirma la figura histórica y espiritual de Juan Diego. Quien quiera profundizar en el aspecto histórico del vidente de Guadalupe, puede leer a continuación el artículo inédito escrito por una de las personalidades más competentes en la materia, Fidel González, presidente de la Comisión histórica sobre Juan Diego constituida por la Santa Sede. ZS99121909.

Los ojos de Guadalupe: un misterio para la ciencia

Un científico revela las conclusiones de la tecnología digital

ROMA, 20 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Los ojos de Guadalupe constituyen uno de los grandes enigmas para la ciencia en estos momentos, como han constatado los estudios del ingeniero José Aste Tönsmann del Centro de Estudios Guadalupanos de México. Este graduado en ingeniería en sistemas ambientales por la Universidad de Cornell ha estudiado durante más de veinte años la imagen impresa de la Virgen en ese tosco tejido hecho con fibras de maguey de Juan Diego, el indígena que recibió las apariciones que cambiarían decisivamente la historia de México. Si bien sus dimensiones son microscópicas, el iris y las pupilas de los ojos de la imagen tienen impresa al menos la imagen sumamente detallada de trece personajes. Las mismas personas están presentes tanto en el ojo izquierdo como en el derecho, con diferentes proporciones, al igual que sucede en los ojos de un ser humano que refleja los objetos que tiene en frente. El reflejo transmitido por los ojos de la Virgen de Guadalupe es la escena en la que Juan Diego mostraba al obispo fray Juan de Zumárraga y a los presentes en la estancia el manto con la misteriosa imagen. Era el 9 de diciembre de 1931. La técnica que ha utilizado para su estudio el ingeniero Aste Tönsmann es la del proceso digital de imágenes usado por los satélites y por las sondas espaciales para transmitir informaciones visivas. El científico, de hecho, ha trabajado durante años en IBM en procesamiento digital de imágenes. Según las conclusiones del estudio, reveladas por Aste Tönsmann a Zenit, durante una visita que realizó a Roma a inicios de enero, nos encontramos ante una imagen «que no ha sido pintada con mano de hombre». Ya en el siglo XVIII varios científicos realizaron pruebas científicas que mostraban cómo era imposible pintar una imagen así en un tejido de esa textura. De hecho, con el pasar del tiempo, las fibras del «ayate» que utilizaban los indios se degradan. Normalmente no deberían durar más de veinte años. Sin embargo, la imagen está impresa desde hace 470

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años. Richard Kuhn premio Nobel de Química, recordó Aste Tönsmann, hizo análisis químicos en los que se pudo constatar que la imagen no tiene colorantes naturales, ni animales ni mucho menos minerales. Dado que en aquella época no existían los colorantes sintéticos, la imagen, desde este punto de vista, es inexplicable. En 1979 los estadounidenses Philip Callahan y Jody B. Smith estudiaron la imagen con rayos infrarrojos y descubrieron con sorpresa que no había huella de pintura y que el tejido no había sido tratado con ningún tipo de técnica. Aste Tönsmann, se pregunta, «¿Cómo es posible explicar esta imagen y su consistencia en el tiempo sin colores y con un tejido que no ha sido tratado? Es más, ¿cómo es posible que, a pesar de que no haya pintura, los colores mantengan su luminosidad y brillantez?». El ingeniero peruano explica que «Cahallan y Smith han mostrado cómo la imagen cambia ligeramente de color según el ángulo de visión, un fenómeno que se conoce con el término de iridescencia, una técnica que no se puede reproducir con manos humanas». El investigador comenzó a desarrollar su estudio en 1979. Agrandó los iris de los ojos de la Virgen hasta alcanzar una escala 2.500 veces superior al tamaño real y, a través de procedimientos matemáticos y ópticos, logró identificar todos los personajes impresos en los ojos de la Virgen. En los ojos de la Virgen --revela-- se encuentran reflejados los testigos del milagro guadalupano, el momento la que Juan Diego mostraba el ayate al obispo. Los ojos de la Virgen tienen así el reflejo que hubiera quedado impreso en los ojos de cualquier persona en esa posición. Se puede individuar un indio sentado, que mira hacia lo alto; el perfil de un hombre anciano, con la barba blanca y la cabeza con calvicie avanzada, como el retrato de Juan de Zumárraga realizado por Miguel Cabrera para representar el milagro; un hombre más joven, con toda probabilidad el intérprete Juan González; un indio de rasgos marcados, con barba y bigote, que abre su propio manto ante el obispo, sin duda Juan Diego; una mujer de rostro oscuro, una sierva negra que estaba al servicio del obispo; un hombre de rasgos españoles que mira pensativo acariciándose la barba con la mano. En definitiva, en los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe está impresa una especie de instantánea de lo que sucedió en el momento en que tuvo lugar el milagro. En el centro de las pupilas, además, a escala mucho más reducida, se puede ver otra «escena», totalmente independiente a la primera. Se trata de una familia indígena compuesta por una mujer, un hombre, y algunos niños. En el ojo derecho, aparecen otras personas de pie detrás de la mujer. Hasta aquí llega la ciencia, fue la conclusión de Aste Tönsmann. El cómo se ha realizado algo así no es posible descifrarlo con métodos científicos.

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LA DOCUMENTACION HISTÓRICA SOBRE LA VIRGEN DE GUADALUPE Y JUAN DIEGO Estudio inédito de uno de los máximos expertos en la materia (1)

Por Fidel González, mccj. Presidente de la Comisión Histórica sobre Juan Diego nombrada por la Congregación romana para las Causas de los Santos. Profesor de Historia eclesiástica en las Universidades

Pontificias Urbaniana y Gregoriana.

ROMA, 19 (ZENIT).- En los comienzos de la presencia misionera cristiana en México y en otros lugares del Nuevo Mundo, se constata un choque entre el mundo religioso y cultural precortesiano y el cristiano llegado de Europa. Sin embargo vemos que se va a dar un encuentro no exento de dolor. Ahora bien, Guadalupe es la expresión más lograda de este encuentro y el indio neo-cristiano Juan Diego Cuauhtlatoatzin un eslabón que lo representa, o como es llamado por el "Nican Mopohua", el más importante documento de indígena sobre el hecho guadalupano, su "mensajero"(2). Así lo han percibido tanto la "traditio" india como la española, la criolla y la mestiza. En este sentido el hecho guadalupano y la misión del indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin tienen un marcado sentido eclesial y misionero. En el Acontecimiento guadalupano se muestra los comienzos dramáticos de la historia del continente americano. La reciente publicación en México por la prestigiosa editorial Porrúa del libro en colaboración de F. González Fernández, E. Chávez Sánchez, J. L. Guerrero Rosado señala esta problemática al investigar documentalmente el tema guadalupano. El argumento guadalupano ha sido objeto de apasionados debates históricos desde que a finales del s. XVIII un académico español, Juan Bautista Muñoz (3), seguido luego por dos mexicanos, el extravagante fraile dominico fray Servando Teresa de Mier y a finales del siglo XIX el erudito Joaquín García Icazbalceta pusieron en duda desde posiciones y por motivos muy diversos la historicidad del hecho guadalupano. Desde entonces la polémica va a predominar en la historiografía guadalupana sobre la investigación documental. I. TESIS CONTRAPUESTAS En la historia de la controversia guadalupana se encuentran tesis contrapuestas. Algunas quieren vaciar el Acontecimiento guadalupano de su historicidad reduciéndolo a un mero símbolo de valor variable. Sintetizamos algunas de estas tesis. a) Para algunos "Guadalupe" es un mito religioso que representaría las antiguas tradiciones religiosas mexicanas sincretísticamente asumidas por el catolicismo. La Virgen de Guadalupe sería la transposición católica de una "divinidad" pagana y Juan Diego uno de los personajes del mito. b) Otros antiaparicionistas creen que "Guadalupe" es un instrumento catequético usado por los misioneros en la evangelización de los indígenas; habrían aplicado al caso mexicano la tradición española que usaba el teatro, las escenificaciones y los pasos procesionales con tal fin dando lugar a una rica tradición escultórica e iconográfica. c) Otros ven "Guadalupe" como una creación del naciente "Criollismo" a partir del siglo XVII, una afirmación de poder frente a los peninsulares españoles. Habría nacido así el nacionalismo mexicano con raíces criollas y la Virgen de Guadalupe como su símbolo. Solamente en un segundo tiempo se daría espacio al "indio Juan Diego" y a los indios, que no habrían sido recordados como protagonistas en el hecho hasta entrado el siglo XVIII. La misma Independencia mexicana habría sido proclamada bajo este símbolo (4). d) Para otros antiaparicionistas la duda nace de la falta de fuentes exhaustivas en los primeros veinte años; pesa mucho sobre ellos el llamado "silencio documental franciscano", especialmente el de fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la diócesis de México, y el de otros cronistas de la época, sumamente fieles en la transmisión de los hechos más importantes de la conquista y de la evangelización (5). e) Algunos no niegan la historicidad de "Guadalupe". Sin embargo para ellos lo fundamental sería el simbolismo guadalupano (6). f) Para algunos lo interesante en el hecho guadalupano es el drama de la conquista y las diversas actitudes de los misioneros y del mundo indígena en los primeros momentos de la evangelización. También, y por motivos opuestos, algunos seguidores del idealismo filosófico leen bajo este prisma el hecho guadalupano interpretándolo dialécticamente y como una creación del sujeto.

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g) Existen numerosas publicaciones de carácter divulgativo donde prevalece el aspecto devocional sin ninguna preocupación de carácter histórico. h) Algunas de estas visiones, aplicadas al hecho guadalupano, pueden llevar a un fideísmo y en algunos casos incluso a soslayar el problema de la racionalidad de la fe y de su nexo con la historia, y en otros a la reducción de "Guadalupe" a puro símbolo o a mero sentimiento sin ninguna relación con los hechos históricos. II. PROBLEMÁTICA SOBRE LA HISTORICIDAD DE JUAN DIEGO La Causa de beatificación de Juan Diego: ocasión de nuevos estudios y debates Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio "vidente" de Santa María de Guadalupe, nació al parecer hacia el 1474 y murió en 1548. Algunas fuentes primitivas indígenas guadalupanas, y más tarde las "españolas", lo llaman explícitamente "embajador-mensajero" de Santa María de Guadalupe. Fue beatificado en la basílica de Guadalupe de la ciudad de México el 6 de mayo de 1990 por Juan Pablo II durante su segundo viaje apostólico a México. La historia de su Causa está estrechamente unida al de del hecho guadalupano. Desde un punto de vista jurídico se abrió un proceso en 1666 para reconocer el hecho. La petición fue firmada por el Obispo de Puebla, Gobernador de la Arquidiócesis de México, sede vacante, y por el virrey de la Nueva España (7). Las «Informaciones» fueron solamente leídas en 1667 por la Sagrada Congregación de Ritos sin dar, que conozcamos, una respuesta (8) En el siglo XVIII, en 1739 el erudito Lorenzo Boturini Benalluci recogió muchos documentos sobre el hecho guadalupano durante su viaje a la Nueva España con el objetivo de publicar su historia; muchos de estos documentos se perdieron cuando Boturini fue expulsado de la Nueva España. Algunos de estos documentos de Boturini aparecerán más tarde en archivos y colecciones privadas Benedicto XIV acogió las peticiones de las autoridades eclesiásticas y civiles de la Nueva España y declaró la Virgen de Guadalupe en 1754 como patrona principal de la Nueva España y de los Dominios de la Corona de España. Por su parte la Sagrada Congregación de Ritos concedió misa y oficio especiales para el 12 de diciembre, solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe (10). En 1894 los obispos mexicanos obtuvieron la concesión por parte de la Sagrada Congregación de Ritos de la coronación canónica de la Virgen de Guadalupe (11) entonces fueron presentadas de nuevo las «Informaciones Jurídicas de 1666» y otros nuevos datos como respuestas a las "animadversiones, (12). En las primeras décadas del siglo XX los obispos de México y de muchas otras partes del mundo solicitaron a Pío X y luego a Pío XI la declaración de la Virgen de Guadalupe como Patrona del Continente Americano y de las Filipinas (13). A partir de 1974, V Centenario de la hipotética fecha del nacimiento de Juan Diego, los obispos mexicanos y más tarde los latinoamericanos pidieron su canonización ~ Durante su primera Visita pastoral a México en 1979 Juan Pablo II presentó también a Juan Diego como un personaje histórico, importante en la historia de la evangelización de México. Se llegó así a su beatificación en la basílica de Guadalupe en México por Juan Pablo II el 6 de mayo de 1990. Sin embargo la beatificación, llevada a cabo con el método de las llamadas beatificaciones "equivalentes" ("equipolenti"), suscitó una polémica sobre la historicidad del acontecimiento guadalupano y sobre la misma figura de Juan Diego. Dado que muchos obispos pedían su canonización, a principios de 1998 la Congregación para la Causa de los Santos nombró una comisión histórica encargada de investigar más a fondo la problemática histórica (15). Parte de los resultados de tal estudio han sido recogidos en el volumen de F. González Fernández, E. Chávez Sánchez, J. L. Guerrero Rosado. Las dudas y objeciones han constituido un estímulo positivo para esta investigación. La obra presenta una serie de documentos de procedencia diversa, que a nuestro entender, afirman de manera convergente el hecho guadalupano. Ha sido preocupación de los autores examinar críticamente esta documentación. Ofrecen también algunas hipótesis razonables para explicar algunos vacíos, como el llamado "silencio guadalupano" de algunos personajes eclesiásticos y civiles del siglo XVI. III. METODOLOGÍA USADA La investigación tenía como objetivo inmediato llegar a un dictamen histórico sobre la historicidad de Juan Diego en vistas de su proceso de canonización. Dadas las características peculiares del tiempo, del ambiente y de la naturaleza de la documentación se tenían que estudiar los distintos problemas históricos respetando la índole de tal documentación. Para alcanzar tal propósito se siguieron los criterios del método usado en la Congregación

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vaticana para las Causas de los Santos: investigar el asunto "plene ac rite", es decir, con los criterios de la metodología crítico-histórica en archivos y bibliotecas; averiguar si las fuentes eran dignas de fe, total o parcial, y en qué medida; y ver si en tales fuentes se podían encontrar aquellos elementos que pudiesen ofrecer un fundamento histórico para llegar a un juicio sobre la historicidad del acontecimiento guadalupano de México y de su nexo con el indio Juan Diego. En este orden de cosas había que tener presente la naturaleza y la diversa tipología de las fuentes históricas y literarias, y por lo tanto, la metodología adecuada que debía aplicarse a cada caso. Las fuentes históricas y literarias proceden fundamentalmente de tres matrices culturales distintas: las "estrictamente indias e indígenas"; las "españolas y europeas"; y las "mestizas" donde se dan cita los dos elementos anteriores en manera diversa. El tratamiento de cada fuente lo impone la fuente misma y su naturaleza, es decir, el objeto debe prevalecer sobre los "a priori" del investigador; hay que ver también los datos según la totalidad de sus factores, sin eliminar o descuidar alguno, y, finalmente, hay que tener en cuenta también el influjo de la moralidad en la dinámica del conocimiento de los hechos. Por todo ello hay que tener en cuenta la historia y la cultura mexicana prehispánica. la de los conquistadores y misioneros españoles y el proceso evolutivo histórico que se da en la Nueva España o México desde el siglo XVI en adelante. Además, para dar un justo valor a las fuentes históricas hay que tener en cuenta los hechos de interculturación de los dos mundos: su lenguaje cultural, el valor de sus tradiciones y el método de su transmisión (16). Las fuentes indígenas El momento histórico en el que se desenvuelven los hechos guadalupanos mexicanos explica la escasez relativa de documentos guadalupanos directos de la primera hora. Sin embargo, tenemos el recurso de noticias e informes fidedignos tempranos, tanto indígenas como españoles, pertenecientes a los primeros veinte años tras los hechos, o de otros, que a partir de mediados del siglo XVI, abordaron el tema recurriendo a documentos o testigos antiguos, como es el caso de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y, sobre todo, las «Informaciones Jurídicas de 1666», que recogieron muchos de estos testimonios, entre ellos de gente contemporánea que conoció a testigos de los hechos y a sus protagonistas. En la historia de la documentación cobran especial relieve los códices indígenas, por lo que es necesario su interpretación adecuada. En una carta, recientemente descubierta, del erudito italiano del siglo XVIII Lorenzo Boturini, el autor enumera los documentos que pretende recuperar, y busca la intervención de personas competentes para que le sean entregados (17). Muchas fuentes indígenas fueron destruidas, como dos autoridades indiscutibles de la primera hora, fray Bernardino de Sahagún y Gerónimo de Mendieta declaran (18). Hay una fuente documental, no siempre debidamente valorada, y que en el caso guadalupano mexicano tiene una capital importancia: la transmisión oral o la tradición. Ya en el siglo XVI un observador atento como el jesuita p. José de Acosta, conocedor de las realidades de México y de Perú, se preguntaba sobre el valor de las tradiciones y de la transmisión oral en su correspondencia con el padre jesuita mexicano p. Juan de Tovar (19). Un siglo más tarde el lingüista y catedrático mexicano, Luis Becerra Tanco, volvía sobre el mismo argumento (20). Ambos testimonios subrayan el valor positivo de tal tradición y método. En 1578, el misionero dominico fray Diego Durán reconocía el error de haber destruido los códices indígenas. La validez y fiabilidad de este tipo de transmisión han sido confirmadas por los modernos investigadores nahuatlacos como Miguel León Portilla (22). Por ello es necesario tener presente la importancia de la tradición oral como fuente histórica entre los pueblos de cultura principalmente oral, como lo eran los pueblos mexicanos. La tradición oral en esos casos suele obedecer a cánones bien precisos. Observaciones sobre las fuentes indígenas y sobre las fuentes "mestizas" o mixtas En la obra de F. González Fernández, E. Chávez Sánchez, J. L. Guerrero Rosado (23) se presentan 27 documentos o testimonios indígenas guadalupanos de diversa procedencia, valor e interpretación, entre los que destaca el "El Nican Mopohua"; y 8 de procedencia mixta indo-española o mestiza, entre los que destacan los pertenecientes a don Femando de Alva Itlilxóchitl y el llamado Códice "Escalada", recientemente descubierto. Ante todo hay que establecer su procedencia, su cronología, y su finalidad. Entre las fuentes indígenas la principal es sin duda "El Nican Mopohua", atribuido al escritor indio Antonio Valeriano, de cuya paternidad hoy día los mejores investigadores ya no dudan (24). El Documento tiene una estructura poética y se trata "de un testimonio privilegiado del proceso de transculturación del cristianismo de Nueva España, el cual sigue manteniendo un valor y una actualidad ejemplar para la introducción a filosofías y teologías mexicanas, así como para la praxis teológico y social y para la pastoral eclesiástica en el México actual y en otros países de América" (25). Sin embargo, la cuestión acerca de la historicidad de su contenido y de cuanto en él es revestimiento literario o parte de un entorno cultural sigue siendo discutido con vehemencia.

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El documento de Antonio Valeriano fue dado a conocer en su texto náhuatl por Lasso de la Vega en 1649. "Es un texto complejo y simple a la vez que se convirtió en el paradigma para otros relatos posteriores y que influye decisivamente en el proceso religioso de México. En este texto en náhuatl lo que más destaca, como ya lo había expresado el historiador y nahuatlaco A. María Garibay es el extraordinario mensaje de la maternidad espiritual de María, principalmente hacia lo pobres y los desamparados" (26). Por todo ello, el documento va estudiado en su contexto cultural, en "la configuración literaria del acontecimiento guadalupano" (27) "teniendo presente las reflexiones filosóficas y recensiones teológicas del acontecimiento guadalupano" (28), y la "cosmovisión náhuatl (tolteca-azteca) y cristiana. Cada palabra de los 218 versos del "Nican Mopohua" tiene sus significados dentro de la filosofía y mitología nahuas así como cristianas respectivamente" (29). La complejidad y la amplitud de la cosmovisión náhuatl y del profundo intento de inculturación cristiana por obra de los misioneros son temas que necesitan un conocimiento y un estudio atento. Para entenderlo hay que tener presente todos los datos que nos ofrecen las fuentes históricas y literarias de los siglos XVI y XVII en la Nueva España (30). En la interpretación de las fuentes indígenas guadalupanas hay que tener en cuenta también que estas no son "puras" en el sentido cultural y lingüístico sino que proceden ya de indígenas cristianos o que han entrado en contacto con el mundo cultural español y misionero. Estos contactos se reflejan en las fuentes, sea en el contenido como en el lenguaje. Por ello, para entender estas fuentes se debe tener presente el rico mundo literario náhuatl de temas religiosos, filosóficos y de ciencias naturales producido por indígenas y por españoles después de 1521. No hay que olvidar la procedencia humanista de muchos frailes misioneros y de muchos conquistadores. Tal humanismo cristiano se encontró con la sabiduría tradicional india. Antonio Valeriano es un ejemplo (31). Frailes misioneros, conquistadores y sabios indígenas nos han legado numerosas investigaciones lingüísticas y filológicas: "artes o gramáticas, vocabularios, doctrinas cristianas, catecismos, sermonarios, devocionarios, confesionarios, traducciones de la Biblia, anales y relatos orales, compilaciones de cartas, poemas e himnos sagrados, textos sobre agricultura, medicina, conjuros y hechizos, fiestas y bailes, educación y sociedad y economía y otras obras a través de los siglos de la Colonia y de la Independencia hasta los tiempos actuales en los que nuevo textos en náhuatl incluyen vocablos e ideas especialmente diseñadas para significar conceptos hebraico-cristianos. Esta rica literatura, largo tiempo desdeñada por los investigadores, es pródiga en implicaciones en el contexto de la historia de las ideas y de procesos de aculturación a nivel de las creencias y prácticas religiosas así como en ideas modernas y filosóficas" (32). Estos principios y experiencias deben tenerse presentes no solamente en el caso especifico del "Nican Mopohua", sino también en la rica literatura escrita en lengua náhuatl acerca del acontecimiento guadalupano (33). Hay que notar también que la lengua náhuatl es rica en expresiones literarias para hablar poéticamente de la cosmovisión mesoamerícana y narrar hechos de su historia. Esta lengua además era la lengua "franca" de Mesoamérica usada por numerosos poetas, cronistas y literatos en tiempos antiguos y en los tiempos inmediatamente posteriores al acontecimiento guadalupano. Los hechos y el mensaje de la doctrina cristiana fueron también expresados en ella con la misma metodología, los mismos acentos y el mismo desarrollo del pensamiento filosófico de los antiguos "tlamatinime", los sabios mexicanos creadores de cantos, crónicas y poesía. Este aspecto de la inculturación náhuatl cristiana explica el estilo y el contenido de estos documentos indígenas. Llamamos fuentes "mixtas indo-españolas o mestizas" a aquellas fuentes, donde encontramos la presencia de un elemento mestizo determinante o una mezcla cultural por razón de su autor, como en el caso de don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (descendiente de español y de indígena); o porque los autores firmantes del mismo documento son un indígena y un español, como en el Códice "Escalada" (firmas del indio Antonio Valeriano y del español fray Bernardino de Sahagún); por la lengua usada (nahuatl, como en el Códice "Escalada", o por otros elementos como autor, composición o lengua que indican la presencia de un mestizaje cultural, que ya no es ni el puramente indígena prehispánico, ni el español importado. Entre estas fuentes hemos catalogado algunas de capital importancia, pero donde ya encontramos presente un nuevo tipo de acercamiento y de juicio cultural, fruto de la nueva situación. Entre ellos recordamos el "Nican Motecpana" de don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, el "Inim Huey Tlamahuizoltica", el mapa de Alva Ixtlixóchitl, el "Inim Huey Tlatnahuizoltzin" [atribuido a Juna González], el testamento de Francisco Verdugo Quetzalmamalitzin, el llamado Códice "Florentino" [de fray Bernardino de Sahagún], el testimonio de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl respecto a favores a los habitantes de Teotihuacán, y el importante Códice "Escalada" con un testimonio guadalupano directo y una especie de "acta de defunción" de Juan Diego, el vidente guadalupano (34). En relación a las fuentes españolas y europeas en general

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Los documentos del siglo XVI de "procedencia española" a favor de Guadalupe son numerosos; pero también aquí nos encontramos con la misma problemática de lectura de los documentos de procedencia india o mestiza escritos en náhuatl o en castellano. La mayor parte de los documentos presentados en apoyo del acontecimiento guadalupano pertenecen a la segunda parte del siglo XVI y crecen cada vez más hasta nuestros días. Frecuentemente estos documentos se refieren directa o indirectamente al culto dado a la Virgen de Guadalupe en la capilla a Ella dedicada en las faldas del cerro de Tepeyac a las afueras de la Ciudad de México. Tales fuentes no siempre se refieren al hecho directo de las apariciones; a veces se trata de documentos circunstanciales en los que se recuerda "Guadalupe" de paso; otras veces estos documentos tienen como objeto donaciones o actos de devoción guadalupana; otras se refieren a cuestiones juridícas relativas al santuario de Guadalupe o a controversias relacionadas con las apariciones y con el culto. En algunas no siempre aparece con claridad una referencia a las apariciones o al vidente Juan Diego. También aquí hay que estudiar el origen, el destinatario, el contexto y la finalidad del documento para entender su propósito y alcance. De hecho algunos de estos documentos no tienen como finalidad el tema guadalupano directo sino más bien otras cuestiones; pero el hecho de una afirmación "guadalupana" en un documento, que no tiene por objeto directo "Guadalupe", "Juan Diego" o las apariciones, les da un mayor valor. En la citada obra "El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego" han sido presentados y analizados documentos "guadalupanos", todos pertenecientes a la época que va a partir de la mitad del siglo XVI (hacia 1555 en adelante) y llegan hasta 1630: 9 testamentos, 2 documentos relativos a donaciones, 2 de carácter jurídico (controversias), 11 referencias guadalupanas en crónicas de la época, algunas de especial valor (35), las Actas de Cabildo entre 1568 y 1569, el llamado mapa de Uppsala, algunos testimonios iconográficos primitivos (36), peticiones de indulgencias y privilegios, concesiones de gracias por parte de la Santa Sede a partir de Gregorio XIII; documentos que muestran la importancia del santuario de Guadalupe en el virreinato de la Nueva España; y los testimonios de los jesuitas relativos a Santa María de Guadalupe. Nuevos documentos, fruto de una investigación de archivo, están enriqueciendo los estudios sobre la historicidad guadalupana y juandieguina. Entre ellos habría que destacar los documentos hallados en el archivo del antiguo "Convento del Corpus Christi" de la Ciudad de México y que se refieren a unas pruebas legales de "pureza de sangre" y descendencia de caciques de dos candidatas a la vida monacal. Tales documentos, aún inéditos en su totalidad han sido el punto de partida para la investigación de la genealogía de Juan Diego (37). La investigación en otro archivo desconocido hasta hace poco a los investigadores, el del antiguo convento dominico de Chimalhuacán (fundado 1529), ha dado como resultado el hallazgo de un importante material relativo a los primeros años de la conquista y a algunos protagonistas de la misma, tanto indios como españoles. En este material aparece el entorno cultural y familiar de Juan Diego, con estrechos vínculos con el lugar del convento y con la fundación del mismo convento . La documentación "española" crece a partir de finales del siglo XVI en documentos de índole muy diversa. Esta riqueza de fuentes no nos impide plantearnos algunos problemas como la falta de documentos conocidos, anteriores a 1548, es decir pertenecientes a las dos primeras décadas inmediatamente sucesivas a 1531, fecha que la tradición y el resto de los documentos dan al acontecimiento guadalupano: ¿existen documentos de estos primeros 20 años aún perdidos en archivos o bibliotecas? Los antiaparicionistas esgrimen este "silencio" documental como su argumento más fuerte; mientras que los aparicionistas ofrecen varias hipótesis para explicarlo. De todas maneras habría que aplicar aquí el principio jurídico de que el "silencio" no afirma ni niega nada. La cuestión está abierta (39). Las fuentes "españolas o europeas" crecen a partir del segundo arzobispo de México, el dominico Alonso de Montúfar (desde 1554 a 1573). El guadalupanismo de los arzobispos mexicanos desde Montúfar es indiscutible. A lo largo del siglo XVII "Guadalupe" se une cada vez más con la conciencia católica mexicana. La experiencia religiosa católica constituye sin duda la base más fuerte de la identidad católica nacional mexicana. En este juicio coinciden la mayor parte de los autores guadalupanos sea aparicionistas como antiaparicíonistas. Como escribe un autor: "En términos socioculturales, la veneración de la Virgen de Guadalupe permite a los indígenas, gracias a las circunstancias particulares de su aparición a un pobre indio; la reivindicación de sus reclamos de respeto y de reconocimiento dentro de la sociedad colonial y de su participación de la esperanza de la salvación [...] La Virgen de Guadalupe no fue propiedad de los conquistadores ni de los indios; se tornó en elemento decisivo en el largo proceso de formación de una cultura mexicana mestiza, con un marcado distanciamiento del mundo hispano de donde provino. Su doble origen hispano-indio reflejaba la disposición sociocultural de los mestizos, incluso de los criollos en la Nueva España..." (40). En la segunda mitad del siglo XVI, y con mayor fuerza a lo largo del siglo XVII, la Guadalupe mexicana es llevada por los frailes misioneros y por los pobladores españoles a lo largo de la geografía de la actual

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Latinoamérica: desde el norte de México hasta Santa Fe de Argentina (de donde es patrona), pasando por Guatemala, Perú, etc. Unas conclusiones y una reflexión a partir de los datos de esta historia Los resultados del examen de las fuentes muestran una convergencia en lo esencial: 1. Que en los comienzos de la presencia española en México, y precisamente en el valle del Anáhuac, después una conquista dramática y tras dolorosas divisiones y contraposiciones en el seno del mundo político "nahuatl", en un lugar significativo para el mundo indígena, en el cerro del Tepeyac, se levanta en seguida una ermita dedicada a la Virgen María bajo el nombre de Guadalupe, que con la Guadalupe de España coincide sólo en el nombre (41). 2. Que con una fuerza increíble la ermita de Guadalupe se convierte en punto de atracción devocional, en señal de una nueva historia religiosa y de encuentro entre dos mundos hasta ese momento en dramática contraposición (42). 3. En tomo a la primitiva ermita se desarrolla una "devotio" creciente, ya sea de parte de los indios como de los españoles, criollos y mestizos, y que ninguno --tampoco los influyentes frailes misioneros mendicantes-- pudieron frenar. Esta "devotio" se convierte en el punto de convergencia de los diferentes grupos, "la casa común de todos" que reconocen en María, la "madre de Aquel por el que se vive" (como la llama el "Nican Mopohua"), la Madre de todos. 4. Esto viene progresivamente señalado por las fuentes: con más fuerza por las indígenas y progresivamente por las españolas. Las indígenas hablan muy pronto de las apariciones e indican con claridad al indio Juan Diego; las españolas son más lentas al principio en las referencias juandieguinas y subrayan más el centro del evento que es la mediación de la Virgen María. 5. Entre las fuentes, la tradición oral entre los indígenas ocupa un lugar privilegiado (43). 6. Las fuentes: orales, escritas, representaciones (pinturas, esculturas...) y arqueológicas muestran como en tomo al hecho guadalupano se desarrolla una creciente atención y "devoto", a la cual va íntimamente ligada la veneración popular del vidente Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, considerado como "embajador de la Virgen María". Las representaciones iconográficas de las apariciones y de Juan Diego siguen cánones precisos que encontramos en los primeros códices indígenas de la segunda mitad del 1500 y en algunas estampas de los comienzos del 1600. Vemo s a menudo a Juan Diego representado con la aureola de santo; en los códices indígenas es presentado con los signos reservados para lo sagrado; entre estas pinturas destaca el fresco del convento franciscano de "Ozumba" (Estado de México) de los primeros años del siglo XVII, donde se representa la historia de la primera evangelización de México; en él se puede ver la aparición de la Virgen de Juan Diego en el Tepeyac. Queda la duda si la parte referente a Guadalupe sea un añadido posterior al resto. Sin emb argo ello no le resta valor al testimonio. Hay que subrayar también el hecho de que el mural se halla en el pórtico exterior de uno de los más antiguos conventos franciscanos y que en su iglesia conventual uno de sus altares fue dedicado en el s. XVII a la Virgen de Guadalupe. 7. En los lugares vinculados a la vida de Juan Diego se conserva una memoria viva entre los indígenas, ya a partir del siglo XVI, con signos crecientes de veneración. Sobre el lugar donde la tradición decía que surgía su casa natal se levantó una iglesia en honor de la Virgen. Las excavaciones arqueológicas han confirmado la existencia de una casa indígena de finales del s. XV o principios del XVI debajo y en los aledaños del templo. Otro hecho significativo ya constatado en el siglo XVII por un documento de la época es que era muy común entre los indios del lugar bautizar a sus hijos con aquel nombre compuesto (no muy común en otros lugares). El hecho que su tumba no haya sido aun encontrada no despierta asombro, en cuanto que frecuentemente muchos sepulcros, también de personajes importantes, tanto indígenas como españoles (conquistadores, obispos y misioneros) permanecen anónimas (44). Actualmente se están realizando excavaciones arqueológicas junto a la antigua "capilla" de indios en Guadalupe; tal capilla fue construida en los primeros años del 1600 y es diferente de la "ermita" o iglesia de la Virgen de Guadalupe; en aquel lugar fueron encontradas algunas sepulturas. Parece ser también que una "capilla" haya sido erigida sobre el lugar donde se levantaba la casita de Juan Diego en el Tepeyac, no lejos de la ermita de la Virgen. La tradición, que ya se recoge por escrito a mediados del siglo XVII, habla de que Juan Diego se retiró a la "ermita". El hecho es normal en la tradición cristiana, pero también lo era entre la indígena mexicana. Muchos príncipes mexicanos y gente del pueblo cuando envejecían y no tenían fuerzas para luchar en las guerras estimaban como un gran honor retirarse para servir en los templos de su

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religión cumpliendo también los servicios más humildes. Algunos continúan tal tradición después del bautismo retirándose a servir iglesias y conventos. Muchas veces se llaman a sí mismos "pobres", "mazehualtzin"; Juan Diego se llama a sí mismo de esta manera en algunos documentos indígenas. Un caso típico conocido es el de don Femando Cortés Ixtlixóchitl, cacique de Texcoco, que ayudó Cortés en la conquista y que se retiró a vivir sirviendo en la iglesia de un convento. Se retira después a Toluca. Parece también fundado el hecho que haya estado en el convento de San Vicente Ferrer Chimalhuacán; según consta por algunos documentos de archivo. En un inventario de la última década del s. XVIII o de la primera del XIX conservado en dicho archivo se dice que hasta hacía poco se conservaba un fresco o mural pintado en el lado del evangelio del presbiterio de la iglesia conventual narrando su conversión cristiana; tal mural fue borrado en una lamentable reestructuración del templo llevada a cabo bajo uno de los párrocos de finales del s. XVIII y comienzos del XIX. Para algunos técnicos del INAH el fresco se encontraría aún bajo el yeso blanco. 8. Está todavía abierta la cuestión de los orígenes sociales de Juan Diego. Sí se trata de un pobre indio en el sentido sociológico. La confusión arranca de la interpretación de la traducción de Becerra Tanco (siglo XVII) del "Nican Mopohua". En él se presenta a Juan Diego como "macehualtzintli icnotlapatzintli", que Becerra Tanco traduce como "un indio plebeyo y pobre, humilde y cándido". Por otra parte, la expresión enuncia un lenguaje cortés y casi "protocolario" en el uso lingüístico de notables indios, como se ve a través de otros documentos indígenas. La expresión se podría por consiguiente traducir: "un indito, un pobre hombre del pueblo" o "un indio, un noble pobrecito" (45). 9. Los franciscanos al principio permanecieron más bien hostiles ante la aceptación del culto de la Virgen de Guadalupe; hay que leer los motivos de tal hostilidad a la luz de su conocida metodología misionera frente al mundo cultural y religioso indígena y al miedo de un comprensible sincretismo (46). 10. Las "Informaciones de 1666" es uno de los documentos más seguros, por su naturaleza jurídica, por su objetivo, por su destinatario y por la calidad de los testigos, sobre todo indios, que nos dan abundantes noticias transmitidas por su tradición oral relativas al acontecimiento guadalupano y a su paisano Juan Diego (47). Es innegable el profundo sentido mariano de la espiritualidad española que llega a México a través de conquistadores y misioneros españoles. También es innegable la devoción de muchos de ellos a la Virgen de Guadalupe de Extremadura, en España. Muchos de los conquistadores y misioneros de la primera hora procedían de aquella región española. Tal devoción los acompaña. La Virgen "pertenece" a la historia épica de la reconquista española; con frecuencia en la conquista militar del Nuevo Mundo y en la "conquista espiritual" del mismo, para usar el titulo del conocido libro de Robert Ricard (48), les acompaña esta mentalidad que se muestra en devociones e iconografías. En este sentido cabe el juicio de Richard Nebel de que la Virgen: "era garante de sus victorias, tal como lo había sido en España" (49). El mismo autor citado se pregunta: "¿por qué entonces la Virgen deviene también en una figura central del cosmos religioso de los conquistados?". ¿Fue sólo una función "compensatoria" o "sustitutoria", como sugiere el autor citado? Nebel afirma que "en términos socioculturales, la veneración de la Virgen de Guadalupe permite a los indígenas, gracias a las circunstancias particulares de su aparición a un pobre indio la reivindicación de sus reclamos de respeto y de reconocimiento dentro de la sociedad colonial y de su participación de la esperanza de la salvación" (50). A nuestro parecer, y a la luz de la documentación histórica y de la antropología religiosa, los indios neobautizados veneran bajo la advocación de Virgen de Guadalupe la persona histórica de María de Nazaret, Madre de Jesús, Verbo Encamado en su seno (como lo indica claramente la iconografia del "ayate" guadalupano y las indicaciones precisas de los documentos indígenas), y no simplemente la transposición de un símbolo que podía tener ya desde sus comienzos un significado ambiguo (51). Para los más antiguos documentos guadalupanos a nuestra disposición Guadalupe no es una simple sustitución; fue un acontecimiento histórico, percibido como tal. Tal historicidad llena de contenido un símbolo que hace razonable una práctica y una devoción mariana de la envergadura de Guadalupe. El acontecimiento guadalupano, por ello, afirma sin duda la catolicidad del anuncio cristiano y la capacidad inculturadora del mismo llevada a cabo por los misioneros. La cultura de un pueblo, es decir la balanza de su historia, es la expresión vivida de lo que ha construido el pueblo. Muchos documentos eclesiásticos de los papas, a partir de León XIII, y de los obispos latinoamericanos (a partir del Concilio Plenario Latinoamericano de 1899 y a lo largo del siglo XX) hablan del "catolicismo" como un rasgo característico del pueblo latinoamericano: "En nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado, presentando a la Virgen María como su realización más alta [de la Iglesia como instrumento de comunión, Puebla n. 280-281].Desde los orígenes --en su aparición y advocación de Guadalupe-- María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos. Como el

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de Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana,(52). "Madre y educadora del naciente pueblo latinoamericano, en Santa María de Guadalupe, a través del Beato Juan Diego, se ofrece un gran ejemplo de Evangelización perfectamente inculturada" (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 24) (53).

NOTAS (1) Cf. los resultados de la reciente investigación histórica sobre el argumento en: Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez, José Luis Guerrero Rosado, "El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego", Editorial Porrúa, México 1999, 564 pp. ISBN 970-07-1886-7. (2) III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, "Documentos de Puebla", n. 282; n. 446; "simboliza luminosamente el Evangelio encamado en nuestros pueblos": IV CONFERENCIA GENERAL. I)EL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, "Documentos de Santo Domingo", n. 15. (3) JUAN BAUTISTA MUÑOZ, "Memoria sobre las Apariciones y el Culto de Muestra Señora de Guadalupe de México", en ERNESTO DE LA TORRE VILLAS Y RAMIRO NAVARRO DE ANDA, "Testimonios Históricos Guadalupanos", Ed. FCE México 1982, p. 692: disertación ante la Academia de la Historia que lo recibió como miemb ro el 18 de abril de 1794; en ella se sostenía por primera vez, que el Acontecimiento guadalupano carecía de fundamento histórico por el argumento que desde entonces siempre se ha repetido: el silencio de quienes deberían haber hablado. Muñoz ignoraba la mayor parte de los documentos guadalupanos. Fray Servando Teresa de Mier se hallaba por entonces recluido en un convento de Burgos. Este extravagante fraile dominico había predicado en México un sermón guadalupano lleno de absurdos, como la identificación por parte de la antigua mitología mexica de personajes míticos o dioses como divinizado Quetzalcóatl con Santo Tomás o la de Jesucristo con Huitziopochtli, o que en la capa de Santo Tomás se había pintado la imagen de la Virgen María y otras lindezas por el estilo. Todo ello le había merecido un juicio por la Inquisición y su destierro a España. El fraile entrará en contacto con Muñoz y se mostrará antiguadalupano, mezclándose en la vida política de la insurgencia mexicana y cambiando de opinión según como soplaban los vientos: sobre la compleja, confusa y enredada personalidad del fraile con frecuentes mentiras en sus escritos (llegó a escribir que había sido creado Nuncio del Papa en los nuevos Estados de México y América y Arzobispo): cf. ALFONSO JUNCO, "El increible fray Servando. Psicología y Epistolario", Ed. Jus (=Col. Figuras y episodios de la historia de México, N. 66). México 1959. Joaquín García Icazbalceta fíe un gran erudito, pero también profesaba una gran antipatía por los indios: en 1883 el arzobispo de México Pelagio Labastida le pide su opinión sobre Guadalupe y así escribe una famosa carta en la que se muestra dudoso sobre Guadalupe: JOAQUIN GARCIA ICAZBALCETA, "Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México", publicada por orden del arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, México 1896. Sobre la historia de la historiografía antiaparícionista cf. F. GONZALEZ FERNANDEZ, E. CHAVEZ SANCHEZ, J. L. GUERRERO ROSADO, "El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego", pp. 3-2 5. Citaremos a continuación como: "El encuentro...". (4) En 1995 apareció la obra de STAFFORD POO1, "Our Lady of Guadalupe. The Origins and Sources of a Mexican Natioanal Symbol 1531-1797", The University of Arizona Press, Tucson & London 1995. El autor sostiene, como ya el título indica, el origen simbólico, religioso y nacional de Guadalupe como instrumento del "criollismo", a partir de mediados del siglo XVII para imponer su propia afirmación de poder de frente a los peninsulares españoles y dar un fundamento religioso en el contexto católico del tiempo a una "mexicanidad" que con el tiempo desembocaría en la Independencia. Por lo tanto para ni las apariciones ni Juan Diego tendrían una base histórica; serían simples símbolos fabricados que con el pasar del tiempo se impondrían en la devoción y opinión pública mexicana como un hecho histórico. La obra que contiene sin duda muchos elementos válidos. Sin embargo la tesis del autor parte de una serie de tesis enunciadas a priori y que intenta demostrar de manera forzada excluyendo todo documento contrario o interpretándolo de manera parcial. (5) Entre estos autores se encuentra Joaquín García Icazlbalceta, el conocido erudito mexicano del s. XIX, el cual no se cerrada al hecho en sí mismo: "Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México, publicada por orden del arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos", México 1896. Son conocidos sus sentimientos poco favorables al mundo indígena y las polémicas suscitadas por su carta así como las dudas y contradicciones sobre algunos aspectos de su publicación. Cf. en "El encuentro", pp. 10-12. (6) Cf. RICHARD NEBEL, "Santa María Tonantzin Virgen de Guadalupe. Continuidad y transformación religiosa en México", Traducción del alemán por el Pbro. Dr. Carlos Wamholtz Bustillos, arcipreste de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, con la colaboración de la señora Irma Ochoa de Nebel, Fondo de Cultura Económica, Primera edición en español 1995; primera reimpresión 1996; titulo original: "Santa María Tonantzin de Guadalupe -Religiose Kontinuittit und Trassformation in Mexiko", Neue Zeitschrifi fu Missionswissenschaft, 1992. La obra apareció en alemán en 1992; cf. también: RICHARD NEBEL "Nican Mopahua. Casmovisión Indígena e Inculturación cristiana", en HANS - JUROEN PRIEN (ed), "Religiosidad e Historiografía. La irrupción del pluralismo religioso en América y su elaboración metódica en la historiografía", Frankfurt am Main: Vervuert, - Madrid: Iberoamericana, 1998.

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(7) Pero el asunto llevaba años de preparación con algunas investigaciones de la autoridad eclesiástica mexicana enviadas a la Santa Sede; lo demuestra un documento fechado en 1658 y conservado en la Biblioteca Apostólica Vaticana, fondo Chigiano: F IV 96 ff 16, titulado: "Historica narratia... imaginis SS Virginis Mariae vulgo de Guadalupe in Indiis nuncupate quae Mexici, mirabili modo... anno 1531 apparuit DD fr Joanni de Zumarraga". Sobre el iter de aquellas Informaciones Cf. CONCGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, 184, "Mexicana Canonizationis Seria Dei Ionnis Didaci Cuauhtlatoatzin Viri Laici (14 74-1548), Positio superfamae santictatis virtutibus, et cultu ab immemorabili praestito ex officio concinata", Romae 1989, Doc. IX. (8) "Positio", Doc. X, 1. (9) "Positio", Doc. Xl, 5. (10) "Positio", Doc. XII, 9. (11) "Positio", Doc XII, 8. (12) Esta documentación presentada por los obispos mexicanos se encuentra aún totalmente inédita, depositada en el archivo de la Congregación para las Causas de los Santos (Vaticano). (13) Juan Pablo II concederá tal patronazgo, en parte ya concedido y declarará "festividad" litúrgica el 12 de diciembre, en la Basílica de Guadalupe en ocasión de la entrega del Documento Final del Sínodo Especial de los Obispos para América, en enero de 1999. (14) Cf. "Positio", Doc XIII, 119. La Congregación para la Causa de los Santos informó al entonces arzobispo de México, el cardenal Ernesto Corripio Ahumada, de los pasos necesarios en tal sentido el 8 de junio de 1982: Carta S. Congregación para la Causa de los Santos al cardenal Ernesto Corripio Ahumada el 8 de junio de 1982, prot. N. 1408-3/1982. Fue nombrada entonces una comisión histórica que preparó el material necesario en tales casos. El 19 de enero de 1984 se nombró un postulador en Roma y se llevó adelante el proceso canónico ordinario exigido en tales casos desde el 7 de enero de 1984 hasta el 23 de marzo de 1986. La Congregación Romana para la Causa de los Santos aprobó el camino andado el 7 de abril de 1986. El primer postulador de la Causa fue el P. Antonio Cairoli O.F.M. que seria sustituido después de su muerte por el P. Paolo Molinari S.J.. en 1989. Tratándose de una causa inminentemente histórica el trabajo fue realizado en este campo: Cf. Carta S. Congregación para la Causa de los Santos al cardenal Ernesto Corripio Ahumada el 8 de junio de 1982, prot. N. 1408-3/1982, pp. XVI-XXIV; XIX. Se llegó así a la preparación de una "Positio" con los elementos necesarios para demostrar la historicidad del Siervo de Dios Juan Diego, su "fama de santidad" y su fecundidad eclesial. Esta "Positio" tiene sin duda el mérito de haber ofrecido documentos importantes en tal sentido; sin embargo, dejaba sin resolver algunos problemas de carácter histórico y ofrecía numerosas dudas desde un punto de vista metodológico y de la critica histórica, como relevaron algunos consultores historiadores (cfr "Relatio et Vota" de los consultores historiadores del 30 de enero de 1990 y de los consultores teólogos del 30 de marzo de 1990). (15) Nombró como presidente de la Comisión histórica al profesor de Historia eclesiástica en las Universidades Pontificias Urbaniana y Gregoriana, p. Fidel González Fernández mccj, consultor de la misma Congregación vaticana y uno de los consultores más críticos de la antigua "Positio". Dicha Comisión, formada entre otros por el historiador mexicano Dr. Eduardo Chávez Sánchez y el conocido estudioso guadalupano Lic. José Luis Guerrero Rosado, solicitó la cooperación de unos 30 investigadores de diversas nacionalidades que aportaron notablemente con sus datos en el estudio de la problemática. El p. F. González expuso los resultados en un Congreso Extraordinario celebrado en el Dícasterio Vaticano de los Santos el 28 de octubre de 1998, obteniendo un éxito positivo en la resolución de las dudas presentadas sobre la problemática histórica. (16) Cf. "El encuentro", pp. 283-297. (17) Hemos visto la carta original en el Archivo de Chimalhuacán Chalco, Edo de México, dentro de una documentación denominada Códice Teresa Franco, en honor de la investigadora del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia, México), responsable de la reorganización y restauración de dicho archivo, totalmente desconocido al público de los investigadores hasta hace pocos años. Entre los restauradores destaca la labor del Lic. Augusto Vallejo de Villar, que nos introdujo al Archivo y su documentación. Hemos transcrito dicha carta en la obra: "El encuentro", pp. 283-284. Que sepamos es la primera vez que se da a conocer. (18) Cf. FRAY BERNARDINO DE SAHAGUN, «Historia general de las Cosas de la Nueva España», Ed. Porrúa (=Col. "Sepan Cuántos... N. 300), México 1982, pp. 18-19; FRAY GERONIMO DE MEND1ETA, "Historia Eclesiástica Indiana", Ed. Porrúa (=Col. Biblioteca Porrúa N. 46), México 1980 , p. 630; lo reproduce literalmente también FRAY JUAN DE TORQUEMADA, "Monarquía Indiana", Ed. Porrúa (=Col. Biblioteca Porrúa N. 41, 42 y 43). Introducción de León Portilla, México 1986, 3 vols., T. III, p. 449; otras causas de la escasez de fuentes de archivo serán indicadas a lo largo de este escrito: cf. algunos datos en "El encuentro", pp. 284-285: como robos, incendios (recordamos el del Archivo del Cabildo de México de 1692, la legislación sobre el papel, su reciclaje para usos comerciales etc.). (19) Cf. en ANGEL MARIA GARIBAY K.., «Fray Juan de Zumárraga y Juan Diego - Elogio Fúnebre», Ed. Bajo el signo de "ábside", México 1949, pp. 11-14. (20) LUIS BECERRA TANCO, «Origen milagroso del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe», en ERNESTO DE LA TORRE VILLAR Y RAMIRO NAVARRO DE ANDA, «Testimonios históricos guadalupanos», Fondo de Cultura Económica, México 1982, pp. 323-326.

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(21) FRAY DIEGO DURAN, «Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de Tierra Firme», Ed. Porrúa (=Colección Biblioteca Porrúa N. 36 y 37), México 1967, 2 vols.: T. I, p. 6. Abundan los testimonios sobre la destrucción de muchas antigüedades y códices indígenas. Una lista de algunos de esos testimonios puede verse en ROBERT RICARD, "La conquista espiritual de México", Fondo de Cultura Económica, México, México, cd. de 1986, pp. 106-108; se citan los testimonios de Sahagún, Durán, Mendieta, Dávila Padilla y Burgoa, entre otros. (22) MIGUEL LEON PORTILLA, "El destino de la palabra. De la oralidad y los glifos mesoamericanos a la escritura alfabética", Ed. Fondo de Cultura Económica, México 1996, pp. 19-71. (23) "E1 encuentro", pp. 143-189. (24) Cf. "El encuentro", pp. 143-189. Cf. la bibliografia crítica sobre esta fuente en la obra citada. Además J L GUERREO O., "El Nican Mopohua Un intento de exégesis", Universidad Pontificia de México, 2 vols., 1998: Editorial Realidad, Teoría y Práctica, Cuautitlán, Estado de México 1998. (25) Richard Karl NEBEL, "Nican Mopohua. Cosmovisión indígena e inculturación cristiana", 238. (26) NEBEL Ibidem, 236. (27) NEBEL, Ibidem, 238. (28) NEBEL, lbidem, 239. (29) NEBEL, Ibidem, 240. (30) En este sentido la obra que consideramos más importante sobre el asunto es la citada del conocido estudioso guadalupano J. L. GUERRERO, "El Nican Mopohua. Un intento de exégesis", Universidad Pontificia de México, 2 vols., 1998. (31) Antonio Valeriano (1520-1606), autor del "Nican Mopohua", era un indígena de raza tecpaneca pura. El historiador eclesiástico mexicano, el jesuita p. Cuevas, dice que era sobrino del emperador Moctezuma y que nació en 1520 en Azcapotzalco, población muy cercana al Tepeyac, pero vivió en México desde 1526. A la edad de 13 años entró en cl colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado por Zumárraga, primer obispo de México, inaugurado en 1533, siendo así Valeriano uno de los estudiantes fundadores. Entre sus compañeros latinos, como los llama Sahagún, y "fundadores" destacan: Martín Jacobita, de Cuauhtitlán [el probable lugar de nacimiento de Juan Diego] y amigo de Valeriano; Pedro de San Buenaventura, de Tlatilulcuo; Andrés Leonardo. De ellos salieron entre otras obras: Códice de Chimalpopoca; Anales de Cuauhtitlán; Anales, los Himnos de los dioses, el Relato de las Apariciones de la Virgen de Guadalupe... Antonio Valeriano fue gobernador de Azcapotzalco durante 35 años. Persona altamente dotada; fue el primer graduado en latín y griego. Su padre fue contemporáneo de Juan Diego y él mismo lo fue también [de modo que pudo escuchar de sus labios la historia guadalupana: tenía 11 años en 1531, año de las apariciones, y 28 en 1548, fecha de la muerte de Juan Diego]. Adquirió una gran autoridad entre indios y españoles como hombre honrado y erudito y de él decía el obispo Fuenleal que "era tan hábil y capaz que hacía gran ventaja a los españoles". Sahagún lo califica como "el principal y más sabio" (entre los alumnos de aquella escuela). Fue honrado también con honores y cargos por el rey de España Felipe II. Escribe su relato sobre Guadalupe cuando aún vivían muchos de los testigos del acontecimiento; su firma aparece en el Códice guadalupano "Escalada". Cf. "Enciclopedia Guadalupana", dirigida por Xavier Escalada, México 1995: Voz "Antonio Valeriano", pp. 49-50. (32) NEBEL, Ibidem, 244. (33) NEBEI., Ibidem, 245. (34) "El encuentro", pp.329-352. (35) Destaca una especie de diario del 1619 de la monja Ana de Cristo, compañera de la primera monja fundadora de un convento en las islas Filipinas, Jerónima de la Asunción: cf. en "El encuentro" p. 399. (36) Como la Virgen de Echave del 1606. el mural del convento de Ozumba de principios del s. XVII y el grabado de Stradanus del 1622: cf. "El encuentro", pp.395-400. (37) Los estudios sobre la genealogía del indio vidente no han sido todavía publicados en el momento de redacción de estas notas. (38) El archivo, hoy propiedad de la parroquia de San Vicente Ferrer de Chímalhuacán, fue reorganizado y restaurado por miembros del INAH [Instituto Nacional de Antropología e Historia de México]. Entre los documentos guadalupanos destacan: un poema inédito latino sobre María de Guadalupe [Ramo Album Códice], algunos sermones guadalupanos, correspondencia del investigador y erudito guadalupano del s. XVIII, Boturini y otros documentos indirectos guadalupanos de la primera época del convento en los que se nos confirman noticias y nos dan base para la reconstrucción de la genealogía y estudios sobre la procedencia de Juan Diego. (39) Hemos afrontado el problema en "El encuentro", pp. 23 5-277, ofreciendo varias hipótesis. Un aspecto que podría ayudar también a explicar la falta de muchos documentos de archivo o los vacíos de archivo de esta época es la llamada "crisis del papel" que invistió a la Nueva España durante mucho tiempo, debido a la política prohibicionista de la Corona y que obligó como algo normal a la reutilización del papel ya usado, incluso de documentos de archivo, para nuevos usos sea en el comercio como en la escritura. (40) NEBEL, Ibidem, 237-23 8: "La que antes era la banderas de los conquistadores españoles se volcó contra ellos en la guerras de independencias. '¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!' era uno de los

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gritos de batalla de las hueste rebeldes. Así, la Virgen se transforma en un símbolo de la continuidad de la vida y de las culturas en México. Representa un punto culminante de las fuerzas religiosas y creadoras de la nación mexicana. Por eso no es sorprendente que haya sido punto de parada de movimientos sociales, culturales, religiosos y políticos, que ya desde el siglo XVII favorecieron en buen grado, tanto su evolución hacia la independencia de España, la madre patria, como el surgimiento de una conciencia nacional 'mexicana'". (41) Sobre los orígenes mexicanos de este nombre extremeño-español dado a la Virgen mexicana existen teorías divergentes: desde quiénes sostienen que fue la corrupción castellana de un nombre indígena hasta la teoría más común que el nombre fue explícitamente elegido (como aparece ya en el "Nican Mopohua") para dejar claro que se trataba de la Virgen Maña, venerada por los recién llegados españoles (buena parte de ellos extremeños) bajo aquella advocación tan querida para ellos, y no de una representación de un culto prehispánico: cf. S.L. GUERRERO, "El Nican Mopohua Un intento de exégesis", vol. II, p. 585-589. (42) Tal contraposición, irreconciliable humanamente, era reconocida por: FRAY TORIBIO DE BENAVENTE MOLTOLINIA, "Memoriales...", p. 31. (43) Cf. ejemplo de la tradición totonaca (México), recogida por el estudioso p. Ismael Olmedo, en "El encuentro", pp. 289-291. (44) VICENTE DE PAULA ANDRADE, "Estudio His tórico sobre la Leyenda Guadalupana", 1908, en "Positio", I, pp. 173-177. (45) J. L., GUERRERO, "El Nican Mopohua Un intento de exégesis". México 1996, 101405, 117. (46) Entre los muchos ejemplos que se podrían poner, baste recordar la actitud iconoclasta de fray Diego de Landa, provincial franciscano, misionero y obispo de Yucatán (muere en 1579), gran defensor de los indios y al mismo tiempo figura muy controvertida. Fue uno de los impulsadores en Yucatán del proceso contra nativos idólatras, ordenando también la destrucción de códices, libros y esculturas mayas para borrar toda idolatría: cf. LOPETEGUI, sj - ZIIJBILLAGA s.j., "Historia de la Iglesia en la América española. Desde el descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX", BAC, Madrid 1965, pp.498-499. (47) La intención de incoar un verdadero proceso canónico de beatificación en el sentido actual comienza a abrirse camino a finales del s. XVII. Los intentos del guadalupanista Boturini en ese sentido a mediados del s. XVIII, se basan en la base de una "fama sanctitatis" popular de Juan Diego, especialmente entre la población india pero también en la española-criolla. Tal fama parece ser precedente a los conocidos decretos de Urbano VIII sobre el culto a los santos (1634). Sin embargo, tales disposiciones cooperaron a suspender cautelosamente formas explícitas de culto, pero sin llegar nunca a erradicarlo de la mentalidad popular, como lo demuestran los numerosos documentos de la segunda mitad del siglo XVII en adelante. (48) Robert, RICARD "La conquista espiritual de México", trad. española FCE, México 1986. (49) NEBEL, Ibidem, 237. (50) NEBEL, Ibidem, 237. (51) El titulo de la obra de Richard NEBEL, "Santa María Tonantzin. Virgen de Guadalupe. Transformación y continuidad religiosa en México", México 1995, mantiene esta posición ambigua. (52) III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, "Documentos de Puebla", n. 282; n. 446; "simboliza luminosamente el Evangelio encarnado en nuestros pueblos". (53) CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, "Documentos de Santo Domingo", n. 15. Fuente: Zenit